Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las supersticiones son creencias irracionales según las cuales se considera que
un objeto, acción o circunstancia, sin una relación objetiva con una situación vital
de la persona, puede influir en ella (Damisch et al., 2010).
Implican que un elemento externo a la persona (un objeto, un ritual etc.) se
convierta en determinante para el curso y resultados de los acontecimientos.
Esto se debe a que la superstición se alimenta de la incertidumbre ante
situaciones incontrolables (Vyse, 1997, p.201), en las que la persona presenta
expectativas y experimenta niveles elevados de estrés (Whitson & Galinsky, 2008;
Keinan, 1994).
Los comportamientos y creencias de tipo supersticioso tienden a aparecer en
circunstancias relacionadas con un tema específico, como por ejemplo el estudio,
el trabajo, las relaciones interpersonales, el rendimiento deportivo, etc. (Jahoda,
1969).
¿Qué consecuencias tiene ser supersticioso?
El comportamiento supersticioso sirve para regular la tensión psicológica que
sentimos al querer alcanzar un objetivo, creando un sentimiento de control y
predictibilidad ante situaciones percibidas como caóticas y fuera de
control (Keinan, 2002; Schippers & Van Lange, 2006; Damisch et al., 2010).
Así que, creer en la buena y mala suerte, puede desembocar en conductas como
cruzar los dedos (Vyse, 1997), tocar madera (Keinan, 2002) o usar algún tipo de
amuleto (Wiseman & Watt, 2004).
Dependiendo del alcance y del tipo de creencia, la influencia de una superstición
puede generar desde un comportamiento más leve (como llevar determinada
vestimenta o algún objeto considerado amuleto) hasta comportamientos más
perturbadores (como evitar situaciones), generando alteraciones en las rutinas y
costumbres de la persona. En este sentido, las supersticiones se pueden distinguir
entre positivas y negativas, según sus efectos en los comportamientos de la
persona.
Las supersticiones positivas, como “tocar madera” o “cruzar los dedos”, alimentan
conductas para tener mejor suerte. Generalmente son un reforzador externo de las
acciones individuales y están dirigidas al logro de metas funcionales para la
persona.
Además, creer en la buena suerte puede asociarse a optimismo, esperanza y
confianza, dimensiones personales estrictamente relacionadas con la autoeficacia
(Day & Maltby, 2003; 2005; Darke & Freedman, 1997). Como consecuencia, las
supersticiones positivas permiten experimentar mayor confianza en las propias
capacidades para manejar una situación, influyendo positiva y directamente en el
desempeño de la persona (Feltz et al., 2008; Stajovic & Luthans, 1998).
Es decir que, en las supersticiones positivas, la autoeficacia y confianza en las
propias capacidades puede permitir a la persona convertir este tipo de creencia
irracional en algo beneficioso (Bandura, 1977).
Por otro lado, las supersticiones negativas, como “romper un espejo” o “cruzarse
un gato negro”, suelen relacionarse con resultados negativos y menos
controlables, por lo que pueden reforzar comportamientos de evitación de la mala
suerte y de situaciones que son percibidas como amenazadoras por la persona.
Ante este tipo de creencia irracional, la persona puede justificar que su
comportamiento de evitación se debe a que «no quiere arriesgarse o tentar a la
suerte» a pesar de que, enfrentarse a ella conllevaría un beneficio concreto y
directo, como ocurre en las supersticiones positivas.
¿Por qué se producen las supersticiones?
Cuando las personas se enfrentan a situaciones nuevas e incontrolables, sus
creencias y comportamientos pueden oscilar entre dos extremos: la sensación de
indefensión y la ilusión de control.
La forma en que una persona se posiciona ante la incertidumbre, creyendo en la
buena suerte (Darke y Freedman, 1997), depende de su sensación de poder
controlar las consecuencias de sus acciones (Peltzer 2003; Mundada, 2013), de
su personalidad (Wiseman y Watt, 2004), de sus estrategias de
afrontamiento (Irwin, 1994), de su sentimiento de autoeficacia (Tobacyk y Shrader,
1991; Sachs, 2004; Damisch et al., 2010), si es más optimista o pesimista (Day y
Maltby, 2003) y de sus creencias religiosas (Stanke y Taylor, 2004, Beck y Miller,
2001).
En particular, las personas que tienden a atribuir los resultados de sus acciones a
uno mismo creen menos en la buena suerte, en comparación con aquellos que
atribuyen los resultados de los acontecimientos a causas externas, independientes
de uno mismo (Sagone y DeCaroli, 2014).
Así que existe una relación directa entre las necesidad de afrontar la
incontrolabilidad de la vida, el creer estar expuestos a acontecimientos
independientes de las propias acciones y la presencia de supersticiones (Edis,
2000; Hughes, 2002; Irwin, 1984).
La indefensión aprendida se caracteriza por una sensación de pérdida de control
sobre los resultados del propio desempeño, y tiene como consecuencia una
disminución de la motivación y capacidad cognitiva de la persona (Abramson,
Seligman y Teasdale, 1978; Hiroto y Seligman, 1975). Esta forma de percibir las
propias competencias se coloca en el extremo de la creencia de que no podemos,
con nuestro comportamiento, construir nuestra «buena suerte».