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Que los políticos son todos lo mismo, que son todos chorros e inmorales. Las visiones
anti políticas tienen larga data en el país: se gestaron en los setenta, se extendieron
silenciosas en los noventa y estallaron con la crisis del 2001. Durante los primeros años
del kirchnerismo se mantuvieron contenidas, aunque nunca se fueron. Hoy no son
exclusivas de un partido, pero consolidan una sensibilidad a la derecha del debate público.
Y amenazan con ocupar espacios allí donde las nociones del bien común se retraen.
Escribe Nicolás Freibrun.
La experiencia sensible
La persistencia de un discurso
Envalentonadas por el clima epocal del “fin de las ideologías” y por el ingreso al proceso
de la globalización las fuerzas menemistas transformaron al peronismo, que viró desde el
movimiento hacia el partido político. Fue más que un cambio institucional: ese momento
inauguró un modo de decir y de hacer lo político alejado de sus modalidades históricas,
y abrió las puertas a una nueva generación de políticos provenientes de las esferas sociales
más diversas y en muchos casos ajenas al habitus político per se. Estas transformaciones
llevaron a un cisma que produjo una reorganización en las lealtades internas, así como
una lucha por los significados sobre la identidad peronista que en cierta medida perduran
imaginariamente hasta hoy. En rigor, se puso en juego lo que Carlos Altamirano observó
como una tensión entre el “peronismo empírico” y el “peronismo verdadero”.
En este punto es importante una aclaración. Un discurso que se organiza desde el rechazo
a cierto imaginario de un tipo de práctica política no supone necesariamente una
despolitización. Por el contrario, se trata de otra politización. En efecto, a pesar de una
falta de épica histórica, de significantes “ideológicos densos” y del respaldo de una
tradición popular colectiva (o tal vez precisamente por todo eso), estas modulaciones
discursivas que organizan la mirada de amplios sectores sociales lo hacen desde un ideario
que no se explicita en los discursos de sus referentes, pero que recoge elementos del
liberalismo conservador, pasa por el neoliberalismo y alcanza proclamas libertarias. Esa
sensibilidad que se consolida a la derecha del campo político local ya no habla un solo
lenguaje. Incluso, y a pesar de los referentes y aliados de Juntos por el Cambio, va dando
forma a un discurso ideológico, es decir, a una visión de mundo en la que sus adherentes
se reconocen proyectando una imagen de país.
El legado presente
“Desde 2013 comenzamos a medir el “share social” que tenía el nihilismo político. En
2013 sólo un minoritario 36% suscribió a la idea de que “todos los políticos son iguales”
pero en la última medición ese valor escaló hasta el 45%. Los datos provocan una
tentación interpretativa difícil de resistir: vuelve y crece la “antipolítica”
Consciente de que la efectividad de los conceptos está en sus usos, Juntos por el Cambio
organiza antagónicamente su discurso desde su idea de república contra el populismo,
sinónimo del fracaso y de la decadencia nacional. Aunque se autopercibe por momentos
como una identidad progresista, sus coordenadas y contenidos ideológicos se mueven
velozmente hacia la derecha. Por eso, en el contexto de avance de estas fuerzas el centro
político aparece cada vez más como un espacio a ocupar y un problema a resolver.