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PLATÓN

DIALOGOS
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tA H M C V lO M , T l f T Í T O . ttOflVTA.

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Asesor para U sección ¿riega: Carlos GaacU C ual.

Según las normas de (a B. C . O ., las traducciones de csic volum en han


sido revisadas por C a k lo i G a rcía G u a l (Parm études) y F e r n a n d o G a e-
cía R omfno (TectetOt S ofista. P o lític o ).

© EDITORIAL c r e d o s , s . a .

Sancha Pacheco. 81, Madrid. España, 19dS.

Las traducciones» introducciones y notas han sido llevadas a cabo por


M.· ísabd Sania Cruz(Pormtn\desy Político), A. VaHejo Campos (Tette­
to) y N- L. Cordero {Sofista)*

Depósito Legal: M. 2332M93S.

ISBN 84-249-1279-9
Impreso en EspaAa. Prinicd in Spain.
Gráficas Cóndor, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1988. — 6188.
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ΤΕΕΤΕΤΟ
b ien d o ta d o c o m o tú p ara la s carreras, ¿ crees q u e su e lo ­
g io seria m en o s v erd a d e r o , p o r q u e te v e n c ie r a a lg u ien en
p len a fo r m a y m á s r á p id o q u e tú?
Tbet.— No, yo creo que no.
Sóc. — ¿Crees, sin embargo, que el saber es, como el
ejemplo que mencionaba, algo fácil y no una de las cosas
más difíciles que se pueden investigar, como quiera que
se mire?
T e e t . — N o , p o r Z eu s, y o la c o n sid e r o en tre la s c o s a s
m á s d ifíc ile s.
Sóc. — Confía, pues, en ti mismo y piensa que Teodo-
d ro llevaba algo de razón. Pon todo tu esfuerzo en esto,
como en lo demás, e intenta alcanzar una definición de
lo que es realmente el saber.
T e b t . — Si es por mi esfuerzo, Sócrates, ya se revelará.
Sóc. — Adelante, pues —ya que acabas de indicamos
el camino tan acertadamente—, intenta imitar tu respuesta
acerca de las potencias. De la misma manera que antes
(as reuniste, siendo muchas, en una sola clase, ahora debes
también referirte a los muchos saberes con una sola
definición.
« T e e t . — Te aseguro, Sócrates, que muchas veces he
intentado examinar esta cuestión, al oír las noticias que
me llegaban de tus preguntas. Pero no estoy convencido
de que pueda decir algo que valga la pena, ni he oído a
nadie que haya dado una respuesta en los términos exigi­
dos por ti. Y, sin embargo, no he dejado de interesarme
_S¡0_ elIo.
/ Sóc. — Sufres los dolores del parto, Teeteto, porque
V j h > eres estéril y llevas el fruto dentro de ti.
T b e t . — N o s é , S ó c r a te s. T e e sto y d ic ie n d o la e x p e ­
rien cia q u e h e te n id o .
Sóc. — No me hagas reír, ¿es que no has oído que uta
soy hijo de una excelente y vigorosa partera llamada
Fenáreta 12?
T e e t . — S í, e s o y a lo he o íd o .
Sóc. — ¿Y no has oído también que practico el mismo
arte?
T b b t . — N o , en a b so lu to .
Sóc. — Pues bien, te aseguro que es así. Pero no to
vayas a revelar a otras personas, porque a ellos, amigo
mío, se les pasa por alto que poseo este arte. Como no
lo saben, no dicen esto de mí, sino que soy absurdo y dejo
a los hombres perplejos. ¿O no lo has oído decir?
Tbet. — Si que lo he oído. b
Sóc. — ¿Quieres que te diga la causa de ello?
T h e t . — Desde luego.
Sóc. — Ten en cuenta lo que pasa con tas parteras en
general y entenderás fácilmente lo que quiero decir. Tú
sabes que ninguna partera asiste a otras mujeres cuando
ella misma está embarazada y puede dar a luz, sino cuan­
do ya es incapaz de ello.
T e e t . — Desde luego.
Sóc. — Dicen que la causante de esto es Ártemis 13,

11 La relación de la andmnésis. que no aparece en el Teeteto, con


este pasaje en que se iraca deJ arle de partear, caracicrfsiico de Sócrates,
ha sido diversamente interpretada. F. M. Cornford (La teoría platónica
det conocimiento, trad. esp., Madrid, 1968) explica la ausencia de! tema
de la andmnisis como una consecuencia del propósito adoptado por Pía-
tón en esta obra de excluir las Formas en la discusión del problema del
saber. Cf. nuestra Introducción, donde hemos tratado su interpretación
general del diálogo. Sin embargo, Hackforth («Notes...», página 129),
que está de acuerdo con ella, discrepa en este punto, porque considera
que el Teeteto se ocupa del método practicado por el Sócrates histórico
y no tiene nada que ver con el carácter místico o suprarracional que
Platón le confirió.
19 Ártemis era hija de Leto y Zeus. Nació en Délos y ayudó enseguida
porque, a pesar de no haber tenido hijos, es la diosa de
c los nacimientos. Ella no concedió el arte de partear a las
mujeres estériles, porque la naturaleza humana es muy dé­
bil como para adquirir un arle en asuntos de los que no
tiene experiencia, pero sí lo encomendó a las que ya no
pueden tener hijos a causa de su edad, para honrarlas por
su semejanza con ella,
T e e t . — E s p ro b a b le .
Sóc. — ¿No es, igualmente, probable y necesario que
las parteras conozcan mejor que otras mujeres quiénes es­
tán encintas y quiénes no?
T e b t . — S in d u d a.
Sóc. — Las parteras, además, pueden dar drogas y pro-
d nunciar ensalmos para acelerar los dolores del parto o
para hacerlos más llevaderos, si se lo proponen. También
ayudan a dar a luz a las que tienen un mal parto, y si
estiman que es mejor el aborto de un engendro todavía
inmaduro, hacen abortar.
T e e t . — A sí es.
Sóc. — ¿Acaso no te has dado cuenta de que son las
más hábiles casamenteras, por su capacidad para saber a
qué hombre debe unirse una mujer si quiere engendrar los
mejores hijos?
T e e t . — N o , e s o , d e sd e lu e g o , n o lo sa b ía .
Sóc. — Pues ten por seguro que se enorgullecen más
por eso que por saber cómo hay que cortar el cordón um-
e bilicaJ. Piensa en esto que te voy a decir: ¿crees que el
cultivo y la recolección de los frutos de la tierra y el cono­
cimiento de las clases de tierra en las que deben sembrarse

a su madre a dar a luz a su hermano Apolo, permaneciendo, efectiva­


mente, virgen como prototipo de doncella esquiva, que se dedicaba ¿ni
camente a Ja caza.
Jas diferentes plantas y semillas son propias de un mismo
arte o de otro distinto?
T e e t . — Yo creo que se trata del mismo arte.
Sóc. — Y con respecto a la mujer, amigo mío, ¿crees
que son dos artes la que se ocupa de esto ultimo y la de
la cosecha o no?
T e e t . — N o p arece q u e sean d istin ta s.
Sóc. — No lo son, en efecto. Sin embargo, debido a isoa
la ilícita y torpe unión entre hombres y mujeres que recibe
el nombre de prostitución, las parteras evitan incluso ocu­
parse de los casamientos, porque» al ser personas respeta­
bles, temen que vayan a caer por esta ocupación en seme­
jante acusación. Pero las parteras son las únicas personas
a las que realmente corresponde la recta disposición de los
casamientos.
T e e t . — Así parece.
Sóc. — Tal es, ciertamente, la tarea de las parteras»
y, sin embargo, es menor que la mía. Pues no es propio
de las mujeres parir unas veces seres imaginarios y otras b
veces seres verdaderos, lo cual no sería fácil de distinguir.
Si asi fuera, la obra más importante y bella de las parteras
seria discernir lo verdadero de lo que no lo es. ¿No crees tú?
T e e t . — Sí, eso pienso yo.
Sóc. — Mi arte de partear tiene las mismas caracterís­
ticas que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que
asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las
almas de los que dan a luz, pero no sus cuerpos. Ahora
bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad t*
que tiene de poner a prueba por todos los medios si lo
que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario
y falso o fecundo y verdadero 14. Eso es así porque tengo,

14 J. H. M cD w eu (Ptoto, Theaetetus. Trad. y no., Oxford, 1973,


pág. 117) ha observado que el arle de partear practicado por Sócrates,
! igualmente, en común con las paneras esta característica:
\q u e soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me repro­
chan que siempre preguntó a otros y yo mismo nunca doy
ninguna respuesta acerca de nada por mi falla de sabidu­
ría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de
ello es que el dios me obliga a asistir a otros pero a mí
d me impide engendrar 1S. Así es que no soy sabio en modo
alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya si­
do engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que
tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy igno­
rantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, Lo­
dos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede,
como ellos mismos y cualquier otra persona puede ver. Y'|
es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues sonl
ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engen­
dran muchos bellos pensamientos. No obstante, los res-
e ponsables dej parto somos el dios y yo. Y es cviden^-
por )o siguiente: muchos que lo desconocían y se creían
responsables a sí mismos me despreciaron a mí, y bien por
creer ellos que debían proceder así o persuadidos por otros,
se marcharon antes de lo debido y, al marcharse, echaron
a perder a causa de las malas compañías lo que aún po­
dían haber engendrado, y lo que habían dado a luz, asisü-

tal y como es descrito en este pasaje, puede tener como consecuencia


un producto falso y, debido a esto» ser ta incompatible con el proceso
de la anámnSsis. Pero G u t h r ie (A Hfsfory..., V , p á g . 73, n. 2) nos re­
cuerda que, en el Menón, tocus classicus de esta teoría, el esclavo da
diversas respuestas erróneas. Cf. Menón 80d-86c, y Fedón 72e-77a,
15 Sócrates habla, a menudo, de las obligaciones que le impone la
divinidad. En Apología 28e. dice que eí dios le ordena vivir filosofando
y examinándose a si mismo y a los demás. Se trata, pues, de una exigen­
cia religiosa, que para él está incluso por encima de la obediencia a la
ciudad. Cf .'Apología 29d.
dos por mí, lo perdieron, al alimentarlo mal y al hacer
más caso de lo falso y de lo imaginario que de (a verdad.
En definitiva, unos y otros acabaron por darse cuenta de
que eran ignorantes. Uno de ellos fue Aristides l6t el hijo i5i*
de Lisímaco, y hay otros muchos. Cuando vuelven rogan­
do estar de nuevo conmigo y haciendo cosas extraordina­
rias para conseguirlo, la señal demónica que se me presen­
ta 17 me impide tener trato con algunos, pero me Jo permite
con otros, y éstos de nuevo vuelven a hacer progresos. Aho­
ra bien, los que tienen relación conmigo experimentan lo
mismo que les pasa a las que dan a luz, pues sufren los
dolores del parto y se llenan de perplejidades de día y de
noche, con lo cual lo pasan mucho peor que ellas. Pero
mi arte puede suscitar este dolor o hacer que llegue a su
fin. Esto es lo que ocurre por lo que respecta a ellos, b
Sin embargo, hay algunos, Teeteto, que no me parece que
puedan dar fruto alguno y, como sé que no necesitan nada
de mí, con mi mejor intención les concierto un encuentro
y me las arreglo muy bien, gracias a Dios, para adivinar
en compañía de qué petsonas aprovecharán más. A mii-

16 Aristides es mencionado en Laques 179a ss., donde su padre, Lisí­


maco. se muestra preocupado por la educación de su hijo. En Teages
130a, aparece como ejemplo de los que hacen admirables progresos mien­
tras permanecen junto a Sócrates, aunque luego, cuando abandonan su
compañía, no se diferencien en nada de los demás.
17 En Apología 31c-d, Sócrates describe esta señal demónica como
una voz divina, que, cuando se le manifiesta, lo disuade siempre de lo
que va a hacer y nunca lo incita. Cf. Fedro 242b, y Eutidemo 272e.
Fue ena seftal la que le impidió tener trato con Alcibíadcs durante mu-
clios años. Cf. Alcibíodes, I J03a. Sobre el significado de este elemento
en el carácter y la personalidad de Sócrates, cf. P. FuiedxAndbr, Plato>
vol. I: An lntroduction, Londres, 1958 (1969*), págs. 32 y sigs., y W.
K. Guthrih, A History o f Greek Philosophy, vol. III, Cambridge, 1969
(reimpr,, 1975), págs. 402-405 (hay trad. esp,).
chos los he mandado a Pródico iS y a otros muchos a otros
hombres sabios y divinos.
Me he extendido, mi buen Teeteto, contándote todas
estas cosas, porque supongo —como también lo crees tu­
que sufres el dolor de quien lleva aJgo en su seno. Entréga-
c te%pues, a mi, que soy hijo de una partera y conozco
este arte por mí mismo, y esfuérzate todo lo que puedas
por contestar a lo que yo te pregunte. Ahora bien, si al
examinar alguna de tus afirmaciones, considero que se tra­
ta de algo imaginario y desprovisto de verdad, y, en conse­
cuencia, lo desecho y lo dejo a un lado, no te irrites como\
las primerizas, cuando se trata de sus niños. Pues, mi
mirado amigo, hasta tal punto se ha enfadado mucha gen­
te conmigo que les ha faltado poco para morderme, en
cuanto los he desposeído de cualquier tontería. No creen
d que hago esto con buena voluntad, ya que están lejos de
saber que no hay Dios que albergue mala intención respec­
to a los hombres. Les pasa desapercibido que yo no puedo
hacer una cosa así con mala intención y que no se me per­
mite ser indulgente con lo falso nj obscurecer lo verdadero.
Así es que vuelve aJ principio, Teeteto, e intenta decir
qué es realmente el saber. No digas que no puedes, pues,

** Pródioo es el célebre so futa natural de Ceos. Su enseñanza se cen­


traba fundamentalmente en el uso correcto de las palabras y en el estudio
de los sinónimos. Cf. Carmides )63d, Eutidemo 2?7e, Laques I97d, Me­
nón 75c, Protágoras 337a ss. A veces se ha querido ver en el afán de
Pródico por las distinciones lingüísticas un antecedente del método socrá­
tico de las definiciones, teniendo en cuenta, además, que Sócrates se de­
clara discípulo suyo en esta materia. Sin embargo. P latón trata en los
diálogos esta especialidad suya con bastante ironía (cf., por ej., Protágo­
ras 337a-c, 340a-c, 358a) y, por lanío, habría que ponerla en relación,
más bien, con el interés general de los sofistas por la enseñanza de la
retórica, que tantos beneficios económicos reportaba al mismo Pródico.
Cf. Hipias Mayor 282c.
si Dios quiere y te portas como un hombre, serás capaz
de hacerlo,
T b h t . — Ciertamente, Sócrates, exhortándome tú de tal
manera, sería vergonzoso no esforzarse todo lo posible por
decir lo que uno pueda. Yo, de hecho, creo que e) quíTy
sabe algo percibe esto que sabe. En este momento no m e/
parece que el saber sea otra cosa que percepción J
Sóc. — Ésa es una buena y generosa respuesta, hijo
mío. Así es como hay que hablar para expresarse con clari­
dad. Pero vamos a examinarlo en común, a ver si se trata
de algo fecundo o de algo vado. ¿Dices que el saber es
percepción?
T ee t . — Sí.
Sóc. — Parece, derrámente, que no has formulado una
definición vulgar del saber, sino la que dio Protágoras 20. 152*
Pero ¿1 ha dicho lo mismo de otra manera, pues viene a
decir que «el hombre es medida de todas las cosas, tanto
del ser de (as que son, como del no ser de las que no son».
Probablemente lo has leído. ¿No?
T e e t . — Sí, lo he leído, y muchas veces.
Sóc. — ¿Acaso no dice algo así como que las cosas
son para mí tal como a mí me parece que son y que son

19 Traducirnos afsthesis por «percepción». Este termino tiene en Pla­


tón un sentido muy general, que incluye unto la visión. !a audición y
el olfato, como el placer y el dolor o el deseo y el temor. Cf. ) 56b.
20 Protágoras de Abdera es el sofista a quien Platón ha prestado
mayor atención en sus obras. Aparte de dedicarle un diálogo, donde lo
describe como el más sabio de los hombres de su tiempo, hace constantes
referencias a él (cf. Menón, 91 d ss.t Euiidemo 286c, Protágoras 3ó9d
et passlm, etc.). La célebre sentencia del «hombre medida», que viene
a continuación, ya ha sido citada por P latón en Crótifo 38Se-386a. So­
bre la traducción y el significado de la misma, cf. Guthrib, A Hlstory...,
ΠΙ, págs. 188-192.

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