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206 FELIX OVEJERO ‘estamos interesados en las mejores decisiones, en las mas justas, la deli- betacién es el mejor procedimiento y que la deliberaciin requiere ciertas condiciones. Referencias bibliogréficas ant, Robert (2000): La democracia y ss etc Barcelona, Pads. EisteR, Jon (comp,) (2001): La demooraca deliberatva. Barcelona, Gedisa Fistkas, James (1995): Democraciaydeliberacén. Barcelona, Ariel Gancansits, Roberto (1995): Nos ls repentant. Buenos Aites, Miso y Divi Hiancnws, Jrgen (1994): Tres models de democraia: wore el concepo de wna polt- tica deliberative. Valencia, Episteme Kout, H. HL-SLYe, R.C. (comps) 2004): Democraciadeliberativ y derechos huma- ras. Barcelona, Gediva Mant, José Luis (2006): La repiblic deliberatoa. Una teria dele demooraca, Mac did, Marcial Pons. NiNo, Carlos (1997): La consitcién dela demacraia deliberativa, Barcelona, Ge- diss ‘OveseKo, Felix (2001): La libertad inipita, Barcelona, Paid. Sianito, lan (2005): El estado de la reoria democrtia. Barcelona, Bd, Ballater CAPITULO 7 DECISION Alfonso Ruiz: Miguel EL presente capitulo se organiza en tres partes. En la primera se proponen algunas distinciones conceptuales preliminares relativas ala decisién como proceso y como acto, ya las distintas formas en que las decisiones pueden adoprarse en uno y otro sentido, distinguiendo entre disposiciones y acuerdos y acuerdos por consenso y por votacién, asi como entre vora- cién, negociacién y deliberacién y, en fin, entre mayoria, unanimidad e imposicién. En la segunda parte se discuten los principales argumentos, tanto técnicos como de principio, utilizados para intentar justificar la regla de mayoria como forma de decisién democritica. En la ercera se examinan algunos de los principales limites de la regla de la mayorfa, en especial los relativos a su valider, su eficacia y su funcionalidad. Algunos conceptos preliminares «Decision» es una palabra ambigua. Cuando la comunidad de vecinos del capitulo anterior resuelve sobre el ascensor, su decisién como tal se produce en un momento concreto, normalmente tras una voracién, 208 ALFONSO RUIZ MaGUEL Peto tomar tal decision exige un perfodo de propuesta, reflexién y deba- te que puede ser largo. La idea, asi pues, puelle rele tanto al che ° cl acto de adoptar una decisis como al proceso de decidis, que incluye {a reflexién o la discusién que suele anteceder a la decisién como acre De los dos sentidos, sin embargo, el primero es el originario y—por ju, gar con la palabra— decisvo. No es casual que, etimoldgicamente, deci dit proceda del latin decidere, que significaba «sepatar» o scorearss la es cision por excelencia es lo que zanja una discusién, Pero tambicn el otto sentido, el devivado, tiene interés cuando se habla de democracin La decision como acto: deisiones por disposicién y por acuerdo; acuerdos Por consensoy por votacin; las diversas clases de mayorta Hiablando de democracia, y en general de politica, las decisiones que importan y cuentan son las colectvas Pero una nueva ambigtedad apa, rece en cuanto reparamos en ciertas diferencias entre las decisiones in viduales y las colectivas. La decisién individual en cuanto hecho es un estado 0 disposicién mental que no necesita extetiorizarse como tal aque, salvo en casos de falta de fuerza de voluntad, precede a una acciéy © serie de acciones y, a su vez, suele venir precedida de un periodo mas 6 menos largo de reflexidn o discusién con uno mismo en el que se spe. san los pros y los contras de las distintas opciones en juego. Ese proceso Previo, sin embargo, no siempre es necesario, pues pucden exisir deci, siones genuinas pero arbitrarias que carecen de razones pot haberse adoptado sin reflexién alguna, como cuando alguien decide pot una ‘Mera corazonada o tirando una moneda al aire. Asimismo, las razones aque forman parte de la refleién previa individual pueden ser de dife, rente tipo, siendo de especial relevancia la distincidn entre razones pura. mente autointeresadas (0 prudenciales) y razones morales, entendiendo por estas tltimas las que tienen en cuenta imparcial y universalmente ie c derechos e intereses propios como los ajenos: ina decisién colectiva, aquella que se toma por un grupo o en nom- bre del, opera de forma diferente en varios sentidos. En taanes heck, no es un estado mental, sino un acto necesariamente manifiesto al que se le acribuye el seutido de ser, precisamente, la decisién de un colectivo si cumple ciertas condiciones mas 0 menos formalizadas, Tales condi. clones pueden atribuir la capacidad de decidir por el col ivo bien a DECISION 209 tuna persona, bien a una pluralidad de personas. Que el titular de la ‘competenia sea una o varias personas tiene su importancia, pues da lu- gar a dos formas esencialmente distintas de la decisién colectiva como acto: respectivamente, por disposicién o por acuerdo. La disposicién 0 ‘mandato exige Gnicamente la manifestacién de voluntad del titular in- dividual de la competencia, como en el caso del monarca absoluto 0 del dictador. La decisién por acuerdo, en cambio, puede adoptar distintas formas, de las que las més importantes son el consenso y la voracién, El acuerdo por consenso, que se denomina también «por ascntimicnto», se produce cuando la expresién previa de las opiniones decanta la decisién en un sentido sin necesidad de voracién. El consenso es el modo habitual de decidir en colectivos reducidos, institucionalizados y permanentes, como el consejo de ministros o el equipo de direccién de tina empresa. Tal sistema de decisién se denomina de comité y se caracteriza por decidir me- diante negociacién, es decir, por intercambio recfproco de beneficios, a ve- ces diferidos: el tamafio y la permanencia del colectivo garantiza que si al- gin miembro cede hoy, otros cederan mafiana (Sartori 1992, pp. 295 ss.). En la prictica, la regla de decision subyacente en el sistema de comié es la ‘unanimidad, pero sin exigir votacién formal o propiamente dicha. El acuerdo por votacién, como manifestacién formal de la voluntad de un colectivo, se produce cuando los votos se expresan de manera ex- plicita, aun cuando su recuento pueda ser solo meramente aproximado. La votacién presupone una regla para la adopcién del acuerdo, que puc- de ser variable segtin las distintas formas de mayoria exigidas para su adopcién. No hay total firmeza terminolégica en las leyes ni en los au totes sobre las distintas formas de mayorfa, también porque pueden exi- gir distinto niimero de votos segtin el contexto, y en particular segiin ese miimero se refiera a los electores (quienes tienen derecho al voto) o a los votantes (los electores que votan de hecho). Con todo, alguna aclaracién terminolégica es posible, y ttl tenerla en cuenta desde ahora. Por mayoria absoluta sé suele entender la mitad més uno de los votos', que puede exigir un mimero muy diferente segiin se refiera a los votos, Ln imines ao fon ues ssh ged de por Garfunkel, 1999: 334) Pues bien, aplqus 3 er Ce 9 plquese A para la absolucion, B para deter y © negociacin como modelos ideales y extremos, entte los que existen po- siciones intermedias. La deliberacién se caracteriza por la baisqueda en Comtin de las mejores Fazones en interés del colectivo (en realidad, del ‘més universal), con la pretensién de obtener la mejor decisién interés lo racionalmente aceptable para to- posible, que constituirfa un acuerd Hos. La negociacién, por su parte, se caracteriza por la expresién abierta de los intereses particulares en juego con la pretensién de llegar a una transacci6n entre ellos, que seri més 0 menos justa segtin la mayor 0 dad 0 equilibrio entre las partes. Si la distincién entre razo- nes imparciales e interesadas se cruza con la distincién entre argumenta- ign sincera y estratégica, se veri que en el Ambito de la politica la nego ‘iacién abierta es mas rara que esa forma mixta de negociacién y de deliberacidn que consiste en argumentar estratégicamente, es decis, en cubriendo las razones interesadas mediante argumentos imparciales. Sin negar la existencia y la posibilidad de una argumentacién imparcial ge- nuina o sincera (el problema no es tanto si existe y si es posible 0 no, sino su grado y, con él, la calidad del sistema), esa forma de argumenta- cién estratégica tiene al menos el valor civilizatorio de la hipocresfa, ‘como homenaje que los intereses parciales rinden a las razones mas im- parciales (Elster, 2001: cap. 4, § 3). En todo caso, a pesar de sus diferencias, negociacién y deliberacién (como ocurria con el consenso) pueden ser reglas en sentido descriptivo, regularidades en el comportamiento decisorio de un colectivo, pero no en sentido normativo. La decisién como acto requiere siempre una regla normativa, sea la de la mayoria, la de la unanimidad o la de la imposi- cién, Se diré que la deliberacién genuina supone la regla de la unanimi dad, pero ésta es una regla de alcance no siempre indiscutible, como lo muestra la complejidad de las relaciones entre mayorfa y unanimidad. Mayorta, unanimidad e imposicién Conforme al requisito de concurrencia de las distintas voluntades indi- viduales que componen un colectivo, la regla de mayoria podria verse como un eriterio intermedio entre el modelo de la unanimidad y el de la imposicién de una minoria 0, en el limite, de un solo individuo (en un contexto politico, el dictador). De uno a otro extremo cabe situar dos instituciones diferentes: de una parte, el contrato, la forma de acuerdo 214 ALFONSO RUZ MIGUEL caracteristica del Derecho privado, que 1 todos los concurrences, y de la otra, la ley, requicre cl consentimiento de el modo de organizacién mis tipica del Derecho piiblico, para cuya aprobacién puede bast | tad de uno o de unos pocos (aunque tambien, [6 Se Pueden exigr diversostipos de mayoriay hasta la unanimes dat de la volun. |. €N casos mas excepciona- dos integrantes del colectivo). Esta vision, que pone en un extremo de la linea a la unanimidad como eriterio me} jor y en el otto a la dictadura como el menos deseable, parce reflejar bien las cosas cuando se tehane al consenrimiento que idealmente deberia tener de hecho une de por parte de los miembros de un colectivo. Sin embargo, side la anterior aseveraciGn se quisiera pasar a consi- devar la unanimidad como la regla mis justa 0 correcta para adoptar dccisiones colectivas, se ineutrtia en un ctror, Cuando hablamoe ao del grado ideal de aprobacién de hecho de las decisiones colectiven vt. das luces la unanimidad, ién tia como de la eficacia, la regla de mayoria estricta parece en prin pio una regla de decision mas acertada en materias de relecancia colectiva, Hay al menos dos razones por las que la reg de la mayoria —y, dentro de ella a de la mayoria absoluta— resulea preferble's le de sinanimidad ¢ incluso a la de las mayorias reforzadas. La primera, de Justicia, ¢s que, a medida en que se va elevando la exigencia de consent, , la minorfa comienza a tener mis capacidad de imponer su voluntad sobre la mayoria, Asi, cn un dr. gano de dice. miembros, la exigencia de una mayoria reforvads de che {ficios, al obligar ala suma de al menos siete votos para adoptar la me. dla, da més peso al voto de cuatro oponentes quc al de seis favoratles En el limite, de acuerdo con la regla de la unanimidad, la voluntad se ine Puede impedir el acuerdo de todos los restantes miembros del co. lectivo. La segunda raz6n, de eficacia, esque las reglas de mayoria selon zada 0 de unanimidad tienden a hacer muy dificil, y al final » impedir, 'nadopcién de decsiones y, por rant, a consagra el statu gu, En sintess, la exigencia de mayorias cualficadas y, con mayor razne tl unanimidad ocorga un poder de veto a las minorias que va reereanchs la regla de decsin ala situacién de dictadura. En la caala ente dnc uray mayorfa y unanimidad, asi pues, la mayoria aparece ahora vy DECISION 215 Jicién intermedia entre el peor y el mejor criterio, sino somo el mejor as a =e “el cual se woanea hacia el peor a medida aes desplazamos hacia cualquiera de los dos extremes. Sobre la justificacién de la regla mayoritaria 2Una rela democritica?Regla de mayoria y principio del gobierno de la mayorda ftico una de las més tre las diversas definiciones del sistema democriti de as mis mage Y repeidas es a que lo catactesin por I el de [a may Sim embargo, como se ha subrayado muchas eee la ientficacion en tre democracia y mayoria esté lejos de ser exacta. Y por tres raz vn pie ag, prgue a apliacién dea ela impor no sido nies en absolut exclusiva de os ssteras democriticos. El re so ala tegla de mayors como tl ha vnidascndo com en mil pls éeganas colectivos de deci desde el Derecho romano ys me nos desde la ceorzacin medieval de tales éranos como corporaciones (sobre todo exes), poco han ten que ver con un ste ade bierno democrticn,Incuso hoy en di; arpa de mayor se al hen [a eleccign del Papa por los cardenales, en los case consejos de administra o en ls juntas de accion de os soc dades andnimas, sin que tales mbitos se consideren precisamen mocriticos, . ocnith Tn segundo lugar, la rela dela mayora no fi tenda por demact menes que los antiguos consideraron democracias. En Seal debs des Gros ea come cals de as epblics dal Renacimient, lo que caracterzaba ol poder de los muchos 0 los mis, Gh rebasban con eeees la mitad de los ciudadanos pero eran sempre nis bi 2n pocos respecto del conjunto del pueblo, no era tanto la vora- Tin por ayia mado eis enone des stem liga, ei el udp del sorteo para la seleccién por turno de los cargos. : ep ter Taga ncso en ls demecrasasconsemposness todo se decide com ate acttrios mayortaro i reg de mayors in sentido estricto, es decir, la mayorfa absoluta, es la regla decis pass ls custiones mis importantes. En efecto, en los actuals sistemas para las cuestiones n 216 ALFONSO RUIZ MIGUEL democriticos no sélo se dan decisiones unipersonales muy relevantes ajenas al principio de mayoria —el poder de veto ante decisiones legisla- tivas del presidente de algunas reptiblicas, la eleccién del gobierno por parte de su presidente en los sistemas parlamentarios, etc.—, sino que ‘numerosas decisiones estin o por debajo o por encima de la mayoria ab- soluta. Por debajo, ha de renerse en cuenta que la regla general, 0 por defecto, para la aprobacién parlamentaria de acuerdos y leyes (al menos de las leyes ordinarias), cs la mayoria simple, entendida como mayor niimero de votos a favor de la propuesta que en contra. Esta es también {a regla gencral para referendos y, en todo caso, para clecciones de cargos en segunda vuelta, como el presidente del gobierno 0 el de las cémaras parlamentarias. Y por encima de la mayorfa absoluta, a veces con mayo- rfas cualificadas muy exigentes, suele regularse la reforma de las consti- tuciones y la eleccién de miembros de ciertos érganos, como los tribu- rales constitucionales. Cuando modernamente se apela al principio mayoritatio como ras- g0 peculiar de la democracia, se piensa ante todo en el uso de la regla de mayoria en las elecciones y consultas populares, sin mayor precisién sobre el grado y alcance de aquella y bajo el presupuesro de que tienen derecho a vorar todos los ciudadanos mayores de edad, sin distincién de nacimiento, sexo, raza, etc. También se piensa, de forma derivada, en las decisiones adoptadas por los érganos colectivos representativos del pueblo, y muy sefialadamente en la aprobacién de las leyes por el parla- mento. La regla de la mayoria se presenta asi como la clave de béveda del sistema politico basado en la institucionalizacién del control tltimo del poder por parte del pueblo o, mejor, de la mayoria del pueblo. Si se quiere, hoy como en tiempos de Aristételes, una cosa es el prin- cipio del gobierno de la mayorfa (del pueblo 0, més en general, de los afectados por una decisién) y otra, bastante mas amplia, la regla de la mayorfa. Asi entendido el principio mayoritario, se explica que la demo- cracia aparezca sobre todo como un procedimiento 0 método, es decir, como un conjunto de teglas que establecen més el modo de decidir que su contenido, mas cl cémo decidir que el qué se decide. Y es bajo esa naturaleza esencialmente procedimental como pueden verse las princi- pales reglas del juego politico democritico, de la libertad de opinién, reunién y asociacién, el sufragio universal ¢ igual y de la libertad de voro y la pluralidad de opciones politicas a, precisamente, la regla de la ma- yoria para las elecciones y decisiones colectivas. DECISION 217 Argumentosréonicesy de principio Peco, en cuanto regla de procedimiento, zcusl es la justficacién de la re- glade la mayorla! Hay dos tipos fundamentals de argumentos ens fa vor: técnicos y de principio. Los primeros, de cardcter instrumental, ale- gan la conveniencia de la regla como medio para conseguir fines deseables; los segundos, sin excluir que sirva a tales fines, también la consideran valiosa en s{ misma. Por lo demas, como ha destacado Bob- bio, los argumentos técnicos intentan remediar las insuficiencias de la regla de la unanimidad, mientras que los de principio pretenden superar las deficiencias del gobierno autocritico, sea de uno o de pocos (Bobbio, 2003: cap. VITLID) Desde un punto de vista téenico, la utilidad 0 adecuacién entre la re- gla de mayoria como medio y el fin de la adopcién de decisiones parece clara cuando existe diversidad de opiniones. Es obvio que cuanto mayor es el colectivo de que se trate, més dificil es lograr la unanimidad. Y el resultado de tal dificultad es la inoperatividad en la organizacién col va, A falta de unanimidad, tenderin a dominar las tradiciones, no siem- rc racionales aunque productivas para algunos, las précticas impuestas por la fuerza de los hechos, que suelen sr los hechos de los més fuerte, 6 la inaccién propiciada por los dilemas de la accién colectiva, que im- piden o dificultan la coordinacién de los intereses individuales para con- seguir el interés comiin. La regla de la mayorfa facilta la adopcién de decisiones colectivas. Ahora bien, aun suponiendo la bondad del fin buscado, el argumento de la eficacia vale para jusificar tanto cualquier regla de mayoria, incluidas las de mayoria reforzada, como también la adopcién de reglas minoritariasy, en el limite, el criterio de la dictadura de uno solo. Si lo que se busca es la eficacia en la adopcién de decisio- nes, no es exagerada la generalizacién de que cuanto menor sea la exi- gencia de consenso, mayor seri la eficacia. Los argumentos de principio resuelven la objecién de que la eficacia de una regla de adopcién de decisiones, en cuanto referida a los medios, no es buena ni mala en si misma sino segiin los fines y contenidos de las decisiones. Los mejores de tales argumentos pretenden establecer una conexién fuerte entze la regla de mayoria, estrictamente entendida, y los buenos fines dela demacaca, Hans. Kelsey el més imporane juria del pasado siglo, proporcioné el que seguramente es el argumento de jaslia més wei exfuvor dels regla de la mayorfa: aunque el ideal del 218 ALFONSO RUIZ MIGUEL principio democritico sea que las decisiones colectivas cotrespondan a Ja voluntad de todos, la tinica regla que maximiza el respeto a la libertad politica de cada individuo en la adopcidn de cualquier decisién es la que exige la mayorfa absoluta de las voluntades en su favor, esto es, la mitad mds uno de los votos. Exigir mayorias superiores o inferiores permitiria a alguna minorfa de individuos imponer su voluntad sobre la de un nui- ‘mero mayor, por lo que la mayoria absoluta permite sumar mejor que cualquier otra regla ef mayor grado posible de autonomia individual en la adopcién de las decisiones colectivas. Antes de analizar sus limites, deben hacerse tres observaciones pre- vias sobre el argumento de Kelsen. La primera es que, aun siendo un argumento de principio, lo que en realidad justifica como valioso en si mismo es un procedimiento de decisién, y un procedimiento de decisién que no garantiza la bondad de los resultados. La regla de la mayorfa, al igual que los procesos judiciales y que cualquier sistema de gobierno, se encuentra entte los casos que John Rawls considers de justicia procesal imperfecta. No es, desde luego, un caso de justicia procesal pura, en el que el buen resultado depende sélo de la limpieza del procedimiento, como el sorteo, ni es tampoco un caso de justicia procesal perfecta, que produce necesariamente un resultado justo, como la regla de que quien parte el pastel debe coger el ultimo trozo. Con la regla de la mayoria el resultado no es dependiente del procedi- miento ni est garantizado por él: la mayoria puede «equivocarse» {aunque también las minorias, y los dictadores, a costa de los dete- chos de los més). Ahora bien, una cosa es que la regla democritica de la mayoria no garantice necesariamente resultados justos, como tampoco lo hace nin- gtin sistema politico, y otra muy distinta es que ral procedimiento tenga més 0 menos probabilidades de acertar que otros sistemas de gobierno. Hay un vicjo argumento, que se remonta a Aristérees, segiin el cual la decisién de los més, tomada conjuntamente, puede comportar mayor virtud y prudencia que la de uno solo: «lo mismo que los banquetes en que han contribuide muchos son mejores que los sufragados por uno solo», la decisién de los mas suma virtudes ¢ inteligencias (Pol., 1281 ab). Mas de dos mil anos despues, Condorcer formulé como teo- tema matemético una versién més precisa de este mismo argumento. Ante estos argumentos, cabe contestar que depende. Depende de la «ra dicién y la culeura politicas del grupo en cuestién, de las condiciones de DECISION 2/9 Ia deliberacién, de las opciones y medios disponibles, ete. Lo tinico que en los términos del argumento kelseniano se puede afirmar con seguri- dad es que la regla de la mayorfa y su buen uso propician un sistema de tolerancia y libertad que permite la deliberacién, la transaccién y la revi- sién pacifica de las decisiones politicas, pero que tiene limites de conte- nido y no garantiza resultados justos. Volveremos enseguida con mas detalle sobre los principales de esos limites. La segunda advertencia es que, si bien la maximizacién de la libertad ‘que garantiza la regla de la mayorfa resulta particularmente limitada en los sistemas de democracia representativa, es esta tiltima y no la demo- cracia directa la tinica posible, al menos como forma dominante, en so- ciedades grandes y complejas como las actuales. El argumento es consis- tente, asi pues, porque no pide més que la mayor libertad politica posible. Por ello mismo, sin embargo, como lo acepts Kelsen, el argu- ‘mento propugna que en la medida de lo posible y razonable se utilicen instrumentos de democracia directa, como el referéndum o la iniciativa legislativa. Una tercera observacién afecta a una ambigiiedad de la regla de la mayorfa absoluta no resuelta por Kelsen ni facilmente resoluble. Dicha regla admite por lo menos dos interpretaciones muy diferentes, segiin que la mitad més uno se exija del cuerpo electoral 0 de los vorantes efectivos. Una y otra pueden variar por el cémputo © no de las absten- ciones (no de los voros en blanco, que al menos cuentan siempre como yotos que no contribuyen a la mayorfa absoluta). Si se exige la mayorfa absoluta del cuerpo electoral, las abstenciones operan como los votos en blanco, mientras que si se tiene en cuenta sélo a los vorantes, los abstenidos, por numerosos que sean, no pueden impedir la formacién de la mayoria absoluta. Hay razones de peso en ambos lados de la alter- nativa, La segunda interpretacién tiene en su favor, por una parte, la sensata y comtin consideracién de que quien se abstiene pudiendo vo- tar carece de criterio o de interés y merece que sui no voto se sume al de la mayorfa, sea la que sea; y, por otra parte, que no computar las abs- tenciones es una manera de hacer justicia a la mayor intensidad de las preferencias de quienes voran (es habitual que en los referendos en Sui- za vote poco mas del 10 por ciento, permitiendo asi que minorias con preferencias intensas las vean aceptadas frente a mayorfas indiferentes). En contza de esa interpretacién esta sin embargo, de un lado, la escasa legitimacién democritica de las consultas electorales con alta absten- 220 ALFONSO RUIZ MIGUEL cién, como suele ocurtir en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, donde la participacién suele rondar el 50 por ciento, y, de otro lado, que los fandticos suelen tener preferencias muy intensas que no eseé bien que se impongan a las de los moderados, por indiferentes que sean. Asi pues, no resulta ficil resolver la alternativa, que, por lo demés, admite soluciones intermedias, como la exigencia de algiin gudrum de participacién, Los limites de la regla de la mayorta Que el argumento de Kelsen en favor de la regla de la mayoria sea espe- cialmente sélido no lo vuelve por ello pétreamente irresistible, pues se- ‘gin las circunstancias hist6ricas pueden aceptarse en €l importantes ex- cepciones o exclusiones, restricciones 0 matizaciones. Ante todo, la regla de la mayorfa democrética no puede existir en el vacto. Presupone mis bien un complejo conjunto de instituciones y leyes que regulan y limi- tan su uso y que desde las revoluciones liberales de finales del siglo xvi suelen condensarse en una constitucién. Para entender la necesidad y el alcance de esas regulaciones y limites, supongamos que un pais salido de una dictadura lige a un grupo de honrados demécratas para redactar luna nueva constitucién que quieren guiarse en lo posible por el argu- mento kelscniano, Estos sconstiuyenteskelenianos, comes llamee- mos en adelante, ademids de afrontar el problema del valor de la absten- cién, estarian obligados a establecer distintos tipos de limites a la regla de la mayoria absoluta cuya transgresién serfa objetable. Asf, habrian de reconocer al menos tres tipos de limites que, con un rétulo a veces més indicativo y sintético que preciso, se refieren a la validez de la regla, a su cficacia y a su funcionalidad®. Por ional nes de espacio nose erataré un cuato tipo de limites, seativos ala consistenca 0 Je ls existe colecvas y que gia alrededor dela ponbilidad de prcttencis ‘clas o circles, Este problems, puesto de manifesto desde hace tempo —al menos desde fn paradoja de Condorcet y, hoy, por el teorema de Arrow-—, e slo evitable mediante dec sioneso reqs previas a propdsit de disintas metodo de comtar ls preferenias ea justia ‘stl en eelacign inveta as practicabilidad, DECISION 221 Limites de validea: materias no politicasy polticas; la exclusién de la rela de la mayorta y de los derechos bisicos Deben reconocerse dos limites a la validez del principio democritico de nnaturaleza muy diferente, segtin se piense en materias que deben ser aje- nas a la politica o propias de ella. Naturalmente, la demarcacién entre ambos tipos de materias no sélo resulta discutida en sus fronteras —una importante disputa actual es en qué medida la economia ha de ser auts- noma o estar sometida a la politica—, sino que la misma decisién para ‘establecer la demarcacién puede siempre terminar siendo propia de la politica. Con esas salvedades, resultaré generalmente aceptable que los asuntos cientificos y técnicos, ¢ incluso los filoséficos y religiosos, son indecidibles mediante la regla de mayoria. Lo ilustra bien la respuesta de Einstein frente a un escrito de cien cientificos nazis contra la teoria de la relatividad: «Para decir que estoy equivocado, habria bastado con un profeson Pero incluso dencro de los asuntos politicos hay una esfera indecidi- ble para la mayorfa. Kelsen no olvidé nunca que la democracia no puc- de identificarse con el gobierno de la mayorfa sin més, ante todo porque consideraba que la libertad de la minoria para existr y poder convertirse en mayoria es conceptualmente necesaria para la propia definicién de la mayorfa y, por tanto, para la pervivencia de la democracia. Ahora bien, la garantia de los derechos de las minorlas puede entenderse de dos ma- neras diferentes, una mucho més amplia que otra. En su sentido estric- to, un sistema democritico no puede negar los derechos bisicos por los, que la minoria puede convertirse en mayoria so pena de negarse a si mismo como democracia. Y en un sentido més amplio, incluso, lo que entendemos por democracia liberal no comprende slo aquellos dere- cchos politicos esenciales, sino ademés todos los derechos individuales bsicos que merecen respeto por encima de las mayorias contingentes. ‘Veimoslo por separado. Que la regla de la mayoria implica conceptualmente la nocién de minorfa significa, sencillamente, que no se puede hablar de la existencia de la mayoria si no se reconoce la existencia de la minor‘a. El propio concepto de aquella regla, segiin eso, senala un limite de validez insosta- yable, si no quicre negarse a si misma: la regla de la mayoria no puede validarse o invalidarse a si misma por razones logicas. No cabe utilizar la regla de la mayorfa pata acabar con la propia regla desde el punto de vis- 222 ALFONSO RUIZ MIGUEL ta de la légica, es decir, sin caer en contradiccién. Y ello por la misma raz6n por la que su justificacién es independiente del propio criterio de mayoria, Locke acerté al argumentar que el criterio de mayorfa, al igual que los derechos individuales que una sociedad debe respetar, debia ser acep- tado por unanimidad por los firmantes del contrato social (1991: Il, VIII, §§ 95-99). Dicho en términos actuales, las condiciones de una so- ciedad democrética organizada para la garantia de los derechos se han de suponer racionalmente accptables para todos y no sélo para la mayoria. De otro modo, el propio criterio de mayoria tendria una validez relativa, linicamente dependiente de su aceptacién de hecho por una cierta co- munidad en un determinado momento, que pucde denegarla en otro, igual que una comunidad distinta podria no considerarlo aceptable nun. «a, En realidad, sila regla de la mayoria estéjustificada —siempre dentro de los limites debidos, de los que aqui nos estamos ocupando—, lo estars con independencia de que a su vez sea aprobada 0 no por la mayoria La argumentacién anterior no esté exenta de consccuencias a propé- sito del viejo problema de si cabe restringir la libertad a los enemigos de la libertad. Siempre que en efecto se trate de defender el sistema demo- critico frente a quienes pretenden derribarlo, no parece que exista nin- ‘guna objecién de principio, més bien al contrario, a la prohibicidn y ex- clusién de acciones y partidos antidemocriticos. Cuestién diferente es que puedan existir objeciones de conveniencia, variables segiin las cir- cunstancias y relativas a la mayor fortaleza del sistema democrético para resistir frente a posiciones contrarias, a su especial generosidad y ampli- tud de criterio por el hecho de tolerarlas 0, en fin, a las mayores posibi- lidades de neutralizarlas mediante su atraccién al campo democritico. En todo caso, cuando la restriccién de la libertad no es contraproduce to inconveniente para la defensa de la libertad, los principios nada ti nen que oponer a esa defensa, Por su parte, el otto gran limite a la validez de la regla de la mayor se refiere a los derechos no politicos, eso es, a los que no tienen relacién directa con la posibilidad de que la minorfa se pueda convertir en mayo- rfa. Tales derechos pueden tener como titulares no sélo a los ciudadanos activos de la propia comunidad, sino a un circulo mucho mas amplio que abarca a no ciudadanos y a ciudadanos futuros 0 eventuales. De ellos, los derechos que protegen a las personas actuales, con indepen- dencia de que sean ciudadanos o no, incluyen libertades ¢ inmunidades, DECISION 223 desde la libertad religiosa al derecho a no ser torturado 0 a la presuncién de inocencia, pero también derechos de individuos pertenecientes-a-mi- norfas que a veces no pueden aspirar a convertirse en.mayorfa, como el derecho a usar y ser educado en la lengua materna o a mantener la cul- tura propia. En fin, sobre los derechos de personas todavia no nacidas, basta pensar en que la justicia entre generaciones no autoriza, por ejem- plo, a trasladar impunemente al futuro irreversibles perjuicios ecolé- gicos. Dentro de los anteriores derechos, un componente central de asun- tos indecidibles por la mayoria se refiere a a esfera de libertad o autono- mia en la que cada individuo debe poder decidir sin interferencia ajena. La regla de la mayoria debe maximizar la libertad individual en la esfera de las decisiones colectivas pero no en la esfera que compete sélo a la decisién de cada individuo, En teoria, deben ser colectivas aquellas deci- siones en las que, debido a la interdependencia existente entre distintos individuos, la autonomia individual sélo puede ejercerse de forma con- junta y coordinada. En tal ejercicio, sin embargo, lo usual es que haya tuna minorfa perdedora. Lo que la reserva de un ambito de decisién no controlable colectivamente pretende es que, si alguien pierde, lo haga porque ha sido su decisién y no porque ha sido minoritario en la deci- sin colectiva. Naturalmente, trazar la linea entre uno y otto tipo de de- cisiones no sélo es objeto de discusidn, sino, inevitablemente, una mate- ia que habra de ser resuelea en los hechos mediante decisiones colectivas. Pero la necesidad de la distincién misma viene reclamada por cl principio liberal de que, al lado de la libertad politica, se ha de reser- var un espacio a la libertad personal. En fin, para garantizar la mayorfa de los derechos anteriores, tal ver los consticuyentes kelsenianos siguieran el medio juridico més extendido en la prictica contemporsnea: su reconocimiento en textos constitucio- rales que o bien los declaran intangibles, o bien, més habieualmente, pprevén dos mecanismos de garancfa de la supremacia de la constitucién Ja exigencia de mayorias reforzadas, superiores a la mayorfa absoluta, para la reforma de los precepcos que establecen los derechos y demés re- alas constitucionales, y el establecimiento de un sistema de control judi- cial de constitucionalidad de las leyes. Ambos mecanismos, de los que curiosamente carece la democracia més antigua y estable hoy vigente, la briténica, vienen siendo discutidos por prescindir de hecho del criterio de la mayoria en favor de alguna minoria, como lo son sin duda los tri- 224 ALFONSO RUIZ MIGUEL bunales. Pero esa discusién versa sobre los modi versa sobre los modos de instrumentar en brictica el principio demecriioy os demas dersches Bison “ ueda negar que la justficacién dlkima de unos y otros es indepen. diente de lo que de hecho puedan decidir esta mayori rfa (Sobre todo ello, véase es 8). ms imapoc © ate mon sin que Limites de eficacia: el mandato imperativo; sistemas proporcionales y mayoritarias, y distitoselectorales Los constituyentes kelsenianos aceptarian la democracia re como nicleo de a organizaciin politica per, como ya sede eee también algin espacio a formas de parpscisn dines oe a i la iniciativa legilava Popular. La representacién politica, sin embargo, impone ciertos limites a la eficacia de la regla de le mayo absoluta, como maximizacién de la libertad politica pete aaa intermediacién de los representantes produce lo que, con un término en Principio aséptico, podriamos denominar transmutaciones en las volun. tades expresadas por los ciudadanos. Cabe distinguir entre dos formas de transmutacién, una cualitativa y otra mas bien cuant Tn cantidad lego tambien pueda afectar ala calidad), a iransmutacion cualitativa esta en los origenes mismos de la lefen- sa de la democracia representativa como una forma en ae eaaie mente diferente de la democracia directa. Se concreta en la idea de que los representantes no son meros delegados ligados por un mandato im. Perativo a la voluntad de los electores, a los que deban pedir constante~ ‘mente instrucciones y quedar sometidos a su revocacién en cualquier momento, sino agentes politicos con capacidad de reflexién y decisién propia Esa autonomia, sin embargo, no es absoluta ni indefinida, pues los representantes siguen siendo responsables ante sus electores en el momento de la siguiente convocatoria electoral, cuando en una valora- cién global rinden cuentas por su actuacién politica En los oo . prvbibiciia del mandato imperativo, formalmente vigente en muchas legislaciones democriticas, ha terminado por hacerse compatible con el Estado de poridons ent gee ee ae liscos dependen ante todo de un partido politico para su designacion y Permanencia. Es una cuestién abierta y compleja si, como propuso el ‘mismo Kelsen, una todavia mayor responsabilizacién de los partidos itativa (aunque DECISION 225 respecto de sus representantes, hasta el punto de permitir la revocacién de ést0s por aquéllos en cualquier momento, redundarfa en una mayor conexién entre representantes y representados y, sobre todo, en una me- jora de la calidad de nuestros sistemas democraticos. Sin embargo, ante cl ya considerable poder de los partidos, probablemente los constituyen- tes Kelsenianos no dejarfan de ser juiciosos si aceptaran la prohibicién del mandato imperativo y, con él, el limite de una cierta transmutacién cualitativa entre la voluntad popular y la de los representantes En lo que se refiere a las sransmutaciones euantitativas de la voluntad de los electores, cualquier mecanismo de representacién electoral las produce en mayor.o.menor medida. Esa medida depende de dos deci- sionés conjuntas que los constituyentes kelsenianos deberfan adoptar so- bre el sistema electoral, una relativa a su caricter proporcional o mayori- tario y otra relativa a la distribucién de los distritos electorales. El sistema electoral que, aunque no elimina, si minimiza lo mas posible este tipo de transmutaciones es él proporcional puro con un distrito tinico, no por casualidad el que Kelsen y otros muchos autores han con- siderado més conforme con el ideal democratico, si bien sélo vigente en Holanda. No obstante, se trata de un sistema utilizable s6lo para la elec- cién de érganos colectivos, como un parlamento, no para las elecciones presidenciales directas, que forzosamente deben seguir el sistema mayo- ignsese en la transmutacién cuantitativa de la voluntad popular que tiene lugar necesariamente en un sistema mayoritario con distrito tinico para la eleccién del presidente de la repaiblica, donde el ganador se lo leva todo y dispone de todo el poder presidencial con la sola mayoria de los votos, que puede ser una mayoria simple sila eleccién no es a va~ ras vueltas. La transmutacién es todavia mayor cuando hay diferentes distritos y su peso no es proporcional a la poblacién. Asi, en Estados Unidos, donde la eleccién presidencial se hace formalmente a través de compromisarios de cada Estado que voran en bloque al candidato mas vorado por sus ciudadanos, el peso de cada Estado no es del todo pro- porcional a la poblacién * y eso posibilita que no sea elegido presidente quien ha tenido mayor niimero de votos populates (lo que ha ocurrido «Cau Estado lige un nimero de compromisais igual los que iene en el Sena (dos por Estado) yen la Camara de Represeatances (en proporcién a la poblaci), As los Estados me ‘os poblados tienen en proporcién ds compromistios que los mis poblados, 226 ALFONSO RUIZ MIGUEL tres veces, en 1876, en 1888 y en 2000, en la primera eleccié ge W. Bush). El sistema mayoritario puede producir transmutaciones similares cuando, en vez de emplearse para elegir érganos unipersonales, como el Presidente de una republica o el rector de una universidad, donde por definicién hay un solo ganador, se utiliza en elecciones parlamencarias y, en general, de érganos pluripersonales. Si en unas elecciones parlamen, tarias entre distintos partidos se utilizara el sistema mayoritario con un Ainico distrito electoral lo que no ocurre, que sepamos, en ningtin sis- tema politico—, también habria un solo ganador, uno de los partidos, que se llevarfa todos los escafios. No est tan lejano de él, sin embargo, el vigjo sistema britinico, don- de con una divisidn del territorio en tantos distritos como diputados se clige al candidaco mas votado_en cada distrito, es decir, por mayoria simple. Como denuncié John Stuart Mill, con semejante sistema la ma- yoria parlamentaria puede cortesponder a poco més de la mitad de la Iitad de los electores (2001: cap. 7). Mas todavia, aunque extremada- mente improbable en la prictica, el sistema permite que la coincidencia de una misma mayorfa relativa en todos los distrtos lleve al parlamento sélo a diputados de un nico partido. En la historia politica briténica, donde el bipartidismo fomentado por ese sistema electoral no ha sido siempre constante ni perfecto, resulta frecuente que el partido con ma- Yoria absoluta en la Camara de los Comunes haya recibido slo una ma- yoria relativa de los votos populares. Aun con todo, tal vez los constieu- yentes Kelsenianos se precipitarian si desecharan sin més un sistema como el briténico sin tener en cuenta alguna de sus ventajas, y en espe- cial de su fomento de la competitividad y la alternancia politica, ast como de la cercanfa entre cada diputado y el electorado de su distrito, aspecto este tiltimo mucho més dificil de conseguir en los sistemas de representacién proporcional Sea como fuete, en abstracto y en principio al menos, los constituyen- tes kelsenianos, siguiendo al propio Kelsen, probablemente preferirian la organizacién electoral que mejor puede reflejar el espectro de los vor tos populares: el sistema proporcional puro en un tinico distrito electo- tal para todo el territorio, Este sistema tiende a configurar una especie de espejo de las distintas opiniones del electorado, que dari lugar o no @ mayorfas absolutas directas o mediante coaliciones en el cuerpo repre- sentativo, segiin factores variables en cada caso. in de Geor. DECISION 227, ‘Ahora bien, en concreto, y dadas las circunstancias sociales ¢ hist6ri cas, la posible tendencia a la dispersién de los votos y la consiguiente di ficultad de logear mayorfas absolutas estables, es decit, el clisico argu- mento de la gobernabilidad, podria hacer considerar a los constituyentes, kelscnianos la posibilidad de establecer correcciones a la proporcionali- dad pura, Asi ocurre de hecho en muchas constituciones, si bien a veces también sirviendo a intereses parciales de los grupos politicos y sociales dominantes. A continuacién vamos a indicar brevemente algunas formas de esas correcciones, no sin adelantar la advertencia de que varias de ellas sacrifican severamente la igualdad del voto y, por tanto, sélo podrian jus- Uificarse por razones de suficiente peso para contrapesar ese sactificio, ‘Ante todo, un limite insoslayable de cualquier sistema representativo, incluso del més puramente proporcional,es que el espejo de la tepresen- tacién no puede ser nunca perfecto, y pretender —— ayer ha el mapa de un territorio a escala real: acabaria con la propia repre- sentacign, En cuanto haya represenacion y proporcionalidad, habri rambién restos que es necesario sumar y atribuit a algunas de las candi- dacuras en detsimento de otras (en rigor, cuanto menor sea el niimero de representantes en proporcidn con el nimero de electores y de grupos en competencia, mayores sern los restos sin representaci6n, ya la inver- sa). Sin entrar en detalles técnicos, entre las formulas de reparto de res- tos mefeve una menciénr la utilizada en Espafia, ‘oes come ela D'Hondr, que, contra lo que se suele creer, por sf sola tinicamente re- Dari reas ineroduciendo un cierto sego en favor de las candidate ras mis votadas, pero sin alterar la proporcionalidad maremstica ‘Aparte del reparto de los restos, hay formas mucho més directas, efectivas y severas de corregir la propotcionalidad en perjuicio de las candidaturas menos voradas, evitando la multiplicacién de partidos pe- quefios. El més tosco y directo es establecer legalmente barreras que ex- lagen la obtencién de representantes a las candidaturas que no alcan- zan un determinado porcentaje minimo de votos, usualmente entre el 3 yeel 5 por ciento, un resto que acrece a los més vorados. ura por los dvores nartls * La rela D'Hondt divide el mero de ots de cad candidat ps soars (2st) pasting pct gn ean oc a fh ander mised noc oscar wa, ang ps Ser coctonabie de un modelo plticmenteexigente dea represctavidad proportion {Uaioe 2006, asl como Herménde, 2001). 228 ALFONSO RUIZ MIGUEL Los constituyentes kelsenianos, sin embargo, serian conscientes de que las mayores transmutaciones entre los voros populares y los votos representados en un parlamento o similar se suelen provocar mediante la divisién de los distritos electorales y el respectivo reparto de escaiios entre ellos. Y eso es lo que principalmente deberian pensar en evita Frente al modelo de proporcionalidad mas pura del reparto de escafios en un distrito nico, la forma mds burda de alterar la proporcién entre votos populares y yotos representativos es multiplicar los distritos y atri- buir ef mismo ntimero de representantes con independencia de la po- blacién. Si tanto los distritos que tienen 2 millones de habitantes como los que tienen 20.000 tienen derecho a elegir 20 diputados cada uno, el peso 0 valor del voro en los segundos sera 100 veces superior al de los primero. ‘Un modo algo mis sutil de reducir la proporcionalidad es garantizar tun niimeto minimo de representantes por distrito, que segtin el mimero de distritos, su respectiva poblacién y el total de representantes, puede corregir severamiente la proporcionalidad del sistema. Asi, en el Congre- so de los Diputados espatiol, con 350 diputados y un minimo de 2 di- putados por provincia, la proporcionalidad resulta severamente corregi- da (como se ilustra con més detalle en el capitulo 3, el voto del elector de Soria tiene un peso casi cinco veces mayor que el de Barcelona). Ello explica, por ejemplo, el fenémeno relativamente comiin de que un par- tido con menos yotos populares reciba més escafios que otro més yotado®. De nuevo, sélo un sistema proporcional con distrito tinico re- suelve este tipo de distorsiones. « Fs overdo rain cate limo de putas por provincia el etal de xaos det Congrs I gue expla po qt tnt coalisin de implosion nai coma Tages Une enn mts sp meno case Yond prt Tor mia to, no nec cl dnc de qu gane as cecions un gue bine menor vous pro misao gu lpr Sit th nad Treat en 1951 y 1974, en Sufi en 1946 lag cles fue sana, pogu ls sen 9a nc orc en toy an ea del ti con 52 por cen) nino ado al paren de Cate 999 2003, donde Canvcrgenca Unio etre aes con es vous qu are dl So sin Cay cs pimsncin pu on es pa Ud 08 5 ast_como pf ona negerdapeecionsmema/a3iade an “idem 99index.tutm). ® " “ " Sindee DECISION 229 Limites de funcionalidad: consenso general sobre la regla de la mayoria iy restricciones a la regla: democracias mayoritarias y consensuales En fin, los constituyentes kelsenianos, pensando en el mejor funciona- miento y estabilidad del sistema democritico, podrfan configurar algunas de las instituciones politicas fundamencales limitando en buena medida cl juego de la regla de la mayoria en favor de criterios més consensualis- tas. Como ya se ha insinuado antes, cuando se piensa en el ideal de la tunanimidad, la regla de la mayoria puede parecer més un instrumento funcional para el fin de resolver conflictos o deficiencias de coordinacién, que un criterio que sustantivamente garantice la méxima libertad. Si el ideal es que las decisiones politicas sean aceptadas por el mayor ntimero posible de afectados, la regla de mayorfa puede apatecer como un mal ‘menor frente a la imposicién dictatorial de alguna minoria, pero no como el bien méximo posible. ‘Antes se vio que, por razones légicas, la regla de la mayorfa tiene como limite de validez el no poder ser justificada mediante la propia regla. Pero es también un lugar comtin que, ahora por razones empiri- cas 0 de hecho, la regla de la mayoria democritica debe ser aceptada por un ntimero mucho més amplio que la mera mayorla del cuerpo so- cial para que la democracia y sus reglas puedan funcionat y mantenerse de forma estable. $i esto es asi, Ia regla tiene como limite funcional el no poder sustentarse socialmente en una simple mayoria, sino en un ‘muy amplio consenso, més cercano ala unanimidad que a la mera ma- yoria ‘A su ver, ese alto consenso parece exigir un alto grado de tolerancia colectiva hacia ciertas divisiones sociales que la regla de la mayorfa hace visibles y expresas ¢ incluso puede acentuar. Entte as divisiones esencia- les para la democracia la mas Hamativa es la divisién entre izquierda y derecha, una divisién que, aunque seguramente inevitable como tal des- de un punto de vista hist6rico y social, los sistemas no democraticos in- tentan ocultar y suprimir. En las democracias es la visibilidad y legalidad de la competencia entre partidarios de distintas ideologfas lo que facilica la alternancia en el gobierno, la critica y la renovacién de los gobernan- tes ¢, idealmence, la mejora del sistema. De abi Ia necesidad de los par- tidos politicos como instrumentos de agregacién y ordenacién de tales procesos. Con todo, como la historia muestra —recuérdese nuestra Se- gunda Repiiblica—, el enconamiento de la divisién entre izquierda y 230 ALFONSO RUIZ MIGUEL, derecha, con el usual tensamiento del espectro politico por parte de los extremos, puede afectar a los consensos fundamentales y a la legitima- cién y durabilidad de la democracia De modo similar, tampoco parece fécil mantener una democracia si ciertas divisiones sociales exeremas 0 intensas, como pueden serlo las re- ligiosas, las raciales y étnicas, las nacionalistas o las de casta y clase, se exacerban en la lucha politica, incluso mediante el uso de la regla de la ‘mayoria. Orro Ifmite funcional de esa regla es que puede resulear con- traproducente ante tales divisiones bien porque la mayoria dominante imponga restricciones permanentes en los derechos de la minora 0 mi- norfas, bien porque mayorfa y minoria se encuentren tan igualadas que, lejos de atenuar las tensiones sociales, su antagonismo socave los con- sensos bisicos. Es verdad que la democracia y la regla de mayorfa pueden ser no sélo compatibles sino una buena solucién para las divisiones sociales, al me- ros cuando éstas no resultan recalcitrantes. ¥ tal suele ser el caso cuando se dan dos condiciones: que las diferentes divisiones estén socialmente dispersas en lugar de acumularse en los mismos grupos y que la divisi6n inquierda/derecha, representada por grandes partidos, resulte transversal a aquellas divisiones. Sin embargo, incluso ante ciertas divisiones sociales pertinaces, parece que la democracia puede salvarse y mantenerse con tal de limitar drésti- camente el uso de la regla de mayoria. Tal es la tesis fundamental del cientifico de la politica Arend Lijphart, cuyos principales y més conoci- dos estudios giran precisamente en torno a la distincién entre dos mo- delos de democracias: el mayoritario y el wconsensuals. Es aqui donde se necesitarfa la decisién crucial de nuestros constituyentes kelsenianos, que seguramente tendrfan presente la defensa que Kelsen hizo del parla- ‘mento como instrumento de una forma de democracia dialogante, tran- saccional ¢ integradora, que en la préctica deberia basarse menos en la mayoria que en el consenso. Los modelos de Lijphart de democracia mayoritaria y consensual se distinguen en diez aspectos de su practica institucional, cinco en rel cin con la organizacidn institucional del gobierno, el parlamento y los partidos y cinco con la organizacién territorial del Estado, segin el si- guiente cuadro (Lijphart, 2000: 15): DECISION 231 ‘Madele mayorsario ‘Modelo comersual Dimeniin gobierno partes Gobiernos de un solo partido Gobiernos de coaliciones amplas Dominio jecutvo sobre leilativo Equi enee ejcutivo y legiatvo Biparidismo Mulkipartiismo -Representacin mayoria Representacén proporcional Sie de grapos de interés plualias en | Siremas coordinadosy scomporatitan ‘ompetenca entre Aisigidos al compromisoy la conceracién Dimenin iderab-unitaria. Gobierno unitary centaizd| Gobierno federal y descentralizado Legislative unicameral Legiltivo de dos eimaras com similar fuerza polices ‘Constiuciin flexible oteformable por ‘Connitucin eligi o eformable por rmayortas ordinaras rmayoris reforzads CContsol de consttacionaldad de las eyes | Contel por el Tabunal Supremo oe por el propio parlamenco “Tabunal Consticucional ssbierno Banco central independiente Mientras el ejemplo clisico y duradero de democracia mayoricaria es Ja bricinica, Lijphare ejemplifica la democracia consensual en Belgica y Suiza, Al tratarse de modelos con” mumerosas caracteristicas, varias de éllas graduables entre si, es normal que muchos paises democriticos, y entre ellos Espaiia, se hallen en distintos puntos intermedios entre uno y otro modelo, contando con elementos de ambos. Lo importante, en todo caso, es poner de relieve eémo estos limites funcionales al uso de la regla de mayoria —muchos de ellos debidos a disefios institucionales deliberados— pueden ser titles para resolver riesgos de divisién social y para dar estabilidad a un sistema democritico * Estoy especialmente en deuda con Jorge Urdinez por su minucosaIecura de una vein nie cial de et texto, que me ha permiida coreg vais eres cimprecsiones. Recomiendo vva- mente a leceura dems dos exeeentessertos en materia lecoral itados en la ibliogafa inal 232 ALFONSO RUIZ MIGUEL Referencias bibliogréficas Aawow, Kenneth J. (1974); Bec soil y valores individuale, Madd, Instiuto de Estudios Fiscals Bonio, Norberto (2003): Teoria general del plies, Madcid, Trota COLOMER, Josep M. (2004): Céme sotames. Las stemaseletraes del mundo: pac do, proentey future. 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