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OPERTIVO CORAZON PARTIDO.

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© 2009, María Fernanda Heredia
© De esta edición:
2013, Santillana S. A.
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República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

Primera edición en Caja de Letras Ecuador: Julio 2010


Primera edición en Alfaguara Ecuador: Mayo 2013

Editora: Annamari de Piérola


Ilustraciones: XX
Diagramación: María Isabel Vásconez

ISBN: XX

Impreso en Ecuador por XX

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser ser reproducida, ni en todo ni en
parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en
ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético,
electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de la editorial.

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Operativo
Corazón Partido
María Fernanda Heredia
Ilustraciones de Santiago González

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Paraa Alonso y Marcela,
Par Marcela,
que me enseñaron el valor
de la amistad.

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Yo quería que aquel 14 de febrero Jazmín recibie-
ra el regalo
reg alo más lindo del mundo.
Paralas
bajar por lajuntar
s tardeselcomo
dinerounnecesario tuve que
esclavo: barrí tra-
y trapeé
el piso del chifa Chin Chun. Lavé todos los taxis
de la cooperativa
coop erativa de transportes Jota Jota que tiene
su central a una cuadra de mi casa.
casa . Arranqué todos
los hierbajos que habían crecido en el jardín de la
señorita García, y eso no es poca cosa, porque ese
jardín alcanza para una lavanlavandería,
dería, una pequeña
huerta, una cancha de voleibol y un bosque tan
grande que en cualquier momento podría ser de-
clarado reserva natural. En mi barrio dicen que, de
no ser por el bigote
big ote y por el tamaño de sus pies ta-
lla 42, la señorita García podría ser consider
c onsiderada
ada la
soltera más deseada en la ciudad.

Pero además de todos esos trabajos sacrificados,


cuidé a mis hermanas toda una tarde (con cambio

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de pañal incluido) y me comprometí a bañar al pe-


rro San Bernardo de la familia Jarrín, al que cari-
ñosamen
ñosamente
Esteteúltimo
llamaban el Morsa.
trabajo fue un verdadero atenta-
do contra mi integridad física, ya que el Morsa era
muy «juguetón» y le encantaba jugar al muertito.
Pero,
Pe ro, claro, el muertito era yo, y él era la mole que
me aplastaba en el piso
p iso hasta dejarme sin aire.
Logré bañarlo por primera vez en su vida, y
yo me quedé con olor a perro mojado durante un
largo mes.
odas estas experiencias laborales solo te-
nían un objetivo: juntar el dinero necesario para
comprarle a Jazmín
Jazmín Espinosa el regalo más lindo y
romántico el 14 de febrero.
Cuando coloqué sobre la mesa los cinco bi-
lletes más gordos que había logrado ahorrar
a horrar en mi
vida, me sent
sentíí orgullosísimo. Los conté,
conté, los enrollé
enrollé
y luego los env
envolví
olví con una banda elástica. No que-
ría que se me extraviaran.
Y cuando aún disfrutaba de mi felicidad, sin
darme cuenta, apareció a toda carrera Chulpi, mi
perro, y de un
un bocado se tragó los billetes.
Luego, el muy desgraciado, ladró contento
contento y
movió la cola.

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Jazmín

Jaimito Rodrigo Espinosa, con ese nombre tan


angelical, era un tirano.

a todoMedía un como
el barrio metrosiquince,
fuera unpero atemorizaba
gig antón
gigantón de dos
veinte.
Recuerdo con claridad que, cuando todavía
no había aprendido a leer y escribir, ya era el rey
del grafiti callejero.
Era el último hijo varón luego de cuatro hi-
jas mujeres, en una familia de padre machista que
nunca perdió la esperanza de tener un sucesor que
llevara su nombre y apellido. Para diferenciarlos
diferenciarlos al
padre se lo conocía como Jaime a secas, y al hijo
como Jaimito Rodrigo.
Era un consentido insoportable y su mamá se
derretía de amor ante el único hijo varón. odos los
diminutivos estaban presentes a la hora de referirse a
él, y se pronunciaban con los labios apretados,
haciendo con ellos un pico, para que palabras como

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«chiquito, reycito y preciosito» tuvieran toda la


cuota indispensable de cursilería maternal.
A nadie,
niño Jaime, jamás, podría
o Rodrigo… ¡esoocurrírsele
nunca! Dellamar al
llegar el
caso podría correr sangre. Los padres lo habían
inscritoo en el Registro Civil con el primer nombre
inscrit
en diminutivo y exigían que se respetara su deci-
sión. A la tía Loli, maestra de la guardería, la co-
rrieron del trabajo porque tuvo la osadía de
llamarlo Jaimito, cuando la obligación impuesta
por los padres era que al referirse a él se lo hiciera
con sus dos nombres, y de corrido
c orrido para que sonara
de un solo golpe: Jaimitorrodrigo.
La familia había desarrollado un floreciente
negocio (¡literal!), a través de una próspera floris-
tería creativamente bautizada como El Palacio de
las Flores.
El padre era un corpulento señor, ex boxeador
pesoo pes
pes pesad
ado,
o, que lu
luego
ego de mo
mordrder
erle
le una oreja
oreja a un
árbitro fue expulsado de la federación de box.
La madre de la familia Espinosa era una se-
ñora pequeñita que hablaba, enredadamente, sin
parar.. Ni siquiera se detenía para tomar aire. Una
parar Una
vez que ella comenzaba,
comenzaba, podía estar
estar siete meses sin
pausa; por eso, todos en el barrio la conocían
como La Enredadera.
Recuerdo que una vez acompañé a mi mamá
a comprar un pequeño ramo que yo llevaría a mi

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profesora, la señorita
señorita Ana Lucía Escobar,
Escobar, en
en el día
del maestro. Cuando llegamos a la floristería, La
Enredadera se dispuso
tras tanto, halagó a mia preparar el ramo y, que
mamá diciéndole mien-
el
vestidoo azul que llevaba era muy
vestid muy bonito.
—Gracias —respondió mamá—, lo tenía
guardado desde hace muchos años y ahora ha
vuelto a ponerse de moda.
Entonces La Enredadera comenzó con su
blablá:
—Sí, tiene razón, las cosas vuelven a ponerse
de moda. Yo tenía un lindo pantalón anaranjado
que me regaló mi tía Esther que, por cierto, murió
hace tres años con un problema del pulmón porque
el marido fumaba mucho, casi una cajetilla al día; es
que él era muy nervioso porque trabajó 40 años
como controlador aéreo, porque le gustaban mu-
cho los aviones, él no tenía miedo como yo, que
cada vez que me subo me pongo a temblar y rezo
una oración a San Antonio, que es mi santo preferi-
do, porque todos en mi familia hemos sido muy de-
votos,
vot os, desde
desde que
que mi mam
mamáá le pidió
pidió que le hicie
hiciera
ra el
milagro de que mi hermana Judy consiguiera mari-
do, porque mi hermana no era muy simpática y ja-
más había tenido un novio, es que ella era muy
tímida y se había dedicado a los estudios, por eso se
graduó de licenciada en Educación, con las mejores
notas, y pudo conseguir un buen trabajo en el Mi-

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nisterio de Cultura y gana un muy buen sueldo, por


eso acaba de comprarse un departamento en la pla-
ya
esosque
quehaestán
decorado
decor
aado con un
la moda,unos
os colores
con mueblessvivos,
mueble preciosos,
precios
losos,
dede
la
sala son anaranjados, como un lindo pantalón que
me regaló mi tía Esther, que, por cierto, murió hace
tres años con un problema del pulmón porque el
marido fumaba mucho…
Entonces, en ese momento, cuando mamá y
yo sen
sentitimos
mos que nue
nuest
stras
ras cabez
cabezas
as est
estaban
aban a pun
puntoto
de explotar, mamá puso un billete sobre el mesón,
recogió el pequeño ramo y salimos corriendo
corriendo con la
disculpa de «Lo siento, nos tenemos que ir, el niño
se atrasa
atrasa al colegio».
coleg io».
Margarita, Rosa, Violeta y Jazmín (todas
con nombres muy floridos) eran las hermanas ma-
yores de Jaimitorrodrigo, la mayor tenía 15 y la
menor 12, todas ellas
ella s eran muy tímidas y absoluta-
mente sometidas ante la tiranía del pequeño
monstruo
monst ruo de diez
die z años.

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Mi amigo Edú

Jazmín me gustó desde siempre. Era la chica más


linda del barrio, aunque según mi amigo Edú, mi
punto
fue muyderadical,
vista nosolía
vista era muy preciso. Él, que siempr
decirme: siempree
—No es bonita, Juan, admítelo. Jazmín te
parece linda, ¡porque
¡p orque no tiene competencia!,
competencia!, por-
que la estás comparando con otras vecinas, y el
nuestro es un barrio de feas.
—¡Noo es cierto!
—¡N cierto !
—¡Cómo que no! ¿Por qué crees que des-
de hace diez años somos el único barrio en la
ciudad que no presenta candidata a Reina de la
Primavera?
—Es verdad…
—¡Claro que es verdad, Juan! Nuestro ba-
rrio solo ha presentado candidatos para el interba-
rrial de Corra con el huevo en la cuchara.
—Y siempre hemos ganado, somos invictos
desde 1995.

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—¡Vaya, qué honor! Ya podemos enviar


nuestro
nuestro equipo ganador a las Olimpiadas.

rizabaApor
decir
serverdad, nuestro
el semillero barrio
de las no sereinas
futuras caracte-
de
belleza, pero aun así a mí me parecía que Jazmín
era linda. Edú, que se creía un experto en mujeres,
había diseñado un parámetro de medición de la
belleza femenin
femeninaa y,y, según
seg ún sus exigencias, había co-
co -
locado a Jazmín en la categoría «Discretamente
agradable, con un “no sé qué” que llama la aten-
ción si se la mira de perfil, entre la una y media, y
las dos de la tarde».
Y ese era, precisamente, el horario en el que
yo podía verla cuando juntjuntoo a sus tres simpát
simpáticas
icas
hermanas y su único e insoportable hermano re-
gresaba del colegio.
Edú y yo nos encaramábamos con puntuali-
dad sobre el tabique que dividía nuestras casas
para desde allí ver pasar
pa sar a las «florecitas», como
llamaban en el barrio a Margarita, Rosa, Violeta y
JJazmín.
azmín. Inevit
Inevitablemen
ablemente,
te, también teníamos que
ver pasar al insoportable Jaimitorrodrigo, que
acompañaba y «cuidaba»
«cuidaba » a sus hermanas.
—Apostemos que Jazmín me mira —decía
yo segurísimo.
—Dale, cuánto apostamos —respondía Edú.
—Cien dólares.
—¡Hecho!

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Y Jazmín pasaba, mirando de frente, igno-


rándonos como si Edú y yo fuéramos un par de
hormigas
bolsillo unapigmeas. Entonces
vieja libreta Edú sacaba
de las ortugas de en
Ninja, su
la que apuntaba mis deudas:
—Con esto ya me debes… siete mil seiscien-
tos dólares, Juan, si continúas con tu éxito con las
mujeres dentro
dentro de poco podré
po dré comprarme mi pro-
pio auto.
Edú y yo éramos amigos desde siempre e íba-
mos al mismo colegio, aunque a diferentes grados.
Él tenía 13, un año más que yo, y habíamos sido ve-
cinos desde que nuestras familias habían comprado
las casas #25 y #26 del barrio Sauces del Este.
En el barrio había de todo menos sauces.
Años atrás la junta de vecinos había tomado la
«sabia» decisión de eliminar el parque central y
todos sus árboles, para convertir ese espacio en
una gran cancha de fútbol con graderíos. Lo que
antes había sido un bosque verde se convirtió en-
tonces en un rectángulo de tierra seca donde, ade-
más de celebrar los campeonatos interbarriales,
nuestro
nuest ro equipo de Corra con el huevo en la cucha-
ra entrenaba todos los jueves.
Cuando nos anunciaron que nos quedaría-
mos sin bosque, Edú y yo teníamos nueve y ocho
años, y quisimos oponernos al proyecto, porque
no queríamos que nos dejaran sin sauces. En unas

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vacaciones habíamos logrado construir unauna preca-


ria vivienda secreta en las ramas de uno de los sau-
ces más altos,
llamábamos Tevivienda
Ninja’s aClub,
la que pomposamente
porque ambos éra-
mos admiradores de las ortugas Ninja y con esos
personajes compartíamos
compartíamos el gusto por la pizza y el
propósito de salvar
salvar al mundo de sus
sus malhechores.
Pero nuestras intenciones ecológicas de evi-
tar la desaparición de nuestro bosque de sauces
fueron ignoradas cuando vimos a nuestros padres
emocionados y divertidos vistiendo sus camisetas,
con la identificación Meneíto S. C., con las que
participarían en la gran inauguración
inauguración de la cancha
cancha
del barrio. Si no contábamos ni con el apoyo de
nuestras familias, no podríamos llegar demasiado
lejos en los planes.
Nuestros padres eran futbolistas de corazón…
peroo sol
per soloo de cor
corazó
azón,
n, por
porqu
quee de pie
piern
rnas
as y ba
barr
rriga
iga
más se asemejaban a los luchadores de sumo.
Edú no tenía hermanos o, mejor dicho, sí los
tenía, pero ya no vivían en la casa de la familia.
Eran dos hermanos grandes, como de veinticinco
años o algo
alg o así y ya estaban casados. Edú vivía solo
con su padre.
Yo tenía dos hermanas pequeñitas, Laura y
Lucía, las gemelas más lloronas de la historia de la
humanidad. No eran malas, no eran monstruosas,
no eran inquietas… simplemente lloraban y llora-

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ban y lloraban
ll oraban y lloraban como si no tuvieran otra
otra
cosa que hacer en la vida. La única manera de que
se callaran
sábado la descubrimos
en que papor pura
mamá las paseaba,
seaba, casualidad
a cada una en un
un
brazo, mientras ellas lloraban sin consuelo. En esa
caminata por toda la casa, mamá pasó por la sala
donde mi papá y yo veíamos la televisión. En ese
preciso momento
momento papá cambió
cambió de canal y apareció
apareció
en la pantalla la figura del presidente de la Repú-
blica en una de sus habituales cadenas nacionales.
Al verlo, Laura abrió los ojos como hipnotizada y
Lucía cerró la boca como si un ratón se le hubiera
tragado la lengua.
lengua . El milagro había ocurrido.
ocurrido.
Papá
Pa pá volvió al canal en el que estaban pasan-
do un partido de fútbol y mis hermanas retoma-
ron el llanto.
l lanto.
—¡Cambia! —suplicamos mamá y yo. Y
para nuestra
nuestra sorpresa el efecto se repitió.
repitió.
Cuando el presidente hablaba, todo el país
se ponía a temblar… pero en mi casa se respiraba
paz y tranquilida
tranquilidad.d. Afortuna
Afortunadamen
damentete para noso-
tros al presidente le encantaba salir en la tele. A
veces, cuando mis hermanas se ponían particular-
par ticular-
mente pesadas con su llanto interminable y todos
estábamos a punto de enloquecer, yo escuchaba a
mi papá decir:
—¡Por Dios! 󰁑ue el presidente se compa-
dezca de nosotros. ¡Necesitamos
¡Necesitamos al presiden
presidente!
te!

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En ese momento mi mamá comenzaba a


cambiar los canales a toda velocidad para ver si en
alguno de ellos loCualquiera
en un noticiero. pillaba en una
que de sus cadenas
llegara a mi casao
podría pensar que éramos unos locos fanát fanáticos
icos
adoradores de la figura de nuestro primer manda-
tario, pero no era así.
Las habitaciones de los bebés normalmente
están decoradas con colores pasteles, con figuras
de ositos y pajaritos,
p ajaritos, con patitos amarillos que na-
dan en un lago celeste. Pero la habitación de mis
hermanas parecía la central del partido político
del presidente. Había afiches que forraban las pa-
redes, portarret
por tarretratos
ratos y banderas.

Mi mamá tuvo que comprar, tras mucho es-


fuerzo, la colección
cole cción completa, en video, con todos
los discursos del presidente. Así, cada vez que mis

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hermanas se despertaban de madrugada teníamos


hermanas
una solución eficaz.
Edú,
cios, me dijoque
unsiempre
día: estaba pensando en nego-
—Deberíamos llevar a tus hermanas a un
programa de televisión… sería una muy buena pro-
paganda para el Gobierno y de seguro lograríamos
un contrato
contrato para publicidad.
—¡Estás
—¡Est ás loco!
loco ! Mis papás nunca me lo per-
mitirían.
—No tienen por qué enterarse…

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Microtirano

Jaimitorrodrigo Espinosa era conocidísimo en el


barrio. Al ser el consentido de la casa, el único va-
rón, el menor,
le decía el «reycitotoda
La Enredadera), de mi
la corazón» (como
familia giraba en
torno a sus caprichos. Y sus caprichos podían pa-
sar desde «󰁑uiero un caramelo» hasta «󰁑uiero
que me regalen
rega len una cebra por mi cumpleaños».
Precisamente, cuando años atrás cumplió
siete y pidió tan extraño animal como regalo, el se-
ñor Espinosa se vio en problemas. Intentó nego-
ciar con un circo que en ese momento pasaba por
la ciudad, pero
pero no tuvo éxito. Ofreció una suma de
dinero extraordinar
extraordinariaia al zoológ
zoológico
ico para que le ven-
dieran una cebra, pero la respuesta fue negativ
neg ativa,
a, el
zoológ
zool ógico
ico no vendía sus animales y, además, nunca
había tenido una cebra.
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo había amenazado con be-
rrinche monumental, fiebre convulsiva y huida
intempestiva del hogar, si no se cumplía rigurosa-

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mente con su petición. Margarita, la hermana ma-


yor,, buscaba
yor buscaba día y noche en In
Internet
ternet una cebra que
estuviera
carteles endelos
venta. Lasde
postes otras
todahermanas
la ciudad colocaban
con un
mensaje clarísimo:
clarísimo: Compro cebra, pago lo que me
pidan. Intere
Interesados
sados comunicarse
comunicarse al 244 5669.
La Enredadera
Enredadera rezaba y ofrecía
ofre cía flores a todos
los santos para que le cumplieran el milagro.
Pese a todos los esfuerzos la cebra no apare-
cía. odo el barrio estaba en la expectativa de lo
que ocurriría el día del cumpleaños de Jaimitorro-
Jaimitorro-
drigo. En aquel entonces yo tenía nueve años y ha-
cía la cuenta regresiva de los días que faltaban
fa ltaban para
saber en qué terminaría este dilema.
Una noche, recibí la llamada urgente de
Edú. Con el palo de una escoba golpeó el crist cristal
al de
la ventana de mi cuarto que quedaba junto a la del
suyo, y me dijo:
—Baja, tengo una misión megaimportantí-
sima para ti.
—¡Pero
—¡P ero son las once de la noche!
—Ya sé. Pero dije claramente que es me-
gaimportantísimaa y nos puede
gaimportantísim pue de cambiar la vida.
Bajé por la tubería de agua, apoyando mis
pies en las reja
rejass de las ve
vent
ntana
anass y me enc
encon
ontrtréé con él.
—¿ienes dinero?
dinero? —me preguntó sin rodeos.
—¿Para qué?
—¿ienes o no tienes?

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—Un poco. ¿Para qué?


—Un
—¡Preguntón! Necesitamos comprar algo
important
importante e que nos
—¿󰁑uieres sacará
hablar de pobres.
claro, Edú?
Entonces me contó
contó su plan:
plan :
—El señor Espinosa está dispuesto a pagar
lo que sea a quien le consiga una cebra, lo sabes,
¿no? Pues bueno, creo que los llamados a resolver
su problema ¡somos nosotros!
—¿Nosotros? ¡Estás loco! ¿Y de dónde nos
vamos a sacar
sacar una cebra?
cebra?
—Mira, he revisado en Internet y es práctica-
mente imposible comprar una cebra. No te la venden
ni en el mercado negro. Pero
Pero estos días he logrado con-
tactar a un señor que nos venderá un burro.
—¿Unn burro?
—¿U burro ?
—Sí, está un poco viejo, sordo y cojo, pero para
nuestro
nuest ro plan puede
puede funcionar.
funcionar. He pensado que si lo-
gramos disfrazar al burro de cebra, se lo podremos
vend
ve nder
er al se
seño
ñorr Es
Espi
pino
nosa
sa a un pr
preci
ecioo mu
muyy ju
jugos
goso.
o.
—¿Pero cómo vamos a disfrazar al burro?
—¡Lo vamos a pintar! Invertiremos $ 50 en
el burro y $ 25 en una pintura barata que me han
recomendado. No me mires así, que yo también
soy ecológico, ya consulté y me dijeron que esa
pintura
pintu ra no es tóxica
tóxica y no le hará daño al animal.
—Pero todo el mundo se va a dar cuenta de
que es un burro pintado y no una cebra.

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—Es posible… pero Espinosa no tiene otra


alternativa si quiere cumplir con el capricho de su
retoñito insoportable.
Luego de unos minutos de darle vuelta al tema,
me pareció que Edú no estaba tan equivocado. Él ha-
bía llevado unas cuantas fotos de cebras y burros que
había encontrado en libros y en Internet, y la verdad
es que eran muy parecidos. Además, no parecía tan
difícil pintar líneas negras y blancas.
Entre los ahorros de Edú y los míos logramos
junt
juntar
ar el din
dinero
ero neces
necesari
ario.
o. Con
Conseguim
seguimos
os las bro-
chas sin problema con el conserje del colegio, que
nos regaló unas que estaban viejas pero aún servían.
Dos días después, Edú llegó a su casa por la
noche, con un burro sordo, cojo y con cuatro ta-
rros de pintura. Nuestro plan lucía infalible, ¡por
fin saldríamos de pobres!

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La cebra
cebra

Edú y yo tardamos cuatro horas en pintar al bu-


rro. Afortunadamente logramos mantenerlo en
calma gracias a quedevoró
ce: el burro-cebra descubrimos su afición
17 barras al dul-
de chocolate
con maní mientras nosotros creábamos nuestra
obra maestra. Eso hizo que nos saliéramos ligera-
mente del presupuesto.
A las tres de la mañana, sin que nuestros pa-
dres se enteraran del plan que llevábamos adelan-
te, dejamos al burro en el patio trasero de la casa de
Edú, amarrado a una columna junto a la lavande-
ría. Mi casa no servía para esos efectos, porque a
mi perro Chulpi le encantaba ser el único habitan-
te del patio.
A la mañana siguiente, a las seis en punto,
cuando la calle todavía lucía desierta sacamos al
burro y lo condujimos a la casa de los Espinosa.
Para que el «producto» luciera más atractivo le
colocamos una cinta roja en el cuello con un enor-

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me y llamativo lazo. Oportunamente, Edú se ha-


bía comunicado con el padre del microtirano para
ofrecerle
que habían lo pactado
que tantoeraestaba buscando.
buenísimo… El de
¡más precio
tres
veces lo que habíamos inveinvertido!
rtido!
—Pero
—P ero Edú, ¿qué pasará
pasar á si el señor Espino-
Espino -
sa descubre lo que hemos hecho? No está bien
engañar a las personas. Y menos cuando la perso- perso -
na de la que estamos hablando fue boxeador de
peso pesa
pesado.
do.
—Al señor Espinosa no lo vamos a engañar,
no te preocupes, yo le he dicho claramente que lo
que le ofrezco es «un animal que es familiar cerca-
no de la cebra y de gran parecido con ella».
Con esa confesión me tranquilicé un poco,
peroo sol
per soloo un poco
poco,, mis ma
manos
nos tr
tran
anspi
spirab
raban
an y ununaa
corazonada me decía que las cosas podrían salir mal.
—engo un pálpito, Edú, como si algo en el
ambiente me anunciara que vamos a meternos en
problemas.
—No le hagas caso a ese pálpito cobarde…
¿qué es lo peor que nos podría pasar? ¡󰁑ue Espi-
nosa no nos compre el burro! Y si eso ocurre, pues
mala pata, hicimos un mal negocio y ¡ya está! está ! Pero
Pero
nada peor que eso nos podrá ocurrir, te aseguro
que ese señor no se colocará los guantes de box ni
llamará a la policía.
p olicía. Relájate, Juan.
Juan. No iremos pre-
sos por esto.

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28

—Bueno, sí, en eso tienes razón.


—Bueno,
El burro caminaba lentamente con su paso
cojo, comiendoAllallegar
nos quedaba. última barra dedestino
a nuestro chocolate que
golpea-
mos tres veces la puerta, obedeciendo al código
secreto que el señor Espinosa le había dado a Edú.
Él abrió la puerta, se quedó mirando al animal con
los ojos abiertos como dos globos y luego dijo:
—¡Pero
—¡Pe ro qué &%”*#&#€ es esto!
esto !
—Lo que le ofrecí, señor: un animal que es
familiar cercano de la cebra y de gran parecido
con ella.
—¡Pero esto es un burro pintado!
—Me permito hacer una pequeña correc-
ción, señor, este es un burro pintado exquisita-
mente, con muy buen gusto y de acuerdo con las
tendencias internacionales de la moda que marcan
el blanco y el negro como los colores in de este
otoño —respondió Edú, con una solvencia que
me dejó pasmado.
p asmado.
—¡Pero lo que mi hijo quiere es una cebra!
¡Por quién me estás tomando! ¿Acaso piensas que
soy un idiota? —dijo el señor Espinosa con una
furia tal que llegué a pensar que en cualquier mo-
mento sacaría su puño ganador para golpearnos a
Edú, al burro y a mí.
Para mi sorpresa Edú no perdía la calma y
seguía con su marketing personal:

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—No, señor, yo sé que estoy ante un exitoso


—No,
empresario, gran padre de familia y un hombre de
gran
de quevisión.
este Por eso sé queque
cuadrúpedo en breve se dará
le hemos c uenta
cuenta
traído mi
socio y yo es un ejemplar único en el planeta. Le
aseguramos que en todo el mundo no existe un
animal como este. Efectivamente no es una cebra,
pero usted, inteligente como es, sabrá reconocer
que se le parece mucho. Y,Y, además, el precio que le
estamos pidiendo por esta cebra es apenas la cen-
tésima parte de lo que le costaría el animal en su
hábitat natural, o sea África, y a eso se deberían
sumar los costosísimos gastos por transporte aé-
reo, seguro, impuestos y documentación necesa-
ria. Como usted verá… ¡esta cebra es única y es una
ganga!
Espinosa dio vuelta alrededor del animal
mirándolo con desgano. Pero el discurso de Edú,
evidentemente, lo había hecho reflexionar.
—Hay algo más, señor, y es que si no me
equivoco hoy es… sí, precisamente hoy es el cum-
pleaños de ese niño magnífico que es su querido
hijo. El plazo para
p ara adquirir el regalo ha terminado.
terminado.
—e doy diez
di ez dólares
dólares por
por él —dijo
— dijo Espinosa
Espinosa
resignado.
—Ciento cincuenta es el precio de promo-
ción, señor Espinosa.
—Veinte dólares es mi última oferta.

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—Por ser para usted, que me ha caído tan


bien, se lo dejaré en 120 y no se hable más.
—¡Cincuent
—¡Cincuenta
—Lo siento...a Nos
dólares y ni unoque
tendremos másllevar
más!! a la
cebra.
—¡Pues llévatela ya y deja de quitarme el
tiempo!
Edú agarró la cuerda con la que tirábamos al
burro e hizo el ademán de moverlo. Entonces, re-
cordé que yo había invertido algo de dinero en el
proyecto, y no estaba
estaba dispuesto a perderlo.
—Perdóneme, señor Espinosa —interrumpí
temeroso—,
temeros o—, voy a hablar a solas con mi socio, aquí
en la acera del frente y en seguida le daré nuestra
oferta final.
omé a Edú del brazo y casi a empujones lo
conduje hacia aquel lugar.
—¡¿󰁑ué estás haciendo?! ¿Cómo que nos lle-
vamos
va mos el bur
burro?
ro? ¿H
¿Has
as pen
pensado
sado dón
dónde
de lo va
vamos
mos a
poner?
pone r? En mi casa ya ten
tenemo
emoss un per
perro,
ro, Ch
Chulpi
ulpi,,
que vale por veinte. ¿Cómo harás para llegar a tu
casa y decirle a tu papá, que es un ogro, que has de-
cidido que en lugar de tener un perrito o unun gatito…
¡vas a tener un burro rayado! Además, vamos a per-
der el dinero que hemos invertido, véndele el ani-
mal en lo que te pague
pag ue y no hagas más problemas.
problemas.
—Escúchame bien —dijo Edú sin perder la
calma—, lo único que quiero que hagas es lo si-

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guiente: regresaremos al frente y me dejarás que


yo hable, tú cierra la boca y cuando te dé la señal
pégale
péga le—¡¿󰁑ué?!
un tirón
tirón de la cola al burro.
burro.
—󰁑ue le des un tirón de la cola al burro.
—¿Para qué? Se va a enfurecer y me va a dar
una patada.
—Pues aléjate de sus patas, pero haz lo que
te digo.
Obedecí porque Edú siempre demostraba la
seguridad de quien sabe lo que está haciendo. Cru-
zamos la calle y él dijo:
—Hemos
—H emos decidido con mi socio que nos ha
dado mucho gusto verlo, señor Espinosa, pero
como no llegamos a un acuerdo económico, nos
retiramos con nuestro producto exclusivo. Hasta
luego.
En ese preciso momento, a la señal de Edú le
di un tirón fuerte a la cola del burro y este se puso
a dar brincos mientras rebuznaba escandalosa-
mente. Con tanto ruido todos los vecinos del ba-
rrio se despertaron… y entre ellos el microtirano
cumpleañero. Súbitamente apareció en la puerta
de su casa y miró al animal con una sonrisa que se
desbordaba de su rostro.
—¡Mi cebra! ¡Mi cebra! —gritaba emocio-
nado, mientras
mientras las lágrimas se derramaban por sus
ojos de niño insoportable.

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32

Ante eso, el señor Espinosa no tuvo opción.


opción .
Sacó de su bolsillo 120 dólares y se los entregó a
Edú. Dividimos el dinero a la mitad y nos detuvi-
mos en la tienda del barrio para celebrar con unas
recién preparadas salchipapas con salsa de tomate
y mayonesa el éxito de nuestro
nuestro primer
primer negocio.
Cuando regresábamos a nuestras casas me
atreví a preguntarle:
—¿󰁑ué harás con tu dinero?
—Guardarlo. Necesito juntar más. Mucho,
mucho más.
—¿Para qué?
—Lo necesito, Juan, eso es todo…

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El corazón partido

Logré bajar mi deuda con Edú un día a inicios de


diciembre. Aquella tarde, como siempre, a la una y
quince estábamos sentados desafiando los dos me-
tros de altura de la pared que dividía nuestras casas,
esperando que por ahí pasara una chica linda para
deleitar nuestros corazones preadolescentes que ya
comenzaban a dar señales de algún sobresalto. Edú
tenía razón… en nuestro barrio las chicas lindas es-
taban en peligro de extinción.
Él siempre guardaba una fotografía de una
modelo gringa, rubia,
r ubia, despampanante
despampanante y curvilínea
en su billetera y me aconsejaba que yo hiciera lo
mismo.
—¿Para qué? —le preguntaba yo—, a esa
gringa no la vamos a conocer
conoc er ni en sueños.
—No se trata de eso, Juan, no seas tonto. A
esta rubia yo la utilizo para no perder el gusto.
Ella me ayuda porque se ha conv
c onvertido
ertido en mi siste-
ma de medición.

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—No entiendo.
—Mira… si estamos condenados a vivir en
un
ojos,barrio comoposible
es muy este, enque
quetarde
la máso linda tiene tres
temprano co-
mencemos a perder el buen gusto. ¡Eso pasa,pasa , Juan!
Juan!
Al principio las feas te parecen feas y punto. Pero
luego, casi sin darte cuenta, te comienzan a pare-
cer simpáticas. Días después ya te atreves a decir
«no es linda pero tiene un no sé qué». Y de ahí
en adelante todo lo que ocurre es peligrosísimo,
porque estás a punto de permitir que tu corazón
se acelere cuando ves pasar a la chica bigotona de
la esquina.
La calle lucía su decoración especial por Na-
vidad, en aquella época todos los vecinos invinvertían
ertían
en los adornos más coloridos y luminosos. Cuan-
do Edú y yo estábamos sentados entre los dos re-
nos navideños que mi mamá había colocado muy
orgullosa sobre el tabique, vimos que doblaban la
esquina las hermanitas Espinosa junto al microti-
rano. Jazmín venía unos pasos más atrás de los
otros, algo distraída, como si su cabeza estuviera
en otro lugar.
—Apostemos cien dólares que me mira
—propuse
—propu se sin que mis esperanzas decayeran.
—Pronto tendrás que vender tu casa para
pagarme, Juan, ¿por qué no te resignas a que nun- nun-
ca, nunca, volteará a mirarte?

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35

—No solo que no me resigno, sino que do-


blo la apuesta, ¡doscientos!
—¡Hecho!
Conté mentalmente
mentalmente los pasos que alejaban a
JJazmín
azmín del lugar en el que yo me encont
encontraba
raba y cru-
cé mis dedos como lo había hecho mil veces antes.
Los hermanos pasaron charlando entre ellos. Lue-
go pasó Jazmín distraída, jugando con un cordón
de cuero que llevaba en el cuello, mirando a nin-
guna parte y, aunque yo decidí hacer uso de la es-
trategia de la tos para llamar su atención, ella me
ignoró. Cuando Edú sacó su libreta
l ibreta para actualizar
mi cuenta, yo suspir
suspiréé resignado, levanté mis hom-
bros y mis manos, y luego le dije:
—Bueno,
—Bue no, no me mires así… otra vez será.
será .
Y en ese momento, como por obra de un mi-
lagro, Jazmín dio unos pasos acelerados de vuelta,
miró al piso como si se le hubiera extraviado algo,
luego se detuvo frente a mí, levantó la mirada y
nos dijo:
—Hola, ¿han visto un colgante en forma de
corazón? Creo que se me ha caído en el camino.
Ella se tocaba el cordón de cuero negro que
llevaba atado al cuello, del que pendían unos col-
gantes pequeños de distintas formas y colores. Yo
no quería perder la oportunidad de mi vida, así es
que tan pronto terminó de hacer su pregunta, yo
me lancé desde lo más alto de la pared, sin medir

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36

las consecuencias, y caí de rodillas y con el tobillo


doblado, junto a ella. Me dolió hasta el alma,
al ma, sentí
que veía estrellas.bien? —preguntó Jazmín dulce-
—¿Estás
mente preocupada.
—Sí, todo bien —respondí mientras me sa-
cudía el polvo del pantalón y apretaba mis ojos
para que no se me desparram
desparramaran
aran las lágrimas—,
no me dolió nada, estoy bien, no te preocupes.
En realidad estaba a punto de desmayarme
del dolor, sentía
sentía que mi tobillo se había partido
par tido en
mil pedazos, tenía ganas de lanzarme al piso y de-
cir todas las palabrotas que son útiles y necesarias
en situación de caída: «Aaaayy, ¡€%*!*#&! Aaaay,
¡€%*!*#&!». Pero no estaba dispuesto a dar seña-
les de fragilidad ante ella.
—¿󰁑ué es lo que se te ha perdido?
—Es un colgante de plástico translúcido,
rojo, en forma de corazón. Es como
c omo estos... —y me
mostró otros tres en forma de estrella, nube y flor.
Dimos vueltas y vueltas por todas partes,
Edú se sumó a la búsqueda, pero todo esfuerzo fue
vano. El
El corazón se había perdido.
perdido.
—󰁑uizá se te cayó en la otra cuadra.
—No lo creo. El autobús nos dejó en esa es-
quina y estoy segura de que lo tenía cuando bajé.
Diez minutos después nos dimos por venci-
dos y escuchamos el grito del microtirano que decía:
decía:

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—¡Jazmín! ¡Ven acá este momento!


Ella se puso pálida, nos agradeció
agrade ció por la ayu-
da y, antes
cancé de que desapareciera a toda carrera, al-
a gritar:
—Eh, por si acaso, yo me llamo Juan y mi
amigo Edú.
—Ah, bien, gracias —dijo ella y sonrió con
tantaa dulzura que yo quedé hipnotizado
tant hipnotizado..
La vi doblar la esquina y a su hermano to-
marla del brazo bruscamente, y solo entonces pude
sentarme
sent arme en la acera, sacarme el zapato y mirar mi
tobillo que para ese rato ya estaba tan hinchado
que parecía el tobillo
tobil lo de un elefante.
—Bueno —dijo Edú—, al menos has logra-
do bajar tu deuda a nueve mil trescientos dólares,
¡felicitaciones, galán! ¡Jazmín te miró!
Edú me ayudó a incorporarme y logré avan-
zar dando brincos torpes hasta la puerta de mi casa,
al abrirla, di un salto que provocó un ruidito: crac.
—¡¿Mi tobillo?!
tobillo ?! —pregunté sorprendido.
sorprendido.
—No. El corazón de Jazmín —contestó
Edú, mientras
mientras recogía
recog ía el corazón de plástico
p lástico parti-
do en dos.

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Operativo
Operativo pegamento

Ese corazón partido en dos pedazos era mi único


pretexto cierto para acercarme a Jazmín. Ella había
demostrado tanto interés en recuperarlo que en
un momento
momento pensé que, al devolvérse
de volvérselo
lo (reparado,
claro está), yo me convertiría en algo así como su
héroe o su ídolo.
—en cuidado —dijo Edú cuando escuchó
mis intenciones—
intenciones— que te podría
po dría salir el tiro por la
culata.
—¿Por qué lo dices?
—Porque le devolverás el corazón roto, ¿sa-
bes la señal que envías con eso? Lo único que no
quiere una
una chica es que le rompan el corazón.
—Ya, pero se lo devolveré reconstruido. Y
ella no se ente
enterará
rará de que fui
f ui yo, torpemente, quien
rompió su corazón con un pisotón. Se sentirá fe-
liz, ya lo vas a ver.
—Sí claro, se sentirá feliz, pero lo que tú
quieres es que se enamore de ti.

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—Bueno, estoy consciente de que eso no pa-


sará de inmediato, pero
pero podría ser el inicio de algo,
al go,
¿no crees?
—Noo creo que resulte tan fácil.
—N fácil. Pero allá tú…
Esa misma tarde salí a la ferretería y compré
un pegamento de aquellos que vienen en un tubo y
que prometen pegar hasta matrimonios rotos.
Llegué a casa, tomé las dos piezas del corazón
que, afortunadamente, encajaban a la perfección y
me dispuse a abrir el tubo de pegamento mágico. La
tapa de rosca se resistió un poco. Apreté. Siguió sin
girar. Apreté más… y apreté tanto que explotó. Su
contenido, el suficiente para pegar un toro a la lám-
para colgante
colgante de la sala, se despar
desparramó
ramó por mis de- de-
dos, cejas, cabello, camisa y pantalón. Asustado me
agarré la cabeza y lo único que conseguí fue f ue que mis
dedos se quedaran pegados a mis cejas. Cuando
digo pegados, quiero decir, absoluta, dolorosa, ver-
gonzosa e irremediablemente pegados por los siglos
de los siglos amén. En ese momento hice lo que
cualquier hombre valiente y seguro de sí mismo ha-
ría… llamé a gritos a mi mamámamá :
—Mamáaaaa, ven, por favor, mamáaaa…
Con mis gritos
g ritos Laura y Lucía se despertaron
y comenzaron a llorar
l lorar.. Mamá entró preocupada a
mi cuarto y se dio cuenta del desastre.
desastre. Como toda
buena madre procedió a ayudarme de inmediato,
no sin antes pronunciar en volumen alto todos los

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insultos que comienzan con «tonto» y terminan


con «ay, Señor, qué he hecho yo para merecer un
hijo tan
Labruto como perdida
ropa estaba este». sin solución, las la s man-
chas de pegamento la habían arruinado. Mi cabe-
llo lucía como si alguien me hubiera escupido. Y
los dedos estaban totalmente pegados a las cejas…
con lo cual mi mamá tuvo tuvo que asumir
a sumir unauna doloro-
doloro -
sa decisión:
—¡Prefiero
—¡Pr efiero que te quedes sin cejas! cejas !
Y procedió a cortármelas, ¡quedé con un
centímetro de cejas a cada lado! enía el gesto de
niño extraviado un domingo en el estadio.
Los restos de pegamento quedaron esparcidos
por to
todo
do mi esescr
crititor
orio
io,, co
conn un pal
palill
illoo de di
dien
ente tess log
logré

recuperar una pequeñísima cantidad, la suficiente
paraa pega
par pegarr las do
doss pa
parte
rtess de
dell co
coraz
razón
ón de Jazmazmín ín.. 󰁑u
󰁑ue-
e-
dó casi perfecto. Una línea sutil era aún visible, pero
yo es
esta
taba
ba se
segur
guroo de ququee ell
ellaa sa
sabr
bría
ía en
entetend
nder
erlolo..
Al día siguiente pasé por casa de Edú para
decirle que iría a devolver el corazón. Él levantó
los hombros, me prestó una de sus gorras para que
disimulara mi ausencia de cejas y solo preguntó:
—¿Estás seguro de lo que estás haciendo?
—Segurísimo. Jazmín se pondrá feliz. Y si
eso ocurre… comenzarán a sonar los violines ro-
mánticos del primer amor. Este será mi primer 14
de febrero acompañado, ¿quieres apostar apostar??

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Adelito

Prometo que nunca supe la verdad. Cuando me


enteré de todo, ya era demasiado tarde. ranscu-
rrieron tres años desde el incidente del burro pin-
tado cuando lo supe todo. El propio microtirano
me lo contó.
an pronto Jaimitorrodrigo había recibido
su cebra como regalo
rega lo de cumpleaños la había bau-
tizado con el nombre Adelita. Le pareció que el
nombre le caía como anillo al dedo. La abrazó, la
acarició y decidió que presumiría de su regalo ex-
clusivo por todo el barrio.
󰁑uería que todos lo miraran con envidia.
¡Nadie tenía una mascota como esa! Cuando ca-
minaba con Adelita cerca de la cancha de fútbol,
unos chicos que participaban
par ticipaban en un interbarrial,
interbarrial, lo
miraron y le dijeron burlones:
burlones:
—¡Lindo burro con código de barras!
—¡Ja, envidiosos! No es un burro, hoy es
mi cumpleaños y mi papá me compró esa linda

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cebra traída exclusivamente de África, y se llama-


ba Adelita.
— onto… ¡es un burro! —le había
habíann resp
respon-
dido todos entre risas. Pero Jaimitorrodrigo había on-
insistido durante un rato en que era una cebra y
que nadie, nadie más en todo el país tendría una
mascota como esa en su casa.
Cansado de tantas
tantas burlas él había dado me-
me -
dia vuelta con su cebra para marcharse del lugar.
Pero dos de los chicos se le habían acercado para
decirle:
—Bueno, al menos deberías dejar de llamar
a este animal Adelita… ¿ya has visto lo que tiene
debajo?
Ante la insistencia, Jaimitorrodrigo se aga-
chó y miró sorprendido, muy, muy sorprendido,
que lo que Adelita tenía debajo era una enorme
evidencia de que se trataba de una cebra macho.
Avergonzado intentó marcharse entre las risas de
todos, pero Adelito (que fue el nuevo nombre que
le puso) se portó terco y no quiso moverse.
—¡Muévete, Adelito, muévete! —gritaba el
dueño y la mascota no obedecía.
—Es que los burros son muy testarudos —le
dijo alguien
alg uien que pasaba por ahí crispando aún másmás
su ánimo.
—¡No es un burro, es una cebra y me queda-
ré a su lado hasta que decida moverse!

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44

Y así lo hizo… se sentó junto a Adelito hasta


que este cambiara de opinión. Al rato sintió que
del
mojócielo
todale lacaía una gota
cabeza y, ende aguade
menos tancinco
grande que le
minutos,
se desató un aguacero tan feroz que todos los que
estaban en la cancha tuvieron que guarecerse en
un apartado de las gradas que tenía techo. Adelo
seguía sin moverse, ¡como burro en aguacero! Y
para sorpresa de Jaimitorrodrigo, en medio de la
torrencial lluvia, se dio cuenta de que las líneas
blancas y negras
neg ras de su cebra se escurrían y se entre-
mezclaban. Poco a poco las líneas dejaban de ser
rasgos firmes en el pelaje de su mascota, y todo el
animal comenzaba a lucir un color marrón-gris,
muy parecido al color de los burros.
Un charco de agua sucia apareció al pie de
Adelo. Los chicos desde las gradas se reían de Jai-
mitorrodrigo. ¡Más de veinte carcajadas! En cues-

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tión de diez minutos, la «cebra» pasó de ser un


animal exótico, llegado en exclusiva desde África,
atíaunabuela.
burro cojo, viejo y sordo que tenía nombre de
Sumido en una vergüenza horrible, volvió
a su casa y decidió reservar este recuerdo hasta
cuando un día pudiera cobrar venganza con los
responsables.

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Operativo
corazón partido

A las tres de la tarde caminé rumbo a la casa de


los Espinosa, repasando el discurso que había pre-
parado. Le diría
diría a Jazmín que había encont
encontrado
rado su
corazón roto en el único lugar que no habíamos
buscado y que me había tomado
tomado el trabajo de arre-
glarlo, porque intuía lo mucho que significaba
para ella.
el la. Luego la invitaría a comer
c omer una hambur-
guesa
gu esa en el Snack Bar Burger Sauces’s
Sauces’s y allí
allí comen-
zaría todo...
Había practicado varios temas de conversa-
ción, porque no sabía de qué le gustaría a Jazmín
que habláramos.
El primero era sobre deportes: ¿Y tú qué de-
porte practicas, Jazmín?
Jazmín? ¿Ah sí?
sí ? 󰁑ué bien, me pa-
rece buenísimo… Yo juego fútbol, tenis, voley,

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47

practico natación, ciclismo, kickbo


kickboxing
xing y, cuando
me queda algo de tiempo, capoeira.
Pero sia mí
ca : Bueno,
ca: ellame
prefería
gusta que habláramos
el rock de músi-
clásico, pero tam-
bién le entro al reguetón, a la tecnocumbia, al
perreo, ala l pop, al hip hop y de vez en cuando a la
folclórica y a las rancheras.
Y si tímidamente esperaba que habláramos
de lo que habla todo el mundo: del clima, tam-
bién estaba preparado: A mí me gusta el calor,
pero también me g usta el frío, aunque el clima
templado es el mejor, y la lluvia es muy bonita,
aunque los rayos me ponen un poco nervioso, y
el viento es buenísimo, pero creo que la nieve
debe ser lo máximo…
Al llegar toqué la puerta y Jaimitorrodrigo
me abrió. En dos segundos me di cuenta de su
arrogancia. Se S e creía el dueño del mundo.
—¿󰁑uién eres y qué quieres? —me pregun-
tó con poca gracia.
—Soy Juan Ruiz y necesito ver a tu…
—¿Juan Ruiz? —interrumpió afinando la
vista
vis ta y con
con gesto
gesto de int
intriga—,
riga—, tu nom
nombrebre me suen
suena.
a.
—Bueno, sí, es probable —respondí yo in-
tentando parecer simpático—, yo vivo en este
mismo barrio. En la casa #25. Somos casi veci-
nos, además, mi mamá suele comprar flores en la
florist…

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48

—Ahhh, —dijo él con sonrisa apretada—,


ya sé quién eres. Si no me equivoco, tú eres amigo
de un —Sí,
tal Edú.
exactamente, pero yo venía porque
quería ver a tu hermana Jazmín.
—¿A Jazmín? ¿Y ¿Y puedo saber para
p ara qué?
qué ?
—Claro —respondí temeroso—, es que
tengo algo que decirle... ¿está en casa?
—Sí, pero… —en ese momento cruzó el um-
bral de la puerta hacia afuera, la cerró y en voz baji-
ta, como si fuéramos dos amigos cómplices
continuó hablándome—. Está un poco ocupada,
¿sabes? Además, mis papás me han pedido que,
como siempre, cuide a mis hermanas hasta cuando
ellos regresen del trabajo. ¿Puedo ayudarte en algo?
algo ?
—Bueno, sí, muchas gracias, pero creo que
no puedes ayudarme. Prefiero esperar a que ella
esté más libre y entonces regresaré. ¿Crees que a las
seis esté bien?
—¿Sabes, Juan? Solo porque soy buena gen- g en-
te te voy a ayudar —me dio una palmada fuerte en
la espalda—. Aquello que querías decirle a mi her-
mana Jazmín… ¡dímelo a mí y yo se lo contaré!
¿󰁑ué te parece?
—Pues no lo sé...
—e voy a dejar que lo pienses, pero te anti-
cipo que nadie, nadie se acerca a ellas si yo no lo
permito.

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49

—¿Nadie?
—¡Nadie! Por eso sería buenísimo que me
cayeras bien y que hicieras
narte mi confianza, ¿no lo crees? algún mérito para ga-
Me quedé pensativo y asustado por un mo-
mento, la seguridad y el tono de voz de Jaimitorro-
Jaimitorro-
drigo atemorizaban. Y estaba claro que solo podría
acceder a Jazmín si él me lo permitía.
p ermitía.
—Sí, claro, te entiendo.
Metí mi mano en el bolsillo del pantalón y
sentí la bolsita de tela en la que llevaba el corazón
de Jazmín. No sabía qué hacer.
—Bueno, entonces te pido de favor que le
digas a tu hermana que tengo su corazón. Ella
entenderá. Me gustaría mucho que me llamara
por teléfono, en este papel apun apuntaré
taré mi núme número.ro.
Dile que me llame a cualquier hora, estaré espe-
rando su llamada, ¿de acuerdo?
JJai
aimit
mitor
orro
rodr
drigo
igo to
tomó
mó el pa
papel
pel,, so
sonnri
rióó y di
dijo:
jo:
—Con mucho gusto le daré tu mensaje. Adiós
JJuuan
an,, y sa
salú
lúda
dame
me a tu am
amigigo…
o… ¿c
¿cóm
ómoo se llllam
ama?a?
—Edú.
—Sí, eso, salúdame a Edú, por favor.
Camino a casa me sentí preocupado, no ha-
bía podido cumplir mi misión aunque, en princi-
pio, me había parecido que llevarla adelante sería
tarea sencilla. Y lo peor de todo es que no estaba
seguro de haberle caído bien a ese villano.

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50

uve una de mis corazonadas… di media


vuelta, regresé hasta
hasta la casa de los Espinosa
Espinosa y sobre
la acera encont
encontré

yo había apuntado roto y arrugado
apuntado mi número el p
papel
apel
número telefónico.
telefónico. en el que

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Plan cine

Pasé por casa de Edú, porque quería comentarle


lo quemehabía
papá ocurrido,
dijo que seguro pero
estaríanoen
estaría enlolasencontré. Su
cabinas tele-
fónicas del barrio.
Caminé las tres cuadras que me separaban
de ese lugar, sin dejar de pensar qué rayos tendría
que hacer para librarme de ese Jaimitorrodrigo
desgraciado.
—¿󰁑ué haces aquí? —le pregunté al verlo
salir del locutorio.
lo cutorio.

ahora —Vine a hablar


son las diez de lacon mi ymamá.
noche ella ya En España
ha llegado
de su trabajo.
—¿Hablaste? ¿odo bien?
—Sí, todo igual que siempre. ¿Y tú qué?
—Necesito conversar contigo.
—Si es muy largo y complicado lo que me
quieres decir,
decir, ahora no tengo tiempo. engo
engo que ir

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al chifa,
chifa , porque le ofrecí al chino que le ayudaría a
barrer el restaurante.
—¡¿
—¡¿YY por qué
—¡Porque me haces
pagará!esoSi?!quieres ganar algo
eso?!
de dinero, él necesita alguien que le ayude a lavar
los platos.
—No,
—N o, gracias, lavar los platos del chifa es un
plan buenísimo para la tarde, el sueño de todo
adolescente, pero lastimosamente no tengo tiem-
po. engo
engo que ir a mi casa, a verver al presidente
presidente en la
tele para que mis hermanas no lloren… mamá irá
al médico a las cinco y tengo que quedarme con
ellas.
—¡Ese sí que es el sueño de todo adoles-
cente! Cuidar a dos bebés, con cambio de pañal
incluido. ¡Guácala! Pero cuéntame, qué querías
decirme.
Camino al chifa le relaté lo sucedido con pe-
los y señales. Siempre había confiado en el punto de
vista
vista de Edú. Au
Aunque
nque él era un titipo
po raro
raro,, me parec
parecía
ía
que tenía la capacidad para mirar ciertas cosas que
estaban más allá de las que yo podía ver.
Él movía su cabeza mientras me escuchaba,
pero no decí
decíaa ni una sola pal palabra
abra.. Caminamos
una cuadra completa, sin que él hiciera el míni-
mo gesto.
—¡Ya, Edú! Dime algo, me estás matando
de los nervios.

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53

—Lo veo muy complicado, Juan, ese chico


tiene poder y lo sabe. e ha enviado un mensaje
muy caerle
para claro. bien
Creoa ese
quemocoso
tendrásinsoportable,
que ingeniártelas
de lo
contrario,
contra rio, no podrás
po drás llegar
lleg ar nunca a Jazmín.
—¿Y
—¿ Y qué hago?
hago ?
—No sé, hazle un regalo, invítale a un hela-
do, juega con él, quítale las pulgas
pulg as a su perro… ¡qué
¡qué
sé yo! ienes que conocerlo un poco más para sa-
ber qué le haría sentirse
sentirse halagado.
—Pero
—P ero también queda la opción de que que le ha-
ble directamente a Jazmín la próxima vez que la vea-
mos pasar al regreso del colegio. ¿No lo crees?
—¡Claro! Pero conociendo al microtirano,
esa será la primera y la última vez que hables con
ella. Ya viste cuando ella se quedó con nosotros
buscando el corazón y él la llamó de un grito.
Las hermanas
hermanas obedecen
obe decen al tirano, Juan,
Juan, y él tiene el
poder.. Insisto
poder Insisto en
en que deberías buscar
buscar la manera
manera de
caerle bien.
La idea me pareció buena, aunque eso dila-
taba mis posibilidades de llegar a Jazmín con su
corazón partido y reconstruido.
Esa tarde, mientras cuidaba a mis hermanas,
se me ocurrió el primer plan… ¡lo invitaría
invitaría al cine!
cine !
Acababan de estrenar la última película de mons-
truos y ogros, con animaciones en 3D y todo el
mundo hablaba
hablaba de ella.
ella .

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54

No lo dudé ni un segundo, aunque estába-


mos en época prenavideña, y toda la gente anda-
ba en los centros comerciales, comprando
regalitos; yo pensé que la invitación al cine sería
un puntazo a favor en mi relación de convenien-
cia con Jaimitorrodrigo. ¡󰁑uién creyera! Estaba
comenzando a gastar mis ahorros en Jaimitorro-
drigo, en lugar de hacerlo con su hermana, la lin-
da Jazmín.
Al día siguiente, al salir del colegio, pasé por
Cineplus y compré dos boletos para Mon Monstruos
struos vs.
vs.
Ogros. De inmediato corrí a casa de los Espinosa y,
sentado en la acera, encontré a mi invitado.
—Hola,
—H ola, Jaimitorrodrigo. ¿Cómo estás?
estás ?
Él me miró con seriedad y entonces me dijo:
—¿󰁑uieres caerme bien, verdad?
—Claro.
—Bueno, en ese caso el primer consejo que
te doy es que dejes de tratarme de tú. No me gus-
tan esas confianzas. A partir de hoy, dirígete a mí
hablándome de usted. ¿e parece?
Sentí que me tragaba un kilo de clavos, pero
sabía que ese canalla me estaba probando. Así es
que, sin borrar la sonrisa de mis labios, continué:
—¡Ningún problema! Estoy aquí porque no
he recibido la llamada de su hermana Jazmín y me
he quedado un poco preocupado. Usted le entre-
gó el papel con mi número telefónico, ¿verdad?

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55

—¡Claro! Pero ella tendrá sus motivos para


no llamar. Yo no insistiré.
—De acuerdo. PeroPero estoy aquí por otro mo-mo -
tivo, y es que tengo dos entradas
entradas para la película
p elícula de
monstruos y ogros que acaban de estrenar. Dicen
que está buenísima, que tiene unos efectos espe-
ciales alucinantes. Yo iré esta tarde a las cuatro, ¿le
gustaría venir, Jaimitorrodrigo?
Él sonrió y, evidentemente, se sorprendió
ante mi invitación.
—¿En serio? Le he estado pidiendo a mi
papá que me lleve pero no ha podido, porque
p orque está
muy ocupado. Déjame que le pida permiso y nos
vamos ya mismo.
mismo.
Sacó su celular del bolsillo y llamó al padre:
—Hola, pa, ¿cómo estás? e llamo porque
un amigo me invita al cine, a ver la película de la
que te hablé… Sí… Esa… Mi amigo se llama Juan,
vive en el barrio… Ajá…
Ajá … Ajá… Ajá… Sí. Estar
Estaréé de
regreso antes de las seis. Gracias. Chao
Chao..
Me emocionó cuando lo escuché pronun-
ciar la palabra «amigo» en dos oportunidades.
Ese era un buen augurio para mi plan de acerca-
miento a Jazmín.
—¡Listo! ¡V¡ Vamos al cine!
En el camino fuimos hablando de las opi-
niones que habíamos escuchado sobre la película y
sobre los efectos especiales. Sobre la sangre y vísce-

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56

ras que supuest


supuestamente
amente explosionaban
explosionaban a lo largo de
toda la trama. Estábamos muy emocionados. Yo
llevaba en mi bolsillo las dos entradas
entradas y algo
alg o de di-
nero por si me agarraba un atacazo de hambre en
medio de la película. Cuando llegamos a Cine-
plus, nos pusimos en la cola y Jaimitorrodrigo
Jaimitorrodrigo me
dijo:
—engo hambre,
hambre, supongo
supong o que trajiste dine-
din e-
ro para comprar algo de comer, ¿no?
—Bueno,
—Buen o, sí, claro, ¿qué quiere comer?
comer ?
Yo supuse que querría lo básico: un gran
vaso de Coca-cola y una bolsa de canguil, pero mis
expectativas
expectativ as eran imprecisas…
—󰁑uiero un hot dog, unos nachos, una por-
ción de pizza con jamón y queso, unas papas con
guacamole, dos barras de chocolate con maní, una
bolsa grande de canchita y una Coca-cola megagi-
megag i-
gante.
Cuando regresé con el pedido completo él
me preguntó:
—¿Y tú? ¿No vas a comer nada, Juan?
—No,
—N o, gracias, es que el almuerzo en mi casa
estuvoo un poco pesado,
estuv p esado, ¿sabe?, y no tengo apetito.
¡Y claro que me moría del hambre! Pero con
todo lo que él había pedido, se me acabaron los aho-
aho-
rros, y eso que, afortunadamente, no se dio cuenta
de que el vaso de gaseosa y el tamaño de la canchita
no eran los más grandes, sino los medianos.

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La película estuvo buenísima, aunque yo no


pude
pude con
conce
cent
ntra
rarm
rmee porqu
porque,
e, cad
cadaa vez
vez que
que Jai
Jaimi
mito
torr
rro-
o-
drigo terminaba
terminaba alguna
alg una de sus suculentas
suculentas comidas, me
echaba a mí la basura para que a él no le estorbara. Ser-
ville
villeta
tas,s, plato
platoss de ca
cartó
rtón,
n, bolsa
bolsass de pl
plás
ástitico
co y pa
papel
peles
es
arrugados no me dejaban sentarme y sentirme en paz.
Yo habría querido
querido ser un monstruo cibernéti-
ci bernéti-
co como los del cine, para poder lanzarle un rayo
láser que lo pulverizara en dos segundos, pero para
darme ánimos repetía mentalmente mi frase de es-
tímulo: «odo sea por ganar el corazón de Jaz-
mín… odo odo sea porpor ganar el corazón
cora zón de Jazmín…».
Volvimos hasta su casa y creí que, ya que me
había portado como un santo, podría hacer uso de
los beneficios que merecía y le dije:
—Bien, Jaimitorrodrigo, ya estamos de vuel-
ta. Espero que le haya gustado la película.
—Sí, estuvo buena.
—engo un poco de sed, ¿podría darme algo
de beber?
Él me miró con ojos burlones y dijo:
—¿󰁑uieres agua, agua , Juan?
—Sí, si no es molestia.
Él sonrió con malicia, caminó unos cuantos
pasos y sorprende
sorprendenteme
ntementente tomó la manguera del
patio y me dijo dijo::
—Noo es ninguna
—N ning una molestia,
molestia, toma toda el agua ag ua
que quieras.

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58

Abrió la llave y dirigió el potente chorro de


agua hacia donde yo me encontraba, sin llegar a
mojarme. Yo sentía salpicar las gotas en mis zapa-
tos. Evidentemente, su gesto amenazador tenía un
significado: no quería que yo entrara entrara a su casa y me
estaba demostrando que aún yo no era digno de su
confianza.
—Es un poco tarde, creo que me tengo que
ir, tengo
tengo muchas tareastarea s para mañana. Nuevamente
voy a insisti
insistir,r, Jaimitorrodrigo, he traído
traído otro
otro papel
papel
para que por favor se lo ents entsregue
regue a Jazmín. Aquí
está apuntado mi número de teléfono y mi direc-
ción electrónica. engo su corazón y es importan-
te que ella lo sepa.
Él miró el papel y lo guardó en su bolsillo.
—No te preocupes,
preocupes, yo se lo daré. Y,
Y, por cier-
ci er-
to, he visto que en el centro comercial han abierto
un local de maquinitas… me encantaría pasar una
tarde jugando. Si quieres «caerme bien», ya tie-

nes una
Él pista. Adiós,
se quedó en Juan.
la puerta de su casa mirando
cómo yo me alejaba por la calle.
cal le. De vez en cuando
volteaba y consta
constataba
taba que él seguía ahí, sin mover-
mover-
se. Al llegar a la esquina, me escondí detrás de un
auto y desde allí logré espiarlo.
El muy desgraciado sacó el papel del bolsillo,
bolsil lo,
lo rompió y lo tiró al piso.
Otra vez.

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Operativo
Operativo mamá

—No tengo otra alternativa, Edú, voy a tener


que seguir cumpliendo con todas las exigencias
del microtirano o, de lo contrario, no podré llegar
lleg ar
a Jazmín
Jazmín.. Está claro que ella
ella y sus tres hermanas no
pueden mover un dedo si Jaimitorrodrigo no lo
autoriza.
Edú me escuchaba mientras hacía unas ex-
trañas cuentas en su libreta de las ortugas Ninja,
pero en ciertos momentos
momentos parecía que mi tema tema de
conversación
conve rsación le importaba un rábano, porque mo- mo -
vía su cabeza como si no encont
encontrara
rara la fórmula
adecuada para sacar el resultado.
—¿Me estás oyendo o estás más interesado
en tu tarea de matemáticas?
—e estoy escuchando y no estoy haciendo
ninguna tarea.
—Pero es que te veo ahí, garabateando en
esa libreta mientras te estoy contando el tema más
trascendental
trascende ntal de mi vida.

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60

—Es que me doy cuenta de que necesito tra-


bajar más, Juan, necesito algún trabajo adicional.
Lo del chino está bien pero no es suficiente.
suficiente.
—He visto que en la farmacia están bus-
cando personas que ayuden a empacar regalos,
en temporada de Navidad surgen muchas nece-
sidades.
—¡Gracias por p or el dato, Juan!
Juan!
—¿Por qué necesitas dinero, Edú? e lo he
preguntado varias veces y no me has querido res-
ponder.. ¿ienes problemas en tu casa? ¿
ponder ¿uu papá
no te da lo que necesitas?
—No es eso, mi papá hace lo que puede.
Aunque
Au nque a veces pienso que se gasta el dinero que él
gana y el que nos envía mi mamá en cosas que…
mejor no quiero hablar de eso.
—Yo sé en qué… lo he visto, Edú. Y te he
visto a titi cuando
cuando llega de madrugada ayudándolo a
entrar.

—Sí,
poco de sé que me
vergüenza, perhas
o… visto.
pero… A veces
no quiero siento
hablar un
de eso.
Yo estoy juntando dinero para otra cosa.
—¿Para qué?
—Es un secreto. Nadie lo sabe.
—Cuéntame,
—Cuénta me, los amigos nos guardamos los
secretos, ¿no?
Edú sonrió, volvió
volvió a mirar en su libreta y me
dijo:

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—No puedes decírselo a nadie. Estoy reu-


niendo dinero para comprar un boleto de avión.
—¿e vas de viaje
—¿e viaje ?
—No. Yo no puedo viajar, porque soy me-
nor y porque no tengo visa. El boleto es para mi
mamá… para que ella pueda venir de vacaciones
por mi cumpleaños.
—¡El 28 de febrero!
—Sí, exactamente. Ella no sabe de mi plan,
pero es que han pasado cuat
cuatro
ro años desde la última
vez que vino.
Se quedó callado durante unos segundos,
mirando al piso, y luego añadió:
—Cuatro años es demasiado tiempo sin ver
a una mamá. La extraño mucho. Sé que tiene pro-pro -
blemas de dinero, por eso he querido juntarlo yo,
¿me entiendes
entiendes??
—¡Claro! Y me parece genial. ¿e falta
mucho?

mitad.—El
Por boleto
neccuesta
eso necesito dos mil,mucho,
esito trabajar y yaho,
muc casiJuan.
lleg oMu-
llego Ma u-
la
cho, mucho, mucho. Yo hago lo que sea para ver a
mi mamá.
Edú me llevó a su cuarto y sacó de una caja
un viejo juguete: un carro de policía a pilas.
—¿Y esto? —pregunté intrigado.
—Es aquí donde guardo mi tesoro, solo tú
lo sabes.

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Abrió la tapa del compartimento donde se


colocaban las seis pilas gordas
g ordas y de ahí sacó un fajo
de billetes envuelto con una banda elástica.
—¡Nunca he visto tanto dinero! —dije sor-
prendido.
—¡Yo tampoco! Lo estoy reuniendo desde
hace más de un año. Pero ya solo me queda algo
más de dos meses para juntar la diferencia. Es muy
poco tiempo…
—¡Lo vas a lograr
log rar,, Edú! Estoy seguro
seg uro de que
lo conseguirás.
Él volvió a guardar su tesoro en el lugar se-
creto y luego seguimos hablando de mi problema
con el microtira
microtirano.no.
—󰁑uiere que lo invite a jugar maquinitas
toda la tarde. ¿Sabes lo que me costará eso?
—Sí. e costará un ojo de la cara y un peda-
zo de la nariz.
nari z. Pero quizá con
c on eso le caerás bien.
bi en. Yo
Yo
te aconsejaría que hicieras el último intento.

Decidíiban
mis ahorros acoger la sugerencia
de mal en peor. Lodeque
Edú,
meaunque
queda-
ba en reserva solo me alcanzaría para una tarde de
maquinitas… pero si con eso no lograba ganarme la
simpatía de Jaimitorrodrigo, tendría que agarrar la
escoba y ponerme a barrer el restaurante del chino.
Dos días después, en medio de los villanci-
cos que ametrallaban los tímpanos de todos los
visitantes
visitantes del centr
centroo comercial,
comercial, el microti
microtirano
rano y yo

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63

entrábamos a la recién inaugurada sala de diversio-


entrábamos
nes Ludo Machines.
Intenté sugerirle que buscáramos las opcio-
nes más económicas, pero ¡qué va! Apuntó a los
juegos más costosos. uve
uve que
que cargar y recargar su
tarjeta magnética hasta que, afortunadamente, el
reloj jugó a mi favor
f avor y las dos horas de permiso que
su papá le había concedido se terminaron.
Regresamos a su casa caminando y,y, luego
lueg o de
haber cumplido con mi misión, volví a atacar el
punto que me importaba:
—Jaimitorrodrigo… su hermana Jazmín no
me ha llamado ni me ha escrito. ¿Está usted seguro
de que ella ha marcado bien el número telefónico
que le apunté en el papel?
—󰁑uizá no quiere llamarte, Juan. Las muje-
res son así.
—¡O quizá no ha recibido el papel!
—¿󰁑ué insinúas
insinúas??

puede—Nada, simplemente
haberse extraviado en elpienso que con
camino… el papel
tan-
tas cosas que usted tiene en su cabeza, con tantas
ocupaciones, con tantos papeles que de seguro
guarda en el bolsillo.
bol sillo. Es posible que una confusión
de papeles sea la responsable de todo.
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo metió sus manos en los bol-
sillos, y de ellos sacó papeles de caramelos, chicles,
servilletas, etc.

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64

—Sí… pensándolo bien, es posible que se


haya traspapelado. ienes que ser paciente, Juan,
cualquier día de estos ese papel llegará
lleg ará a manos de
JJazmín
azmín y, si ella quiere, te llamará o te escribirá.
Pero hasta que eso ocurra, ¿te has fijado en la nue-
va camiseta de la selección del país
país?? Está muy lin-
da y acaban de sacarla a la venta. Yo no he podido
comprármela todavía y… me encantaría. e dejo la
pista, Juan,
Juan, que tengas
tengas una buena
buena noche.

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El plan B

Sentados sobre el tabique, Edú y yo veíamos pa-


sar cada tarde a Jazmín, a sus hermanas y a su vigi-
lante.
El microtirano
microtirano me saludaba con un leve mo- mo -
vimiento
vimien to de cabeza, como si quisiera dejar claro
que aún no me había ganado su simpatía. A Edú lo
miraba con odio y desprecio, pero mi amigo solo
le devolvía una sonrisa,
sonrisa, con
c on lo cual imagino que su
rabia aumentaba.
—¿Le comprarás la camiseta? —me pregun-
tó Edú.
—Ya se la compré lala semana anterior,
anterior, le pedí
pedí a
mi papá que me adelante la mesada y se la di.
—¿Y?
—¡Nada! Jazmín no ha recibido ni mis m is men-
sajes ni mis papelitos con dirección y teléfono.
Está visto que el microtirano no dará su brazo a
torcer.
—¿Y
—¿ Y qué vas a hacer?

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—No lo sé, Edú, no tengo ni idea. Ya me ha


dicho que hay una bicicleta que le gusta mucho.
—¡No pensarás…!
—¡No! ¡No tengo dinero! ¡No puedo com-
prarle una bicicleta de 800 dólares! Creo que es
momento de pensar en un plan B.
oda esa tarde y las siguientes tardes del mes
de diciembre Edú y yo nos pasamos pensando en
el plan para llegar
l legar a Jazmín, sin tener que pasar por
el pesado y costosísimo peaje de su hermano Jai-
mitorrodrigo.
Diciembre resultó un mes muy productivo.
No solo en cuanto al trabajo creativo… sino al tra-
bajo físico. Aprovechando algunos días de vacacio-
nes del colegio, Edú y yo entramos a trabajar en la
farmacia como empacadores de regalos. Nos volvi-
mos expertos en empaques: aprendimos el tipo so-
bre, el de pliegue formal, el llamado «solapas
jugueton
juguet onas»
as» y el «pí
«pícar
caroo para en
enamo
amorado
rados»
s» que
tenía un doblez salíamos
Cuando especial endeforma
ahí de corazón. por
pasábamos
donde el chino y, mientras Edú lavaba la vajilla, yo
barría y fregaba el piso del local. erminábamos
exhaustos, pero nuestra economía
econ omía iba en aumento.
Edú necesitaba dinero
dinero para pagar el boleto de
su mamá y traerla de vacaciones desde España y yo
necesitaba dinero para cumplir con una parte del
plan B que,
que, ju
junt
ntos,
os, hab
habíamo
íamoss diseñ
diseñado
ado con det
detalle.
alle.

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67

Este plan era sencillo pero contundente.


engo que recono
reconocer
cer que una buena parte
pa rte de la
la es-
trategia la elaboró, a sangre fría, Edú, y se resumía
de la siguiente manera: engañaríamos al microti-
rano. ¡Sí, lo engañaríamos!
Durante el mes de enero, Jaimitorrodrigo
continuaría exigiéndome que gastara todo mi di-
nero en sus caprichos. Yo trataría de complacerlo
en pequeñas cosas y le daría largas al tema de la
bicicleta. Lo invitaría al fútbol, al certamen inter-
barrial de Corra con el huevo en la cuchara, a las
maquinitas… Con eso, Jaimitorrodrigo estaría
fuera de casa todas las
la s tardes.
Entre tanto, Edú, mi querido amigo Edú, se
convertiría en mi emisario, en mi mensajero de con-
fianza con Jazmín. Aprovechando que Jaimitorro-
drigo estaría conmigo de tres a cinco, Jazmín
recibiría todos mis mensajes a través de Edú.
Era un plan sencillísimo, infalible ¡y barato!
Losyprimeros
Espinosa logré quedías de enero
enero llegué
llegme
el microtirano ué aacompaña-
casa de los
ra. Lo invité a un espectáculo de magia que se pre-
sentaría en el eatro de la Ciudad en una función
especial para niños de hasta 12 años. La entrada me
había salido regalada, porque el espectáculo estaba
auspiciado por el Ministerio de la Niñez.
an pronto Jaimitorrodrigo y yo nos aleja-
mos del lugar, Edú llegó a casa de los Espinosa,

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68

tocó el timbre y, para su buena suerte, quien abrió


la puerta fue Jazmín.
—Hola, ¿te acuerdas de mí?
—Sí, claro, tú eres…
—Edú.
—¡Ajá! El amigo de Juan, ¿verdad?
Edú extendió su mano y le entregó una bol-
sita de tela. Ella la miró sorprendida y dijo:
—¿Y
—¿ Y esto qué es?
es ?
Ambos se sentaron en el escalón de entrada,
JJazmín
azmín abrió la bolsita y descubrió emocionada
emocionada su
colgante en forma de corazón rojo translúcido que
ya, para enton
entonces,
ces, lo había dado por perdido. Se-
S e-
gún lo que Edú me dijo después, esta fue la histo-
ria que él le contó:
—Mira, Jazmín, Juan ha intentado acercarse
a ti por todos los medios, pero tu hermano no se lo
ha permitido.
—Sí, claro, lo entiendo, es que mi papá…

Cuando —Sí, lo sabemos.


aquella tarde tePero déjame
fuiste, Juanque
y yotenos
cuente.
que-
damos unos minutos más buscando tu colgante.
Abrimos la puerta de su casa y ahí estaba, roto, fisu-
rado, pero ahí estaba. Juan lo reparó para ti, con
mucho cuidado, fíjate que tiene apenas una señal
casi invisible. Ha intentado
intentado entregártelo de mil ma-
neras, pero, como te digo, no le ha resultado nada
fácil. Así es que, aprovechando que tu hermano no

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69

está, Juan me ha pedido que te lo entregue, pero,


además, me ha env enviado
iado para ti esta nota. Por favor,
favor,
no le digas a Jaimitorrodrigo que he venido.
A las ocho de la noche, cuando regresé de la
función de magia, di un escobazo a la ventana de
Edú… ¡no podía más de la curiosidad!
—¿La viste? ¿󰁑ué te dijo? ¿Vio el corazón?
¿Le gustó? ¿Le entregaste la nota? ¿Le dijiste que
me llamo Juan y que soy buena gente? ¿Le brilla-
ron los ojos?
—¡Ya! ¡Cállate y déjame que te cuente!
—La vi, estuve
estuve con ella, se lo conté todo.
—Pero,
—P ero, pero, pero… ¿y el corazón?
—¡󰁑uedaste
—¡󰁑ue daste como un héroe, Juan!
Juan! Le con-
té que encontraste el corazón partido y que lo
reconstruiste para ella, para que se sintiera feliz,
porquee intuías que ese cora
porqu corazón
zón era impor
importante
tante
para ella
ella..
—¡¿Y?!
—Se
—¡Seacordaba
acordabaperfectamente
de mi nombre!deNo
tu nombre.
me mien-
tas, por favor, Edú, esto es de vital importancia
para mi futuro.
—No te estoy mintiendo y respira con cal-
ma que, si sigues así, te va a dar un infarto. Le en-
tregué el corazón, lo recibió muy emocionada, le
dije que no podías acercarte a ella por culpa del
Kilo de abono.

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70

—¿Kilo de abono?
—Sí, es el nuevo apodo que he inventado
para el micr
microti
otiran
rano.
o. Si tod
todas
as las her
herma
manas
nas tie
tienen
nen
nombre de flores, el papá es dueño de una floriste-
ría, el apellido de todos es «Espinosa»
«Espinosa» y a la madr
madree
la conocen como «La Enredadera»,
Enredadera», Jaimitorrodri-
Jaimitorrodri-
go debería tener un nombre
nombre acorde con el negocio
negocio::
«¡Kilo de abono!»
—Estáá bueno, pero sigue.
—Est sig ue.
—Bueno, eso fue todo, ella parecía contenta
con la nota que le escribiste. Por cierto, ¿qué decía?
—Ya sabes, Edú, cosas románticas, no re-
cuerdo bien pero decía algo como: «Mi corazón
también estaba partido, pero desde que vi el brillo
de tus ojos… ya no está partido».
—No suena muy romántico.
—Bueno, no sé, pero decía algo así.
El Plan B comenzó a funcionar a la perfec-
ción. Mientras yo engañaba al microtirano, Edú
me ayudaba
para enaamorara
removerdelasmí.emociones de Jazmín
que se enamorara
Luego de la nota que le envié, ella me escri-
bió su respuesta al correo electrónico.
ele ctrónico. Era una
una res-
puesta muy
muy escueta, pero dulce como ella:

Querido Juan:
Muchas
Mu chas gracias.
gracias. Mi
Mi corazón
corazón
está otra vez conmigo.

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71

Me has
has hecho muy feliz.
Tu amiga,

Jazmín
Jazmín

Por las tardes, cuando volvía del colegio


colegio junto
a sus hermanas y al Kilo de abono, discretamente
sonreía al pasar y nuestras miradas se encontraban
por un
un segund
segundo.
o.
Edú iba reduciendo mi deuda en la libreta
de las ortugas Ninja. Y yo sentía que el corazón
se me quería salir del pecho.

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Loco de amor

Luego del resultado del primer encuentro entre


Edú y Jazmín, enloquecí. Nunca había estado tan
cerca de una
una felicidad parecida a la de las películas
pel ículas
románticas.
Lo usual en las historias de amor que he podi- podi-
do conocer de cerca es que uno de los dos esté ena-
morado hasta lo más profundo de la glándula
pituita
pitu itaria..
ria.... y al otro
otro no se
se le muev
muevaa ni un pelo. Per
eroo
en mi caso todo indicaba que Jazmín y yo estába-
mos en perfecta
perfecta sintonía y eso me había transforma-
do en un tipo con sobredosis de cursilería.
Me pasaba suspirando todo el día. De tanto
hacerlo, en una una ocasión me tragué una mosca, pero
como estaba tan enamorado, la mosca me supo a
caramelo de miel.
Un amigo del coleg colegioio me contó que su her-
mano mayor sabía hacer tatuajes. Sin dudarlo,
fui a su casa y le pedíp edí que me hiciera uno. Como
no tenía dinero, le ofrecí sacar a pasearpa sear a su perro

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73

durante un mes y él accedió. El diseño que le


planteé
pla nteé era muy senc
sencillilloo : un cor
corazó
azónn que en el
interior tuviera el nombre Jazmín. ardó cerca
de dos horas en hacer su trabajo. El tatuaje me
dolió en el alma, pero estaba dispuesto a sopor-
tar cualquier tortura. El lugar elegido fue el bra-
zo, en lo que algún día, cuando yo dejara de ser
un flaco sin gracia,
gracia , se convertiría en un músculo
demoledor. Pensé que, si me dedicaba a hacer
ejercicios y levantar pesas, el pequeño corazón
tatuadoo se conve
tatuad convertiría
rtiría en un corazón gig gigantesco
antesco
y pode
p oderoso
roso..
El hermano de mi amigo conversaba sin pa-
rar mientras trabajaba, confesó que su especiali-
dad era realizar tatuajes con dibujos en lugar de
letras, pero que en todo caso me aseguraba un
buen trabajo. Las paredes de su cuarto estaban lle-
nas de imágenes que le servían de modelo: calave-
ras, el Che, mujeres desnudas, ángeles, demonios,
mariposas,
—Meemontañas,
—M dijiste queetc.
tu novia se llama...
—Jazmín.
—Jazmín, muy bien, cuéntame un poco de
ella.
Durante una hora y media, le conté todo lo
que sabía de la linda Jazmín y él, que debía tener
16 o 17 años, me aconsejaba porque decía que te-
nía gran experiencia con chicas.

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—¿Has pensado que en el futuro podrías


enamorarte de otra chica y que el tatuaje te durará
por el resto de la vida?
vida?
—No. Eso no pasará. Estoy seguro de que
nunca me enamoraré de nadie más.
Al rato concluyó su trabajo, justo en el mo-
mento que su hermano, mi compañero de clase,
entró a la habitación.
—Bueno, creo que está listo.
—¿Puedo ver? —dijo mi amigo y de inme-
diato se puso verde.
—¿Pasa algo? —pregunté pensando que su
actitud se debía a lo sorprendido que se encontra-
encontra-
ba ante un corazón que, aunque no lo había visto
todavía, imaginaba impresionante.
—Bueno, es que...
—¡Es que qué!
—Es que mi hermano es disléxico y confun-
de algunas letras.
Meme
al revés, acerqué al espejo
espej
di cuenta deoque
y,y, aunque lo mirédetodo
en el centro un
impresionante corazón aparecía el nombre:
GASNIN.
Me puse furioso, tanto que si hubiera podi-
do me habría encantado tatuarle en la nariz la pa-
labra IDIOA.
Edú se rió de mí durante diecisiete minutos
sin parar.

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—¡GASNIN! Y ahora, ¿qué vas a hacer?


—No lo sé, por lo pronto, no volveré a usar
nada que tenga manga corta.
—Podrías decirle que así se escribe su nom-
bre en arameo y que quiere decir: Flor de GAS de
la diosa NIN.
—¿Flor de gas? ¡Eso suena asqueroso!
—Bueno,
—Bue no, si tienes un mejor plan,
p lan, aplícalo.
Y el único plan que tenía era conquistar y
enamorar a Jazmín hasta que se derritiera de amor
por mí. A partir de ento
entonces,
nces, comencé a env
enviarle
iarle
con Edú un regalo o un mensaje cada tarde.
Soñaba con poder juntar el dinero necesario para
que ella recibiera flores, bombones, tarjetas musi-
cales, osos de peluche, gatos de peluche, perros de
peluche, ratones
ratones de peluche y…
y… todos los animales
de peluche que existieran en las jugueterías. No
importaba si era una araña o una cucaracha de pe-
luche, siempre y cuando transmitiera amor... puro
amor. No tenía dinero para comprar todo eso, pero
poco a poco lo ir iría
ía con
consigui
siguien
endo.
do..... el chi
chino
no due
dueño
ño
del chifa, los taxistas de la cooperativa Jota Jota, la
señorita García y su jardín de cinco hectáreas, y el
perro
perro en
enor
orme
me de la fam
familia
ilia Jar
arrí
rínn se hahabía
bíann con
conve
verti
rti--
do en la solución para mis
mis necesidades económicas.
Por suerte también existían opciones menos
costosas e incluso gratuitas para demostrarle mi

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76

amor a Jazmín. Por ejemplo: en el colmo del ena-


moramiento, le dediqué una pequeña serenata de
música romántica en un programa de radio. Edú
se encargó de avisarle que a las cuatro en punto
tendría que sintonizar 89.3 FM porque
porque habría una
sorpresa para ella.
Con la voz pegajosa del locutor se escuchó
lo siguiente: «Y esta tarrrrrrrde estamos compla-
ciendo a esos corazones enamorados con la mejor
música rrrrrrrromántica, y para el primer mensaje
contamos con este temita llamado “Amor bilin-
güe”, dedicado de Juan, Juan, Juan, Juanito, Juano
Banano, para la linda Jazmín, que dice así: “Eres
linda, muy beautiful, además, agradable y nice, y yo
me siento happy cuando estoy with you, yes, yes, sí,
sí, cuando estoy with you”.
Según Edú me convertí en el enamorado
más insoportable, cursi, irresistible, tedioso bilin-
güe y pesado del mundo y sus alrededores. Y yo
estaba
Pero, paratotalmente
sentirme de acuerdo
mejor, conquesuunopinión.
recordé día es-
cuché a mi abuela decir que solo hay una manera
de enamorarse: con locura.
JJazmín
azmín contin
continuaba
uaba respondiend
respondiendoo con dul-
zura a mis mensajes y aunque le resultaba difícil
llamarme, porque su hermano se lo impedía,
impedía , siem-
pre le decía a Edú que
que esperaba que pronto
pronto pudié-
ramos superar el «pequeño» inconveniente que

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77

teníamos para vernos frente a frente. El 14 de fe-


brero era mi plazo máximo, había decidido que
llegaría a Jazmín, para pedirle que fuera mi novia,
precisamentee en el día del amor y la amistad.
precisament
enía dos semanas para juntar el dinero nece-
sario para comprarle un regalo lindo... inolvidable.
Por otro lado, mi relación con el microtira-
no seguía en el mismo punto del inicio. Solo un
pequeño avanavance
ce me animaba a seguir
seg uir insistiendo,
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo ya me había autor
autorizado
izado para que
lo tratara de tú.
Pero una corazonada me decía que él no me
permitiría,
permitirí a, en un plazo corto, que yo me acercara
acercara a
su hermana. Su dominio sobre «las cuatro floreci-
tas» era total. Adem
Además,
ás, en repetidas ocasiones me
había «recordado» lo de la bicicleta que tanto le
gustaba. Yo le daba largas diciéndole que estaba
esperando que mi abuelo me enviara mi regalo de
Navidad, que estaba un poco retrasado, pero que
siempre
que yo meeracomprara
una buena cantidad
lo que de dinero para
quisiera.
Una tarde lo invité a las eliminatorias del
Concurso nacional de mascotas que se realizaría
en la cancha del barrio. Me dijo que el tema no le
interesaba demasiado. Yo traté de convencerlo, por-
que esa tarde, esa precisa tarde, Edú le llevaría a Jaz-
mín un regalo especial: un enorme (cuando digo
enorme quiero decir monumental, gigantesco e im-

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78

presionan
presio nante)
te) globo en for
forma
ma de coraz
corazón
ón con un
unaa
flecha que lo dividía en dos y que decía «Sin ti ten-
go el corazón partido». an grande era el globo,
que la vendedora me dijo que necesitaría un día en-
tero para inflarlo. En un principio Edú quiso hacer-
se el loco, dijo que él no quería hacer papelones, que
no quería verse caminando por la avenida con un
globoo del tamaño de una nave espacial. Afortunada-
glob
mente, logré convencerlo prometiéndole que en esa
semana lavaría los platos por él en el chifa y le daría
el pago complet
completo.o.
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo dijo que no estaba seguro
de querer acompañarme y yo comencé a sufrir.
—¡ienes que venir! ¡No te lo puedes perder!
—No quiero ir. Es que los perros no me gus-
tan, Juan. Yo prefiero los reptiles como los caima-
nes, los lagartos y los cocodrilos
coc odrilos asesinos. amb
ambién
ién
ciertos peces comoc omo las pirañas y los tiburones.
tiburones.
uve que prometerle que le compraría una
triple hamburguesa
no, para con triple Fuimos
que me acompañara. queso y atriple toci-
la cancha
del barrio y la verdad es que el concurso canino
estuvo triple aburrido.
El globo inmenso sería entregado, puntual-
mente, a las cinco. La vendedora se lo dejaría a
Edú en su casa para
pa ra que él se lo
lo llevara
lle vara a Jazmín.
Jazmín. Yo
le había pedido que llevara una cámara fotográfica
para que capturara
capturara su rostro
rostro sorprendido
sorprendido y feliz.

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79

A las cuatro y cincuenta, cuando Jaimitorro-


drigo ya había devorado su triple hamburguesa se
levantó del graderío y, sin más, me dijo «me voy,
esto está insoportablemente aburrido».
—¡Noo te puedes ir!
—¡N ir !
—Claro que puedo.
—Solo espera media hora más, ya viene la
mejor parte.
—No me quedo ni por diez hamburguesas
más. Estoy harto.
Se levantó y, aunque yo quise detenerlo, no
lo conseguí, echó a correr como si lo siguiera un
furioso perro Boxer.
Lo perseguí angustiado por cuatro cuadras
yy,, al doblar la últim
ú ltimaa esquina, lo vi parado frente a
JJazmín
azmín que, ante a la puerta
pu erta de su casa sostenía el
gigantesco globo en forma de corazón con la
leyenda «Sin ti tengo el corazón partido»
par tido» y que
Edú acababa de ent entregarle.
regarle.

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El perdón

Edú no dio muestras de susto ni de sorpresa. Se


quedó parado como si nada.
Cuando el microtirano se acercó a su herma-
na, que sí lucía aterrorizada, miró con detenimiento
el globo y la frase impresa. Luego se inclinó y arran-
có del jardín una rama de un rosal sembrado en la
entrada. Levantó la vara seca y las espinas tocaron el
inmenso globo rojo platinado que en breves segun-
dos se desinfló y quedó convertido en un enorme
corazón arrugado y sin vida.
Miró a Jazmín
Jazmín y solo dijo:
dijo :
—¡Adentro! Ya verás cuando llegue mi
papá.
Edú lo interrumpió:
—Ella no tiene lala culpa.
culpa . Yo
Yo solo vine a entre-
garle un regalo,
rega lo, nada más... No la acuses.
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo me miró con odio y rápida-
mente construyó en su cabeza la historia.
Al ver a Edú entregándole un regalo a Jazmín, él

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81

imaginó que yo lo había estado distrayendo du-


rante todas las tardes para que mi amigo pudiera
acercarse a su hermana sin problemas. ¡Él pensó
que Edú estaba enamorado de Jazmín!
—Me engañaste —me dijo con furia—,
todo era un plan para que este miserable se viera a
escondidas con mi herma
hermana.
na.
—No,
—N o, espera, yo te explicaré...
—¡Noo quiero que me expliques nada! 󰁑uie-
—¡N
ro que los dos desaparezcan de mi vista antes de
que los convierta en picadillo. ¡Y no se les ocurra
volver a pisar esta calle ni mirar a mis herm
hermanas,
anas,
porque tendrán que vérselas conmigo, con mi
papá y con mis cinco tíos
tíos karatekas!
JJaimit
aimitorr
orrodri
odrigo
go mos
mostrtraba
aba su pupuño
ño en alto
mientras vociferaba y yo cruzaba los dedos para que
Edú no quisiera resolverlo todo a trompadas.
La amenaza fue clarísima, desde un rincón
de la ventana Jazmín miraba discretamente, y con
ojos tristes,
a casa con todo lo que ocurría.
emociones Edú yÉl
encontradas. yo se
volvimos
quedó
con las ganas
g anas de darle su merecido al microtir
microtirano,
ano,
y yo con el temor de que todo eso significara el fin
de mis planes con Jazmín.
—enemos que hacer algo, Edú, yo no pue-
do quedarme con los brazos cruzados.
—Ya hicimos
hicimos lo que podíamo
podíamoss hacer, pero si
ese Kilo de abono tiene el poder para impedir que

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su hermana pueda verte... tendrás que olvidarte de


ella.
—¿Estás loco? ¿Olvidarme de Jazmín? Hoy
es 1 de febrero, faltan menos de dos semanas para
el día del amor y la amistad. ¡engo que intentarlo
nuevamente! engo que encontrar la manera de
acercarme a Jazmín.
—¿Y cómo se supone que vas a superar la
cerca eléctrica, los cocodrilos asesinos, el dragón
de la puerta y el insoportable hermano
hermano menor?
—No lo sé, Edú, pero
p ero tiene que existir
ex istir una
manera.
Durante dos días estuve rompiéndome la
cabeza para encontrar una salida. Mientras se-
guía trabajand
trabajandoo las tardes lavando
lavando los taxis de la
cooperativa Jota Jota, pensaba en la manera de
recuperar la confianza de Jaimitorrodrigo. Esta-
ba convencido de que sin su venia no podría, ja-
más, acercarme a Jazmín.

casa deEllos
cuarto día hice
Espinosa. El acopio de valentía
microtirano jugabay tenis
fui a
contraa la pared frontal de su casa.
contr casa .
—¿󰁑ué haces aquí? —preguntó sin siquie-
ra mirarme—, creo que fui muy claro cuando te
dije que no quería verte ni las pestañas por aquí,
basura.
—Bueno, mira, yo quería hablar contigo
porque...

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83

—Con usted —recalcó para dejarme saber


que la confianza estaba rota.
—Sí, claro, quería hablar con usted para
aclarar lo que ocurrió.
—Pues a mí no me da la gana de aclarar nada.
—He venido a disculparme, Jaimitorrodrigo.
Él se detuvo, agarró la pelota amarilla, me
miró y continuó escuchando:
—Le pido disculpas porque lo que ocurrió
hace tres días fue un malentendido. Yo le pedí a
Edú, usted sabe que él es mi mejor amigo, que traje-
ra el regalo para Jazmín. Me ganó la impaciencia,
usted no me daba señales de querer ayudarme en un
plazo
plazo cort
cortoo y qui
quise
se bus
busca
carr una
una ma
mane
nera
ra de
de acer
acerca
carm
rmee
a su hermana. Me equivoqué. Fue todo mi culpa. culpa.
Me quedé sorprendido al descubrir que el
microtirano me miraba con ojos amables. Escu-
chaba mis disculpas con gestog esto tranquilo.
tranquilo.
—¿e has dado cuenta de que te saltaste las
reglas?—Sí.
—me preguntó con tono casi sacerdotal.
—Bueno, estoy dispuesto a perdonarte, pero
para eso necesito que cumplas con dos condicio-
nes. La primera te la diré ahora... quiero, necesito,
¡exijo!, que vengas con tu amigo Edú y ambos me
pidan disculpas. No me importa
importa si uno
uno es más cul-
pable que otro, quiero
quiero que vengan
vengan los dos.
—¡Claro! ¿Puede ser hoy mismo?

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—Preferiría que fuera mañana. Ahora no es-


toy de ánimo, además, dentro de un momento,
tendré que ir con mi mamá al dentista.
dentista. Los espero
a las cuatro en punto, estaré en el cuarto de la bo-
dega, ahí, en el patio trasero.
Salí feliz de mi reunión de reconciliación
con Jaimitorrodrigo. Parecía que todo volvería a
su cauce sin mayores contratiempos. Corrí al chifa
donde Edú estaba terminando de lavar los platos y
lo encontré listo para salir.
—¿Cómo te fue?
fue ? —me preguntó interesado.
interesado.
—¡Súper!, casi me ha perdonado, creo que
vuelvo otra vez al plan de conquista a Jazmín. ¡Ya¡Ya
es 4 de febrero, me quedan solo diez días!
—¿Y qué tuviste que hacer para que te per-
donara? ¿e obligó a besarle los zapatos? ¿A lavar-
te los dientes con el cepillo de su perro?
—No. Solo me pidió que mañana tú y yo va-
yamos a pedirle disculpas.
—¡¿󰁑ué?!
—¡¿󰁑ué
le disculpas ?! ¡Yo
a ese ¡Yo nodetengo
saco por qué
abono! qu é rayos pedir-
pedir-
—Ya lo sé, ya lo sé,
sé, Edú, pero
pero lo harás por mí,
m í,
por favor,
favor, por favor...
favor...
—Estás
—Est ás loco,
lo co, Juan, estás llevando demasiado
lejos esta historia. ¿Puedes explicarme por qué
tengo que ir a pedirle disculpas a un niño mal edu-
cado de un metro veinte, que es, además, abusivo,
impertinente, grosero y patán?

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—Porque es el hermano de la chica que me


gusta y porque, si el caso se diera, al revés... yo lo
haría por ti.
—¡Me estás manipulando, Juan!
—No. e estoy pidiendo de favor que me
ayudes.
Al día siguiente, a las cuatro en punto, Edú
(con cara de pocos amigos) y yo (con cara de «me
gané la lotería») llegamos a casa de los Espinosa.
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo me dijo que nos estaría es-
perando en la bodega
bodega,, un cuarto estrecho con un
altillo, en el que los Espinosa guardaban algunos
materiales
mate riales para su negocio
neg ocio de flores.
ocamos la puerta y, desde adentro, él nos
invitó a pasar.
Cuando entramos lo encontramos apilando
unos bloques de esponja verde, que servían para
realizar los diseños florales. El cuarto estaba lleno
de cajas, baldes plásticos,
plá sticos, cuerdas,
cuerdas, mangueras y re-
gaderas.
—Siéntense,
—Siénte nse, por favor —dijo con tono edu-
cado—, he traído galletas y jugo de naranja.
Dos sillas estaban perfectamente dispuestas
en el centro del cuarto. Edú y yo estábamos impre-
sionados con la gentileza del tirano. omamos
asiento y, para romper el hielo, yo tomé la palabra:
—Bueno, Jaimitorrodrigo, estamos aquí
porque mi amigo Edú y yo queremos pedirle dis-

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culpas por lo que ocurrió días atrás. Lamentamos


mucho si le ocasionamos un mal momento.
—Gracias,
—Graci as, Juan, les agradezco por venir, he
escuchado tus palabras... ahora quiero oír a tu
amigo.
Edú suspiró molesto y desconfiado, hubo un
silencio de diez segundos que a mí me pareció una
eternidad. Le di un codazo y logré que reacciona-
ra. Ent
Entrere dientes atinó
atinó a decir:
de cir:
—Bueno yo también me disculpo. Y punto.
El microtirano lo miró, sonrió irónicamente,
esperó unos segundos y para nuestra sorpresa dijo:
—Y punto no, Edú. Nada de eso. Ustedes me
deben una disculpa mayor.
mayor. ¿Recuerdas
¿Recuerdas cuando hace
tres años ustedes le vendieron a mi papá una cebra?
Edú y yo nos quedamos mudos, sin atinar
qué hacer ni qué decir.
JJaimit
aimitorr
orrodri
odrigo
go proc
procedió
edió a con
conta
tarno
rnos,s, de ma-
nera resumida, lo que esa cebra provocó en el barrio

ycuando
las bu él, orgulloso,
burlas
rlas la sacó
que se ganó. El arót
pasear.
ulo deodas
rótulo tolasque
tonto
ton risas
la
gente, imaginariamente, colgó en su frente. Nos
contó, además, cuando descubrió, graciasgracias a una des-
agradable evidencia, que Adelita no era hembra,
sino un macho muy impresionante... y cuando gra-
cias a un terrible aguacero su cebra se despintó.
—¡Se despintó! Las franjas blancas y negras
se escurrieron en un charco
charco gris.
gris . odos
odos en el barrio

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87

se burlaron de mí al verme regresar a casa con un


burro viejo y cojo. ¡Y yo que estaba feliz pensando
p ensando
que era una cebra!
Hizo una pausa, mientras Edú y yo, avergon-
zados, no sabíamos qué decir. De vez en cuando a
Edú se le escapaba una discreta risita, y yo le metía
un codo en el costado para que se controlara.
—Pero bueno, están aquí y me han venido a
pedir disculpas —agreg
—agregóó Jaimitorrodrigo—, este
es un día que he esperado desde hace tres años.
¡Muchas gracias por venir!
En una fracción de segundo, inesperada-
mente, tiró de una cuerda y dos baldes de pintura,
blanca y negra, que estratégicamente
estratégicamente colgaban del
techo, se voltearon sobre nosotros.

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88

󰁑uedamos bañados de cabeza a pies en pin-


tura, como aquel burro en medio del aguacero.
—¡Están perdonados!
perdonados! —dijo él en medio de
una carcajada—, ahora ya se pueden ir.
Rápidamente desapareció colándose por
una ventana
ventana pequeña de la bodega,
bo dega, mient
mientrasras Edú y
yo no tuvi
tuvimos
mos otra altern
a lternativ
ativaa que salir, a las cua-
tro y treinta, cuando las calles estaban llenas de
gente, a caminar por el barrio como dos cebras
despintadas.

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L a segunda condición
condición

A nueve días del 14 de febrero, yo sentía que el


universo entero confabulaba en contra de mí. Las
cosas no podían ir peor. Edú me había dicho que,
si decidía continuar con mi plan de conquista a
JJazmín
azmín Espinosa, no contara con él. Mi perro
Chulpi se había comido las ganancias de dos sema-
nas de trabajo. Y para que el panorama fuera más
sombrío aún, Jaimitorrodrigo me había llamado
por teléfono a casa para inform
informarme
arme la segunda
condición, gracias a la cual me perdonaría:

—󰁑uiero
—Pero la bicicleta
es muy en una semana.
poco tiempo... sem
no ana.
puedo jun-
tar el dinero...
—Bueno, por si te sirve la información, te
cuento que Miguel Arcos, el chico que vive en la
casa #7, me ha pedido permiso para visitar a Jaz-
mín... y estoy pensando en la respuesta que le daré.
Miguel Arcos era un grandote, rubio, que
tenía 15 años y ojos azules. Color de ojos que en

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90

mi barrio provocaba conmoción. Allí todos éra-


mos morenitos, de ojos cafés y cabello negro,
por lo tanto, el únic
únicoo ru
rubio
bio se conver
convertía
tía en al
algo
go
así como un camarón en medio de un arroz con
concha. Su imagen provocaba los suspiros de to-
das las chicas. Él se las daba de galán, además,
porque
por que su papá le presprestaba
taba el auto parparaa que se
pasear
pa searaa por el barri
b arrio.
o. Yo
Yo ni siquier
siq uieraa tenía bici
b icicle
cle--
ta y mi papá solo me permitía que me acercara a
su auto para que se lo limpiara cuando algún pá-
jaro con mal
malestar
estares
es estoma
estomacal
cales
es habí
habíaa dej
dejado
ado su
huella.
Me machacaba la cabeza intentando hallar
una salida para mi problema. Jazmín me había de-
mostrado que estaba interesada en mí, pero si apa-
recía en escena el pintón de Miguel Arcos con el
moderno auto de su papá y ese par de ojos azules,
yo tenía todas, todas las de perder
perder..
Me quedaba una semana para conseguir el
dinero
tamo a para comprar
mi papá la bicicleta.él Pedirle
era imposible; siempreun prés-
andaba
con los bolsillos más pelados que los l os míos. Vender
alguno
alg uno de mis bienes tampoco era una una buena idea:
mi posesión más costosa
c ostosa era Chulpi, un perro mi-
tad Salchicha, mitad Pastor
Pastor Alemán.
Pedir a mi mamá que me anticipara el dinero
que ella me daba cada semana, para comprar cosas
en el bar del colegio, tampoco sonaba bien: para
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91

juntar
junt ar los 800 dól
dólare
aress yo ha
habr
bría
ía te
tenido
nido que pedir
pedirle
le a
mi mamá que me adelantara ¡80 semanas!
Al día siguiente decidí ir a casa de Jaimitorro-
drigo y suplicarle un nuevo plazo. Fui dispuesto a
plantea
plan tearle
rle que quiz
quizáá en
en seis
seis mes
meseses yo
yo podría...
podría...
En eso estaba cuando
cuando al llegar
l legar vi el auto azul
de Miguel Arcos. Él y el microtirano escuchaban
música a todo volumen desde el interior.
Caminé furioso dispuesto a hacer respetar
mis derechos y cuando llegué di dos golpes en la
ventana
ven tana del auto que estaba semiabierta. Jaimito-
rrodrigo me saludó con c on una sonrisa
sonrisa hipócrita:
—Necesito hablar con usted.
Él bajó del auto y me pregunt
preg untóó qué quería.
—Un nuevo plazo, no puedo juntar el dine-
ro para la bicicleta en una semana. Necesito cua-
tro... o cinco meses más.
Soltó una carcajada de inmediato; se puso
serio, como un militar,
militar, y me dijo:
dijo :

Mike —¡Olvídalo!
me va a enseñarY aahora vete,
manejar que mi amigo
su auto.
Sí, eso era lo único que me faltaba para que mi
vidaa fuer
vid fueraa un desa
desaststre
re tot
total.
al. El tal Miguel (Mi
(Mike
ke
para sus amigo
amigos)s) te
tenía
nía pin
pinta
ta de galán y un au
auto.
to.....
ante eso yo no tenía posibilidades de ganar.
A cualquier persona normal le puede resul-
tar difícil conquistar a una chica linda, pero a mí
me había tocado la horrible misión de conquistar
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92

al insoportable hermano de la chica más linda del


mundo.. ¡󰁑ué suertudo!
mundo
Ante tanta mala suerte, veía a Jazmín ale-
jarse de mí
m í sin que yo pudi
pudiera
era hacer
hac er nada por re-
tenerla.
Nada.
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La decisión

Cuando el plazo concluyó supe, por Edú, que


Miguel y Jazmín habían estado en el cine y en una
heladería del centro comercial.
Al escucharlo me sentí extraño, como si en
lugar de sangre corriera vinagre por mis venas.
Sentí picazón en los ojos y una presión inusual en
mi garganta. 󰁑uería llorar de rabia, de tristeza, de
frustración, de decepción, de angustia... de amor.
󰁑uería llorar,
llorar, pero me daba vergüenza.
«Si yo tuviera un auto», me decía, «si yo
tuviera
tuvie ra el dinero necesario para esa bicicleta».
bicicleta ».
Eran las cuatro de la tarde, Edú acababa de
salir rumbo al chifa
ch ifa y al despedirnos me había di-
cho:
—Olvídate de ella, Juan, tú no puedes com-
prar una historia de amor
amor..
Me quedé solo, sentado sobre el tabique que
separaba nuestras casas pensando en mil cosas,
maldiciendo la pobreza y tragando lágrimas.
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94

En un momento extraño, impulsado por no


sé qué fuerza, me levanté, escalé la reja de hierro,
empujé la ventana de la habitación de Edú, apro-
vechando que no había nadie en su casa, y ent entré.
ré.
Sin dudarlo, me acerqué al viejo carro de policía,
abrí el compartimento de las pilas y saqué el rollo
de billetes que Edú había guardado allí.
Con las manos temblorosas y el corazón la-
tiendo a mil por hora,
hora , extraje 800 dólares exactos.
Y después huí.
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El corazón partido

No quería pensar. No quería pensar. No quería


ser consciente
consciente de lo que había hecho. Salí
Sal í corrien-
do y tomé un taxi que me llevó
lle vó hasta la tienda
tienda en la
que había visto la bicicleta. Entré, señalé la que ex-
hibían en el escaparate y dije «󰁑uiero esa».
Cuando el vendedor constató que tenía el dinero,
no dudó en entregármela e incluso me ayudó a
conseguir un taxi amplio que me llevara de vuelta
a casa. odo fue muy rápido.
No quería pensar. No quería pensar. A las siete
de la noche
bicicleta llegué a casa
a la pequeña y silenciosamente
bodega que teníamos enllevé
el pa-la
tio de atrás. Ya era tarde para entregársela al hermano
de Jazmín. Curiosamente,
Curiosamente, ya no fui capaz de volver a
pron
pr onun
unciciar
ar el no
nomb
mbrere de es
esee su
sujet
jeto.
o. Mi boc
bocaa se re
rehu
hu--
saba a hacerlo. Mi cuerpo entero lo rechazaba.
Mi mamá me esperaba preocupada, nunca
había llegado tan tarde a casa, tuve que mentirle,
inventar una excusa tonta.
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96

Subí a mi cuarto mientras escuchaba llorar a


mis hermanas. El presidente se había retrasado en
su informe al pueblo por televisión.
Antes de las ocho, me cepillé
c epillé los dientes, me
puse pijama y me metí en la cama.
cama. Ni siquiera revi-
sé mi agenda para saber si tenía tareas para el día
siguiente.
—¡Baja a cenar! —gritó mamá.
—No tengo hambre —respondí.
Y era verdad. Sentía que el estómago me ar-
día. No quería probar bocado.
Me senté abrazando mis rodillas. Sentía es-
calofrío. Mi cabeza estaba en mil lugares.
De pronto un golpe en la ventana me volvió
a la realidad. Al rato vi a Edú, totalmente descom-
descom-
puesto, ent
entrar
rar apartando las cortinas. Me levanté
de un salto. No estaba preparado para enfrentarlo
y sentí
sentí terror
terror..
Me miró y algo debió leer en mis ojos, porque
no hizoSeninguna
aproximó preg
pregunta.
unta.
a mí odo
odo
tenso, conestabaojclaro.
los ojos
os enchar-
cados de lágrimas y con su mentón temblando de
dolor.
Me tomó del pijama, por el pecho, arrugándo-
la con su mano y, cuando me tuvo frente a frente, vi
que dos lágrimas enormes se desbordaron de sus ojos.
Nunca olvidaré esa mirada de odio, de de-
cepción.
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97

Impulsó su puño y, con toda la fuerza de su


vida, me dio una
una trompada
trompada que me lanzó al piso.
No dijo nada, con el borde de la manga se
secó las lágrimas, dio media vuelta y se fue.
Aquella fue la primera vez que sentí un do-
lor tan intenso en el alma. Fue como si ese golpe
me hubiera dejado el corazón partido.
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El 13 de febrero

Al día siguiente, todo el mundo me preguntó


por qué tenía el ojo morado. A papá y mamá les
dije que me habían dado un codazo, sin querer, en
medio de una práctica de fútbol en el colegio. A
mis compañeros de clase, les dije que una de mis
hermanas me había dado un cabezazo mientras ju-
gábamos en casa.
Era 13 de febrero y las tiendas estaban llenas
de corazones rojos. odo el mundo se preparaba
para celeb
celebrar
rar el Día del amo
amorr y la amis
amista
tad.
d. En la flo-
ristería
máquinaElpara
Palacio de las
poder Flores,todos
elaborar se trabajaba a toda
los ramos de
flores que se entregarían por la ocasión.
Al volver del colegio, por la tarde, entré a la
bodega y miré la bicicleta. Era amarilla y yo la
odiaba.
La saqué y la empujé por la calle rumbo a
casa de Jazmín.
Edú nunca apareció, afortunadamente.
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99

Mientras avanzaba no podía evitar pensar


en lo que había hecho. Había traicionado la con-
fianza de mi mejor amigo. No importaba que yo
pretendiera
pretendie ra devolverle
devolverle el dinero
dinero tan
tan pronto
pronto pudie-
ra reunirlo...
reunirlo.. . ¡Yo
¡Yo le había robado
robado!! ¡Le había robado
la ilusión de volver a ver a su mamá!
Y todo por culpa de un canalla...
󰁑ue no era más canalla que yo.
Llegué a casa de Jazmín, toqué el timbre y
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo salió. Al ver lo que yo llevaba, se
quedó boquiabierto. No salía del asombro.
—¡Juan! ¡Ahora sí somos amigos! ¡Pasaste
la prueba!
Se acercó y me abrazó mientras me agrade-
cía por el regalo. Yo no podía pronunciar ni una
palabra. Me había quedado pasmado, furioso y de-
cepcionado de mí.
JJaimitorrodrigo
aimitorrodrigo acariciaba cada pieza de la
bicicleta amarilla como un pirata que acaba de en-
contrarAlun tesoro.
cabo de unos segundos reaccioné, no po-
día caer tan bajo. Aparté al microtirano, tomé la
bicicleta por el manubrio y solo atiné a decir:
—¡Aléjate! ¡Esta bicicleta nunca será tuya!
—¡¿󰁑ué dices?!
Di media vuelta y salí a toda carrera, empu-
jandoo la bici
jand bici,, mie
mient
ntras
ras Jaimi
aimitor
torrodr
rodrigo
igo me grit
gritaba
aba
cinco insultos
insultos por segundo:
seg undo: «¡Maldito gusano, mi-
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100

serable, cobarde, pobretón, no sabes con quién te


has metido! ¡La vas a pagar muy caro!»
Al llegar a la esquina, tomé un taxi en cuyo
maletero cabía la bici. Me dirigí a la tienda donde
la había comprado, dispuesto a resarcir todos mis
errores.
Al llegar le dije al vendedor:
—Vengo a devolver la bicicleta. Necesito
que me regrese mi dinero.
El vendedor me miró con desprecio y me
preguntó:
—Supongo que tienes la factura, ¿no?
—No me dieron factura.
—Eso es imposible, siempre entregamos
factura. En cualquier caso, si no la tienes, no po-
demos devolverte tu dinero.
—¡Pero yo la compré aquí! ¡Usted mismo
me la vendió! Me recuerda, ¿verda
¿ verdad?
d?
—¡Niño, no insistas! Yo no me acuerdo de
ti.
seráengo
mejorcientos de clientes cada día. Sin factura
que te largues.
Lo tomé del brazo, desesperado,
desesperado, y le supliqué:
—Por favor,
favor, señor, usted sabe que no me entre-
gó la factura, necesito el dinero de vuelta, no quiero
ni puedo quedarme con la bicicleta, ententiéndame.
iéndame.
El hombre me miró, permap ermaneció
neció en silencio
durante unos segundos y entonces me hizo la si-
guiente propuesta:
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101

—Puedo ayudarte de una manera.


manera. Como no
tienes factura,
factura, podría
po dría comprarte la bicicleta.
—¿De verdad?
—Sí, te doy doscientos dólares por ella.
—¿Doscientos? ¡Pero me costó ochocientos!
—ómalo o déjalo. Y ya no me molestes más.
Al cabo de unos minutos, salí de la tienda
con doscientos
doscientos dólares en el bolsillo y con
c on la certe-
za de que todo, ¡todo lo hacía siempre
siempre mal!
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14 de febrero

Desperté ese Día del amor y la amistad con mu-


cha rabia, convencido de que debería existir un día
especial para quienes no tenemos un amor y, ade-
más, hemos perdido al mejor amigo.
Sería una buenísima idea inventar un día es-
pecial para los ama
amargado
rgados,s, con promociones
promociones espe-
ciales para los
los tristes y descuentos para los aburridos.
Ya me imagino a la gente deseándose por las
calles «¡Feliz día del desamor!». «¡󰁑ue tengas
un feliz día do
Cuando
Cuan delvolví
mal genio!».
del colegio ent
entré
ré a mi casa,
casa , ha-
cía días que Edú y yo nos evitábamos
e vitábamos y la pared de
nuestros encuentros lucía abandonada.
abandonada . Me aproxi-
aproxi-
mé a la ventana, era la una y media y vi pasar a las
cuatro florecitas: Margarita, Rosa Violeta y Jaz-
mín, junto al microtirano, todos amontonados en
el auto de Miguel que, aparentemente, se había
convertido
conve rtido en el chofer de la familia.
famil ia.
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103

Jazmín
Jazm ín luc
lucía
ía fel
feliz,
iz, ni de cas
casual
ualid
idad
ad vo
voltlteó
eó a
mirar a mi casa.
casa . Me había olvidado con la misma ra-
pidez
pid ez que
que se ha
había
bía en
enam
amora
orado
do del galá
galánn del
del bar
barri rio.
o.
Imaginé que mi amigo
amig o Edú estaría trabajan-
do en el chifa o en cualquier otro lugar para sumar
algo a sus ahorros, de seguro no se habría dado por
vencido y conti
continuaría
nuaría reuniend
reuniendoo el dinero para
cumplir con su misión.
Vi a mi mamá caminando
caminando por la casa,
ca sa, prepa-
rando la comida para mis hermanas,
hermanas, arreglando su
ropa y la mía, revisando que no faltara nada en la
despensa... y no pude evitar sentirme un canalla.
Esa mamá en casa era lo que Edú había soñado por p or
años y yo le había robado su sueño.
Encendí la televisión porque no quería pen-
sar más.
A las tres comenzó un programa de concursos
que siempre me pareció horrible. Se llamaba Tardes
entre panas y tenía un animador gordo y sudoroso, y

una animadora
mientras
mient gorda
ras hablaban y ajustada.
a la cámara comoAmbos bailaban
si estuv
estuvieran
ieran en
una fiesta. Con sus voces estridentes alentaban a la
gente que había acudido, en vivo, a mirar el espectá-
espectá-
culo, para que aplaudieran como si estuvieran pre-
senciando el show más alucinante:
—Hoy es el Día del amor y la amistad, mi
querida Yeseña, y tenemos una tarde llena de sor-
presas para nuestros
nuestros amigos televidentes.
televidentes.
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104

—Así es Yónatan.
—Y tenemos muchos premios para los co-
razones enamorados, desde fundas de fideo, has-
ta jabón para lavar la ropa y dejarla de un blanco
reluciente.
—Así es Yónatan.
—Pero
—Pe ro el premio más importante, como cada
vierne
viernes,s, ser
seráá de mil dóla
dólares,
res, sí, mil dóla
dólares
res para quie
quienn
traiga a nuestro set un caso real de «Aunque usted
no lo crea».
—Así es Yónatan.
—Recordemos, querida Yeseña, que la se-
mana anterior el ganador fue el señor Rómulo Va-
ras que nos trajo una vaca que baila reguetón.
Invitamos a los televidentes a que participen en
nuestro concurso auspiciado por Licor Mi Com-
padre, con el que siempre
siempre pasas bien.
—Así es Yónatan...
En ese momento mamá entró entró a la sala y me
dijo
antesque
de tenía
las seisunay media,
cita conpor
el médico. «Volveré
favor, cuida a tus
hermanas;
herman as; por
p or si lloran, te dejo el video del presi-
dente sobre la mesa».
mesa ». Me dio un beso en la fren-
te y salió.
Seguí
Seg uí viendo el programa y a sus gordos ani-
madores invitar
invitar al público:
público :
—Si usted tiene seis dedos en cada pie, si su
abuelita cumplió 127 años, si usted puede silbar
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105

con las orejas... ¡No espere más! Venga al set de


Tardes entre panas y llévese
llé vese mil dólares de premio.
Mil dólares era una cantidad nada despre-
ciable, que a cualquiera podría salvarle de un
apuro.
A cualquiera como por ejemplo... yo.
Media hora después y sin imaginar lo que
pasaría más tarde con mi vida,
vida, yo entraba
entraba a las ins-
ins-
talaciones del canal 11, con mis hermanas Laura y
Lucía, una en cada brazo.
—¿󰁑ué hacen sus hermanas? —me pregun-
tó el productor.
—Lloran —respondí.
—¡Váyase de aquí! odos los niños lloran.
—Sí, pero Laura y Lucía solo dejan de llorar
si miran al presiden
presidente.
te.
Cinco minutos después entrábamos al set
del programa, donde nos esperaban Yónatan y Ye-
seña. Ellos
Ellos presentaron nuestro caso y me pidieron
que lo—Laura
comprobara antelloren
y Lucía, cámaras.
cámaras.
por favor —pedí a
mis hermanas.
—Y ellas estaban tan alucinadas con las lu-
ces y la gente,
g ente, que se quedaron pasmadas.
pasmadas.
—¡Lloren!
Nada.
—¡Lloren, por favooooor!
Nada.
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106

Yónatan y Yeseña
Yeseña me
me hicieron
hicieron una señal par
paraa
que me retirara del set. Pero yo no estaba dispuesto
a salir de ahí sin mi premio.
Pedí que en la pantalla auxiliar pasaran el vi-
deo del presiden
presidentete que yo había llevado, y mis her-
manas, instantáneamente se voltearon para mrarlo
y se quedaron hipnotizadas.
hipnotizadas.
—Apag
—A paguen
uen la imagen —pedí y de inmedia-
to mis hermanas comenzaron a llorar, ¡había fun-
cionado!
Hicieron el ejercicio cuatro o cinco veces,
entre las risas y los aplausos del público y, final-
mente, el jurado decidió otorgarnos el premio.
¡Yo estaba feliz! En lo único que podía pen-
sar era en darle ese dinero a mi amigo Edú... ¡en
pagar mi deuda!
deuda !
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107

Al llegar a casa, antes de las seis y media, me


sorprendió encontrar una multitud alrededor.
Eran los vecinos que habían visto el programa y
que querían felicitarnos. odos deseaban consta-
tar, de primera mano, que mis hermanas efectiva-
mente dejaban de llorar ante la imagen del
presidente.
presiden te.
—Gracias, gracias, gracias por todo, pero
ahora deben irse, por favor —suplicaba yo pen-
sando en el problema que se me podía armar.

Mamá
también, y yoestaba
estabaaseguro
puntodedequeregresar y papá
me colgarían
de los pulgares
pulg ares si se enteraban
enteraban de que había llevado
a mis hermanas a un programa de concursos.
No todo terminó
terminó ahí, yo seguía
seg uía atolondrado
con tanta gente alrededor y de pronto apareció en
escena un auto
auto grande, de vidrios negros, con luces
y sirena,
sirena, y del
del inter
interior
ior salieron
salieron dos señores vesti
vestidos
dos
de negro que me entregaron una invitación de la
Presid
Presidencia
manas,encia de la República.
mis papás República . 󰁑ueríana un
y yo asistiéramos quealmuerzo
mis her-
con el presidente.
La gente del barrio estaba enloquecida... yo
aterrorizado.
De pronto vi llegar a mis padres, asustados
por el tumulto.
—¡¿󰁑ué está pasando aquí?! ¿Se quema la
casa? ¿Nos robaron?
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108

—No, vecina —dijo La Enredadera, que


quién sabe en qué momento apareció por el lu-
gar—, lo que pasa es que sus hijos son famosos.
¡Salieron en la tele!
—¡Y van a ir a la casa presidencial! —dijo
otra—. ¡Van a comer con el presidente!
—¡Y ganaron mucho dinero en el programa
Tardes entre panas —añadió alguien más.
Mis hermanas lloraban sin parar.
Y yo estaba a punto de hacer lo mismo.
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19 de febrero

Sí. A partir del concurso, mis hermanas se volvie-


ron famosas. En una de las propagandas de televi-
sión del presidente, aparecían ellas mirándolo
perple
per plejas
jas com
comoo si se tr
trat
atara
ara de un extra
extrateterr
rres
estr
tre.
e. A
papáá y a ma
pap mamámá no les qued
quedóó más alt
alter
erna
natitiva
va que per
per--
donarme y aceptar su fama por todo el barrio, pero
al día siguient
sig uientee de toda esta locura, papá me dijo:
dijo:
—Juan… ¿y el dinero que recibiste como
premio?
Yo me quedé frío, no sabía qué responder.
Estaba claro queelellos
que devolviera no ome
dinero dejarían
hasta en paz hasta
que contara toda
la verdad sobre en qué lo usaría.
No pude decirles que yo había «tomado
prestado» un dinero de la caja fuerte de Edú.
Edú. Solo
pude confesar el motivo
motivo por el que mi amigo esta-
esta-
ba juntando el dinero.
Cuando lo supieron ambos se miraron, en
silencio, y mamá me dijo:
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—Está bien. Haz lo que tengas que hacer


con ese dinero.
La comida en la casa del presidente no estu-
vo tan buena o quizá yo no la pude disfrutar
disfrutar,, por-
que papá me obligó a ponerme una corbata que
me estrangulaba poco a poco.
Además,
Adem ás, me prohibió que comiera la pierna
de pollo con la mano, como a mí me gusta, así es
que tuve que apartarla del plato y comerme solo
las zanahorias y las papas fritas.

lo queEltardó
presidente
en tomar apenas estuvo
una sopa con nosotros
horrible de color
verde.. Mis
verde Mi s papá
p apáss casi
c asi no pud
pudieron
ieron habl
hablarar con élél,,
porque
por que su
s u teléfon
tel éfonoo celul
ce lular
ar sonó
so nó mil
mi l veces
ve ces y la se-
se -
cretaria se lo pasaba siempre para que contesta-
ra. Luego se levantó, entró un fotógrafo, nos
sacó una foto en la que todos debíamos salir son-
rientes como si la comida hubiera estado delicio-
sa. Después el presidente salió del comedor
rodeado
sonreían por
muchosu secretaria y varios
y que a todo señores
lo que que le
él decía le
respondían «Sí, señor presidente; claro, señor
presidente
pres idente».
».
Días después decidí abordar a Edú, me colé
por la ven
ventana
tana de su cuarto por la noche, como
c omo lo
hacíamos desde que éramos niños pequeños, y lo
esperé sentado en el piso hasta que llegara de su
trabajo como lavaplatos.
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111

Cuando entró y descubrió que yo estaba ahí


se quedó sorprendido, no sabía si echarme
echarme a patadas
o pedirme amablemente que saliera de su casa y que
no regresara hasta que se acabara el hambre en el
mundo. Antes de que tomara cualquiera de las dos
decisiones,, agarré fuerza y le dije:
decisiones
—Hee venido a pedirte perdón,
—H p erdón, Edú. Lo que
hice fue horrible.
—No quiero hablar contigo.
—Lo siento, vas a tener que escucharme, por-

que noEntonces
me iré hasta que sepas
le conté todo para qué helavenido.
mi drama: compra
de la bicicleta, la presencia de ese insoportable con
cara de príncipe azul llamado Miguel Arcos, la cara
del microtirano cuando le dije que no le daría la
bici, la devolución y los doscientos dólares que pude
recuperar del abusivo vendedor.
—Nunca en mi vida me había sentido tan
mal, Edú. ee fallé y eso es algo
a lgo que aún no me pue-

Jdo perdonar
perdonar.
Jazmín,
azmín, y la .bicicleta
󰁑uería, de unaelvez
para por todas,
microtirano
microtir ll egar a
llegar
ano parecía
ser la única alternativa para conseguirlo. Por favor,
intenta comprenderme...
Edú no decía nada. Miraba al techo.
—Pero bueno... si te hace sentir mejor, te
cuento que Jazmín está saliendo con Miguel. Vendí
en 200 una bicicleta que me costó 800. ¡Pero he
conseguido el dinero que te debo...
debo... y algo
algo más!
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112

Le conté en detalle lo de mis hermanas y el


concurso en la televisión y no pudo sino sonreír
ante la anécdota.
Finalmente,
Fin almente, saqué los billetes que llevaba
lle vaba en
el bolsillo, en total sumaban
sumaban 1 200 dólares.
—Son tuyos, Edú, para que vuelvas a ver a tu
mamá.
Extendió su mano y tomó el dinero sutil-
mente. Con voz ronca únicamente respondió.
—Gracias, Juan.

—¿Somos
de nuevo en mí? amigos otra vez? ¿Puedes confiar
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113

Edú se quedó en silencio sin responder a


ninguna de mis dos preguntas. Solo me miró sin
que sus ojos expresaran nada. Ante eso no me que-
dó más que retirarme.
A veces el silencio es también una forma de
responder.
Aparté las cortinas y salí por la ventana con
mucha tristeza...
tristeza... con el corazón partido.
p artido.
Perder un amigo duele mucho más que per-
der una casi novia.
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La reconstrucción

Edú no volvió a encaramarse en la pared durante


mucho tiempo. Yo seguí haciéndolo, religiosamen-
te, más por costumbre que por interés.
Una tarde lo vi salir por la calle junto a su
mamá. Cuando
Cuando me miró solo levantó la mano para
saludar. Yo hice lo mismo, y me alegró mucho sa-
ber que había logrado su sueño.
Durante un tiempo,
tiempo, el auto de Miguel
Migu el Arcos
continuó transportando a las florecitas Espinosa y
al Kilo de abono desde la parada del autobús hasta
hasta
su casa... ¡Se creían
JJazmín
azmín no melomiraba
máximo!
ni por curiosidad, me
olvidó a la velocidad de un estornudo. El microti-
rano, por el contrario, no perdía la ocasión para
clavarme sus ojos y su sonrisa burlona cada día.
Algo dentro de mí se inflamaba y me provocaba
dolor de estómago cada vez que lo veía.
A mi tatuaje le encontré
encontré una muy buena salida.
Luego de darle mil vueltas al nombre GASNIN,
GASNIN, vol-
vol-
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115

ví a cas
casaa de mi co
comp
mpañañer
eroo y le ped
pedíí a su he
herm
rmananoo qu
quee
hiciera una pequeña corrección. Él sacó sus instru-
mentos y me aseguré de escribir en un papel lo que yo
quería que él trasladara a mi brazo:
—Vas a poner antes del nombre GASNIN
la palabra ORU. Y al final vas a poner JA.
Con esa instrucción
instrucción clara, después de media
hora, salí de su casa con un tatuaje muy vistoso vistoso en
el que se veía un corazón y en su interior la frase
ORUGAS·NINJA… ¡mis ídolos! La separa-
ción entre
queño puntlas
ito.dos
puntito. palabras
¡󰁑uedó se resolvió con un pe-
p erfecto!
perfecto!
Una tarde me sorprendí cuando encontré a
Edú sentado
sentado en el borde de la pared de su casa.
casa .
—¿Vienes?
—¿V ienes? —me preguntó—
preg untó— ¡Como en los
viejos tiempos!
tiempos!
Me senté
senté junto a él sin decir ni una palabra.
palabra .
Así permanecimos más de cinco minutos hasta
que vimos aproximarse por la calle a una nueva
vecina—¿La
vecina.. has visto? —le pregunté para romper
el hielo.
—Sí… está linda, ¿no?
Él sacó su sistema de medición, la foto de la
gringa que llevaba en la billetera, y la comparó.
—No es Miss Universo, pero está simpáti-
ca. Mejor que cualquiera
cual quiera de las habitantes de este
barrio.
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—Apostemos que me mira —le dije emo-


—Apostemos emo -
cionado.
—Dale, cuánto...
—Cien.
—¡Hecho!
La nueva vecina pasó... y sorprendentemen-
te miró a Edú y le sonrió.
Los dos nos quedamos
que damos mudos.
Ante la emoción de mi amigo que se había
puesto como un tomate, yo me lancé desde la pa-
red (afortunadamente
tiempo pegué un grito:caí bien) y sin esperar más
—¡Hola! ¿ú eres nueva en el barrio, no?
—Sí.
—¿e puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—¿ienes hermanos
hermanos??
—Sí —respondió ella—, uno mayor y dos
menores.

nes… —¡¿res
adiós. hermanos?! Bueno, felicitacio-
Volteé a mirar a Edú y ambos nos quedamos
pensativos,
pensat ivos, en silencio.
silencio.
—Ya lo oíste, tiene tres hermanos.
Seguramente en ese instante pasó por su ca-
beza, como por la mía, la imagen de un Jaimito-
rrodrigo multiplicado por tres, ¡por tres!
Él volvió a sacar la foto de la gringa y dijo:
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117

—Bueno, pensándolo bien no es tan linda,


¿no te parece?
—ienes razón, Edú. Es fea.
—Muy fea. iene la nariz muy pequeña.
—¡Y los ojos demasiado verdes!
—Y el cabello demasiado claro.
—¡Mejor olvidémonos de ella!
—Hecho.
Y a partir de ese día, encaramados en la pa-
red, Edú y yo decidimos recoger los pedazos de
una amistad
para siempre.que se había partido, y reconstruirla
siempre.
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Índice

Jazmín .....................
Jazmín ............................................
..............................................
............................
.....11
11
Mi amigo Edú ......................
.............................................
....................................
.............15
15
Microtirano
Microti rano ......................
.............................................
........................................22
.................22
La cebra .........................................
................................................................
............................
.....2626
El corazón partido .............................................
..................................................
.....3333
Operativoo pegamento ............................................39
Operativ ............................................39
Adelito....................
...........................................
..............................................
............................
.....4242
Operativoo corazón partido...............
Operativ partido....................................46
.....................46
Plan cine.....................
............................................
.............................................
..........................51
51
Operativoo mamá......................
Operativ .............................................
................................
.........5959
El plan B .....................
............................................
.............................................
..........................65
65
Loco de amor ......................................
...........................................................72
.....................72
El perdón .....................................................
..................................................................
.............8080
La segunda
seg unda condición .......................................
............................................
.....8989
La decisión.....................
...........................................
...........................................93
.....................93
El corazón partido .............................................
..................................................
.....9595
El 13 de febrero.......................................
febrero........................................................98
.................98
14 de febrero
febrero ........................
...............................................
.................................
.......... 102
19 de febrero
febrero ........................
...............................................
.................................
.......... 109
La reconstrucción
reconstrucción .......................
..............................................
........................... 114
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