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«chiquito, reycito y preciosito» tuvieran toda la profesora, la señorita Ana Lucía Escobar, en el día
cuota indispensable de cursilería maternal. del maestro. Cuando llegamos a la floristería, La
A nadie, jamás, podría ocurrírsele llamar al Enredadera se dispuso a preparar el ramo y, mien-
niño Jaime, o Rodrigo… ¡eso nunca! De llegar el tras tanto, halagó a mi mamá diciéndole que el
caso podría correr sangre. Los padres lo habían vestido azul que llevaba era muy bonito.
inscrito en el Registro Civil con el primer nombre —Gracias —respondió mamá—, lo tenía
en diminutivo y exigían que se respetara su deci- guardado desde hace muchos años y ahora ha
sión. A la tía Loli, maestra de la guardería, la co- vuelto a ponerse de moda.
rrieron del trabajo porque tuvo la osadía de Entonces La Enredadera comenzó con su
llamarlo Jaimito, cuando la obligación impuesta blablá:
por los padres era que al referirse a él se lo hiciera —Sí, tiene razón, las cosas vuelven a ponerse
con sus dos nombres, y de corrido para que sonara de moda. Yo tenía un lindo pantalón anaranjado
de un solo golpe: Jaimitorrodrigo. que me regaló mi tía Esther que, por cierto, murió
La familia había desarrollado un floreciente hace tres años con un problema del pulmón porque
negocio (¡literal!), a través de una próspera floris- el marido fumaba mucho, casi una cajetilla al día; es
tería creativamente bautizada como El Palacio de que él era muy nervioso porque trabajó 40 años
las Flores. como controlador aéreo, porque le gustaban mu-
El padre era un corpulento señor, ex boxeador cho los aviones, él no tenía miedo como yo, que
peso pesado, que luego de morderle una oreja a un cada vez que me subo me pongo a temblar y rezo
árbitro fue expulsado de la federación de box. una oración a San Antonio, que es mi santo preferi-
La madre de la familia Espinosa era una se- do, porque todos en mi familia hemos sido muy de-
ñora pequeñita que hablaba, enredadamente, sin votos, desde que mi mamá le pidió que le hiciera el
parar. Ni siquiera se detenía para tomar aire. Una milagro de que mi hermana Judy consiguiera mari-
vez que ella comenzaba, podía estar siete meses sin do, porque mi hermana no era muy simpática y ja-
pausa; por eso, todos en el barrio la conocían más había tenido un novio, es que ella era muy
como La Enredadera. tímida y se había dedicado a los estudios, por eso se
Recuerdo que una vez acompañé a mi mamá graduó de licenciada en Educación, con las mejores
a comprar un pequeño ramo que yo llevaría a mi notas, y pudo conseguir un buen trabajo en el Mi-
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—¡Vaya, qué honor! Ya podemos enviar Y Jazmín pasaba, mirando de frente, igno-
nuestro equipo ganador a las Olimpiadas. rándonos como si Edú y yo fuéramos un par de
A decir verdad, nuestro barrio no se caracte- hormigas pigmeas. Entonces Edú sacaba de su
rizaba por ser el semillero de las futuras reinas de bolsillo una vieja libreta de las Tortugas Ninja, en
belleza, pero aun así a mí me parecía que Jazmín la que apuntaba mis deudas:
era linda. Edú, que se creía un experto en mujeres, —Con esto ya me debes… siete mil seiscien-
había diseñado un parámetro de medición de la tos dólares, Juan, si continúas con tu éxito con las
belleza femenina y, según sus exigencias, había co- mujeres dentro de poco podré comprarme mi pro-
locado a Jazmín en la categoría «Discretamente pio auto.
agradable, con un “no sé qué” que llama la aten- Edú y yo éramos amigos desde siempre e íba-
ción si se la mira de perfil, entre la una y media, y mos al mismo colegio, aunque a diferentes grados.
las dos de la tarde». Él tenía 13, un año más que yo, y habíamos sido ve-
Y ese era, precisamente, el horario en el que cinos desde que nuestras familias habían comprado
yo podía verla cuando junto a sus tres simpáticas las casas #25 y #26 del barrio Sauces del Este.
hermanas y su único e insoportable hermano re- En el barrio había de todo menos sauces.
gresaba del colegio. Años atrás la junta de vecinos había tomado la
Edú y yo nos encaramábamos con puntuali- «sabia» decisión de eliminar el parque central y
dad sobre el tabique que dividía nuestras casas todos sus árboles, para convertir ese espacio en
para desde allí ver pasar a las «florecitas», como una gran cancha de fútbol con graderíos. Lo que
llamaban en el barrio a Margarita, Rosa, Violeta y antes había sido un bosque verde se convirtió en-
Jazmín. Inevitablemente, también teníamos que tonces en un rectángulo de tierra seca donde, ade-
ver pasar al insoportable Jaimitorrodrigo, que más de celebrar los campeonatos interbarriales,
acompañaba y «cuidaba» a sus hermanas. nuestro equipo de Corra con el huevo en la cucha-
—Apostemos que Jazmín me mira —decía ra entrenaba todos los jueves.
yo segurísimo. Cuando nos anunciaron que nos quedaría-
—Dale, cuánto apostamos —respondía Edú. mos sin bosque, Edú y yo teníamos nueve y ocho
—Cien dólares. años, y quisimos oponernos al proyecto, porque
—¡Hecho! no queríamos que nos dejaran sin sauces. En unas