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Stamateas, Bernardo

Expresando sus riquezas : 9 días de aumento de Él / Bernardo Stamateas.


- 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Presencia de Dios, 2023.
Libro digital, PDF

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ISBN 978-987-8463-62-9

1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.


CDD 248.4

EXPRESANDO SUS RIQUEZAS


9 días de aumento de Él
© Bernardo Stamateas

ISBN: 978-987-8463-62-9
Depósito legal ley 11.723

©Presencia Ediciones
José Bonifacio 332, Caballito, Buenos Aires, Argentina.
Tél.: (+54 11) 4924-1690
www.presenciadedios.com

Edición: Silvana Freddi


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No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cual-


quier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, me-
diante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso
previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes
11.723 y 25.446.
Índice

Capítulo 1
Herederos de Sus riquezas 5

Capítulo 2
Enriquecidos en Él 23

Capítulo 3
Disfrutando nuestra herencia 35

Capítulo 4
Los dos árboles: dos maneras de vivir 50

Capítulo 5
El árbol de la vida 63

Capítulo 6
La guía interna 78

Capítulo 7
Ser guiados cada día 89

3
Capítulo 8
Luz interior 106

Capítulo 9
Una carta viva 119

4
Capítulo 1

Herederos de
Sus riquezas

Señor, anhelo Tu luz


En este libro recorreremos y profundizaremos la Epístola
a los Gálatas. Esta nos enseña que Cristo vive en nuestro
espíritu, y lo que Él quiere es meterse en nuestra alma,
tomar cada uno de nuestros pensamientos y cada una de
nuestras emociones, que son barro, y poner en su lugar
Sus pensamientos y Sus emociones. La única tarea del
Espíritu Santo es que Cristo crezca y, donde hay barro,
haya oro. La tarea del Padre es que Cristo crezca en cada
uno de nosotros. Ahora bien, ¿cómo hace Dios para que
Cristo crezca en nosotros y que nuestra forma humana
cambie de manera tal que seamos una fotocopia de Cris-
to? Para que esta transformación pueda darse, el Señor
emplea un mecanismo llamado “renovación”. En la reno-
vación, algo nuestro muere y algo de Cristo se nos añade.
Entonces, para que Cristo crezca, necesitamos ser renova-
dos. Veamos algunos gráficos:

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Herederos de Sus Riquezas

Cristo vive en tu espíritu y, en la imagen, está represen-


tado por el círculo amarillo, porque Él es oro, la natu-
raleza divina. Alrededor del espíritu está el alma (emo-
ciones, mente y voluntad), simbolizada por los cuadrados
de color marrón, porque el alma humana es barro, pero
Cristo quiere capturarla. Asimismo, todos nosotros tene-
mos aspectos ocultos, esos “cuadrados” que no vemos, de
los que no somos conscientes, pero también hay algunos
pensamientos de los que sí nos damos cuenta. Por ejem-
plo, un pensamiento que podemos tener es: “Estoy muy
bien y tengo de todo, incluso de Dios”. Entonces, ¿cómo
Cristo irá matando ese barro y transformando ese pensa-
miento, llenando ese espacio con oro, añadiendo lo de Él?
A través de la luz.

La luz de Cristo iluminará algo de nosotros y nos


lo mostrará para que lo veamos tal como Dios lo ve.

La luz, que es Cristo, de pronto te muestra algo tuyo,


un pensamiento o una emoción, y el Señor lo iluminará

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Herederos de Sus Riquezas

para que lo veas cómo Él lo ve. ¿Por qué? Si solo tomamos


nuestra mirada (barro mirando al barro), no podremos
ser transformados. Necesitamos la luz de Cristo para no
equivocarnos, porque somos barro, y el barro no puede
tener luz.
Y esa luz —Cristo— aparecerá de golpe. Por ejemplo,
mientras estás caminando, la luz te muestra algo tuyo,
te ilumina en una conducta, en un pensamiento, en una
emoción. Esa luz que aparece es la manera en la que el
Señor te ve porque, si ella no te ilumina y te muestra ese
aspecto tuyo, no podrás crecer. La única forma de que lo
tuyo muera es a través de la luz.
Cuando no hay luz, la carne crece y nos desvasta, porque
la carne, la naturaleza humana, es una tendencia corrup-
ta hacia la muerte que todos tenemos. La luz es una expe-
riencia personal donde Dios te muestra a ti algo solo tuyo
y, si no tienes luz, sin importar lo que hagas, perderás el
tiempo. Necesitamos imperiosamente que la luz de Cris-
to nos ilumine, pues es Su luz la que nos cambia.

¿Y cómo podemos recibir esa luz? ¿Cómo hacemos para que esa
luz funcione todo el día? Solo necesitamos abrirnos y ren-
dirnos a Él. Decirle: “Padre, abro mi corazón a Tu luz.
Te pido que a lo largo de este día Tu luz me alumbre.
Muéstrame lo mío, Señor, y también lo Tuyo”. En cada en-
cuentro que tengas con el Señor, siempre ora para que Su
luz te ilumine. En tu portal, a solas con Dios, permite que
el rocío del Cielo venga, y traiga algo fresco y nuevo a tu
vida, y exprésale al Señor cuánto lo amas, cuánto anhelas
Su Presencia. A lo largo de cada día, necesitamos decirle:
“Padre, estoy abierto a Ti. ¡Dame Tu luz!”.

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Herederos de Sus Riquezas

Cuando leas La Biblia o escuches un mensaje, olvídate de


todo lo que sabes (porque lo viejo que sabes no permite
que lo nuevo de Dios te alcance). Acércate a La Palabra
como si fuera la primera vez. Canta como si fuera la pri-
mera vez que cantas, adora como si fuera la primera vez
que adoras. Lo que aprendiste es maná viejo, y Dios quie-
re que te abras a lo nuevo de Él. Porque lo nuevo es más
grande, más fresco y mejor.
Si nuestros ojos están abiertos para verlo a Él, vamos a
crecer.

A poca luz, poco Cristo; a mucha luz, mucho Cristo.

El apóstol Pablo expresó: “Porque yo soy el menor de to-


dos los apóstoles”. ¿De dónde supo eso? La luz se lo dijo.
La luz le mostró que él era el menor de todos los apósto-
les. Después, Pablo escribió: “Cristo vino a salvar a todos
los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. ¿Quién
le dijo que él era el primero? La luz. La luz te dirá lo que
debes hablar, te mostrará cómo Dios te ve.

La luz hace todo y, sin luz, nada sucede.

Dios ilumina y quema mis peculiaridades


¿Qué es una peculiaridad? Una manera de ser. Todos
tenemos peculiaridades, rasgos predominantes, hábitos
de la carne que repetimos. Quizás somos desordenados,
charlatanes, callados, impulsivos, reflexivos, emociona-
les. Todas esas son peculiaridades que Dios va a ilumi-
nar y a quemar con Su luz, porque la luz de Dios quema

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Herederos de Sus Riquezas

y mata. Todos tenemos maneras particulares de ser. Pero,


si Dios las ilumina y las quema, dejaremos de tenerlas. El
barro solo te muestra barro, pero la luz te hará ver lo que
Dios ve. Observa la siguiente imagen:

La luz aparece y te muestra que algo que hiciste no tuvo


el objetivo sincero de ayudar a alguien, sino que fue para
mostrarte, para que te aplaudan. La luz golpea y duele,
pero ilumina; y nos muestra nuestras peculiaridades
personales.
Hay peculiaridades que conocemos, pero hay otras que
están escondidas. Por otra parte, a medida que envejece-
mos, surgen más y más peculiaridades, que son incluso
detalles insignificantes: cómo nos ponemos las pantuflas,
cómo apretamos el tubo de la pasta de dientes o cuán-
to champú usamos en cada lavado. Esas peculiaridades
suelen traer problemas en la pareja, con los hijos, con los
vecinos, en la iglesia, e incluso cuando estamos solos. A
veces, ni siquiera nos toleramos a nosotros mismos debi-
do a estas actitudes, y pasamos el día pensando en ellas.

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Herederos de Sus Riquezas

Las peculiaridades no nos permiten crecer espiritualmente.

Al respecto, Watchman Nee dijo: “Podemos orar, buscar


de Dios, tener intimidad, pero si la peculiaridad no es
derribada, no creceremos sino hasta ella”. Solo podemos
crecer hasta nuestra peculiaridad. Sin embargo, cuando la
peculiaridad muere, comenzamos a crecer grandemente.

Nuestras maneras de ser tienen que morir


para que Cristo aumente en nosotros.

Y, cuanto más espirituales somos, cuanto más tiempo te-


nemos en Cristo, más peculiaridades tenemos. Si bien no
las percibimos, igualmente las tenemos. Tomemos como
ejemplo a los músicos. ¿Qué suben los músicos en sus re-
des sociales? Canciones, fotos de un piano, de una gui-
tarra, de ellos cantando. Rara vez suben una frase de un
libro o escriben alguna palabra que recibieron de Cris-
to. Esa peculiaridad, “yo soy músico”, también tiene que
morir. Todas nuestras peculiaridades tienen que morir,
incluso las espirituales. Observa cómo se veía esta iglesia
de Apocalipsis y lo que vio cuando Dios la iluminó:
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de
ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
—Apocalipsis 3:17

Esa iglesia decía: “Yo soy rica en Cristo, próspera, de


ninguna cosa tengo necesidad”, pero, cuando la luz la

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Herederos de Sus Riquezas

iluminó, le mostró que era desventurada, miserable, po-


bre, ciega y desnuda. ¡Qué impacto!

Los argumentos
Ahora les toca el turno a los argumentos que todos tene-
mos; lo que solemos decir: “Lo que pasa es que yo soy así,
por esto, esto y esto”, pero debes saber que Dios quemará
esos argumentos, aunque tengas razón, porque la razón
proviene del árbol del conocimiento del bien y del mal, y
al Señor no le interesan nuestras razones, ¡Él quiere dar-
nos la vida de Cristo! “Es que sufrí mucho en la vida”,
“es que me siento sola”, “mis padres me abandonaron”,
“viví con un psicópata”… la luz quemará todos nuestros
argumentos, porque lo que la luz de Cristo ilumina, lo
incinera.

¡Nada de nosotros, todo de Él!

En el gráfico anterior también vemos el cuadrado que


dice “la letra”. Veámoslo nuevamente:

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Herederos de Sus Riquezas

La Biblia afirma que “la letra mata”, pero ¿qué es la letra?


Todas las actividades que hacemos sin tocar a Cristo. “La
letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Por ejemplo, Dios ilu-
mina la letra cuando te dice: “Oraste y adoraste, pero no
me experimentaste” o “estuviste cantando, pero lo hiciste
de memoria, no me tocaste a Mí”. La luz de Dios te va
mostrando la letra, todo lo que hiciste sin tocar al Señor,
y luego lo quema, lo destruye, porque la misma luz que
ilumina también es fuego. Cuando la luz se hace fuego y
nos ilumina, sin ningún esfuerzo de nuestra parte, le da
fin para siempre a la letra, a la peculiaridad, a nuestro yo,
porque la luz es Cristo.
Cuando la luz te ilumine, notarás que es cada vez más
específica en lo que te revela. Por ejemplo, un pensamien-
to que tuviste un segundo antes, una charla que acabas
de tener con alguien. Cuando eso suceda, rápidamente
lleva al Altar lo que te mostró y dile: “Señor, lo dejo en
la Cruz para su muerte”. Es importante hacer un “altar
exhaustivo” y no salir rápidamente de este, porque Dios
te mostrará más y más cosas. A veces, puedes estar cinco
minutos, diez minutos, media hora o incluso una hora en
el Altar, dejando algo y recibiendo nuevas revelaciones
de Dios. Es crucial hacer confesiones exhaustivas y deta-
lladas, no basta con decir “Señor, te doy mi vida, me rin-
do a Ti, me consagro. Amén”. La luz no funciona de esa
manera. La luz es específica: lo que ilumina lo elimina y,
luego, añade algo de Cristo.

Seamos específicos al momento de llevar al Altar.

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Herederos de Sus Riquezas

La secuencia es la siguiente: cuando Dios nos mues-


tra algo, declaramos: “Señor, lo dejo en la Cruz para su
muerte” y, en ese mismo momento, mientras esa parte de
nosotros se está quemando y muriendo, algo de Cristo se
nos añade. Así, Cristo gana terreno en nosotros. Aunque
no podamos verlo, Él está obrando en nosotros. No im-
porta si sentimos algo o no, Él está obrando en silencio y
en lo profundo de nuestro ser.

De pronto, Dios te muestra una peculiaridad, y se te aña-


dió Cristo-consuelo o Cristo-testimonio, y ahora compar-
tes tu testimonio con la gente. Quizás se te añadió Cris-
to-orden, y ahora eres ordenado. O tal vez se te añadió
Cristo-sabiduría. ¿Qué es Cristo-sabiduría? Que Dios
toma algo malo de ti e inicia algo grande y nuevo en tu
vida. Así, a medida que la luz de Cristo te ilumina y te
transforma, tus peculiaridades mueren y Sus virtudes di-
vinas crecen en ti. Este es un proceso hermoso y continuo
de crecimiento y renovación en el que permites que Cris-
to gane terreno en tu vida.

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Herederos de Sus Riquezas

Las peculiaridades de David


David tenía dos peculiaridades notorias. Una de ellas era
ser un poco narcisista, la actitud de “yo hago lo que quie-
ro”. Un día, David vio a Betsabé bañándose. Como era
una mujer muy bella, él la deseó y mantuvo relaciones
con ella, cometiendo adulterio. De esa relación tuvo un
hijo, a quien intentó hacer pasar como si fuera el hijo de
su marido, Urías, un soldado valiente que, cuando el adul-
terio ocurrió, estaba en la batalla. Y así fue su plan: David
lo llamó de la guerra y le sugirió que se acostara con su
esposa, pero Urías se negó, porque no quería disfrutar
de los placeres mientras sus compañeros estaban en la
batalla. Ante su negativa, que echaba por tierra los planes
del rey de hacer pasar a su hijo como hijo de Urías, David
se enojó y trazó un plan para enviarlo al frente de bata-
lla y dejarlo solo para que lo mataran. Urías murió, pero
también el hijo que David había concebido con Betsabé.
Pasaron unos dos años y, un día, un profeta lleno de luz
le contó a David una historia sobre un hombre rico que
tenía cien ovejas y otro hombre pobre que tenía solo una
ovejita a la que trataba como su hija, pues comía de su
mesa, bebía de su vaso y dormía en su regazo. Un día,
como no quería matar a ninguna de sus ovejas, el hombre
rico robó la única oveja del hombre pobre para ofrecer-
la en un banquete. Al escuchar esto, David, indignado,
exclamó: “¡Hay que matar a ese hombre!”. Fue entonces
cuando el profeta aseguró: “Ese hombre eres tú”. En ese
instante, la luz cayó sobre David y el rey fue quebrantado.
Luego de este hecho, David escribió un salmo que dice:
“Señor, acá están mis pecados. Mientras callé, envejecieron
mis huesos. Sufría y gemía todo el día”. En lo peor de David,

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Herederos de Sus Riquezas

cuando él se arrepintió y murió, Cristo creció, y Dios le


dio un hijo: Salomón, quien construyó el primer templo.
Y donde había un pecado gravísimo, Cristo-sabiduría lo
transformó en un hijo de victoria que iba a construir el
gran templo, una casa para Dios. ¡Cristo-sabiduría toma
lo malo y, en su lugar, levanta algo grande!
El segundo pecado de David, su segunda peculiaridad,
fue el orgullo, porque “se la creyó”, se envaneció y deci-
dió hacer un censo para contar su ejército, creyéndose el
responsable de dicha grandeza. Aunque el censo en sí no
era malo, el motivo detrás de él demostraba su arrogan-
cia. Como consecuencia, Dios envió una peste que causó
la muerte de alrededor de setenta mil personas. David
se dio cuenta de su pecado al ser confrontado por la luz
de Dios, y se arrepintió. Porque, cuando la luz te mues-
tra, te sacude, te impacta, te quebranta, te hace caer de
rodillas, te lleva a rendirte. Seguidamente, David ofreció
una ofrenda en un cierto lugar y Dios le indicó que allí
se construiría el templo. De los dos pecados de David,
uno lo condujo a la revelación de quién iba a construir el
templo, y el otro de dónde se iba a edificar. ¡Dios toma lo
peor de nosotros y levanta lo mejor de Él, que es Cristo!
A veces, Dios permite situaciones donde no recibimos
reconocimiento ni agradecimiento, llevándonos al Altar
para morir a ese dolor, a la búsqueda de aprobación de los
demás. Pero pasa el tiempo y ahora la gente te agradece,
te felicita por tu trabajo, por tu aporte. Sin embargo, tam-
bién en esas circunstancias, debes ir al Altar y volver a
declarar: “Señor, ya no vivo yo, ahora Cristo vive en mí”.

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Herederos de Sus Riquezas

Herederos de Sus riquezas


Todos nosotros somos herederos de las riquezas de Cristo,
de todo lo que Cristo es y tiene. Recordemos que somos
hijos (no esclavos) y, por lo tanto, herederos de todo lo que
Cristo tiene y es, porque lo que Él tiene es lo que Él es, y lo
que Él es, es lo que Él tiene. Así lo afirma Gálatas 4:
Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no
eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por
medio de Cristo (vv. 6-7).
Cristo tiene luz y Él es Luz; tiene amor y es amor; tiene
abundancia y es abundancia. Lo que Él tiene es lo que Él
es, y lo que Él es, es lo que tiene; y nosotros heredamos a
Cristo y todas Sus riquezas, que son inagotables.
Veamos en profundidad estos versículos:
La Palabra nos dice que somos herederos de las rique-
zas de Cristo, que estas son inagotables e “inescrutables”,
que no tienen altura ni anchura, que no se pueden me-
dir. La palabra “inescrutable” significa que no puede ser
comprendido.
En griego, la palabra “hijos” es juíos (υἱός), y hace referen-
cia a los hijos maduros, porque para los hijos pequeñitos
hay otro término, que es téknon (τέκνον). Estos últimos hi-
jos no heredan, son niños que solo pueden tener juguetes,
no diamantes. Como hijos maduros de Dios, debemos de-
jar de ser como niños que solo quieren juguetes y buscar
las verdaderas riquezas de Cristo. Porque, a medida que
exploramos todas estas riquezas inagotables e inescruta-
bles, celebraremos eternamente nuestra condición de hi-
jos y herederos.

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Herederos de Sus Riquezas

Al leer La Palabra, descubres que todas las cosas son


Cristo. Cristo es la puerta; Cristo es el camino; Cristo es
la luz; Cristo es el amor; Cristo es el oro; Cristo es el man-
zano. En todo está escondido Él. Cristo está en tipos, en
sombras, para mostrarnos que ya no necesitamos jugue-
tes, sino diamantes.
Cristo es rico, pero ¿qué es lo que Él tiene? Cristo tiene Sus
virtudes humanas. Por ejemplo, Él tiene amor humano,
pero Su amor humano no es como el tuyo o como el mío,
que están caídos. El amor humano de Cristo es un amor
humano lleno de la vida divina. Y lo mismo ocurre con
las otras virtudes humanas: en Él son virtudes elevadas,
extraordinarias. Cristo tiene pensamientos, emociones,
amor, gozo, paz, paciencia, todas emociones de las virtu-
des del Cristo humano, porque Él, en el Cielo, sigue siendo
Dios y sigue siendo humano. Entonces, heredamos a un
Cristo que tiene unas virtudes humanas extraordinarias,
pero también tiene, porque es Dios, atributos divinos. Él
habló y calmó la tormenta, tocó y sanó a los enfermos, y
esos atributos divinos están dentro de nosotros. Y ahora
tú y yo somos los administradores de las riquezas, de los
atributos divinos y de las virtudes perfectas humanas.
Cristo tenía mezclado lo humano y lo divino, pero lo hu-
mano de Él no era como lo nuestro. Jesús no tenía una
paz como la nuestra, Él tenía una paz perfecta mezclada
con la vida divina. La Escritura narra que Jesús vio a un
leproso y tuvo compasión. La compasión es un atributo
humano, una virtud humana, pero Su compasión no fue
lástima, sino una compasión perfecta, llena de vida. Por
eso, cuando lo tocó, le soltó un atributo divino y lo sanó.

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Herederos de Sus Riquezas

Cuando Cristo crece y suelta Su amor, por ejemplo, ese


amor es perfecto, es poderoso y siempre vence. Este es
un amor lleno de vida divina, un amor que nadie cono-
ce, porque no es un amor de barro, sino de oro. Lo mis-
mo ocurre cuando Él nos da fuerza. Decimos: “¡No sé de
dónde saqué tanta fuerza!”. Esa fuerza extraordinaria que
tuvimos no es la fuerza nuestra, la fuerza de barro, sino
la fuerza de Cristo, que es una fuerza humana perfecta,
llena de vida. Hay algo misterioso en ese atributo, en esa
virtud humana, que es la vida del Señor.

PARTE PRÁCTICA
Vamos ahora a la parte práctica. Abraham tuvo un hijo
llamado Isaac. Abraham, que representa a Dios Padre,
era rico y le dio todo a su hijo Isaac, que representa a
Cristo. Todo lo que el Padre tiene, incluyendo las virtu-
des humanas y los atributos divinos de Cristo, se los dio
al Hijo. Todo lo que tiene el Hijo, Sus virtudes humanas
llenas de vida y Sus atributos divinos sobrenaturales, se
lo dio el Padre. Sin embargo, había un problema: Isaac no
tenía una novia y su padre estaba determinado a conse-
guírsela. ¿Sabes quién es la novia? La Iglesia, el Cuerpo
de Cristo. “Hijo, Yo te di todo por gracia, y quiero que
todas las riquezas que te entregué las compartas con tu
novia”, dijo el Padre.
Abraham quería que Isaac se casara con alguien de su
misma sangre y linaje, y envió a su criado Eliezer, quien
representa al Espíritu Santo, al pueblo para encontrar una
novia para su hijo. Eliezer partió con diez camellos carga-
dos de riquezas y llegó al pueblo donde estaban los fami-
liares de Abraham. En el pozo de agua, hizo una oración

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Herederos de Sus Riquezas

pidiendo que la mujer que le diera agua a él y a sus ca-


mellos fuera la elegida como novia para Isaac. Eliezer
tenía sed, y esto simboliza cómo Dios también anhela a
Su pueblo y tiene sed de tener una relación con él. Jesús
tuvo sed y nosotros somos el agua que satisface la sed
del Señor. Cuando escuchas una palabra, ¿no te sientes
deseado por el Señor?, ¿atrapado por Él? Y no es el men-
saje, es Cristo que declara: “¡Tengo sed de ti! ¡Te anhelo!”.
Después de la oración de Eliezer, apareció Rebeca, quien
no sabía que sería la novia de Isaac. De manera similar,
ninguno de nosotros sabía que estaríamos hoy leyendo
acerca de las riquezas de Cristo, ni que el Espíritu Santo
nos deseaba, pero, en el amor de Dios, Él nos eligió y nos
escogió en Cristo Jesús.
Eliezer le dijo a Rebeca que tenía sed y ella le dio agua, y
también se ofreció para dar de beber a sus camellos. Des-
pués de este gesto, Eliezer quedó impresionado y quiso
saber si Rebeca era de la familia de Abraham, es decir, si
tenía la sangre del Padre y del Hijo. La historia continua
así:
Y cuando los camellos acabaron de beber, le dio el hombre
un pendiente de oro que pesaba medio siclo, y dos braza-
letes que pesaban diez […].
—Génesis 24:22

Eliezer le dio a Rebeca un pendiente para la nariz y dos


brazaletes de oro: un anticipo de las riquezas del Hijo.
Al cabo de unas horas, Rebeca regresó a su casa con el
pendiente y los brazaletes de oro. Cuando su hermano
vio las joyas, de inmediato se interesó. “¿De dónde sacaste
eso?”, le preguntó. Rebeca, sin llegar a entender, le contó

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Herederos de Sus Riquezas

cómo un hombre se los había dado por darle agua a sus


camellos. Luego, le presentó a Eliezer, quien le contó al
hermano que había orado a Dios para que la mujer que le
ofreciera agua a él y a sus camellos fuera la futura esposa
de su amo, la persona a quien le compartiría las riquezas
de su señor. Observa entonces lo que Eliezer le dijo a La-
bán, el hermano de Rebeca:
Y Jehová ha bendecido mucho a mi amo, y él se ha en-
grandecido; y le ha dado ovejas y vacas, plata y oro, sier-
vos y siervas, camellos y asnos.
—Génesis 24:35

¡Fíjate cómo el Espíritu Santo (Eliezer) exalta a Cristo


(Isaac)! “Jehová ha bendecido mucho a mi amo, y él se
ha engrandecido; y le ha dado ovejas y vacas, plata y oro,
siervos y siervas, camellos y asnos. Porque Él tiene todo
eso y también poder, milagros, victoria. ¡Incluso triunfa
sobre la muerte, levanta a los enfermos, restaura, libe-
ra, da paz, prospera, unge!”. ¡Así tenemos que hablar de
Cristo!
Y sacó el criado alhajas de plata y alhajas de oro, y ves-
tidos, y dio a Rebeca; también dio cosas preciosas a su
hermano y a su madre.
—Génesis 24:53

Allí, frente a la familia, Eliezer empezó a sacar alhajas de


oro, joyas de plata, vestidos, y se los dio a Rebeca. ¡Todos
estaban sorprendidos! Y así sucederá también con noso-
tros, porque las riquezas no son solo para nosotros, sino
que también las recibirán nuestros hijos, nuestros padres,

20
Herederos de Sus Riquezas

nuestros compañeros de trabajo. Porque el Hijo es inago-


table. Él es riqueza, es grande, es maravilloso, y está lleno
de piedras preciosas.

Y la historia continúa…
Entonces dejaron ir a Rebeca su hermana, y a su nodriza,
y al criado de Abraham y a sus hombres.
—Génesis 24:59

Después de entregarle todas las riquezas que había lleva-


do, Eliezer agregó: “Y hay más, pero todo lo tiene Isaac.
¿Quieres venir y casarte con él, Rebeca?”. Rebeca no co-
nocía a Isaac, jamás lo había visto, sin embargo, ella dio
una respuesta hermosa: “Sí, iré”. Nosotros tampoco co-
nocíamos a Cristo, jamás lo habíamos visto, pero Él nos
ha enamorado. Nos enamoramos de Su amor, de Su po-
der, de Su gracia.
Rebeca se fue con Eliezer rumbo a la casa de Isaac. ¿Y sa-
bes dónde estaba Isaac cuando llegaron? Regresando de
un pozo de nombre “Viviente-que-me-ve”, luego de tener
su portal, de disfrutar del Señor. De pronto, miró a lo le-
jos y vio que venía Eliezer con una joven. Cuando Rebeca
lo vio a la distancia, confirmó con Eliezer que se trataba
de Isaac, se puso el velo y bajó del camello. Al igual que
Rebeca, cuando nos encontremos con Cristo cara a cara,
nos bajaremos del camello, del trabajo, de lo que solemos
hacer, para ir a la casa del Hijo. Y con las mismas riquezas
con las que Isaac la había embellecido, Rebeca llegó a su
novio. Porque todo lo que el Hijo nos da tiene que volver
a Él, ya que nosotros no tenemos nada, somos solo barro,
todo es de Él.

21
Herederos de Sus Riquezas

Rebeca e Isaac se miraron y se enamoraron. Pronto se ca-


saron e Isaac llevó a Rebeca a la casa de Sara para honrar
a su madre. En La Biblia, Sara representa la gracia. La
gracia nos dio a luz y es bajo la gracia que nos casamos
con Él.
En estos tiempos, tú y yo estamos disfrutando de Sus ri-
quezas. Las riquezas son Él mismo, y debemos adminis-
trarlas, por eso los niños no heredan.
Cuando nos congregamos, cuando nos reunimos como
Cuerpo, estamos en la casa de Sara, unidos para verlo a
Él, para mostrar las riquezas que nos ha dado. Cuando
era chico, solía acompañar a mi padre al mayorista para
comprar golosinas para el kiosco. Me encantaba ir con
él, porque en el mayorista había abundancia de todo. Si
hacemos una analogía, podemos decir que el Cuerpo de
Cristo es el mayorista. Nos congregamos para ver al Hijo
y lo único que tenemos que hacer es decir: “Señor, acá
estoy. Te adoro, quiero tocarte, quiero verte. Acá estoy con
las riquezas que me has dado. Todas estas bendiciones
son Tú, y yo te amo”.

¡Él te dará todas Sus riquezas para que las disfrutes!

Ya no somos esclavos, somos hijos y, por lo tanto, herede-


ros de todas las riquezas. Y un día, mientras viajamos por
esta Tierra con Sus riquezas, nos bajaremos del camello y
lo veremos a Él.
¡Sigamos creciendo, porque vendrán abundantes rique-
zas de Su gloria a nuestra vida!

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Capítulo 2

Enriquecidos
en Él

Crecer para recibir la herencia

La luz de Cristo nos renueva; sin luz no hay crecimiento


ni transformación. Esta es la razón por la que el apóstol
Pablo dijo: “Estoy orando por ustedes, para que Dios les
alumbre en su corazón”. Necesitamos que la luz de Cristo
nos ilumine, porque es Su luz la única que nos cambia.
Pero el Señor nunca te dará luz si no te rindes a ella, si

23
Enriquecidos en Él

no te abres y la anhelas sinceramente. Y, para que ella lle-


gue, como mencioné en el capítulo anterior, necesitamos
estar abiertos a que nos alumbre todo aquello que quiera
revelarnos.
Observemos un ejemplo de cómo funciona la luz:
Entonces David consultó a Dios, diciendo: ¿Subiré con-
tra los filisteos? ¿Los entregarás en mi mano? Y Jehová le
dijo: Sube, porque yo los entregaré en tus manos.
—1 Crónicas 14:10

Cuando los filisteos lo atacaron, David fue a Dios y le


consultó: “¿Subiré contra los filisteos? ¿Los entregarás en
mi mano?”. El Señor le respondió que fuera contra sus
enemigos, porque tendría la victoria. David obedeció y
derrotó a los filisteos.
Y volviendo los filisteos a extenderse por el valle, David
volvió a consultar a Dios, y Dios le dijo: No subas tras
ellos, sino rodéalos, para venir a ellos por delante de las
balsameras.
—1 Crónicas 14:13-14

Días después, los filisteos regresaron. David, que había


tenido una victoria después de consultar al Señor, vol-
vió a su portal y repitió la oración: “Señor, ¿subo contra
ellos?”. Esta vez, Dios le dijo: “No subas, rodéalos y espe-
ra. Cuando oigas un sonido como de pies que marchan en
las copas de los árboles, ¡entonces sal a atacar! Esa será la
señal de que Yo voy delante de ti para herir de muerte al
ejército filisteo”. ¡Ya había un ejército angelical listo para
pelear! ¡Lo que David se habría perdido si no consultaba

24
Enriquecidos en Él

al Señor! En nuestra vida sucede lo mismo, en cada en-


cuentro, hay algo nuevo de Dios para nosotros. Por eso,
olvida todo lo que sabes y sé como un niño. Camina va-
cío, pobre en tu espíritu, y búscalo a Él.

Cuando la luz te ilumina, ya no tienes tiempo de mirar a los


demás, porque te concentras en lo que ella te está mostrando:
tu propio barro.

¿Y qué es lo que Cristo nos añade de Él cuando la luz in-


cinera el barro? Sus riquezas.
Dios está derribando el barro que nos hace ser niños, para
levantarnos como hijos adultos, como herederos. El Padre
nos ha dado una herencia y está esperando que crezca-
mos para darnos los diamantes, las piedras preciosas, el
oro. ¡Es tiempo de que busquemos a Cristo, de que lo to-
quemos y lo experimentemos, de que anhelemos más de
Él!

¡Bienvenido a la herencia mayor!


Dios nos hará crecer, pero crecer no es fácil, pues impli-
ca un dolor. En muchas ocasiones, como Dios quiere ha-
cernos crecer, permite las pruebas. Nos empieza a ir mal
económicamente, nos enfermamos, tenemos problemas
de pareja, etc.; entonces volvemos a buscar del Señor y a
participar de todas las reuniones. Después de un tiempo,
nos empieza a ir bien nuevamente. El alma nos dice: “¡Sa-
lió la nueva temporada de tu serie favorita!”, pero ahora
respondemos: “Ya no soy un niño, soy un hijo maduro.
Gracias, Padre. Todo es Tuyo. Nada me va a alejar de Ti.

25
Enriquecidos en Él

Te amo, Señor”. Es entonces cuando Dios concluye: “Muy


bien, ahora calificas para más herencia”.
Observa el caso de Ana. Esta mujer le pedía a Dios: “Se-
ñor, dame un hijo. ¡Dame un hijo!”, pero el hijo no llegaba.
Un día, Ana lloró, fue al Altar y le dijo: “Señor, si me das
un hijo, yo te lo entrego. No será mío, sino Tuyo”. Y Dios
le dio a Samuel. Posteriormente, Ana tuvo cinco hijos
más. ¡Necesitamos crecer y dejar los juguetes de la carne!
El hijo pródigo tomó la riqueza de su padre y la malgastó.
Sin embargo, cuando regresó a la casa, el padre le dio otra
herencia: le puso anillo y vestido, le dio criados, mató un
becerro y le organizó una fiesta. Y ese hijo nunca más
volvió a irse, porque había crecido. Por eso, dile a Dios:
“Señor, no me importa si me va mal o me va bien, siem-
pre te amaré, siempre estaré en Tu Cuerpo, siempre te
buscaré”. Entonces, Dios dirá: “¡Has crecido! ¡Bienvenido
a la herencia mayor!”.
Cuando Dios creó a Adán, lo hizo a Su imagen. ¿Qué
significa esto? Que el Señor le infundió virtudes divinas
como amor, justicia, bondad y compasión, reflejando lo
que Dios es. Sin embargo, estas virtudes humanas esta-
ban vacías, porque eran humanas. Dios le dijo a Adán
que comiera del árbol de la vida, que simboliza a Cristo,
con el propósito de combinar Su vida divina con las vir-
tudes humanas, para que Adán fuera divinamente hu-
mano y humanamente divino. Pero Adán tomó una de-
cisión diferente: en lugar de permitir que la vida divina
potenciara y expandiera sus virtudes humanas al mez-
clarlas con la vida divina, comió del árbol conocimiento
del bien y del mal. Al hacerlo, introdujo muerte y vene-
no en su interior. ¿Qué significa esto? Que el amor, por

26
Enriquecidos en Él

ejemplo, quedó envenenado. Por eso, amamos solo has-


ta donde nos conviene. Nuestras virtudes humanas han
sido contaminadas, nuestra justicia quedó empobrecida,
solo somos justos cuando nos beneficia y si nos conviene.
Del mismo modo, nuestra compasión y empatía están da-
ñadas, distorsionadas. ¿Por qué? Porque la muerte se ha
entremezclado con ellas. La naturaleza satánica ha conta-
minado nuestras virtudes humanas.
Todo lo humano está mezclado con el veneno de la muer-
te; por lo tanto, nuestro amor es limitado, solo podemos
amar hasta cierto punto; nuestra capacidad de ayudar está
manchada, ya que está teñida de esta naturaleza caída;
nuestra paz, incluso, es frágil, vulnerable, efímera, pues
una pequeña perturbación puede arrebatarla. ¿Qué hace
el ser humano frente a esta realidad? Se vuelve diplomá-
tico, trata de mejorarse, se esfuerza por corregirse, dicta
leyes, toma cursos de ética. Sin embargo, aunque las vir-
tudes humanas mejoren, siempre estarán envenenadas.
Adán comió del árbol del conocimiento del bien y del mal,
y entonces todo lo humano quedó caído, envenenado con
peculiaridades, con letras, con pecado. ¿Qué hizo Dios
entonces? Envió al Hijo eterno a la Tierra. Dios Hijo entró
en el vientre de María y se vistió de lo humano sin dejar
de ser Dios. Jesús comía, reía, se cansaba y dormía igual
que nosotros. Pero Sus virtudes humanas eran perfectas,
porque Él no tenía pecado. Su amor era un amor perfecto,
Su compasión era una compasión hermosa, debido a que
ninguna de las virtudes humanas en Él estaban envene-
nadas con la naturaleza de la muerte.
Cuando Jesús amaba, la gente decía: “Nunca vi un
amor así”, porque el Suyo era un amor perfecto, elevado,

27
Enriquecidos en Él

brillante, glorioso, sin ningún veneno. ¡Todas Sus virtu-


des humanas eran perfectas, elevadas, dulces, brillantes,
equilibradas y sensatas! ¡Todo Él era hermoso! Pero no
solo tenía las virtudes humanas perfectas, virtudes que
nunca nadie tuvo, sino que además tenía los atributos di-
vinos (poder, autoridad, gloria, eternidad, victoria), por-
que Él era Dios. Es decir, lo divino, que era glorioso, se
mezcló, se entretejió con lo humano, que era hermoso, y
lo potenció, lo aumentó. De Cristo salía esa mezcla ma-
ravillosa de lo humano y lo divino, y esta era la razón
por la que la gente, cuando tocaba Cristo en lo humano,
también tocaba lo divino. Es decir, las personas veían a
alguien inexplicable, a un ser misterioso. Por eso, Jesús
dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como
el mundo la da. Yo tengo una paz que es humanamen-
te hermosa, pero que además está mezclada con la vida
divina, con la paz eterna, con el poder, con la autoridad,
con la gloria. Les doy una paz sobrenatural”. ¡Esas son las
riquezas que nosotros heredamos!
Hemos heredado un Cristo glorioso y hermoso, con todas
las virtudes humanas combinadas con el misterio de la
vida divina. La persona de Jesús era como un guante, la
gente veía lo humano pero, dentro de lo humano, estaba
la vida eterna, los atributos divinos. Por eso, ahora, vaya-
mos al Altar y digámosle: “Señor, dejo mi amor envene-
nado en la Cruz. Quiero Tu amor, que es perfecto, subli-
me, glorioso, maravilloso y tiene vida divina” o “Señor,
no quiero más mi paciencia, porque es bronce. Yo quiero
Tu paciencia humana, que es elevada y está mezclada con
Tus atributos divinos”.

28
Enriquecidos en Él

Tenemos la humanidad de Cristo para vivir una vida humana


maravillosa, hermosa y también la vida divina para vivir una
vida gloriosa.

Una vida humanamente hermosa y divinamente glo-


riosa
Cada vez que soltamos la carga, también estamos soltan-
do algo humano de Cristo donde está oculto lo divino.
Cuando Jesús le dijo a Pedro: “Boga mar adentro”, en esas
palabras estaba lo humano, pero también la gloria de lo
divino.
Cuando Pedro obedeció y lanzó la red, se manifestó el
atributo divino. Jesús iba caminando cuando le dijo a Ma-
teo: “Sígueme”. No le dijo nada más, ni realizó ningún
milagro. Aunque la palabra era humana, llevaba consigo
una gloria divina, por eso Mateo dejó todo y lo siguió.
Un leproso se acercó a Jesús y Él tuvo compasión. En ese
momento se manifestó lo humano, pero esa virtud huma-
na siempre está combinada con el atributo divino, porque
están entrelazados. Es como el agua y el té, que, aunque
siguen siendo individualmente agua y té, al mezclarse
se convierten en una sola cosa. Cuando el Señor tuvo
compasión, el leproso experimentó lo humano sanador.
Después, cuando Jesús lo tocó, liberó el atributo divino
(autoridad y poder) y dijo: “Hijo, tus pecados te son per-
donados. Toma tu lecho y anda”. Ese mismo Cristo está
en nosotros, y Él va a tomar todo lo humano nuestro y le
va a dar fin, para que lo humano y lo divino de Él se ma-
nifiesten. Este es un misterio del Señor. Vivimos una vida
de misterio, divina, sobrenatural. Cuando abrazamos, no

29
Enriquecidos en Él

es un abrazo como el de todos, un abrazo caído, porque


es Cristo quien abraza. De este modo, la persona no solo
recibe un abrazo humano que nunca antes experimentó,
sino que recibe la vida divina que está escondida en ese
abrazo. ¡Somos herederos, y nuestra tarea es repartir Sus
riquezas!
Todos los hijos maduros entraremos en lo divino y en lo
humano de Cristo. Observa lo que dice Pablo al respecto:

Efesios 3:5: “[…] misterio que en otras generaciones no se dio a


conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus
santos apóstoles y profetas por el Espíritu […]”.

Efesios 3:8-9: “A mí, que soy menos que el más pequeño de


todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los
gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de
aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido
desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas […]”.
Ni Abrahán, ni Moisés, ni David tuvieron la vida divina
dentro de ellos. En su caso, la vida divina venía de afue-
ra, los usaba y se iba. Pero en nuestro caso es diferente,
porque Cristo vive en nosotros, y Él es humano perfec-
to y Dios perfecto. Ahora todo lo humano nuestro será
reemplazado por lo humano de Él. Caminaremos y no
nos cansaremos; correremos y no nos fatigaremos. Pero
no solo está lo humano perfecto, elevado, brillante y lleno
de gloria, sino que también está el poder para echar fuera
demonios, sanar enfermos, levantar muertos y caminar
en el año agradable del Señor. Todo eso está mezclado, y
es un misterio que se nos ha revelado a los apóstoles y a
los profetas. La palabra “apóstol” no es un título, sino una
función. ¡En el Reino no existen títulos, sino funciones o

30
Enriquecidos en Él

tareas! Cuando Dios te dice que le hables a alguien, estás


siendo un apóstol. ¿Y qué hay de los profetas? ¿Cuál es
la tarea de un profeta? Hablar. Y, cuando Dios te indica:
“Acércate a esa persona y háblale del Altar”, estás profeti-
zando. Las riquezas no son solo para que las disfrutemos
nosotros, sino también para llevárselas a la gente, para
compartírselas.
Cuando compartimos las riquezas de Cristo con los de-
más, somos hijos maduros. Dios ve esto y dice: “Este hijo
ha crecido. Voy a soltarle más atributos divinos, más po-
der, más victoria, porque sé que, ya sea que le vaya bien
o que le vaya mal, él seguirá amándome”. ¡Gloria a Dios!

Cristo-consuelo
El consuelo es una virtud humana, pero observa lo que
dice Pablo:
[…] el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones,
para que podamos también nosotros consolar a los que
están en cualquier tribulación, por medio de la consola-
ción con que nosotros somos consolados por Dios.
—2 Corintios 1:4

El apóstol no está hablando de consolar con el consuelo


del barro, con nuestro consuelo, sino con el consuelo de
Cristo. Pablo declara: “Yo fui consolado para que ahora
pueda consolar a otros, pero no con mi consolación, sino
con la de la riqueza que Dios puso en mí”. Eso es el tes-
timonio: contarle al otro lo que Dios hizo. Al igual que
Pablo, necesitamos decirle: “Señor, acá estoy. Nada de
mí, todo de Ti. No quiero amar con mi amor, no quiero

31
Enriquecidos en Él

pensar con mi mente, quiero Tu mente, Tu amor, Tu po-


der, Tus maravillas”.

Analicemos los siguientes pasajes:

Gálatas 4:6: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros


corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”.
¿Quién es el que clama? El Espíritu Santo es el que clama
y dice: “¡Abba, Padre!”.

Romanos 8:15: “Pues no habéis recibido el espíritu de escla-


vitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el
espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”.
Pablo explica: “El Espíritu dijo ‘Abba’. Yo aprendí a repe-
tir lo que Dios dice; no hablo nada que Dios no me diga”.
Él aprendió a hablar solo lo que Dios le decía. Si el Señor
le decía: “Levántate”, se levantaba; si le decía: “no hables”,
hacía silencio. El apóstol ya no era un niño, ya no hablaba
lo que sentía o lo que pensaba, sino lo que Cristo le decía.
Y, cuando tú exclames lo que Él te dice, todo lo que hagas
te va a salir bien, porque Cristo jamás se ha equivocado.
En Efesios 1:23, Pablo afirma que en el Cuerpo está la ple-
nitud de Aquel que todo lo llena en todo. La plenitud es
la totalidad de las riquezas. Esto significa que, mientras
estás solo, Dios te va soltando riquezas; pero, cuando lle-
gamos al Cuerpo, Dios nos suelta riquezas que ni sabía-
mos que existían. Necesitamos saber que la Iglesia no es
una organización ni un club social. Nos reunimos como
Cuerpo para desaparecer completamente y que la pleni-
tud de Cristo, todas Sus riquezas en gloria, se empiecen
a soltar.

32
Enriquecidos en Él

La Palabra relata que los babilonios le habían robado cin-


co mil setecientas vasijas de oro al pueblo judío. Al ver
esto, Dios levantó a Esdras y le encomendó la tarea de re-
cuperarlas y de regresarlas a Jerusalén. Todos poseemos
una parte de las riquezas, y es crucial que no permanez-
camos viviendo en Babilonia. Todos los vasos debemos
volver y reunirnos como Cuerpo para decirle: “Señor,
eres grande, hermoso. Te amo. Quiero que Tu plenitud se
derrame”. Y, cuando el Señor ve que desaparecemos, em-
pieza a distribuir Sus riquezas. El Señor nos comienza a
dar una humanidad hermosa, elevada, maravillosa, llena
de la vida divina, y también nos da lo divino. En conse-
cuencia, cuando salimos, tenemos una vida sobrenatural.

Hablar el testimonio
La Escritura narra que Absalón, el hijo de David, había
sido asesinado, y el rey debía saberlo. En aquel tiempo,
Aimás tenía el papel de mensajero. En la antigüedad, los
mensajeros eran corredores. Aimás se dirigió al capitán
del ejército y le dijo: “Jefe, yo llevaré la noticia al rey”. Sin
embargo, el capitán le respondió: “No, no serás tú quien
la lleve. El etíope será el mensajero”. El capitán se diri-
gió al etíope y le dio instrucciones: “Quiero que corras
y, cuando llegues al rey, debes contarle todo lo que has
presenciado”. Así que el etíope, cuyo nombre no conoce-
mos, se puso en marcha, llevando consigo la noticia. Ai-
más, que estaba allí presente, insistió en ser él quien en-
tregara la noticia. El capitán del ejército accedió y le dijo:
“Está bien, puedes ir”. Como el etíope ya había partido y
le llevaba ventaja, Aimás, para llegar más rápido, decidió
tomar un atajo en lugar de seguir el camino principal.

33
Enriquecidos en Él

Cuando llegó al rey, le comunicó: “Rey, tengo una noti-


cia importante para darte”. El rey preguntó con interés:
“¿Qué noticia es esa?”. Aimás se sintió desconcertado,
pues en realidad no sabía qué decir, ya que él no había
visto nada, solo sabía que la noticia era relevante. El rey
le indicó que se apartara y, justo en ese momento, llegó el
etíope. Este mensajero, le informó al rey que sus enemi-
gos habían sido derrotados y describió detalladamente lo
que había presenciado. Tu tarea y la mía es ir corriendo a
llevar lo que hemos visto. Y hemos visto que algo muere
y algo resucita.

No hay atajos, Cristo es el camino.

El error de Aimás fue tomar un atajo. El atajo es el alma,


lo que elegimos, lo que queremos, lo que nos parece. El
etíope, en cambio, fue obediente. Observa cómo lo relata
La Escritura:
Y Joab dijo a un etíope: Ve tú, y di al rey lo que has visto.
Y el etíope hizo reverencia ante Joab, y corrió.
—2 Samuel 18:21

Cada vez que veas algo de Cristo, sal corriendo a com-


partirlo con alguien. No pongas excusas, solo corre a
comunicar lo que has visto, porque todas las riquezas
que compartas se volverán a multiplicar también en ti.
No te salgas del camino, no te salgas del Cuerpo. Tal vez
uno pueda contra mil, pero nunca podrá contra diez mil.
Cuando nos reunimos, ¡caen diez miles en el nombre po-
deroso del Señor!

34
Capítulo 3

Disfrutando
nuestra herencia

No perdamos más tiempo


Todo lo referente a nuestra alma debe morir, ya que no
hay nada bueno en nosotros. Toda la humanidad está caí-
da. ¡No hay justo, ni siquiera uno! Cristo no solo murió
en la Cruz por nuestros pecados, también murió por “el
pecado”. El pecado es nuestra naturaleza vieja. Esta es la
razón por la que no solo debes morir a lo malo tuyo, sino
también a lo bueno tuyo, como vimos en el capítulo an-
terior. La Palabra afirma que no hay justo, ni uno, por
cuanto todos pecamos y estamos separados de la gloria
de Dios. Este es el diagnóstico que Dios hace de nosotros
y, por ende, todo lo nuestro debe ser derribado a fin de
que todo lo de Él aumente.
Si lees La Biblia y no recibes luz, pierdes el tiempo.
Si vas a la reunión y no recibes luz, pierdes el tiempo.
Si oras y no recibes luz, pierdes el tiempo. Porque la luz es
lo único que ilumina y elimina nuestra naturaleza huma-
na. Cuando la luz viene, te muestra algo de tus emociones,
de tu mente o de tu voluntad. Quizás sea una manera de

35
Disfrutando nuestr a herencia

reaccionar muy emocional o tal vez la costumbre de ana-


lizarlo todo. Observa el siguiente gráfico:

La luz te mostrará, por ejemplo, que tus emociones son


como un subibaja: en un momento te sientes bien y, poco
después, te sientes mal; te levantaste contento, pero se cor-
tó Internet, y ahora piensas que la vida no tiene sentido.
O quizás tus emociones no son un subibaja, no son cícli-
cas, pero, cuando experimentas una emoción, nadie pue-
de alejarte de esta. Por ejemplo, si estás enojado o molesto
con una persona, sigues con ese mismo malestar durante
años... Además, es posible que seas de las personas cuyas
frases favoritas son las siguientes: “para mí”, “yo opino
que”, “a mí me enseñaron”, etc. Hay gente a la que le gus-
ta mostrar que tiene una opinión formada, que sabe, y
asegura: “Eso yo ya lo sabía”. Entonces, lo que Dios hará
con ese aspecto de tu alma es iluminarlo y quemarlo.
Durante la cena, Jesús les dijo a los discípulos: “Este es
Mi pan; este es Mi cuerpo”, pero, un rato después, en el
Getsemaní, Pedro, Jacobo y Juan se quedaron dormidos.

36
Disfrutando nuestr a herencia

Pocas horas más tarde, Pedro estaba maldiciendo al Se-


ñor. Así es nuestra vida, nuestra naturaleza humana. Por
eso, necesitamos morir a todo lo nuestro, porque solo así
Cristo va a crecer y a expresarse.
Muchos cristianos tienen una imagen de Cristo equivo-
cada. Algunos tienen al Cristo pobre de Hollywood, que
dice: “Bienaventurados los pobres”. O tienen a un Cristo
camarada o amigo. Otras personas tienen a un Cristo que
es solo Salvador. Existen quienes tienen un Cristo Papá
Noel, que sirve para pedirle todo lo que necesitan o a un
Cristo tan pequeño que necesita que lo ayuden. “A Dios
rogando y con el mazo dando”, expresan. Ellos aportan
su parte y Dios hace el resto. En ocasiones, muchos he-
mos usado frases como: “Dios, Tú me has dado talentos,
y yo te los entrego”. Sin embargo, Dios responde: “No
quiero tus talentos, están envenenados. No deseo nada
tuyo. Quiero que mueras para que Yo pueda darte de Mi
gloria, de Mi poder, de Mi victoria, de Mis pensamientos,
de Mis emociones y de Mi luz”. Por eso, Hudson Taylor,
misionero en la India, dejó plasmada una poderosa ense-
ñanza en uno de sus libros. Él compartió estas palabras
impactantes: “Durante toda mi vida, deseé trabajar para
Dios. Sin embargo, un día, el Señor me dijo: ‘No quiero
que trabajes para Mí, quiero que mueras para que Yo pue-
da trabajar a través de ti’”.

Sus perfectas virtudes


Como hijos de Dios que somos, ya no necesitamos mendi-
gar en esta Tierra. Cristo es grandioso, glorioso, poderoso
y maravilloso, y nosotros somos herederos de Sus rique-
zas. Cristo está dentro de ti y exclama: “¡Abba Padre!”.

37
Disfrutando nuestr a herencia

Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones


el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!
— Gálatas 4:6

Necesitamos sumergirnos en las riquezas de Cristo; de lo


contrario, siempre mantendremos un concepto limitado
de Él, viéndolo como un Cristo pobre que ocasionalmen-
te realiza algún milagro, mientras nosotros simplemen-
te seguimos adelante con nuestras vidas. Debemos dejar
atrás esas oraciones que imploran: “Señor, te ruego que
me ayudes. ¡Haz algo por mí!”. Oraciones de esclavo que
ya no funcionan, porque Dios es un Padre bueno que nos
ha dado como herencia todas las riquezas de Cristo.
El apóstol Pablo consideró la inmensidad de estas rique-
zas. Al contemplar el universo, llegó a la conclusión de
que Cristo era algo parecido: sin límites en altura, anchu-
ra, longitud o profundidad. Así es el amor de Dios, no
hay límites para las riquezas de Cristo.

¿Cuáles son las riquezas de Cristo? Veamos:


Como ya vimos, cuando Dios Hijo vino a la Tierra, el Es-
píritu Santo cubrió a María y se introdujo en su vientre.
Dios, que era espíritu eterno, fue revestido de humanidad
sin perder Su divinidad. Jesús tenía un cuerpo exacta-
mente igual que el nuestro. Él se encarnó, se hizo como
nosotros, porque, para morir en la Cruz había que derra-
mar sangre, y Dios no tiene sangre.
Dios Hijo se hizo hombre para poder derramarse, para
morir por nosotros. Pero la humanidad de Jesús no tenía
pecado; era semejante a la carne, pero no tenía carne. Es

38
Disfrutando nuestr a herencia

decir, todas las emociones y los pensamientos de Jesús


como humano eran perfectos, hermosos, maravillosos,
dulces. Tanto los pensamientos como las emociones de
Cristo eran elevados, brillantes, equilibrados. Todo lo que
Dios Hijo era, todos sus atributos divinos (Su poder, Su
sabiduría, Su gloria, Su majestad) se mezclaron, se entre-
tejieron, con la humanidad.

Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Él se mezcló con la


humanidad sin dejar de ser Dios y sin dejar de ser hombre.

Cristo tenía unas virtudes humanas perfectas mezcladas


con unos atributos divinos, por eso Sus virtudes huma-
nas estaban llenas de gloria, de victoria y de poder. Ob-
serva el siguiente gráfico:

39
Disfrutando nuestr a herencia

Entre las virtudes humanas de Cristo, se encuentran estas emo-


ciones:
• amor
• gozo
• paz
• paciencia
• benignidad
• bondad
• fe
• mansedumbre
• templanza.

Y estos pensamientos:
• lo verdadero
• lo justo
• lo honesto
• lo puro
• lo digno
• lo amable
• lo que es digno de admiración.

Y no solo eso, también tenía un hablar perfecto, era com-


pasivo, humilde, modesto y más. Sin embargo, también
estaba presente Su divinidad, que se manifestaba como
fuerza, autoridad, poder, bondad, señorío, eternidad, san-
tidad, poder, gloria, milagros, soberanía, majestad. De
este modo, cuando Dios se encarna como Hijo, cuando se
hace hombre, se convierte en un hombre perfecto, donde

40
Disfrutando nuestr a herencia

todas las virtudes humanas se entremezclan con las vir-


tudes y los atributos divinos.
Entonces, ¿cómo era Cristo? Él tenía un amor humano
mezclado con la fuerza divina; tenía un gozo humano
mezclado con autoridad celestial; tenía paz, pero en Su
paz también había poder sobrenatural; Su hablar era per-
fecto pero, además, cada vez que soltaba una palabra, sa-
lía gloria.

La humanidad de Cristo y Su divinidad estaban entre-


lazadas, combinadas. Cuando Jesús enseñaba, la gente
comentaba: “Este no habla como los demás, tiene auto-
ridad”. Él le ordenó a la tormenta: “Calla y enmudece”, y
la tormenta obedeció. Al ver eso, la gente se preguntaba:
“¿Quién es este que incluso la tormenta le obedece?”. Las
palabras “calla” y “obedece” eran humanas, pero dentro
de estas había un poder sobrenatural. Ese mismo Cristo es
quien vive en nuestro interior y es nuestra herencia.

41
Disfrutando nuestr a herencia

Todo lo que Cristo es ahora vive en ti y en mí.

Cristo se ha entregado y regalado a nosotros para que


Él sea nuestro vivir. Todo lo que Cristo hablaba era una
carga, portaba gloria. Cuando Él amaba, ocurrían mila-
gros. Incluso Su compasión sanó a un leproso. Todo lo
que emanaba de Su humanidad era una mezcla con la
divinidad. Al respecto, comparto ahora dos ejemplos de
esta última afirmación:
Y harás vestiduras santas a Aarón tu hermano, para
gloria y hermosura.
—Éxodo 28:2

Las vestiduras tenían gloria, eso hace referencia a la divi-


nidad, y tenían hermosura, lo que simboliza la humani-
dad. Cristo era hermosamente humano y gloriosamente
divino. Cuando la gente lo veía, decía: “Es glorioso y es
hermoso; es hermosamente glorioso y gloriosamente her-
moso”. Y la misma gloria y hermosura están en nuestra
vida, porque para nosotros el vivir es Cristo. La humani-
dad perfecta y la divinidad están entretejidas en Él, y no-
sotros somos hijos y herederos del Padre en Cristo Jesús.
Analicemos ahora el segundo ejemplo:
Harán también el efod de oro, de tela azul, púrpura y
escarlata y de lino fino torcido, obra de hábil artífice.
—Éxodo 28:6

42
Disfrutando nuestr a herencia

El oro simboliza la divinidad y el hilo de lino representa


la humanidad, y ambos estaban entretejidos.
Cristo era humanamente divino y divinamente humano.
Su hablar y todas Sus virtudes humanas siempre estaban
mezclados con Sus atributos divinos, y todos estos viven
en nosotros y quieren llenarnos para que el vivir de Cris-
to sea nuestro vivir. ¡Esas son las riquezas de Cristo!
Esta es la razón por la que el apóstol Pablo, en sus cartas
a Timoteo o a Tito, escribe: “Que el anciano sea sobrio,
serio, prudente”; “Que las ancianas sean reverentes en
su porte”; “Que las mujeres amen a sus maridos y a sus
hijos”; “Ámense, sopórtense y espérense los unos a los
otros”. Todas las virtudes que menciona es lo que Cristo
hará en nosotros. No es algo que debemos ser o hacer con
nuestro esfuerzo, sino algo que va a producir Cristo.
Cuando recibiste a Cristo —Sus virtudes humanas y Sus
atributos divinos—, bebiste también Su muerte, para que
ahora puedas ir al Altar y morir; así Su resurrección, y Su
glorificación, que es Cristo, saldrán de ti y se expresarán.
Ahora vives con Cristo, en Cristo, a Cristo y a través de
Cristo.

Oro o pirita
Ahora bien, ¿cómo distinguimos si el amor que damos
es nuestro amor o el amor de Cristo? ¿Cómo sabemos si
es nuestra paciencia o la paciencia de Cristo? Si ese amor
o esa paciencia duran solo unos minutos, no se trata del
amor o de la paciencia del Señor. Analicémoslo de este
modo: hay oro y hay pirita. La pirita es el oro falso, que
parece oro, pero no lo es, llamado “el oro de los tontos”.

43
Disfrutando nuestr a herencia

Del mismo modo, la naturaleza humana parece oro, pero


no lo es. Tal vez una alabanza parece celestial, pero solo
es una emoción tuya. Quizás tu paciencia o tu humildad
se asemejan a la paciencia, a la humildad de Cristo, pero
son pirita, no valen nada. Entonces, ¿cómo sabes si algo es
tuyo o es del Cristo que vive en ti? Veamos:

1. Lo tuyo (tus pensamientos, tus emociones), igual


que lo mío, siempre está vacío. Cuando tú te expre-
sas, tus palabras salen vacías de los atributos de Cris-
to, por lo tanto, son pirita. Pero, cuando Cristo se ex-
presa, sale algo misterioso. Cuando Él habla a través
de nosotros, sale vida divina. Al escucharte, la gente
toca un amor distinto, un amor humano que está mez-
clado con hilos de oro. Y, aunque no pueden entender-
lo, perciben que tiene un sabor, un olor especial. Es
misterioso, elevado, inexplicable. El libro de 2 Reyes
4 relata que, cada vez que Eliseo pasaba por Sunem,
una mujer de renombre en el lugar siempre lo invitaba
a comer. Un día, ella le dijo a su marido: “Eliseo es un
hombre de Dios, hagámosle una habitación para que

44
Disfrutando nuestr a herencia

se quede allí cuando venga a la ciudad”. ¿Cómo sabía


la mujer que Eliseo era un hombre de Dios, si no había
hecho ningún milagro, si no les había dado ninguna
palabra profética? Mientras comía con ellos, la mujer
había percibido algo misterioso, algo raro e inexplica-
ble en el profeta. ¿Qué había visto? La vida de Cristo.
De la misma manera sucederá contigo. Cristo aumen-
tará en ti y, cuando se exprese, te volverás una perso-
na más misteriosa. La gente te dirá: “Tu manera de
pensar… Tu amor… ¡Qué raro eres!”.

2. Lo tuyo siempre es temporal. Tienes paciencia, y


crees que es la paciencia de Cristo que está saliendo
a través de ti, pero alguien en la calle te empuja sin
querer y estallas en enojo. ¡Era pirita! Quizás te levan-
tas y declaras: “¡Este es el día que hizo el Señor! ¡Me
gozaré en Él!”, pero, cuando llegas al trabajo y tu jefe
te dice que necesitas trabajar dos horas extra, piensas:
“¡Cómo se aprovechan de mí!”. Todo lo tuyo es pirita,
cambia fácilmente, pero lo de Cristo permanece. Para
que puedas chequear si tu gozo es tuyo o de Cristo, el
Señor envía ciertas circunstancias. Todo lo de Cristo
tiene vida y es duradero, nuevo, fresco y perdura en la
riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enferme-
dad. Lo de Dios es sólido, es Él viviendo en tu interior
y manifestándose a través de ti.

3. Lo tuyo se mejora con esfuerzo. “Tengo que tratar


de ser humilde”, “Tengo que controlarme”, “Me estoy
esforzando para tener un poco de paz”, expresas. Por
ejemplo, para dar manzanas, el manzano no tiene que

45
Disfrutando nuestr a herencia

declarar: “Soy un manzano y voy a dar manzanas”.


¿Qué hace el manzano para dar manzanas? Nada, ¡las
manzanas crecen solas! Del mismo modo, Cristo sale
solo, sin tu esfuerzo. ¿Qué hace un árbol para dar fru-
to? Nada. Recibe la lluvia, el sol, el agua. ¡No se es-
fuerza! Así se expresa Cristo de manera automática,
espontáneamente.

4. Cuando lo que sale es tuyo, la gente te ve a ti.


“¡Qué bueno que eres!”, “Eres una gran persona”, te
dicen. Pero, cuando es Cristo quien se expresa, la gen-
te exclama: “¡Qué Cristo tan hermoso que tenemos!”,
“¡Él es maravilloso!”. ¿Por qué sucede eso? Porque de
allí sale misterio. Cuando la gente miraba a Jesús,
veía el poder que estaba escondido en Él. Las perso-
nas no alcanzaban a tocar lo humano, porque tocaban
lo divino. Y, cuando tocaban esa mezcla, expresaban:
“Nunca ha habido hombre como este”. ¡Cuando Cristo
sale, no nos ven a nosotros, sino a Él!

Dios está en el negocio de derrumbar la pirita, de derri-


bar nuestra carne. ¿Eres de hablar mucho? El Señor te
hará callar. ¿Eres callado? El Señor te hará hablar. ¿Eres
de ir rápido? Dios te dirá: “¡Despacio!”.

PARTE PRÁCTICA
Para que las riquezas de Cristo aumenten en nuestra vida,
necesitamos abrirnos a Su luz. Por eso, cada vez que leas
La Biblia, olvídate de todo lo que sabes para que Dios te
dé luz nueva; cada vez que cantes una alabanza, hazlo

46
Disfrutando nuestr a herencia

como si fuese la primera vez. Ya no analices ni pienses


nada, Cristo tiene siempre el mejor pensamiento, la mejor
emoción, el mejor carácter, y en Él están escondidas todas
las riquezas de la gloria celestial. Olvídate de todo y ábre-
te a Él. El Señor te dará lo nuevo de hoy más lo nuevo de
mañana; el pan de cada día, que es Cristo, Sus riquezas.

Cuando lo disfrutas, Él sale solo; la gente toca la vida y


lo que hace en ti permanece.

La plenitud del Cuerpo


Debemos acercarnos a Dios y decirle: “Señor, anhelo to-
carte, verte, adorarte; he venido por Ti y deseo que Cristo
crezca en mí”. Somos herederos de las riquezas gloriosas,
sin embargo, hemos vivido miserablemente, creyendo
que nuestras virtudes eran en realidad las Suyas. ¡Hemos
tocado tan poco Sus riquezas! Pero ahora estamos dis-
puestos a morir para que Cristo aumente y el Dios eterno
se manifieste en nuestra vida, haciendo que esta sea glo-
riosa, hermosa y poderosa. Incluso, como Cuerpo, nece-
sitamos desaparecer y declarar: “Señor, muero a lo mío,
a mis emociones, a mis pensamientos”. Y, cuando todos
desaparecemos, empieza a aparecer Cristo. Entonces, el
Cuerpo de Cristo se hace místicamente visible. El após-
tol Pablo escribió: “En el Cuerpo está la plenitud de Aquel
que lo llena todo”. ¿Qué es la plenitud? La totalidad de las
riquezas de Cristo. Cuando nosotros desaparecemos y
Cristo aparece en la reunión, Él comienza a repartir ri-
quezas, milagros, poderes, gloria. Así, todos bebemos de

47
Disfrutando nuestr a herencia

la plenitud del Cuerpo de Cristo. Por eso, recuerda: no


nos congregamos para escuchar un mensaje o para en-
contrarnos con los hermanos (eso es pirita); nos reunimos
para disfrutar a Cristo y desaparecer, porque es entonces
cuando Cristo aparece.

La iglesia es un centro mayorista de las riquezas de Cristo.

A través de nosotros saldrá Él de manera automática, sal-


drá vida que perdure, y Cristo será levantado y exaltado.
¡Para eso nos congregamos!
En la antigüedad, los leprosos se identificaban gritando:
“¡Inmundo!” cuando alguien se acercaba, a fin de no con-
taminar a la gente sana. Sin embargo, La Palabra narra
que un leproso se acercó a Jesús y, arrodillándose, le ado-
ró. En vez de anunciar: “¡Inmundo!”, le dijo: “Si quieres,
puedes, puedes limpiarme”. ¡Al leproso le cambió su ha-
blar! Cuando estamos lejos de Cristo, hay cosas que son
imposibles pero, cuando nos acercamos a Él, dejamos de
lado los “no se puede”, los “es muy difícil”, y expresamos:
“Cristo glorioso, Cristo maravilloso, quiero lo que Tú
quieres. Puedes hacer el milagro, lo sé, pero yo solo quie-
ro lo que Tú quieres”. “Si quieres, puedes limpiarme”,
dijo el leproso, “pero quiero lo que Tú quieres”. Jesús lo
escuchó, extendió la mano, lo tocó y le respondió: “Quie-
ro; sé limpio”. Y la lepra desapareció. Dile a Dios: “Señor,
muero a lo mío. ¡Solo quiero Tu querer!”, y Él te dará Sus
riquezas, tu herencia, para que las disfrutes.

48
Disfrutando nuestr a herencia

No escuches a los Saúles internos ni externos,


¡no oigas lo que tu alma dice!

Hay oportunidades que no podemos dejar pasar, porque


Dios dice: “Lo que tengo es exclusivamente para ti y para
este momento. Si no escuchas la voz de tu alma, beberás,
comerás y disfrutarás de lo que te preparé especialmen-
te”. Extiende tu mano como si fuese la punta de la vara
y dile al Señor: “Cristo, quiero salir de escena y tocar la
vida. Quiero lo que Tú quieres, Señor. ¡Aumenta en mí!
¡Dame luz! ¡Lléname como a una vasija vacía! ¡Exprésate,
Padre! Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén”.

49
Capítulo 4

Los dos árboles:


dos maneras de vivir

Cuando algo muere, algo de Cristo nace


Cristo vive en nosotros y, desde nuestro espíritu, Él busca
entrar en nuestra alma (mente, emociones y voluntad). Su
objetivo es tomar lo nuestro para darle fin y reemplazar
nuestros pensamientos con Sus pensamientos, nuestras
emociones con Sus emociones y nuestra voluntad con Su
voluntad. Dicho de otro modo, Cristo desea aumentar de
adentro hacia afuera, abarcando toda nuestra alma, para
renovarla. Esa renovación, como hemos visto en los ca-
pítulos anteriores, implica que algo de nosotros muere y
algo de Cristo se nos añade.

La renovación es un proceso en el que Cristo trabaja en


nosotros a través de Su luz, porque Él es luz.

Tenemos viviendo en nuestro interior un Cristo rico, po-


deroso, que no es como el Jesús de Hollywood, como un
buen amigo o como Buda o Mahoma, un buen maestro.

50
Los dos árboles: dos maner as de vivir

Él es el Rey de gloria, el Señor de toda la Creación, el


que existe antes que todo, el Eterno, el Todopoderoso, La
Palabra que salió de la boca de Dios para crear todas las
cosas que vemos, y aun las que no vemos. Él es el que
resucitó de la muerte, el que dijo: “Toda autoridad me ha
sido dada en el Cielo, en la Tierra y debajo de la Tierra”,
el que venció a Satanás y a la muerte, el que ha cancelado
todo lo malo, el que nos da la vida eterna. Ese Cristo rico
y glorioso vive dentro de ti y de mí. Nosotros somos ricos
porque tenemos las riquezas de Cristo. Tenemos una he-
rencia que no tiene fecha de vencimiento, que es eterna,
poderosa y maravillosa. Así lo expresa Efesios:
[…] alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para
que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado,
y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los
santos […].
—Efesios 1:18

“Mi deseo es que Dios ilumine los ojos de su entendi-


miento, permitiendo que comprendan plenamente la es-
peranza a la que Él los ha llamado, y que puedan apreciar
las riquezas gloriosas de la herencia que tienen”. En otras
palabras, Pablo estaba orando para que lleguemos a apre-
ciar y comprender las inigualables riquezas que tenemos
en Cristo. Luego, más adelante en la carta, expresó:
Efesios 3:16: “[…] para que os dé, conforme a las riquezas de
su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por
su Espíritu […]”.
El apóstol oraba también para que Dios nos dé conforme
a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder

51
Los dos árboles: dos maner as de vivir

en el espíritu por Su Espíritu Santo. ¡Hay riquezas dentro


de nosotros! Y esas riquezas son Cristo.

Hagamos un repaso…
Cristo tenía virtudes humanas perfectas mezcladas, en-
trelazadas con atributos divinos, como fuerza, autoridad,
poder, bondad, señorío y eternidad, entre otros.
En primer lugar, él poseía un amor humano entremezcla-
do con la fuerza divina, una alegría humana impregnada
de la autoridad divina, una paciencia humana perfecta
combinada con la bondad divina. Cristo es capaz de ex-
presar Su amor fusionado con un milagro o con la glo-
ria, o transmitir Su palabra mezclada con poder. Todas
estas combinaciones, todas estas facetas de Cristo viven
en nuestro interior. Esas son las riquezas de Cristo que
tenemos.
En segundo lugar, sabemos que una virtud es humana y
no divina porque todo lo nuestro es temporal. Mientras
nuestra alegría, por ejemplo, dura solo un rato, la alegría
de Cristo siempre permanece, porque es sólida, no tiene
fecha de vencimiento. Observa que, cuando Pablo estu-
vo preso, él escribió: “¡Gócense en el Señor!”. ¿Cómo po-
día estar contento en una cárcel? Porque el gozo de Dios
permanece sin importar las circunstancias que estemos
atravesando.
En tercer lugar, para mejorar las virtudes humanas, nece-
sitamos esforzarnos. Pero, cuando es la paciencia de Cris-
to la que se manifiesta, esta sale espontáneamente, sin
esfuerzo alguno de nuestra parte.

52
Los dos árboles: dos maner as de vivir

Entonces, identificamos que lo que sale es de Cristo y no


nuestro, porque todo lo de Él está lleno de vida, persiste,
sale de manera automática y, por último, brilla. Cuando
sale Cristo, la gente nos ve, nos escucha y percibe algo
especial, algo que no puede poner en palabras. Y ellos
exclaman: “¡Qué Cristo tan hermoso que tenemos!”, “¡Él
es maravilloso!”.

Ni el bien ni el mal
Dios le ordenó a Moisés que confeccionara platos de oro
para contener el pan. Nosotros somos esos platos que el
Señor ha llenado, pero lo que se come es el pan. La gente
observa el plato y sabe que es diferente, porque contiene
un pan, que es pan de vida. Por eso, cuando lo que sale
es tuyo, tu anhelo es ser reconocido, destacarte. En cam-
bio, cuando se trata de Cristo, disminuyes, desapareces,
porque tu deseo es que Cristo brille a través de ti. Esta
es la razón por la que el apóstol Pablo adoptó su nom-
bre. “Pablo” significa “pequeño”. El apóstol no buscaba
destacarse, siempre estaba escondido, porque quería que
Cristo brillara, que Cristo fuera engrandecido.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer para que Cristo aumen-
te? Para encontrar las respuestas, necesitamos ir al ori-
gen. En Génesis está la llave de todo. Génesis 2 habla de un
huerto y dos árboles. Ese es el lugar donde Dios colocó a
Adán y a Eva después de crearlos.
Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso
a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en
medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.
—Génesis 2:9

53
Los dos árboles: dos maner as de vivir

Al lado del árbol de la vida, que estaba en medio del huer-


to, había otro árbol: el árbol del conocimiento del bien y
del mal. Dios había creado todos los árboles, pero a Adán
le nombró solo dos: el árbol de la vida y el árbol del cono-
cimiento del bien y del mal. Luego, le dio la indicación:
Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol
del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comerás; porque el día que de él comie-
res, ciertamente morirás.
—Génesis 2:16-17

El único mandamiento que Dios le dio a Adán fue que no


comiera de un único árbol: el árbol del conocimiento del
bien y del mal, porque, si comía de este, tendría muerte.
Es interesante que los dos árboles estaban cerca, los dos
eran parecidos, los dos estaban en el medio del huerto y
de los dos se podía comer. Otro punto para resaltar es
que Dios puso a Adán en un huerto. ¿Y qué se hace en un
huerto? Se come. Dios le ordenó que comieran, pero no
del árbol del conocimiento del bien y del mal. Entonces,
¿por qué Dios puso el árbol del conocimiento del bien y
del mal? Para que el hombre fuera libre, para que pudie-
ra elegir. La gente pequeña no te da opciones, no te deja
decidir, es controladora, pero Dios es maravilloso. Él no
quería robots, sino personas que eligieran si iban a comer
del árbol de la vida o del árbol del conocimiento del bien
y del mal. Dios permitió —y sigue permitiendo— que el
hombre pudiera elegir, Él le dio libertad: si comía del ár-
bol del conocimiento del bien y del mal, iba a morir; si
comía del árbol de la vida, elegía vivir.

54
Los dos árboles: dos maner as de vivir

El árbol de la vida simboliza a Cristo. Cristo es la vida. Si


el hombre comía del árbol de la vida, iba a depender de
Dios; pero, si comía del árbol del conocimiento del bien y
del mal, se iba a independizar del Señor para depender
de sí mismo. Los dos árboles, en definitiva, son dos fuen-
tes, dos estilos de vida. Hasta el día de hoy, para Dios,
hay dos tipos de personas: los que comen del árbol del
conocimiento del bien y del mal, que se gobiernan a sí
mismos, que hacen lo que ellos deciden hacer, y los que
comen del árbol de la vida, que dependen de Dios. El ár-
bol del conocimiento del bien y del mal, al final de La Bi-
blia, lleva a la muerte; el árbol de la vida, por el contrario,
lleva a la vida y permanece, porque es Cristo.
Para Dios, todo se trata de comer. De hecho, se suele decir
que “somos lo que comemos”. Entonces, hay dos maneras
de vivir: comiendo de Cristo, dependiendo de Él, o co-
miendo del bien y del mal, haciendo lo que queremos y
teniendo muerte.
Ahora bien, ¿cuántos elementos tiene el árbol de la vida?
Uno solo: la vida.

Cristo es sencillo, tiene solo un elemento: la vida.

Sin embargo, el árbol del conocimiento del bien y del mal


tiene cuatro elementos: el conocimiento, el bien, el mal y
la muerte. Al contrario de lo divino, todo lo humano es
complicado. En consecuencia, si la vida resulta compli-
cada, estás comiendo del árbol equivocado; si tu vida es
sencilla, estás comiendo de Cristo. Cristo es sencillo, Él
es vida.

55
Los dos árboles: dos maner as de vivir

El fruto del árbol del conocimiento es conocimiento, y


conocer trae muerte. Morimos cada vez que aprendemos
algo. El conocimiento trae muerte porque nos independi-
za de Dios. Por ejemplo, si vas a aprender a cocinar, des-
pués de un tiempo, ya no dependes de tu maestro, sino
de tu conocimiento. El árbol del conocimiento te hace de-
pendiente de lo que sabes y, para Dios, trae muerte. Pero
vamos a complicar este asunto aún más: no solamente
el conocimiento mata, sino también hacer el bien. Hacer
el bien trae muerte. ¿Ayudar a alguien trae muerte? Sí,
porque estamos comiendo del árbol del conocimiento del
bien. Para Dios, el bien y el mal están en igualdad de con-
diciones. Es más, el bien es tan malo como el mal, por eso
Dios lo puso en el mismo árbol.
A Dios no le interesan ni el conocimiento ni lo bueno ni
lo malo, sino que comamos a Cristo; porque Cristo es más
grande que lo que sabemos, que lo bueno y que lo malo.
Cristo es de otra dimensión, no está limitado por el saber,
ni por la ética, ni por la maldad. Él es la vida, la vida eter-
na, la vida gloriosa, la vida maravillosa. Lo que a Dios le
importa es que comamos de Cristo, que comamos de la
vida, que disfrutemos de la persona de Cristo; porque, si
lo hacemos, entraremos en la dimensión de las riquezas
de la gloria de Cristo, que no tienen comparación ni con
el conocimiento, ni con el bien, ni con el mal.

A Dios no le interesa mejorarnos, ayudarnos, enseñarnos o


que le sirvamos, sino que comamos de Cristo, que
tengamos experiencias con Él, porque en Cristo está todo.

56
Los dos árboles: dos maner as de vivir

Al leer los evangelios, observamos que los discípulos


siempre le pedían a Jesús del árbol del bien y del mal.
Por ejemplo, una vez le dijeron: “Señor, este hombre está
ciego, ¿quién pecó, los padres o él?”. Es decir, debía haber
alguien que era malo y alguien que era bueno. Pero Jesús
dijo: “Ni bueno, ni malo. Aquí vendrá la gloria de Dios y
este hombre podrá ver”.
Dios le dijo a Abraham: “Sal de tu tierra a donde Yo te
mostraré”. El Señor no le dijo a dónde tendría que ir —
porque el árbol de la vida es el árbol de la dependencia—.

Dependemos de Dios, no de lo que sabemos,


de lo que está bien o de lo que es moral.

Si dices: “¡Cómo disfruté de la reunión! Me encantó y


aprendí mucho”, te estás muriendo, porque comiste cono-
cimiento; pero, si le dices: “Señor, vine a adorarte. Gracias
por Tu Palabra. Eres mi vida, no hay ningún bien para mí
fuera de Ti”, entonces estás comiendo vida. ¡Y somos lo
que comemos!

En cada acción que realices, si no tocas a Cristo, estás


muriendo; pero, si disfrutas de Él, tocas la vida.

Ahora bien, supongamos que estás contento. ¿Ahí está el


árbol de la vida? Si tocaste a Cristo, sí. Y si estás triste,
¿ahí está el árbol de la vida? Si tocaste a Cristo, también.
Porque no se trata de estar contento o triste, sino de que
tanto alegre como triste, toques al Señor. La vida no se
reduce a una linda atmósfera, es algo más profundo que

57
Los dos árboles: dos maner as de vivir

eso, que la alegría o que la canción que cantas. Es algo


que no puede explicarse, que no puede ponerse en pala-
bras, porque lo que tocas es un misterio: el misterio de la
vida divina, fresca, fuerte, sólida de Cristo.

Cuando tocas a Cristo, te vuelves viviente,


fresco, fuerte, sólido.

Por eso, hagas lo que hagas, vayas donde vayas, ¡come


de Cristo! Si, por el contrario, no involucras a Cristo, solo
estarás tocando el conocimiento, y el conocimiento trae
muerte. Si estudias o lees un versículo disfrutando de
Cristo, Él te dará el conocimiento de Él. El conocimiento
de Cristo viene solo cuando comemos primero del árbol
de la vida.

PARTE PRÁCTICA
¿Cómo comemos del árbol? En primer lugar, ten en claro
que todos los consejos tales como: “no faltes a las reu-
niones”, “lee La Palabra a diario”, “pórtate bien”, “sé una
buena persona”, solo traen muerte. Lo que tenemos que
hacer es comer a Cristo. Él es maravilloso y te va a llenar.
Él será tus pensamientos, tu mente, tu voluntad, tu sabi-
duría, tus fuerzas. Él es más que vencedor y tan poderoso
que ni la misma muerte te lo puede arrebatar.
Para que las riquezas de Cristo aumenten en ti, necesi-
tas abrirte a Él. La Palabra afirma que, cuando te abres a
Él, la fuente de agua encerrada que está en tu interior se
mueve y el agua comienza a saltar. Así, Cristo empieza
a soltar Sus riquezas. ¿Y qué quiere decir “abrirse”? Que

58
Los dos árboles: dos maner as de vivir

nos olvidamos de nuestra lista de pedidos, de querer ha-


cer el bien, de nuestra ansiedad por el futuro, de todo lo
que sabemos, para dedicarnos a comer del Señor. Cada
vez que ores, hazlo como si fuera la primera vez. Lleva
al Altar todo lo que aprendiste, tu forma de estudiar La
Biblia, tu manera de alabar, y dile a Dios: “Señor estoy
abierto a Ti. No sé nada, no recuerdo nada, no te pido
nada, solo quiero disfrutarte”.

Somos lo que comemos, así que, si comemos a Cristo, Sus


nutrientes serán lo que empiece a aparecer.

A lo largo del día, búscalo sin ningún tema específico. Él


ya los conoce todos. Solo dile cuánto lo amas, y allí esta-
rás comiendo de Cristo, disfrutando del Señor, dejándote
guiar por Él.
La Biblia relata que Elías oraba y se quedaba esperando
hasta que Dios le hablaba y le indicaba qué quería que
siguiera orando. Antes de hacer cualquier cosa, George
Müller hacía lo mismo, siempre esperaba la guía de Dios.
Por eso, no hagas nada sin antes disfrutarlo a Él. Cada
mañana, desayuna del árbol de la vida; come a Cristo y
dile: “Señor, este día quiero disfrutarte”. Él te dará una
palabra, una canción, o incluso puede pedirte que bailes
para Él. Búscalo sin esperar nada de Él, solo exprésale
cuánto lo amas, y Él empezará a guiarte.
Todo se trata de depender del Señor. Cualquier otra fór-
mula termina en muerte si no tocamos a Cristo. Cuan-
do el hijo pródigo regresó a la casa, el padre le puso un
anillo, lo vistió, le dio calzado y, además, organizó una
fiesta y mató a un becerro para comer. Es curioso… el

59
Los dos árboles: dos maner as de vivir

otro hermano no se enojó por el anillo, por el vestido o


por el calzado, sino porque el hijo que había malgastado
todo iba a comer. Hay gente que no quiere que comamos.
No tiene problema con nada, excepto con que comamos
de Cristo. Si dependes de Él, harás lo que Él te diga, por-
que Su personalidad, buena, agradable y perfecta, es más
fuerte y derribará la tuya. Ahora lo de Él, lo que Él piensa
y hace, lo bueno, lo agradable, lo perfecto, lo maravilloso,
lo poderoso, es tuyo. ¡Qué extraordinario!
Analicemos el siguiente pasaje:
Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama
Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran
multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he
aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su
madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de
la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella,
y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los
que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo,
levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y
comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. Y todos tuvieron
miedo, y glorificaban a Dios […].
—Lucas 7:11-16

La madre llegaba llorando, acompañada por un grupo de


personas. Era viuda, y ahora había fallecido su hijo. Ella
provenía de la ciudad de Naín, conocida por la tribu de
Isacar, quienes eran históricamente grandes guerreros y
expertos en los tiempos. Todo el pueblo estaba sumido
en llanto. La mujer simboliza el alma, la vida natural, en
la cual hay muerte. La procesión llevaba al difunto hacia
la puerta de la ciudad. Pero del otro lado de esa puerta,

60
Los dos árboles: dos maner as de vivir

en dirección contraria, se aproximaba Jesús con su gente.


Con Él avanzaba la victoria, la alabanza, los milagros, la
alegría. Ellos representan la vida del Espíritu. Justo en la
puerta se encontraron el alma triste, agobiada, vencida
(la madre del joven muerto) y la vida del Espíritu (Cristo).
¿Qué simboliza este encuentro?

El Señor siempre está en la puerta,


porque Él es la puerta de la bendición.

De acuerdo a la tradición, la procesión no podía dete-


nerse hasta enterrar al muerto, quien era transportado
en una camilla, cubierto por una sábana. Pero en esta
oportunidad, Cristo estaba allí y, sintiendo compasión, le
dijo a la madre: “No llores”. Nuestra alma (emociones,
pensamientos y voluntad) no tiene que gobernarnos. No
podemos hacer lo que sentimos o lo que pensamos. El
alma no debe dirigirnos. El Señor puso la mano y detuvo
el avance de la camilla con el cuerpo. Cristo va a detener-
nos. Él nos dirá: “Hasta acá. Detente”. Jesús se acercó y
tocó el féretro, y la vida de Dios llenó ese lugar. Mientras
un grupo de personas estaba llorando desconsoladamen-
te, los que venían con el Señor sabían que algo hermoso
iba a suceder, porque donde está Cristo, siempre hay algo
hermoso, siempre hay vida. No importa si la atmósfera
es de tristeza o de gozo, si estamos en la cárcel o en una
fiesta; si está Cristo, la vida triunfa sobre cualquier at-
mósfera. El Señor puso la mano, tocó el féretro y soltó la
orden al muchacho muerto: “Joven, a ti te digo, levántate”.
Jesús no oró “Padre, te pido que levantes de la muerte a
este joven”, sino que ejerció Su autoridad y soltó la orden.

61
Los dos árboles: dos maner as de vivir

Y el joven se levantó. La vida de Cristo entró donde esta-


ba la muerte, y esta fue absorbida.
Mientras lees este capítulo, el Señor también le dará la
orden al Espíritu y Él tocará nuestras emociones, nues-
tros pensamientos y nuestra voluntad. El Señor pondrá
Su mano y soltará la orden, y la vida nos llenará. El joven
se levantó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a la
mamá. La mujer que antes lloraba derrota, ahora empezó
a llorar lágrimas de victoria.

¡Dios cambiará nuestro lamento en baile!


¡Jesús canceló el funeral!

La vida está en la puerta, solo necesitas abrir tu corazón


y decirle: “Señor, me abro y recibo de Ti. Dame luz. Te
amo. No quiero más conocimiento, ni el bien, ni el mal,
¡te quiero a Ti!”.
¿Recuerdas que a Moisés le brillaba la cara cuando estaba
lleno del Señor, y él no se daba cuenta? Tú también serás
el primero en sorprenderte. Pronto serás sorprendido por
el Cristo glorioso, maravilloso y poderoso que vive en ti.
El árbol está en tu interior y es una persona: Cristo. En Él
están escondidas todas las cosas. ¡Come de Él, porque no
necesitas nada más!

62
Capítulo 5

El árbol de la vida

Su trabajo de demolición en nosotros


Como vimos en capítulos anteriores, la luz nos trae un
aumento de Cristo. Los consejos no le dan fin a lo nues-
tro; tampoco lo hacen los amigos, ni siquiera una prédica.
Solo la luz lo hace. Cristo vive en nosotros, pero tiene que
expandirse, es decir, ganar más terreno. Él debe moverse
desde el espíritu hacia el alma y el cuerpo, para ir quitan-
do el barro y llenando todo de Su Presencia. Observa los
gráficos a continuación:

63
El árbol de la vida

Cristo vive en nuestro espíritu y, en el dibujo, está repre-


sentado por el círculo amarillo. Alrededor del espíritu
está el alma (emociones, mente, voluntad), simbolizada
por los cuadrados de color marrón, porque el alma hu-
mana —como ya dijimos— es barro. Día tras día, el Señor
va eliminando el barro y aumentando en nosotros hasta
que Él y nosotros somos uno.
La Biblia describe la personalidad de Cristo como her-
mosa y gloriosa. Jesús, en lo humano, era hermoso y, en
lo divino, era glorioso; pero, como lo divino y lo humano
estaban mezclados en Él, la personalidad que está dentro
de ti y de mí, la cual está creciendo, es la personalidad
gloriosa y hermosa del Señor. Y esas son las riquezas de
Cristo.
El apóstol Pablo consideró la inmensidad de estas rique-
zas y, al contemplar el universo, llegó a la conclusión de
que Cristo era algo parecido: no tenía límites en altura,
anchura, longitud o profundidad. ¡Las riquezas de Cristo
son inescrutables, misteriosas, no tienen límite!

64
El árbol de la vida

Tú y yo tenemos a un Cristo rico. Jesús tenía una perso-


nalidad fina, elevada, viviente, exacta, maravillosa, her-
mosa y gloriosa. Y ahora Él quiere darle muerte a nuestra
personalidad, para darnos la Suya. El Señor le va a dar fin
a nuestra manera de ser para que Su manera de ser sea
la nuestra. Entonces, ¿cómo hará el Señor para derribar
nuestra personalidad para luego darnos la Suya? Basado
en la experiencia, quiero compartirte cinco maneras en
las que el Señor va a trabajar en nosotros para darle fin a
nuestra manera de ser:

1. El Señor derribará nuestra personalidad con lo


opuesto
¿Eres de hablar mucho? Si te gusta hablar, el Señor lo
derribará y te dirá: “¡Silencio!”. ¿Eres callado? Dios te
dirá: “Abre la boca y habla, ¡grita!”. ¿Eres de los que
prefieren escuchar a hablar? El Señor te ordenará:
“Ya no escuches, habla”. ¿Eres una persona de acción?
Dios te ordenará: “No hagas nada”. ¿Eres de pensar
mucho? Dios te llevará a que no pienses más. De esta
manera, Él irá derribando tu manera de ser orde-
nándote que hagas lo opuesto a lo que naturalmente
haces.
¿Eres muy cariñoso? Dios te ordenará que no expre-
ses más cariño. Tal vez digas: “¡Pero si es lindo ser
cariñoso!”, pero no se trata de que sea lindo o no, sino
de que es tuyo, y Dios está eliminando todo lo tuyo.

Dios va a desarmar tu manera de ser


para añadirte Su manera de ser.

65
El árbol de la vida

2. El Señor derribará todo “lo mucho” de nuestra


manera de ser
¿Te gusta pensar mucho? El Espíritu Santo te dirá:
“Adora a Cristo”, y tendrás que dejar de pensar tanto
para declarar: “Señor, te amo. Eres hermoso”. ¿Suele
invadirte la emoción? “Basta de esa emoción, regresa
a Mí”, te indicará el Señor.
Todo “lo mucho” en ti será derribado. Si te gusta tra-
bajar mucho, divertirte mucho, mirar mucho las redes
sociales, analizar mucho las situaciones, el Señor te
dirá: “Ya basta de eso. Ahora adora. Vuelve a Cristo”.
El Espíritu Santo pondrá fin a “lo mucho” en nuestra
personalidad para colocar allí las riquezas de Cristo.

3. Dios puede quitarnos la bendición para derribar


nuestra personalidad
¿Qué suelen hacer las personas cuando están mal?
Concurren a la reunión y le dicen: “Señor, estoy mal,
estoy enfermo, tengo problemas, me falta el dinero”.
Dios escucha, les da el milagro y, una vez que el pro-
blema está resuelto, no regresan. Es por eso que el
Señor dice: “Cuando estaba mal me buscó, pero ahora
que está bien, “ya no Me busca”. Frente a esto, ¿qué
hace el Señor? En ciertas ocasiones quiebra la ben-
dición. Quizás saliste con el auto, pero, de pronto, el
motor se rompe. Ahora sí vuelves los domingos a la
reunión. Y el Señor te da el dinero para arreglar el
motor fundido. Sin embargo, otra vez dejas de con-
gregarte. Así es que, nuevamente, el Señor te quita
la bendición. Esta vez te roban el auto. Una vez más,
el Señor te vuelve a bendecir y el seguro te paga el

66
El árbol de la vida

robo. Ahora entendiste, creciste, no vuelves a faltar


a la reunión y con sinceridad le declaras: “Señor, te
amo. Hoy vine con el mismo anhelo e intensidad que
cuando estaba mal. Ahora lo único que me interesa
es disfrutarte a Ti”. ¡El Señor derribó tu personalidad
inconstante!

4. El aguijón, otro trato de Dios para demoler nues-


tra forma de ser
¿Cómo funciona este trato de Dios? Te va bien, te va
bien, te va bien, hasta que un día el Señor dice: “Le
enviaré un aguijón”. Entonces, empiezas a orar: “Se-
ñor, quítame este aguijón para poder estar pleno”,
pero Dios responde: “No lo haré, porque te acostum-
braste a estar bien”. El aguijón puede ser una pareja,
un hijo o un problema.
Muchos cristianos se acostumbran a ir a la iglesia,
cantar, aplaudir, escuchar los testimonios, levantar
las manos, participar en un equipo. Entonces, Dios
les envía un aguijón para quebrar sus costumbres y
hacer que empiecen a depender de Él. Y, en otras oca-
siones, Dios se esconde. Te va bien, muy bien, pero
sientes un vacío interno. Dios está escondido. Oras,
lees La Palabra, pero internamente no hay vida. ¿Por
qué el Señor está escondido? Porque quiere que vuel-
vas a Él hasta que ya no te importe ni el bien ni el mal,
sino solo Cristo.

5. Dios permite que toques fondo


Estamos bien, oramos, nos congregamos, pero luego
nos comienza a ir mal… Estamos desmotivados, sin

67
El árbol de la vida

ganas. ¿Qué hace el Señor en esos momentos? Nos


bendice. Nuevamente estamos contentos, adoramos,
danzamos. Sin embargo, cuando el problema sobre-
viene, a pesar de seguir asistiendo, ya no tenemos el
interés de antes. Entonces, al ver el Señor que no lo
buscamos, nos permite seguir así, hasta que tocamos
fondo. ¡Y ahora estamos peor que antes! En la reu-
nión, le decimos de corazón: “Señor, toqué fondo. Sin
Ti no soy nada”. “¡Finalmente me buscó!”, dice Dios;
entonces, pone nuestros pies sobre la roca, nos da una
bandera, una canción y nos lleva a la victoria. De esta
manera, aprendemos a adorarlo sin importar si esta-
mos bien o no, porque vivimos en Su vida y nuestra
personalidad fue derrumbada.

Dependiente del Padre


Tener la personalidad del Señor no significa que seamos
extrovertidos, ni introvertidos, ni risueños, ni serios, ni
reverentes; la personalidad de Cristo es que Él nos guíe
y nos diga lo que quiere que hagamos. Si Él quiere que
bailemos, bailamos; si Él quiere que avancemos, avanza-
mos; si Él quiere que estemos a solas, estamos a solas; si
Él quiere que levantemos la mano, levantamos la mano.
La personalidad de Cristo es depender completamente
de la guía de Dios. Muchos dicen: “A mí me cuesta poner
límites” o “A mí me cuesta ser extrovertido”, pero ya no
nos va a costar, porque todo lo nuestro murió y ahora lo
que queda es la guía del Señor.
Los siguientes tres versículos son ejemplos que muestran
cómo se movía Jesús:

68
El árbol de la vida

Juan 6:38: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi


voluntad, sino la voluntad del que me envió”.

Juan 5:19: “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de


cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo
que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también
lo hace el Hijo igualmente”.

Juan 8:26: “Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros;


pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto
hablo al mundo”.

“No vine para hacer Mi voluntad, sino la voluntad de


Aquel que me envió, solo hago lo que veo que hace Mi
Padre, lo que he oído de Él, eso hablo”, dijo Jesús. Necesi-
tamos estar atentos a Su deseo, a Su guía, en cada situa-
ción. Ya no hablamos ni hacemos lo que queremos, sino lo
que Él nos dice que hablemos o que hagamos.

La personalidad del Señor era ser completamente


dependiente del Padre.

Desde que nació hasta que murió, Jesús obedeció la vo-


luntad del Padre. Por ejemplo, cuando Jesús fue a ver a
Lázaro, el Señor vio que el Padre lo iba a resucitar, por
eso gritó: “¡Lázaro, sal fuera!”. Sin embargo, con otros
muertos no gritó. Él dependía del Padre. Solo hay dos
maneras de vivir: dependiendo de Él y siendo dirigidos
por Su vida, o siendo independientes y gobernándonos a
nosotros mismos.

69
El árbol de la vida

En este tiempo, el Señor está derribando lo nuestro para


introducir Su vida, Su dependencia.

Dos maneras de vivir


Estas dos maneras de vivir están establecidas en Génesis
y simbolizadas por dos árboles que estaban en el huerto:

Génesis 2:9: “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol


delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida
en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal”.

Génesis 2:16-17: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo:


De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la cien-
cia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comie-
res, ciertamente morirás”.

Como hemos aprendido, hay dos árboles: el árbol de la


vida, que representa a Cristo y cuyo único elemento es la
vida, y el árbol del conocimiento del bien y del mal, que
tiene cuatro elementos (el conocimiento, el bien, el mal y
la muerte) y que trae muerte. El árbol del conocimiento
del bien y del mal será arrojado al infierno en el final de
los tiempos, pero del árbol de la vida seguiremos comien-
do eternamente.
El árbol de la vida tiene un elemento, por eso es sencillo
(“Mi yugo es fácil, sencillo”, dijo Jesús), pero el árbol del
conocimiento del bien y del mal es complicado. Por eso,
si estamos complicados, incluso los cristianos, seguimos
comiendo del árbol del conocimiento del bien y del mal.
Sabemos que trae muerte pero, a veces, comemos de él.
Veamos un poco de su historia… Los dos árboles estaban

70
El árbol de la vida

cerca, los dos eran parecidos, de los dos se podía comer.


Además, los dos estaban en el medio del huerto y la única
indicación que Dios le dio fue la siguiente: “Coman. Si
comen de Cristo, dependerán de Él, de la vida; pero, si
comen del conocimiento del bien y del mal, dependerán
de ustedes, de su conocimiento, de su bien y de su mal,
y morirán”. El árbol del conocimiento del bien y del mal
es el árbol del “yo vivo a mi manera”. Cristo nunca probó
de él, por eso Él declaraba: “Yo solo hago lo que el Padre
me dice. A mí me dirige la vida”. Hoy, al igual que lo hizo
con Eva, Satanás sigue engañando a los seres humanos,
porque todos comemos de este árbol.

El conocimiento trae muerte. Veamos... Cuando apareció


la estrella, los magos, que iban al nacimiento de Jesús,
se detuvieron en la residencia de Herodes y le explica-
ron: “Venimos a adorar al Rey”. Los rabinos aseguraron:
“Nacerá en Belén”. Ellos tenían conocimiento, claro que
sí, pero no fueron a ver a Jesús. Eran grandes estudio-
sos, entendían Las Escrituras, pero estaban “muertos”,
porque no habían comido de la estrella. Si llenas tu alma
de saber, estás muerto, porque el conocimiento mata. Si
el conocimiento fuese vida, solo los más inteligentes, los
que más estudiaron, podrían disfrutar del Señor. Si el co-
nocimiento trajera vida, los más sabios tendrían la mejor
vida. Sin embargo, Salomón dijo: “El que añade ciencia,
añade dolor”.
El conocimiento trae muerte, porque dependemos de él.
Por ejemplo, si vas a aprender a cocinar, después de un
tiempo, ya no dependes de tu maestro, sino de tu conoci-
miento, de lo que aprendiste, de ti mismo.

71
El árbol de la vida

Depender de lo que sabemos trae muerte, porque


el árbol del saber nos independiza del Señor.

Esto no significa que no haya que estudiar pero, mientras


estudiamos, debemos comer de Cristo. Si solo nos con-
centramos en recibir conocimiento, moriremos; no obs-
tante, si mientras estudiamos le decimos: “Señor, te amo.
Tú eres la fuente de mi vida. Estudiemos juntos. Sé mi
memoria, mis recuerdos, mis ideas. Y que, al estudiar, Tu
gloria brille en mi vida”, entonces estamos comiendo del
árbol de la vida. Cualquier conocimiento que adquieras
sin comer de Cristo te matará, pero, si mientras estudias
comes del Señor, ese conocimiento estará lleno de la vida
de Cristo.

No se trata de no estudiar, sino de comer de Cristo mientras


estudias, porque la letra sin Cristo mata pero, si comes de
Cristo, te bendice.

La tarea no es lo importante, sino del árbol que comas al


ejecutarla. ¡En cada actividad que hagas podrás disfrutar
de Cristo!
Igual que el conocimiento, el bien por sí mismo también
trae muerte. ¿Eres un buen hombre? Eso también te está
matando; no se trata de ser bueno, sino de comer de Cris-
to. Si haces el bien sin Cristo, esa bondad es tuya, estás
dependiendo de ti y, por lo tanto, te va a matar. Si le das
unas monedas a un pobre y le dices: “Toma. Que Dios te
bendiga”, esa actitud trae muerte; pero, si antes de darle el
dinero oras: “Señor, le voy a dar estas monedas. Exprésate

72
El árbol de la vida

con gloria en mí y en este hombre”, esa acción de bondad


te trae vida. Que no te importe hacer el bien, sino comer
a Cristo.

¿Vas a comer un poquito más del árbol de la vida?


Recuerda: ¡somos lo que comemos!

Necesitamos olvidarnos del bien y tocarlo a Él. Al alma le


gusta hacer el bien. Una persona almática es alguien que
expresa: “Yo aprendí a ser muy respetuoso. Sé controlar-
me. Cumplo con mis obligaciones y compromisos”. Y el
apóstol Pablo se refirió a ellos así:
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las pue-
de entender, porque se han de discernir espiritualmente.
—1 Corintios 2:14

Las personas buenas no entienden, no perciben las cosas


del Espíritu, porque para ellas son locura. Es gente que
hace el bien, que se porta correctamente, pero no com-
prende las cosas del Espíritu, porque está parada en su
vida natural de bondad. Y el árbol del bien trae muerte,
porque lo único que da vida es Cristo.

No debemos hacer nada por nuestro ser natural,


necesitamos comer de Cristo para que sea Su personalidad
la que nos dirija y la que se exprese.

Así como a la gente que hace el bien La Biblia la llama “al-


mática”, a la gente que practica el mal la llama “carnal”.

73
El árbol de la vida

En 1 Corintios 3, Pablo dice: “Ustedes son carnales, porque


tienen envidia y celos, porque viven mirando al otro, opinan-
do y criticando”. En Gálatas, el apóstol nombra las obras
de la carne: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia,
idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios,
borracheras, orgías. Todo esto tiene que morir. ¡Necesi-
tamos comer de Cristo! Si la vida nos guía, siempre hay
victoria, porque Cristo nunca falló en nada. Y ese Cristo
vive en nosotros.

PARTE PRÁCTICA
Necesitamos abrirnos al Señor. Cuando leas La Biblia,
hazlo como si fuese la primera vez. Olvida todo lo que
sabes y abre tu corazón. Ora, adora, levanta tus manos
al Cielo como si nunca lo hubieras hecho antes. Si estás
abierto, el Señor te dará Su luz. La que ilumina, elimina
y añade de Cristo. Y no solo eso, la luz también empieza
a guiar tus pasos por sendas de justicia por amor de Su
nombre, y el bien y la misericordia te seguirán todos los
días de tu vida. Abre tu corazón y dile a Dios: “¡Señor,
aquí estoy!”.
De pronto, la luz empieza a guiarte y te pone una pala-
bra, por ejemplo: “hermoso”. Entonces, le dices: “Señor,
eres hermoso”. Luego, la luz tal vez ilumina algo que
pensaste y te indica: “Lleva eso al Altar”. “Señor, dejo ese
pensamiento en la Cruz para su muerte”, declaras. Poco
después el Señor te ordena: “Quédate en silencio”. Des-
pués te da una canción para que le cantes. De esta mane-
ra, ya no es tu mente la que dirige tus pasos. Ahora la luz
de Cristo te va guiando.

74
El árbol de la vida

Depender de Él implica decirle: “Habla Tú, Señor. Hazlo


Tú”. Si comes de Cristo a cada momento, en salud, en
enfermedad, en pobreza y en riqueza, todo lo podrás en
Cristo que te fortalece.
Dios busca derribar nuestra personalidad para que la
personalidad de Cristo, que es la vida divina y Sus rique-
zas, tome ese lugar. Esta es la razón por la que a Jesús un
día lo vemos resucitando; al otro día, comiendo con los
discípulos; después visitando una casa y luego llorando
de rodillas. Él le dijo al Padre: “Hágase Tu voluntad” y
después pegó una oreja, hizo un milagro, fue a la Cruz,
dijo “perdónalos” y, unos días después, llegó vestido de
gloria y aseguró: “Toda autoridad me ha sido dada”. La
vida cristiana es hermosa, pero necesitamos depender de
Él cada día.
La Escritura narra que Isaac abrió un pozo de agua —el
agua, en aquel tiempo era como lo que hoy es el petró-
leo— y, poco después, llegaron los filisteos y se lo roba-
ron. Luego, abrió otro pozo y los filisteos, nuevamente, se
lo quedaron. Una y otra vez, cada vez que Isaac abría un
pozo, el enemigo llegaba y se lo sacaba. Así es la vida de
muchos cristianos: les va bien, les va mal, les va bien, les
va mal. Tienen una victoria, pero el enemigo se las roba.
Les va bien en el trabajo, pero les va mal en la casa; les va
bien en la casa, pero les va mal en la salud; les va mal en
la salud, pero les va bien en las finanzas. Pero observa
que Isaac no hablaba con Dios antes de abrir los pozos. Él
se concentraba en hacer algo bueno, porque abrir pozos
no estaba mal, pero sin Cristo. Y, como sabemos, todo lo
que hagamos sin el Señor implica muerte. Esta es la ra-
zón por la que un día Dios se le apareció a Isaac y le dijo:

75
El árbol de la vida

“Yo soy el Dios de tu padre. Te ensancharé y te daré una


descendencia grande”. Isaac tuvo una experiencia con el
Señor y todo su hacer fue derribado.
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo
amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que
retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los mis-
terios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera
que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los
pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no
tengo amor, de nada me sirve.
—1 Corintios 13:1-3

En este pasaje, Pablo explica que, aunque hablemos en


lenguas, tengamos toda la fe para trasladar los montes y
seamos impresionantemente solidarios, sin Dios, no so-
mos nada, porque falta algo. ¿Qué es lo que falta? Amor.

76
El árbol de la vida

Y el amor es Cristo. A Dios no le interesa que sepamos


mucho o que seamos muy bondadosos; al Padre no le in-
teresan nuestras obras, sino que la vida, Cristo, esté en
nosotros.
Y edificó allí un altar, e invocó el nombre de Jehová, y
plantó allí su tienda; y abrieron allí los siervos de Isaac
un pozo.
—Génesis 26:25

El Señor se le apareció e Isaac edificó un altar. Luego in-


vocó —algo que nunca antes había hecho— y plantó allí
su tienda, es decir, se quedó a vivir. Porque, allí donde
está el Altar es nuestro hogar. La Cruz de Cristo es donde
vivimos, donde lo nuestro muere. El pasaje afirma que
los siervos de Isaac abrieron un pozo, pero no salió agua
de este. ¿Cómo puede ser que no haya salido agua si Isaac
había levantado un altar, había invocado, se había rendi-
do? La Palabra nos da la respuesta unas líneas más abajo.
Isaac no había soltado perdón sobre los filisteos, pero un
día Abimelec llegó y le dijo: “Hagamos un pacto y este-
mos en paz”. Fue entonces cuando Isaac dejó la falta de
perdón en el Altar. Cuando Isaac murió, del pozo comen-
zó a brotar agua. Así lo relata La Palabra:
En aquel día sucedió que vinieron los criados de Isaac, y
le dieron nuevas acerca del pozo que habían abierto, y le
dijeron: Hemos hallado agua.
—Génesis 26:32

Dios nos está tratando, nos está llevando al Altar. Él nos


llevará a morir, a invocar, a rendirnos, hasta que el agua
de vida que está dentro de nosotros empiece a fluir, para
que sea Él quien se exprese y no nosotros.

77
Capítulo 6

La guía interna

Dirigidos por la vida divina


El plan del Padre es renovar cada área de nuestra vida. La
palabra “renovar” significa que algo tuyo muere y algo
de Cristo se te añade. Lo que el Señor hace es entrar en
tus pensamientos, tomar uno y matarlo, para luego aña-
dir, en su lugar, un pensamiento de Cristo. Él le da fin a
una emoción natural tuya y te agrega una emoción de
Cristo. Renovar es algo que solo puede hacer la luz del
Señor. Por eso, no tienes que esforzarte por mejorar, solo
necesitas dejar que la luz de Cristo te ilumine, te muestre
eso a lo que Él quiere darle fin y entregárselo en el Altar.
Inmediatamente después de que lo hagas, la misma luz
lo eliminará y te añadirá algo de Cristo. Es decir, si no
recibes luz, no puedes crecer. Si el Señor no te muestra
nada, no recibirás nada de Cristo porque, cuanto más de
lo tuyo muere, más se te añade lo de Cristo. Esta es la
razón por la que Pablo decía: “Ya no vivo yo, ahora está
viviendo Cristo en mí”. De este modo, pensaremos como

78
La guía interna

Cristo piensa, sentiremos lo que Cristo siente, haremos lo


que Cristo hace. ¡Seremos uno en el Señor!
Dios va derribando nuestras peculiaridades para que nos
neguemos a nosotros mismos. “Si alguno quiere seguir-
me, tiene que negarse a sí mismo”, dijo Jesús. Y negarse
es ir al Altar, entregar en la Cruz nuestra manera de ser.
¿Y cómo era la personalidad de Jesús? ¿Qué pasaría si a
Jesús le hicieran un test de personalidad? Cristo sobre-
pasaría cualquier test, porque Él no era extrovertido ni
introvertido, no era hablador ni callado; Él se movía bajo
la vida divina. Jesús hacía lo que veía hacer al Padre; lo
que el Padre le decía, eso hacía; Él deseaba lo que el Padre
deseaba. Entonces, ¿cuál es la personalidad de Cristo? Ser
dirigido por la vida divina.
El Señor empieza a derribar nuestra personalidad pero,
como no nos gusta cambiar, solemos resistirnos. “¿Por
qué Dios quiere anular mi personalidad?”, nos pregun-
tamos, “Yo tengo mi estilo y quiero ser como soy”. Esta
es la razón por la que el Señor nos llevará a vivir dife-
rentes situaciones. Por ejemplo, recuerdo que, una vez,
fui a dar una charla a unos cincuenta alumnos cristianos
japoneses. Hablé varios minutos y luego me detuve para
responder preguntas, pero nadie preguntó nada. Todos
habían tomado notas, pero nadie habló. Continué mi ex-
posición durante diez o veinte minutos más. Volví a de-
tenerme para responder preguntas. Una vez más, todos
los alumnos permanecieron callados. Cuando llegó el
descanso, el traductor me dijo: “Profesor, solo el maestro
habla, los alumnos escuchan, no opinan ni hablan, solo
oyen y aprenden”.

79
La guía interna

El Señor podía predicar en cualquier condición y circuns-


tancia. Él hablaba con autoridad en cualquier momento
del día: en la noche, como a Nicodemo, o al mediodía,
como a la prostituta. Podía hablarles a doce discípulos, a
setenta o a multitudes; a políticos, como Pilatos y Hero-
des, y también a la gente pobre. Cristo podía hacer todo, y
ese mismo Cristo vive en nosotros. Por eso, ni la muerte,
ni la vida, ni lo alto, ni lo bajo, ni la pobreza, ni la riqueza
nos detendrán en Cristo Jesús. Vayamos donde vayamos,
nos moveremos con la autoridad del Señor. No habrá lí-
mites en riqueza o pobreza, en salud o enfermedad. ¡So-
mos más que vencedores por medio de Aquel que nos
amó!

Andar en Cristo
Observa lo que declara el apóstol Pablo:
Romanos 8:4: “[…] para que la justicia de la ley se cumpliese
en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino confor-
me al Espíritu”.

Romanos 8:14: “Porque todos los que son guiados por el Es-
píritu de Dios, estos son hijos de Dios”.

El versículo 4 de Romanos 8 afirma que no andamos con-


forme a la carne, a la naturaleza humana, a la vida del
alma, sino conforme al Espíritu. El versículo 14 luego de-
clara que todos los que son guiados por el Espíritu son
hijos de Dios. En este contexto, como hemos aprendido
anteriormente, la palabra “hijos” hace referencia a “hijos
maduros”. En este pasaje, Pablo usa dos verbos: andar y
ser guiado. Una cosa es andar en el Espíritu y otra cosa es

80
La guía interna

ser guiado por el Espíritu. ¿Cuál es la diferencia? “Andar”


habla de algo general, hace referencia a caminar con Cris-
to en el diario vivir, a lo largo del día, a cada momento. Si
así lo hacemos, Él nos va a guiar en lo específico. A Dios
le interesa que andes en Cristo porque, de ese modo, la
guía viene sola. Por eso, sé un hijo maduro, camina a lo
largo del día en Cristo y verás que Él empezará a guiarte
en las cuestiones más específicas.
¿Qué quiere decir “andar”? “Andar” implica decirle al
Señor: “Estoy abierto a Ti; mi mente, mi corazón, mi espí-
ritu y mi cuerpo están receptivos, Padre. Te amo, Señor.
Dame Tu luz”. Esto es lo que significa “andar en Cristo”,
estar completamente abierto a Él. Dile que lo amas, que
anhelas disfrutarlo y que no hay bien alguno fuera de Él.
Al hacerlo, encenderás el interruptor. Ese día el Cielo es-
tará despejado para ti y Su luz te guiará. Es sencillo: a lo
largo de todo el día, mientras estás manejando, comiendo
o mirando la televisión, dile al Señor en voz alta: “Cristo
maravilloso, te amo”. Esto es lo que significa andar en
Cristo. Cuando lo disfrutamos, Él comienza a guiarnos.
Dios prometió guiarnos, porque somos Sus hijos. Y su
guía es específica, espontánea, automática y durante las
veinticuatro horas del día sale sola sin que nos demos
cuenta.

Si lo disfrutamos, Él nos va a guiar por sendas


de justicia todos los días.

El Señor le dijo a Felipe: “Ve y acércate a ese carro”. De


pronto, Felipe sintió esa carga y obedeció esa única ins-
trucción. Al hacerlo, vio que un hombre estaba leyendo

81
La guía interna

el Libro de Isaías. “¿Comprendes lo que estás leyendo?”, le


preguntó. El hombre respondió: “No, no entiendo. ¿Pue-
des explicármelo?”. Felipe le explicó el texto y le habló
de Cristo. Luego, el hombre pidió ser bautizado. Aunque
Dios no le dio a Felipe instrucciones específicas en ese
momento, aunque no le dijo que le hablara del bautis-
mo, Felipe supo qué hacer, porque él estaba andando con
Dios.
En una oportunidad, Pedro tuvo una visión. Vio que el
Cielo se abría y que bajaba a la Tierra algo como una gran
sábana, colgada de las cuatro puntas. En la sábana ha-
bía toda clase de animales, incluso reptiles y aves. Pedro
oyó la voz de Dios que le dijo: “¡Pedro, mata y come de
estos animales!”. Ahora bien, ¿por qué el apóstol recibió
ese mensaje? Porque Pedro andaba con Cristo a lo largo
del día.
La guía divina es algo que fluye de manera natural y
automática cuando andamos en el Señor. No es una fór-
mula, sino un estilo de vida. Si disfrutamos de Cristo e
invocamos Su nombre a lo largo del día, siempre sabre-
mos qué hacer. La guía divina nos dirigirá, nos dará la
sabiduría para tomar decisiones, nos mostrará qué decir
en diferentes situaciones y nos indicará dónde ir o no ir.
En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo bajaba y se
iba. Después, los apóstoles tuvieron a Cristo a su lado,
pero un día Jesús subió al Cielo. Nosotros somos los más
bienaventurados, porque Cristo no viene y se va ni tam-
poco está a nuestro lado, sino que vive dentro de nosotros
las veinticuatro horas. Tenemos un Cristo que abrió el ca-
mino para que podamos disfrutar de Él a cada paso. Así,
mientras vamos andando, Él nos va guiando.

82
La guía interna

Tocar la vida
Ahora bien, ¿cómo sabemos si esa guía es de Dios o es
nuestra? ¿Cómo podemos saber si es Dios quien nos está
guiando? Pablo lo responde en Romanos 8:
Romanos 8:6: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero
el ocuparse del Espíritu es vida y paz”.
El apóstol explica que ocuparse de la carne, de la vida
natural, de lo humano, del conocimiento del bien y del
mal, de lo nuestro, trae muerte; en cambio, ocuparse del
Espíritu es vida y paz. Si nuestra mente va a lo nuestro,
morimos; pero, si nuestra mente va al espíritu, donde
vive Cristo, tenemos vida y paz. Aquí tenemos una llave
poderosa:

Si experimentamos muerte, estamos en lo natural; si


percibimos vida y paz en el espíritu, estamos en Cristo.

Pero profundicemos un poco más. ¿Cómo es la muerte?


Veamos:

83
La guía interna

Si mientras estás adorando, leyendo La Biblia o hablando


con alguien, por ejemplo, te sientes indiferente, desorde-
nado, decaído, insatisfecho, incapaz, incómodo, analítico,
aburrido, débil, ansioso, vacío, estás actuando en el plano
humano —tocando la muerte—. Pero, si en esas mismas
circunstancias te sientes vivificado, hambriento, ordena-
do, enérgico, satisfecho, capaz, cómodo, misterioso, ame-
no, fuerte y liberado, tranquilo y fresco, satisfecho y des-
cansado, entonces estás tocando la vida y la paz, por lo
tanto, estás en Cristo.

Vida y paz van juntas. Cristo es vida y es paz, una


combinación doble.

De este modo, te sientes fuerte, pero también liberado; te


sientes tranquilo pero, al mismo tiempo fresco. Si te vas
de la reunión con hambre del Señor, satisfecho, vivifica-
do, entonces comiste de Cristo. Así es la guía del Espíritu
Santo: si estás en tu vida natural, tocas muerte; si tienes
vida y paz, estás en Cristo.
A veces, mientras estás en un lugar, Dios te da una carga
para que la sueltes. Esto es lo que le pasó a Jesús cuando,
mientras visitaba una ciudad, vio a Zaqueo subido a un
árbol. Dios le indicó: “Dile que tienes que ir a comer a su
casa”. Sin embargo, a veces, Dios primero te da la carga
y tú tienes que ver en qué lugar vas a soltarla. Esto es lo
que le ocurrió a Jesús con la samaritana. Él dijo: “Me es
necesario pasar por Samaria” y, cuando llegó a Samaria,
vio a la samaritana.

84
La guía interna

Dios no tiene métodos, Él es un vivir.

Estés donde estés, si disfrutas de Cristo, estás tocando la


vida. Y, donde aparece la vida, siempre hay victoria. ¡La
vida vence a la muerte!
Mientras Pablo estaba en la cárcel, escribió: “¡Gócense en
el Señor!”. A pesar de estar injustamente preso, él pudo
expresar esas palabras porque la vida que estaba en él era
más grande que la muerte que lo rodeaba. Por ejemplo, si
te dicen que te van a echar del trabajo, piensa: “Eso está
en las manos de Dios. Cristo es mi Señor” y ora a Dios:
“Señor, eres hermoso. Jesús, solo Tú guías mis pasos a la
victoria”. De este modo, la vida crecerá más que la muer-
te, porque ni siquiera la muerte podrá separarte del amor
de Dios en Cristo Jesús. ¡Lo único que tienes que hacer es
comer de Cristo!

Conocer por experiencia


Observemos lo que hizo David… Él estaba por ir a una
batalla. Mientras todo el ejército se preparaba y practica-
ba, el rey se había apartado a comer de la vida, a buscar
al Señor.

85
La guía interna

Jehová te oiga en el día de conflicto; el nombre del Dios


de Jacob te defienda. Te envíe ayuda desde el santuario
y desde Sion te sostenga. Haga memoria de todas tus
ofrendas y acepte tu holocausto. Te dé conforme al deseo
de tu corazón y cumpla todo tu consejo. Nosotros nos
alegraremos en tu salvación, y alzaremos pendón en el
nombre de nuestro Dios; conceda Jehová todas tus peti-
ciones. Ahora conozco que Jehová salva a su ungido; lo
oirá desde sus santos cielos con la potencia salvadora de
su diestra. Estos confían en carros, y aquellos en caballos;
mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendre-
mos memoria. Ellos flaquean y caen, mas nosotros nos
levantamos, y estamos en pie.
—Salmo 20:1-8

Él no se quedó en lo natural, preparando las armas o


practicando, sino que, como andaba en el Espíritu, decla-
ró: “El Señor lo va a hacer” y comenzó a orar. Mientras
estaba disfrutando del Señor, llegó un grupo de personas
que, al verlo orando, dijeron: “Jehová te oiga en el día de
conflicto. El Dios de Jacob te defienda, te envíe ayuda del
santuario, desde Sion te sostenga, haga memoria de todas
tus ofrendas y acepte tu holocausto. Que te dé conforme
al deseo de tu corazón y cumpla todas Sus promesas”.
Esto también sucede con nosotros cuando tocamos la
hermosura del Señor, y otros serán atraídos para ver la
nube que cayó sobre nosotros. Después de que la gen-
te pronunció esas maravillosas palabras, David habló y
dijo: “Ahora conozco que Jehová salva a Sus ungidos. Les
voy a compartir lo que el Señor me dijo: Estos confían en
carros y aquellos en caballos, pero nosotros tendremos

86
La guía interna

memoria, levantaremos pendón y alzaremos bandera en


el nombre de nuestro Dios, porque Él nos dará conforme
a Su poder y a Su gloria”.

¡Cuando andamos en el Señor, terminamos de


conocer por experiencia!

David y sus hombres salieron a la guerra, y la guerra


trajo victoria. ¡Disfruta del Señor! Saboréalo, gusta de Él.
Ábrete a Dios y dile que te rindes solo a Él.
Te comparto mi experiencia… Hace muchos años, tra-
taba de convencer al Señor. Creía que, si preparaba una
oración coherente, Él me respondería. Pero el Señor me
mostró mi necedad, porque la mente solo llega a la mente
pero, si comemos de Cristo, de nuestro espíritu saldrá la
vida.
David comenzó a orar y las personas se le acercaron. Pro-
bablemente vieron la nube de gloria que lo cubría. “Je-
hová te sostenga, te dé conforme al deseo de tu corazón,
haga memoria de tus ofrendas y acepte tu holocausto”,
dijeron. Luego, David le habló al grupo: “Estos confían
en carros, y aquellos en caballos; mas nosotros del nom-
bre de Jehová tendremos memoria. Ellos flaquean y caen,
pero nosotros nos levantamos y estamos en pie”. Tu an-
dar en el Señor va a bendecir a mucha gente para que
ellos también anden en Cristo.
Cuando David fue a pelear contra Goliat, él encontró en
el río las cinco piedras que usó. Seguramente, estaban allí
desde hacía años y años porque Dios allí las había dis-
puesto. Tú también necesitas saber que Dios preparó la
solución mucho antes de que llegue tu Goliat. Antes de

87
La guía interna

que llegara el problema que estás atravesando, Dios ya


puso las piedras en el río. Jeremías le dijo a Dios: “Señor
yo no sé hablar, soy un niño”, pero Él le respondió: “Antes
que te formase en el vientre te conocí, y antes que na-
cieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones, pero
tú no lo sabías”. Y cuando Abraham iba a matar a Isaac,
atrás de él había un carnero que tal vez hacía días ya es-
taba allí. La provisión ya había sido dada. Efesios 1, por su
parte, asegura que hemos sido bendecidos con toda ben-
dición espiritual. Muchas veces decimos: “Dios te bendi-
ga”, pero lo cierto es que ya fuimos bendecidos. Esta es la
razón por la que al saludar debemos decir “Bendiciones”
y no “Que Dios te bendiga”. El Señor nos predestinó, nos
escogió, nos aceptó, nos amó, nos llamó, nos levantó, nos
ungió. Él lo hizo ayer, en el pasado. ¡Ya está todo hecho!

88
Capítulo 7

Ser guiados
cada día

El cuerpo físico vs. el Cuerpo de Cristo


A través de los capítulos anteriores, hemos observado que
Dios ilumina nuestra alma (emociones, mente y volun-
tad), que es barro, para que dejemos lo que nos muestra
en el Altar. Cuando lo hacemos, la misma luz lo quema
y nos añade algo de Cristo. De esa manera, el Señor va
aumentando en nosotros. Sin embargo, es importante re-
cordar que también tenemos que renovar el cuerpo, por-
que, si renovamos el alma, pero nuestro cuerpo queda
intacto, nos quedaremos estancados. Al igual que en el
alma, en nuestro cuerpo físico algo debe morir para que
algo de Cristo se nos añada. No alcanza solo con renovar
las emociones, los pensamientos y la voluntad, también
nuestro cuerpo tiene que morir y ser renovado para que
sea vivificado. Para eso, necesitamos aprender cómo lle-
var el cuerpo al Altar.
Cristo está en nuestro espíritu, y como vemos en el gráfi-
co que verás a continuación, también está en las otras tres
filas: mente, voluntad y emociones.

89
Ser guiados cada día

El Señor comenzará a crecer y a ganar terreno hasta que


toda nuestra mente sea la mente de Cristo y nuestro cuer-
po sea el Cuerpo de Cristo.

El gobierno del cuerpo


Cuando Dios creó el cuerpo humano, lo formó a partir
del polvo y luego sopló en él Su aliento: el espíritu. Esta
unión del espíritu con el cuerpo dio origen al alma, que
reside dentro del cuerpo. El cuerpo humano fue creado

90
Ser guiados cada día

como algo bueno por Dios, por eso, no debemos lastimar-


lo. Cuando fueron creados, los cuerpos de Adán y Eva
eran buenos, sus almas eran hermosas y sus espíritus es-
taban vivos. Sin embargo, al comer del árbol de la inde-
pendencia, del árbol del “yo vivo a mi manera”, introdu-
jeron en ellos la naturaleza satánica. En ese momento, en-
tró la muerte. Dios se los había advertido cuando le dijo
a Adán: “El día que comas del árbol del conocimiento del
bien y del mal, morirás”. A partir de entonces, el alma
(mente, emociones y voluntad) se envenenó, el espíritu
murió y el cuerpo, que había sido bueno, se hizo carne.
Detengámonos ahora en el cuerpo y observemos qué dice
Pablo al respecto:

Romanos 6:6: “[…] sabiendo esto, que nuestro viejo hombre


fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado
sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado”.
En este pasaje, el apóstol Pablo afirma que en el cuerpo
hay pecado (carne), una fuerza, un instinto, un gobierno.
Este tiene una voluntad, un rey, un amo: el pecado.

Romanos 7:24: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este


cuerpo de muerte?”.

91
Ser guiados cada día

¿Qué significa esta pregunta que el apóstol Pablo se hace?


Hay un instinto que lleva al cuerpo a la muerte de las
cosas de Dios. Tenemos un cuerpo débil y lo espiritual
le provoca ansiedad. Seguramente, en alguna oportuni-
dad te cansaste de orar o dejaste de adorar por ver un
partido de fútbol o para ir a visitar a una amiga… Ese es
el gobierno del cuerpo, la razón por la que, aunque Jesús
les pidió que permanecieran orando, Pedro, Jacobo y Juan
se quedaron dormidos. Nuestro cuerpo está activo, tiene
una energía, un instinto, que siempre nos lleva a nuestra
propia destrucción y a la muerte de las cosas espirituales.
Así lo expresa Pablo en Romanos 8:13: “[…] porque si vivís
conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis mo-
rir las obras de la carne, viviréis”.
Por último, Pablo afirma que este cuerpo de carne o de
pecado tiene hábitos. Es decir, en nuestro cuerpo hay un
rey que nos lleva a la muerte y nos hace actuar. Esos son
los hábitos de la carne.
El cuerpo tiene una energía que nos va a debilitando y
nos lleva a las obras de la carne. Aun cuando dormimos
nuestro cuerpo está activo, porque tiene una carne, un
instinto —como un caballo sin domar—que nos lleva a
los peores lugares y a hacer las peores cosas. Es por eso
que Pablo dice: “Si viven conforme a la carne morirán, mas si
por el Espíritu hacen morir las obras de la carne, vivirán”.
¿Qué significa esto?

92
Ser guiados cada día

Si obedecemos a nuestro cuerpo, vamos a morir, pero,


si por el Espíritu hacemos morir las obras de la carne,
tendremos vida.

Las obras de la carne


Una obra de la carne es, por ejemplo, lo que hablamos.
Cuando criticamos, cuando hablamos muerte, cuando
hacemos correr los chismes, nos estamos dañando. Lo
que escriben nuestras manos también puede ser un pe-
cado del cuerpo. Los mensajitos de texto provocativos a
una persona que no es nuestra pareja, las borracheras,
los pecados sexuales, todo esto son obras de la carne de
nuestro cuerpo.
¿Y qué hace el ser humano para tratar de manejar el cuer-
po? Algunas personas se castigan y maldicen su cuerpo,
otras eligen hacer deportes y cuidan su cuerpo en un in-
tento por mejorarlo. La realidad es que, sin importar cuán
bonito y sano lo mantengamos, nuestro cuerpo siempre
será el mismo cuerpo de muerte, de carne, con las mis-
mas obras. Existen quienes optan por darles rienda suelta
a sus cuerpos y dicen: “Yo hago lo que siento, porque es
mi cuerpo”. Pero lo que nosotros debemos hacer es llevar
las obras de nuestro cuerpo al Altar. Ciertos mensajes que
escribimos, el deseo de comer en exceso, las perversiones
sexuales, todo tiene que morir en la Cruz porque, cuando
la carne muere, el cuerpo queda vacío, es decir, queda el
molde original creado por Dios, que es bueno. Lo que ne-
cesitamos entender es que “el cuerpo no es malo, lo malo
son las obras de la carne”. Pablo descubrió que, cuan-
do dejamos en el Altar los pecados de la carne, nuestro

93
Ser guiados cada día

cuerpo, que antes obedecía a nuestro instinto, ahora que-


da vacío y listo para ser presentado como sacrificio vivo a
Dios para que Él lo llene de la vida de Cristo.
[…] llevando en el cuerpo siempre por todas partes la
muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestros cuerpos.
—2 Corintios 4:10

El apóstol Pablo oraba: “Espíritu Santo, muéstrame qué


cosas de mi cuerpo tengo que dejar en el Altar. Revélame
lo malo y aun lo bueno de mi cuerpo, Señor, porque él
me está gobernando, ya que tiene un instinto, una volun-
tad, pero quiero dejarlo en la Cruz para su muerte. Ya no
vivo yo, ni mi alma, ni mi cuerpo”. Cuando entregamos
en la Cruz las obras de la carne que el Señor nos muestra,
nuestro cuerpo queda vacío para que Dios lo llene.
La Escritura afirma que el Señor vivificará nuestro cuer-
po, es decir, Él lo llenará de Su vida. Nuestro cuerpo, has-
ta el último día, será lleno de la vida divina y eterna de
Cristo. David decía: “Hiciste mis pies como de ciervas”.
Dios les había dado vida a los pies de David. Si antes no
podía caminar, ahora estaba corriendo; si tenía algún do-
lor de huesos o un problema de artritis o artrosis, decla-
raba: “Tú adiestras mis manos para tensar el arco e ir a la
batalla”. Cada órgano de nuestro cuerpo recibirá la vida
sobrenatural de Cristo, porque dejaremos en el Altar su
gobierno y diremos: “Señor, este vaso es para Ti. El ins-
tinto del pecado ya no me gobierna, ya no hago lo que mi
cuerpo me dice”.
Observa lo que el apóstol Pablo declara en la Carta a los
romanos:

94
Ser guiados cada día

Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a


Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a
Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mor-
tales por su Espíritu que mora en vosotros.
—Romanos 8:11

El Señor nos va a vivificar. ¡Qué hermosa palabra es “vi-


vificar”! Tú y yo no somos mejorados, no somos sanados,
somos “vivificados”. Cada parte de nuestro cuerpo reci-
birá la vida del que vive y un día, cuando Cristo venga,
nuestro cuerpo terminará el proceso y nunca más tendre-
mos muerte. Nuestro cuerpo eterno será como el de Cris-
to. Mientras tanto, Dios nos irá vivificando hasta termi-
nar el último gran proceso cuando estemos con el Señor.
Veamos cómo trabaja Dios en nuestro cuerpo:

• En primer lugar, el Señor puede trabajar sanándolo


Quizás tienes una enfermedad y Él, con un toque sana-
dor, sana ese órgano dañado. Ahora bien, si algún órga-
no de tu cuerpo está enfermo, necesitas darle la orden a
la enfermedad para que se vaya. Tu espíritu, donde está
Cristo, dará la orden y dirá, por ejemplo: “Cáncer, te or-
deno que te vayas en el nombre de Jesús” o “Cansancio,
te vas”. No ores: “Señor, mira qué mal estoy. Por favor,
pon Tus manos y sáname”. Háblale a la enfermedad y
ordénale que se vaya. En tu espíritu vive Cristo y Dios
te dio autoridad para dar la orden. No tengas temor, deja
que Dios te guíe en la orden. Por ejemplo: “Señor, usaré
Tu autoridad, porque mi cuerpo ya no me gobierna, aho-
ra es un esclavo del que vive en mí”. Tu cuerpo tenía un

95
Ser guiados cada día

rey llamado carne, pero la carne ha sido crucificada en el


Altar, y ahora este quedó desempleado, por lo que Cristo
lo llenará de Su vida. ¡Él te vivificará! Pero necesitas saber
que no solo tienes que darle la orden a tu cuerpo cuando
está enfermo, sino también cuando está sano, porque tu
cuerpo no es tu rey. Sano o enfermo, tu cuerpo es un es-
clavo de Cristo, al igual que tu alma.

El Señor quiere poner Su personalidad en tu alma


y Su vida en tu cuerpo.

Pablo soportó la cárcel, que lo apedrearan, el destierro,


el hambre, la desnudez, el peligro… Y solo pudo tolerar
tanto porque había aprendido a darle la orden al cuerpo
sano. Observa el siguiente pasaje:
¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la ver-
dad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal
manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo
se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona co-
rruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo
de esta manera corro, no como a la ventura; de esta mane-
ra peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi
cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo
sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.
—1 Corintios 9:24-27

En este texto, Pablo recurre a dos imágenes: la del corre-


dor y la del boxeador. Todos sabemos que en una carrera o
competencia solo uno gana. Sin embargo, en la carrera de
la fe, si corremos, ganamos todos. “Corran de tal manera

96
Ser guiados cada día

que obtengan el premio”, dice el apóstol, pero ¿cómo hay


que correr? Pablo explica: “Todo aquel que lucha, de todo
se abstiene; algunos para recibir una corona corruptible,
pero nosotros recibiremos una incorruptible”. Nuestra
corona (corona de oro) no durará solo unos días (corona
de laureles), sino que nos traerá un aumento extraordina-
rio de Cristo. Los que se preparan para competir en un
deporte se abstienen de hacer todo lo que pueda perju-
dicarlos. ¡Y lo hacen para ganar un premio que no dura
mucho! Nosotros, en cambio, corremos para recibir un
premio que dura para siempre.

No corremos por una medalla, ¡lo hacemos por Cristo!

Luego, Pablo usa la figura de boxeador y dice: “Yo peleo


no como quien pega al aire, sino que golpeo mi cuerpo y
lo pongo como esclavo, no sea que, habiendo predicado a
tanta gente, me pierda del premio”. El apóstol “golpeaba”
su cuerpo —no significa que se pegaba a sí mismo—sino
que le hablaba dándole órdenes a su cuerpo sano. Por
ejemplo, le decía: “Cuerpo, aunque estés cansado, vas a
leer La Palabra del Señor”.

Darle órdenes al cuerpo implica mandarlo


a hacer algo espiritual.

Un día, el Señor permaneció todo un día sin comer para


servir al Padre. En otra oportunidad, se encontró de no-
che con Nicodemo. ¿Alguna vez te quedaste despierto
toda la noche buscando al Señor? Te sugiero que lo hagas.

97
Ser guiados cada día

Dale la orden a tu cuerpo para que sepa que es un vaso,


un esclavo del Cristo que vive.
En otra ocasión, un mediodía, mientras todos los discípu-
los se fueron a almorzar, Jesús se quedó evangelizando a
una mujer samaritana. Cuando los discípulos regresaron,
le dijeron: “Te trajimos algo para que almuerces”, pero Je-
sús respondió: “No, gracias. Mi comida es que se haga la
voluntad del Padre”.

Dale la orden a tu cuerpo para que haga algo espiritual,


¡vive la experiencia!

No lo hagas a modo de regla rígida, como levantarte to-


dos los días a las cuatro de la mañana. Tu cuerpo tiene
que someterse al Cristo que vive en nosotros, porque, al
igual que el alma, nuestro cuerpo es esclavo del Señor.
Por ejemplo, cuando a Timoteo le dolía el estómago, Pa-
blo le indicó: “No tomes agua, porque está contaminada,
bebe un poco de vino”. No lo relevó de la tarea, no le su-
girió que fuera a descansar y a relajarse, sino que le dijo:
“Toma un poco de vino y sigue sirviendo al Señor. Hazlo
aun con dolor”.
He leído varias biografías de hombres de Dios que sa-
lieron a evangelizar enfermos, con fiebre, y el Señor los
sanó mientras hablaban. Es bueno que tengamos esta ex-
periencia, pero no lo hagamos una ley, porque en Cristo
no hay ley, sino vida. Dios no nos da la salud para que
viajemos y seamos felices, sino para Su honra y para Su
gloria. Si estás buscando la salud para viajar y disfrutar,
estás equivocado; pero, si le pides: “Señor, quiero que
vivifiques mi cuerpo para serte útil, porque es un vaso

98
Ser guiados cada día

rendido para Tu gloria y para Tu honra”, Él lo vivificará,


y así podrás hacer todo lo demás, porque en Cristo están
escondidas todas las cosas.

• En segundo lugar, a veces Dios trata tu cuerpo cuando tu


alma muere
Cuando dejas una emoción en el Altar y Cristo añade Su
emoción, esa emoción toca tu cuerpo y lo sana. Observe-
mos el caso del hombre que estaba siendo bajado en una
camilla, porque estaba paralítico. Jesús le dijo: “Tus pe-
cados te son perdonados, levántate”. Esto muestra cómo
el Señor abordó primero la dimensión espiritual y esto
repercutió en lo físico. También hubo otro hombre para-
lítico al que Jesús le advirtió: “Vete y no peques más, no
sea que te venga algo peor”. Esto nos enseña que, a veces,
cuando entregamos un temor o liberamos una emoción
tóxica, esto puede tener un impacto en nuestra salud fí-
sica o emocional. ¡El Señor puede sanarnos de maneras
sorprendentes!
Jorge Müller, que vivió hasta una edad avanzada, escri-
bió en su biografía: “Hoy no busqué al Señor, mi cuerpo
está débil”. Al día siguiente, hizo otra anotación: “Hoy
estoy de muy mal carácter, porque tampoco busqué al
Señor”. Su siguiente registro decía: “Ya estoy lleno del
Señor. Ahora me siento fuerte y vigoroso”. La Palabra es
alimento que entra en el alma y se expande en el cuerpo,
llevando sanidad.
Pablo le dijo a Timoteo: “Timoteo, es muy bueno hacer
ejercicio, porque hay que cuidarse, pero eso solo no al-
canza, también necesitas hacer gimnasia espiritual”.
Claro que debemos cuidar nuestro cuerpo físico, pero el

99
Ser guiados cada día

ejercicio corporal no alcanza, también necesitamos hacer


gimnasia espiritual. Para eso, tenemos que darle la or-
den para que sane si está enfermo y para que aprenda a
privarse de cosas en pos de buscar al Señor cuando está
sano.

Practica dar la orden y permite que el Señor


te guíe en esas tareas.

Una vez, un hombre de Dios que estaba enfermo le pre-


guntó al Señor: “He orado, he dado la orden, pero no he
recibido sanidad. ¿Por qué, Padre?”. En ese momento, el
Señor le trajo un recuerdo. Recordó una ocasión en la
que estaba en una embarcación, yendo a predicar a un
lugar. El barco quedó atascado debido a una gran roca en
el camino. Mientras reflexionaba sobre esto, el Señor le
mostró en una visión cómo el agua aumentaba y, a pesar
de la roca, el barco finalmente pudo avanzar. El Señor
le dijo: “A veces, te dejaré con la roca, pero te daré más
de Mí mismo, de modo que, incluso cuando la roca esté
presente, no te afectará, porque ‘diga el débil: Hay más de
Cristo en mi vida’”. Mientras esperamos la bendición de
la sanidad y creemos que Dios es grande y bueno, Él nos
otorgará un mayor grado de Cristo para que la enferme-
dad no obstaculice lo que Él nos ha prometido.
Joni Eareckson Tada está cuadripléjica. A pesar de que
esta mujer no ha experimentado la sanidad física, ha pre-
dicado el Evangelio alrededor del mundo. Joni está en
una silla de ruedas y, utilizando su boca, pinta y ha es-
crito libros que han bendecido a millones de personas. El
agua de Cristo ha crecido tanto en la vida de esta mujer

10 0
Ser guiados cada día

que todas las enfermedades no lograron detenerla. Este


testimonio nos muestra adónde el Señor quiere llevarnos.
Ella es la repuesta de tener un cuerpo espiritual.
Nuestro cuerpo tiene que ser un cuerpo espiritual; un
cuerpo que se llena de Cristo de tal manera que pueda
funcionar en cualquier situación. Ya sea en la salud o en
la enfermedad, todo lo podemos en Cristo que nos forta-
lece. Sin importar las circunstancias que afecten nuestro
cuerpo, el agua ha crecido y el poder de Cristo en noso-
tros trasciende cualquier limitación física.
El Señor vivifica tu cuerpo y ahora pasas a otro nivel.
Ahora caminas todo el día en el Señor, te abres a Él cada
mañana y disfrutas de Cristo. ¿Y qué hace el Señor cuan-
do disfrutas de Él a diario? Te va guiando a lo largo del
día. Te dice: “entra ahí”, “habla esto”, “retírate ahora”. De
esta manera, Él te va guiando. Pero no podremos serlo en
lo específico si primero no disfrutamos del Señor en el
andar general. Cuando lo experimentas en lo cotidiano,
el Señor te dará Su guía. Y esa guía saldrá espontánea-
mente. De pronto, te encontrarás sabiendo qué orar, qué
decir, qué carga soltar, dónde ir, dónde no ir, porque Él ha
prometido guiar a los que andamos en el Espíritu, a los
que caminamos a lo largo del día disfrutándolo. Ahora
bien, ¿cómo sabemos si esa guía es de Dios o es nuestra?
¿Cómo podemos saber si es Dios quien nos está guiando?
El Señor nos dejó un termómetro, un sentir interno que
Pablo explica en el siguiente versículo:

Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocupar-


se del Espíritu es vida y paz.
—Romanos 8:6

101
Ser guiados cada día

El apóstol afirma que ocuparse de la carne, de lo natural,


del Yo, del cuerpo, es muerte; pero, ocuparse del Espíritu,
de Cristo, es vida y paz. Observa el siguiente gráfico:

Cada uno de nosotros tiene un termómetro interno que


nos indica si, al hacer algo, estamos tocando la muerte o
la vida y la paz. Si mientras realizas una tarea te sientes
aburrido, débil, ansioso, vacío o si ves que estás analizan-
do la situación, entonces estás tocando la muerte, aunque
lo que estés haciendo sea servir al Señor. Cualquier cosa
que hagas en tus fuerzas humanas, trae muerte, porque
estás en la carne. Por ejemplo, si estás hablando con al-
guien y piensas: “No sé para qué dije eso” o tienes un
sentir de vacío, es porque estás hablando en lo natural.
En ese caso, ve a Cristo rápidamente y declara: “Señor, te
amo. Eres hermoso”. Así, tocarás la vida y te sentirás vi-
vificado, misterioso, ameno, fuerte y liberado, tranquilo y
fresco, satisfecho y descansado. Si estás adorando y nada
ocurre, dile a Dios: “Señor, estoy en la carne, lo dejo en la
Cruz. Te amo, Padre, te disfruto”. Cuando tocas a Cristo,
siempre vas a tener vida y paz. Si mañana en tu trabajo
tus compañeros empiezan a criticarte y tocas la muerte,

102
Ser guiados cada día

ve al Señor y exprésale: “Padre, te amo. Eres grande, her-


moso, maravilloso”. De este modo, la vida habrá aumen-
tado tanto que vencerá a la muerte, porque ni siquiera
la muerte podrá separarte del amor del Señor en Cristo
Jesús.
Hay personas con las que hablamos y tocamos la muerte,
pero hay personas con las que dialogamos y tocamos la
vida. Te comparten una palabra, un testimonio, y automá-
ticamente percibes la vida, porque el cuerpo, cuando es
vivificado, se vuelve transparente. La luz de Cristo irra-
dia desde el interior de esas personas, y te das cuenta de
que estás con alguien especial. Recuerdo una experiencia
en la que fui a visitar a un hermano, un misionero inglés
de más de noventa años, que estaba internado. Cuando
entré en su habitación, lo encontré escribiendo y leyendo
La Palabra. A pesar de su enfermedad, estaba completa-
mente inmerso en las cosas del Señor. Había una luz que
emanaba de él. Comenzamos a hablar y la luz me envol-
vió por completo. Era un hombre transparente. ¿Por qué?
Porque había aprendido a morir a sí mismo y a decirle:
“Señor, mi cuerpo es Tuyo”, permitiéndole a Cristo que
lo llenara de más vida, más luz y más victoria. Es por
eso que, cuando visitamos ciertos lugares o nos relacio-
namos con ciertas personas, la gente siente que hay algo
diferente en nosotros y nos pregunta: “Hay algo lindo y
misterioso en ti, ¿qué tienes?”. Es entonces cuando pode-
mos exclamar: “¡Gracias, Señor! ¡Estás creciendo en mí!”.
Es importante que aprendamos a chequearnos a nosotros
mismos. De acuerdo a mi experiencia, el hambre es una
clara señal para saber si estamos o no estamos en Cristo.
Si al leer La Palabra no experimentas nada, si no tienes

103
Ser guiados cada día

hambre por el Señor, entonces, estás tocando muerte. Por


el contrario, si anhelas más de Él, si deseas conocerlo más,
si quieres buscar cada vez más de Él, incluso en medio de
tus ocupaciones diarias, eso significa que estás creciendo
en la vida.
Permite que Su gracia te sostenga en medio de la enfer-
medad. Busca al Señor ya sea que estés con problemas
o sin problemas, sano o enfermo. Las circunstancias no
importan, porque “aunque Él me matare, en Él esperaré” (Job
13:15). De esta manera, tu cuerpo estará espiritualizado,
vivificado.
David experimentó la vivificación de su cuerpo y decla-
ró: “Hiciste mis pies como de ciervas” y “me has reju-
venecido en la vejez”. Andrew Murray, por su parte, en
uno de sus libros, contó que, cuando estaba muy enfer-
mo de la garganta, el Señor le indicó: “Deja de orar por
sanidad y búscame a Mí”. Dos años después de eso, fue
sanado de golpe. “En esos dos años el Señor me enseñó
a enfocarme en Él”, escribió luego. Eso es lo que hicie-
ron Abraham y Sara cuando Dios les anunció que iban a
tener un hijo: ellos no prestaron atención a sus cuerpos
envejecidos, sino a la palabra que habían recibido. ¡Eso es
lo que ocurre cuando Cristo aumenta en nosotros y nos
lleva a otro nivel!
Murray escribió una invocación hermosa: “Cedo mi cuer-
po a Tu cuidado. Mi vaso está dedicado a Ti”. ¡Haz tuyas
estas palabras y exprésaselas al Señor! Nuestro cuerpo no
es nuestro, nuestra mente tampoco, los cedemos a Cristo,
Él es nuestro Señor y vivificará nuestro cuerpo, lo llenará
de Su vida.

10 4
Ser guiados cada día

Pablo escribió: “Así que, hermanos, os ruego por las miseri-


cordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio
vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional […]
para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agra-
dable y perfecta” (Romanos 12:1-2). Nuestro cuerpo es para
el Señor. Cuando estábamos en el mundo, el cuerpo hacía
lo que quería, pero ahora fue comprado, le pertenece a Él.
Nuestra sexualidad es de Él, nuestras fuerzas son de Él,
nuestros pies son de Él, nuestras manos son de Él, nues-
tros tiempos aquí en la Tierra son de Él y, sean muchos o
pocos, tenemos que decirle: “Señor, soy un vaso entrega-
do a Ti, separado por Ti. Vivifícame, lléname de la vida
divina, de fuerzas, afirma mis pies y mis brazos para la
batalla”. El Rey gobierna cada centímetro de nuestro cuer-
po. Y, aunque no podamos verlo, el Señor está obrando.

105
Capítulo 8

Luz interior

En el monte y en el valle: Cristo


La personalidad de Cristo no tenía forma, porque Él de-
pendía del Padre. Jesús hablaba y hacía lo que el Padre le
indicaba que dijera o hiciera. Es decir, la personalidad de
Cristo estaba movida por la vida, no por una manera de
ser. Cuando lo querían hacer rey, el Padre le indicó que
huyera de ahí, y Jesús se fue. En otro momento, el Padre
le dijo que se escondiera para que no lo viera nadie, y Él
se escondió. Luego, apareció una mujer con una hija en-
demoniada y el Padre le habló así: “Ahora sal y sana a la
hija de esa mujer”. Así, Jesús era constantemente guiado
por la vida y la paz divina, y en todo lo que hacía le iba
bien.
Cristo podía estar con gente agresiva, depresiva o con
problemas mentales. Nada de lo que sucedía externa-
mente podía dominarlo. Esa personalidad es la riqueza
que Cristo aumentará en nosotros para que no haya nada
externo que nos pueda limitar. Pero para eso, todo lo
nuestro debe ir al Altar. En Romanos, Pablo explica que no

106
Luz interior

solo los pensamientos, las emociones y los hábitos deben


ser entregados para su muerte, sino también los deseos
del cuerpo (manos, ojos, oídos, pies, sexualidad). Nuestro
cuerpo debe ser un vaso vacío de deseo para que el Señor
lo llene, lo vivifique con la vida de Cristo.
Ahora bien, ¿por qué a veces los problemas nos vencen?
Porque tenemos poco Cristo. Cada vez que una situa-
ción nos subyuga, es porque tenemos una escasez de las
riquezas de Cristo. Si algo que nos dijeron nos lastimó,
si una noticia nos desanimó, si una dificultad económi-
ca nos desesperó, es porque tenemos pocas riquezas de
Cristo, porque a Cristo nada ni nadie lo venció jamás. Ese
mismo Cristo vive en nosotros y quiere expresar Su per-
sonalidad a través de nosotros. Entonces, si un problema
nos hunde, es solo porque tenemos poco Cristo.
Tenemos un Cristo rico, maravilloso, poderoso. Un Cristo
que ni la muerte ni la tumba pudieron retener. Él ven-
ció al hombre, al mundo, a las ordenanzas. Los Cielos, la
Tierra y todo lo que hay debajo de la Tierra le fue dado.
Fue coronado en gloria y en honor, y ahora es Señor, Rey,
Soberano. Un día toda rodilla se doblará y toda lengua
confesará que Él es el Señor. Y ese Rey vive en nosotros
y tiene que aumentar en nosotros, porque Sus riquezas
son inescrutables, no se alcanzan a comprender, no tie-
nen una lógica.
Si hay Altar, Cristo se nos añade y aumenta, de manera
que seremos más que vencedores, y ni la muerte, ni la
vida, ni lo alto, ni lo bajo, ni lo presente, ni lo porvenir, ni
ninguna cosa creada, ni principado, ni potestad, nos po-
drán separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús. Pa-
blo expresó: “Me apedrearon, naufragué, padecí hambre,

107
Luz interior

me dieron latigazos, fui encarcelado, estuve enfermo, fui


pobre, pero todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. ¡El
apóstol tenía un gran aumento de las riquezas ilimitadas
de Cristo!
Las riquezas de Cristo sirven para todas las circunstan-
cias. Observemos los siguientes versículos:

Deuteronomio 8:7: “Porque Jehová tu Dios te introduce en la


buena tierra, tierra de arroyos de aguas, de fuentes y de manan-
tiales que brotan en valles y montes […]”.
El Señor te va a llevar a una buena tierra (la buena tie-
rra es Cristo), a un lugar lleno de arroyos, fuentes y ma-
nantiales que brotan cuando estás bien (en la montaña) y
también cuando estás mal (en el valle). Cristo aumentará
y serás más que vencedor en toda circunstancia, porque
las riquezas de Cristo funcionan en los montes y en los
valles. Veamos cómo explica esto el apóstol Pablo:
[…] por honra y por deshonra, por mala fama y por buena
fama; como engañadores, pero veraces; como descono-
cidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he
aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como
entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas
enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas
poseyéndolo todo.
—2 Corintios 6:8-10

Cristo está en el monte y también en el valle. Cristo está


ya sea que nos ignoren o seamos bien conocidos, nos vean
moribundos o con vida, entristecidos o felices, pobres o
ricos, porque todo lo podemos en Cristo que nos fortale-
ce. Tú y yo tenemos un Cristo que funciona en los montes

108
Luz interior

y en los valles, por eso, tenemos que ir al Altar y decirle:


“Señor, necesito Tus riquezas. Quiero que aumentes en
mí”.

Riquezas automáticas
Pero volvamos al pasaje de Deuteronomio:
Porque Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra,
tierra de arroyos de aguas, de fuentes y de manan-
tiales que brotan en valles y montes; tierra de trigo y
cebada, y de vides, e higueras y granados; tierra de olivos,
de aceite y de miel […].
—Deuteronomio 8:7-8

El agua de manantial está debajo del pozo y lo llena. Se


trata de un agua que está escondida, que nadie ve. Hay
un agua que te nutrirá en la intimidad. El manantial de
las riquezas de Cristo te va a llenar y serás un pozo de
agua del que otros también puedan beber. La gente bebe-
rá de lo que Dios te ha dado. Y cuando ese pozo desborda,
termina creando un arroyo con un fluir del Señor cons-
tante del que muchísimas personas van a beber. Es decir,
el Señor funciona cuando estamos solos, cuando estamos
con gente y también para bendecir a toda persona que se
nos acerque y anhele más de Cristo. ¡Ese es el Cristo que
vive en nosotros!
El pasaje también habla de que Cristo es tierra de trigo
y cebada, de vides, de higueras y granados, de olivos, de
aceite y de miel. Trigo, cebada, vides, higueras, granados,
olivos, aceite, miel... las riquezas de Cristo son inconta-
bles e ilimitadas. ¡Hay tantas riquezas que tienen que

109
Luz interior

aumentar en nosotros, que no hemos probado, que no


hemos experimentado! Tenemos que saber que tenemos
un Cristo grande, maravilloso y poderoso, y que Él va
a forjarse en nosotros si lo buscamos para hacernos vic-
toriosos en el monte y en el valle. A veces será como un
manantial que nos alimenta cuando nadie está viendo; a
veces nos llena y nos transforma en un pozo para que de-
mos de beber a otros; y a veces desborda y fluye como un
arroyo tan largo y tan grande que de todos lados llegan a
beber de Él. Por eso, nuestro anhelo debe ser que el Señor
nos dé más de Cristo y, para eso, necesitamos el Altar.
Veamos lo que dice David…
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libra-
ré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.
Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la
angustia; lo libraré y le glorificaré. Lo saciaré de larga
vida, y le mostraré mi salvación.
—Salmo 91:14-16

Este pasaje menciona ocho riquezas que se sueltan de


manera automática, espontánea y simultánea:

110
Luz interior

El Señor te dice: “Te libraré, te pondré en alto, te respon-


deré, estaré contigo en la angustia, te libraré, te glorifica-
ré, te saciaré, te mostraré Mi salvación”. ¡El Señor quiere
que experimentemos!
El pasaje dice: “Por cuanto en mí ha puesto su amor…”.
Esto significa que, no debe haber nada entre tu amor al
Señor y entre el amor del Señor hacia ti. Ni tus hijos, ni
tus padres, ni tu pareja, ni tu trabajo. No debe haber nada
entre tu amor al Señor y entre el amor del Señor hacia ti.
¿Por qué? Porque si pones tu amor en Él y le dices: “Señor,
no tengo amor para darte, muero a lo mío”, Él te da Su
amor para que tú lo ames a Él. De este modo, Él te da las
fuerzas para esforzarte, Él te da la inteligencia para tomar
buenas decisiones. Tu parte es morir a lo tuyo y decirle:
“Señor, no tengo nada, no soy nada, no sé nada”, y enton-
ces Cristo te da de Su amor para que lo pongas en Él.
Y continúa… “Lo libraré, lo pondré en alto, le responderé,
estaré con él en la angustia, lo libraré, le glorificaré, lo
saciaré y le mostraré Mi salvación”, ¡ocho riquezas juntas!
Tenemos un Cristo rico, pero hemos vivido un Evange-
lio pobre, con un Cristo apenas un poquito más grande
que nosotros, pero eso se está muriendo en el nombre de
Jesús.
Pablo escribió: “Estoy orando para que vuestros ojos sean
abiertos y vean las riquezas inescrutables que Cristo puso
a disposición de todo aquel que muere”. ¿Dónde crece el
árbol de la vida? En la tumba, allí donde la semilla cae y
muere. Nuestra vida se levanta sobre el Altar. Gracias al
Altar hay vida de Cristo, porque implica morir a lo nues-
tro para que se nos añada a Cristo. Y cuantas más rique-
zas de Cristo se nos añaden, más tomamos conciencia de

111
Luz interior

que debemos seguir muriendo. ¡Tenemos que empezar a


ver en nuestra vida las ocho riquezas automáticas de sa-
nidad, de prosperidad, de liberación, de gloria, de victo-
ria, de restauración, de lo que el Señor nos quiera soltar!

Riquezas espontáneas
A veces las riquezas salen de manera natural. ¿Qué quiere
decir “de manera natural”? Recordemos el relato bíblico.
Cristo llegó con dos ángeles para hablar con Abraham.
La Palabra afirma que Abraham era “amigo de Dios”. El
Señor no fue como Dios, porque Abraham habría muerto,
sino que fue como un amigo. Muchas veces las riquezas
de Él salen de manera natural, normal. Parece que no está
Cristo, pero sí está. Cuando Abraham vio a Jesús, pensó:
“Qué raro… A esta hora, con 50 grados de temperatura,
nadie viene a visitarme…” y le dijo a Sara: “Querida, trae
agua para que estos hombres se laven los pies y prepara
algo para comer”. Estuvieron juntos comiendo y conver-
sando, y nada anormal o sobrenatural ocurrió. De pronto,
de manera natural, el Señor dijo: “Abraham, vas a tener
un hijo”. El patriarca tenía cien años, ¡eso sí que era un
milagro! Vamos a estar conversando con nuestros com-
pañeros de trabajo y, súbitamente, el Señor nos dará una
palabra para que soltemos de manera natural, pero que
tendrá escondido un milagro extraordinario.
Un día el Señor le dijo a un hombre llamado Manoa: “Vas
a tener un hijo. Él será un libertador de la nación”. Ese
niño fue Sansón. Las riquezas de Cristo saldrán de noso-
tros de manera natural, normal, sin necesidad de música
de fondo, porque Cristo crecerá tanto que vamos a estar
charlando con alguien y le diremos: “Viene sanidad en

112
Luz interior

el nombre de Jesús”, por ejemplo, y al instante el milagro


llegará. ¡Aleluya!
Josué estaba avanzando hacia Jericó cuando se encontró
con un hombre armado. Al verlo, le preguntó: “¿Eres uno
de los nuestros o del enemigo?”. El hombre respondió:
“No, soy el príncipe de Israel”. En otras palabras, estaba
indicando que, donde hay un príncipe, hay un ejército. Jo-
sué entendió de inmediato que el ejército de Dios estaba
listo para la batalla.
Un día, un campesino vestido como un simple pastor
conquistó el corazón de una joven. Ella se enamoró pro-
fundamente y expresó su amor con las palabras: “Si Él
me besara con besos de su boca, porque mejores son tus
amores que el vino”. El pastor parecía ser una persona
común. Sin embargo, un día, la mujer vio que se acerca-
ba un carruaje real acompañado de un ejército. Desde
el carruaje, el rey la llamó: “¡Amada mía!”. Sorprenden-
temente, el aparente pastor resultó ser el gran rey. Las
riquezas de Cristo no necesariamente se manifiestan de
manera espectacular.
En algunas ocasiones, las riquezas de Cristo se mani-
fiestan de manera multiplicada. Por ejemplo, Dios puede
otorgarnos paz, pero esta paz puede ser tan abundante
y amplia que llega a cubrirnos por completo, fortalecién-
donos y haciéndonos sólidos como Cristo. Nuestra tarea
es morir a nosotros para que Cristo pueda crecer. Si mo-
rimos, las riquezas de Cristo se harán evidentes en nues-
tras vidas y serán palpables. ¿Significa esto que nuestros
problemas desaparecerán por completo? No necesaria-
mente, pero ya no nos afectarán y podremos decir con
confianza: “No importa si estoy en el monte o en el valle,

113
Luz interior

si me encuentro en momentos de abundancia o en medio


de dificultades, porque todo lo puedo en Cristo que me
da Su fuerza para enfrentarlo todo. Tengo agua para mí,
tengo agua para otro y tengo agua de arroyo para todo el
mundo”.
Si estamos en Él, Él nos guía. Gálatas nos enseña que de-
bemos andar en Cristo, teniendo una relación de intimi-
dad con Él todos los días. Lo que necesitamos es que Cris-
to nos dé Sus fuerzas, Sus ideas, Su sabiduría, Sus contac-
tos. Si disfrutamos del Señor a lo largo de cada jornada,
Él nos guiará en lo grande y en lo pequeño, en lo general
y en lo específico, dándonos la palabra y las riquezas que
salen espontáneamente, sin que nos demos cuenta.

Andar en Cristo
Entonces, ¿cómo podemos andar en Cristo? Veamos:
Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he es-
perado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a
la mañana, más que los vigilantes a la mañana.
—Salmo 130:5-6

En este pasaje, David dice: “Esperé yo a Jehová”. Esperar


al Señor: este es un secreto simple y poderoso. David no
se fue a la batalla, él esperó. Espera, no te apresures a
escribir, ni a hablar, ni a responder, ni a decidir, ni a con-
cluir: “es muy difícil” o “no voy a poder”. Nuestra oración
debe ser: “Señor, soy pobre en mi espíritu, quiero morir
para recibir Tu abundancia”.
David esperó a Jehová, le dijo “no” al alma y también al
cuerpo, ya que a este tampoco le gusta esperar. Y esperó

114
Luz interior

en Su palabra, es decir, que le diera una carga. David sa-


bía que el Señor le iba a hablar. Jesús dijo: “Mis ovejas
oyen Mi voz y me siguen”, es decir, la voz siempre está
hablando, pero muchas veces somos nosotros quienes no
sabemos esperar.
El alma de David esperó a Jehová, esperó en Su palabra,
y lo expresó de la siguiente manera: “Mi alma espera a Je-
hová más que los centinelas a la mañana, más que los vigilantes
a la mañana”. El centinela y el vigilante trabajaban en la
torre. Los que debían velar y, durante el turno de la no-
che, esperaban ansiosos, deseosos, con anhelo, el horario
para ir a dormir. Con ese mismo deseo, debemos esperar
al Señor. David oraba: “Padre, quiero Tus riquezas. Estoy
esperando más de Ti. Es de noche, no veo nada, pero algo
va a venir, porque donde viene la noche, también viene la
mañana. El sol saldrá nuevamente, algo se me va a aña-
dir, me va a ir bien, yo espero en Ti”. Pero muchas veces
nosotros decimos: “Ay, ¡ojalá que Dios haga algo! Pero
bueno, hay que esperar, hay que armarse de paciencia…
¡Todo en la vida no se puede!”. Necesitas saber que eso no
es espera, sino resignación. Espera con anhelo y ansias
en el Señor, porque tenemos un Cristo que es más que
vencedor, es el Rey de gloria.
Todo se resume en experimentar al Señor. La experiencia
es la luz interior, la revelación. Dios te da la palabra, te
enseña algo, la aplicas, y tienes la experiencia. Sin embar-
go, a veces Dios te lleva por el proceso inverso: primero
te da la experiencia y después te lo enseña. Cuando Je-
sús reprendió a la tormenta, le dijo: “¡Calla y enmudece!”,
y después les dio la enseñanza a los discípulos: “Hom-
bres de poca fe, no saben dar la orden. ¡Ustedes mismos

115
Luz interior

tendrían que haber calmado la tormenta!”. Lo cierto es


que los creyentes que crecen en la vida de Cristo son
aquellos que, cuando Dios les da una palabra, la aplican,
la experimentan; y, cuando Dios les da una experiencia,
le piden: “Señor, enséñame, porque quiero aprender de
esta experiencia”.
Watchman Nee dijo: “Si quieres saber si alguien tiene un
aumento de Cristo, pídele que ore. Y si quieres que un
almático haga silencio, pídele que te cuente un testimo-
nio”. Vienen días en los que vamos a poder hablar, en que
las palabras de nuestra boca y la meditación de nuestro
corazón serán todas en honor a Dios. El Señor va a poner
una canción en nuestra boca de tantas riquezas de Él que,
cuando salgan de manera espontánea, Cristo brillará a
través de nosotros y se llevará la gloria y la honra.
Cuando María Magdalena fue a la tumba de Jesús, vio
que la piedra había sido removida. Cristo resucitado esta-
ba allí, pero ella, aunque lo vio, no lo reconoció y le pre-
guntó: “¿Dónde está el Señor?”. Recién cuando Jesús le
dio la palabra y le dijo: “María”, ella supo que se trataba
de Jesús. Esa es la experiencia interna, así se experimenta
a Cristo en el espíritu. Jesús no le dijo: “Soy yo, he resuci-
tado”, solo le dijo: “María”. No se trata de un conocimien-
to del alma, sino de una experiencia interna con Él.
Cristo caminó conversando con los dos de Emaús. “El bar-
co de Noé era el Mesías; la ofrenda de Abel era el Mesías;
la vara de Moisés era el Mesías”, les decía, y el corazón de
los dos hombres ardía. Estaban entusiasmados, pero to-
davía no habían tenido una experiencia interna. Cuando
llegaron, le pidieron a Jesús que se quedara a comer con
ellos. El Señor tomó el pan y, cuando lo partió, a los dos

116
Luz interior

hombres se les cayeron las vendas y lo vieron. Esta es la


razón por la que Pablo oró para que Dios nos abra los ojos
del espíritu y tengamos una experiencia personal con el
Señor. Si no está la experiencia, tendremos un Cristo de
conocimiento del alma, y eso no añade ninguna riqueza.
Apenas terminó de partir el pan, Cristo desapareció y los
dos hombres salieron corriendo hacia Jerusalén para con-
tarles a los discípulos que verdaderamente Jesús había
resucitado.

Cuando hay una experiencia con el Señor, siempre hay au-


mento, hay hambre, hay Cristo-pasión.

Siete de los discípulos habían ido a pescar. Entre otros,


estaba Tomás, el que había puesto los dedos en el costado
de Jesús; Juan, el que siempre se acostaba en el pecho del
Señor; y Pedro y Jacobo, que habían visto a Cristo en el
monte de la Transfiguración. Jesús se presentó en la playa
y les gritó: “¿Pescaron algo?”. La respuesta fue negativa.
“¡Tiren las redes a la derecha de la barca!”, les indicó. Los
discípulos obedecieron y las redes se llenaron de peces.
Al ver eso, Pedro exclamó: “¡Es el Señor!” y se arrojó al
agua y nadó hasta la orilla mientras los otros discípulos
se acercaron con la barca. Jesús, que ya tenía listo un pes-
cado, les dio para que comieran. Observa cómo continúa
el relato en el evangelio de Juan:
Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos
se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que
era el Señor.
—Juan 21:12

117
Luz interior

Internamente, los discípulos sabían que era Cristo, pero


por fuera, no lo entendían. ¿Te pasó alguna vez que, aun-
que por fuera todo estaba mal, por dentro dijiste: “Cristo
está acá. Yo sé que Él está”? Eso es la experiencia, no en-
tender qué es lo que está pasando, pero tener la certeza
de que Él vive en mí, que no me va a dejar, que Él está
y da testimonio con mi espíritu de que soy hijo de Dios
porque lo he estado esperando.
Ahora hay un manantial que empieza a correr debajo
de nuestros pies. Hay un agua que llena nuestra fuen-
te, nuestra vasija. Hay un arroyo para la familia, para el
equipo, para los amigos y para los desconocidos. Tanto
en el monte como en el valle hay una victoria. Hay amor
multiplicado, paz multiplicada, gracia multiplicada y
ocho victorias que vienen simultáneas.
Tenemos que darles la orden a nuestras emociones, a
nuestra tristeza, a nuestro cansancio, a nuestra indiferen-
cia, de que adoren al Señor. Soltemos autoridad, porque es
Cristo quien gobierna. Antes de ser salvos, nuestra alma
era el amo; pero, como recibimos a Cristo, el alma ahora
es el esclavo y Cristo, desde nuestro espíritu, es quien go-
bierna. Ya no somos del alma, ahora somos del espíritu,
y desde allí damos la orden de que nuestro vaso es de
honra para el Señor.

118
Capítulo 9

Una carta viva

Cristo es la Tierra
El Cristo que tenemos en el espíritu es un Cristo rico,
maravilloso, poderoso y hermosamente glorioso. Ahora
bien, si así es el Cristo que vive en nuestro espíritu, ¿por
qué tenemos tantos problemas?, ¿por qué todavía esta-
mos luchando con la inconstancia, con la tristeza, con las
peleas en la pareja, con los problemas en el trabajo? Por-
que tenemos escasez de Cristo. Sin embargo, que Cristo
aumente no significa que no vamos a tener problemas,
sino que los vamos a vencer por el Cristo aumentado que
vive en nosotros. Entonces, si un problema nos derriba,
es por el poco Cristo que tenemos; por eso, es importante
aceptar esto y decirle: “Señor, te necesito. Yo creo que ten-
go mucho de Ti, pero la realidad me muestra que tengo
muy poco. ¡Quiero más de Tus riquezas!”.
Las riquezas están mencionadas en los sesenta y seis li-
bros de La Biblia. En cada página hay riquezas de Cris-
to escondidas. Siempre pensé que Dios sacó a Israel de
Egipto para llevarlo a la Tierra Prometida con el objetivo

119
Una carta viva

de que trabajaran y vivieran bien. Sin embargo, cuando


leemos sobre la Tierra Prometida, vemos que La Escritura
da una descripción sumamente detallada de la misma.
¿Para qué especifica las plantas, los árboles, los pájaros
que vivían allí? ¿Acaso eso es relevante? Lo es, porque la
Tierra Prometida es Cristo, y todo lo que hay allí son las
riquezas de Cristo que están especificadas en símbolos.
A continuación te comparto, a modo de ejemplo, una pe-
queña lista con algunas riquezas:

Cristo es la Tierra y, en esa Tierra, hay trigo. El trigo es


una riqueza, es Cristo-multiplicación: multiplicación fi-
nanciera, multiplicación de salud, multiplicación de ale-
gría, multiplicación de fuerza. La cebada es Cristo-primi-
cias. Las vides son Cristo-alegría, el gozo del Señor que
permanece a pesar de todo lo que te sucede. La higuera es
Cristo-satisfacción. Las granadas son Cristo-abundancia
y Cristo-belleza. El olivo es Cristo-frescura. La leche y la
miel son Cristo-bondad y Cristo-dulzura. Las piedras son
Cristo-solidez. ¿Te gustaría ser como una piedra, como un
diamante sólido o como una montaña que, cuando vie-
nen las tormentas, se mantiene firme en Cristo? El hierro

120
Una carta viva

y el cobre son metales que se utilizaban para las armas


de guerra. Estoy seguro de que te complacería que Cristo
guerra se levante y batalle contra la enfermedad, las deu-
das, las adicciones, la depresión, la vejez. ¡Qué poco de
las incontables riquezas de Cristo hemos experimentado!
Me crié en una iglesia donde hablar de “experiencia” era
pecado. Nos decían que debíamos ir a La Palabra, morir y
nada más. Pero, si vamos a La Palabra y no la experimen-
tamos, lo único que tenemos es un cúmulo de frases, un
discurso celestial vacío, sin experiencia. Quizás decimos:
“Cristo es mi alegría”, pero no tenemos un testimonio
para compartir de cómo Cristo se manifestó en nuestra
vida de esa manera. Entonces, lo que Dios está dicien-
do en este pasaje es: “Yo les di el nombre, ellos sabían
que Yo era Jehová, pero nunca me habían experimenta-
do en esa riqueza”. Es por eso que necesitamos pedirle
al Señor: “Padre, quiero tener una experiencia con cada
riqueza. Quiero ser como el hijo pródigo y experimen-
tar el Cristo-anillo, el Cristo-calzado, el Cristo-vestido, el
Cristo-fiesta. Quiero experimentar y fortalecerme con las
riquezas de Cristo”.
En la antigüedad, el Señor venía sobre las personas como
poder: bajaba y luego se iba. Luego llegó el período del
Evangelio. Al respecto, hay personas que dicen: “¡Cómo
me gustaría haber estado en la época de Jesús, haber ca-
minado con Él!”. Sin embargo, a mí no. Jesús estaba al
lado de ellos, pero después se iba y ya no lo veían. Noso-
tros somos privilegiados, porque ya Cristo no viene y se
va, ni lo tenemos al lado, ¡lo tenemos viviendo dentro de
nosotros las veinticuatro horas del día, los siete días de
la semana! Nosotros podemos ir a Él, tocarlo, gustarlo,

121
Una carta viva

disfrutarlo, experimentarlo, cuando queramos, las veces


que queramos. La Palabra afirma: “No se dormirá el que
te guarda”, y el salmista expresa: “De madrugada te bus-
caré”. De día y de noche, en las buenas y en las malas,
¡todo lo podemos en Cristo! Somos los más privilegiados
de toda la historia, porque el Señor no viene y se va, aho-
ra vive dentro de nosotros. Además, mientras en el An-
tiguo Testamento debían obedecer para tener Su poder,
nosotros solo debemos morir a lo nuestro para que Cristo
se exprese.

Cristo es el contenido
Veamos lo que dice el apóstol Pablo con respecto a este
tema en 2 Corintios 3:2-3: “Nuestras cartas sois vosotros, es-
critas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los
hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida
por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios
vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”.
Somos una carta viva de Cristo, una carta que se está es-
cribiendo. Cada renglón es una experiencia con una ri-
queza de Cristo. Cada vez que lo experimentamos, Cris-
to nos escribe. Por eso, si no tienes experiencias con Él,
eres una carta en blanco, y si tuviste dos experiencias, la
carta se lee en segundos: “Cristo maravilloso. El Señor
me sanó”, por ejemplo, y eso es todo. Sin embargo, si le
decimos: “Señor, quiero verte, tocarte cada día”, la carta
se escribe, se escribe, se escribe y se escribe, hasta con-
vertirse en uno, dos, tres, diez tomos enormes como de
enciclopedia.

122
Una carta viva

Seremos tomos de cartas vivientes con las


experiencias que tenemos en el Señor.

Cada experiencia que tienes con Él es un renglón que Él


escribe, y no te escribe con tinta común, sino con tinta
celestial, porque es el Espíritu Santo quien escribe. Ahora
bien, ¿qué es lo que escribe?, ¿cuál es el contenido de la
carta? El contenido es Cristo.

El único tema que se desarrolla es Cristo, y cada


renglón es una experiencia.

Esta es la razón por la que afirmo que me crié equivoca-


damente, ya que me enseñaron que las experiencias eran
malas. Yo era como una hoja vacía. Pero ahora sé que
tenemos que experimentar al Señor, tener experiencias
personales con Él y con Sus riquezas. Esas experiencias,
asegura Pablo, no pueden esconderse. Las leerán tus hi-
jos, en tu trabajo, tus amigos y aun tus enemigos. No hay
manera de que no se lean, porque están escritas con tinta
divina, con la tinta de la sangre de Cristo.
Pablo escribió catorce cartas. El apóstol tenía tanto de
Cristo en él que, cuando leemos sus cartas, lo que real-
mente estamos viendo es a Cristo. Pablo dice: “Gozaos en
el Señor, otra vez os digo, gozaos”, y es Cristo quien está ha-
blando a través de él. Pablo estaba lleno de Cristo, y sus
cartas y experiencias son tan gloriosas que Dios las ha in-
cluido como palabra divina. Y hoy nosotros nos nutrimos
de esas palabras y experiencias del apóstol.

123
Una carta viva

Entonces, no se trata solo de escuchar enseñanzas, sino


de experimentar a Cristo. Puedes saber muchas cosas,
pero ¿cuánto has experimentado de todo eso? Puedes te-
ner conocimiento sobre el Altar, pero ¿puedes compartir
una experiencia personal de esta mañana? ¿Qué has de-
jado en el Altar hoy? No se trata de adquirir conocimien-
to, de servir o de tener dones, sino de tener experiencias
con el Señor. Por eso, Dios te dice: “Me estás pidiendo un
milagro, pero lo que Yo quiero es que tengas una expe-
riencia conmigo, porque cada experiencia es un renglón
que te estoy escribiendo y que podrá leer todo el que se
te acerque”.

Cristo, una experiencia viviente


El Señor no es una enseñanza teórica, sino una experien-
cia viviente que se infunde en tu corazón. Por ejemplo, si
vas a comer a un restaurante, no te interesa que el chef
te explique cómo hizo el plato que pediste, lo único que
deseas es que traigan la comida. Del mismo modo, lo im-
portante es comer a Cristo, no la teoría. No obstante, es
necesario tener en cuenta que a veces la experiencia se
confunde con la emoción. Por ejemplo, tuviste una emo-
ción, pero afirmas: “Fue una experiencia con Cristo”.
Frente a esto, el Señor dice: “¡Vamos a chequearlo!”. Es así
que, por ejemplo, te da una bendición, un auto nuevo o
una casa, supongamos. Estás contento y le dices: “Te amo,
Señor”. Entonces, el Señor chequea si es cierto que tuviste
una experiencia con Él o solamente estabas emocionado
con Él y, para eso, pierdes el auto o la casa. Instantánea-
mente, te deprimes. De esta forma, queda claro que solo
fue una emoción tuya, no una experiencia con Él, porque

124
Una carta viva

todo lo que es de Cristo permanece. Ahora bien, si te que-


das sin esa bendición, y sigues feliz y declaras: “Sí, me
sacaron el auto, pero no al Cristo que vive en mí. ¡Soy
más que vencedor en Cristo!”, entonces sí tuviste una ex-
periencia, porque, en riqueza, en pobreza, en salud y en
enfermedad, todo lo puedes en Cristo.

Cada experiencia con el Señor se escribe en ti.


¡Tienes que ser una carta extensa, con miles de
testimonios y milagros!

Todos somos escritores


Dios nos escribe con la experiencia y nosotros podemos
escribirle al otro. Es decir, yo puedo escribir en tu hoja,
y tú en la mía, hablando. Cuando lo que Cristo escribió
en ti lo compartes, esa experiencia está saliendo bajo la
mano del Espíritu Santo para que el otro también la ten-
ga. Se está repitiendo. “Hablen entre ustedes con salmos,
con himnos, con cánticos”, exhorta Pablo, porque cada
vez que hablamos, estamos escribiendo en las hojas de
nuestros hijos, de nuestra pareja y, aun, de nuestros ene-
migos. Seguramente, muchos no han querido escucharte
y han tachado tu hoja, pero Dios va a escribir una nueva
historia de las riquezas de Cristo.
Cuando hablas, cuando compartes tu testimonio, lo que
Cristo ha hecho en tu vida, estás escribiendo en el otro.
Todos somos escritores. Tal vez no escribas un libro, pero
sí en la vida de otro, con la sangre de Cristo, lo que Él es,
lo que Él hace, lo que has experimentando. De esta mane-
ra, estás dando una enseñanza.

125
Una carta viva

Tú y yo tenemos que escribir lo que hemos vivido.

Primero necesitaremos aprender, pero luego pidámos-


le al Señor experimentar esa enseñanza para, entonces
sí, compartirla. Eso significa escribir en la hoja, muchas
veces en blanco, del otro. En otras oportunidades, el Se-
ñor te dará primero la experiencia. Es posible que no la
entiendas completamente en ese momento, pero luego te
dará una enseñanza que la acompañe.
Cuando Jesús reprendió la tormenta, le ordenó: “¡Calla y
enmudece!”, y después les dio la enseñanza a los discípu-
los: “Hombres de poca fe, no saben dar la orden. ¡Uste-
des mismos tendrían que haber calmado la tormenta!”. El
Señor ya se los había enseñado, pero a los discípulos les
faltaba práctica.
Cristo es lo único que debemos escribir en el otro. Debe-
mos enfocarnos en Él. Observa las siguientes imágenes y
enfócate en Cristo, el León de Judá:

¿Lograste enfocarte solo en Él o miraste el pajarito que es-


taba pasando por arriba del león? Enfócate en Cristo, velo
a Él y dile: “Señor, quiero conocerte, quiero comerte, todo
lo demás son adornos. Yo te amo a Ti”. Cada experiencia
que tienes con Él es como si Él la escribiera en ti. Cuando
abres tu corazón y compartes estas experiencias, Él las
escribe también en los corazones de otros.

126
Una carta viva

No se trata de dar enseñanzas o palabras de aliento, sino


de compartir lo que Él es para ti en lo más profundo de tu
ser. Por ejemplo, yo puedo contarte sobre mi padre, que
solía arreglar zapatos cuando vino de Grecia. En treinta
años, nunca se tomó vacaciones. Esta historia puede traer
lágrimas a tus ojos, pero eso no sirve. Lo importante es
escribir en el corazón, en el espíritu del otro lo que Cristo
significa en tu vida. Esto es lo que realmente importa.

PARTE PRÁCTICA
Cuando salimos a hablar, a escribir en la hoja de otros,
podemos encontrarnos con diferentes tipos de personas:
Gente perdida: La gente perdida es la que habla de todo
menos de Cristo. Hablan de política, del dólar, del clima,
de fútbol; en definitiva, del mundo. ¿Qué es lo que no-
sotros tenemos que hacer? Escribirles a Cristo, llevarles
un diamante de Cristo. Cuando te cuenten una noticia,
puedes decirle, por ejemplo: “Sí, ¡qué impactante lo que
pasó! Pero hay algo que a mí me sorprendió más: Cristo
hizo un milagro impresionante en la vida de mi hijo”, y le
das tu testimonio. De esta manera, le estarás escribiendo
un poquito de Cristo.

Gente distraída: Hay personas que son espirituales, son


buenos creyentes, pero están distraídos. Te preguntan co-
sas como: “¿Qué dice La Biblia sobre los ovnis? ¿Y sobre
la apostasía?”. A ellos, nosotros tenemos que escribirles a
Cristo. ¿Cómo? Contándoles, por ejemplo: “El otro día es-
taba adorando y vino un viento que me envolvió. En ese
mismo instante, yo me levanté de mi tristeza. Ese fue el

127
Una carta viva

fin del problema que tenía”. Así les estaremos escribien-


do algo de Cristo.

Los discutidores: Hay personas a las que les gusta discu-


tir todo. Por ejemplo, ven que llevas una alianza de matri-
monio y te dicen: “¿Por qué usas alianza? ¿Dónde dice La
Biblia que hay que usar alianza?”. Tal vez puedes expli-
carles que es un símbolo, pero con los años he aprendido
que las explicaciones no sirven en absoluto. Nunca discu-
tas con los discutidores, simplemente muéstrales a Cristo.

Los desinteresados: A los desinteresados no les interesa


la riqueza de Cristo, las cosas del Señor. ¿Qué tenemos
que hacer con ellos? Como en los otros casos, tenemos
que mostrarles al Señor. Sin indagar mucho, suéltale al
Señor, enséñale a ir al Altar o a dar la orden, o cuéntale
un testimonio tuyo.
No les prestes atención a las circunstancias, a lo que sien-
tes o piensas, no analices; vuelve rápidamente a Cristo
y dile: “Señor, te amo. Quiero que sigas escribiendo, no
quiero ser una hojita, quiero ser un tomo que la gente
pueda leer. Anhelo Tus riquezas, ¡no me quiero perder
ninguna! Cuando te vea en gloria, disfrutaré sin velos;
mientras tanto, todo lo Tuyo es mío, y quiero acceder a
eso”.

Recordemos el versículo de 2 Corintios:


2 Corintios 3:2: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en
nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres”.

128
Una carta viva

El apóstol Pablo enseña que, cuando escribes en alguien,


es decir, en el mismo momento en que le sueltas algo de
Cristo a una persona, el Señor escribe algo nuevo de Él
en ti. Esto significa que Dios siempre escribe dos libros
al mismo tiempo. En el instante en el que le compartes
algo del Señor a alguien, el Espíritu Santo te añade algo
de Cristo a ti. ¡Son dos cartas, dos ejemplares, que se es-
criben en el mismo momento! “Yo escribí a Cristo en us-
tedes”, dice Pablo, “y mientras estaba escribiendo en uste-
des, Él estaba escribiendo más en mí”.

Cristo tiene que ser un hablar pesado, nuestras


palabras tienen que tener carga, portar gloria.

Cuando los israelitas cruzaron el Jordán, Dios les instru-


yó llevar el Arca del Pacto. El relato menciona que, cuan-
do los sacerdotes que llevaban el Arca pisaron el río Jor-
dán, este se abrió. Cuatro levitas se quedaron sosteniendo
el peso del Arca —la palabra en el original es “massá”—,
la carga, la Presencia de Dios, mientras más de un millón
de judíos cruzaban por el lecho del río abierto. Todos los
que cargamos a Cristo les vamos a abrir camino a los que
vienen detrás: a tus familiares, a tus amigos, a tus com-
pañeros de trabajo, porque en nosotros hay un peso, una
experiencia. Los sacerdotes que llevaban el Arca estuvie-
ron en seco, firmes en medio del Jordán, hasta que todo
el pueblo terminó de cruzar. De la misma manera, Dios
te dará firmeza y seguridad, y dirás: “Yo porto a Cristo,
y hasta que no vea al último ser bendecido, de acá no me
muevo”.

129
Una carta viva

Cada experiencia que el Señor escribe en ti y compartes,


Él la escribe en otro y, al escribir en otro, vuelve a escri-
bir algo nuevo en ti. Así, irás de gloria en gloria. ¡Vuelve
a Cristo, hay muchas riquezas que no viste, pero estás a
punto de empezar a ver!

En 2 Corintios 3, Pablo habla de las cartas, pero para en-


tender las cartas, necesitamos entender lo que dice en el
capítulo anterior:

2 Corintios 2:14: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre


en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta
en todo lugar el olor de su conocimiento”.

A simple vista, podemos afirmar que, de acuerdo a este


pasaje, Dios nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús,
sin embargo, no es eso lo que el apóstol expresa. En este
contexto, la palabra “llevar” significa literalmente “con-
ducir a un cautivo por un desfile”. Lo que Pablo está di-
ciendo aquí es: “Yo era prisionero de Satanás, cautivo del
mundo, pero Cristo me tomó y me hizo cautivo de Él.
Cambié de dueño, pero sigo siendo el mismo prisionero.
Ahora Cristo me hace desfilar delante de todos. No tengo
libertad, no tengo voluntad, no tengo elección, soy un es-
clavo de mi Dueño, quien va adelante”.
Todos nosotros somos esclavos; el triunfo siempre es de
Cristo, quien declara: “Yo vencí, y acá está mi botín: mis
derribados, dominados, subyugados, esclavizados, por-
que Yo soy el Rey de gloria”. Esta es la razón por la que
Pablo decía: “Estaba prisionero de Satanás y ahora soy
cautivo, conquistado, sometido, capturado por Cristo. Él
ahora me está haciendo desfilar por todo el mundo para

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Una carta viva

que vean que soy esclavo del Rey de gloria. Él tiene el


triunfo, porque ha vencido y me ha vencido, soy Suyo”.
Hasta que no seamos derrotados, no vamos a acceder a
las riquezas. Y el problema es que no queremos ser escla-
vos, no queremos ser subyugados, no queremos ser de-
rribados, queremos que Él nos libere de la cautividad. Es
por eso que el Señor nos anuncia: “No te voy a liberar, te
voy a cambiar de dueño y te voy a traer bajo Mi dominio”.
¿Y por qué Pablo escribió esto? Porque un día, cuando iba
hacia Damasco, el Señor lo capturó, lo derribó, lo ilumi-
nó con Su luz, lo eliminó y le añadió a Cristo. Entonces
declaró: “Ya no tengo voluntad, ya no decido nada. Mi
Dueño venció”. Nosotros no peleamos contra Satanás, ni
contra el mundo, ni contra el pecado; nosotros peleamos
contra Cristo, pero, si nos dejamos derrotar por Él, nunca
más pelearemos con nada ni nadie. Mientras luches con-
tra el Señor, como lo hizo Jacob, mientras quieras hacer
lo que te parece, lo que opinas, tu lucha será por mejo-
rarte, contra el mundo, el pecado y Satanás. Eso es, como
aprendimos, Romanos 7. Pero, si en vez de luchar contra el
Señor, te rindes a Él y le dices: “Cristo, has cautivado mi
corazón. Me has enamorado. Me rindo completamente a
Ti, Señor”, Él no te sacará las cadenas, pero te hará escla-
vo Suyo y, si bien tendrás aflicciones, ya no tendrás más
luchas en tu vida, porque ahora eres Suyo, eres el botín
de Cristo.
Déjate vencer por el Señor. Permite que Él conquiste tu
vida y te tome para Él, te arrebate, te subyugue, te ponga
las cadenas de Su amor. Dile: “Soy tuyo, Señor, y Tú eres
mío. Hazme desfilar en este mundo, que todos vean que
ya fui conquistado, que pagaste en la Cruz del Calvario

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Una carta viva

por mí, que me compraste con Tu sangre por amor, que


moriste por mí y, al derramar Tu sangre, me has liberta-
do, me has perdonado, me has bendecido, me has ungido
y me has dado todas Tus riquezas. ¡Aleluya!”.
Dile también al Señor: “Padre, soy una carta, una hoja que
escribes con la tinta de Tu amor derramada en la Cruz”.
Cuando el hijo pródigo decidió regresar a la casa, pensó
en decirle a su padre: “Papá, ya no soy digno de ser lla-
mado tu hijo”; sin embargo, cuando el padre lo vio llegar
por el camino, corrió a su encuentro. Esta es la única vez
que La Biblia relata que Dios corrió. El padre se echó al
cuello del hijo pródigo, lo abrazó, lo besó y no lo dejó
terminar de hablar, porque el muchacho había venido
rendido. Cuando nos rendimos, somos resucitados con
las riquezas de Cristo. Los cautivos somos más ricos, más
bienaventurados, más felices, más victoriosos, porque he-
mos sido vencidos por amor.
En tu libertad, vuélvelo a elegir siempre a Él. No hay otro
a quien queramos ir.
Te pertenecemos, Padre, y nada ni nadie nos puede sepa-
rar de Tu amor. En el nombre de Jesús, amén.

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Una carta viva

Existen miles y miles de libros sobre la persona gloriosa


de Jesús. Muchas de las ideas aquí expuestas han sido
tomadas, nutridas e inspiradas de estos grandes autores
que recomiendo y sigo. Todos ellos han bendecido mi
vida, y hoy quiero compartirlo con todos. Entre algunos
de ellos, menciono a: Watchman Nee, J. P. Lewis, Camp-
bell Morgan, Witness Lee, Madame¡ Guyon, J. Phillips,
A.B. Simpson, J. Piper, Tony Evans, Hudson Taylor, An-
drew Murray y Charles Spurgeon.

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