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Las maravillas que estaban escritos en el libro de portada azul eran sorprendentes, sus hermosos

ojos azul-cielo leían rápidamente los grandes párrafos de letras negras escritos en las hojas de
papel, tratando de llegar lo antes posible al desenlace en donde su corazón latería desbocado al
imaginarse las escenas fantásticas pero prohibidas. Queriendo sentirse satisfecho y extasiado al
concluir lo que tanto había estado esperando.
Sus cortos brazos se encontraban en el aire y su pequeño cuerpo se encontraba acostado en el
cómodo sillón de cuero verde que se encontraba cerca del gran ventanal de cristal, donde los
cálidos rayos del sol se filtraban iluminando todo a su alrededor sin dejar un solo lugar oscuro.
Moviendo las piernas de un lado a otro contenía un suspiro esperando su parte favorita de la
historia, sin embargo su ilusión e entusiasmo se vinieron abajo, cuando una voz grave se escuchó
provenir del otro lado de la puerta.

-Joven amo – reconoció a la perfección esa voz. Era su mayordomo.

-¿Qué sucede John? – cerrando su tan apreciado libro lleno de aventuras sorprendentes, se
obligó a sí mismo en reincorporarse en el sillón y tomar una posición adecuada.

-Lamento molestarlo Joven amo, pero el desayuno está listo desde hace cinco minutos, por
favor baje a desayunar.

Moviendo la cabeza de un lado a otro mientras negaba, coloco sobre la mesa de madera el libro
que minutos antes estaba a punto de terminar hace dos días.

-Bajaré ahora.

-Gracias Joven amo.

Sin embargo eso no era todo.

-… ¿Algo más? – Pregunto inquietante al sentir aun la presencia de su mayordomo detrás de las
grandes puertas de la biblioteca – John.

-… En el desayuno lo espera su padre… y también su esposa.

Ante la última mención sus hermosos ojos se oscurecieron, e inconscientemente sus manos
apretaron el pantalón negro que portaba, tratando de no tirar lo que sea que haya a su alrededor
solo por un disgusto mañanero.

-Joven amo…

-Gracias por avisarme – comunico a la vez que caminaba en dirección a las puertas – Yo me
encargare de lo demás.

-Entendido Joven amo.

Cuando la presencia de su mayordomo desapareció por fin, su brazo derecho se movió tan rápido
tirando al suelo un hermoso florero de cerámica que se encontraba a un lado suyo, rompiéndolo
en pedazos y derramando el agua que había en este.
-Así que mi madrastra también está en el desayuno – se dijo así mismo tomando entre sus
manos la manija de la puerta abriéndola lentamente, encontrándose frente a frente con un gran
cuadro pintoresco que aborrecía con toda su alma - Me pregunto… ¿Si también los descarados
de sus hijos estarán igual presentes?

Al parecer lo que creyó ser un gran día para él fue todo lo contrario a lo que esperaba, más bien
que no lo tenía previsto.

Como era de esperarse al llegar al comedor, no pudo evitar una mueca de disgusto al escuchar las
risas alegres de su madrastra y hermanastros del otro lado de la puerta, hablando alegremente
con su padre como si fueran hijos de su propia sangre, cuando en realidad ninguno de los dos hijos
de aquella mujer que tanto detesta pertenecía a su familia. Y en primer lugar jamás pertenecerán.

-Oh querido – la voz infantil y chillona de su madrastra se hizo escuchar tan pronto las voces
irritantes de sus hijos callaron - ¿Sabes? Hace unos días estuve en el pueblo.

-¿Así?

-Sí, pase por una enorme tienda llena de hermosos vestidos que me encantaron – oh ya sabía lo
que aquella mujer interesada quería ahora – Y quería saber si… ¿Podrías comprarme una
colección de hermosos vestidos para el verano? Me encantaría que lo hicieras.

-Claro que si querida. Te comprare lo más hermosos vestidos que quieras.

-¡Gracias querido!

¿Es enserio? ¿Su padre gastara su dinero, solo por un capricho de esa mujer? No lo podía creer.
Todos los días es lo mismo, si no es un vestido son joyas y si no es eso son montones de listones y
zapaterías de primera mano, ¿No se suponía que ya no gastaría su padre en cosas innecesarias
como aquello que se le está pidiendo? ¿Entonces porque su padre no hace nada?

-Mi hermosa esposa, sabes que siempre te cumpliré cada deseo, no solo el tuyo sino también el
de tus hijos, porque desde que aceptaste ser mi esposa jure darte todo lo que soñaras.

-¡Eres tan buena persona amado esposo!

-Por ti siempre.

Ya no lo soporto más.

-Lamento la tardanza – se disculpó seriamente una vez entro al comedor en donde la familia
estaba en su momento empalagoso.

-¿Dónde estabas… Ethan?


-En la biblioteca – contesto secamente mientras tomaba asiento a su lado – Espero no haberlos
hecho esperar.

-Para nada cariño – la voz empalagosa de su madrastra le dio nauseas – Solo… que para la
próxima llega más temprano ¿quieres?

-Sírveme.

Ignorando por completo lo dicho de su madrastra y presencia, ordeno a la sirvienta que se


encontraba en una esquina como las demás servirle el desayuno que anteriormente habían
quitado de la mesa, para servirle uno más caliente, pues el anterior se había enfriado en el lapso
de tiempo que él no había bajado.
La mujer de cabellos castaños y ojos chocolate apretó sus dientes de la rabia al verse ignorada por
el primogénito de la familia.

-Querido – llamo alegremente tomando entre sus dedos la grande palma de su marido – Me
llegó una carta de la familia Moriarty hace unos días.

-¿Hace unos días? ¿Por qué no me lo hiciste saber?

-Porque – mirando por el rabillo del ojo observo con malicia a Ethan – La carta está dirigida a mi
querido hijo… Ethan.

Con la sorpresa al borde, Ethan se ahogó con un pedazo de fruta que se encontraba digiriendo en
su boca, al escuchar la forma repugnante en que la descarada mujer lo llamo.

-¡Ethan-sama! ¿Se encuentra bien? – una de las sirvientas se acercó a él preocupada al ver como
su amo se ahogaba con la comida.

-E-estoy bien Anna – calmo a la mujer – No pasa nada.

-¿Está seguro Joven amo?

-Lo estoy – contesto molesto mirando amenazadoramente a la esposa de su padre quien tenía
una fea sonrisa en su rostro.

-Hijo mío ten cuidado en comer, recuerda que es peligroso tragar una considerable fruta, podía
ahogarte… como ahora…

-¿En dónde tienes la carta que está dirigida a mí? – pregunto con molestia.

-¿Por qué la prisa? Te la puedo entregar más tarde ahora será mejor que…

-Creo haberte dicho desde un principio, que usted no tiene el derecho ni el permiso de tocar mis
cosas.

-¿Qué...?
-El único que tiene ese deber, es mi mayordomo a las sirvientas de la mansión – sentenció
mirando con desprecio a la sorprendida mujer lejos suyo – Que no se vuelva a repetir.

-Q-querido…

-¡Ethan! – el llamado de su padre, le decía lo molesto que estaba, eso sí le daba mucha gracia -
¿Cómo puedes faltarle el respeto a tu madre?

-Q-querido – llamo débilmente la mujer – Déjalo solo está enojado porque se me olvido decirle
que tenía una carta para él.

-No lo protejas Elizabeth, la manera en la que te trato, no es la forma en la que se trata una
madre.

-¿Madre? – la repentina pregunta de Ethan captó la atención de todos en el comedor.

-Si, Oka-san es tu madre como lo es de nosotros, respétala – la voz de su hermanastro menor se


hizo escuchar frente a él.

-No creo haber pedido tu opinión hermanastro.

-¡Tú!

-¿Cómo puedo llamarle madre a una mujer que ni siquiera se lo merece? ¿Cuándo en realidad no
se ha ganado ese derecho? ¿Cuándo en realidad no lo es?

-¡Ethan!

-No olvides tu posición padre – enfatizo amenazadoramente mientras se colocaba de pie y


miraba con furia retenida a su padre quien tembló en su lugar al ver el cambio en su hijo –
Recuerda que tanto tu como tu esposa e hijos, no tienen ningún derecho en esta casa y sobre
mí. Acaso… ¿Olvidaste lo que te paso hace mucho? ¿Quieres volver a vivirlo? Porque si es así
estoy dispuesto en ayudarte.

-¿De qué está hablando cariño?

-Nada importante querida – hablo muy nervioso.

-Pero…

-Señora Elizabeth – la mujer lo miro tan pronto escucho su nombre – Deme la carta ahora
mismo. La estaré esperando en mi habitación, de lo contrario yo mismo iré a buscarla.

Alejándose de la mesa en donde dejo conmocionados a todos, se encamino en dirección a la


puerta con intenciones de marcharse, pero la voz furiosa de su padre detuvo toda acción que
estaba a punto de hacer.

-Ethan.
-¿Sí? – sin siquiera mirarlo, espero que su padre le dijera lo que sea que tenga que decir.

-Espero y pienses en lo que estás haciendo. De lo contrario, nuestro pueblo tendrá un futuro Rey
para nada justo y razonable.

-Y para ti – dándose la vuelta encaro a su padre esperando por una respuesta a la pregunta que
hará - ¿Qué es ser justo y razonable? Dime – y como lo esperaba no hubo nada – No me hables
de ser justo y razonable, cuando solo eres el sustituto de mi padre.

La sorpresa se reflejó en todos los rostros de los presentes y la palidez en el rostro del jefe de la
familia, el mayordomo miraba sorprendido aquel niño de solo 13 años que ya pensaba como un
adulto, aquel niño que pronto será la cabeza de la familia hablar sin miedo, por lo que su sus labios
formaron una sonrisa orgullosa y altanera al ver con sus propios ojos que su amo no se doblega
ante nadie, incluso hasta su propio padre.

-No olvides que pronto despertara el verdadero dueño de ese cuerpo que tienes. Y cuando el
momento llegue… adiós querido…

Y con esas últimas palabras de su parte, desapareció del campo de visión de todas las personas
conmocionadas en el comedor, yendo directamente a su habitación, donde la oscuridad de manto
negro lo envolvía en un fuerte abrazo.

El carruaje avanzaba con toda la calma del mundo, la calma que al pequeño Duque O'Brien le
gusta sentir cuando esta solo concentrado en su importante lectura, siempre siendo acompañado
por su más fiel mayordomo que no lo deja solo por nada del mundo. Teniendo ambos un
agradable silencio, el silencio que siempre ha sido la marca de sus oscuros secretos.

-Joven amo – llamo levemente esperando en no molestar al pequeño que se encontraba frente a
él tan concentrado en su lectura.

-¿Sí?

-Perdone que lo interrumpa… Pero – dudo por un momento si hacer la pregunta o no, no tenía
ningún derecho en saber lo que sea que hace su amo.

-Sabes que puedes decirme lo que sea John – despegando su vista azul-cielo del libro miro solo
por unos segundos a su mayordomo, volviendo a concentrarse en su lectura – Dime ¿Qué es lo
que te tiene tan pensativo?

-¿Pensativo?

-Desde que salimos de la mansión has estado muy pensativo y curioso. Dime ¿Qué te tiene así?

Las cejas de John se fruncieron e inconscientemente sus dientes atraparon su labio inferior
mordiéndolo sin llegar a auto lastimarse, fijando su mirada ónix en el enorme regalo que su Joven
Amo tenía al lado suyo, brillando tan radiante al tener un papel dorado envuelto a su alrededor
perfectamente, esa era la razón por la que ha estado tan curioso desde el principio.
-Joven amo.

-¿Mmh?

-El regalo que preparo usted mismo – vacilo por un momento – Es… ¿Es para el Sr. Albert?

Su pregunta quedo flotando en el aire, y el miedo se apodero de él cuando aquella mirada que
desde un inicio fue su salvación y eso sigue así, lo miro seriamente como si le dijera que su
pregunta estaba fuera de lugar, pero aun sabiendo lo que eso conllevaría se atrevió a preguntar de
todas formas.

-¿Crees qué le guste?

-¿Perdón? – no pudo evitar sorprenderse ante la pregunta de su amo, pensó que sería regañado
de inmediato sin embargo fue tratado con gentileza.

-¿Qué si crees que le guste?

-… E-estoy seguro que sí…

-Tuve que escoger un regalo de manera rápida, ya que como veras, todo fue culpa de mi
madrastra.

-Ya veo – recomponiéndose de su confusión carraspeo su garganta esperando sonar sereno –


Claro que le encantara, a Sr. Albert siempre le gustan los presentes que usted le obsequia.

-Eso espero.

Con esa agradable charla ambos callaron, el mayordomo dejo que su amo siguiera con su lectura y
Ethan ignoro por completo su alrededor, concentrándose solamente en resolver los ejercicios que
su amado libro le dictaba.

Media hora después el carruaje de la familia O'Brien llegó por fin a la misión de la familia Moriarty,
estacionándose en frente de la mansión, donde el mayordomo de aquella familia se encontraba de
pie al lado de la puerta esperándolos pacientemente.

-Hemos llegado Joven amo – John tomo de la mano al niño de 13 años ayudándolo a bajar los
escalones que poseía el carruaje asegurándose de que no sea un problema para el niño.

-Gracias John.

-Bienvenido a la mansión Moriarty… Duque O'Brien – los ojos azul-cielo de Ethan se enfocaron
en el mayordomo de la familia Moriarty quien lo esperaba paciente en su lugar – Espero que
haya tenido un viaje tranquilo.

-Lo fue.

-E de suponer que viene a visitar a Sr. Albert.


-¿Dónde está? – pregunto secamente mientras avanzaba en dirección a la entrada dejando
detrás suyo a su mayordomo.

-Sr. Albert se encuentra en el jardín trasero, si gusta yo mismo puedo…

-No es necesario – corto sus palabras mirando ahora por el rabillo del ojo a su mayordomo –
Puedes retirarte John, dentro de una hora ven a buscarme.

-Entendido Joven amo, tenga usted un buen día.

-… Lo mismo…

Pasando de largo al hombre de cabellera negra y ojos del mismo color, Ethan avanzo hacia la
entrada ignorando por completo la mirada retadora que ambos mayordomos se tenían.

-Me retiro – hablo John por primera vez una vez su Amo desapareció de su campo de visión.

-No entiendo que es lo que el Duque O'Brien ve en usted.

La irritabilidad y la amargura se notaron en la voz del mayordomo de la familia Moriarty,


provocando que los pasos de John se detuvieran justo cuando estaba a punto de abordar el
carruaje, encarando al otro hombre de pie frente a él.

-Y… ¿Qué es lo que le molesta… Simon? – cuestionó confundido.

-El Duque jamás debió elegirlo como su mayordomo.

-Lo que usted me está diciendo, es que el que debió ser su mayordomo… ¿fuera usted?

-Así es – contesto orgulloso mientras se acomodaba los lentes que portaba con la punta de sus
dedos – Me siento humillado en que una persona de bajo estatus como usted, le sirva al Duque
O'Brien.

-… La decisión no la tome yo. Y si mal no recuerda, el Amo fue quien vino a buscarme no a usted.

-¡Tú!

-Si eso era todo me retiro – ignorando por completo las amenazas de Simon, John se subió al
carruaje alejándose por completo de la mansión Moriarty

-Estúpido mayordomo de cuarta – maldijo en un susurro observando como el carruaje del Duque
se alejaba cada vez más de la mansión.

-Joven amo – preocupado por la situación en la que ahora se encontraba sus ojos se posaron en
el ventanal, admirando la gente caminar de un lado a otro en las calles de Londres – Espero que
no se descontrole… después de todo, usted no bebió nada.
Una sonrisa sincera se encontraba plasmada en el rostro infantil de Ethan, parado al lado de un
gran rosal lleno de bellas rosas rojas, sosteniendo en sus manos el gran regalo envuelto con papel
dorado, miraba encantado a su mejor amigo desde la distancia, observando la tranquilidad en la
que este bebía té sentado en la silla blanca frente una mesa del mismo color seguramente
disfrutando de la tarde jovial del mundo, ajeno a lo que pasaba a su alrededor, ignorando por
completo su presencia.

-Me alegra verte de nuevo… Albert – su cercanía era demasiada, eso no fue lo que sorprendió a
su amigo, lo que lo asusto fue que apareció tras él sin hacer un minimo ruido.

-¿Ethan? Me asustaste.

-Lo siento, apareci de la nada


-Hijo mío… Hijo mío…

¿Quién era la dueña de aquella dulce voz? ¿Quién era la causante de que su triste y solitario
corazón cobrara calidez tan pronto aquella melodía suave y reconfortante regresaba en su
interior?

-… Despierta mi Príncipe…

Pero sobretodo… ¿Por qué se le hacía tan familiar aquel trato?


-¿Dónde estoy?

Desde que tiene memoria, siempre ha tenido este tipo de sueño. Uno en donde se ve rodeado de
hermosos rosales guiándolo directamente hacia un punto incierto, donde solamente lo único que
logra escuchar son lágrimas de dolor y canciones de amor que le parten en mil pedazos el corazón.

-Hijo mío… Ven a mí…

¿Quién era ella? Y el ¿Por qué su corazón late con fuerza cada vez que la escucha pronunciar su
nombre? ¿Por qué se entusiasma tanto en encontrarla? Todo lo que ve y escucha, es como si una
vez lo hubiera tenido, sin embargo… siempre estuvo solo.

-Mi Príncipe ha crecido…

De nuevo aquella voz le habla como si le viera, como si le conociera.

-Se está convirtiendo en un hombre - ¿Quién es?

-¡Muéstrate!

-Hijo mío… mi niño… perdóname… enserio lo siento…

No de nuevo, no quiere volver escuchar aquellas dolorosas lágrimas que remueven su frio corazón,
no quiere sentir la enorme tristeza de la persona quien sea que cada día, noche tras noche le
habla, le llama.

-No llores – no lo soportaba – Estoy aquí.

-Pero yo no – ¿Por qué sus palabras le dolían tanto? ¿Quién era ella? - Mi Príncipe ha estado solo
todo este tiempo, ha estado caminando sin mí a su lado.

Si, claramente es así… sin embargo…

-No es así – mintió – Desde que tengo memoria siempre has estado aquí.

-… Y siempre lo estaré… siempre estaré para ti… en tu corazón, te lo prometí…

-Si es así… Dime ¿Quién eres?


-… Es hora de despertar hijo mío…

-¡No, por favor! ¡Dime ¿Quién eres realmente?!

-Pronto lo sabrás… ahora despierta…

Sus ojos se abrieron de golpe, la confusión se presentó en su rostro y la desorientación lo


confundió.
¿Dónde se encontraba? ¿No estaba en el jardín de los hermosos rosales? ¿Qué le pasó a aquella
dulce voz? Al parecer de nuevo solo fue un sueño, uno de muchos.

-Pensé que no despertarías.

La voz molesta y chillona le hizo voltear al frente, donde su mirada azulina se encontró con una
hermosa mujer de cabellos negros y ojos rojos, mirarlo con desaprobación e irritabilidad total.

-Tu padre me pidió que te ayudara con este problema que tienes. Pero desde mi punto de vista
no muestras ningún interés.

-¿Oto-sama… le pidió que me ayudara?

-Así pero sinceramente es una perdida de tiempo contigo – levantándose de la comoda silla de
madera, sus manos tomaron el libro que anteriormente estaba utilizando con intenciones de
marcharse – Le dire a tu padre que no necesitas mi ayuda. Y que puedes hacer lo que a usted le
plazca… después de todo. Eres el futuro cabesilla de la familia, pronto asumirás el trono.

-… Estas muy bien informada…

-Soy tu madrastra. Tengo que estarlo, además no te dejare tan fácil el camino para llegar el
trono, como sabes tengo dos hijos y vere el bien de ellos.

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