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Los Hijos de la Venganza

Ricardo D. Pino García


Prólogo
Nevelthia, la tierra que fue bautizada por los altos elfos bajo este nombre, que en su
lengua significa «Nueva Tierra». Aquí dieron comienzo a una nueva vida para su
pueblo, fundaron ciudades y trajeron consigo sus avances y su cultura. No obstante,
ellos no fueron los primeros en poblar esta tierra llena de vida, pues otros pueblos la
habitaban ya antes de su llegada desde el gran Mar del Oeste. Los enanos, grandes
mineros y arquitectos, ya moraban el interior de las cavidades montañosas desde hacía
varios siglos, y varias tribus de hombres ya poblaban la parte central y norte casi en su
totalidad, sólo que de una forma muy primitiva y poco avanzada. Pero lo que más les
sorprendió al explorar esta tierra virgen y fértil fue ver que en ella ya había elfos como
ellos, aunque arraigados a la naturaleza y tecnológicamente más atrasados, los cuales
son ahora denominados vulgarmente como elfos silvanos.
Más de mil años han pasado desde que Nevelthia comenzó a ser poblada por los
elfos, los cuales se asentaron al suroeste, en la península que ahora se conoce como
Ephelia. Pero no fueron ellos quienes unieron toda aquella tierra bajo una sola bandera,
sino un hombre, un hombre venido del oeste llamado Elydio, quien desembarcó en sus
costas y fundó el mayor imperio que el mundo había conocido hasta entonces, un
imperio que consiguió unir toda Nevelthia Central y que incluso se llegó a extender en
su momento hacia Oriente, más allá del Estrecho de las Perlas. Ese fue el Imperio
Elydiano, que perduró durante más de cuatrocientos años con una dinastía
ininterrumpida de emperadores.

Hubo años dorados y años oscuros para el Imperio, pero siempre se mantuvo a flote
como el más poderoso pese a todo. Sin embargo, por muy grandiosos que sean, los
imperios están destinados a caer desde el día en que se alzan, y este no fue una
excepción. En el año 1.330 d. A., con la muerte del último emperador Artemius el Justo,
estalló una guerra entre sus tres hijos conocida como la Guerra del Tridente, la cual
supuso la fragmentación del gran imperio que sus ancestros habían construido.
Ahora, en el año 1.347 d. A., lo que una vez fue un imperio unificado se halla
dividido en tres reinos, uno para cada hijo. La parte oeste se convirtió en lo que ahora se
conoce como el reino de Dorland, la central en el de Verland, y la parte este en el de
Fortland. Catorce años han pasado desde que se le puso fin a la guerra, y desde entonces
ha habido relativa paz entre los tres nuevos reinos que surgieron a partir de ésta. Es en
este momento cuando esta historia comienza.

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Capítulo 1: Argar Sul
Era el día 13 de Última Cosecha del año 1.347 después del Amanecer. Una carreta
escoltada por un grupo de cinco mercenarios y siete mineros enanos recorría la carretera
del reino enano de Sungard, en la zona sur de Nevelthia, en dirección al oeste de la
región. Guiando esta caravana se encontraba un hombre harthiano de tez muy oscura y
rasgos orientales. Su vestimenta ya hablaba por sí sola, pues no hacía falta ser
demasiado inteligente para ver que su poderío económico era mucho mayor que el de
los trabajadores que lo acompañaban.
Conservaba los ropajes de su tierra natal, de una tela de excepcional calidad y colores
exóticos. Ni una sola mancha de barro ensuciaba aquellas prendas limpias e
inmaculadas, pues sus pies ni siquiera tocaban el suelo. Iba a lomos de un corcel de
pardo pelaje y negra crin mientras que los demás iban a pie, exceptuando a aquel que
conducía a los tres bueyes que arrastraban el carro de madera lleno de picos, palas y
demás artículos de minería.

—Descuidad, caballeros—le dijo a los mineros—Al anochecer habremos llegado a


nuestro destino.

—Disculpad, señor Oswin—el más joven de ellos se dirigió a él— ¿Hacia dónde nos
dirigimos exactamente?

— ¡Silencio, hijo!—le dijo un enano más viejo, aparentemente su padre, con un


susurro alterado—No hagas preguntas tediosas. No nos pagan por preguntar.

—No os preocupéis—Oswin miró al padre del muchacho—Es normal que quiera


saber cuál es nuestro destino—volvió a mirar al frente—Hace quince años, durante la
guerra, una tropa de soldados encontró unas misteriosas ruinas cerca de la frontera con
Dorland, una vez pasado el río Imla. Según los estudios de mi maestro, en esas ruinas
podría haber un antiguo artefacto arcano de gran valor para sus investigaciones. Allí es
a donde nos dirigimos, muchacho.

Dicho esto, el joven enano siguió caminando junto con los demás mientras Oswin
permanecía guiándolos a lomos de su caballo. Cruzaron el río Imla al atardecer, y al
ocaso ya estaban frente a las ruinas. La maleza que las rodeaba apenas dejaba ver su
infraestructura antigua y deteriorada por el pasar de los siglos, por lo cual tuvieron que
abrirse camino podando y talando para llegar hasta allí. Lo único que podía verse
asomar a la superficie eran un par de columnas ya rotas y lo que una vez fue la entrada,
que de igual forma se encontraba derrumbada y cubierta de musgo y plantas trepadoras.

— ¡La entrada está derrumbada, señor!—dijo el capataz de los mineros; un enano ya


anciano con larga barba blanca y sin pelo en la coronilla— ¡Tendremos que retirar todos
estos escombros si queremos entrar!

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— ¿Cuánto estimáis que tardaréis vos y vuestros hombres en abriros paso hasta la
cámara principal?—preguntó Oswin.

—Mmmmm. Hay más de quince varas de profundidad hasta llegar a la cámara


principal. Tardaremos una semana en llegar, y esperemos que la tierra no se haya
desprendido dentro de las ruinas. De ser así, yo añadiría otra semana más.

—No disponemos de tanto tiempo—dijo—Esta noche acamparemos y nos


asentaremos aquí. Mañana al alba quiero que vos y vuestros hombres comencéis a
trabajar. Tendréis un descanso para comer y luego seguiréis trabajando hasta que el sol
comience a ocultarse. ¿Conforme?

—Conforme, señor—el anciano enano hizo una reverencia.

—Bien. En ese caso regresad con vuestros hombres—le ordenó—Comenzad a


montar el campamento y descansad. Mañana os espera un largo día de trabajo.

—Sí, señor—el capataz se alejó para ir con su cuadrilla— ¡Muy bien, muchachos!
¡Hora de montar el campamento! ¡Mañana al amanecer comenzaremos a trabajar! ¡Nos
queda una semana hasta llegar a la cámara principal de esta ruina, así que más os vale
que os acomodéis a este lugar como si de vuestro hogar se tratase!

El campamento quedó montado en menos de una hora, quedando la tienda de Oswin


más apartada de las demás. Tras una cena comunal todos se fueron a descansar, todos
menos los mercenarios, quienes se encargaron de vigilar los alrededores. Se hizo el
silencio al caer la noche, oyéndose solamente el canto de los grillos y la brisa nocturna
acariciando las ramas de los árboles. No obstante, de vez en cuando se oían comentarios
entre susurros en las tiendas de los trabajadores.

— ¿Qué crees que habrá ahí dentro?—se oyó una voz joven y llena de entusiasmo—
¿Oro? ¿Joyas, tal vez?

—Yo no estaría tan seguro, hijo—dijo otra voz más brusca y adulta—Ten en cuenta
que es un mago, no un cazatesoros. Seguramente ahí dentro habrá algo relacionado con
sus investigaciones. Nada de nuestra incumbencia, desde luego. A los magos sólo les
interesan sus estudios sobre la magia.

—Espero que algún día acabemos trabajando para alguien que vaya en busca de un
gran tesoro oculto en alguna ciudad enterrada bajo tierra. ¡Eso sí que sería toda una
aventura!

—Se nota que aún eres joven y que no has estado en muchas excavaciones—le
respondió—Con el tiempo irás dándote cuenta de que este oficio no es tan fascinante
como parece. Pocos son los afortunados que terminan desenterrando algo cuyo hallazgo

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tenga auténtica relevancia para el mundo. Además, dime cuántos mineros conoces que
hayan recibido un reconocimiento por haber desenterrado un gran hallazgo—se hizo el
silencio brevemente—No, chico. El mérito se lo llevan quienes descubren lugares como
este, no quienes los desentierran para que ellos puedan pasar a la historia.

Oswin estuvo oyendo la conversación desde el interior de su tienda. En algunos


instantes le ardía el deseo de acallarlos y recordarles la tan laboriosa jornada que les
aguardaba al siguiente día; tan largo y arduo viaje lo había dejado exhausto y fácilmente
irascible, pero a su vez la lástima por aquel joven se apoderó de él, y por ello no dijo
nada al respecto. Poco después se fue a dormir y a la mañana siguiente el campamento
se puso en funcionamiento para comenzar a excavar la entrada de aquellas ruinas, y
mientras tanto él permaneció sentado, tomando notas sobre lo que iba viendo.

—Esas columnas son del estilo arquitectónico de los An Shivel; más austero y
oscuro—se decía a sí mismo—El arco ojival era típico en su arquitectura, como en la de
los An Ephel—terminó de tomar notas—No cabe duda, estas son las ruinas de Argar
Sul. Si el maestro Voltimer está en lo cierto, la tablilla debe de estar ahí dentro.

Pasaron los días, y poco a poco se fueron mostrando avances. Por cada jornada
estaban más cerca de abrir la cámara principal. Hubo varios desprendimientos a lo largo
de la semana, pero afortunadamente ninguno de los mineros resultó herido. Entonces, al
sámedas de la semana siguiente, finalmente lograron retirar todos los escombros que
obstaculizaban el camino de la entrada.

— ¡Id a avisar al mago! ¡Decidle que hemos hallado la entrada!—exclamó el minero


que iba en cabeza, y unos cuantos fueron a avisar a Oswin, el cual nada más oír la
noticia fue desde su tienda con gran prisa hasta la zona de la excavación.

— ¿Habéis llegado a la puerta?—preguntó con cierto entusiasmo.

—Así es, mi señor—contestó el minero—Ya podemos entrar.

— ¡Mirad! ¡Hay algo escrito en el umbral de la puerta!—señaló el más joven de los


enanos, y todos incluido Oswin miraron, viendo así aquellas escrituras talladas sobre la
roca— ¿Qué lengua es esa? ¿Alguno de vosotros la conoce?

—Serán escritos decorativos, como los que nosotros usamos en las columnas de
nuestras ciudades—comentó otro minero.

—Es turëmmar, la escritura élfica—Oswin respondió, notándose en su voz cierto


pavor—Fue tallado sobre el umbral mucho después de su construcción. No se trata de
algo decorativo, sino de una advertencia.

— ¿Y de qué nos advierte?

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Durante un breve instante, Oswin permaneció en completo silencio mientras
contemplaba las escrituras de la pared. Leyó con dificultad lo que decían, pues la roca
estaba muy deteriorada y era difícil distinguir ciertas letras que habían quedado
prácticamente borradas por las huellas del tiempo. No obstante pudo comprender lo que
decía allí, y al terminar de leerlo la expresión que se grabó en su rostro, aunque sólo fue
un instante, llenó de incertidumbre a los mineros.

— ¿Señor?—uno de ellos se le acercó— ¿Ocurre algo? ¿Qué pone ahí?

—No… no puedo comprender lo que pone ahí. Está demasiado deteriorado.

—Pero acabáis de decir que se trataba de una advertencia.

—Sí, es una advertencia, pero no sé qué quiere decir el resto—respondió sin siquiera
mirarle—Pero no debéis preocuparos por lo que ponga ahí. Seguro que no es más que
alguna vana amenaza para mantener a los cazatesoros alejados.

Por muy alentadoras que fuesen sus palabras, el miedo y la incertidumbre se


propagaron entre los mineros. Comenzaron a susurrarse los unos a los otros con
estremecimiento plasmado en sus ojos, y en todos ellos parecía haber un sentimiento
latente por dejar allí sus picos y dar media vuelta.

—Señor. ¿No veis conveniente que dejemos de profanar este lugar si no estamos
seguros de lo que pone ahí?—cuando Oswin se encontraba ya en su tienda, el capataz de
la cuadrilla fue a visitarle—Algunos de mis hombres temen que pueda tratarse de
alguna especie de conjuro o… una maldición, tal vez.

—Vamos. ¿Vais a permitir que meras supersticiones nublen vuestro juicio? Mi


maestro os ha pagado más de cien nagams de plata a cada uno por vuestro servicio, y
vuestro trabajo es claro: excavar hasta la cámara principal para luego mandar una
partida de exploración en busca del artefacto que mi maestro necesita.

—Lo sé, mi señor, pero…

— ¡No hay pero que valga, maese enano!—su tono cambió a uno más airado y
alterado— ¡Tenéis una obligación y debéis cumplirla vos y toda vuestra cuadrilla!
¡Ahora dejaos de conjuros y maldiciones y volved al trabajo!

Con cierto desagrado por la actitud de Oswin, el capataz salió de la tienda y regresó
con sus hombres, quienes continuaban murmurando entre sí con la conciencia
aterrorizada y las manos temblorosas.

—Debemos continuar nuestra labor, muchachos, ¡así que a trabajar!—exclamó, y


acto seguido uno de sus hombres se le acercó.

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—Bhelmir, ¿no crees que hay algo raro tras todo esto? Tú mismo has visto el miedo
en sus ojos cuando ha leído esos grabados en el umbral de la puerta.

—No lo sé, Gilbur… Tal vez no sea más que superstición nuestra y no sea nada de lo
que debamos preocuparnos—miró hacia el umbral—Pero tienes razón, esa expresión no
era la de alguien que no entiende unos escritos.

— ¿Qué debemos hacer entonces?—preguntó, y un gran silencio se produjo.

—Seguir trabajando, que es para lo que nos han pagado.

Los enanos siguieron despejando el camino hasta que la puerta estaba completamente
accesible. Entraron en el interior de las ruinas acompañados de los mercenarios que
Oswin había contratado para que los protegieran, pero él no entró, lo cual creó mayor
sospecha entre los mineros, quienes sentían más y más terror por cada vez que hundían
el pico en la húmeda y polvorienta roca.
Dicho esto, un par de horas después del suceso de la puerta, lograron dar con lo que
parecía ser la tan mencionada cámara principal, a la cual se accedía subiendo unas
escaleras de piedra a través de un oscuro y ominoso pasillo. Ante tal oscuridad, Oswin
pronunció desde el umbral de la puerta un conjuro en una lengua que ninguno logró
comprender, y de sus manos surgió una esfera de luz que creció y avanzó hasta los
mineros, sirviéndoles de linterna a través de las sombras que los rodeaban.

Cuando la luz se hizo entre tanta oscuridad, muchas decoraciones anteriormente


ocultas por el velo de las sombras fueron desveladas. No fue belleza de carácter élfico lo
que hallaron allí, sino más bien austeridad y terror infundido a través de los glifos
esculpidos en los muros de aquel lugar. Cráneos humanos tallados en la piedra junto con
figuras monstruosas y retorcidas rodeaban a los mineros, los cuales se estremecieron
aún más al ver esto.

— ¿Creéis que los elfos hicieron esto?—preguntó el minero más joven.

—No, a los elfos les gusta demasiado reflejar la paz y la armonía en sus obras para
haber construido un lugar así—le respondió su padre—Fueran quienes fueran los que
construyeron este lugar, estoy seguro de que aquí dentro no hicieron nada bueno.

Siguieron avanzando guiados por la luz que Oswin había conjurado, llevándolos a
través de las escaleras que llevaban a la cámara principal. El miedo seguía latente en sus
corazones, y éste crecía según se iban adentrando. Las cuatros paredes de aquel lugar
transmitían auténtico terror y desasosiego por sí solas, como si la oscuridad misma
morase en ellas, aguardando a quienes osasen traspasarlas.

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El padre del más joven de los enanos iba en cabeza liderando al grupo. Todos
seguían la esfera de luz a través de la oscuridad, hasta que finalmente llegaron a la
cámara principal. En ella había cuatro esculturas de figuras masculinas de lo que
parecían ser elfos, una en cada rincón de la sala. Todas ellas señalaban al centro, y la
esfera fue hacia esa dirección para otorgarles luz, mostrándoles así una antigua tablilla
de piedra sobre un altar de oscuro acero con una decoración tétrica y tenebrosa, algo que
los inquietó a todos.

—Aquella tabla debe de ser lo que el mago anda buscando aquí—dijo el que iba en
cabeza—Cojámosla y salgamos de aquí.

—Bien. Es ese caso… ¿quién va a ser el valiente?—preguntó el más joven, pero


nadie respondió. Simplemente permanecieron mirándose los unos a los otros,
esperando a que uno de ellos diera el primer paso—Ay… Está bien, yo iré.

— ¡No!—su padre lo detuvo nada más adelantarse—Yo lo haré. No permitiré que


mueras aquí a manos de una trampa o un maleficio.

— ¿Pero y qué hay de ti, padre?

—Yo ya he hecho todo lo que tenía que hacer en vida—respondió—Me casé, traje un
hijo al mundo… A ti todavía te queda mucho por vivir, y no pienso permitir que te
ocurra nada mientras aún siga en pie.

Tras decir esto, el viejo enano se alejó de su grupo con gran cautela y precaución en
dirección al altar, mirando bien dónde ponía los pies en cada momento. De este modo
logró llegar en menos de un minuto. El altar era prácticamente de su altura, por lo cual
tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar la tablilla. El acero se había oxidado con el
pasar de los siglos, haciendo falta que varios de sus compañeros fueran a ayudarle para
lograr sacarla, pero tal fue la fuerza que emplearon que ésta misma se volvió contra
ellos y los tiró de espaldas al frío suelo de piedra.

— ¡Padre! ¿Estáis todos bien?—el joven enano, quien se había quedado atrás,
preguntó asustado.

—Sí, sí. Estamos todos bien—su padre se levantó con la tablilla entre sus brazos,
viéndose así que ocupaba prácticamente todo su torso.

— ¿La tienes?

—Sí, la tengo. Salgamos de aquí de una vez—dijo, y acto seguido todos salieron de
las ruinas en dirección a la tienda de Oswin.

— ¡Señor, la tenemos!—dijo el capataz de la cuadrilla con gran alegría.

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— ¿Dónde está? Quiero verla—Oswin inmediatamente se levantó de su silla y su
expresión cambió por completo.

El capataz silbó y entonces dos de sus hombres trajeron la tablilla para que la viera.
En ella había unos grabados distintos a los que había en el umbral de la entrada,
pareciendo ser de una lengua completamente diferente. La roca estaba vieja y
deteriorada, pero la escritura que en ella había grabada había permanecido intacta y
completamente legible, lo cual llenó al mago de dicha.

—Sí, no cabe duda—dijo así, aunque más bien parecía que se hablaba a sí mismo en
voz alta—Los grabados están escritos en la lengua de los An Shivel. Esta es la tablilla
que por tanto tiempo mi maestro ha ansiado—miró a los dos enanos y luego al capataz
con una sonrisa de orgullo grabada en el rostro—Enhorabuena, muchachos, habéis
hecho un gran trabajo. Ahora id a descansar; os lo habéis ganado. Al alba recogeremos
el campamento y podréis volver a casa.

—Gracias, señor—los tres hicieron una leve reverencia con la cabeza y acto seguido
se retiraron.

—Por fin. Después de tantos años de estudio e investigación, al fin la hemos


encontrado—Oswin redirigió su mirada hacia la tablilla—Debo avisar al maestro
Voltimer de nuestro hallazgo.

Dicho esto, el mago conjuró un pequeño gorrión de aspecto espectral, el cual


irradiaba un brillo azul e iba dejando un ligero rastro de magia cuando revoloteaba
alrededor de su conjurador. Luego éste se posó sobre su hombro derecho, y entonces
comenzó a hablarle.

—Maestro, al fin la hemos encontrado—le dijo a aquel gorrión espectral, el cual


permaneció quieto y moviendo la cabeza de un lado a otro como si de un pájaro real se
tratase—Teníais razón respecto a su localización. La tablilla se encontraba en la cámara
principal de Argar Sul. Mañana al amanecer partiremos rumbo a Adenor, y si no surge
ninguna complicación durante el trayecto, en dos semanas habremos llegado.

Tras terminar de hablar, Oswin le dijo “Lleva este mensaje al maestro Voltimer” y
aquella invocación echó a volar. Salió de la tienda y se marchó volando hacia el este,
hacia Adenor.
Estaba ya atardeciendo, así que Oswin cenó y después de eso se fue a dormir con la
sensación del éxito recorriendo su cuerpo, pero entonces, cerca de media noche, uno de
los mercenarios fue corriendo apurado hacia su tienda.

— ¡Señor, tenéis que venir a ver esto!—exclamó casi sin aliento, y Oswin se
despertó sobresaltado.

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— ¿Qué es lo que sucede?—se sentó al borde de la cama.

—Los mineros, señor, están todos muertos.

En los ojos de Oswin se grabó una expresión que hacía parecer que la sangre se le
había congelado. Miró hacia el suelo con preocupación y luego dirigió su mirada hacia
el gran baúl donde la tablilla había sido guardada. “¿Podría ser?” fue la pregunta que
pasó por su mente en aquel preciso momento. Luego miró al mercenario, quien
permanecía esperando una respuesta.

—Esperad fuera a que me vista.

—Sí, señor—se retiró de la tienda y acató la orden.

—Debí haber previsto que algo así podría ocurrir—susurró Oswin tras un leve
suspiro—Los elfos jamás habrían dejado ese grabado como una simple amenaza.

Terminó de vestirse y salió de su tienda. El mercenario que fue a darle la alarma lo


llevó hasta las tiendas de los mineros, en las cuales se había formado un silencio total.
En su interior todos ellos estaban muertos en sus respectivas camas y con las barbas
bañadas en sangre. Las moscas revoloteaban alrededor de sus cuerpos y sus ojos habían
perdido todo su brillo. Oswin se tapó la nariz al entrar en la tienda en la que dormían el
enano más joven y su padre; sus cuerpos emitían un hedor fétido y necrótico que daba
ganas de vomitar.

— ¿Cuánto tiempo llevan muertos?—Oswin le preguntó al comandante de los


mercenarios.

—A juzgar por el olor y el color de sus pieles, diría que varias horas.

— ¿Y cómo es que no os habéis dado cuenta hasta ahora?

—Eso es lo que más nos inquieta a mí y a mis chicos, señor—respondió medio


tembloroso—No se escuchó nada, todo estaba en absoluto silencio. Luego uno de los
míos hizo su ronda por las tiendas y el olor de la carne en descomposición lo alertó.

— ¿Se sabe la causa de la muerte?

—No realmente, señor. Parece que comenzaron a vomitar sangre hasta que se
ahogaron con ella mientras dormían. Una manera horrible de morir, desde luego.

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Al contemplar el cuerpo del joven enano ahora sin vida, Oswin recordó aquello que
le oyó decir hacía una semana en el interior de esa misma tienda, todos los sueños a los
que aspiraba y todo su entusiasmo otorgado por su juventud. Sus ojos manifestaron
lástima, además de culpabilidad, como si aquellas muertes hubieran sido culpa suya.
Entonces levantó ligeramente la cabeza y miró de reojo al comandante mercenario, que
se encontraba justo en la entrada de la tienda.

— ¿Hay alguien más que haya entrado en las ruinas?—le preguntó.

— ¿Señor?

— ¿Que quién más entró además de los mineros?—su tono se alzó levemente.

—Mis chicos y yo entramos después de que los mineros despejaran la entrada, tal y
como vos ordenasteis, señor.

—En ese caso, os ahorraré sufrimiento—Oswin extendió suavemente su mano


izquierda, y de sus dedos se deslizaron unos rayos azules de luz que se adentraron en el
cuerpo del mercenario a través de su boca y sus orificios nasales. Acto seguido cayó al
suelo desplomado. No estaba muerto, tan sólo profundamente inconsciente, y no
obstante el mago le habló de nuevo—Tenéis toda la razón, morir ahogado en vuestra
propia sangre es una manera horrible de morir, pero hacerlo despierto y consciente lo es
aún más.

Salió de la tienda, y el resto de mercenarios; cuatro más exactamente, estaban fuera


sentados, inquietos y aterrados por aquel misterioso suceso. Se acercó a ellos con
serenidad en sus movimientos. Trató de ocultar el temblor de sus manos, pero todo
intento de hacerlo fue en vano. Una amarga expresión se grabó en su rostro, y en ese
momento los cuatro se levantaron.

—Señor, ¿qué debemos hacer? ¿Dónde está el comandante Rickbur?—preguntó uno


de ellos, pero Oswin no contestó, simplemente apretó los puños a la vez que hacía lo
mismo con los ojos, arrugándosele de este modo el rostro.

—Espero que podáis perdonarme por esto—los miró a los ojos una última vez,
viendo cómo algunos ya tenían las manos puestas sobre las empuñaduras de sus
espadas. Luego alzó ambas manos y rayos azules de luz volvieron a deslizarse entre sus
dedos, introduciéndose éstos de igual manera en sus orificios nasales y sus bocas hasta
que cayeron desmayados al suelo—Que Affiri os acoja en su regazo cuando crucéis el
umbral de este mundo.

Una vez todos quedaron inconscientes, Oswin volvió a conjurar otro gorrión
espectral, costándole esta vez tres intentos antes de conseguirlo; le temblaban
demasiado las manos y era incapaz de concentrarse.

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—Maestro, ha ocurrido algo, algo horrible—dijo con lamento en su voz, casi con el
deseo de llorar—La tablilla permanece intacta, pero los mineros que se adentraron para
cogerla han muerto ahogados en su propia sangre. No creí necesario informaros sobre
esto, pero en el umbral de la entrada había una advertencia escrita en élfico que decía lo
siguiente: «Aquel que ose cruzar este umbral quedará condenado a morir desde el
momento en que decida hacerlo. Este lugar fue sellado con gran dolor, y las almas de
aquellos que murieron para hacerlo son ahora sus guardianes»—se hizo un breve
silencio en el que solamente se oía el sonido de un débil y siniestro viento arrastrando
las hojas de los árboles a ras del suelo—Los mercenarios también se adentraron en las
ruinas, así que he tenido que… he tenido que dejarlos inconscientes mediante un
hechizo adormecedor para que al menos mueran en paz—en este momento contuvo las
lágrimas, y luego continuó hablando—Sin una escolta para proteger la tablilla,
transportarla será aún más peligroso. ¿Qué debo hacer, maestro?

Frustrado y sin saber qué hacer, Oswin envió aquel nuevo mensaje a su maestro.
Abandonó aquel lugar en medio de la noche, pues no aguantaba un minuto más allí. Se
llevó consigo la tablilla y un par de cosas esenciales, todo esto transportado por el
carromato tirado por bueyes. Ahora que ya no tenían que cargar con el equipo ni de los
mineros ni de los mercenarios, el carro iba mucho más rápido, recorriendo en cuestión
de un par de horas lo que antes hubiera tardado muchas más. Paró junto al río cuando el
sol comenzó a alzarse y a dejar pasar sus rayos entre las ramas de los alcornoques que
les daban sombra a las fatigadas bestias de carga. Allí esperó pacientemente una
respuesta, aunque sus pensamientos permanecían nublados por todo el rastro de muerte
que había dejado tras de sí en aquel lugar que terminó convirtiéndose en la tumba de
aquellos que le acompañaron hasta allí, hasta las ruinas de Argar Sul.

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Capítulo 2: La Dama Elfa
Eran casi las once de la mañana, y Oswin aún no había recibido ningún mensaje de
su maestro, pero entonces, tras una larga espera, una paloma de aspecto astral apareció
volando ante él. Gorjeó un par de veces y luego el mago le extendió la mano para que se
posara, dando así comienzo al mensaje.

—He recibido ambos mensajes, Oswin—se oyó la voz de un hombre anciano salir de
aquella paloma espectral—Sin duda la muerte de todos esos mineros y escoltas es una
tragedia, pero no debemos permitir que eso nuble nuestro juicio y nos haga olvidarnos
de lo que verdaderamente importa, que es nuestro gran hallazgo. Era de esperar que los
An Ephel hubieran sellado Argar Sul bajo alguna especie de maleficio después de todo
lo que les costó vencer a los An Shivel. No querían que esa tablilla cayese en manos de
cualquiera que quisiera hacerse con ella, y es de entender; no se trata de una reliquia
decorativa y polvorienta precisamente—se hizo una breve pausa que duró escasos
segundos—La cuestión es que debemos hacer que todas esas muertes no hayan sido en
vano. Trae la tablilla a Adenor, y si para hacerlo necesitas contratar a un nuevo equipo,
hazlo, pero que no sea muy numeroso; no os interesa llamar demasiado la atención.
Evita entrar en Fortland por el sur; los caminos se han vuelto demasiado peligrosos
ahora que los silvanos le han declarado la guerra al reino. Ve hacia el norte y cruza el
Eduin por el Puente de Ortham, es la ruta más directa hasta Adenor. Espero verte en
menos de una quincena. Que los dioses te guíen en tu viaje.

Dadas las instrucciones, la conjuración desapareció convirtiéndose en meras motas


de polvo brillante que cayeron sobre la manga de Oswin. Tomó un breve suspiro y,
sabiendo ya lo que debía hacer, se levantó y se dispuso a continuar con la misión.

—Bien. Necesitaré una nueva escolta si quiero cruzar medio Verland hasta llegar al
Puente de Ortham—dijo en voz alta—Imlanor es la ciudad más cercana. Allí seguro que
encontraré a gente dispuesta a hacer tan largo viaje por una buena suma de oro.

Subió al carro y puso rumbo hacia Imlanor, que estaba a menos de un día de camino.
Cruzó el paso que servía de frontera entre Sungard, Dorland y Verland y luego fue hacia
el este hasta tomar la carretera que llevaba a la ciudad, habiendo llegado a ésta antes del
anochecer. Dejó el carro con los bueyes en los establos que había a las afueras. Luego
entró tras sus gruesos muros de piedra y se dispuso a buscar a gente apta para la misión
que debía llevar a cabo. Preguntó a los lugareños hasta que le dieron el nombre de una
posada en la que los mercenarios solían hospedarse unos días hasta que encontrasen un
trabajo o hasta que no pudieran seguir pagando la estancia.

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Aquella posada se llamaba La Escupidera y se encontraba en la parte este de la
ciudad. Se dirigió hacia allí con el fin de encontrar lo que venía buscando y de
alquilarse una habitación para pasar la noche, pues con el dinero que llevaba no podía
pagarse una estancia más lujosa si pretendía contratar una escolta. Nada más entrar, un
fuerte olor a hierba y alcohol le azotó las fosas nasales, y una niebla creada por el humo
de las pipas cubría el salón principal. El leve barullo de la gente que allí se hallaba
bebiendo y platicando servía de sonido de fondo mientras caminaba por allí. Todos le
miraban extrañados por su aspecto y sus ropajes; no eran habituales en aquellas tierras,
y menos en un lugar tan suburbial como ese. Entonces se dirigió hacia la barra y el
posadero; un hombre calvo y de espesa barba castaña con canas, le atendió.

—Bienvenido a La Escupidera—miró a Oswin de arriba abajo con una expresión de


extrañeza levemente disimulada en su rostro— ¿Qué trae a un harthiano de tan
ostentosas vestiduras como vos a un antro como este?

—Vengo buscando a alguien que esté dispuesto a servirme de escolta hasta Adenor,
por un módico precio, claro está.

—Aquí tenéis dónde elegir, entonces—rió brevemente—Pero, si aceptáis una


recomendación mía personal, os recomendaría que hablaseis con Preston. Antes era
soldado del ejército verlandés, pero hace unos años lo dejó y comenzó a dedicarse al
oficio de espada de alquiler. Tiene un gran manejo con la espada y es realmente
obediente, mientras le paguéis, claro está. Hahahahaha.

—Ese tal Preston… ¿Se encuentra por aquí?

— ¡Sí! Es ese de ahí que está sentado en la mesa de la derecha con todos esos
mercenarios—el posadero lo señaló— ¡Eh, Preston! ¡Aquí hay alguien que quiere
hablar contigo!

Preston miró brevemente a sus compañeros de mesa y les dijo algo, pero el ruido de
ambiente ahogó sus palabras, por lo que Oswin no pudo oírle. Acto seguido se levantó y
se dirigió hacia la barra. Era un hombre de mediana estatura y ya entrado en edad, de
unos cuarentaicinco o cincuenta años aproximadamente. Su pelo medio largo y peinado
hacia atrás era completamente blanco como la nieve, al igual que su barba de no haberse
afeitado en un par de semanas. Llevaba puesto un peto de acero y unas hombreras. El
resto del torso estaba cubierto por un grueso gambesón de un color verde hoja, y sus
piernas estaban ligeramente cubiertas por unas grebas también de acero, además de unas
botas con espinilleras de metal. Pese a su aspecto canoso, Preston seguía pareciendo
alguien recio y fuerte capaz de emprender tan largo viaje.

—Dime, Robb, ¿quién es este harthiano interesado en hablar conmigo?—observó a


Oswin de arriba abajo con una media sonrisa en el rostro, intrigado por sus exóticos
ropajes del este.

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—Mi nombre es Oswin—se presentó—Vos debéis de ser Preston, ¿no es así?

—Así es—continuó mirando sus prendas, y luego siguió hablando—Por vuestra


vestimenta tan poco usual en estas tierras, diría que venís de Harth, pero no es eso lo
que me causa curiosidad. Puedo hacerme una idea de por qué queréis hablar conmigo,
pero lo que me da curiosidad es saber qué os ha hecho venir de tan lejos.

—En algo no os equivocáis, señor—sonrió levemente—Sí, he venido a Nevelthia


desde mi tierra natal, Harth, pero ya llevo aquí más de un año. La razón por la que he
venido hasta aquí es simple. Estoy buscando a gente capacitada que me sirva de escolta
hasta Adenor. Transporto un valioso artefacto arcano para mi maestro, un mago muy
poderoso y reconocido. Si aceptáis el trabajo y nos escoltáis a mí junto a la carga vivos
y de una pieza, os aseguro que mi maestro os recompensará con más oro del que jamás
hayáis podido aspirar a poseer.

Preston permaneció en silencio con una leve sonrisa dibujada en el rostro. Parecía
interesado en la oferta; sus ojos le delataban. Se acarició la perilla suavemente mientras
se planteaba si aceptar el trabajo o no. Y así, tras un breve silencio, se decidió y dio una
respuesta.

—Con que más dinero del que jamás haya aspirado… Muy bien, acepto el trabajo,
pero antes quisiera ver un adelanto del pago, si no es mucho pedir.

—Sí, claro—Oswin cogió una pequeña bolsa de monedas que llevaba amarrada al
cinto y se la dio. Luego Preston la miró con disgusto y la zarandeó levemente junto a su
oreja para oír las monedas chocar unas con otras.

—Mmmm. Supongo que será suficiente por el momento—dijo—Mi espada está a


vuestro servicio hasta que os escolte hasta Adenor, señor Oswin.

—Me alegra poder contar con un hombre como vos en esta travesía—le extendió la
mano, y Preston se la estrechó, cerrándose así el trato— ¿Sabéis de alguien más que
pueda sernos de ayuda? Ya contamos con la fuerza bruta teniéndoos a vos. Ahora me
gustaría encontrar otro tipo de protección.

—Ya veo a lo que os referís—dijo Preston—Lamento deciros que mi círculo de


contactos siempre gira en torno a mercenarios y asesinos a sueldo. Si lo que buscáis es
una escolta de otro tipo, deberíais preguntarle a la gente de la ciudad.

—En ese caso, mañana saldré en busca de nuevos miembros—dijo—Mientras yo


reúno al resto del equipo, vos podéis ir preparando vuestras cosas para el viaje.
Seguramente partiremos pasado mañana por la tarde. Estad preparado para entonces.

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—Descuidad. Ahora puedo pagarme una noche más aquí gracias a vuestro
adelanto—Preston meneó la bolsa con una pícara sonrisa dibujada en el rostro y luego
se dio media vuelta—Disfrutad de vuestra estancia en La Escupidera, señor Oswin.

La conversación entre ambos terminó. Preston permaneció hablando con sus


camaradas en la mesa del salón. Oswin cenó algo que Robb el posadero le preparó y
luego se fue a dormir a sus aposentos en la planta de arriba. La cama no era
precisamente la más cómoda en la que había dormido. La que había en su tienda junto a
la excavación era mucho más cómoda y olía a los jabones de su tierra, pero tuvo que
dejarla allí debido a que era una carga demasiado pesada para llevarla hasta Adenor.

—Esto es indignante—refunfuñaba mientras trataba de encontrar una postura


cómoda—Yo, Oswin, instruido en la Torre de Nil’ Hussik, obligado a dormir en esta
pocilga llena de ratas, cucarachas y asesinos. El hedor es insoportable, hay humedad en
las paredes… y encima este colchón es duro como una piedra—suspiró violentamente y
con desesperación, pareciendo ahora desahogado—Al menos sólo son diez coronas de
plata la noche con desayuno, almuerzo y cena incluidos.

Después de estar quejándose en solitario, Oswin pudo pegar ojo cercana la media
noche. Se alzó el alba al día siguiente y salió a la calle nada más terminó de desayunar.
El sol se alzaba radiante sobre el cielo azul, sin apenas nubes que pudieran cubrirlo. Sus
rayos calentaban como una cálida hoguera y la luz iluminaba cada rincón de la ciudad.
Durante un buen rato estuvo preguntando a los lugareños que salían a comprar el pan y
los alimentos de cada día al mercado, y varios de ellos le hablaron acerca de una dama
elfa con grandes talentos para la magia que solía habituar la Plaza de los Trovadores,
teniendo ya por dónde empezar a buscar.
Llegó hasta allí en cuestión de cuarenta minutos caminando, y al llegar comprendió
por qué la llamaban la Plaza de los Trovadores. Allí se encontró con varios tipos de
entretenedores para la gente corriente, desde acróbatas hasta tragadores de fuego que
luego lo escupían como si de dragones se trataran. La gente les daba un par de coronas
de cobre por haberles dado un buen espectáculo, aunque también se podía ver de vez en
cuando cómo les daban algunas de plata. No obstante, el interés del mago no era
encontrar entretenimiento en aquella plaza rebosante de dicha y júbilo, sino dar con la
elfa de la que la gente le había hablado.

Buscó durante escasos minutos hasta llegar a la fuente de la plaza, donde encontró a
una maga de cabellos castaños que hacía trucos con el agua de la fuente para entretener
a los niños y a los no tan niños. Las sonrisas de felicidad y fascinación plagaban el
ambiente a su alrededor. Los más pequeños iban corriendo con ilusión a dejar las
monedas de cobre sobre la alfombra que había allí puesta, algo que sin duda ablandaba
el corazón de todo aquel que se parara a contemplar el espectáculo.

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Aquella hidromante empezó a hacer coloridos torbellinos con el agua de la fuente.
Luego los unió y formó una esfera que alzó alto en el cielo y que luego hizo explotar en
forma de miles de minúsculas motas de agua que cayeron sobre los que allí había
contemplándola de manera similar a cuando el rocío de una noche húmeda yace sobre
las hojas de las plantas y las flores.
Sin embargo, aquella mujer no era a quien estaba buscando, pero entonces miró a su
derecha y allí vio a alguien que encajaba con la descripción que le habían dado: una elfa
de una apariencia joven y bella. Para los ojos de un humano no parecía tener más de
veinte años, pero la edad de un elfo no era algo fácil de juzgar a simple vista, pues
pueden vivir cientos de años con una apariencia joven y hermosa.
Sus cabellos rubios casi blancos brillaban como el oro cuando la luz del sol se
reflejaba en ellos, y una corona hecha con una trenza de espigas rodeaba su cabeza junto
con dos más en cada patilla. Su piel pálida y suave como el marfil hipnotizaba a quienes
la miraban, pudiéndose ver cómo pecas tan oscuras como mil lunas eclipsadas yacían
sobre ella. Sus ojos resplandecían un verde más intenso que el de las esmeraldas ocultas
bajo tierra, y sus orejas puntiagudas causaban gran curiosidad entre aquellos niños tan
poco acostumbrados a ver elfos por aquellas tierras, los cuales contemplaban a su
alrededor cómo hacía aquellos trucos de magia con el agua de la fuente.

La elfa alzó una esfera de agua sacada directamente de la fuente con su mano
izquierda, y con la derecha comenzó a darle forma hasta crear un caballo en miniatura
cuyas melenas se convertían en motas de agua que se perdían en el aire. Luego comenzó
a hacer que galopara por el aire delante de los niños, quienes vanamente intentaban
atraparlo, pues al fin y al cabo seguía estando hecho de agua y al intentar cogerlo con
las manos lo único que conseguían era mojárselas y traspasar su figura sin que éste se
inmutara. Luego lo convirtió en una mariposa que revoloteó sobre sus cabezas,
tirándoles motas de agua que simulaban el polvo que estas criaturas poseen de forma
natural. Sonrisas de felicidad se plasmaron sobre sus rostros pulcros e inocentes, y
entonces la elfa cogió un sombrero de paja que tenía apoyado en el suelo para
extenderlo con la esperanza de recibir algunas monedas.

—Vamos, no sean tímidos. Cualquier donación, por muy pequeña que sea, me ayuda
realmente—pasó el sombreo por delante de los padres de los niños con una sonrisa que
le llegaba de lado a lado con el fin de agradar, pero todos ellos o bien miraban hacia
otro lado o bien directamente se marchaban con sus hijos—Por favor, tan sólo las
coronas necesarias para poder comer hoy.

Según iba viendo cómo todos se marchaban cuando llegaba la hora de dar algo por el
espectáculo otorgado, la sonrisa en su rostro se iba desvaneciendo cada vez más y más,
convirtiéndose en una expresión de decepción que apagó toda la luz que emanaba su
figura hacía escasos minutos. Tan sólo una niña no mayor de seis años permaneció allí,
y ésta le dio un dedal con el que había estado jugando todo el rato. Ella le sonrió y
después le dijo:

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—Toma. Esto es todo lo que tengo para darte. Es mi juguete favorito, pero puedes
quedártelo.

—Muchas gracias—la elfa quedó conmovida por su inocencia, y por ello le regaló
una sonrisa de agradecimiento. Luego se puso en cuclillas para ponerse a su altura y le
preguntó— ¿Cuál es tu nombre, pequeña?

—Ellie—respondió— ¿Y el tuyo?

—Yo me llamo Eurielle. Encantada de conocerte, Ellie—cogió su mano con dulzura


y la miró a los ojos—Gracias por regalarme tu dedal. Lo guardaré siempre.

Tras esto, la niña se fue sonriente. Sin embargo, la sonrisa de Eurielle desapareció
nada más ésta darse la vuelta. Se sentó en los escalones junto a la fuente y miró con
pena su sombrero de paja, viendo que no había logrado reunir ni siquiera diez coronas
de cobre en lo que llevaba de mañana. Tomó un leve suspiro, y la tristeza se plasmó en
su rostro. Oswin lo estuvo viendo todo desde lejos, y cuando la vio tan decaída se
acercó a ella.

—La función ha terminado—dijo Eurielle con desánimo y sin siquiera mirar a Oswin
a la cara, simplemente mirando al suelo con el rostro apagado.

—No deberíais sentiros triste por no recaudar lo que esperabais. Vos no sois quien
tiene el problema, sino ellos por no saber valorar vuestro talento—ante esto, Eurielle
alzó la mirada y lo miró confusa a los ojos.

— ¿Qué queréis?—preguntó con extrañeza.

—Tan sólo conoceros un poco mejor, señorita—contestó junto con una leve
sonrisa—He estado viendo vuestro espectáculo de magia desde lejos, y he de reconocer
que tenéis talento para la hidromancia.

—Bueno, gracias…

— ¿Podría saber dónde os instruyeron? Si no es mucho preguntar, claro está.

— ¿A qué vienen todas esas preguntas?—Eurielle parecías sentirse incomodada.

—Estoy interesado en reunir un grupo reducido para llevar a cabo una laboriosa
misión, así que, si me lo permitís, os preguntaré de nuevo. ¿Dónde os instruyeron?

—Estudié alta magia en Valas Châlathar durante quince años—respondió tras un


breve silencio, y después agachó la cabeza con tristeza—Y ya veis de qué me han

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servido, para acabar haciendo caballitos de agua para los niños y ni siquiera ganar las
monedas suficientes para comprarme la comida de cada día.

—No debéis sentir que la culpa recae sobre vuestros hombros—dijo Oswin—Sois un
pez grande en un estanque pequeño. Aquí jamás brillareis todo lo que realmente podéis.
¿Es que acaso pretendéis pasar el resto de vuestra larga vida de elfa en Imlanor
entreteniendo a niños pequeños cuyos padres no valoran vuestro talento?

Eurielle permaneció en silencio, sin decir una sola palabra. Miró a Oswin a los ojos
con una expresión triste y apagada, y entonces dijo:

—Vine aquí con el fin de poner a prueba mis conocimientos adquiridos durante los
últimos quince años en la Escuela de Alta Magia, pero ya veo que aquí no hay lugar
para gente como yo.

—Eso es porque aún no habéis aprendido a buscar—sonrió—Yo llegué a Nevelthia


hace ya dos años con el fin de instruirme con uno de los magos más poderosos del
mundo conocido: Voltimer van der Heymer, y desde que soy su discípulo he aprendido
cosas que jamás imaginé que aprendería a hacer.

— ¿Vos sois discípulo del gran mago Voltimer?—la sorpresa y la impresión


hablaron por ella—Creí que no aceptaba discípulos.

—No acostumbra a hacerlo. Es un hombre bastante… reservado para sus


conocimientos. No obstante yo me esforcé todo lo posible por tal de convertirme en su
alumno, y el día en que recibí una carta escrita personalmente de su puño y letra
diciendo que me acogería fue el más feliz de mi vida.

—Sois un hombre realmente afortunado.

—Vos también podríais serlo si lo deseáis—la miró a los ojos—Si verdaderamente


ansiáis demostrar vuestra valía como maga, tal vez esta sea vuestra oportunidad de
hacerlo, y estoy seguro de que mi maestro os recompensará aceptándoos como su
discípula si demostráis estar a la altura.

Tras oír esto, la expresión en el rostro de Eurielle cambió. Sus ojos recuperaron su
luz brillante después de que la ilusión entrase en ellos. Una leve sonrisa se dibujó en su
cara, y en su mirada se notaba que no le salían las palabras de la emoción, pero
finalmente asentó los pies brevemente en el suelo y dijo:

— ¿Habláis en serio? ¿Y qué tendría que hacer para demostrar mi valía?

—Transporto un valioso artefacto arcano para el maestro Voltimer. Es una pieza


esencial para una investigación a la que ha dedicado prácticamente toda su vida, lo cual

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hace esencialmente prioritario que llegue hasta Adenor de una sola pieza—miró a
Eurielle a los ojos—Para ello necesitaré una escolta no muy numerosa, pero sí capaz de
llevar a cabo esta travesía. Los caminos se han vuelto peligrosos con el tiempo y viajar
solo con un objeto tan valioso a nivel investigativo es un verdadero riesgo. Ya cuento
con la fuerza bruta que necesito para que nos defienda de posibles bandidos u otro tipo
de peligros. Ahora ando buscando un tipo de escolta más… arcana, digamos. Alguien
con conocimientos básicos sobre la magia además de mí es justo lo que necesito, y vos
parecéis la candidata más apropiada, así que decidme… ¿os veis interesada?

—Bueno, yo… no sé qué decir—dijo con voz nerviosa—No quisiera decepcionaros,


señor.

— ¿Por qué ibais a hacerlo? He de reconocer que quince años es poco tiempo de
aprendizaje, pero eso es desde el punto de vista de un humano. Vos siendo elfa debéis
de haber mostrado grandes progresos en poco tiempo dada la afinidad innata a la magia
propia de vuestro pueblo.

—Eeeeh. Bueno, sí, pero…

—Imagino que conocéis las leyes básicas de la Elendâhremnil.

— ¿Eh? Sí, sí. Las aprendí en su momento, aunque tendría que volver a revisarlas
para acordarme de todos los detalles—su piel se ruborizó como el atardecer, y era
incapaz de mantener la mirada fija en ninguna parte, mirando a todos lados.

—Y habréis estudiado el Teorema de Pêllagrin, ¿no es así?

—Sí, claro… Aunque, siéndoos sincera, soy más de práctica que de teoría.

—En ese caso intuyo que sois capaz de mantener hechizos por un largo tiempo, tales
como un proyectil ígneo o una luz del viajero.

—Bueno, el fuego no es el elemento que mejor se me da manipular—confesó con


una risa nerviosa—Como ya habéis visto, soy más de manipular el agua.

—Pero sabréis hacer algo más que simples formas de animales para entretener a la
plebe, ¿no?

—Eeeeh, sí, por supuesto—intentó camuflar los nervios, pero le resultaba imposible.

Oswin no parecía estar muy seguro de si realmente Eurielle era el tipo de persona a
quien iba buscando. Sus nervios al preguntarle acerca de la teoría de la magia y de los
hechizos que conocía la delataron, y esto le disgustó.

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—Tal vez me equivocase con vos—la miró de arriba abajo con poca simpatía en su
mirada, mostrando decepción. Luego dio media vuelta y se dispuso a irse mientras decía
una última cosa—Necesito gente apta para esta misión, no alguien que nos entretenga
durante el viaje con trucos baratos.

— ¡Esperad!—Eurielle lo alcanzó y se puso frente a él—Puede que no haya sido del


todo sincera con vos desde un principio. Yo… nunca he sido especialmente talentosa
para la magia, pero os aseguro que he hecho lo que más nadie ha hecho por conseguir
aprender todo lo que sé.

—El esfuerzo no sirve de nada si no se crían resultados, y vos no parecéis tener idea
alguna sobre alta magia—se dispuso a irse, pero Eurielle lo detuvo de nuevo.

—Escuchadme un segundo—lo miró con seriedad a sus negros ojos—Puede que no


tenga talento, pero sí tengo dedicación. He hecho todo lo que ha estado en mi mano por
conseguir llegar lejos en la magia, pues ese ha sido siempre mi sueño desde que era una
niña—calló durante breves instantes—Por favor, dejadme ir con vos y os demostraré
que estoy a la altura.

Oswin permaneció en silencio, dubitativo sobre qué hacer. Miró a Eurielle a los ojos,
viendo en ellos el ardiente deseo de poner a prueba sus habilidades para así poder
cumplir su sueño e instruirse con magos verdaderamente poderosos. En cierto sentido le
recordó a él cuando era más joven, ardiente en deseos de querer mostrar su valía en la
magia y de convertirse en un poderoso mago que llegase lejos y fuera recordado con el
pasar de los siglos. Entonces, tras un breve silencio, le dio una respuesta.

—Muy bien. Vendréis con nosotros, pero sólo y únicamente bajo la condición de que
lo haréis con el único fin de convertiros en alumna del maestro Voltimer, ¿entendido?—
dijo con claridad—Hasta que no demostréis que verdaderamente sois merecedora de
una recompensa por vuestros servicios no veréis ni una sola moneda.

—Estoy conforme con eso—respondió ella—Os demostraré que no habéis cometido


ningún error habiéndome dejado unirme a esta misión.

—Eso espero—dijo—Por cierto, mi nombre es Oswin.

—Eurielle—le estrechó la mano con firmeza, mostrando seriedad— ¿Cuándo


partimos hacia Adenor?

—Probablemente mañana al medio día. Hoy me dedicaré a buscar más miembros


aptos para la misión. Con dos más será suficiente.

—Si os sirve de algo, hace poco llegó un dracónido a la ciudad y, como ya


imaginareis, ha causado sensación entre la gente de por aquí. No todos los días se ve un

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hombre dragón venido desde tan lejos por estas tierras—dijo Eurielle—Por lo que tengo
entendido, es un caballero en busca de ayudar a los necesitados con el único fin de
seguir una senda heroica y honorable. Tal vez deberíais ir a hablar con él. Estoy segura
de que estará dispuesto a realizar tan largo viaje tan sólo por ayudaros, y seguro que su
honor le prohíbe cobraros nada por hacerlo.

—Mmmm. Supongo que le podría preguntar si se ve interesado—dijo Oswin con


interés, especialmente por la última frase que había dicho Eurielle—Os veré mañana al
medio día en los establos de la ciudad.

Ambos se despidieron tras haber finalmente hecho un trato. Oswin ya contaba con un
mercenario y con una aspirante a maga que, pese a ser bastante novata, tenía las ganas y
el latente deseo de llegar lejos y de convertirse en una poderosa hechicera algún día.
Gracias a esto había conseguido librarse de tener que pagarle por acompañarle, pero aún
debía reunirse con aquel caballero dracónido del que le acababan de hablar, el cual
seguramente sería de utilidad durante la travesía.

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Capítulo 3: El Caballero Dragón
Oswin paseó por la ciudad preguntando acerca de aquel llamativo caballero
dracónido hasta que dio con alguien que sabía de su paradero actual: un hombre que iba
cargando con un saco de patatas a la espalda.

—Disculpad, buen hombre—lo detuvo un segundo— ¿Habéis oído hablar vos del
caballero dracónido del que tanto se habla últimamente?

— ¿Os referís al hombre dragón del este? Sí, he oído hablar de él—respondió—
Dicen que se pasa todo el día en la Plaza Azul desafiando a algunos valientes a
derrotarle en un duelo singular con la espada. Al parecer le dará cien coronas de plata a
aquel que consiga vencerle, pero nadie lo ha logrado aún.

—Mmmm. ¿Por dónde queda esa plaza?

—Coged esa calle y luego id a la derecha—le señaló con la mano—Luego seguid


recto y llegaréis hasta la plaza.

—De acuerdo—dijo Oswin—Muchas gracias, que tengáis un buen día.

—Igualmente.

Aquel pueblerino siguió su camino y Oswin el suyo. Siguió sus indicaciones hasta
llegar a la plaza, y una vez allí no fue demasiado difícil encontrar al caballero
dracónido, pues una multitud se había concentrado alrededor de donde se estaba
llevando a cabo un combate en ese momento. Entonces se abrió paso entre la gente y en
ese momento vio a los dos guerreros luchar. Uno tenía pinta de ser un simple plebeyo al
que le habían dado una espada y una armadura y lo habían metido ahí dentro a pelear
por una bolsa hasta arriba de monedas. Con un poco de suerte podía tratarse de un
matón que se había instruido solo en la lucha con la espada.

— ¡Vamos, Bill! ¡Demuéstrale a ese lagarto cómo se lucha en Verland!—se oyó


gritar a una mujer entre la muchedumbre que rodeaba a ambos luchadores.

Aquel muchacho no parecía estar del todo convencido, incluso parecía asustado,
aunque no era de extrañar; la figura de su contrincante infundía miedo y seguramente
jamás había visto a un hombre dragón en su vida. El otro guerrero era el ya mencionado
caballero dracónido, de escamas oscuras y enorme tamaño, rozando los seis pies de
altura. En su cabeza crecían dos cuernos hacia atrás, pero el derecho estaba roto por la
mitad, probablemente debido a una lucha pasada.

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Llevaba un pañuelo azul alrededor del cuello, y sus ojos de pupilas serpentinas tenían
un color casi tan plateado como el de su armadura tan bien pertrechada y reluciente. Su
escudo era de gran tamaño con un rostro gritando grabado en él y su espada tenía la
factura tradicional de su tierra natal; de un solo filo y con la guardia de mano por sólo
un lado, aunque aquella tenía la peculiaridad de que su pomo tenía la forma de la cabeza
tallada de un dragón, algo que complementaba con su indumentaria de caballero venido
de las lejanas tierras de Azz-Danay, más allá de Harth.

El joven Bill parecía nervioso e inseguro mientras que el caballero dracónido se veía
confiado, abriendo su guardia para provocar a su oponente y que así le golpeara.
Entonces, entre las provocaciones de su oponente y las voces a su alrededor clamando
que le diese una lección, se lanzó a por él con un tajo descendente sujetando la espada
con las dos manos. El dracónido bloqueó el primer golpe con su espada, pero el joven
Bill trató de asestar otro tajo ahora horizontal por la derecha. Sin embargo su ataque fue
demasiado lento y previsible. Estaba golpeando sin control, y eso le dio ventaja a su
oponente, el cual desvió un tercer tajo ahora por la izquierda nuevamente con su espada
y luego lo derribó con una patada frontal en el pecho.
Por esta caída, el joven Bill fue desprendido de su espada, a lo cual reaccionó de
inmediato intentando cogerla, pero antes de que pudiese siquiera extender su brazo el
caballero dracónido ya le había puesto el filo de su hoja en el cuello como señal de que
no moviera ni un músculo y de que el combate había terminado.

—Poneos en pie, amigo mío—le extendió la mano para ayudarle a levantarse.

Durante un breve instante, Bill permaneció pensando si debía aceptar su ayuda o


despreciarla. La humildad de aquel dracónido le resultó chocante, pues no esperaba que
un extranjero fuese a extenderle la mano después de básicamente haberle humillado
delante de la gente de Imlanor. Entonces, tras unos pocos segundos, aceptó su ayuda y
cogió su mano cubierta por un guantelete de acero plateado. Luego de esto el dracónido
le alzo el brazo en símbolo de respeto hacia él, lo cual provocó una reacción agradable
entre los allí presentes.

— ¡Dadle a este hombre un aplauso! ¡Ha luchado bien!—exclamó con un fuerte y


marcado acento del este, con eses vibrantes y erres muy sonoras.

La multitud aplaudió ante aquel honorable acto de humildad y respeto. El


comportamiento de aquel caballero venido de tan lejos llamó la atención de Oswin, eso
y su excelente manejo de la espada. Fue por esto que permaneció allí, expectante de su
próxima interacción con el público que le rodeaba.

— ¡Vamos! ¿Quién se atreve a entrar aquí a luchar?—miró a la gente a su alrededor


para ver si alguno se atrevía. Luego cogió una bolsa hasta arriba de monedas y comenzó
a enseñarla con el fin de ponerle los dientes largos a más de uno— ¡El que consiga

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vencerme se llevará esta bolsa de cien coronas de plata! ¡Venga! ¿Cuándo se os va a
presentar una oportunidad como esta?

Intentó animar a la gente a que se envalentonara a entrar, pero ninguno parecía estar
dispuesto a hacer tal cosa. Ya habían sido varios a los que habían visto ser derrotados de
manera humillante ante él, por lo que no se atrevían a hacerle frente. Entonces Oswin
dio un paso al frente y todo el mundo quedó entre extrañado y sorprendido, pues no
parecía ser un fiero guerrero a simple vista.

—Vaya, vaya. Mirad lo que tenemos aquí. Ni siquiera yendo al otro lado del mundo
consigo librarme de ver a un hombre de Harth—dijo con una media risa descaradamente
sarcástica— ¿Os atrevéis entonces a batiros en duelo conmigo?

—Me alegra ver a gente de Heffiir tan lejos de casa—contestó Oswin.

—Ojalá pudiera decir lo mismo—lo miró con cara de pocos amigos— ¿Qué queréis?
¿Venís a echarme de aquí también? ¿Es que Harth se os ha quedado pequeño?

—No creo que sea oportuno abrir viejas heridas del pasado—dijo con gran
seriedad—Ya sanaron hace mucho.

— ¿Eso creéis? Id a Azz-Danay y preguntadle a mi gente si piensa lo mismo—miró


brevemente a su alrededor, viendo entonces cómo la gente comenzaba a marcharse, y
luego se dio la vuelta y comenzó a caminar—Si no vais a luchar, marchaos. Estáis
espantando a mi público.

—Vengo a ofreceros un trabajo a la altura de vuestras habilidades como espadachín.

— ¿Y por qué iba a aceptarlo?—preguntó mirándole de reojo sin detener su


marcha—Perdéis el tiempo aquí, harthiano.

—Creedme cuando os digo que no os arrepentiréis si aceptáis el trabajo—Oswin


insistió—No dejéis que las viejas rencillas del pasado nublen vuestro juicio, sir.

— ¿Y qué trabajo tiene que ofrecerle un mago proveniente de Harth a un dracónido


de Azz-Danay? ¿Acaso tenéis asuntos pendientes con alguien y no queréis mancharos
las manos de sangre, o es que vuestra magia no puede protegeros y buscáis a alguien
que lo haga? En ambos casos, buscaos un mercenario, yo no lucho por dinero.

— ¿Entonces por qué lo hacéis?

—Yo lucho por honor. Lucho para honrar a mis antepasados y a mi país. Le muestro
al mundo lo que realmente significa ser un caballero: proteger al desamparado, defender

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al débil, cumplir los votos sagrados… Lucho por preservar lo que una vez fue respetado
y admirado en todo el mundo.

—Pues os aseguro que la oferta que os traigo será la muestra de honor que tanto
ansiáis—dijo Oswin—Ayudadme y seréis recordado por vuestro honor y vuestra virtud.

El dracónido se sentó y permaneció en silencio, pensativo. Su mirada y sus anteriores


palabras mostraban poco agrado hacia Oswin, pero de todas formas parecía que aquella
propuesta le interesaba, aunque fuera mínimamente.

— ¿Y cuál es ese trabajo vuestro?

—Necesito gente de vuestro temple para transportar una valiosa carga hasta
Adenor—contestó—Los caminos se han vuelto peligrosos y viajar solo trasportando
algo tan valioso es demasiado arriesgado.

— ¿Qué clase de carga transportáis? ¿Oro? ¿Joyas, tal vez?

—Tiene un valor menos… material. Lo que transporto es una antigua tablilla de


piedra de gran importancia para la investigación de mi maestro.

—Ya veo. Queréis que proteja vuestro cargamento y vuestras espaldas durante el
viaje hasta Adenor, ¿no es así?

—En efecto, así es—Oswin parecía esperanzado en que aceptaría.

—Pues lo siento mucho, yo no soy vuestro hombre—dijo—Como ya os he dicho


antes, buscaos un mercenario. Gente de ese tipo es lo que andáis buscando.

— ¡Pero necesito gente con vuestra destreza para el combate para asegurar esta
misión!—dijo casi suplicando—Por favor, sir, acompañadme y os aseguro que seréis
recompensado con todo aquello que deseéis.

—Lo que yo más deseo, ni vos ni nadie puede dármelo—lo miró a los ojos con
frialdad.

— ¿Y qué es aquello que más deseáis?

—No es asunto vuestro—dirigió su mirada al suelo con una seria expresión, como si
una vieja herida se hubiera abierto en su interior. Oswin permaneció mirándole,
pensando de qué manera podía lograr convencerlo de que se uniera a su causa, hasta que
finalmente se le ocurrió una idea.

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—Oíd, os propongo un trato—dijo así, y el dracónido alzó la mirada—Ansiáis
encontrar a un hombre capaz de venceros, ¿no es así? Pues yo conozco a uno que podría
ser un digno rival para vos. Si consigue derrotaros, nos acompañareis en este viaje. Si
no, podréis seguir vuestro camino y nosotros seguiremos el nuestro. ¿Trato hecho?

Le extendió la mano, y entonces el dracónido se levantó del escalón en el que se


había sentado. Miró la mano del mago y luego lo miró a los ojos con una penetrante
mirada a través de sus argénteos ojos de serpiente. Y así, tras un breve silencio
inquietante, le estrechó la mano.

—Trato hecho—dijo—Pero recalco, sólo iré con vos si vuestro hombre consigue
vencerme en un combate limpio. Nada de trucos sucios ni de trampas.

—Descuidad—sonrió—Será un combate limpio.

—Bien. Ahora… ¿Quién es vuestro hombre?

—Dadme una hora y os lo traeré.

—Muy bien, pero sólo una hora, ni más ni menos—dijo—Si tardáis más que eso, no
habrá trato.

—Como vos deseéis—asintió con la cabeza—Os veo dentro de una hora. Llamad a
vuestro público para que presencie la lucha si así lo deseáis.

Permaneció allí esperando, y Oswin se dirigió hacia La Escupidera a por su hombre.


Buscó a Preston y le explicó qué era lo que quería que hiciese, consiguiendo finalmente
convencerle de que lo hiciera. Ambos llegaron a la Plaza Azul en cuestión de media
hora, y allí ya se había concentrado un gran número de personas. Por lo menos treinta se
reunieron aquel día para presenciar la lucha del invicto caballero dragón y su anónimo
contrincante, el cual no causó muchas alabanzas entre la gente; más bien abucheos y
burlas. Sin embargo, tan sólo hacía falta que el hombre dragón hiciera un ligero
movimiento de brazos hacia arriba para que todos lo alabasen. La gente lo amaba, era el
campeón del pueblo para ellos. Se había ganado sus corazones.

— ¡Bien! ¡Veamos a quién nos ha traído el mago!—hizo un par de movimientos con


la espada para impresionar al público.

— ¿Ibais en serio cuando decíais que sería algo sensato que viniese con nosotros a
Adenor?— preguntó Preston.

—Que no os engañe su fanfarronería. Es un gran combatiente, así que no os confiéis.

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—Me parece que no soy yo quien tiene exceso de confianza—miró al dracónido
mientras hacía su numerito para que todo el mundo lo alabara, lo cual le resultaba
estulto y ridículo.

— ¡Adelante! ¡Entrad en el círculo! ¿A qué esperáis?—tentó a su rival a entrar, y


acto seguido Preston dio un paso al frente y se metió dentro del círculo formado por la
multitud expectante.

Miró a su contrincante bien pertrechado, lo analizó de arriba abajo con una mirada
fría plasmada en el rostro. Luego desenvainó su espada y acto seguido comenzó a
caminar en círculos a la par que lo hacía su oponente, mostrando así ambos su juego de
pies. Preston no llevaba escudo, lo cual le daba cierta desventaja. Sin embargo, tanto su
constitución como su coraza eran más ligeras, lo cual lo hacía más ágil y rápido. Gracias
a esto pudo esquivar con facilidad los ataques del caballero dragón, el cual fue a la
ofensiva prácticamente todo el tiempo. Dejó que atacara varias veces con el fin de
estudiar sus movimientos hasta encontrarle un punto débil, viendo entonces que su
debilidad se hallaba en sus piernas, las cuales movía con lentitud debido al peso de su
cuerpo y su armadura.
Sus aceros chocaron varias veces, siempre siendo el dracónido quien atacaba y
Preston quien defendía. En cierto momento el caballero dragón logró acorralarlo
poniéndolo de espaldas al muro de gente que los rodeaba, pero entonces, cuando fue a
asestarle un tajo en diagonal, una sutil esquiva seguida de una zancadilla fue suficiente
para hacer que todo su peso y su fuerza se volvieran contra él, cayendo hacia delante
encima de la muchedumbre, quienes lo cogieron antes de que pudiera tocar el suelo.
Preston aprovechó este momento para retirarse con gran seguridad y con una sonrisa,
mirando cómo su adversario recuperaba la posición y cómo la ira inundaba sus ojos.

—Os voy a quitar esa sonrisa de la cara—dijo enfurecido tras haber sido humillado
con ese traspié.

—Así que este dragón escupe fuego—Preston se burló—Venid y abrasadme, sir.

Dicha provocación resultó intolerable para el caballero dracónido, el cual se lanzó


con furia a por su contrincante. Las espadas chocaron nuevamente, siendo la ira del
dragón plateado tal que incluso logró desarmar a Preston, pero esto no fue problema
para él. Intentó golpearle varias veces con su espada, pero su oponente era más
escurridizo que una lagartija y logró esquivar todos sus ataques hasta hacerse de nuevo
con su espada tras meter el pie en la guardia de mano y luego alzarla en el aire para
cogerla de una manera realmente hábil.
Este último movimiento dejó a todo el mundo con la boca abierta, incluido a Oswin,
quien aún no había visto a Preston en acción. El caballero de Azz-Danay, sin embargo,
comenzaba a perder los estribos debido a las burlas provocativas de su adversario.
Cargó contra él con el escudo al frente con el fin de embestirlo, pero Preston se echó a

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un lado y con suma puntería le dio un toque en su hombrera derecha con su espada a
modo de advertencia, pues su temperamento le había hecho abrir la guardia.

—No hace falta que me matéis para ganar—Preston se rió.

— ¡Dejad de burlaros, miserable!—lanzó repetidas series de espadazos movidos por


la ira, por lo cual ninguno de ellos resultó exitoso.

Sus ataques fueron o bien bloqueados o bien esquivados. Fue entonces que, después
de cansarlo, Preston pasó a la ofensiva hasta que logró desarmarlo y derribarlo con un
barrido a la pierna. Luego de eso puso el filo de su espada en su cuello escamoso y lo
miró a los ojos, no siendo necesarias las palabras para darle a entender que el combate
había terminado. Todo quedó sumido en el silencio tras ver la derrota del caballero de
reluciente armadura ante un simple mercenario. No se oía absolutamente nada, sólo
algún que otro murmullo entre la gente. Oswin sonreía victorioso, sintiendo que había
hecho bien en elegir a Preston como su escolta para el viaje que les deparaba.

—Levantaos, sir—Preston le extendió la mano a su adversario derrotado y éste, al


igual que el joven Bill, permaneció breves instantes mirándolo a los ojos y planteándose
si hacerlo o no, pero finalmente dejó su orgullo a un lado y aceptó la ayuda, habiendo
así aceptado su derrota— ¿Me permitís un consejo?

—Sí. ¿De qué se trata?

—Nunca permitáis que la ira luche por vos—dijo—Un auténtico guerrero pelea con
la cabeza fría y el corazón ardiente, no al contrario.

El caballero dracónido guardó silencio unos instantes y agachó levemente la cabeza.


Aceptó el consejo sin nada que añadir, pues en el fondo sabía que tenía razón. Luego
miró a Oswin, el cual se aproximó a ambos tras haber terminado su combate.

—Buen trabajo, Preston—lo felicitó, y éste acto seguido se alejó tras envainar su
espada—Vos también habéis luchado bien, sir.

—Muy bien, habéis ganado—dijo—Os acompañaré en vuestro viaje hasta Adenor,


de ese modo cumpliré mi promesa.

—Sois alguien realmente honorable. Por cierto, ¿cuál es vuestro nombre?

—Kriv, podéis llamarme Kriv—respondió— ¿Y cómo os debería llamar a vos?

—Llamadme Oswin. Mi otro acompañante es Preston, y aún os falta una tercera


acompañante por conocer: una maga elfa venida desde Ephelia.

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— ¿Y cuándo tenéis pensado partir?

—Me alegra que preguntéis eso—dijo Oswin—Partiremos mañana al medio día,


aunque aún quisiera contratar a un último miembro, alguien que conozca bien estas
tierras y sus caminos. Vos por casualidad no conoceréis a nadie así, ¿verdad?

—No, la verdad es que no—contestó—Disculpadme. Tan sólo llevo mes y medio en


Nevelthia, y aún no manejo del todo bien el idioma como para entablar largas
conversaciones con la gente de aquí.

—No os preocupéis, seguro que Preston sabrá de alguien que nos pueda ser de
ayuda—se dispuso a marcharse—Os veo mañana al medio día en los establos, sir Kriv.

—Contad con ello—Kriv recogió su espada del suelo y la guardó en la vaina que
colgaba de su cintura, y luego se marchó de la Plaza Azul.

Oswin y Preston hicieron lo mismo, dirigiéndose ambos hacia La Escupidera para


descansar después de aquel día tan exhaustivo, y durante el camino conversaron sobre
temas relativos a la misión.

— ¿Dónde aprendisteis a luchar así?—preguntó Oswin—Dudo que os enseñaran eso


en el ejército.

—Estuve más de diez años sirviendo en el ejército. Luché en la Guerra del Tridente
al servicio del rey Emric, el legítimo heredero al trono imperial. Entonces vi lo que él y
sus hermanos hicieron con el imperio de su padre y dejé el ejército para hacerme
mercenario—explicó Preston—He recorrido medio mundo en los últimos catorce años.
He estado en prácticamente todo Nevelthia e incluso en Heffiir.

— ¿Habéis estado en mi tierra?—preguntó con interés— ¿Qué asuntos os llevaron


tan lejos de casa?

—El Haal-Ashak—contestó—Serví en sus filas por un tiempo. Vos debéis de


conocerlos bien.

—Sí… Conozco bien a los mercenarios del Desierto de Ashad—Oswin dirigió su


mirada al frente con expresión amarga en el rostro. Luego recordó la pregunta que le
hizo a Kriv antes de despedirse y volvió a hablar—Preston. ¿Sabéis vos de alguien que
conozca bien estas tierras y que pueda servirnos de guía?

—No sé de nadie en particular, pero creo que lo que andáis buscando es un


montaraz—dijo—Tienen fama de ser verdaderos expertos en cuanto a lo que conocer
estos lares se refiere. Recorren Nevelthia Central de norte a sur y de este a oeste.

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Conocen todos sus bosques y ríos, además de su fauna y flora. Sí, sin duda un montaraz
sería de gran ayuda en nuestra misión.

— ¿Y sabéis vos dónde puedo encontrar a uno de esos montaraces?

—Si os soy sincero, no, la verdad. Pero estoy seguro de que el viejo Robb conocerá a
alguno. Conoce a mucha gente gracias a su oficio.

Llegaron con la luz del sol desapareciendo a su paso y la oscuridad de la noche


pisándoles los talones. La luna se alzó en el oscuro cielo, otorgando luz al mundo junto
a sus únicas acompañantes, las estrellas, en esa noche fría y solitaria. La ciudad se
sumió en el silencio absoluto. La humedad del río impregnó las paredes de piedra con
motas de agua que volvían el ambiente aún más frío. Entraron dentro, y Preston fue a su
habitación mientras que Oswin se dirigió hacia la barra para hablar con Robb.

—Disculpadme—apoyó sus manos sobre la barra recién limpiada.

—Hola de nuevo, forastero. ¿Qué es lo que deseáis?

—Quisiera preguntaros algo.

—Adelante, preguntad.

—Preston me ha dicho que tal vez vos conozcáis a algún… montaraz, creo haberle
oído decir—dijo Oswin—Nos sería de gran utilidad contar con uno durante el viaje que
emprenderemos mañana. ¿Conocéis a alguno de esos montaraces por casualidad?

—Mmmm. Lo que es conocer no conozco a ninguno, pero sé de uno que vaga por
estas tierras a menudo—dijo—Su nombre nunca lo he oído, ni nadie de por aquí
tampoco, pero por estos lares se le conoce como el Errante.

— ¿El Errante?—aquel misterioso apodo le intrigó.

—Sí, así es cómo le llaman. Vaga por los bosques para luego desaparecer durante
meses, y rara vez se acerca a pueblos o ciudades—Robb hablaba con cierta inquietud
sobre este peculiar sujeto—Nadie sabe nada sobre él o su pasado; nunca habla con
nadie. Es un tipo de lo más extraño, pero sin duda es la clase de hombre que andáis
buscando. Conoce las tierras de Dorland, Verland y Fortland mejor que nadie de por
aquí, eso os lo aseguro.

— ¿Y sabéis dónde puedo encontrarle?

—Encontrarle no será fácil, señor. Nunca permanece mucho tiempo en ningún lugar,
así que puede estar en cualquier parte—respondió—Hace unos días estuvo aquí, en esta

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misma posada. Hacía seis meses que no venía, pero sólo pasó una noche y al alba del
día siguiente se marchó.

— ¿Sabéis adónde fue? ¿Le oísteis decir algo referente a su próximo destino?

—Como ya os he dicho antes, ese hombre nunca habla con nadie. Simplemente dice
las palabras justas y necesarias para luego irse—Robb permaneció un breve instante en
silencio, pensativo, como si estuviera tratando de recordar algo—Aunque, ahora que lo
mencionáis, recuerdo haberle oído decir que se dirigía a Cruce del Hierro.

— ¿Cruce del Hierro?

—Sí, es una aldea no muy lejos de aquí, a medio día de camino más o menos.

— ¿Sabríais indicarme su localización en el mapa?—Oswin sacó un mapa de


Nevelthia que guardaba en su bolsa.

—Sí, claro—cogió el mapa y señaló la ubicación—Está justo aquí, al pie de las


montañas. Es un antiguo estacionamiento minero que, como bien indica su nombre, se
dedica a la extracción del hierro.

—De acuerdo. Muchas gracias por la información.

—No hay por qué darlas—respondió—Con un poco de suerte puede que aún no se
haya ido de allí. Os aconsejo que lo busquéis en alguna taberna o en una posada, lo más
seguro es que de seguir allí esté durmiendo en una.

Terminada esta conversación, Oswin se fue a su habitación con la intención de


dormir y descansar para partir con su nueva escolta al día siguiente. Había conseguido
reunir a un mercenario, una elfa aprendiz de maga y a un caballero dracónido venido
desde la lejana Azz-Danay. Ahora sólo le faltaba un experto en el terreno que les hiciera
de guía durante el viaje hasta Adenor, y aquel misterioso montaraz al que llamaban el
Errante parecía ser su mejor opción.

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Capítulo 4: El Errante
Pasó la noche, tranquila y silenciosa, y el sol volvió a alzarse por el este un día más.
Nubes grises se alzaron en el cielo, cubriendo todo su brillante azul natural. Parecía que
fuese a llover el cualquier momento, pues la luz del sol sólo atravesaba las nubes en
contadas ocasiones, como si tratase de escapar de la oscuridad que la cubría. Oswin,
Preston, Eurielle y Kriv se reunieron en los establos como habían acordado, y allí
comenzaron a presentarse quienes aún no se habían conocido.

—Vos debéis de ser el famoso caballero dragón—Eurielle se aproximó a Kriv para


saludarle—Yo soy Eurielle.

—Eurielle…—la contempló pasmado por unos instantes—Había oído hablar de la


belleza propia de vuestro pueblo, pero jamás imaginé que la realidad pudiese incluso
superar a las habladurías.

—Oh, gracias…—su pálida piel se ruborizó tímidamente—Vuestras palabras son


realmente alentadoras. Sois todo un caballero.

—Veo que sir Kriv ya ha hecho muestra de sus dotes caballerescas, señorita
Eurielle—añadió Oswin—Permitidme que os presente a Preston. Él será quien
procurará junto con sir Kriv que nuestras vidas estén a salvo durante nuestro viaje.

—Un gusto conoceros al fin, mi lady—Preston hizo una leve reverencia con la
cabeza—Tal y como el señor Oswin ha dicho, yo seré el encargado de velar por vuestra
seguridad durante esta travesía.

—Agradezco vuestra preocupación, pero creo que sé cuidar de mí misma—respondió


sin sonar ofensiva, pero sí dejándole claras las cosas al mercenario.

—Bien. Ahora que estamos todos al fin reunidos, quisiera decir una cosa antes de
partir—Oswin llamó la atención de los tres—Como ya sabéis, nuestra misión es llevar
el cargamento hasta Adenor de una sola pieza. Si no nos demoramos y no surge ningún
improvisto, en menos de una quincena habremos llegado a nuestro destino—los miró a
todos a los ojos—Aprovecho este momento para recordar que no os ata ningún
juramento salvo el que habéis hecho al aceptar el trabajo. Habrá muchos días en los que
tendremos que dormir a la intemperie. Corréis el riesgo de coger toda clase de parásitos,
infecciones o incluso enfermedades. Os exponéis a tener que caminar bajo la intensa
lluvia propia del otoño en esta parte del mundo y a que el barro os sobrepase los
tobillos. Si no estáis dispuestos a afrontar estas adversidades, esta es vuestra
oportunidad de abandonar, después no habrá vuelta atrás.

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Los tres se miraron mutuamente. Preston parecía ser a quien menos le importaba
todo lo mencionado anteriormente, pues su rostro no mostró ningún tipo de expresión
de desagrado. Kriv en ciertos momentos parecía indeciso, pero finalmente le echó valor
al asunto y no se echó atrás. Fue Eurielle la que más parecía dudar al respecto. Se
pellizcaba las manos nerviosamente mientras los demás metían sus pertenencias en el
interior del carro, dudosa de si realmente estaba preparada para semejante partida o no.
Los parásitos, las infecciones, la lluvia, el barro, las enfermedades y la falta de higiene
la acobardaban, pero saber que de conseguir llegar a Adenor con el cargamento podría
convertirse en la alumna de uno de los magos más prestigiosos de su tiempo le daba la
fuerza suficiente para que todos aquellos miedos desaparecieran. Y así, habiendo
reunido todo su valor, puso sus pertenencias en el carro y se dispuso a marchar.
Tal y como estaba previsto, a medio día partieron rumbo a Cruce del Hierro en busca
del último miembro de su compañía. Llegaron al anochecer con una fuerte lluvia
acompañándoles desde hacía media hora. Las gotas los azotaban como látigos que les
hacían querer apresurarse, pero la lentitud de los bueyes caminando por el barro les
impedía aumentar el ritmo. Oswin iba conduciendo los bueyes con Eurielle sentada a su
lado mientras que Preston y Kriv iban a pie y con las botas embarradas, estando cada
uno posicionado a un lateral del carro. Todos llevaban unas largas capas encapuchadas
que los cubrían del agua, aunque éstas terminaron por empapárseles tras pasar más de
quince minutos bajo la lluvia intensa e incesante.

La aldea tenía un aspecto bastante sencillo. Las casas eran chozas de de madera y
techos de paja de lo más humildes. Su estructura se organizaba en dos calles
entrecruzadas, una de norte a sur y otra de este a oeste. En su centro se encontraba el
pozo del pueblo, donde sus habitantes cogían el agua que usaban en su día a día. Nadie
se encontraba fuera de sus hogares, pues aquella terrible lluvia otoñal era insoportable.
Solamente había alguien fuera; el vigilante de la entrada, quien guió a Oswin y su
escolta hasta los establos para que dejaran allí el carro.
Oswin pagó cinco coronas de cobre por el cuidado de los bueyes durante la noche y
por su desayuno al día siguiente por la mañana antes de que partieran. Le preguntaron al
vigilante acerca de algún establecimiento donde poder pasar la noche, y éste les
recomendó la única posada que había en la aldea: El Gato Negro. Los cuatro se
dirigieron hacia allí, y al entrar se encontraron en su interior a varios pueblerinos
bebiendo y hablando entre ellos, pero sin formar demasiado escándalo. El silencio se
hizo aún mayor cuando los vieron entrar, oyéndose un murmullo justo a continuación
mientras tenían sus miradas puestas en ellos. Sentados juntos en una mesa había dos
soldados del ejército verlandés, y el más ebrio de los dos se encontraba manoseando sin
consentimiento a la joven posadera que les estaba sirviendo la cerveza.

Se acercaron a la barra y allí otra posadera más se encontraba limpiando varias jarras
y picheles en una pila llena de agua con jabón. A decir por su aspecto se podía juzgar
que tenía entre cuarenta y cuarenta y cinco años de edad. Tenía los ojos marrones y el
cabello castaño como la madera de un joven roble, aunque esto no podía apreciarse con
claridad debido a la poca luz que había en el interior de aquel lugar.

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—Buenas noches, señora—dijo Oswin— ¿Os sobran cinco habitaciones libres para
esta noche nada más?

—Buenas noches—alzó la mirada y sus ojos quedaron abiertos como platos de la


impresión—Vaya, vaya. En todos mis años como posadera jamás me había topado con
tan peculiar grupo. Un verlandés, un hombre del este, una elfa y…—miró a Kriv con
auténtica extrañeza fusionada con inquietud— ¿Qué sois vos exactamente?

—Soy a lo que vuestro pueblo denomina como dracónido, pero en mi lengua natal
nos denominamos como archa-lozh—respondió—Provengo de las lejanas tierras de
Azz-Danay, al sudeste de Harth.

—Ya veo…—en su rostro la incredulidad crecía por momentos, y entonces miró a


Oswin, que era el más próximo a la barra— ¿Van a pagar una habitación individual para
cada uno o prefieren dos habitaciones dobles? Les recomendaría coger la segunda
opción. Cada habitación individual sale a diez coronas de plata mientras que cada
habitación doble sale sólo a cinco piezas más.

—En ese caso tomaremos dos habitaciones dobles, por favor.

— ¿Qué? ¡No podéis hablar en serio!—saltó Eurielle ciertamente alterada.

— ¿Qué problema hay?—preguntó Oswin confundido.

— ¡Pues que yo soy una mujer y vosotros tres hombres! ¡No puedo compartir
habitación con ninguno de vosotros!

— ¿Por qué no?—preguntó Kriv.

— ¡Pues porque no! ¡Desde siempre ha estado mal visto que un hombre y una mujer
compartan habitación si no están casados!

—Es una tradición típica en esta parte del mundo, mi escamoso amigo—añadió
Preston con su singular tono humorístico.

—Menuda tradición más estúpida. En mi tierra machos y hembras duermen juntos


sin estar casados. No necesitan amor para dormir.

—Pero las cosas son diferentes aquí, sir Kriv—dijo Oswin—Recordad que ya no
estamos en Heffiir, sino en Nevelthia.

—Bueno. ¡La cuestión es que no podemos pedir habitaciones compartidas!—volvió a


saltar Eurielle.

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—Vamos, mi lady, ¿qué más da? ¿Acaso tenéis miedo de nosotros?—Preston parecía
tomarse aquella situación a broma.

— ¿Y acaso veis vos que me ría con vuestras bromas estúpidas?—de repente sacó un
coraje que dejó a Preston callado para el resto de la discusión.

—A ver. ¿Entonces qué?—preguntó la posadera— ¿Van a dormir en habitaciones


individuales o compartidas?

—Lady Eurielle, en el nombre de mi padre y del padre de mi padre, os juro por mi


honor que si compartís habitación conmigo no os pondré una mano encima—dijo Kriv
con gran solemnidad.

—No es eso, sir Kriv. Agradezco vuestra cortesía, pero no es eso por lo que no puedo
compartir una habitación con vos. Es que…

—Miradme a los ojos, mi lady. No entraré hasta que vos me lo permitáis, y no saldré
hasta que vos me lo permitáis—dijo así, mirándola a los ojos con total sinceridad
plasmada en los suyos—Mi pueblo no comparte ni comprende muchas de las
perversiones de los hombres, así que no tenéis nada que temer.

Eurielle agachó levemente la cabeza y permaneció brevemente en silencio. Luego


miró a la posadera, la cual comenzaba a impacientarse, y acto seguido volvió a mirar a
Kriv, pudiendo ver aún en sus ojos la sinceridad que manifestó en sus palabras.

—De acuerdo—dijo con una tímida voz—Compartiré habitación con vos, sir Kriv.
Gracias por ser tan puro de corazón y alma.

—No hay por qué darlas, mi lady—hizo una leve reverencia.

—Serán dos habitaciones dobles al final—dijo Oswin al terminar la conversación.

—Perfecto. Tengo una al lado de la otra en el piso de arriba. Son las dos últimas a la
derecha—miró a su compañera, la chica que estaba siendo manoseada por el soldado
verlandés— ¡Fionna, ven y lleva a nuestros clientes a sus habitaciones!

— ¡Enseguida voy!—contestó Fionna, y una vez terminó de repartir las bebidas a sus
respectivas mesas fue hacia la barra—Acompáñenme, por favor.

Se dispuso a llevar a los cuatro al piso de arriba, pero antes de que diera un paso la
posadera al otro lado de la barra le cogió la mano y la frenó en seco. Luego miró al
soldado verlandés con asco y desdén y acto seguido acercó sutilmente la cara al oído de
su compañera.

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—Si vuelve a molestarte me avisas, ¿entendido?—dijo en una voz más baja, pero sin
llegar a susurrar, pues de hacerlo no podría oír nada con el ruido de ambiente.

Fionna asintió con la cabeza y se dispuso a acompañar a sus clientes. Todos la


siguieron, todos menos Oswin, por lo cual se detuvieron un momento y lo miraron para
esperarle, pero éste los miró y les dijo:

—Id subiendo y acomodaos. Yo iré dentro de un rato—los demás subieron, y luego


él miró a la posadera—Cuidáis bien de vuestras empleadas.

—Es lo que su madre hubiera querido—contestó ella mientras pasaba un trapo


húmedo por la barra para limpiarla—Su madre murió cuando ella no era más que una
niña. Entonces la acogí y la puse a trabajar en la cocina pelando patatas y fregando
platos. Ahora que se ha convertido en toda una mujer me ayuda a atender las mesas
mientras yo permanezco tras la barra, pero sigue siendo nada más que una niña y no
pienso tolerar que la toqueteen como si fuera una ramera. ¡Que se vayan a un burdel si
lo que quieren es sobar carne joven, pero que dejen en paz a mi pobre Fionna!
Demasiado ha sufrido ya…

—Vaya, lo… lo lamento mucho.

—Lamentarlo no sirve de nada, me temo—dijo mientras seguía limpiando la barra


con gran energía, pareciendo que canalizase su frustración de ese modo—Pero no os
habéis quedado aquí abajo para escuchar tragedias, ¿cierto? ¿Qué es lo que queréis?

—Tengo entendido que hace unos días llegó a esta aldea un montaraz conocido como
el Errante—dijo— ¿Sabéis si sigue por aquí?

—Sí… Es ese que está sentado en aquel rincón de allí—señaló no de manera muy
disimulada—Aunque, si yo fuera vos, no me acercaría mucho a ese hombre. No es de
por aquí, pero no sé de dónde viene. Ya ha estado aquí un par de veces, pero nunca
habla con nadie; simplemente paga el hospedaje, se sienta solo en ese rincón a beber y a
fumar y luego se esfuma sin dejar rastro, como un fantasma.

—Sí…Ya me han hablado de él y de su “peculiar” comportamiento—miró hacia el


rincón donde se encontraba, y luego volvió a mirar a la posadera—Es un hombre
extraño, sin duda, pero necesito hablar con él.

—Allá vos. Tendréis suerte si conseguís que os dirija la palabra, apenas nos la dirige
a Fionna y a mí…

Oswin se dirigió con cierta inquietud hacia donde estaba sentado el Errante. Al
acercarse pudo verlo mejor, aunque la oscuridad del rincón hacía que su rostro fuese
difícil de divisar. Sólo cuando la hierba de su pipa de madera de roble y caño largo

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prendía se podían ver brillar sus pardos ojos. Contemplaba la luna y la lluvia caer desde
la ventana que había justo al lado de la mesa donde él se encontraba, ligeramente
acostado para poder apoyar los pies en la silla del frente, viéndose así gracias a la luz de
la luna unas botas negras de cuero blando, desgastadas y llenas de barro.
Apoyada contra la mesa reposaba una espada larga de vaina negra con el pomo
cromado, y un arco largo descansaba apoyado contra la pared, mientras que un carcaj
lleno de flechas colgaba del respaldo de la silla en la que estaba sentado. Al ver cómo
Oswin se aproximaba dirigió un segundo sus ojos hacia él, pero al momento volvió a
mirar a la ventana sin decir ni una sola palabra.

—Disculpad. ¿Sois vos aquel al que llaman el Errante?

—Depende de quién lo pregunte—respondió con una voz áspera y sombría sin


siquiera dirigirle la mirada— ¿Os debo dinero?

—Eeeeh… no. No es a eso a lo que vengo, señor.

—En ese caso, sí, soy aquel al que llaman el Errante. ¿Qué queréis?

— ¿Os importaría si me siento?—señaló a la silla donde descansaban sus botas


embarradas, y el Errante respondió quitando los pies y dándole una patada para echarla
hacia detrás, interpretando Oswin que eso significaba que sí. Entonces acomodó la silla
y se sentó, miró la difuminada figura de su rostro rodeada por el humo de su pipa y
entonces se dispuso a hablar—De acuerdo. He venido hasta aquí solamente para
conoceros. Me han hablado de vos y de vuestras excepcionales habilidades y me
gustaría que…

—Parecéis asustado; os tiembla la voz—el Errante lo interrumpió— ¿Acaso lo


estáis? ¿Tenéis miedo de mí?

— ¿Qué? ¡No! Es sólo que… no sé—las manos le temblaban y la frente le sudaba,


casi no podía articular las palabras—Siempre acostumbro a verle el rostro a una persona
cuando hablo con ella.

Ante estas palabras, el Errante aproximó la cara hacia la luz arqueando ligeramente
la espalda y dejando sus brazos apoyados sobre la mesa, desvelándose así unos finos
guantes de piel cortados por la mitad de los dedos y unos brazaletes de cuero. Tenía los
cabellos negros y largos por el hombro con un aspecto sucio y descuidado. Su barba
también era medio larga, negra y desaliñada, con la peculiar característica de que se
abría en dos puntas al final. Sus ojos, como ya había visto antes, eran pardos y
apagados. Tenía dos cicatrices en el rostro, ambas en diagonal: una en el lado izquierdo
que le llegaba desde el moflete hasta la sien y otra en el derecho que comenzaba en el
pómulo y se perdía entre los pelos de su frondosa barba.

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Su mirada transmitía una frialdad mayor que la de la lluvia que caía sin cesar afuera
en la calle. Parecía como si en cualquier momento fuese a coger el enorme cuchillo de
caza que llevaba atado al cinto que le recorría el pecho en diagonal y fuese a degollarle
allí en medio, pero simplemente permaneció en silencio, esperando a que siguiera
hablando.

— ¿Mejor ahora? ¿Os sentís menos intimidado?

—Sí, sí… Mucho mejor, la verdad—tomó un leve suspiro—Como iba diciendo, he


oído que sois un… montaraz, creo recordar. Disculpadme, no he oído nunca esa palabra.
Como podéis ver, no soy originario de aquí.

—Sí, no hace falta ser especialmente listo para ver eso—comentó con una especial
falta de simpatía en su tono.

—Hehehehe, ya…—dijo tras una risa nerviosa—La cuestión es que ando buscando a
alguien que conozca estas tierras como la palma de su mano, pues yo y mis... “socios”,
digamos, queremos emprender un largo viaje hasta Adenor. Transportamos un valioso
cargamento para…

—Ya he oído suficiente. No me interesan los detalles—el montaraz le mandó callar


con un suave pero cortante ademán con la mano izquierda. Luego le dio unas cuantas
caladas a su pipa, expulsó el humo por la boca y por la nariz y entonces siguió
hablando—Así que… habéis venido hasta aquí en busca de alguien que os guíe por
estas tierras hasta Adenor, ¿no es así?

—Así es.

— ¿Y ya habéis pensado qué ruta tomaréis? Imagino que tendréis pensado entrar en
Fortland desde el sur por cuestiones de cercanía.

—La carretera del sur es demasiado peligrosa para tomarla en estos días que corren,
me temo—dijo Oswin—Los guerrilleros silvanos merodean esas fronteras y atacan a
cualquier cargamento que vean pasar por ese camino.

—En ese caso, ¿por dónde pensáis coger?

—Tenía pensado ir hacia el norte y luego al oeste hasta llegar al Puente de Ortham—
explicó—Una vez allí cruzaremos el río Eduin, pararemos en Rosa Negra y en cuestión
de un día más llegaremos a Adenor. A partir de ahí sois libre de ir a donde os plazca

—La ruta que decís es más larga y no mucho menos peligrosa—dijo—Bandidos y


criaturas de peor naturaleza merodean esos caminos al acecho de viajeros a los que
asaltar o directamente devorar, además de que dicho viaje nos llevaría casi una quincena

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hasta llegar a Adenor—se hizo un breve silencio mientras el Errante se sacaba la pipa de
la boca y chascaba la lengua—Definitivamente rechazo la oferta. No tomaré una ruta
tan larga y peligrosa pudiendo tomar otra más directa.

—Tal vez esto os haga cambiar de opinión—Oswin arrojó a la mesa una bolsa
mediana hasta arriba de monedas de oro. Había tantas que algunas hasta sobresalieron y
se derramaron por la mesa como si de vino se tratase. La expresión del montaraz cambió
nada más ver tales cantidades de oro. Cogió una de las monedas y la miró de arriba
abajo. Luego la mordió para ver si se doblaba, y en efecto así hizo. Eran cerca de cien
coronas de oro puro, algo que no se veía muy a menudo reunido en una sola bolsa.

—Una oferta realmente tentadora—sonrió levemente—Pero os aseguro que os harán


falta más de cien coronas de oro para que cambie de idea.

—Eso es sólo una pequeña fracción de lo que ganaréis si nos lleváis a mí y a mi


escolta sanos y salvos hasta Adenor—dijo Oswin, y el montaraz permaneció en absoluto
silencio ante dichas palabras—Dos de mis acompañantes aceptaron el trabajo sin ánimo
de lucro, así que sus sueldos son vuestros si hacéis bien vuestro trabajo. Si aceptáis aquí
y ahora, la bolsa es vuestra. Consideradla un adelanto de lo que os espera.

Durante varios segundos no dijo una sola palabra, pero en su mirada se podía
apreciar que en su mente corría un río de dudas. Miró la moneda que tenía en su mano
derecha y luego la lanzó al aire impulsándola con el pulgar para acto seguido volverla a
coger. Abrió la mano, y la cara que quedó levantada fue aquella en la estaba grabado el
antiguo emblema del Imperio; la cabeza de un león dorado puesta de perfil y rodeada
por un escrito que decía lo siguiente: «Larga vida al Imperio y a su dorada dinastía».
Entonces cerró el puño nuevamente y dijo:

— ¿Cuándo partimos?

—Mañana al amanecer—Oswin dibujó en su rostro una sonrisa que mostraba la


satisfacción por su triunfo—Me alegra saber que contamos con un hombre como vos
para esta travesía—le extendió la mano— ¿Entonces… tenemos un trato?

—Sí, supongo que sí—se la estrechó sin demasiado ánimo.

—Genial—dijo—A propósito, aún no nos hemos presentado. Mi nombre es Oswin,


¿y el vuestro es…?

— ¿Es totalmente necesario que demos nuestros nombres?

—Yo ya os he dado el mío, así que lo mínimo sería que vos me dierais el vuestro—
se hizo el silencio por breves instantes.

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—Arthor… Ese es mi nombre.

—Muy bien, Arthor. Os veré mañana por la mañana en los establos—Oswin se


levantó y se marchó a su habitación. El montaraz, sin embargo, permaneció sentado en
aquella silla mientras fumaba de su pipa y contemplaba la luna, sabiendo que un largo
viaje le esperaba cuando ésta se ocultase tras las montañas.

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Capítulo 5: Ojos en la Oscuridad
Tras aquella noche en la que no cesó de llover, el sol se alzó en lo más alto del cielo,
aunque constantemente cubierto por nubes grises y amenazantes. En efímeras ocasiones
brillaba con todo su esplendor, pues el cielo se despejaba ligeramente donde él se
encontraba. Los cinco compañeros partieron al alba siguiendo la carretera que llevaba
hacia el norte. La tierra estaba húmeda y embarrada, por lo cual los bueyes caminaban a
una velocidad tremendamente lenta. Al igual que el día anterior, Oswin y Eurielle iban
sentados en el carro mientras que Preston y Kriv iban a pie posicionados en sus
laterales. Arthor iba un poco más adelantado, haciendo reconocimientos del terreno que
se extendía ante ellos. Subió a lo alto de una ladera desde la cual podía divisar vastas
extensiones de verdes campos oscurecidos por el cielo gris. Divisó un lago a lo lejos,
junto al cual se hallaban un pequeño bosque de robles y abedules y una pequeña aldea
pegada a la orilla, y luego regresó junto al grupo.

— ¿Habéis logrado ver algo?—preguntó Oswin.

—Hay una aldea junto a un lago a unas veinte millas al norte—respondió—Si somos
rápidos, al medio día habremos llegado.

— ¿Sabéis el nombre de dicha aldea?

—Si la memoria no me falla, que no suele hacerlo, esa debe de ser la aldea de
Balerno—dijo con gran seguridad—El lago junto al que se encuentra es el lago Envill,
alimentado por el río Essin.

—Vaya, veo que hice bien en contrataros, maese montaraz.

—Vos no me contratasteis—contestó con sequedad—Necesitabais un guía y yo me


ofrecí a ayudaros a cambio de una buena suma, eso es todo.

—Bueno. ¿Acaso no es eso contratar a alguien?—preguntó Oswin confuso.

—No. Contratar a alguien es pagarle a cambio de que haga lo que vos le ordenéis sin
rechistar—dijo mientras seguía caminando—Yo os ayudo a transportar vuestro
cargamento y vos me pagáis por ello, pero eso no significa que podáis darme órdenes.
Son dos cosas muy diferentes.

—Si vos lo decís…—continuó arreando a los bueyes.

— ¿Estáis seguro de que ha sido buena idea llevarlo con nosotros?—le susurró
Eurielle al oído.

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—Empiezo a tener mis dudas…

—Más os vale hablar más bajo si no queréis que os oiga—dijo el montaraz, y tanto
Eurielle como Oswin se quedaron de piedra.

— ¿Pero cómo es posible que me haya oído?—se preguntaba ella a sí misma dentro
de su mente—Si apenas he podido oírme yo.

— ¡Por todos los dioses!—saltó Preston fascinado—Tenéis el oído de un zorro.


Procuraré alejarme lo máximo posible de vos cuando me entre un apretón. Seguro que
sois capaz de oír mis pedos a una legua de distancia.

— ¡No seáis grosero!—Eurielle lo miró con indignación— ¡Os recuerdo que viajáis
junto a una dama, señor Preston!

— ¿Y qué tiene eso de malo? ¿Acaso vos no os tiráis pedos?

—Bueno, yo…—se sonrojó por breves instantes— ¡Eso no os incumbe!

—Ahora me diréis que los pedos de los elfos huelen a rosas y que cuando cagáis
soltáis mariposas—siguió burlándose de ella, y entonces Oswin intervino.

— ¡Ya basta, Preston! Dejad a la señorita Eurielle en paz.

Tras estas palabras, Preston guardó silencio. Kriv no dijo nada al respecto,
simplemente se limitó a seguir andando junto al carro. Arthor seguía yendo por delante
para ir guiando a Oswin, quien conducía a los bueyes en ese momento. Eurielle sin
embargo permanecía callada y dudosa de si había hecho bien en aventurarse en un viaje
tan largo acompañada de cuatro hombres. La travesía apenas acababa de comenzar y ya
estaba comenzando a arrepentirse, pero el deseo de convertirse en la discípula del gran
mago Voltimer le hacía querer continuar, y así hizo.
Pasaron el cruce que llevaba a la ciudad de Enethron y siguieron hacia al norte. A la
izquierda del camino se encontraba el Bosque de Balerno, aquel que Arthor había
divisado anteriormente desde la ladera, y a la derecha una bajada no muy pronunciada
que llevaba hasta un valle de verdes extensiones. Al final de éste se veía la ciudad de
Enethron, la cual hubiera sido su mejor opción si hubieran cruzado Verland por el sur,
pero dado que Oswin no estaba dispuesto a tomar esa ruta, ésta iba quedándose cada vez
más lejos según iban avanzando hacia el norte. Unas dos leguas más adelante de su
posición por la derecha se alzaba el Monte Anfor, una solitaria montaña en medio del
vasto verde, tan sólo acompañada de pequeñas cumbres subordinadas a ella. Pese al gris
y oscuro día, las vistas de Verland seguían pudiendo apreciarse con claridad, algo que
dejó maravillados a Oswin y a Kriv, que eran extranjeros en esas tierras.

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El viaje continuó durante unas pocas horas más sin ningún atisbo de peligro
acechando la carretera ni ningún otro tipo de problema. Pero entonces, al pasar el carro
por un charco turbio y sucio que ocupaba prácticamente todo el camino, la rueda trasera
de la derecha quedó hundida en el barro, haciendo eso que todo el peso del cargamento
recayera sobre ésta y que por esta misma razón se rompiera. Oswin y Eurielle dieron un
bote desde el asiento del conductor cuando esto pasó, justo a la par que un estruendoso
crujido de la madera y el impacto contra el barro alertase a los demás. Todos fueron a
comprobar qué había ocurrido, viendo entonces que la rueda se había roto tras hundirse
demasiado profundo en el barro.

— ¡Joder, joder, joder!—maldijo Oswin tres veces— ¡Malditos sean el barro y la


lluvia, por todos los dioses!

—Hay que sacar el carro del charco—dijo Kriv—Tenemos que ver si tiene arreglo.
Oswin, vos conducid a los bueyes mientras nosotros levantamos el lado de la rueda rota
hasta sacarlo de este barrizal.

Dicho esto, Oswin se subió de nuevo al asiento del conductor. Kriv, Arthor y Preston
levantaron el lado que había quedado hundido en el barro para que los bueyes pudieran
seguir avanzando al menos hasta alejarse lo suficiente del charco, y mientras tanto
Eurielle permanecía junto al camino sin hacer nada, tan sólo mirando cómo los demás
hacían todo el trabajo.
Finalmente, con un esfuerzo que dejó a los tres fatigados, lograron sacar el carro del
agua encharcada y lo pusieron al borde del camino. Eurielle, viendo que ella era la única
que quedaba por hacer algo, abrió las aguas del charco con su magia para que pudieran
coger la rueda que había quedado hundida en él. Arthor fue quien la cogió, y nada más
cogerla el agua volvió a juntarse, habiéndole causado mantener este hechizo un gran
cansancio que se manifestó en su rostro y en sus fuertes respiraciones. El montaraz la
miró y, con especial falta de simpatía, le dijo:

—Podríais haber hecho eso antes, de ese modo la rueda no se habría hundido en el
barro. Ahora tendremos que estar aquí parados durante un buen rato.

—Se dice gracias, por si no lo sabíais—respondió ella con indignación.

— ¿Gracias? ¿Por qué? ¿Por habernos dado más problemas? Si lo que queríais era
descansar podrías haberlo pedido, pero no dejar que el carro se hundiera en el barro.

—La culpa no ha sido sólo de ella, sino de todos—intervino Oswin—Deberíamos


haber previsto que algo así podría pasar. Vos tampoco habéis sido precavido al no haber
estimado que ese obstáculo en el camino podría causarnos problemas, y se supone que
ese es vuestro trabajo.

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—Mi trabajo es mucho más que eso, harthiano—contestó mientras se acercaba al
carro para dejar allí la rueda—Si vos y vuestros acompañantes sois tan torpes de no
prevenir los problemas que un charco puede ocasionarle a un carro como el vuestro no
es mi problema.

— ¡Eh! ¡Incluíos a la hora de llamarnos torpes!—saltó Kriv indignado— ¡Vos


tampoco habéis hecho nada por evitar que esto ocurra!

—Mi trabajo es guiar el cargamento, el vuestro protegerlo junto con su transportista.


No esperareis que haga también vuestro trabajo, ¿verdad?

— ¿Entonces para qué necesitáis llevar tantas armas?—le preguntó airado, y


entonces Arthor se detuvo frente a él.

—Que mi trabajo no sea defender el carro no significa que no pueda defenderme a


mí mismo—le miró a los ojos sin mostrar temor pese a que el dracónido le sacaba
media cabeza y era mucho más robusto que él. Luego tiró la rueda rota a un lado y acto
seguido se alejó hacia el bosque.

— ¿Adónde vais?

— ¡A buscar leña!—respondió mientras seguía alejándose— ¡Lo más seguro es que


tengamos que pasar aquí la noche, a no ser que esa elfa se saque de la manga un hechizo
para reparar ruedas en el último instante!

Todos se miraron entre sí, esperando a que alguien dijese algo. Todos pensaban lo
mismo, pero nadie quería decirlo por miedo a ser el único que realmente lo pensase.
Oswin suspiró levemente para expulsar el estrés que en ese momento hacia presa de él,
y mientras tanto Preston revisaba con una rodilla hincada en el barro el lado por donde
la rueda se había roto.

—El peso del carro ha destrozado la madera por completo, aunque ya estaba
humedecida de antes. La humedad de aquí es criminal—explicó Preston—De solamente
haberse salido podría colocar la rueda de nuevo en su sitio, pero la pieza donde debería
ir colocada está hecha trizas. ¿Hay alguna rueda de repuesto en el carro?

—Ninguna—contestó Oswin—Las que veis son las que hay.

—Pues eso es un fallo bien gordo, permitidme que os diga—se levantó y se puso
frente a él—Tendré que ir a buscar ayuda, me temo. Sin una rueda de repuesto y sin las
herramientas necesarias poco se puede hacer.

—No contaba con el dinero suficiente para pagaros a todos y además comprar un
equipo de ruedas de repuesto.

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—Y no obstante tuvisteis para darle cien coronas de oro a ese montaraz—lo miró a
los ojos con recriminación.

—Pues de no haberlas tenido no hubiera venido con nosotros.

—Y ya veis de qué os ha servido eso—dijo así, y el mago guardó silencio y agachó


la cabeza—Ahora habéis perdido esas cien coronas y encima vais a tener que gastaros
más para poder comprar una rueda de repuesto—Oswin lo volvió a mirar a los ojos con
desagrado en su mirada— ¿Qué? No esperaríais descontarnos esto del sueldo, ¿verdad?
Como bien habéis dicho antes, la culpa ha sido de todos, incluido vos.

Aun con gran desdén, Oswin le dio el poco dinero que le quedaba a Preston para que
fuese hasta Balerno, que a pie tan sólo llevaría una hora de camino, y así comprase una
rueda de repuesto para que pudieran continuar. Esperaron a que Arthor volviera del
bosque con la leña para almorzar, dado que ya era la una y media de la tarde. Comieron
un estofado de verduras con carne de pollo que Oswin tenía guardado en tarros, y tras
todos terminar, el mago habló:

—Alguien debería ir a cazar algo para la cena—miró al mercenario, quien se estaba


quitando los restos de comida de entre los dientes con un pequeño palo que había
encontrado en el suelo— ¿Preston?

—Que vaya el montaraz; él cobra tres veces más que yo—se levantó de la piedra en
la que estaba sentado y tiró el palillo con el que se estaba limpiando los dientes al
suelo—Yo mientras tanto iré yendo a Balerno. Espero regresar con la rueda nueva y las
herramientas necesarias antes del ocaso.

—Buena suerte, compañero—le deseó Kriv, quien había permanecido en silencio


todo el tiempo. Luego miró a Arthor, quien estaba fumando de su pipa tras haber
terminado de comer, y le preguntó— ¿Queréis que vaya con vos a cazar?

—Sin ofender, lagarto, pero con vuestro tamaño y el ruido que hacéis al andar con
ese pedazo de armadura espantaríais a medio bosque. Más que una ayuda me resultaríais
una molestia—se levantó y se quitó la pipa de la boca—Iré yo solo.

—De acuerdo…—dijo en un tono que mezclaba ofensa con desagrado.

Preston partió hacia Balerno, y a su misma vez Arthor se fue a cazar. Antes que nada
comprobó la dirección en la que iba el viento para asegurarse de tenerlo siempre en su
contra. Luego preparó su arco y se adentró en lo más profundo del bosque. Durante
largo tiempo estuvo rastreando la zona en busca de huellas de algún animal. Halló heces
de ardilla y de ciervo, pero estas ya estaban muy secas, por lo que ya había pasado un
tiempo desde que fueron defecadas. Entonces halló un rastro realmente llamativo: unas

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huellas frescas de pezuñas de jabalí. Siguió el rastro con gran sigilo y cautela, siendo
como un fantasma entre la espesura. Finalmente captó el olor del jabalí arrastrado por el
viento y, sigiloso como un zorro, lo siguió hasta dar con él.
Escondido entre la maleza vio a un jabalí de un tamaño inmenso, el más grande que
había visto nunca. Estaba comiendo bellotas que había desparramadas por el suelo
caídas de los árboles mientras gruñía. Arthor se encontraba aproximadamente a quince
yardas de distancia del animal, las suficientes para poder asestarle un disparó certero.
Entonces cargó su arco suavemente, tomó un profundo respiro y luego destensó la
cuerda con suavidad, dejando que el aire le acariciase el rostro tras ésta rozárselo. Acto
seguido se escuchó un intenso guarrido de dolor al que siguió un violento trote del jabalí
tratando de huir, pudiendo oírse cómo las ramas se rompían a su paso.

El montaraz fue tras él. Siguió el rastro de sangre y ramas rotas que el animal había
dejado tras de sí, por lo cual encontrarlo no fue tarea difícil. Finalmente dio con él en un
claro ya bastante alejado de donde Oswin y los demás estaban acampados. Se había
tumbado en el suelo fatigado a causa del desangro, pues la flecha le había atravesado
una de las principales venas del cuerpo. Entonces se dirigió hacia el ya moribundo jabalí
y con su enorme y bien afilado cuchillo de caza le rebanó el pescuezo para que dejase
de sufrir.
El disparo había sido limpio y certero. Le había dado en el punto donde su piel era
más blanda y por ende más fácil de penetrar. Pero entonces, tras haberse echado encima
las medallas de haber cazado semejante ejemplar, Arthor percibió algo que lo inquietó
desmesuradamente. La flecha que había clavada en el cuerpo de aquel jabalí no era
suya, pues el color de las plumas era negro y no blanco. La sacó de un tirón y la
inspeccionó, viendo que la punta era de un hierro de peor calidad, además de que tenía
una forma irregular con un sobresaliente para desgarrar la carne cuando se sacara del
cuerpo de la presa.
Miró a su alrededor con gran tensión recorriéndole el cuerpo, sintiendo que varios
ojos le apuntaban desde varias direcciones. Giró la cabeza mirando a todos lados, pero
no lograba ver nada. Sin embargo, un olor que ya le resultaba familiar pudo ser
percibido por su agudo sentido del olfato, así que cogió aquella flecha, dejó allí el
cadáver del jabalí y se marchó corriendo en dirección al campamento. Se las ingenió
para evitar que le siguieran, habiendo hecho diversos ruidos en distintas zonas muy
alejadas las unas de las otras para así despistar a aquellos que lo acechaban. De este
modo pudo salir del bosque sin tener la sensación de que lo estaban siguiendo tras haber
estado ahí dentro durante casi dos horas. El sol ya comenzaba a querer ocultarse tras el
horizonte, tiñéndose por ello el cielo ligeramente de rojo. Oswin, Eurielle y Kriv
pudieron ver cómo venía jadeando a un ritmo medianamente acelerado, por lo cual
sintieron una mezcla de miedo y extrañeza.

— ¡Arthor! ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?—Oswin preguntó.

—No estamos solos—dijo tras recuperar brevemente el aliento.

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— ¿Qué?

—Estaba siguiendo el rastro de un jabalí—se detuvo para tomar aire—Entonces lo


encontré y le disparé. Luego fui tras él y lo hallé moribundo en un claro, pero resulta
que fallé el disparo—les enseñó la flecha que llevaba en la mano, y Oswin la cogió para
verla detenidamente.

— ¿Creéis que se trata de bandidos?

—Ojalá fuera eso. Un bandido no llevaría una flecha así en la vida—dirigió su


mirada hacia el bosque—Me temo que la rueda rota del carro ahora mismo es el menor
de nuestros problemas.

— ¿Qué hacemos entonces?—Eurielle parecía asustada.

—Deberíamos marcharnos—dijo Kriv.

— ¿Cómo? ¡No podemos dejar el carro aquí!—saltó Oswin igual de asustado que
todos—Esperaremos a que llegue Preston. Luego ya idearemos algo.

Escucharon al mago y esperaron a que Preston apareciera, el cual llegó con la rueda
de recambio y las herramientas cuando estaba a punto de anochecer. Le explicaron lo
sucedido y al igual que a todos los demás la inquietud y la inseguridad le invadieron.
Todos permanecieron muy alerta esa noche. No encendieron fuego alguno, siendo la luz
de unos pocos farolillos con velas en su interior lo único que los alumbraba durante
aquella oscura noche.
Preston estuvo intentando montar la rueda nueva bajo la presión de sentir los ojos de
todos en su nuca, incluidos los de aquellos que los acechaban. Los búhos ululaban
mientras que los grillos cantaban la melodía que abría paso a la noche. Todos
mantuvieron los ojos abiertos y bien atentos, pues no sabían si en cualquier momento
podrían asaltarles. Entonces, en lo profundo del bosque, un escalofriante sonido similar
al de una aguda risa se oyó entre los árboles.

— ¿Qué diablos ha sido eso?—Kriv miró con terror hacia el bosque.

—Gnolls, tal y como yo temía—respondió Arthor.

— ¿Gnolls?

—Engendros mitad hombre mitad hiena—respondió—Atacan a los viajeros


extraviados por caminos poco frecuentados, siempre en grupo. La carne humana les
fascina, y parece ser que pretenden hacer de nosotros su cena.

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— ¿Cómo de numerosos suelen ser sus grupos?—preguntó Oswin— ¿Suelen ir
armados?

—Rara vez superan la decena, a menos que se dispongan a atacar una aldea pequeña,
cosa que sólo han hecho en contadas ocasiones—miró hacia el bosque y calló durante
breves segundos—En cuanto a las armas, saben usar las comunes y corrientes, y de
estos sabemos ya que cuentan al menos con arcos y flechas.

— ¿Qué podemos hacer? ¡No podemos enfrentarlos en la oscuridad de la noche!—


Eurielle comenzaba a desesperarse.

—En eso he de daros la razón, señorita elfa—Arthor se levantó de la piedra sobre la


que estaba sentado—Debemos alejarlos de la carreta lo máximo posible aunque sea por
esta noche. Ahora mismo deben de estar siguiendo los rastros falsos que dejé a lo largo
del bosque, pero no tenemos mucho tiempo.

— ¿Y qué sugerís que hagamos?—preguntó Oswin.

—Vosotros quedaos aquí protegiendo el campamento. Yo mientras tanto pondré un


cebo para alejarlos de aquí.

— ¿Estáis loco? ¡Os matarán!—saltó Kriv.

—Es eso o convertirme en excremento de gnoll mañana por la mañana, lagarto—


miró a Oswin—Necesitaré tripas de pescado. He visto que guardáis varias sardinas
dentro de un recipiente de conserva. También necesitaré una botella de licor y un poco
de pimienta para intensificar el olor. Con todo eso crearé un almizcle lo bastante fuerte
como para captar su atención y alejarlos de aquí.

—Enseguida—Oswin se dirigió hacia el carro y comenzó a coger todas las cosas que
el montaraz le había pedido—Aquí tenéis. Esas sardinas iban a ser nuestro almuerzo
mañana, pero imagino que merecerá la pena la pérdida.

—Confiad en mí; sé lo que hago—cogió todas las cosas y se dispuso a marcharse—


Si no regreso, no vayáis a buscarme.

Dicho esto, Arthor se perdió entre la oscuridad. Su silueta se iba desdibujando según
iba avanzando por el camino. Los demás permanecieron mirándole hasta que ninguno
podía verlo ya, asustados y preocupados de lo que fuese a ocurrir.

— ¿Creéis que lo logrará?—le preguntó Eurielle a Oswin.

—No lo sé. Tan sólo espero que valga las cien coronas de oro que ha costado.

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—Hay que tener agallas para adentrarse en la oscuridad con esos seres merodeando
por ahí—comentó Kriv—Eso hay que reconocérselo.

Mientras ellos permanecían junto al carro, Arthor caminaba silencioso bordeando el


bosque. Sus pasos eran imperceptibles para el oído humano, como si de una sombra se
tratara. Se alejó bastante del campamento, y una vez lo suficientemente lejos comenzó a
hacer el almizcle. Destripó las sardinas con su cuchillo y luego esparció el licor por
encima para que éstas olieran aún más. Entonces abrió la pequeña cajita donde estaba
guardada la pimienta, cogió una pizca y la espolvoreó por encima de manera bien
repartida, habiendo así terminado de hacer el cebo para los gnolls.
Los demás seguían inquietos, temerosos tanto de que Arthor no volviera como de
que los gnolls les atacasen en cualquier momento. Preston ya había conseguido arreglar
la rueda, así que ahora sólo les quedaba aguardar al montaraz. Entonces un sonido se
oyó en la cercanía proveniente del camino, y todos se alarmaron y cogieron sus armas.
Oswin se hizo con una varita que llevaba amarrada al cinto, Preston con un hacha de
leñador que había en el carro, Eurielle con un báculo de madera y Kriv con su espada y
su escudo.

—Podéis bajar las armas, soy yo—se oyó la voz de Arthor entre la oscuridad, y luego
se le vio a él llegar—Ahora sólo queda esperar a que amanezca. Espero que el cebo
funcione; de no hacerlo estamos bien jodidos.

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Capítulo 6: El Asesino de Naarvin
Mientras Arthor, Oswin, Preston, Kriv y Eurielle eran acechados por los gnolls,
durante esa misma noche, un asesino vagaba por las calles de Naarvin. Una capa negra
con capucha y máscara cubría su rostro casi por completo, dejando únicamente sus ojos
marrones al descubierto. Amarrada a su espalda tenía una espada larga, y en su cintura
una algo más corta. Numerosos cuchillos iban enfundados en el cinto que recorría su
pecho en diagonal, y un negro atuendo lo hacía uno con las sombras.
Acechaba la entrada de una gran mansión desde el techo de una casa con la luna
llena tras él, siendo de igual modo imperceptible para cualquier ojo que no hubiera sido
entrenado con anterioridad, como si un fantasma vagara libremente por aquellos lares.
Aquella morada parecía ser su objetivo, pero estaba protegida por guardias enanos bien
armados y pertrechados, por lo cual debería hacer uso del sigilo si pretendía infiltrarse
en ella, ya que la fuerza bruta no parecía ser una opción a estimar.

Como una sombra se desplazó por los techos de las casas sin hacer el más mínimo
ruido. Sus pasos y saltos se amortiguaban como si caminase sobre arena, pareciendo que
no pesase absolutamente nada. Los guardias de aquella casa acomodada ni se inmutaron
de que alguien los acechaba desde arriba, pasándoles por encima saltando de techo en
techo sin que éstos pudieran siquiera sentir su presencia. La casa tenía un patio interior
que llevaba al resto de habitaciones con un impluvio justo en el centro para almacenar el
agua de lluvia. En ese momento estaba lleno hasta los topes, pues las lluvias de la noche
anterior habían servido de sustento.

—Los aposentos de Morkham deben de ser esa habitación de allí, ¿por qué iba a
estar tan vigilada si no?—susurró el asesino mientras observaba la habitación cuya
puerta se encontraba en el ala norte del patio interior, justo frente a él.

Caminó sigilosamente y agachado por las vigas del techo, que formaban un cuadrado
alrededor del patio. La puerta a la que se dirigía era la más grande de todas, la cual
custodiaban dos guardias con alabardas. Sorprendentemente no le vieron ni le oyeron.
Era como si no estuviera allí. Entonces hizo un análisis de la situación, viendo que no
podía matar a ninguno de los guardias o si no daría la alarma y echaría el factor sigilo a
perder. Por ello tuvo que idear una nueva manera de conseguir entrar en los aposentos
del tal Morkham sin ser visto ni oído.

—Tengo que deshacerme de esos dos guardias, ¿pero cómo?—miró a su alrededor en


busca de algo que le diese la respuesta, y entonces la halló en la bolsa de monedas que
llevaba amarrada al cinto— ¡Eso es! Ningún enano es capaz de resistirse a la tentación
del oro.

Arrojó la bolsa en medio del patio, y ese sonido metálico impactando contra el suelo
amortiguado por la tela captó la atención de los guardias de la puerta. Uno de ellos

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dirigió su mirada hacia el lugar de dónde había provenido el sonido, distinguiendo que
se trataba de algo metálico metido dentro de una bolsa. Entonces miró a su compañero y
le ordenó:

— ¡Eh! Ve a comprobar qué ha sido eso.

Su compañero se dirigió hacia la bolsa, viéndola entonces tirada en el suelo y


cerrada. Hincó una rodilla en el suelo y la cogió, luego la zarandeó junto a su oído y en
ese momento supo que había monedas dentro. Miró en todas direcciones, incluso al
techo de la casa, pero no conseguía ver nada; estaba demasiado oscuro. Entonces la
abrió y en ese momento lo vio: cerca de treinta nagams de oro bien guardados dentro.

— ¡Es una bolsa con monedas de oro!—exclamó con alegría—Ha debido de caérsele
a alguien.

— ¿Monedas de oro, dices?—los ojos se le abrieron aún más— ¡Déjame ver!

Se aproximó hacia donde su compañero se encontraba contemplando maravillado


aquellos nagams de oro. Parecían ignorar lo extraño que resultaba que una bolsa repleta
de monedas hubiera aparecido ahí de repente, pero si por algo eran famosos los enanos
era por ser avariciosos como nadie.

— ¿Cuánto hay ahí dentro?

—Unos treinta nagams de oro—respondió su compañero— ¡Es mi día de suerte!

—Querrás decir nuestro día de suerte, ¿verdad?—puso mayor fuerza en la


entonación de «nuestro».

— ¡He sido yo quien ha encontrado la bolsa!

— ¡Y yo he sido quien te dijo que fueras a comprobar!

— ¡Pues mala suerte! ¡Haber ido tú!

Comenzaron a discutir, dejando la puerta que vigilaban desprotegida. Entonces el


asesino la abrió suavemente y sólo un poco, procurando no hacer ruido. Luego la cerró
con sumo cuidado y de ese modo logró entrar en los aposentos de Morkham. La ventana
de la habitación que daba a la calle estaba abierta, y una corriente de fresco viento
entraba por ella, moviendo las cortinas y haciéndolas danzar por el aire. A la izquierda
había una mesa con un espejo delante, pareciendo ser el escritorio. A la derecha había
una alcoba de gran tamaño digna de un rey. Una alfombra traída directamente desde
Harth decoraba el suelo de la habitación, siendo aquello que antecedía a la enorme cama
cubierta por sedosas cortinas blancas.

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Se acercó agachado hasta la alcoba sin hacer un solo ruido. El enano que en ella
dormía roncaba tan fuerte que ni aunque fuera pisando botellas de cristal podría oírle.
Sacó su cuchillo de la funda y suavemente fue acariciando el borde del colchón para
taparle la boca antes de hundirle el puñal en el cuello. Ya era suyo, estaba a su merced,
pero entonces un sonido proveniente de su retaguardia lo alertó, a lo cual reaccionó
lanzando un tajo a ciegas con su daga. Su golpe fue frenado por una hermosa y joven
mujer de doradas melenas y ojos azules como el mar, la cual puso su cuchillo por
delante para detener el inminente avance de su arma. Sus atuendos eran similares a los
de él, negros para camuflarse en la oscuridad. Llevaba puesta una capucha que le cubría
gran parte del rostro, y a su espalda llevaba cargando un arco con un carcaj rebosante de
flechas. Su estatura era menor a la de él, pero su figura era bella y atractiva igualmente,
además de fuerte y atlética; el cuerpo perfecto para una asesina.

— ¿Seline?—susurró él con desconcierto— ¿Qué haces tú aquí?

—Lo mismo que tú, Erikus—respondió ella—He venido a matar a Morkham.

—No deberías estar aquí—Erikus parecía airado y preocupado—Si tu padre se entera


nos matará a los dos.

—No deberías tenerle tanto miedo a mi padre. Sabes bien que eres su favorito.

—No le tengo miedo, simplemente sé de lo que es capaz—permaneció en silencio


durante breves instantes—Ahora márchate y deja de inmiscuirte en mi trabajo.

— ¡He venido a ayudarte! ¿Así es cómo me das las gracias?—susurró con


indignación.

—Yo no he pedido tu ayuda, Seline—respondió con sequedad—Pones en riesgo toda


la operación haciendo esto. ¿Y si te han visto entrar?

— ¿Y si te han visto a ti, qué? ¿Es que tan bueno te crees que todos para ti no son
más que un estorbo?

—No es momento ni lugar para hablar de esto, Seline—dijo Erikus apurado, y en ese
momento se dieron cuenta de que Morkham había dejado de roncar desde hacía unos
instantes.

Ambos dirigieron lentamente la mirada hacia la alcoba, viendo entonces que el enano
los estaba mirando con terror y desconcierto en su mirada. Tenía el pelo muy oscuro y
la barba frondosa. Una cicatriz partida en tres recorría su ojo derecho de arriba abajo, y
sus cejas eran tan espesas que apenas podían vérsele los ojos, además de por sus tan
duras facciones.

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— ¡Intrusos!—pegó un salto de la cama— ¡Guardias, guardias!

Morkham dio la alarma, y en ese preciso momento Erikus se adelantó y le hundió su


daga en el corazón, matándolo así en el acto y siendo un grito ahogado y apagado lo
último que aquel enano pronunció antes de morir. Limpió la sangre del puñal con las
sábanas de la cama, y en ese momento los guardias irrumpieron en la habitación
dándole una patada a la puerta. Por lo menos tres pudieron ver entrando, más los que
iban de camino desde distintas partes de la casa, pues podían oírse las fuertes pisadas
por encima de sus cabezas y las voces gritando “¡Han irrumpido en los aposentos del
señor Morkham! ¡Rápido!”.
Antes esto, Seline se dispuso a enfrentar a los tres alabarderos que ya habían entrado
disponiéndose a usar su arco, pero antes de que pudiera hacerlo Erikus la apartó con el
brazo y se puso delante de ella, desenvainando su espada de la espalda y la más corta de
su cintura a continuación.

— ¡Vete de aquí!—exclamó mientras hacía frente a los tres alabarderos a la vez.

— ¡No pienso dejarte aquí solo!

— ¡Por una vez en tu vida haz caso a lo que te digo!—desvió la alabarda de uno de
los guardias y acto seguido lo tiró al suelo de una patada frontal— ¡Márchate!

Tras breves pero intensos segundos llenos de duda y frustración, Seline terminó por
escuchar y se marchó por la ventana. Él siguió combatiendo a los tres guardias, a los
cuales no mató pese a tener la oportunidad de hacerlo. Entonces comenzaron a llegar los
refuerzos y en ese momento supo que era hora de retirarse. Habiendo tirado el escritorio
de Morkham al suelo para conseguir escasos segundos de tiempo, Erikus logró salir por
la ventana y caer al suelo sin hacerse daño a pesar de haber una caída de cinco varas de
altura. Comenzó a correr por las calles en dirección al mercado de la ciudad, pero dos de
los hombres de Morkham lograron interceptarle y cortarle el paso en un callejón
estrecho. Sin embargo, esto no parecía ser detenimiento alguno para el ágil y habilidoso
asesino, quien saltó por encima de ellos usando sus cabezas cubiertas por un yelmo
plano como punto de apoyo para sus pies.
Continuó corriendo hasta llegar a la entrada principal de la ciudad; un enorme portón
con un sistema de doble puerta, siendo la exterior de madera y la interior de barrotes de
hierro movida por un mecanismo que se encontraba en lo alto de las murallas. Tras él
iban varios hombres de Morkham, los cuales gritaban “¡Coged al asesino!”, así que los
vigilantes de la puerta al ver la persecución y al oír esto se alarmaron de inmediato y
acorralaron a Erikus por ambos lados.

— ¡Tira las armas y pon las manos sobre la cabeza!—le ordenó uno de los hombres
de Morkham mientras lo apuntaba con su alabarda.

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Viendo que no había manera de escapar de aquella, Erikus se dispuso a rendirse.
Levantó suavemente las manos y se dispuso a desabrocharse el cinto donde llevaba
todas sus armas. Pero entonces, cuando todo parecía perdido, una flecha furtiva, rápida
y certera atravesó el cuello de uno de los hombres de Morkham que iba en cabeza. Cayó
y su cota de malla produjo un tremendo estruendo al chocar en seco contra el suelo,
dejando sin palabras tanto a Erikus como al resto. Todos miraron hacia el lugar de
procedencia del disparo, y en lo alto del techo de una de las casas próximas a la salida
vieron una figura femenina camuflada en las sombras. Era Seline, la cual en ese
momento se disponía a coger otra flecha de su carcaj para recargar su arco.

— ¡Es la cómplice del asesino! ¡Matadlos!—exclamó otro hombre de Morkham, y


todos cargaron contra él.

Con Seline proporcionándole apoyo desde aquel techo, Erikus volvió a desenvainar
sus espadas y comenzó a combatir contra los hombres de Morkham y los guardias de la
ciudad, procurando hasta el último momento no tener que matarlos si no era
verdaderamente necesario. Su compañera sin embargo no parecía tener reparo alguno en
acabar con todos ellos si hacía falta, pues cada disparo que asestaba daba en uno de sus
puntos vitales. Su destreza con el arco no parecía tener tenía igual; donde ponía el ojo
ponía la flecha. Entonces, desde lo alto de la muralla, los guardias de la puerta
encargados de mover el mecanismo comenzaron a dispararle con sus ballestas, pero
ningún disparo logró acertar debido a que el techo sobre el que estaba era oscuro y a que
ellos estaban demasiados lejos.

— ¡Hora de retirarse!—gritó Seline tras haber esquivado varios virotazos.

— ¡Aquí sigo estando un poco ocupado!—respondió Erikus mientras peleaba contra


todos esos guardias.

—Por el amor de Divanna…—de su carcaj cogió una flecha cuya punta tenía una
forma diferente, más gruesa y redondeada. Luego la disparó contra el suelo en el que se
encontraban peleando Erikus y los guardias y de ella comenzó a salir una nube de humo
blanco que dejó a todos sin poder ver más allá de sus manos.

Los enanos comenzaron a toser tras inhalar aquel humo extraño. Erikus, al llevar la
máscara que le cubría la nariz y la boca, pudo filtrar el aire, y además cerró los ojos
antes de que el humo le alcanzase. Aprovechando esta distracción huyó de allí en
dirección a donde Seline se dirigía. Ambos fueron corriendo y saltando por los techos
de la ciudad hasta llegar a una pequeña casa en la zona este. Ésta no estaba ni siquiera
amueblada en el piso de abajo, pero en el piso de arriba había una pequeña habitación
en la que la pared estaba llena de retratos de enanos hechos con grafito sobre papel y
con sus respectivos nombres apuntados, entre los cuales estaba el de Morkham dibujado
sobre una página de papiro roída y desgastada por los bordes.

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Erikus, una vez entraron en aquella casa que aparentemente parecía ser su piso
franco, se quitó la máscara para respirar aire fresco, pues el sudor y la saliva condensada
en la tela comenzaban a asfixiarle. Su rostro podía apreciarse ahora mucho mejor. Sus
labios y su nariz estaban perfectamente armonizados con el resto de su cara y una
oscura mancha ocasionada por los pelos de una barba afeitada de hacía menos de dos
días ocupaba sus mofletes, su bigote y su barbilla.

— ¿A qué ha venido eso, Seline?

—Creo que gracias es la palabra que andas buscando.

— ¡No, me refiero a qué ha venido eso de querer asesinar a Morkham cuando se


suponía que eso era mi misión!

— ¿Eso es lo único que te importa? ¿Tu misión? ¡De no ser por mí esos guardias te
habrían capturado!

— ¡Y de no ser por tu intromisión yo habría acabado con Morkham de una forma


limpia y silenciosa!

— ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso, eh? ¡Eso no lo sabes!

— ¡Claro que lo sé! ¡Estaba a punto de hundirle mi daga en el gaznate cuando tú


apareciste por mi espalda!—tras esto, los dos permanecieron callados. Erikus se veía
realmente airado, sin embargo Seline cambió su expresión a una más entristecida.

—Ahora entiendo por qué le gustas tanto a mi padre—lo miró a los ojos con rabia
ardiendo en ellos—Eres igual que él, incapaz de decir gracias incluso después de que te
salven la vida—el rostro airado de Erikus cambió a uno más dolido, habiéndosele
incluso destensado los hombros tras aquellas hirientes palabras. Entonces, dicho esto,
Seline se dio media vuelta y se dispuso a irse, pero él la cogió del brazo.

—Seline, escúchame—le suplicó ahora en un tono mucho más relajado, y ella lo


miró con desdén en sus ojos—Siento mucho haberte hablado así. Es que, esta gente a la
que matamos, son hombres muy peligrosos, y si a ti te pasase algo… no me lo
perdonaría jamás. Te quiero, y lo sabes, así que por favor… mantente alejada de esto.

Ambos guardaron silencio durante un momento. Seline agachó la cabeza y


reflexionó, mostrándose esto a través de su mirada. Erikus simplemente esperó una
respuesta, la cual le fue dada escasos momentos después.

—Tienes razón, y yo también lamento haber dicho eso—alzó la cabeza y lo miró a


los ojos—Ya sabes que yo también te quiero, pero no eres el único que sufre al pensar
que podría pasarle algo a la persona a la que más amas. Una vez me dijiste que

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estaríamos juntos para siempre, pues en ese caso hagamos esto juntos también.
Trabajemos como un equipo y no habrá nadie capaz de detenernos.

Dichas estas palabras, ambos se miraron y acto seguido, movidos por su deseo, se
dieron un cálido y largo beso que para ellos pareció durar un suspiro. Las caricias
aliviaron la ira que en los dos corría hacía breves instantes, y las miradas pidieron
perdón sin siquiera hablar. Entonces Erikus, mientras él y Seline se sonreían
mutuamente con las frentes pegadas y se acariciaban los rostros con las manos, dijo:

—Vayamos a ver a tu padre. Exigirá vernos de inmediato.

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Capítulo 7: El Paso de Anfor
Pasó la noche sin ningún indicio de que los gnolls siguieran merodeando cerca de
donde Oswin, Eurielle, Arthor, Preston y Kriv estaban acampados. Intentaron descansar,
pero ninguno podía pegar ojo aquella noche. El montaraz hizo la primera guardia y el
mercenario tomó su relevo. Entonces al fin amaneció y el silencio se hizo por completo.
Ningún sonido estremecedor proveniente del bosque volvió a oírse, y ninguna sombra
se veía moverse entre los árboles.
Arthor fue a explorar por los alrededores sólo para asegurarse de que los gnolls ya no
resultaban una amenaza, encontrando únicamente huellas de la noche anterior hundidas
en el barro. Tal y como había previsto, los gnolls mordieron el anzuelo, pues el cebo
que les había dejado ya no estaba, y por el silencio que había en los alrededores no
parecía que siguieran por allí. Regresó con los demás, quienes estaban desayunando
algo antes de partir.

— ¿Algún rastro de esos seres?—preguntó Oswin.

—No, tan sólo unas cuantas huellas cerca de donde coloqué el cebo—dijo—Han
desaparecido completamente, pero es probable que aún anden cerca. Los gnolls no
suelen alejarse demasiado de su territorio.

—En ese caso aún existe el riesgo de que nos los encontremos por el camino.

—Así es—miró hacia la carretera—Si continuamos por este camino lo más seguro es
que terminen alcanzándonos.

— ¿Y qué podemos hacer?—preguntó Eurielle preocupada.

—Podemos dar media vuelta y tomar el paso del sur—propuso Kriv—No creo que
los elfos silvanos sean peores que esos seres.

—Creí haber dejado bien claro que no tomaríamos el paso del sur bajo ninguna
circunstancia, sir Kriv—Oswin respondió con poca simpatía—Además, si damos media
vuelta ahora tardaremos el doble en llegar hasta Adenor, y el tiempo apremia.

—Tiene que haber otra opción—dijo Eurielle.

—Esta es nuestra única opción—se hizo el silencio durante breves instantes. Arthor
permanecía callado, pero pensativo, y entonces habló.

—Existe una opción más, un camino que podemos tomar y que no nos requerirá
demasiado tiempo—miró a Oswin—Podemos tomar el Paso de Anfor.

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— ¿Y a cuánto queda ese paso?

—Pues, si en vez de pasar toda la mañana discutiendo sin llegar a un acuerdo


partimos de inmediato, tal vez lo crucemos poco después del medio día.

— ¿Estáis seguro de que esos seres no nos seguirán hasta allí?—preguntó Kriv.

— ¿Habéis olvidado acaso quién es aquí el experto?—el montaraz le respondió con


sequedad, y Kriv gruñó—Lo único que buscan los gnolls es alimento, y aquí el único
que hallarán será a nosotros y a los bueyes. No gastarán tantas energías persiguiendo
una presa que no vale la pena el esfuerzo.

—En ese caso, tomaremos ese paso—dijo Oswin.

Recogieron todo y partieron rumbo al Monte Anfor. En cuestión de media hora


llegaron al cruce que llevaba hacia su destino, y en cuestión de una hora más llegaron
hasta la montaña. Era un pico bastante elevado, aunque no precisamente descomunal, de
unas mil trescientas varas de altura. Pequeños montes de menor tamaño subyugados a él
lo rodeaban, y entre ellos se formaba lo que se conocía como el Paso de Anfor. Mientras
lo cruzaban estuvieron quedando deleitados por su excepcional belleza. Allí no había
presencia alguna de la mano del hombre ni de ninguna civilización salvo la de la vida
misma, que crecía a su libre albedrío sin ninguna detención. Mayormente todo era muy
rocoso, pero eso no impedía que el verde creciera por aquellas vírgenes pendientes, ni
que animales como las cabras montesas saltaran apoyando sus patas en los casi
invisibles salientes de las cumbres, haciendo incluso que pareciera fácil. Junto a esto, un
río descendía desde la cumbre del pico más elevado, el conocido como el río Alto, el
cual sustentaba de agua a toda la vegetación de aquel lugar, otorgándole así a quienes
desearan cruzarlo unas vistas únicas e inigualables.
Pararon para comer junto a un arroyo entradas las dos de la tarde, y Eurielle se
aproximó a la orilla para lavarse la cara, las manos y las axilas. Acariciaba su suave piel
con el agua fresca traída desde la cima de la montaña, ignorando lo que ocurría a su
alrededor. Entonces Arthor se acercó y se puso de rodillas frente a la orilla, estando
posicionado a menos de una yarda a la izquierda de ella. Cogió un poco de agua con las
dos manos y comenzó a lavarse la cara. Luego comenzó a expulsar los mocos de sus
cavidades nasales taponándose un orificio con la punta del dedo y soplando con fuerza
por el otro, saliendo así todas sus mucosidades disparadas y cayendo éstas en el agua, la
cual corría en dirección hacia donde estaba Eurielle.

— ¡Santo Vâldahir! ¿Pero cómo podéis ser tan cerdo?—se levantó de un salto y miró
a Arthor horrorizada y asqueada.

— ¿Qué? Estaba aseándome al igual que vos.

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— ¡Os habéis sacado los mocos y los habéis dejado correr arroyo abajo, donde yo me
estaba aseando la mar de tranquila hasta que aparecisteis vos!

—Venga ya, no seáis tan exagerada—dijo él—Ya estaban prácticamente disueltos en


el agua para cuando han llegado a donde estabais.

— ¿Exagerada, decís?—exclamó indignada— ¡Vos lo que sois es un puerco y un


impresentable! ¡Un asilvestrado, eso es lo que sois!

—Prefiero ser todo eso que me habéis llamado a ser una niñita mimada que no es
capaz de vivir en el mundo exterior sin todas las comodidades de un palacete—dijo así,
acallándola bruscamente— ¿Creéis que no lo veo cada día en vuestros ojos? ¡No queréis
estar aquí, por mucho que pretendáis fingirlo! ¡Detestáis el olor de la mierda de los
bueyes, os da asco comer con las manos, y desde luego no soportáis mancharos de barro
vuestro preciado vestido! ¡Ahora os enfrentáis al mundo tal y como es, un lugar ruin e
inmundo, y ni siquiera sois capaz de pasar un día sin acicalaros el pelo!

Se hizo el silencio, y ninguno de los dos habló después. Ni Preston ni Oswin ni Kriv
intervinieron en la discusión, simplemente se limitaron a seguir comiendo. Cuando
terminaron cada uno rellenó su odre de agua aprovechando aquel arroyo y continuaron
la travesía a través del paso. Nadie decía una sola palabra, simplemente se limitaban a
andar o a arrear a los bueyes en el caso de Oswin. Eurielle, que iba junto a él,
permaneció con el rostro triste y en silencio, dolida por las palabras del montaraz; no
porque fueran equívocas, sino más bien por todo lo contrario. Sentía que no estaba
hecha para vivir en aquellas condiciones, y eso le hacía sentir una rabia hacia sí misma
que no podía describirse con simples palabras.

Llegaron al final del paso; un estrecho camino formado entre dos grandes peñascos
cuya separación formaba el carril por donde iban. A lo lejos ya podía verse de nuevo la
extensa pradera verde, pero algo los hizo detenerse antes de que pudieran salir. Un
tronco enorme yacía tumbado justo a la salida del paso, luego el carro no podía pasar.
Arthor lo vio el primero, y por ello mandó a Oswin detenerse.

— ¡Quietos!—susurró alarmado a la vez que hizo un brusco ademán con la mano


derecha para que se detuvieran.

— ¿Qué ocurre? ¿Una emboscada?—preguntó Oswin inquietado.

—No estoy seguro, así que no hagáis ningún movimiento brusco.

Arthor miraba en todas direcciones con ojo avizor, tratando de encontrar el escondite
de los asaltantes si es que se trataba de una emboscada. En lo alto de los peñascos vio
algo moverse como una sombra, pudiendo captar su movimiento durante sólo una
milésima de segundo. Frente a ellos había varios matorrales, y ocultos entre ellos pudo

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notar la presencia de varias figuras, aunque de manera difusa por toda la hojarasca que
las ocultaba. Miró detenidamente a la vez que aproximaba su mano derecha lentamente
hacia la empuñadura de su espada mientras sostenía la vaina con la izquierda. Comenzó
a desenvainarla suave y lentamente, y entonces, cuando ya llevaba un cuarto de la hoja
desenvainada, lo vio: un cuerpo humanoide con cabeza de hiena y cubierto por una
coraza de hierro oculto tras aquellos arbustos. Sus ojos negros transmitían una sensación
de terrible escalofrío y sus colmillos babeantes intimidarían a cualquiera, a cualquiera
salvo a Arthor, quien nada más verlo dio la señal.

— ¡Los gnolls nos han seguido! ¡A cubierto!—desenvainó su espada, y nada más


hacerlo dos arqueros salieron de su escondrijo a cada lado de lo alto del barranco y
dispararon al carruaje, fallando afortunadamente ambas flechas. Una fue hacia Oswin, la
cual se hundió en la madera justo al lado de su cabeza. La otra atravesó también el
carro, asustando así a los bueyes.

De los matorrales comenzó a salir más de media docena de gnolls armados con
hachas, espadas y mazas de hierro de muy mala calidad, estando algunas armas incluso
un tanto oxidadas. Todos iban mayormente cubiertos por pieles y placas de cuero, pero
uno de ellos, al que vio Arthor, portaba una armadura de hierro prácticamente completa,
además de un hacha pesada de doble filo. Este ejemplar era más grande que los demás,
de unos seis pies de altura, y aparentemente más inteligente, pues con un gruñido
entrecortado pareció ordenarles a los otros que atacaran. Todo indicaba que se trataba
del líder de aquella patrulla o alguna especie de macho alfa, pues todos le obedecían
mientras que él simplemente se limitaba a observarlo todo con las manos reposando
sobre su hacha.

Arthor fue el primero en entrar en combate, pues él iba en cabeza. Dos gnolls se
lanzaron con furia a por él, pero él les hizo frente pese a estar solo. A uno le desvió el
ataque con su espada y acto seguido le cortó el brazo para después derribarlo de una
pata frontal. Al otro le trató de asestar un tajo descendente aprovechando la inercia de la
patada, pero éste lo bloqueó con su mazo y se dispuso a morderle la yugular, aunque
antes de que pudiese siquiera estar a tres pulgadas de su cuello el montaraz ya le había
hundido su cuchillo de caza en el suyo.
Los siguientes en atacar fueron Preston y Kriv, quienes desenvainaron sus espadas y
cargaron de frente. El caballero dracónido logró frenar el avance de uno de ellos con su
enorme escudo, logrando además derribarlo y luego hundirle su acero en el corazón. El
mercenario no lo tuvo tan fácil, pues el gnoll al que se enfrentaba empuñaba una enorme
hacha y por ello sus ataques eran más contundentes. Lanzó un tajo horizontal hacia su
cabeza, pero Preston logró agacharse a tiempo y esquivarlo, haciendo así que la hoja se
hundiera en la madera del carro. Esto le dio ventaja, pues su enemigo tuvo que intentar
sacar el hacha ahora incrustada en la madera, y por ello terminó con una espada
atravesándole la cabeza desde la barbilla.

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Mientras tanto, Eurielle y Oswin se habían puesto a cubierto tras el carro, pues eran
el principal objetivo de los arqueros. El mago harthiano se dirigió a la parte trasera de
éste en busca de su barita, la cual encontró y se dispuso a usar acto seguido. Aguardó a
que la ráfaga de flechazos cesase, y una vez terminó salió y casi sin apuntar lanzó una
pequeña llama que al impactar contra las rocas tras las que se cubrían aquellos arqueros
hizo que éstas saltasen en mil pedazos de la explosión que se produjo. Esto mató a los
dos arqueros del lado izquierdo del barranco, y algunas de las rocas más grandes que
cayeron aplastaron a algunos de los gnolls que estaban saliendo de entre los matorrales.
Eurielle mientras tanto estaba aterrorizada, sin saber dónde meterse entre todo aquel
caos y aquella lucha. Entonces recordó las palabras que Arthor le había dicho hacía
menos de una hora, y esto le hizo ver que debía actuar para demostrarle que se
equivocaba. Vio cómo uno de los gnolls se dirigía hacia ella, y aunque con cierto temor
que hacía que las manos le temblaran, trató de conjurar un hechizo.

—Vamos, Eurielle. Demuestra tu valía—cerró los ojos mientras tensaba los dedos de
su mano derecha, trató de concentrarse y en escasos segundos una llama comenzó a
prender como una esfera flotante en su palma.

Miró al gnoll que se aproximaba hacia ella y, armada de valor, terminó el conjuro.
“¡Nâphalen!” exclamó a la par que extendía su brazo para lanzarle el proyectil, pero la
llama que brotó de su mano se extinguió nada más separarse de ella.

— ¡Oh, mierda!—exclamó al ver cómo su hechizo había fracasado, y luego vio cómo
aquel ser se aproximaba cada vez más, habiendo alzado ya su espada.

En ese momento, ella quedó petrificada, sin saber qué hacer en ese momento. Tenía
la espada que sería su ejecutora casi encima, pero en ese preciso momento una mano
frenó el ataque del gnoll. Era la mano de Oswin, quien había desviado el ataque con la
mano pese a no tener demasiada fuerza. Él y el gnoll comenzaron a forcejear,
chocándose mutuamente varias veces contra el carro y haciéndolo temblar.

— ¡Eurielle! ¡Corred! ¡Salid de aquí!—le gritaba, pues veía que se había quedado
paralizada por el miedo.

Ella no podía hacer nada por ayudarle, así que hizo justo lo que le ordenó. Se ocultó
bajo el carro mientras toda aquella batalla tenía lugar, deseando únicamente que aquella
pesadilla terminase pronto. Oswin seguía forcejeando con aquel gnoll, y por ello
ignoraba que otro se le aproximaba caminando lentamente por detrás. Sin embargo,
Arthor sí se dio cuenta de esto, y por ello cogió una espada corta de uno de los gnolls a
los que acababa de matar y se la lanzó al que Oswin tenía justo detrás como un arma
arrojadiza cuando ya había lazado su arma, logrando atravesarle con ella la cabeza por
la sien y dejar la hoja clavada en la madera del carro, por lo que su cuerpo ahora sin
vida se quedó de pie sostenido por la espada que atravesaba su cráneo.

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Ante esto, Oswin miró hacia atrás, viendo que había sido Arthor quien lo había
salvado. Lo miró y éste le respondió asintiendo levemente con la cabeza, y luego ambos
continuaron luchando. El gnoll que tenía encima trataba de morderle la cara, pero la
mano que tenía puesta sobre su cuello se lo impedía. Entonces, habiendo ya ideado una
manera de quitárselo de encima, quitó la mano de su cuello y, cuando se disponía a
morderle el pescuezo, lo empujó con hechizo de pulso que lo tiró al suelo de la fuerza
con la que el hechizo impactó en su pecho. Acto seguido aquella bestia trató de
levantarse, pero antes de que pudiera ponerse en pie Oswin ya había cogido su espada
del suelo mediante telequinesis y ya le había atravesado el corazón con ella.

Arthor seguía luchando solo contra todos los gnolls que le iban viniendo, pero esto
no parecía ser ninguna clase de complicación para él. Luchaba siempre empuñando su
espada con las dos manos, asestando así golpes más potentes y precisos. A uno incluso
logró desarmarlo, empujarlo de una patada contra la pared del desfiladero y acto
seguido, aprovechando la conmoción del golpe, meterle la espada por la boca y
sacársela por la nuca, habiéndolo matado en el acto.
Preston estuvo a punto de ser mordido por uno de esos seres en el cuello después de
que éste le desviara un mandoblazo de su espada y le abriera la guardia, pero él puso su
antebrazo derecho protegido por su brazalete de hierro nada más verle venir y gracias a
esto pudo contraatacar hundiéndole su acero en el estómago con la mano que le quedaba
libre. Kriv sin embargo era prácticamente impenetrable para los colmillos de los gnolls;
su cuerpo entero exceptuando su cabeza y su cuello estaba cubierto por una gruesa placa
de acero, además de que sus escamas eran más duras que la piel de un humano.
Combatió a aquellas bestias con la ferocidad y la fuerza propia de los de su raza,
logrando incluso decapitar a uno de un solo tajo de su espada.

Los gnolls iban cayendo uno por uno, y entonces el capitán vio que era la hora de
actuar. Cargó contra Arthor el primero, al cual consiguió quitarse del camino en
cuestión de segundos, mas no lo mató, simplemente continuó yendo hacia adelante.
Preston y Kriv fueron los siguientes en ser derrotados fatídicamente ante la fuerza y el
poderío de aquel alfa, cuyo objetivo principal aparentemente no era matar a nadie, sino
hacerse con algo que había dentro del carro, pues tenía su mirada fija en él y no hacía
otra cosa salvo avanzar e ir deshaciéndose de aquellos que le estorbaban.
Llegó hasta la parte trasera y comenzó a olfatear en busca de algo. Levantó el manto
que cubría todas las cosas que transportaban y se dispuso a coger una de ellas, pero
antes de que pudieran ver qué andaba buscando con tanto ahínco Oswin lo había
atacado lanzándole una descarga de rayos que salían directamente de sus dedos. Esto
logró electrocutar al gnoll alfa, el cual se retorció de dolor y quedó arrodillado con el
hacha haciendo de apoyo para no caer al suelo desplomado, pero aun así fue capaz de
volver a levantarse para acto seguido derribar al mago y disponerse a matarlo. Alzó su
hacha con gran violencia, pero entonces una flecha atravesó su costillar y del propio
impacto la soltó, cayendo al suelo justo tras él. Arthor le había asestado un disparo
certero en el único punto hueco de su armadura: el pliegue de sus costillas.

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Preston cargó contra él con la espada alzada para asestarle un mandoblazo
descendente, pero el gnoll alfa logró frenarla con la mano que le quedaba libre, pues con
la otra sujetaba la flecha que tenía clavada en las costillas. Apretó con todas sus fuerzas,
saliendo la sangre de entre sus dedos cerrados. En ese momento Kriv le atacó por el otro
lado, pero pese a estar herido reaccionó y le cogió la muñeca con la otra mano para
luego lanzarlo hacia atrás de una patada Fontal. Parecía imparable, y entonces, justo en
el momento en el que iba a acabar con Preston, Oswin saltó sobre su espalda y le dio
varias puñaladas en el cuello con un cuchillo que llevaban atrás en el carro.
El gnoll alfa agarró a Oswin de la túnica y lo lanzó hacia adelante, pero ya no tenía
fuerzas para seguir luchando, pues se estaba desangrando por el cuello. Cayó de rodillas
ante Preston, quien lleno de rabia y de ira y acompañado de un fuerte grito asestó un
último espadazo con todas sus fuerzas y terminó decapitándolo con un corte limpio y
regular, salpicándole la sangre en la cara y habiendo así muerto el último gnoll.

Terminó la batalla, y ahora todos los cadáveres yacían en el suelo. Arthor y Kriv
levantaron a Oswin del suelo y pusieron sus brazos sobre el hombro de cada uno para
llevarlo hasta un sitio donde se pudiera sentar, pues había quedado algo aturdido tras
haber sido lanzado por los aires y chocado contra el suelo.

—Gracias por salvarme la vida antes, montaraz—le dijo a Arthor.

—No lo he hecho por vos—contestó—Aún sólo me habéis pagado una pequeña


fracción de mi recompensa. Os necesito vivo hasta tener el resto.

—A vos sólo os importa el oro, ¿no es así?—dijo Kriv—Matáis y vivís nada más que
por dinero. ¿Es que no tenéis una causa por la que luchar o por la que vivir?

—A eso a lo que vos llamáis causa, lagarto, yo lo llamo supervivencia. No todos en


este mundo somos caballeros de reluciente armadura que viven de manera altruista y
realizan buenas acciones sin esperar nada a cambio.

—Por gente como vos el mundo está lleno de crueldad…—dijo con una mezcla de
desdén y desánimo en sus palabras.

—No, por culpa de la crueldad del mundo existe gente como yo—respondió, y acto
seguido ambos dejaron a Oswin sentado en el suelo y con la espalda apoyada contra una
rueda del carro.

— ¿Es normal que estos seres alcancen este tamaño?—preguntó Preston mientras
contemplaba el cadáver del gnoll alfa.

—Es la primera vez que veo un ejemplar tan grande como este—respondió Arthor—
Durante estos últimos años he matado infinidad de gnolls, y en todos ellos jamás me
había encontrado con uno así.

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Dicho esto, Eurielle salió de debajo del carro, sintiendo cómo las miradas de todos
estaban fijas en ella. Sentía cómo la juzgaban, pudiendo saber qué pensaban con sólo
mirarles, pues incluso ella sentía vergüenza tras el cobarde acto que había cometido.
Cada vez veía menos claro que realmente estuviese preparada para realizar aquel viaje
tan peligroso, y el resto del grupo tampoco.

— ¿Lo veis? Tal y como yo había dicho—dijo Arthor—No es más que una niña
queriendo jugar a ser aprendiz de mago.

—Que no os engañe mi apariencia joven, montaraz—contestó Eurielle con gran


seriedad—Puede que para vuestros ojos no sea más que una niña, pero con seguridad sé
que mi edad supera la de todos vosotros.

— ¿Y de qué os sirve haber vivido tantos años si después no sois capaz ni de hacer
bien un hechizo? ¿Es que acaso creéis que no vi cuando esa bola de fuego se os apagó
en la mano en el momento en que fuisteis a lanzarla?

—Generar un elemento de la nada es mucho más complejo que manipularlo, pero


claro, qué va a saber de eso un montaraz—se defendió con dignidad.

—Ojalá hubierais sacado esas agallas cuando los gnolls nos atacaron—dijo Arthor, y
ella agachó la cabeza avergonzada—Se os va la fuerza por la boca, señorita elfa.

—Ha sido culpa mía—dijo Oswin aún un tanto aturdido mientras intentaba
levantarse del suelo—No debí haberla dejado venir con nosotros. Creí que su
inexperiencia se compensaría con su dedicación, pero me equivoqué.

—Lady Eurielle y el señor Oswin no son los únicos que han cometido un error que
ha supuesto un problema para el grupo—Kriv miró a Arthor—Vos también cometisteis
uno al creer que esas criaturas no nos seguirían.

—Porque se suponía que no debían haberlo hecho—contestó—Los gnolls jamás


habrían arriesgado tantos miembros de su manada contra un grupo de gente bien armada
a plena luz del día. No es su estilo.

—Y sin embargo lo han hecho. No tratéis de exculparos.

— ¡No me exculpo, pedazo de necio!—Arthor comenzó a airarse, y su tono comenzó


a subir a la par— ¡Conozco bien a los gnolls, y sé que son demasiado estúpidos para
organizar una emboscada con tanta sofisticación como esta, y éstos así lo han hecho!
¡No nos estaban cazando a nosotros, venían buscando algo, algo que hay dentro de esa
carreta!

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Señaló al carro, y todos dirigieron su mirada hacia éste con los ojos llenos de duda e
incertidumbre. Entonces Preston, quien había permanecido en silencio, miró a Oswin y
preguntó:

— ¿Qué es lo que transportamos realmente, mago?

— ¿Qué? No pensareis de verdad que nuestro cargamento tiene algo que ver con esta
emboscada, ¿no?—Oswin reía nerviosamente— ¡O sea, es ridículo!

—El más grande podría habernos matado si así le hubiera placido, y no lo hizo.
Nosotros no éramos más que estorbos en el camino para él. Su verdadero objetivo era
algo que hay en el carro. Vos mismo lo habéis visto.

—Estaría buscando nuestros víveres para robárnoslos, pero no podéis pensar tan
descabelladamente y decir que quería llevarse una simple tablilla de piedra. ¿Para qué
iba a querer ese ser algo así?

—Nadie ha dicho nada acerca de una tablilla—saltó Eurielle, dejándolo así contra la
espada y la pared— ¿Es que acaso nos estáis ocultando algo, señor Oswin?

— ¿Qué? ¡No! He dicho lo de la tabla por… por poner un ejemplo—se le veía cada
vez más nervioso e incómodo—Os digo la verdad. No hay nada en ese carro que a mi
saber pueda causar que criaturas de esa calaña quieran atacarnos.

—Será mejor que dejemos de perder el tiempo con esto; pronto atardecerá—dijo
Arthor, y acto seguido se acercó a Oswin—Os creeremos por esta vez, pero a partir de
ahora no os pienso perder de vista ni un solo momento.

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Capítulo 8: Una Grieta en el Camino
Durante la madrugada anterior, poco antes de que amaneciera, Erikus y Seline se
dirigieron hacia Roca Austera, un castillo a las afueras de Naarvin en lo alto de una
colina. Como bien decía su nombre, el aspecto que transmitía no era precisamente
acogedor, y la oscuridad de la noche tan sólo lo hacía más inquietante. Además, en
aquella cima siempre soplaba un débil viento que arrastraba un aire gélido y helador,
haciendo de aquello un lugar realmente terrorífico.
Llegaron al portón principal, que estaba custodiado por dos guardias con largas
lanzas. Estos eran humanos, y sus armaduras estaban bien pertrechadas, llevando
además un yelmo que dejaba la mayor parte de sus rostros al descubierto.

—Adelante—les dijo uno de ellos—Será mejor que os apresuréis en dirigiros al


salón principal. Lord Loffir os está esperando.

Pasaron sin problema, y ambos pusieron rumbo hacia el salón principal, donde varios
guardias más vigilaban el lugar; cuatro exactamente. Una larga alfombra roja de bordes
dorados se extendía hasta unos escalones que subían dos varas en perpendicular hasta el
final del salón, el cual era iluminado por la luz de la luna que entraba a través de una
enorme vidriera que ocupaba prácticamente todo el muro. En dicho nivel había un
enano de largas barbas trenzadas de color pardo canoso sentado en un trono de piedra
tallada. Su posición en un punto ligeramente más elevado infundía temor y respeto pese
a su tamaño tan poco imponente, aunque no se podía decir lo mismo de su mirada, la
cual helaba el corazón de cualquiera que se atreviera a mirarle fijamente a su único ojo.

—Al fin habéis llegado—dijo desde su trono—Empezaba a impacientarme.

—Lord Loffir—Erikus se arrodilló ante él, y Seline hizo lo mismo justo después de
él—Mi señor, fui a asesinar a Morkham tal y como me ordenasteis, pero surgió una
complicación. Yo…

—No hace falta que me des explicaciones, muchacho—lo cortó bruscamente—Ya


estoy al tanto de todo lo ocurrido durante esta noche en las calles de Naarvin, incluido
vuestra poco sutil intrusión en los aposentos de Morkham.

—Mi señor, yo…

— ¡Asesinaste a tu objetivo tal y como se te ordenó, pero para ello permitiste que
toda su guardia y la de la ciudad misma supiera de tu presencia!—volvió a dejarle sin
hablar, y luego miró a Seline—Y tú, hija mía, tú tenías explícitamente prohibido ser
partícipe en esta misión que le encomendé a Erikus, y aun así me has desobedecido.

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—Padre, tan sólo quería demostrarte que soy tan capaz como Erikus de acabar con
nuestros enemigos—dijo mirándolo directamente, aunque notándose cierto temblor en
su voz al hablar.

—Y sin embargo has conseguido demostrarme todo lo contrario—respondió con


dureza—Has desobedecido las órdenes de tu padre y señor, y por ello debes ser
castigada.

—Mi señor—Erikus se levantó y lo miró fijamente—Seline no tiene culpa alguna en


todo esto. Fui yo quien la convenció de que viniera conmigo a esta misión pese a saber
que me había sido encomendada a mí únicamente.

— ¿Es eso cierto, hija?—miró a Seline, y ella miró a Erikus, no siendo las palabras
necesarias para saber lo que su mirada trataba de decirle.

—Sí, es cierto—respondió con la cabeza agachada, mirando al suelo y sin ser capaz
de mirarle directamente—Me negué a hacerlo en un principio, pero caí ante la tentación
de probarme a mí misma y demostrarte que estaba tanto dispuesta como preparada para
destruir a aquellos que tratan de hundirnos.

Dicho esto, el enano se levantó de su trono, bajó los escalones lentamente y se dirigió
hacia su hija aún arrodillada. Extendió su mano gruesa y llena de callos y le alzó la
barbilla para mirarle a los ojos, viendo que estaban humedecidos y que en ellos se
hallaba el arrepentimiento. Luego miró a Erikus, el cual retiró la mirada nada más tener
un ligero contacto visual con él, y entonces dijo:

—Ah… el amor, esa fuerza capaz de mover montañas y de hacer sucumbir grandes
imperios, y a su vez nuestra mayor debilidad. Hace que dependamos de aquello a lo que
más amamos, y eso mismo hace que nuestros enemigos puedan usarlo en nuestra
contra—desplazó su mirada de Erikus a Seline—Sé bien lo que es amar algo tan
ciegamente hasta el punto de ser capaz de dar la vida por ello, pero saberlo no significa
que esté dispuesto a permitir que la necedad de un amor joven y pasional me arrebate
aquello que más amo—se hizo un breve silencio—Habéis sido adiestrados para
convertiros en los mejores asesinos, pero vuestro amor os hace débiles, y la situación en
la que nos hallamos pone en juego mi nombre y mi reputación, así que no puedo correr
más riesgos—miró a Erikus, el cual esta vez sí le dirigió la mirada—Me resultas
demasiado útil para aplicarte un castigo físico, así que siéntete afortunado por ello, pero
vuelve a arrastrar a mi hija a tales riesgos de morir y pasarás el resto de tus días
encerrado en una mazmorra.

Erikus no dijo nada ante esto, simplemente permaneció callado y mirándolo


fijamente. Loffir le retiró la mirada y acto seguido volvió a dirigirse hacia su trono para
sentarse de nuevo en él.

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—Quiero que todos vosotros abandonéis esta sala, ahora—ordenó una vez sentado, y
todos se dispusieron a marcharse, pero entonces miró a Erikus y dijo—Tú no.

Se paró en seco, y acto seguido miró lentamente a Loffir con cierto temor grabado a
fuego en su expresión. Se acercó lentamente hasta el principio de los escalones, y
pacientemente esperó a que volviese a hablar.

—Imagino que no eres consciente de lo que tu error ha supuesto para mí y mis


intereses tanto dentro como fuera de Naarvin—dijo Loffir—Entre las calles de la ciudad
comienza a correr el rumor de que yo podría estar tras el asesinato de Morkham, y eso
no ayuda en mis relaciones con ciertos cargos a los que me interesa mantener
complacidos. Ya me he ocupado de contratar a gente que vaya acallando dichos
rumores, pero eso no va a ser suficiente para limpiar todo el estropicio que has formado.
Ahora nos ha surgido una nueva grieta en el camino: Bauglin Magrum.

— ¿Bauglin Magrum? ¿El regente de Naarvin?

—Bauglin aprovechará nuestro traspié para acometer contra nosotros y así destapar
todo lo que manejamos tan meticulosamente desde las sombras. Lleva toda su regencia
queriendo hacerlo, pero hasta este momento el oro había sido suficiente para mantener
corta su correa. Ahora que ya tiene una acusación de tales magnitudes como el asesinato
de un pez gordo como Morkham, es cuestión de tiempo que todas nuestras operaciones
se vayan desmantelando. Y claro, ninguno de mis socios quiere verse inmiscuido en
esto ni mantener buenas relaciones con alguien que ha sido acusado de un crimen así, y
dado que todo esto ha sido por culpa de tu… lujuria y tu necedad, tú serás quien lo
arreglará antes de que Bauglin comience a tirar más de la cuerda.

— ¿Queréis que asesine a Bauglin también? ¿Eso no le daría a la gente de Naarvin la


evidencia de que andamos tras todo esto?

—No hablo de asesinato, hablo de sabotaje—respondió—Necesito que consigas que


sus palabras se vuelvan contra él, hacer que pierda el poder que cada día va creciendo
en su mandato. Y, como ya te enseñé, el poder reside en el pueblo, y sin el pueblo
Bauglin no es más que un estorbo fácil de quitarse de en medio.

— ¿Y cómo puedo conseguir yo sabotear su mandato?

—De una manera realmente sencilla para alguien con tus cualidades—dijo—No
tendrás ni que mancharte las manos de sangre, tan sólo dejar a Bauglin en mal lugar
haciendo justo lo que él intenta hacer con nosotros: tirar de su cuerda hasta llegar a lo
más oscuro que se esconde tras su figura enaltecida. Roba uno de sus preciados anillos,
ya verás que siempre lleva la mano derecha llena. Luego llévalo a cualquier burdel de
los suburbios y convence a alguna fulana de que lo acuse falsamente de haber sido su

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cliente en una noche de pasión. Eso hará que pierda credibilidad ante la gente de la
ciudad después de haber prometido que acabaría con la prostitución durante su regencia.

—Eso no será tarea difícil, mi señor—dijo Erikus confiado.

—Lo sé, pero eso no será suficiente para deshacernos de él—se levantó de su trono y
se dirigió hacia la vidriera para ver Naarvin desde ella—Hace treinta años, Bauglin
estuvo inmiscuido en una trama de corrupción en la que desaparecieron medio millón de
nagams de las arcas de la ciudad. Se lo repartieron entre él y sus socios, pero les había
tendido una trampa. Él mismo desmanteló la trama acusando a sus compinches y
logrando que fueran condenados por su crimen, pero su nombre quedó impune. La
ciudad estaba sumida en una profunda crisis que él mismo había causado, y fue en ese
momento, cuando el pueblo sufría grandes penurias, cuando él fue nombrado regente de
Naarvin. Con el dinero que él mismo les había robado comenzó a restaurar la economía
y a acabar con la pobreza extrema que los estaba matando de hambre—bajó los
escalones y miró a Erikus—Esa vez Bauglin venció, pero eso no significa que no quede
nadie para recordar la verdad, y este es nuestro momento para usarla como arma contra
él. Por ello tú te encargarás de buscar el registro de los movimientos que realizó en su
cuenta del banco hace exactamente treinta años y de hacerlo público.

—Haré lo que sea menester para enmendar mi error, Loffir—Erikus hizo una
reverencia—Eso tenedlo por seguro.

—Eso espero. Ya me has fallado una vez, procura que no hacerlo una segunda.

—Os aseguro que no, mi señor. Ahora, si me permitís, me dispongo a marchar hacia
Naarvin.

—Ve, y asegúrate de volver triunfante y con vida—dijo así, y entonces Erikus


abandonó la sala, permaneciendo allí solo.

Regresó a la ciudad y se dirigió al piso franco para descansar hasta poder aliarse con
las sombras durante la noche. Se desprendió de sus armas y de su armadura, quedando
así su torso al descubierto excepto por un simple adorno: un collar de cadena y colgante
de plata que había estado oculto bajo su ropa. Lo cogió con la mano y lo contempló con
una expresión triste y afligida, habiéndose la amargura apoderado de su rostro en
cuestión de escasos segundos.

—Se acerca el momento. Pronto todos estos años de larga espera habrán servido de
algo—una lágrima cayó de su ojo y acto seguido besó el colgante con dolor.

Dejó el collar sobre una estantería junto al colchón que tenía en el suelo y luego se
fue a dormir. Descansó durante varias horas hasta la noche, pero no fue el reposo lo que
lo despertó, sino el ruido de la puerta abrirse y unos pasos provenientes del piso de

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abajo. Abrió los ojos de inmediato y alarmado, haciéndose con su espada aún guardada
en su vaina nada más hacerlo. Se movió silenciosamente hasta las escaleras, procurando
que las tablas de madera no crujieran al pisarlas, y así hasta que pudo asomarse y ver
quién había entrado. Desenvainó un cuarto de la hoja, pero antes de que siguiera
bajando una voz familiar le habló.

—Descuida, Erikus. Soy yo—de entre las sombras del piso de abajo salió una figura
femenina; la de Seline. Entonces Erikus suspiró aliviado y volvió a envainar lo poco que
asomaba de su espada.

—Seline, ¿qué haces aquí? Ya has oído lo que ha dicho tu padre.

—Lo sé, pero también he visto lo que has hecho hoy por mí, y no pienso dejarte solo
en esto, no después de haber sido yo la que te ha metido en esta situación.

— ¿Pero y qué pasa si descubre que estás aquí? Demasiada suerte hemos tenido ya
como para ir corriendo riesgos.

—Tranquilo, no lo descubrirá, porque esta vez no nos cogerán—ella le sonrío y le


acarició la mejilla con la mano—Ya te lo dije anoche. Si trabajamos juntos como un
equipo no habrá nada ni nadie capaz de detenernos.

— ¿Y si te ocurre algo?—agarró la mano con la que le acariciaba con suavidad.

—Descuida, sé cuidar bien de mí misma, y creo que de ti también. Ya te he salvado


la vida una vez—rió brevemente, y Erikus lo hizo también.

— ¿Tienes más flechas de esas? Tal vez necesitemos más de una.

—Nogrolf me fabricó unas cuantas más, aunque creo recordar que cada una hacía
una cosa distinta.

— ¿Ah, sí? ¿Y qué hacen?

—Recuerdo que me explicó qué hacía cada una, pero ya no lo recuerdo. Hahaha.

—Sigues siendo una cabeza loca después de todo—rió nuevamente—Esta noche


iremos a casa de Bauglin Magrum y le quitaremos uno de sus anillos. Debemos ser
cautelosos y no llamar la atención de nadie, o de lo contrario tu padre se enterará de que
estamos trabajando juntos otra vez.

—Muy bien. Prepara tus cosas y nos vamos.

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Erikus comenzó a vestirse, y mientras lo hacía Seline pudo ver su collar puesto sobre
la estantería de la habitación. Una media sonrisa se le dibujó en el rostro, y en ese
momento él la miró, habiéndose dado cuenta de que lo había visto.

—El colgante de tus padres, el que te regalaron por tu décimo Día del Nacido—dijo
mientras sonreía con ternura.

—Aún lo recuerdas—lo cogió de la estantería y se lo puso.

—Claro. Sé lo importante que es para ti; es el único recuerdo que te queda de ellos—
acarició el collar con suavidad, deslizando los dedos sobre él—Yo no conservo ningún
recuerdo de mis padres, de los de verdad.

—Eras sólo un bebé cuando Loffir te encontró. Es normal que no recuerdes nada—
cogió su mano puesta sobre su collar—Yo perdí a los míos con doce años, y créeme, no
haberlos conocido es mejor que haberlo hecho y luego haberlos perdido.

—Bueno, si lo miras por el lado bueno, de no haberlos perdido tú y yo jamás nos


habríamos conocido—lo miró a los ojos sonriendo, y él le devolvió una tímida pero
cálida sonrisa.

—Será mejor que nos vayamos—Erikus guardó su collar por debajo de su


armadura—La casa de Bauglin queda bastante lejos de aquí.

Salieron del piso franco con la precaución de no ser vistos por nadie y nuevamente
comenzaron a saltar por los techos de Naarvin hasta llegar a la casa de Bauglin
Magrum, una gran morada con un enorme jardín y una fuente a cada lado del mismo.
Alrededor de éste había un ambulatorio que llevaba al resto de habitaciones, siendo la
suya la que estaba en la planta de arriba.

—Bien. Tendremos que subir por esas escaleras para llegar hasta su habitación—dijo
Erikus—No podemos matar a nadie, o de lo contrario conseguiremos que Bauglin sepa
que vamos a por él.

—Entonces tendremos que esquivar a los guardias—Seline observó detenidamente a


los dos enanos que custodiaban el jardín, viéndolos patrullar alrededor del mismo—
Cambian de dirección cuando llegan a las fuentes.

—En ese caso, su cambio de guardia es nuestra oportunidad—dijo—Tú encárgate del


de la derecha, yo iré a por el de la izquierda.

— ¿No acabas de decir que nada de matar?

—Sí, pero no he dicho nada de dejar inconsciente.

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—Sospecharán igualmente—dijo ella— ¿Y si tan sólo tumbamos a uno para que así
parezca que se ha quedado dormido?

—Esa es una buena idea—Erikus sonrió—En ese caso yo iré a por el de la izquierda
mientras tú vigilas al otro.

Se movió sigiloso como una serpiente por el techo de la casa mientras que Seline le
cubría con su arco. Esperó a que el guardia de la fuente izquierda fuese a darse la vuelta
para cambiar la dirección, y nada más hacerlo cayó justo tras él sin siquiera hacer ruido
y lo dejó inconsciente con sólo cortarle la respiración al cerebro mediante un
estrangulamiento, habiendo antes cogido su alabarda para que no hiciera ruido al caer.
Lo apoyó en la fuente, le agachó la cabeza y luego le puso la alabarda al lado,
pareciendo a simple vista que se había quedado dormido. Entonces se ocultó en las
sombras y esperó pacientemente a que el otro guardia pasara por allí, y cuando lo hizo
el engaño fue llevado a cabo con éxito.

— ¡Torvan! ¿En serio te has quedado dormido durante tu guardia?—le gritó para
despertarlo, pero no dio resultado— ¡Venga, Torvan, arriba!

Estando ahora distraído con su compañero, el guardia fue incapaz de notar que
Erikus y Seline habían pasado por detrás de él rápidos y silenciosos como una brisa casi
imperceptible. Llegaron hasta la escalera que subía al piso de arriba, y una vez arriba se
detuvieron para hablar durante un momento.

— ¿Ves cómo hacemos un buen equipo? Dos mentes pensantes siempre son mejores
que una.

—No cantes victoria tan rápido, aún tenemos que llegar a los aposentos de Bauglin.

Continuaron caminando agachados por los pasillos, procurando no ser vistos por
quienes vigilaban arriba del mismo modo que los de abajo. Afortunadamente lograron
esquivarlos y entrar en la habitación de Bauglin, donde lo encontraron durmiendo junto
a su esposa en su gran y ostentosa alcoba. Junto a ésta se encontraban todos sus anillos;
diez exactamente. Todos ellos eran brillantes y elegantemente adornados, pero hubo uno
que llamó la atención de ambos más que los demás: uno hecho completamente de oro
con runas enanas talladas en él y un rubí de tres quilates incrustado en el centro.

—Este será perfecto. Sólo alguien como Bauglin podría permitirse tener un anillo
así—susurró Erikus.

—Yo lo cogeré—dijo Seline convencida.

—Está bien—asintió con la cabeza—Vigilaré la puerta. Tú ten cuidado.

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Seline se aproximó lentamente junto a la alcoba, teniendo todo el tiempo un ojo
puesto en el anillo y otro en Bauglin. Acercó su mano lenta y suavemente hacia la mesa
de noche donde los dejaba y, justo en ese momento, el enano cambió de postura para
dormir, dejándola en ese efímero instante petrificada del susto. De repente le cayó una
tímida y leve gota de sudor por la frente, y el corazón le comenzó a latir de manera
acelerada. Entonces, ahora con la mano temblorosa, cogió el anillo de la mesa, pero
tales eran sus nervios que se le cayó al suelo nada más cogerlo, siendo el sonido del oro
impactando contra el suelo de piedra lo único que se oyó en aquel completo silencio.
En ese preciso momento, tanto a ella como a Erikus se les paró el corazón. Miraron
de inmediato a Bauglin con temor en sus ojos, pero éste ni se había inmutado, sino que
había seguido durmiendo y tratando de hallar una postura cómoda. Entonces ambos
suspiraron y, habiéndose ya recuperado de aquella turbación, abandonaron la habitación
por la ventana que había junto a la alcoba.

— ¡Lo conseguimos!—dijo Seline una vez se alejaron lo bastante— ¡Hemos


conseguido robar el anillo delante de sus narices!

—Sí, aunque por un momento parecía que todo iba a irse a la mierda una vez más—
Erikus rió levemente.

—Ya te dije que hacíamos buen equipo—le dio una palmadita en el hombro mientras
le sonreía, y él le devolvió la sonrisa.

—Ahora sólo queda la parte más fácil. Comparado con infiltrarnos en su casa y
quitarle uno de sus preciados anillos, esto va a ser pan comido—dijo, y acto seguido la
miró directamente—No tienes por qué venir conmigo si no lo deseas. Los suburbios de
la ciudad no son un sitio agradable al que ir, y menos para una mujer.

— ¿Qué? ¿Estás excluyéndome de la misión? ¡Ni en tus mejores sueños,


muchachito!—dijo entre risas.

— ¿Muchachito? Te recuerdo que soy tres años mayor que tú—rió el también.

—Uh, vale, vale. Entonces os hablaré de señor a partir de ahora, vaya a ser que os
ofendáis con la osadía de los jóvenes—comenzó a reír a carcajadas.

—En mis tiempos, jovencita, no andábamos tuteando con los que eran mayores que
nosotros, así que más os vale mostrar una mínima muestra de respeto hacia vuestros
mayores—dijo con voz burlona, pero no pudo contener ni él mismo la risa, comenzando
los dos de nuevo a reír sin parar. Entonces, cuando pararon, se miraron a los ojos, y la
sonrisa fue siendo menos tensa y exagerada hasta convertirse en una sutil y relajada.

— ¿Sabes? A veces me pregunto qué hubiéramos hecho el uno sin el otro, sin
momentos como este…—dijo ella.

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—Reírnos menos, eso seguro. Hahahahaha.

—Cierto, hahahaha, cierto…—se hizo un breve silencio, se miraron, y acto seguido


comenzaron a besarse pasional y cálidamente sobre el techo de una casa cualquiera, no
importándoles que alguien pudiera verles.

—Volvamos al piso franco—dijo Erikus—Pasaremos allí la noche y mañana iremos


a los suburbios.

—Yo la verdad es que después de todo esto que hemos hecho no tengo ni pizca de
sueño. Dudo que consiga pegar ojo.

— ¿Quién hay dicho nada de dormir?—le sonrió pícaramente, y ella le devolvió la


misma sonrisa.

Se dirigieron al piso franco y, una vez allí, el deseo carnal propio de su juventud hizo
presa de ellos. Se desvistieron el uno al otro entre besos hasta quedar completamente
libres de prenda alguna. Compartieron sus cuerpos con ardiente pasión, siendo las
caricias, los besos y las cálidas respiraciones en el cuello lo que encendió las llamas de
la lujuria. Seline le arañaba la espalda mientras lo tenía encima, y él de igual modo le
arañaba la pierna a la vez que besaba su cuello, siendo este su modo de transmitirse su
amor cálido y ardiente como la luz diurna.

Pasaron cerca de una hora así, yendo de mueble en mueble compartiendo sus cuerpos
de diferentes maneras hasta que, iluminados por las velas de la habitación, ambos
permanecieron tumbados en el colchón a ras del suelo, cubiertos por una fina y blanca
sábana que, junto con el calor de sus cuerpos jóvenes y vivos, servía de cobijo contra el
frío y la humedad. Seline dormía abrazada a Erikus y con la cabeza apoyada en su
hombro mientras que él permanecía despierto, boca arriba y acariciándole el pelo
suavemente con los dedos.
En ese momento miró a su derecha, contemplando así su collar de plata puesto sobre
la estantería, y acto seguido la tristeza hizo presa de su corazón. Luego miró a Seline,
viéndola dormir plácidamente a su lado, y no obstante el dolor permanecía grabado en
su rostro. Permaneció pensativo, navegando por sus propios pensamientos como un
barco a la deriva en un oscuro mar cuyo horizonte no lograba alcanzar a ver. Así
permaneció largo tiempo que pasó de segundos a minutos, y de minutos a horas, hasta
que finalmente pudo apaciguar su mente y conseguir dormir aunque fuese un par de
horas.

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Capítulo 9: Antes de la Tempestad
Poco antes de esa noche, con el cielo ya comenzando a sumirse en el rojo del
atardecer, los cinco viajeros que transportaban el cargamento hacia Adenor continuaban
con su travesía, aunque en completo silencio. Todos miraban a Oswin con desconfianza,
y éste de igual forma les devolvía las miradas. Durante aquel trayecto Eurielle fue a pie
por primera vez en todo el viaje, pues su orgullo le hacía incapaz de ir montada en el
carro después del bochornoso acto que había protagonizado hacía unas horas. Fue por
esto que, dada la tan presente humedad, hubo un momento en el que un pie se le hundió
en el barro hasta casi la mitad de la tibia, habiéndosele por ello manchado el vestido.

— ¡Chaen nêhgalad!—exclamó con rabia en sus palabras, sacando a continuación el


pie airada y asqueada— ¡Naitha!

— ¡Eh! ¡Para ser una dama tenéis muy mala boca, señorita elfa!—comentó Arthor
tras oírla, dejándola por ello desconcertada y sorprendida.

— ¿Conocéis la lengua de mi pueblo?

—Entiendo más de lo que hablo—respondió—Las lenguas nunca fueron lo mío.

— ¿Quién os la enseñó? ¿Fue un elfo?

—Sí…—su voz áspera arrastró cierta tristeza en aquella ocasión—Era mi capitán, el


que me instruyó en la Senda. Su padre era un alto elfo de Ephelia, y su madre una
silvana, así que conocía ambas lenguas. Trató de enseñármelas, pero como ya he dicho
antes… las lenguas nunca fueron lo mío.

— ¿Qué le ocurrió?

—Murió—respondió con tristeza—Nuestro tan desprestigiado oficio hace que


tengamos una corta esperanza de vida. Ningún montaraz ha muerto de viejo postrado en
su cama, y ni siquiera aquellos con el don de la larga vida escapan a esa realidad.

Llegados a un cruce tomaron la carretera del este, pues era la que llevaba al Puente
de Ortham. Pocas millas antes de llegar, Arthor subió a un terreno elevado para hacer
una observación del perímetro. Comenzaba a oscurecer, por lo que era más difícil
divisar qué había a lo lejos. No obstante pudo escuchar y oler un numeroso grupo
cercano al puente, y nada más avistarlo fugazmente moviéndose entre las sombras supo
de qué se trataba, por lo que un seco y contundente frío de estremecimiento le recorrió
el cuerpo. Entonces bajó la ladera y, con cierta inquietud, informó al resto.

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—No podemos cruzar por aquí; el puente está vigilado—dijo así, y los demás
quedaron helados ante esto.

— ¿Vigilado? ¿Por quién?—preguntó Oswin.

—La Legión de Hierro.

— ¿Qué? ¿La Legión de Hierro? ¿Quién diablos son esos?

—Trasgos mercenarios que se dedican a atacar aldeas y caravanas cuya mercancía


merece la pena robar—contestó—Son de la peor calaña que existe, así que no esperéis
poder llegar a un acuerdo con ellos.

—He oído hablar de esos trasgos de los que habla el montaraz—Preston miró a
Oswin—Han servido en más de una ocasión como ejército comprado durante la guerra.
Ahora deben de estar aprovechándose de que Fortland ha concentrado todo su ejército
en el sur con el fin de someter la guerrilla de los silvanos para así ellos hacerse con el
control del paso fronterizo y cobrarles altos peajes a quienes deseen cruzarlo.

—Sí, y de negarse a pagar lo que exigen lo más probable es que aquellos que tengan
la desgracia de haber querido tomar ese paso terminen convirtiéndose en un festín para
sus lobos huargos—añadió Arthor.

— ¿Qué podemos hacer entonces?—preguntó Eurielle.

—Con los silvanos amenazando la frontera sur y la Legión de Hierro amenazando la


central, la frontera norte parece ser nuestra única opción—respondió Preston—
Tendremos que atravesar el Bosque Espeso.

— ¿El Bosque Espeso? ¡Eso pospondría aún más nuestra llegada a Adenor!—
reaccionó Oswin con gran agresividad en sus palabras.

— ¿Preferís llegar antes a llegar sano y salvo?—intervino Kriv—Yo estoy con


Preston. Crucemos el Bosque Espeso.

—Se nota que ninguno de los dos habéis estado jamás en ese bosque—dijo Arthor—
La Legión de Hierro lleva acechando por aquellos lares desde hace ya varios años, y
seguro que desde entonces se han estado fortaleciendo. Probablemente controlen toda la
orilla oeste del Eduin desde este punto hasta su nacimiento en las montañas al norte.
Cruzar el Bosque Espeso es casi tan descabellado como cruzar el puente.

— ¿Qué proponéis entonces? ¿Qué os asusta tanto de esos trasgos mercenarios? ¡Se
supone que los de vuestra profesión son los mayores cazadores de monstruos que hay en
todo el continente!—Oswin parecía desesperado.

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— ¡Eso no significa que estemos dispuestos a cometer un suicidio como es
adentrarse con una puta carreta arrastrada por bueyes por un bosque plagado de trasgos
montados a lomos de lobos huargos! ¿Habéis visto vos alguna vez un huargo, eh?
¿Habéis visto el tamaño de esas bestias? ¡No, pues claro que no! ¡Yo sin embargo sí, y
he matado a varios de ellos, lo cual no significa que no estuvieran a punto de matarme
ellos a mí antes! ¡Sé bien de lo que hablo, y entrar en ese bosque es una locura! ¡No
pienso cruzarlo para acabar muriendo allí pudiendo evitarlo!

— ¿Y qué otra opción nos queda? ¡De un modo u otro tendremos que cruzar la
frontera!—Oswin suspiró, tratando de liberar la impotencia que tensaba su cuerpo—Vos
sois el único de nosotros que conoce ese bosque. Tal vez podríais intentar esquivar de
algún modo a esos trasgos hasta que cruzásemos el río, pues según vuestras palabras
una vez en la orilla este ya estaríamos fuera de su alcance.

Durante breves instantes, todos permanecieron en silencio. Arthor daba vueltas de un


lado a otro, cuestionándose qué hacer mientras resoplaba y farfullaba en voz baja. Miró
a Oswin, quien esperaba una respuesta por su parte. Luego miró en dirección al puente,
sabiendo qué les aguardaba allí, y por último miró hacia el norte, en dirección a donde
se encontraba el Bosque Espeso. Entonces, tras permanecer así cerca de un minuto, se
dispuso a hablar.

—Muy bien. Cruzaremos el Bosque Espeso, pero esta vez no seré yo quien os salve
cuando estemos acorralados—dijo encarado con Oswin, y tras decir esto se dio media
vuelta—Lo más sensato sería avanzar un par de millas al norte y acampar a orillas del
río caída la noche, así que démonos prisa.

Pasó menos de una hora y media cuando la oscuridad de la noche ya los había
alcanzado. Acamparon junto a las orillas del río Eduin, y allí permanecieron durante la
noche. Cenaron sentados en círculo alrededor de la pequeña hoguera que hicieron, y
luego de esto permanecieron despiertos durante un tiempo. Arthor contemplaba el otro
lado del río ligeramente más alejado del campamento, y entonces Oswin se acercó a
hablar con él.

— ¿Haciendo guardia?—le preguntó, pero Arthor ni siquiera le contestó, limitándose


simplemente a mirarle de reojo y a seguir con la mirada fija en el otro lado de la orilla—
¿Qué miráis con tanto detenimiento? No se ve nada en la otra orilla.

—Eso es precisamente lo que me preocupa. No se ve ni se oye nada en los


alrededores, cuando debería ser todo lo contrario—contestó—La Legión de Hierro
vigila toda esta orilla, y sin embargo no hay ni rastro de ellos.

—Deberíais volver al campamento. Si estamos todos juntos será más difícil que nos
sorprendan.

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Ambos regresaron junto a los demás. Arthor se sentó y encendió su pipa con una
pequeña rama a la que le prendió la punta en la hoguera, permaneciendo en silencio
mientras Oswin, Preston y Kriv conversaban. Eurielle permanecía al otro lado del carro,
pudiendo oírsele pronunciar una y otra vez las mismas palabras en élfico y pudiéndose
ver desde el otro lado cómo latían fugaces destellos de blanca luz.
El humo de la pipa del montaraz comenzaba a expandirse alrededor del campamento
como una difuminada nube gris, y el olor a hierba quemada comenzó a adentrarse en las
cavidades nasales de todos. A Preston y a Kriv no parecía molestarles, mas no podía
decirse lo mismo de Oswin, quien estaba constantemente tapándose la nariz con un
pañuelo y dándole manotazos al aire para apartar el humo.

— ¿Acaso no sabéis estar sin vuestra pipa en la boca?—saltó con poco agrado.

— ¿Acaso conocéis otro modo de fumar con una?—preguntó Arthor, y Preston


carraspeó conteniendo la risa.

—Os pediré por favor que no fuméis en mi presencia. Detesto que mi ropa acabe
apestando a humo, y más cuando voy a pasar el resto del viaje con ella puesta.

—Qué irónico, un harthiano que detesta el olor a hierba para fumar en pipa—rió
levemente—Ahora comprendo por qué os vinisteis a Occidente.

Se hizo el silencio entre los cuatro, y entonces oyeron con mayor claridad a Eurielle
pronunciando aquellas palabras. “Vaed imna un mënech glädris nâsphelem” repetía una
y otra vez, logrando cada vez que lo hacía que una pequeña esfera de luz surgiera de
entre sus manos, pero ésta se extinguía en cuestión de segundos, sin lograr siquiera
brillar todo lo que realmente podía. “¡Vaed imna un mënech glädris nâsphelem!” dijo
de nuevo, pero esta vez subiendo más la voz, mas no por ello logró mantener la luz viva
durante más de dos segundos.

— ¿Os podéis callar de una puta vez?—Arthor exclamó con sequedad.

— ¡Intento practicar! ¿Es acaso eso malo? ¡Si no queréis que siga siendo una carga
para vosotros tendréis que aguantar oírme!

— ¡Preferiría cortarme las venas con una navaja oxidada a tener que oír vuestra
vocecita metida en mi cabeza, así que id a practicar a donde no pueda oíros!

Dicho esto, un breve e incómodo silencio se formó. Eurielle refunfuñaba en vos baja
desde el otro lado, pudiéndose entender entre todas aquellas quejas inconexas y a
regañadientes algunas como: « ¿Cómo esperan que mejore si no me dejan ni practicar?
¡Claro, que me vaya a donde no pueda oírme! ¿Qué pretende, que me pierda por ahí yo
sola en medio de la noche? ¿Está loco o qué? Que preferiría cortarse las venas, dice.
¡Pues que se las corte! ¡Qué más da, si nadie le soporta!»

79
— ¿Por qué no os unís a nosotros, mi lady?—le preguntó Kriv—Creo que esta noche
es una buena ocasión para que todos nos conozcamos un poco mejor.

Eurielle continuaba airada, pero la buena voluntad del caballero dracónido le hizo
aceptar la propuesta. Se acercó y se sentó junto a ellos, habiendo un breve silencio en el
que ninguno sabía sobre qué empezar a hablar. Los grillos no cantaban aquella noche, el
viento ni siquiera soplaba, tan sólo una ligera y muda brisa que les acariciaba la piel y
hacía ondear el fuego como si danzase al son de una música inaudible.

—Hay mucho silencio esta noche—comentó Eurielle.

—No hay estrellas en el cielo. Es la calma que precede la tempestad—añadió Kriv


mientras contemplaba la negra extensión que cubría el cielo, y luego miró a Arthor,
quien le devolvió la mirada al darse cuenta de que tenía sus ojos puestos en él.

— ¿Qué? ¿Esperáis alguna clase de felicitación? ¿Una palmadita en la espalda,


quizá?—preguntó con poca simpatía— ¡Bravo, lagarto! ¡Yo os nombro sir Kriv,
honorable caballero, mayor aún meteorólogo!

— ¿Siempre sois así de desagradable con todo el mundo? ¿Acaso no podéis ser
agradable aunque sólo sea por esta noche?

—No me pagan por serlo—respondió así, y luego volvió a llevarse la pipa a la boca
para seguir fumando.

—Ya veo…—calló durante escasos segundos, y entones siguió hablando—A


propósito, antes mencionasteis algo sobre algo llamado la… ¿Cómo era, la Senda? ¿Es
así como se pronuncia?

—Sí. ¿Qué pasa con eso?

—Quisiera saber a qué os referíais con eso de la… Senda.

—Veréis, lagarto. Ser un montaraz significa mucho más que vagar por los bosques y
cazar engendros—contestó—Los montaraces nacieron como una orden con el fin de
defender las fronteras del Imperio de posibles amenazas que pusieran en riesgo las vidas
de aquellos que vivían más allá de la protección de los muros de las grandes ciudades.
Cazábamos trasgos, orcos, gnolls, araphayn… Antaño éramos respetados y admirados
en cada rincón de Nevelthia. Se nos consideraba hombres de honor. Entonces el Imperio
cayó y nuestra orden con él. Sin un Imperio al que defender, los montaraces no servían
propósito alguno, y muchos se convirtieron en mercenarios o en cazadores de monstruos
a sueldo, pero yo hice una promesa. Juré seguir la Senda del Montaraz hasta el día en
que muriera, y así pienso hacer.

80
—Vaya…—Kriv no quiso añadir más; no le salían las palabras.

—Pero vos portáis la capa azul propia de los capitanes montaraces—dijo Preston—
¿Dónde están vuestros hombres?

—Muertos—respondió mientras contemplaba las llamas con el rostro afligido—


Quedamos ya muy pocos. No somos más que la sombra de lo que una vez fuimos, y me
temo que nuestro número no hará sino mermar hasta que desaparezcamos por completo
y quedemos como un mero recuerdo para la posteridad.

Todos callaron, sin saber qué decir. Entonces Kriv, incapaz de soportar el silencio,
trató de romperlo abriendo una nueva conversación.

—No sé qué opináis vosotros, pero creo que podríamos hacer algo en lo que
podamos participar todos. Tal vez jugar a algo.

—No hay nada con lo que podamos jugar, ni cartas ni tableros—dijo Oswin.

—No siempre son necesarias las cartas y los tableros—dijo Preston—Cuando estaba
en el ejército, mis compañeros y yo jugábamos a un juego llamado «Yo Nunca».
Consiste en que uno de nosotros diga algo que nunca ha hecho, y si los demás lo han
hecho tienen que beber. La gracia está en hacerlo con alcohol, dado que la gente se va
soltando más de la lengua según más beodo se encuentra.

—Mmmm. Recuerdo haber visto un barril pequeño de cerveza justo al fondo del
carro—dijo Kriv—Con eso bastará para los cinco.

—Yo, eh... Yo no bebo alcohol—añadió Eurielle tímidamente—Lo siento.

— ¡Vamos, mi lady! En mi tierra solemos decir «una vez al año no nos causa ningún
caño».

—Querréis decir daño, ¿no es así?—preguntó Preston extrañado.

— ¡Eso! Perdonad mi pésimo brinnés. Llevo aprendiéndolo desde niño, pero jamás
lo había puesto en práctica hasta llegar aquí.

—Pues lo habláis bastante bien—dijo Eurielle.

—Gracias, aunque yo no pienso lo mismo—Kriv rió—Entonces, ¿qué me decís?


¿Jugaréis con nosotros?

—Bueno, tenéis razón. Una vez al año no hace daño—dijo con una grata sonrisa—
De acuerdo, jugaré.

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— ¡Eso es lo que quería oír!—dijo con gran ánimo— ¿Y vos, Oswin? ¿Jugáis?

—Viendo que soy la minoría, qué remedio—respondió medio riendo—Venga.


Coged ese barril de cerveza y cinco vasos—miró a Arthor, quien seguía fumando en
silencio con la mirada perdida—Vos también jugáis, ¿no, maese montaraz?

— ¿Qué? Ni siquiera estaba escuchando—levantó la cabeza confundido.

—Hemos propuesto jugar al «Yo Nunca»—dijo Preston—Uno dice algo que nunca
ha hecho y el que sí lo haya hecho bebe.

—Yo no juego a esa clase de absurdeces—contestó con poca simpatía.

— ¡Venga ya! ¿Vais a ser vos quien agüe la fiesta?—le dijo Kriv tratando de
animarlo—Vamos. Será divertido.

—Sí, venga. Sacaos el palo del culo aunque sea por esta noche—rió Preston.

—Ay… Está bien, pero sólo para que me dejéis en paz.

—Así me gusta—Preston cogió el barril de cerveza del carro además de cinco


picheles, los llenó hasta arriba y luego le dio uno a cada uno antes de sentarse en su
sitio—Bien, empiezo yo. En el ejército solíamos hacer preguntas bastante picantes y
comprometidas, pero ya que tenemos una dama con nosotros intentaré controlarme.

—Agradezco vuestra consideración, señor Preston—dijo Eurielle con sarcasmo y sin


pizca de humor en su tono.

—Empecemos por una suavecita. Vamos a ver… Yo nunca me he enamorado de


alguien con mis mismos genitales—dijo así, pero nadie bebió, y entonces miró a Oswin
con una pícara sonrisa—Vaya, vaya. Creía que vos beberíais. Tenía mis sospechas de
que a vos no os atraían las mujeres.

— ¿Qué os ha hecho pensar semejante estupidez?—Oswin se ofendió.

—Conozco bien el interés que arde en los ojos de un hombre cuando mira a una
mujer, y en los vuestros no consigo encontrarlo.

—Es la cosa más estúpida y absurda que he oído en mi vida—respondió indignado—


Que no desee yacer con toda mujer que se me cruce no significa que no me atraigan. Si
vos no sabéis ver más allá de los senos de una dama no es mi problema, señor Preston.

—Vale, vale. Tampoco hace falta que os pongáis así—trató de calmarlo con un tono
humorístico, y luego miró a su derecha—Bueno, os toca, sir Kriv.

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—Bien. Veamos… Yo nunca me he ido sin pagar de una posada—tan sólo Arthor y
Preston bebieron—Ninguna sorpresa, al parecer. Os toca, señor Oswin.

—Yo la verdad es que soy muy malo para esta clase de juegos, pero a ver si se me
ocurre algo. Eh… Yo nunca he probado el khiss—se hizo un incómodo silencio, y
entonces Preston bebió, dejando esto a todos sin palabras.

—Tan sólo lo he probado una vez, y con eso me bastó para saber que jamás lo
volvería a probar—confesó—Cuando te metes esos polvos azules por la nariz, sientes
como si todo a tu alrededor se moviera más despacio. Comienzas a tener alucinaciones
y dejas de distinguir lo real de lo imaginario. Es una experiencia que no le recomiendo a
nadie—dicho esto, Preston dirigió su mirada hacia Arthor—Os toca, montaraz.

—Bien, veamos…—permaneció pensativo durante breves instantes, hasta que


entonces se le ocurrió algo—Yo nunca me he aprovechado de alguien.

Nadie bebió, nadie excepto Eurielle, la cual dio un trago de su vaso de forma tímida
y sutil. Todos se quedaron mirándola impactados y sorprendidos, algunos incluso
boquiabiertos ante tan inesperada confesión.

—Y yo que os tomaba por una mosquita muerta—dijo Preston—Decidnos, ¿cómo


fue esa historia?

—Fue hace mucho tiempo. Se llamaba Andöriel. Era el hijo del archimago de la
Escuela de Alta Magia de Valas Châlathar. Yo quería entrar como fuese, así que me
gané su corazón para poder hacerlo. Permanecí quince años fingiendo que le amaba,
todo por tal de cumplir mi sueño. Entonces llegó un punto en el que no podía seguir
haciéndole eso, así que le conté toda la verdad, y al día siguiente fui expulsada de la
academia, como podréis imaginar—guardó silencio por un momento, mostrándose
remordimiento en su rostro—No es algo de lo que me sienta orgullosa.

Ante esto, nadie más habló durante breves instantes, sino que ella rompió el silencio
diciendo las siguientes palabras:

—Bueno. Supongo que me toca a mí ahora… Yo nunca he asesinado a nadie.

Arthor, Kriv y Preston bebieron, pero eso no fue nada inesperado. Oswin no bebió,
pero su comportamiento levantó sospecha entre los demás. Las manos comenzaron a
temblarle, de su frente comenzaron a correr gotas de sudor, y sus ojos eran incapaces de
permanecer fijos en ninguna parte. Todos le miraban intrigados por su reacción, y
entonces una respuesta pudo oírse.

83
—No quiero seguir jugando a este juego—se levantó, tiró el contenido del pichel al
fuego y luego se alejó del campamento. Kriv quiso ir tras él, pero en ese momento
Arthor lo detuvo poniéndole la mano en el pecho.

—Dejadlo solo con sus pensamientos, lagarto. Los demonios que atormentan su
conciencia no son asunto nuestro.

La noche siguió avanzando, y poco a poco todos se fueron yendo a dormir. Oswin
regresó tras haber pasado un breve periodo de tiempo a solas con sus pensamientos.
Arthor sin embargo permaneció despierto, sentado en una roca y contemplando la
inmensidad del oscuro cielo nocturno. El dulce y suave sonido del agua corriendo junto
al de las ranas croando componían la melodía del río durante la noche, otorgando paz y
armonía hasta a la más afligida de las mentes.
Llegado un punto avanzado de la madrugada, el montaraz desveló debajo de su ropa
un collar de cadena y colgante de plata que le colgaba del cuello. Se lo quitó y comenzó
a contemplarlo en silencio. Había tormento y dolor dibujado en sus ojos, los cuales se
humedecieron como las hojas con el rocío de la mañana. Kriv, que era incapaz de
dormir aquella noche, levantó un segundo la mirada de su saco, y entonces le vio
contemplando aquel colgante con una mirada triste y consternada. La curiosidad y la
incertidumbre se apoderaron de él, pues no podía entender con claridad qué era lo que
estaba ocurriendo realmente, y por ello permaneció observándole.

—No deberíais estar despierto, lagarto—Arthor ni siquiera tuvo que girarse, dejando
esto a Kriv sin palabras por breves instantes.

—Tenéis ojos en la nuca, amigo—susurró mientras salía de su saco, y luego se sentó


junto a él—Una noche tranquila, ¿eh?

—Demasiado teniendo en cuenta que debería haber tropas de la Legión de Hierro


patrullando esta orilla del río—cerró el puño donde sostenía el collar, y luego trató de
esconderlo llevándoselo hacia el bolsillo, pero Kriv ya lo había visto.

— ¿Qué es ese collar? ¿Tiene algún significado para vos?

—No es asunto vuestro—respondió evasivamente, sin siquiera establecer contacto


visual con él—Si vais a seguir haciendo preguntas, mejor idos a dormir.

—Soy incapaz de pegar ojo. Me inquieta que aquellos con los que viajo escondan
más secretos de los que yo imaginaba—miró el cielo por unos instantes, y luego a
Arthor de nuevo—Id vos a descansar. Yo continuaré la guardia.

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Aún intrigado por el comportamiento tan extraño del montaraz, Kriv tomó su relevo
y se quedó vigilando el campamento. Entonces, entre todo aquel silencio, el sonido de
unas ramas moverse a lo lejos por su derecha lo alertó. Cogió su espada y se aproximó
muy lentamente. No llevaba la armadura puesta, lo cual le proporcionaba mayor
movilidad y sigilo. Caminó con la vista puesta en el frente y la mano en la empuñadura
de su espada, preparado para desenvainarla en cualquier momento. Apenas lograba
divisar lo que tenía delante; la única luz que iluminaba la tierra aquella noche era la de
las estrellas, pues la luna se hallaba oculta tras las nubes.
Se alejó considerablemente del campamento, y fue entonces cuando volvió a oír el
sonido de algo moviéndose en la oscuridad. Su corazón comenzó a latir con mayor
velocidad, y su cuerpo se tensó como una soga a punto de romperse. Miraba en todas
direcciones en busca del origen de aquel sonido, pues comenzó a oírlo moverse a su
alrededor. Fuera lo que fuese aquello que estaba rodeándolo, él era incapaz de verlo,
pues era rápido y silencioso como una serpiente. Fue en ese preciso instante cuando,
proveniente de su retaguardia, una especie de chillido agudo y abrumador sonó a lo
lejos. Se dio la vuelta de inmediato, viendo entonces como numerosas luces de unas
pequeñas antorchas se movían en la oscuridad en dirección hacia el campamento.

—Oh, no—trató de ir a avisar, pero en ese momento algo le atacó, algo que no
conseguía ver con claridad, pero que sin duda era más pequeño que él.

Simultáneamente, el sonido de pasos alertó a Arthor, pues tenía un sueño


tremendamente ligero. Abrió los ojos y entonces vio las luces de las antorchas
aproximarse hacia ellos, pudiendo ver así gracias a esto a aquellos que las portaban:
criaturas humanoides de baja estatura, piel verdosa y orejas puntiagudas.

— ¡Trasgos!—gritó nada más verlos a la vez que desenvainaba su espada.

Su grito despertó a los demás, pero estos tardaron en reaccionar. Al abrir los ojos
vieron cómo aquellos seres los habían rodeado y cómo se disponían a atacar su
campamento. Al éstos aproximarse pudieron verlos con claridad. Iban armados con
espadas, hachas y lanzas, además de pertrechados con sencillas corazas de hierro,
llevando algunos incluso yelmos. Sus rostros eran deformes y horripilantes, y sus
dientes pequeños, afilados e irregulares. Apenas tenían pelo en la cabeza, tan sólo unos
cuantos mechones que podían verse únicamente gracias a la luz de las antorchas que
sostenían, causando pavor con sólo mirarlos directamente.

— ¡Ta’grooh zhet Rakoova!—exclamó uno de los trasgos nada más ver a Arthor,
pudiéndose notar estremecimiento en su voz— ¡Kiiv en gash da’ maah!

Aunque con cierto temor plasmado en sus oscuros ojos, la mayor parte de los trasgos
fue a por Arthor, pero esto no parecía ser suficiente para hacerle frente. Intentaron
rodearle para atacarle por todos los flancos, pero no pudieron hacer nada contra sus tan
agudizados reflejos, resultándoles imposible pillarle desprevenido.

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Mientras tanto, Kriv estaba siendo atacado por dos de ellos, resultándole
tremendamente difícil poder prevenir por dónde vendría el siguiente ataque. En una de
estas fue herido con una lanza que le realizó un corte en el costillar y cuyo dolor le hizo
hincar una rodilla en el suelo. La única ventaja de dicho ataque fue que el trasgo tuvo
que dar la cara para hacerlo, así que en ese momento pudo agarrar la lanza por el mástil,
tirar de ella hacia él y acto seguido rebanarle el cuello de un tajo. Entonces el segundo
se lanzó sobre su espalda dispuesto a hundirle un puñal en el corazón, pero pudo
reaccionar a tiempo y tirarlo hacia delante antes de que pudiera conseguirlo,
hundiéndole a continuación su espada en el corazón mientras trataba de levantarse.
A su misma vez, Preston se hizo con su espada y comenzó a combatir contra los
trasgos que atacaron el campamento. Oswin contuvo a los que pudo mediante hechizos,
y Eurielle se hizo con su báculo para usarlo como canalizador de conjuros y como arma
para golpearles cuando se acercaban demasiado. Arthor mientras tanto continuaba con
su lucha de cinco contra uno, logrando en una de estas cortarle la pierna a uno para
luego rematarlo en el suelo. En ese preciso momento otro intentó hundirle su lanza por
la espalda, pero esquivó el ataque, agarró la lanza, tiró hacia adelante y hundió su codo
contra la cara de quien la empuñaba, logrando así aturdirle y hacerse con su arma para
acto seguido usarla para ensartar al que le vino de frente con el hacha en alto.
Los habían cogido por sorpresa, pero aquellos trasgos no eran precisamente
combatientes experimentados. Preston acabó rápidamente con los que fueron a por él,
Oswin los logró mantener alejados del carro e incluso Eurielle logró acabar con unos
cuantos, habiendo tenido para ello que arrebatarles el fuego a las antorchas que llevaban
en la mano para así canalizarlo en su báculo y luego usarlo contra ellos a modo de una
enorme llamarada que les hizo sentir el infierno en sus propias carnes y los hizo correr
entre desgarradores gritos de dolor hacia el río en busca de apagar las llamas.

La emboscada estaba al borde de terminar en el fracaso; los trasgos eran demasiado


pocos para poder siquiera vencerlos. Entonces optaron por una retirada, pero no fueron
capaces de huir, pues Arthor y Preston les dieron caza y acabaron con todos ellos. Kriv
llegó corriendo justo después de que ambos regresaran al campamento, encontrándose
con todos los cadáveres de los trasgos yaciendo en el suelo.

— ¡Sir Kriv!—dijo Oswin al verlo llegar— ¿Dónde estabais?

—Esas alimañas me alejaron del campamento para dejarlo desprotegido y luego me


atacaron—respondió mientras se taponaba la herida del costillar con la mano.

—Estáis sangrando—dijo Eurielle preocupada, pues estaba perdiendo mucha sangre


por aquella herida.

—No es más que un corte superficial, mi lady. No os preocupéis—dijo, y entonces


un sonido de agónico dolor se oyó tras ellos.

86
Se giraron para ver de qué se trataba, viendo que uno de los trasgos seguía con vida,
aunque gravemente herido por un corte que le recorría todo el vientre. La sangre le salía
por la boca a salpicones cuando tosía, llenándose así su propio rostro. No parecía
quedarle mucho, pues los temblores de su cuerpo indicaban que su hora estaba próxima.
Entonces Arthor lo agarró y le puso su cuchillo en la garganta, comenzando entonces a
interrogarlo.

— ¿Cuántos más de los vuestros hay en los alrededores?—preguntó con gran dureza,
tratando de intimidarle, pero el trasgo no respondió— ¡Vamos, habla! ¡Sé perfectamente
que entiendes mi lengua! ¡Habla ahora y te ahorraré sufrimiento!

— ¿Por qué iba a decírtelo?—dijo con una voz moribunda— ¿A cuántos de los míos
has matado, montaraz? ¿A cientos, quizás?

— ¡Habla de una vez, o solamente serás uno más en la innumerable lista de todos los
fétidos e infectos trasgos a los que he matado!

—Hahaha—rió débilmente, casi sin fuerzas—Eres un necio si piensas que voy a


traicionar a los míos sólo por simples amenazas.

Ante esto, Arthor lo levantó en peso y lo chocó contra el carro con violencia aún
sujetándolo de la armadura, estando ahora con los pies flotando en el aire y con el rostro
del montaraz justo frente al suyo, penetrándole la mirada con aquellos furiosos y fríos
ojos marrones.

—Última oportunidad, mierdecilla. Dime cuántos más hay o me aseguraré de que


conozcas la muerte más lenta y dolorosa que puedas imaginar.

—Será mejor que le hagas caso. Correrás un mejor destino si lo haces—le dijo
Eurielle, y el trasgo la miró con desdén y desprecio.

— ¿Y tú te atreves a decir eso, elfa? No hay peor destino que el que mi pueblo corre
ya por vuestra culpa—dijo, y ella permaneció callada y con la cabeza agachada,
pareciendo avergonzada— ¿Es que acaso os creíais mejores que nosotros? Nos
perseguisteis y nos masacrasteis como si fuéramos escoria. Nos arrebatasteis nuestro
hogar para poder fundar vuestras malditas ciudades blancas y relucientes, pero lo que
nadie sabe ya es que sus cimientos fueron hecho con la sangre de nuestro pueblo, al que
obligasteis a exiliarse para poder sobrevivir al exterminio.

—Será mejor que gastes las pocas fuerzas que te quedan en decirme lo que quiero
saber en vez de en desahogar tu odio sobre ella—dijo Arthor amenazante a la vez que
apretaba el cuchillo aún más contra su garganta— ¿Cuántos más hay por ahí?

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—Decenas… casi medio centenar—respondió tras un breve silencio—Jamás
conseguiréis escapar con vida. Os encontrarán… y entonces serviréis de alimento para
nuestros huargos.

El trasgo rió una última vez, y poco después su risa se cortó en seco. Las fuerzas
abandonaron su cuerpo, quedando sus extremidades lánguidas y colgantes. Su cuello
perdió la fuerza y la firmeza para sujetar su cabeza, y la luz en sus negros ojos se
extinguió. Entonces Arthor tiró el cadáver a un lado como el que lanza un saco de
excrementos, permaneciendo brevemente en silencio tras aquello. Eurielle parecía
dolida y triste por aquellas palabras, pues la luz en su rostro se apagó como una vela en
medio de la oscuridad. Miraba al suelo con tristeza en su mirada, y luego se dio media
vuelta y se alejó ligeramente de los demás.

—No es posible. Ese trasgo debía de estar mintiendo—dijo Oswin— ¿Cómo va a ser
posible que haya casi medio centenar más como él rondando por ahí?

—No tenía razones para mentir—dijo Arthor—Era consciente de que no iba a salir
con vida de esta. ¿De qué le hubiera servido engañarnos?

— ¡Eh, venid a ver esto!—se oyó gritar a Preston, quien estaba junto a los bueyes.
Entonces fueron con él, y allí vieron la razón por la que los había llamado. Uno de los
bueyes yacía muerto en el suelo con una jabalina atravesándole el cuello de lado a
lado—Seguramente pretendían matar a los tres con el fin de dejarnos sin un arrastre
para el carro. Gracias a los dioses que hemos conseguido acabar con todos antes de que
pudieran hacer lo mismo con los otros dos.

—De haber querido acabar con los tres podrían haberlo hecho sin adversidad
alguna—dijo el montaraz—Esta patrulla no pretendía matarnos, tan sólo ralentizar
nuestro avance.

— ¿Cómo estáis tan seguro de eso?

—Esos trasgos no tenían apenas idea de combatir, y de haber sido su intención


matarnos hubieran traído a más de los suyos—contestó—Estos han sido enviados a
morir, a servir de engaño para hacernos creer que no hay más de los suyos rondado por
los alrededores.

— ¿Tan poco valor le dan a sus vidas que se lanzan a una misión suicida sin
importarles si viven o mueren?—preguntó Oswin incrédulo.

—Los trasgos se odian entre sí casi tanto como odian al resto de pueblos de
Nevelthia. Los comunes son los más despreciados entre los de su raza, por eso son
usados como primera fila de infantería, pues si mueren ya encontrarán a más que

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valoren tan poco su vida como para querer alistarse en la Legión de Hierro a pesar de
saber que les aguarda una muerte segura.

—Ahora entiendo por qué todo el mundo los desprecia…—Oswin dirigió su mirada
hacia Kriv, viendo que comenzaba a perder el equilibrio—Sir Kriv, ¿os encontráis bien?

—Sí, estoy bien…—dijo mientras se tambaleaba hacia los lados—Tan sólo


necesito… sentarme un poco.

En ese momento, a Kriv se le fue el cuerpo hacia adelante, teniendo que agarrarse al
carro con la mano que le quedaba libre para no caer al suelo. Oswin gritó su nombre, y
acto seguido fue junto con Preston a cogerlo de inmediato. Con suma delicadeza lo
dejaron sentado con la espalda apoyada contra la rueda delantera del carro.
Eurielle apareció instantes después, pues el ruido y la voz de Oswin gritando la
alertaron, viendo entonces que se trataba de la herida del costillar izquierdo de Kriv. La
inquietud y la preocupación estaban grabadas en sus rostros, en todos menos en el de
Arthor, quien se acercó el último y pareció tomarse la situación con mayor calma y
frialdad que el resto.

—Quitadle la camisa—les dijo a Oswin y a Preston, y éstos así lo hicieron. Luego él


se aproximó, poniéndose para ello en cuclillas—La herida es profunda. Si no cortamos
la hemorragia pronto se desangrará.

— ¿Tenéis algún conocimiento sobre medicina?—le preguntó Oswin.

—El suficiente para poder curarle la herida si nos damos prisa—respondió mientras
examinaba el corte—Necesito encontrar equináceas. Si las aplico sobre la herida evitaré
que se infecte, pero antes tengo que hacer que deje de sangrar. Con cola de caballo
puede que consiga hacer que cicatrice—miró a Oswin y a Preston—Vosotros dos
encargaos de taponar la herida. Usad un trozo de tela limpio, pero no apretéis demasiado
o le provocaréis un coágulo—miró entonces a Eurielle—Vos encargaos de ir al río a por
agua y de limpiarle constantemente la herida hasta que yo vuelva. Intentaré no tardar
mucho.

Arthor se dispuso a buscar equináceas y colas de caballo, encontrando ambas plantas


cercanas al río dado que necesitan altas cantidades de humedad para vivir. Cortó varios
manojos de cada una por el tallo con su cuchillo, y mientras tanto Oswin, Preston y
Eurielle hacían lo que les había encomendado. Entonces llegó y, tras haber machacado
los tallos y los pétalos de ambas flores, untó la plasta que se formó sobre la herida con
los dedos mezclándola con su saliva, pues sabía que poseía propiedades antibacterianas
que ayudarían a prevenir la infección y a cicatrizar.

—Traedme un hilo y una aguja esterilizada—les ordenó, y Oswin fue al carro en


busca de ambas cosas.

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—Tomad—Oswin le entregó el hilo y la aguja después de haberla esterilizado
poniéndola en el fuego. Luego Arthor comenzó a coser la herida con cierta dificultad,
pues las escamas de un dracónido eran más duras y difíciles de penetrar que la piel
humana. Se oyeron varias aspiraciones entre dientes acompañadas de muecas de dolor
por parte de Kriv, pero finalmente la herida quedó cerrada y después vendada.

— ¿Se recuperará?—le preguntó Eurielle con preocupación.

—La mezcla que he untado sobre su herida debería ser suficiente como para evitar
que se infecte—respondió—Ahora sólo nos queda esperar a que amanezca y ver si ha
mejorado o empeorado.

90
Capítulo 10: La Casa de los Placeres
Pasó la noche, y Erikus y Seline salieron al alba del piso franco para dirigirse hacia
los suburbios de la ciudad. El ambiente que se respiraba en las calles de aquella zona era
lúgubre y austero. Las casas estaban en su mayoría abandonadas y deterioradas. Los
mendigos, en su mayoría sucios y mugrientos, suplicaban por limosnas a todo aquel que
pasaba frente a ellos. Las paredes enmohecidas apestaban a humedad, y la gente de allí
desprendía un hedor fétido y vomitivo.

—Hay más alegría en un cementerio—comentó Seline entre susurros, notando cómo


todo el mundo les miraba.

—Ya te dije que este no era un lugar agradable al que ir—respondió Erikus—No te
quedes mirándoles y sigue hacia adelante.

Continuaron caminando hasta llegar a un burdel llamado la Casa de los Placeres.


Entraron dentro, y en su interior encontraron todo lo esperable en un establecimiento de
ese tipo: gente dispuesta a pagar por pasar un rato en compañía de rameras que, a
cambio de lo que llevasen en sus bolsillos, cumplirían todos sus designios y fantasías.
Justo al entrar un hombre de gran tamaño los detuvo junto al recibidor, siendo su figura
lo suficientemente imponente como para frenarlos en seco.

—No se puede entrar armado en la Casa de los Placeres—les dijo—Entregad


vuestras armas y se os serán devueltas cuando salgáis.

Ambos aceptaron sin presentar oposición. Seline entregó su arco, sus flechas y su
daga, y Erikus sus dos espadas y todos sus cuchillos arrojadizos. Una vez desarmados
pudieron continuar, y en cuestión de menos de un minuto la que parecía ser la dueña del
burdel se aproximó a ellos. Era una mujer entrada en edad, rondando los sesenta años.
Su pelo largo y canoso estaba recogido con un elegante peinado, y su rostro estaba
exageradamente maquillado. Llevaba un vestido rojo con escote y encaje de color
negro, teniendo además bordeados que simulaban plumaje de ave en los hombros y en
lo que hacía la forma del sostén que tanto estilizaba su figura. Puede que fuese una
mujer mayor, pero seguía conservando un atractivo digno de envidiar.

—Sed bienvenidos a la Casa de los Placeres, donde todas las fantasías se hacen
realidad—les dijo—Decidme, ¿qué trae por aquí a una pareja como vosotros? ¿Acaso
deseáis compartir vuestro amor con una tercera persona? ¿Con más de una, quizás?

— ¿Pero cómo os atrevéis?—saltó Seline indignada.

—Seline—Erikus le llamó la atención, y ella entonces guardó silencio, aunque de


mala gana—Disculpad a mi acompañante, madame.

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—No os preocupéis por eso—dijo—Es algo normal a vuestra joven edad, os quieres
sólo para ella. Yo en su lugar tampoco desearía compartir a un joven tan apuesto como
vos.

—Agradezco vuestros cumplidos, pero me temo que no hemos venido aquí a


contratar los servicios de ninguna de vuestras empleadas. Sin embargo sí que nos
gustaría poder hablar con alguna de ellas.

—Lo siento, querido. Si queréis conocer a mis chicas tendréis que pagar por ello, y
me temo que ser apuesto no os bastará.

— ¿Ni siquiera hablar con ellas en privado?

—Todo tiene un precio en este burdel, muchacho. Si vos disfrutáis del placer de la
conversación, de igual modo el servicio prestado debe ser pagado.

Erikus permaneció pensativo, sin saber bien qué decir o hacer. Podía sentir la mirada
de Seline hundida en él, aguardando una decisión que probablemente a ella no le
agradaría. Entonces miró a la dueña y, tras un leve suspiro, respondió:

—De acuerdo. Pagaré por los servicios de una de vuestras chicas.

—Muy bien. En ese caso, seguidme—comenzó a andar en dirección al interior del


burdel, y entonces tanto él como Seline se dispusieron a seguirla, pero entonces la
dueña la miró y dijo—Ah, ah. Las mujeres no tienen permitida la entrada a no ser que se
trate de una empleada; órdenes del establecimiento. Si queréis podéis aguardar aquí en
el recibidor a que vuestro acompañante regrese. Estoy segura de que se comportará.

La dueña del burdel lo miró con una sonrisa pícara mientras que Seline lo hacía con
una que unía indignación y decepción. Le miró a los ojos por unos breves segundos,
esperando a que dijese algo, pero él tan sólo se encogió de hombros con impotencia en
su mirada, pues no podía hacer nada al respecto. Dicho acto la enfureció
desmesuradamente, pudiéndose notar esto en su ceño fruncido y en su reacción, pues
acto seguido se dio media vuelta y salió por la puerta con gran indignación en sus
movimientos airados.
Debido a esto, la preocupación carcomió a Erikus por dentro. La dueña del burdel le
llevó hasta el salón principal, donde clientes y empleadas se reunían. A su derecha, tras
unas finas cortinas rojas, una orgía con más de una docena de personas participando en
ella estaba teniendo lugar en ese momento, llevando todos sus participantes una máscara
dorada puesta y el cuerpo lubricado en aceite. A su izquierda un enano de aspecto
adinerado disfrutaba de la compañía de dos jóvenes desnudas acurrucadas a él mientras
le daban caricias en la barba. Y por último, justo frente a él, había un escenario en el
que varias rameras realizaban bailes eróticos para quienes las contemplaban, los cuales
les lanzaban bolsas pequeñas llenas de monedas.

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—Bueno. Dado que queréis conocer a mis chicas, os presentaré las que me quedan
disponibles—dijo la dueña del burdel, reuniendo en cuestión de minutos a cuatro de sus
rameras. Las puso en fila horizontal para que las pudiera ver con detenimiento, siendo
todas ellas de desmesurada belleza y atractivo.

—Vuestras chicas son realmente hermosas, todas ellas—dijo con total sinceridad.

—Me alegro de que os gusten. Os las iré presentando una por una—se dirigió hacia
la primera: una hermosa joven de cabellos dorados y piel pálida como la nieve con
pechos pequeños, ojos verdes y pecas en su rostro—Esta es Sindi. Os hará pasar un
buen rato si sabéis tratarla como se merece.

—Nos complace ver que aún existen hombres apuestos interesados en hacernos
compañía—Sindi le sonrió, y él le devolvió cortésmente la sonrisa.

—Sindi es una muy buena opción, pero si lo que buscáis es madurez y experiencia,
os recomiendo a Irtha—señaló a la segunda de la fila: una mujer más mayor que las
demás pero hermosa igualmente, de cabellos castaños y ojos color café.

Erikus la miró, pero no era lo que él iba buscando, así que simplemente le sonrió y se
aproximó a la siguiente: una joven de tez muy oscura y ojos negros como la noche,
probablemente harthiana. Tenía los pechos grandes y hermosos, además de una sonrisa
blanca y reluciente que resaltaba aún más entre la oscuridad de su piel.

—Si sentís predilección por las exóticas mujeres del este, Javanna es vuestra chica—
dijo—Vino de Harth hará un año, y desde entonces ha tenido un gran recibimiento entre
nuestros clientes más exquisitos.

Pese a la belleza de aquella mujer oriental, Erikus se dirigió a ver a la última: una
hermosa joven de cabellos negros como el azabache, ojos azules como dos zafiros
tallados y piel blanca como la leche. A diferencia de las demás, ésta tenía la cabeza
agachada, y no tenía una falsa sonrisa dibujada en el rostro, lo cual le llamó la atención.
No parecía muy feliz, dado que su rostro permaneció triste incluso cuando alzó la
mirada para mirar directamente a su cliente, siendo esto algo que lo dejó intrigado.

— ¿Cómo se llama ella?—le preguntó a la dueña.

—Se llama Christine—respondió—Es un poco tímida, pero sabe hacer bien su


trabajo. Estoy segura de que sabrá daros lo que deseáis.

—Me gusta—la miró detenidamente—Sí, alguien como ella es justo lo que ando
buscando.

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—En ese caso, es toda vuestra tanto tiempo como podáis pagar—miró a las demás,
indicándoles así que ya podían retirarse—Christine os acompañará a una de nuestras
habitaciones para que podáis tener un poquito de intimidad.

—Acompañadme, por favor—dijo Christine con mirada triste y apagada.

Ambos entraron en una habitación que aún quedaba libre, y nada más hacerlo Erikus
cerró la puerta. Durante breves instantes permaneció contemplando a aquella joven de
singular belleza, la cual lo miraba tímidamente a los ojos mientras destensaba los nudos
de su vestido. Luego dejó que sus ropajes resbalasen por su piel hasta caer al suelo,
mostrando así la belleza que éstos ocultaban. Erikus no dijo una sola palabra;
permaneció únicamente contemplándola maravillado por su hipnótica figura. Christine
por otra parte se sentó al borde de la cama, teniendo aún la mirada triste y apagada.

—Espero poder complaceros, mi señor…—dijo con una suave pero cautivadora voz,
agachando su mirada hacia el suelo.

—Podéis volver a poneros el vestido si lo deseáis; no os pondré una mano encima—


dijo así, y entonces ella alzó la mirada desconcertada.

— ¿Es que acaso no os gusto? ¿No soy lo que vos esperabais?—preguntó, no con
indignación, sino más bien con tristeza.

—Todo lo contrario. Sois muy hermosa, pero no es mi deseo yacer con vos.

— ¿Entonces a qué habéis venido aquí?

—Poneos de nuevo el vestido y os lo explicaré—contestó, y acto seguido Christine


se vistió tal y como le había pedido.

—Muy bien. ¿Si no queréis contratar mis servicios, de qué se trata, entonces?

—No os confundáis. Sí que quiero contratar vuestros servicios, pero no de la manera


habitual—respondió—Necesito que hagáis algo por mí.

— ¿Y qué queréis que haga por vos?—preguntó confusa, y entonces Erikus sacó el
anillo de Bauglin de su bolsillo y se lo dio— ¿Qué es esto?

—Este anillo le pertenece a alguien del que a mí y a otros cuantos más nos gustaría
librarnos: Bauglin Magrum, el regente de Naarvin—dijo Erikus, y ante esto Christine se
quedó helada.

— ¿Y qué papel se supone que tengo yo en todo esto?

94
—Como bien sabréis, Bauglin lleva toda su regencia tratando de cerrar
establecimientos como este, y si presuntamente se le acusara de haber frecuentado los
burdeles de la ciudad, eso haría que sus palabras perdieran credibilidad ante la gente—le
explicó, comenzando así ella a comprender qué pretendía—Necesito que vos testifiquéis
contra él delante de todo el mundo mientras lleve a cabo uno de sus famosos discursos
al aire libre en la plaza principal. Decid que os dio este anillo como pago por los
servicios prestados. Es algo realmente sencillo, y de hacerlo tanto vos como yo
saldremos beneficiados.

— ¿Pero y si fracasáis? ¿Y si todo esto no sirve de nada y tan sólo lográis


arrastrarme a una celda por haber sido cómplice de vuestra conspiración?—se detuvo en
seco, llevándose la mano al vientre con una mueca de dolor y aspirando entre dientes
justo después.

—Estáis encinta…—Erikus no daba crédito a lo que acaba de ver.

—Por favor, no se lo digáis a madame Luniere—le suplicó—Si se entera me echará a


la calle.

— ¿De cuánto estáis?

—Ocho semanas—respondió—Hace ya casi un mes que debería haber sangrado, y


no lo he hecho.

— ¿Y qué pensáis hacer cuando pasen los meses? Tarde o temprano madame
Luniere terminará dándose cuenta de que tenéis un bebé creciendo en vuestro interior.

—No lo sé…—respondió tras un breve silencio, y acto seguido se sentó al borde de


la cama—He pensado en ir a un curandero a que me recete un remedio natural para no
tener el bebé, pero cada vez que lo pienso me veo más incapaz de hacerlo—comenzó a
llorar, y entonces Erikus se puso de rodillas frente a ella, le cogió de las manos y la miró
a los ojos, tratando así de consolarla—¿Cómo voy a poder arrebatarle la vida a una
criatura que aún no ha nacido siquiera? ¿Quién soy yo para decidir tal cosa? Puede que
no fuera deseado, pero es mi hijo, y lo estoy llevando en mi vientre. ¿Cómo se supone
que voy a ser capaz evitar que venga al mundo?

—Christine, comprendo que todo esto no debe de ser nada fácil para vos, pero
necesito que me escuchéis—dijo Erikus, y en ese momento ella dejó de llorar para
escuchar lo que tenía que decirle—El anillo que os he dado tiene más valor que todo
este burdel. Si me ayudáis no tendréis por qué seguir trabajando aquí. Vendedlo o
empeñadlo en cualquier parte. Muchos estarán dispuestos a pagaros una fortuna por él,
pero para que eso ocurra tendréis que ayudarme, no por mí ni por vos, sino por vuestro
hijo que aún no ha nacido.

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— ¿Y qué pasa si vuestro plan no sale como tenéis previsto? ¿Y si Bauglin me
captura?—preguntó con miedo.

—No lo hará—le sonrió cálidamente—Yo mismo me aseguraré de que salís sana y


salva de esta. Tenéis mi palabra.

Se hizo el silencio durante breves instantes, permaneciendo Erikus expectante de una


respuesta y Christine dudando sobre qué hacer. Estaba muy confusa en ese momento,
pues confiar en alguien a quien acaba de conocer resultaba realmente difícil. Sin
embargo había algo en él que le hacía creer que realmente era de fiar, pues había
aparecido trayéndole esperanza tanto a ella como a su hijo no nato. Entonces cerró los
ojos, tomó un profundo suspiro y se dispuso a dar una respuesta.

—De acuerdo. Haré lo que me habéis pedido—dijo así, y Erikus sonrió de alegría.

—Me alegra oír eso—se puso en pie—Bauglin dará un discurso en la plaza principal
esta tarde. Os veré allí.

— ¡Esperad!—exclamó Christine justo cuando éste se disponía a marcharse por la


puerta— ¿Cómo os llamáis?

—Erikus.

—Erikus…—repitió su nombre mientras el esbozo de una sonrisa se le iba


dibujando, y luego se acarició el vientre—Es un bonito nombre para un varón.

Le devolvió una grata sonrisa, y luego se marchó por la puerta. Se dirigió hacia el
recibidor, donde madame Luniere lo estaba esperando.

— ¿Y bien? ¿Os ha hecho Christine pasar un buen rato?—preguntó ella, y Erikus


agachó la cabeza.

—Eh… sí, sí—respondió tímidamente, lo cual extrañó a madame Luniere.

— ¿Qué sucede? ¿Os ha dado un gatillazo? Eso explicaría por qué habéis salido tan
pronto de la habitación.

— ¿Pero cómo os atrevéis?—su timidez se convirtió en indignación.

—No hay nada de lo que avergonzarse, hijo. Es algo muy común en jóvenes de
vuestra edad, y más aún cuando se os presenta una belleza como la de Christine.

—Madame, no le he puesto un dedo encima a Christine—dijo—Como ya os dije, tan


sólo quería hablar con ella.

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—Y eso me parece estupendo. Mis chicas también merecen ser escuchadas alguna
vez, pero eso no os va a librar de pagar por los servicios prestados.

—Pero… yo… yo no llevo nada encima ahora mismo.

—Aaah, así que pretendíais iros sin pagar—miró al portero del establecimiento—
¡Joel, aleja a este moroso de mi vista!

Aquel hombre enorme y fornido se aproximó agresivamente hacia él, y entonces,


justo cuando se disponía a agarrarle de la ropa para echarlo de allí, Erikus habló.

— ¡Tendréis noticias de Loffir Lengua de Piedra si me ponéis una mano encima!—le


gritó cuando aquellas enormes manos se aproximaron hacia él, creando así un breve
silencio que dejó tanto al portero como a madame Luniere sin palabras.

—Aguarda un segundo, Joel—le ordenó ella, y éste se retiró ligeramente para


dejarles hablar tranquilamente— ¿Conocéis a Loffir?

—Así es.

— ¿Por qué no lo habíais dicho antes?—de repente madame Luniere cambió su tono
a uno más alegre y animado, dejando esto a Erikus desconcertado—Los amigos de
Loffir son mis amigos.

— ¿Conocéis vos a Loffir?

— ¡Y tanto que sí!—respondió sonriente—Él y yo fuimos amantes en el pasado,


antes de que se convirtiera en el señor de ese castillo en lo alto de la colina.

—Nunca había oído esa historia—una media sonrisa se dibujó en el rostro de Erikus,
sin poder creer que aquello fuera verdad.

—Imagino que nunca os habrá hablado de mí. Es muy reservado para sus cosas—
dijo madame Luniere—Disculpad por las molestias. Podéis iros si queréis; cobrarle a
los hombres de Loffir sería como cobrarle a él.

—Muchas gracias, madame Luniere—se dispuso a marcharse.

—Antes de que os vayáis, quisiera pediros algo—lo detuvo un momento—Dadle


recuerdos míos a Loffir. Decidle que aún no he olvidado aquella noche del día 15 de
Las Heladas. Él lo entenderá.

97
—Me aseguraré de que reciba el mensaje—respondió con una sonrisa, y luego
recogió sus armas y salió fuera del burdel, donde Seline le esperaba de brazos cruzados,
apoyada sobre la pared y con el ceño fruncido.

— ¿Por qué has tardado tanto?—preguntó airada.

—Tenía que encontrar a la adecuada para llevar a cabo el trabajo—respondió


ciertamente desconcertado ante su actitud.

—Ya, claro. Seguro que todo el rato que has estado ahí dentro ha sido sólo para eso;
para encontrar a la adecuada.

— ¿Qué insinúas, Seline?

—No sé, dime tú. Entras solo a un local lleno de putas y tardas casi media hora en
volver, ¿y esperas que me crea que sólo has estado conversando con ellas?

—Vamos, Seline. No creerás eso de verdad, ¿no?—preguntó, pero ella no le


respondió con palabras, sino con una fría y rencorosa mirada que le atravesó el alma
como una flecha de hielo— ¿Es en serio? ¿Es que acaso no confías en mí?

—Es en esas fulanas en quien no confío—respondió—Vi cómo esa señora te miraba


de arriba abajo con deseo en sus ojos.

— ¡Por el amor de Mevah, Seline! Esa señora es como cuarenta años mayor que yo.
No lo hacía porque me desease de verdad. Es su trabajo tratar de seducir a quienes
entran en su establecimiento.

— ¿Y tú cómo estás tan seguro de eso, eh? ¿Te lo ha dicho mientras te desabrochaba
la camisa?

— ¡Por favor, no seas ridícula!—Erikus comenzó a airarse también.

— ¿Ridícula? ¿Eso es lo que soy yo para ti, una ridícula a la que follarte por las
noches para luego irte de putas por la mañana?

—Escucha, Seline. No eres tú la que habla, sino tus celos—le dijo, y ambos
guardaron silencio brevemente—Te prometo que no les he puesto una mano encima a
esas mujeres, y ellas a mí tampoco.

—Más te vale que así sea—dijo ella, pudiéndose notar desconfianza en su tono de
voz— ¿Has conseguido convencer a alguna de que nos ayude?

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—Sí. Hay una que está dispuesta a testificar contra Bauglin hoy mismo en la plaza
principal durante su discurso—respondió—Nosotros dos también debemos ir. He
prometido protegerla si los guardias de la ciudad intentan apresarla.

Aguardaron a que transcurriera la mañana, y una vez llegadas las cuatro de la tarde
pusieron rumbo a la plaza principal, viendo cómo una gran conglomeración de gente se
había reunido allí; enanos y hombres en su gran mayoría. En el centro de toda aquella
muchedumbre se alzaba un pequeño escenario de madera cercado por un círculo de
guardias con gruesos y grandes escudos rectangulares. Subido a éste se encontraba
Bauglin Magrum, regente de Naarvin. Llevaba su larga melena negra recogida en una
coleta trenzada hacia atrás. Su barba también oscura estaba ostentosamente peinada con
trenzas, y sus ropajes elegantes eran de un color azul marino, llevando además una larga
capa verde amarrada con un broche en forma de cabeza de búho; el escudo de su casa.
Erikus y Seline se camuflaron entre la gente ocultos bajo sus capuchas, limitándose a
observar lo que sucedía a su alrededor, y entonces Bauglin se dispuso a hablar,
habiendo antes alzado sus brazos para acallar a la plebe.

— ¡Pueblo de Naarvin!—hizo así su llamamiento, captando de este modo la atención


de todos los allí presentes— ¡Os he reunido aquí el día de hoy para hablaros sobre lo
sucedido hace dos noches! ¡Uno de nuestros comerciantes más significativos e
influyentes, Morkham, fue asesinado en su propia morada, y todas las sospechas indican
que Loffir Lengua de Piedra y los suyos andan detrás de todo esto!

Ante estas palabras, un inquieto murmullo comenzó a oírse entre la gente. Parecían
asustados dado el brillo de sus ojos y la expresión en sus rostros, y entonces Erikus le
hizo un comentario en voz baja a Seline.

—Si tan sólo la mitad de esta gente supiera que Morkham era quien controlaba el
tráfico de khiss en la ciudad, estoy seguro de que su muerte no habría causado tanto
revuelo—miró a su alrededor, asegurándose de que no había nadie más escuchando—
Todas esas familias destrozadas por culpa del khiss han sido ahora vengadas, y sin
embargo lo ignoran por completo.

—Mi padre nos lo ha dicho muchas veces. El pueblo es como un rebaño de ovejas
que sigue a su pastor. Nunca se cuestiona nada, simplemente se limita a seguir a aquel
que considera que mira por él.

—Pronto lo harán…—el esbozó de una sonrisa casi perversa se dibujo en su rostro—


Cuando las ovejas descubran que su pastor siempre ha sido el lobo, éstas dejarán de
seguirlo.

— ¡Corren tiempos sombríos, pero no debéis temer! ¡Pronto pondremos fin a Loffir
y a los suyos, empezando por cerrar todos los burdeles cuyos ingresos no queden
recogidos en un registro oficial supervisado por el ayuntamiento de la ciudad! ¡De este

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modo acabaremos con la trata de mujeres de la cual tanto se benefician los peces gordos
de su organización!—pronunció Bauglin, haciendo así que la gente lo alabara, pero
entonces, entre la muchedumbre, una voz discordante se hizo oír.

— ¡Mentiras! ¡Embustes! ¡Eso es lo único que sale por vuestra boca!

— ¿Quién ha dicho eso?—Bauglin comenzó a mirar en todas direcciones en busca de


la proveniencia de aquella voz.

— ¡Juráis acabar con la prostitución y la trata de mujeres cuando vos mismo


frecuentáis los burdeles de los suburbios de esta ciudad!—entre la gran masa de gente se
vio una figura femenina abriéndose paso. Era Christine, quien acto seguido miró a
Bauglin desafiante— ¡Aquí tengo la prueba que lo demuestra!

Dicho esto, de su bolsillo sacó el anillo que le había dado Erikus, quien al ver esto
sonrió triunfante. Bauglin, completamente desorbitado y sin palabras, se miró la mano
derecha, viendo que le faltaba uno de sus diez anillos, y cuando vio aquel supo que se
trataba del suyo. La gente, al igual que él, quedó sumida en la sorpresa y la
incredulidad. Los murmullos regresaron, pero esta vez de forma más alterada y violenta.

— ¡Nuestro regente usó este anillo como pago por encamarse conmigo durante una
noche!—gritó Christine con gran fuerza, creando de nuevo diversas reacciones de
desconcierto y asombro— ¡Así es, soy una puta, y he sido víctima de la trata que este
hombre dice querer combatir! ¡Os está utilizando para quitarse a sus enemigos del
medio y así hacerse él con todo el poder! ¡No creáis sus palabras, pues no es más que un
embustero!

Los murmullos se convirtieron en abucheos, los abucheos en gritos furiosos e


intentos por romper el muro de guardias que rodeaba el escenario. Bauglin comenzó a
sentir verdadero terror al ver aquella muchedumbre furiosa tratando de ir a por él. Los
guardias tuvieron que empujar y golpear a más de uno que intentó abrir una brecha en
su impenetrable muro de escudos, creando esto mayor revuelo aún.
Entre la masa de gente que avanzaba hacia el escenario, Christine fue esquivando y
recibiendo constantes empujones hasta que consiguió meterse por un callejón
medianamente ancho. Bauglin la vio escabullirse, y acto seguido dirigió su mirada a sus
hombres.

— ¡Cogedla! ¡Quiero llegar al fondo de todo esto!—señaló con el dedo en dirección


al callejón por donde se había ido, y entonces cuatro de sus hombres fueron tras ella.

Erikus vio todo esto, por lo que hizo honor a su palabra y los persiguió. Seline fue
tras él, y mientras tanto Bauglin era escoltado por sus hombres hacia su casa mientras
que el muro de escudos contenía a la plebe furiosa. Christine huía por el callejón a un
paso acelerado, casi corriendo, mirando con ojos asustados hacia atrás constantemente.

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Oyó a los guardias gritar: “¡Que no escape! ¡No debe de andar lejos!”, y entonces
comenzó a aumentar el ritmo a la par que su corazón latía desenfrenado.

— ¡Allí está!—gritó un guardia nada más verla, y él y sus demás compañeros


comenzaron a correr tras ella.

Christine comenzó a correr como nunca antes había hecho, oyendo las pesadas botas
de hierro de los guardias enanos trotar cada vez más cerca. La desesperación se apoderó
de ella, y unas lágrimas de impotencia parecían querer desbordarse por sus ojos. Pero
entonces, al tomar el cruce de una calle, una mano rápida y furtiva la atrapó como una
araña caza a una mosca y la llevó de un tirón hacia un callejón estrecho y oscuro.
Intentó gritar, pero una segunda mano le tapó la boca antes de que pudiera hacerlo, y
mientras tanto la otra la inmovilizaba.

—Shh, shhh. No os preocupéis, soy yo—se oyó susurrar a la voz de Erikus, y luego
se oyó a los guardias correr por su lado, pero no podían verlos; el velo de las sombras
los cubría y los hacía prácticamente invisibles.

—Todo despejado. Ya se han ido—dijo Seline desde el otro callejón que quedaba
justo frente por frente de aquel en el que estaban ocultos, habiendo esperado antes a que
los guardias pasaran de largo.

Erikus y Christine cruzaron la calle rápidos y silenciosos hasta llegar al otro callejón,
y allí la ramera se sentó durante unos instantes, tratando de recuperar el aliento.

—Lo habéis hecho genial, Christine—le dijo Erikus—Vuestra valentía supondrá un


antes y un después en la regencia de Bauglin.

—Gracias, Erikus—respondió con una grata sonrisa entre suaves jadeos—Santos


dioses, creí que ya me tenían. Menos mal que aparecisteis vos.

—He cumplido con mi palabra, tal y como os dije—le devolvió la sonrisa—A las
afueras de la ciudad os aguarda una carreta que os llevará hasta Rosa Negra. Allí
podréis dar comienzo a una nueva vida para vos y para vuestro hijo…—le acarició
suavemente el vientre.

—Jamás olvidaré lo que habéis hecho por mí—lo abrazó cálidamente, y él de la


misma manera la abrazó a ella, todo esto mientras Seline los miraba con ira y celos
ardiendo en sus ojos. Erikus pudo notarlo, y en ese momento dejó de abrazarla.

—Os acompañaremos hasta la puerta. La guardia debe de estar haciendo un barrido


de toda esta área ahora mismo—miró a Seline, quien no dijo nada, sino que permaneció
mirándole con el ceño fruncido y rabia ardiente en su mirada—Vámonos.

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Los tres se movieron con cautela y sigilo hasta llegar a su destino. Lograron salir de
la ciudad con éxito, viendo entonces junto a los establos al que sería el cochero que
escoltaría a Christine hasta Rosa Negra.

—Ahí está vuestro carruaje—dijo Erikus—Guardad bien el anillo. No se lo mostréis


a nadie a menos que sea para venderlo; corren tiempos difíciles y hay gente que mataría
por mucho menos que eso.

—Tendré sumo cuidado, Erikus—le sonrió, y luego se acarició el vientre—Una vez


más, gracias por todo. Si es un varón le pondré vuestro nombre por todo lo que habéis
hecho por mí y por él.

—Es un gran honor el que me concedéis—le respondió sonriente—Adiós, Christine.


Os deseo fortuna en los años venideros.

—Yo os deseo lo mismo para vos y vuestra acompañante—miró a Seline de refilón,


quien estaba cruzada de brazos y sin quitarle un ojo de encima—Adiós.

Christine se subió al carro con el cochero y su silueta se fue perdiendo en el


horizonte según se iban alejando. Erikus sonreía con un sentimiento de alegría
recorriéndole los adentros mientras la veía marchar, pero no podía decirse lo mismo de
Seline, quien no había dicho ni una sola palabra al respecto, limitándose a tener el ceño
fruncido y a mirar con rabia a ambos.

—Parece que habéis hecho muy buenas migas para conoceros tan sólo desde esta
mañana—dijo ella insinuante.

—Por favor, Seline, no empieces—resopló Erikus—Me alegra ver que ha podido


dejar atrás su vida de ramera y que ahora pueda darle una vida plena y feliz a su hijo,
eso es todo.

—Ya… ¿Y esas miradas que le echabas también eran porque te alegrabas por ella?
¡No soy estúpida, Erikus!

— ¡Pues, a decir verdad, tus palabras demuestran todo lo contrario!—respondió


airado— ¡Ya hemos hablado de esto esta mañana, y no pienso repetirlo!

— ¿Pero cómo te atreves?—reaccionó ofendida— ¿Coqueteas con ella delante de


mis narices y encima tienes la osadía de llamarme estúpida? ¿Pero tú quién coño te
crees que eres?

— ¡Por todos los dioses, no estaba coqueteando con ella! ¡Tan sólo intentaba ser
amable! ¿Hace falta que te recuerde que ha sido gracias a ella que hemos conseguido
ganarle este asalto a Bauglin?

102
Se hizo el silencio, uno tenso e incómodo, más que ninguno que hubiera habido antes
entre los dos, y luego recordaron que no estaban a salvo allí.

—Será mejor que nos separemos. Los hombres de Bauglin nos andarán buscando—
dijo Seline—Volveré con mi padre a Roca Austera. Adiós.

Se dispuso a marcharse, y entonces Erikus la detuvo.

— ¡Seline!—ella se dio la vuelta—Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé…—agachó la mirada y se marchó sin decir nada más.

103
Capítulo 11: La Vergüenza de una Nación
Después de que Kriv resultase herido, todos pasaron lo que quedaba de noche en
vigilia, atentos por si su compañero empeoraba y por si los trasgos volvían a atacar.
Afortunadamente ninguna de estas cosas sucedió. No hubo ningún otro ataque y la
herida de Kriv avanzó con normalidad, aunque seguía sin poder recorrer largas
distancias a pie, por lo que durante el viaje fue sentado junto a Oswin en el carro
mientras que Eurielle, Preston y Arthor iban a pie.
Llegaron a donde el Bosque Espeso daba comienzo una vez el sol comenzaba a
ocultarse por el horizonte acompañados de una fuerte lluvia que para su fortuna fue más
bien breve y fugaz. No llegaron a adentrarse, pues atravesarlo durante la noche no haría
sino volver la travesía aún más peligrosa. Arthor fue a cazar la cena, trayendo a la vuelta
tres perdices bien fornidas y alimentadas. Entonces cayó la noche, y poco antes de que
comenzaran a hacer la cena Kriv se acercó a Arthor, quien se encontraba alejado del
resto sentado en la verde y húmeda hierba mientras fumaba de su pipa.

—Saludos, Arsor—le dijo, y éste lo miró de reojo.

—Se dice Arthor, lagarto—le corrigió sin siquiera mirarle, aún teniendo la pipa
metida en la boca— ¿Qué queréis?

—Quisiera daros la gracia por sanar mi herida. De no ser por vos…

—Sí, sí. De no ser por mí no habríais sobrevivido y bla, bla, bla—lo interrumpió de
repente—Ahorraos el discursito. No creáis que lo hice por vos.

—No engañáis a nadie con esa actitud fría e indiferente ante todo lo que os rodea, ¿lo
sabéis, verdad?—Kriv inesperadamente sonrió en lugar de airarse.

— ¿Qué?—Arthor le miró desconcertado por sus palabras.

—Sé bien lo que tratáis de hacer. Queréis aparentar ser un hombre con el corazón de
piedra, alguien a quien no le importa nada ni nadie, pero todo eso no es más que una
máscara con la que ocultáis el dolor con el que cargáis en vuestro interior y que teméis
mostrar por miedo a que os hagan daño.

Dichas palabras dejaron a Arthor conmocionado y en silencio durante breves


instantes, pero entonces se quitó la pipa de la boca y con el ceño fruncido contestó:

— ¿Qué sabréis vos de mí, eh? ¡Nada!—lo miró a los ojos, teniendo que alzar la
cabeza para hacerlo, pues seguía sentado.

104
—No sé mucho sobre vos, eso es cierto, pero se me da bien conocer rápido a la
gente, y vuestra actitud tan evasiva cuando os pregunté sobre vuestro collar me dio la
respuesta que andaba buscando para poder entender por qué actuáis de esa manera.

—Medid bien vuestras palabras a partir de ahora, lagarto. Os estáis adentrando en


terreno muy pantanoso.

—Descuidad. No pensaba permanecer aquí mucho rato. Se está mejor junto al


fuego—dijo—Pero, si me permitís un consejo, no es necesario que actuéis de ese modo
tan aprensivo con nosotros. No somos vuestros enemigos, sino todo lo contrario. De
igual forma que fuisteis parte de un grupo cuando patrullabais junto a los montaraces
podéis serlo ahora del nuestro—hizo una breve pausa—Puede que lo único que nos una
sea el propósito de transportar el cargamento hacia Adenor, pero… ¿qué haréis después
de eso? ¿Volveréis a vagar por los bosques y las praderas de estas tierras vos solo? ¿No
os resulta más gratificante pensar que podríais hacer lo mismo en compañía?

Dicho esto, Arthor se levantó. Miró a Kriv a sus serpentinos ojos plateados, que
brillaban con la luz de la luna reflejada en ellos. Los suyos sin embargo no brillaban;
permanecían fríos y apagados, como siempre solían estar.

—Escuchad bien lo que os digo. Si prefiero ir por mi propia cuenta es por una buena
razón: todo aquel que me ha seguido alguna vez ha muerto. ¿Creéis que la vida de un
montaraz está llena de aventuras? Lo único que rodea a un montaraz es el tormento y la
muerte de quienes lo acompañen. Por eso prefiero ir solo; de ese modo no puedo cargar
con las muertes de nadie.

—Os comprendo, de verás que sí. Ya lleváis suficientes muertes cargando sobre
vuestros hombros como para seguir cargando con más—reflexionó Kriv—Imagino que
querréis estar solo.

—De hecho, así es—volvió a sentarse y a llevarse la pipa a la boca—Volved junto al


resto antes de que me arrepienta de haberos curado esa herida.

—Así haré—se dio media vuelta, pero antes de irse habló de nuevo—Espero que
reflexionéis sobre lo que hemos estado hablando. No se puede ir solo siempre en esta
vida. En algún momento todos necesitamos la ayuda de otros.

Arthor no dio respuesta, simplemente permaneció fumando y mirando al negro


horizonte. Entonces Kriv se marchó, y nada más hacerlo la expresión del montaraz
cambió. Pasó de una seria y fruncida a una calmada y reflexiva, mirando a continuación
al caballero dracónido alejarse en dirección al campamento.

— ¿Qué le habéis dicho?—le preguntó Oswin al verlo llegar.

105
—Tan sólo charlábamos un poco, nada más—se sentó con delicadeza, procurando
que los puntos no se le abrieran.

— ¿Cómo va vuestra herida?—preguntó Eurielle.

—Mejor, pero aún duele—contestó tras un fugaz quejido.

—El Errante os curó bien. Se notaba que sabía lo que os hacía.

—Sí… De eso no me cabe duda—miró a Arthor, quien permanecía alejado y


solitario, fumando de su pipa mientras contemplaba el inmenso negro de la noche, y en
ese momento la barriga le rugió—Parece que se acerca la hora de cenar. ¿Quién va a ser
hoy quien se encargue de desplumar y cocinar esas perdices? ¿Vos, Preston?

—Ni de broma, yo ya preparé el desayuno y la cena de ayer—respondió—Ya le va


tocando a otro.

— ¿Oswin?—miró al harthiano, y éste sacudió la cabeza en signo de negación, por lo


que acto seguido miró a Eurielle—Parece ser que os va a tocar a vos, mi lady.

— ¿A mí? ¡Pero si yo no he cocinado unas perdices en mi vida!—respondió entre


nerviosa y asustada.

—Siempre hay una primera vez…—se detuvo durante un momento, titubeante sobre
lo que acababa de decir— ¿Es así como se dice?

—Sí, pero…

—No hay peros que valgan, lady Eurielle—añadió Oswin—Será mejor que no os
demoréis, sino se os va a hacer tarde.

—Ay… Está bien—se levantó de la roca sobre la que estaba sentada y cogió las
perdices que descansaban muertas en la parte trasera del carro. Comenzó a
desplumarlas, aunque de manera realmente torpe y lenta. Ni siquiera sabía por dónde
cogerlas para hacerlo. Las agarraba de las alas y dejaba el cuerpo colgando, por lo cual
no paraba de moverse y se le hacía mucho más complejo arrancarle aunque fuese una
sola pluma.

—Jamás habéis desplumado a un animal, ¿no es así?—se oyó decir a Arthor, quien
se había aproximado hacia ella por detrás sin que ésta se diese cuenta siquiera, dándole
por ello un susto que la hizo saltar hacia atrás.

— ¿Cómo diablos? Bueno, da igual… No, jamás he desplumado un animal.

106
—Tal y como yo imaginaba. Veros hacerlo así de mal me estaba poniendo
enfermo—se puso en cuclillas junto a ella y le extendió la mano, y ella le dio la perdiz a
la que intentaba desplumar—En primer lugar, lo primero que se debe hacer a la hora de
desplumar un ave es partirle el cuello para luego cortarle la cabeza.

Un seco y breve crujido sonó a continuación. Le había roto el cuello con suma
facilidad, y acto seguido, con un tajo seco y contundente hacia abajo con su cuchillo de
caza, le cortó la cabeza tras apoyar el cuerpo muerto sobre una tabla de madera para
cortar, salpicándole por ello un pequeño chorreón de sangre en la cara. El crac del
cuello de aquella ave rompiéndose horrorizó a Eurielle hasta erizarle la piel, y ver aquel
salpicón de sangre caer sobre la cara de Arthor le provoco leves nauseas.

—Observad con atención; la próxima perdiz la desplumaréis y destriparéis vos


misma—dijo no con mucha dulzura, al igual que lo que siguió después—Bien. Ahora
que no tiene cabeza, podemos empezar a quitarle las plumas. No vayáis quitándoselas
una a una; tardaréis una eternidad si lo hacéis. Pegad varios tirones con las manos y
haceros con un manojo lo bastante grande, de ese modo se os facilitará el trabajo de
después—mientras decía todo esto, Arthor iba desplumando la perdiz con suma rapidez
y maestría, dejando esto a Eurielle alucinada y sin palabras—Una vez la tengáis
completamente desplumada, cogéis algún cuchillo que tengáis a mano, se lo hundís en
el vientre y luego realizáis un corte hacia arriba.

En ese preciso instante, el montaraz abrió la barriga de la perdiz en dos con su


cuchillo, saliendo todas sus tripas a continuación. A Eurielle le dieron ganas de vomitar,
tosiendo varias veces después de aquello, pero rápidamente pudo contenerse y seguir
atendiendo a las lecciones.

—Cuando la hayáis abierto en canal, lo único que os quedará será quitarle las tripas
una por una: intestinos, hígado, pulmones, corazón…—según iba diciendo los nombres,
éste iba sacando el órgano que le correspondía, siendo una escena que le provocó
nauseas a Eurielle—Ahora que el cuerpo está vació, lo único que queda es salpimentarlo
y dejarlo hacerse en el fuego—cogió otra perdiz del carro y se la dio en mano—Ahora
os toca a vos, a ver si habéis estado escuchando.

Con nerviosismo y timidez, Eurielle cogió la perdiz, le rompió el cuello con un


malestar que le recorrió el cuerpo a modo de temblor y luego cogió el cuchillo de Arthor
para cortarle la cabeza. Pesaba mucho más de lo que imaginaba, incluso tuvo que hacer
bastante fuerza para sostenerlo. Lo observó por unos instantes detenidamente, viendo
que la hoja era de un acero brillante y reluciente. Lo más llamativo era su empuñadura
hecha con un asta de ciervo, cuyos colores pardos como la madera complementaban a la
perfección con el color del acero.

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En lugar de cortar la cabeza de un limpio y contundente tajo como había hecho
Arthor, Eurielle trató de hacerlo como el que corta una rebanada de pan y sin demasiado
ánimo, lo cual hizo que el montaraz no pudiera contenerse y por ende que le quitase el
cuchillo de la mano con un brusco e inesperado tirón.

— ¡Así no es cómo lo he hecho yo! ¡Para cortarle la cabeza tenéis que hacer así!—un
golpe seco contra la madera se oyó a continuación, y la cabeza de la perdiz fue cortada
de forma limpia y precisa. Luego miró a Eurielle a los ojos, y acto seguido le volvió a
dar el cuchillo—Espero que la próxima vez lo hagáis bien.

— ¿Tiene esto algo que ver con lo que habéis hablado antes él y vos?—Oswin le
susurró a Kriv al oído, y éste rió levemente.

—Si os digo la verdad, desconozco la respuesta—respondió mientras los


observaba—Yo estoy tan sorprendido como vos de verlos conversar sin ningún atisbo
de que quieran matarse el uno al otro.

—Coged más plumas por cada tirón. Arrancáis demasiado pocas—le decía Arthor—
Así vamos a terminar cenando mañana.

Pese a la dureza de sus palabras, el montaraz permaneció atento de que Eurielle lo


hiciera todo de manera correcta, corrigiéndole cada fallo y enseñándole cómo debía
hacer cada cosa hasta que finalmente pareció aprender. La tercera perdiz la desplumó,
destripó y salpimentó ella sola, y entonces comenzaron a cocinarlas en el fuego. Una
vez estuvieron todas bien hechas, rompieron los trozos y los repartieron entre los cinco,
comenzando así todos a cenar. Durante ese tiempo hubo silencio, y entonces Eurielle
preguntó tímidamente:

— ¿Qué tal están?

—Para ser vuestra primera vez, estas perdices no están nada mal—respondió Preston
mientras masticaba la carne—Mis felicitaciones.

—Gracias, aunque he de reconocer que me han ayudado mucho—miró a Arthor


sonriente en muestra de agradecimiento—Me alegro de que os gusten.

—Hay que reconocer que la carne os ha quedado jugosa y sabrosa—dijo Oswin.

—Pero estoy segura de que no es el mejor plato que habéis probado en vuestra
vida—dijo ella—Dicen que en vuestra tierra se come mejor que en ningún otro sitio.

—Totalmente cierto—dijo Preston mientras se chupaba los dedos—Nunca he


probado una comida tan rica como la de Harth. Esas especias que le echan a todo…

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—Sí, sin duda no he probado mejores platos en ningún sitio que no fuera mi hogar—
una sonrisa nostálgica se dibujó en el rostro de Oswin—Creo que es lo único que
verdaderamente echo de menos de mi tierra además del calor.

La noche se mantuvo amena y tranquila entre los cinco. En ese momento, mientras
los demás conversaban acerca de diversos temas, Arthor se desabrochó el cinto donde
llevaba su espada y la desenvainó para comenzar a afilarla con un canto rodado que
había cogido en la orilla del río. Dejó la vaina a un lado, agarró la empuñadura con la
mano izquierda y, sujetando la lisa y húmeda roca con la derecha, comenzó a acariciar
el frío y sólido acero, generando dicha fricción un sonido tremendamente agudo, pero
de igual modo placentero para el oído. Los demás contemplaban deleitados el
destellante brillo de la hoja cuando el fuego se reflejaba en ella. Era una espada larga de
hoja recta y doble filo. Su guardia de mano se curvaba ligeramente hacia la hoja, y su
empuñadura era de cuero negro con una anilla de acero en el medio para delimitar
dónde debían ir colocados los dedos de ambas manos al empuñarla.

—Tenéis buena espada—comentó Kriv— ¿Le habéis puesto algún nombre?

— ¿Qué clase de gilipollez es esa de ponerles nombre a las espadas?—dejó de


afilarla por un momento—Las espadas son herramientas, y cuando las herramientas se
deterioran o se rompen se desechan y se sustituyen por una nueva. ¿Qué sentido tiene
ponerle nombre a algo que tarde o temprano va a acabar siendo reemplazado?

—En eso he de discrepar con vos—se levantó, fue hacia el carro, y de la parte de
atrás cogió su espada para mostrársela a todos—Esta es Haaz-meniir, «Azote de
Enemigos» en mi lengua. Perteneció a mi padre y a su padre antes que a él. Lleva en mi
familia durante generaciones, y creedme cuando os digo que su valor tanto en oro como
en representación es mayor que el de una simple herramienta desechable.

—Bah. Si a vos os hace ilusión pensar eso…—Arthor arqueó los ojos y justo después
continuó afilando su espada.

—No le hagáis caso, sir Kriv. No es más que un viejo cascarrabias—bromeó


Eurielle.

—No soy tan viejo como aparento ser, señorita elfa.

— ¿Ah, no? ¿Cuántos años tenéis entonces?

—Probad suerte a ver si acertáis.

—Cincuenta por lo menos—dijo Eurielle, y Arthor negó con la cabeza mientras


seguía afilando— ¿Cuarenta y cinco? ¡Vamos, no podéis tener menos de cuarenta!

109
—Treinta—levantó la mirada un momento, y luego siguió afilando.

—Tenn anem Ëhnis—sus ojos quedaron inundados de asombro—Sí que parecéis


más viejo de lo que sois realmente.

—La vida os ha jodido bien, igual que a mí—saltó Preston—Tantos años viajando y
combatiendo sin cesar terminan desgastándote. Miradme a mí, con cuarenta y seis años
y sin rastro alguno de mi melena castaña. Tan sólo me quedan estas dichosas y malditas
canas.

—Pues a mi parecer os favorecen bastante—comentó Eurielle amablemente.

—Gracias, mi lady—dijo alagado—A propósito. Sé que es de mala educación


preguntarle a una dama por su edad, ¿pero cuántos años tenéis vos realmente? Hace
unos días dijisteis que vuestro aspecto joven podía resultar engañoso, y desde entonces
me arde la curiosidad por saber cuán joven sois en realidad.

—Pues… yo, a decir verdad, sigo siendo considerada como alguien joven incluso
para ser una An Ephel—se sonrojó ante dicha pregunta—Tengo sólo ciento quince
años, que para un humano equivale a tener veinte aproximadamente.

— ¿Cuál es la esperanza de vida de vuestro pueblo, mi lady?—Kriv preguntó


interesado.

—Pues… no sé deciros exactamente, pero diría que entre los ochocientos y los
ochocientos cincuenta años. Ha habido casos en los que algunos han alcanzado la
excepcional edad de mil años, pero eso no es algo muy frecuente—se detuvo un
momento— ¿Y vos, sir Kriv? ¿Cuánto vive vuestro pueblo?

—Muy poco incluso si comparamos nuestra esperanza de vida con la de los


hombres—dijo ciertamente apesadumbrado—A los veinte años un dracónido ya ha
alcanzado la madurez plena, y a los cincuenta ya es considerado un anciano. A pesar de
provenir de los inmortales dragones, nuestra raza envejece a una velocidad abrumadora
en comparación con las demás. Los hombres pueden vivir hasta más de medio siglo, los
enanos más de uno y medio, y vuestro pueblo casi un milenio, pero el mío rara vez logra
sobrepasar el medio centenar de años antes de perecer.

—Vuestro pueblo habita unas tierras bastante hostiles, especialmente las que hacen
frontera con el Desierto de Ashad—dijo Oswin.

—Sí… Me preguntó quiénes fueron los que nos arrastraron hasta allí y nos alejaron
de nuestros dioses más allá de las Montañas Dragón—dijo Kriv insinuante.

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—Creo que no es momento ni lugar para discutir sobre viejas rencillas entre nuestros
pueblos, sir Kriv—respondió ofendido—Aquel conflicto quedó resuelto siglos atrás, de
nada sirve mantener avivadas las ascuas.

—Ya… Hablando de viejas rencillas entre pueblos, ¿a qué se refería aquel trasgo de
la noche anterior cuando os dijo todas esas cosas, mi lady?—dirigió la vista hacia
Eurielle, quien agachó la cabeza y se mantuvo en silencio brevemente con el rostro
afligido y consternado.

—Varios siglos atrás, cuando mi pueblo llegó por primera vez a estas costas, éstos
fundaron una colonia en la península que hoy día es nuestra nación: Ephelia. No
obstante, no siempre fue nuestra. Pequeñas tribus de trasgos y orcos ya la habitaban
antes de nuestra llegada, pero esa no fue razón suficiente para evitar que nuestros
antepasados decidieran masacrar y expulsar a los nativos de la zona para fundar allí su
nuevo hogar. Habíamos perdido Sorethya, y necesitábamos una nueva tierra en la que
establecernos, por lo cual les declaramos una guerra abierta—hizo una breve pausa en la
que permaneció contemplando las llamas—Durante años estuvimos luchando contra
ellos hasta expulsaros y obligarlos a vivir recluidos en las montañas, lejos de cualquier
civilización. Desde entonces han estado gestando un profundo odio hacia mi raza que
les lleva siendo inculcado desde que nacen. Por ello ante sus ojos no somos más que los
monstruos que les arrebataron su hogar y la causa de todas sus grandes penurias, y tal
vez tengan razón…

Terminó de hablar, y un profundo silencio se formó entre los cinco, quienes bien
permanecieron reflexivos o simplemente indiferentes ante aquello. La más afectada
parecía ser Eurielle, como si ella misma se hubiera impuesto cargar con el peso de los
errores de sus antepasados, pues en su rostro se podía apreciar vergüenza latente como
una débil pero constante ventisca helada durante una noche de invierno.

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Capítulo 12: Acorralados
Esa misma noche, en las calles de Naarvin, Erikus vagaba afligido y solitario,
pensando aún en la tan abruptamente terminada discusión que había tenido con Seline.
Buscó ahogar sus penas en alcohol, y por ello se dirigió a una posada cercana al piso
franco, una llamada El Salto de la Coja. Era un establecimiento bastante sencillo, de
sólo dos pisos de altura. El humo salía por la enorme chimenea del techo, significando
esto que dentro habría un gran fuego calentando el lugar, algo bastante apreciado
después de la fuerte lluvia que había caído poco antes de anochecer.
El interior se encontraba bastante vacío, tan sólo había cuatro enanos que, a decir por
sus vestimentas, debían de ser granjeros y alfareros. Después miró con mayor detención
y sentado solo en una mesa divisó un hombre portando una armadura del ejército
fortlandés; distintiva por llevar el blasón del reino: tres flores de lis colocadas de manera
que formaban un triángulo entre ellas. Nadie parecía querer acercársele, y Erikus no iba
a ser una excepción. Se sentó en un taburete junto a la barra, y entonces una mujer
enana le atendió.

—Buenas noches. Sed bienvenido a El Salto de la Coja—le saludó con cordialidad—


¿En qué pudo serviros?

—Ponedme una cerveza rubia—tiró un nagam de plata a la barra con desdén, y éste
rodó varias veces en círculos hasta permanecer quieto.

—Marchando una rubia—cogió la moneda y agarró una jarra de madera de debajo de


la barra. Luego la llenó hasta los topes con cerveza recién sacada del barril y se la puso
justo en frente.

Erikus agarró el asa de la jarra y se bebió la cerveza de un trago, dejando esto a la


posadera un tanto perpleja. Le pidió otra, y ella no tuvo más remedio que dársela, pues
no podía negarse a hacerlo mientras siguiera pagando. Así hizo hasta llegar a la quinta,
cuando los dedos comenzaron a hormiguearle. Entonces un enano de larga melena
castaña con una frondosa barba y un largo bigote trenzado se le aproximó.

— ¡Por Targûn, muchacho!—exclamó— ¿Qué razones tendrías para querer beber


como un poseso sin siquiera saborear la cerveza?

—No es asunto vuestro—Erikus eructó tras responder.

—En eso no te quito razón, pero juzgando tu rostro triste y apagado diría que tratas
de ahogar tus demonios. Permíteme al menos que ahogue los míos junto a ti.

—Adelante—retiró la mirada con inexpresividad, mirando a continuación a la


madera de la barra, pero sin pensar en nada en concreto.

112
— ¡Ah, narga dwoin!—cambió de idioma de repente con un tono animado y
alegre— ¡Posadera, ponednos una cerveza a este hombre y a mí! ¡Invito yo!

La enana trajo dos jarras hasta arriba y ambos comenzaron a beber. Bebieron y
bebieron hasta que la barra estaba prácticamente ocupada únicamente por sus jarras
vacías con espuma en el fondo. Estaban tan beodos que la tristeza de Erikus desapareció
por completo y cualquier estupidez le hacía reír a carcajadas. Intercambiaron chanzas y
anécdotas entre ambos, especialmente el enano, quien parecía tener un don para hacer
reír a la gente.

—Y entonces le dije: «No, Figrid. Te juro que ésta sólo ha sido la cuarta mujer a la
que me he tirado esta semana»—las carcajadas de ambos inundaron el salón, y entonces
se oyó al soldado fortlandés decir algo no muy amablemente.

— ¡Callaos ya de una vez! ¡A nadie le importa cuántas veces le hayáis puesto los
cuernos a vuestra mujer!

— ¿Y a vos qué os pasa, eh?—se giró y lo miró— ¿Acaso tenéis una flecha de esos
silvanos metida en el ojete y por eso sois tan estirado?

— ¡Vete a la mierda, patas cortas!—dichas palabras hicieron enfurecer a aquel


enano, quien como respuesta se quitó la camisa y se subió a lo alto de su mesa.

— ¡Decidme eso a la cara, vamos!—le dio una patada a su jarra de cerveza y se la


derramó encima, haciendo así que se levantara furioso de un salto.

El soldado trató de hacerse con su espada, pero antes de que pudiera cogerla el enano
se le echó encima y lo tiró al suelo, comenzando así a golpearle con sus puños sin cesar.
Como sucedía siempre en las peleas de bar, un círculo de personas se formó alrededor
para presenciarla, sin ningún indicio de que tuviesen intención de pararla. El fortlandés
logró librarse de él para luego ponerse encima y comenzar a estrangularle, pero mientras
apretaba sus manos contra el cuello de aquel enano éste se hizo con un taburete y se lo
partió en la cabeza, logrando así quitárselo de encima.
Ahora conmocionado, el soldado se puso en pie y se cubrió la cara con los puños,
haciendo el enano exactamente lo mismo. Se intercambiaron varios golpes, logrando
hacerse sangrar mutuamente. Hubo cejas abiertas, narices ensangrentadas y algún que
otro diente roto. El enano tenía una fuerza inmensa, además de una técnica de lucha
muy sucia y efectiva. El soldado estaba en serios aprietos, pues cada golpe de aquellos
cortos pero musculosos brazos lo dejaban prácticamente fuera de sí. Entonces el enano
lo derribó con una embestida agarrándole de las piernas y en el suelo volvió a comenzar
a golpearle, pero en ese preciso instante la posadera intervino.

113
— ¡Ya basta! ¡Basta de pelea!—tiró del enano hasta conseguir separarlo del soldado,
el cual tenía la cara cubierta de sangre.

— ¡No sois más que un puto desertor! ¡Por eso os ocultáis aquí como una rata
asustada, para huir de la horca que aguarda vuestro regreso!—el enano continuó
provocando al soldado, el cual no dio respuesta verbal, sino le lanzó un escupitajo
despreciativo de sangre y saliva mescladas.

Ante esta ofensa, el enano trató de ir a por él nuevamente, pero la posadera tenía la
fuerza suficiente como para poder sujetarle y evitar que lo hiciera. Finalmente terminó
por desistir, limitándose a mirarle con desprecio mientras se iba alejando.

— ¡Fuera de mi posada, los dos! ¡Largaos antes de que llame a los guardias!

El soldado se marchó primero, y el enano lo hizo después de él una vez volvió a


ponerse la camisa. Erikus salió fuera en ese momento, viendo cómo intentaba sacarse
los trozos de dientes rotos de la boca.

—Ese desertor pegaba bien, he de reconocerlo—dijo con los dedos de la mano


metidos en la boca—Pero si esa zorra no hubiera intervenido habría acabado con él.

— ¿Y qué habríais conseguido además de acabar durmiendo en los calabozos esta


noche?—preguntó Erikus.

—Escucha, amigo. Esta es mi ciudad, y no pienso permitir que un puto patas largas
me insulte en mi ciudad—se acercó a él con el ceño fruncido—Ese cabronazo ha venido
aquí porque sabe que su rey no tiene poder alguno sobre esta ciudad.

— ¿Y esas son razones para darle una paliza? Creo que deberían ser las leyes de
Fortland quienes lo ajusticien y no vuestros puños.

—Vos no os enteráis, ¿verdad?—el enano sacudió la cabeza— ¡Es un criminal, y aun


así mi gente le ha dado cobijo, y encima que lo protegemos de las leyes de su puto rey y
su puto país el muy desgraciado va y nos insulta delante de nuestras narices! ¡Esa es
razón suficiente para ajusticiarle yo a base de nudillazos en la cara!

—Veo que sois un hombre de acción, de esos que golpean primero y preguntan
después… Eso me gusta—Erikus sonrió, y después de eso hipó— ¿Cómo os llamáis?

—Jorgen, ¿y vos?

—Erikus—le estrechó la mano—Un placer haberos conocido, Jorgen.

114
—Lo mismo digo—contestó—Me habéis caído bien, muchacho. Si alguna vez
necesitáis la ayuda de unos buenos puños, podréis encontrarme en los reñideros de la
ciudad, y de no hacerlo preguntad una vez allí por Jorgen el Rompehuesos.

—Lo tendré en cuenta—le sonrió—Dah-nuk.

—Dah-nuk, muchacho—Jorgen se perdió entre las calles de Naarvin, y entonces


Erikus se dirigió al piso franco.

Llegó tambaleándose hasta la puerta; todo el alcohol que le corría por las venas no
iba a pasar desapercibido. Le costó abrir la puerta, pues la cerradura no paraba de
moverse borrosamente en sus ojos. Entonces entró y, para su sorpresa, las luces de
varias velas ya estaban encendidas, lo cual lo dejó helado de repente. Las escaleras de
madera crujieron al son de unas lentas pisadas que bajaban hacia el salón, y en ese
momento se dispuso a desenvainar su espada, aunque estaba tan borracho que esto le
llevó más tiempo de la cuenta.

— ¿Quién anda ahí? ¡Muéstrate!—exclamó con voz pastosa, y entonces una sombra
comenzó a dibujarse en la pared.

— ¿Erikus?—se oyó la voz de Seline, quien llevaba un largo pijama blanco puesto y
un candelabro en la mano.

— ¡Seline!—nada más verla tiró la espada al suelo e intentó ponerse firme, tratando
de ocultar su ebriedad.

—Erikus, ¿dónde has estado?—lo olfateó un par de veces—Apestas a cerveza. ¿Has


estado bebiendo?

— ¿Qué? ¡No, no! Eh… quiero decir… un poco sí—Erikus no sabía dónde meterse,
deseando que la tierra le tragase.

—Mmmm—Seline hizo una breve pausa—Oye, sobre lo de esta tarde, quisiera


decirte que…

— ¡No, no! No eres tú la que tiene que disculparse—se acercó torpemente a ella—
Escúchame, Seline. Me he comportado como un estúpido. No debí haberte hecho pensar
algo que no era desde un principio. Sí, es cierto que Christine era realmente guapa y
atractiva, pero te juro que no le puse una ma…

—No hace falta que sigas, Erikus—lo detuvo de repente—Sí, definitivamente has
bebido más de la cuenta. No eres dueño de tus palabras.

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—Te quiero, Seline—la abrazó con todas sus fuerzas y acto seguido arrancó a
llorar—Por favor, no me dejes; sin ti no soy nada. Te prometo que mi corazón sólo te
pertenece a ti, a ti y a nadie más.

Pese a la tan humillante actuación de Erikus, aquellas palabras conmovieron a Seline


hasta llegarle a lo más profundo. El azul de sus ojos se humedeció y la luz de las velas
desveló una sonrisa. Le abrazó con gran fuerza, casi como si la vida le fuera en ello, y
entonces respondió:

—Yo también te quiero, sólo a ti—una pequeña lágrima corrió por su mejilla. Luego
ambos se miraron y con un largo beso dieron su reconciliación por terminada.

—Vayámonos a dormir—dijo Erikus—Mañana iremos al banco.

— ¿Al banco? ¿Para qué quieres ir tú al banco?—preguntó Seline medio riendo.

—Te lo explicaré mañana por la mañana—dicho esto, ambos se fueron a dormir, y al


alba partieron rumbo hacia el banco: un edificio altamente protegido situado cerca del
centro de la ciudad.

En esta ocasión no contaban con la ayuda de la oscuridad de la noche, pues


necesitaban que el banco estuviera abierto para tener acceso a los registros de cada
cuenta, ya que estaban guardadas bajo llave. Permanecieron subidos al techo de la casa
que quedaba justo en frente, esperando a que llegara el momento de actuar.

—Y bien. ¿Cuál es el plan?—preguntó Seline.

—Las flechas que Nogrolf te hizo. ¿Alguna de ellas tiene gas somnífero?

—Creo recordar que sí. Espera un segundo—comenzó a rebuscar en su carcaj, dando


así con una flecha de punta redonda y de mayor grosor— ¡Sí! ¡Es esta!

—Bien. A mi señal lánzala dentro de la sala de recepción, de ese modo todos los
guardias se quedarán dormidos y podremos entrar si armar escándalo—le indicó con
suma claridad—Nuestro objetivo es el dueño del banco: Armin Zhanûgrul. Lo más
seguro es que esté dentro de su oficina, por lo que el gas no debería alcanzarle.

—Pero… ¿no es eso un plan demasiado arriesgado? No es nuestro estilo.

—Por eso mismo. Tenemos que hacer que parezca un atraco común y corriente—dijo
Erikus—Por eso además de los registros robaremos una porción del dinero que hay
metido en la cámara de Bauglin, de ese modo no sospechará.

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—Ah… Chico listo—Seline sonrió sorprendida, y luego cargó su arco con la flecha
que llevaba el gas somnífero—Cuando tú me digas.

Tensó la cuerda, cerró el ojo izquierdo y puso su mirada en el objetivo. Esperó


pacientemente a que Erikus le diera la señal, el cual alzó la mano suavemente en señal
de que aún no debía disparar. Aguardaron a que la gente no pasara por la calle, y
entonces, en ese preciso momento, la señal fue dada.

— ¡Ahora!—Erikus sacudió la mano hacia adelante con gran fuerza e ímpetu, y acto
seguido la flecha salió disparada hacia el interior del banco, rompiéndose así la punta
contra el suelo y logrando que el gas se esparciera por toda la sala.

Escasos segundos después comenzaron a oírse tosidos violentos, y en cuestión de


medio minuto todo aquel que estuviera dentro de la sala quedó completamente
inconsciente. En ese momento los dos entraron con las máscaras puestas para no inhalar
el gas somnífero, comprobaron que todos se habían quedado profundamente dormidos y
entre ambos atrancaron la puerta para que nadie más pudiera entrar.

—La oficina de Zhanûgrul debe de estar tras esa puerta—señaló la que había tras la
parte cubierta por rejillas de metal donde estaban los trabajadores del banco.

Fueron con cautela hacia la puerta, teniendo primero que entrar detrás de los
recibidores para llegar hasta ella. Una vez allí se dispusieron a abrirla, pero entonces se
oyó una voz al otro lado.

— ¿Qué demonios está pasando ahí? ¿Por qué hay tanto alboroto?—dijo con
preocupación y rabia juntas en su tono. Entonces Erikus miró a Seline, le indicó con el
dedo que guardara silencio y lentamente se fue pegando a la pared justo al lado de la
puerta, aguardando a que saliera a comprobar.

— ¿Estáis sordos o qué os pasa?—un enano de larga barba blanca y ostentosa


vestimenta abrió la puerta de un tirón, viendo entonces a todos sus trabajadores
yaciendo dormidos en el suelo y una nube de gas blanquecino que ocupaba toda la sala
de recepción, quedándosele el cuerpo helado como el hielo.

En ese preciso instante, Erikus lo sorprendió poniéndose justo frente a él y


avanzando hacia dentro, dándole por ello un susto que le hizo dar un salto hacia atrás.
Acto seguido le golpeó con una patada frontal que lo derribó al suelo, y justo después
Seline entró junto a él en la habitación tras salir de su escondite junto a la puerta.

—Cierra la puerta—le ordenó Erikus poco después de entrar, y ella así hizo.

— ¿Quiénes sois vosotros?—el anciano enano iba retrocediendo tirado en el suelo y


con el rostro aterrorizado.

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—El señor Armin Zhanûgrul, imagino—dijo—Venimos a hablar con vos.

— ¿Qué queréis? ¡No pienso daros las claves para abrir las cámaras! ¡Tendréis que
matarme si pretendéis conseguirlas!

—Espero no tener que llegar a tales extremos—Erikus miró a Seline—Lleva al señor


Armin a su silla. Hagamos que se sienta cómodo.

—Enseguida—Seline agarró al enano del traje, lo sentó bruscamente en su silla y


acto seguido comenzó a atarle las manos y los pies. Él no hizo ningún intento de
resistencia; estaba paralizado del miedo y sabía que tenía las de perder.

—No creáis que vais a conseguir asustarme con vuestras vanas amenazas. ¡No pienso
permitir que os llevéis mi dinero!

—Ese dinero no os pertenece sólo a vos. También es del pueblo de Naarvin—le


corrigió Erikus—Pero no es el oro de la gente lo que venimos buscando. Queremos la
clave de la cámara de Bauglin Magrum y su registro de operaciones.

— ¿Qué? ¡No podéis estar hablando en serio! ¿Tienes idea de a quién estáis
robando?

—Creedme que sí la tenemos, señor Armin—apoyó las manos sobre las suyas con la
cabeza ligeramente inclinada hacia él, agarrándole así el dedo índice y comenzando a
torcérselo hacia atrás—Os lo vuelvo a pedir, por si antes no me habíais oído bien. La
clave de la cámara de Bauglin Magrum y su registro de operaciones.

Un desgarrador grito de dolor salió de Armin Zhanûgrul, quien a su vez se retorcía


como una sabandija tratando de liberarse, pero todo intento fue en vano.

—Será mejor que habléis. Tan sólo hace falta un pequeño tirón hacia atrás para
romperos el dedo, así que vos decidís—Erikus le amenazó con serenidad pero firmeza al
mismo tiempo, y sin embargo el enano no habló—Muy bien, vos lo habéis querido.

Dicho esto, el dedo de Armin crujió después de que se lo torciera hasta poder tocarse
el canto de la mano con él. Un ensordecedor chillido adolorido resonó por toda la
habitación, y después de eso siguieron llantos de sufrimiento.

— ¡Ya basta, por favor!—suplicó el enano— ¡No conozco la combinación! ¡Son mis
empleados quienes se ocupan de eso!

— ¿Sabéis? Gritar se os da mejor que mentir—Erikus le rompió otro dedo de la


misma manera, haciéndole gritar de nuevo.

118
— ¡Os lo juro! ¡No conozco la combinación! ¡Por favor, dejadme ir!—su voz
temblorosa hacía parecer que en cualquier momento fuese a arrancar a llorar.

—Eso no os lo creéis ni vos mismo—le agarró otro dedo de la mano y se lo movió


hasta su límite de movimiento—Si no decís la verdad, éste será el tercer dedo que os
rompo.

La amenaza quedó bien clara, pero Armin siguió sin hablar. Permaneció temblando y
en silencio, apretando los ojos a sabiendas de lo que le esperaba por no querer decir la
verdad. Entonces Erikus le rompió el tercer dedo de la mano, y una vez más gritó con
tanto dolor que parecía que se le desgarraba la voz.

— ¡Vale, está bien! ¡Os daré la combinación, pero por favor… no me hagáis más
daño!—recuperó el aliento un segundo—La combinación para abrir la cámara de
Bauglin es 884-259-770. Su registro está guardado en esos archivadores de ahí, justo al
lado de mi mesa. Ya os he dicho todo lo que queríais saber. ¡Ahora soltadme, por favor!

— ¿Y dejar que deis el chivatazo a la guardia?—saltó Seline, quien había


permanecido alejada y al margen—Vos no vais a salir con vida de aquí.

— ¿Qué? ¡No, por favor! ¡He hecho todo lo que me habéis pedido! ¡No podéis hacer
eso!—intentó liberarse de sus ataduras retorciéndose, pero lo único que consiguió fue
menear la silla de un lado a otro sin éxito, y entonces comenzó a llorar de la
frustración—Os lo suplico, no me matéis. Os juro que no se lo diré a nadie.

—Lo siento, pero yo no os creo—desenfundó su daga y se dispuso a rebanarle el


cuello, pero en ese momento la mano de Erikus frenó la suya.

— ¡Seline, no!—le agarró la muñeca con contundencia—Suelta el cuchillo.

— ¿Qué? ¿En serio vas a dejar que se vaya? ¡Si lo soltamos Bauglin sabrá que
estamos detrás de esto!

—Eso dejará de importar cuando saquemos a la luz la trama de corrupción en la que


ha estado implicado. Suelta el cuchillo—repitió una vez más, y así, tras un ligero
suspiro de desacuerdo, Seline le hizo caso.

—Haz lo que tengas que hacer con él—miró a Armin y luego se dio la vuelta.

— ¿Dónde decís que está su registro de operaciones?—le preguntó Erikus al enano,


quien había permanecido temblando de miedo al ver su vida pender de un hilo.

—Allí, en esos archivadores junto a mi mesa—señaló con la cabeza—Están


ordenados por orden alfabético.

119
Erikus fue a comprobar los archivadores. Tiró de varios cajones y buscó en varias
carpetas hasta dar con el libro de registros que correspondía a las operaciones de
Bauglin Magrum, encontrando así que, tal y como había dicho Loffir, un desorbitado
ingreso de medio millón de nagams a su cuenta había sido llevado a cabo el día 8 de
Ascenso Pluvial del año 1.317 d. A., justo treinta años atrás.

— ¡Seline, lo tenemos!—exclamó triunfante, y luego volvió junto a Armin para


preguntarle una última cosa— ¿Cuál es el número de la cámara de Bauglin?

—A1-09—respondió— ¿Vais a soltarme?

—No hasta que nos hayamos ido—miró a su compañera—Seline, vigila que el señor
Zhanûgrul no haga nada extraño en mi ausencia. Al más mínimo indicio de que intenta
escapar, córtale la lengua.

Una vez la amenaza fue dada, Erikus bajó a la planta de abajo, donde se encontraban
todas las cámaras del banco. Durante varios minutos buscó la A1-09 hasta dar
finalmente con ella. Puso la combinación que Armin le había dado, y entonces la puerta
se abrió, hallando en su interior infinidad de nagams de oro, plata y cobre guardados en
bolsas y cofres de gran tamaño.

—Santo Erus. Con sólo una pequeña porción de lo que hay aquí ya tendría suficiente
dinero para el resto de mi vida—el dorado brillo de las monedas se reflejaba en sus ojos
golosos, cogiendo entonces uno de los cofres más pequeños y llevándoselo consigo.
Entonces volvió al despacho de Armin, pareciendo que no había hecho intento alguno
por escapar—Ya está todo. Vámonos de aquí, Seline.

— ¡Esperad! ¡No podéis dejarme aquí atado!—el enano comenzó a gritar


desesperado, pero éstos hicieron caso omiso a sus palabras.

Se dispusieron a marcharse, pero entonces el sonido de los pesados pasos de una


numerosa patrulla acercándose los alarmó. “¡Abrid la puerta!” se oyó a alguien gritar, y
acto seguido un golpe seco y contundente que movió ligeramente el mueble que la
atrancaba los dejó estremecidos. Miraron por la ventana, viendo así cómo una docena de
guardias formaban un muro de escudos alrededor de la puerta mientras que unos
cuantos trataban de abrirla con un ariete. No había escapatoria posible; todas las calles
habían sido bloqueadas, por lo que la desesperación hizo presa de ambos.

— ¡Mierda! ¡Hemos perdido demasiado tiempo! ¿Cómo salimos ahora? ¡Joder,


joder, joder, joder!—Erikus daba vueltas de un lado a otro, tratando de idear una manera
de salir de allí, pero no lograba pensar con claridad.

—Tiene que haber alguna otra salida además de la puerta principal.

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— ¡No, Seline! ¡Los bancos tienen una sola salida por razones como esta, para evitar
que nadie pueda escapar en caso de atraco!—apretó los puños con gran rabia y
frustración— ¡Malditos sean los ocho putos infiernos!

— ¡Erikus, tienes que relajarte!—Seline le agarró de los hombros y le miró a los


ojos—Céntrate y lograrás pensar con claridad.

—No se me ocurre nada, Seline, nada salvo…—puso los ojos sobre su carcaj de
flechas— ¡Eso es! ¿Aún te quedan flechas de las que te hizo Nogrolf?

—Sí, creo que sí—respondió dudosa— ¿Qué tienes pensado hacer?

— ¡Escondámonos tras los mostradores! ¡Cuando entren lánzales una como la que
usaste durante la huída de hace tres noches! ¿Lo recuerdas?

—Sí, sí. De acuerdo—ambos se ocultaron tras los mostradores, esperaron a que los
guardias echaran la puerta abajo y entonces Erikus dio la señal.

— ¡Ahora, dispara!—dicho esto, Seline cargó su arco con una de las flechas que
Nogrolf le había dado, apuntó al suelo y acto seguido disparó, pero no fue una cortina
de humo lo que surgió al romperse la punta, sino una explosión que levantó una enorme
nube de polvo y acabó con la vida de los guardias iban delante, además de hacer un
agujero considerable en el suelo de la sala principal.

Tanto Erikus como ella se quedaron helados ante tal suceso, sin siquiera poder
articular palabras por uno segundos. Miraron hacia la entrada, pudiendo distinguir entre
la nube de polvo figuras ensangrentadas y tiradas en el suelo. Unos cinco guardias
habían muerto a causa de la explosión, y eso sin contar los daños colaterales que ésta
había causado en el área.

— ¡Joder, Seline! ¡Te dije que lanzases una como la que usaste la otra noche, no una
que los hiciera volar en pedazos!—el horror y la ira se apoderaron de Erikus.

— ¡Ya te había dicho que no recordaba bien cuál era cuál!—tras decir esto, los
demás guardias se dispusieron a entrar, teniendo por ello que idear una nueva manera de
escapar de allí.

— ¡Al piso de arriba, vamos!—Erikus le cogió la mano y ambos comenzaron a


correr, cayéndosele a Seline el registro de operaciones al levantarse de un salto.

— ¡El registro!—intentó cogerlo de nuevo, pero Erikus se lo impidió, pues ya tenían


a los guardias encima.

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— ¡Olvídalo! ¡Salgamos de aquí!—subieron las escaleras mientras los guardias iban
pisándoles los talones. Entonces se toparon de frente con una ventana, y ambos saltaron
tras habérselo pensado fugazmente, cayendo así a la calle junto a una lluvia de cristales
rotos— ¡Corre, corre!

Ahora a plena luz del día, los dos comenzaron a huir por los tejados de la ciudad,
logrando perder a los guardias tras esconderse por callejones estrechos y poco
transitados. El corazón les latía a una velocidad desenfrenada, pareciendo que en
cualquier momento se les fuese a salir del pecho. Entonces fueron al piso franco,
asegurándose primero de que no les habían seguido. Entraron dentro, y nada más
hacerlo Erikus desahogó su rabia lanzando una silla contra la pared, rompiéndola así en
pedazos y astillas de madera que quedaron esparcidas por el suelo.

— ¡Malditos sean todo los dioses conocidos! ¡Casi lo teníamos!—resopló con gran
frustración— ¡Debí haber hecho cantar antes a ese enano poniéndole un cuchillo en la
garganta en vez de haber sido tan compasivo con él!

—Vamos, Erikus. No es sólo culpa tuya—Seline trató de consolarlo—Hay cosas


que no puedes controlar. No podías saber cuándo llegarían los guardias exactamente.

—Pero pude haber previsto que algo así sucedería—dijo— ¡Por poco nos cogen, y
todo por no haber sido más precavido!

—Eh. La culpa es tan tuya como mía—le redirigió la mirada hacia ella suavemente
poniéndole la mano en la mejilla—Estamos juntos en esto, ¿recuerdas? Nos apoyamos y
cargamos con las responsabilidades del otro como un equipo.

La suave y consoladora voz de Seline apaciguó la alterada mente de Erikus. Él le


acarició suavemente la mano con la que ella le acariciaba la mejilla, y el esbozo de una
sonrisa se dibujó en su rostro, dejando de importarle por breves instantes todo lo que
había sucedido anteriormente.

—Tu padre se enterará de esto, lo sabes, ¿verdad?—volvió a poner los pies en la


tierra tras breves instantes en las nubes.

—Lo sé, pero eso no significa que me importe—respondió sonriente—Lo que


importa es que los dos estamos vivos, y debemos estar agradecidos por ello—lo miró a
los ojos brevemente—Vamos, descansemos un poco. Ha sido un día duro para los dos.

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Capítulo 13: El Bosque Espeso
Poco antes del atraco al banco de Naarvin, en la frontera norte entre Verland y
Fortland, Oswin y su escolta se encontraban atravesando el Bosque Espeso. Se
adentraron por la mañana, cuando el sol ya comenzaba a desvelar la frondosa y verde
extensión que se abría ante ellos. La luz pasaba débilmente entre las ramas de los
árboles, y verde vegetación se extendía ladera arriba y ladera abajo. La lluvia del día
anterior había dejado el camino embarrado, por lo que el avance de los bueyes se vio
ralentizado. Sin embargo, gracias a esto el bosque podía mantenerse húmedo y fresco,
concediéndoles así a quienes lo cruzaran unos aromas que no encontrarían en ningún
otro sitio, tales como el del musgo mojado unido a la roca, el de la tierra recién
humedecida o el de las setas que brotaban del suelo con la llegada del otoño.
Continuaron vagando por aquel hermoso y silencioso lugar, y entonces dos caminos
se abrieron ante ellos. Uno conducía hacia la izquierda cuesta arriba, y el otro hacia la
derecha cuesta abajo. Entonces Arthor miró las rocas donde crecía el musgo,
orientándose así para saber en qué dirección se iba al río.

—El musgo crece apuntando hacia la derecha—dijo tras observarlo en las rocas que
había junto al camino—El río está en esa dirección.

Tomaron el camino de la derecha guiándose por sus palabras. Durante ciertos


momentos el camino se les hizo eterno, pues hubo muchas partes en la que éste
serpenteaba y hacía rodeos de zonas con cuestas abajo demasiado pronunciadas o
demasiado frondosas como para poder cruzarlas con un carro. Finalmente el río podía
oírse correr a lo lejos, significando esto que ya estaban cerca. Antes de entrar en el
bosque, el montaraz les había pedido guardar silencio durante la travesía para procurar
que su presencia allí pasase desapercibida, pero inevitablemente la conversación
terminó por surgir, pues era eso o permanecer horas en absoluto silencio.

—Y bueno, sir Kriv. ¿Qué tenéis pensado hacer después de que hayamos llevado el
cargamento hasta Adenor?—mientras caminaba, Eurielle se acercó al carro por el lado
donde Kriv se encontraba para poder hablarle en voz baja.

—Aún no lo sé con claridad, pero supongo que ir en busca de una nueva aventura—
respondió—Adenor debe de ser una ciudad llena de oportunidades tratándose de la
capital del reino. Allí seguro que encuentro lo que ando buscando. ¿Y vos, mi lady?
¿Qué haréis cuando esto termine? ¿Volveréis a vuestra tierra?

—No, dudo que regrese a Ephelia, al menos no en mucho tiempo—respondió con


suma suavidad en su voz, procurando no hacer ruido—Cuando lleguemos a Adenor le
pediré al maestro del señor Oswin que me acoja como su aprendiz, de ese modo
expandiré mis conocimientos en…

123
Antes de que pudiera terminar de formular la frase, Arthor hizo un ademán con la
mano en señal de que se detuvieran y los acalló con un breve y silencioso chitón. Oswin
ante esto detuvo el carro en seco, siendo la preocupación y el desconcierto quienes se
apoderaron de su tono al hablar.

— ¿Qué ocurre? ¿Por qué nos detenemos?

—Trasgos—el montaraz olfateó varias veces. Luego se tumbó panza abajo pegando
la oreja derecha al suelo, pareciendo que intentase oír algo, y poco después se levantó—
Una patrulla de reconocimiento, cerca de dos docenas a pie, y media decena de jinetes
de huargos.

— ¿Huargos?—tras Oswin oír aquello, tanto su voz como su expresión manifestaron


verdadero terror— ¿Qué podemos hacer?

—Alejarlos del carro cuanto más posible—contestó con seriedad—Si seguís el


camino llegaréis hasta un vado por el que podréis pasar con los bueyes. Yo mientras
tanto me aseguraré de que sus huargos centren su atención en mí.

—Yo iré con vos—Preston se ofreció— ¿Son rápidas esas bestias?

—Tan sólo os digo que más os vale correr como nunca antes habéis hecho y que
cuando veáis la oportunidad subáis a un punto elevado al que no puedan llegar.

—Creo que podré intentarlo—tragó saliva— ¿En qué consiste el plan?

—En correr haciendo el mayor ruido posible—respondió Arthor—Vos id cuesta


abajo; yo iré cuesta arriba. ¿Estáis preparado?

—A vuestra señal.

— ¡Ya!—tanto él como Preston comenzaron a correr, yendo uno hacia abajo y otro
hacia arriba. Comenzaron a vociferar acorde se iban alejando del carro, y entonces
Oswin, Eurielle y Kriv emprendieron de nuevo la marcha.

Arthor ascendió la subida con gran velocidad, ayudándose en ocasiones de las manos
para impulsarse con los troncos de los árboles que crecían cuesta arriba. Llegó a un
terreno menos irregular, y partir de entonces el sonido de algo aproximándose hacia él a
toda velocidad podía oírse cada vez más cerca. No se detuvo para mirar atrás; sabía que
si lo hacía perdería segundos de tiempo, y en ese momento el tiempo era algo crucial.
Pudo oír un fuerte gruñido a sus espaldas, y aquello le dio la certeza sobre qué lo
perseguía. Aceleró la marcha, y nada más ver un árbol frente a él lo escaló ayudado de
un salto que en circunstancias comunes no habría dado ni por asomo.

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Recuperó brevemente el aliento y entonces miró hacia abajo, viendo así cómo un
lobo huargo negro como la noche intentaba escalar el árbol poniéndose sobre sus dos
patas traseras. Su tamaño era descomunal, casi como dos lobos adultos de grande. Sus
colmillos blancos resaltaban entre aquel oscuro pelaje y sus ojos color ámbar
transmitían una sed de sangre voraz. A lomos de este ser iba montado un trasgo del
tamaño de un hombre adulto, mucho más corpulento, de nariz chata, con cabellos largos
negros y armado con un garrote. Miraba a Arthor con ojos sanguinarios, pareciendo
deseoso por atraparlo y despedazarlo con sus propias manos.

—Rakoova…—la voz de aquel trasgo, al igual que su mirada, parecía mostrar un


profundo rencor hacia él.

Escasos segundos después, otro jinete de huargo apareció, viendo así también a
Arthor subido en lo alto del árbol. Comenzaron a acecharlo, atentos a cualquier atisbo
de que intentase escapar. No perdieron mirada de él ni por un instante, hasta que, en
medio del silencio, el sonido de un cuerno resonó por todo el bosque, captando esto la
atención de ambos.

—Uh’ nash raagak—le dijo un trasgo al otro.

Arthor no entendió aquello que le había dicho, pero por la expresión en sus rostros
pudo deducir que no se podía tratar de nada bueno. El que fue tras él primero hasta el
árbol lo miró, gruñó con rabia y luego espoleó a su huargo para emprender la marcha
junto a su compañero en dirección hacia abajo. Durante escasos segundos su mente
permaneció llena de dudas y desconcierto, pero entonces, tras darse cuenta de qué se
trataba realmente, no lo pudo ver más claro.

— ¡El carro!—sus ojos se abrieron como dos lunas llenas, y el corazón se le volvió a
acelerar de repente. Bajó del árbol lo más rápido que pudo, y acto seguido comenzó a
correr cuesta abajo a toda velocidad.

Mientras tanto, Oswin, Eurielle y Kriv seguían avanzando por el camino lo más
rápido que podían mientras que el miedo les atormentaba. Entonces oyeron aquel
cuerno sonar a lo lejos en el bosque, dejándolos esto tan estremecidos como
desconcertados.

— ¿Habéis oído eso?—preguntó Eurielle con la voz temblorosa.

No hubo respuesta; el miedo que sentían les impedía articular aunque fuese una sola
palabra. Sus ojos se movían inquietos en todas direcciones, y sus corazones latían
desenfrenados. Entonces el cuerno se oyó una vez más, pero esta vez mucho más cerca,
y del otro lado de la ladera emergieron hordas de trasgos corriendo a pie junto a media
docena de jinetes de huargos, todos ellos en dirección hacia el carro. Oswin, Kriv y

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Eurielle quedaron paralizados por el miedo; eran cerca de treinta trasgos corriendo hacia
ellos con sed de sangre ardiendo en sus ojos.
Aquello parecí el fin, pero en el último momento Oswin pudo reaccionar, coger su
varita y lanzar otro proyectil explosivo como el que usó durante la emboscada de los
gnolls, consiguiendo así acabar con varios de los trasgos que descendían la ladera. La
siguiente en actuar fue Eurielle, quien cogió su báculo de detrás del carro y comenzó a
golpear con él a los más pequeños. El último en actuar fue Kriv, pues su reciente herida
sumada al peso de su armadura hacía que se moviera con gran lentitud, pero al final
logró hacerse con su espada y su escudo para comenzar a pelear.

A la vez que esto ocurría, Arthor seguía corriendo a toda velocidad en dirección
hacia el carro guiándose por las pisadas de los huargos y por el sonido del cuerno que se
había oído por segunda vez. Al ir cuesta abajo iba mucho más rápido, por lo que tuvo
que tener la precaución de no golpearse con los árboles. Entonces el mismo sonido de
algo corriendo a su misma velocidad acompañado de unos fuertes y desgarradores
gruñidos pudieron oírse por su derecha. Miró en esa dirección, viendo entre los árboles
que pasaban ante sus ojos como fugaces y difuminados destellos al mismo huargo negro
y a su jinete montado en él. Luego miró a su izquierda, viendo así al que llegó después y
dándose entonces cuenta de que estaban intentando flanquearle, pues según iban
avanzando más se le iban acercando.
Debía idear una estrategia para salir de aquella, y entonces la solución se presentó
ante sus ojos. En la dirección en la que iba corriendo, justo frente por frente, una gran
roca delimitaba una bajada muy pronunciada de unas dos varas de alto, y en esa fracción
de segundo la mente se le iluminó. Tenía al huargo negro pisándole los talones, así que,
justo en el borde de la roca, cuando aquel ser estaba a punto de abalanzarse sobre él, en
lugar de saltar lo que hizo fue dejarse caer, agarrarse al filo con las dos manos y dejar el
resto del cuerpo suspendido en el aire, logrando así que el huargo cayera desde aquella
altura a esa velocidad y que por ello se hiciera daño en las patas y lanzase a su jinete
volando hacia adelante.

Acto seguido se soltó, cayendo así amortiguando con los pies. Se dirigió hacia el
huargo, el cual trataba de levantarse vanamente, pues cada vez que lo intentaba lo único
que conseguía era caer de nuevo a causa del dolor que sentía en las patas, manifestando
esto a través de llantos caninos. Justo tras él la figura de aquel trasgo gigante se alzó
dolorida y con una mano puesta en el costillar derecho, pareciendo haber recibido una
caída realmente dura. Con el garrote arrastrando se dirigió hacia Arthor lleno de ira, y
éste desenvainó su espada de montaraz, pareciendo increíblemente relajado y sereno.
El trasgo lanzó un golpe medio a ciegas con el garrote, pero Arthor lo esquivó con un
ligero ballesteo hacia atrás. Acto seguido dio un golpe descendente, pero una vez más el
montaraz lo esquivó con suma fluidez y maestría. Entonces le llegó el turno a él de
contraatacar, logrando asestarle un tajo que le hizo un corte en diagonal que le ocupaba
toda la espalda. Esto no hizo más que enfurecerle, pues respondió lanzando otro golpe a
ciegas, el cual nuevamente fue esquivado. Luego intentó volver a golpear, pero su

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ataque fue tan lento que su oponente tuvo la oportunidad de bloquearlo con su espada y
de hundírsela en el corazón justo después.

Un trasgo había caído, pero aún quedaba otro, el cual hizo su aparición justo en ese
momento a lomos de su lobo huargo. Miró a Arthor con odio plasmado en sus ojos
mientras ambos caminaban en círculos, y pese a su horripilante y estremecedor aspecto
éste pudo sostenerle la mirada sin temor alguno en sus ojos. Espoleó los costillares de
su huargo, y éste se lanzó a por su presa, pero sólo un desplazamiento hacia la derecha
seguido de un tajo descendente con la espada fueron necesarios para esquivar el
mordisco y cortarle la cabeza a aquella bestia.
El jinete salió despedido hacia adelante, pero a éste no le dio tiempo a levantarse,
pues antes de que pudiera siquiera coger su espada del suelo Arthor ya le había hundido
la suya en el cuello. Entonces, una vez hubo acabado con ambos jinetes, el montaraz
emprendió de nuevo la marcha, pues aquel cuerno había vuelto a sonar.

Mientras tanto, en el carro, Oswin, Kriv y Eurielle combatían aquella horda de


trasgos como buenamente podían. El mago harthiano los contenía manipulando las
ramas de los árboles para convertirlas en pequeñas afiladas estacas de madera y así
lanzárselas como proyectiles, Eurielle utilizaba el aire a su alrededor para crear
pequeñas ondas de impulso que los empujasen y los tirasen ladera abajo, y Kriv les
hacía frente pese a estar herido, aunque no con la misma fuerza y firmeza que podría
haber tenido de no estarlo.
Pese a sus esfuerzos por contener a los trasgos, aquella batalla parecía perdida para
ellos. Entonces, a lomos de un huargo cuyo hocico estaba lleno de cicatrices, apareció
un trasgo de los que eran de mayor tamaño armado con una gran espada de un único filo
y pertrechado con una armadura de hierro prácticamente impenetrable. Colgándole del
cinto llevaba el cuerno que había hecho sonar tres veces, y por cómo lo miraban los
demás parecía ser el capitán de aquella inmensurable patrulla.

— ¡Kiiv esh nah garaah!—se le oyó gritar con una poderosa e intimidante voz.

Los trasgos de menor tamaño, al oír su voz, parecía como si unos látigos les
fustigaran en la espalda, pues por un instante se retorcieron estremecidos con el terror
grabado en su mirada. Luego siguieron atacando el carro, pero seguían sin conseguir
resultado, pues pese a su tan vasta desventaja numérica Oswin, Eurielle y Kriv seguían
pudiendo combatirlos.
Tan sólo los pequeños fueron a atacarles; los jinetes de huargos permanecieron a la
vera del capitán viéndolos morir. Pero entonces, al ver que estaban siendo demasiadas
las bajas y ninguno el resultado, el capitán en persona bajó de su lobo huargo,
desenvainó su espada y se dirigió al carro. Su mera presencia infundía miedo, lo cual se
vio reflejado en el comportamiento de los trasgos más pequeños al verlo llegar, pues se
apartaron y le dejaron vía libre.

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Kriv trató de hacerle frente, pero no estaba en condiciones para luchar a su máximo
rendimiento, y por ello terminó siendo derrotado con facilidad. A Oswin directamente
tan sólo tuvo que apartarlo agarrándole de la túnica y lanzándolo ladera abajo.
Sorprendentemente, Eurielle fue quien más guerra le dio de los tres, pues estuvo
lanzándole varios impulsos de aire con el fin de frenarlo, pero todo esto fue en vano,
pues terminó por alcanzarla de igual forma. De una patada frontal la lanzó contra el
carro, dejándola por ello medio inconsciente por el golpe que se había dado en la cabeza
y tirada en el suelo. Entonces alzó su espada disponiéndose a asestar el tajo final, pero
de repente, veloz como una flecha, Arthor apareció por su derecha y lo embistió con
tanta fuerza que incluso logró derribarlo, cayendo los dos al suelo.

Acto seguido, ambos se levantaron lo más rápido que pudieron. Sus espadas
chocaron un par de veces, y entonces Arthor deslizó la hoja de la suya por la de su
adversario para desviarle el golpe y abrirle la guardia, pero antes de que pudiera
reaccionar el capitán trasgo le asestó un revés que lo tiró al suelo e hizo que tanto la
nariz como los labios comenzasen a sangrarle, desprendiéndolo además de su espada.
En este momento, Arthor estaba a su merced, y entonces le intentó asestar un tajo
descendente con gran fuerza pero a su vez con gran lentitud, por lo que pudo esquivarlo
desplazándose a su costillar izquierdo. Luego asestó otro en horizontal con el fin de
decapitarlo, pero nuevamente el montaraz lo esquivó agachando la cabeza y acto
seguido lo volvió a embestir ahora chocándolo de espaldas contra el carro y logrando así
desprenderlo de su espada tras el seco impacto. Sin embargo, el capitán trasgo era
mucho más fuerte que él, y por lo tanto las tornas cambiaron rápidamente. Lo agarró de
la ropa, lo chocó contra el carro y luego se dispuso a estrangularlo con todas sus fuerzas.

A Arthor se le acababa el aire; no podía respirar, pero entonces, de manera casi


instintiva, cogió su cuchillo de caza del cinto que le rodeaba el pecho y se lo hundió en
el costillar derecho, logrando así que al menos se retorciera de dolor por un breve
instante y que dejase de estrangularlo. El capitán trasgo lo lanzó con gran fuerza hacia
un lado como el que tira un tronco poco pesado. Luego se sacó el cuchillo del costillar y
lo arrojó al suelo, dándole así tiempo a Arthor de recuperar su espada.
Nuevamente se enfrentaron en un duelo bastante breve, pues cuando ambos se
encontraban cara a cara con sus espadas enfrentadas y haciendo presión con ellas contra
el otro, el capitán trasgo le golpeó con una patada frontal que lo lanzó contra unas
pequeñas rocas junto al camino. En cuestión de escasos segundos, Arthor se recuperó
del golpe e intentó volver a coger su espada, pero cuando ya la tenía sujeta por la
empuñadura el capitán trasgo le dio un fuerte pisotón y partió la hoja en dos.

Lo siguiente que trató de hacer tras romper el arma de su enemigo fue asestarle un
tajo descendente, pero Arthor reaccionó a tiempo y rodó hacia la derecha ahora con su
espada rota en la mano. Cada vez se iba quedando con menos recursos e ideas con las
que poder vencer a aquel trasgo. Siguió esquivando sus ataques hasta finalmente
conseguir hallarle un punto débil. La puñalada que le había asestado con su cuchillo en
el costillar derecho no fue precisamente una ligera punzada, pues estaba perdiendo

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bastante sangre y cada vez que alzaba la espada para golpear podía verse cómo
flaqueaba ligeramente por ese lado.
Entonces, con las pocas fuerzas que le quedaban, Arthor esperó a que volviera a alzar
su espada para así golpearle en la herida con el canto de la mano que le quedaba libre,
consiguiendo así que el dolor hiciera que soltase su arma involuntariamente. En ese
momento le agarró de la hombrera y, con rabia y saña, le ensartó la garganta con su
espada rota, pues al quebrarse el fragmento que él empuñaba había seguido terminando
en punta. Y así, con la sangre corriendo como un río desenfrenado por su gaznate y con
la espada del montaraz hundida en el cuello, el capitán de los tragos cayó muerto al
suelo, dejando esto a todos sus hombres aterrorizados y sin palabras.

— ¡Rakoova kiivah nash raagak! ¡Rah ka’ vanooh!—gritó uno de los jinetes de
huargos con gran furia en su voz, y acto seguido tanto los pequeños como el resto de
jinetes atacaron ahora con mayor furia que antes.

— ¡Corred! ¡Corred!—Arthor gritó con gran fuerza.

Nada más oír esto, Kriv se llevó el escudo a la espalda y comenzó a correr junto a
Eurielle. Arthor se dispuso a salir corriendo nada más recuperó su cuchillo del suelo,
pero entonces vio que Oswin, en lugar de hacerle caso, corrió hacia la parte trasera del
carro y comenzó a buscar apresuradamente algo.

— ¿Qué hacéis?—le gritó.

— ¡No pienso irme de aquí sin la tablilla, no después de todo lo que hemos pasado
para llegar hasta aquí con ella!—mientras gritaba desesperadamente, Oswin logró
apartar todas las cosas que se interponían entre él y la tablilla. Entonces la cogió, y justo
en ese momento un trasgo común se le echó encima y lo tiró al suelo, tratando éste acto
seguido de apuñalarlo— ¡Aaaaah! ¡Quitádmelo, quitádmelo!—gritó aterrorizado, y
justo en ese momento una flecha atravesó la cabeza del trasgo de lado a lado,
quitándoselo Arthor seguidamente de una patada de encima.

— ¡Vamos, corred!—dijo así, y para concederle algo de tiempo frenó el avance de


los trasgos con su arco y sus flechas, logrando así acabar con varios de ellos.

Los cuatro comenzaron a correr como nunca antes habían hecho. La Legión de
Hierro iba tras ellos como una partida de perros de caza tras su presa, descendiendo la
ladera como un incendio que se propaga a gran velocidad. Finalmente llegaron a un
vado del río donde el agua no cubría más allá de los tobillos, pudiendo cruzarse a pie. El
problema era que, si ellos podían cruzarlo, los trasgos y los lobos huargos también
podían. Quien iba más atrás era Oswin, pues iba con la tablilla abrazada y ésta no
pesaba precisamente poco. En cierto momento, mientras cruzaba, uno de los tragos
estuvo a punto de alcanzarlo, pero nuevamente Arthor le salvó el pellejo con un disparo
certero.

129
Finalmente todos lograron cruzar el río hasta llegar a la orilla este, pero los trasgos se
disponían a hacer lo mismo. Se les acababa el tiempo, y las fuerzas también. No podían
seguir huyendo, pues tarde o temprano terminarían siendo alcanzados. Por ello Eurielle,
sabiendo que no había otra salida, se armó de valor, se puso frente a la orilla, apretó su
báculo, alzó los brazos y comenzó a recitar un conjuro en élfico.

—Vënai Eduinen, nea amnar mënech nâderas ev vaed den nädria turêdmenes
inâphere. Vaed den ethna mënech nêryanis denäeme—pese a pronunciarlo casi como un
susurro, sus palabras resonaron con si fuese el viento el que hablara, y entonces el río le
respondió. Sus aguas descendieron como una gran ola en forma de un corcel enorme y,
con la furia de cien mares huracanados, engulleron todo a su paso, quedando todo lo que
encontraron sumergido bajo su manto azul cristalino.

Los trasgos fueron ahogados y arrastrados río abajo por la poderosa corriente que
Eurielle había invocado, pero aquel conjuro la había dejado sin fuerzas para sostenerse,
cayendo entonces desplomada hacia atrás. Oswin logró sujetarla antes de que cayera al
suelo, pudiendo así acomodarla entre sus brazos.

— ¡Lady Eurielle! ¿Os encontráis bien?—preguntó preocupado, y ella asintió con los
ojos medio cerrados. Luego él observó el río, viendo cómo el caudal volvía a la
normalidad tras haberse desbordado de tal forma— ¿Cómo habéis hecho eso?

—Ya os dije que sabía hacer más que simples trucos para entretener a la gente en las
calles—Eurielle sonrió orgullosa, y luego cerró los ojos para recuperar fuerzas.

Pasaron unos instantes hasta que pudo mantenerse en pie por sí sola, pero nada más
pudo hacerlo Oswin fue directamente a observar la tablilla con detenimiento puesto de
rodillas frente a ella, inspeccionando que no hubiera sufrido daño alguno mientras la
llevaba en brazos. Kriv se había sentado en el suelo, aspirando entre dientes y tocándose
la herida con muecas de dolor, pues varios de los puntos se le habían saltado durante el
combate y durante la huida. Y mientras tanto, Arthor permanecía con la mirada fija en
la otra orilla, atento a cualquier indicio de movimiento entre la espesura de los árboles.

—Afortunadamente la tablilla no ha resultado dañada—suspiró Oswin con una sutil


sonrisa dibujada en las comisuras de su boca, y al oír esto el montaraz le miró de reojo
con especial desdén—Debemos encontrar otro modo de transportar…—antes de que
pudiera terminar la frase, Arthor le agarró del chaleco de su túnica con violencia, lo
puso en pie y lo chocó lleno de rabia contra una pared de roca que se alzaba junto al río,
dejándolo incluso con los pies suspendidos en el aire.

— ¿Eso es lo único que os importa ahora? ¡Por poco morimos todos, y todo por esa
puta tablilla vuestra!—le gritó con gran ira en su voz— ¡Más os vale ir dando una buena
explicación, o yo mismo os machacaré la cabeza con esa puta tabla! ¿Qué demonios

130
estamos transportando y por qué cojones parece ser la razón de que todos los putos
engendros del continente intenten matarnos?

—Creí oíros decir que nos os interesaban los detalles…—le recriminó Oswin con
una media sonrisa, logrando con esto únicamente enfurecerlo aún más.

—No juguéis conmigo, mago, pues os aseguró que saldréis perdiendo—agarró sus
ropajes con más fuerza, y con una mirada ardiente de ira lo miró directamente a los
ojos— ¡No os hagáis el necio! ¡Sabéis muy bien que esa tablilla anda detrás de todo
esto! ¡No tratéis de negarlo; sé muy bien cuándo una persona miente!

Se hizo el silencio brevemente. Oswin miró a Eurielle y a Kriv, quienes permanecían


mirándole directamente esperando una respuesta. Entonces se quitó las manos de Arthor
de encima, se sacudió las arrugas del chaleco y luego habló.

—Imagino que seguir ocultándooslo no sirve de nada—dijo—La tablilla que


transportamos no se trata de una simple reliquia, sino de un antiguo y poderoso artefacto
arcano creado por los An Shivel hace miles de años—hizo una breve pausa para tragar
saliva—Una partida de mineros y yo la encontramos en las ruinas de Argar Sul, al oeste
de Sungard. La tarea era sencilla: llevarla hasta Adenor y entregársela a mi maestro,
pero todo comenzó a torcerse cuando todos los mineros murieron bajo anómalas
circunstancias tras haber entrado en las ruinas. Fue entonces cuando acudí a vosotros
para que me ayudaseis a transportarla.

—Parad el carro un segundo—lo interrumpió Arthor— ¿An Shivel? ¿Argar Sul? ¿De
qué coño estáis hablando?

—Los An Shivel fueron un pueblo coetáneo al mío siglos atrás—saltó Eurielle de


repente—En vuestra lengua se les conoce como elfos oscuros, y su única ambición era
la de corromper toda forma de vida mediante artes oscuras como la nigromancia u otras
aún peores. Mi pueblo los combatió durante siglos hasta que finalmente lograron acabar
con ellos para siempre. Después de eso se aseguraron de que su memoria quedase
erradicada de los anales de la historia. Destruyeron sus templos, sus ciudades y sus
escritos, todo con el fin de hacer parecer que jamás hubiesen existido.

—Un momento… ¿Me estáis diciendo que ese pedrusco lo hicieron unos… cómo los
habéis llamado, elfos oscuros?—Arthor preguntó desconcertado y furioso, y Eurielle le
respondió asintiendo.

—Por eso los gnolls rodearon el paso para emboscarnos. Por eso los trasgos han
estado persiguiéndonos tan desesperadamente. Eran atraídos por la magia oscura que
emana esa tablilla—miró a Oswin con decepción y rabia en sus ojos—Nos habéis
estado mintiendo todo este tiempo. Sabíais perfectamente el peligro que suponía
trasportarla, y aun así preferisteis arriesgar nuestras vidas tan sólo por alimentar el

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prestigio de vuestro maestro. ¿Acaso creíais que pasaríais a la historia como el
legendario mago que halló el último escrito de los An Shivel, los mismos que intentaron
sumir toda la tierra en la oscuridad? No, señor Oswin. Me temo que no va a ser así.
Cuando llevéis la tablilla a vuestro maestro, vos no haréis más que mendigar las migajas
que él os vaya dejando mientras se regocija de gloria cuando lo único que ha hecho ha
sido esperar a que nosotros se la llevemos.

—Lady Eurielle, os juro que no tenía ni idea de lo peligrosa que podía llegar a ser
esta tablilla—dijo Oswin—Ni siquiera sé lo que dicen sus grabados, tan sólo sé que es
de vital importancia para una investigación a la que mi maestro le ha dedicado toda su
vida. Pero os juro por Al’ az que no era consciente de que fuese a causarnos tantos
problemas. Pensaba que su valor era únicamente académico, pero jamás podría haber
imaginado que atraería a seres sensibles a la oscuridad.

— ¡Esperad!—Kriv saltó de repente con gran preocupación dibujada en sus ojos, que
apuntaban al otro lado del río— ¿Dónde está Preston?

Nadie se había percatado hasta entonces de su ausencia. Se hizo el silencio durante


breves instantes, mirando todos hacia la otra orilla durante éste.

—Oh, no… ¡Debemos ir a buscarlo!—Eurielle se dispuso a cruzar de nuevo el río,


pero Arthor la detuvo agarrándola de la muñeca.

—No, no podemos volver—dijo—La Legión de Hierro aún patrulla el bosque por la


orilla oeste. Si regresamos nos matarán a todos. Debemos estar agradecidos de haber
conseguido sobrevivir.

— ¡Pero no podemos dejarlo atrás! ¡Es nuestro compañero!

— ¡Es un mercenario! ¡Sabía muy bien dónde se metía!—exclamó bruscamente, y


luego bajó el tono—Ir a buscarlo no sería más que un suicidio; a estas alturas ya debe de
estar muerto.

— ¿Cómo podéis estar tan seguro de eso? ¿Y si aún sigue con vida?

—Aun así, para nosotros sigue estando muerto—se dio la vuelta y comenzó a
caminar—Si esto os reconforta, pensad que al menos murió haciendo su trabajo, no
postrado en una cama viendo las horas pasar hasta que le llegase el momento.

—Sois un monstruo, ¿lo sabéis?—dijo Eurielle con contundencia, haciendo incluso


que Arthor se detuviera y se diera la vuelta— ¿Cómo podéis dormir por las noches
sabiendo que habéis dejado morir a una persona?

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—No, señorita elfa, yo no soy ningún monstruo—se fue aproximando lentamente
hacia ella mientras hablaba—Los verdaderos monstruos se encuentran al otro lado del
río, y si les dais la oportunidad os atraparán, os despellejarán viva y os darán de comer a
sus huargos—se puso frente a Eurielle, y tanto sus duras palabras como su áspera voz y
su fría mirada la estremecieron, poniéndole incluso los vellos de punta—Preston sabía
que le aguardaba un destino de ese tipo; se dedicaba a matar a cambio de dinero. ¿De
verdad creéis que una persona así podía tener un final feliz? Esto es el mundo real. Aquí
la gente muere a diario de maneras tan crueles que ni vos misma podríais imaginarlo, así
que más os vale ir quitándoos esa venda que lleváis puesta en los ojos—tras aquellas
palabras, todos permanecieron en silencio durante un momento, y entonces Arthor
emprendió la marcha y volvió a hablar—Hay una aldea a diez millas de aquí. Si somos
rápidos llegaremos antes de que anochezca. En marcha.

Le siguieron sin nada más que objetar. Nadie dijo ni hizo nada, tan sólo siguieron
adelante, caminando entre la inmensidad del Bosque Espeso.

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Capítulo 14: Entre Cuatro Paredes
Durante aquella misma tarde tuvo lugar el fallido intento de Erikus y Seline por
hacerse con los registros de la cuenta de Bauglin Magrum, y durante lo que quedaba de
tarde intentaron descansar refugiados en el piso franco. Sin embargo, este descanso se
vio interrumpido por alguien llamando a la puerta con un marcado patrón. Golpeaba tres
veces, se detenía, golpeaba sólo una vez y por último golpeaba tres veces más.

—Llaman a la puerta—dijo Seline con un frío y ligero cosquilleo de inquietud


recorriéndole el cuerpo.

—Tranquila, es alguien de los nuestros—dijo Erikus—Está utilizando la contraseña


para indicárnoslo.

Bajó al piso de abajo bastante confiado de que no había peligro alguno, mas no por
ello menos aterrorizado de pensar que Loffir hubiera enviado a alguien al piso franco
para enviarles un mensaje. Entonces comenzó a abrir la puerta muy lentamente,
asegurándose en cada momento de que no fuese ninguna trampa, hasta que al otro lado
pudo ver un enano encapuchado con ojos negros y siniestros mirándole fijamente como
una víbora acechando a su presa.

— ¿Cuándo se alza la última luna del invierno?—le preguntó Erikus aún sin abrir del
todo la puerta.

—Cuando la sangre se vierte sobre el trono regente—su respuesta confirmó que


estaban fuera de peligro.

— ¿Qué ocurre? ¿Por qué habéis venido?

—Lord Loffir exige veros de inmediato—inclinó la cabeza ligeramente hacia la


izquierda, viendo entonces a Seline tras la puerta—A ella también.

Ambos se miraron con terror dibujado en el rostro. No hicieron falta palabras para
saber lo que les aguardaba en Roca Austera, así que simplemente cogieron sus cosas y
fueron junto a aquel enano. Llegaron al gran salón donde Loffir los esperaba sentado en
su trono de piedra, y una vez allí ni siquiera fueron capaces de sostenerle la mirada más
de medio segundo. Entonces se arrodillaron y, con un frío helador recorriéndoles el
cuerpo, aguardaron a que comenzase a hablar.

—Dime, Erikus. ¿Cuál fue tu primera lección cuando quisiste convertirte en


asesino?—preguntó Loffir, pero Erikus tardó en ofrecerle una respuesta.

—Jamás abusar de la confianza de a quienes sirvo.

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—Exacto, jamás abusar de la confianza de a quienes sirves—repitió—Ahora dime,
¿a quién sirves?

—A vos, mi señor—era incapaz de mirarle a los ojos.

— ¿Entonces por qué has desobedecido mis órdenes?—exclamó con gran cólera, y
su voz resonó por toda la sala— ¡Creí habértelo dejado claro! ¡Tenías completamente
prohibido verte con mi hija hasta que cumplieras tu misión, y me has desobedecido!

—Mi señor, pensé que si trabajábamos juntos conseguiríamos…

— ¡No te he pedido explicaciones, muchacho! ¡Lo que quiero saber es cómo podéis
haber sido tan necios como para pensar que no me enteraría de que os estabais viendo a
escondidas!—lo interrumpió con brusquedad— ¡Esta es mi ciudad, y en mi ciudad
nadie mueve un dedo sin que yo esté al tanto de ello!

—Padre, por favor, no culpes a Erikus por esto—dijo Seline con voz temblorosa—
Fui yo quien…

— ¡Basta! ¡No quiero volver a oír tus mentiras! ¡Suficientes veces me has mentido y
desobedecido ya, Seline!—volvió a acomodarse en su trono, pareciendo haberse
desahogado mínimamente—Este día los dos me habéis fallado. Conseguisteis manchar
el nombre de Bauglin con éxito al dejarlo en evidencia delante de la gente, pero con este
nuevo fracaso habéis alimentado aún más su discurso contra mí. Ahora comenzará a
hilarlo todo y a decir que todo ha sido obra de una conspiración, así que todos vuestros
avances han sido en vano.

—Por favor, danos otra oportunidad. Esta vez no te fallaremos—le pidió Seline.

—Ya os di una segunda oportunidad y volvisteis a abusar de mi confianza—dijo con


gran seriedad y rabia contenida—Esta vez no puedo pasar por alto vuestra
desobediencia. Los dos seréis castigados—miró a su hija— ¡Guardias! Llevad a mi hija
a sus aposentos. Encerradla con llave y vigiladla día y noche. Aseguraos de que nadie
entra ni sale de allí sin que yo esté al tanto.

—Sí, mi señor—obedecieron los guardias que había en la sala, y acto seguido todos
se acercaron a Seline—Acompañadnos, mi señora.

Se la llevaron a sus aposentos, donde la encerraron con llave y bajo vigilancia de dos
guardias en la puerta. Una vez más, Erikus y Loffir se quedaron solos en la sala, sin que
nadie más pudiera oír su conversación. Entonces el enano se levantó de su trono y
comenzó a bajar lentamente los escalones hasta quedar frente a Erikus, quien era
incapaz de dirigirle la mirada.

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—Créeme, hijo. Hacer esto me duele mucho más que a ti—dijo—Puede que Seline
sea la mujer a la que amas, pero ella es mi hija, y no existe un amor mayor que el que un
padre siente por sus hijos—le alzó la barbilla con la punta de sus gruesos dedos—No
sólo lo digo por ella, también lo digo por ti. Desde que apareciste huérfano y famélico
ante las puertas mi castillo te he criado como si fueras hijo mío. Te he dado un hogar,
una educación y jamás he puesto impedimento alguno en tu relación con mi hija, pero
ahora debo velar por su seguridad, y tú te estás convirtiendo en un verdadero
inconveniente—lo miró directamente a los ojos—Ella te seguiría hasta el fin del mundo
si fuera necesario, y sé que tú harías lo mismo por ella. Sé que la amas más que a nada
en este mundo—se detuvo por un momento—No quería llegar a esto, pero no me lo has
puesto nada fácil. Aléjate de mi hija. No quiero que vuelvas a verla, ni siquiera que la
mires, así que si vuelvo a verte con ella… te mataré.

Aquellas palabras dejaron a Erikus de piedra, mas no lo manifestó mediante su


expresión, pues mantuvo una completamente estoica e inexpresiva todo el tiempo.
Dicho esto, Loffir se dio la vuelta y comenzó a subir lentamente los escalones. Entonces
Erikus se levantó y, ahora con furia en sus ojos, apretó los puños con el fin de contener
el deseo que ardía en su interior. Miró hacia el puñal que llevaba amarrado al cinto, y
una pregunta vino a su mente:

— ¿Será este el momento?—dirigió lentamente su mano hacia el puñal, llegando


incluso a tenerlo sujeto por la empuñadura, pero entonces, cuando se disponía a
desenfundarlo, Loffir comenzó a hablar de nuevo.

—Vas a hacer que me trague mis palabras—dijo así, y Erikus en ese preciso instante
soltó el cuchillo—Al ver que sales exento de castigo tras haber fracasado y haber
desobedecido mis órdenes, mis hombres comenzarán a pensar que me he vuelto blando;
que mi autoridad se ha vuelto cuestionable. Sin embargo, sigues resultándome
demasiado útil, y sé que sólo tú serías capaz de arreglar esta situación tan fatídica en la
que tú y mi hija me habéis metido—volvió a sentarse en su trono—Bauglin no hace más
que sacaros ventaja con cada paso que da. Si no le detenemos pronto, tan sólo le bastará
una orden para barrernos del mapa y así quedarse él con todo el poder.

— ¿Cuál es mi cometido, mi señor? ¿Queréis que mate a Bauglin?

— ¿Y de qué serviría eso? Tan sólo le haríamos quedar como un mártir ante los ojos
de la gente—respondió—No, necesitamos golpearle de manera que consigamos
tumbarle a él y a toda su regencia de un solo plumazo. Necesitamos que grandes figuras
de poder centren sus ojos en él, crearle enemigos contra los que no pueda combatir.

— ¿Qué es lo que sugerís?

—Dime. ¿Qué tal se te daría hacerte pasar por un comprador venido desde Adenor
interesado en comprar reliquias valiosas en una casa de subastas?

136
— ¿Mi señor?

—Hay un lugar en esta ciudad al que van a parar todos los artículos de valor robados.
Ese lugar se llama la Mansión de Balathind. Allí los peces gordos que manejan negocios
como el contrabando de armas, el tráfico de khiss y la prostitución en las calles se
congracian como si fueran de la nobleza en busca de hacerse con cosas que no son
precisamente baratijas. Y cuando digo que no lo son, me refiero a que son obsequios
pertenecientes a tesoros robados a la realeza.

— ¿Pretendéis acusar a Bauglin de haber comprado algo robado del tesoro real?

—Y no de un tesoro real cualquiera, sino del de la mismísima familia real de


Sungard—Loffir sonrió pícaramente.

— ¿La familia real de Sungard?—sus ojos se abrieron como platos al oír esto,
incrédulos e inquietos.

—Así es. Hace ya unos años, alguien robó una estatuilla del mismísimo rey
Thorgrim Barba Dorada de la cámara del tesoro real en Luvudniik—dijo—Luego, por
ases del destino, terminó en la Mansión de Balathind, y desde entonces ha permanecido
allí sin que nadie se atreva a comprarla, pues todo el que va a allí sabe que si lo
descubren con algo así en su alijo la ira de la corona de Sungard caerá sobre él.

—Y queréis que yo la compre bajo la tapadera de un comprador venido desde


Adenor…—comenzó a encajar las piezas del puzle.

—Tu falsa identidad tan sólo es un señuelo para que te dejen entrar, y aun así tendrán
los ojos puestos en ti—respondió—No, no quiero que la compres, quiero que la robes y
la metas en el alijo de Bauglin. Allí tienen un registro donde quedan recogidas todas las
compras que se realizan, y si compras la estatuilla Bauglin podría terminar llegando
hasta ese registro mientras indaga en una investigación por demostrar su inocencia—lo
miró a los ojos, viendo inseguridad en ellos—Ya lo sé. Eres un asesino, no un ladrón,
pero ya conoces la casa de Bauglin y si metes la estatuilla en su alijo y consigues que de
alguna manera la guardia se entere de que había estado todo este tiempo en su posesión
lograrás que la corona de Sungard se le eche encima, y créeme que de ser así perder el
puesto de regente será el menor de sus problemas.

Se hizo el silencio brevemente. Erikus dio un suspiro tratando de concienciarse de la


misión que le aguardaba. Entonces miró a Loffir y, aunque no del todo convencido, dijo
lo siguiente:

—De acuerdo. Mañana al amanecer me dirigiré hacia esa casa de subastas.

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—Bien—Loffir asintió—Ahora quiero que vayas a ver a Nogrolf. Dijo que había
hecho algo nuevo para ti.

—Sí, mi señor—se dio la vuelta y se dispuso a abandonar la sala, pero entonces un


recuerdo se le vino a la mente—Por cierto, madame Luniere quiso que os enviara
recuerdos suyos. Dijo que no ha olvidado aquella noche del 15 de Las Heladas.

—Ah… Margaritta Luniere—una sonrisa suave y nostálgica se dibujó en su rostro—


Yo tampoco he olvidado aquella noche. Ella y yo fuimos amantes en el pasado, antes
incluso de que yo me convirtiera en el señor de este castillo. Por entonces ella sólo tenía
veinticinco años y yo cincuenta y ocho. Los dos éramos muy jóvenes, jóvenes alocados
y apasionados…—su tono cambió a uno más triste y derrotista—Pero el pasado en el
pasado debe quedar—miró a Erikus—Vamos, vete. Nogrolf te estará esperando desde
hace rato.

—Sí, mi señor—abandonó la sala del trono, dejando así solo a Loffir con sus
pensamientos, y entonces puso dirección a la fragua, donde Nogrolf se encontraba
trabajando en ese preciso instante.

— ¡Hola, Erikus! Veo que Loffir te ha tenido retenido más de la cuenta—dijo el


herrero mientras templaba un hierro candente— ¿Qué tal va tu nuevo peto?

—De maravilla—respondió mientras se lo tocaba—Es ligero y cómodo, además de


muy resistente. Sin duda no tienes nada que envidiarle a Lauthrin el Magnífico.

— ¡Vamos, no digas tonterías! Aún me queda mucho para igualar la maestría de


Lauthrin. De momento no he forjado ningún arma que se haya convertido en leyenda.

—Es sólo cuestión de tiempo—le sonrió—Loffir me ha dicho que tienes algo nuevo
para mí. ¿De qué se trata?

— ¡Ah, sí! Lo tengo ya preparado para dártelo—respondió—Aguarda un segundito,


¿quieres? Tengo que amartillar un par de cosas antes.

—No corre prisa alguna—apoyó la espalda contra la pared y cruzó los brazos
mientras contemplaba las chipas saltar cada vez que Nogrolf amartillaba el hierro
candente. Hacía mucho calor en la fragua, pero ver todas aquellas espadas, hachas,
mazas y lanzas colocadas en el armero y las armaduras amontonadas le resultaba
fascinante, casi hipnótico.

—Veo que siguen fascinándote las armas—Nogrolf miró sonriente a Erikus, y éste le
devolvió la sonrisa—Cuando eras más joven pasabas todo el día aquí metido. Creí que
te convertirías en mi aprendiz, pero Loffir tenía otros planes para ti.

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—El calor de la fragua me recuerda a mi antiguo hogar, el que tenía antes de venir
aquí—según fue hablando, la sonrisa en su rostro se fue desdibujando, pasando a
convertirse en una expresión de tristeza—Mi padre era el herrero del pueblo, aunque él
no hacía espadas como tú, tan sólo palas, azadas y herraduras para los caballos.

Nogrolf pudo ver la tristeza brotar en sus ojos, y una expresión que mezclaba la
ternura con la lástima se dibujó en los suyos. Dejó de amartillar, y entonces dijo:

—Estoy seguro de que tus padres estarían orgullosos de ver el hombre en el que te
has convertido—le dijo con sinceridad.

—Sí, en un asesino al servicio de…—quiso decir algo, pero entonces se detuvo en


seco—Da igual.

—Eres más que un simple asesino, Erikus—dijo Nogrolf—Tienes un gran corazón y


pese a tener la potestad de arrebatar vidas eres alguien muy sensato y premeditado a la
hora de hacerlo. Jamás matas a alguien que no lo merece, y eso es algo que no todos los
asesinos pueden decir—se hizo el silencio brevemente, pues Erikus no respondió—
Bueno, ya dejo de darte la lata. Te enseñaré tus nuevos juguetes.

Se dirigieron hacia una mesa abarrotada de artilugios y cachivaches a medio


terminar, todos ellos de un aspecto tan fascinante como espeluznante.

—Perdón por el desorden. Siempre estoy trabajando en proyectos nuevos que nunca
llego a terminar—dijo Nogrolf—Seline me dijo que la flecha de humo que le hice os fue
de gran ayuda, así que he pensado esto podría servirte—comenzó a buscar entre el
montón de artilugios hasta dar con una esfera cristalina con un extraño líquido rojo
dentro—Aquí tienes: una bomba de ilithium—se la dio en mano, y Erikus la miró
extrañado—Al entrar el contacto con el aire, ese líquido rojo se convertirá en humo
como el que llevaba la flecha de Seline. Ten cuidado de inhalarlo o te arderán los ojos y
se te inflamará la garganta.

— ¿Qué?—justo después de decir eso, Erikus hizo como si la esfera se resbalara,


pudiendo ver el miedo plasmado en los ojos de Nogrolf. Luego la cogió al vuelo y, tras
ver su reacción, comenzó a reírse.

— ¡No bromees con eso, es altamente peligroso!—gruñó con enfado, pero pareció
pasársele pronto, pues justo después le dio unos cuchillos arrojadizos rellenos de otro
líquido—Estos cuchillos contienen saliva de dragón.

— ¿Saliva de dragón?—Erikus arqueó una ceja.

—Nitroglicerina, un líquido altamente explosivo, lo cual significa que si los


lanzas…—tiró uno contra la pared y hubo una pequeña explosión— ¡Bum! Hehehe.

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—Tienes una extraña obsesión con hacer explotar cosas, Nogrolf—comentó
ciertamente preocupado, pero no del todo serio.

—Ya me lo agradecerás cuando una buena explosión te salve de acabar en los


calabozos—se aproximó a por el tercer artefacto: un pequeño frasco con un líquido
blanco en su interior.

— ¿Qué es eso?

—Esto, muchacho, es veneno de mantícora—respondió Nogrolf—No te haces una


idea de cuánto me ha costado conseguirlo. El veneno de mantícora es el paralizante más
potente del mundo; un pequeño roce con un arma impregnada y quedarás tieso como
una estaca en cuestión de segundos—se lo entregó en mano con suma delicadeza—Ten
mucho cuidado cuando lo uses; solamente unos pocos saben curarlo, y me temo que
ninguno de ellos se encuentra en Naarvin.

Erikus observó con detención el veneno de mantícora, ciertamente intimidado por el


peligro de aquel líquido que a simple vista parecía tan irrisorio. Se lo guardó con sumo
cuidado y, al girar la mirada, sobre la mesa vio un brazalete con un mecanismo que
ocultaba una daga por la parte interior. Junto a ésta había un botón, y al pulsarlo un
mecanismo se activó y sacó la hoja en un abrir y cerrar de ojos, dejándole aquello
realmente fascinado.

— ¿No puedo quedarme con esto?—le preguntó a Nogrolf, quien en ese momento
estaba recogiendo la mesa y por ello no le vio cogerlo.

— ¡Dame eso!—se lo quitó de la mano de un tirón con el ceño fruncido—Es un


prototipo inacabado. Aún no he encontrado la manera de accionar la daga oculta sin
tener que pulsar el botón manualmente, ni tampoco un modo de volver a guardarla. No
está lista para usarse todavía. Además, ya te he dado suficientes artilugios.

—De acuerdo, señor cascarrabias—dijo medio riendo, a lo que Nogrolf contestó


gruñendo—Procuraré usar debidamente todo lo que me has dado. Ahora, si no te
importa, me gustaría irme a la cama. Mañana me espera un día ajetreado.

—Que Targûn te guíe, muchacho.

Dicho esto, Erikus se marchó de la fragua y fue a sus aposentos. Se quitó la ropa para
ponerse el pijama, y entonces vio el collar de plata colgándole del cuello, lo cual le trajo
tristes recuerdos de su pasado. Se lo desabrochó para quitárselo, y acto seguido
permaneció mirándolo detenidamente.

—Pronto, pero aún no—lo apretó contra sus labios y lo besó con tristeza, y después
de eso suspiró y se fue a dormir.

140
Mientras tanto, Seline permanecía encerrada en sus aposentos bajo llave, sintiendo
como si aquellas cuatro paredes se fueran estrechando según las horas iban pasando.
Vagaba de un extremo a otro, incapaz de conciliar el sueño. Luego se sentó al borde de
su cama llena de rabia y frustración, y entonces la cerradura de la puerta se oyó abrirse
para acto seguido aparecer Loffir tras ella. Ella le miró por unos segundos con el ceño
fruncido, y luego le retiró la mirada.

— ¿Has cenado algo?—le preguntó Loffir tras cerrar la puerta, pero ella lo ignoró—
Escucha, Seline. No creas que disfruto haciendo esto. Sé bien que detestas estar
encerrada aquí, pero no podía pasar por alto tu desobediencia.

—Detestar es poco—respondió ella breve y secamente— ¿A qué has venido?

—A hablar con mi hija, si me lo permites—Seline se encogió de hombros como


respuesta, así que se sentó junto a ella al borde de la cama—Oye. Puede que antes fuera
algo… duro con mis palabras, pero quiero que entiendas que todo esto lo hago por ti.

—Por preservar tu renombre y para tus enemigos te sigan temiendo, querrás decir—
lo cortó bruscamente— ¿Me encierras en mi habitación como si fuera una niña de seis
años y tengo que creerme que lo haces por mí?

—Lo hago para protegerte—respondió—Nuestros enemigos son gente poderosa y sin


escrúpulos. Imagínate lo que podría pasarte si terminases entre sus garras.

—Ya no soy una niña, padre. Sé cuidar de mí misma.

—Y sin embargo no dejas de demostrarme que eso no es cierto—la calló con estas
palabras—Esto no es un juego, Seline. Aquí, en el mundo real, todos nuestros actos
tienen consecuencias, y tú aún no tienes la madurez para poder afrontarlas.

— ¿Y cómo esperas que la tenga? ¡Jamás me has dejado equivocarme!—saltó de


repente— ¡Has estado cohibiéndome y prohibiéndomelo todo desde que era una niña!
Me enseñaste a ser una asesina, ¿y para qué, si ni siquiera me dejas demostrarte mi
valía? ¿Es que no te enorgulleces de tu hija? ¿Es eso?

—Hija, pues claro que me enorgullezco de ti—respondió—No dudo de ni de ti ni de


tus habilidades, es sólo que…

— ¿Es sólo que qué?—Seline preguntó airada, y luego se hizo el silencio durante
breves instantes. Loffir permaneció reflexivo, meditando sobre las palabras de su hija.
Luego la miró y, con sinceridad plena grabada en su único ojo, dijo:

—El día en que te encontré estabas escondida entre unas sábanas blancas. Unos
bandidos habían asaltado tu aldea cuando tan sólo eras un bebé de pocos meses de vida.

141
Yo te encontré al día siguiente. Recuerdo que cabías entre mis manos, y mírate ahora,
toda una mujer—le acarició el pelo con suavidad—Te arrebataron a tus padres antes de
que pudieras siquiera conocerlos, y por eso decidí convertirte en mi hija. Desde
entonces has sido la única cosa en este mundo que verdaderamente me ha importado.
No ha sido ni mi renombre ni el temor de mis enemigos, sólo tú—la miró directamente
a los ojos, los cuales comenzaron a humedecerse—Te quiero, hija mía, más que a nada
en este mundo, y si he sido demasiado duro y protector contigo, lo siento. Mi intención
nunca fue hacerte sentir que no eras lo bastante buena. Es sólo que, si te perdiese para
siempre… crearías una herida en mi corazón que jamás lograría sanar.

Las lágrimas brotaron de los ojos de ambos. La rabia desapareció de Seline, y la


dureza de Loffir, como una nube negra que se desvanece ante la radiante luz del sol de
la mañana. Entonces él la cogió de la mano con suavidad, la miró a los ojos y continuó
hablando.

—Estoy muy orgulloso de ti. Te has convertido en una mujer hecha y derecha;
hermosa, inteligente y de buen corazón—le sonrió cálidamente—Sé que amas a Erikus
y que él también a ti más que a nada, pero no dejes que ese amor nuble tu juicio. Deja
que haga esto solo. Estará bien, te lo prometo.

—De acuerdo—agachó la cabeza y, aunque con cierta dificultad, dijo lo siguiente—


Te quiero, padre.

—Y yo a ti—le besó la mejilla y luego se levantó—Duerme un poco; es tarde ya.


Buenas noches, tesoro.

—Buenas noches—le respondió Seline, y entonces Loffir abandonó sus aposentos.


Poco después apagó todas las velas una por una, y con la cabeza llena de duda e
incertidumbre intentó dormir aquella noche, encerrada entre las cuatro paredes de su
propia mente.

142
Capítulo 15: Villa Cuervo
Horas antes de esa noche, Oswin, Arthor, Kriv y Eurielle seguían caminando por el
Bosque Espeso sin comida ni agua, pues todo había quedado atrás, en el carro que se
vieron obligados a abandonar. La aún reciente pérdida de Preston seguía presente en los
pensamientos de varios de ellos, especialmente en los de Oswin, quien cargaba con toda
la culpa. Además de eso, en algunos momentos pudo sentir cómo todos le juzgaban con
la mirada, mas sin decir ni una sola palabra.
Caminaron durante varias horas hasta finalmente llegar a la aldea que Arthor había
mencionado, una de lo más rústica y sencilla. Ni siquiera estaba amurallada, tan sólo
estaba compuesta por pequeñas chozas de madera con techos de paja, ovejas lanudas
pastando en los alrededores y un pequeño arroyo que nacía del río Eduin y sustentaba de
agua a su gente.

—Esa es la aldea de Villa Cuervo—dijo Arthor cuando ya podía verse a lo lejos


desde el camino—Su gente vive de la tala y exportación de la madera del bosque a otras
partes de Fortland. No esperéis la más grata bienvenida; no les gustan los forasteros.

Siguieron caminando, y al llegar pudieron ver cómo los pueblerinos los perseguían
con la mirada y ojos penetrantes como estacas de hielo. Todos murmuraban entre sí y
les señalaban descaradamente. El miedo y la desconfianza podía verse plasmados en sus
ojos, y entonces, casi en un abrir y cerrar de ojos, una piedra de tamaño considerable
golpeó la cabeza de Kriv por detrás.

— ¡Monstruo! ¡Traes el mal a nuestra aldea!—se oyó justo después, pero las voces
que se oyeron no fueron adultas, sino más bien infantiles.

Kriv se llevó una mano a donde le había golpeado la piedra con una mueca de dolor
y aspirando entre dientes, viendo que aquella pedrada le había ocasionado una pequeña
herida en la cabeza. Entonces se giró con rabia en su rostro, viendo así a tres niños
riendo pícaramente a lo lejos, los cuales comenzaron a correr nada más darse cuenta de
que los habían visto.

— ¡Eh, volved aquí!—se dispuso a ir tras ellos, pero Arthor lo frenó poniéndole una
mano en el pecho.

—Dejadlo estar, lagarto—dijo con voz fría—Tenemos que pasar aquí la noche, así
que no queremos problemas con los lugareños.

Kriv pareció reflexionar ante aquellas palabras, pues acto seguido gruñó y los cuatro
siguieron caminando entre aquellas miradas maliciosas. Entraron en una posada con el
nombre de El Martín Pescador, viendo que a esa hora permanecía vacía e inundada en el

143
silencio. No había nadie tras la barra, pero en el interior de la cocina brillaba una tenue
luz, y un ruido de ollas metálicas y platos podía oírse desde fuera.

— ¿Hola?—dijo Oswin, y entonces de la cocina salió un hombre barrigudo entrado


en edad y sin pelo en la coronilla, tan sólo con un poco atrás y en los laterales.

—Disculpadme, estaba recogiendo la cocina. No esperaba clientela tan temprano.


Bueno, a decir verdad, no esperaba clientela hoy. Hace meses que no pasa ni un viajero
por este desdichado pueblo—parecía pensar en voz alta—Perdón, me he puesto a
divagar. ¡Sed bienvenidos a El Martín Pescador! Aquí encontrarán todas las
comodidades que necesiten: comida, bebida, un baño caliente y hospedaje todo el
tiempo que…—dejó de hablar de repente justo en el momento en el que divisó a Arthor,
y nada más hacerlo su expresión cambió por completo— ¿Tú otra vez? ¡Te dije que no
quería volver a verte por aquí! Me debes más de cincuenta coronas de plata tan sólo en
hospedaje, ¿o es que acaso no lo recuerdas?

—No, no lo he olvidado, Boeth—respondió Arthor—Descuida, verás tu dinero. Lo


tengo justo aquí—sacó seis coronas de oro de la bolsa que Oswin le había dado y las
tiró sobre la barra, dejando así al posadero con los ojos brillantes y pasmados—Ahí
llevas todo lo que te debía, así que ya puedes dejar de amartillarme la cabeza.

—Sí… claro—barrió las monedas con la mano y luego las metió en una bolsita que
llevaba atada al cinto—Y bien, ¿qué desean los caballeros y la dama esta noche?

—Quisiéramos alquilar dos habitaciones dobles para esta noche además de la cena,
por favor—Oswin se acercó a la barra.

—Muy bien. Serán cuarenta coronas de plata por todo—dijo sin que la voz le
temblara lo más mínimo.

— ¿Cuarenta coronas de plata? No podéis hablar en serio.

—Corren tiempos difíciles—Boeth se encogió de hombros—Con la guerra azotando


el país en el sur y los trasgos vigilando el paso del puente, los viajeros escasean
últimamente por estas tierras. Lo lamento, pero tengo que mantener este local, y me
temo que esta será la única posada que encontrarán en millas a la redonda.

Dicho esto, Oswin suspiró con desdén, y luego miró a Arthor con una mirada que
hablaba por sí sola, sin que hicieran falta palabras para saber lo que quería decir.

—Ni de broma—respondió con brusquedad—Yo no he sido quien nos ha metido en


esto, así que no pienso poner ni una sola moneda de mi bolsillo.

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—Muchas gracias, maese montaraz—frunció el ceño, y de mala gana dejó cuatro
coronas de oro sobre la barra, pues eso equivalía a las cuarenta de plata que valía todo.

—Perfecto. Enviaré a mi ayudante a que acomode vuestras habitaciones de


inmediato—miró al interior de la cocina— ¡Eh, Todd! ¡Prepara dos habitaciones dobles!
¡Tenemos clientes esta noche!

— ¡Enseguida, señor!—de la cocina salió un joven de unos diecisiete años, quien


miró tímidamente a los cuatro y quedó petrificado tras ver la imponente figura de Kriv.

—Tranquilo, muchacho. No te hará daño—miró a Kriv directamente con cierta


inquietud, y luego se dirigió a Oswin— ¿Esa cosa vuestra puede hablar?

— ¡Eh! ¿A quién llamáis cosa?—Kriv saltó indignado, aterrorizando tanto a Boeth


como a Todd—Sí, puedo hablar, y puedo entender vuestra lengua. No temáis por mí,
no soy ningún monstruo, pero volved a llamarme cosa y lo lamentaréis.

—Disculpad, no era mi intención ofenderos. Es sólo que nunca habíamos visto a


alguien tan… Bueno, a alguien como vos—el posadero temblaba de miedo, y entonces
miró a su ayudante—Eh, Todd. Ve a preparar las habitaciones, ¿quieres?

—Sí, señor—respondió asustado, y acto seguido subió corriendo al piso de arriba tan
rápido como pudo. Luego los cuatro se miraron entre sí y Eurielle habló.

—Disculpad. Creo haberos oído decir algo acerca de un baño caliente. ¿Es eso
cierto?—le preguntó al posadero, y éste asintió con la cabeza— ¡Fantástico! Ardo en
deseos de darme uno desde hace ya una semana.

—Ya tendremos tiempo para eso más tarde, lady Eurielle—dijo Oswin—Antes
debemos aprovechar las horas de sol que nos quedan para ir a comprar provisiones.

—No contéis conmigo—dijo Arthor con desdén—Necesito una espada nueva. Iré a
ver al herrero del pueblo, a ver si por alguna casualidad vende alguna.

—Dejadme acompañaros—dijo Kriv, y Arthor asintió con una mirada seria.

Salieron de la posada dividiéndose en grupos de dos. Arthor y Kriv fueron al taller


del herrero del pueblo: una choza pequeña de madera con cadenas colgando del techo y
un peculiar olor a madera quemada. En su interior encontraron un niño de unos quince
años de edad amartillando una placa de hierro sobre un enorme yunque, pero éste no era
un niño humano común y corriente. Tenía la piel verde y las orejas picudas, además de
dos caninos inferiores sobresaliéndole de los labios. Era de lo más extraño; parecía un
orco, pero con rasgos humanos.

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— ¡Eh, chico!—le llamó Arthor— ¿Eres tú el herrero de esta aldea?

—Eh… no, señor. Tan sólo soy un aprendiz—lo miró con timidez, intimidado por su
mirada y la dureza de su voz—Mi maestra ha salido un momento a hacer unos recados,
pero enseguida volverá. Podéis esperarla aquí si queréis.

—De acuerdo…—suspiró a la vez que cruzaba los brazos y apoyaba la espalda en la


pared, mirando desde entonces fijamente al muchacho.

—No es mi intención ofenderos, pero… ¿qué sois exactamente?—Kriv le preguntó


con suma cautela.

—Soy un medio-orco, una mezcla entre ambas razas—respondió—No os preocupéis,


no me ofende vuestra pregunta. Imagino que nunca habíais visto a alguien como yo,
aunque vos también sois… diferente—lo miró de arriba abajo con inquietud en sus
ojos— ¿Qué sois vos? ¿Sois mitad hombre mitad lagarto?

—Es algo más complejo que eso—dijo Kriv—Mi pueblo desciende de los
legendarios dragones. En vuestra lengua se nos conoce como dracónidos, pero yo
prefiero usar la palabra Archa-lozh, que es como llamamos a mi pueblo en mi tierra.

— ¿Decís que descendéis de los dragones?—sus ojos se abrieron como dos lunas
llenas, incrédulos y fascinados—Guau… Creía que los dragones no existían, que eran
sólo una leyenda.

—Existieron, pero fueron masacrados por los hombres tiempo atrás—una cierta
tristeza se reflejó en su tono de voz ahora más apagado. Luego agachó la cabeza con
cierta pena y poco después volvió a mirar al aprendiz— ¿Cómo os llamáis, muchacho?

—Corey—respondió— ¿Y vos?

—Yo soy Kriv—le extendió la mano, y en ese momento Corey no supo muy bien
qué hacer, hasta que finalmente se la estrechó—Mi amigo y yo esperaremos a que
llegue vuestra mentora.

—De acuerdo—miró a Arthor inquietado por su mirada sombría— ¿Tiene nombre


vuestro amigo?

—Sí, se llama Arthor—Kriv lo miró también, pudiendo notar cómo Corey se sentía
intimidado por él—No temáis, no os hará daño. Es sólo que… no es muy hablador que
digamos.

— ¿Cómo habéis dicho? ¿Arthur, como el rey Arthur y sus caballeros de la mesa
redonda?—preguntó Corey.

146
—Se dice Arthor, con /o/—respondió el montaraz con brusquedad— ¿Tan difícil
resulta pronunciar bien mi puñetero nombre?

—Perdonadme, no pretendía ofenderos—agachó la cabeza ruborizado—Yo…


volveré al trabajo. Esperad fuera si queréis, o dentro, como prefiráis.

Ambos salieron fuera, y entonces Kriv le llamó la atención a su compañero.

—No teníais por qué hablarle así al crío, Arthor.

— ¿Qué pasa, os habéis compadecido de él porque es un bicho raro como vos?

—Me compadezco de él porque no es más que un niño, y no se merecía que le


contestarais de ese modo sólo por pronunciar mal vuestro nombre—contestó—Me
habéis hecho sentir vergüenza cuando habéis sido así de impresentable.

— ¡Oh, qué lástima! ¿Os he avergonzado? ¡Cuánto lo siento!—se burló de él con


desdén—Si tanta vergüenza os doy entonces volved con la elfa y el mago, o perdeos por
el bosque si os place. A mí me da lo mismo.

— ¿Por qué sois así? ¿Por qué os comportáis como un indeseable con todo el
mundo? ¿Qué os ha hecho el mundo para que lo odiéis tanto?

— ¿Por qué creéis vos? Estoy harto de este mundo y de su gente…—dijo—He visto
el peor lado de la humanidad, y creedme cuando os digo que no hay esperanza alguna
en él. Por eso prefiero vivir aislado, alejado de toda la mierda que conlleva la sociedad.
Es así de sencillo, lagarto.

—Os equivocáis, Arthor—dijo Kriv—Sí, hay crueldad, pero también hay bondad en
la naturaleza humana. Vos sois un buen hombre. Puede que no el más amable, pero un
buen hombre después de todo.

—Habláis de mí como si me conocierais—lo miró fijamente a los ojos—Ya os lo


dije hace unos días. ¿Qué sabéis vos de mí y de las cosas que he hecho? Os basáis en
absurdas observaciones que habéis sacado de ninguna parte, ¿y ya por eso creéis que me
conocéis?—se hizo el silencio entre ambos—No, lagarto. Vos sois quien se equivoca.
Yo no soy un buen hombre.

—A mí sí me lo parecéis. Me salvasteis la vida cuando no teníais por qué hacerlo, y


por ello estoy en deuda con vos.

—A mí no me debéis nada—respondió—Será mejor que dejemos esta conversación.


Estoy empezando a hartarme de que habléis siempre de mí.

147
Mientras tanto, Oswin y Eurielle fueron a comprar provisiones para el camino.
Compraron cuatro sacos de dormir, varias piezas de carne, dos libras de sal, verduras
para acompañar la comida y dos hogazas de pan moreno recién horneadas. Lo único que
les faltaba era un animal que cargase con la tablilla hasta Adenor, así que se dirigieron a
los establos de la aldea, donde encontraron sentado fuera a un hombre de aspecto
bastante sucio que desprendía un olor a estiércol, lo cual les provocó unas ligeras
nauseas, pero lograron disimularlas levemente.

—Disculpad—Oswin se le acercó— ¿Tenéis algún caballo en venta? Necesitamos


uno para transportar nuestros suministros para un viaje.

—Tenéis agallas para venir aquí con una puta silvana—miró a Eurielle con
desprecio, y luego escupió en el suelo una balsa de mocos y saliva—Por vuestra culpa
la gente de esta aldea se muere de hambre. Nos sumisteis en una guerra cuando aún no
nos habíamos recuperado de la anterior.

— ¡Yo no soy una silvana, soy una alta elfa de Ephelia!—respondió Eurielle con
gran indignación.

— ¿Y acaso no es lo mismo?—la ignorancia de aquel campesino la enfureció.

—No, no lo es. Mi pueblo no tiene nada que ver en vuestra guerra contra nuestros
parientes del bosque, así que creo que merezco una disculpa.

— ¿Una disculpa? Preferiría besarle el culo a una vaca a tener que pedirle disculpas a
una orejas picudas—dichas palabras fueron la gota que colmó el vaso, pues en ese
momento Eurielle comenzó a manipular el hierro de un cubo lleno de agua que había en
el establo con el fin de lanzárselo a la cabeza. Pero Oswin vio esto, y antes de que
pudiese hacer nada la detuvo agarrándole la muñeca, derramándose así todo el
contenido al caerse, lo cual alertó al campesino.

—Me cago en…—se levantó y fue a recoger el cubo.

—Conteneos, lady Eurielle—le dijo Oswin entre susurros—Ya habéis oído al


montaraz, no podemos ir buscando problemas.

—Pero vos mismo lo habéis visto—dijo indignada—Me ha insultado delante de mis


narices, ¿y esperáis que me quede de brazos cruzados?

—No digo que esté bien la manera en la que os ha hablado, pero si queremos
conseguir una bestia de carga no podemos enfurecerle. Esto ya no es Imlanor. Aquí la
gente es ignorante y supersticiosa. No podemos usar hechizos a la ligera o nos acusarán
de brujería.

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Dicho esto, Eurielle guardó silencio con gran rabia. Luego el campesino regresó y
nuevamente comenzó a hablar.

—Será mejor que os larguéis. Aquí no hacemos negocios ni con oscuros ni con
orejas picudas—miró a ambos con desprecio, y luego una voz femenina se oyó
proveniente de la casa de al lado.

— ¡Bertrand! ¿Otra vez espantando a los forasteros?—por la puerta salió una mujer
fondona y de duras facciones, no muy agraciada— ¡Si sigues así no vamos a tener
clientes en la vida!

— ¡Silencio, mujer! ¡Aquí el que se encarga de los establos soy yo!

— ¡Y ya ves cómo te va si por cada viajero que llega lo único que haces es
propiciarles insultos! ¡Entra dentro y déjamelos a mí!

— ¡Pero Ghislaine!

— ¡Nada de peros! ¡A la casa, ahora!—lo cogió de la oreja y tiró de él hasta llevarlo


a la puerta de su casa, y luego se acercó a Oswin y a Eurielle—Perdonad a mi marido,
no le gustan los forasteros. Piensa que son un mal augurio para la aldea. Bueno, a decir
verdad, todo el mundo aquí piensa lo mismo. Debí haberme quedado en Adenor en vez
de venirme a vivir aquí con él—miró a Eurielle— ¿Me permitís un consejo, querida?
Nunca os caséis. Los hombres sólo quieren a las mujeres para que les cocinen y les
limpien los calzones. Después no son capaces ni de dar las gracias. Ay… a veces pienso
que fui una necia al enamorarme del inútil de mi marido.

Por la manera en que lo dijo, Eurielle no pudo evitar reírse. Oswin si embargo
permaneció serio, como siempre, y mientras tanto Ghislaine siguió hablando.

—Decidme. ¿Qué es lo que necesitáis?

—Queremos comprar un animal con el que poder transportar nuestros suministros


junto a una carga medianamente pesada—explicó Oswin— ¿Tenéis caballos en venta en
vuestro establo?

—Lamento deciros que aquí no criamos caballos. Sale demasiado caro cuidarlos para
lo poco que ganamos con el negocio—respondió—Pero, si lo que queréis es un animal
recio y fuerte capaz de cargar con mucho peso en las alforjas, tenemos una mula de seis
años llamada Petra. Es vuestra por sólo veinticinco coronas de cobre, por las molestias
que os ha ocasionado mi marido.

—Vaya. Mu… Muchísimas gracias—aquella oferta dejó a Oswin sin palabras—Sois


muy amable, de veras.

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—Antes habéis dicho que sois de Adenor, ¿verdad?—preguntó Eurielle, y la mujer
asintió— ¿Nos recomendáis alguna senda segura para ir? Nosotros también nos
dirigimos hacia allí, pero nuestro cargamento fue asaltado por trasgos en el bosque.

—Vaya, cuánto lo siento, querida—dijo Ghislaine—Es un milagro que estéis vivos.


El bosque se ha convertido en un lugar peligroso estos últimos años. Menos mal que la
Dama del Bosque nos defiende de las criaturas que vagan por él.

— ¿La Dama del Bosque?

—Sí. La Dama del Bosque es la bruja que protege la aldea, pero su protección exige
un precio—contestó, y al decirlo un frío y siniestro viento sopló a ras del suelo
arrastrando las hojas—Al final de cada ciclo lunar, el día antes de que la luna se alce
llena en el cielo, la Dama del Bosque selecciona a un recién nacido de la aldea para que
lo dejemos en el bosque y ella se lo lleve.

— ¿Y cómo los selecciona? ¿Viene ella en persona?—Eurielle preguntó con un frío


inquietante recorriéndole el cuerpo y con los vellos de punta.

—No. Nadie la ha visto jamás—miró hacia el bosque por un momento con cierta
inquietud—Para seleccionarlos, la Dama del Bosque envía un cuervo a que se pose en la
cuna del recién nacido al que ella elige, de ahí que la aldea se llame Villa Cuervo.

— ¿Y por qué se lleva a los recién nacidos?—preguntó Oswin.

—Nadie lo sabe realmente, pero será mejor que no hagáis muchas preguntas al
respecto—miró a su alrededor, asegurándose de que nadie escuchara—No le digáis a
nadie que yo os he hablado de esto o me meteréis en un buen lío, ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo—dijo Eurielle.

—Nos llevaremos la mula y dejaremos de molestarla—Oswin le dio las veinticinco


coronas de cobre.

—Espero que tengáis un buen viaje hasta Adenor—dijo Ghislaine, y durante breves
instantes permaneció en silencio—Aunque…

— ¿Sí?

—Si alguien me oyera deciros esto me matarían al día siguiente, pero me habéis
caído bien—dijo—Podríais probar suerte e ir a buscar a la Dama del Bosque para que os
dé su bendición durante vuestra travesía.

— ¿Sabéis dónde se encuentra?—preguntó Eurielle.

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—No sé el sitio exacto, pero sé que vive un par de millas al norte de aquí. Ahí es
donde dejan a los recién nacidos para que se los lleve, así que debe de vivir por allí
cerca—les dijo susurrando—Si pensáis ir a verla, no se lo digáis a nadie.

La atmósfera perturbadora y siniestra que se respiraba en la aldea de Villa Cuervo


era cada vez mayor. Oswin y Eurielle, ciertamente perturbados, compraron la mula y las
alforjas para transportar los suministros y la tablilla, y mientras tanto Arthor y Kriv
continuaban esperando a que la herrera regresase.
Dicho esto, pasada la hora y media desde que llegaron a la herrería, los dos oyeron
cómo por la puerta de atrás llegaba alguien que saludó a Corey y nada más hacerlo
comenzó a darle al martillo. Entonces entraron, y al hacerlo vieron a una mujer enana de
espalda ancha y brazos fuertes con el cabello castaño cobrizo, algo que ninguno de los
dos esperaba para nada.

— ¡Ah! Con que estos son de quienes hablabas, ¿no?—le preguntó la enana a Corey
nada más verlos entrar.

—Sí, señora—respondió con timidez—Ellos son Kriv y Arthor. Venían preguntando


por vos.

— ¡Alabado sea Targûn, por fin algo de clientela!—se limpió las manos y se
aproximó a ellos—Hola, soy Walda. Ya conocéis a Corey, mi ayudante. Llegó a la aldea
río abajo en el interior de un canasto, y desde ese día lo acogí como mi aprendiz. Es
algo tímido, pero muy trabajador—les extendió la mano—Es un placer conoceros.

—El placer es mío—Kriv le estrechó la mano con cortesía, y luego Walda se la


extendió a Arthor, quien había permanecido mirándola con desprecio y desdén desde
que entraron por la puerta.

— ¿Qué le ocurre a vuestro amigo? ¿Le ha comido la lengua el gato?—preguntó ella


extrañada por su comportamiento, pues ni siquiera le había estrechado la mano.

—Eh… A mi amigo no le gusta mucho hablar, pero veníamos interesados en


compraros una espada, si es que las hacéis.

—Una espada, ¿eh?—Walda bajó la mano tras ver que Arthor no iba a estrechársela,
y acto seguido se dirigió de nuevo al yunque—Estáis de suerte. Aún me quedan algunas
de cuando mi padre las hacía para el ejército imperial.

— ¿Vuestro padre forjaba armas para el Imperio?—preguntó Kriv fascinado.

—Era el mejor herrero de toda la comarca. Cuando era niña, a esta aldea venían
carros imperiales para llevarse los encargos que le hacían a mi padre. Gracias a su
trabajo había prosperidad en el pueblo, pero nada dura para siempre—explicó mientras

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amartillaba con fuerza—Entonces ocurrió lo que todos sabemos y mi padre se quedó sin
trabajo, y a partir de ahí su salud fue a peor. Su vida estaba ligada al calor de la fragua,
y cuando los fuegos de su taller se apagaron su fuerza y su alegría lo hicieron también—
tras decir esto, la herrera guardó silencio y dejó de amartillar, pareciendo entristecida,
pero instantes después continuó—Al tercer invierno murió postrado en su cama, y desde
entonces he intentado hacerle honor a su nombre esforzándome al máximo por ser tan
buena como él.

—Estoy seguro de que se siente muy orgulloso de vos—Kriv le sonrió, y ella le


devolvió la sonrisa— ¿Entonces tenéis espadas en venta?

—En venta no. Aquí nadie tiene el dinero ni la destreza suficiente para empuñar
una—respondió— ¿Para quién es la espada, para vos o para vuestro amigo?

—Es para él. Si no os importa, nos gustaría ver cuáles tenéis.

—Sí, claro—miró a su aprendiz—Eh, Corey. Ve al almacén y coge la espada que en


mejor estado veas, ¿quieres?

—Enseguida, señora—Corey fue entusiasmado hacia una pequeña habitación en el


interior del taller, pudiendo oírse cómo retiraba varias cosas hasta dar con lo que iba
buscando— ¡Aquí tenéis! Esta es la mejor que he encontrado.

Envainada en cuero pardo rojizo, Corey trajo una espada larga de hoja recta y doble
filo. La empuñadura de hilo negro tenía una textura áspera y estaba dividida en dos por
una anilla de metal, teniendo la longitud perfecta para que los dedos de una mano adulta
cupiesen en ellos. La guardia de mano era completamente horizontal, y su pomo se
alargaba ligeramente hasta terminar en forma plana y octogonal. Era una espada muy
larga, tan larga que incluso era demasiado pesada para que Corey pudiera empuñarla sin
que se le fuera hacia los lados. Entonces se la dio a Walda, y ella la desenvainó para
mostrarles la hoja, sobre la cual las llamas resplandecían como el alba.

—Por el fuego de Archalegon. Es una espada magnífica—Kriv la sujetó con sus


propias manos—He de reconocer que os tengo envidia, Arthor.

Pese a la magnificencia de aquella arma, Arthor permaneció en silencio y mirando a


la herrera enana con una expresión de odio y desdén dibujada en el rostro, lo cual
comenzaba a extrañar a todos.

—Bueno, ahora que la habéis visto, ¿no queréis empuñarla?—Walda le ofreció la


espada dejando la hoja reposar en sus enormes manos llenas de callos y hollín.

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—Jamás le compraría algo a un sucio enano como vos—respondió Arthor, pero esta
vez con especial ira retenida en sus palabras. Luego escupió en el suelo con gran
desprecio y acto seguido salió por la puerta.

— ¡Arthor!—miró avergonzado a la enana por un segundo—Disculpadme.

Salió fuera, viendo cómo Arthor se disponía a marcharse, y entonces lo agarró del
hombro y le dio la vuelta violentamente.

— ¿Se puede saber qué estáis haciendo? ¿A qué ha venido eso?

— ¡Es una puta enana! ¡No hay raza más despreciable que la suya!

— ¿Pero de qué estáis hablando? ¿Os habéis vuelto loco o qué?

—Sé bien de lo que hablo, lagarto—dijo Arthor—Los enanos son lo peor de que hay.
Son avariciosos, mentirosos y traicioneros. Lo único que les importa es el oro, y no
pienso darle ni una sola moneda a esa desgraciada.

— ¿Pero qué clase de absurdez es esa que nubla vuestro juicio? ¡Que existan enanos
a los que sólo les interesa el oro no significa que todos sean así!—por primera vez, Kriv
parecía airado de verdad— ¿Es que no la habéis oído hablar antes? Tan sólo conserva el
oficio de su padre para rendirle honor. ¿Qué hay de malo en eso?

—Vos no lo entendéis, lagarto—respondió—Tengo más razones que nadie para odiar


a los putos enanos.

—Mirad. No sé qué clase de problemas podéis haber tenido con los enanos, pero
ahora quiero que me escuchéis—su tono fue calmándose cada vez más—Ya oísteis lo
que dijo el posadero antes. No hay ninguna aldea más en leguas a la redonda, y hemos
tenido la suerte de acabar en una cuya herrera es hija de alguien que forjaba armas para
el Imperio. Olvidaos de vuestro odio hacia su gente y pensad con sensatez. Necesitáis
una espada, y no vais a encontrar ninguna mejor que una hecha por un enano.

Durante esos breves instantes, Arthor permaneció en silencio, reflexivo. Miró a Kriv,
y luego a la puerta del taller, y entonces, aun con cierta dificultad, dijo:

—Muy bien, vos ganáis.

—Me alegra que hayáis entrado en razón—Kriv sonrió—Volvamos dentro.

Nuevamente los dos entraron en el interior de la herrería, viendo que tanto Walda
como Corey los miraron entre impactados y ofendidos.

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—Disculpad a mi amigo, señora enana—dijo Kriv—Pese a su comportamiento de
antes, sigue estando interesado en compraros la espada.

—Pues ese insulto va hacer que le salga el doble de cara—dijo Walda con disgusto y
el ceño fruncido—Si queréis la espada, dadme sesenta coronas de oro. Treinta por el
arma y otras treinta por la ofensa que me habéis propiciado en mi propio taller.

— ¿Qué? ¡No pienso pagar sesenta coronas por una puta espada!—Arthor exclamó
con ira— ¡Ya os lo dije, lagarto! ¡Tan sólo les interesa el maldito oro!

—Muy bien. En ese caso, ¡largo de mi puto taller!—respondió con un grito cargado
de furia.

— ¡Esperad un momento los dos! Aún podemos llegar a un acuerdo como gente
civilizada—saltó Kriv, y los dos guardaron silencio—Señora, ¿estarías dispuesta a darle
la espada por treinta coronas y una disculpa?

—Sí, estaría dispuesta a dársela, pero sólo si me las pide él.

—No pienso disculparme ni en vuestros mejo…

—Arthor—Kriv lo cortó antes de que pudiera terminar la frase, y con sólo su mirada
el montaraz ya supo lo que quería decir.

—Ay… Está bien—suspiró, y luego se acercó a la enana—Yo… os pido disculpas


por lo que os he dicho antes.

—Disculpas aceptadas.

— ¿Entonces me dais la espada ya o qué?

—Por favor—le respondió Walda.

—Venga ya. No voy a…—antes de que pudiera seguir, un carraspeo de Kriv lo


detuvo, viendo entonces cómo sus ojos plateados le ordenaban que lo hiciera—Ay…
¿Me dais la espada, por favor?

—Aquí la tenéis. Es toda vuestra—se la dio enfundada en mano—Treinta coronas,


por favor.

Arthor le dio el dinero y, tras atarse su nueva espada al cinto, los dos se dirigieron a
El Martín Pescador, donde se reunieron con los otros. Eurielle pudo al fin darse el baño
de agua caliente que tanto ansiaba, quedando completamente recompuesta al volver a
sentir el calor del agua en su piel y el dulce olor del jabón en su cabello.

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Comenzó a llover una vez cayó la noche, y por ello vinieron unas cuantas personas
de la aldea a beber y a cobijarse de la lluvia mientras una chica joven de no más de
veintitrés años de edad comenzaba a tocar una triste melodía con un laúd acompañado
de su dulce voz.

Allá, en lo profundo del bosque, se encontraba Valda


brillante como el sol, radiante como el alba.
Entre sus ramas doradas, el guerrero Irgon cayó
cautivado por su belleza, atrapado por su amor.
Ella era una hija del bosque, y él un mortal
mas no fue impedimento para sus almas vincular.
Largas décadas su historia se oyó en el viento
pero hasta las bellas historias contienen lamento.
El pasar de los años en Valda no se distinguía
mas sí en Irgon, cuya llama se extinguía.
El dolor hizo presa de los dos;
sabían que se avecinaba un amargo adiós.
Fue así que las raíces de Valda a Irgon arroparían
hasta que el bosque muriera, su amor perduraría.

— ¿Qué dice la canción?—preguntó Kriv—No logro entender muchas de las


palabras que usa.

—Es la historia de Irgon y Valda, la historia de un mortal que se enamoró de una


dríada—respondió Eurielle—Ella era inmortal, pues su vida estaba ligada al bosque, así
que la edad terminó haciendo presa de Irgon. Los dos querían que su amor fuera eterno,
así que Irgon se tumbó a morir bajo el árbol donde se encontraron por primera vez y
Valda lo enterró bajo sus raíces, y de ese modo pudieron estar juntos para siempre.

—Es una historia preciosa…—Kriv quedó sin palabras.

—Sí, cuando la escuchas las dos primeras veces—respondió ella—Desde que llevo
juntándome con trovadores y bardos en las calles de Imlanor he escuchado esos versos
más de cien veces. Parece como si no conociesen otra canción.

Dicho esto, Oswin alzó su pichel en el aire y, con cierto lamento en su voz, dijo lo
siguiente:

—Por Preston—todos cogieron su pichel y repitieron tras él. Luego brindaron y


bebieron en honor a su compañero caído, y entonces volvió a hablar—Recémosle a
todos nuestros dioses para que ayuden a su alma a cruzar el umbral de este mundo.
Comenzad vos, lady Eurielle.

—De acuerdo—cerró los ojos y juntó las manos—Vâldahir, dios padre de los Ëhnae,
señor de los elfos y de los hombres, guía el alma de Preston hacia tus campos verdes y

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plateados para que more en paz allí hasta el fin de los tiempos. Vaed Ëhnae Prestonvech
ter Nildâyagoth nëven.

—Poderoso Archalegon, padre de todos los dragones, guía a Preston en esta noche
sombría—rezó Kriv—Que tu fuego sea su luz y que el batir de tus alas sean los vientos
que lo lleven hasta el otro mundo.

—Affiri, diosa de la vida y de la muerte, acoge el alma de Preston en tu cálido regazo


para que así pueda descansar en paz—dijo Oswin, recitando justo después un rezo en
harthiano—Yaff’ ahlamad ev Sihodna tahz-miir.

Fueron rezando de uno en uno, todos menos Arthor, quien permaneció fumando de
su pipa sin ninguna clase de reacción ante sus rezos, tan sólo indiferencia.

—Vos sois el único de nosotros que comparte los mismos dioses que Preston—dijo
Oswin—Vuestro rezo sería el más sensato de todos.

— ¿De qué sirve rezar? Los dioses no existen—respondió con suavidad pero frialdad
en la voz—No son más que un invento de las civilizaciones para poder compadecernos
a nosotros mismos de nuestras desgracias, seres ficticios a los que alabar como los
responsables de nuestros éxitos y como los culpables de nuestra desdicha. Los dioses
son la manera más efectiva de crear un sentimiento común que une a la gente
ciegamente: la fe. La fe y el miedo al castigo por parte de aquellos seres a los que
adoramos es lo que hace que podamos convivir en sociedad sin estar matándonos los
unos a los otros constantemente, y aun así hemos comenzado guerras y genocidios
excusándonos en su nombre.

Las palabras del montaraz crearon un silencio que inundó toda la posada, pues el
resto de gente que había allí también le había escuchado. Fue entonces que, una vez
terminó de hablar, un campesino que estaba sentado en una mesa junto a dos más miró
al posadero y le gritó:

— ¡Boeth! ¿Se puede saber por qué le has dado comida y cobijo a un puto
dorlandés?—su voz pastosa manifestaba su estado de embriaguez.

—No veo por qué debería haber problema alguno en ello, Barry—respondió el
posadero desde el otro lado de la barra.

— ¿Es que acaso lo has olvidado? ¿Es que ya no recuerdas que estuvimos en guerra
con ellos?—se levantó de su silla y se aproximó a la mesa en la que estaban sentados los
cuatro, mirando entonces a Arthor— ¿Qué coño has venido a hacer aquí tan lejos de tu
desdichado hogar?

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—Yo no tengo hogar. No pertenezco a ninguna parte—dio un par de caladas a su
pipa y echó el humo por la boca, sin hacer mucho caso al ebrio campesino.

— ¡Y una mierda! ¡Te delata tu acento, puto mentiroso!—golpeó la mesa con las
manos, haciéndola así temblar. Luego miró a Arthor a los ojos con rabia, pero éste ni
siquiera reaccionó; tan sólo siguió fumando y mirándolo con desdén— ¿A qué habéis
venido, eh? ¿Venís a quemar nuestras aldeas y a violar a nuestras mujeres? ¡Eso es lo
único que los putos dorlandeses venís a hacer aquí!

—Barry…—Boeth le llamó la atención con autoridad en su voz, pero éste lo ignoró


por completo. Entonces Arthor se quitó la pipa de la boca y se levantó con suavidad,
quedando justo frente a aquel campesino sosteniéndole la mirada.

— ¿Crees que me das miedo?—dijo Barry, y mientras ambos se miraban fijamente


con miradas desafiantes los otros dos campesinos se levantaron.

—Caballeros, no queremos problemas—Oswin se levantó e intentó separarlo de


Arthor—Vamos, la guerra terminó hace casi quince años. No hay necesidad de pelear
por algo ya casi olvida…

— ¡Quítame las manos de encima, oscuro de los cojones!—volvió a sentar a Oswin


de un empujón, y luego volvió a mirar a Arthor—Vamos, dorlandés. ¿Te ha comido la
lengua el gato, o es que te la has dejado dentro del coño de tu madre?

Tras aquella burla siguieron risas por parte de aquel campesino y los dos amigos que
le acompañaban, pero duraron más bien poco. Ante aquello, de manera inmediata,
Arthor cogió la botella de licor de fresas que había en la mesa y la reventó contra la cara
de Barry, llenándosela así de cristales rotos y tirándolo al suelo del golpe.

— ¡Aaaaah! ¡Hijo de puta!—se tocaba la cara dolorido y ensangrentado, incapaz de


ver por el ojo izquierdo— ¡Matad a ese cabrón!

Los amigos de Barry fueron a por Arthor. El primero lo agarró de la ropa con el fin
de tirarlo al suelo, pero ese fue su mayor error. Ante esto, el montaraz le cogió los
pulgares y se los retorció hasta rompérselos, y cuando alzó la cabeza mientras gritaba de
dolor le golpeó en la nuez con el canto de la mano, dejándolo así sin respiración. Luego
vino el segundo, quien intentó rebanarle el cuello con una botella rota, pero tan sólo
hizo falta un ligero ballesteo hacia atrás para después agarrarle el brazo, luxárselo,
tirarlo al suelo y una vez ahí dislocarle el hombro, siguiéndole a esto un grito
desgarrador que inundó todo el salón.
En cuestión de segundos Arthor había tumbado a esos dos campesinos, y mientras
tanto Barry intentaba alejarse aún tocándose la cara con una mano con la vana intención
de que así el dolor cesase. Entonces lo agarró por la cabeza y, con más malicia que

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fuerza, le chocó el lado de la cara que tenía lleno de cristales rotos contra un pilar de
piedra que había en el salón de la posada, haciéndole así gritar de dolor.

—Si quieres conservar el otro ojo, más te vale que te largues de aquí. ¿Te ha
quedado claro?—le dijo mientras presionaba su cara contra el pilar.

— ¡Sí, sí! ¡Por favor, deja que me vaya!

—Ah… Ya no eres tan duro, ¿eh?—una media sonrisa se dibujó en su rostro, y


después lo lanzó contra el suelo con desdén—Largo.

Dicho esto, Barry se marchó medio llorando por la puerta, pero sus dos amigos
permanecieron tirados en el suelo de la posada, incapaces de moverse a causa del dolor.
Boeth estaba aterrorizado y sin palabras tras la barra, y Oswin y el resto permanecieron
boquiabiertos, aún tratando de asimilar qué acababa de ocurrir.

— ¡Joder, los has matado!—Boeth salió horrorizado de la barra a atender a los dos
campesinos postrados de dolor en el suelo de su posada.

—No seas dramático, Boeth. Vivirán—respondió con frialdad.

—Santos dioses…—miró el hombro desencajado de uno de ellos, y entonces se


levantó y miró a Arthor con el ceño fruncido— ¡Quiero que te marches de mi posada
ahora mismo! ¡No puedo permitir que pases aquí la noche después de lo que le has
hecho a estos hombres!

—Ellos han sido los que han venido buscando pelea.

— ¡Me da igual! ¿Es que acaso no has visto cómo le has dejado la cara a Barry? ¿No
ves el estropicio que has montado en un momento?—hizo un violento ademán
señalando el salón, ahora con sangre y cristales por los suelos—Márchate de aquí. Es la
última vez que te lo pido.

—No podéis hacer eso—Kriv saltó a defenderlo—Él ha pagado su hospedaje al igual


que nosotros.

—Dejadlo, lagarto. No será la primera vez que duermo a la intemperie—dijo así, y


acto seguido salió por la puerta de la posada.

Tras esto, Boeth y Todd comenzaron a recoger aquel estropicio. Luego llevaron a los
dos campesinos apaleados por Arthor a sus respectivas casas, y éste mientras tanto
permanecía sentado al resguardo de la lluvia bajo el borde del techo de la posada,
cubierto bajo su larga capa azul y su capucha.

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El sonido del agua cayendo sobre los tejados fue lo único que le acompañó durante
aquella noche, pero la soledad le agradaba; le permitía sumergirse en sus pensamientos
sin sentirse observado. Iluminado únicamente por la luz que salía del salón de la posada,
Arthor volvió a sujetar el collar de plata que le colgaba del cuello, haciendo regresar así
amargos recuerdos a su mente.

—Catorce años han pasado ya—dijo en voz baja, casi inaudible—Catorce años
persiguiendo fantasmas.

Lleno de dolor y rabia, Arthor apretó el puño con el que sujetaba el colgante, luego
lo besó con dulzura y finalmente volvió a ponérselo. Trató de dormir aunque fuese por
unas horas, pero ni la lluvia ni sus pensamientos le permitieron descansar. Tan sólo
pudo ir dando pequeñas cabezadas, bien interrumpidas por las gotas que le salpicaban
en el rostro o bien por culpa de sus aciagas pesadillas.

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Capítulo 16: El Rey Dorado
Pasó la noche bajo el yugo de las aguas otoñales en Villa Cuervo, y a la mañana
siguiente, en Naarvin, Erikus se dirigía hacia la Mansión de Balathind bajo el disfraz de
un señor adinerado venido desde Adenor. Dejó atrás la armadura para abrir paso a un
jubón negro con bordeados blancos dorados. No parecía el mismo, tal como debía ser.
Guiado por las indicaciones dadas el día anterior se dirigió hacia el lugar, que estaba
oculto en los suburbios de la ciudad. Para entrar necesitaba una invitación previa, así
que Loffir le facilitó una con suma rapidez; aún seguía teniendo socios que le debían
favores. Dicho esto, finalmente llegó al lugar, donde dos hombres robustos y enormes
vigilaban la puerta. Estaban revisando las invitaciones una por una para comprobar su
autenticidad, por lo que un ligero cosquilleo de inquietud le invadió.

—Vuestra invitación, por favor—uno de los porteros le extendió la mano, y él se la


entregó sin decir una sola palabra. Abrió la carta y comenzó a leerla de arriba abajo,
haciéndosele eternos aquellos escasos segundos a Erikus. Luego lo miró fijamente y,
tras un breve silencio, le devolvió la carta—Todo bajo orden. Bienvenido a la Mansión
de Balathind, señor.

Entró sin problema aparente, y nada más entrar pudo ver varios grupos de hombres y
enanos ostentosamente vestidos contemplando unos escaparates de cristal que había en
el salón principal. A simple vista todos parecían de la nobleza, pero la realidad era que
todos eran peces gordos en el mundo del contrabando ilegal de armas, el tráfico de
drogas como el khiss y la prostitución en las calles.
Fue pasando por los expositores, observando los artículos robados que en ellos se
encontraban. Entonces llegó hasta uno que le llamó especialmente la atención: una
espada larga cuya hoja brillaba como el sol. Era de una factura tremendamente elegante,
teniendo lo que parecía ser un rubí incrustado por ambos lados de la guardia de mano,
además de un pomo ovalado completamente hecho de oro. Permaneció contemplándola
con gran fascinación, como si pareciese habérsele olvidado qué había venido a hacer
realmente, y entonces uno de los apoderados allí reunidos se le acercó por detrás.

—La Hacedora de Reyes, la espada de Elydio I el Conquistador—dijo así, y Erikus


giró la mirada de un salto al oírlo—Con ella, el joven León Dorado forjó el Imperio que
por tantos siglos perduró. Lástima que esta no sea más que una réplica de la original, de
no serlo sin duda la hubiera comprado.

— ¿Cómo sabéis que se trata de una réplica con sólo mirarla?

—La auténtica Hacedora de Reyes lleva una inscripción en élfico tallada en la hoja—
señaló la falsificación—Los altos elfos de Ephelia la hicieron después de ser vencidos
por Elydio. La inscripción dice algo así como: «Cîrnalinth; la espada del hombre que
conquistará el mundo».

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—Sois realmente un experto en acerca de espada—le elogió Erikus.

—Es lo que tiene ser escribano e historiador—dijo—He venido a Naarvin con la


intención de encontrar ciertos artefactos que me ayuden a rellenar varios huecos
históricos con los que poder completar mi libro, pero no estoy teniendo mucha suerte.

— ¿Estáis escribiendo un libro? ¿Sobre qué?

—Me dispongo a recoger la historia del Imperio Elydiano desde su fundación hasta
su caída—respondió—He dedicado mi vida plenamente a recoger la historia de Elydio y
sus descendientes; la verdadera, sin mitos ni leyendas.

—Debe de ser un trabajo realmente duro recopilar más de cuatrocientos cincuenta


años de historia.

—Lo es, pero para aquellos que amamos la historia es como un pequeño
entretenimiento—sonrió—A todo esto, me llamo Ludwing, Ludwing Auster, ¿y vos?

—Stephan Liedmann—le estrechó la mano—Encantado.

—Decidme, señor Liedmann. ¿De dónde sois?

—De Adenor—respondió—Tengo un pequeño terreno a las afueras de la ciudad.

— ¿De veras sois de Adenor? Hubiera jurado que erais de Dorland por vuestro
acento—dichas palabras helaron a Erikus como un témpano de hielo, dejándolo con la
mirada inmóvil y perdida—Bueno, habré debido de equivocarme. ¿Es vuestra primera
vez en la Mansión de Balathind?

—Eh… sí, sí—trató de disimular—Recibí una recomendación por parte de un viejo


amigo, así que he decidido venir a ver qué puedo encontrar aquí.

—Pues espero que tengáis suerte—sonrió—Un placer haberos conocido.

—Lo mismo digo. Buena suerte con vuestro libro—dicho esto, Ludwing Auster se
alejó y continuó observando los escaparates, y Erikus tragó saliva y suspiró aliviado.

Continuó ojeando los artículos robados puestos en venta para no levantar sospecha, y
entonces, en una especie de piso superior que abría al inferior por algo similar a un
balcón, un enano de larga barba blanca y ostentosos ropajes hizo un ademán con las
manos, haciendo así que el murmullo cesara.

—Damas y caballeros, sean bienvenidos este día de hoy a mi mansión—dijo con voz
profunda—La subasta dará comienzo dentro de un minuto. Os espero en el salón.

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Justo después de que el anciano enano se retirara, Erikus vio cómo un par de enanos
bajaban a lo que parecía ser un sótano, deduciendo por ello que ahí debía de estar lo que
andaba buscando. Entonces, pasado el minuto, todos los compradores se dirigieron
hacia donde el anciano enano les había señalado, y en ese momento se desvaneció como
el humo. Con suma cautela siguió a los enanos hasta el sótano, asegurándose antes de
que nadie le viera hacerlo. Bajó las escaleras silencioso como una serpiente, y ante sus
ojos se alzaban grandes antigüedades y objetos valiosos de todos los tamaños, pero
polvorientos y cubiertos por mantos blancos. Fue entonces que, entre todo aquel
silencio, se oyó una voz.

—Acabemos con esto cuanto antes. El señor Balathind quiere que subamos el laúd
de Vincent el Ruiseñor de inmediato.

— ¿Vincent el Ruiseñor? ¿No era ese el famoso bardo?—preguntó otra voz.

—En efecto. Su laúd vale más que nuestras vidas, así que procura no hacerle ni un
solo arañazo o Balathind nos cortará el pescuezo—tras estas palabras pudo oírse cómo
arrastraban un mueble realmente pesado.

Aprovechando la distracción de los enanos con el laúd, Erikus comenzó a moverse


agachado entre las sombras, escondiéndose tras los enormes escaparates cubiertos por
mantos blancos para evitar ser visto. Le costaba moverse cómodamente con ese jubón
puesto; le delimitaba el movimiento de los brazos.
Durante un buen rato permaneció buscando la estatuilla del rey Thorgrim, pero no
halló ni rastro de ella. Había casi un centenar de artículos robados en aquel sótano, por
lo que era como encontrar una aguja en un pajar. Entonces oyó cómo los enanos se
detenían, y acto seguido se escondió y echó un vistazo oculto tras un escaparate, viendo
que se habían detenido a descansar.

—Joder… cómo pesa este puñetero baúl—dijo uno de ellos entre fatigados jadeos—
Parece como si dentro hubiese un cadáver en lugar de un laúd.

—Tal vez el propio Vincent esté ahí metido con su laúd—le respondió su
compañero.

—Venga, déjate de gilipolleces. Volvamos al trabajo—se dispuso a mover


nuevamente el baúl, siendo él quien empujaba y su compañero quien tiraba.

Se estaban aproximando cada vez más hacia donde estaba Erikus, y si salía de su
escondite lo descubrirían. La tensión y los nervios se apoderaron de él, teniendo por ello
que pensar en una salida rápida o tendría que abrirse paso a la fuerza. Entonces, justo en
una estantería frente a él, vio una antigua vasija de porcelana con dibujos de lo que
parecía ser la gente de Harth, dado su tono de piel tan oscura.

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No se detuvo mucho a contemplar aquella obra de arte, pues hizo de ella su
escapatoria. La cogió silenciosamente y, procurando no ser visto, la lanzó hacia el lado
contrario de donde él estaba posicionado, oyéndose a continuación el sonido de la
porcelana haciéndose añicos contra el suelo.

— ¿Eh? ¿Qué ha sido eso?

—Vayamos a comprobarlo—dijo el otro enano, y ambos fueron en dirección hacia


donde habían oído el sonido, aprovechando entonces Erikus para escabullirse.

Continuó buscando entre aquella infinidad de obsequios y reliquias, hasta que


finalmente, metida dentro de un expositor cubierto por un cristal, encontró la tan
ansiada estatuilla del rey Thorgrim Barba Dorada, primer rey de la actual dinastía
regente en el reino de Sungard y fundador del clan de los Puños de Hierro.

Nada más verla, el sentimiento de triunfo recorrió a Erikus de arriba abajo, pero esta
sensación sería más bien breve, pues justo después vio que el escaparate estaba cerrado
bajo llave, por lo que debía abrirlo a la fuerza si pretendía hacerse con lo que guardaba
en su interior. No tenía ganzúas para forzar la cerradura, así que sólo le quedaba una
opción; partir el cristal.
No sabía bien cómo hacerlo, pues si hacía ruido los enanos lo descubrirían. Fue por
ello tuvo que recurrir al último recurso que le quedaba, que a su vez era el último al que
estaba dispuesto a llegar. Se acercó silenciosamente a ambos enanos, quienes iban de
regreso hacia el baúl, y al que iba detrás le hundió un cuchillo que llevaba oculto en la
suela de la bota y lo arrastró sin que su compañero se diese cuenta.

—Venga, Bifur, ayúdame con esto—agarró el mueble y miró a su izquierda, viendo


entonces que su compañero había desaparecido— ¿Bifur?

Comenzó a buscarlo entre aquellos pasillos ciertamente asustado, con los ojos
avizores en todas direcciones. Miraba de un lado a otro, mas no conseguía dar con él.

— ¡Vamos, Bifur! ¡Sal de donde quiera que estés! ¡Si es una broma no tiene ni pizca
de gracia!—miró hacia un pasillo a su izquierda, viendo entonces el cadáver de su
compañero degollado y tirado en el suelo— ¡Bifur!

Poco después de pronunciar estas palabras, el enano pudo sentir una suave
respiración en su nuca. Se dio la vuelta de golpe, y nada más hacerlo un corte limpio y
preciso le rebanó la garganta, salpicando un río de sangre tras intentar gritar y llevarse
las manos al cuello. Y así, siendo Erikus lo último que vio antes de que la luz de sus
ojos se apagase por completo, el enano cayó muerto de espaldas al suelo, manchando el
suelo con su sangre.

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—Espero que podáis perdonarme—el lamento azotó a Erikus como una estaca de
hielo en el corazón, como si realmente estuviera dolido por sus muertes. Luego se
dirigió al escaparate, partió el cristal y se hizo con la estatuilla, habiendo cubierto el
escaparate con el manto de nuevo tras cogerla.

Se limpió la sangre del rostro como buenamente pudo, y luego se dispuso a


marcharse de la Mansión de Balathind con la estatuilla escondida bajo el jubón. Esperó
a que todo el mundo saliera del salón principal una vez terminó la subasta, y entonces,
entre aquella conglomeración de apoderados, se escabulló como una sombra.
Dicho así, Erikus se dirigió al piso franco y allí se deshizo de aquellos ropajes tan
incómodos. Luego se lavó las manos manchadas de sangre; aún con los rostros de
aquellos enanos grabados en su memoria. ¿Tendrían amigos, tal vez familia? Esas eran
las preguntas que pasaban por su mente una y otra vez, atormentando su conciencia
como una tormenta de estacas. Entonces trató de descansar, pero fue incapaz de hacerlo,
y así estuvo hasta la noche, cuando se dispuso a volver a la casa de Bauglin.

Mientras tanto, una vez caída la noche, Seline permanecía encerrada en su


habitación, vigilada día y noche. Ya no aguantaba más; se sentía prisionera entre los
muros del castillo que desde siempre había sido su hogar. Fue entonces cuando, tras
haber planeado deliberadamente una forma de escapar, cogió las sábanas de su alcoba y
las amarró a una pata de la cama, lanzándolas acto seguido por la ventana.

—Vamos, Seline. Esto no puede ser muy distinto al cuento de Rapunzel—se dijo a sí
misma cuando miró por la ventana, que estaba a más de treinta varas del suelo.

Agarró a las sábanas y, armada de valor, comenzó a descender por los muros de Roca
Austera. El primer tramo fue bien, pues fue con sumo cuidado, pero entonces, a unas
veinte varas del suelo, los pies se le resbalaron sobre la fría roca, quedando por ello
colgando de las sábanas. Por culpa de esto, las patas de la cama produjeron un fuerte y
molesto ruido cuando éstas comenzaron a arrastrar por el suelo hacia la ventana. Dicho
sonido alertó a los guardias de la puerta, quienes permanecieron escuchando con gran
desconcierto en sus rostros.
Había estado a punto de caer, pero rápidamente logró volver a asentar de manera
firme y férrea los pies sobre el muro, pudiendo así continuar bajando hasta finalmente
llegar al suelo con los pies descalzos, pues tan sólo llevaba su pijama blanco.

— ¿Mi señora? ¿Qué ocurre ahí dentro?—uno de los guardias llamó a la puerta, pero
nadie dio respuesta. Entonces miró a su compañero, temiéndose ambos lo peor,
volviendo después a hablar— ¡Mi señora, vamos a entrar!

Abrieron la puerta con la llave, y cuando entraron vieron que la cama había sido
arrastrada hasta la ventana y que una larga sábana blanca colgaba como una cuerda
hacia abajo, llegando prácticamente al suelo. Ambos se alarmaron de inmediato y, con
un fuerte grito, uno de ellos dijo:

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— ¡Lady Seline ha escapado! ¡Avisad a lord Loffir!—dicho esto, toda la guardia se
alarmó, y las noticias llegaron a oídos del señor de Roca Austera, quien en ese momento
se encontraba durmiendo en sus aposentos.

Mandaron partidas de búsqueda a caballo y con perros rastreadores en su busca, pero


no consiguieron dar con ella. Seline conocía los alrededores de Roca Austera como la
palma de su mano, y por ello los mejores lugares donde esconderse. De este modo fue
esquivando las patrullas que su padre había enviado hasta conseguir llegar a Naarvin
adentrándose por el alcantarillado, que era por donde ella y Erikus siempre entraban y
salían para evitar a los guardias de la puerta de la ciudad.
Mientras tanto, Erikus iba rumbo a la casa de Bauglin, viendo al llegar que había
doblado la guardia desde la última vez que se infiltró.

—Veo que has tomado precauciones después de ver que no eres tan invulnerable—
Erikus sonrió tras su máscara desde lo alto de un techo—Loffir tenía razón sobre ti. Eres
un enano muy inteligente, pero demasiado arrogante.

Las nubes oscurecieron el cielo; las estrellas dejaron de verse. La lluvia comenzó a
caer sin cesar, acompañada en esta ocasión de relámpagos que desquebrajaban el cielo
nocturno. Erikus analizó la situación y el terreno, pensando cómo podía hacer de aquella
tormenta su aliada. Los truenos resonaban por el cielo como si de la voz furiosa de un
dios se tratase, y él sabía que esto podía serle de ayuda, pero debía lidiar con otro factor:
los rayos, quienes desvelaban su posición al centellear en el cielo.
Como un fantasma bajo la lluvia se movió de techo en techo hasta posicionarse sobre
el de la casa de Bauglin, viendo entonces cómo los guardias se resguardaban de la
tormenta en el deambulatorio del patio. Las escaleras que subían al piso de arriba
estaban sumamente vigilabas; no había ni un solo momento en el que alguien no tuviera
su mirada puesta en ellas. Entonces, aguardando al siguiente trueno, Erikus analizó
cómo podía alejar a los guardias de allí, y entonces una idea se cruzó por su mente.

—Tal vez este sea el momento de usar los inventos de Nogrolf—miró los cuchillos
explosivos que llevaba enfundados en el cinto que le recorría el pecho, y justo después
cogió tres de ellos, teniéndolos sujetos entre los dedos hasta que sonase de nuevo el
trueno.

Aguardó breves instantes, y nuevamente un rayó quebró la oscuridad de la noche


para abrir paso a sonido del trueno, el cual silenció la explosión de los cuchillos que
Erikus lanzó contra la estatua que se erguía en una de las fuentes, haciendo así parecer
que había sido obra del rayo.

— ¡Por el martillo de Targûn! ¿Habéis visto eso?—gritó uno de los guardias tras ver
cómo varias partes de la estatua salían disparadas— ¡Por eso odio los rayos!

—Deberíamos ir a comprobar—contestó otro— ¿Quién va a ir?

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Tras esto, todos se miraron entre ellos, esperando al valiente que se ofreciera a ir a
comprobar bajo aquella terrible tormenta, pero nadie parecía estar dispuesto. Por ello, al
ver que nadie se disponía a salir, todos dirigieron su mirada hacia el más joven, el cual
les miraba asustado e intimidado por sus miradas.

— ¡Vamos, novato! ¡Te tocó!—uno de ellos le dio un empujón que lo sacó del
deambulatorio, y entonces se acercó a los escombros de la estatua— ¿Qué ves?

— ¡Nada! ¡Sólo hay restos de la estatua por todas partes! ¡Nada de lo que
preocupar…!—antes de decir esto, un rayó lo acalló de golpe, y el trueno que le siguió
silenció el movimiento de Erikus, quien sin que nadie se diera cuenta había subido las
escaleras que llevaban al piso de arriba.

La peor parte ya la había pasado. Ya se encontraba en el segundo piso de la casa de


Bauglin, pero aún debía entrar en su alijo y colocar la estatuilla de Thorgrim sin ser
visto. Dos guardias patrullaban el pasillo, y otros dos permanecían quietos junto a la
puerta de Bauglin. Debía ir moviéndose al son de su marcha para que ninguno de ellos
le viera, y entonces, una vez llegó a la puerta del alijo, aguardó a que un trueno ahogase
el ruido de las bisagras para poder entrar, estando a punto de ser visto por el guardia que
estaba a punto de cruzar la esquina, pero una vez más la oscuridad fue su aliada.
Entró en el alijo, el cual estaba completamente oscuro. No había ventanas, por lo que
un fuerte olor a humedad lo inundaba. En su interior había todo tipo de tesoros y
reliquias familiares guardadas en expositores pequeños, tales como anillos y collares
con el escudo de la Casa Magrum grabado en ellos. Buscó un sitio donde poder dejar la
estatuilla sin que pudiera verse a simple vista, dando así con un pequeño mueble tras un
gran armario de hacía por lo menos cincuenta años dada su antigüedad y diseño.

—Ya está. Con esto debería bastar—dejó la estatuilla sobre el mueble—Debo salir
de aquí, pero parece que la habitación de Bauglin es mi única salida.

Nuevamente salió al pasillo, habiendo vigilado antes que ninguno de los guardias
patrullara por él en ese momento. Se dirigió hacia la puerta de los aposentos de Bauglin,
pero seguía estando vigilada por aquellos dos alabarderos enanos. El tiempo apremiaba,
pues si permanecía mucho tiempo expuesto terminaría siendo descubierto por los
guardias que patrullaban el pasillo, así que una vez más tuvo que recurrir al último
recurso. Aguardó la llegada de uno de los que patrullaban los pasillos y, justo cuando
fue a cruzar la esquina, le atravesó la garganta con su daga. No se tardó mucho en dar la
alarma, pues uno de sus compañeros encontró el cuerpo mientras patrullaba.

— ¡Han asesinado a Ormel!—gritó el guardia, y acto seguido todos sus compañeros


acudieron a la escena del crimen, dejándole así a Erikus vía libre para entrar en la
habitación de Bauglin.

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Mientras los guardias corrían hacia allí, Erikus había estado moviéndose por el
pequeño borde del lado exterior de la pared tras escabullirse por una ventana, pudiendo
el más mínimo traspié costarle el sigilo de su misión. Se movió con extrema cautela y
lentitud, dado que la lluvia podía hacer que resbalara en cualquier momento. Con las
manos se ayudaba para moverse, pero para ello debía ir sumamente despacio, lo cual
hacía que los rayos desvelaran su posición cuando éstos iluminaban el cielo. Sin
embargó y para su fortuna, los guardias estaban demasiado ocupados buscándole.

— ¡Buscad al asesino, no puede andar muy lejos!—se oyó gritar a uno de los
guardias, pero para entonces Erikus ya estaba entrando en la habitación de Bauglin.

Una vez dentro, su único objetivo era abrir la ventana e irse. Caminó como si fuese
pisando arena, sin hacer ni un solo ruido, mas sí dejando tras de sí un rastro de pisadas a
causa del agua de la lluvia. Observó a Bauglin dormir junto a su esposa. Luego se
dirigió a la ventana y, con suma delicadeza, trató de abrirla.
Retiró los pestillos silenciosamente y, sujetando el cristal opuesto con la mano,
comenzó a tirar, pero entonces una ráfaga de viento sopló e inevitablemente la ventana
se abrió de golpe. Bauglin se despertó a causa del ruido, pero cuando fue a abrir los ojos
lo único que encontró fue la ventana golpeando la pared y las cortinas danzando
violentamente.

—Ah… A ver si acaba ya esta tormenta—con los ojos medio cerrados a causa de las
legañas, Bauglin se levantó de la cama y cerró la ventana sin siquiera percatarse de las
pisadas que había en el suelo, pues la habitación estaba demasiado oscura y él
demasiado adormilado para darse cuenta.

Tras cerrar la ventana regresó al lecho junto a su mujer, mientras que Erikus se
encontraba ya subido en el techo con el corazón latiéndole tan aceleradamente que
parecía que en cualquier momento se le iba a salir del pecho. Entonces cerró los ojos y
suspiró aliviado, dirigiéndose acto seguido hacia el piso franco.
Llegó empapado, deseoso por desvestirse y secarse, pero al llegar lo que encontró le
dejaría helada la sangre. La puerta había sido abierta por la fuerza, pues la cerradura
estaba rota. En el salón desamueblado había indicios de que había habido un forcejeo,
pues halló gotas de sangre y varios mechones de cabello rubio tirados en el suelo, y eso
sólo podía significar una cosa.

—Oh, no… ¡Seline!—Erikus subió corriendo los escalones con la esperanza de


encontrarla en el piso de arriba, pero no estaba allí, tan sólo más pisadas e indicios de
forcejeo. Su peor pesadilla se había hecho realidad.

167
Capítulo 17: La Dama del Bosque
Pasada la noche en la posada El Martín Pescador, Oswin, Eurielle y Kriv se
reunieron con Arthor y se dispusieron a partir hacia Adenor, pero hubo un ligero cambio
en el rumbo. Eurielle, tras haber discutido sobre ello con Kriv y Oswin la noche anterior
en la posada, había convencido al grupo de ir antes a ver a la Dama del Bosque para que
les concediese su bendición.
Siguieron las indicaciones que Ghislaine les había dado, dirigiéndose hacia el norte
de Villa Cuervo. Allí el bosque adoptaba un aspecto más oscuro y sombrío, tanto que
incluso erizaba la piel. Arthor fue en cabeza abriendo el camino, guiándose por los
cuervos para dar con el paradero de la tan mencionada bruja, quienes parecían estar
guiándoles hacia ella.

— ¿Creéis que esto es una buena idea?—preguntó Kriv espeluznado.

—No lo sé, pero hay algo que me dice que debemos ir a verla—respondió a
Eurielle—Es extraño. No sabría definíroslo con palabras.

—Yo sí. Se llama insensatez—saltó Arthor, quien observaba los árboles con cierta
inquietud—Hay un influjo maligno en esta parte del bosque. Jamás había estado aquí, y
ahora entiendo el porqué.

Continuaron caminando por aquel siniestro sendero hasta dar con una lúgubre y
lóbrega cueva, junto a la cual se alzaba un árbol muerto en el que los cuervos se
posaban y graznaban, pareciendo darles alguna especie de indicación. De su interior
resoplaba un frío y amargo viento que les calaba los huesos tanto de frío como de terror.
Incluso a Arthor le daba malas sensaciones aquel lugar, quien hasta entonces no parecía
temerle a nada.

— ¿De verdad vamos a entrar ahí dentro?—preguntó Oswin.

—Es aquí, lo presiento—dijo Eurielle—Tal vez no haya por qué temerla. Al fin y al
cabo protege a la gente de la aldea.

—Esto sólo puede tratarse de una cosa, y para comprobarlo habrá que entrar ahí
dentro—dijo Arthor mientras observaba fijamente la entrada de la cueva—El que quiera
puede quedarse aquí; yo pienso entrar.

—Yo iré con vos—le dijo Eurielle.

—No me gusta nada esto, pero sería una completa deshonra quedarme atrás
dominado por el miedo—dijo Kriv—Yo también voy.

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—Yo… Alguien debe quedarse vigilando la mula—dijo Oswin con vos
temblorosa—Os vigilaré la espalda.

—Gallina—dijo Arthor con desdén—Al menos dejadnos la brea que habéis


comprado esta mañana. Necesitaremos encender antorchas para entrar ahí dentro.

Oswin le dio la brea y con ella hizo tres antorchas. Sacó un pedernal que llevaba
guardado y con él hizo que saltaran las chispas que prendieron la primera antorcha.
Luego acercó el fuego a las otras dos y de ese modo logró prenderlas también, y así, una
vez estuvieron listos, él, Kriv y Eurielle se adentraron en la oscuridad de la cueva. En
sus paredes había una gran cantidad de humedad retenida, además de telarañas y polvo.
La cueva hacía una curva hacia la derecha y luego iba hacia abajo, por lo que la luz de
sus antorchas fue perdiéndose en la oscuridad para Oswin, quien los observaba desde
fuera aguardando junto a la mula.
Aquel lugar transmitía auténtica austeridad, pues la oscuridad y el silencio no hacían
más que avivar el fuego de su miedo latente. El que menos miedo parecía tener era
Arthor, quien tan sólo parecía sentir inquietud, mas no verdadero terror. Entonces
llegaron al interior de la cueva, pero no podían ver más allá de la luz de sus antorchas.
Estaba todo muy oscuro, y no se oía nada, tan sólo el zumbido de las llamas danzando.

—Este sitio me da muy mala espina—comentó Kriv con voz temblorosa—Aquí no


hay nadie. Deberíamos irnos.

—No dejéis que el miedo os consuma, sir Kriv—le dijo Eurielle, y entonces Arthor
se alejó ligeramente de ellos dos, pareciendo haber visto algo.

—Ahora sabemos por qué se lleva a los recién nacido—acercó su antorcha hacia la
pared, mostrándoles así una montaña de innumerables cráneos humanos del tamaño de
una manzana apilados en el suelo.

—Dioses…—Eurielle se llevó la mano a la boca horrorizada, y Kriv simplemente


quedó sin palabras.

—Bienvenidos—una siniestra y espeluznante voz pudo oírse arrastrada por el viento,


y acto seguido todos movieron sobresaltados las antorchas en todas direcciones— ¿A
qué habéis venido?

— ¡Muéstrate y te lo diremos!—dijo Arthor sin mostrar temor, y entonces las tres


antorchas se apagaron tras el sonido de un chasquido, seguido de un segundo chasquido
que encendió varios braseros a su alrededor con fuego azul.

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Aquel fuego azul desveló la figura de una anciana decrépita y horripilante cuya mera
presencia transmitía terror. Llevaba una falda negra hecha girones con cráneos de recién
nacido amarrados a ella. Sus garras estaban afiladas como cuchillas, y puesta sobre sus
ojos llevaba una venda oscura y sucia. Llevaba dos astas de ciervos puestas en la
cabeza, sobre las cuales colgaban varias orejas y dedos humanos. Era realmente
aterradora. Era como ver una pesadilla hecha realidad.

—Bien. Ahora… decidme. ¿A qué habéis venido?

— ¿Sois la Dama del Bosque? Venimos a por vuestra…—antes de que Eurielle


pudiese acabar de formular la frase, la bruja se le acercó en un abrir y cerrar de ojos,
dejándola por ello aterrorizada y temblando.

—A por mi bendición, ¿no es así?—terminó la frase por ella, y luego le acarició la


mejilla con sus largos y famélicos dedos—Tranquila, querida. No pretendo hacerte
daño. Sí, la gente de Villa Cuervo me conoce como la Dama del Bosque, pero tengo
muchos otros nombres, algunos tan antiguos como los ríos y las montañas.

—Tal y como yo imaginaba, eres una moira—saltó Arthor—Ya he visto antes a otras
como tú.

—Eres muy observador, montaraz—la bruja se le acercó—Puedo oler en ti la sangre


de mis hermanas. Te has cobrado la vida de muchas de ellas, y aun así tienes el valor de
venir hasta aquí.

—Eres ciega…—observó Arthor tras ver cómo movía la cabeza de un lado a otro sin
mantener nunca la mirada fija en ninguna parte.

—Perdí el don de la visión para ver más allá—respondió—Ahora mis ojos lo ven
todo. Puedo ver a través de ti… Arthor el Errante.

En ese momento, Kriv llevó su mano a la empuñadura de su espada dispuesto a


desenvainarla, pero Arthor se percató antes de que llegase a hacerlo.

—Yo que vos no haría eso, lagarto—hizo un ademán con la mano de que se
detuviera—Esta moira podría matarnos a todos ahora mismo si quisiera, así que procura
no enfurecerla en su propia guarida.

—Más vale que escuches a tu amigo, Kriv Dilmerev, hijo de Andrex—las palabras
de la moira le dejaron helado como el hielo—Debe de ser duro para ti estar tan lejos de
casa. El destierro siempre es duro, y más cuando es tu propio padre quien dicta la
sentencia, pero créeme, también está siendo duro para tu familia. Todos quieren que
vuelvas a casa, incluso él—tras la Dama del Bosque decir esto, tanto Arthor y Eurielle
miraron a Kriv, quien parecía haber sido atravesado por una daga en el corazón— ¿No

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se lo habías dicho? Claro que no, ocultas tu vergüenza. Haces creer a los demás que has
venido en busca de gloria y fortuna, pero lo que no saben es que…

— ¡Ya basta!—gritó Kriv— ¡Silencio, bruja! ¡Sal de mi cabeza!

—Tenéis el don de la videncia…—dijo Eurielle con una mezcla de escalofrío y


fascinación.

—Como ya os he dicho, mis ojos lo ven todo—dirigió su mirada ciega y perdida


hacia Arthor, quien ante estas palabras permaneció pensativo y en silencio, pareciendo
indeciso sobre algo mientras se tocaba el collar de plata que le colgaba del cuello.

—Entonces… ¿puedes verlo todo?

—Todo cuanto desees saber—respondió—Dime, ¿qué es lo quieres saber?

—Nombres—dijo—Quiero saber los nombres de quienes saquearon Paraje de


Girthur hace catorce años. Quiero saber dónde se encuentran ahora, especialmente su
líder, aquel enano tuerto de barba cobriza.

—Ah… Puedo sentir la sed de venganza latiendo en tu corazón—sonrió—Te daré


sus nombres y sus paraderos, pero antes… deseo algo a cambio.

— ¿Y qué es lo que quieres?

—Eso…—señaló con su esquelético dedo al colgante de plata que le colgaba del


cuello oculto tras la ropa.

— ¡No, no pienso darte esto! ¡Eso jamás!—Arthor se negó rotundamente, llevándose


acto seguido la mano hacia el collar.

—Para poder darte lo que deseas, necesito algo que te vincule con lo que ansías
conocer—dijo la moira—Todo tiene un precio, montaraz, incluso la venganza.

Dichas estas palabras, Arthor permaneció en silencio, dudoso de si debía hacerlo o


no. Miraba al suelo con la mirada perdida, sin saber qué hacer hasta el último momento.
Entonces suspiró con tristeza y de un tirón se quitó el collar, dándoselo a continuación a
la moira con gran pesar en su corazón.

—Ah… Puedo sentir el vínculo que alberga este colgante. Veo mucho dolor, mucho
sufrimiento… Fuego, sangre y lágrimas—se detuvo por un momento—Pero, para saber
lo que deseas, necesito tu sangre. Con unas gotas bastará.

— ¿Para qué quieres mi sangre? ¿Acaso el collar no es suficiente?

171
—Tu collar es lo que te vincula a aquellos cuyos nombres deseas conocer, pero en tu
sangre residen tus recuerdos, y a través de ellos podré darte lo que deseas.

—Muy bien…—se quitó uno de sus guantes, cogió su cuchillo e hizo un leve corte
en la palma de su mano, apretando el puño a continuación y dejando caer así varias
gotas sobre el collar mientras la moira lo tenía en la mano.

—Ahora lo veo todo con claridad—la Dama del Bosque liberó un gemido agónico y
estremecedor—Veo… a siete enanos forajidos, todos ellos con un extenso y oscuro
pasado criminal. Su banda se hacía llamar las Serpientes de Oswalin, y su líder, el
enano tuerto de barba cobriza, se llama Loffir, también conocido como Lengua de
Piedra. Actualmente es el señor del castillo conocido como Roca Austera a las afueras
de Naarvin. En cuanto a los demás, tres de ellos ya han muerto. Los otros tres se
encuentran dispersos por Naarvin y sus alrededores. Osval el Terrible es ahora el señor
de las tierras conocidas como los Viñedos, y Gendry Aplastacráneos regenta un coto de
caza llamado el Gamo Gris. En cuanto al último, Tormen Cejas de Oso, vive en la
ciudad, pero siempre está encerrado en su casa. No se fía de nadie, ni siquiera de sus
viejos compañeros.

—Naarvin…—repitió Arthor entre susurros, pareciendo intentar encajar piezas de un


rompecabezas mayor—Claro, esos bastardos se refugian allí para ocultarse de sus
crímenes. ¿Cómo no se me había ocurrido antes?

— ¿Eso era todo cuanto querías saber?—preguntó la Dama del Bosque.

—Sí, eso era todo—respondió con voz queda y áspera—Ya tienes lo que querías.
¿Nos dejarás marcharnos ahora?

—Por supuesto. En ningún momento os lo he impedido—respondió—Habéis sido


vosotros quienes habéis venido por voluntad propia. Sois libres de iros.

— ¿Entonces nos concederéis vuestra bendición?—le preguntó Eurielle.

—En circunstancias normales lo haría, querida, pero aquello que transportáis escapa
de mi protección. Sus poderes son mucho más antiguos y oscuros que los míos.

—En ese caso, nos marchamos—añadió Kriv—Hasta siempre.

—No seas tan raudo con tus palabras—le dijo—No sabes lo que el mañana te puede
deparar.

Kriv no ofreció respuesta, tan sólo guardó silencio y se dispuso a abandonar la cueva.
Arthor y Eurielle fueron tras él, aún ciertamente inquietados por aquella espeluznante

172
moira pese a parecer que no pretendía hacerles nada. Entones salieron y, al Oswin
verlos, se acercó a preguntarles.

— ¿Por qué habéis tardado tanto? ¿Estaba ahí dentro la Dama del Bosque?

—Sí, pero no era como yo me la imaginaba—respondió Eurielle—El montaraz la ha


llamado… moira, si mal no recuerdo. Era horrible y parecía ser tremendamente vieja,
casi tan vieja como este bosque—se detuvo por un momento—Pero eso no es todo, pues
al parecer tiene el don de la videncia. Conocía nuestros nombres sin que nosotros se los
dijésemos. Podía ver a través de nosotros.

— ¿Y qué os ha dicho?

—Nada en especial, y a la vez muchas cosas—miró a Kriv, quien permanecía en


silencio y con la mirada perdida—Tenéis muchas explicaciones que dar, Kriv Dilmerev.
¿Quién sois realmente?

— ¿Dilmerev? Ese es el apellido de una de las casas más importantes de Azz-


Danay—Oswin miró a Kriv impactado—Vos sois Kriv Dilmerev, el único hijo varón de
Andrex Dilmerev y heredero de Khaal-kromis.
—Deje de serlo hace mucho tiempo—respondió apesadumbrado—Renuncié al
apellido Dilmerev después de que mi padre me desterrara de Khaal-kromis por haber
deshonrado a nuestra familia. Desde entonces no soy más que sir Kriv.

— ¿Qué hicisteis para ganaros el destierro de vuestro padre?—preguntó Eurielle.

—Asesiné al heredero de una casa rival: Ghorvus Baharoosh—dijo—Insultó el


nombre de mi familia públicamente, y no pude tolerar tal ofensa, así que cogí mi espada
y lo maté delante de todos. Dejé a la Casa Baharoosh sin un heredero, así que exigieron
sangre. Sumí a mi casa en una guerra con los Baharoosh tras siglos de paz, y por ello mi
padre, furioso y deshonrado, me desheredó de mis títulos y me desterró. Por eso vine
aquí a Nevelthia, en busca de hallar la redención por mis errores del pasado.

Todos permanecieron en silencio; no sabían qué decir. Se miraron los unos a los
otros, esperando a que alguno dijese algo al respecto, hasta que finalmente Eurielle se
dispuso a hablar de nuevo.

—Lo lamento de veras, Kriv—le puso una mano en el hombro—Ya habéis oído lo
que ha dicho la Dama del Bosque. Vuestra familia quiere que volváis a casa, incluso
vuestro padre. Tal vez podáis hablar con él y arreglar las cosas.

—No, mi padre es demasiado orgulloso para eso—respondió—Puede que lamente


haberme desterrado, pero jamás lo reconocerá abiertamente. En eso soy su viva imagen.

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—Puede que vuestro padre sea orgulloso, pero vos seguís siendo su hijo, y estoy
segura de que os ama con todo su corazón—acarició las escamas de su mejilla,
redirigiéndole así la mirada hacia sus ojos—Oíd el consejo de una amiga. Cuando todo
esto termine, regresad a vuestro hogar y hablad con él. Nevelthia no es vuestro lugar,
vos mismo lo habéis visto. Aquí siempre seréis visto como un bicho raro.

—Agradezco vuestras palabras, mi lady, pero no soy el único aquí que ha estado
guardando secretos—le retiró la mano con suavidad, y entonces miró a Arthor—Decid,
¿quiénes son esos enanos de los que hablaba la bruja y por qué son tan importantes?
¿Son acaso ellos la razón por la que odiáis tanto a su raza?

—No es asunto vuestro, lagarto—contestó bruscamente—Que vos hayáis decidido


sinceraros no significa que yo vaya a hacer lo mismo.

— ¿Y de qué sirve mantener constantemente esa nube de misterio alrededor


vuestra?—saltó Eurielle—Ya conocéis el pasado de todos nosotros. ¿Por qué no queréis
que conozcamos el vuestro? Se supone que somos un grupo y como tal debemos confiar
los unos en los otros.

—Escuchadme bien—se acercó a ella y la miró a los ojos—No somos ningún grupo,
ni una compañía, ni tampoco amigos. ¡No somos nada! Tan sólo somos unos
desgraciados que por mera casualidad han terminado trabajando juntos, pero cuando
todo esto acabe cada uno retomará su camino. No seguiremos juntos ni nos iremos a
vivir aventuras. ¿Por qué coño tendría que hablaros yo de mi pasado? ¿Acaso os
importa realmente?

—Claro que nos importa—respondió—Sois nuestro compañero y un buen hombre


pese a vuestros muchos defectos. Tan sólo queremos saberlo para poder ayudaros. Es lo
que hacen los compañeros.

—Vosotros no podéis ayudarme—le retiró la mirada de inmediato, y luego se dio


media vuelta y comenzó a caminar—Será mejor que sigamos. Ya hemos perdido
demasiado tiempo con esto, y aún estamos a más de tres días de Adenor.

Nadie aportó nada más, tan sólo prosiguieron con su viaje en silencio, intrigados por
el secretismo de Arthor. Caminaron hasta el anochecer, habiendo dejado ya Villa
Cuervo y el Bosque Espeso atrás. Acamparon junto a un cruce donde el camino se
dividía en dos carreteras: una que llevaba hacia el sur y otra que llevaba hacia el este;
hacia Adenor. El montaraz permaneció alejado durante toda la noche, sin decir una sola
palabra, limitándose a contemplar el oscuro horizonte de espaldas al fuego.
Mientras tanto, junto a la hoguera, Eurielle continuaba practicando su dominio sobre
la magia tratando de manipular el metal de la olla donde habían cocido las verduras que
habían cenado aquella noche, pero apenas conseguía levantarla unas pulgadas del suelo.

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— ¡Maldición!—exclamó frustrada.

—Debéis concentraros, lady Eurielle—le dijo Oswin—Pensad en la olla. Plasmad en


vuestra mente cada partícula de hierro que la compone. Para controlar un elemento no
podéis intentar dominarlo ni someterlo a vuestra voluntad, sino comprender su
naturaleza para así utilizarlo.

Tras estas palabras, Eurielle cerró los ojos y, siguiendo ahora sus instrucciones, trató
de alzar la olla de nuevo, logrando esta vez mantenerla en el aire durante un tiempo
prolongado.

—Eso es—dijo Oswin orgulloso—Ahora volved a bajarla.

Trató de hacerlo como buenamente pudo, pero le resultaba realmente difícil


mantenerlo levitando durante tanto tiempo. Sentía cómo se le agotaban las energías y
como su cuerpo cedía al no poder aguantar más, por lo que perdió la concentración y la
olla cayó al suelo de golpe.

—Lo siento, aún no soy capaz de mantenerlo por mucho tiempo—se disculpó entre
jadeos, pareciendo haber recorrido una milla corriendo.

—Pero habéis hecho un gran avance. Habéis sido capaz de concentraros y de


sostener la olla en el aire por un tiempo—le dijo Oswin con ánimos—Todo es cuestión
de práctica. Si seguís intentándolo finalmente lograréis manejar el metal del mismo
modo que lo hacéis con el agua.

—Realmente asombroso—comentó Kriv boquiabierto— ¿Cómo lo hacéis? Quiero


decir, ¿cómo funciona la magia?

—Veréis, sir Kriv. Aquello a lo que vulgarmente llamamos “magia”, los más
estudiosos la llaman Elendâhremnil, cuya traducción significa «La Energía del
Cosmos»—respondió Eurielle—Nadie sabe bien el porqué, pero la Elendâhremnil fluye
a través del sol y de las estrellas. Los mitos cuentan que hubo un evento conocido como
la Idun Elêndahlen, el Choque del Cosmos. Aüme y Ölme, dos fuerzas opuestas,
lucharon entre sí hasta matarse mutuamente, y de su sangre y sus restos surgió nuestro
universo. De ese modo explican que las estrellas son partes de esas dos entidades, y que
por ello la “magia” fluye a través de ellas.

—Pero eso no es lo que él ha preguntado—dijo Oswin—Lo que él quiere saber es


cómo funciona la Elendâhremnil, no de dónde se cree que proviene—se detuvo un
momento, pareciendo seleccionar las palabras adecuadas—A ver… ¿Cómo os lo
explico sin que acabéis perdido tras la segunda frase? Nada es sencillo cuando hablamos
sobre la Energía del Cosmos. Se encuentra en todas partes, en cada árbol, roca y
criatura. Es aquello de lo que estamos todos hechos, y aquellos con el poder y el

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conocimiento para manejarla son a los que llamamos magos. Lo primero que debéis
entender es que la energía no se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Hacer
magia no consiste en crear energía de la nada. La energía fluye a través de todo lo que
nos rodea, pero una cosa es comprenderlo y otra cosa es ser capaz de manipularla. Por
eso en los niveles más básicos de la magia se empieza con la manipulación de
elementos ya materializados, tales como fuego, agua, tierra, aire o metales, pero la
verdadera complejidad llega cuando un mago alcanza la comprensión suficiente para
poder generar él mismo dichos elementos a partir de la manipulación de la energía que
fluye a través de todo. Sólo los hechiceros de más alto nivel logran hacerlo, y
conseguirlo lleva años de estudio y práctica incesante.

—Permitidme asimilar toda esa información—Kriv se masajeó la cabeza un


segundo— ¿Estáis diciendo que en altos niveles de magia se podría… no sé… crear oro
de la nada?

—Aún no he oído o leído acerca de un mago que haya conseguido hacer eso, pero
puedo mostraros un ejemplo de lo que puede hacerse al moldear la energía—dicho esto,
Oswin conjuró uno de sus gorriones espectrales, dejando así a Kriv sin palabras.
—Por el fuego de Archalegon—el gorrión se le posó en la mano, comenzando
entonces a piar como si fuera real— ¿Y decís que esta… energía fluye a través de todo?

—Sí, a excepción de un solo elemento: el enethreum.

— ¿Enethreum? Jamás había oído ese nombre.

—No me extraña. El enethreum no tiene otra utilidad salvo la de anular la magia—


dijo—Es el único material conocido a través del cual no fluye la Energía del Cosmos,
por lo que un mago sería completamente inútil entre cuatro paredes hechas de
enethreum. Fue descubierto durante la conquista de Ephelia, cuando el emperador
Elydio I se dio cuenta de que jamás vencería a los An Ephel si no hallaba un modo de
contrarrestar su poderosa magia. Llamó a los más sabios de cada rincón del mundo en
busca de una respuesta hasta que finalmente la halló en el enethreum. Tras descubrirlo,
tan sólo hizo falta un año para que Ephelia cayera ante el poder del Imperio.

—Llevo oyendo las hazañas de Elydio el Conquistador toda mi vida, pero jamás supe
que la clave de su victoria contra los elfos fuera un material capaz de anular su magia—
dijo Kriv—Jamás ha vuelto a haber alguien como él.

—No, desde luego que no—el leve esbozo de una sonrisa se dibujó en el rostro de
Oswin—Conquistó la mayor parte del mundo conocido con tan sólo cuarenta años de
edad. Hizo lo que nunca antes nadie había hecho, y todo para que siglos después sus
descendientes se peleen entre sí por tan sólo las migajas de lo que una vez fue un
grandioso imperio—su sonrisa se desdibujó—No, jamás ha vuelto a haber alguien como
Elydio el Conquistador, y lo más seguro es que nunca lo habrá.

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—En mi pueblo le llamamos Chaethrädnir. Significa León Dorado en nuestra
lengua—añadió Eurielle con cierto orgullo—Creo que es un sobrenombre que rinde
honor a su leyenda.

Finalmente, tras permanecer conversando algo más de tiempo, los tres se fueron a
dormir. Arthor sin embargo permaneció despierto, mas no parecía estarlo. Tenía le
mirada perdida en la oscuridad de la noche, inmerso en el mar de sus recuerdos,
navegando hasta llegar a unos que le causaban un dolor desmesurado. Recordó las
llamas, el humo y los gritos desamparados de las mujeres y los niños. Una aldea en
llamas se dibujo en el paisaje de su mente, y una voz femenina que antaño le transmitía
seguridad resonaba en su cabeza.

— ¡Escondeos abajo! ¡Vamos!—dijo la figura de una mujer mientras abría una


trampilla que llevaba a un escondite bajo el suelo— ¡No salgáis bajo ninguna
circunstancia, ¿me oís?!

— ¿Pero qué hay de ti y de padre?—preguntó su voz de cuando era niño.


— ¡No te preocupes por nosotros! ¡Ahora debes proteger a tu hermano!—puso sus
manos sobre sus hombros y lo miró fijamente con unos ojos pardos como los suyos—
Promételo, Arthor. Prométeme que cuidarás de tu hermano.

—Te lo prometo, madre—respondió, y dos lágrimas brotaron de sus ojos.

—Os quiero, hijos míos—su madre le besó la frente con ternura mientras las
lágrimas corrían por sus mejillas, y así, su figura se desvaneció en el humo.

Arthor y su hermano se escondieron bajo el suelo de la casa, y su madre, tras


contemplarles una última vez, cerró la trampilla y la ocultó bajo una alfombra de pieles.
Permanecieron el silencio, procurando no hacer ni un solo ruido. Se oían gritos a lo
lejos, pero eran acallados con rapidez. Su hermano; más pequeño que él, estaba
aterrorizado, sentado en el suelo y mirando a través de las rejillas del suelo.

— ¿Dónde están madre y padre?—preguntó entre temblores de miedo y llantos


desconsolados— ¿Por qué no han bajado con nosotros?

—Tranquilo, hermanito. Estarán bien—pese a no ser ni él mismo capaz de creer sus


propias palabras, Arthor se acercó a su hermano para intentar calmarlo, sacando en ese
momento de debajo de su camisa su colgante de plata— ¿Recuerdas por qué nos dieron
estos collares por nuestro Día del Nacido? Porque somos hermanos, y como tal
debemos estar siempre unidos y cuidarnos el uno al otro.

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Aquellas palabras parecieron calmarlo mínimamente, pues sus llantos y sus
temblores se detuvieron, pero éstos fueron reemplazados por los desgarradores gritos de
su madre, quien gritó el nombre de su marido con un terrible dolor.

— ¡Bernard!—seguido de esto vinieron sus llantos, y justo después se oyó una voz
grave y áspera desconocida para ambos.

— ¡Coged a esa zorra!—gritó aquella voz, y seguida de ésta volvieron a oírse los
gritos de su madre tratando de escapar.

Trataron de permanecer sin gritar ni llorar, pero no podían hacer caso omiso de
aquello. Oían cómo su madre gritaba y lloraba al mismo tiempo, sintiendo por ello una
impotencia y un dolor que ningún niño de su edad debería soportar. Fue entonces que,
incapaz de seguir oculto mientras oía cómo le hacían daño a su madre, el hermano
pequeño de Arthor corrió hacia la trampilla a la vez que un grito desamparado emergía
de su voz.

— ¡Madre!—comenzó a subir las escaleras que subían arriba a toda prisa.

— ¡Erikus, no!—Arthor trató de detenerlo, pero no fue capaz, y por ello que tuvo
que ir tras él y salir de su escondite.

Salieron fuera de la casa, y entonces presenciaron algo que los marcaría de por vida.
El cuerpo de su padre yacía muerto con el cuello cortado y su sangre esparcida por el
suelo, y su madre, tirada en el suelo y con el vestido hecho jirones, estaba siendo
violada por un enano mientras que sus compañeros aguardaban su turno a su alrededor.
Aquello los dejó fríos como el hielo e inmóviles como una roca, incapaces de creer
que aquello fuera real. Entonces vieron que a su derecha, más alejado de los demás, un
enano calvo, de barba cobriza y tuerto de un ojo contemplaba aquella horrible escena
con frialdad en su mirada.

— ¡Madre!—la voz de Erikus captó la atención del enano tuerto, quien los miró y,
nada más hacerlo, volvió a dictar una orden.

— ¡Cogedlos!—dicho esto, los demás forajidos los miraron, disponiéndose entonces


a ir tras ellos.

— ¡Corred, hijos! ¡Corred!—su madre giró la mirada hacia ellos justo después de
que el enano que la estaba violando se quitase de encima.

La miraron con horror dibujado en sus ojos humedecidos de lágrimas, pareciendo


como si tan sólo estuvieran ellos dos y ella, como si todo a su alrededor se hubiera
detenido por un instante. Fueron incapaces de moverse a causa del miedo, además de

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por la tenue esperanza de que aquello no fuese más que una pesadilla, pero lo que no
sabían es que aquella sería la última vez que verían a su madre con vida.
Cuando alzaron la mirada, los dos hermanos vieron cómo un hacha se alzaba erguida
en el aire para luego hundirse en el pecho de su madre, devolviéndolos esto a la realidad
que estaban viviendo en ese momento. La luz se extinguió en los ojos de su madre como
una vela en la oscuridad, y la fuerza de su cuerpo desapareció, quedando completamente
lánguido y sin vida. Aquella imagen quedaría grabada a fuego en sus mentes para
siempre como una pesadilla que jamás les abandonaría, y entonces, tras haber
presenciado aquello, oyeron las voces de los enanos aproximándose.

— ¡Vamos! ¡Coged a esos críos!—se aproximaron con sus armas en mano, y fue en
ese momento cuando Arthor pudo reaccionar de manera casi instintiva.

— ¡Corre, Erikus! ¡Hacia el bosque!—le tiró del brazo mientras corría, perdiéndose
así ambos entre la espesura de los arbustos oscurecidos por la noche.

— ¡Que no escapen!—oían una voz ir tras ellos, además de unos pasos y el sonido de
las ramas rompiéndose ante su avance.

Corrieron por el bosque en la oscuridad de la noche. Corrieron como nunca antes


habían hecho, sin pararse a mirar atrás por un instante. Las voces de los enanos que los
perseguían se iban oyendo cada vez más lejanas acorde iban avanzando, y entonces
Arthor, exhausto de correr sin parar, se detuvo un momento para recuperar el aliento.

—Creo que los hemos perdido—dijo entre jadeos, pero entonces, al no oír respuesta
alguna, miró horrorizado hacia atrás— ¿Erikus?

Miró nerviosamente en todas direcciones, esperando a que su hermano apareciera


entre los arbustos o de entre los árboles, pero estaba demasiado oscuro para apenas
divisar lo que tenía delante, por lo que el miedo y la desesperación comenzaron a
apoderarse de él.

— ¡Erikus!—comenzó a buscarlo en dirección contraria, gritando su nombre una y


otra vez, pero seguía sin oír respuesta— ¿Hermano, dónde estás?

Buscó a su hermano desesperadamente, pero por cada paso que daba sus esperanzas
de encontrarlo se desvanecían. Las lágrimas brotaban de sus ojos de tan sólo pensar que
lo había perdido para siempre y que, además de eso, había roto la promesa que le
acababa de hacer a su madre. Entonces las voces de los enanos volvieron a oírse cada
vez más cerca, por lo que, frustrado y con un nudo en la garganta, tuvo que seguir
huyendo y dejar atrás a su hermano pequeño.
De vuelta al presente, dos lágrimas caían de los tristes y humedecidos ojos de Arthor,
quien había vuelto a abrir una herida que aún no había conseguido curar del todo. Sin
embargo, hacerlo le hizo ver con claridad lo que debía hacer. Miró a Oswin, a Kriv y a

179
Eurielle durmiendo dentro de sus respectivos sacos de dormir y, con una decisión ya
tomada, se levantó de la roca sobre la que estaba sentado. Pasó por encima de ellos
dando pasos prácticamente inaudibles, que además eran silenciados por los ronquidos
del dracónido. Cogió un par de provisiones de las alforjas de la mula y, una vez lo metió
todo en una mochila, abandonó el campamento en dirección al sur.

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Capítulo 18: Enemigos Peligrosos
La tormenta cesó en Naarvin, mas no en la conciencia de Erikus, que había
permanecido la noche en vela en busca de Seline. Siguió el rastro hasta llegar a los
cuarteles de la guardia, sabiendo entonces lo que había ocurrido.

—Cabrones. Debieron de seguirla hasta el piso franco—se dijo a sí mismo


susurrante—Pagarás por esto, Bauglin.

Durante varios minutos permaneció observando los cuarteles, analizando alguna


posible vía de infiltración, pero había demasiados guardias para adentrarse allí, y más a
plena luz del día. No podía esperar a la noche; sabía que si lo hacía estarían torturando e
interrogando a Seline, pero tampoco podía entrar a la fuerza, pues era un bastión bien
defendido. Fue entonces que, tras permanecer pensativo sobre cómo entrar, un nombre
vino a su mente, y acto seguido puso rumbo hacia los reñideros de Naarvin, en los
suburbios de la ciudad.
Caminó entre las sucias e inmundas calles llenas de mendigos, traficantes y putas.
Nadie se atrevía a hablarle; su aspecto encapuchado y su mirada llena de ira los
intimidaba. Los callejones apestaban a orina y heces, pero para poder llegar hasta los
reñideros debía pasar por ellos. Las ratas corrían por la superficie a su libre albedrío,
siendo las principales portadoras de enfermedades junto a las putas callejeras. Entonces
llegó a su destino, un local que visto desde fuera tan sólo parecía un edificio de una
planta y tremendamente pequeño.

—Eh, alto ahí—el portero del local lo detuvo cuando se dispuso a entrar—Hace falta
una invitación para entrar aquí, y obviamente no se puede entrar armado.

—Soy amigo de Jorgen el Rompehuesos—respondió—He venido a verle.

—Mis disculpas—cambió su tono a uno más suave—Podéis pasar, pero antes tengo
que requisaros vuestras armas.

Erikus aceptó sin oposición. Le dio las armas y luego cruzó el umbral de la puerta,
encontrándose con una taberna de aspecto suburbial. No había casi nadie, tan sólo un
par de enanos jugando a las cartas mientras fumaban en pipa y bebían. Lo que él andaba
buscando se encontraba en el sótano al que se bajaba por unas escaleras de madera
húmeda y mohosa, encontrando al bajar una multitud alrededor de dos enanos peleando
en el interior de una arena improvisada.
Los peleadores llevaban las manos completamente desnudas y el cuerpo al
descubierto, sin camisas ni petos. Ambos tenían entumecimientos por todas partes,
además de las cejas abiertas, las narices rotas y los nudillos ensangrentados. Sus ojos
estaban hinchados y amoratados a causa de los golpes, apenas pudiéndosele ver la
pupila o el iris, pues además los tenían inyectados en sangre.

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— ¡Destrózalo, Thortan!—se oyó gritar a alguien entre la multitud.

— ¡Mátalo, vamos!—exclamó otro con deseo de ver sangre.

Erikus trató de hallar a Jorgen entre toda aquella gente y, aunque no le fue del todo
sencillo, lo consiguió. Se encontraba gritándole a aquel al que llamaban Thortan, que al
parecer llevaba el liderazgo de la pelea y era el favorito de los apostadores. Su
oponente, aparentemente novato, tan sólo daba un buen golpe por cada tres que recibía,
lo cual causaba reproche y abucheos entre la gente.

— ¡Vamos, Thortan! ¡Enséñale lo que es bueno!—gritó Jorgen con todas sus fuerzas,
y entonces vio que Erikus se le aproximaba— ¡Muchacho, has venido! ¡Me alegro de
volver a verte!

—Lo mismo digo—le estrechó la mano, y luego dirigió su mirada hacia el


combate—Ese tal Thortan parece buen luchador.

—Es una bestia—sonrió—Tiene una derecha inigualable y su boxeo es excepcional.


Lleva más de dieciocho victorias consecutivas. Las lleva tatuadas en el brazo derecho,
¿lo ves?—señaló el tatuaje—Es el campeón favorito de todos, pero su racha invicta de
victorias termina hoy.

— ¿Cómo podéis estar tan seguro?

—Ven, te contaré un secreto—le señalizó que se acercara con la mano, y entonces


comenzó a hablarle al oído—Puede que Thortan sea un gran luchador, pero apostar
pierde la gracia si todo el mundo apuesta por el que piensan que va a ganar. Por eso yo
he apostado por el aspirante al que se está enfrentando ahora.

— ¿Y por qué habéis hecho eso? Lo está humillando prácticamente.

—Ahora verás por qué—Jorgen cruzó los brazos y siguió observando la pelea,
viendo cómo Thortan había conseguido tirar al suelo a su oponente.

En ese momento, el aclamado por todos abrió los brazos, regocijándose en la


adoración que los apostadores sentían por él. Entonces su contrincante se puso en pie y,
aprovechando esta distracción, comenzó a golpearle sin piedad alguna, no dejándole ni
siquiera volver a ponerse en guardia. Aquel acto de fanfarronería le costó el combate,
pues aquellos puños llevaron una fuerza tal que hasta logró tumbarlo, creando esto un
abucheo ensordecedor por parte de la mayoría.

—Has tenido suerte esta vez, Jorgen—uno de los del público le dio una bolsita
pequeña de monedas con gran desdén.

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—Muchas gracias, amigo—sonrió triunfante, y luego miró a Erikus—El truco reside
en apostar siempre por el que nadie espera que gane.

— ¿Pero cómo sabíais que Thortan no iba a ganar?

—Sencillo. Acordamos que le pagaría el treinta por ciento de mis ganancias si se


dejaba perder, y aquí, amigo mío, el dinero mueve más que el orgullo—fue recibiendo
los pagos de todos aquellos que apostaron por Thortan, dibujándose una sonrisa cada
vez más pronunciada en su rostro—Y bien, ¿a qué has venido, muchacho?

—Necesito un favor, uno muy grande.

— ¡Claro, lo que sea!—exclamó, y entonces Erikus se le acercó al oído.

—Preferiría que habláramos en un lugar más… privado—tras decir esto, Jorgen


asintió e hizo un ademán con la cabeza en señal de que lo siguiera, llevándolo hasta la
cocina de la taberna del primer piso, donde no había nadie.

— ¿Mejor ahora?

—Supongo que sí—Erikus miró a su alrededor para asegurarse de que nadie más les
estuviera escuchando—Necesito que me ayudéis con un asunto muy gordo.

— ¿Cómo de gordo?

—Gordo al nivel de entrar por la fuerza en la casa del regente y robarle cierta
estatuilla de oro deliberadamente colocada en su alijo—dichas palabras dejaron mudo a
Jorgen, quien mostraba tanto sorpresa como impacto en sus ojos.

— ¿Quieres que le robe a Bauglin Magrum?—preguntó, y Erikus asintió con la


cabeza muy seriamente.

—Sé que lo que os pido no es algo sencillo, pero os aseguro que…

—No hace falta que sigas hablando, lo haré—lo interrumpió de repente—El cabrón
de Bauglin lleva años intentando desmantelar los reñideros de la ciudad, y eso no es
bueno para los negocios; mo te imaginas la de dinero que mueven estas peleas. Todo lo
que tenga que ver con joder a ese hijo de puta me parece fenomenal, así que dime, ¿por
qué es tan importante esa estatuilla?

—Se trata nada más y nada menos que de la estatuilla de oro perdida del rey
Thorgrim Barba Dorada—dijo así, dejando por ello a Jorgen helado—La colé en su
alijo anoche, y ahora necesito que alguien vaya y la robe para que parezca que él la
había tenido todo este tiempo, pero para eso necesito que te capturen.

183
—O sea, quieres que entre a la fuerza en casa de Magrum, que robe la estatuilla y
que me deje coger por los guardias para que piensen que él fue quien robó la tan famosa
estatuilla perdida del rey Thorgrim, ¿no es así?—preguntó, y Erikus asintió con la
cabeza—Por el martillo de Targûn, chico. No me pides algo precisamente sencillo, pero
haré todo lo que esté en mi mano, siempre y cuando asegures mi salida de los calabozos
después de que todo esto termine.

—Descuidad. Trabajo para alguien que os sacará de allí antes de que podáis siquiera
daros cuenta.

—Mmmm. Suena tentador, sin duda—se acarició la barba mientras permanecía


pensativo—Joder a Bauglin Magrum y salir impune de ello… Una oportunidad así sólo
surge una vez en la vida. Podéis contar conmigo, muchacho. Llamaré a un par de
amigos a los que les gustaría ver a Bauglin fuera del mapa casi tanto como a mí.
Formaremos un buen alboroto para captar la atención de la guardia, aunque tardaré
cerca de un día en contactar con ellos y prepararlo todo, así que…

—No dispongo de un día, Jorgen—Erikus lo interrumpió en seco—Tiene que ser hoy


mismo, y cuanto antes posible. Necesito que los cuarteles queden despejados.

—De acuerdo…—lo miró intrigado por sus palabras—Veré qué puedo hacer.

—Gracias—dijo—Hasta la próxima.

Erikus se marchó de los reñideros y puso rumbo de nuevo a los cuarteles.


Permaneció oculto y al acecho durante varias horas, aguardando a que el momento
llegara, hasta que finalmente una tropa apareció corriendo y gritando alarmada:

— ¡Nahh farnu rhek-Bauglin ost nior naamun! ¡Drock nahrod torgonâd!

Al oír aquello, todos los guardias del bastión comenzaron a movilizarse con gran
apuro hasta haber reunido a una patrulla lo bastante numerosa como para poder partir.
Fueron en dirección a la casa de Bauglin, justo como Erikus había planeado. Era su
momento de actuar, pues los cuarteles habían quedado prácticamente vacíos. Sabía que
no había modo de adentrarse si no era por la fuerza, así que se cubrió gran parte del
rostro con su capucha y su máscara, se presentó ante la puerta y con los cuchillos que
Nogrolf le había fabricado la voló en pedazos.
La explosión mató e hirió a varios de los guardias, y entre el humo y el polvo él
apareció como un alma vengadora con la espada desenvainada y dispuesto a entrar. Los
guardias que aún había en el patio se lanzaron a por él con una furia desmesurada, pero
aun así no fueron rivales para la suya, pues los venció con suma facilidad. Los
ballesteros que se encontraban en lo alto de las murallas trataron de abatirlo a virotazos,
pero agarró uno de los escudos de los guardias caídos y se cubrió con él.

184
Erikus parecía imparable. Su furia lo convertía en un guerrero temible, pues ninguno
de los guardias tuvo una oportunidad contra él. Irrumpió en el interior de los cuarteles
abriendo la puerta de una patada, a lo que le siguió un combate de cinco contra uno que,
pese a la desventaja numérica, terminó en victoria para él. Entonces bajó al piso de
abajo, y allí encontró a Seline dentro de una celda oxidada y roñosa.

— ¡Seline!—grito nada más ver que aún seguía con vida, y acto seguido fue
corriendo hacia la celda donde se ella encontraba.

— ¡Erikus!—Seline se acercó a los barrotes con gran alegría, la cual desapareció en


cuestión de segundos—Lo siento, fui una necia. Dejé que me siguieran y que me
capturaran. No debería haber…

—Shhh—le puso los dedos en los labios para acallarla—Ahora no hay tiempo para
eso. Tenemos que salir de aquí antes de que vengan refuerzos.

—Tu espada…—tras ver la hoja bañada en sangre, Seline quedó totalmente


desconcertada— ¿Qué hay de eso de no matar a nadie que no lo merezca realmente?

—Prefiero mancharme las manos de sangre a tener que cargar con el lamento de tu
muerte el resto de mis días—le acarició la mejilla con suavidad, y luego ambos se
besaron cálidamente, sin importarles que el tiempo apremiara—Te sacaré de aquí.

—Las llaves están encima de la mesa del carcelero—señaló la posición donde se


encontraban, yendo así Erikus a cogerlas para abrir la puerta de la celda acto seguido.

—Listo. Ahora tan sólo nos queda salir de aquí—dijo él, y justo a continuación se
oyeron pasos corriendo escaleras abajo acompañados de voces furiosas. Entonces miró a
Seline y, sabiendo ya lo que debía hacer, le dijo—Tápate los ojos y no respires.

Así hizo ella, y justo entonces bajaron seis guardias por las escaleras.

— ¡Se acabó, asesino! ¡No tienes escapatoria!—le gritó uno de ellos, y en ese
momento Erikus cogió el frasco de ilithium y lo lanzó contra el suelo, logrando así
romperlo y que el humo tóxico se esparciera por toda la sala.

Seguido de esto llegaron tosidos violentos y desgarradores por parte de los guardias,
de entre los cuales algunos gritaron de dolor al sentir cómo los ojos les ardían como el
fuego. Tras haberlos inutilizado, Erikus y Seline huyeron de los cuarteles, dejando así
atrás todo aquel caos que se había formado en apenas media hora.

—Tenemos que volver al piso franco—dijo Seline—Allí tenemos ropa con la que
podremos pasar desapercibidos para los guardias.

185
—Hay más razones por las que debemos ir—respondió Erikus—Debemos eliminar
cualquier tipo de prueba que inculpe a tu padre.

Llegaron hasta el piso franco, y una vez allí ambos se cambiaron. Seline se quitó su
pijama manchado de tierra y sangre para ponerse unos ropajes que le hacían parecer una
simple plebeya. Erikus hizo lo mismo, habiendo antes ocultado su armadura y sus armas
en un escondrijo cercano a la casa para volver a por ellas en otro momento. Entonces, al
volver, pudo verle la espalda a Seline, encontrando en ella varios cardenales y arañazos
que se la recorrían de lado a lado.

—Por todos los dioses—dijo horrorizado, y ella inmediatamente se tapó la espalda


poniéndose el vestido— ¿Esos cabrones te hicieron eso?

—Traté de escapar varias veces, pero eran demasiados—tras decir esto, Erikus se
acercó a ella y la miró con gran preocupación dibujada en sus ojos.

— ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has desobedecido de nuevo a tu padre y has
huido de Roca Austera?

—Lo siento. Sé que no debería haberlo hecho, pero no podía soportar estar encerrada
entre aquellas cuatro paredes—agachó la mirada con arrepentimiento en sus ojos—No
podía soportar pensar que tú estuvieras poniendo tu vida en riesgo mientras que yo
permanecía sin hacer nada.

—Podrían haberte matado—le alzó la mirada y la miró fijamente a la vez que sus
ojos se humedecían— ¿Y si hubiese llegado demasiado tarde para salvarte? ¿Y si en vez
de sacarte de allí con vida hubiera tenido que hacerlo con tu cadáver en brazos? Todo
habría sido culpa mía y tendría que cargar con tu muerte durante el resto de mi vida. No
puedo permitir que eso suceda. Sin ti… vivir ya no tendría sentido para mí.

—Oh, Erikus—las lágrimas brotaron de sus ojos, cautivados y conmovidos por


aquellas sinceras palabras que llegaron a lo más profundo de su corazón. Entonces lo
abrazó e, incapaz de contener sus llantos, le dijo—Te quiero.

—Y yo a ti, Seline—la abrazó con más fuerza que nunca y, tras ambos secarse las
lágrimas, volvió a hablar—Tenemos que irnos; este ya no es un lugar seguro. Iremos a
los barrios bajos, ahí no nos encontrarán. Esta tarde iremos a la plaza principal; estoy
completamente seguro de que Bauglin aprovechará el ataque a los cuarteles para
acometer contra tu padre, pero no es consciente aún de lo que se le viene encima.

Aguardaron a la tarde, y una vez llegado el momento se dirigieron a la plaza


principal de la ciudad, donde el pequeño escenario con un círculo de guardias alrededor
había vuelto a ser montado. En aquella ocasión la muchedumbre estaba mucho más
furiosa que la anterior. Los gritos y los abucheos resonaban por todo el lugar como una

186
melodía discordante. Entonces Bauglin llegó escoltado por una tropa de guardias y, con
cierto temor en sus ojos, subió al escenario para dar comienzo a su discurso, costándole
esta vez más trabajo acallar a las masas.

—Sé que corren tiempos difíciles. Las calles están plagadas de caos y violencia, pero
no es mi casa la que debéis asaltar, sino la de Loffir Lengua de Piedra—señaló hacia
Roca Austera; situada en lo alto de una colina cercana—Ahora mismo, mientras
estamos hoy aquí, mis hombres están haciendo un exhaustivo esfuerzo por encontrar a
aquel al que llaman el Asesino de Naarvin y a su cómplice—al oír aquel nombre, un
murmullo aterrado resonó entre la gente—Fueron ellos quienes asesinaron a Morkham,
el dueño de la destilería conocida como El Brebaje Somnoliento. Fueron ellos quienes
entraron en mi casa y me robaron uno de mis anillos para hacerme quedar de putero.
Fueron ellos quienes atracaron el banco de la ciudad para llevarse vuestro dinero, y ha
sido uno de ellos quien ha irrumpido en los cuarteles esta mañana para llevarse a su
cómplice después de que mis hombres lograsen capturarla anoche—hizo una breve
pausa para recuperar el aliento—Yo no soy vuestro enemigo; soy vuestro aliado.
Vuestro verdadero enemigo se oculta en Roca Austera e intenta sumir esta ciudad en el
caos para acabar con mi regencia. Él es a quien debéis…

— ¡Bauglin Magrum, quedáis detenido por el robo de una reliquia perteneciente a la


familia real!—una tropa de guardias subió al escenario e interrumpió su discurso.

— ¿Qué? ¿De qué estáis hablando? ¡Yo no he robado nada!

—En ese caso, ¿cómo explicáis que esto estuviera en vuestro alijo?—enseñó la
estatuilla del rey Thorgrim a todo el mundo, causándose así un nuevo murmullo.

—No… Os equivocáis. ¡Yo no he robado eso!—Bauglin trató de defenderse, pero no


sirvió de nada, pues los guardias le pusieron los grilletes y comenzaron a llevárselo de
igual forma— ¡Ha sido Loffir! ¡Loffir ha debido de colocarla en mi alijo para
inculparme! ¡No podéis hacerme esto! ¡Soy el regente de esta ciudad! ¡Sin mí Naarvin
está perdida!

—El rey Affin se llevará una terrible decepción cuando sepa que aquel al que eligió
para que regentara su ciudad había estado en posesión de una pieza robada del tesoro de
su familia durante todo este tiempo—Erikus sonrió de brazos cruzados mientras veía
cómo se llevaban a Bauglin.

—Al fin todo ha terminado—dijo Seline—Ya podemos volver a casa.

—Sí, supongo que sí—dicho esto, ambos se perdieron entre la muchedumbre y se


dirigieron victoriosos hacia Roca Austera tras haber derrocado al fin al enemigo que
tantas adversidades les había causado, habiéndole hecho así conocer las consecuencias
de haberse buscado un enemigo como Loffir Lengua de Piedra.

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Capítulo 19: El Fantasma del Pasado
Aquella misma mañana, en el campamento junto al cruce, Oswin, Kriv y Eurielle
despertaron cuando la primera luz del sol les golpeó el rostro. Aún seguían adormilados
y ciertamente cegados por la luz temprana, por lo que no se dieron cuenta de lo que
había sucedido hasta que Eurielle se percató de que Arthor no estaba.

— ¿Y el Errante?—miró en todas direcciones, pero no conseguía verlo.

—Habrá ido a cazar—dijo Kriv.

—No ha ido a cazar—se oyó decir a Oswin, quien estaba sacando las cosas para
hacer el desayuno de las alforjas de la mula y vio que faltaban cosas— ¡Ese desgraciado
nos ha abandonado y se ha llevado nuestras provisiones!

— ¿Qué?—dichas palabras impactaron y enfurecieron a Kriv— ¡Nos ha robado el


muy canalla! Menudo necio fui al confiar en él. No es más que un ladrón y un traidor.

—Y encima se ha largado con las cien coronas que le di—farfulló entre dientes el
mago, tratando de contener la ira latente en su interior— ¡Cien veces maldigo a ese
maldito montaraz!

— ¡Parad ya los dos!—saltó Eurielle, quien había permanecido en silencio hasta


entonces, pensativa y reflexiva— ¿Es que no os dais cuenta de lo que está sucediendo?
¡Se dirige hacia Naarvin, y seguramente para matar a esos cuatro enanos de los que le
habló la Dama del Bosque!

— ¿Y cómo podéis estar tan segura de eso?—preguntó Kriv— ¿Cómo sabéis que no
tenía todo esto planeado desde el principio?

—Creo que es bastante obvio—respondió—Dejó bien claro en varias ocasiones que


lo único que le importaba era recibir el resto del pago por haber sido nuestro guía. ¿Por
qué iba a marcharse justo cuando estamos a punto de llegar a Adenor si no?

—Aun así, lady Eurielle, eso no justifica que nos haya robado y nos haya
abandonado a nuestra suerte a escasos días de terminar el trabajo—añadió Oswin.

—No estoy justificando que lo haya hecho, tan sólo quiero que lo comprendáis, y
creo que debemos ir a ayudarle.

— ¿Qué? ¿Habéis perdido el juicio? ¡Estamos a punto de llegar a Adenor! ¡No


vamos a cambiar el rumbo por ese montaraz ahora que estamos tan cerca! Además, ¿qué
os hace querer ayudarle, eh? Vos ni siquiera le importáis, tan sólo le importa él mismo.

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—En ese caso no os habría salvado la vida tantas veces a lo largo del viaje.

— ¿Creéis que lo hacía por mí? Él mismo dijo que tan sólo me mantenía con vida
para poder obtener el resto de su recompensa.

—Puede que vos sólo le importaseis por eso, pero curó a sir Kriv cuando los trasgos
le hirieron, y si él vivía o moría era irrelevante para la misión—al Eurielle decir esto,
Kriv agachó la cabeza, pareciendo pensativo—Si tan sólo le hubiera importado su
propio cuello y su recompensa entonces tampoco me habría salvado a mí del trasgo
gigante que nos atacó en el Bosque Espeso. Le debo la vida, los tres se la debemos. Sin
él no hubiéramos conseguido pasar ni la primera noche, así que lo mínimo es que se lo
paguemos ayudándole ahora.

Se hizo el silencio entre los tres durante breves instantes. Kriv permanecía pensativo,
tocándose el costillar donde tenía la herida que Arthor le curó. En sus ojos resplandecía
la duda y la incertidumbre, y entonces, una vez supo qué decisión tomar, miró a Eurielle
y dijo:

—Estáis en lo cierto, mi lady. Los tres le debemos nuestras vidas, y debemos saldar
nuestra deuda con él—suspiró por un instante—Iré con vos a Naarvin.

— ¿Qué? No podéis hablar en serio. ¿Vais a dejarme aquí solo?—Oswin miró a


Eurielle con una mezcla de sorpresa y decepción en sus ojos— ¿Qué hay de vuestra
instrucción con el maestro Voltimer? ¿Es que acaso ya no queréis cumplir vuestro
ansiado sueño de convertiros en una poderosa y reconocida maga?

—Durante este viaje he aprendido una cosa, señor Oswin, y es que hay cosas más
importantes que aprender magia en esta vida—respondió con gran firmeza y seriedad,
dejando así a Oswin en silencio—Mi sueño puede esperar. Ahora debo ir a ayudar a mi
compañero. Es lo menos que puedo hacer después de todo lo que él ha hecho por mí,
¿pues qué habéis hecho vos y vuestro maestro por mí además de poner mi vida en
peligro por culpa de esa endiablada tablilla?

—Ya veo, así es cómo me agradecéis la oportunidad que os había ofrecido, ¿no?—la
voz de Oswin manifestó ira y decepción—Muy bien. Marchaos a ayudar a ese maldito
montaraz si os place; él no os lo agradecerá. ¿Decís que no he hecho nada salvo poneros
en peligro? ¡Tal vez no hubiera sido así si hubierais demostrado la valía que
prometisteis!

Dichas palabras golpearon a Eurielle como un frío puñal en el corazón, quedando por
ello en silencio y con la mirada entristecida. Entonces Kriv se dirigió hacia Oswin, lo
agarró del chaleco de su túnica y lo miró con ira y ofensa a los ojos, intimidándolo de
tal forma que hasta su rostro se puso pálido.

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—Volved a faltarle el respeto a lady Eurielle y os aseguro que a Adenor no llegaréis
ni la tablilla ni vos—le amenazó con gran contundencia, dejándolo por ello sin
palabras—Vamos a ir a ayudar a Arthor. Vos si lo deseáis podéis continuar con vuestro
viaje, pero no vais a impedirnos marchar.

—Soltadme—le apartó la mano con desdén, y acto seguido se sacudió la arruga que
se había formado en su chaleco—Vamos, coged vuestras cosas y largaos de una vez. Ya
me las arreglaré yo solo para llevar la tablilla hasta Adenor.

Ambos recogieron sus respectivos sacos de dormir y parte de las provisiones,


habiéndole dejado a Oswin lo justo para que pudiera comer durante los días que tardaría
en llegar hasta la capital. Eurielle se hizo con su bastón y el resto de sus posesiones, y
Kriv con su espada y su escudo, pues no llevaba nada más consigo.

—Hasta siempre, Oswin—dijo Kriv antes de marcharse—Os deseo fortuna en los


días venideros.

—Espero no tener que volver a veros—respondió con poca simpatía—Que todos


vuestros dioses os asistan; lo necesitaréis.

Abandonaron el campamento aquella mañana para dirigirse al sur en busca de


Arthor, el cual en ese momento se encontraba recorriendo las verdes y extensas llanuras
de Fortland. Desde que había partido no se había detenido en ningún momento; estaba
acostumbrado a recorrer largas distancias sin descanso. La fresca brisa le acariciaba el
rostro como unas manos gélidas, y el olor de la tierra mojada le acompañó durante aquel
largo trayecto.
Recorridas ya más de treinta millas de campos verdes, Arthor divisó un humo negro
alzándose en el cielo, viendo al aproximarse que se trataba de una aldea en llamas. Era
la aldea de Trevill, situada a los pies de una colina medianamente elevada. Observó
aquel escenario desde lo alto de la colina, viendo así que se trataba de un ataque de
bandidos.

— ¿Silvanos?—se preguntó a sí mismo con indiferencia mientras observaba


detenidamente a los asaltantes, viendo entonces que no eran elfos del bosque, sino
hombres con armaduras del ejército fortlandés—No, desertores. Han debido de
abandonar el frente al sur del reino. Saben mejor que nadie que ahora las aldeas están
desprotegidas por culpa de la guerra.

Permaneció observando aquella masacre desde lejos, viendo cómo quemaban las
casas, cómo asesinaban a los hombres y cómo violaban a las mujeres. Las llamas, el
humo y los gritos lo llevaron de nuevo a lo más oscuro y recóndito de sus recuerdos,
volviendo así a proyectarse en su mente la masacre llevada a cabo en Paraje de Girthur
catorce años atrás. Los gritos de su madre volvieron a resonar en su cabeza, y su voz
gritando su nombre lo hizo con ellos.

190
Le fue imposible que aquella masacre no le recordase a la que él mismo vivió, y por
ello una tenue luz de empatía surgió en su interior. Por un momento pareció dudar
acerca de qué hacer, habiendo llegado incluso a sujetar la empuñadura de su espada con
el fin de desenvainarla. No obstante y pese a haber presenciado aquel horror, la razón y
la indiferencia vencieron ante la compasión y la empatía, y por ello siguió su camino sin
hacer nada al respecto, sin importarle lo que le sucediera a aquella gente.
Continuó caminando durante toda la tarde, habiéndose detenido únicamente para
comer y para mear cuando su vejiga se lo exigía. Caminó hasta estar a menos de
cuarenta millas de Rosa Negra, una ciudad pequeña y amurallada, y allí, surcando el
camino, se topó con un viajero a caballo yendo en dirección contraria.

—Buenas tardes, viajero—le dijo éste con simpatía— ¿Os dirigís a Rosa Negra?

— ¿Acaso importa?—preguntó con gran sequedad.

—Disculpadme, no era mi intención inmiscuirme en vuestros asuntos—pese a la


contestación brusca de Arthor, el viajero se mantuvo amable—Yo me dirijo hacia la
capital. Hay asuntos que me requieren allí.

Arthor le echó un vistazo a las alforjas del caballo, viendo así que estaban llenas de
libros y pergaminos enrollados que sobresalían de los compartimentos.

— ¿Para qué necesitáis tanto papel?

—Soy escritor e historiador—respondió—No sé si sois aficionado a la lectura, pero


tal vez hayáis oído halar de mí. Soy Ludwing Auster.

Le extendió la mano para estrechársela desde lo alto del caballo, pero Arthor se la
miró con desdén y luego hizo lo mismo con él.

—No me importa vuestro nombre, tan sólo vuestra montura—aquellas palabras


helaron a Ludwing, cuyos ojos manifestaron el miedo que latía en su interior. Entonces
Arthor lo agarró del brazo, lo tiró del caballo, y de un puñetazo lo dejó inconsciente.

Aquellos movimientos tan violentos asustaron al caballo, que empezó a relinchar y a


moverse alterado de un lado a otro. Para calmarlo, Arthor lo cogió de las riendas y, con
suma suavidad en su voz, comenzó a aproximarse mientras hablaba en la lengua de los
elfos del bosque.

—Tudna, tudna…—fue acercándose poco a poco y con mucha suavidad, y una vez
estuvo lo bastante cerca le acarició el hocico para transmitirle su calma, logrando así
tranquilizarlo hasta dejarlo completamente dócil y quieto—Eso es, buen caballo.

191
Una vez el animal se tranquilizó, Arthor comenzó a sacar todos los pergaminos,
libros y tinteros que había en las alforjas para liberarlas de carga innecesaria. Luego
colocó todas las cosas del escritor junto a él, dejándole además metidas en el bolsillo
unas cuantas coronas de oro.

—Tomad esto, por las molestias y por el caballo—le dijo mientras lo hacía, pero
como era de esperar no hubo respuesta alguna por parte del escritor, pues continuaba
inconsciente—Vos probablemente las necesitaréis más que yo.

Dicho esto se subió al caballo y puso rumbo hacia Naarvin, habiendo dejado a
Ludwing Auster tirado en una cuneta junto al camino. Ahora que contaba con una
montura puedo recorrer un trecho que a pie le habría llevado mucho más tiempo del que
tardó. Sin embargo, Naarvin seguía estando a varios días de camino.
Durante dos noches estuvo durmiendo a la intemperie para recuperar fuerzas,
siempre con la guardia alta y ojo avizor por si era asaltado por ladrones o bandidos. Al
tercer día ya entró en el límite territorial que ocupaba la ciudad de Naarvin, mas no en la
ciudad en sí; tan sólo por los alrededores. Preguntó a los lugareños por la localización
de la finca de los Viñedos, hallando de este modo el paradero de Osval el Terrible.

Los Viñedos ocupaban varias hectáreas de terreno que, como bien decía su nombre,
estaban dedicados plenamente al cultivo de la vid para hacer vino. Había varias bodegas
a lo largo del terreno, todas ellas vigiladas día y noche, pero aquel no era el objetivo de
Arthor. Su objetivo se hallaba en la villa situada en lo alto de una pequeña colina: una
casa que solamente podía pertenecerle a alguien con gran poder económico, o sea, el
señor de aquellas tierras.
Aguardó a la noche para ir oculto bajo el velo de las sombras, habiendo antes
estudiado el terreno y las patrullas de los guardias, quienes para su sorpresa eran
hombres y no enanos. Entonces, una vez la luna se alzó el cielo y la tierra se sumió en el
silencio, Arthor sobrepasó el cercado que había alrededor de la casa, habiendo tenido
que burlar a varios guardias para ello.

—Osval debe de ocultarse en esa casa—susurró mientras observaba detenidamente la


luz de una de las ventanas.

Llegó hasta la casa en sí, viendo así que un guardia vigilaba la verja para entrar y que
dos rondaban alrededor del patio. Deshacerse del de la verja fue tarea sencilla; con
simplemente silbar oculto dentro del seto que formaba el camino hasta la casa consiguió
captar su atención y hacer que se acercara a comprobar, apuñalándolo así con su
cuchillo de caza cuando lo tuvo al alcance.
Una vez muerto ocultó el cadáver dentro del seto, y justo después saltó la verja
amortiguando el sonido la caída con los pies, logrando así que fuera prácticamente
inaudible. Ahora sólo le faltaban los otros dos guardias que rondaban el patio, los cuales
conversaron brevemente mientras él permanecía escondido.

192
— ¿Cómo están tus hijos, Tom?

—Bien, bien—respondió con una sonrisa—Rodvick está hecho todo un hombre.


Cumplió quince años hace tres semanas. Ayuda a su madre a cuidar de la pequeña, que
es un manojo de nervios.

—Me parece que ha salido al padre en eso—rió su compañero.

—Sí, aunque es la viva imagen de su madre—dijo Tom sonriente—Rodvick dice que


quiere ser soldado como su padre. Quieran los dioses que no tenga que vigilar una villa
durante toda la noche.

—Hahahaha. Ojalá te escuchen—dijo—Será mejor que volvamos al trabajo.

Ambos siguieron haciendo guardia, cada uno posicionado a un lado de la casa.


Arthor fue primero a por aquel al que su compañero había llamado Tom, pues era quien
patrullaba el lado trasero. Esperó a tenerlo de espaldas, y entonces se aproximó sigiloso
como una sombra por detrás y le rebanó el cuello, cayendo entonces al suelo la alabarda
que sujetaba y provocando esto un ruido que alertó a su compañero.

— ¿Tom?—tras no oír una respuesta, la inquietud invadió su cuerpo, y con cierto


temor se dirigió a la parte trasera, encontrando entonces un rastro de sangre que llevaba
hacia la oscuridad del seto, donde la luz de las lámparas que alumbraban el porche no
alcanzaba.

Siguió el rastro con la mirada, y de la oscuridad surgió una flecha que le atravesó la
garganta. Se llevó las manos al cuello, tratando de taponar la sangre que salía a
salpicones. Comenzó a toser sangre y, lánguido y desplomado, su cuerpo cayó al suelo,
causando un fuerte sonido cuando el metal de su armadura impactó contra el suelo. Sin
embargo, nadie pudo oírlo, pues no quedaba nadie con vida lo bastante cerca como para
poder hacerlo.
Con el camino despejado, Arthor se adentró en la casa, subió las escaleras y entró en
unos aposentos, viendo en ellos a un enano de larga barba y melenas blancas como la
nieve durmiendo en una gran alcoba iluminada por la luz de la luna. Se acercó
silenciosamente, pero todo estaba demasiado oscuro alrededor, por lo que tropezó con
una mesa que no pudo ver y accidentalmente tiró una copa al suelo.

— ¿Eh? ¿Quién anda ahí?—el enano abrió los ojos sobresaltado, pero no consiguió
ver nada, pues Arthor se había ocultado entre las sombras. Entonces se levantó de la
cama, cogió una lámpara de aceite que tenía encima de la mesita de noche y con una
cerilla la encendió, comenzando así a buscar por la habitación.

193
Se aproximó a la mesa donde se había escuchado el ruido, y al extender su lámpara
vio la copa hecha pedazos en el suelo, lo cual le causó gran inquietud y temblores por
todo el cuerpo. Entonces giró la mirada junto a la lámpara, desvelando así el rostro de
Arthor justo frente a él acechándolo desde las sombras. Dio un salto hacia atrás del
susto, cayéndosele incluso la lámpara al suelo, la cual al ser de aceite comenzó a
quemar la alfombra con suma velocidad.
Esto no detuvo a Arthor, quien agarró a aquel enano de la ropa y lo estampó de
espaldas contra la mesa, comenzando entonces a asestarle una serie de puñetazos hasta
hacerle sangrar por la nariz y romperle el labio.

— ¿Quién eres?—preguntó el enano aterrorizado.

—Soy el fantasma de tu pasado, Osval—Arthor dirigió la mirada hacia una botella


de vino que había sobre la mesa, viendo entonces que el dibujo llevaba escrito lo
siguiente: «De la reserva de Osval (1.335 d. A.)»— ¿De tu bodega personal? Dime,
¿cómo un asesino como tú pasa a convertirse en alguien que elabora su propio vino?

Tras decir esto cogió la botella de la mesa, le quitó el tapón de corcho con los
dientes, lo escupió y después le dio un trago. Luego miró a Osval; asustado y sin
entender qué estaba sucediendo, y entonces sonrió perversamente.

— ¿Tienes sed? Pues bebe—le abrió la boca y dejó caer el vino como una pequeña
cascada. Vertió el contenido de la botella sin dejarle respirar, consiguiendo que casi se
ahogara, pero Osval de manera casi instintiva tosió para vaciarse los pulmones,
terminando por ello con la barba teñida de rojo tinto.

— ¿Por qué hacéis esto?—preguntó entre tosidos.

— ¿Recuerdas Paraje de Girthur? Hace catorce años, al suroeste de Dorland,


quemasteis una aldea y masacrasteis a su gente. Matasteis a mi padre y violasteis a mi
madre delante de mí—lo miró con furia en sus ojos—He venido a hacer justicia por lo
que hicisteis aquel día.

— ¿Qué? ¡Yo… ni siquiera lo recuerdo! ¡Fueron muchas las aldeas que saqueamos
durante la guerra!—Osval temblaba de miedo—Por favor, no me mates. Te daré lo que
quieras.

—No hay nada que tú puedas darme, nada salvo tu muerte—desenfundó su cuchillo
y le acarició la mejilla con él, pudiendo ver el terror en sus ojos—Vosotros quemasteis
mi hogar, y ahora tú arderás en el tuyo.

Dicho esto, Arthor le apuñaló en la rodilla y le desgarró varios tendones retorciendo


el cuchillo, haciendo así gritar Osval del terrible dolor que le estaba provocando.

194
Después lo tiró al suelo, y cuando el enano trató de ponerse en pie fue incapaz, pues el
dolor de la pierna le hizo caer de nuevo.

— ¡Por favor, no me dejes aquí!—le suplicó, pero Arthor hizo caso omiso y se
marchó, dejándolo allí para que ardiera vivo.

La casa se incendió en cuestión de minutos. El fuego y los gritos de su señor


pidiendo auxilio alertaron a los guardias del cercado, quienes fueron corriendo de
inmediato hacia allí, pero para cuando llegaron ya era demasiado tarde, pues Osval
había muerto devorado por las llamas y Arthor andaba demasiado lejos para que
pudieran encontrarle. Su venganza no había hecho más que comenzar.

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Capítulo 20: Un Viejo Amigo
Tras la derrota de Bauglin Magrum, Erikus y Seline regresaron a Roca Austera con
aires victoriosos. Los guardias les abrieron el portón, y tras él hallaron a varios hombres
de Loffir aguardando su llegada. Y entonces, entre aquella media decena de soldados,
unas manos gruesas se fueron abriendo camino.

— ¡Quitaos de en medio! ¡Abrid paso!—se oyó decir a la voz de Loffir, quien al ver
a su hija sana y salva se quedó paralizado. Su mirada no expresaba ira, sino alivio y
alegría, algo que dejó a ambos ciertamente desconcertados—Seline, hija mía…

Fue corriendo hacia ella para abrazarla, y ella le devolvió el abrazo con cariño y
ternura. Erikus sin embargo permanecía desconcertado, incapaz de comprender por qué
no estaba airado ni con ella ni con él.

—Oí que te habían capturado. Gracias a Targûn que estás bien—dijo mientras una
lágrima brotaba de su ojo.

—No deberías darle las gracias a Targûn, padre, sino a Erikus—Seline le miró con
una grata sonrisa—Él fue quien me sacó de los cuarteles.

En ese momento, Loffir miró a Erikus directamente a los ojos, pudiendo ver el miedo
reflejado en ellos. Sin embargo, la ira no ardía en los suyos, sino la alegría y el
agradecimiento, como si el Loffir Lengua de Piedra al que todos conocían hubiera
desaparecido de su ser.

—Tienes mi eterna gratitud, muchacho. Has salvado la vida de mi hija, y eso es algo
que jamás olvidaré—le dijo con solemnidad, y entonces volvió a dirigirse a Seline—
Hija, vuelve a tus aposentos, ¿quieres? Quisiera hablar con él en privado—miró al resto
de sus hombres—Vosotros también.

Dicho esto, todos se retiraron, incluida Seline. Loffir y Erikus fueron a la sala del
trono, una vez más vacía, aunque en ese momento iluminada por la roja luz del cercano
atardecer.

—Sé lo que piensas, y no te falta razón—dijo Loffir mientras se dirigía hacia su


trono—Sé que has desobedecido mis órdenes al haber vuelto a ver a mi hija y que por
ello debería castigarte, pero también sé que de no ser por ti Bauglin la habría torturado e
interrogado tan sólo para verme sufrir, y eso es algo que no puedo pasar por alto a la
hora de juzgar tus actos, chico.

—Ya no tendréis que preocuparos más por Bauglin, mi señor. Él ahora…

196
—Ya he oído la noticia. Te recuerdo que nada sucede en Naarvin sin ser yo el
primero en enterarme. Tengo ojos y oídos en todas partes—tras interrumpirlo con
aquellas palabras continuó hablando—Me reconforta saber que al fin nos hemos librado
del inconveniente en el que Bauglin se estaba convirtiendo para nuestras operaciones.
Ahora Naarvin está completamente bajo nuestro control; ya no queda nadie que pueda
suponernos un problema.

—Entonces… ¿al fin ha acabado todo?

—Por el momento—respondió—En el mundo de las sombras siempre habrá algunos


como Bauglin que traten de escalar la pirámide del poder para posicionarse en la cima.
Ahora debemos mantener nuestra posición y estar alerta ante el surgimiento de un
posible enemigo que pueda traernos problemas.

Dicho esto, un enano de elegantes ropajes irrumpió en la sala, pareciendo apurado


dado su acelerado ritmo al andar.

— ¿Qué ocurre, Gudvar?—dijo Loffir con brusquedad—Más vale que sea


importante; acabas de interrumpir un concilio privado.

—Disculpadme, mi señor, pero el mensaje que os traigo es de gran importancia para


vos—se aproximó a él y le susurró al oído, y entonces la expresión de Loffir cambió por
completo.

— ¿Esta noche?—preguntó, y Gudvar asintió. Entonces se hizo el silencio


brevemente, y poco después volvió a hablar—Dile que allí estaré.

—Sí, mi señor—tras una reverencia, aquel enano se marchó apresurado, volviendo


así a dejarlos solos.

— ¿Qué ocurre?—preguntó Erikus confuso.

—Tengo asuntos que atender en Naarvin esta noche—se levantó de su trono con un
aire intrigante—Un viejo amigo mío ha venido a la ciudad y desea reunirse conmigo.
No sé qué querrá, pero puedo hacerme una idea, y sé que no me va a gustar.

— ¿Un viejo amigo?

—Suficientes preguntas por hoy, muchacho—lo cortó en seco, dejándole esto


intrigado—Son asuntos míos. Tú permanece aquí; alguien debe vigilar el castillo en mi
ausencia, aunque no creo que tarde mucho.

—Sí, mi señor—dijo con voz queda, agachando la cabeza justo después, pero cuando
Loffir siguió caminando una media sonrisa se le dibujó en el rostro.

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La noche estaba a punto de cernirse sobre Naarvin. El cielo comenzaba a oscurecer y
las estrellas ya se alzaban radiantes en el firmamento. Loffir, cubierto bajo una capa
encapuchada para pasar desapercibido fue a la ciudad escoltado por cuatro de sus
hombres, llegando hasta la puerta de una casa común y corriente. Erikus lo siguió hasta
allí sin que nadie pudiera notar su presencia, pues conocía aquellos tejados como la
palma de su mano y sabía muy bien cómo moverse sin ser visto.

—Lo siento, lord Loffir, pero debéis entrar solo—dijo el soldado fortlandés que
custodiaba la puerta junto a su otro compañero—Vuestros hombres permanecerán aquí
con nosotros. Son órdenes directas del rey.

— ¿Tan paranoico se ha vuelto que no confía ya ni en sus propios aliados?—dijo él,


y luego miró a sus escoltas—Muy bien, quedaos aquí. Procuraré no demorarme.

Loffir atravesó el umbral de la puerta, quedando fuera del alcance de la visión de


Erikus, quien lo observaba todo desde lo alto de un tejado. Entonces se desplazó por la
oscuridad hasta llegar a la ventana superior de la casa, pudiendo ver en el interior de la
habitación a una figura oculta entre las sombras. No había una sola luz que alumbrara
salvo la de la luna brillante en lo alto del cielo, y aquel misterioso sujeto ocultaba su
rostro en los sitios donde la luz no alcanzaba.
Pasaron escasos segundos hasta que Loffir llegó al piso de arriba, y en ese momento
se desprendió de su larga capa gris, permaneciendo por breves instantes observando a
aquel que lo estaba aguardando.

—Hola, Loffir—se oyó decir a una voz ligeramente aguda, ciertamente molesta—Ha
pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos.

—Esperaba que fuese la última—miró a su alrededor, viendo que la habitación


estaba completamente desamueblada—Decidme, ¿a qué viene tanto secretismo?

—Como bien entenderás, no puedo correr demasiados riesgos dada la situación


actual en el país—respondió—Muchos desearían verme muerto, y mi lista de aliados me
temo que no hace más que mermar. Esos guerrilleros silvanos seguramente tendrán
espías dispersos por toda la ciudad. No puedo exponerme tan abiertamente teniendo
enemigos por doquier.

—No habéis cambiado en estos últimos quince años—Loffir rió—No podéis vivir sin
una guerra que librar, ¿no es así? ¿Acaso no tuvisteis suficiente fragmentando el
imperio de vuestro padre y repartiéndooslo con vuestros hermanos?

— ¿Cómo osas hablarle así a un rey?—dijo con rabia y arrogancia, y justo después
su rostro quedó desvelado por la luz de la luna, mostrando así una pequeña corona
dorada reposando sobre su cabeza. Tenía el cabello corto y castaño, una barba
perfectamente recortada y perfilada y una mirada maliciosa y soberbia.

198
—Hahaha. ¿Rey? Vos no sois más que un niño mimado y celoso con una corona en
la cabeza. Siempre lo habéis sido—la voz no le tembló lo más mínimo—Aquí no tenéis
poder alguno. Naarvin podrá estar dentro de los límites de vuestro reino, pero aquí son
las leyes de Sungard y el rey Affin las que se dictan. Aquí, entre estos cuatro muros, no
sois rey.

—Ten cuidado con lo que dices, Loffir—se acercó a él con rabia contenida—Te
recuerdo que fui yo quien os concedió a ti y a tus colegas los títulos y las tierras de las
que hoy tanto gozáis. De no ser por mí seguiríais siendo una panda de bandidos piojosos
sin un techo bajo el que morir, así que lo mínimo que merezco es una muestra de
respeto y agradecimiento.

— ¿Y qué es lo que quiere el rey Dastian de un simple bandido como yo?

—Lo mismo que necesité tiempo atrás, el apoyo de tu banda—se dirigió hacia la
ventana, y Erikus permaneció oculto junto al borde—La guerra se ha prolongado más de
lo previsto, y eso ha dejado al reino sin fondos con los que pagar a los soldados que
luchan en el frente, por lo tanto muchos de ellos han decidido desertar y dedicarse al
bandidaje. Por eso que he acudido a ti. Necesito que reúnas a tus antiguos camaradas y
que las Serpientes de Oswalin sirvan una vez más a la corona de Fortland.

—No hablaréis en serio, ¿verdad?—le dijo Loffir—La mitad de los que éramos por
aquel entonces ha muerto, y los que quedamos somos demasiado viejos para seguir
luchando. Además, no he vuelto a hablar con ninguno de mis chicos desde que la guerra
terminó, y dudo que estén dispuestos a levantar sus arrugados y acomodados culos para
volver a empuñar un arma.

—Es cierto. Ya sois demasiado viejos para combatir, pero ahora tenéis mucho más
poder del que tuvisteis por aquel entonces—Dastian le dirigió de nuevo la mirada y se
acercó a él—Contáis con medio centenar de hombres a vuestro servicio. Con ellos
podría engrosar las filas de mi ejército y acabar con esos malditos silvanos de una vez.
Ayudadme como hicisteis en el pasado; al fin y al cabo ese fue el trato que acordamos.

—Nuestro trato terminó con la guerra—respondió—Acordamos hacer el trabajo


sucio por vos e ir quemando las aldeas que apoyasen a vuestros hermanos y así lo
hicimos. Yo ya no os debo nada.

—Eso no fue lo que acordamos—dijo Dastian impertinentemente—Se supone que tú


y tus hombres quemaríais y saquearíais las aldeas que apoyasen a mis hermanos para
demostrarle al pueblo que aquellos a los que aclamaban como sus legítimos
emperadores no eran capaces de protegerlos. De ese modo se suponía que me preferirían
a mí como su nuevo emperador, pero no fue así. La guerra acabó sin un claro vencedor
y yo y mis hermanos terminamos repartiéndonos el Imperio en tres trozos, y aun así yo
os premié por los servicios prestados. Aún me debes ese favor, Loffir.

199
Tras esto, un breve silencio se hizo entre los dos. Loffir permaneció pensativo,
dudoso sobre qué decisión tomar, y así, tras haberlo reflexionado brevemente, alzó la
mirada y respondió con firmeza:

—Yo… no… os debo… nada—entonó con rabia cada palabra—Ya no soy el mismo
de hace quince años. Ahora tengo algo que perder.

—Ah… ¿Te refieres a esa niña a la que arrancaste de los brazos de sus padres, a los
cuales asesinaste después de haber quemado y saqueado su aldea?—tras oír esto, Loffir
guardó silencio, pero en cambio a Erikus se le heló la sangre, como si un cruento
invierno le hubiera azotado el alma de golpe.

—No metáis a mi hija en esto—gruñó el enano, y Dastian sonrió perversamente.

—Con que ahora la llamas “hija”—su sonrisa enfurecía a Loffir por cada segundo
que permanecía dibujada en su rostro—Y dime, ¿sabe tu “hija” que eras el asesino más
buscado de toda Nevelthia? ¿Sabe a cuántos hombres, mujeres y niños has matado a
sangre fría? ¿Conoce acaso la razón por la que te llaman Lengua de Piedra?

—Ella no tiene por qué saberlo—respondió—Todo eso quedó enterrado en el


pasado. Ya no soy ese enano.

—Tampoco lo eras cuando os encontré a ti y a los vuestros, pero yo os di la


oportunidad de dejar atrás vuestro pasado criminal y de empezar una nueva vida.
Prometí indultaros y concederos tierras a todos cambio de que me ayudaseis en la guerra
contra mis hermanos, y así lo hice—guardó silencio durante un instante— ¿Qué habrías
hecho con esa niña si no te hubiera convertido en el señor de Roca Austera? ¿Habrías
estado huyendo de la justicia durante el resto de tu vida con ella a cuestas? Sé que no
querías eso para ella, y por eso te ofrecí aquel trato. Ayúdame como ya hiciste una vez,
reúne a las Serpientes de Oswalin y sirve a tu rey.

—Vos no sois mi rey—dicho esto se dio la vuelta y se dispuso a irse—Si lo que


necesitáis son hombres dispuestos a derramar su sangre por dinero, ya que veo que por
vos nadie va a estar dispuesto a hacerlo, entonces llamad a la Hermandad del Oro.

— ¡Pagarás por esta ofensa, Loffir! ¡Nadie insulta al rey Dastian de Fortland y se
marcha así sin más, ¿me oyes?! ¡Nadie!—sus gritos pudieron oírse desde la calle, y aun
así Loffir prosiguió su camino sin mirar atrás y sin mostrar temor en sus ojos.

Él y sus hombres se perdieron entre las callejuelas, y mientras tanto Erikus


permanecía paralizado, aún incapaz de creer todo lo que había oído. Así permaneció
durante varios minutos, pensando una y otra vez sobre la verdad acerca de Seline y la
muerte de sus padres, hasta que finalmente volvió en sí y, concienciado de lo que debía
hacer, puso rumbo hacia Roca Austera.

200
Capítulo 21: El Cazador Cazado
La noche siguió su curso hasta que el sol se alzó una vez más por el horizonte para
abrir paso a un nuevo día. El incendio de los Viñedos no pasó desapercibido para la
gente de los alrededores, los cuales comenzaban a tener la creencia de que aquel extraño
montaraz que había estado haciendo preguntas el día anterior tenía algo que ver.
Mientras aquellos pensamientos se divulgaban entre los campesinos de la zona,
Arthor se dirigía hacia el Gamo Gris, el coto de caza a las afueras de Naarvin del que la
Dama del Bosque le había hablado. Cabalgó hacia allí siguiendo el río y guiándose
nuevamente por las indicaciones de los lugareños, llegando aproximadamente a las diez
y media de la mañana. Entonces llegó al castillo que había justo antes de entrar en el
coto, donde dos guardias enanos vigilaban la entrada.

— ¿Qué asuntos os traen aquí, forastero?—le preguntó uno de ellos tras verle llegar a
caballo, parándose así él en seco.

—Solicito ver al señor de este castillo—Arthor trató de contenerse para no


propiciarles ningún insulto.

—Lord Gendry se encuentra ahora mismo cazando en el bosque con una partida de
hombres—dijo el guardia—Si lo deseáis podéis esperar a que vuelva.

—No… Prefiero volver en otro momento—miró hacia el bosque con una mirada
sombría e inquietante, y luego se marchó por donde había venido.

Una vez se alejó lo suficiente, Arthor desprendió al caballo de sus alforjas, de su silla
de montar y de todo lo demás para así dejarlo libre. Luego le dio un rodeo al castillo,
adentrándose entonces en el bosque y comenzando así su cacería. Caminó entre aquella
verde extensión de árboles y arbustos guiándose por el olor que desprendían aquellos
enanos, pues el viento soplaba en su contra. Entonces halló unas huellas de botas
hundidas en el barro, dándole esto el rastro para comenzar a buscar.

—Han pasado por aquí hace poco. Las pisadas siguen estando frescas—dijo en voz
baja, y entonces comenzó a contar el número de huellas—Uno, dos, tres… cuatro
enanos. Uno de ellos debe de ser Gendry.

Siguió el rastro ocultándose entre la verde maleza, haciéndose uno con el entorno
hasta el punto de que su presencia pasaba completamente desapercibida. Entonces llegó
junto a un arroyo, y allí encontró algo que le causó curiosidad.

—Las huellas de los enanos se mezclan con las de otro animal—comenzó a


observarlas detenidamente—Las huellas son de una cierva, una bastante joven.
Probablemente anden tras ella.

201
Continuó rastreándolos hasta dar con ellos. Estaban posicionados en lo alto de una
subida natural, acechando a la cierva tras la que iban pastando en medio de un claro.
Procuraron no hacer ningún ruido, pero aun así Arthor fue capaz de verlos desde su
escondite tras los matorrales. Eran cuatro, tal y como había contado antes. Uno de ellos
cargaba con dos grandes odres, probablemente uno lleno de agua y otro lleno de vino.
Dos llevaban jabalinas dentro de una funda de cuero que llevaban colgando de un fino
cinto, y el cuarto; el más viejo de todos, portaba una ballesta pequeña, la cual estaba
cargando en ese preciso instante.
Lo observó todo desde unas treinta yardas de distancia, viendo cómo el enano
apuntaba oculto tras la maleza. Oyó cómo el seguro de la ballesta saltaba y el zumbido
del virote cortando el aire a su paso, y luego oyó a la cierva bramar después de que la
hirieran en el lomo. El animal comenzó a correr con un trote frenético y acelerado,
dejando tras de sí un rastro de sangre, y entonces se oyó exclamar a uno de los enanos.

— ¡Buen disparo, lord Gendry!—le elogió uno de los cazadores que iba con él,
dándole así a Arthor la certeza de que aquel enano viejo era su objetivo.

— ¡Vayamos tras ella antes de que se escape!—respondió Gendry— ¡Vosotros dos


flaqueadla! ¡Yo la seguiré de frente!

—Sí, mi lord—ambos cazadores se pusieron en marcha, yendo cada uno por un lado
diferente.

— ¿Y qué hay de mí, mi señor?—preguntó el que cargaba con los dos odres.

—Tú espera aquí a que volvamos—le dijo, y acto seguido descendió la ladera y
comenzó a seguir el rastro que había dejado la cierva.

Los cazadores se dispersaron por el bosque. Gendry fue en línea recta mientras que
los otros dos iban por los flancos para rodear a su presa, pero al hacerlo pasaron a
convertirse en las presas de Arthor, quien dio comienzo a su cacería. Primero fue tras el
que fue por el flanco derecho, el cual pasó a escasas yardas de él y ni siquiera se percató
de su presencia. Lo persiguió ocultándose tras los árboles y amortiguando cada uno de
sus pasos, como si de su sombra misma se tratase. Alcanzarlo le resultó sencillo, pues
los enanos no eran precisamente famosos por ser los más rápidos, y mucho menos por
ser los más silenciosos.
El enano se detuvo durante un momento para recuperar el aliento. El corazón le ardía
y su respiración era tan fuerte que medio bosque podría oírle jadear. Entonces tragó
saliva y se dispuso a proseguir, pero antes de que emprendiera de nuevo la marcha
Arthor ya le había hundido su cuchillo en la espalda sin que éste lo viera venir por
detrás. Le tapó la boca para que no pudiese gritar, oyéndose únicamente un grito
ahogado cada vez más débil por cada puñalada que recibía. Y así, tras la séptima, su
cuerpo cayó al suelo desplomado, inerte y sin vida.

202
El primer cazador había caído, y Arthor cogió una de las jabalinas que llevaba
consigo. Su siguiente objetivo fue el enano que cogió por el flanco izquierdo, logrando
alcanzarle cuando éste se detuvo junto a una enorme roca envuelta en musgo para
rastrear a la cierva tras la que iba.
Lo observó como un depredador que acecha a su presa oculto entre la vasta extensión
de hojas verdes. Estaba intentando oír el sonido de las ramas moviéndose con el avance
de la cierva arqueando la mano alrededor de la oreja, ignorando el resto de cosas que
había a su alrededor. Esta fue la baza que permitió al montaraz aproximarse sin ser
visto, quedando a escasas yardas de él. Entonces se dio la vuelta y, tras liberar un grito
ahogado a causa del susto y la impresión, una jabalina le atravesó vientre. La sujetó con
las dos manos y trató de hablar, pero lo único que salió de su boca fue un salpicón de
sangre, y acto seguido quedó postrado de rodillas.

—Mírate. Pareces un gorrino ensartado—dijo Arthor con una sonrisa levemente


sádica—Dime, enano. ¿Cómo te gustaría morir?

—Que te den—respondió con gran esfuerzo, pues apenas podía respirar.

— ¿Eso es lo mejor que se te ocurre, que te den? Eres un mierda muriendo, ¿lo
sabías?—dicho esto desenfundó su cuchillo de caza y, con suma frialdad, se lo hundió
en la garganta hasta que su cuerpo se destensó y quedó completamente lánguido.

El cadáver cayó al suelo por su propio peso. Luego Arthor limpió la sangre del
cuchillo con un trozo de tela que arrancó de la ropa de aquel enano y tras volver a
guardarlo en su funda fue tras su última presa: Gendry Aplastacráneos, quien en ese
momento se encontraba siguiendo el rastro de la cierva a la que había conseguido herir.
El enano la había seguido hasta un pequeño claro junto a un arroyo, donde el animal
se detuvo brevemente. Se aproximó con sumo sigilo, procurando en cada momento que
el viento soplara en su contra y midiendo cada uno de sus pasos para hacer el menor
ruido posible. Y así, puesto de cuclillas tras unos matorrales, Gendry cargó su ballesta,
apuntó desde la cadera y volvió a disparar, logrando esta vez atravesarle una de las
venas más importantes y por ello hacer que cayera desplomada al suelo mientras se
desangraba.

—Ya eres mía—dijo el enano, y acto seguido salió de su escondite y se aproximó a


paso ligero hacia su presa.

La cierva se retorcía en sus agónicos últimos segundos de vida, pataleando y


bramando débilmente. Por ello Gendry, para hacer cesar su dolor, le hundió su cuchillo
en el cuello hasta que su corazón dejó de latir por completo y su cuerpo quedó
totalmente inmóvil. Entonces, una vez terminada la cacería, la agarró de las patas y
cargó el cuerpo sobre sus hombres para llevarla al castillo.

203
Ahora con su presa a cuestas, Gendry se llevó los dedos a los labios y liberó un
silbido ensordecedor, tanto que hasta hacía pitar los oídos.

— ¡Ya la tengo, muchachos! ¡Hoy cenaremos venado!—gritó con una voz profunda,
pero no recibió respuesta alguna, lo cual lo preocupó— ¿Karl? ¿Gloin?

No se oyó ninguna voz respondiendo, ni siquiera el sonido de las hojas moverse en


señal de que se aproximaban. La inquietud comenzó a invadir su cuerpo como una
infección que se extiende por una herida, y entonces un escalofriante frío besó su nuca,
como si hubiera unos ojos puestos en ella.
Se dio la vuelta muy lentamente, y al hacerlo vio fugazmente la figura de un hombre
apuntándole con un arco a unas quince yardas de distancia. El corazón se le detuvo por
un instante, y sus ojos se abrieron como dos grandes lunas. Lo único que puedo hacer
fue soltar un grito ahogado, pues justo después el arco se destensó y la flecha se hundió
en su hombro, cayendo así de espaldas al suelo.
Gendry gritó con una mezcla de dolor y terror en su voz. Trató de hacerse con su
ballesta, pero cuando extendió el brazo para disparar una flecha atravesó su mano,
desarmándolo así al instante. Un nuevo grito desgarrador se oyó, casi pasando a ser un
llanto. Con la mano ensangrentada y el montaraz aproximándose, lo único que pudo
hacer fue levantarse y comenzar a correr hacia lo profundo del bosque mientras se
sujetaba la mano herida, pero una última flecha le atravesó la rodilla desde atrás,
cayendo así de boca al suelo.

Habiéndole hundido tres flechas en el cuerpo, Arthor tiró su arco al suelo y se acercó
a su presa mientras ésta se retorcía en el suelo entre llantos de dolor. Le dio la vuelta y
lo miró a los ojos, pudiendo ver el miedo dibujado en ellos. Entonces lo agarró de su
larga barba blanca y de un jalón levantó su cabeza del suelo para que así tuviera su
mirada puesta en él.

—Con que tú eres al que llaman Aplastacráneos—lo miró de arriba abajo con gran
desdén en sus ojos—Pensé que harías honor a tu apodo, pero no eres más que una rata
vieja y asustada.

— ¿Por qué haces esto?—dado el tono en que preguntó parecía que fuese a echarse a
llorar en cualquier momento.

— ¿Te suena el nombre Paraje de Girthur?—preguntó, pero no hubo respuesta, por


lo tanto agarró la flecha que tenía clavada en el hombro y la retorció para hundirla aún
más, haciéndole esto gritar de dolor—Contesta.

— ¡Sí, sí! ¡Recuerdo que la quemamos y la saqueamos! ¡Recuerdo cada una de las
aldeas que atacamos! ¡Recuerdo cada hombre, mujer y niño al que he matado! ¡Para,
por favor!—tras oír aquella respuesta, Arthor dejó de retorcer la flecha, cesando así

204
aquel intenso y punzante dolor— ¿Quién te envía? Seguro que yo puedo pagarte mucho
más de lo que te han ofrecido por mancharte las manos de sangre.

—Esto no es por el oro, sino por la venganza—lo miró con desprecio ardiendo en sus
ojos—Tú y el resto de tu banda me lo arrebatasteis todo, y ahora yo pienso arrebatároslo
todo a vosotros. Ojo por ojo.

—Por favor… no me mates—suplicó casi a punto de llorar—Te lo suplico,


perdóname la vida. Te prometo que si me dejas marchar jamás le hablaré a nadie de
esto. Diré que fue un accidente de caza, pero por favor, no me mates.

—Veo que valoras tu patética vida, enano—rió sarcásticamente—Pero dime,


¿tuvisteis vosotros piedad vosotros cuando degollasteis a mi padre? ¿La tuvisteis
cuando violasteis uno por uno a mi madre y luego la matasteis?

—Eso fue hace mucho tiempo—respondió—Dejé esa vida tiempo atrás.

—Que tus crímenes hayan quedado en el pasado no significa que deban ser
olvidados, y mucho menos perdonados—dicho esto, Arthor dirigió su mirada hacia una
roca enorme que había junto al arroyo, y una sonrisa perversa se dibujó en las comisuras
de su boca, mirando justo a continuación a Gendry—Recuerda mi rostro, anciano. Será
lo último que verás en este mundo.

Se levantó y fue a por la roca, teniendo que hacer bastante fuerza para conseguir
levantarla. Una vez la tenía sujeta entre los brazos se aproximó al enano, quien seguía
tirado en el suelo y vanamente intentaba levantarse, pero el dolor se lo impedía. Lloró y
suplicó de todas las formas que conocía, pero ninguna consiguió despertar piedad en el
montaraz, quien alzó la roca con todas sus fuerzas dispuesto a dejarla caer.

— ¡No, por favor! ¡No!—extendió el brazo de manera casi instintiva por última
instancia, pero Arthor de igual modo dejó caer la roca por su propio peso y, de una
manera realmente brutal, le aplastó la cabeza.

Su sangre y sus sesos se esparcieron salpicados por el suelo, tiñendo así la verde
hierba de rojo. Cuando fue a retirar la roca de encima de su cráneo aplastado, su rostro
había quedado irreconocible, pues tan sólo quedaba una masa machacada de carne, pelo,
hueso y lo que una vez fueron ojos.
Ante esto, Arthor mantuvo una mueca inexpresiva, una que no mostraba ni horror ni
placer. Una cierta satisfacción al sentir que se había hecho justicia recorrió su cuerpo
brevemente, pero aquella sensación se esfumó con rapidez como vapor en el aire.
Entonces, una vez el cazador fue cazado, el montaraz arrancó las flechas de su cadáver
y se marchó sin dejar rastro, poniendo rumbo a Naarvin.

205
Capítulo 22: Un Nuevo Enemigo
Aquella misma mañana, en Roca Austera, Erikus aguardaba desde sus aposentos a
que Seline se despertara. Fue incapaz de dormir aquella noche; aún permanecía
anonadado tras haber conocido la verdad sobre todo. Postrado en su cama sostenía su
colgante de plata, contemplándolo mientras las memorias de un pasado amargo volvían
a su mente. Entonces alguien llamó a la puerta de su habitación, devolviéndolo esto a la
realidad tras haberse sumergido en la laguna de sus recuerdos.

—Pasa—imaginó que se trataba de una de las criadas, pero quien apareció por el
umbral de la puerta fue el propio Loffir, cuya expresión no parecía mostrar mucha
alegría. Entonces se levantó de un salto y se puso firme como un mástil, guardando el
collar en su bolsillo—Mi señor. Perdonad que no esté presentable, no os esperaba aquí.

— ¿Dónde estuviste anoche?—preguntó con gran seriedad, dejando esto a Erikus


helado y sin palabras—Mis hombres me han dicho que saliste poco después de hacerlo
yo. Dime, ¿qué estuviste haciendo?

—Patrullaba las calles de Naarvin—respondió con cierto temor—Anoche no podía


dormir. Lo ocurrido durante esta última semana me ha impedido conciliar el sueño con
normalidad, así que salí para despejarme.

— ¿Y para eso necesitabas ir armado y pertrechado? ¿No te hubiera bastado con


pasearte por los bosques de madrugada?—la suspicacia podía notarse en sus palabras.

—Las calles se han vuelto peligrosas ahora que no hay alguien que mantenga el
orden en la ciudad—respondió con rapidez y agudeza—Pensé que, dado que fueron mis
errores los que ocasionaron esta situación, yo debía ser quien mantuviera un mínimo
orden, aunque fuese evitando que el crimen se apoderara de la ciudad.

—Así que ahora te has vuelto un justiciero—Loffir lo miró de arriba abajo, y


entonces se aproximó a él— ¿Sabes cómo te llaman en la ciudad?

—El Asesino de Naarvin—respondió con la cabeza agachada.

—Exacto, el Asesino de Naarvin, no el Caballero de Naarvin ni el Caballero de la


Noche, así que deja de jugar a hacerte el héroe—su único ojo penetró su mirada con
gran contundencia—Tu papel en esta historia ha concluido. Ahora déjame a mí que
arregle las cosas, pero si te inmiscuyes y vas por ahí patrullando las calles no me ayudas
en absoluto. Bauglin no es el único que me quiere ver fuera del mapa, así que no les des
bazas a mis enemigos para que acometan contra mí. Mantente fuera de esto, chico.

—Sí, mi señor—asintió con la cabeza—Disculpadme, no volverá a ocurrir.

206
—Más vale que así sea—dicho esto se dio la vuelta, disponiéndose a irse, pero
entonces Erikus lo detuvo durante un instante.

—Loffir—al decir su nombre, el enano se dio media vuelta y lo miró aguardando a


que continuase—Hay un enano al que llaman Jorgen el Rompehuesos. Robó la estatuilla
de Thorgrim y se dejó entregar para que los guardias creyeran que había estado en el
alijo de Bauglin todo este tiempo. Le prometí que le sacaría de allí si lo conseguía, y de
no ser por él vencer nos habría resultado más complicado aún.

—Veré qué puedo hacer—respondió, y Erikus hizo una leve reverencia con la cabeza
antes de que se marchara por la puerta.

Nuevamente se quedó solo en su habitación, reflexionando sobre algo que le causaba


dudas. Apretó los puños pareciendo querer contener la ira, como si un latente deseo
ardiera en su interior. Meditó largo tiempo sobre si contarle la verdad a Seline o no
acerca de la muerte de sus padres, pareciendo en cierto momento que no iba a ser capaz
de hacerlo, pues sabía lo que eso supondría. Sin embargo, finalmente decidió vestirse e
ir a sus aposentos, llamando antes a la puerta.

— ¿Sí?—se oyó su voz desde el otro lado, y entonces Erikus abrió la puerta, siendo
recibido con una sonrisa que le llegaba de lado a lado— ¡Erikus! ¿Qué tal has dormido
esta noche?

—No he podido dormir mucho—respondió— ¿Y tú?

—Yo… bastante bien, la verdad. Esta cama es mucho más cómoda que la del piso
franco—dijo con tono humorístico.

—Y más grande—le siguió el juego con una sonrisa dibujada, haciéndola así reír
brevemente, pero entonces cambió a un tono más serio—Seline, hay algo de lo que me
gustaría hablarte.

—Sí, dime—su cambio de tono tan repentino la extrañó— ¿De qué se trata?

—Verás, hay algo que debes saber, y es que…—de repente, la mente se le quedó en
blanco, incapaz de pensar en nada. Parecía estar completamente convencido de que se lo
diría hasta ese momento, pero una voz en lo más profundo de su ser comenzó a pedirle a
gritos que no lo hiciera.

— ¿Qué ocurre, Erikus?—preguntó Seline extrañada por su comportamiento.

—Seline, yo…—se dispuso a decir algo, pero en ese momento volvió a oírse cómo
alguien llamaba a la puerta, apareciendo tras ella uno de los guardias del castillo.

207
—Erikus—miró a ambos, viendo así que estaban conversando muy cerca el uno del
otro, y entonces se ruborizó—Perdonad que interrumpa vuestra intimidad, pero lord
Loffir exige verte en sus aposentos de inmediato. Dijo que se trataba de un asunto de
vital importancia. Yo que tú no le haría esperar.

—Gracias, Brandon. Enseguida voy—dijo así, y el guardia hizo una reverencia con
la cabeza antes de irse. Entonces miró a Seline, que seguía esperando a que le contase
aquello tan importante—Retomaremos esta conversación más adelante, ¿de acuerdo?
Ahora tengo que irme.

—De acuerdo—le dio un corto beso en los labios—No te demores mucho, sabes bien
que mi padre detesta que le hagan esperar.

Erikus asintió, y acto seguido abandonó los aposentos de Seline para reunirse con
Loffir en los suyos. Al entrar pudo verlo con las manos en la espalda mientras
observaba la pared, pareciendo pensativo acerca de algo. Al girarse vio preocupación en
su mirada, lo cual le hizo intuir que no podía tratarse de nada bueno.

—Brandon me ha dicho que queríais verme.

—Cierra la puerta—dijo Loffir, y Erikus así hizo—Lo que voy a decirte ahora es alto
secreto. No puedes hablar de esto con nadie, ni siquiera con mi hija. ¿Ha quedado lo
bastante claro?

—Sí, mi señor, pero… ¿qué es lo que sucede?

—Han hallado a dos de mis antiguos colegas muertos esta mañana—dijo, y Erikus se
quedó helado—Anoche alguien entró en los Viñedos y le prendió fuego a la casa de
Osval con él dentro, y esta mañana han encontrado a Gendry con la cabeza aplastada en
su coto de caza. Una manera poética de morir para alguien apodado Aplastacráneos, sin
duda.

— ¿Se sabe quién ha sido?

—Los lugareños hablan sobre un forastero que vino ayer haciendo preguntas. Un
montaraz, según lo describen—aquellas palabras llenaron de intriga a Erikus—No es del
todo seguro que sea él quien ande detrás de estos asesinatos, pero es nuestro principal
sospechoso de la lista.

—Y queréis que le de caza, ¿no es así?

—Es mucho más que eso lo que quiero—dijo—Quiero que llegues al fondo de esto.
Quiero saber quién anda detrás de las muertes de Osval y Gendry. Tengo ciertas
sospechas acerca de que el rey Dastian de Fortland podría estar implicado.

208
— ¿El rey Dastian? ¿Por qué?—Erikus se hizo el sorprendido.

—Anoche vino a Naarvin para pedirme ayuda. Quería mi apoyo en su guerra contra
los elfos silvanos, pero yo me negué—respondió Loffir—Dastian es como un niño
mimado; no acepta un no por respuesta. No lo veía capaz de hacer tal cosa, pero estoy
casi cien por cien seguro de que él anda detrás de todo esto.

— ¿Tenéis idea de dónde puedo encontrar a ese montaraz?

—Si nos guiamos por el patrón que está siguiendo, su siguiente objetivo es Tormen
Cejas de Oso—respondió—Vive en la ciudad, cerca del banco, pero nunca sale de su
casa. Piensa que todo el mundo intenta matarle. No ha hablado con ninguno de nosotros
desde hace años, y aunque le digas que soy yo quien te envía intentará acuchillarte
cuando te des la vuelta. Ha perdido completamente la cabeza, así que limítate a vigilar
su casa desde fuera hasta que veas algún indicio de que ese montaraz anda cerca,
¿entendido?

—Entendido—repitió—Partiré a Naarvin de inmediato.

—Ten cuidado, muchacho—le dijo antes de que se marchara—Los montaraces son


gente peligrosa. Sería conveniente no subestimar a nuestro nuevo enemigo.

—Descuidad, mi señor. Vos me habéis instruido para ser el mejor—dijo así, y luego
abandonó los aposentos de Loffir para ir en busca de su nuevo objetivo.

209
Capítulo 23: Cruce de Destinos
Mientras tanto, Arthor se encontraba a las puertas de Naarvin, pudiendo ver así sus
muros de piedra y los blasones de la casa real de Sungard hondeando en lo alto de las
atalayas. El humo de las chimeneas y la industria se alzaba negro en el cielo azul, y el
olor a hollín y a madera quemada podía olerse a varias leguas de distancia. Entonces
cruzó un puente de que llevaba a una de las puertas, la cual se encontraba custodiada
por dos guardias enanos y varios ballesteros en lo alto de las murallas.

— ¡Alto!—le dijo uno de ellos— ¿Qué asuntos os traen a Naarvin?

—Mis asuntos no os incumben—respondió—Dejadme pasar.

—De hecho, sí que nos incumben—dijo el guardia—Es nuestro deber preguntar a los
forasteros sobre qué vienen a hacer a la ciudad, de ese modo prevenimos cederle el paso
a los criminales, los cuales suelen mostrarse bastante aprensivos cuando se les pregunta
sobre sus intenciones.

— ¿Estáis insinuando algo?—dijo Arthor ofendido—Si tanto os interesa saber por


qué he venido a vuestra apestosa ciudad os lo diré. Llevo días pateándome el país de
norte a sur y me gustaría poder descansar bajo techo por una noche.

—Si hubierais dicho eso desde el principio os hubiera dejado pasar sin problemas.
Ahora, dado vuestro comportamiento hostil, me veo obligado a registraros y a
confiscaros vuestras armas—dio un paso hacia adelante, y en ese momento Arthor hizo
un ademán con la mano en señal de que se detuviera.
—Eso no será necesario—mientras lo detenía con una mano, con la otra cogía la
bolsa donde guardaba el dinero, sacando entonces dos coronas de oro—Que esto quede
entre nosotros. Será nuestro pequeño secreto.

El guardia miró con ojos golosos aquellas monedas, y su compañero hizo lo mismo.
Arthor sabía que un enano jamás podría resistirse ante la tentación del oro, y aquellas
coronas relucían nuevas y limpias, reflejándose incluso la luz del sol en ellas.

—Muy bien—cogió las dos monedas y volvió a su puesto—Podéis pasar.

Entró en la ciudad, y una vez dentro comenzó a preguntar acerca de Tormen Cejas de
Oso. Aquella tarea le llevó tiempo, pues la ciudad era grande y, además de eso, mucha
gente no sabía quién era aquel enano al que estaba buscando. Hubo algunos que, a
juzgar por su reacción al oír ese nombre, realmente sabían de quién se trataba, pero que
fingían no saberlo aparentemente por miedo, lo cual ralentizó aún más la búsqueda.
Mientras tanto, aún a varias millas de allí, Kriv y Eurielle vagaban por las vastas
extensiones verdes de Fortland siguiendo el rastro de muerte que Arthor había dejado a

210
su paso. Habían viajado exhaustivamente durante día y noche preguntando a la gente de
la zona acerca de un extraño montaraz vestido con una capa azul sucia y deshilachada,
llevándoles sus indicaciones hacia los Viñedos. Allí vieron la casa en lo alto de la colina
tras el incendio, carbonizada y completamente destrozada.

— ¿Creéis que Arthor andará detrás de esto?—le preguntó Eurielle a Kriv.

—No estoy seguro, pero todo indica que sí—respondió, y entonces uno de los
labradores de los campos de vid se les aproximó.

—Será mejor que os alejéis de aquí, forasteros, o creerán que estáis involucrados en
el incendio de la villa de lord Osval—era un chico joven, de unos veinte años, sucio y
con vestiduras de campesino.

—Muchacho, ¿qué ha ocurrido aquí?—preguntó Kriv.

—Nadie lo sabe con certeza, pero todas las sospechas apuntan a un montaraz que
estuvo ayer aquí haciendo preguntas extrañas—respondió ciertamente asustado.

— ¿Sabe alguien adónde fue?—Eurielle se unió a la conversación.

—No. Desapareció sin dejar rastro—dijo el muchacho—Es como si nunca hubiera


estado aquí realmente.

—De acuerdo. Gracias, muchacho—tras ser advertidos, ambos se alejaron y


siguieron buscando a Arthor sin cesar durante el resto de la tarde.

La noche se cernió sobre Naarvin. El cielo oscureció y las estrellas brillaron en el


cielo junto con una luna blanca y resplandeciente. Las calles se sumieron en el silencio
absoluto, oyéndose tan sólo a los gatos maullar de vez en cuando. No había ni un alma
vagando por los callejones a esas horas de la noche, tan sólo Arthor, que finalmente
había dado con el paradero de Tormen Cejas de Oso tras un fatigoso día en busca de
pistas que lo condujeran hasta él.
Caminó camuflándose entre las sombras hasta llegar a la zona cercana al banco de la
ciudad, donde le habían indicado que vivía Tormen. Su casa, a diferencia de la de sus
antiguos camaradas, era una común y corriente, igual a todas las demás que había a su
alrededor. Entonces se dirigió hacia la puerta con suma cautela y sigilo, mirando
constantemente en todas direcciones para evitar ser visto. Pero en aquella ocasión ni
siquiera sus tan agudizados sentidos de montaraz fueron suficientes para percibir la
presencia de un segundo individuo, uno que lo acechaba desde lo alto de los tejados
cubierto bajo el velo de las sombras.

—Este enano sí que se toma la seguridad en serio—se dijo a sí mismo Arthor cuando
vio que la puerta tenía cinco cerraduras, cada cual más compleja que la otra.

211
Finalmente, tras pasar un buen rato tratando de forzarla, consiguió abrirla y
adentrarse en el interior de la casa. Entonces, en ese preciso momento, Erikus se movió
de su escondite y comenzó a saltar de techo en techo silencioso y ligero como una
pluma hasta llegar al de la casa de Cejas de Oso.
Mientras tanto Arthor, pudiendo saborear ya la venganza, desenvainó su espada
lentamente y comenzó a subir los escalones que llevaban al dormitorio. Golpeó la puerta
con una patada frontal una vez estuvo frente a ella, abriéndola así de golpe y haciendo
que Tormen se despertara de un salto con un grito ahogado.

De debajo de las sábanas apareció la figura de un enano viejo con el rostro arrugado
y las cejas tremendamente espesas, tanto que sus ojos apenas eran visibles. Entonces
Arthor fue hacia la alcoba, alzó su espada y dio un mandoblazo descendente con todas
sus fuerzas en dirección a la cabeza de aquel enano, al cual no le había dado tiempo aún
de reaccionar. Pero, antes de que lograse asestárselo, una hoja surgió de entre las
sombras interponiéndose entre Tormen y su espada.
Tras ver que su golpe había sido frenado por una segunda espada, Arthor se quedó
petrificado por unos segundos. De inmediato, con los ojos abiertos como dos lunas
llenas, miró a su derecha, y de la oscuridad surgió la figura de un asesino encapuchado.
Tormen permanecía inmóvil con el rostro horrorizado, incapaz de comprender qué
estaba ocurriendo en ese preciso instante. Entonces Erikus desvió la espada de Arthor
con un ligero movimiento de muñeca, quedando así los dos mirándose fijamente
mientras andaban en círculos el uno alrededor del otro.

— ¿Quién coño eres tú? ¿Eres uno de los lacayos de Loffir?—preguntó el montaraz,
pero Erikus no ofreció respuesta, sino que simplemente se limitó a seguir observándole
con una mirada fría e inexpresiva— ¿Qué pasa? ¿No sabes hablar? Da igual, morirás de
todos modos.

Tras estas palabras, el enfrentamiento entre el Errante y el Asesino de Naarvin dio


comienzo. El sonido de sus aceros chocando resonó por toda la habitación como un
zumbido agudo y casi ensordecedor, y su enfrentamiento derribó varios de los muebles
de la habitación. Tormen, viendo que tenía una oportunidad, salió corriendo y se escapó
por la puerta. Arthor trató de evitarlo, pero fue incapaz, pues Erikus le acosaba
constantemente con golpes de espada.
El manejo que ambos poseían con la espada parecía gemelo. En ningún momento
parecía que fuese a haber un claro vencedor, hasta que Erikus logró desviar uno de los
tajos de Arthor y empujarlo con una patada frontal que lo dejó postrado de espaldas
sobre la mesa de la habitación. Acto seguido se lanzó sobre él con un mandoblazo
descendente que fue bloqueado en el último instante. Arthor colocó la espada con el filo
en horizontal para poder frenar el ataque sin cortarse la palma de la mano. Erikus
presionó hacia abajo mientras que él empujaba hacia arriba con el fin de desviar la hoja.
No obstante, ante aquel forcejeo no parecía tener nada que hacer. La espada de Erikus
estaba cada vez más cerca de cobrarse su vida, pero entonces, en ese preciso instante, un

212
colgante de plata idéntico al suyo resbaló por debajo de la ropa de aquel misterioso
atacante y quedó colgando de su cuello. Y así, en ese momento, Arthor se quedó
petrificado, pues eso sólo podía significar una cosa.

— ¿Erikus?—se le oyó decir tras un breve silencio, y el rostro del asesino cambió
por completo—Erikus, ¿eres tú?

La rabia de Erikus se desvaneció como niebla en el aire y el impacto de aquellas


inesperadas palabras se plasmó en su mirada. Dejó de hacer fuerza con la espada, pues
el cuerpo se le había quedado helado. La incertidumbre recorría su interior, pero al
mismo tiempo no lo podía ver más claro. Sólo había una persona en el mundo capaz de
reconocerle por ese collar, y por ello respondió con las siguientes palabras:

—No puede ser—lo miró de arriba abajo, aún con su espada reposando sobre la
otra— ¿Arthor?

—Sí, soy yo… hermano—dejó de empujar hacia arriba con su espada, limitándose a
sostenerla con las dos manos mientras miraba a su hermano tan desconcertado como él.

Erikus no dijo una sola palabra, simplemente retiró su espada de encima de la de


Arthor y retrocedió tres pasos mientras observaba al suelo con desconcierto, incapaz de
creer que aquel que yacía sobre la mesa frente a él era su hermano mayor. Entonces
Arthor se levantó y, movido por la incertidumbre, preguntó:
—Erikus. ¿Qué es todo esto? ¿Se puede saber por qué ahora eres el sicario del
asesino de padre y madre?—en sus palabras podían sentirse rabia, desconcierto y
decepción, todo unido como un torbellino de emociones— ¿Es así cómo los honras
después de ver cómo murieron a manos de ese desgraciado?

—Tú no entiendes nada, Arthor—respondió tras una breve pausa.

— ¿Qué? Explícate.

—Me convertí en el sicario de Loffir para poder matarle—contestó con indignación


ante las palabras de su hermano.

— ¿Entonces por qué no lo has hecho todavía? ¿Por qué ese cabrón aún sigue con
vida?

— ¿Te crees que es tan simple como entrar en su castillo y hundirle una espada en el
corazón?—Erikus alzó la voz.

—Así es—respondió con completa seguridad, casi obviándolo.

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—Entonces eres más estúpido de lo que creía—dijo—Loffir tiene más de cincuenta
hombres custodiando su castillo, y jamás baja la guardia… ¡Jamás! ¡No te haces una
idea de cuánto me ha costado ganarme su confianza!—se detuvo por un momento—
Llevo todos estos años urdiendo este plan, analizando cada ocasión, cada detalle, sólo
para que fuera perfecto, y tú no vas a estropearlo.

—Entonces hagámoslo juntos—Arthor le extendió la mano—Venguemos a padre y a


madre como hermanos.

Erikus permaneció contemplando la mano de su hermano, pero en ningún momento


parecía que fuese a cogerla. Le miró a los ojos y a través de su mirada podía verse la ira
que daba una respuesta sin que las palabras fuesen necesarias.

—No, Arthor. Dejaste de ser mi hermano el día en el que me abandonaste en el


bosque—respondió con una frialdad, dejando por ello a su hermano completamente
helado y sin palabras.

— ¿Qué? No puedes estar hablando en serio.

—Estoy hablando muy en serio—dijo—Le prometiste a madre antes de que muriera


que me protegerías… y me abandonaste.

— ¡No era mi intención que te quedaras atrás!—Arthor gritó de la impotencia y el


dolor que le hacían sentir aquella palabras— ¡Estaba asustado, igual que tú! ¡La última
vez que te vi ibas justo detrás de mí y cuando volví a mirar ya no estabas!

—Puede que no fuera tu intención dejarme atrás, pero de igual forma lo hiciste, y ni
siquiera fuiste a buscarme después de eso.

— ¿Y qué quieres que hiciera? ¡Si hubiera vuelto atrás esos enanos me habrían
capturado!—su impotencia y su indignación eran cada vez mayores según las palabras
se iban pronunciando, y entonces hizo una breve pausa en la que contuvo las lágrimas
que exigían salir para liberar el dolor que lo invadía—Te busqué durante años, y jamás
te encontré. Te estuve buscando hasta que perdí toda esperanza de que siguieras con
vida, y ahora que al fin te encuentro te has convertido en el sicario de quien nos
destrozó la vida. Y no sólo eso, ¿también me guardas rencor porque sientes que te
abandoné aquella noche? ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar? ¿Y si hubiera sido yo el
que se hubiera quedado atrás y no tú?

—No me hubiera detenido hasta haberte encontrado—respondió—Eras mi hermano


mayor, aquel en el que siempre podía confiar… y me fallaste.

—Aún puedes confiar en mí—dijo Arthor—Soy tu hermano mayor, y siempre estaré


ahí cuando me necesites.

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—Entonces dime dónde estuviste cuando yo estaba solo y perdido en el bosque en
medio de la noche—se hizo un breve silencio, y Erikus siguió hablando a la vez que
subía el tono e iba acercándose a Arthor— ¿Dónde estuviste cuando tuve que ir
mendigando de aldea en aldea, de ciudad en ciudad, rodeándome de la escoria más
deleznable de cada lugar? ¿Dónde estuviste cuando tuve que dormir bajo la lluvia sin un
techo que me cobijara? ¿Dónde ha estado mi hermano mayor para protegerme estos
últimos catorce años, eh? ¡Yéndose a ver mundo y a vivir aventuras con los montaraces,
a defender las fronteras de un imperio ya fragmentado de las amenazas que lo rodeaban
en vez de proteger a los suyos! ¡Eso es lo que estuvo haciendo mi hermano mayor
mientras yo me enfrentaba a este mundo solo con solamente doce años!

Arthor no dijo nada, absolutamente nada; las duras y destructivas palabras de su


hermano le atravesaron el corazón como un frío puñal de acero. No era capaz de
formular ni una sola palabra, como si le hubieran arrebatado la voz de un golpe. No
obstante, el dolor podía verse reflejado en sus pardos ojos ahora brillantes por las
lágrimas deseosas de salir.
Erikus, por otra parte, sentía desahogo, pero doloroso de igual manera. Jamás pensó
que tendría la oportunidad de decirle a su hermano todo el odio que sentía por lo que
hizo, habiendo por ello hablado con el corazón en vez de con la cabeza. Entonces, tras
este silencio, decidió hablar de nuevo ahora en un tono más relajado.
—Pierdes el tiempo aquí, Arthor. El Erikus que conociste en tu niñez murió la noche
en la que lo abandonaste en el bosque—se dio la vuelta y se dispuso a marcharse, mas
no sin antes decir una última cosa—Mantente fuera de esto si no quieres que te maten.
Hasta siempre.

—Hermano…—Arthor intentó acercarse, pero cuando dio un solo paso Erikus le


puso la punta de su espada en la garganta como seña de que no diera un paso más.

—Última oportunidad—le amenazó—Márchate de aquí, no te interpongas entre


Loffir y mi venganza… y no vuelvas a llamarme hermano.

Dicho así, Erikus le apartó la espada del cuello, la envainó y acto seguido se marchó
por la ventana de la habitación en la que se encontraban. Arthor no hizo nada por
detenerlo; no tenía fuerzas para hacerlo. Se sentó en una silla, se echó una mano a la
cara y ya no pudo aguantar más el dolor. Los llantos se apoderaron de él y las lágrimas
brotaron de sus ojos como no habían hecho en mucho tiempo, haciendo así físico todo
el sufrimiento que en ese momento recorría su cuerpo.
Así permaneció largos minutos, pero entonces los pasos de un numeroso grupo y
unas cotas de malla rebotando se oyeron desde la calle cada vez más cerca. Miró por la
ventana y entonces vio soldados enanos aproximándose con Tormen Cejas de Oso
acompañado del capitán de la guardia a la cabeza. Eran cerca de docena y media de
guardias bien pertrechados y armados.

215
— ¡Allí está!—se oyó gritar al capitán tras ver a Arthor mirando tras el cristal de la
ventana, y justo a continuación sus hombres formaron para cortar las tres posibles vías
de escape— ¡Baja a la calle, asesino! ¡Entrégate ahora! ¡Sabes que no tienes
escapatoria, así que no hagas esto más difícil!

Contempló a aquella tropa una última vez, tomó un breve suspiro y luego bajó
lentamente las escaleras que llevaban al piso de abajo sin intención alguna de luchar o
escapar. Empujó la puerta de la calle con suavidad, pues simplemente estaba entornada.
Miró a todos aquellos enanos apuntándole con ballestas, y ante eso simplemente cerró
los ojos y abrió los brazos, esperando a su inminente final.
Los guardias se dispusieron a apresarle, pero entonces, en ese preciso momento, una
poderosa onda de aire empujó a varios de ellos y los tiró el suelo, rompiéndose de ese
modo la formación que habían hecho a su alrededor. Arthor, sin entender qué había
ocurrido, miró hacia su izquierda, viendo entonces a Kriv y a Eurielle aproximándose.

— ¡Matadlos!—ordenó el capitán de la guardia mientras se levantaba del suelo, pues


había caído al suelo tras el conjuro de viento que Eurielle había utilizado.

Un combate tuvo lugar en las calles de Naarvin. Los guardias de la ciudad trataron de
reducirlos, pero ambos luchaban con gran coraje. Sin embargo, los enanos los superaban
en número, por lo que era una batalla perdida.
— ¡Arthor, tenemos que irnos!—le gritó Kriv, pero el montaraz permaneció inmóvil
y con el rostro apagado, como si estuviera vacío por dentro— ¿Pero qué hacéis?

— ¡Kriv, id vos a por él! ¡Yo los contendré!—dijo Eurielle, y acto seguido arrancó
los ladrillos de las paredes y se los lanzó a los guardias, frenándolos así durante breves
instantes.

Aprovechando la nube de polvo que se había levantado, Kriv agarró a Arthor del
brazo y comenzó a correr junto a Eurielle en dirección a la entrada de la ciudad por la
que habían entrado, teniendo para ellos que despistar a los guardias en varias ocasiones.
Finalmente llegaron hasta el portón, pero los ballesteros de las murallas, al ver que
llevaban las armas desenvainadas y que se disponían a abandonar la ciudad, decidieron
dispararles a los pies para detenerlos.
Los primeros virotazos fueron un aviso, pero no iba a detenerse por eso. La patrulla
de guardias que los perseguía estaba cada vez más cerca, y los que estaban en lo alto de
las murallas comenzaron a bajar la segunda puerta de barrotes metálicos para impedirles
el paso. Cada vez que intentaban avanzar los ballesteros les disparaban para frenarles,
apoderándose entonces la frustración de ellos.

— ¡Tenemos que hacer algo con esas ballestas!—gritó Kriv, y entonces Eurielle,
pareciendo haber reflexionado brevemente acerca de algo, le siguió.

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—Sir Kriv, cubridme—le dijo, y éste la cubrió de los virotes de ballesta con su
enorme escudo mientras que ella alzaba los brazos y, con un tremendo esfuerzo tanto
físico como mental, lograba frenar la puerta de barrotes mediante la manipulación del
hierro del que estaban hechos—¡Vamos, huid! ¡No podré aguantar mucho más!

— ¡No pienso irme de aquí sin vos!

— ¡Debéis hacerlo, o ninguno de los tres logrará salir!—gritó como si le aplastaran


el pecho.

Kriv permaneció cuestionándose qué hacer. Su corazón en ese momento acelerado le


decía que no podía dejar atrás a un amigo, pero en el fondo sabía Eurielle tenía razón.
Los gritos de los guardias que los perseguían podían oírse cada vez más cerca, haciendo
esto que la frustración y la impotencia se apoderaran de él. Fue entonces que, lleno de
rabia y dolor, el dracónido dijo:

— ¡Volveremos a por vos! ¡Os lo prometo!—agarró a Arthor del brazo y


comenzaron a correr tan rápido como pudieron, dejando así a Eurielle atrás mientras ella
contenía aquellos gruesos barrotes de metal.

Los dos lograron escapar, y en ese momento Eurielle dejó de aguantar la puerta,
cayendo así tanto ella como los barrotes de golpe al suelo. Quedó postrada de rodillas, y
entonces los guardias llegaron. Ella no intentó siquiera escapar, pues sabía que no tenía
posibilidad alguna estando rodeada y tan débil tras haber gastado tanta energía.

— ¡Traed los grilletes de enethreum!—se oyó decir al capitán, y uno de los guardias
se los dio en mano. Luego se acercó a Eurielle y, tras juntarle las muñecas, se los
puso—Se acabaron los trucos de magia, elfa.

Tras ponerle los grilletes, el capitán miró a dos de sus hombres, los cuales se
aproximaron de inmediato y la levantaron del suelo.

—Llevadla al calabozo—ordenó—Mañana yo mismo me encargaré de hacerle unas


cuantas preguntas.

—Dado que ha sido mi casa la que han asaltado, me gustaría ser yo quien lo
hiciera—Tormen se adelantó, miró a Eurielle con cierto sadismo dibujado en su sonrisa
y le acarició una mejilla—Tengo cierta experiencia interrogando a la gente.

—Muy bien, pero seréis supervisado por mí—dijo el capitán, y Tormen asintió en
señal de conformidad. Luego se la llevaron a los cuarteles, donde pasaría el resto de la
noche encerrada en una celda.

217
Capítulo 24: Filo de Venganza
Mientras aquel altercado tenía lugar en las calles de Naarvin, Erikus se dirigía al piso
franco, aún con su hermano Arthor rondando por sus pensamientos. El rostro de su
hermano permanecía grabado en su mente como un amargo y martirzador recordatorio,
y una voz en su cabeza le repetía una y otra vez que había cometido un error, que había
dejado que su ira hablase por él. Entonces llegó y, mientras se quitaba la ropa, vio
colgando en su cuello el colgante que sus padres le habían regalado por su décimo Día
del Nacido, volviendo por ello a su mente el recuerdo de aquel día.

—Muy bien. Cerrad los ojos, mis hombretones—se oyó decir a su madre, cuya voz
no había vuelto a oír desde hacía años. Era dulce y melodiosa como un harpa recién
afinada, y eso le transmitía seguridad.

Erikus y Arthor tenían los ojos cerrados y las manos extendidas, aguardando sus
regalos. Celebraban sus Días del Nacido juntos dada la cercanía que tenían sus fechas
de nacimiento, lo cual hacía de cada celebración un momento que aguardaban con gran
entusiasmo durante todo el año. Entonces sintieron el frío tacto de una fina cadena
metálica acariciándoles las palmas de las manos, y al abrir los ojos vieron dos colgantes
de plata idénticos el uno al otro.

—¡Aiba! ¡Es plata auténtica!—su hermano Arthor dio un salto de alegría al ver aquel
adorno de tan refinada factura—¡Mira, hermanito! ¡El mío es exactamente igual que el
tuyo!

—Los pedimos exactamente iguales por dos razones: para que no os pelearais por ver
quién se quedaba con el más vistoso y para que sea vuestra insignia—su madre les
acarició el pelo a los dos con dulzura.

— ¿Nuestra insignia?—preguntó Erikus.

—Claro. Sois hermanos, ¿no es así? Pues como tal debeis estar unidos, y estos
collares son un símbolo de vuestra unión. Tienen un gran valor, así que debéis cuidarlos
y preservarlos siempre, ¿de acuerdo?

—Os han debido de costar una fortuna a padre y a ti…—tras aquel salto de alegría,
Arthor pareció poner los pies en la tierra. Ya tenía catorce años, por lo que ya
comenzaba a comprender mínimamente la realidad del mundo.

—No es el valor físico al que me refiero, cariño, sino al simbólico—su madre le


acarició la mejilla con una sonrisa—Debéis cuidarlos tanto como cuidaríais el uno del
otro, pues eso es lo que hacen los hermanos.

218
—Muchas gracias, madre—Arthor le dio un cálido abrazo, y Erikus así hizo también,
pudiendo en su presente volver a sentir el calor que sintió en aquel momento.

—De nada, hijos míos—sus ojos se hemedecieron de dicha, y entonces miró a su


esposo, quien permanecía ligeramente más alejado—Dádselas también a vuestro padre.
Él también se las merece.

—Gracias, padre—dijeron los dos mientras iban a abrazarle, pegando sus cabezas
contra su vientre.

—Ah… mis dulces zagalillos—dijo mientras les alborotaba el pelo con una sonrisa
que le llegaba de lado a lado.

Sus mente dio un salto en el tiempo, llevándole entonces a uno de los recuerdos más
hermosos de su infancia. Arthor y él estaban jugando a subirse a los árboles como si
fueran aventureros. Por aquel entonces él tenía once años y su hermano quince, pero
pese a la diferencia de edad seguían estando férreamente unidos. Entonces vieron ante
ellos un enorme roble que despertó en ambos el deseo de escalarlo, pues hacerlo sería
todo un desafío para ellos.

—Vamos, hermanito. Apuesto a que no eres capaz de llegar a lo más alto—tentó


Arthor a Erikus.

—¿Qué te apuestas a que sí?

— ¡Echemos una carrera a ver quién llega antes!—le propuso— ¡Al que pierda le
toca hacer las tareas del otro durante una semana!

Nada más decir esto fue hacia el árbol a toda velocidad para subirlo lo más rápido
posible, y su hermano le siguió del mismo modo. Arthor, al haber comenzando a
desarrollar un cuerpo adulto, tenía los brazos más largos y mayor fuerza, por lo que lo
tenía mayor facilidad para llegar a las ramas más lejanas y tirar del peso de su cuerpo.
Erikus sin embargo no desistió; su sentido de la competitividad se lo prohibía. Escaló
como si fuera una ardilla, pero aun así su hermano seguía sacándole gran ventaja.
Comenzó a frustrarse y, por ende, a querer subir con mayor velocidad y menor
precaución. Entonces agarró una rama que no era lo bastante gruesa para aguantar su
peso, y por lo tanto ésta se rompió. Quedó suspendido en el aire, y todo se volvió más
lento por un momento. Estaba a unas siete varas del suelo, por lo que una caída así sería
grave. Pero entonces, antes de que cayera, su hermano le agarró el brazo con todas sus
fuerzas y lo sostuvo en el aire.

—¡Ya te tengo, hermanito! ¡No te vas a caer!—Arthor tiró hacia arriba hasta subirlo
a la enorme rama donde él estaba, quedando así Erikus a salvo—¿Estás bien?

219
Asintió con la cabeza, pero con la mirada triste, como si sintiera vergüenza.

— ¿Qué te ocurre?—preguntó extrañado y preocupado.

—Es una altura muy grande—dijo mientras miraba hacia abajo—Si no me hubieras
cogido a tiempo, tal vez ahora no estaríamos hablando. Me has salvado la vida.

—Es lo que hubiera hecho cualquier hermano mayor, cuidar de su hermano


pequeño—Arthor le sonrió con dulzura y le puso la mano en el hombro, y entonces
Erikus le devolvió la sonrisa—Estaré contigo hasta el final, hermanito.

—Y yo también, hermano. Yo también—con esto, amos se abrazaron con amor en lo


alto de aquella rama, y en ese momento Erikus regresó a la realidad tras haber estado
navegando en lo más profundo de sus recuerdos.

Los ojos se le humedecieron y las manos le temblaron de la ira que sentía hacia sí
mismo. Jamás se había oidiado tanto como en aquel momento, haciendo este
sentimiento visible con un grito lleno de rabia y comenzando a tirar todos los muebles
de la casa con el único fin de desahogar su dolor.
Lanzó las sillas contra las paredes y dejó las encimeras tiradas por los suelo. Parecía
como si hubiese pasado un huracán por allí, y en cierto modo así fue, sólo que un
huracán de dolor y remordimiento. Quedó postrado de rodillas con los ojos llenos de
lágrimas, arrepentido de lo que había hecho. Y entonces, tras haberse calmado al fin, a
su mente regresó el latente deseo que por tantos años había estado reprimiendo: matar a
Loffir y ver así cumplida su venganza.

—Es el momento—se dijo a sí mismo dentro de su cabeza—Debo aprovechar esta


oportunidad que me ha sido dada. Pero… ¿qué hay de Seline? Ella ama a Loffir como a
un padre, y si le hago esto jamás me lo perdonará. Si decido estar junto a ella jamás veré
cumplida mi venganza, y si elijo vengar a mis padres la perderé para siempre. Dioses…
¿Qué debo hacer?

Mientras permanecía dubitativo, los minutos parecían horas, y las horas días enteros.
Permaneció largo tiempo sin saber qué decisión tomar, pues ambas le costarían algo.
Amaba a Seline con todo su corazón, pero aun así decidió tomar el camino de la
venganza, refugiándose en la excusa de que ya había perdido demsiado para que todo
hubiera sido en vano. Entonces cogió su puñal, lo impregnó con el veneno de mantícora
que Nogrolf le había dado y una vez se volvió a poner la armadura puso rumbo hacia
Roca Austera, donde le aguardaba su tan ansiada venganza.
A la vez que esto ocurría, Eurielle estaba siendo interrogada en los calabozos de
Naarvin por Tormen Cejas de Oso, teniéndola atada a una silla de manos y piernas con
grilletes de enethreum. Aquel enano la miraba con una mirada cruel grabada en el
rostro, la cual inquietaba hasta al más bravo de los hombres.

220
— ¿Quién os ha enviado a matarme?

—Nadie. No sé de qué me estáis hablando—respondió Eurielle, y justo después de


terminar Tormen le dio un revés con los nudillos.

—Volved a mentirme a la cara y os juro que la próxima vez no seré tan


benevolente—dijo así, y luego la elfa volvió a dirigirle la mirada, viéndose entonces un
fino hilo de sangre saliendo de la comisura derecha de su boca—Os lo volveré a
preguntar. ¿Quién os ha enviado para matarme?

No hubo respuesta, tan sólo una mirada desafiante por parte de Eurielle para
mostrarle que no le tenía algún miedo. Ante esto, Tormen hizo un atisbo de risa, pero
pronto fue eclipsada por su expresión fría y aterrorizante.

—Bien. Lo he intentado por las buenas, pero veo que no vas a hablar tan fácilmente.
Así que, si no es por las buenas, será por las malas—se aproximó a una mesa donde
tenía sus utensilios de tortura y cogió unas tenazas de hierro. Luego se acercó de nuevo
a Eurielle, la miró a los ojos; temblororos y aterrados, y acto seguido comenzó a
arrancarle las uñas una por una al son de una canción infantil.

Cinco lobitos tiene la loba;


cinco lobitos detrás de la escoba.
Cinco lobitos, cinco crió;
y a los cinco tetita le dio

Pulgar se llama este.


Índice es este otro, y sirve para señalar;
éste se llama corazón, y aquí se pone el dedal.
Aquí se pone el anillo, y se llama anular;
y este tan pequeñito, ¡meñique se hace llamar!

Por cada dedo que mencionaba la canción, Tormen le arrancaba su respectiva uña,
haciendo así gritar a Eurielle desconoslada y desgarradoramente. El dolor hizo que las
lágrimas brotaran por sí solas, y los gritos horrorizaron incluso a los guardias que
custodiaba la puerta desde el otro lado. Los dedos de su mano izquierda habían quedado
cubiertos de sangre y sin uñas, temblorosos a causa del intenso dolor. Entonces el enano
se dispuso a arrancarle las de la otra mano, pero antes de eso pudo ver en el bolsillo de
su blanco vestido un pequeño dedal de hierro, lo cual le trajo curiosidad.

—Fíjate. Hablando de dedos—metió la mano en el bolsillo y lo sacó—¿Es vuestro


este dedal?

—Fue un regalo—respondió—Ni se os ocurra hacerle nada o…

221
— ¿O qué? ¿Me mataréis con uno de vuestros trucos de magia?—preguntó con aires
de superioridad, dirigiendo su mirada hacia los negros grilletes de enethreum—Sin
vuestra magia no sois más que una niña indefensa. Ahora estáis a mi merced, así que
más os vale ir confesando todo lo que sepáis, o me aseguraré de que esta sea la peor
noche de vuestra vida.

—Os juro que no sé nada—respondió—No nos ha enviado nadie.

—Gritar se os da mejor que mentir—tras estas palabras, el enano comenzó a


arrancarle una por una las uñas de la otra mano, tirando esta vez más lentamente para
que el dolor fuera aún mayor.
Una vez más los desgarrados gritos de Eurielle inundaron los cuarteles, y una vez
más los guardias intentaron hacer caso omiso para no terminar horrorizados. Tras
haberle arrancado todas las uñas, Tormen le levantó la mirada alzándole la barbilla con
los dedos y la miró a los ojos, volviendo entonces a preguntar:

—¿Quién os ha enviado? ¿Quién era el hombre que ha irrumpido en mi casa y ha


intentado matarme?

—No lo sé…—a pesar de haber experimentado aquel dolor tan intenso, Eurielle
permaneció sin decirle la verdad a su torturador, lo cual lo enfureció aún más.

—Sois dura de roer, y he de reconocer que tenéis un par—dijo Tormen, y a


continuación se dirigió hacia la chimenea, donde cogió un marcador de ganado con la
punta candente—Tenéis una piel preciosa. Sería una lástima que quedárais marcada con
esto de por vida.

Se acercó con el hierro al rojo vivo al pecho de Eurielle, justo antes de empezar el
busto. Lo aproximaba muy lentamente, pudiendo notar el calor que éste desprendía
antes de quellegase a entrar en contacto con su piel. Y entonces, cuando ya estaba a
punto de marcarla como al ganado, la elfa habló.

— ¡De acuerdo, hablaré!—al decir esto, Tormen se detuvo inmediatamente, y acto


seguido alejó el marcador de su pecho—Mi compañero y yo viajábamos junto al
hombre que intentó mataros. Desconozco el porqué, os lo juro. No quiso decírnoslo.

— ¿Lo veis? No era tan difícil, ¿verdad?—dijo el enano como si se estuviera


burlando de ella—Bien. Ahora decidme, ¿dónde se esconden vuestros amigos?

—No lo sé, os lo juro—respondió con cierto temor—No sé adónde han ido.

—Lástima… Empezábais a ir por buen camino—Tormen se dirigió de nuevo a la


mesa donde tenía sus utensilios de tortura, cogiendo esta vez un garrote de madera

222
como su muñeca de grueso—¿Qué pierna queréis que os rompa primero? ¿La izquierda
o la derecha?

— ¡No! ¡No, por favor!—Eurielle suplicó con las lágrimas a punto de brotar de sus
ojos, pero el enano hizo caso omiso. Alzó el garrote alto para golpearle con fuerza en la
pierna, dispuesto a rompérsela a golpes. Pero entonces, cuando ya se disponía a asestar
el golpe, la voz del capitán de la guardia lo interrumpió.

— ¡Ya basta!—al decir esto, Tormen se detuvo de inmediato, mirando entonces al


capitán—Os estáis tomando demasiadas libertades para interrogar a la prisionera.

—Es lo que acordamos.


—Acordamos que la interrogarías, no que la mutilaríais y la apalearíais hasta
matarla—dijo el capitán con contundencia, y Tormen se vio obligado a ceder, pero no
sin antes acercarse a Eurielle con una sonrisa sádica dibujada en el rostro.

—Nos veremos mañana por la mañana, preciosa—tras decir esto le acarició la


mejilla y se fue, dejándola allí atada a una silla y dolorida tanto en cuerpo como en
mente, practicamente destrozada.

La había mutilado y humillado como si fuera un trozo de carne, y eso la dejó fría
como el hielo, como si estuviera muerta en vida. El capitán la desató de la silla, pero le
dejó los grilletes de enethreum. Luego la metió dentro de su celda y allí la dejó, llorando
en soledad rodeada por la mugre y el óxido de los barrotes.
Avanzada la madrugada, a punto de amanecer, Arthor y Kriv habían logrado al fin
perder a los guardias que fueron tras ellos. Se detuvieron junto a la orilla del río
Lansford, a escasas millas de la ciudad. Allí ambos recuperaron el aliento, y poco
después el dracónido habló.

—¡Tenemos que volver a por lady Eurielle! ¡No podemos abandonarla!

—¿Y de qué servirá eso? De nada sirve ya seguir luchando…

—¿Se puede saber qué diablos os pasa? ¿Por qué os habéis quedado sin hacer nada
cuando teníamos a los guardias encima?—Kriv preguntó con desconcierto y rabia a la
vez, pero Arthor no respondió. Permanecía con la mirada perdida, inmóvil en todo
momento, lo cual le extrañó—Arthor, ¿qué demonios ha pasado?

—Estaba vivo. Todo este tiempo ha estado vivo—pudieron oírse unas palabras casi
inaudibles, prácticamente susurros.

—¿De quién estais hablando?—preguntó, y el montaraz le miró a los ojos.

223
—Yo tenía un hermano. Se llamaba Erikus. Los dos nos criamos juntos en Paraje de
Girthur, hasta que esos enanos quemaron nuestro hogar y asesinaron a nuestros padres.

—¿Por eso estáis matando a todos esos enanos? ¿Fueron ellos quienes quemaron
vuestra aldea?—antes esto, Arthor asintió con suavidad, aún con el rostro entristecido.

—Él y yo conseguimos huír, pero le perdí durante la huida. Desde hace varios años
le he dado por muerto, pero ahora resulta que sigue con vida—apretó los ojos para
contener las lágrimas; no quería que Kriv le viera llorar—Erikus tiene razón, lo
abandoné a su suerte aquel día. No debí haberme detenido hasta encontrarlo.

La compadecencia se apoderó de Kriv, permaneciendo por ello escasos instantes en


completo silencio. Agachó la cabeza con lástima, y luego volvió a mirar a Arthor.
—No podéis culparos por eso. Acababais de perder vuestro hogar y a vuestros
padres—trató de consolarlo como buenamente pudo—No podíais estar preparado para
afrontar tal cosa, nadie lo está nunca. ¿Cuántos años teníais vos y vuestro hermano
cuando aquello sucedió?

—Yo tenía dieciseis, y el solamente tenía doce.

— ¿Y cómo esprabáis saber afrontar una situación así a esa edad? No todos corren la
desdicha de perderlo todo a tan temprana edad, y los que la corren nunca están
preparados—dijo Kriv—En lugar de culparos de lo que podríais haber hecho deberíais
pensar en lo que podéis hacer ahora. Vuestro hermano sigue con vida y, además de eso,
el destino ha movido sus hilos para que ambos volvais a encontraros. La vida os está
brindando la oportunidad de afrontar vuestro pasado, así que no la desaprovecheis.

—No, lagarto. Los fantasmas de mi pasado jamás se marcharán, y hoy han hecho
muestra de ello—respondió Arthor—Puede que mi hermano siga con vida, pero
preferiría ignorar ese hecho. Resulta que durante todos estos años ha estado germinando
un profundo odio hacia mí. Aún no ha sido capaz de perdonarme por haberle dejado
atrás aquel día, y ya ni siquiera me considera hermano suyo.

—¿No habéis pensado que tal vez os haya dicho eso cegado por la ira? Puede que se
sienta dolido, pero sigue siendo vuestro hermano y estoy seguro de que os ama tanto
como él a vos. Tal vez él mismo se arrepienta de habersos dicho tales cosas, pues quizá
ha dejado que su corazón hable por él.

—Aunque fuera así, Erikus ha quedado fuera de mi alcance—dijo—Ahora debe de


estar dirigiéndose a Roca Austera para matar al asesino de nuestros padres.

—En ese caso, no dejéis que luche solo esta batalla—dijo Kriv—Esta venganza os
pertenece a los dos y como hermanos debéis cumplirla juntos. Puede que os odie por

224
haberle abandonado, pero ahora es vuestra oportunidad de redimir vuestro error. Si de
veras lo amáis, no volváis a dejarlo a su suerte.

Durante breves segundos, Arthor permaneció pensativo, reflexionando sobre lo que


Kriv acababa de decir. Fugaces recuerdos vinieron a su mente, y en todos ellos su
hermano menor estaba presente. En algunos jugaban juntos y felices y en otros
peleaban, pero siempre terminaban reconciliándose. Entonces el fuego volvió a surgir
en él y, de nuevo con fuierzas, miró al dracónido.

—Tenéis razón, lagarto. Ya abandoné a mi hermano una vez, y no pienso hacerlo una
segunda—dijo con gran confianza—Debo ir a ayudarle.

—Antes debemos ir a por lady Eurielle. Se lo debemos después del sacrificio que ha
hecho por nosotros—el dracónido miró a Arthor, y éste asintió con la cabeza. Luego
miró su espada envainada, pareciendo pensar en algo—Sé que odiais ponerles nombre a
vuestras espadas, pero creo que un arma destinada a cumplir tal propósito como el de
vengar a vuestra familia debería poseer un nombre digno de su hazaña.

—Por primera vez parece que estamos de acuerdo—desenvainó su espada, dejando


que la luz de la luna a punto de ocultarse brillara en su hoja—Un arma así merece llevar
un nombre, ¿pero cuál?

—¿Qué tal Vengadora?

—No… Filo de Venganza—contempló la espada detenidamente, observando cada


uno de sus detalles.

—Sí, Filo de Venganza es un buen nombre. Ahora vayamos a rescatar a lady


Eurielle—los dos emprendieron la marcha, dirigiéndose de nuevo a la ciudad con el sol
a punto de elevarse por encima de las montañas.

225
Capítulo 25: La Muerte del Dragón
El sol no se había alzado todavía, pero los grillos que por tanto tiempo
estuvieron cantando la melodía de la noche acallaron. Erikus había permanecido horas
en vela, planeando meticulosamente su venganza. Se armó con todo lo que tenía y, una
vez listo, marchó a Roca Austera.
Aún permanecía pensativo sobre cómo iba a afrontar el hecho de vivir una vida
sin Seline, pero intentaba no pensar demasiado en eso. Sin emabrgo, ese latente temor
contibuaba atormentándole la mente, impidiéndole pensar en otra cosa más que en eso.

A la misma vez que esto ocurría, Arthor y Kriv se disponían a entrar en Naarvin.
No podían volver a entrar por la puerta principal, así que el montaraz hizo uso de sus
conocimientos para encontrar otra entrada, dando así con la que usaban Erikus y Seline
para entrar y salir sin ser vistos: las cloacas.
Se adentraron por el tunel por donde salía una cascada de agua tremendamente sucia
y ennegrecida, la cual iba a parar directamente al río. Allí convergían todos los desechos
de la ciudad, tales como horina y heces. El hedor que desprendía aquel lugar era
tremendamente vomitivo. Las ratas y las cucarachas vagaban por allí con suma
tranquilidad y naturalidad, habiendo hecho de aquel sitio su hogar.

—Por la gracia de Archalegon, qué peste—Kriv tuvo que llevarse una mano al
hocico para no terminar vomitando.

—He olido cosas peores—dijo Arthor mientras avanzaba y miraba en todas


direcciones en busca de un acceso a la ciudad, viendo entonces una rejilla que daba a la
calle con el tamaño suficiente para que los dos pudieran pasar—Subidme, lagarto. Yo os
ayudaré a subir luego.

Kriv juntó las manos para que Arthor apoyara un pie, pudiendo así impulsarse para
llegar hasta la rejilla. La abrió dando un fuerte tirón y acto seguido salió a la calle,
dejando a todo aquel que estuviera pasando por allí en ese momento tan impactados
como desconcertados. Entonces ayudó a Kriv a subir y, una vez los dos salieron de las
cloacas, pusieron rumbo hacia los cuarteles.
En cuanto a Eurielle, Tormen la había vuelto a maniatar a la silla con grilletes de
enethreum para dar comienzo al interrogatorio. Volvió a hacerle las mismas preguntas
de la noche anterior, volviendo a recibir la misma respuesta. Las recién arrancadas uñas
de la elfa seguían en carne viva, y por ello el enano roció sal sobre ellas, provocándole
así un dolor indescriptible. Pese a ello no dijo una palabra, lo cual comenzó a enfurecer
a su torturador.

—Veo que no estais dispuesta a cooperar—dijo Tormen—Por mucho que os torture


vais a seguir sin hablar, ¿no es así?

226
—Ya os he dicho que no sén dónde se ocultan, y aunque lo supiera jamás os lo
diría—pese al dolor que sentía en ese momento, Eurielle pudo sacar suvalor—Son mis
amigos y jamás los traicionaré de ese modo. Podéis seguir torturándome cuanto tiempo
deseeis; jamás obtendréis nada de mí.

—Vaya, vaya… Veo que escondéis colmillos tras ese pulcro rostro—el enano dibujó
una media sonrisa en las comisuras de su boca—Veo que pierdo el tiempo con vos. En
ese caso no tiene sentido manteneros con vida.

Se dirigió hacia la chimenea, y con una pala pequeña recogió las ascuas candentes.
Miró a Eurielle con una perversa sonrisa y una sádica mirada, y entonces comenzó a
acercarse lentamente hacia ella.

— ¿Conocéis la muerte del dragón? Consiste en hacer tragar ascuas calientes a


alguien hasta achicharrale la garganta y provocarle una hemorragia interna. Es una
muerte muy lenta y dolorosa, de las peores que existen.

Pese a estar aterrorizada, Eurielle no suplicó por su vida. Contuvo las lágrimas con
valor, tratando de afrontar el hecho de que su hora estaba próxima. Tormen le apretó las
mejillas con su áspera y enorme mano, obligándola así a abrir la boca. Comenzó a
inclinar la pala para dejar caer las ascuas, pero entonces, justo antes de que lo hiciera,
un fuerte estruendo se oyó en el piso de arriba, siguiéndole el sonido de aceros
chocando y el de varios gritos.

— ¡A las armas, están atacando el fuerte!—se oyó gritar a uno de los guardias.

— ¿Dónde la tenéis? ¡Lady Eurielle!—Eurielle supo distinguir la voz de Kriv,


volviendo así la esperanza a su corazón.

— ¡Kriv, estoy aquí abajo! ¡Kri…!—al oírla gritar, Tormen le tapó la boca de
inmediato y con gran violencia.

—Parece ser que vuestros amigos han venido a salvaros—rió perversamente, y luego
dirigió su mirada hacia la mesa donde tenía sus utensilios de tortura—Tal vez sí que
puedas seguir siéndome de utilidad.

Le destapó la boca para dirigirse hacia la mesa a por un trozo de tela, y mientras lo
hacía Eurielle siguió gritando.

— ¡Sois un maldito cabrón! ¡Kriv, estoy aquí! ¡Las escaleras, las escaleras! ¡Aquí
abajo, venid! ¡Por las escale…!—antes de que pudiera terminar, Tormen le puso una
mordaza en la boca, pudiéndose oír nada más que gruñidos ahogados.

—Ahora no me interesa que habléis, preciosa.

227
En el piso de arriba, Arthor y Kriv combatían con ferocidad a los enanos. No fueron
rivales fáciles de vencer, pero de igual modo pudieron hacerles frente hasta acabar con
todos. Entonces oyeron la voz de Eurielle pidiendo ayuda, y en ese momento corrieron
escaleras abajo hacia las celdas.

—¡Ya vamos, mi lady!—Kriv, que iba en cabeza, abrió la puerta de una patada
frontal, bastándole hacerlo sólo una vez dada su descomunal fuerza.

Una vez la puerta se abrió, justo frente a él vio a Eurielle atada a la silla y con la boca
amordazada, pero no vio a nadie más. Ella trataba de decirles algo, pero no podían
entender nada. Entonces el dracónido avanzó al ver que no había ningún indicio de
peligro, pero cuando Arthor fue a cruzar el umbral de la puerta Tormen lo sorprendió
con un cuchillo en la mano por la derecha, y de no haber tenido tan agudos reflejos
aquel enano le habría matado, pues logró frenar su mano agarrándole la muñeca cuando
el puñal se encontraba a escasas pulgadas de su corazón.
Tormen dejó caer su peso encima de él y ambos cayeron al suelo. Rodaron y
forcejearon, tratando el enano de hundirle el cuchillo en el pecho y el montaraz de
eviatarlo. Luego Kriv reaccionó ante esto y le quitó a Cejas de Oso de encima tirándolo
por los aires y chocándolo contra los barrotes de una celda. Entonces los dos
comenzaron a forcejear, consiguiendo el dracónido aturdirlo a base de golpes de escudo
en la cara que terminaron rompiéndole la nariz y dejándole el rostro ensangrentado.

Después de aquel breve enfrentamiento, Tormen terminó practicamente inconsciente,


pudiendo únicamente permanecer sentado con la espalda apoyada en los fríos y
oxidados barrotes. Entonces Kriv, una vez terminó la pelea, le retiró la mordaza de la
boca a Eurielle y con la llave que había en la mesa le quitó los grilletes, pudiendo ver
así cómo le había quedado una marca amoratada en sus finas muñecas.

—¡Sir Kriv, no sabéis cuánto me alegro de veros!

—Os pometí que volvería a por vos, mi lady—la miró a los ojos con un especial
brillo de alivio y alegría, y entonces ella le abrazó con fuerza.

A su misma vez, Arthor se había levantado del suelo y acto seguido había
comenzado a caminar lentamente hacia Tormen, el cual lo miró con los ojos medio
cerrados a causa del aturdimiento.

—Es hora de terminar lo que empecé—puso la punta de su espada en su cuello, y


luego la alzó para asestarle el golpe final, pero entonces se oyó la voz de Eurielle.

— ¡No!—tras esto, Arthor se detuvo en seco, ciertamente desconcertado—Quiero


hacerlo yo.

Se aproximó a Tormen, quien la miraba con temor en sus ojos.

228
— ¿Conocéis la muerte del dragón?—tras estas palabras, Eurielle alzó ligeramente
los dedos de una mano y con ellos hizo que las ascuas de la chimenea comenzasen a
levitar—Errante, abridle la boca y procurad que no se mueva.

Arthor, ciertamente impresionado y con una media sonrisa dibujada en el rostro,


envainó su espada e hizo lo que le había pedido. Le abrió la boca a Tormen, y éste trató
de liberarse como pudo, pareciendo recuperar ligeramente la consciencia ante aquella
situación. Entonces Eurielle juntó todas las asucas y lentamente las introdujo en la boca
de aquel enano, obligándole entonces a tragarlas mientras gritaba de dolor y se retorcía
intentando liberarse en vano, pues el montaraz lo tenía bien sujeto.
Pasaron varios segundos hasta que dejó de moverse, pudiendo sentir las ascuas
abrasándole la garganta hasta su último suspiro de vida. Y así, entre terrible sufrimiento,
Tormen Cejas de Oso murió de las peores maneras que existían: la muerte del dragón.

Eurielle permaneció inexpresiva ante su muerte, completamente indiferente. Esto


dejó a Kriv helado por unos momentos, pues aquella elfa que ante él se encontraba no
parecía la misma que él conocía. Sin embargo logró entender el porqué de su acto, y no
quería ni imaginarse lo que aquel enano le había hecho para llevarla a hacer eso.

— ¿Os encontrais bien, mi lady?—preguntó ciertamente asustado.

—Sí, no os preocupéis por mí—respondió, y luego miró a Arthor—Ya no tenéis que


preocuparos más por él. Ese hijo de puta ha tenido la muerte que se merecía.

—Aún queda un último enano que matar—dijo el montaraz—Debemos ir a Roca


Austera a ayudar mi hermano.

— ¿Vuestro hermano?—preguntó sin entender nada.

—Os lo explicaremos cuando todo esto termine—dijo Kriv, y acto seguido los tres
abandonaron los cuarteles y pusieron rumbo a Roca Austera.

229
Capítulo 26: Los Hijos de la Venganza
Tras las nubes grises, el sol brillaba con fuerza. La luz bañó de nuevo los verdes
campos, volviendo a traer así la vida a ellos. Los animalillos salvajes comenzaron a salir
de sus madrigueras, y mientras tanto Erikus iba de camino a Roca Austera, dispuesto a
ponerle fin a todo aquello de una vez por todas.
Al llegar, los guardias le dejaron pasar con total normalidad, y una vez dentro se
aproximó a uno de ellos para decirle algo.

—Harold, ¿se encuentra lord Loffir en el castillo ahora mismo? Necesito hablar con
él sobre algo muy importante.

—Sí, está en la sala del trono, como de costumbre—respondió Harold, y entonces


Erikus se dirigió hacia allí.

Al entrar pude ver seis guardias vigilando el salón, pero eso era algo que ya había
estimado con anterioridad. Loffir le miró con seriedad, y él para no levantar sospechas
mantuvo todo el tiempo el contacto visual con él, incluso a pesar del miedo que infundía
su tuerta mirada.

—Me alegra verte de vuelta, Erikus—dijo—Dime, ¿has conseguido dar con ese
montaraz?

—Si me lo permitís, preferiría que hablásemos de esto en privado.

—No hay motivos para hacerlo—contestó—Mis hombres son fieles y saben guardar
silencio. No hay nada de qué preocuparse.

—No es porque desconfíe de vuestros hombres, mi señor—se puso justo al comienzo


de los escalones—El montaraz reveló información acercas de sus motivos antes de
morir, cierta información que tal vez deseeis mantener en secreto.

Aquellas intrigantes palabras parecieron inquietar a Loffir, pues justo después de


oírlas miró a sus hombres e hizo un ademán con la cabeza de que se marcharan, y éstos
así hicieron, dejándolos así a los dos solos.

—¿Qué es lo que te ha contado?

—Ese montaraz no estaba cazando a vuestros socios bajo las órdenes del rey Dastian,
sino bajo las suyas propias—respondió—Reveló que vos y vuestros hombres
quemásteis su aldea y asesinasteis a su familia.

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—¿Y tú le has creído? Te tomaba por alguien más inteligente—trató de ocultar el
nerviosismo que le ocasionó aquella revelación.

— ¿Por qué iba a mentir si sabía que iba a morir?—aquella pregunta lo acalló de
golpe— ¿Entendéis ahora por qué quería contaros esto en privado?

—Supongo que de nada sirve ocultarte la verdad, al fin y al cabo fui yo quien te
enseñó a saber cuándo alguien miente—tras esto se levantó de su silla—Antes de que
me convirtiera en el señor de este castillo, mis chicos y yo nos dedicábamos al
bandidaje. Quemábamos aldeas y saqueábamos allá por donde pasábamos. Dejábamos
tras nosotros un rastro de sangre y muerte, hasta que un día se nos brindó la oportunidad
de cambiar. Desde entonces cada uno ha seguido un camino diferente, y yo me convertí
en el señor de Roca Austera. Creí haber enterrado ese pasado tiempo atrás, pero parece
ser que jamás podré librarme de mis demonios.

—Un pasado así no se puede dejar atrás, mi señor—dijo Erikus—No podéis


pretender escapar de él después de todo el daño que habéis causado.

Loffir quedó desconcertado tras estas palabras, pero antes de que pudiera dar una
respuesta un guardia irrumpió en la sala sobresaltado y apurado.

— ¡Mi señor, están atacando el castillo!—tras dar la alarma, tanto Erikus como
Loffir quedaron helados.

—¿Quién?—preguntó el enano.

—¡Un hombre, un dracónido y una elfa!

—Arthor…—susurró Erikus de manera casi inaudible.

— ¿A qué estás esperando entonces? ¡Ve y acaba con ellos!—le ordenó Loffir, y el
guardia se marchó hacia la entrada, donde estaba teniendo lugar la batalla—Erikus, tú
permanecerás aquí conmigo.

—Mi señor—se arrodilló ante él, sin sostenerle la mirada—Respecto a lo de antes,


hay algo más que necesitáis saber—en ese momento un cuchillo resbaló sutilmente por
su manga, pudiendo cogerlo sin que Loffir lograra verlo gracias a su ojo tuerto—Tenéis
razón, los demonios de vuestro pasado nunca dejarán de atormentaros, no mientras
sigais con vida.

En un abrir y cerrar de ojos, Erikus se lanzó contra su garganta veloz como un rayo
dispuesto a atravesársela con aquel cuchillo. Ya podía saborear la venganza en sus
labios, pero pronto aquel dulce sabor sería reemplazado por uno amargo y desagradable.
Con unos reflejos casi inhumanos, el enano le agarró la muñeca con contundencia y

231
frenó el cuchillo cuando éste estaba a escasas pulgadas de su garganta, y entonces una
sonrisa se dibujó en su rostro.

— ¿En serio, chico? ¿Quién crees que te enseñó a hacer eso?—golpeó a Erikus con
una cabezazo, haciendo así que el cuchillo se le cayera de la mano, y justo después lo
hizo rodar escaleras abajo con una patada frontal.
Aquella caída le resultó dolorosa, pero no más que el hecho de haber fracasado en su
intento de asesinarle de forma limpia y sin testigos. Lo tenía todo fríamente calculado
para que fuera perfecto, y de todos modos falló. Adolorido en las costillas, Erikus se
levantó del suelo, mirando entonces a Loffir fijamente.

— ¿Es esto lo que recibo por tu parte después de todo lo que he hecho por ti? Yo te
saqué de las calles de Naarvin, te di un lugar al que llamar hogar y te instruí para
convertirte en el mayor asesino que esta ciudad ha visto jamás. Es gracias a mí que hoy
eres quien eres, ¿y así es como me lo pagas?—comenzó a caminar hacia el expositor
que había a su derecha, donde reposaba una gran hacha a dos manos.

—En algo no te quito la razón, Loffir—se levantó completamente del suelo con un
hilo de sangre corriendo por su labio—Tú me has convertido en lo que soy ahora. Tú
mismo entranaste al que se convertiría en tu verdugo algún día, y ese día ha llegado.

Dicho esto desenvainó su espada y miró fijamente a Loffir, y éste a su vez cogió el
hacha del expositor dispuesto a pelear.

—Me entristeces, muchacho—dijo—Eras como un hijo para mí. Tu traición me parte


el corazón.

— ¿Y qué me dices de todas las personas a las que has matado? ¿No sentiste lástima
cuando tú y tus hombres quemásteis Paraje de Girthur y mascrásteis a su gente? ¿No te
entristeció ver cómo violabais y asesinabais a una madre delante de sus hijos?—unas
lágrimas de ira brotaron de sus ojos—No, Loffir, tú no tienes corazón. A ti no te
importa nada salvo tú mismo.

—Así que es por eso…—una sonrisa volvió a dibujarse en su cara— ¿Entonces


todos estos años han sido un engaño? ¿Todos este tiempo has estado esperando el
momento oportuno para matarme? ¿Qué hay de Seline, también la has utilizado para
poder acercarte a mí y poder apuñalarme por la espalda?

— ¡No metas a Seline en esto! ¡Tú ni siquiera eres su verdadero padre!—gritó con
gran furia— ¡Mataste a sus padres igual que hiciste con los míos! ¡No tienes ningún
derecho a considerarla tu hija!

— ¿Qué sabrás tú de eso?

232
—Sé más de lo que crees. Escuché tu conversación con el rey Dastian—dichas
palabras helaron por dentro a Loffir.

—Sí, maté a sus verdaderos padres, ¿y qué? ¿Qué le hubieran dado un par de
campesinos analfabetos? ¡Yo le he dado una educación a la que no habría ni aspirado si
ellos la hubiesen criado!
— ¿Y tú te crees en la potestad de decidir eso? ¡No eres más que un mostruo!

—No, hijo, tú no tienes ni idea de lo que un mostruo puede hacer—se acercó


lentamente hacia él, caminando en círculos sin dejar de sostenerse la mirada—No creas
que no me duele hacer esto. Posiblemente me duela más que a ti.

Con estas palabras, Loffir se lanzó a por Erikus, y ambos comenzaron a combatir con
fiereza. El enano lanzaba golpes contundentes con su hacha mientras que su oponente
los esquivaba como buenamente podía para luego intentar contraatacar con su espada,
pero acabando todos sus intentos en no conseguir siquiera rozarle.
Loffir era un experimentado combatiente, y ni siquiera la destreza del Asesino de
Naarvin podía hacerle frente. Su lucha se prolongó varios minutos, durante los cuales
Arthor, Eurielle y Kriv combatieron exhaustivamente contra los guardias de Roca
Austera. La furia del montaraz sumada a la fuerza del caballero dracónido y a la
habilidad ciertamente perfeccionada de la dama elfa les provocaron serios problemas,
tanto que lograron llegar hasta bien adentro del castillo.

En cuanto a Loffir y Erikus, éstos seguían peleando con gran furia, hasta que al fin el
asesino logró desviar un ataque con el hacha del enano y tirarlo al suelo con una patada
frontal. En ese momento se dispuso a ponerle fin a su vida con un mandoblazo
descendente, pero justo antes de que su frío acero rozara siquiera su rostro, otra espada
se interpuso en su camino. Miró a su izquierda, y entonces vio el rostro de Seline lleno
tanto de ira como de desconcierto, quedando por ello helado como el hielo.

—Seline—una débil voz pronunció su nombre, pero ella no respondió con palabras,
sino con una ráfaga de tajos de su espada que afortunadamente logró bloquear.

— ¿Por qué haces esto? ¿Qué necesidad había de hacerlo?—la ira inundó sus
palabras, estando casi a punto de llorar.

—Por favor, Seline. Déjame que te lo explique—trató de hacerla entrar en razón,


pero el sentimiento de ira y traición era demasaido grande.

—No hay nada que explicar, traidor y mentiroso—sus ojos se humedeciron hasta que
dos lágrimas brotaron de ellos— ¿Todos estos años no han sido más que una farsa?
¿Has fingido que me amabas sólo para poder acercarte a mi padre? ¡Contéstame!

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—No, por supuesto que no—tiró su espada y se acercó lentamente hacia ella,
poniéndole entonces Seline la suya en el cuello para que no avanzase más—Te amo más
que a nada en este mundo. Moriría por ti si fuera necesario. Por favor, Seline, tienes que
escucharme. Escúchame como una vez hiciste.

Ella permaneció titubeante entre lágrimas, hasta que finalmente habló.

—Explícate—dijo con un nudo en la garganta.

—Hay muchas cosas de las que no te he hablado acerca de mi pasado—dijo Erikus—


Sabes que mis padres murieron asesinados por unos bandidos que masacraron a toda mi
ladea, pero jamás te he diho quiénes fueron—miró a Loffir, quien seguía tirado en el
suelo—Él y sus hombres fueron los que asesinaron a mi padre y violaron a mi madre
delante de mis ojos cuando sólo era un niño, y desde entonces he soñado con poder
matarle y así poder vengarles por lo que les hizo.

En ese momento, con gran impacto reflejado en sus ojos, Seline miró a Loffir, y éste
la miró a ella como si una estaca se hubiera hundido en su corazón.

— ¿Es eso cierto?—preguntó ella.

—Hija, yo… Puedo explicar…

—Dime la verdad, padre—le interrumpió de repente, a punto de volver a llorar— ¿Es


eso cierto?

—Sí, es cierto…—pudiendo sentir el dolor de su hija en sus ojos, asintió.

—Aún hay algo más que debes contarle, Loffir—le dijo Erikus—Dile la verdad
acerca de la muerte de sus padres.

— ¿Qué? ¿De qué está hablando, padre?—miró a Erikus por unos segundos, y
después a Loffir.

—Hija, hay algo que debes saber—se levantó del suelo y la miró con el rostro
entristecido—Durante muchos años me dediqué al bandidaje. He matado a una
inumerable cantidad de hombres, mujeres y niños. Durante décadas quemé y saqueé
poblados, entre los cuales se encontraba el tuyo—con aquellas palabras, Seline se quedó
paralizada—Sí, yo maté a tus verdaderos padres, y entonces te encontré a ti escondida
bajo unas sábanas blancas. No eras más que una niña recién llegada al mundo, pequeña
e indefensa como una rosa. No podía abandonarte allí, y por eso decidí adoptarte como
si fueses hija mía—la miró a los ojos, tristes y humedecidos—Tú fuiste lo que me hizo
cambiar, Seline. Tú fuiste la razón por la que quise dejar atrás aquella vida, pero no
podía enterrar mis demonios así sin más. El rey Dastian acudió a nosotros para que le

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apoyasemos en la guerra, y él a cambio nos indultaría de nuestros crímenes. Era la
oportunidad que tanto había ansiado para poder otorgarte un futuro mejor al que que te
deparaba si no hubiese aceptado su oferta. Entonces, una última vez, fuimos quemando
aldeas, entre las cuales estaba la de Erikus, y cuando la guerra terminó se me concedió
este castillo. Desde entonces he hecho todo lo que ha estado en mi mano por ser el padre
que merecías. Te he dado un hogar y una educación, y he conseguido hacer de ti toda
una mujer. Sé que no es fácil asimilarlo, pero tan sólo te pido que lo entiendas.
El silencio consumió el enorme salón. Loffir extendió su mano y permaneció
esperando una respuesta; Seline, paralizada e impactada al conocer la verdad. La sangre
se le heló como si el invierno mismo fuyera a través de sus venas. Sus ojos se quedaron
fijos y temblorosos mientras contemplaban la nada. Un torbellino de dudas y emociones
azotó su corazón, incapaz de saber siquiera qué pensar al respecto. Una fuerte tormenta
nublaba su mente en negras nubes de dolor, cayendo la lluvia a modo de lágrimas por
sus ojos. Fue entonces que, tras eternos segundos, Seline le miró a los ojos y le dijo:

— ¿Cómo has podido engañarme todo este tiempo?—trataba de contener el llanto


que exigía que las lágrimas brotasen como un río.

—Seline, hija mía, por favor…—trató de acercarse a ella, pero Seline le apuntó con
la espada en señal de que no lo hiciera.

—No… vuelvas… a llamarme… hija—la furia nubló su juicio y le impidió medir sus
palabras—Tú no eres mi padre; eres un monstruo.

—No, por favor, Seline. No me hagas esto, tú no—parecía como si Loffir fuese a
llorar, algo que nadie había visto jamás—Te lo suplico. Eres lo único que me importa
realmente en este mundo. No lo hagas.

Nuevamente se hizo un silencio entre los dos. A Seline le temblaba la mano con la
que empuñaba su espada, y las lágrimas humedecían sus brillantes ojos azules. Dudó
sobre qué hacer, hasta que la presión pudo con ella y por ello decidió tirar su arma.

—No tomaré partido en vuestra lucha, pero si vives… no vuelvas a dirigirte a mí


como tu hija—se dio la vuelta y se dispuso a abandonar la sala.

—Seline, no…—miró a su hija marchar mientras una lágrima corría por su ruda
mejilla, y entonces Loffir estalló en cólera alimentada por el dolor. Miró a Erikus con
odio en su mirada, el cual había permanecido al margen de la conversación—Tú… ¡Tú
me lo has arrebatado todo!

Se lanzó a por él con su hacha y la lucha entre ambos se reanudó. Erikus trató de
hacerle frente como pudo, pero la furia de Loffir era tal que parecía una bestia incapaz
de antender a razones. El dolor y el odio lo habían cegado completamente, y por ello no
tuvo piedad alguna con el muchacho. Le atacó sin piedad hasta dejarlo con la espalda

235
contra el trono de piedra, y en ese momento lanzó un hachazo descendente que Erikus
logró esquivar echándose a un lado y que por ello impactó contra la sólida roca, siendo
la fuerza del golpe tal que ésta incluso se partió y levantó una ligera nube de polvo.
Erikus aprovechó este momento para atacar, logrando poner a Loffir en serios
aprietos, mas no asegurándose la victoria. El enano logró tirarlo al suelo una vez más
con un barrido con el hacha, y en ese momento la alzó alto y se dispuso a arrebatarle la
vida, pero justo antes de que lograra alcanzarle una espada se interpuso; la de Seline.
En aquel momento se hizo el silencio, pareciendo como si el tiempo se hubiera
suspendido. Loffir miró a su derecha, viendo así el rostro de su hija lleno de ira y odio
hacia él, algo que le destrozó por dentro. Ella le desvió el hacha, y acto seguido levantó
a Erikus del suelo, por lo que el enano dijo lo siguiente:

—Intentas asesinarme en mi propio castillo, luego me arrebatas el amor de mi hija, y


ahora la has vuelto contra mí—proyectó su ira hacia Erikus—¡Voy a cortarte en trocitos
y se lo voy a dar de comer a los perros!

La batalla dio comienzo de nuevo, esta vez dos contra uno. Seline y Erikus lucharon
codo con codo contra Loffir, y de todos modos parecía que la balanza estaba a su favor.
Su ira y su maestría en el combate hacían de él un peligroso rival, logrando por ello
hacerles frente incluso estando en desventaja numérica.
Mientras tanto, Arthor, Eurielle y Kriv seguían combatiendo contra los hombres de
Loffir. El montaraz se había cobrado la vida de muchos de ellos, pues su deseo por
llegar hasta Loffir le hacía acabar cualquiera que se interpusiera en su camino, habiendo
por ello acabado con más de media veintena de hombres.

— ¡Arthor, id a ayudar a vuestro hermano!—le gritó Kriv mientras hacía frente a los
guardias con la fiereza en el combate propia de los de su raza.

—¡No puedo avanzar! ¡No paran de llegar más guardias!—respondió tras romperle la
guardia a su contricante y atravesarle el corazón de un estocada.

— ¡Nosotros nos ocuparemos de los guardias! ¡Vos id y ayudad a vuestro hermano!


¡Él os necesita más que nosotros!—tras estas palabras, Eurielle derrumbó parte del
techo para frenarle el paso momentaneamente a los guardias que se aproximaban—
¡Vamos, marchaos!

Dicho esto, Arthor asintió con la cabeza y se marchó corriendo hacia la sala del
trono. Mientras tanto, Erikus y Seline estaban en serios aprietos contra Loffir. El enano
había logrado inutilizar a Seline lanzándola contra la pared y dejándola medio
inconsciente del golpe que recibió en la cabeza. A Erikus había logrado desarmarlo,
pero él también perdió su hacha después de que ambos forcejearan con ella sujeta,
habiendo dado comienzo a un enfrentamiento mano a mano.
Erikus luchó con fiereza, logrando incluso abrirle una ceja y romperle la nariz. Pero
unas simples mellas no iban a ser suficientes para vencer a Lengua de Piedra, el cual

236
respondió todos sus golpes con mayor fuerza y contundencia. Le asestó duros puñetazos
en las costillas que le causaron graves contusiones, además de fuertes cabezazos que le
hicieron sangrar por la nariz y la boca y que lo dejaron aturdido y de rodillas ante él.
Fue entonces cuando, como último recurso, Erikus cogió el puñal que había impregnado
en veneno de mantícora e intentó hundírselo en el cuello, pero Loffir le agarró la
muñeca antes de que pudiera conseguirlo y trató de hundírselo a él girándole la mano y
haciendo presión hacia su cuello.
Hizo todo lo posible por intentar frenar el avance del puñal envenenado hacia su
garganta, haciendo fuerza incluso con las dos manos, pero ni siquiera eso podía hacer
frente a la fuerza de Loffir. Sentía su hora cada vez más próxima según el cuchillo
estaba más cerca de su cuello, y así, cuando ya estaba a escasas pulgadas, un fuerte
sonido proveniente de la puerta se oyó, y al ambos mirar vieron la figura de un
montaraz con una capa azul irrumpiendo en la sala.

— ¡Suelta a mi hermano, desgraciado!—se oyó gritar a Arthor, y entonces Loffir se


detuvo de repente.

—Oh, qué conmovedor. La familia vuelve a encontrarse—miró a Erikus, al cual


lanzó escaleras abajo acto seguido. Luego cogió su hacha del suelo, y en ese momento
comenzó a caminar en círculos alrededor de Arthor—Tú debes de ser el montaraz que
ha matado a Osval y a Gendry.

—Así es, Loffir…—lo miraba fijamente como un depredador que observa a su


presa—Te interesará saber que Tormen ha muerto esta mañana.

—Mmmm, ya veo—su voz mostró completa indiferencia—Deduzco que tu lista


comienza a empequeñecerse…

—Sí… ¡Ya sólo quedas tú en ella!—se lanzó a por él con gran furia, la cual fue
contestada con un diestro golpe de hacha.

Ambos comenzaron a luchar entre sí fieramente, sin parecer que fuese a haber un
claro vencedor en ningún momento. Los dos poseían una gran maestría y malicia para
luchar, conociendo cada uno bien los puntos débiles del otro. Arthor le atacaba a los
brazos, pues sabía que sin ellos sería más fácil vencerlo. Loffir iba a las piernas,
tratando varias veces de barrérselas para derribarlo. Sin embargo, ninguno de los dos
logró su objetivo, pues Loffir se defendía constantemente con su hacha y Arthor era
tremendamente ágil y esquiava todos los barridos.
Su combate se prolongó hasta que el enano, habiendo logrado colar la espada del
montaraz en el pliegue del acero de su hacha, logró quitársela y tirarlo al suelo de una
patada frontal. Entonces se dispuso a matarlo de un tajo descendente, pero en ese
momento un cuchillo arrojadizo se hundió en su hombro, deteniendo por ello su golpe
en seco y haciéndolo retroceder dos pasos. Tanto Loffir como Arthor miraron en la

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dirección de la que había venido el ataque, viendo entonces a Erikus en pie y con su
espada de nuevo en la mano en dirección hacia ellos.

—Erikus…—dijo Arthor.

—Ya tendrás tiempo para darme las gracias luego—le extendió la mano, y Arthor
tras breves segundos la cogió para poder levantarse—Perdóname por lo de anoche. Dejé
que la ira nublase mi juicio.
—No hay nada que perdonar, hermanito—una sonrisa se dibujó en su rostro, una
orgullosa y sincera, la cual Erikus le devolvió.

—Creo que esto es tuyo—le entregó su espada tirada en el suelo en mano, y éste acto
seguido la cogió—Me alegra tenerte a mi lado en este día, hermano.

—Lo mismo digo—le puso una mano en el hombro con orgullo, sabiendo que podría
contar con su hermano menor en aquella batalla—Ahora venguemos a padre y a madre
juntos como hermanos.

—Sí… juntos como hermanos—repitió aquellas mismas palabras con un rostro


sonriente, y luego miró a Loffir, que se acababa de sacar el cuchillo del hombro.

—Vaya, vaya. Los Hijos de la Venganza se han reconciliado—dijo con desdén y


burla—Perfecto, me será más fácil acabar con los dos si os mato a la vez.

Con un grito de guerra, Loffir cargó contra los dos hermanos lleno de ira y cólera,
pero Erikus y Arthor ahora unidos fueron unos dignos adversarios para él. Ambos eran
maestros en el uso de la espada, lo cual se dejó ver durante esa pelea. Más que luchar
parecía como si bailasen, pues su juego de pies y de manos se asemejaba a una danza.
Los movimientos de Loffir eran más bruscos y violentos, mas no por ello menos
efectivos, pues no lograron asestarle ningún golpe letal.
Los tres lucharon como si la vida les fuera en ello, no habiendo en ningún momento
un claro vencedor. Los dos hermanos lucharon codo con codo, protegiéndose el uno al
otro en todo momento. No obstante aquello no fue suficiente para conseguir acabar con
Lengua de Piedra, quien les hizo frente sin adversidad alguna. Fue entonces que, en
medio del combate, en el brazo derecho de Loffir se hundió una flecha furtiva, la cual
había sido lanzada por Seline después de que ésta se recuperara del golpe.

La lucha pasó a ser de tres contra uno, y aun así la banlanza no se estabilizó. Parecía
como si, por cada golpe que recibiera, Loffir enfureciese más y fuera más difícil
vencerle, pues a raíz de aquel flechazo mostró aún más coraje a la hora de pelear. Arthor
trató de hacerle frente él solo, pero terminó siendo agarrado de la camisa y lanzado
escaleras abajo con gran brutalidad. La segunda en actuar fue Seline, que trató de
apuñalarme con su daga, pues acabó siendo lanzada contra el trono de piedra.

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El último en atacar fue Erikus, que se lanzó con un tajo descendente con su espada,
pero Loffir se lo desvió y le golpeó en la cara con el mástil de su hacha y lo aturdió,
logrando así desarmarlo y tirarlo al suelo acto seguido. Seline se puso a su lado después
de verle caer, y entonces Loffir, cegado por el odio y la ira, dijo:

—Te enseñaré de lo que es capaz un monstruo—se fue hacia Erikus con el hacha en
alto dispuesto a hundírsela en el pecho, pero entonces, cuando ésta comenzó a
descender, Arthor apareció por la izquierda como un destello fugaz y se interpuso entre
el hacha y su hermano, recibiendo así él el golpe.
En ese momento se hizo el silencio. Erikus y Seline se quedaron petrificados ante
aquella escena. El hacha se había hundido en el pecho de Arthor, pero Loffir no movió
ni un solo músculo después de hacerlo. Su mirada se quedó fría y vacía, pero no
lograron entender el porqué hasta que vieron que Filo de Venganza le había atravesado
el corazón. Arthor le miró a los ojos una última vez con una débil sonrisa de triunfo
dibujada en su rostro, y luego soltó la empuñadura de su espada para dejarse caer
desplomado y sin fuerzas hacia atrás. Y así, tras sentir el la fría venganza en su corazón,
Loffir Lengua de Piedra cayó y murió entre las cuatro paredes de su propio castillo.
Inmediatamente después de esto, Seline fue hacia el cadáver de aquel al que una vez
llamó «padre» e inevitablemente las lágrimas brotaron de sus ojos. Lloró sobre su frío
pecho atravesado por la espada del montaraz, quien comenzaba a sentir cómo la vida
abandonaba su cuerpo escabulléndose entre sus cada vez más fríos dedos.

— ¡Arthor!—nada más verlo caer, Erikus lo cogió entre sus brazos y le sacó el hacha
del pecho, viendo entonces la profundidad de la herida—Oh, dioses…

—Lo hemos hecho, hermanito—dijo casi sin fuerzas, con una voz ronca y agónica—
Hemos vengado a madre y a padre. Al fin todo ha terminado.

—Vamos, te repondrás de esta. Estoy seguro de que has pasado peores heridas—
Erikus trataba de mantenerlo con él, pero la mirada de Arthor se iba sumiendo en la
oscuridad— ¡Eh, no, quédate conmigo! ¿Recuerdas cuando éramos pequeños y
jugábamos juntos a subirnos a las copas de los árboles? Recuerdo que una vez casi me
caigo, pero tú me cogiste en el último momento y me salvaste.

—Es lo que hubiera hecho cualquier hermano mayor, cuidar de su hermano


pequeño—la áspera voz de Arthor se iba apagando como una vela en la oscuridad—Lo
hice, Erikus. Hice lo que le prometí a madre. He vengado su muerte... y te he protegido
hasta el final. Ahora puedo descansar...

— ¡Vamos, no digas tonterías, te pondrás bien!—miró a su hermano a los ojos con


una sonrisa forzada, tratando de contener las lágrimas que exigían salir, pero en los ojos
de Arthor podía verse cómo la luz se iba extinguiendo— ¡No, no te vayas, ahora no!
¡No puedes dejarme así! ¿Quién va a protegerme cuando nadie más pueda? ¿Qué voy a
hacer sin mi hermano? ¡Arthor, por favor!

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Zarandeaba el cada vez más frío cuerpo de su hermano con desesperación, tratando
de que le siguiera mirando a los ojos y de que permaneciera junto a él. Entonces Arthor,
con sus últimas fuerzas, le agarró suavemente del peto, lo miró a sus ojos humedecidos
en lágrimas, y dijo:

—Déjame ir... Déjame ir con ellos...—su voz se fue desvaneciendo en el aire, y el


peso de su cuerpo fue dejándose caer sobre los brazos de su hermano. Miró a la bóveda
del techo con la mirada perdida, y así, tras un último suspiro, unas últimas palabras
pudieron oírse decir—Te esperaré... hermano.

Con su último aliento, Arthor pronunció estas palabras. La mano con la que sujetaba
a su hermano cayó lánguida y sin fuerza, y la luz que brillaba en sus ojos se extinguió.
Su mirada permaneció perdida e inmóvil; no quedaba brillo alguno en ella. Y entonces,
con un profundo pesar, Erikus le acarició los ojos suavemente con sus dedos hasta
cerrárselos por completo.

—Ve en paz, hermano—se despidió así de él para siempre. Luego las lágrimas
brotaron de sus ojos, incapaces de aguantar un segundo más el latente dolor de su
corazón. Abrazó su cuerpo frío y sin vida entre un mar de lágrimas, y mientras tanto
Kriv y Eurielle, que acababan de irrumpir en la sala, de igual forma lloraron la partida
de su compañero y amigo, habiendo presenciado cómo abandonaba el umbral de la vida
en los brazos de su hermano una vez vio cumplida su venganza.

240
Capítulo 27: En Casa
Aquella mañana se derramó sangre, sudor y lágrimas. La venganza tanto tiempo
ansiada había sido cumplida, pero a un alto precio. Finalizada la batalla, Erikus llevó en
brazos el cuerpo sin vida de su hermano fuera del castillo al atardecer, y en lo alto de
aquella colina formó una pila y lo incineró. Tanto él como Seline, Kriv y Eurielle
permanecieron viendo cómo el cuerpo de Arthor se iba consumiendo en las llamas hasta
que finalmente sólo quedaron sus cenizas, las cuales fueron recojidas en una urna.

—Lamentamos vuestra perdida—le dijo Eurielle a Erikus—Tan sólo conocíamos a


Arthor de hacía dos semanas, pero en ese corto periodo de tiempo demostró ser un buen
hombre.

—Gracias—le respondió él, aún con el corazón lleno de dolor.

— ¿Adónde tenéis pensado llevar sus cenizas?—preguntó Kriv, y Erikus en ese


momento dirigió su mirada hacia el oeste.

—A casa—volvió a mirar a ambos— ¿Sabéis acaso qué fue de su collar? Si lo


sabéis, por favor, decídmelo. Me gustaría poder recuperarlo.

Dicho esto, Kriv y Eurielle se miraron con una extraña expresión en sus ojos,
pareciendo dudar sobre qué decirle.

—Vuestro hermano le entregó su colgante a una bruja del bosque a cambio de los
nombres de los enanos que quemaron vuestro hogar—respondió Kriv—Se hace llamar
la Dama del Bosque. Vive en una cueva al norte del Bosque Espeso.

—Una vez más, gracias—les dijo con plena sinceridad—Me alegra saber que mi
hermano compartió sus últimos días de vida junto a vosotros. Os deseo dicha y fortuna
allá donde vayais.

—Os deseamos lo mismo—respondió Eurielle, y cuando Erikus se dio media vuelta


para hablar con Seline miró al dracónido— ¿Qué haréis vos, Kriv?

—Escuchar el consejo de una buena amiga—la miró a los ojos y le sonrió—Tomaré


un barco y cruzaré el Estrecho de las Perlas para volver a casa.

—Me alegro por vos—dijo con una sonrisa sincera, y un breve silencio se formó.

—Aunque… hay una última cosa que me gustaría pediros—la miró a los ojos, y en
su mirada pudo ver que esperaba a que continuase—Hay un largo viaje de aquí a Khaal-
kromis, y me preguntaba si os gustaría acompañarme.

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—Me encantaría—respondió—Jamás he visto Heffiir ni surcado el Estrecho. Debe
de ser una tierra preciosa.

—Lo es, mi lady, lo es…

Dicho así, a la mañana siguiente, Eurielle y Kriv pusieron rumbo juntos al puerto
más cercano para cruzar el mar, y a su vez Erikus y Seline partieron hacia el norte con
las cenizas de Arthor. Atravesaron Fortland a caballo por el centro, siendo esa la
primera vez que Seline estaba tan lejos de casa en toda su vida.

—Ahhh. Jamás había respirado un aire tan limpio—aspiró profundamente, notando


así cómo sus pulmones se llenaban de aire fresco.

—Echaba de menos poder respirar aire puro después de tantos años respirando el
humo de la industria de Naarvin—añadió Erikus.

Prosiguieron su viaje hacia el norte, y tras casi una semana de viaje a caballo parando
en ciudades y posadas llegaron al Bosque Espeso. Una vez allí fueron hacia la zona de
la que Kriv y Eurielle les habían hablado, hallando entonces la cueva donde vivía la
Dama del Bosque.
Los dos se adentraron juntos con antorchas en las manos para poder divisar lo que se
abría ante sus ojos, y una vez en el interior vieron los cráneos de bebés apilados en
montones, ocasionándoles esto un tremendo escalofrío en el cuerpo.

— ¿Qué clase de criatura habita aquí?—preguntó Seline.

—No lo sé, pero debemos estar alerta—movió la antorcha en todas direcciones con
el fin de encontrar a la bruja, pero no lograba ver nada.

—Bienvenidos—una siniestra voz les acarició la nunca como una fría y espeluznante
brisa, dándose por ello la vuelta de inmediato—No temais. No os haré daño.

— ¡Entonces muéstrate para que podamos verte!—le exigió Erikus sin que la voz le
temblase lo más mínimo, y una vez más la Dama del Bosque apagó sus antorchas
chasqueando los dedos para así encender los braseros con otro chasquido.

El fuego azul dejó a ambos inquietos, pues jamás habían visto algo así. Entonces
vieron la retorcida y horripilante figura de la Dama del Bosque, no pudiendo evitar
sentir miedo ante su aspecto.

—Erikus, hijo de Bernard y Lucille—la moira se acercó a él siniestramente.

— ¿Cómo sabes quién soy?

242
—Puedo ver a través de ti, muchacho—respondió—Tu hermano Arthor estuvo aquí
no hace mucho, y ahora llevas sus cenizas a vuestro antiguo hogar.

— ¿Sabes entonces a por lo que vengo?—preguntó, y la moria rió.

—Sí, claro que sí, pero lamento decirte que te irás de aquí con las manos vacías—
contestó—Tu hermano quiso conocer los nombres de quienes asesinaron a vuestros
padres, pero el saber tiene un precio, y su colgante fue el precio a pagar. Dejó de
pertenecerle desde el momento en que me lo entregó por voluntad propia.

—Me da igual que él te lo diera—dijo sin temor alguno—Ese colgante fue un regalo
de nuestros padres y debe continuar en la familia. Devuélvemelo ahora mismo, bruja.

—Ya veo que no piensas marcharte sin él—dijo—En ese caso, me temo que ni tú ni
tu acompañante saldréis con vida de aquí.

Con estas palábras, la Dama del Bosque se lanzó contra Erikus con tanta velocidad
que éste no pudo siquiera reaccionar. Lo agarró del cuello y, levitando en el aire
mediante una extraña magia, golpeó su espalda contra la pared mientras lo estrangulaba
con sus largos y esqueléticos dedos.
El aire comenzaba a acabársele; no había manera de la que se pudiera librar. Pese a
tener un aspecto anciano, la moira poseía una fuerza sobrehumana, de la cual se hizo
muestra cuando comenzó a estrangularle. Entonces, cuando Erikus comenzaba a perder
las fuerzas, una flecha atravesó el hombro de la bruja por detrás, obligándole esto a
soltarle de inmediato a causa del dolor. Seline, pese a la falta de luz, había asestado un
disparo certero, y acto seguio la Dama del Bosque se lanzó a por ella.

Aun siendo ciega, aquella moira podía saber dónde estaba Seline en cada momento,
por lo que no pudo asestarle ningún golpe letal con su daga. La Dama del Bosque sin
embargo sí logró asestarle varios golpes y arañazos que la hirieron levemante, mas no
conseguía que dejase de levantarse una y otra vez.
En una de esas, Seline trató de apuñalarla en el corazón, pero la bruja le agarró la
mano y la lanzó contra un lado de la cueva. Acto seguido se lanzó de nuevo a por ella
aprovechando que se estaba levantando del suelo, pero en ese momento Erikus se
interpuso y asestó un tajo en diagonal que hizo un ligero corte en su torso descubierto.

— ¡Aaaah, maldito!—gritó la moira de dolor— ¡Pagarás por esto!

Los dos se encararon en un duelo uno contra uno. La Dama del Bosque se ayudó de
sus afiladas uñas y de su velocidad y fuerza sobrehumanas, mientras que Erikus se valió
únicamente de su agilidad y su destreza con la espada. Fue una lucha encarnizada en la
que ambos resultaron heridos por el otro, habiendo Erikus recibido varios arañazos y la
bruja varios cortes por todo el cuerpo.

243
Hubo un momento en el que la Dama del Bosque pareció perder el equilibrio, por lo
que Erikus aprovechó dicha baza para asestarle el golpe final con un mandobalzo
descendente. Sin embargo, la bruja simplemente estaba fingiendo, pues de manera casi
imperceptible para el ojo humano detuvo el golpe agarrando la espada con la mano.
Comenzó a apretarla, y la sangre brotó de su mano sobre la hoja, haciendo que un
hilo rojo corriera por ella. Erikus trató de tirar, pero la bruja la sujetaba con tanta fuerza
que fue incapaz de siquiera moverla lo más mínimo. Entonces lo agarró del cuello con
la que quedaba libre, y cuando se disponía a romperle el cuello Seline le salvó de nuevo
esta vez hundiéndole su daga en las costillas.

La Dama del Bosque soltó un grito de dolor que resonó por toda su cueva, y tras
golpear a Seline con un revés y tirarla al suelo se ocultó en las sombras, pudiéndose oír
únicamente una fugaz risa y el zumbido del viento siendo cortado.
Erikus comenzó a mirar en todas direcciones en busca de la bruja, pero estaba
demasiado oscuro para poder ver nada. Recibió varios arañazos por varias direcciones,
logrando uno de ellos hasta postrarlo de rodillas. Pero entonces, tras haber estudiado el
patrón que seguía, supo que su siguiente ataque sería por detrás, y así fue. La Dama del
Bosque se lanzó a por él por su espalda, pero en cuestión de segundos Erikus puso su
espada mirando hacia atrás y, cuando ya la tenía encima, se la hundió en el estómago,
frenándola así en seco y dejándola sin respiración.

La bruja dio un grito ahogado y agónico, y acto seguido Erikus sacó la espada de su
vientre. Tosió sangre y se llevó las manos a la herida sangrante, callendo entonces de
rodillas ante él. Y así, siendo unos gemidos ahogados sus últimas palabras, la Dama del
Bosque cayó muerta y la llama azul que ardía en los braseros se extinguió.

—Seline, ¿te encuentras bien?—muerta la moira, Erikus fue a atenderla, pues había
resultado levemente herida tras aquel combate.

—Estoy bien. Son sólo unos ligeros arañazos—se levantó del suelo adolorida, y
entonces contempló el cadáver sin vida de la Dama del Bosque— ¿Está muerta?

—Eso parece—respondió—Busquemos el collar de mi hermano.

Los dos encendieron de nuevo sus antorchas y comenzaron a buscar por la cueva
hasta que dieron con él en uno de los bolsillos que la bruja tenía en su negra falda hecha
jirones. Nada más verlo, Erikus supo reconocerlo, pues era idéntico al suyo. Lo guardó
y acto seguido abandonaron aquella cueva, dejando atrás el Bosque Espeso y poniendo
rumbo hacia Paraje de Girthur.
Tardaron varias semanas en llegar, pues su destino se encontraba al suroeste de
Dorland, a más de trescientas leguas de distancia. No obstante y pese a las adversidades
del clima, los dos llegaron a lo que una vez fue la aldea de Paraje de Girthur, de la cual
no quedaban más que chozas en ruinas cuya madera había quedado recubierta por
musgo y plantas trepadoras con el pasar de los años.

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—Mi casa se encontraba en lo alto de esa pequeña colina, justo antes de entrar en el
bosque—Erikus señaló el lugar desde el caballo.

—En ese caso, no nos demoremos más, prontó atardecerá—dijo Seline, pero
entonces vio que Erikus permanecía en silencio con un rostro serio.

—Seline—la miró a los ojos—Me gustaría hacer esto solo. Quisiera dedicarle unos
últimos pensamientos a mi hermano antes de dejar aquí sus cenizas.

—Claro, lo entiendo—dijo comprensiva, y Erikus bajó del caballo con la urna y


subió la colina a pie.

Una vez arriba miró pensativo hacia el horizonte, recordando entonces las vistas que
había de la vasta extensión verde desde su casa. Luego cogió el collar y la urna, cavó un
pequeño agujero en el suelo con sus manos desnudas y por último comenzó a hablar con
su hermano como si estuviese allí presente.

—Aquí estamos de nuevo, donde todo empezó—dirigió su mirada hacia las ruinas de
su antigua casa, mezclándose así el dolor y la nostalgia—Aquí solíamos jugar juntos a
trepar los árboles y a atrapar ranas en la charca. Recuerdo cuando padre y madre nos
cogieron robándole huevos a la señora Glotis. Recuerdo que fui yo quien te incitó a
hacerlo, pero fuiste tú quien se llevó la peor bronca por ser el mayor—se le dibujó una
nostálgica sonrisa en el rostro, y una lágrima brotó de sus humedecidos ojos—No les he
olvidado ni un solo día desde entonces, y sé que tú tampoco—abrió la urna y vertió el
contenido en el interior del agujero—Ahora podrás decírselo tú mismo. Podrás volver a
verles y abrazarles. Yo aún debo esperar, pero cuando llegue el momento volveremos a
estar juntos los cuatro, igual que antaño—con lágrimas en sus ojos y una sonrisa, Erikus
cogió el collar de su hermano y lo puso junto a sus cenizas en el interior de aquel
agujero para luego taparlo con las manos—Largos años has pasado vagando errante sin
un lugar al que poder llamar hogar, pero ahora estás aquí de nuevo, en casa.

Con estas palabras Erikus se despidió de su hermano. Permaneció unos instantes


contemplando la puesta de sol mientras felices recuerdos junto a Arthor recorrían su
mente de lado a lado. Luego, con las lágrimas aún brotando de sus ojos, descendió la
colina y volvió junto a Seline sin un rumbo fijo, yendo a donde el viento les llevase.
Y así concluye esta historia, la historia de dos niños que sobrevivieron y juraron
vengarse de aquellos que les habían causado tan terrible mal, la historia de dos
hermanos que lucharon juntos hasta el final y cumplieron así su promesa, la historia de
los Hijos de la Venganza.

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Epílogo
Paralelamente al viaje de Erikus y Seline, dos semanas antes de que llegaran a su
destino , Oswin había conseguido llegar finalmente a Adenor con la tablilla sana y salva
durante una tarde donde una ligera pero constante lluvia le acompañaba junto a unas
negras nubes que impedían el paso a la luz del sol.
Pudo divisar la gran capital del reino de Fortland a menos de una milla de distancia,
blanca y resplandeciente; rodeada por altos muros de piedra, mas no lo suficientemente
altos para que los grandes edificios que se alzaban en su interior fueran cubiertos por
ellos. A extramuros se alzaban molinos, chozas de mayor sencillez y posadas de barato
hospedaje, todo alrededor de los vastos campos de cultivo que rodeaban la ciudad.

Oswin dejó la mula en los establos y se dirigió hacia el edificio donde se encontraba
su maestro: una torre de piedra que se alzaba cercana a la muralla este de la ciudad.
Llamó a la puerta, tras la cual se oyó una voz anciana que ya le resultaba conocida.

— ¿Quién es? ¿Sois uno de esos Iluminados?—preguntó— ¡Si es así, podéis volver
por donde habéis venido! ¡No tengo tiempo para oír esa sarta de sandeces que predicais
acerca de ese Creador vuestro!

— ¡Maestro, soy yo, Oswin!—se quitó la capucha de su capa, dejando así que la
lluvia le golpeara en la nuca— ¡Os traigo la tablilla, tal y como me pedísteis!

Tras estas palabras se hizo el silencio durante breves instantes. Luego se oyó abrirse
la puerta, cuya madera chirriaba de tal manera que resultaba molesto para el oído. Tras
ella se encontraba un anciano de cejas espesas, barba larga y melenas blancas como la
nieve vestido con una roja túnica de mago.
Pese a su avanzada edad mantenía una postura pronunciadamente erguida, sin ningún
atisbo de que la vejez hubiera encorvado su espalda. Tenía los ojos azules como el mar,
y era tan alto que su cabeza casi chocaba con el quicio de la puerta. Fumaba de una
elegante pipa de madera y caño largo, y amarrado a su cinto llevaba desde rollos
pequeños de papiro y plumas hasta frascos y una bolsa llena de hierba para fumar.

—Pasa, rápido—le dijo, y acto seguido Oswin entró en la torre, cerrando Voltimer la
puerta nada más él entrar— ¿Dónde está la escolta a la que contrataste?

—Me abandonaron en un cruce hará unos cinco días—respondió con un farfullo—La


travesía ha sido dura, maestro. Hemos tenido que superar inumerables adversidades.

—Guardemos los detalles para luego, Oswin—lo detuvo con un suave ademán con la
mano que le quedaba libre—La tablilla, muéstramela.

246
—Sí, enseguida—aunque ciertamente impactado por su indiferencia, Oswin retiró el
manto de tela que cubría la tablilla, mostrándosela así a su maestro, cuyos ojos brillaron
nada más verla.

—Ahhh, sí—una sonrisa se le dibujó en las comisuras de la boca—Por fin, después


de tantos años de investigación, el último escrito de los An Shivel ha sido hallado. Es el
único cuya existencia se conoce hoy día, y ahora está en mi poder.

Voltimer cogió la tablilla mediante telequinesis y la llevó hasta su laboratorio, una


sala repleta de pergaminos, matraces y estanterías rebosantes de libros. Aquel lugar olía
a papel viejo y a productos químicos, algo que a Oswin le hacía sentir como en casa. Sin
embargo seguía intrigado por los secretos que escondía aquella tablilla, algo que había
estado causándole verdadera incertidumbre desde lo sucedido en el Bosque Espeso.

—Maestro, ¿os puedo hacer una pregunta?

—No veo por qué no—dio dos caladas a su pipa y echó el humo por la boca.

— ¿Cuál es la verdadera función de esta tablilla? ¿Por qué la deseabais con tanto
ahínco?—aquellas palabras extrañaron a Voltimer, pudiendo notarse esto a través de sus
profundos ojos azules.

— ¿A qué viene esa pregunta? La respuesta resulta bastante obvia, ¿no crees?—no
hubo mucha credulidad en su tono, y Oswin pudo notarlo—El hallazgo de un artefacto
arcano de tal importancia es algo que hará que mi trabajo pase a la historia. Las futuras
generaciones de magos conocerán mi nombre y lo que mi investigación supuso para el
estudio de la Elendâhremnil. Pasaré a formar parte de los más grandes magos de la
historia de Nevelthia, como Imlörion Pêllagrin o Tulkas el Sabio.

—Ya sois uno de los más grandes magos de nuestro tiempo, maestro, pero lo que me
gustaría saber es por qué parece ser como si esa tablilla atrayera a las criaturas sensibles
al mal—con estas palabras, Voltimer se quedó helado, pareciendo no tener manera de
contestar a eso—Durante el trayecto hemos sido atacados por seres de la más vil y ruín
naturaleza, desde gnolls salvajes hasta trasgos mercenarios, y todos venían en busca de
lo mismo: esa tablilla que tanto ansiabais.
Un incómodo silencio se formó entre los dos. Voltimer se sacó la pipa de la boca,
chascó su lengua y miró a la tablilla, pareciendo pensativo sobre qué palabras usar como
respuesta ante la tan comprometedora pregunta de su discípulo. Entonces dirigió su
mirada hacia él y, con plena seriedad en sus ojos, respondió:

—Supongo que mereces una explicación después de la dura travesía que has tenido
que llevar a cabo para traerla hasta aquí—hizo una breve pausa—Esta tablilla, como
bien sabes, es un antiguo escrito de los An Shivel, pero es mucho más que eso. Tras sus
palabras se oculta un gran poder, un poder que puede conceder la inmortalidad a aquel

247
que sepa pronunciarlas debidamente. Este trozo de piedra a simple vista insignifante
alberga una poderosa magia oscura en su interior. Eso es lo que atrajo a los gnolls y a
los trasgos, pues al fin y al cabo fueron creados mediante esa misma magia oscura, y por
ello han sido capaces de sentirla.

— ¿La… la inmortalidad?—de repente la sangre se le heló—¿Para qué querríais vos


vivir eternamente?

Tras estas palabras, Voltimer guardó silencio. Luego se dio la vuelta y miró la
tablilla de cerca, la cual se encontraba puesta sobre la mesa de su escritorio lleno de
pergaminos abiertos y tinteros vacíos.

—Hace más de mil años, los An Ephel derrotaron a los An Shivel tras la conocida
como la Guerra del Amanecer tras acabar con la vida de su rey: Jagar Uk’ Nammar,
pero no consiguieron derrotarlo para siempre. Gracias a sus conocimientos en las artes
oscuras, el rey de los An Shivel consiguió guardar parte de su alma en el interior de un
cetro de poder. Los An Ephel no pudieron destruirlo por completo, y por ello decidieron
dividirlo en cuatro fragmentos y otorgárselos a los reyes de cada raza que luchó a su
lado, pero sabían que algún día Jagar Uk’ Namaar regresaría, pues una profecía en la
que su regreso era advertido fue escrita.

— ¿Y cuál es esa profecía?

—Cuando la sangre de los hermanos se derrame sobre la tierra y ésta se divida en


tres trozos, cuando el gran dragón vuelva a despertar tras siglos durmiente y sus llamas
lleguen a la ciudad dorada, cuando la muerte se libere de su eterna prisión tras siglos de
encarcelamiento y la última torre de luz caiga, será cuando el Último Invierno habrá
llegado y el Tres Veces Nacido bajo la Luna Sangrante aparecerá para ponerle fin,
trayendo consigo el Nuevo Amanecer de este mundo—se hizo el silencio, y entonces
Voltimer miró a Oswin de nuevo—Ya ha comenzado, Oswin. La guerra que acabó con
el Imperio Elydiano no fue más que el comienzo. Los demás presagios aún están por
llegar, y yo debo ser quien lo evite, pero con este cuerpo anciano no puedo emprender el
viaje que requiere esta misión. Por eso necesito esta tablilla, pues con mi cuerpo de hace
cincuenta años y todos los conocimientos que poseo ahora tendré el poder necesario
para reunir los fragmentos del cetro y acabar con la oscuridad para siempre.
—Estáis loco—aquellas fueron las únicas palabras que supo decir—Habéis perdido
completamente el juicio. ¿Desde cuándo Voltimer van der Heymer, el mago más grande
de nuestro tiempo, cree en absurdas profecías sobre la oscuridad y el fin del mundo?

—Durante décadas he estudiado los escritos que profetizan el regreso de la


oscuridad, y todos ellos llevan a lo mismo: la llegada del Último Invierno—dijo
Voltimer—No es mera casualidad, Oswin. Los An Ephel destruyeron todo aquello
relacionado con los An Shivel para evitar que ese día llegase, todo menos esta tablilla.
¿Acaso no lo ves? Es una señal de que el momento se acerca. Podemos hacer esto

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juntos, Oswin. Podemos vencer a Jagar Uk’ Namaar y evitar que el mundo vuelva a
sumirse en las sombras. Tan sólo tienes que unirte a mí en esta lucha.

Oswin permaneció en silencio; sólo por fuera, pues su mente estaba llena de duda e
incertidumbre. En ciertos momentos deseaba que aquello no fuese más que un mero
producto de una pesadilla, pero sabía perfectamente que aquello era real. Entonces miró
a su maestro a los ojos y, con gran decisión, dijo:

—Lo siento, maestro, pero no pienso formar parte de esta majadería—dicha


respuesta no produjo reacción alguna en Voltimer, tan sólo cierta decepción plasmada
en el brillo de sus ojos—Un hombre ha muerto para que vos podáis tener hoy aquí esta
tablilla, y no pienso deshonrar su muerte emprendiendo un supuesto viaje profético en
busca de detener el fin de los tiempos.

—En ese caso no me dejas otra opción—de repente, casi en un abrir y cerrar de ojos,
Voltimer prendió una llama en su mano izquierda y se la lanzó a Oswin en forma de
proyectil ígneo, pero éste lo desvió rápidamente con una barrera mágica.

Tras este acto, un duelo de ambos tuvo lugar en el laboratorio. Ambos eran expertos
en el uso de la Elendâhremnil, pero el maestro seguía superando al alumno. Voltimer
comenzó a hacer torbellinos de páginas arrancadas de libros para perder a Oswin entre
aquel desorden, pero el mago harthiano respondió con fuego, quemando el papel
mediante llamaradas que emergían de sus manos desnudas. Luego el anciano aprovechó
su distracción para cargar un hechizo de pulso y lanzarlo contra la pared, cosa que ni el
propio Oswin pudo frenar a pesar de haber usado de nuevo una barrera mágica.
Tras recibir aquel hechizo, el harthiano se dio un fuerte golpe contra la pared, la cual
Voltimer deformó con el fin de sepultar a su discípulo bajo la roca, pero ni siquiera esto
fue suficiente para frenarlo. De los huecos que quedaron entre las rocas irradió una
centelleante luz azul, y acto seguido una explosión de energía las lanzó en todas
direcciones. Oswin salió cubierto de polvo y con una herida en la cabeza que le
sangraba hasta la frente. Sus ojos al completo resplandecían un azul intenso y artificial,
algo que hacía muestra de su rabia y su poder.

El duelo se prolongó durante varios minutos. Ambos hicieron uso de sus mayores
trucos, sorprendiéndose el uno al otro constantemente con hechizos y contrahechizos. El
interior de la torre quedó deteriorado a causa de tan terrible batalla. Sin embargo y pese
a sus esfuerzos, Oswin seguía siendo mucho más débil que Voltimer, y por ello acabó
siendo derrotado tras su maestro haber usado contra él un látigo hecho con energía y
haberlo atrapado para luego lanzarlo contra un estantería y hacer que ésta le cayera
encima una vez estaba en el suelo.
Victorioso aunque fatigado y herido en la cabeza, Voltimer cogió la tablilla del suelo,
la dejó flotando en el aire mediante telequinesis y comenzó a pronunciar unas palabras
en una extraña y oscura lengua:

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—Jar ash nuk fhaniid. Jar ash nuk gazharr. Therr gho’ kull meehn zhor raktaghul—
su voz se quebró y se volvió oscura, y los grabados de la tablilla comenzaron a irradiar
una luz azul brillante—Jar fenash ternakhul nak sharnakhul. Tiih azna rok enshivel.

Tras estas palabras, Voltimer fue rodeado por una sombra emergente de la tablilla, y
su cuerpo de repente comenzó a rejuvenecer. Los pelos de su melena y su barba cayeron
como hojas caduca de un árbol en otoño, quedando completamente lampiño. Su piel
comenzó a empalidecerse como la nieve, y su túnica se convirtió en ceniza hasta que
quedó completamente desnudo.
Oswin, mientras tanto, había conseguido asomar el cuerpo por encima de la madera
astillada de la estantería rota que le había caído encima. Estaba tremendamente débil a
causa del combate y del terrible golpe que había sufrido, pero entonces, con su último
aliento, pudo pronunciar unas palabras con el fin de detener a su maestro.

—Vaed inyoren türeor menech naderäevech êthelent—susurró, y de su mano surgió


una débil luz que fue hacia la tablilla.

El conjuro de Oswin comenzó a agrietar la roca, y de sus fisuras emanó una blanca y
cegadora luz que terminó haciendo que la tablilla estallara en pedazos. En ese momento
Voltimer, que estaba levitando en el aire, cayó al suelo inerte y sin vida, y acto seguido
el mago harthiano se levantó casi sin fuerzas para comprobar si seguía con vida.
Echó un vistazo a aquel pálido y horripilante cuerpo rejuvenecido. No mostraba
signos de vida, pues permanecía inerte e inmóvil, por lo que parecía haber muerto
después de que el proceso de rejuvenecimiento fuses interrumpido. Dicho esto se dio la
vuelta dispuesto a marcharse de allí, pero entonces pudo oír el ruido de algo moverse
tras él. Volvió a mirar hacia atrás, viendo entonces una delgada y definida figura
masculina pálida como la nieve y con la piel agrietada, de cuyas fisuras emanaba una
luz azul brillante. Su rostro había quedado inexpresivo y, al igual que su cuerpo,
agrietado como si estuviera hecho de fina arcilla blanca. Sus ojos era inexpresivos; no
había vida alguna en ellos, tan sólo un resplandeciente brillo azul sin pupila ni iris.

Al ver que había logrado sobrevivir, su primera reacción fue intentar destruirlo. Alzó
su mano dispuesto a lanzarle un hechizo y acabar con él para siempre, pero antes de que
pudiera hacerlo aquel pálido ser que una vez fue su maestro la alzó también y, en un
abrir y cerrar de ojos, comenzó a absorberle el alma.
De sus ojos y su boca comenzó a salir un espectro de luz azul, sintiéndose más débil
por cada segundo que pasaba hasta que dejó de sentir nada en absoluto. Su piel oscura
casi negra tomó un color gris y una textura seca y arrugada, como la de un cadáver
embalsamado. A su vez su alma era devorada por aquella forma de vida corrompida,
pareciendo de ese modo recobrar levemente las fuerzas. Entonces, completamente vacío
por dentro, el cuerpo sin vida de Oswin cayó al suelo como un peso muerto.

—Lo siento, Oswin—dijo con una voz débil, rota y desgarrada—Te he dado la
oportunidad de ayudarme, pero la muerte ha sido tu elección.

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Dichas estas palabras observó su cuerpo pálido y rejuvenecido, pero débil y
agrietado, como si no estuviera hecho de carne. Se tocó el rostro, pudiendo notar las
fisuras que lo recorrían de lado a lado. Luego miró el cuerpo de Oswin, seco y sin vida,
y entonces dijo las siguientes palabras:

—El proceso ha sido interrumpido. He recuperado mi antiguo cuerpo, pero débil y


marchito—por la manera en que lo dijo, parecía como si hubiese perdido toda emoción
existente. Ya no parecía humano—Reunir los fragmentos de cetro supondrá un esfuerzo
mayor al esperado. Pero llevo demasiado tiempo haciendo esperar al destino, y si debo
emprender este viaje bajo esta forma, que así sea.

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Apéndice A: Erëa, la Gran Creación
Nevelthia, «Nueva Tierra» en la lengua de los altos elfos, es sólo uno de los cuatro
continentes que componen el mundo que recibe el nombre de Erëa; «la Gran Creación»
en la lengua élfica. Además de éste, los otros tres continentes existentes son: Heffiir,
Sorethya y la misteriosa Thyasmir. Gracias a los escritos se sabe de la existencia de una
isla al noroeste conocida como Brinnland, de la cual provino Elydio I el Conquistador,
pero hubo una gran inundación y las aguas terminaron devorándola en el año 900 d. A.
Comenzando por las tierras de Oriente, Heffiir es el continente del que más se sabe
de los tres anteriormente mencionados. Muy pocas cosas se han escritos acerca de los
otros dos; apenas ha llegado nada que nos hable sobre su historia o los seres que los
habitan. Sin embargo, la historia de Heffiir ha conseguido llegar a Occidente de una
manera bastante precisa y excata, habiéndose traducido todo a la lengua oficial del
Imperio; el brinnés, en las épocas doradas del mismo.

Heffiir, cuyo nombre proviene de la palabra «hogar» en la lengua de los dracónidos,


es una tierra con miles de años de antigüedad. Por cuando Nevelthia seguía estando
compuesta por tribus independientes y primitivas de humanos, en Heffiir ya se habían
alzado imperios y habían caído tras largas guerras que serían recordadas con el pasar de
los siglos. Originalmente, el pueblo dracónido fue el que gobernó aquel continente en su
mayor totalidad, pues los hombres del este a los que hoy se conoce como harthianos
fueron usados como esclavos hasta que éstos se rebelaron contra sus señores.
En la actualidad, tan sólo dos naciones componen este continente: el Imperio de
Harth, cuyas fronteras ocupan desde las Montañas Dragón hasta el río Diamante, y Azz-
Danay, la tierra al sureste poblada por los dracónidos. Ambas han sido enemigas en
varias ocasiones a lo largo de los años, y a día de hoy siguen existiendo viejas heridas
que aún no han sanado del todo y que posiblemente nunca lo harán.
Existe una tercera tierra, aquella a la que los hombres del norte de Nevelthia
conocidos como los nungardianos bautizaron como Drakkaren, que significa «Tierra de
Dragones» en su lengua. Drakkaren es una vasta y yerma extensión volcánica pasto del
fuego y cenizas. El aire que allí se respira es tremendamente dañino para cualquier ser
que no sea un dracónido, quienes parecen ser capaces de filtrar el aire vaporoso a través
de sus escamas. Los mitos hablan de que, en tiempos remotos, los dragones poblaban
este yermo lugar, pero no hay nada que demuestre la veracidad de este hecho, pues los
dragones han pasado a ser producto de las leyendas y los cuentos para niños.

Pasando a Sorethya, de esta tierra no se sabe demasiado, pues los An Ephel tuvieron
que abandonarla con gran apuro y no pudieron salvar muchos de sus escritos. La razón
de su partida es incierta. Algunas historias hablan sobre una terrible epidemia que
devastó el continente de norte a sur y de este a oeste, otras hablan sobre una guerra que
obligó a los elfos a abandonarla, y otras habland sobre una oscuridad ancestral que
comenzó a consumir toda forma de vida existente.

252
Como puede verse, el origen del abandono de Sorethya por parte de los An Ephel es
incierto, pero todos ellos coinciden en una cosa, y es que los An Shivel; raza enemiga
del pueblo de los altos elfos desde tiempo inmemorial, estuvieron involucrados en la
destrucción del antiguo reino del oeste.

Los mapas no logran situar esta tierra con gran exactitud, pero todos ellos la ubican
al suroeste de Nevelthia, lo cual explicaría por qué la península de Ephelia fue el primer
lugar del continente al que llegaron junto a las Edrilai Innae (las Islas del Águila en la
lengua de los altos elfos).
En cuanto a su geografía, se sabe la forma que tuvo gracias a que los elfos por ese
tiempo ya eran excelentes cartógrafos. Sin embargo, muchos nombres han quedado
olvidados con el pasar de los siglos, por lo que Sorethya ha pasado a ser una tierra
plagada de mitos y fábulas sin ningún hecho que pueda verificar su existencia.

Si se saben pocas cosas sobre Sorethya, sobre Thyasmir se sabe aún menos. Tan sólo
se sabe que en ella habitan tribus primitivas de hombres con pieles rojizas y unos seres
cuyo origen es completamente incierto: una raza tecnológicamente muy avanzada al
resto conocida como los naghûl.
En varias ocasiones, el Imperio Elydiano ha mandado partidas de navegantes a
explorar esta misteriosa tierra al sur del mundo, pero ninguna de ellas ha conseguido
volver jamás con vida. La más conocida y trágica de estas ocasiones sucedió en el año
957 d. A., cuando una flota de más de cien naves partió hacia allí con el fin de dar inicio
a una conquista y una furiosa tormenta la destruyó a pocas millas marinas de la costa,
muriendo aquel día más de diez mil hombres.
Respecto a la isla de Brinnland, se sabe que de ella provino el que se convertiría en el
primer emperador y fundador de la Dinastía Elydiana. También se conoce con bastante
detalle la forma que ésta tenía y las costumbres de la gente que la habitaba. Sabemos
que existió un reino formado por los hombres influenciado por los elfos cuando éstos
aún vivían en Sorethya, habiéndose formado una alianza comercial que promovió un
intercambio cultural entre ambos pueblos.
Durante siglos hubo paz en el pequeño reino de Brinnland, pero entonces llegó una
cruenta guerra civil que dividió a su gente en aquellos que apoyaban la rebelión de una
casa noble y aquellos que apoyaban a la corona. La guerra se prolongó durante dos años
hasta que, finalmente, los sublevados consiguieron tomar la capital del reino y asesinar
a la familia real. Pero hubo un heredero que logró huir a Nevelthia junto a algunos fieles
a la corona de su padre, aquel al que posteriormente pasaría a conocérsele como Elydio
I el Conquistador.

Pese al hundimiento de Brinnland, su memoria sigue viva en Nevelthia, pues Elydio


trajo y unió las costumbres de su pueblo con la de aquellos que conquistó, consolidando
así una cultura nueva y propia de su grandioso imperio. Las leyendas provenientes de su
tierra natal fueron recojidas, sus dioses pasaron a formar el actual panteón imperial, y su
lengua se convirtió en la más hablada en todo el continente.

253
Y en cuanto a la tierra protagonista de esta historia, Nevelthia es posiblemente la
tierra más próspera y llena de historias que existe en Erëa, una tierra forjada por guerras
y alianzas entre razas que a día de hoy forman los pueblos más importantes de la misma,
una tierra que ha visto nacer y caer al imperio más grande y poderoso que el mundo ha
conocido jamás: el Imperio Elydiano.
Varios reinos componen Nevelthia en su actualidad, desde la Península Ephélica
hasta la vasta extensión de bosques de Inathia. Multitud de razas pueblan esta tierra,
desde elfos y hombres hasta enanos y gigantes. Cerca de cuarenta millones de millas
cuadradas de tierra se extienden desde el extremo norte hasta el extremo sur y desde el
extremo este al oeste. Los reinos que hoy día la componenen son: Ephelia; hogar de los
altos elfos, Sungard; reino de los enanos que habitan el interior de las montañas,
Dorland; el reino occidental de los hombres, Verland; el reino central, Fortland; el reino
oriental, Inathia; hogar de los elfos del bosque, y Nungard; la inhóspita tierra del norte
poblada por los temibles nórdicos, también conocidos como nungardianos.

Numerosas han sido las veces en las que algunos de estos reinos se han enfrentado
entre sí, especialmente en los tiempos en los que el Imperio Elydiano iba en busca de
expandir sus fronteras y daba inicio a guerras cruentas y sangrientas que duraban años.
Sin embargo, aquello ayudaba a que los pueblos que hoy día componen Nevelthia hayan
sufrido un verdadero intercambio cultural de lenguas y costumbres, lo cual ha hecho de
esta vasta tierra un lugar cuya historia ha sido recordada durante siglos.

254
Apéndice B: Historia del Imperio Elydiano
El Imperio Elydiano fue aquel que perduró durante más de cuatrocientos cincuenta
años con una dinastía ininterrupida que dio comienzo con Elydio I el Conquistador. Sus
fronteras llegaron a componer desde toda Nevelthia Central hasta incluso la zona
occidental del Imperio Harthiano, también conocida como Cercano Harth. Su poder y su
influencia llegó a ser tal que a día de hoy su historia es conocida en todos los rincones
del mundo civilizado y su sistema monetario es el más usado en el continente.
Su origen se remonta al año 862 d. A., cuando el joven Elydio arribó a las costas de
Nevelthia desde su tierra natal, Brinnland, y dio comienzo a una conquista que duraría
diecisiete años de incesantes guerras. Comenzó derrotando a las tribus nativas del centro
del continente, luego a los altos elfos de Ephelia, y por último a los orientales más allá
del Estrecho de las Perlas, a los cuales les arrebató durante largo tiempo la zona
occidental de su vasto imperio.

Gracias a la fundación de este imperio, los hombres de Nevelthia comenzaron a


consolidarse como un pueblo unido y respetado por las demás razas que habitaban el
continente, pues antes de la llegada de Elydio tan sólo unas cuantas tribus bárbaras y
atrasadas componían lo que ahora se conoce como Dorland, Verland y Fortland.
El Imperio pervivió durante más de tres siglos llenos de guerras, traiciones y
conspiraciones entre herederos para ascender al trono de tan poderoso legado. Hubo
épocas de pura paz, prosperidad y enriquecimiento tanto económico como cultural, pero
también hubo épocas oscuras y hominosas que a día de hoy son recordadas como las
peores de toda su historia.

El legado de Elydio perduró durante todos estos siglos, hasta que llegó el punto en el
que el Imperio terminó cayendo por el peso de sus propias mentiras, pues el control de
éste terminó en manos de hombres incompetentes y fáciles de corromper. Entonces el
último emperador cayó, y en el año 1.330 d. A. dio comienzo la que se conoció como la
Guerra del Tridente, en la que los hijos del difunto emperador se enfrentaron entre sí por
ver quién se hacía con el control del decayente imperio de su padre. Sin embargo, la
victoria no favoreció a ninguno de los tres, y por ello debieron firmarse los Tratados de
Guardia Ventosa, en los que se acordó fragmentar el Imperio en tres partes y repartirlas
entre los tres hermanos, quienes pasaron a convertirse en sus respectivos reyes.

255
Apéndice C: Las Razas de Erëa
Muchas son las razas que componen Erëa, pero éstas pueden ser divididas en
distintos grupos por el simple hecho de simplificar su clasificación. Por un lado tenemos
a los elfos, cuya raza la componen los An Ephel o altos elfos y los An Inath o elfos del
bosque. Después tenemos a los enanos, los cuales no poseen una variedad tan amplia
como sus pueblos vecinos. También tenemos a los hombres; posiblemente la raza con
mayor variedad y más extendida de todas. Y por último tenemos a los dracónidos, los
cuales son únicos en su tipo.

Comenzando por los altos elfos o An Ephel, esta raza es una de las más antiguas e
influyentes en la historia de Erëa. Su antigüedad se remonta a las primeras edades del
mundo, pues ellos ya eran una civilización próspera y avanzada con siglos de historia
para cuando otras estaban comenzando a consolidarse. Son conocidos en cada rincón de
la civilización por ser eruditos en todas las ciencias, por poseer una sabiduría otorgada
por su longevidad y una afinidad innata hacia las artes arcanas y por contarse entre los
mejores guerreros.
En cuanto a su aspecto, aquello que los hace más distintivos es su figura esbelta, sus
facciones afeminadas incluso en los varones, su gran altura, sus cabellos lisos y dorados
y sus orejas terminadas en punta. También presumen de ser una raza excepcionalmente
bella y elegante, muy preocupada por la moda y las prendas para ofrecer una imagen
pulcra y hermosa superficialmente. Son además tremendamente finos y educados, ya
que hasta el más pobre y humilde de los elfos conserva una finura que parece venirles
de nacimiento. Pero no todo son virtudes cuando se habla de ellos, pues también pecan
de ser arrogantes y de creer ser superiores a todas las demás razas. También tienden a la
falsedad y el engaño, pues fueron ellos quienes inventaron las falsas cortesías que tan a
menudo se llevan a cabo entre la nobleza.

Pasando a hablar sobre sus parientes del bosque, los An Inath, cuyo nombre se lo
dieron los An Ephel y significa «el Pueblo del Bosque», son la raza de elfos nativos de
Nevelthia. A diferencia de sus parientes más avanzados y refinados, los elfos del bosque
llevan un estilo de vida mucho más simple y primitivo, viviendo en pequeñas tribus en
los bosques y cazando con arco y flecha a la antigua usanza.
En cuanto a su aspecto, estos elfos son de menor estatura y de piel más morena. Son
ágiles, silenciosos y rápidos como ciervos, y su puntería con el arco no conoce rival.
Suelen ir vestidos con pieles de animales, y construyen sus casas con madera. En su
tierra, Inathia, no existen grandes ciudades ni nada por el estilo, pues sus creencias les
prohíben dañar el bosque y alterar el frágil equilibrio de la vida. Es por esto que nunca
cazan ni talan más de lo que necesitan para vivir, siendo esta la principal razón por la
que su tierra es una vasta extensión de bosques cuyo final no alcanza la vista.

256
Terminando con las razas de elfos que actualmente viven en Erëa, es momento de
hablar sobre los enanos. Los enanos, los cuales se denominan a sí mismos como ulûks,
son otra de las civilizaciones más antiguas del mundo. Tan sólo los hay en Nevelthia,
siendo posiblemente la primera civilización avanzada que pobló el continente. Viven en
el interior de las cavidades montañosas, pues es bien sabido que son prodigiosos
mineros y artesanos de joyas hechas a partir de las piedras precisosas que se ocultan
bajo la tierra, aunque también son conocidos por contarse entre los más fieros guerreros
en las distancias cortas y los mayores herreros de armas para la guerra.

Su esperanza de vida no es tan larga como la de los elfos, pero aun así pueden
sobrepasar el siglo y medio con facilidad. Entre los varones es habitual que se dejen
crecer la barba, pues en su cultura es un símbolo de experiencia y sabiduría. Sin
embargo, al igual que el resto de razas, poseen defectos que han sido fruto de muchas
creencias populares, como la de que todos son codiciosos, avaros y que sólo les importa
poseer oro y riquezas. Pero algo que también ha de reconocerse a la hora de hablar de su
pueblo es su tan férreo sentido del honor y la lealtad. Para ellos honrar a su ancestros es
algo sumamente importante, y la deshonra algo que debe ser severamente castigado.

Los hombres son la raza más diversa que existe. En primer lugar están los brinneses
o isleños, cuya genética terminó mezclándose con la de los nativos de Nevelthia, a los
cuales denominaron como los Pueblos Libres. Por lo que se sabe, los brinneses eran de
una estatura media tirando a alta. Tenían el pelo rubio o pelirrojo mayormente y eran
pálidos de piel, pues la isla en la que habitaban solía estar siempre cubierta por nubes
tormentosas que tapaban la luz del sol.
En cuanto a los nativos de Nevelthia, existe una gran variedad dentro de ellos. Las
tribus que había al oeste eran hombres y mujeres rubios y pelirrojos al igual que los
isleños. En las tribus del este y al sur podían encontrarse más casos de ejemplares de
cabello oscuro, pero no se sabe mucho acerca de esto, ya que sus genes han terminado
mezclados con los de la gente que vino de Brinnland.

Pasando ahora a los hombres del norte o nungardianos, la pureza de sus genes es la
que mejor se ha conservado con el pasar de los siglos debido a lo aislados que se
encuentran en las gélidas tierras de Nungard. Tanto los hombres como las mujeres son
altos, rubios, de ojos azules y una constitución robusta forjada para la guerra en su
inmesa mayoría. Además de esto son conocidos por ser los guerreros más fieros de todo
el continente, y a su vez los mejores navegantes, pues sus naves a las que ellos llaman
drakkars son las más rápidas y manejables de los siete mares.

Cuando se habla acerca de los nungardianos, no se puede pasar por alto su tan
arraigada cultura guerrera. Para ellos morir en batalla es la mejor manera que existe de
morir, pues de hacerlo creen que sus almas irán a festejar con sus dioses hasta el fin de
los días en los dorados salones de Valhalla. Esta es la principal razón que los convierte
en tan temibles guerreros, pues no conocen el miedo a la muerte, sino que su mayor
anhelo es morir con un arma en la mano.

257
No obstante, cuando se habla de ellos tampoco se puede pasar por alto el pillaje al
que están tan acostumbrados. Dada las duras condiciones climáticas y a la imposibilidad
de cultivo de Nungard, los hombres que en ella habitan se han visto obligados a llevar
un estilo de vida de robo y saqueo a otros lugares del continente. Innumerables han sido
las ocasiones en las que han atacado las aldeas costeras o han remontado los cauces de
los ríos con sus drakkars para ir tierra adentro y saquear los poblados que fueran
encontrando. Tal ha sido el terror que han infundido entre la gente de Nevelthia que
popularmente se les conoce como los Demonios del Norte.

Finalizando con los hombres del este, actualmente conocidos como harthianos, éstos
son los más diversos entre sí. Los más al sur poseen una piel más negra y son por lo
general más altos, mientras que los más al este son más esbeltos y de menor estatura
debido a las condiciones en las que tienen que vivir en el desierto. Los que provienen de
la zona más occidental tienen la piel ligeramente más clara, pero su cabello y vello
facial sigue siendo tremendamente oscuro y grueso, además de frondoso y abundante.
Los harthianos son conocidos por ser los maestros del comercio y la cocina exótica.
La llegada de sus especias y su hierba para fumar en pipa a Occidente fue algo que tuvo
un gran recibimiento por parte de los nevelthianos. También se les conoce por ser
sumamente hospitalarios con sus invitados, pues sus creencias les exigen tratarlos como
si fueran parte de su familia. Pero también se les conoce por poseer unas creencias que
dejan a la mujer como objetos con una finalidad meramente reproductiva y servicial
hacia sus maridos, algo que es muy mal visto por las culturas occidentales.

Sin embargo y pese a sus discutibles tradiciones, los harthianos son conocidos
también por ser feroces guerreros, aunque muchos de ellos engrosan las filas de
ejércitos mercenarios, pues el oro les mueve más que la lealtad por lo general. Pero algo
en lo que no tiene cabida discusión alguna es en que su pueblo posee los mejores jinetes
que existen en el mundo, pues su cultura está ferreamente arraigada a los caballos,
especialmente en las tribus del norte, a los cuales se les conoce como Nash Hothrii; «el
Pueblo de los Hombres Caballo» en la lengua harthiana.

Finalizando con los dracónidos de Azz-Danay, esta raza de hombres reptilianos es


sin duda la más extraña de todas. Su origen es incierto, aunque las leyendas hablan de
que su pueblo desciende de los legendarios dragones. Sin embargo, no hay nada que
pueda demostrar que este hecho es cierto, dado que ni siquiera se sabe si los dragones
existieron realmente.
Generalmente se les conoce como dracónidos, pero ellos se denominan a sí mismos
como el Archa-lozh, que viene a significar «el Pueblo Dragón» en su lengua. Pueden
alcanzar fácilmente los seis pies de altura y son de una constitución fuerte y corpulenta,
pues sus músculos y sus huesos son tremendamente pesados. El color de sus escamas
puede variar dependiendo de la región o la familia a la que pertenecen, habiéndolos
desde rojos y verdes hasta negros y plateados. Pero los más inusuales son sin duda los
blancos, cuya rareza podría asemejarse a la del albinismo en las demás razas.

258
Los dracónidos se cuentan entre los guerreros de armas pesadas más efectivos que
existen, pues su gran tamaño les concede una mestría sin igual con dichas mismas. Su
coraza de escamas es mucho más gruesa y difícil de penetrar que la piel, y gracias a su
sangre de reptil son inmunes a cualquier veneno o enfermedad, lo cual los vuelve aún
más resistentes. Sin duda su raza está preparada para sobrevivir en climas tan calurosos
y hostiles como los de su tierra, dado que las temperaturas en Azz-Danay pueden llegar
a ser realmente altas y sus zonas pantanosas están plagadas de enfermedades y flora
venenosa que para otras razas resultarían letales.
En tiempos remotos, los dracónidos poblaban todo el continente y tenía esclavizadas
a las tribus de hombres que se encontraban en él, pero eso cambió después de que éstas
se rebelaran contra ellos y los obligaran a replegarse hasta donde viven ahora. Desde
entonces ha existido un latente odio hacia los harthianos que ha sido cubierto con falsas
diplomacias y vacíos tratados de paz, pues varias han sido las guerras que ha habido
entre estos dos pueblos vecinos.

Su sociedad está estructurada por un sistema jerárquico en el que las casas nobles
más poderosas gobiernan mediante un sistema feudal que obliga a las clases menos
pudientes a servirlas a cambio de su protección. Se sabe que tienen un rey, pero con el
paso de los siglos no ha pasado a ser más que una mera figura representativa, dado que
algunas familias nobles poseen más poder incluso que la propia corona.
Algo que debe tenerse en cuenta a la hora de juzgar su tan chocante frialdad es que, a
diferencia de los elfos, los hombres o los enanos, los dracónidos son reptiles y no
mamíferos, por lo que carecen de muchas emociones que otros pueblos normalmente
poseen, como son el deseo carnal o la afectividad hacia los hijos. Para ellos las parejas
tienen una función únicamente reproductiva y, en algunos casos, para forjar alianzas
entre dos casas poderosas. No obstante, se sabe que no todos son así, pues ha habido
casos puntuales en los que algunos han sido capaces de mostrar amor o empatía, algo
que no tiene cabida alguna en su naturaleza reptiliana.

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Apéndice D: Las Razas Híbridas
Dada la interacción que existe entre varias de las razas que pueblan Erëa, resulta
imposible que no existan casos en los que éstas procreen entre sí y den a luz a una
hibridación entre ambas. El más famoso de estos casos es la mezcla entre hombres y
elfos, que da lugar a los medio-elfos. Al tratarse de un híbrido, dicho individuo posee
cualidades de ambas razas, como el hecho de que pueda crecerle vello facial, cosa que
para un elfo resulta imposible, pues todos ellos son imberbes. También poseen una
longevidad prolongada proveniente de su gen élfico, aunque al éste estar debilitado por
la mezcla con el gen humano su longevidad es menos duradera, por lo cual tan sólo
alcanzan los doscientos o trescientos años, que para un elfo sería equivalente a poseer
una edad adulta joven.
Para los hombres los medio-elfos resultan demasiado similares a un elfo, y para los
elfos resultan demasiado similares a un hombre. Pero esto no sucede con un caso más
inusual, que es el caso de los medio-orcos, producto de la hibridación entre un humano
y un orco mediante la reproducción sexual (en la mayoría de los casos por violación).
Dicha anomalía genética da lugar a un humanoide de cuerpo más esbelto que un orco
pero más robusto que un humano con la piel verdosa y sus dos caninos inferiores
sobresaliendo por sus labios, y éstos, a diferencia de los medio-elfos, nacen estériles.

260
Apéndice E: Las Lenguas de Erëa
Al existir una gran variedad de razas y pueblos, también existen gran variedad de
lenguas. Muchas de ellas han desaparecido con el paso del tiempo, pero muchas otras
han perdurado y han interactuado con otras, dando así cabida a su evolución. Existen
una infinidad de lenguas en Erëa, pero para simplificar tan sólo se mostraran las más
importantes e influyentes a lo largo de la historia, y cuando se habla de lenguas que han
influido en el mundo no se puede olvidar a la más importante de todas: el ephêlarind.
El ephêlarind, también conocido banalmente como élfico, es sin duda la lengua más
importante de Erëa, pues ha influido profundamente a sus coetáneas durante siglos.
Donde más se hace notar este fenómeno es en los nombres de lugares cuyo origen
etimológico proviene de esta lengua, además de cómo su vocabulario o su gramática ha
dejado huella en muchos otros idiomas.

La lengua de los altos elfos siempore ha sido notoria por su complejidad a la hora de
hablarla, pues muy pocos son los no-nativos que pueden hacerlo con total fluidez y sin
cometer nigún fallo gramatical. Pero su uso oral no es lo más complejo; la verdadera
complejidad se halla en su uso escrito, pues el turëmmar es un tipo de escritura muy
difícil de leer para alguien que no haya sido enseñado desde una temprana edad.
Además de todo esto, los sustantivos y los adjetivos en la ephêlarind son declinables,
por lo que la desinencia de la palabra cambiará en función a si es usada como sujeto de
la oración o como complemento directo por decir un ejemplo. Un sencillo ejemplo es la
palabra mana (montaña), que cuando es usada como complemento circunstancial de
lugar debe ir en dativo, o sea, mânata (en la montaña).

Pasando al tema de la pronunciación, la fonética y la fonología de la lengua de los


altos elfos es de las cosas más sencillas que posee este idioma. Su pronunciación es muy
nasal y suave, algo que casi ningún no-nativo logra imitar a la perfección, pero que
consigue entenderse igualmente aunque no se haga perfecta.
Para adaptar ciertos sonidos al alfabeto brinnés, los filólogos y los literatos optaron
por juntar dos letras para producir ese sonido. Esto sucede cuando la letra /t/ y la letra
/h/ se juntan para formar el sonido /θ/, o cuando la letra /c/ y la letra /h/ se juntan para
formar el sonido /k/. También hacen dos distinciones para el sonido /Φ/: el sonido suave
hecho por la unión de /p/ y /h/, y el sonido fuerte hecho por la letra /f/.

Existen infinidad de palabras influidas por la lengua de los altos elfos, pero por tal de
simplificar se usará de nuevo el ejemplo de mana, que en el brinnés ha evolucionado
como «montaña». La similitud es muy clara en esta ocasión, pero en otras no lo es tanto,
como es el caso de thiomer, que ha derivado a «torre» en la lengua del Imperio.
Junto con el brinnés, el ephêlarind es la lengua más hablada en Erëa, pues tal ha sido
su importancia e influencia a lo largo de los siglos que aunque desaparezca seguirá viva
en las lenguas que se irán formando conforme pasaran las eras del mundo.

261
Cambiando a la lengua de los elfos del bosque, la cual es denominada como silvano,
es uno de los idiomas más antiguos de Nevelthia y que menor cambio ha sufrido a lo
largo de los siglos, dado el aislamiento del pueblo que la habla respecto a los demás. Es
sabido que los animales son capaces de entender esta lengua, razón por la cual los elfos
silvanos pueden comunicarse con ellos. Su pronunciación es tremendamente gutural,
algo que hace que suene primitiva y poco melódica, algo que la diferencia notoriamente
de la lengua de sus parientes de Ephelia.
En cuanto a su gramática, se sabe que es bastante más sencilla que la del ephêlarind,
pues ésta se construye a partir de añadirle partículas a una palabra en lugar de cambiar
su desinencia. Donde más claramente se ve esto es en la hora de hacer los tiempos
verbales, pues para hacer el pasado utilizan la partícula de tiempo fa más un apóstrofe y
para hacer el futuro la partícula fe más apóstrofe, todo esto sin alterar la conjugación del
verbo en presente de indicativo.

Dejando atrás las lenguas élficas, el enano o, como ellos lo llaman, ulukrêm es uno
de los idiomas más antiguos y difíciles de aprender que existen. Su gramática es
relativamente sencilla, pues es una lengua que tiende a unir palabras para formar otras
nuevas en lugar de declinarlas o utilizar partículas y preposiciones. Además, a la hora de
formarlas tienden mucho a la lógica, pues, por decir un ejemplo, la palabra tarkharuva,
cuyo significado es «ardilla», literalmente significa «rata de los árboles».
Su sistema de escritura se basa en runas, pues los enanos no suelen escribir en papel
sino directamente en piedra tallada. Dichas runas han ido cambiando ligeramente a lo
largo de los siglos, e incluso se han ido creando algunas nuevas para adaptar sonidos de
otras lenguas que en la suya no existían originariamente, como es el caso del sonido /θ/.

Las lenguas de los hombres, al igual que sus razas, son las más diversas y variadas de
todas, pues existe un gran número de ellas. La más hablada en todo el continente es el
brinnés o lengua del Imperio, la cual posee el mayor número de hablantes debido a la
importancia comercial que llegó a tener el Imperio Elydiano. Desciende del brinnés
antiguo, hablado en la isla de Brinnland en tiempos anteriores a la llegada de Elydio a
Nevelthia. Luego se mezcló con las lenguas nativas de la zona, y de ese modo nació la
lengua que se conoce hoy día como brinnés, la cual se ha ido gestando y consolidando
con el pasar de los siglos.
Su extenso número hablantes también se debe a su facilidad de aprendizaje, aunque
esto también ha dado lugar a una infinidad de acentos y dialectos extendidos por todo el
mundo. Un dorlandés no posee la misma pronunciación que por ejemplo un fortlandés,
y un nevelthiano no posee la misma que un harthiano, cuyo acento es sumamente fuerte
y aspirado debido a su lengua materna.

En cuanto a las lenguas de los Pueblos Libres nativos de Nevelthia, dichas mismas
dejaron de usarse con el paso del tiempo, pasando a convertirse en lenguas muertas
cuyo aprendizaje hoy día se reserva únicamente a aquellos amantes de las lenguas
antiguas; un porcentaje de la población absurdamente reducido.

262
Pese a su desaparición, las lenguas de los Pueblos libres siguen viviendo en muchas
de las palabras que existen actualmente en la lengua del Imperio, como es el caso de la
palabra «río», que proviene de la palabra rinn en la lengua de la tribu de los Eusgades.

Tan sólo una lengua humana nativa de Nevelthia ha perdurado con el paso de los
siglos, y ésa es el nórdico. La lengua de los hombres de Nungard, dado el aislamiento de
sus hablantes en aquellas gélidas e inhóspitas tierras, ha sobrevivido con apenas unos
leves cambios con el fin de simplificar su habla y su escritura. Sus raíces en su inmensa
mayoría no guardan similitud con las de la actual lengua del Imperio, tan sólo en las
palabras cuyo origen proviene de las lenguas de los Pueblos Libres, lo cual da lugar a
una teoría que defiende que los nungardianos fueron una tribu que emigró al norte en
tiempos remotos, antes incluso a la llegada de los elfos a Nevelthia.
En su origen, el nórdico no poseía escritura, pues los nungardianos nunca han sido
muy propensos a dejar sus memorias escritas, sino que han preferido transmitirlas de
manera oral a través de poemas y canciones de generación en generación, razón por la
cual se conoce muy poco acerca de su origen. Lo único que se sabe es que, en algún
punto de su historia, los hombres del norte entraron en contacto con los enanos que
poblaban las montañas conocidas como los Colmillos de Úlfr y que adoptaron su
escritura rúnica para su idioma, sufriendo con el paso del tiempo leves variaciones que
terminaron por diferenciar su escritura de la de los enanos.

Yéndonos a Oriente, la lengua conocida como alto harthiano no es más que una
mezcla de lenguas de todos los pueblos que componen tan vasto imperio. Desciende del
bajo harthiano o harthiano antiguo, cuya complejidad gramatical y de pronunciación era
tal que terminó por simplificarse hasta formar la que hoy día se habla. Su pronunciación
es sumamente aspirada y vibrante, algo que le da cierto exotismo cuando es hablada.
Poseen un tipo de escritura propio, al cual denominan tan’ al-hatt (arte de la línea), y
éste se escribe de derecha a izquierda en lugar de izquierda a derecha como se hace en
las culturas occidentales.
Durante mucho tiempo los hombres del este fueron esclavos de los dracónidos, y por
ello su lengua actual ha sido influida por la de sus antiguos señores de manera notoria.
Tal es su similitud que, pese a haberse distanciado considerablemente, aún conservan
raíces comunes y construcciones gramaticales casi idénticas, pues más de diez siglos de
influencia no pueden ser erradicados con tanta facilidad.

Finalmente pasamos a hablar de la lengua de los dracónidos, a la cual llama la archa-


zuhl. Las leyendas hablan de que proviene de la ancestral lengua de los dragones, cuya
existencia no ha conseguido probarse todavía. Pero de ser así, dicho idioma ha sufrido
cambios a lo largo del tiempo, aunque siempre manteniendo sus raíces originarias.
Su gramática no es lo más complejo, sino su pronunciación. Sus erres son fuertes y
vibrantes, y lo mismo ocurre con sus eses, las cuales se asemejan al sonido que hacen
las serpientes. Su escritura se diferencia de cualquier otra que exista en Erëa, pues no es
ni rúnica ni lineal, sino cuneiforme. Ni los más sabios han sabido dar aún con el origen
de tan extraña escritura, por lo que sigue siendo todo un misterio.

263
Apéndice F: Los Dioses de Erëa
Una vez más, dada la diversidad de razas y culturas que pueblan Erëa, muchas son
las religiones que dichos pueblos poseen y las deidades a las que adoran. La más
extendida de todas nuevamente es la del Imperio, dada la importancia que éste tuvo
tiempo atrás, pero junto a este panteón han convivido muchos otros, tales como el de los
altos elfos o el de los hombres del este, el cual es el segundo más extendido de toda
Erëa después del imperial.
Comenzando por el más relevante de todos ellos, el panteón imperial consta de siete
dioses que simbolizan diversos aspectos y ámbitos de la vida. Erus, padre de los Siete,
es el dios de la justicia y el orden, siendo una balanza el objeto con el que se representa.
Mevah, su esposa y diosa madre, es la diosa de la fertilidad, el hogar y el matrimonio, y
aquello con lo que se le representa suele ser una flor. Fistos es el dios del trabajo y el
comercio, siendo el martillo y la moneda aquello que lo representa. Divanna es la diosa
del amor y la belleza, y es habitualmente representada como una joven desnuda. Argon
es el dios de la guerra, y se le suele representar con una lanza y un escudo. Élevnos es el
dios del mar y las tormentas, representado siempre con un tridente. Y por último está
Beala, diosa de la sabiduría y el gobierno, cuya representación suele ser un águila.

Dichas deidades guardan una gran similitud con las del panteón élfico, pues al fin y
al cabo fueron influidas a través de los elfos que hacían intercambios comerciales y
culturales con los hombres de Brinnland, consolidándose así la religión que a día de hoy
compone el mayor número de practicantes en todo el continente.
En cuanto al panteón élfico, dichos dioses son conocidos como los Ëhnae, que en la
lengua de los altos elfos significa «los padres». Ellos son: Vâldahir, señor de los Ëhnae
y dios creador de los elfos y los hombres; Âlmahir, señor de los mares y padre de todas
las criaturas marinas; Nîldahir, dios de la vida y la naturaleza y padre de todo aquello
que crece; y Êlrahir, dios de la sabiduría y el conocimiento arcano.

Respecto a las creencias de los elfos del bosque o elfos silvanos, éstos adoran a un
árbol gigante al que ellos llaman Annadruin, que significa «Padre del Bosque» en su
lengua. Las antiguas leyendas de los An Ephel hablan de que Annadruin es en realidad
el dios Nîldahir, pero que fue condenado por los demás Ëhnae a convertirse en ese árbol
gigante por haber creado a los elfos del bosque en secreto sin el consentimiento de
Vâldahir, pero los silvanos niegan rotundamente dicha creencia y en su lugar creen que
toda la vida se originó a partir de las raíces de Annadruin, siendo esta la principal razón
por la que tienen sumamente prohibido dañar el bosque y alterar el frágil equilibrio de la
naturaleza para su beneficio.

Los enanos, por otra parte, adoran al dios Targûn, al cual le dan forma de entidad
cósmica sin una forma precisa. Según sus mitos, Targûn forjó al primer enano y a la
primera enana a partir de los fragmentos de una estrella moribunda, lo cual explica la
afinidad hacia la herrería y la minería propia de su pueblo.

264
Se sabe que los Pueblos Libres adoraban a deidades distintas a las del panteón
imperial, pero al ser un pueblo sin ningún tipo de escritura su memoria quedó borrada
por las huellas del tiempo, por lo que no ha quedado constancia alguna de los nombres
de aquellos seres a los que adoraban. No obstante sí se intuye que los animales y el sol
podrían estar relacionados con alguna especie de culto o religión que poseyeron, pues
consideraban a ciertos animales como el lobo o el águila como seres sagrados a los que
llevaban como tótems protectores de los malos espíritus.
La única religión de los hombres nativos de Nevelthia que ha conseguido pervivir ha
sido la de los nungardianos, los cuales adoran a dos grupos de dioses: los Aesir y los
Vanir. Los más conocidos y venerados son Onnír, Padre de Todo y señor de los Aesir;
Órth, dios del trueno y asesino de gigantes; Freyr, diosa de la fertilidad y la agricultura
y reina de las valquirias; Lokvir, dios del engaño y la discordia, y Heimgrall, guardián
del Bifröst y dios protector del hogar.

El panteón harthiano se compone de cuatro dioses, los cuales, al igual que los Siete,
poseen similitudes demasiado notorias con los Ëhnae. El padre de todos ellos es Al’ az,
dios del mandato y la verdad absoluta. Sheevar; su esposa, es la diosa de la fertilidad y
la agricultura, y en los mitos siempre es representada de manera sumisa y obediente
hacia su esposo, algo que se ha reflejado en el rol de las mujeres en Oriente. Affiri es la
segunda diosa del panteón harthiano, y ella representa el equilibrio entre la vida y la
muerte. Y por último, Hyamat es el dios de la sabiduría y la magia, siendo siempre
representado con la forma de un anciano.
Respecto a los panteones de Oriente, el último que falta es el de los dracónidos, los
cuales adoran a un único dios: Archalegon, rey de los dragones y señor de los cielos y
de la tierra. Sus leyendas hablan de que Archalegon creó el mundo con su fuego sagrado
y que el batir de sus alas apagó las llamas para así dar lugar a las montañas y a los ríos.
Luego creó a los dragones a su imagen y semejanza, y a partir de ellos creó a los
dracónidos, quienes nacieron de su sangre.

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Apéndice G: Sistemas Monetarios
En Erëa existen diversos métodos de comercio como el trueque, pero el más
expandido es el comercio mediante el uso de la moneda. Cada nación goza de un
sistema monetario único y diferente a los demás, aunque basándose todos ellos en la
división de cobre, plata y oro. En todas ellas diez piezas de cobre equivalen a una de
plata, y diez de plata a una de oro.
La más extendida, una vez más, es la moneda imperial, a la cual se conoce como
corona. Fue impuesta tras la fundación del Imperio Elydiano, y las primeras versiones
de la misma llevaban grabadas el rostro de Elydio I el Conquistador, pero poco después
se optó porque las monedas dejasen de llevar los rostros de los emperadores, pues
resultaba demasiado costoso rehacer la moneda por cada emperador que ascendía al
trono. Es por esto que se decidió cambiar los rostros de los emperadores por los de un
león dorado, que era el emblema del Imperio.

Pasando a los nagams sungardianos, dicha moneda es la que se usa en el reino enano
de Sungard. Al igual que la corona imperial, posee tres tipos: oro, plata y bronce. Su
forma es heptagonal, y aquello que lleva dibujado es el rostro del primer rey de la
dinastía que reina actualmente en Sungard: Thorgrim Barba Dorada. Y además de esto,
alrededor de su retrato se encuentran talladas runas enanas que dicen: «Que Targûn
bendiga la gran dinastía de los reyes bajo la montaña».
Existe un lugar excepcional donde la corona y el nagam conviven, y ese lugar es la
ciudad de Naarvin, pues al ser un protectorado de Sungard dentro del reino de Fortland
utiliza ambos sistemas monetarios. Sin embargo, tras la caída del Imperio, la moneda de
los enanos ha obtenido mayor relevancia, pues poco a poco la corona imperial ha ido
cayendo en el desuso. Sin embargo, dicha ciudad sigue siendo el principal centro de
intercambio entre ambas monedas, pues en ella existen más de una decena de bancos
que se ocupan de estas operaciones.

Para finalizar se explicará la moneda utilizada en el Imperio Harthiano, a la cual ellos


llaman yirgham. Esta moneda lleva en uso durante más de quinientos años, y desde
entonces ha sufrido innumerables subidas y bajadas. Sin embargo, gracias a la caída del
Imperio Elydiano, el yirgham carece de rival comercial alguno, pues la corona imperial
siempre había estado en una constante competición por el puesto más elevado, y
actualmente ni los nagams sungardianos ni las thrädmae ephélicas pueden competir
contra el poderío económico de Oriente.

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Apéndice H: El Calendario Nevelthiano
Tras la llegada del Imperio Elydiano a las costas nevelthianas, los hombres de
Brinnland trajeron consigo su calendario, el cual a su vez lo habían heredado de los
altos elfos cuando éstos aún vivían en Sorethya. Desde entonces ha sido el que se ha
usado en toda Nevelthia Central, con doce meses del año y siete días de la semana, los
cuales reciben el nombre de: lundas, mardas, méridas, joudas, verdas, sámedas y soldas.
Los meses del calendario imperial son usados para marcar temporalmente los inicios
y los finales de cada estación, poseyendo por ello nombres relacionados con eventos
relativos a la agricultura o el clima. El primero recibe el nombre de Nuevo Alba, y los
demás son Las Heladas, Ocaso Invernal, Nueva Cosecha, Ascenso Pluvial, Ocaso
Primaveral, Segunda Cosecha, Brisa de Verano, Ocaso Estival, Última Cosecha, Largo
Anochecer y Último Ocaso.

Existen muchos otros calendarios, tales como el de los elfos o el de los hombres del
este, los cuales se cuentan entre los mejores astrónomos. Los enanos, dado que pasan la
mayor parte del tiempo bajo tierra, no se guían por el sol, sino por las fases lunares. Por
esta razón su sistema de calendario es un tanto más impreciso que los demás, pero no
más que el de los elfos silvanos, quienes aún utilizan un método sumamente primitivo,
ya que son un pueblo bastante reacio a los cambios y a las innovaciones tecnológicas.

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Agradecimientos
Quisiera agradecer en primer lugar a mis padres por enseñarme los mundos de la
Tierra Media y Poniente, los cuales han sido mi principal pilar de inspiración para crear
mi propio universo literario de fantasía épica. En segundo lugar a todos los que habéis
leído mis borradores antes de que dicha historia cobrase su forma definitiva, en especial
a Liss, cuyas palabras han sido sumamente alentadoras y me han ayudado a querer
seguir escribiendo.
También me gustaría dedicarle unas palabras a mi buen y cercano amigo Emile por
haber sido duro con sus críticas siempre tan bien argumentadas, pues ha sido la fuerza
que me ha hecho querer corregir todos mis errores y mejorar aspectos en cuanto a
narrativa y creación de universo. Sin ti, Emile, Nevelthia no habría sido lo que es hoy.

Esta historia va dedicada a mis hermanos, pues puede que a veces peleemos y nos
enfademos, pero ante todo siempre nos amamos y nos queremos, y por ello me gustaría
dedicarles en este breve párrafo. Para ti, Imanol. Para ti, Adriano. Gracias por ser tal y
como sois. Para mí sois más importantes de lo que realmente creéis…

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