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Yo quería que aquel 14 de febrero Jazmín recibie-

ra el regalo más lindo del mundo.


Para juntar el dinero necesario tuve que tra-
bajar por las tardes como un esclavo: barrí y trapeé
el piso del chifa Chin Chun. Lavé todos los taxis
de la cooperativa de transportes Jota Jota que tiene
su central a una cuadra de mi casa. Arranqué todos
los hierbajos que habían crecido en el jardín de la
señorita García, y eso no es poca cosa, porque ese
jardín alcanza para una lavandería, una pequeña
huerta, una cancha de voleibol y un bosque tan
grande que en cualquier momento podría ser de-
clarado reserva natural. En mi barrio dicen que, de
no ser por el bigote y por el tamaño de sus pies ta-
lla 42, la señorita García podría ser considerada la
soltera más deseada en la ciudad.

Pero además de todos esos trabajos sacrificados,


cuidé a mis hermanas toda una tarde (con cambio
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de pañal incluido) y me comprometí a bañar al pe- Jazmín


rro San Bernardo de la familia Jarrín, al que cari-
ñosamente llamaban el Morsa.
Este último trabajo fue un verdadero atenta-
do contra mi integridad física, ya que el Morsa era
muy «juguetón» y le encantaba jugar al muertito.
Pero, claro, el muertito era yo, y él era la mole que
me aplastaba en el piso hasta dejarme sin aire.
Logré bañarlo por primera vez en su vida, y
yo me quedé con olor a perro mojado durante un Jaimito Rodrigo Espinosa, con ese nombre tan
largo mes. angelical, era un tirano.
Todas estas experiencias laborales solo te- Medía un metro quince, pero atemorizaba
nían un objetivo: juntar el dinero necesario para a todo el barrio como si fuera un gigantón de dos
comprarle a Jazmín Espinosa el regalo más lindo y veinte.
romántico el 14 de febrero. Recuerdo con claridad que, cuando todavía
Cuando coloqué sobre la mesa los cinco bi- no había aprendido a leer y escribir, ya era el rey
lletes más gordos que había logrado ahorrar en mi del grafiti callejero.
vida, me sentí orgullosísimo. Los conté, los enrollé Era el último hijo varón luego de cuatro hi-
y luego los envolví con una banda elástica. No que- jas mujeres, en una familia de padre machista que
ría que se me extraviaran. nunca perdió la esperanza de tener un sucesor que
Y cuando aún disfrutaba de mi felicidad, sin llevara su nombre y apellido. Para diferenciarlos al
darme cuenta, apareció a toda carrera Chulpi, mi padre se lo conocía como Jaime a secas, y al hijo
perro, y de un bocado se tragó los billetes. como Jaimito Rodrigo.
Luego, el muy desgraciado, ladró contento y Era un consentido insoportable y su mamá se
movió la cola. derretía de amor ante el único hijo varón. Todos los
diminutivos estaban presentes a la hora de referirse a
él, y se pronunciaban con los labios apretados,
haciendo con ellos un pico, para que palabras como
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«chiquito, reycito y preciosito» tuvieran toda la profesora, la señorita Ana Lucía Escobar, en el día
cuota indispensable de cursilería maternal. del maestro. Cuando llegamos a la floristería, La
A nadie, jamás, podría ocurrírsele llamar al Enredadera se dispuso a preparar el ramo y, mien-
niño Jaime, o Rodrigo… ¡eso nunca! De llegar el tras tanto, halagó a mi mamá diciéndole que el
caso podría correr sangre. Los padres lo habían vestido azul que llevaba era muy bonito.
inscrito en el Registro Civil con el primer nombre —Gracias —respondió mamá—, lo tenía
en diminutivo y exigían que se respetara su deci- guardado desde hace muchos años y ahora ha
sión. A la tía Loli, maestra de la guardería, la co- vuelto a ponerse de moda.
rrieron del trabajo porque tuvo la osadía de Entonces La Enredadera comenzó con su
llamarlo Jaimito, cuando la obligación impuesta blablá:
por los padres era que al referirse a él se lo hiciera —Sí, tiene razón, las cosas vuelven a ponerse
con sus dos nombres, y de corrido para que sonara de moda. Yo tenía un lindo pantalón anaranjado
de un solo golpe: Jaimitorrodrigo. que me regaló mi tía Esther que, por cierto, murió
La familia había desarrollado un floreciente hace tres años con un problema del pulmón porque
negocio (¡literal!), a través de una próspera floris- el marido fumaba mucho, casi una cajetilla al día; es
tería creativamente bautizada como El Palacio de que él era muy nervioso porque trabajó 40 años
las Flores. como controlador aéreo, porque le gustaban mu-
El padre era un corpulento señor, ex boxeador cho los aviones, él no tenía miedo como yo, que
peso pesado, que luego de morderle una oreja a un cada vez que me subo me pongo a temblar y rezo
árbitro fue expulsado de la federación de box. una oración a San Antonio, que es mi santo preferi-
La madre de la familia Espinosa era una se- do, porque todos en mi familia hemos sido muy de-
ñora pequeñita que hablaba, enredadamente, sin votos, desde que mi mamá le pidió que le hiciera el
parar. Ni siquiera se detenía para tomar aire. Una milagro de que mi hermana Judy consiguiera mari-
vez que ella comenzaba, podía estar siete meses sin do, porque mi hermana no era muy simpática y ja-
pausa; por eso, todos en el barrio la conocían más había tenido un novio, es que ella era muy
como La Enredadera. tímida y se había dedicado a los estudios, por eso se
Recuerdo que una vez acompañé a mi mamá graduó de licenciada en Educación, con las mejores
a comprar un pequeño ramo que yo llevaría a mi notas, y pudo conseguir un buen trabajo en el Mi-
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nisterio de Cultura y gana un muy buen sueldo, por Mi amigo Edú


eso acaba de comprarse un departamento en la pla-
ya que ha decorado con unos muebles preciosos, de
esos que están a la moda, con colores vivos, los de la
sala son anaranjados, como un lindo pantalón que
me regaló mi tía Esther, que, por cierto, murió hace
tres años con un problema del pulmón porque el
marido fumaba mucho…
Entonces, en ese momento, cuando mamá y
yo sentimos que nuestras cabezas estaban a punto Jazmín me gustó desde siempre. Era la chica más
de explotar, mamá puso un billete sobre el mesón, linda del barrio, aunque según mi amigo Edú, mi
recogió el pequeño ramo y salimos corriendo con la punto de vista no era muy preciso. Él, que siempre
disculpa de «Lo siento, nos tenemos que ir, el niño fue muy radical, solía decirme:
se atrasa al colegio». —No es bonita, Juan, admítelo. Jazmín te
Margarita, Rosa, Violeta y Jazmín (todas parece linda, ¡porque no tiene competencia!, por-
con nombres muy floridos) eran las hermanas ma- que la estás comparando con otras vecinas, y el
yores de Jaimitorrodrigo, la mayor tenía 15 y la nuestro es un barrio de feas.
menor 12, todas ellas eran muy tímidas y absoluta- —¡No es cierto!
mente sometidas ante la tiranía del pequeño —¡Cómo que no! ¿Por qué crees que des-
monstruo de diez años. de hace diez años somos el único barrio en la
ciudad que no presenta candidata a Reina de la
Primavera?
—Es verdad…
—¡Claro que es verdad, Juan! Nuestro ba-
rrio solo ha presentado candidatos para el interba-
rrial de Corra con el huevo en la cuchara.
—Y siempre hemos ganado, somos invictos
desde 1995.
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—¡Vaya, qué honor! Ya podemos enviar Y Jazmín pasaba, mirando de frente, igno-
nuestro equipo ganador a las Olimpiadas. rándonos como si Edú y yo fuéramos un par de
A decir verdad, nuestro barrio no se caracte- hormigas pigmeas. Entonces Edú sacaba de su
rizaba por ser el semillero de las futuras reinas de bolsillo una vieja libreta de las Tortugas Ninja, en
belleza, pero aun así a mí me parecía que Jazmín la que apuntaba mis deudas:
era linda. Edú, que se creía un experto en mujeres, —Con esto ya me debes… siete mil seiscien-
había diseñado un parámetro de medición de la tos dólares, Juan, si continúas con tu éxito con las
belleza femenina y, según sus exigencias, había co- mujeres dentro de poco podré comprarme mi pro-
locado a Jazmín en la categoría «Discretamente pio auto.
agradable, con un “no sé qué” que llama la aten- Edú y yo éramos amigos desde siempre e íba-
ción si se la mira de perfil, entre la una y media, y mos al mismo colegio, aunque a diferentes grados.
las dos de la tarde». Él tenía 13, un año más que yo, y habíamos sido ve-
Y ese era, precisamente, el horario en el que cinos desde que nuestras familias habían comprado
yo podía verla cuando junto a sus tres simpáticas las casas #25 y #26 del barrio Sauces del Este.
hermanas y su único e insoportable hermano re- En el barrio había de todo menos sauces.
gresaba del colegio. Años atrás la junta de vecinos había tomado la
Edú y yo nos encaramábamos con puntuali- «sabia» decisión de eliminar el parque central y
dad sobre el tabique que dividía nuestras casas todos sus árboles, para convertir ese espacio en
para desde allí ver pasar a las «florecitas», como una gran cancha de fútbol con graderíos. Lo que
llamaban en el barrio a Margarita, Rosa, Violeta y antes había sido un bosque verde se convirtió en-
Jazmín. Inevitablemente, también teníamos que tonces en un rectángulo de tierra seca donde, ade-
ver pasar al insoportable Jaimitorrodrigo, que más de celebrar los campeonatos interbarriales,
acompañaba y «cuidaba» a sus hermanas. nuestro equipo de Corra con el huevo en la cucha-
—Apostemos que Jazmín me mira —decía ra entrenaba todos los jueves.
yo segurísimo. Cuando nos anunciaron que nos quedaría-
—Dale, cuánto apostamos —respondía Edú. mos sin bosque, Edú y yo teníamos nueve y ocho
—Cien dólares. años, y quisimos oponernos al proyecto, porque
—¡Hecho! no queríamos que nos dejaran sin sauces. En unas

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