1) En el Monte Tabor, Jesús se manifiesta a los discípulos en el esplendor de la vida divina que posee como Hijo de Dios. Ese esplendor es sólo una anticipación del que lo envolverá la noche de Pascua y que nos comunicará también a nosotros, haciéndonos hijos de Dios. Nuestra vida es, de ese modo, un proceso de lenta pero real tranformación en Cristo, como tan hermosamente lo dice el prefacio de hoy: Cristo nuestro Señor “reveló su gloria… para apartar del corazón de sus discípulos el escándalo de la cruz, y manifestar que se cumpliría en la totalidad del cuerpo de la Iglesia, lo que brilló admirablemente en él mismo, su cabeza”. Recordemos que Jesús había anunciado a los suyos la proximidad de su Pasión y los sufrimientos que había de padecer a manos de los judíos y de los gentiles. Y los exhortó a que le siguieran por el camino de la cruz y del sacrificio, según el Evangelio de ayer (Mt 16,24 ss.). - ¿Eres consciente de que la gloria de Dios no es dominio y poder sino servicio callado, entrega, amor y cruz? 2) Lo principal de la Transfiguración del Señor es la teofanía (la manifestación de Dios) de la que fueron testigos los tres discípulos más cercanos a Jesús: Pedro, Santiago y Juan, y que sirvió a la primera comunidad para entender mejor la identidad de Jesús y encontrarle sentido a toda su historia pascual. Y, ¿qué fue lo que había sucedido? El Señor había sido transfigurado, sus vestimentas se habían hecho blancas como la luz y su apariencia totalmente cambiada, revestida con gloria celestial. Este era el hecho más importante, la exhibición del Hombre glorificado. Dios mostraba aquí abajo, aun a estos débiles discípulos, al Señor tal como está ahora en el cielo: como un Hombre glorificado. Esta visión produjo en los Apóstoles una felicidad incontenible. Pedro la expresa con estas palabras: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» (Lc 9, 33a). Estaba tan contento de que ni siquiera pensaba en sí mismo, ni en Santiago y Juan que le acompañaban. San Lucas hoy nos dice que Pedro “no sabía lo que decía” (Lc 9,33b). Todavía estaba hablando cuando una nube resplandeciente los cubrió. Y a partir de ahí quedarían marcados por lo ocurrido. 3) También a nosotros quiere el Señor confortarnos con la esperanza del Cielo que nos aguarda. Especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. - ¿Recuerdas la última vez que te transfiguraste? Si alguien logró ponerte contento cuando estabas triste o, tenias una circunstancia díficil y todo se arregló felizmente; lograste sentirte mucho mejor, eso es transfigurarse. Puedes pasar de la tristeza a la alegría y de la preocupación al gozo. Dios logra eso en nosotros más de lo que imaginas. 4) Aprendamos a subir a lo alto de la Montaña, para que Dios se manifieste a nosotros siempre en la grandeza de su vida divina. Para que nuestra vida se transfigure necesitamos: a) crecer en la virtud, b) tiempos de soledad para estar con Dios, c) oración seria y perseverante y d) pertenecer a una comunidad. Vivamos en un constante encuentro con el Señor. Él es el Hijo de Dios y debemos escucharle con amor para que crezcamos en santidad y conversión. Tú necesitas hacer un alto, hacer silencio, cuidar tus encuentros con Jesús y escucharle, si no quieres instalarte en un culto vacío, en la comodidad y en ideas extrañas. Si le escuchas: Él te hablará siempre de amor y de servicio. - ¿Cuidas tus momentos de oración? ¿Hablas con Jesús? ¿Escuchas a Jesús?
¡Divino Salvador, salva a tu pueblo que en ti confía!