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Domingo XXXI: La paja en el ojo ajeno

5 de noviembre de 2023

“En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos; haced y
cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo
que dicen”. (Mt 23, 1-3)

Posiblemente, la única persona que no tiene solución es la que no se


da cuenta del mal que padece. Eso no significa que los que son conscientes
de que están enfermos puedan curarse, pero al menos tienen más
posibilidades de lograrlo. Sócrates dejó claro, hace ya muchos años, que el
principio de la sabiduría estaba en reconocer lo poco que se sabía, pues
sólo desde ahí se podía ir aprendiendo. Pues bien, el principio de la
santidad está en reconocerse pecador, pues sólo el que lo hace tiene la
posibilidad de mejorar.

Lo que solemos hacer, en cambio, es echar la culpa de todo o de casi


todo a los demás. Jesús, por el contrario, nos invita a ser severos con
nosotros mismos e indulgentes con el prójimo. Es más urgente quitar la
viga que hay en el propio ojo que la paja que hay en el ojo del vecino. E
incluso aunque el prójimo tenga un defecto mayor que el tuyo y tengas el
deber de advertirle de ello para ayudarle, no hay que olvidarse de mirar los
propios defectos, pues puede suceder que el otro no nos quiera escuchar,
mientras que nosotros mismos deberíamos ser los mejores de nuestros
propios discípulos. Por lo tanto, no te excuses con los defectos de los
demás para no hacer las cosas bien, aunque el que te dé mal ejemplo sea un
superior tuyo. Es a Cristo a quien sigues, no lo olvides.

Propósito: Cuando tenga ganas de juzgar a alguien, de criticarle, me voy a fijar en


mis propios defectos. Si me desaniman los malos ejemplos, me fijaré en Cristo para
seguir

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