Está en la página 1de 3

Jugando a la geopolítica futbolística: la pírrica victoria de Argentina

Felipe Nesbet Montecinos


Académico – Universidad Santo Tomás

Aunque la selección albiceleste se posicionó como la nueva gran potencia del fútbol
mundial, junto con Brasil, Alemania e Italia (o en cierta medida se consolidó en ese
sitial), este triunfo llegó muy tarde para defender su hegemonía futbolística en el futuro,
cuando no tendrá a su superestrella, Lionel Messi.

Hace cuatro años señalamos en una columna de este mismo tipo que era la primera vez,
desde el primer Mundial de 1930, en el que las principales potencias futbolísticas (Brasil,
Alemania e Italia) no llegaban a las semifinales. Ahora se repitió el mismo fenómeno.
Brasil fue quien más lejos llegó, alcanzando los cuartos de final, mientras Alemania, por
segundo Mundial consecutivo, quedó eliminada en primera fase, e Italia, también por
segunda vez, ni siquiera clasificó. Ante la decadencia de las grandes potencias, la final de
Doha era la batalla donde emergería la nueva gran potencia del fútbol mundial. Argentina
y Francia eran los equipos que disputarían ese puesto. Se trataba de dos selecciones que
podían sumar su tercer mundial y acercarse a los cuatro de las grandes potencias, y los
cinco de Brasil. La batalla del Lusail (favorablemente se puede considerar así por el buen
juego, no por las patadas) se puede equiparar con la batalla de Sadowa en 1866, que
decidió la guerra austro-prusiana, que determinaría cuál de estos países sería la cuarta
potencia europea, después de Gran Bretaña, Francia y el Imperio ruso. Las analogías no
terminan ahí. En aquella ocasión combatían una potencia emergente (Prusia) contra una
antigua (Austria-Hungría, pese a que era un estado nuevo, la continuidad de los
Habsburgo se remontaba hacía más de 400 años). Acá también podemos decir lo mismo.
Argentina es un país con una larguísima tradición futbolística, incluso mayor que la de los
propios alemanes (la mejor muestra de ello es que fue finalista en el primer Mundial),
mientras Francia ha emergido con fuerza en los últimos 24 años, cuando jugó su primera
final.
Desde este juego geopolítico-futbolístico podemos considerar la victoria argentina como
pírrica. El término viene de las guerras del rey de Epiro, Pirro, contra la Republica Romana
en el siglo III AC, donde ganó muchas batallas, pero con un coste humano enorme, que a
la larga terminaba siendo perjudicial.
Volviendo a la analogía con Prusia, después de vencer a Austria-Hungría tuvieron la fuerza
suficiente para cuestionar la hegemonía de una de las grandes potencias europeas:
Francia. Lo hicieron cuatro años después, mismo lapso que hay entre un Mundial y otro.
Pero difícilmente Argentina tendrá la fuerza para defender su hegemonía en el próximo
torneo en Norteamérica.
En este sentido, podemos comparar la victoria argentina con el triunfo de Gran Bretaña en
la Primera Guerra Mundial. A los argentinos futboleros no les gustará la analogía con uno
de sus principales rivales, pero no es del todo fortuita, dado que Argentina fue muy
importante para el imperio británico; incluso un presidente (que hasta su segundo
nombre hacía alusión a su país) dijo que económicamente eran parte del Imperio
británico.
Así como se pensaba que la Gran Guerra de 1914 sería un conflicto breve, cuando emergió
Lionel Messi como gran estrella del fútbol mundial muchos hubiesen pensado que les
daría por lo menos un Mundial a Argentina. Así como cuatro años le costó a Gran Bretaña
derrotar al Imperio Alemán, cuatro mundiales le costó a la Argentina de Messi ganar una
nueva Copa del Mundo. En los cuatro años de guerra el Reino Unido vio dilapidada su
hegemonía económica, en desmedro de Estados Unidos, con quienes quedó muy
endeudado. Por supuesto, a la selección argentina ganar esta Copa del Mundo le ha
costado mucho esfuerzo y sudor, lo que los jugadores pueden recuperar en un par de días
de descanso. La cuestión es que no se ve que Argentina pueda defender su hegemonía en
el futuro sin Lionel Messi. Por eso, la metáfora pírrica.
Así como las hegemonías en el mundo real se defienden con bombas atómicas y
portaaviones, en el fútbol mundial se necesitan los supercraks. Alguien puede argüir que
Francia en 2018 y Alemania en 2014 ganaron sin supercraks, pero el fútbol sudamericano
es distinto y el poder futbolístico se sustenta en las grandes estrellas. Si exceptuamos el
Mundial del 30’ y el 1978, cuando eran locales (y tuvieron mucha ayuda), Argentina ha
jugados sus finales con Messi y Maradona. Después que Ronaldo, Ronaldinho y Kaká
dejaron la selección brasileña, nunca han vuelto a una final; se esperaba que Neymar sería
el relevo, pero nunca rindió.
Si pensamos en los futuros dominadores del fútbol mundial vemos en primer lugar al
francés Kylian Mbappe, luego al noruego Erling Haaland, el alemán Jamal Musiala, los
españoles Pedri y Gavi, el brasileño Vinicius, a los que podemos sumar a los ingleses
Bukayo Saka y Jude Belingham, e incluso al uruguayo Federico Valverde. Incluso, ahora
queda más que claro, que si Francia hubiese contado con Karim Benzema, el actual balón
de oro, Paul Pogba y N’Golo Kante ni Argentina ni nadie les hubiese quitado su tercera
Copa del Mundo.
Otros datos que refuerzan esta tesis es el dominio brasileño en el fútbol sudamericano.
Desde hace cuatro años que los equipos brasileños dominan la Copa Libertadores, incluso
en los últimos dos tres de los cuatro semifinalistas han sido brasileños. Tampoco Argentina
ha tenido buenas actuaciones en los últimos Mundiales juveniles. Había ganado los de
2005 y 2007, donde emergieron Sergio Agüero, Angel Di Maria, y el propio Lionel Messi,
pero desde esa última fecha hasta ahora no ha llegado a la semifinal. No es casualidad que
Francia haya ganado un Mundial juvenil y llegado a semifinales, lo mismo Brasil e Italia, e
incluso Inglaterra también haya obtenido el suyo, por lo que se puede predecir que las
grandes potencias se recuperarán y volverán a pelear por la hegemonía global.
Pero esto es fútbol no realpolitik, donde los recursos y la economía son los factores
determinantes y es mucho más fácil predecir las tendencias. Para bien o para mal los
jugadores no se hacen como una bomba atómica o un portaaviones, por lo que en este
momento pueden estar naciendo o dando sus primeros pasos los nuevos supercracks que
vayan a desbalancear la geopolítica futbolística en el futuro.

También podría gustarte