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Enfermera de la cruz roja, con gorro y delantal blanco, capa azul, cuyo rostro luce típica pose del

índice tapando la boca, en inequívoca señal de silencio. Está enmarcada en gran bastidor, mirando
al público; sonrisa leve y falsa como la Gioconda. Luego de unos instantes, profiere sonidos
guturales y vanos intentos por destaparse la boca. Habla con dificultad, con los labios
entrecerrados. Sugerencia del autor: que el personaje lo interprete un actor

ENFERMERA:
¿Quién habrá sido el infeliz que me puso en esta pose? Tengo el dedo contracturado, como si no
perteneciera a mi cuerpo... “En boca cerrada no entran moscas”, alguien lo dijo, ¿pero quién? Un
hombre, seguro. Pero, ¿cual? No cualquier hombre hace callar a una mujer...
(Mostrando el índice al público, lo mueve sólo en sentido vertical, no lo puede doblar.)
Como verán, me lo pegó con Poxipol ese desgraciado, o con algo similar, que con los años se
ablandó, la sustancia digo, porque lo que es el dedo... ¡Ah, hijo de puta, cuando te encuentre!
claro,
hay que ver si está vivo... ¡Espero que lo esté, para asegurarme que este dedo llegue a destino!
¿Habrá sido un médico? Y, es posible... un tordo grandote y serio, guardapolvo amarillento y duro
de almidón, botones cuadrados de nácar, impecable peinado para atrás como lenguetazo de vaca,
jopo engominado, y sonrisa Kolynos... ¡Juan Carlos Thorry: ”Doctor Cándido Pérez”, te juro!
¿Antiguo? ¿Y cuánto creen que hace que estoy aquí? Como cincuenta años colgada de una pared,
¿te parece poco? ¿Se habrá “divertido”conmigo? Y, seguramente. Total, “las profesionales de la
salud”, estamos para eso... Y también para callar, desde una estúpida fotografía, a los miles de
ingenuos que vienen con necesidad, con angustia, con fe, con ansias de curarse... Si habré visto
desfilar colas interminables de enfermos, reales e imaginarios, te juro, como esas viejas que no
tienen nada mejor, que ser tocadas por las sagradas manos de un experto galeno, ese dios de
lavanda y formol, para saber que aun están vivas... ¿Me seguís? (Mueve el dedo con naturalidad)
Bueno, ahora me siento mas libre, te juro. Claro que me sentiría mejor, si pudiera salir de aquí.
(Peleando con el marco que oscila sin caerse)
Claro, porque ellos revisan, desnudan, hacen tacto, y recetan, con la más hipócrita severidad... Y
una, mirando, una que no es de palo, tampoco... Una se enferma, sufre taquicardia, baja presión,
tos convulsa, eruptivas, flujo, contracturas, cóccix, pelvis, pubis, palvis, picazón, ardor, dolor,
humedad, y calor. Sobre todo, eso, ¡calor!
(Se quita las horquillas que sujetan la cofia y se suelta el pelo)
Una vez me descompuse en la guardia de López, te juro. Ay, un churro bárbaro el Dr. López, per-
seguido por enfermeras, médicas y pacientes. ¡Todas, muertas con él, te juro! Tan formal y tan
odioso, justo con él me descompuse ¡Tipa de suerte yo! Sí, podría haber sido una suerte...
(Imitándolo) “¡Vamos, respire hondo, no, así, no! Así, bien. No deje de respirar... Tome el aire por
la nariz y lárguelo por nariz. La boca cerrada, ¡deje la boca cerrada! Bueno, ahora diga treinta y
tres… ¿Pero como hablo con la boca cerrada?, pregunté como una boluda. ¡Dale, decí treinta y
tres, mamita que no tengo todo el día! ...Ya me tuteaba el doctor López… A ver, desabrochate un
poquito más, vamos... ¿Me dejás a mí?”
(Se abre el guardapolvo, sus grandes senos encorsetados sobresalen por el aro del corpiño
armado)
Se ve que estaba apurado, porque en ese momento, el que empezó a respirar fue él. ¡Y cómo
respiraba, papito! Estaba sofocado, transpiraba, parecía que se estaba ahogando, te juro, largaba
el aire por la boca como un soplido, cada vez más fuerte, como una convulsión, parecía que se me
iba a morir encima, pero muerto y todo, decía: ¡No hagas ruido, no hagas ruido! ¡Qué manía por el
silencio, pensé! ¿De ahí vendrá lo del cuadro?
Ese fue mi debut como enfermera diplomada de la Cruz Roja. Desde entonces, ¡Siempre lista para
todo servicio, y todo por el mismo precio: “Entretenerlo” en las guardias, mientras los pacientes
tocan el
timbre hasta acalambrarse los dedos, drogarlos con pastillas, para que no jodan y lo dejen dormir
en
paz; silenciarlos a cualquier precio! Y claro, vos también te callás. Por no perder el laburo, la chata
y
el papagayo a cualquier hora, pero el ramo de rosas, los escarpines, y los regalos, nunca son para
vos,
salvo alguna propinita para que Rodríguez Larreta ocupe una pieza solo, o que José María Tulito
duerma con Juanito Vargas...
¿Desvestirlos, para qué? Acostarlos, directamente... Y, falta de tiempo... ¡Salvo que tengan Obra
so-
cial, y que no esté fundida! Y si no, los atienden parados. El estetoscopio en cualquier lado, en la

axila, una teta o en la oreja, total, el que manda es el reloj...


¿Pero saben qué? ¡Me voy, estoy harta de estar aquí! “El silencio es salud” ¿Dónde lo escuché?
¿Quién fue el imbécil que lo dijo? El ministro de Salud, seguro... ¿Quién otro tendría el poder para
de-
cir semejante huevada, y colgarla de un cuadro? ¡Ay, cómo hubiera preferido el almanaque de
una
gomería, antes que este marco, con esta cara de idiota! Sí, ya sé, la cara no está trucada; y los
bigotes
son míos, también... Pero, bueno, Frida Khalo, también los tenía... y María Félix... Las mujeres con
vello somos más atractivas. ¡Más peludas, más hembras! Y dije hembras, no hombres...
Yo, por ejemplo, ¿no podría haber sido otra? Una mujer admirada, popular, Teresa de Calcuta,
Juana
de Arco, Evita, abanderada de los humildes, Florence Naithinguel, Madame Curie. ¡Que sé yo! El
doc-
tor Socolinsky, aunque sea... ¡No! Me tocó la del cuadro, la que pide silencio. La muda que
contempla
a otros mudos, con cara de espía. ¡Bueno, basta de silencio! ¡El silencio es para los muertos, no
para los que hay que salvar! Ya no me importa que hablen. ¡Vamos, larguen todo lo que callaron
durante tanto tiempo! La verdad, esto no es lo que parece. ¡No esperen más! Es inútil. PAUSA. No,
por ahora no puedo confesarles donde están, pero si esperan ser atendidos, van muertos. No es
una metáfora, lo digo en serio. Todos tenemos que dejar de esperar. ¡Todos! Y vamos a gritarlo
desde aquí, para que nos escuchen adentro...
¡Vamos, sean sinceros! Papa Noel no existe, muchachos, ¿qué nos queda por perder? ¡Tenemos
que
dejar la Sala de espera! ¡Dejar la sala de espera! (GRITANDO CON LAS MANOS EN BOCINA)
¡Dejar la Sala de espera! ¡Dejar la Sala de espera! ¡Dejar la Sala de espera!

FIN

Estrenado en la obra “Blancos Oficios” con la actuación de Norberto Gonzalo en La máscara y en


sala Saurio de Mar del plata.
Reestrenada para Teatro x la Identidad 2005.-
Publicada en la Cocina de los Dramaturgos. Argentores.-

La reina
de Liliana Cappagli

(Basado en el cuento homónimo de José Emilio Pacheco).-

CALOR. UN ORGANILLERO TOCA: "SOBRE LAS OLAS". ADELINA SE MAQUILLA FRENTE AL ESPEJO.
ES GORDA. TIENE UN VESTIDO FLOREADO Y LLAMATIVO, CON ENAGUAS CON ARMAZON. HAY UN
CUARDERNO ABIERTO SOBRE LA MESA Y UNA BIROME. TAMBIEN UN TELEFONO, Y MAQUILLAJES
SOBRE LA MESA. ESTA PATETICAMENTE VESTIDA Y PINTADA.

ADELINA: ¡Que triste es todo! Ya estoy hablando sola. Es por no desayunar.

(TOMA UN LICUADO DE BANANA CON LECHE ESPUMANTE QUE ESTA SERVIDO)

¡Hortensia es tan envidiosa! "No hay más ley que nuestro propio deseo"... (SUSPIRA)

SUENA EL TELEFONO.

VOZ OSCAR: ¡Gorda!

ADELINA: ¿Qué querés, enano maldito?

VOZ: ¿Por qué te levantaste tan furiosa, Adelina? Debés haber subido otros 100 kilos.

ADELINA: ¡Qué te importa, infeliz! ¿Para eso llamaste? Te voy a colgar, estoy apurada...

VOZ: ¿Ah, sí? ¿Vas a desfilar como reina del carnaval, como Leticia? (RIE BURLON)

ADELINA: Mirá estúpido, esa negra débil mental no es reina de nada. Lo que pasa es que su familia

compró al jurado y ella se acostó con el Jefe de los Bomberos de la Comisión Directiva.

VOZ: Calmate, gorda. ¿Qué te pasa? La envidia te carcome... Mirá, dice mi viejo que vamos a
comer

a la Costanera con el vicealmirante, y que luego, con el desfile, no se va a poder pasar...

ADELINA: No, gracias. Decile que tengo mucho que estudiar.

VOZ: Pero...
ADELINA: ¡Que no voy a ir, te dije! (CUELGA)
VA A BUSCAR UNA BALANZA, SE DESCALZA Y SUBE A ELLA, CON EL CUADERNO EN LA MANO. ALLI
PERMANECERA HASTA EL FINAL.

ADELINA: ....Por milésima vez hago en este cuaderno una carta que no te mandaré nunca, y
siempre

te dirá las mismas cosas. Mi hermanastro acaba de insultarme por teléfono, y mis viejos no
quisieron

llevarme a la Costanera. Bueno, mi padre quiso, Hortensia lo domina. Me odia por celos, por como

me ama a mí, ... aunque si me quisiera tanto, me hubiera mandado a Brasil, o a España, lejos de
este

infierno que mi alma sin ti no soporta.

Alberto mío: En un rato voy a ir a verte, por más que no me mires, cuando pases en el carro
alegórico,

con Leticia. Te lo digo de verdad: ella no es para vos. ¡Te ves tan espectacular con el uniforme de
gala!

No te llega ni a la horma de tus zapatos... No digo que sea fea, no soy tan necia, por algo la
eligieron

reina del carnaval. ¡Pero su tipo es tan vulgar! ¡Es engreída y falsa! La conozco desde Jardín de
Infantes.

Siempre fue igual. Se juntan para hablar mal de mí porque soy inteligente y tengo mejor
promedio... Yo

no pierdo el tiempo yendo a bailar, ni transo con cualquiera. ¡Sólo pienso en vos, amor mío! Te soy
fiel

hasta en sueños, pero vos Alberto, ¿me recordás?

Seguramente ya te olvidaste que nos conocimos, cuando acompañé a mi padre al Regimiento. Lo


es-

peré en el Káiser Carabela. Vos estabas cambiando la goma del jeep y te acercaste. No podré
olvidar

jamás un día tan increíble como ése, en que nuestras vidas se cruzaron para siempre. Yo bajé del
auto
cuando papá nos presentó; abriste la puerta, nos dejó solos, y después de una larga charla, te
regalé el

escarabajo adentro de la nuez. Te lo guardaste en una mano, ¿te acordás?

Quedamos en encontrarnos el domingo en el zoológico, y tomar un helado fresa y crema del cielo.

¡Qué coincidencia! ¡Tenemos los mismos gustos!

Te esperé todo el día ansiosamente. Lloré tanto esa noche, pero luego comprendí el temor a que
te

vieran con la hija del Almirante, y pensaran que te acercabas por interés. Lo que no puedo
entender,

lo que no me entra en la cabeza, es lo que pasó en el Casino de Oficiales. Después que bailaste
toda la

noche con Leticia, y yo me acerqué a ustedes, cuando ella, nos presentó, vos me dijiste: ¡Mucho
gusto!

Alberto, se hace tarde. Salgo a tu encuentro. Te prometo que esta vez sí voy a adelgazar, y en el
próximo

carnaval, Yo voy a ser LA REINA. Entonces me llevarás a Punta del Este, donde una vez te encontré

con Leticia. ¡Gracias a Dios no me viste con la malla de margaritas turquesa!

Nunca sabrás que pasé seis horas y media detrás de una carpa, hasta que ustedes se fueron.
Terminé

con quemaduras de tercer grado... pero eso ya pasó. Para el verano que viene, te juro, tendré un
cuer-

po más esbelto y hermoso que el suyo. Todos te envidiarán cuando nos comprometamos, y Leticia

llorará lágrimas de sangre. Chau, amor mío. Ya falta poco para vernos. Soy toda tuya, Adelina.

CAMBIO DE ATMOSFERA. LUCES ROJAS Y AZULES.

VOCES: ¡Gorda, gorda, subí!

ADELINA: Leticia, toda rubor y purpurina. Toda bucles artificiales bajo la corona de hojalata. Salu-

dando en todas direcciones, enviando besos al aire. (SE ESTIRA Y AGARRA UNO) ¡Ojalá te caigas,

ojalá hagas el ridículo y ruedes delante de todos, cinco metros escaleras abajo! ¡Cómo cambian las
mu-
jeres con maquillaje! Pintada como una puerta, mejor dicho. Cuando te estalle el corset y se te
caigan

las tetas de gomaespuma te quiero ver... Ya verá, ya verá el año que viene, los lugares van a
cambiarse. Ella estará acá abajo, negra de envidia,

y yo seré coronada reina. No pasará como el año pasado, cuando un baño de anilina roja se
estrelló

en mi cabeza, y una nube de papel picado me inundó la boca. Intenté correr, huir, hacerme
invisible,

justo cuando pasaba el carro alegórico de Leticia. Las calles estaban repletas de enmascarados que

bailoteaban para cerrarme el paso, me aplastaron los pechos, y desplegaron espantasuegras en mi


cara.

Recuerdo, Alberto, que quebraste tu pose de estatua y soltaste una risa nerviosa. Pero después te
ale-

jaste... No bajaste del carro para defenderme, para vengarme, para abrirme camino con tu
espada.... VOZ DE OSCAR EN OFF A Adelina/ le echaron anilina/ por no tomar Delgadina/, por no
tomar Delgadina/ ADELINA: ¡Maldito, puto, enano cabrón, hijo de tu madre. ¡Ojalá te muelan a
golpes, y regreses gritando como

un perro. Ojalá te mueras. ¡Ojalá te mueras vos y la puta de Leticia, y el Carnaval y el mundo
entero!

PAUSA. SE QUITA LA PELUCA, LOS TACONES. Y SE PONE A LLORAR

¡Ya verán... ya verán el año que viene!

FIN

”LA DECISIÓN”
de Liliana Cappagli

Mujer con guardapolvo abierto, estetoscopio. Mesa con instrumental y camilla.

ERNESTINA

No creo que aguante otro día más. Yo vomito. Me niego. Me niego de plano a descubrir este
cuerpo.
La psicóloga ya me lo dijo: “¿Hasta cuándo se va a seguir castigando Ernestina?... ¡Y cómo huele!
(Va por una loción, echa aerosol en el ambiente y sobre la tela que recubre al muerto.)

¡No, basta! Tengo que animarme a hacer lo que hace rato tenía que hacer…

(A punto de quitarse los guantes)

Sí, hoy es el día. –“No deje para mañana lo que puede hacer hoy, ¿no le parece Ernes-tina?”

No somos nada, mejor dicho. Después de todo, ellos me necesitan. Sí, ya sé que nadie es
imprescindible, pero, se cree que es fácil, quisiera verla a ellla; cambiar un día, tan solo un día de
su vida por uno de la mía. Todos hablan desde afuera,… (TRANS.) y este olor a milanesa podrida,
¡no aguanto más!

(Mira hacia los lados, enciende un pucho, y ventila el aire)

¡No se va con nada el maldito! ... ¿Quién será? La verdad un poco de curiosidad me da, lo
reconozco… (Descubre ligeramente un pie, y lo vuelve a tapar) ¡Basta, Ernestina! Dijiste que no, y
es no.
Tenés que ser consecuente, ¿qué sos, un político sos? No. ¿Sos un predicador? No. Y bueno,
entonces, no hablés al pedo.
(Lo mira con ganas) ¡Qué grande es! Entre tres tuvieron que cargarlo, ¡y qué largo....mm!

(Leyendo el acta de defunción)

“Causa de la muerte: Infarto de miocardio”. -¡Menos mal, está entero el hombre”, -como
consecuencia de cinco heridas de arma blanca en abdomen, páncreas, estómago, intes-tino
delgado y grueso.”. (Eructa, como si fuera a vomitar) ¡Ay, se fue en sangre el desgra-ciado ¡No, no
me jodan! ¡No me jodan, carajo!

(Amaga irse y vuelve)

¿Pero cómo lo voy a abrir, si está agujereado por todas partes? Esta maldición me la mandó la
cava, esa gorda bola de grasa, porque no le presté la guita, seguro. Dejó al fiambre tres días por lo
menos, como nadie lo vino a reconocer…Vaya a saber cuántos más hay apilados en el cementerio:
Paro de sepultureros. No, si este país da para todo.

(Va por el barbijo y el bisturí; deja los elementos en la bandeja, toma el merteolate o un líquido
amarronado, y un pincel con algodón en la punta; lo toma como si fuera a untarlo. Se sube las
mangas, en típica actitud de cirujano, y exhibe los utensilios con ambas manos en alto, a la altura
de los codos. Se calza el barbijo, y mira al frente, como si fuera a mostrar el proceso de trabajo,
sonriente como promotora publicitaria)

(Al público) Haremos de cuenta que aquí no pasó naranja. (Al muerto) Viejo, esto es para vos, en
tu honor. Ya que fue tu deseo que yo fuera médica, porque vos no terminaste la secundaria, la
mejor parte, la más tiernita, te la reservo para la cena:

(Sube la sábana, y extrae distintos órganos con la pinza, que muestra al público):
Sesos a la veneciana, Tripa gorda o Mollejas al verdeo, Pierna de cordero o Huevitos de codorniz
con salsa de semen.... todo regado con vino tinto cosecha 1940....

(Ehibe los guantes manchados de sangre)

VOZ EN OFF: ¿Doctora Ernestina?... ¿Quién anda ahí? ... ¿Doctora?

(La mujer se quita rápidamente los guantes, y mete todos los órganos debajo de la sábana.)

ERNESTINA: Soy, yo, don Amílcar. Azucena, de maestranza. No baje, la doctora Ernestina no vino
hoy. Yo estoy de guardia. Vaya tranquilo, vaya. ¡Hasta el lunes!

VOZ EN OFF: Como quiera.

(Pausa. Baja la luz. Le habla en tono más íntimo al cadáver)

ERNESTINA: Papá, ¿viste qué raros que son los muertos? Quedan fríos y duros como el

delantal con almidón. Bien blanco mi delantal, como te gusta a vos.

Se quita el guardapolvo blanco, y envuelve en él el cuchillo de cocina, agarra el balde,


sus pertenencias, y antes de salir, dice:

¿Sabés viejo?... Ahora sí voy a renunciar.

FIN

Publicada en la Cocina de los Dramaturgos. Argentores

* (“En marzo de 2002, el caso de Sayifa Hussaini cobró notoriedad internacional, después de que
un tribunal islámico la condenara a ser enterrada hasta las axilas para, a continuación, morir
apedreada, tras encontrarla culpable de adulterio, por mantener relaciones sexuales con un
hombre casado. Pese a que la mujer, de 35 años, y madre de cinco hijos, alegó que había sido
violada y aportó el testimonio de tres policías, las declaraciones de éstos no fueron aceptadas
debido a que la Sharía exige un mínimo de cuatro testigos”- hombres, desde luego.-)

“SAFIYA” (o el triste destino de ser mujer en Nigeria).”

CUERPO DE MUJER OCULTA DEBAJO DE UN MANTO BLANCO, CON LOS OJOS VELADOS POR UN
RECTANGULO DE LUZ TRANSPARENTE.
SAFIYA:

Aquí estoy. No pueden verme. Ustedes son los que no pueden verme, por eso me ocultan, como al
rostro del pecado... Detrás de este manto, están mis ojos de café negro, que en su mirada final los
buscan, los recorren... estos ojos de mujer enamorada, y por lo mismo preñada de vuestro
oprobioso semen.
¡Mírenme, hombres necios!, antes que las piedras que esconden en su mano se conviertan en sal,
en arena, antes que el viento desfallezca en mi cuerpo endeble, su palidez sepulcral, antes de que
caiga para siempre el velo que me oculta, y descubra su cosecha mi vientre, duro como el acero,
negro y aceitado como la piel de mi amado, como el brazo abrazado por el constante sol del
desierto.
¡Mátame semental! Mátame. Que junto conmigo matarás a tu madre y a tu hija, matarás a la
tierra que te abriga, a la amante que te nutre, a la amiga que no olvida.
Sé que no podrás hacerlo si me miras a los ojos, por eso me quitaré este manto de pirámide que
me cubre, yo, virgen de los necios, que jamás he empuñado siquiera, una piedra para arrebatarte
mi amor de otras manos de mujer, el beso de otros cuellos, ni el perfume de sándalo y de azahar a
tu boca de fuego, de serpiente y de almendra.
No. No voy a hablar, ni a tratar de convencerlos. Tantos son que forman un ejército de cobardes.
¡Yo, la puta Safiya, desnudo mi ruego de mujer al mundo, clamo a los dioses y al universo que no
me condenen a esta muerte apresurada!
Laten mis hijos en mis entrañas, ¿van a matarlos también, sin que esta pena sea clausurada para
siempre? ¿Por qué me castigan, ustedes, los mortales?, ¿por qué me enjuician lejos de las leyes
divinas, a morir una muerte vergonzante y cruel?
(LEVANTA LA TELA Y DEJA VER SU ROSTRO)
¡Que las cámaras de televisión me enfoquen, y sigan la muerte en vivo por Internet. Mientras caen
mis huesos uno a uno, en primerísimo primer plano: Blanco bulto de huesos negros.
Mientras millares de mujeres, adúlteras, se atragantan con la última ración de pollo, o se
embriagan lujuriosos con el vino de mi sangre, sus infieles maridos, echándome una ojeada
perversa. O se aparean miles de parejas de un sexo o de dos o de tres. Mientras nacen miles de
niñas en este mundo de injusticias que dios no creó.
(PAUSA. RUIDO DEL VIENTO QUE MUEVE SU VESTIMENTA)
¡Enfurecen a los dioses! El sol se ha ocultado tras un eclipse, y ha cambiado el viento. ¿Podrá
torcerse mi destino?... ¿Creen que al matarme dejarán de engañarlos? ¡No! ¡No soltaré a mi hijo
de los brazos! El se elevará conmigo en vuelo eterno, le crecerán alas de ángel, y sus ojos azules,
se volverán de cielo, le enseñaré a volar, y aprenderá a respetar nuestro cuerpo, y a enredarse
entre las piernas de una virgen predilecta, con cabellos ondulados de sirena y cola de oro, y
collares de algas.
(COMIENZAN A APEDREARLA, ELLA SE AGARRA LA ZONA GOLPEADA)
Oye hombre: te cambio las piedras calizas por esmeraldas de mi pubis, que brillan como estrellas
de diamantes... ¡Ay! ¿No me escuchas? Por favor, no me hieras, insensato. Déjame balbucearte al
oído el último resoplo: el viento de la muerte se acerca con ira, huracanado...
¡Ay! ¡Hombre! quiero decirte:…que te he amado. A ti, que estás allí, entremezclado en la vil
cacería. Por favor, tú, no me lastimes. La paloma ya está herida. Te di mi alma, te di mi cuerpo, te
doy mi hijo. (EXTIENDE SUS BRAZOS QUE PROTEGEN UN BULTO)
¡Y a ti Hueney, que me denunciaste sin pruebas, a ti que me engañaste con cuanto precoz gorrión
aproximaba sus senos puntiagudos, a ti que no te hace falta probar mi pecado, para que tu palabra
engañosa me condene al Sharía, te dejo todas las heridas, las muñecas laceradas, las marcas de las
sogas en la piel calcinada, las quemaduras de heno, y que el divino te perdone! ¡A ti, hombre!
ARROJA AL NIÑO QUE QUEDA SUSPENDIDO EN EL AIRE, MIENTRAS EL CIELO SE OSCURECE, EL
VIENTO SE ENFURECE, Y SU CUERPO ENVUELTO CAE AL VACIO DEL PISO BLANCO, DONDE SE
FUNDE Y DESAPARECE.
LUZ BLANCA SOBRE EL BEBE SUSPENDIDO EN EL AIRE.

FIN

LILIANA CAPPAGLI

“Safiya, emergió de las profundidades de ese océano oculto que todos llevamos dentro y que
aparece como una sed de justicia en el desierto de la ignorancia.
El Teatro, ese mito sagrado que nos envuelve con pasión desenfrenada, me permite exorcizar los
demonios que cargo como conciencias, a través de las dos caras que, simbólica y simbiótica-mente
lo representan. Decidí la tragedia, es la única forma en que pude retratar a Safiya, el triste destino
de ser mujer en Nigeria”. La autora.

Depósito hecho en el Registro de la Propiedad Intelectual.


Buenos Aires.
Liliana Cappagli.
artesurlily@yahoo.com.ar/
11-15-5-960-2020

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