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La relación de amistad, amor y literatura entre Virginia Woolf y Vita Sackville- West
desembocará inesperadamente, entre 1927 y 1928, en una línea sobre una página en blanco
que luego se volverá torrente novelesco: "Orlando. Una autobiografía", rezaba esa línea.
Vita, musa inspiradora, se convertirá en un príncipe del siglo XVI que atravesará el tiempo,
los géneros y las identidades y una novela imperecedera llamada Orlando. Escríbeme,
Orlando (Cartas a Vita Sackville- West 1922-1928) es una selección de cartas de Virginia
Woolf inéditas en castellano que dan cuenta de amor, amistad y la escritura irrefrenable de
un libro cargado de erotismo y libertad. Aquí se publica un fragmento del prólogo de la
periodista y escritora peruana Gabriela Wiener para esta edición del sello chileno Banda
Propia.
Queridísima criatura. Quizá lo sepa usted o no pero así comienza una carta de Virginia a Vita,
algo tímida, algo arrebatada. Y así también he querido empezar yo a escribirle esta misiva.
Entender una pasión de clóset no se me escapa porque conocí el deseo ahí dentro y es ahí
donde más quema. Ese escándalo a hurtadillas, la espera golosa por los encuentros detrás
de las paredes, el calor de la ficción de las páginas secretas. Lo que no pueden decirse a viva
voz dos mujeres casadas: “burra”, “virgen”, “criatura”. Esa templanza a la espera del cartero,
para no claudicar ante el burdo telegrama de la desesperación. Y lo mío, lo tengo claro,
huele más a loca lemebeliana autodestructiva que a doncella catártica.
Le confieso, nunca he podido escribir así, como con la muñeca de la mano y haciendo chocar
mis joyas contra la mesa. Con higiene, precisa, afectada, ilustrada. Me provoca usted esa
distinción, me arranca la elegancia de algún gen infiltrado en mi corriente excesiva. Ellas, las
inglesas, podían reconocerse, oligarcas ambas, dentro del espejo o entre los largos calzones
y enaguas de sus bajos literarios. Nada que me haya tocado a mí en suerte o en infortunio.
Yo la veo a usted en cambio en toda su altura y gelidez tutelar. Hay entre nosotras toda clase
de brechas. Y por eso, en mi inocultable esfuerzo, no puedo evitar que rueden por mis
surcos unas gotitas de sudor. Admito que ya no me intimidan ni las clases altas, ni los
cadáveres exquisitos, ni Europa, ni lo rubio de sus cabellos, ni su cargo público, ni que sea
usted una jueza del Estado en funciones. No espere de mí más servilismo que el de mi
palabra en estas hojas y el de mi voz en su oído, aquella noche, prometiéndole una ofrenda
si me acompañaba al lavabo.
Pero también debo reconocer la ráfaga de amor, la belleza conmovedora de su blanquísima
defensa. Cuando esa otra vil mujer me atacó llamándome “panchita de mierda”, solo porque
osé cuestionar su necesidad de verter loas hacia un escritor varón en un salón de mujeres
escritoras y lobistas, sea este Juan Marsé o quien fuera. Yo le repliqué: “cretina, está más
que claro que no leyó usted a Marsé en su vida”. Y usted, señora Ley, resolvió la
controversia, administró justicia y decidió el destino de mi atacante: marcharse por donde
vino con su racismo a cuestas. Lo hizo a todas luces sobrecalificada para el pequeño caso
que nos traía, con esa virtud innata para impartir el derecho. ¡Oh, mis anticoloniales
principios se tambalearon! ¡Temí volver a allanarme ante la erótica del poder! Si no la
hubiera sacado a bailar reguetón, si no me hubiera seguido, pero burlamos las fronteras y
nos fundimos en un movimiento de ardorosa transversalidad.
Reconozco, mi excelsa y justiciera dama, que no he tenido nunca una habitación propia
como Virginia Woolf. Más bien he escrito mientras hacía el pollo frito, esperaba el seguro de
desempleo y amamantaba a mis hijos. Quizá esta sea la primera vez que escribo en mi
propio despacho frente al mar. Un importante mecenas de la cultura me invitó a pasar una
temporada en su elegante mansión del bajo Ampurdán y, desde hace unas semanas, me
procuro soledad y concentración a raudales. Imagine que tengo por vecino al número dos de
Vladimir Putin. La guerra no se ve igual desde aquí. Tómese esta correspondencia como una
relación epistolar en tiempos convulsos, si encuentra excitación en el peligro. Yo soy muy del
sur, así que llevo la convulsión por dentro y a donde vaya.
No niego que estar alejada temporalmente del buen Jaime me haya dado alas para explorar
el Tinder y probar estos experimentos epistolares que me acercan otra vez a una especie de
fe, tantas veces perdida, en el género humano, sobre todo en el femenino. Sé que es muy
siglo xx, pero sostengo la conveniencia, sí, la conveniencia, de mantener siempre a distancia
de rescate a un amantísimo y permisivo marido. Y no lo hago por la misma razón que Vita y
Virginia, que era tener el buen tino de sobrevivir a la Gran Bretaña posvictoriana, qué
remedio, al lado de una figura masculina por miedo a ser despojadas de sus privilegios. Para
mí, no sé si para usted, no hay nada más conmovedor que alguien que se esfuerza por
presentir la fatalidad en una y adelantarse a nuestra melancolía. Me pone caliente, lo juro,
ser amada así, tanto como la desobediencia, sin duda mucho más que nuestro teórico
acuerdo de relación abierta. No me enorgullece mi anticuada programación, esto de hacer
cosas delante de alguien y a sus espaldas para sentirme viva. En realidad, no sé qué haría sin
él, quizá ya me hubiera ahogado en un río. Y ni siquiera es completamente evitable.
¿Qué me dice del hecho de estar felizmente casada, querida dama infiel? Casada Vita (con
un marica). Casada Virginia (con un Leonard). Casada usted (con no diré quién). Casada yo,
aunque en relación abierta, que quede claro, como las dos primeras. El tema es delicado:
Harold, el marido de Vita, tenía novios. La homosexualidad masculina estaba tipificada como
delito y, para mayor paranoia, él era funcionario del gobierno. Ay, hablar de los maridos con
otra mujer casada, como hacemos ahora de tal modo: ¡Qué fantasía multicolor! Nadie
conoce mejor el fuego que una mujer casada en brazos de su amante furtiva.
Tal vez escribir cartas a una mujer sea como diseñar un jardín. Era una de las aficiones de
Vita. Ya sabe cómo son las aristócratas. Hasta escribió libros sobre jardinería. Cuando perdió
su castillo, pobrecilla, ya le explicaré más adelante por qué, se compró otro, el de
Sissinghurst, cerca de Cranbrook. Allí construyó uno de los jardines más hermosos del
mundo, una estructura de estancias luminosas separadas por setos que hoy es patrimonio
histórico del reino. Cada habitación al aire libre contiene un jardín distinto con flores distin -
tas, tulipanes sonrojados o coloridas flores azules, rosas y rojas, que combinan entre sí como
frutos rojos en una tarta de queso. Imagine el amor como un laberinto de jardines
sorprendentes para perderse un rato. Imagine encontrarnos en la habitación blanca.
Imagine que no hay ningún compartimento de flores negras. No me lo imagino.
Ahora que la invoco con torpeza, temo hacer caer el tintero sobre el folio. Mis ansias tienen
tan poco que ver con los buenos modales de la pluma, con el amaneramiento con el que
ahora procuro juntar letras para que usted pueda disfrutar del espectáculo. Pero me gusta el
juego de la corrección cuando se rompe y hace un delicioso crack en el círculo de
Bloomsbury. Será mejor que vuelva a hablarle de las misivas de estas zorras amantes, es lo
que me mueve a escribirle, contarle que en su lectura he encontrado una forma de buscarla.
Tal vez demasiado clásica.
Creo que, al enfriar la emoción con lenguaje, las cartas de amor sin amor logran con mayor
éxito la contención que vuelve carne y fluido el delirio amoroso. Virginia espera dejar atrás la
cama y retomar su batalla contra el mundo: “Y no estás aquí para transformarme”. ¿Qué
único poder debería tener una mujer sobre otra sino el de transformarla? ¿Os suena de algo,
señora?
En sus cartas Virginia le reclama a Vita que la acuse de no tener sentimientos o de inventarse
“frases encantadoras” que “le restan aspectos a la realidad”. Sobra vida en Vita. Virginia
comprende su punto, el hecho no fáctico para ella de que la vida es excitante, pero se queja
de que a Proust no se le hayan reclamado cosas semejantes. Las amigas que se escriben se
hacen críticas constructivas. Falta en Woolf, según la “Burra West”, esa “alegre vulgaridad”.
No sé si Virginia es más virginal que wolf o viceversa. ¿Quién teme a Virginia Woolf? Quizá
yo. La escritora que me habita y que arrastra la corriente hacia el fondo del río. Me temo.
Nos temo. Me aterra, como a todas, no ser una escritora verdadera, pero también temo no
vivir o estar viviendo solo para contarlo. Algunas veces siento el peso de las piedras en los
bolsillos de mi delantal y los pies fríos.
¿Qué puedo decir sobre eso sino sentirme más Vita que Virginia y a veces más Virginia que
Vita? ¿En cuál de ellas se reconoce usted?
Los clubes suecos, como los argentinos, son de sus socios. Un modelo que “escapa a los
horrores del fútbol moderno”.
El segundo tiempo se reinició solo después de una hora. “Esperamos en el vestuario como
monjes budistas”, contó el DT del equipo local, que terminó ganando el título. La fiesta de la
premiación sufrió otra larga demora, porque los hinchas locales celebraron invadiendo el
campo y lanzando bengalas hacia la tribuna visitante. Este final de campeonato, muy
argentino, sucedió sin embargo en Suecia. Fue hace dos semanas en el Eleda Stadion de
Malmo, suroeste del país, vecina a Dinamarca. La final de la Allsvenskan (Liga sueca) fue para
el anfitrión Malmo, que ganó 1–0 a su escolta Elfsborg y se coronó campeón.
Solemos idealizar al fútbol del Primer Mundo. Es un discurso que, seguramente, se
escuchará seguido a partir de ahora, porque el nuevo gobierno del presidente electo Javier
Milei, y la sombra protectora de Mauricio Macri, sigue insistiendo en su postura de Clubes
SA, modelo europeo que el último jueves sufrió un nuevo rechazo por parte de la AFA y sus
clubes afiliados. Pero ese modelo europeo no es uniforme. Suecia lo confirma. Es cierto que
los incidentes de la final en el Eleda Stadion (escenario de los mejores viejos años del fútbol
sueco, cuando en 1979 Malmo era un equipo amateur y llegó a la final de la Copa de Europa)
cruzaron una línea. “Sepultureros del fútbol”, llamó a los hinchas violentos el ministro de
deportes sueco, Jakob Forssmed. Por eso se anuncian sanciones duras y los infractores
recibirían prohibición de ingreso a los estadios.
Pero, despejados los incidentes de la final, la organización del fútbol sueco, como cuenta
Rory Smith en The New York Times, es un modelo casi único en Europa. La Allsvenskan,
fundada en 1924, decidió hace tiempo que no podría competir contra la locura inflacionaria
de Inglaterra, Italia, España. Contra clubes SA manejados por jeques árabes, fondos de
inversión de Estados Unidos o magnates extranjeros de fortuna dudosa. La Allsvenskan
decidió entonces que su campeonato sería distinto. Que debía darle máxima prioridad a sus
propios hinchas. Que se sintieran parte decisiva del espectáculo. En 1999, una ley nacional
estableció entonces que el 51 por ciento de la propiedad de cada club debía pertenecer a los
aficionados. En Suecia. Sí.
La decisión se tomó cuando una vieja encuesta evidenció que apenas el once por ciento de
los hinchas tomaba a la Allsvenskan como su competición favorita, muy lejos de la Premier
League inglesa y de la Champions, que eran las favoritas. La Confederación Deportiva de
Suecia (Riksidrottsforbündet, o RF) autorizó a los clubes (que son multideportivos) a separar
el manejo de su fútbol profesional, pero también insertó la regla “50+1” para garantizar que
la propiedad siguiera en manos de los socios. Las autoridades contrataron a Matt Enquist, un
empresario de software, aficionado al vóleibol y al golf. Fue clave para decidir que la fuerza
de la Allsvenskan serían entonces sus hinchas. Negoció límites con ellos para evitar que la
euforia no arruinara el juego. Y acordó también más tolerancia con la policía. Hoy, el fútbol
sueco se jacta de haber tenido once campeones diferentes en los últimos veinte años,
duplicó la asistencia y triplicó los ingresos.
En Cenital nos importa que entiendas. Por eso nos propusimos contar de manera sencilla
una realidad compleja. Si te gusta lo que hacemos, ayudanos a seguir. Sumate a
nuestro círculo de Mejores amigos.
En 2009 hubo un amago de cuestionar la regla del 50+1 sobre la propiedad de los clubes.
“Casi me pongo a llorar cuando me enteré”, contó Janne Andersson, el DT que hace unos
días dejó su cargo en la selección después de siete años, con sus nietos en la tribuna y
lágrimas en sus ojos. Fue un triunfo 2–0 ante Estonia casi anónimo, porque Suecia quedó sin
chances de clasificarse a la Eurocopa de Alemania 2024 y el estadio para 50.000 personas
fue cubierto por apenas 11.000 hinchas, con mucha policía y mucho temor, por un ataque
islamista previo, tras las quemas del Corán (una de ellas en la plaza de Malmo) autorizadas
por la justicia sueca bajo las leyes de libertad de expresión del país. Entre el miedo y el fútbol
pobre, la selección sueca es la contracara de la Liga.
La regla del 50+1 también existe en la Bundesliga alemana, pero con excepciones que
permiten a muchos de sus clubes tener de alguna forma estructura de SA. En Suecia hay
menos dinero y menos población y, además, los clubes que crearon sociedades limitadas
(Hammarby, AIK, Djurgarden) no mostraron grandes beneficios. La defensa de la norma
50+1 fue liderada por Svenska Fotbollssupporterunionen (SFSU), una organización que
agrupa a los hinchas de todos los clubes. Un momento clave fue cuando ocho clubes de peso
establecieron que la regla (que volverá a ser discutida en 2024) no podía ser eliminada de
modo unilateral por directores de clubes. Ese intento de cambio de 2009 terminó siendo
entonces un búmeran.
“Creó un despertar. Dábamos como natural nuestro modelo de clubes, pero el debate de
2009 hizo ver a la gente que los hinchas podían participar no solo en las decisiones grandes,
sino también en los más pequeños detalles: los colores del equipo, los precios de las
entradas, cualquier cosa. La regla del 50+1 es ahora increíblemente sólida”, dijo Isak Edén,
director de la SFSU. Crecieron las membresías. Y también la organización de la fiesta.
Pirotecnia. Ruido. Cultura futbolera. Los hinchas impidieron la “modernización”. “Ese fue el
momento en que los aficionados se dieron cuenta por primera vez del poder que tenían”,
dijo Noa Bachner, autor de “Den sista utposten” (El último reducto). Ese “último reducto” es
la Liga sueca y su libro cuenta de qué modo la Allsvenskan “sobrevive a los horrores del
fútbol moderno”.
Hay un dato aun más llamativo que explica el fenómeno: la Allsvenskan es la única de las
principales treinta Ligas de Europa que no tiene VAR. ¿Pero el VAR no significa mayor
transparencia? ¿Más justicia? Puede ser. Pero el VAR, establecieron las autoridades del
fútbol sueco, perturba al hincha que va al estadio. “Fue una discusión muy simbólica, porque
trata sobre el uso del poder de los aficionados”, dijo Svante Samuelsson, director deportivo
de Svensk Elitfotboll, que representa a las dos primeras categorías. “¿Por qué tenemos
clubes de fútbol? ¿Para quién? ¿Para los patrocinadores, la junta directiva, las personas que
trabajan dentro de ella o para los hinchas?”, dice Samuelsson.
El mayor control popular impone además pautas éticas. En junio pasado, la Federación sueca
(SvFF) cortó lazos con Mondelez, su patrocinador de veinte años, con sede en Chicago, pero
acusado de mantener operaciones con Rusia. Mondelez (a través del chocolate Milka)
también tiene patrocinios con las Federaciones de Francia y Alemania, que no estuvieron
siquiera cerca de plantearse una ruptura. Por supuesto que hay problemas. En la última
fecha que coronó campeón a Malmo, también hubo incidentes por invasión de campo de
hinchas de Blavitt, enloquecidos porque su equipo evitó el descenso con gol en tiempo extra.
Y Malmo (séptimo título en once años) toma distancia económica de sus rivales gracias al
dinero que recibe de la UEFA, por su clasificación a la Champions.
¿Llegará un momento en que los hinchas de clubes más pequeños quieran competir con
mejores armas y se vean seducidos por los dineros de un magnate, un jeque o un fondo de
inversión? Otro problema de la Liga sueca es similar al que sufren los clubes argentinos, que
buscan solucionar sus problemas económicos cediendo control a intermediarios. Es el caso
especialmente del AIK, uno de los clubes más populares, y sus vínculos con la empresa
Twenty Two, supuestamente conectada a su vez con dineros del crimen organizado.
Sin embargo, por ahora, el camino no se modifica. Por primera vez en su historia, las dos
principales divisiones del fútbol sueco tuvieron una asistencia total de más de tres millones
de hinchas en esta última temporada. En Primera (16 equipos), se registró una media récord
de diez mil personas por cotejo. El interés ya no es patrimonio de las tres principales
ciudades que tienen a los equipos más grandes (Estocolmo, Gotemburgo y Malmo). Se
trasladó a ciudades medianas. Identidad y pertenencia. “La Allsvenskan –dice una crónica- se
ha convertido en la Liga rebelde del fútbol europeo y sus seguidores están tremendamente
orgullosos de ello”. “Es la Liga del pueblo”, la define Samuelsson. “No hay dinero saudí, VAR
y otras tonterías. Es su ciudad, sus jugadores y sus amigos”.
ULTRADERECHA
TRIBUNA
i
La paradoja del ascenso de la ultraderecha en América Latina
Aun cuando no parecen haber indicios de que el electorado esté girando hacia la derecha,
sí observamos que fuerzas de ultraderecha están expandiendo su peso electoral
Una prueba de la similitud entre estas distintas fuerzas de ultraderecha a lo largo de América
Latina es que quienes las lideran mantienen una relación de amor mutuo. Jair Bolsonaro fue
el primer invitado internacional confirmado a la asunción de Javier Milei y Rafael López
Aliaga condecoró recientemente con la medalla de Lima a José Antonio Kast. En el plano
ideológico, no obstante, las ultraderechas latinoamericanas ponen énfasis diferentes:
algunas son enérgicas defensoras del libre mercado, otras articulan una particular
animosidad hacia la izquierda y no pocas desarrollan un discurso populista para atacar a “la
elite corrupta” y defender al “pueblo puro”. ¿Cuál es entonces el común denominador entre
estas formaciones? Un estudio de la Fundación Friedrich Ebert (FES) del Partido
Socialdemócrata de Alemania permite identificar dos los rasgos más comunes: Por un lado,
la defensa de políticas de “mano dura” para enfrentar la criminalidad, lo cual usualmente
pasa no solo por demandar un aumento en las penas legales y facilitar el acceso ciudadano a
las armas, sino que también la militarización de las policías. Por otro lado, la adopción de
posturas sumamente conservadoras frente a temáticas sexuales, lo cual incluye cuestiones
como el aborto, el matrimonio igualitario y los derechos LGTBQ+.
Si somos testigos del ascenso de la ultraderecha en la región, cabe pensar que el electorado
latinoamericano se está volviendo más conservador. En otras palabras, lo que explicaría el
apoyo a la ultraderecha sería que los votantes son hoy más de derecha que antes. La
evidencia empírica disponible, sin embargo, revela que esta tesis es poco plausible. A
continuación, presento tres gráficos que avalan este escepticismo; cada uno de ellos se
construye con datos agregados para el conjunto de América Latina (desde Chile hasta
México) provenientes del Barómetro de las Américas.
Por último, en el tercer gráfico se puede ver el auto-posicionamiento del electorado en una
escala desde la izquierda a la derecha para los años 2004, 2010 y 2018. Acá queda en
evidencia que no hay cambios significativos que permitan pensar que ha ido aumentando el
número de personas que se definen de derecha; en efecto, hay un leve crecimiento de
quienes se definen de izquierda.
Tomando en consideración esta evidencia empírica puede pensarse que estamos frente a
una paradoja: aun cuando no parecen haber indicios de que el electorado latinoamericano
esté girando hacia la derecha, sí observamos que fuerzas de ultraderecha están expandiendo
su peso electoral. ¿Cómo se explica? Es cierto que necesitamos investigaciones para poder
ofrecer respuestas empírica y teóricamente sólidas a esta pregunta, pero por ahora me
parece importante desarrollar una línea argumentativa. Gran parte del éxito de la
ultraderecha latinoamericana obedece a un castigo a los incumbentes: así como no
podemos comprender el triunfo de Milei sin tener en cuenta la dramática situación
económica de Argentina, tampoco podemos entender el ascenso de Bolsonaro sin tomar en
consideración los escándalos de corrupción que sacudieron Brasil (la operación Lava Jato).
Visto así, muchos de quienes apoyan a la ultraderecha no lo hacen porque comulgan del
todo con sus ideas, sino que sobre todo porque quieren mostrar su rechazo hacían quienes
están en el poder.
El problema es que cuando las ultraderechas conquistan el Poder Ejecutivo, las instituciones
de la democracia (liberal) terminan sufriendo. Hungría bajo el mandato de Viktor Orbán es
un ejemplo paradigmático de esta situación. Brasil y Estados Unidos están por ahora a salvo
porque ni Bolsonaro ni Trump lograron ser reelectos, pero ambos casos revelan un problema
más profundo: la práctica desaparición de la derecha convencional.
Lamentablemente, hay motivos de sobra para pensar que algo similar podría pasar a lo largo
de América Latina. Así como Mauricio Macri demoró 24 horas en dar su apoyo a Milei, la
derecha convencional en Chile tardó lo mismo en adherir a José Antonio Kast, el candidato
de la ultraderecha, en la segunda vuelta electoral del año 2021. En resumen, el riesgo que
trae el ascenso de la ultraderecha no es solo su ataque hacia las instituciones de la
democracia liberal, sino que sobre todo la fagocitación de la derecha convencional. La
evidencia comparada revela que sin esta última es imposible la perduración del sistema
democrático. Esta es una mala noticia para América Latina, en donde ha costado mucho
tiempo que se consoliden fuerzas políticas de derecha convencional, dispuestas a respetar
las reglas del juego democrático. La historia nos terminará contando si resistieron el embate
de la ultraderecha, pero por ahora todo indica que no están resistiendo.
Como sabía Pennywase, el payaso de It que era capaz de adoptar la forma del terror de cada
niño para arremeter contra él en las alcantarillas de Derry, el miedo está hecho de retazos
de memoria, imágenes fragmentadas del pasado, traumas reprimidos que asoman. Por eso
cuando pensamos en los riesgos de la democracia nuestra imaginación vuela hacia las
escenas clásicas de los golpes de Estado del siglo XX, con los tanques entrando a la Casa de
Gobierno o los aviones bombardeando el Palacio de La Moneda. Pero hoy el peligro
democrático no pasa por un arrebato militar: es un proceso más largo y viscoso, menos
claro. Esto no quiere decir que Argentina no cruja ante la inminencia de un gobierno de
Javier Milei, sino que hay que sacudirse los miedos ancestrales para entender mejor el
peligro real de lo que viene.
El 55% de los argentinos que eligieron a Milei el domingo pasado no lo hicieron pensando
que lo que estaba en juego era la continuidad democrática, que estaban de algún modo
plebiscitando la democracia. Votaban mayoritariamente otra cosa. Como sostiene Marina
Franco (1), resulta tentador pensar que el ascenso de Milei revelaría que la democracia
argentina está pagando el precio de su propio éxito, que su estabilidad la convirtió en un
“paisaje abúlico” que ya no aparece ante los jóvenes como un valor a conquistar, porque
nunca conocieron otro sistema y no pueden por lo tanto imaginar el horror de perderlo.
Pero esta perspectiva, afirma Franco, es falaz: lo que explica que una mayoría social haya
votado a un candidato que pone en cuestión estos consensos no es el éxito de la democracia
sino su fracaso, su incapacidad para garantizar mejoras concretas en las condiciones
materiales de vida o un horizonte de autosuperación para las nuevas generaciones.
¿Cómo responderá Milei a la previsible resistencia que producirán sus políticas? Las dos
experiencias más recientes, los gobiernos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, no resultan del
todo pertinentes para ensayar una comparación, porque se trata de países en donde las
movilizaciones populares no son un factor determinante del juego político, donde el poder
de los sindicatos es relativo y donde las capitales están alejadas de los principales centros
urbanos. En contraste con Estados Unidos y Brasil, la sociedad argentina es una sociedad
movilizada, con una larga memoria igualitarista y un sesgo jacobino cercano al francés. Bajo
estas condiciones, con sindicatos y organizaciones sociales acostumbrados a una gimnasia
de protesta permanente y con fuerzas de seguridad subcalificadas y proclives al gatillo fácil,
cualquier intento de contener la movilización puede generar un saldo trágico. Contra lo que
a veces se piensa, ningún gobierno democrático busca de manera deliberada heridos o
muertos. No es que Eduardo Duhalde buscó el asesinato de Kosteki y Santillán; simplemente
no lo previó ni pudo evitarlo.
En la campaña, Milei dijo que la educación sexual integral (ESI) busca “destruir a la familia” y
que es una política “ligada al ecologismo”, Alberto Benegas Lynch anunció que intentará
derogar la interrupción voluntaria del embarazo, Lilia Lemoine propuso la renuncia
voluntaria a la paternidad y Diana Mondino comparó el matrimonio igualitario con tener
piojos. Aun si la correlación de fuerzas legislativas y la resistencia social impiden llegar a
estos extremos, el retroceso parece inevitable. Como sabe cualquier persona que haya
ejercido algún cargo de responsabilidad estatal, construir una política pública es muy
complejo: exige voluntad, pericia técnica, construcción de equipos, neutralización de vetos
políticos. Desmontarla, en cambio, es fácil, a veces ni siquiera hay que anunciarlo: alcanza
con abandonar una política pública para que ésta languidezca hasta desaparecer. Por poner
un ejemplo, ¿qué pasará de ahora en más con la ESI, una línea de trabajo que lleva años,
involucra diversas jurisdicciones y áreas de gobierno y que ha demostrado su éxito para
evitar embarazos no deseados, prevenir el HIV y detectar casos de abuso?
El último punto a considerar es la cuestión de los derechos humanos, una dimensión de la
construcción democrática que puede parecer extemporánea (hablamos de “los derechos
humanos del pasado”) pero sobre la cual los grandes líderes políticos depositaron parte de
su capital simbólico. Si Alfonsín impulsó el Juicio a las Juntas, Menem los indultos y la
“política de reconciliación” y Kirchner los juicios contra los represores, fue porque intuían
que en estos gestos se cifraba su relación con la sociedad, que eran una forma de enviar un
mensaje sobre el presente dialogando con el pasado. ¿Qué hará Milei? Los testimonios de
quienes lo acompañan desde hace tiempo y los registros periodísticos sugieren que hasta
hace un par de años la cuestión no figuraba en el centro de sus preocupaciones, que era un
tema que sencillamente no le interesaba, y que fue la incorporación a su dispositivo político
de Victoria Villarruel lo que lo llevó a adoptar posiciones como las que exhibió en el debate.
Al cierre de esta nota no se conocían todavía los nombres de los ministros de Seguridad y
Defensa, posible indicio de la decisión del Presidente de evitar la tercerización de estas áreas
en su vice.
Concluyamos.
Primera nota de una serie dedicada a reflejar notable cambios de representación artística,
con innovadoras prácticas y materiales que permiten entrever un futuro distinto en las
ideas sobre tecnología
PorJorge Carrión
Publicado: 24 Nov, 2023 01:00 a.m.
Estoy seguro de que el artista argentino Tomás Saraceno –que ha expuesto instalaciones de
redes y comunidades de arañas– suscribiría esta afirmación de Tripadi: “Si debiera elegirse
un material ejemplar, una especie de prototipo al cual confiar la responsabilidad de señalar
el camino a seguir para diseñar los materiales del futuro, la seda de araña estaría
seguramente en el primer lugar”. Y que Neri Oxman –arquitecta, diseñadora, profesora del
MIT Media Lab– estaría de acuerdo con esta otra: “Si pretendemos imaginar un futuro
diferente, será necesario entonces que cambien también nuestras ideas sobre la
tecnología”.
A continuación, propongo otros tres nombres de proyectos clave que han consolidado en el
siglo XXI un acercamiento distinto a lo que entendíamos por prácticas y materiales artísticos.
Una breve guía de vanguardia que ya es canon, que tiene en común la voluntad
interdisciplinar, es decir, el cruce de mundos. Continuará la semana próxima con cinco
nombres o pistas más.
Esas piezas han sido expuestas en museos y han sido usadas como pruebas en juicios: es
precisamente esa basculación entre el arte y al activismo, entre la estética y la política, lo
que hace de Forensic Architecture una iniciativa de difícil clasificación. Su influencia no para
de crecer. Ha devenido un modelo de cómo analizar y comunicar atentados terroristas o
acciones bélicas: su metodología se ha convertido en moneda de uso corriente tanto en
diarios como el New York Times como en plataformas de simulación militar (es decir, tanto
para los aliados como para los enemigos).
A partir de Nietzsche o las tradiciones japonesas, los cambios radicales de vestuario, las
mezclas de músicas y vísceras, Molina también ha creado una gramática propia y queer, más
cercana a la performance corporal extrema. El Niño de Elche tal vez sea el más polifacético
de los tres, porque además de realizar obras de artes vivas y dar conciertos, ha publicado
discos (como Colombiana) y libros de poesía y ha experimentado con todos los
audiogéneros, desde el arte sonoro (en el Museo Reina Sofía) o la radio hasta el pop o las
músicas urbanas (con el grupo español Los Planetas o con C. Tangana y La Húngara).
He visto al Niño de Elche en escena tanto con Galván como con Molina y puedo certificar la
electricidad y el estremecimiento. También los he visto como invitados de otros artistas
(como en las instalaciones musicales y performativas de Cabo San Roque) y puedo decir que
han creado una esfera de influencia que se abre de los escenarios a los museos y las
pantallas. Han sido tachados de transgresores y heterodoxos: no se me ocurren elogios
mayores.
COLUMNA NÓMADE
El rating humano
Fabián Casas
Hasta hace un tiempo uno podía decir que Internet era el basurero de tu cerebro. Tu cerebro
es ahora el basurero de Internet. Cada vez menos atención. Menos tiempo en la realidad, en
la vida de tres dimensiones, bajo el calor del verano. Todo se trata de cuánto midas. Estamos
en un asado con amigos. En el patio de una terraza bajo un toldo de tela. Seis o siete. Me
doy cuenta que cuando baja el rating humano, es decir cuando la conversación deja de
interesar a algunos, sacan los celulares y se ponen a mirarlos. Rucho -que hace el asado con
maestría- dice que tiene la técnica del antisueño. Sube el rating humano, tres de los que
estaban con el celular lo guardan, uno sigue. Casi todos lo escuchan. Si hay algo que no
quiero soñar, lo pienso antes de dormirme y después no lo sueño. Santiago, otro amigo, que
está sentado enfrente de Rucho, dice que él tiene sueños conscientes. Caaman acaba de
llegar y camina con unas bolsas de pan. Está vestido de negro -remera pantalón, una gorra
de béisbol- y dice que en la calle hace un calor bárbaro. El Gato, que está sentado al lado de
Rucho, mira fijo un punto difuso entre la mesa donde está servida la comida, como si ahí
hubiera algo que se nos escapa a todos.
En la semana fui a un programa de streaming que hace mi amigo Duncan. Me tomo un taxi y
un tachero de carne y hueso, un tipo de unos sesenta años, con una calvicie incipiente pero
un pelo largo, en forma de colita, como el corte cubano, con una remera azul, me dice: ¿Te
molesta que fume? Le digo que no. El taxi huele como un baño de Constitución en la hora
pico. ¿Querés un cigarrillo?, me dice. Le agradezco y paso. Tengo que fumar, me dice,
porque estoy saliendo a cantar tango y me hace la voz más aguardentosa, ¿viste? Cantame
una canción, le digo. Baja la radio y se lanza. Canta “Nada”, un tango que yo le escuché
a Julio Sosa. La rompe. Otro, otro le digo. “Naranjo en flor”. Gran interpretación. Cada vez
que me habla termina la frase con la palabra gordo. Suerte gordo, me dice, cuando bajo.
El lugar donde se hace el streaming es un edificio del microcentro. El edificio está casi vacío
salvo el piso cuatro donde está el estudio. Subo por las escaleras porque no anda el ascensor
porque nadie vive en el edificio. Mientras subía las escaleras me pareció que estaba
hablando en una puerta semi abierta Alejandro Fantino. Como esto se repite otra vez antes
de llegar al estudio, me doy cuenta que es un déjà vu y que alguien está moviendo la
Matrix.
El lugar donde voy a hablar con mi amigo Duncan y con Flavio, el amigo de Duncan que tiene
el canal por donde sale el programa (si es que se puede decir que es un programa, tiene algo
de confesionario al aire libre mezclado con el estadio del espejo de Lacan) a las diez de la
noche del miércoles. Me dicen que tengo que entrar para que me entrevisten no a las diez y
media si no a los trece mil. Siento que hablan como los militares que dicen: A las quince mil
bombardeamos. Acá nada es por hora o segundos, es por la cantidad de seguidores. Si sube
el rating estás sentado hablando. Si baja, te vas. Para que suba el rating tenés que decir pija,
culo, coger y pararte y tratar de moler a palos a uno de los dos conductores, si podés hay
que pegarle en el suelo. Si eso pasa, el rating se dispara y vas a ser replicado por otros
influencers que van a comentar quién ganó o perdió esta batalla virtual.
Quería escribir un poema sobre la mejor estación del año. Sobre el otoño, los vidrios
empañados por la respiración, el invierno con su calefacción al mango, el cielo gris, el humo
saliendo del subte, de las bocas que hablan en la calle, quería escribir un poema sobre el
verano. Pero la mejor estación es cuando me das la mano y la aprieto. Me regodeo en tu
mano. Después, a la noche, veo El Exorcista, película que había visto hace mucho en el cine,
cuando era chico. Las películas de terror no me dan miedo. Me encanta el personaje del cura
que parece sacado de una peli de Scorcese. Y así como alguien a lo largo de su vida puede
tener alergia y después dejar de tenerla sin saber por qué, o tener miedo a volar y después
no, así, me doy cuenta de que la película me está provocando terror, pero no por la
presencia del demonio -con quien concuerdo en muchas de las cosas que dice- sino por la
presencia de los dos curas que están haciendo el exorcismo: me da miedo la iglesia, los
mocasines de los curas, los rezos. Cuando la película termina siento que la casa donde vivo
hace miles de ruidos extraños.
A los diez años mi amigo Alfredito me contó que había encontrado una caja fuerte en la
oficina donde limpiaba la madre, Nina. Alfredito era mi primer amigo y Nina era la mejor
amiga de mi mamá. A la semana vino con un montón de plata: había conseguido abrir la
caja fuerte. Con él y dos amigos más -es increíble, uno era Petete, pero el otro no sé quién
era, no lo puedo recordar- tomamos un taxi en la esquina de casa y en esa época sin
panópticos sofisticados, sin cámaras en las esquinas, igual nos vio doña Carmen, la señora
que curaba el empacho en el barrio y le pareció raro que cuatro nenitos tomaran un taxi y le
fue a avisar a mi mamá.
Fuimos al centro y compramos discos -Jethro Tull, Deep Purple- y compramos en una galería
de numismática estampillas y en un kiosco de revista muchas de la Editorial Novaro, con
Batman, La Liga de la justicia. Con todo eso nos fuimos a comer a La Martona, para parecer
como los tipos que veíamos en las series yanques, comiendo huevos revueltos con jamón.
Por ahí pasó Ernesto Bianco, un actor amigo de mi viejo, y nos vio. Le llamó la atención todo
lo que teníamos. Se quedó esperando en la puerta del teatro donde actuaba, justo enfrente
y nos vio salir y parar un taxi. En esa época no había celulares, así que fue hasta un teléfono
y llamó a mi viejo. Era la segunda persona que nos veía.
¿Y cómo terminó? me pregunta Santiago. Sube un poco el rating humano, los demás
guardan su celular. Volvimos a mi casa a la noche. Todavía nos quedaba plata. Nos
despedimos de los otros dos -Petete y el que olvidé- y cuando entramos por el largo pasillo
que conducía hacia mi casa vimos la luz del patio de adelante encendida. Si la luz del patio
de adelante estaba encendida era porque habían llegado amigos de mis padres y estaban
contentos y charlando o había pasado algo malo -como cuando mi primo no volvía de
Ezeiza-. Esta vez la luz al final de túnel era la de la locomotora que venía a todo lo que da.
Estamos en problemas le dije a Alfredito. En aquellas épocas pensábamos que teníamos un
destino, ahora tenemos o no rating.
FC
ECONOMÍA
Frente a una cultura del progreso fascinada por el gigantismo, el libro de Ernst Friedrich
Schumacher resultó contracultural: propuso un progreso accesible a todos.
Por Gabriel Zaid
27 noviembre 2023
Frente a una cultura del progreso fascinada por el gigantismo, el libro resultó
contracultural: propuso un progreso accesible a todos.
Fueron también los tiempos de surgimiento del nazismo. No quiso volver a Alemania,
donde fue mal visto por eso. Y, cuando estalló la guerra, también fue mal visto por los
ingleses, que lo metieron a un campo de concentración por ser alemán.
Nunca había trabajado físicamente, y los 18 meses de peón agrícola, que fueron duros
para él, fueron también reveladores de un mundo que desconocía: las herramientas.
Así acabó como principal economista del National Coal Board británico, donde estuvo de
1950 a 1970. Viajó mucho en misiones de ayuda a países subdesarrollados; ayuda que se
entendía como financiar la transferencia de tecnología avanzada. Pero no perdió el
sentido de la realidad. Sobre Birmania, escribe a su mujer:
Esta gente es encantadora. Vive con alegría. “Uno realmente quisiera ayudar, si supiera
cómo”. Algunos de la misión dicen, con razón: “¿Cómo podemos ayudarles, si son más
felices y buenas personas que nosotros?” (Barbara Wood, Alias Papa. A life of Fritz
Schumacher, p. 244).
También descubrió que la tecnología que llevaban era inapropiada para las
circunstancias. No necesitaban tractores ni cosechadoras para producir en grande, sino
implementos agrícolas mejorados para producir más, en pequeño.
Empezó por compilar y publicar Tools for progress, una guía de herramientas que ya
existían, útiles para aumentar la productividad. Tuvo una gran demanda, y eso lo animó
a fundar en 1966 un pequeño grupo de ingenieros para desarrollar lo que no existía: el
Intermediate Technology Development Group, cuyos servicios también tuvieron
demanda. Con esas experiencias, escribió Small is beautiful, siete años después.
Fue un libro decisivo para buscar otras vías de progreso. Estimuló ideas afines:
desarrollo desde abajo, microempresas, desarrollo sustentable, renovación de técnicas
autóctonas, diseño para situaciones de pobreza, autoempleo, agricultura orgánica,
etcétera.