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ESCENA PRIMERA
ARGAN, solo en su alcoba y sentado a una mesa, ajusta las cuentas del
ARGAN. -Tres y dos cinco, y cinco, diez, y diez más, veinte... Tres y dos cinco. el día 24, el doctor me
dío un estimulante, preparar emoliente, para refrescar las entrañas del señor." ¿Mis entrañas?, Lo
que me gusta de Fleurant, se preocupa por mi barriga, ¡a caray!, mi boticario, es su cortesía: "Las
entrañas del señor, seis soles, Pero eso no basta, amigo mío: a más de bien, es preciso ser sabio y
no cobrar caro a los pacientes. ¡Seis soles por un enema!... Ya sabes cuánto me satisface cumplir,
pero como en ocasiones anteriores me sabe cobrar a cuatro soles, y cuando habla el boticario
cuando él dice veinte hay que entender diez, pongamos dos soles..., en el mismo día, pero en la
noche, un jarabe hepático para el hígado, me inclino soñoliento, destinado a dormir al señor, siete
soles." De esta receta no me puedo quejar, por lo cual, en efecto, dormí muy rico, a pierna
suelta ..., el día 25, una excelente medicina purgante, confirmado, compuesta de casi fresco,
levantino y otros, según receta del doctor Purgon, destinada a salir y evacuar, la bilis del señor,
dieciocho soles." ¡Ah, señor Fleurant, usted ya se burla, ya se burla! Hay que tener piedad con los
enfermos, de los cuales por ellos vives; y como el señor Purgon me habéis ordenado que pongáis
dieciocho soles, cargaremos tan sólo doce, si a ti no te molesta. en el mismo día, una poción para
calmar el dolor y esas molestias, para apresurar el reposo al señor, seis soles." Bien..., el día 26, una
ayuda carminativa para expulsar las ventosidades del señor, siete soles." Tres, señor Fleurant. la
misma ayuda, repetida por la tarde, siete soles." Tres..., el día 27, un preparado enérgico, para
estimular la eliminación y limpiar de males humores al señor, doce soles." Doce... Celebro que
hayas pensado en esta ocasión. En el día 28, una toma de suero clarificado y azúcar, para endulzar,
y temperar y refrescar la sangre del señor, veinte." Diez..., una poción cordial y preservativa,
compuesta de doce gramos de alguna masa, jarabes de limón y otras hierbas, según la receta
veinte soles." ¡tranquilo, poco a poco, señor Fleurant!... ¡como a Abusa de este modo, no habrá
nadie que quiera estar enfermo!... Confórmese con doce soles... Tres y dos cinco, y cinco, diez, y
diez, veinte... Doscientos veintitrés soles, cuarenta céntimos y treinta soles. Resulta, pues, que en
este mes he tomado... una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho y nueve medicinas; más una,
dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce lavativas; mientras que en el mes
anterior fueron doce medicinas y veinte ayudas. ¡Ahora me explico por qué este mes no me siento
bien como el pasado! Se lo diré al doctor Purgon para que me regularice el tratamiento... ¡A ver!
Que se lleven todo esto de aquí... ¿hay alguien ahí, nadie?... ¡Por más que les digo, siempre me
dejan solo!... ¡No hay manera de que estén cada uno en sus puestos! (Toca una campanilla.) y
porque no me atienden, y esta campanilla que no suena muy fuerte ... (Vuelve a tocar.) ¡Nada!
(Toca.) ¡acaso no escuchan!... ¡Antonia! (Toca.) ¡Como si no, estuviera llamando!... ¡sordos!
¡Granujas! (Toca de nuevo.) ¡Me da una cólera! (Deja la campanilla y grita.) ¡Tilín, tilín, tilín! ¡chale,
a que me lleva el chanfle! ¿Es posible que me abandonen de este modo, a un pobre enfermo?
¡Tilín, tilín, tilín!... ¡no eschuchaaaan! ¡Tilín, tilín, tilín! ¡Dios mío, me dejan morir solo, en esta
angustia!
ESCENA II
ARGAN. - Hace…
ANTONIA. - ¡Ay!
hora…
ARGAN. - ¡Si no me dejas, ladrona! ¡Si me interrumpes a cada rato!, con tu ¡hay, hay!
ANTONIA. Si tú tienes las ganas de gritar, ¿por qué yo no tener las ganas de llorar? A cada uno con
su asunto ¡Ay, ay!
ARGAN. - ¡tendré que aguantarme!... Quítame esto, mentirosa, quítame esto. (Se levanta.) ¿Me ha
hecho bastante bien la lavativa?
ARGAN. - Que me tengan preparada una olla de sopa para tomarla con el remedio que me toca
ahora.
ANTONIA. - ¡Bien que se burla a nuestra costa los señores Fleurant y Purgon! Han encontrado una
vaca y la ordeñan a gusto. Jajajajaja, Quisiera yo saber qué enfermedad es la de usted, que necesita
de tantos remedios.
ARGAN. - ¡Calla, calla, ignorante! ¿Quién te crees tú para, criticar las recetas de la medicina? . . . Ve
y llamar a mi hija Angélica, que tengo que decirle algo.
ESCENA III
ARGAN. –ven hija mía, Angélica. Llegas justo a tiempo, que quiero decirte.
ANTONIA (Riéndose de él). - ¡Corra, corra, señor! ¿cómo, que?,!que trabajo nos da el señor
Fleurant!
ESCENA IV
ANGÉLICA y ANTONIA
ANTONIA. - ¿Qué?
ANGÉLICA. – escúchame
-
ANGÉLICA. - ¡Antonia!
ANTONIA. –Ya me imagino, será del chico que te gusta; hace ya como seis días que no hablas de
otra cosa.
ANGÉLICA. -Pues como que, si lo sabes, ¿por qué mejor no me cuentas de él y me ahorras la
vergüenza de ser yo quien te pregunte?
ANGÉLICA. -Es verdad. Te confieso que no me canso de hablar de él, y ahora aprovecho todos los
momentos para decirte lo que mi corazón siente. Dime, ¿rechazas tú mi enamoramiento?
ANTONIA. – yo me cuidaría
ANGÉLICA. - ¿Y no crees tú, como yo, que algo inesperado, algo... curioso así por el destino,
ANTONIA. - Sí.
ANGÉLICA. -Y el valor de tomar mi juicio sin conocerme, ¿no te digo, que es de un caballero?
ANTONIA. - Sí. -
ANTONIA. –deacuerdo.
sinceridad.
ANTONIA. - Seguro.
de él?
ANGÉLICA. ¿y que cólera con esta pedida de mano, que me tienen, preocupada sin corresponder a
los sentimientos de esta pasión mutua?
ANGÉLICA. -Pero ¿tú crees, Antonia, que me ame tanto como él dice?
ANTONIA. - ¡Cualquiera sabe! En eso de amores hay que andar siempre con cuidado, porque la
mentira es igual a la verdad. en oportunidades he visto como lo hacen, es algo increíble.
ANGÉLICA. - ¿Qué dices, Antonia? como él habla, ¿no sería posible que me mintiera?
ANTONIA. –de igual manera, pronto podrás darte cuenta. Ayer me dio una carta y dice que está
dispuesto a pedir mi mano; esta es la salida; esa es la prueba más real de la verdad de sus palabras.
ESCENA V
ARGAN (Sentándose). - hija mía, te voy a dar una noticia que te tomara
quieres casar.
ARGAN. -Tu madrastra pretendía que tú y Luisa, entraran a un convento. Desde hace mucho, ese es
su deseo.
ANTONIA. (Bajo) - ¡Sus razones tiene la muy hipócrita!
ANGÉLICA. –pero si usted me deja abrir mi corazón, no le ocultare nada, que hace seis días el
destino nos puso cara a cara, y la petición que él te ha hecho es un sentimiento mutuo,
experimentada desde el primer instante.
ARGAN. -No me comentaron nada, pero me da gusto y más vale que sea así. Según parece, se trata
de un buen hombre
ARGAN. -caballeroso.
ANGÉLICA. -Sí.
ARGAN. -Honrado.
ARGAN. - ¿Quién es ese Cleonte? Hablamos del joven que ha pedido tu mano.
ANGÉLICA. - ¡Claro!
ARGAN. -Que es sobrino del señor Purgon e hijo de su cuñado, el señor Diafoirus, es médico también. Él
se llama Tomás: Tomás Diafoirus, y no Cleonte. Con él es con quien hemos acordado esta mañana tu
boda, entre el señor Purgon, Fleurant y yo. Mañana mismo vendrá el padre a hacer la presentación. Pero
¡qué es eso? ¿Por qué pones esa cara de asombrada?
ANTONIA. - ¡esto es un chiste! Teniendo la fortuna que tiene, ¡seríais capaz de casar a su hija con un
médico?
ANTONIA. - ¡Calma! ¿Por qué no discutir sin enojarnos? Hablemos tranquilamente. ¿Qué razones tiene
para hacer este matrimonio?
ARGAN. -La razón de que, encontrándome enfermo porque yo estoy enfermo, quiero tener un hijo
médico, pariente de médicos, para que entre todos busquen remedios a mi enfermedad. Quiero tener
en mi familia el manantial de recursos que me es tan necesario; quien me observe y me recete.
ANTONIA. -Eso es ponerse en razón. Cuando se discute pacíficamente, da gusto. Pero con la mano sobre
el corazón, señor, ¿es verdad que está enfermo?
ARGAN. - ¡Cómo, loca! ¿Qué si estoy enfermo?… ¿Si estoy mal, insolente?
ANTONIA. –entiendo, señor que está mal. No vayamos a pelearnos por eso. Porque está muy mal, lo
reconozco; mucho más mal de lo que usted pude pensar, estamos de acuerdo. Pero su hija, al casarse,
debe tener un marido para ella, y estando buena y sana, ¿qué necesidad hay de casarla con un médico?
ARGAN. -Si el médico es para mí. Una buena hija debe sentirse dichosa casándose con un hombre que
pueda ser útil a la salud de su padre.
ANTONIA. -No.
ANTONIA. -Vuestra hija, que no quiere oír habla del señor Díafoirus, ni de su hijo, ni de ninguno de los
Diafoirus que andan por el mundo.
ARGAN. -Pues yo sí. Además, esa boda es un gran partido. El señor Diafoirus no tiene más hijo ni
heredero que ese; y el señor Purgon, que es soltero, lega en favor de ese matrimonio sus ocho mil duros
de renta.
ANTONIA. - ¡La de gente que habrá matado para hacerse tan rico!
ARGAN. -Ocho mil duros de renta es una cantidad muy respetable; y unida al caudal del señor
Diafoirus...
ANTONIA. -Sí, sí. Todo eso está muy bien; pero yo insisto, y lo vuelvo a
repetir, en que le busques otro marido. No nació nuestra hija para ser la
señora de Diafoirus.
ANTONIA. - ¡No!
he dado!
ANTONIA. - ¿Vos?
ARGAN. - ¡Yo!
ANTONIA. - ¡Bah!
ARGAN. - ¿Qué es eso de ¡bah!?
ANTONIA. -No.
ANTONIA. -No.
ARGAN. - ¿Yo?
ANTONIA. -Un par de lagrimitas, echándoos los brazos al cuello, y un "papaíto mío" dicho con ternura,
bastarán para rendirse.
ANTONIA. - ¡Pamplinas!
gana!
ANTONIA. -No os encolericéis, señor. Acordaos de que estáis enfermo.
ARGAN. -Le ordeno, terminantemente, que se disponga a casarse con quien yo le diga.
ARGAN. -Pero, ¿en qué país vivimos? ¿Qué audacia es ésta de atreverse una pícara de sirvienta a hablar
de ese modo a su amo?
ANTONIA. -Cuando un amo no sabe lo que hace, una sirvienta con juicio tiene derecho a enmendarle la
plana.
ARGAN (Iracundo, enarbola el bastón y corre tras ella, que se escuda rodeando el sillón.) ¡Ven, ven, que
yo te enseñaré a hablar!
ANTONIA (Dando vueltas alrededor del sillón.) - ¡Me interesa que no hagáis locuras!
ARGAN. - ¡Trapacera!
ARGAN. - ¡Carroña!
ARGAN (Dejándose caer en un sillón, rendido de correr tras ella.) - ¡Ay, no puedo más!... ¡Esto me
costará la vida!
ESCENA VI
BELISA. -Querido.
ARGAN. -Hace una hora que me lleva la contraria en todas mis decisiones
BELISA. -Por Dios, hijo mío; no hay sirviente que no tenga defectos, y muchas veces hay que soportarles
lo malo en gracia de lo bueno. Esta es hábil, cuidadosa, diligente y, sobre todo, fiel. Ya sabes cuántas
precauciones hay que tomar antes de admitir gente nueva.
¡Antonia!
ANTONIA. -Señora.
ARGAN. - ¡traidora!
ANTONIA. -Me decía que quiere casar a su hija con el hijo del señor Diafoirus, y yo le contestaba que el
BELISA. -No hay motivos para que te enfades por eso; me parece que
tiene razón.
ARGAN. - ¡No la creas, amor mío! ¡Es una malvada, que acaba de decirme mil
insolencias!
BELISA. -Te creo, amigo mío... Vamos, siéntate. Escucha, Antonia: si vuelves a enojar a mi marido, te
planto en la calle... Tráeme las almohadas, que voy a acomodarle en su sillón..., colócate bien el gorro
hasta las orejas, que no hay nada que te enferme tanto como el aire en los oídos.
ARGAN. - ¡Cuánto tengo que agradecerte, chacha mía, por los cuidados que te tomas conmigo!
BELISA. - (Acomodándole las almohadas.) -Levanta un poco que te remeta bien. Una a cada lado, otra en
la espalda y otra para que reclines la cabeza.
ANTONIA. - (Dándole un almohadazo en la cabeza y escapando.) -Y ésta, para resguardaros del relente.
ARGAN (Muy abatido, dejándose caer en el sillón.) - ¡Ay, ay! ... ¡No puedo más!
BELISA. - ¿Por qué te exaltas de ese modo? Seguramente no ha tenido intención de molestarte.
de angustia.
ARGAN. -Hazle entrar, amor mío. BELISA. - ¡Ay! Cuando se ama de verdad
ESCENA VII
quiero hacer.
EL NOTARIO. -La señora ya me ha puesto al corriente de vuestras intenciones y de los propósitos que os
animan respecto a ella; pero mi deber es advertiros de que no podéis dejarle nada en testamento.
leyes escritas podría hacerse; pero en París, como en casi todos los países
nula. Todos los anticipos que puedan hacerse entre un hombre y una mujer,
hechas en vida; pero, aun en este caso, es condición precisa que no haya
matrimonio anterior.
pueda dejar nada a una esposa que lo ama tiernamente y que se desvive en
personas a quienes consultar que son más expertos, que tienen expedientes
hacer esto, ¿dónde iríamos a parar? Es preciso dar facilidades; de otro modo
ARGAN. -Mi mujer me había dicho, señor, que erais hombre hábil y muy
docto. Decidme qué es lo que puedo hacer para dejarle a ella mis bienes,
amigos de vuestra esposa y dejar a uno de ellos, cumpliendo con todos los
requisitos legales, una parte de vuestra fortuna; este amigo, más tarde,
en valores al portador.
a esos extremos.
ARGAN. -Es preciso hacer ese testamento, amor mío, en la forma que nos ha indicado el señor;
pero, por precaución, quiero entregarte veinte mil francos en oro, que tengo escondidos en mi
alcoba, y dos letras aceptadas, una por Damon y otra por Gerante.
BELISA. -No, no; no tomaré nada... ¿Cuánto dices que tienes en la alcoba?
ARGAN. -Sí, señor. Pero mejor será que nos vayamos a mi des-
ANGÉLICA Y ANTONIA
ANGÉLICA. -Que disponga de todos sus bienes como quiera, con tal que no
yo, que no le tengo el menor apego, trabajaré por cuenta vuestra. Dejadme
hacer a mí, que he de recurrir a todo por serviros; y, para poder hacerlo con
ocultando el interés que tengo por vos y fingiendo ponerme de parte de vuestro padre y de vuestra
madrastra.
ANTONIA. -No tengo más persona de quién echar mano que del viejo
que emplearé a gusto para serviros. Hoy, ya es tarde; pero mañana, muy
BELISA. - ¡Antonia!
ESCENA PRIMERA
ANTONIA y CLEONTE
aquí?
vive, sin que se le permita salir, ni hablar con nadie. Sólo en obsequio a
anunciarle la visita.
ESCENA II
denado que pasee todas las mañanas, aquí mismo, en mi alcoba, de acá
para allá, doce veces a un lado y doce al otro; pero se me olvidó pre-
ARGAN. -¿Qué?
con el señor.
CLEONTE. -Señor...
mejor.
tiene muy mala cara, y es una impertinencia decir que está mejor. Nun-
po por unos días; y, como tenemos una gran amistad, me ha rogado que
continuase las lecciones, temeroso de que, al interrumpirlas, pueda
ción.
ARGAN. -No.
ESCENA III
ANGÉLICA. -¡Cielos!
ARGAN. -¿Qué?
ARGAN. -¿Cuál?
todo lo que os dije ayer y me pongo de vuestra parte. Ahí están el señor
quedar encantada.
aún no conoce.
de esta escena.
CLEONTE. -Honradísimo.
ESCENA V
Perdonad, pero tengo prohibido descubrirme. Vos, que sois del oficio,
incomodidad al enfermo.
verdadero galimatías.)
DIAFOIRUS. -Venimos...
DIAFOIRUS. -A testimoniaros...
DIAFOIRUS. -Y honrándonos...
DIAFOIRUS. - Sí.
ria; lo que de vos recibo es acto de la voluntad; y por ser las facultades
más aprecio esta futura unión, por la cual vengo ahora a expresaros
bres!
DIAFOIRUS. -¡Optimo!
sonidos armoniosos al ser iluminada por los rayos del sol, de igual
van los naturalistas, la flor llamada heliotropo gira sin cesar hacia el
astro del día, así mi corazón desde ahora girará de continuo atraído por
mientras viva, vuestro muy humilde, muy obediente y muy fiel servi-
dor y marido.
tan buen médico como orador notable, dará gusto enfermar para ser
ni esa fogosidad que se echa de ver en algunos; pero por eso mismo
conocía las letras, y costó Dios y ayuda enseñarle a leer... "¡Bien! -me
decía yo-; los árboles tardíos son los que dan mejores frutos. Por costar
más trabajo grabar en el mármol que escribir en la arena, son más du-
de colegio fueron muy duros; pero su obstinación supo vencer todas las
libre.
primicia de mi ingenio.
pondré en mi cuarto.
puedo aseguraros que, según las reglas del arte, está a pedir de boca;
bilidad, porque nadie viene a pedirnos cuentas; y con tal que se ob-
serven las reglas del arte, no hay que inquietarse por los resultados. En
pretender que lo cure el médico! Los médicos no son para eso; los
seguir el formulario.
sado, para hacer más agradable esta reunión, que cantáramos algunos
ANGÉLICA. -¿Yo?
sentonar.
a modo de verso libre, con objeto de que los personajes expresen más
espontáneamente su pasión.
que insulta brutalmente a una pastora, toma la defensa del sexo al que
pastora, descubre los ojos más lindos que jamás se hayan visto, ver-
tiendo las lágrimas más bellas del mundo. "Pero ¿es posible -se dice -
miento? -dice él-. ¿Y qué no haría yo..., qué servicios y a qué peligros
por los años. Hace los imposibles por volver a verla; pero como la
guarda silencio, expresándose sólo con los ojos, hasta que, al fin, no
es excesivo sufrir.
ANGÉLICA
os miro,
suspiro...
en mi hija?
CLEONTE
Tirsis enamorado,
en vuestro corazón?
ANGÉLICA
defenderme no puedo,
Tirsis, os idolatro.
CLEONTE
ANGÉLICA
Tirsis, te adoro.
CLEONTE
¿podríais comparar
la idea de un rival
viene a turbar.
ANGÉLICA
su vista me atormenta.
CLEONTE
paternal os obliga.
ANGÉLICA
antes morir.
CLEONTE. -Nada.
cir palabra!
CLEONTE. -¡Ay, amor mío!
ya! ¿Dónde está aquí la letra que habéis cantado? Aquí no hay más que
música.
maldita la falta que nos hacía conocer una obra tan impertinente.
esposa.
ESCENA VI
y TOMÁS
los cielos el nombre que tan claramente luce en vuestro rostro y que...
tu palabra de esposa.
ANGÉLICA. -¡Padre!
ARGAN. -¡Padre! ¿Qué quiere decir eso?
Concedednos el tiempo necesario para que nos lleguemos a conocer ypara que nazca entre nosotros la
inclinación indispensable en toda
unión.
que aguardar.
mo; y os confieso que vuestros méritos aún no han logrado hacer una
amor.
gloria de uniros con el cuerpo facultativo?BELISA. -Acaso haya por medio otra inclinación.
deseos no se realicen.
de mi vida, tengo que tomar mis precauciones. Hay quien se casa para
ANGÉLICA. -Favor que me hacéis.BELISA. -Tienes una presunción y un orgullo tan ridículos que
da lástima.
grarlo, me voy.
BELISA. -Siendo mucho dejarte, hijo mío, pero tengo que salir a
ARGAN. -Anda, amor mío; y de camino pásate por casa del nota-
lo increíble.
dicis?
DIAFOIRUS. -Bien.
TOMÁS. -Agitado.
DIAFOIRUS. -Bien.
DIAFOIRUS. -Óptimo.
ARGAN. -No. Purgon dice que mi enfermedad está en el hígado.DIAFOIRUS. -¡Claro! Quien dice
parénquima, lo mismo dice hí-
gado que bazo, a causa de la estrecha simpatía que los une, ya por el
res manos.
echarse en un huevo?
ESCENA VII
ARGAN y BELISA
ARGAN y LUISA
LUISA. -¿Qué queréis, papá?ARGAN. -Ven acá. Acércate. Levanta los ojos y mírame a la ca-
ra. ¿A ver?
ARGAN. -¿No?
ARGAN. -¿Seguro?
LUISA. -Seguro.
ARGAN. -Está bien; yo te haré que veas algo. (Coge unas disci-
plinas)
LUISA. -¡Papá!
ARGAN. -Yo te enseñaré a mentir.
ra. ¿A ver?
ARGAN. -¿No?
ARGAN. -¿Seguro?
LUISA. -Seguro.
ARGAN. -Está bien; yo te haré que veas algo. (Coge unas disci-
plinas)
después, ya veremos.
ARGAN. -No.
muerta.)
hija mía!.. ¡Ah, desventurado, que acabas de matar a tu hija! ¿Qué has
ARGAN. -No.
hombre.
canto.
ARGAN. -Sigue.
LUISA. -Seguía hablando: que por aquí, que por allá; que la
el oído.) Aguarda... ¡Sí, sí! Lo ves: dice que has visto algo más y no
quieres contármelo.
ARGAN. -¡Cuidado!
sillón.)
ESCENA IX
ARGAN y BERALDO
BERALDO. -¡Hola, hermano! ¿Cómo te va?
Angélica.
venir... ¡Vamos!
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
mano.
ESCENA II
BERALDO y ANTONIA
BERALDO. -¿Tú?
ESCENA III
ARGAN y BERALDO
ARGAN. -Conforme.
bras.
ARGAN. -Sí.
sin apasionamiento.
convento?
que ella lo hace con la mejor intención y con el deseo de que sean dos
excelentes religiosas.
farmacéutico.
que tú y que no quisiera más que tener una constitución como la tuya.
me ha repetido el señor Purgon que soy hombre muerto con que deje
medicina?
sano.
como una de las más desatinadas locuras que cultivan los hombres. Y
a otro.
ven gota; el velo que la naturaleza ha puesto ante nuestros ojos es de-
de ese arte.
BERALDO. -Es que entre ellos los hay que participan de ese
mismo error popular del cual se aprovechan, y los hay también que, sin
cusión sobre ellas. Para él, la medicina no tiene punto obscuro, ni du-
haya nada que le detenga... Haga lo que haga, él no imagina que pueda
mujer y con sus hijos y lo que llegado el caso, haría consigo propio.
BERALDO. -Nada.
ARGAN. -¿Nada?
las épocas han germinado entre los hombres una cantidad de fantasías
nuestro siglo.
los oyes hablar, es la gente más lista del mundo; pero si los ves hacer,
ARGAN. -¡Ya, ya! Veo que eres doctísimo; pero celebrarla que
se hallara presente alguno de esos señores para que rebatiera tus razo-
namiento
malas, cada uno tiene sus ideas, y cuanto te he dicho ha sido en el seno
este tema.
ce de muy mal gusto hacer chacota de gente tan respetable como los
médicos!
escena.
del hombre? ¿No sacan diariamente a reyes y princesas, que han naci-
BERALDO. -Él será más cuerdo que los médicos, porque no los
llamará nunca.
de tu hija, no está bien que por un ligero altercado tomes una resolu-
ESCENA IV
va.
tante.
momento sin lavados y sin medicinas? ¡Deja eso para otra ocasión y
deber y portador de una receta en regla; pero ahora mismo voy a notifi-
recetas?
ESCENA V
sabrosas nuevas. Me han dicho que hay aquí quien se burla de mis
ordenado.
bajo de preparar!
testino.
PURGON.-¡Rechazada despreciativamente!
go bastante!
proyectado matrimonio.
tratamiento...
incurable!
ARGAN. -¡Misericordia!
ESCENA VI
ARGAN y BERALDO
ARGAN. -¡Ay, Dios mío, estoy muerto!... ¡Me has matado, her-
mano!
na!
naza!
médicos, y sí has nacido con tan contrario sino que no puedes pasarte
sin ellos, te será fácil encontrar otro con el cual corras menos peligro.
y la manera de conducírmelo.
ESCENA VII
no conocía y que...
ESCENA VIII
ros mis humildes servicios para todas las sangrías y lavativas de que
tengáis necesidad.
ESCENA IX
mente, que nadie creería que fué ella la que apareció antes). - ¿Qué
manda el señor?
ARGAN. -¡Cómo!
ARGAN. -Aguarda aquí para que veas cómo se te parece ese mé-
dico.
janzas, y en nuestra misma época hemos visto algún caso que ha traído
es la misma persona.
ESCENA X
fermo tan ilustre como vos. Vuestra reputación, que se extiende por
ARGAN. -El dice que es el hígado; pero otros afirman que el ba-
zo.
ojos.
tuviera cólico.
da y os dormís dulcemente?
ARGAN. -Potajes.
ANTONIA. -¡Ignorantes!
ARGAN. -Caza.
ANTONIA. -¡Ignorantes!
ARGAN. -Ternera.
ANTONIA. -¡Ignorantes!
ARGAN. -Caldos.
ANTONIA. -¡Ignorantes!
ARGAN. -Huevos frescos.
ANTONIA. -¡Ignorantes!
ANTONIA. -¡Ignorantes!
beber puro; y para espesar la sangre, que la tenéis muy líquida, es pre-
ARGAN. -¿ Cuál?
el ojo derecho.
ANTONIA. -Adiós, siento teneros que dejar tan pronto, pero de-
que el otro vea mejor!... Prefiero que sigan como están. ¡Bonito reme-
ESCENA XI
¡Para serviros!...(Entra.)
marme el pulso...
hija?
entrevista secreta...
ARGAN. -Ya sé por dónde vas. Como le tienes ojeriza, crees que
es mi mujer...
ANTONIA. -Cierto.
ANTONIA. -¡Seguro!
palmos de narices?
ARGAN. -¿ Cómo?
noticia.
ESCENA XII
de!
difunto.
perdido! ¿Quieres decirme para qué servía este hombre?... Para mo-
lestar a todo el mundo con sus lavativas y sus drogas. Siempre sucio,
papeles de los que quiero apoderarme, porque creo que es razón que yo
ANTONIA. -¿Quién iba a pensar esto? Pero aquí llega vuesta hi-
ESCENA XIII
más desdichado!
ANGÉLICA. -¿Qué?
iba a decir que iba a perder a mi padre, que era lo único que me queda-
irritado conmigo!... ¡Qué será ahora de mí, ni qué consuelo podré ha-
ESCENA XIV
padre!
mi ternura.
pido.
cer, señor, por sus ruegos y por los míos, y no queráis contrariar los
estudiar?
que tú.
de su medicación?
nable.
costará nada.