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HISTORIA DEL ZALUK, EL TERCERO

(Noches 15 y 16)

La historia de este tercer záluk, llamado Achib (maravilloso), hijo del rey
Jazib (fecundo, feraz), es la más rica en el fondo legendario y simbólico.
Encierra, desde luego, una advertencia, una lección moral, pues Achib ha
perdido su ojo no por obra del sino, como sus compañeros, sino por su
propia culpa, por haber infringido un veto, como Adán en el Paraíso, y
puede decir, como el salmista: Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa.
Situación la más desesperada en que puede encontrarse un hombre.

De otra parte, debido a su carácter simbólico, juegan un papel en esta


historia elementos múltiples del mundo de la fábula, como la montaña
magnética que atrae los buques y los desintegra, según hoy decimos; el
jinete de bronce, indicador de rutas, y el Pájaro Roj, grifo, fénix, que luego
intervienen en otras historias.

Intercalado en la narración, y en pugna con su finalidad de argumento a


favor del libre albedrío, figura el episodio del hijo del joyero, destinado,
según su horóscopo, a morir a manos del propio Achib, y al que su padre
tiene recluido en una cueva soterraba, pese a lo cual no puede impedir que
el decreto del sino se cumpla, precisamente el día en que expira su plazo.
Así se lo acaba de manifestar el propio joven a Achib momentos antes de
que este, por inadvertencia, le causara la muerte. Circunstancia que nos
hace pensar en un juego de las fuerzas psíquicas, influyendo en el involun¬
tario homicida; toda predicción implica sugestión y es muy posible que el
relato de aquella profecía impresionara a A chib y le alterase por reflejo el
pulso, dando lugar a que el cuchillo se le cayese de su mano entorpecida y
fuese a herir al joven.

Notable es, finalmente, el encuentro de Achib con los diez jóvenes y el


viejo en el Palacio de Azófar y todas las peripecias que de él se siguen,

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henchidas todas ellas de sentido simbólico y arcano, de una antigüedad tan


venerable que su clave se ha perdido y es inútil buscarla, aunque revolva¬
mos, como Roso de Luna, todos los archivos de la presunta sabiduría
hermética. Se trata de leyendas, solo explicables por otras leyendas. Es
como un bello sueño de opio que se desvanece sin dejar otra huella que la
del pesar y la nostalgia en el corazón del despierto.

Cuanto al jinete de bronce, relaciónase, sin duda, con la leyenda de la


Atlántida y con las múltiples de ella irradiadas. Más adelante tendremos
ocasión de insistir sobre el sentido esotérico del mito. Aquí bastará decir
que, según tradición de origen nubio, los árabes, en edades remotas,
explotaron las islas Canarias o Eternas, como ellos las llamaron (Chesira-
tu-l-Jalidat), y en una de ellas oyeron hablar de un jinete de bronce,
apuntando con la punta de su lanza a Occidente.

De esa tradición hácese eco Ibnu-l-Uardi, que habla de «dos imágenes de


recia piedra, cada una de cien codos de alta, y encima de cada una de
ellas una figura de cobre, señalando con su mano hacia atrás, como
diciendo: " Vuélvete, porque detrás de mí no hay nada"».

También se cuenta que el vigesimotercer monarca de la dinastía sabeica de


los Tebba, Maliku-bnu-Scharhabil (o Scharabil), apodado Naschiru-n-Niam
(El desparramador de las mercedes), perdió todo un ejército en su vano
intento de llegar a las arenas occidentales y mandó erigir una estatua de
cobre con esta inscripción, grabada en su pecho:

«Nada hay detrás de mi;


nada tampoco allende;
(Dice) el hijo Scharabil.»

En el fondo, como puede verse, es la misma leyenda de las columnas de


Hércules, trasladada del Estrecho al cabo occidental de Africa. El consabi¬
do Non plus ultra.

-Has de saber, ye mi señora, que mi administrar justicia y a dictar manda¬


historia no es como las historias que tos y a favorecer a mis vasallos.
acabas de escuchar, pues es todavía Fui yo siempre muy dado a los via¬
más singular. jes por mar, que a orillas del mar se
Y lo es en razón a que estos dos alzaba mi almedina, y era aquel un
fueron juguetes del sino y la estrella, mar anchuroso, y en torno nuestro des¬
mientras que el rapado de mi barba y parramábanse islas muy bien pertre¬
el vaciado de mi ojo fui yo mismo chadas y apercibidas.
quien los provocó, desafiando al sino y Diome el capricho un día de ir a
llamando al pesar contra mi corazón. solazarme en aquellas islas y aparejé
Habéis de saber que yo era rey, hijo diez barcos, y embarqué en uno de
de rey; murió mi padre, el rey Jazib. y ellos, llevando valiosos regalos.
sucedíle yo en el trono y empecé a Veinte singladuras navegamos y una
NOCHE I5.-H1STOR1A DEL «ZALUK», EL TERCERO 483

noche de tantas empezaron a soplarnos dan pegados, porque Alá puso en la


vientos contrarios, hasta que alboreó la piedra imán un misterio, a saber: que
aurora y se aplacaron. todo objeto de hierro va a adherirse a
Aquietáronse los vientos y serenóse ella; así que en esa montaña hay mu¬
el mar y salió el sol y refulgió. chísimo hierro que solo Alá (exaltado
Pusimos entonces la proa hacia una sea) sabe cuánto, pues desde los tiem¬
isla y fondeamos en sus aguas, saltan¬ pos antiguos vienen a estrellarse en ella
do a tierra, donde procedimos a hacer muchedumbre de barcos, debido a su
una lumbre y aderezar nuestras vian¬ naturaleza; además de eso, que esa
das, que luego comimos de muy buena montaña está lindando con una bóveda
gana. Hicimos escala allí dos días y de metal azofrado, sostenida por diez
luego navegamos veinte singladuras sin pilares, y en lo alto de la bóveda hay
parar, y de pronto cambiaron las aguas un hombre, caballero en un caballo de
y el arráez extrañó aquel mar. metal, y la salvación está en que el tal
Dijímosle al vigía: jinete caiga de su caballo y ruede por
-Otea con atención el mar. tierra desplomado.
Subióse el vigía al palo mayor y Y el arráez del barco, señora, rom¬
luego bajó de él. diciéndole al arráez: pió a llorar con fuerte llanto.
—He visto a la derecha un pez sobre Nosotros, por nuestra parte, dimos
el haz de las aguas y, mirando hacia el por segura nuestra muerte, sin remi¬
medio del mar, vi a lo lejos un bulto sión, y nos despedimos unos de otros,
flotando que unas veces parecía negro llenos de dolor.
y otras blanco. Luego que amaneció la mañana, nos
Al oír el arráez las palabras del vi¬ fuimos acercando más y más al monte,
gía, barrió con su turbante el suelo y empujados de las rabiosas olas, y
se mesó las barbas y gritóle a la cuando ya los barcos llegaron al pie de
chusma: la montaña, desencuadernáronse y sal¬
—Anunciad a los pasajeros que so¬ taron todos sus clavos y todo cuanto
mos perdidos sin remedio y que no se de hierro había en ellos, volando en
salvará ninguno de este riesgo. dirección a la piedra imán, en tanto
Y se echó a llorar el arráez y nos¬ nosotros dábamos vueltas en torno a
otros lloramos también por nuestras vi¬ ella, hasta el caer de la tarde, pugnan¬
das, que ya dábamos por perdidas. do por salvarnos del desastre.
Pero yo le dije: Destrozáronse, pues, los barcos y, de
—¡Ye arráez, el insigne! Dime, por tu nosotros, unos se ahogaron y otros nos
vida, qué fue lo que vio el vigía. salvamos, siendo los más los primeros;
—¡Ye sidi-contestóme él—, has de sa¬ y los que nos salvamos, unos a otros
ber cómo perdimos la brújula, desde el no nos conocíamos, porque aquel olea¬
día que nos soplaron esos vientos con¬ je y aquellos vientos encontrados nos
trarios, hace de ellos once días, y aho¬ aturdían y turbaban el ánimo.
ra no tenemos viento favorable que nos Cuanto a mi, ye señora, salvóme Alá
lleve al puerto adonde nos dirigimos, al (exaltado sea), pues me reservaba para
caer de la tarde, y dizque mañana ire¬ lo que me tenía -deparado de sufrimien¬
mos a chocar con una montaña de to y penalidades y calamidades.
piedra negra que llaman piedra imán, Asime, pues, a una de las tablas del
en torno a la cual se arremolinan fu¬ barco y las olas y los vientos la impul¬
riosas las olas y en ella se estrellan los saron hacia la montaña, y, ya en ella,
barcos y saltan todos sus clavos en trepé por un escarpado sendero que
dirección a la montaña y allí se que¬ subía hasta la cumbre en forma de
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escalera, excavada en la piedra. Y allí Mas sintió en esto Schahrasad venir


invoqué el nombre de Alá (¡exaltado la mañana y cortó el flujo de sus des¬
sea!). bordantes palabras.

Y LA NOCHE 16 SIGUIO DICIENDO LA MUCHACHA:

—He podido averiguar, ye monarca, personaje distinto de aquel que heriste


el afortunado, que el záluk tercero dijo con tu flecha, y se dirigirá a ti; llevan¬
a la joven y a los demás compañeros do en su mano los remos. Monta con
que permanecían sentados mientras los él en el esquife y, por lo que más
esclavos seguían en pie con sus alfan¬ quieras, no invoques a Alá (exaltado
jes suspendidos por encima de sus ca¬ sea). Navegarás con él durante diez
bezas: días sin parar, hasta que te conduzca
—Luego que invoqué a Alá e imploré al mar de la paz. Luego que allí llega¬
su protección y me encomendé a El, res, encontrarás quien te conduzca de
empecé a tantear la montaña, hasta nuevo a tus tierras, y así seguramente
descubrir aquellas escalerillas, y en será si te guardas de invocar el nombre
aquel mismo momento serenó Alá los de Alá.
vientos y ayudóme a subir, de suerte Despertóme luego de mi sueño y me
que llegué sano y salvo hasta la cima, levanté muy contento y me dirigí a la
de lo que sentí gran alegría. No había orilla del mar, según me indicara aque¬
allí más cobijo que la cúpula; así que lla voz.
me entré en ella y recé dos reka 1 en Y encontré el arco y las flechas y
acción de gracias a Alá por haberme disparé contra el jinete e hice blanco
salvado de mal. en él y cayó al agua, cayéndose tam¬
Luego me eché a dormir bajo la bién el arco de mis manos. Y yo lo
cúpula. Y hete aquí que oigo una voz cogí y lo volví a enterrar.
que decía: Encrespóse luego el mar e hinchóse
—¡Ye hijo de Jazib! Luego que des¬ hasta igualarse a la montaña en cuya
piertes de tu sueño, ponte a cavar de¬ cima yo estaba.
bajo de tus pies y hallarás un arco de No sería pasada una hora cuando
bronce y tres saetas de plomo en las divisé un barquichuelo que venía bo¬
que hay grabados unos signos talismá- gando a mi encuentro.
nicos. Coge luego el arco y las flechas Di gracias a Alá (exaltado sea) y,
y dispara contra el jinete que está so¬ luego que el esquife estuvo cerca, pude
bre la cúpula y, haciendo así, salvarás ver que venía en él un ser de bronce,
a la gente de este gran país. Pues heri¬ con una plancha de plomo en medio
do que hayas al jinete, luego rodará al del pecho y en ella grabados talisma¬
mar y rodará el arco de tu mano y lo nes y nombres mágicos 2.
cogerás y enterrarás nuevamente en su
lugar. Y luego que esto hicieres, se 2 Este personaje de bronce guarda relación
también con la leyenda talmúdica sobre los go-
ladeará el mar y se hinchará hasta lem o autómatas servidores, fabricados por arte
igualar a la montaña y flotará sobre él de magia, que, revistiéndose de forma científica,
un barquichuelo, en el que vendrá un ha llegado hasta la novela y la película de
nuestros días, como la titulada El misterioso
doctor Satán, en que la plancha de plomo con
1 Versículo del Corán, acompañado de genu¬ los signos talismánicos es sustituida por la «célu¬
flexiones. la de control a distancia».
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Salté, pues, al barco, sin hablar pala¬ ron trayendo pan y adargama 3 y
bra ni despegar mis labios. manteca y miel y demás vituallas, has¬
Cargó conmigo el monstruo y nave¬ ta trasladar allí todo lo que venía en la
gamos el primer día y el segundo y el barca.
tercero y así hasta que diez días se Después de eso llegaron los esclavos
cumplieron y al cabo de ellos colum¬ luciendo vestiduras de las más suntuo¬
bré las islas de la Paz, de lo que me sas y en medio de ellos un scheij, alto,
alegré hasta no poder más. Y de puro decrépito, que ya viviera larga vida, y
contento invoque a Alá y lo menté y lo postrara el tiempo y lo tornara ca¬
glorifiqué. duco, y, lo que de él quedara, iba
Pero no bien lo hube hecho, cuando envuelto en un jirón de tela azul, por
me vi despedido del barquichuelo y entre cuyos rotos silbaban los vientos
lanzado al mar, y el barco desapareció del Oeste y el Este.
como por ensalmo. Como de él dijo un poeta:
Paséme aquella noche nada que te «Qué mal me ha tratado el tiempo
nada, hasta que por fin amaneció la y qué carga tan pesada
mañana y pude alcanzar la orilla del la que sobre mí ha arrojado.
¡Oh tiempo, cómo me espantas!
agua y, ya en ella, exprimí mis ropas y Antes caminar podía
las puse a secar sobre la playa y pasé y enfermo jamás estaba,
así aquella noche hasta que amaneció y ahora estoy viejo, achacoso,
y no resisto la marcha.»
la mañana.
Entonces me vestí y me levanté y me Y aquel scheij posaba su mano en la
puse a ver hacia dónde encaminaría de un mocito que en el troquel de la
mis pasos. Descubrí un valle y me fui belleza más perfecta parecía moldeado,
a él y empecé a dar vueltas a su pues era de tal hermosura que en pro¬
alrededor, hasta comprobar que' aquel verbio ha quedado, y era comparable a
lugar era una sillita pequeña, ceñida un racimo de agraz, aunque realmente
por el mar. con nada se le podía comparar.
Y me dije para mi ánimo: «¡Qué Como de él dijo el poeta al cantar:
sino el mío! ¡No bien me libro de una
desgracia, caigo en otra mayor!» «Con él a la Belleza cotejaron
y la Belleza, abochornada,
Ahora bien: mientras yo me hacía su cabeza bajó,
reflexiones sobre mi vida y me conside¬ y al decirle: -¿Qué es eso? ¿Qué te pasa?
raba condenado a la muerte, he aquí dijo: —Jamás salir vencida en un torneo
que vislumbro a lo lejos un barco y en yo pensara.» 4
él gente.
Me levanto, pues, y me encaramo en Pues era semejante a la rama verde
un árbol y veo que el barco atraca en que encanta todos los corazones con su
la orilla y de él saltan a tierra diez garbo y roba las almas todas con su
esclavos provistos de sendas palas. gracia.
No pararon de ir y venir, oh mi
Adelantáronse luego y se dirigieron señora, hasta que al cabo volvieron a
al centro de la isla y, llegados que allí poner en su sitio la plancha de madera
fueron, pusiéronse a cavar la tierra, y se fueron y desaparecieron.
hasta que dejaron al descubierto una Bajéme yo entonces del árbol y me
plancha de madera.
Levantáronla y luego abrieron una
puerta. 3 Harina de trigo. Del árabe Ad-Darmaka.
4 En la edición de Bulak y en la versión de
Tornaron después al barco y volvie¬ Mardrus faltan estos versos.
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dirigí al lugar de la plancha, diciéndo- Pues bien: al nacer yo, siendo él ya


me para mi ánimo: «¿Qué será lo que de edad madura, pronosticáronle los
habrá? ¡Por fuerza he de averiguarlo y astrólogos que yo estaba destinado a
ver lo que ahí se encierra!» morir antes que él y que mi madre, por
Dirigíme allí, pues; levanté con ayu¬ lo cual hubo de amargársele el placer
da de Alá la trampa, que era una que mi venida al mundo, la cual se
piedra de molino, y comprobé que de había operado con toda felicidad al
ella arrancaba una escalera de caracol término de los nueve meses, le produje¬
abovedada. ra. por voluntad de Alá, (exaltado sea).
Bajé, lleno de asombro, sus peldaños Su dolor fue sobre todo grande cuan¬
de piedra, y fui a salir a un amplio do aquellos sabios que leyeran mi sino
salón, revestido de tapices de precio y en las estrellas le dijeron:
colgaduras de seda y terciopelo. —Has de saber, ilustre señor, que tu
Recostado en un diván, entre velas hijo ha de morir a manos de un rey,
encendidas, jarrones con flores y fuen¬ hijo de rey, llamado Jazib, a los cua¬
tes con frutas y dulces, estaba allí el renta días justos de haber este lanzado
joven de antes y con un abanico se al mar al jinete de bronce de la monta¬
daba aire. ña de imán.
Asustóse mucho al verme; pero yo, Afligióse mi padre hasta el límite de
con mi voz más armoniosa, le dije: la aflicción y consagróse por entero a
—¡El selam sobre ti! mi cuidado, educándome con el mayor
Tranquilizóse él entonces y me de¬ desvelo, hasta que cumplí los quince
volvió el saludo, diciendo: años.
—Sean contigo la paz, la misericordia Supo entonces que el jinete de la
y las bendiciones de Alá. montaña magnética había rodado al
Díjele yo luego: mar, y esa noticia le apenó y le hizo
—¡Ye sidi! Ahuyenta de tu corazón derramar tantas lágrimas que en poco
todo temor. Pues has de saber que, tiempo perdió los colores del rostro,
aunque me veas en este estado, soy enflaqueció su cuerpo y toda su perso¬
rey, hijo de rey. Alá me guió hasta ti na tomó la apariencia de un anciano
para sacarte de esta cueva, adonde sin decrépito abatido por los años y los
duda te trajeron para que en ella mu¬ sufrimientos.
rieras. Pero yo te libertaré. Y serás mi Trájome luego a esta mansión subte¬
amigo, pues lo mismo fue verte que rránea, que había mandado labrar para
sentirme inclinado a favorecerte. sustraerme en este lugar 5 a las mira¬
Sonrió el joven, invitóme a sentarme das de aquel rey que jurara matarme
a su lado en el diván y me dijo: cuando cumpliera yo los quince años.
—Has de saber, ye sidi, que no me Tanto mi padre como yo estamos
trajeron a este lugar para que en él seguros de que el hijo de Jazib no
muriese, sino al contrario, para librar¬ podrá encontrarme en esta isla desco¬
me de la muerte. nocida.
Es mi padre un rico joyero, famoso Ya sabes, pues, la causa de estar yo
en todo el mundo por sus cuantiosos en este sitio tan escondido.
tesoros. Díjeme yo entonces:
Las caravanas que recorren por su «¿Será posible que así se equivoquen
cuenta los más remotos países, para esos sabios que leen en los astros?
vender sus alhajas y piedras preciosas ¡Pues por Alá! Que este joven es la
a todos los reyes y emires de la tierra,
han extendido su fama por doquiera. 5 Caverna, antro; del árabe Al-Gar.
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llama de mi corazón y antes que ma¬ tortas y pastelillos tan finos como ca¬
tarlo a él me mataría yo.» belleras y en cuya confección no se
Díjele, pues, luego: escatimaba la manteca, la miel, las al¬
—¡Ye hijo mío! Quiera Alá, el Omni¬ mendras ni la canela.
potente, que no se tronche nunca el Luego nos acostamos juntos como la
tallo de tan galana flor. Dispuesto es¬ noche antes y pude darme cuenta de
toy a defenderte y a pasarme aquí mi cuán cumplida era la amistad que nos
vida entera junto a ti. unía.
—Pasados que sean cuarenta días, pa¬ Fueron pasando así los días, hasta
sado será también todo peligro, y mi llegar al que hacía los cuarenta. Ese
padre vendrá por mí. último día, como esperaba a su padre,
Díjele yo: quiso el joven tomar un buen baño,
-¡Por Alá! Que he de permanecer por lo que me puse yo a calentar agua
junto a ti esos cuarenta días, y, luego en un caldero, de donde la trasegué
que venga tu padre, le pediré que te después a la tina de cobre, en la que
deje venir conmigo a mi reino, donde vertí un poco de agua fresca, para que
serás mi amigo y de mi trono el here¬ así el baño resultase más grato.
dero. Entró en el baño el joven y yo mis¬
Diome entonces el muchacho las mo lo lavé y froté y amasé y perfumé,
gracias con palabras llenas de afecto, trasladándolo luego en mis brazos al
de lo que inferí que era sumamente lecho, donde lo cubrí con una almoza-
cortés y correspondía al amor que yo la y le arrebujé la cabeza en un trozo
sentía por él. de seda, bordada en plata; dile luego a
Y empezamos a conversar cual dos gustar un sorbete exquisito y retiréme
buenos amigos, obsequiándonos mutua¬ de allí, dejándolo dormir.
mente con las exquisitas viandas de sus Despertóse luego con apetito, y yo,
provisiones, que eran tantas y tales que escogiendo la sandía más hermosa, la
habrían podido sustentar, por espacio coloqué en una bandeja y puse la ban¬
de un año, a un centenar de comensa¬ deja sobre un tapiz; luego me subí a la
les. cama para coger el cuchillo grande que
Luego de haber comido pude com¬ de la pared colgaba, precisamente enci¬
probar, una vez más, hasta qué punto ma de la cabeza del mancebo.
me habían sus encantos cautivado el Y hete aquí que el muchacho, por
corazón, pues nos acostamos en el di¬ divertirse, tuvo la ocurrencia de poner¬
ván, el uno junto al otro, y, así unidos, se a hacerme cosquillas en una pierna,
pasamos la noche en un sueño dulcí¬ lo que fue causa de que perdiese el
simo. equilibrio y resbalase al suelo con tan
Luego que alboreó la aurora, me le¬ mala suerte que fui a caer precisamen¬
vanté y me lavé, después de lo cual te encima de él y, sin querer, le clavé
llevéle al joven la jofaina con agua el cuchillo en el corazón y lo maté.
perfumada para que se lavara, y adere¬ Tan certero fue el golpe que murió
cé el almuerzo, y comimos mano a en el acto, y al ver yo aquello, ¡oh mi
mano, sin dejar de charlar y reír y señora!, empecé a arañarme el rostro y
retozar, hasta que se hizo de noche. a gritar y gemir y me rasgué las vesti¬
Volví a poner la mesa y cenamos un duras y me arroje, desesperado, al sue¬
cordero, relleno de almendras, pasas, lo, llorando con amargura.
nuez moscada, clavo y pimienta. Pero con todo eso no pude salvar a
Bebimos agua fresca y dulce y, mi amigo, que había muerto, por dis¬
como postres, tuvimos sandía, melón. posición del sino, para que se cumplie-
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sen las predicciones de los adivinos. que al cabo tornaron a subir, llevando
Elevé luego las manos y los ojos al en hombros a su señor.
Altísimo y exclamé: Envolvieron después el cadáver del
—¡Ye señor de los mundos! ¡Si he joven en un lienzo a modo de sudario.
cometido un crimen, desde ahora me Y estando en ello ocupados recobró el
someto al fallo que tu justicia dicte! viejo el conocimiento y, al ver el cadá¬
Y era la verdad; que en aquel mo¬ ver de su hijo allí tendido, tornó a
mento la muerte no me daba miedo. desplomarse y se echó polvo sobre su
Pero es lo cierto, mi señora, que nun¬ caliza y se arañó el rostro y se arran¬
ca, ni para bien ni para mal, se cum¬ có pelos de su barba, y, al acordarse
plen nuestros deseos. de su hijo, arreció su dolor y de nuevo
Y no pudiendo ya sufrir por más se desmayó.
tiempo la permanencia en aquel sitio y Vino luego un esclavo trayendo con¬
sabiendo, además, como sabía, que no sigo un paño y sobre él colocaron al
tardaría en presentarse allí el joyero, anciano y a su cabecera se sentaron.
subí la escalera y salí afuera y cerré la Y, a todo esto, seguía yo encarama¬
trampa, cubriéndola de tierra hasta de¬ do en el árbol y observaba todo lo que
jarla como antes estaba. allí pasaba, y el corazón se me puso
Luego que me vi fuera, dije para mi blanco antes de que mi cabeza blanca
alma: se volviera por la crueldad de mi sino
«Estaré al acecho a ver lo que pasa. y el temor y la angustia que había
Pero me esconderé, pues si me descu¬ padecido.
bren los esclavos me harán morir de Y a impulso del sentimiento recité
pésima muerte para vengar la de su estos versos:
amo.» ¡Oh y cuántas alegrías se desvanecen
Me encaminé, pues, a un copudo y huyen del corazón, si Alá lo quiere!
árbol que cerca de la trampa había, y ¡Y también cuántas penas se disipan,
si así lo quiere su piedad divina!
allí me aposté para ver qué pasaría. ¡Hay día que empieza mal y bien acaba!
Luego que una hora transcurrió, de¬ ¡Que su inmenso poder en todo manda! 6
jóse ver la barca con el scheij y los
esclavos. Desembarcaron todos y se di¬ Pero el anciano, mi señora, siguió
rigieron presurosos hacia el árbol y, al desmayado y no recobró el sentido
notar señales recientes de haber sido hasta puesto ya el sol, y entonces vol¬
removida la tierra, se alarmaron y el vió en sí y, al fijar la vista en el
viejo dio muestras de gran abatimiento. cadáver de su hijo allí tendido, recordó
Procedieron luego los esclavos a lo que había sucedido y cómo aquello
apartar la tierra, levantaron la trampa que temiera habíase cumplido, y de
y bajaron con su amo. nuevo volvió a aporrearse el rostro y
Prorrumpió el viejo en gritos, lla¬ la cabeza y declamó estos versos:
mando a su hijo, y, visto que no le —Partióseme el corazón
respondía, buscáronle por todas partes, al dejar a mis amigos,
hasta que, al fin, lo hallaron, tendido y mis ojos desde entonces
de lágrimas son dos ríos.
en el lecho, con el corazón traspasado. Mis esperanzas huyeron
Sintió, al verlo, el anciano como si y yo estoy tan abatido,
el suyo se le partiese y desplomóse en que no sé lo que hacer deba
ni sé siquiera qué digo.
tierra, desmayado.
Y los esclavos se echaron a llorar y
se aporrearon las caras y elevaron sus 6 Estos versos faltan en la edición de Bulak
gritos maldiciendo al asesino, hasta y en la versión de Mardrus.
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Porque es cierto que ante mí, su señor al barco, juntamente con el de


ya se cierran los caminos. su hijo, y trasladaron allí todos los
Para mi mal ¿qué consuelo
puede haber ya ni qué alivio? enseres de la cueva, y, a seguidas, des¬
¡Mejor fuera hasta la muerte plegó el barco sus velas y se hizo a la
con ellos haber seguido! mar y se perdió de vista en la lejanía.
No es posible que Alá nunca
nos decretara este sino.
Y entonces yo me bajé del árbol y
Alá es todo piadoso levanté la trampa de la cueva y me
y a El solo amparo le pido. entré en ella y dizque todo allí me
¡Oh y qué dicha tan completa
la nuestra cuando vivíamos
hablaba del guapo mancebo que acaba¬
debajo del mismo techo ba de morir, y fue tal mi sentimiento
antes que el fiero destino que declamé estos versos:
en nosotros se cebara
y nos flechara sus tiros! Al ver sus huellas, los felices días
¿Cómo llevar con paciencia de nuestra unión rememoré,
tan duro golpe, oh amigos? y no pude los suspiros
A la perla de los tiempos ni el llanto contener.
la de más fulgente brillo,
la saeta de la muerte Ojalá el Omnipotente
lanzó a tierra entre la tribu; que alejarnos tuvo a bien,
yo alcé el clamor de mi duelo quiera, apiadado algún día,
y prorrumpí en estos gritos: que nos volvamos a ver 8.
¡Ye y cómo que me has dejado
tan pronto, mi hijo querido! Luego de eso, mi señora, volví a
¿Cómo podría encontrar
el medio más expedito
levantar la plancha de la cueva y me
de dejar el mundo triste salí de ella y procedí a explorar la
e ir a reunirme contigo? ínsula aquella y estuve vagando todo el
Hijo que eras mi delicia día, hasta que se hizo de noche, y
y la luz de mis sentidos,
aunque no sé, a la verdad, entonces me volví al antro y dormí.
cómo llamarte, hijo mío. Y así viví por espacio de un mes,
No quiero llamarte sol hasta que, finalmente, recorriendo la
-que su fulgor no es continuo—
ni luna tampoco, que parte del algarve de la isla, observé
también le pasa lo mismo. que el alfaide 9 bajaba de día en día y
Nada habrá que llenar pueda menguaba el agua, hasta que por aquel
este espantoso vacío,
y ya de toda alegría
lado vino a quedar la ribera entera¬
para siempre me despido. mente seca.
El ojo del envidioso Holguéme yo de ver aquello y di por
es el que a los dos ha herido. cierta mi salvación y atravesé por en
¡Alá quiera que recoja
lo que sembrara el maldito! 7 medio de la poca agua que aún queda¬
ba y me trasladé a la tierra fírme, lleno
Luego de recitar esos versos, suspiró de esperanza; pero encontréme allí con
el anciano un solo suspiro y exhaló el alfaques 10 de blanda arena, en la que
alma acto seguido. hasta un camello habríase hundido
Y los esclavos alzaron sus voces y a hasta las rodillas.
una exclamaron: Arméme, sin embargo, de valor y
—¡Guay de nuestro amo! crucé por aquel arenal invocando el
Y se echaron tierra sobre sus cabe¬ nombre de Alá, hasta que el sol se
zas y arreciaron en sus gritos de duelo
y en sus llantos. 8 La edición de Bulak omite estos versos y
Y después condujeron el cadáver de asimismo omite buen número de pormenores.
También la versión de Mardrus.
7Este largo romance falta en la edición de 9 Marea. Del árabe Al-Faiz.
Bulak y en las más de las versiones, incluso en 10 Voz árabe admitida en nuestro romance.
la de Mardrus. Montecillos de arena. De Al-Far.
490 LAS MIL Y UNA NOCHES.-TOMO I

puso y hete aquí que de improviso principio hasta el fin, lo que no creo
vislumbro, a lo lejos, el resplandor de necesario repetir ahora, oh señora.
un fuego. Oído que hubieron aquellos jóvenes
Y de puro alegre recité estos versos: mi historia, maravilláronse hasta el
¿Acaso quiera el sino, que es voluble,
colmo de la maravilla y me dijeron:
cambiar el rumbo de sus riendas —¡Ye sidi!, entra en nuestra casa,
y depararme algo bueno donde serás bien recibido.
después de tantas tristezas? 11 Pasé adentro con ellos y atravesa¬
mos muchos salones, con las paredes
Y me encaminé hacia la supuesta forradas de raso. Y en el centro del
hoguera pensando que estarían asando último, que era el más bello y espacio¬
algún cordero en ella; pero cuál no so. había diez magníficos lechos, for¬
sería mi sorpresa cuando, al acercarme
mados con alfombras y almadraques y,
más, pude comprobar que lo que toma¬
entre ellos, uno sin almadraque, pero
ra por hoguera no era tal, sino un
con una alcatifa no menos suntuosa
alcázar de azófar que refulgía como
que las otras.
incendiado por el sol del ocaso.
Sentóse en aquel lecho el anciano y
Y luego que lo observé más de cerca
cada uno de los diez jóvenes sentóse
todavía quedéme maravillado hasta el
en el suyo, y se volvieron a mí y me
colmo de la maravilla. Pues era un
dijeron:
alcázar magnífico y todo él de cobre
—¡Ye sidi! Siéntate en el testero del
rojizo.
salón y no preguntes sobre nada de
Sentéme yo a su puerta y admirando
cuanto veas por más que te sorprenda.
estaba su recia fabrica cuando, de
Levantóse luego el viejo, salió y vol¬
pronto, la puerta se abre y por ella
vió varias veces, trayendo manjares y
salen diez mancebos de gallarda planta
licores, de los que comimos y bebimos
y con unos rostros que eran una ala¬
mano a mano como amigos.
banza a su Creador, por haberlos he¬
Recogió después las sobras el ancia¬
cho tan hermosos.
no y sentóse de nuevo. Y los jóvenes le
Solo que aquellos diez jóvenes eran
preguntaron:
todos ellos tuertos y todos del ojo iz¬
—¿Cómo es que te sientas sin traer¬
quierdo, y el único que allí no era
tuerto era un scheij alto y respetable nos lo necesario para que nuestros de¬
que iba con ellos y hacía el número el beres cumplamos?
onceno. Levantóse en silencio el anciano y
Yo, al verlos, exclamé: salió y volvió diez veces, trayendo
«¡Por Alá! ¡Qué extraña coinciden¬ cada una de ellas sobre su cabeza una
cia! ¡Diez tuertos juntos y todos del jofaina, tapada con un trozo de raso
ojo izquierdo!» azul l2, y en la mano diez farolillos
En tanto estaba yo ensimismado en que fue colocando delante de cada jo-
estas reflexiones, he aquí que se acer¬
can los jóvenes y me dicen: 12 El color azul-anota Burton-fue antigua¬
—¡Asselam sobre ti! mente el color de luto entre egipcios y romanos.
—¡Y sobre vosotros asselam!— respon¬ Los persas aseguran que este color introdújolo en
dí, devolviéndoles el saludo. su país el rey Kai Kavus (600 antes de Jesucris¬
to) cuando perdió a su hijo Siyavusch, y siguió
Luego referíles mi historia desde el empleándose hasta la muerte de Husein, el nijo
de Alí, en que se le sustituyó por el nearo.
Cuanto a los musulmanes, no se visten de luto
11 Omitido en la edición de Bulak y en la (Hidad) por temor a imitar los usos de los
versión de Mardrus. idólatras.
NOCHE 16—HISTORIA DEL «ZALUK». EL TERCERO 491

ven, siendo yo el único exceptuado, lo -¿No sabes que lo que pides es tu


que me dejó un tanto asombrado. perdición?
Ahora bien: luego que los jóvenes Y yo les dije:
levantaron las cubiertas de raso pude —Más vale la perdición que la duda.
ver que las jofainas solo contenían ce¬ Dijeron ellos:
nizas, carbón molido y alheña. —¡Ten cuidado con tu ojo izquierdo!
Y los jóvenes se espolvorearon la Pero yo les contesté:
cabeza con la ceniza y el rostro con el —¿Para qué quiero mi ojo izquierdo
carbón molido y se ungieron el ojo si he de seguir con esta preocupación?
derecho con la alheña 13 y prorrumpie¬ Al oír mis palabras, exclamaron
ron en lloros y lamentos, diciendo: ellos:
-Bien merecido tenemos lo que pa¬ —¡Cúmplase, pues, tu sino! Te ocu¬
decemos por nuestra culpa y desobe¬ rrirá igual que a nosotros nos ocurrió;
diencia. pero no te quejes luego a nadie, que tú
Y así estuvieron lamentándose y re¬ solo serás el culpable. Y ten presente
criminándose hasta cerca del amanecer. que, luego que pierdas tu ojo izquierdo,
Laváronse luego en otras jofainas no podrás seguir en nuestro gremio,
que les llevó el anciano y volvieron a porque ya somos diez y no hay sitio
quedarse como antes de aquel rito ex¬ para el onceno.
traño. Luego que eso hubieron dicho, trajo
Viendo todo aquello, estaba yo el anciano un cordero vivo.
asombrado hasta el límite del asombro; Procedieron luego a degollarlo y de¬
más no osaba hacer pregunta alguna, sollarlo y, después de limpiar con mu¬
recordando la advertencia que me hi¬ cho primor la zalea, me dijeron:
cieran de no preguntar sobre lo que -Te meteremos dentro de esta piel,
viera. la coseremos y te dejaremos en la azo¬
Llegó la noche segunda y ellos hicie¬ tea del alcázar.
ron lo mismo que la primera, y así, la No tardará en acudir ese gran buitre
tercera y la cuarta. Hasta que ya no llamado Roj, tan forzudo que puede
me pude contener y, rompiendo el si¬ levantar en vilo un elefante, y él te
lencio, exclamé: cogerá y se remontará contigo por los
—¡Ye señores míos! Por favor os rue¬ aires hasta las nubes, creyendo que
go me digáis por qué sois todos tuertos eres un carnero de veras, y, para devo¬
y a qué viene eso de echaros por la rarte luego a su placer, aterrizará en la
cabeza ceniza, carbón molido y alheña, cumbre de altísimo monte, inaccesible
pues, ¡por Alá, que prefiero la muerte a los hombres.
a las cavilaciones en que todo eso su¬ Luego que allí te deje, abrirás con
mido me tiene! este cuchillo, que aquí tienes, la piel
Al oír mis palabras, exclamaron del carnero, saldrás fuera y, en el acto,
ellos: ese terrible Roj, que no ataca al hom¬
bre, desaparecerá de tu vista y se per¬
13 Espolvorearse la cabeza de ceniza fue derá en la lejanía ,4.
siempre señal de duelo entre los orientales. «Y Tú, entonces, echarás a andar sin
cubrió su cabeza de ceniza...», es una frase este¬
reotipada, para designar el dolor de quien recibe
detenerte, hasta llegar a un alcázar
la noticia de la muerte de un ser querido. diez veces más grande y suntuoso que
El mismo sentido luctuoso pudiera extenderse,
por afinidad, al carbón molido y la alheña. 14 Del mismo procedimiento se sirven, según
Roso de Luna ve, sin embargo, en esos ingre¬ veremos en otras historias, los buscadores de
dientes el ulli sacramental de los mejicanos y de diamantes para llegar a las cumbres inaccesibles
otros pueblos. en que se encuentran.
492 LAS MIL Y UNA NOCHES.-TOMO I

este en que habitamos nosotros. Pues Eché luego a andar muy aprisa, pues
es su fábrica de madera de jalanch 15, la impaciencia me acuciaba por llegar
áloe y sándalo y tiene sus muros forra¬ al alcázar.
dos de planchas de oro, con incrusta¬ No tardé en divisarlo y, a pesar de
ciones de piedras preciosas, especial¬ la pintura que de él me hicieron los
mente perlas y esmeraldas. diez jóvenes, quedéme asombrado hasta
Encontrarás en él una puerta abierta el ápice del asombro.
que nunca se cierra; entrarás por ella y Era más suntuoso de cuanto me dije¬
verás después lo que has de ver. ran.
Allí fue donde nosotros nos dejamos La puerta principal, por la que entré,
el ojo izquierdo. Y desde entonces pa¬ era toda de oro y a sus sendos costa¬
decemos el castigo merecido y expia¬ dos veíanse otras noventa y nueve
mos nuestro pecado, haciendo todas las puertas de maderas preciosas, áloe y
noches, sin excepción, lo que tanto te azundar 17 y otras más.
chocó. Las puertas de las salas eran de éba¬
Ahí tienes ya en compendio nuestra no, con incrustaciones de oro y de
historia que, escrita más al pormenor, diamantes.
llenaría las páginas de un gran libro Y dizque aquellas puertas daban
cuadrado. paso a salas y jardines sin par, donde
Y ahora ya, amigo, ¡cúmplase tu se mostraban hacinadas las riquezas
sino! todas de la tierra y el mar.
Persistí yo en mi resolución después No bien llegué a la primera de las
de oírlos y entonces ellos diéronme el salas, vime rodeado al punto de cua¬
cuchillo, metiéronme dentro de la zalea renta mocitas de belleza tan sorpren¬
del carnero, cosieron la abertura, llevᬠdente que se me enajenó el espíritu y
ronme a la azotea del alcázar, dejáron¬ mis ojos no sabían en cuál de ellas
me allí y se fueron. posarse con preferencia a las demás, y
Pasó una hora de tiempo y vino fui presa de tal admiración que me
luego el terrible Roj y sentí que me entraron mareos y me palpitó el cora¬
cogía y remontaba el vuelo, hasta de¬ zón.
jarme en la cumbre de la montaña, y Levantáronse todas aquellas jóvenes
en cuanto comprendí que así era, rajé al verme y, con voz melodiosa, me
con el cuchillo la zalea y salí de ella dijeron:
dando gritos para espantarlo. -Considera esta casa como tuya, ¡oh
Huyó al punto el terrible Roj, hen¬ huésped nuestro! ¡Tu sitio está sobre
diendo el aire con pesado vuelo, y nuestras cabezas y en las niñas de
pude ver que era todo blanco, tan an¬ nuestros ojos!
cho como diez alfiles 16 y más largo Luego de decir esas palabras, ofre¬
que veinte camellos puestos en hilera. ciéronme asiento en un estrado suntuo¬
so y ellas se sentaron más abajo sobre
15 Los intérpretes de este paso andan discor¬
las alcatifas, y me dijeron:
des respecto a la identificación del árbol jalanch. —¡Ye sidi, tus esclavas somos y tú
Burton opina que acaso se trate del halech men¬ eres nuestro y la corona de nuestras
cionado en los antiguos catálogos de Botánica frentes!
como lignum tenax, durum, obscuri generis. La
edición de Breslau traduce: «madera de tekka» Procedieron luego a servirme; trajo
(árbol que se da en l£ India y en Africa y cuya una de ellas agua caliente y toallas y
madera es durísima). La versión de Littmann me lavó los pies; me echó otra en las
obvia la dificultad, pasándola por alto.
16 Elefantes; del persa Fil, con el artículo
árabe. 17 Sándalo.
NOCHE 16—HISTORIA DEL «ZALUK», EL TERCERO 493

manos agua perfumada, que fluía de otras se acostará contigo en el lecho la


un aguamanil de oro; vistióme la terce¬ noche que le corresponda.
ra un traje de seda, con un cinturón Yo, la verdad, señora, no acertaba a
bordado en oro y plata, y la cuarta, en elegir entre ellas, pues todas era igual¬
fin, brindóme una copa henchida de mente bellas. Así que cerré los ojos y
exquisito jarabe, con esencias de flores alargué a ciegas los brazos y cogí a
fragantes. una de ellas, sin saber cuál era; pero al
Y la una me miraba, la otra me abrir los ojos los volví a cerrar, des¬
sonreía, esta me guiñaba los ojos, lumbrado por tanta belleza.
aquella me recitaba versos, estotra Pues era perfecta de cara y perfecta
abría los brazos, alargándolos perezo¬ de formas y tenía unos ojos alcohola¬
samente hacía mí, y la de más allá, dos por la mano de la Naturaleza y un
erguíase cimbrando su garboso palmito pelo largo y como el azabache de ne¬
sobre sus muslos. gro y una boca lindísima con una leve
Y la una suspiraba ¡ay!, y la otra mella entre las dos paletillas 18 y unas
hacía /huy!, y esta me decía ¡ojos cejas arqueadas y corridas.
míos!, y aquella ¡alma mía!, y la de En una palabra: que parecía una
más acá ¡entrañas mías!, y la de más grácil ramita de ban o un esbelto tallo
allá ¡fuego de mi corazón! de arrayán, hecho para seducir y cauti¬
Acercáronse luego todas y empeza¬ var la fantasía del hombre que la llega¬
ron a acariciarme y me dijeron: ra a mirar.
—¡Oh huésped nuestro: cuéntanos tu Como de una a ella parecida dijo el
cuento, que llevamos mucho tiempo sin poeta en esta rima:
hombre y ahora nuestro gozo será «Vano fuera compararla
completo! con la rama del arbusto,
Serenéme yo un poco y les conté pues en lo airosa le gana.
Y vano fuera también
parte de mi historia, hasta que empezó comparar sus dulces labios
a oscurecer. con el dulzor de la miel.
Encendieron ellas luego multitud de Sus ojos matan, si miran;
candiles, de suerte que quedó la sala matan de amor, claro está;
que es como dar nueva vida.
iluminada como por el sol más reful¬ Eso a mí me ha sucedido,
gente. pues he vuelto a la niñez,
Sirvieron después la mesa y pusieron que todo amante es un niño.» 19
sobre sus manteles los más exquisitos Y luego le recité los versos de aquel
manjares y las más embriagadoras be¬ poeta que dijo:
bidas, y, en tanto comía yo, tañían las
unas melodiosos instrumentos, acompa¬ «Tan solo en tu hermosura eternamente
se placerán mis ojos;
ñando sus armoniosos cantos, y las solo tu imágen bella tendrá asiento
otras bailaban con incomparable en mi pecho amoroso.
garbo. A ti, reina y señora, irán a honrar
mis pensamientos todos;
Luego de acabada la cena, me dije¬ en tu amor moriré, ¡gustosa muerte!,
ron: y cuando de la tumba Alá piadoso,
—¡Ye favorito de nuestros ojos, llegó me haga salir, de nuevo para amarte,
resurgiré gozoso.»
la hora del lecho y del verdadero pla¬
cer! Escoge de nosotras la que más te 18 Según Burton, una ligera mella entre esos
guste y no temas ofendernos, pues a dos dientes sigue considerándose por los árabes
cada una de nosotras le llegará su tur¬ como un encanto más en la belleza femenina.
19 Estos versos faltan en la edición de Bulak
no; así que elige sin escrúpulo. Cuaren¬ y en la mayoría de las versiones, incluso en la
ta hermanas somos y cada una de nos¬ de Mardrus.
494 LAS MIL Y UNA NOCHES.-TOMO I

Pasé, pues, aquella noche con ella y mi cama, sueltas sus cabelleras y llo¬
dizque en mi vida conociera otra tan rando amargo llanto, indicio de gran
bella. Cuarenta asaltos dile, de verda¬ pesar, y exclamaron:
dero salteador, y ella aguantólos y me —Has de saber, ¡ye luz de nuestros
los devolvió. Y así la noche se nos ojos!, que tenemos que abandonarte,
pasó. como antes que a ti abandonamos a
Pero, luego que la mañana amane¬ otros, pues te consta que no eres el
ció, fueron las otras muchachas y me primero y que, antes que tú, otros mu¬
llevaron al hammam y me bañaron y chos nos montaron e hicieron con
luego me vistieron unas ropas de las nosotras lo que tú has hecho.
más lujosas. Aunque, a la verdad, tú eres el jinete
Y trajeron de comer y de beber y más diestro en corvetas y el más abun¬
comimos y bebimos mano a mano y doso en medidas, tocante a lo largo y
no dejó de voltear la copa a la redon¬ lo grueso.
da hasta que oscureció. Eres, sin duda, el más corrido y
Y entonces yo cogí a una de ellas, simpático de todos, y podemos predecir
rica de belleza y de formas tan tiernas que no vamos a poder vivir sin ti.
como dijo el poeta: Díjeles yo:
—¿Y por qué habéis de abandonar¬
«Lucia sobre su pecho dos tesoros, me? Pues tampoco yo quiero perder la
con abelmosco 20 sellados, alegría de mi vida que en vosotras se
para que el torpe amante no llegara
a herirlos con su tacto. cifra.
Y para más defensa todavía —Has de saber—contestaron ellas-que
de aquellos dos joyeles delicados, todas nosotras somos hijas del mismo
al atrevido a raya lo tenian
las flechas de sus ojos almendrados.» 21 padre, aunque de madre distinta, y
nuestro padre es un rey.
Vivimos desde niñas en este alcázar
Y pasé la noche con ella, y dizque y todos los años pone Alá en nuestro
fue la noche más deliciosa de todas las camino un caballero que nos satisface,
noches de mi vida entera. igual que nosotras a él lo satisfacemos.
Y para abreviar, mi señora, que Pero todos los años también hemos
como aquellas pasé las que siguieron, de ausentarnos de aquí, por espacio de
cada noche con una de las hermanas, cuarenta días, para ir a ver a nuestro
sin que faltaran nunca los numerosos padre y a nuestras madres respectivas.
asaltos por entrambas partes con igual Y hoy es el día que debemos partir.
entusiasmo. Díjeles yo entonces:
Duróme esta cabal aventura todo un —Pero, delicias mías, eso no importa.
año. Y cada mañana se me acercaba la Me quedaré yo aquí, en este alcázar,
mocita de turno para aquella noche y loando a Alá hasta que os toque regre¬
me llevaba al hammam y me lavaba sar.
todo el cuerpo, me amasaba y ungía Contestaron ellas:
con cuantos perfumes gratificó Alá a —Está bien. Cúmplase tu voluntad.
sus servidores. Aquí tienes todas las llaves del alcázar,
Llegó, finalmente, el fin del año. con las que se abren sus puertas.
La mañana del último día congregᬠSigue viviendo en él a tu placer, ya
ronse todas aquellas jóvenes al pie de que eres su dueño; pero guárdate muy
bien de abrir la puerta de bronce que
20 Almizcle. se halla al fondo del jardín, pues si tal
21 Estos poemitas faltan en la edición de
Bulak y en la versión de Mardrus. hicieres no volverías a vernos y te su-
NOCHE 16—HISTORIA DEL «ZALUK», EL TERCERO 495

cedería un gran contratiempo. Cuida, iguales. Acequias 24 rebosantes les pro¬


pues, de no abrir esa puerta en nuestra porcionaban riego tan abundante que
ausencia 22. daban frutas de un tamaño y una her¬
Luego de proferidas aquellas pala¬ mosura incomparables.
bras, llegóse a mi una de ellas y se Comí de ellas, especialmente pláta¬
abrazó a mi cuello, y, llorando, recitó nos y también dátiles, largos por cierto
estos versos: como los de un árabe de noble linaje,
—¡Ojalá y de nuevo quiera
amén de granadas, melocotones y man¬
a los dos la suerte unirnos! zanas.
¡Y que el semblante del Tiempo Como dijo el poeta:
también torne a sonreímos!
¡Y que mis ojos de nuevo «Tiene en si la manzana dos colores:
engalanen tu mirada; el arrebol que tiñe las mejillas
que, si así fuere, este crimen de los amantes juntos, y el pajizo
al sino le perdonara. matiz con que la ausencia se los pinta.»

Y yo le conteste con estos otros ver¬ Reparé luego en que.había allí tam¬
sos: bién membrillos y aspiré su fragancia,
Tanta pena me causó que al almizcle y al ambar abochorna¬
alejarme de mi amada, ra, como dijo el poeta:
que el corazón de tristeza
hasta mis ojos en claras «En el membrillo se compendian,
perlas y diamantes vino, por su hermosura,
asomando a ellos en lágrimas todas las alegrías, puesto que es
ue, cual joyas, en el pecho rey de las frutas.
e mi amada se juntaban 23. Del vino el sabor tiene y cual la algalia
exalta grato aroma;
es de oro su color, de luna llena
Y yo, al verlas llorar, les dije: es su redonda forma.» 25
—Por Alá, no paséis pena; que nunca
jamás abriré yo esa puerta.
Vi allí también albaricoques, cuya
Y después me despedí de ellas. Y
hermosura encanta la vista, pues seme¬
ellas fueron y volaron. jan plata pulida.
Y yo me quedé solo en el palacio,
Y, finalmente, me salí de aquel apo¬
con las llaves en mis manos. sento y cerré bien su puerta y la dejé
Ahora bien: luego que la tarde llegó, como antes la viera.
fui yo y me puse a recorrer el palacio Y al día, el siguiente, pasé a abrir la
que aún no tuviera tiempo de ver del puerta, la segunda.
todo, ya que así mi cuerpo como mi
No bien la hube abierto cuando mis
alma estuvieron hasta entonces presos
ojos y mi olfato quedaron cautivados
en el lecho, a él encadenado por los
del hechizo de la multitud de flores
brazos de aquellas muchachas dotadas
fragantes y vistosas que esmaltaban un
de tales encantos.
gran jardín, regado por acequias nume¬
Y con la llave primera abrí la prime¬
rosas.
ra puerta. Encontréme de pronto en un
Podían admirarse allí cuantas flores
gran huerto, cuajado de arboles fruta¬
se crían en los vergeles de los emires
les tan frondosos cual nunca los viera
de la tierra, jazmines, narcisos, rosas.
La puerta que no debe abrirse, equivalente
al fruto del árbol que no debe comerse; la puerta
del Destino, en suma. La puerta prohibida figura 24 Del árabe As-Sakiya.
ya en hindú, Kathá sárit Ságara. 25 Tanto estos versos como los anteriores,
23 Falta en la edición de Bulak y en la tomados de la edición de Calcuta, faltan en la de
versión de Mardrus. Bulak y en las versiones que la siguen.
496 LAS MIL Y UNA NOCHES.-TOMO

violetas, jacintos, anémonas, claveles, ramente atestada de diamantes, rubíes


tulipanes rampúnculos y, en fin, todas rojos, rubíes azules 27 y carbuncos.
las flores del año en todas las estacio¬ Y en la tercera no había más que i
nes. esmeraldas; y en la cuarta, lingotes de I
Luego que hube aspirado la fragan¬ oro en bruto; y en la quinta, monedas
cia de todas aquellas flores cogí un de oro de todos los países; y en la
jazmín y me lo introduje en la nariz, sexta, plata virgen; y en la séptima,
dejándolo allí dentro para seguir re¬ monedas de plata de todas las naciones
creándome con su olor, y di gracias al de la tierra.
Altísimo por todas sus bondades para Los restantes salones rebosaban de
con las criaturas que creó. cuanta pedrería hay en el seno de la
Procedí luego a abrir la puerta, la tierra y el mar: topacios, turquesas,
tercera, y luego que la abrí quedaron jacintos, piedras del Yemen, cornalinas
mis oídos encantados con la melodiosa de los más diversos colores, jarrones de
algarabía de multitud de pájaros de azabache, collares, pulseras, cinturones *
todos los colores y todas las castas de y, en fin, toda suerte de alhajas y ]
la tierra. aderezos que se usan en las cortes de i
Aleteaban en el interior de una jau¬ los reyes y los emires excelsos.
la, hecha de varillas de áloe y sándalo. Al ver yo aquello, señora, alcé mis 1
Y eran los bebederos de jaspe fino y manos y mis ojos al cielo y di gracias
eran los comederos de oro. El suelo del al Altísimo por los beneficios que dis¬
alcabiaz 26, primorosamente barrido y pensa a sus criaturas sin tasa alguna.
regado. Y aquellas aves bendecían al Y así seguí abriendo una, dos o tres
Creador con sus cantos. Permanecí yo puertas cada día, hasta el cuarenta 2\
allí oyéndolas cantar hasta el anoche¬ y de día en día era mayor mi asombro
cer y luego me retiré. y ya no me quedaba más puerta por
Madrugué al día siguiente y abrí la abrir que la puerta de bronce. Y pensa¬
puerta, la cuarta, con la llave, la cuar¬ ba en las cuarenta mocitas y me sentía
ta. Y, oh señora, vi allí cosas que ni en anegado en la más cumplida aventura,
sueños pudo ver jamás un mortal. pensando en ellas, en la dulzura de sus
Pues en medio de un gran patio ha¬ gestos, en el frescor de sus carnes, en
bía una cúpula de rara fábrica, con la firmeza de sus muslos, en la estre¬
escalinatas de pórfido que conducían al chez de sus vulvas y la redondez y
pie de cuarenta puertas de ébano, fo¬ anchura de sus nalgas y en aquellos
rradas de oro y plata. gritos que daban cuando me decían
Y las puertas estaban de par en par con pasión: «¡Ay, luz de mis ojos!
abiertas dejando ver salones espaciosos ¡Ay, fuego de mi corazón!»
y cada uno de aquellos salones ence¬ Y exclamé:
rraba su particular tesoro. -¡Por Alá! ¡Que nuestra noche va a
Había hacinados en el primero mon¬ ser una noche blanca, bendita!
tones enormes de perlas grandes y chi¬ Pero a todo esto el Malo hacíame
cas, aunque abundaban más las prime¬ pensar en la llave de la puerta de
ras, que eran del tamaño de un huevo bronce y me tentaba sin cesar, y pudo
de paloma y resplandecían como la al cabo más que yo la tentación y cedí
luna llena.
Y la segunda sala era superior en 27 Zafiros.
riqueza a la primera, pues estaba ente- 28 Algunas ediciones hacen subir a cien el
número de las puertas; pero como las mocitas
son cuarenta, parece más lógico que fueran cua¬
26 Jaula. renta.
NOCHE 16.-HISTORIA DEL «ZALUK», EL TERCERO 499

a ella y abrí la puerta. V no vieron Y hete aquí que el caballo abate


nada mis ojos, pero un olor muy fuerte luego el vuelo y aterriza por cierto* en
y desagradable hirió mi olfato y me la azotea del alcázar donde encontrara
desmayé y rodé por la parte afuera de yo a los diez tuertos.
la puerta y la puerta volvió en seguida Y el caballo se encabritó y dio un
a cerrarse. respingo tan tremendo que me derribó.
Luego que recobré el sentido, insistí Vínose a mí luego y, metiéndome la
en poner por obra la resolución que el punta de una de sus alas en el ojo
Schaitán me inspirara y torné a abrir izquierdo me lo vació, sin que yo pu¬
la puerta, aguardando a la entrada a diera hacer nada para repelerlo. Des¬
que aquel olor se amortiguara. pués de lo cual remontó otra vez el
Luego que así fue, pasé al interior de vuelo y desapareció por los aires.
la sala, que era muy anchurosa y am¬ Yo, entonces, me tapé con la mano
plia, con el piso sembrado de azafrán el ojo hueco y empecé a dar vueltas de
y alumbrada por velas aromáticas de acá para allá por la azotea y a lamen¬
ámbar gris e incienso y almenaras es¬ tarme, a impulsos del dolor, y repro¬
pléndidas de plata y oro, alimentadas charme. Y he aquí que, de pronto, se
por fragante aceite, que era el que, al me aparecen los diez jóvenes y me
arder, despedía aquel tufo tan fuerte. dicen:
Y entre las lámparas y los candela¬ -¡No quisiste hacernos caso! Pues
bros vieron mis ojos un extraño caba¬ ahí tienes ahora el fruto de tu funesta
llo negro, con un lucero blanco en la tozudez. Y no podrás quedarte con
frente, y que en la diestra pata delante¬ nosotros, porque ya somos diez.
ra y en la siniestra trasera tenía tam¬ Pero te indicaremos, no obstante, el
bién pintas blancas en las pezuñas. camino de Bagdad, donde tiene su cor¬
Y tenía el corcel silla de brocado y te el emir de los creyentes, Harunu-r-
por brida una cadena de oro; el pese¬ Raschid, cuya fama ha llegado hasta
bre rebosaba de sésamo y cebada bien nuestros oídos, para que llegues a él,
cernida, y en el abrevadero tenía agua entre cuyas manos está ahora tu sino.
fresca, perfumada con esencia de rosa. Afeitéme, pues, las barbas, vestíme
Y entonces, señora, yo, que siempre este traje de záluk para ahorrarme así
tuve pasión por los buenos caballos y más contratiempos y me puse en cami¬
era el más famoso jinete de mi reino, no hacia Bagdad.
quedéme prendado de aquel bridón Caminé noche y día, sin parar hasta
magnífico y, cogiéndole por sus rien¬ llegar a esta ciudad de Bagdad, man¬
das, saquélo al jardín y monté en él de sión de paz, y en ella encontré a estos
un brinco; solo que el corcel no se dos tuertos y los saludé diciendo: «¡Pe¬
movió de su sitio. regrino soy!»
Golpeélo entonces en el cuello con A lo que ellos me respondieron:
la cadena de oro. Y de pronto, señora, -Y nosotros también.
he aquí que abre el caballo dos alas Echamos a andar luego los tres y
negras, descomunales, que yo hasta allí vinimos a dar en esta bendita casa, ¡oh
no las viera, lanza espantable relincho, mi señora! Y ahí tienes ya explicada la
cocea por tres veces el suelo y se re¬ causa de mi ojo vaciado y mis barbas
monta por los aires conmigo. rapadas.
En el acto, señora, empezó todo a Díjole entonces la joven:
bailar en torno mío; pero apreté bien —¡Llévate la mano a la cabeza y vete
los muslos y me afiancé en la silla con la paz!
como buen jinete. Dijo él:

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