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Dicho sistema se adoptó como consecuencia del colapso del régimen de bandas que
México utilizó como instrumento de estabilización durante el periodo 1988-1994. Se
recordará que dicha regla establecía un piso de una banda que se mantuvo fijo durante
todos esos años, mientras que el techo se depreciaba continuamente, abriendo con el
tiempo la brecha entre piso-techo. Se permitía que el tipo de cambio de mercado fluctuara
dentro de la banda, pero tan pronto la cotización se pegaba al techo como consecuencia
de presiones de demanda de dólares, el Banco de México intervenía en el mercado
vendiendo divisas para que el tipo de cambio se volviera a mantener dentro de la banda.
Fue ciertamente una devaluación traumática que disparó la inflación anual en 1995 a 52%
comparado con una cercana al 4% a fines de 1994. Ya en ocasiones de crisis económicas
anteriores se había puesto a flotar al peso para que su valor lo fijaran libremente la oferta
y la demanda. Pero el mercado sabía que ello era un arreglo transicional, y tan pronto se
estabilizara la economía, las autoridades retornarían a un tipo de cambio fijo o semi fijo.
Esperaban lo mismo en esa ocasión, no obstante, el gobierno de Ernesto Zedillo comenzó
a mandar la señal de que habría que pensar en la flotación cambiaria como un arreglo
más permanente.
El sector exportador, que tradicionalmente era un grupo de cabildeo importante para
devaluar al tipo de cambio con el pretexto de que sus exportaciones fuesen
“competitivas”, aprendió en los siguientes dos a tres años de que la flotación llegó para
quedarse, y se percataron de que la competitividad la deberían de construir con factores
inherentes a su actividad productiva, por ejemplo la capacitación de su mano de obra, los
cambios tecnológicos, estrategias adecuadas de mercadotecnia internacional y un puntual
seguimiento de las condiciones de competencia en su sector.