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Tuki y el CHullachaqui

En lo profundo de la Amazonía peruana, vivía una tribu de


Cocamas que compartían las labores diarias de caza, pesca y
recolección para sobrevivir. Tuki y su familia eran muy felices en este
paraíso en medio de la jungla.

Cierto día Tuki caminaba distraído por la selva cuando de repente


escuchó el llanto de un animal, al acercarse vio que era un cachorro de
otorongo, le dio tanta pena que lo llevó a su casa para cuidarlo y darle de
comer. Al llegar a casa llamó a su mamá y le dijo.

-Mira mamá, ya tenemos mascota!!

Su Madre se puso blanca del susto y le pidió que lo devolviera


inmediatamente al lugar donde lo había encontrado, Tuki preocupado por
lo que pudiera pasarle al indefenso cachorro en la selva no hizo caso y lo
escondió cerca a su casa.

A sus 9 años Tuki no era muy popular y menos tenía amigos, los
niños se burlaban de él porque no era un buen cazador ni rastreador de
huellas, por eso siempre lo alejaban o se burlaban de él.

Un día los chicos queriendo hacerlo el hazmerreír de la tribu, le


dijeron que si quería formar parte del grupo tenía que cumplir un reto, ir a
robarle los aguajes y coconas que cultivaba en medio de la selva un
anciano al que los niños llamaban el Chullachaqui.

Muerto de miedo y ante la sorpresa de todos… aceptó, pues quería


probarles que tenía valor y así por fin lo dejarían de molestar. Su
principal temor era que los niños contaban que este anciano era el tunchi
(fantasma) en persona.

Acompañado de su fiel Sativa (su otorongo) subió a los arboles del


huerto prohibido a robar los frutos. Todo marchaba bien ya tenía la bolsa
repleta de frutos, pero el ruido de una rama rota le advirtió que el
chullachaqui había llegado, Tuki se asustó tanto que bajó de los árboles
y corrió con Sativa por la selva, enredándose con las lianas y clavándose
con las espinas, solo querían estar lo más lejos del demonio que los
había descubierto robando en sus tierras. Iban tan concentrados en la
huida que no se percataron que habían entrado en una zona de caza,
donde los lugareños usaban escopetas y flechas en la caza de Sajinos y
Ronsocos.
Tuki y Sativa no se dieron cuenta del peligro que los acechaba,
cuando de pronto una trampa hecha de ramas atrapó a Sativa. Tuki
desesperado quiso ayudarlo, pero un silbido cruzó su frente y sintió tan
fuerte dolor que cayó desvanecido, los cazadores confundiéndolo con un
animal le habían disparado.

Al despertar el Chullachaqui lo estaba curando con hierbas de la


selva, mientras que Sativa a su lado le movía la cola en señal de
amistad. Ante el temor de Tuki el anciano se adelantó y le dijo:

- tranquilo, tranquilo muchacho - le dijo el anciano - no te asustes,


ya estas a salvo y pronto irás a tu casa.
- ¿Qué me pasó? – preguntó aturdido Tuki
- Una bala rozó tu frente. Pero yo te curé y liberé a tu otorongo de
la jaula.
- Pero usted es el chullac….
- No, solo soy Pedro, un anciano solitario que vive aquí en medio
de la selva desde que murió mi esposa. Los niños me temen
porque no me conocen jajaja – rió de buena gana el anciano.

Aquella tarde ante el asombro de todos los niños de la tribu, Tuki y


Sativa retornaron de la mano de Pedro “el chullachaqui” venían cargados
de frutos que generosamente les obsequió Pedro y estaba sanos y
agradecidos con el anciano.

Los niños al ver que Pedro no era un demonio se acercaron y


tocaron su larga barba y él en señal de amistad les regalaba su mejor
sonrisa. Desde ese día Tuki fue el líder del grupo por su valor y los niños
acudían diariamente a visitar a Pedro quien les regalaba las frutas
silvestres que crecían en sus tierras y jugaba con ellos.

El Chullachaqui quedó en el recuerdo de la tribu y los niños


prometieron nunca más juzgar a una persona por su apariencia.

Diego Almonte
4 C

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