¿Quién es entonces responsable de nuestra propensión al mal?
¿Qué hace que nosotros pequemos? Bueno, alguien quizá diga:
"Ustedes acaban de destacar que es Satanás". Observemos lo que dice este versículo 14, del primer capítulo de la epístola del apóstol Santiago: "Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido." Aquí estamos hablando sobre los pecados de la naturaleza carnal. ¿Quién es responsable cuando usted se aleja para hacer el mal, cuando usted cede ante una tentación para practicar el mal? Dios no es responsable. El diablo no es responsable. Usted es responsable. Cada uno es tentado. Cada uno - dice aquí. Y esta es una declaración de la individualidad de la personalidad en la raza humana. De la misma manera en que cada uno de nosotros tenemos huellas digitales diferentes, cada uno de nosotros tiene una naturaleza moral diferente. Todos nosotros tenemos nuestras propias idiosincrasias, nuestras propias excentricidades. Todos tenemos algo un poco diferente, que nos distingue de los demás. Estimado oyente, todos nosotros tenemos nuestras peculiaridades. Una persona puede ser tentada a beber en exceso; otro, puede ser tentada a comer demasiado; otra persona puede ser tentada en el área del sexo. El problema siempre se encuentra dentro del individuo; ninguna cosa o influencia exterior nos puede hacer pecar, tiene que ser algo que viene de adentro, y allí es donde está el problema. El problema está aquí, dentro de nosotros con esa vieja naturaleza que tenemos. Un niño estaba jugando cerca de un lugar donde su madre guardaba las galletas. Él había bajado el recipiente donde ella las guardaba y su madre escuchó que él estaba por allí y lo llamó y le preguntó, qué era lo que estaba haciendo. Entonces, el muchachito respondió: "Estoy luchando contra la tentación". La verdad es que él estaba en un lugar bastante malo para luchar contra la tentación. No había resistido el poder de atracción de esa tentación y al recorrer parte del camino hacia su fracaso, se estaba exponiendo voluntariamente frente al objeto de la tentación, con pocas o ninguna posibilidad de vencerla. Hay muchas cosas que no son malas en sí mismas, pero es el uso que uno hace de ellas lo que está mal. La comida es buena, pero uno puede llegar a ser un glotón. El alcohol es una medicina, pero uno puede llegar a ser un alcohólico si lo usa indebidamente. El sexo es bueno, si se usa dentro de los límites del matrimonio, como Dios lo ha establecido, pero si uno lo ejerce fuera del mismo, puede llegar a sufrir varias clases de daños y perjuicios. En muchas zonas del mundo se han propagado epidemias de enfermedades venéreas debido al relajamiento de la moral actual. Y en el día de hoy muchos psicólogos están tratando de ayudar a las personas para que se liberen de sus complejos de culpa. Un psicólogo cristiano, profesor de una Universidad de Estados Unidos dijo en una ocasión a un profesor de la Biblia: "Ustedes necesitan enfatizar en su enseñanza el complejo de culpa más de lo que lo están haciendo. Un complejo de culpa forma parte de usted tanto como su brazo derecho. Simplemente, usted no puede librarse de él". Otros profesionales investigan lo más a fondo que sea posible los antecedentes de quienes los consultan, incluyendo en su examen todos los factores ambientales y del contexto familiar, como por ejemplo los sentimientos de afecto recibidos o, por el contrario, la falta de amor de los padres, la agresividad, la falta de comunicación con el entorno más próximo, etc. Pero, estimado oyente, usted podría resolver muchos de sus problemas por los cuales usted se culpa a sí mismo o a otras personas, si se dirigiera al Señor Jesús, que se encuentra ahora a la derecha de Dios, diciéndole: "Soy un pecador, soy culpable". Entonces Él removerá su complejo de culpa. Él es el único que puede hacerlo. El libro de los Proverbios, capítulo 23, versículo 7, dice: 7porque cuales son sus pensamientos íntimos, tal es él. La provocación al pecado debe tener la respuesta o reacción correspondiente desde el interior de la persona. El apóstol Santiago dice que el apetito desordenado de los placeres deshonestos, ese anhelo o deseo incontrolable de las personas, es el que atrae a las personas hacia el pecado. En el Evangelio de Juan capítulo 12, versículo 32, el Señor Jesús dijo: 32Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Pero el que se burla puede decir: ¡El no me atraerá! Bueno, estimado oyente, Él no le obligará a usted. Recordemos que cuando estudiamos el libro de Oseas, leímos que Él sólo utiliza las cuerdas del amor para atraernos hacia Sí mismo. Él quiere conquistarnos y ganarnos por Su gracia, por Su amor. Sinceramente hablando, hoy, el mal es atractivo, como siempre lo ha sido. La historia Bíblica nos dice que al principio, Moisés fue atrapado por los placeres del pecado. El hombre puede ser seducido; el cebo puede ser colocado en el anzuelo. Si él, por así decirlo, muerde el anzuelo, es decir, si cede, si se rinde, antes de que pase mucho tiempo esa persona llegará a convertirse en adicto a un vicio o un pecado que irá destruyendo su cuerpo y su mente. Continuemos leyendo, entonces, el versículo 15 de este capítulo 1, de la epístola de Santiago: "Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte." En otras palabras, cuando el deseo del alma ha concebido, da nacimiento al pecado, y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte. El apóstol Santiago utilizó aquí una palabra interesante, en la primera frase de este versículo: Entonces la pasión, después que ha concebido, la palabra realmente significa "quedar embarazada". La concepción es la unión de dos. Así que el deseo de nuestra vieja naturaleza humana se une con la tentación exterior que nos enfrenta, y de esa forma se convierte en pecado. El Señor Jesús dijo: Y el deseo del alma se une con la tentación de afuera. El Señor Jesucristo dijo: 22Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio. (Mateo capítulo 5, versículo 22). Porque esa pasión comienza en el corazón y sale en forma de acción. Y el Señor Jesús también dijo: yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (como podemos leer en ese mismo capítulo 5 de Mateo, versículo 28). Allí es donde siempre comienza el pecado, en nuestro corazón. En este punto surgiría de forma natural la pregunta: ¿es la tentación un pecado? Por supuesto que no es un pecado, definitivamente que no es un pecado. Es cuando la concepción tiene lugar, es decir, cuando el pensamiento del corazón se lleva a cabo, se transforma en acción, entonces la tentación se convierte en pecado, Martín Lutero expresó esta realidad de una forma original cuando dijo: "Uno no pude evitar que las aves vuelen sobre su cabeza, pero sí puede evitar que no construyan un nido en su cabello". Hasta aquí la cita. O sea, que el pecado es la consumación del acto interiormente y exteriormente. La tentación, en sí misma no es pecado. Todos tenemos una naturaleza mala; es inútil tratar de engañarnos a nosotros mismos en este asunto. Todos hemos sido tentados a hacer el mal; cada uno tiene una debilidad en su naturaleza humana, una tendencia difícil de vencer; por ejemplo algunos no pueden evitar la glotonería, otros el ser chismosos, etc. Cada uno conoce su propia debilidad. Los pecados que acabamos de mencionar pertenecen absolutamente a nuestra naturaleza humana, es decir, que proceden de nuestro interior. Solamente el Señor Jesús pudo decir, 30viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí (como podemos leer en el evangelio de Juan capítulo 14, versículo 30). El versículo 15 dice Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado. En este caso, la criatura no puede nacer muerta. La pasión va a provocar algo. Cuando el mal pensamiento del corazón se une con la tentación exterior, se produce un nacimiento: el nacimiento de un acto, el nacimiento de un pecado. Ahora, nosotros hoy racionalizamos al pecado. Racionalizamos nuestro mal carácter, nuestro chismorreo y una serie de pecados que puedan explicarse con costumbres de cortesía o educación, e incluso racionalizamos la burda y flagrante inmoralidad. Pero la Biblia los llama pecados.