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incipiente crecimiento de las manufacturas y un sistema educativo que
mejoraba las oportunidades de incorporación social.
Sin embargo, según esta narrativa, los desafíos que se abrieron a partir de
nuevos escenarios internacionales, en particular la crisis mundial de 1930, no
fueron debidamente internalizados. Se abrió un largo ciclo de inestabilidad
política, cuya señal más evidente fueron los sucesivos golpes militares, y de
políticas económicas que se alejaron de aquel sendero virtuoso que se había
iniciado a fines del siglo XIX. Una versión algo más extrema, no compartida por
todos quienes adscriben a esta tesis, pero con bastante presencia en los
medios de comunicación y en el propio gobierno, hace referencia a los “70
años de peronismo” como factor explicativo de este proceso de larga
decadencia.
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Estos datos también contribuyen a desmitificar la hipótesis de los 70 años de
peronismo como causa del rezago en nuestro desarrollo. No solo el fenómeno
es más complejo y no atribuible a la llegada del peronismo al poder en 1946,
sino que carece de sentido encontrar un sendero de continuidad en un
escenario que estuvo signado por la inestabilidad política. A lo largo de los más
de 25.000 días que transcurrieron entre 1946 y 2015, el peronismo gobernó el
52% del tiempo, hubo gobiernos radicales en el 21% de aquellos días y
gobiernos militares o de facto en el restante 27%. Si miramos más en detalle, y
para agregar más complicaciones, veremos que hubo un gobierno peronista
que implementó muchas de las reformas pro mercado que estos sectores que
sostienen esta tesis suelen reclamar.
Pero estos sectores no alcanzan aún para generar esa base para el desarrollo
sostenido. Más aún, presentan esa contradicción donde los sectores que
generan más divisas por exportaciones generan poco empleo y, al mismo
tiempo, los sectores que generan empleos son más demandantes que
generadores de divisas. Empezar a resolver esta contradicción es un paso
fundamental para encontrar el sendero del crecimiento sostenido y salir de
estos ciclos. La grieta, expresada como un conflicto entre visiones o intereses
extremos y sin puntos de encuentro, es el principal obstáculo. Agitar esa
contradicción puede ser políticamente rentable en el corto plazo para algunos
sectores, pero en nada contribuirá a resolver la crisis vigente y afrontar los
desafíos que se vienen.
Esto lleva a priorizar objetivos para asignar recursos escasos: aumentar las
exportaciones y sustituir importaciones de manera genuina deben ser las
prioridades estratégicas. Entendemos como genuina a una sustitución de
importaciones cuando el resultado neto de la sustitución implica un ahorro
efectivo de divisas y la efectiva implementación de nuevas prácticas
productivas y tecnológicas. Por ejemplo, si una empresa prevé la producción en
el país de un bien determinado que actualmente se importa, pero en su
producción prevé incorporar componentes importados que suman
aproximadamente el mismo valor del bien final, se trata de un caso de una
sustitución no genuina. Algo similar debe acotarse para las exportaciones: debe
haber un aumento efectivo de las cantidades exportadas y el contenido de
producción local.
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Un eje central para plantear la sustitución genuina de importaciones son
los clusters en torno a los recursos naturales. Está bien hablar de “agregar
valor a los recursos naturales”, pero más importante aún es desarrollar las
tecnologías vinculadas a la explotación y/o extracción. Australia no es rica por
tener alimentos o minería sino por ser un gran proveedor tecnológico en torno a
ello (por ejemplo, es el proveedor del 60% de las exportaciones mundiales de
software para minería.)
Salir del péndulo y de la grieta son elementos centrales para encontrar la senda
del desarrollo. La idea de un acuerdo económico y social parece trillada y
vetusta, pero hoy parece ser un camino no solo deseable sino también
inevitable. El síntoma más claro es la exacerbación del proceso inflacionario:
Macri heredó una economía con una inflación en torno al 25-26% anual y
estará dejando niveles superiores al 50%. La idea de que se trata de un
problema exclusivamente monetario y de fácil resolución chocó frente a una
realidad mucho más compleja. La inercia inflacionaria, la puja distributiva, los
saltos del tipo de cambio y los desajustes monetarios son todos ellos factores
que inciden, en mayor o menos medida, y de manera cambiante según
diferentes períodos temporales, en la evolución de la inflación. Esto nos lleva a
pensar que no habrá soluciones mágicas, pero que una mesa de concertación
de precios y salarios tendiente a generar un proceso de desinflación es una
condición necesaria.
Por supuesto que ello no resuelve por sí solo el problema: deberá ser
acompañada de una política monetaria y fiscal consistente con ese proceso,
donde se evite la apreciación del tipo de cambio, donde se busque el equilibrio
fiscal sustentado en el crecimiento y buenas reglas de gestión intertemporal
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(ahorrar en tiempos de crecimiento, gastar más en períodos de desaceleración
y crisis). Esa mesa deberá proponerse una articulación entre el crecimiento, la
baja de la inflación, la mejora del salario consistente con el aumento en la
producción y la productividad y la recuperación del valor de nuestra moneda.
No son tareas sencillas dada nuestra historia reciente. Pero el camino reciente
muestra que la receta ortodoxa no funciona.
La profesora del MIT Alice Amsden, fallecida hace pocos años, decía que el
desarrollo económico consiste en transitar desde una sociedad que produce
predominantemente bienes intensivos en el uso de recursos naturales a otra
que produce bienes intensivos en el uso del conocimiento. Es una definición
sencilla que nos permite guiar el rumbo. Es necesario recuperar el Ministerio de
Ciencia y Tecnología y poner en valor el conocimiento que se produce en
nuestras universidades. Las empresas con participación estatal y las agencias
públicas son motores fundamentales de la innovación y los ámbitos más
propicios para incorporar los múltiples avances que se generan. Estas ideas
transcienden la tradicional dicotomía entre recursos naturales e industria. Hoy
los entramados productivos combinan ambas cosas y servicios basados en el
conocimiento. Los desafíos que abre la era 4.0 son enormes, es una agenda
que no puede seguir esperando y debe formar parte de las prioridades políticas
de los próximos años.
El otro espacio fundamental de nuestro Green New Deal son las energías
renovables. Si bien se han hecho avances, no los hemos podido aprovechar
para fomentar el desarrollo. Tan importante como sembrar molinos eólicos,
paneles solares y plantas de generación de energía en base a residuos
biomásicos, es generar las tecnologías para hacerlo. Nuestro país tiene
capacidad para hacerlo y lo ha demostrado. Lamentablemente, el régimen
vigente priorizó grandes proyectos con inversores financieros internacionales
que vienen con su tecnología incorporada. Hemos incrementado nuestra
generación de energías renovables, tanto como las importaciones de los
equipos de producción.
Apostar en esta dirección es apuntar a tres objetivos con una misma bala: más
energía, más producción y empleo en el país y mejora en el medio ambiente.
Algo fundamental en una etapa de escasez de recursos.
El desafío institucional
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el mix adecuado entre Estado y mercado y en las estrategias para ganar
eficacia en nuestro sector estatal.
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