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Infierno de pasiones

Caroline Mortimer

Infierno de Pasiones (1990)


Título Original: Tangled Hearts (1987)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Julia 368
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Garreth Kingham y Sarah Harvey

Argumento:
Sarah era sólo una niña cuando su hermana Amanda regresó de
Hollywood, casada con Garret Kingham y esperando un hijo. Ya era una
adolescente cuando, después de abandonar a su esposo, Amanda murió en
un accidente y Garret se llevó a su hijo, Jason, a Estados Unidos.
Pero el tiempo no podría borrar el odio de Sarah hacía aquel hombre que tan
infelices los había hecho a ella y a su padre.
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Capítulo 1
—¿Usted es mi madre?
Sarah apartó la mirada de la marina que estaba pintando, y no emitió la suave
negativa mientras estudiaba al pálido joven parado junto a ella. Parecía tener quince
o dieciséis años, vestía desgastados vaqueros y una ceñida camiseta, así como una
chaqueta de mezclilla que le colgaba de un hombro, sostenida por un dedo. El
abundante cabello rubio le llegaba casi a los hombros, manchado por destellos
blancos donde el sol lo había quemado. Y sus ojos eran verdes, tenía los ojos verdes;
los ojos de Garrett Kingham.
La última vez que vio a Jason, porque estaba segura de que era él, el chico tenía
cinco años, era un pequeño de atormentada mirada verde, muy perturbado por los
desacuerdos entre sus padres. Se había convertido en un joven guapo, todavía muy
delgado, pero quien sin duda comenzaría a desarrollar poderosos músculos en su
esbelto y alto cuerpo, igual que su padre.
Garrett Kingham; todavía podía recordar su expresión la última vez que lo
vio… el disgusto dibujado en su cara mientras ella corría para golpearle con fuerza el
pecho, desesperada por su decisión de llevarse a Jason.
Y ahora Jason había regresado. ¡Casi no podía creerlo!
—Lo siento —el joven sonrió avergonzado y de pronto pareció un chiquillo—.
Usted no puede ser mi madre, porque ella murió y usted es demasiado joven para
serlo. Yo… Fue sólo que se parece mucho a ella —añadió con timidez.
—Jason…
—¡Sabe mi nombre! —entrecerró los ojos, suspicaz—. ¿Quién es usted?
Sarah soltó el pincel y tomó un trapo manchado, para limpiarse la pintura de
las manos.
—¿A quién has venido a ver? —preguntó con gentileza.
—A mi abuelo y… usted debe ser mi tía Sarah —dedujo con cierto alivio—.
Durante un momento me pareció que veía un fantasma.
Amanda era un fantasma de diez años, porque hacía todo ese tiempo que su
hermana había muerto. De hecho, el parecido entre ella y Amanda era sólo
superficial; las dos tenían el pelo negro y abundante, profundos ojos azules y esbeltos
cuerpos, pero sus rasgos eran poco parecidos. Sin embargo, Jason sólo tenía cinco
años cuando su madre murió, y era posible que la semejanza entre las hermanas
fuese en ese momento más notable que antes.
Dedicó una deslumbrante sonrisa a su sobrino, y se levantó.
—Sí, soy tu tía Sarah —confirmó—. ¿Ya fuiste a la casa? Tu abuelo se pondrá
muy contento de verte.
Jason meneó la cabeza y pareció un poco nervioso.

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—No hay nadie allí.


—Antes dijo algo sobre dar un paseo hasta el poblado para comprar —contestó
con serenidad—. ¿Por qué no nos avisaste que vendrías? ¿Tu padre sabe que estás
aquí? —añadió con tensión; Garrett Kingham jamás estuvo en buenos términos con
la familia de su esposa, y ella no tenía motivos para sospechar que su actitud hubiese
cambiado con el transcurrir de los años.
Jason no respondió, se metió las manos en los bolsillos traseros de los
pantalones y se volvió a mirar hacia el mar.
—¿Es posible usar un deslizador aquí? —preguntó ceñudo, mientras estudiaba
el suave movimiento de las olas.
—No —Sarah rió—. Aunque es posible usar un deslizador con vela.
El asintió y se volvió a mirarla.
—¿Siempre hay tanto viento en este lugar? —preguntó con ironía.
—La costa este de Inglaterra es famosa por eso —reconoció ella, con una
mueca—. Jason…
—¿Crees que ya haya regresado mi abuelo? —la tuteó—. Me gustaría mucho
verlo.
—Él también querrá verte —de prisa, reunió sus cosas—. Pero tienes que
decirme si tu padre sabe que estás aquí o no —insistió.
Una expresión de rebeldía cruzó por sus rasgos.
—Tengo dieciséis años…
—Los cumplirás en un mes —le recordó ella con ternura, con el profundo temor
de que Garrett Kingham no supiese donde estaba su hijo. Y por lo que recordaba de
él, no tomaría con calma la noticia de que Jason estaba allí.
—Tengo suficiente edad para tomar mis propias decisiones —insistió Jason con
testarudez.
Para Sarah sería muy interesante saber qué decisión lo llevó hasta allí, pero no
le pareció oportuno preguntarlo, en ese momento, pues la actitud de su sobrino era
muy defensiva.
El impulso inicial de Sarah fue de abrazarlo, pero él se encontraba en una edad
en la que cualquier muestra de afecto le resultaría embarazosa. Y por eso continuó
actuando con clama, como si fuese algo muy natural que el sobrino que no había
visto en muchos años hubiese llegado de pronto.
—¿Podrías llevarme esto? —indicó el lienzo—. Con cuidado —advirtió—, la
pintura todavía está fresca.
—Caramba, es muy bonito —comentó Jason con admiración—. ¿Eres artista?
—No —negó mientras se ponía el banco plegadizo y el caballete bajo el brazo, y
sonrió con agradecimiento a Jason cuando él se inclinó para tomar la caja de

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pinturas—. Soy maestra de pintura durante la época de clases, y esto lo hago en las
vacaciones y días de descanso.
—No pareces maestra —comentó Jason, ceñudo.
Sarah estaba acostumbrada a recibir esa clase de comentarios de los chicos de la
edad de Jason; las maestras representaban una autoridad que comenzaban a resentir.
—¿Acaso los profesores no usan vaqueros y camisetas en los Estados Unidos?
—bromeó.
—No en clase, claro —contestó irónico.
—Yo tampoco lo haría —aseguró sonriente, mientras los dos cruzaban la playa
hacia la casita que miraba el mar. Era más bien pequeña, con tres minúsculas
habitaciones, un baño, la salita y la cocina. Sabía que Jason y su padre vivían en una
casa en Malibú, porque, con gran emoción, leyó la deslumbrante descripción de su
hermana cuando se mudó allí con Garrett Kingham, hacía más de dieciséis años, y la
impresión que dejó fue de un lugar hermoso, un sitio encantado para una chiquilla
de diez años como ella. Estaba segura de que la casita resultaría diminuta para Jason,
en comparación; Amanda siempre se mostró horrorizada por el tamaño de su
vivienda en las ocasiones en que fue a visitarlos después de su matrimonio. Sin
embargo, la casita fue el hogar de Sarah desde que nació, y ella adoraba ese sitio.
—No es sólo por tu atuendo —dijo Jason, ceñudo—. No pareces lo bastante
mayor para ser maestra.
Ella lo miro con provocación.
—¡Jamás me han confundido con uno de mis alumnos! —abrió la puerta de la
casa y amontonó todo su equipo en una pequeña habitación que daba al pasillo del
recibidor—. ¿Ya comiste, o quieres que te prepare algo? —miró expectante a su
sobrino.
—Ya comí —contestó con brevedad y echó un vistazo a la casa—. Gracias —
añadió con cierta timidez, mientras Sarah no apartaba la vista de él—. Quizá sí eres
maestra, después de todo —murmuró con ironía.
—Tal vez —accedió ella con los ojos azules relucientes—. ¿Qué me dices de una
bebida?
—¿Hay refrescos?
—Si eso es lo que quieres… —lo precedió a la cocina, situada en un costado de
la casa; la pared exterior de esa habitación estaba dominada por una enorme ventana
que permitía admirar la playa y el mar—. Siéntate —indicó uno de los altos bancos
que estaban colocados bajo el mostrador que servía de mesa, frente a la ventana—.
¿Fue un viaje muy largo? —preguntó con fingida indiferencia, mientras abría la
puerta del refrigerador.
Él sonrió y de pronto su aspecto fue juvenil, no como el del hombre ceñudo que
la saludó por primera vez.
—Eres insistente, ¿verdad? —tomó la lata del refresco que ella le ofrecía y
bebió, sediento.

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—Y tú eres muy esquivo —Sarah arrugó la frente.


—¿Crees que mi abuelo tardará mucho en regresar? —preguntó con curiosidad.
Si él hubiese sido uno de sus alumnos evitando de esa manera alguna pregunta,
ella habría sabido cómo controlar la situación; pero él era su sobrino, no lo había
visto en diez años, y estaba tan contenta de tenerlo allí que no quería provocarlo a
marcharse con un intenso interrogatorio. Sin duda él contaría su situación cuando
quisiera, después de algún tiempo. Pero de algo estaba segura: su padre ignoraba en
dónde estaba, y como conocía bien a Garrett Kingham, sabía que él estaría furioso
cuando se enterara de que Jason fue a visitarlos.
—Estoy segura de que llegará en cualquier momento —contestó, sorprendida al
ver que su padre todavía no regresaba—. Veamos… —se interrumpió cuando la
puerta del frente de la casa se cerró de golpe—. Ese debe ser él —sonrió de manera
encantadora a Jason, cuando el chico se puso nervioso.
—Creí que todavía estarías en la playa, Sarah —saludó su padre, sonriente. Era
pequeño, como ella, su cabello negro estaba manchado con algunos mechones
blancos, y sus ojos azules eran cálidos y brillantes—. Fui a reunirme contigo cuando
regresé de… —se interrumpió al llegar al umbral de la cocina y encontrar que no
estaba sola; sus ojos se agrandaron con emoción al ver a su visitante—. ¿Jason? —
murmuró conmovido e incrédulo.
Jason se levantó despacio cuando entró el abuelo, y se limpió las manos en el
pantalón, nervioso.
—Abuelo —asintió con rigidez y tragó. Sarah sintió que un nudo de emoción le
cerraba la garganta al ver la manera como el rostro de su padre se iluminó al
contemplar a su único nieto. Él hablaba mucho del chico, debido a que tenía más
tiempo para sentarse a meditar, desde su retiro hacía un año, y Sarah sabía cuánto
había extrañado a su nieto, cuánto deseó hacer con él todas las cosas que hacía un
abuelo. Si ella hubiese tenido hijos, tal vez la pérdida de Jason no habría sido tan
dolorosa… No, no debía pensar en lo que no fue, como su padre; debía disfrutar el
hecho de que Jason estaba con ellos en ese momento.
—¿Acaso los abuelos nunca reciben un abrazo en los Estados Unidos? —
bromeó alegre con Jason, quien aguardaba, expectante.
El chico se acercó con cierta incomodidad al abuelo, quedó envuelto entre sus
brazos, encorvado sobre la menuda figura del viejo, pues era más alto que él, aún a
los quince años. Un día sería tan alto como su padre… El placer de Sarah se disipó un
poco cuando comprendió que tendría que hablar con Garrett Kingham para avisarle
de que su hijo estaba allí. Y cuando hiciera eso, él vendría de inmediato para
llevárselo otra vez.
—… y por eso pensé que habías cambiado de opinión —escuchó que decía su
padre, emocionado.
Sarah los miró con recelo.
—¿Cambiar de opinión con respecto a qué? —demandó.

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—Pues… ¿Qué tal si preparas un poco de té, Sarah, cariño? —repuso su padre,
evasivo.
—¡Papá! —lo miró con severidad, segura de que los dos hablaban de algo que
ella desconocía.
—No discutamos frente a Jason, después de que ha venido a vernos por
primera vez en muchos años…
—Papá, eres…
—Se trata de esto, tía Sarah —interrumpió Jason con una seriedad que resultaba
extraña en un chico de su edad—. Llamé por teléfono al abuelo ayer, y le pregunté sí
podía venir a visitarlos.
Ahora que Sarah lo pensaba mejor, recordó que notó una extraña excitación en
su padre desde que regresó de hacer las compras la tarde anterior, pero entonces
imaginó que eso se debía a que la señora Potter, quien vivía en el poblado, fue a
pasar unas horas con él. Su padre y Glynis Potter se habían visto con mucha
frecuencia en los últimos meses, y debido a que su padre se sentía avergonzado de
tener una "novia" a su edad, ella jamás mencionó que estaba enterada de su relación
con la mujer mayor. En ese momento comprendió que su padre le ocultaba algo
mucho más serio que su amistad con la señora Potter.
—¿Por qué no me lo dijiste? —suspiró, decepcionada.
—Vamos, no te alteres, Sarah —la tranquilizó—. No podía estar seguro de que
Jason de veras vendría y… no quería desilusionarte si no se presentaba después de
todo.
La expresión de la joven se suavizó al adivinar que él habría sufrido la mayor
decepción si Jason no se hubiese presentado después de tantos preparativos. Podía
verlo en su mirada al contemplar a su nieto, supo que él no pudo decirle que Jason
tal vez los visitaría, porque hasta que lo vio sentado en la cocina, todo eso le pareció
un sueño.
—Muy bien, conspiradores —bromeó—. ¿Cuál fue el plan?
—¿Lo ves? —su padre sonrió a Jason—. Te dije que sabría perder.
Sarah no estaba muy complacida, pues sabía que Garrett Kingham se pondría
furioso cuando descubriese que ellos sabían desde el día anterior que Jason los
visitaría y que no quisieron informarle de eso. Oh, ella no estuvo enterada, por
supuesto, pero adivinaba que Garrett Kingham jamás aceptaría esa disculpa.
—Iré a preparar el té —ofreció su padre con una sonrisa, pasado ya el momento
de peligro—. Ustedes vayan a sentarse en la sala.
La salita también servía de estudio, pues allí su padre diseñaba y construía
modelos a escala de viejos barcos de vela, también era el cuarto de costura de Sarah
y, a veces, su estudio de pintura. De cualquier manera, la habitación estaba muy
limpia y era bastante cómoda, y Sarah sólo tuvo que quitar unos libros de las sillas
para que todos pudieran sentarse. Jason parecía más relajado.
—Es justo como imaginé que sería —sonrió.

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¿Acaso Garrett Kingham alguna vez tuvo la expresión juvenil que su hijo
ostentaba en ese momento? Sarah lo dudaba. El hijo menor del senador Kingham…
el hijo mayor, Jonathan, siguió su carrera y también había sido nombrado senador
hacía poco tiempo… Garrett Kingham nació con todas las ventajas a su disposición,
asistió a las mejores escuelas y luego a la mundialmente famosa universidad de
Harvard, antes de decidirse a iniciar su carrera como director de películas. Tuvo que
luchar contra la oposición de su familia, los prejuicios de sus colegas contra él, y al
fin se convirtió en uno de los directores más severos y exitosos que vivía en
Hollywood. ¡Y no había conseguido todo eso siendo agradable o mostrándose
infantil!
Garrett Kingham tenía veintitrés años cuando Amanda lo llevó a casa como su
marido, pero Sarah, de diez años, lo veía como un viejo que casi había escalado hasta
la cima del éxito, y la dureza de sus ojos hacía que todos supieran que él tenía toda la
intención de llegar a la cumbre más alta, sin importar quién se interpusiera en su
camino. Su matrimonio con Amanda fue una de las cosas que él hizo como quería.
Su hermana, contra los deseos de sus padres, se marchó a Hollywood cuando
tenía dieciocho años para encontrar "el éxito y la felicidad". Seis meses después
regresó a casa como la flamante esposa de Garrett Kingham, ¡y embarazada!
Sarah observó los grandes esfuerzos de sus padres para aceptar en la familia a
ese joven mundano y cínico, y Amanda parecía bastante feliz con su situación: sin
embargo, Sarah no pudo ocultar el hecho de que no le agradaba su cuñado, en
absoluto. Él parecía mirarlos con intolerable arrogancia, incluso insistió en que él y
Amanda se hospedaran en un hotel de la localidad cuando había una habitación
extra para ellos en la casa, el cuarto que siempre perteneció a Amanda. Pero Garrett
no se mostró preocupado por el rechazo de su cuñada de diez años; incluso la ignoró
todo lo posible.
No, aunque Garrett era sólo ocho años mayor que Jason en ese momento,
cuando lo vio por primera vez, Sarah se dio cuenta de que jamás fue jovial… ¡tal vez
ni siquiera tuvo adolescencia!
—Hemos pensado mucho en ti durante todos estos años —confesó a Jason,
ronca.
—Jamás olvidaron mi cumpleaños —reconoció él, seco—. O la Navidad.
Aunque Garrett Kingham nunca estimuló su interés en Jason después de que se
lo llevó, ellos no pensaron que fuera posible que objetara a los pequeños regalos que
enviaban al chico en su cumpleaños y en Navidad. Los regalos nunca fueron
devueltos, y varias semanas después recibían, siempre, una carta de agradecimiento
de Jason. Ese fue el único contacto que hubo entre ellos durante diez años.
—Listo —anunció el abuelo, apareciendo con una bandeja y el té—. Te traje otro
refresco, Jason —informó y se sentó para estudiar con cariño a su nieto, mientras
Sarah servía el té—. Siempre dije que te parecerías a tu padre —comentó con pesar—.
Aún de muy pequeño no tuviste el colorido de los Harvey.
La expresión de Jason de pronto se tornó reservada, como si esperase alguna
crítica.

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—Considero que es mejor que haya heredado la estatura de Garrett —intervino


Sarah, ansiosa de asegurar a Jason que su padre no pretendió hacer ese comentario—
. ¡Los Harvey no podemos enorgullecemos de nuestro tamaño! —se burló de la
estatura pequeña de su padre, aliviada al ver que Jason se relajaba un poco—. No me
han dicho qué planes trazaron los dos para este día —cambió el tema.
Jason encogió los hombros.
—Papá está en Inglaterra, filmando una película, y creí que sería buena idea
venir a visitarlos.
¡Garrett Kingham estaba en Inglaterra! Sarah cerró los puños al oír esa
información. Hacía diez años aún era una niña, sin embargo, atacó a Garrett
Kingham como una loca; no lo había visto de nuevo desde ese horrible día. Y no
quería verlo otra vez, aunque sin duda la presencia de Jason haría que eso fuese
inevitable.
—¿Te trajo con él para pasar las vacaciones? —preguntó muy interesada.
—Lo hizo porque fue necesario —corrigió Jason, seco—. Por desgracia para él,
no pudo dejarme con tío Jonathan y tía Shelley, como siempre lo hace, porque ellos
estaban de viaje.
Había mucha amargura en las palabras, y Sarah se preguntó con cuánta
frecuencia dejaba a Jason a cargo de sus tíos. Al parecer, lo hacía en numerosas
ocasiones.
Hacía diez años, Garrett manifestó con mucha claridad que rechazaría cualquier
intento de ellos para ver a Jason, y por el bien del chico, debido a que no
consideraron justo poner un peso tan grande sobre los hombros del niño, respetaron
la decisión del padre, a pesar de lo dolorosa que resultaba para ellos. Pero Jason ya
tenía la edad suficiente para tomar decisiones propias sobre lo relacionado con su
abuelo y su tía. Sarah se alegraba de ello, aunque sabía que Garrett no estaría muy
complacido.
—Estoy segura de que no pretendía deshacerse de ti, Jason —le reprochó con
suavidad—. Después de todo, tiene que trabajar; y no dudo de que tus tíos sean muy
amables.
—No son desagradables, pero papá no tiene que trabajar; cuenta con suficiente
dinero para no hacerlo.
—¿No crees que a los treinta y nueve años es demasiado joven para retirarse?
—bromeó.
La ira brilló en los ojos verdes, y comprendió que Jason jamás esperó que ella
fuese a defender a su padre. Sin embargo, Sarah no tomaba bando, sólo trataba de
demostrar a Jason que había dos caras en la misma moneda.
En silencio se dijo que era una circunstancia magnífica que Garrett hubiese
viajado con su hijo en esa ocasión, y no sólo porque les daba la oportunidad de ver a
Jason, sino porque ella tenía la impresión de que padre e hijo pasaban muy poco
tiempo juntos, aún cuando Garrett se encontraba en casa.

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—Él…
—Lamento no haber llegado a tiempo para recibirte a la llegada del autobús,
Jason —interrumpió su abuelo con una mirada de advertencia para Sarah—. Casi
siempre llega con retraso, y pensé que tenía suficiente tiempo para encontrarte en el
pueblo. ¡Hoy tenía que llegar a tiempo, increíble!
Así que por eso su padre decidió ir al poblado, a mediados de la semana, para
comprar tabaco; casi siempre lo hacía los sábados.
—Debo suponer que no se encontraron —comentó divertida.
—Así es —su padre hizo una mueca—. Cuando llegué al pueblo, el autobús ya
se había marchado, y la señora Hall, en la tienda, no supo si un chico se había apeado
o no. Creí que tal vez Jason había cambiado de parecer y decidió no venir a
visitarnos.
Una vez más a Sarah se le cerró la garganta, por la emoción, ante la mirada que
su padre dirigió al chico. Su padre siempre fue un hombre cariñoso, siempre tuvo
tiempo para demostrar su afecto a Amanda y a Sarah, y parecía ansioso de tener
media docena de nietos a quienes malcriar. Pero Amanda sólo concibió a Jason, y
ella… ¡sus alumnos eran sus hijos!
—Pedí indicaciones en la estación de gasolina —explicó Jason—. Me dijeron
que llegaría más pronto a la casa si seguía la curva de la costa, así que vine por la
playa.
—Es el camino más corto —accedió su abuelo—, pero toda esa arena hace que
me duelan las piernas.
—No le prestes atención, Jason —se burló Sarah—. No ha dejado de decir que
es un anciano desde hace veinte años.
—Y ella jamás me ha hecho caso —su padre hizo una mueca de indignación—.
Créeme, después de vivir tantos años en una casa llena de mujeres, es agradable
contar con la presencia de otro hombre durante una temporada.
Los ojos de Sarah se agrandaron al mirarlos.
—¿Jason quiere quedarse con nosotros? —un día de visita era una cosa, pero no
creía que Garrett permitiese algo más.
—Si no te opones —contestó el chico a la defensiva.
—Claro que no; sólo…
—La habitación vacía siempre está preparada para cualquier invitado —
aseguró su abuelo con alegría—. ¿Trajiste algo de ropa contigo?
Jason asintió y continuó estudiando a Sarah con temor.
—Dejé mi mochila afuera —contestó con voz baja.
Ella no quería ser la aguafiestas, pero…
—¿Tu padre sabe que estás aquí? —preguntó con firmeza y esperó una
respuesta.

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Jason se ruborizó.
—Fue a Escocia durante un par de días, con el dueño del estudio. Yo estaba
harto de estar encerrado en el cuarto del hotel, así que llamé al abuelo.
—Pero, de cualquier manera…
—Jason, ¿por qué no vas a buscar tus cosas y las llevas arriba? —sugirió su
abuelo—. Es el cuarto que está a la derecha, al final de la escalera.
Jason parecía dispuesto a discutir, pero asintió con renuencia; salió de la casa
con los labios apretados.
—Sé que estás enfadada, Sarah —la tranquilizó su padre antes de que ella
hablara—, pero cuando me llamó ayer, lo noté alterado. ¿Qué podía hacer, sino
invitarlo a venir?
—Sabes que no me importa que esté aquí —lo amonestó—. Estoy tan contenta
de verlo como tú. Sólo opino que debiste actuar con un poco de sensatez y…
—¿Cómo podía hablar con Garrett, cuando él ni siquiera está en el hotel? —
razonó.
—Pudiste dejarle un mensaje —señaló, seca.
—De acuerdo —aceptó su padre con irritación—. Reconozco que estaba tan
emocionado con la idea de ver a Jason de nuevo, que actué con cierto egoísmo. Pero
ahora no es demasiado tarde para dejarle a Garrett un mensaje en el hotel. Jason dijo
que no regresará en dos días. No vi por qué el chico debía aburrirse esperándolo en
ese hotel, cuando podía estar con nosotros —añadió persuasivo.
Su padre era peor que Jason y, a pesar de sus sesenta y seis años, actuaba como
un adolescente, emocionado por la idea de tener a Jason a su lado, aunque fuese sólo
durante unos cuantos días.
Sarah dudaba de que alguno de los dos la escuchara si señalaba que tal vez para
evitar que el chico permaneciera encerrado y aburrido en un hotel, Garrett
consideraba mejor enviarlo a casa de sus tíos en ocasiones como esa. Aunque
tampoco aceptaba que Garrett tuviese la razón; ¡ni loca aceptaría que ese hombre
tenía razón en todo! Pero era el padre de Jason, y se mostraría muy preocupado por
él cuando se enterase de su desaparición.
Se levantó cuando Jason entró en la salita, mirándolos a los dos con recelo.
—No te preocupes, Jason —lo tranquilizó Sarah—. Hemos decidido que lo
único que hay que hacer es dejar un mensaje en el hotel, para que tu padre sepa
donde estás.
No hizo comentario alguno cuando él balbuceó el nombre de uno de los más
elegantes hoteles de Londres; era imposible que Garrett Kingham, el famoso director
de películas, hijo y hermano de senadores en Washington, se hospedase en un sitio
más modesto.

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Tan pronto como se comunicó con el hotel y pidió que tomaran un mensaje
para el señor Kingham, escuchó un extraño chasquido en la línea y luego oyó un
timbre, antes de que alguien levantase el receptor.
—Hola, yo…
—¿Quién es? —demandó una voz grave con un claro acento norteamericano.
Pero no era la voz de Garret, gracias a Dios.
—Quería dejar un mensaje para el señor Kingham —dijo con nerviosismo, muy
desconcertada, pues esperó hablar con la recepcionista—. Pero parece que hubo
alguna confusión, porque la operadora…
—¿Cuál es el mensaje? —preguntó la voz, y Sarah de inmediato se imaginó a un
gigante de dos metros, lleno de músculos… pero sin la inteligencia que caracterizaba
a los seres humanos.
—Si me dejara hablar, se lo diría —replicó con severidad—. ¿Podría decirle al
señor Kingham que llamó Sarah y que?…
—¿Sarah, qué?
Esa conversación no se desarrollaba con toda la facilidad que imaginó, y se
alegraba de encontrarse en el recibidor, donde nadie vería su vergüenza. ¡El hombre
que había contestado su llamada era tan delicado como un elefante! Aunque tal vez
tenía razón; era posible que Garrett Kingham conociera a cientos de mujeres
llamadas Sarah… y a todas de manera muy íntima.
—Sarah… —vaciló; si decía que era Sarah Croft, Garrett no la reconocería;
dudaba de que él se hubiese tomado la molestia de enterarse de que su ex cuñada
estuvo casada y se divorció desde la última vez que se vieron—. Sarah Harvey —
decidió por fin—. ¿Podría decirle que Jason está con nosotros y que?…
—¿Usted tiene al chico? —la voz grave se tornó vibrante de pronto, lo que
causo que Sarah se preguntara si no había subestimado su inteligencia, sólo porque
le desagradaba el tono de su voz.
De inmediato se puso a la defensiva.
—Su nombre es Jason. Y sí, está con nosotros. Yo quería…
—¿Qué quiere? —demandó el hombre.
Sarah perdió la calma.
—Si me dejara terminar de hablar en vez de…
—Creo que debo advertirle que no son muy listos, que el viejo del chico está
muy, muy enojado…
—No más que yo, se lo aseguro —replicó, cortante—. Ahora, por favor, dígale
al señor Kingham que Jason está con nosotros, y que si lo quiere, tendrá que venir a
buscarlo —colgó el auricular de golpe y miró el teléfono con rabia, como si el aparato
la hubiese ofendido. Temblaba porque estaba furiosa; jamás la habían tratado con esa
descortesía.

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Jason se volvió a mirarla, interrogante, cuando regresó a la salita, con


controlada violencia, aún furiosa.
—¿Qué sucedió? —preguntó al fin, tenso.
Los ojos azules lanzaron chispas al volverse a mirarlo.
—Acabo de hablar con el hombre más grosero…
—¿Papá? —pareció ansioso—. Pero se supone que no ha regresado…
—No era tu padre —replicó—. De lo contrario, habría sabido cómo ponerlo en
su lugar. Ese hombre parecía un boxeador de peso completo y un luchador, todo en
un mismo cuerpo…
—Dennis —contestó Jason.
—¿Dennis? —repitió incrédula y trató de encajar al hombre de su mente en ese
nombre… sin conseguirlo. "Asesino" habría sido más apropiado. Pero alguna vez
debió ser un nene. ¿Cómo era posible que su madre supiera entonces que se
convertiría en un gorila?
—¿Qué te dijo?—Jason entrecerró los ojos, interrogante.
Sarah deseaba relatar la charla palabra por palabra, cuando recordó que Dennis
había mencionado que Garrett estaba furioso por la desaparición de Jason. No tenía
idea de cuándo iría Garrett a buscar a su hijo, y no había razón para que Jason viviera
en un estado de constante angustia hasta que su padre llegara.
—Es sólo que no me gustó su actitud —contestó esquiva—. Pero dijo que
informaría a tu padre que estás con nosotros.
Jason frunció el ceño.
—¿No dijo nada más?
Sarah sonrió con dificultad.
—Temo que no le di oportunidad; colgué sin esperar respuesta.
—¡Apuesto a que Dennis disfrutó mucho de eso! —comentó irónico el
muchacho.
—La verdad es que me importa… muy poco lo que le guste a Dennis —contestó
seca—. Ahora, ¿qué les parece si me ayudan a preparar la comida, y luego nos
sentamos a charlar?
Se divirtieron mucho en la diminuta cocina, donde tropezaban entre sí sin cesar.
Jason, al principio, no sabía qué hacer, lo que hizo que Sarah recordase que tal
vez él no tenía que hacer esas cosas en casa, que Garrett Kingham tal vez tenía una
legión de sirvientes. Jason disfrutó de lo que hacía con más intensidad debido a eso.
Fue una comida agradable, su padre se encontraba a gusto con el nieto, y
juntos, siempre con disimulo lograron obtener más información de Jason acerca de la
vida que llevaba con su padre. Jason no hablaba como un chico que sufría, pero su
visita a la casita ese día sugería que faltaba algo en su existencia. Sarah sólo pudo

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rezar para que Garrett Kingham se diera cuenta del motivo de su presencia allí, antes
de ventilar su "rabia" en cualquiera.
Si Jason encontró que la casa era incómoda y muy pequeña después de la lujosa
habitación que tenía y las comodidades a que estaba acostumbrado, no lo dijo, y
cuando Sarah fue a verlo en su cuarto, por la noche, lo encontró dormido. Su padre
se marchó a su habitación a la misma hora en que Jason decidió retirarse, y Sarah
dedujo que lo hizo porque no quería escuchar otro sermón sobre su actitud
irresponsable en lo tocante a Jason. El chico actuó de manera impulsiva, pero su
padre debió comprender que antes debía consultar la opinión de Garrett, y él lo
sabía; Sarah consideró que le había dicho lo suficiente sobre el tema para que él
comprendiera la situación.
Sonrió con ternura mientras se preparaba para acostarse. Su padre era
incorregible. Él… Se puso una bata sobre el pijama de algodón, cuando oyó el ruido
de un auto afuera; ¡era casi la medianoche!
La noche era clara y, recortada contra la luna, vio la silueta de un hombre con
cabello plateado. Garrett Kingham…

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Capítulo 2
Bueno, le había dicho a Dennis que él tendría que ir a buscar a Jason si quería
verlo, se dijo Sarah con ironía mientras corría por la escalera para responder al
imperioso golpeteo en la puerta frontal, antes de que Garrett despertara a su padre y
a Jason, ¡sólo que no esperó que se presentara tan pronto!
Abrió la puerta y apenas tuvo tiempo para apartarse, porque Garrett Kingham
empujó la puerta y entró sin siquiera volverse a mirarla dos veces… con una fue
suficiente para destrozarle los nervios. No había cambiado, decidió Sarah mientras
cerraba la puerta y lo seguía a la salita.
Era tan alto que hacía que la habitación pareciera mucho más pequeña de lo que
era; su cabello, de color rubio plateado, casi rozaba el techo; la amplitud de sus
hombros impedía ver la pintura colocada sobre la chimenea, a espaldas de Garrett.
Sus ojos verdes se entrecerraron para estudiarla con frialdad, los labios estaban
apretados; y aún así, era el rostro más atractivo que Sarah había visto en su vida…
poderoso y atrayente, con un cuerpo musculoso que despedía un aire de dominio;
vestido con una camisa negra y ajustados pantalones de algodón, también negros.
Como continuara estudiando a Sarah en silencio, ella comenzó a moverse con
incomodidad. Su bata de algodón, larga hasta las rodillas, hacía juego con el pijama
azul que tenia puesto, su cabello relucía, suave y sedoso después de haberlo
cepillado como era su costumbre todas las noches. Volvió a sentirse como una
chiquilla de dieciséis años, y sabía que tal vez esa era su apariencia.
—Como ordenaste —estalló él al fin—, he venido a buscar a mi hijo.
Su voz, fría como el hielo, la hirió; irguió los hombros con altivez.
—Jason está dormido en su cuarto —informó, seca—. Quizá si hubiese llegado a
una hora respetable, en vez de…
—Tuve que volar desde Escocia antes de viajar hasta aquí en mi auto —rugió él.
—Oh, sí —lo provocó—. Dejó a Jason solo en Londres mientras usted se
ocupaba de sus negocios.
La mirada de Garrett no titubeó, ni un músculo se movió en su cara, sin
embargo, la ira que parecía emanar de él era más intensa.
—Jason no estaba solo —informó, cortante y frío.
—Oh, no, claro que no, estaba con Dennis —se burló—. ¡Debe ser un
compañero muy apropiado para un niño de quince años!
—Jason ya no es un niño —replicó Garrett—. Y Dennis no es su compañero.
Ahora que lo veía de nuevo, Sarah pudo comprender qué fue lo que Amanda
vio en él; y también comprendió por qué el hizo que la vida de su hermana no fuese
feliz después de casarse. En apariencia tenía mucho atractivo para conquistar a
cualquier mujer, pero en su interior estaba vacío y frío, era incapaz de dar amor.
—De todos modos, dejó a Jason con Dennis en un hotel de Londres…

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—No tengo que explicarte lo que hago —replicó Garrett, frío—, pero le pedí a
Jason que fuera a Escocia conmigo, y él rechazó la invitación con la intención de
visitar Londres.
Sarah lo miró, perpleja; dudaba de que Garrett tuviese que mentir para
convencerla, lo que implicaba que Jason… Pero no, él no dijo que su padre lo había
dejado a solas en Londres, sólo que estaba harto de permanecer sentado en un cuarto
de hotel; fue ella quien dedujo… Quizá en el futuro, con un desagrado tan intenso,
por Garret, sería mejor que no sacara conclusiones con respecto a él.
—Sin duda lo interpreté mal —contestó, un poco avergonzada—, sin embargo,
eso no disculpa el hecho de que usted lo dejara con ese…
—Lo dejé con su guardaespaldas —interrumpió Garrett arrogante—. Como
siempre hago cuando no puedo cuidarlo yo mismo.
—¿Un guardaespaldas?—repitió, nerviosa y pálida—. ¿Porque rayos necesita
Jason un guardaespaldas?
Garrett sonrió con ironía.
—Porque proviene de una familia rica…
—Rica y poderosa —corrigió ella sin emoción.
—Y poderosa —reconoció él con un asentimiento de la cabeza—. Y porque el
secuestro de chicos que pertenecen a familias ricas y poderosas, para obtener el
dinero de un rescate, parece ser la nueva moda en los Estados Unidos.
Sarah tragó con dificultad.
—Entonces, cuando telefoneé a Dennis, él debió pensar, usted debió pensar
que…
—Que Jason había sido raptado y que habías llamado para pedir un rescate, eso
mismo —confirmó Garrett, tenso—. Tuve problemas para impedir que Dennis
viniese aquí conmigo, cuando le dije que yo sabía dónde encontraría a Jason; él pensó
que estabas tratando de tenderme una trampa —se burló.
La idea de que ese gigante desconocido irrumpiese en su casa, la puso a
temblar.
—Pero le aseguré que eras mi cuñada —continuó Garrett al notar su palidez—,
y que Jason tal vez decidió de pronto hacerles una visita sin consultármelo.
Los ojos de Sarah lanzaron chispas y se ruborizó.
—¿Acaso no es posible que Jason pueda visitarnos sin consultárselo?
—Jason jamás ha mostrado el menor deseo de visitarlos.
—Pues es obvio que ahora no piensa igual —replicó, incapaz de contener el
antagonismo que sentía contra ese hombre.
—Sin pedirme permiso —estalló el padre.
—¿Tiene que pedirle permiso para todo lo que hace? —lo provocó.

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Los ojos verdes la recorrieron con frialdad.


—Jason sólo tiene quince años, y me parece que desaparecer por un capricho es
algo más serio que pedirme permiso para ir al baño.
Tenía razón, por supuesto, Jason no debió marcharse como lo hizo,
preocupando a los demás, pero lo que la molestaba era la manera como Garrett
denominó la visita de Jason a esa casa… ¡un capricho!
—Me doy cuenta de que no debió actuar como lo hizo, pero también…
—Eres muy generosa —se burló con voz ronca.
Ella le lanzó una mirada de profundo desprecio.
—Pero tal vez si él se sintiera lo bastante unido a usted para confesar lo que
siente, le habría dicho lo que piensa de nosotros—estalló.
Garrett aspiró profundo y su expresión fue desdeñosa.
—Basada en una cuantas horas compartidas con Jason, has decidido que soy un
padre incompetente que tiende a ignorarlo o a obligarlo a obedecer mis decisiones.
—No, claro que no…
—¡Pues esa es la impresión que tengo!
—No fue sólo eso…
—No, lo olvidé —replicó—. También es el hecho de que yo te desagradaba ya
intensamente y que de buena gana creerías cualquier cosa mala de mí.
Jamás fue difícil odiar a ese hombre; era cierto, odiaba la actitud de él cuando le
prohibía a Amanda que los visitara, después de casados, hasta que llegó el momento
en que ella no pudo vivir más con un hombre que no la amaba, y lo abandonó para
volver a casa, sólo para morir en un accidente de tránsito al día siguiente de su
llegada a Inglaterra. Garrett Kingham llegó a tiempo para el funeral de Amanda y,
después de la misa, les dijo que se llevaría a Jason a los Estados Unidos. El niño de
cinco años era lo único que les quedaba de Amanda, y Sarah pudo ver el desconsuelo
de su padre cuando tuvo que separarse de él, mas Garrett permaneció indiferente a
sus súplicas hasta que, por fin, impaciente, Sarah se lanzó a atacarlo, gritando y
golpeándolo, mientras le decía cuánto lo odiaba.
Entonces tenía dieciséis años, su cuerpo era maduro ya, pero no así sus
emociones, y lo único que pudo pensar era que él había lastimado a su hermana y
que además los separaba de Jason. Ahora ya era una mujer, y, sin embargo, todavía
lo odiaba.
Lo miró con tremenda frialdad.
—¡Quizá se debe a que es muy fácil pensar así!
—Sarah, ya es tarde —lanzó un suspiro—. El viaje hasta aquí ha sido muy largo
y no estoy de humor para discutir contigo.

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Ella permaneció firme en su actitud, a pesar de la fatiga que veía en los


atractivos rasgos. No quería pensar que ese hombre era humano, porque él no tenía
sentimientos.
—Se lo he dicho, Jason está dormido y, a diferencia de la última vez en que sacó
a Jason de la cama para alejarlo de nosotros, ya soy una mujer madura y más capaz
de enfrentarme a usted sin recurrir a la violencia.
Se arrepintió de lanzar ese reto cuando él entrecerró los ojos con insolencia y
procedió a estudiarla con detalle, descubriendo de inmediato sus generosas curvas.
Sarah no necesitaba el desprecio de Garrett Kingham para saber que, aunque
era muy esbelta, su cuerpo no era lo bastante hermoso para volver loco de deseo a un
hombre, y tampoco necesitaba que él la hiciera darse cuenta de que, a pesar de la
similitud aparente entre ella y Amanda, su hermana fue la que poseyó todo el
encanto y la inteligencia, en tanto que ella sólo era una sombra.
Garrett sonrió con ironía.
—No me pareces nada distinta ahora —la provocó—. O más capaz de
enfrentarte conmigo.
—¿No? —estalló—. Entonces, tal vez quiera intentar llevarse a Jason de nuevo.
Él entrecerró los ojos.
—No me gustan las amenazas, Sarah.
—¿De veras? ¡Pues a mí tampoco!
Se miraron con odio durante unos momentos, Sarah decidida a no ser la
primera en bajar la mirada, ante todo, porque no tenía idea de cómo impediría que
Garrett se llevara a Jason si quería, a pesar de haber asegurado lo contrario. Lo único
que sabía era que Jason ya no era un niño, y que no dejaría que lo obligaran a hacer
algo que no quería, y que su padre sufriría una segunda desilusión si, por un
milagro, Garrett convencía a su hijo para que se marchara con él en ese momento. La
madre de Sarah había muerto hacía doce años, Amanda hacía diez, y ella y Jason
eran lo único que tenía su padre. Mantendría a Jason en la casa, por lo menos hasta el
día siguiente, para que pudiese despedirse de su abuelo como era debido.
Por fin Garrett bajó la mirada y lanzó un suspiro, mientras se sentaba en uno de
los cómodos sillones junto a la chimenea.
—¿Aún preparas ese delicioso café? —preguntó, cansado.
—Todavía preparo el mismo café —¡ni siquiera estaba dispuesta a aceptar un
halago de ese hombre!
—Fuerte, como a mí me gusta. Negro, por favor.
Quiso decirle que eran más de las doce de la noche, que también estaba cansada
y que no se encontraba de humor para preparar café para nadie; pero, a pesar de sí,
pudo percatarse de que Garrett estaba agotado, y que sus treinta y nueve años eran
visibles en la fatigada postura que había adoptado en el sillón. Y con ese
descubrimiento se dio cuenta de que él estuvo muy preocupado por Jason antes de

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recibir su llamada, y que, a pesar de todo lo que ella pudiese opinar de él, Garrett
amaba a su hijo.
En las pocas ocasiones en que se permitió recordar el pasado, Garrett siempre le
pareció un hombre sin edad, pero en ese momento podía ver que los años no fueron
buenos con él, que su cabello no era rubio ya, sino canoso, que las líneas de cinismo
junto a su boca habían disipado hacía tiempo de su semblante la juventud. Aunque él
había hecho infelices a los que lo rodeaban, pudo notar que él tampoco fue muy feliz.
—Muy bien, señor Kingham —suspiró—. Entonces le sugiero…
—Mi nombre es Garrett, Sarah, ya lo sabes —interrumpió irónico—. Demuestra
que ya no eres una chiquilla, y úsalo.
Sarah estaba ruborizada con intensidad mientras se movía por la cocina para
preparar el café. Era maestra, estuvo casada, y sin embargo, algo en Garrett Kingham
la convertía en una niña petulante, como siempre lo fue en su presencia. ¿Cómo era
posible que Amanda se enamorara de un nombre así, a pesar de su superficial
atractivo?
Amanda fue hermosa toda su vida, pudo elegir entre todos los chicos del
pueblo, quienes siempre iban a la casa para visitarla, y sin embargo, quiso ir a los
Estados Unidos para convertirse en actriz, segura de que conquistaría la fama, a
pesar de las advertencias de sus padres, quienes decían que cada chica que se
marchaba a Hollywood, pensaba lo mismo que ella, pero que muy pocas
conquistaban el éxito. Amanda jamás apareció en una película, pero se convirtió en la
mujer de Garrett Kingham, y al parecer, ninguna de las mujeres de Kingham
trabajaba. Lo único que Garrett le pedía era que fuese la madre de Jason y una
hermosa anfitriona en su casa; y Amanda fue muy buena en los dos papeles, pues
adoraba a su hijo y se convirtió en la anfitriona más famosa de Hollywood.
Sin embargo, ni siquiera ese éxito fue suficiente para el arrogante Garrett
Kingham, y él se dedicó a proseguir su carrera, ignorando por completo a su mujer y
a su hijo. Él hizo sufrir a Amanda, y no podía permitir que hiciera lo mismo con
Jason, decidió Sarah.
Su expresión era agresiva cuando volvió a la salita, con el café, pero su
determinación se desvaneció cuando vio que Garrett Kingham se había quedado
dormido en el sillón.
Puso la bandeja en una mesita y lo miró con irritada frustración. Él parecía un
poco más joven, dormido, como si ni en ese estado de relajación pudiese descansar
por completo. O quizá era lo que ella siempre sospechó: ¡que él no tenía emociones!
A pesar de su fatiga, estaba muy fuera de sitio en la cómoda salita, la cual
parecía llenar aún en reposo; y no podía permanecer allí, tenía que marcharse.
—¿Garrett? —le sacudió un hombro con gentileza—. ¡Garrett, despierta!
Su respuesta fue apartar la mano de su hombro, y sus ojos hostiles la miraron.
—¿Qué diablos crees que haces? —gruñó ronco, y se incorporó en el sillón.
Sarah ocultó su mano a su espalda, como si la hubiese quemado.

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—Te quedaste dormido y no puedes permanecer aquí —informó con tono


cortante—. ¡No tenía idea de que no debo tocar al gran Garrett Kingham! —añadió
con desdén.
Parte de la tensión abandonó el enorme cuerpo y los labios masculinos se
curvaron despacio.
—Créeme —murmuró—, no me opongo a que una mujer hermosa me toque;
sólo me sobresaltaste, es todo.
Ella no quería saber de las mujeres de su vida o de la relación que tuvo con
ellas. Fue el marido de su hermana, y como tal, consideraba que él debía callar todas
sus aventuras.
—Te aseguro que no se repetirá —contestó, seca—. He traído el café; sugiero
que lo bebas y te marches cuanto antes.
Él negó con la cabeza, antes de sorber el caliente líquido, sediento.
—No me iré sin Jason —informó.
—Jason dijo que estabas trabajando en Inglaterra ahora; ¿acaso crees que unos
cuantos días con nosotros le harían daño? —su padre disfrutaba de la compañía de
su nieto y, aunque Jason debía volver con su padre, ¿no sería posible que
permaneciera allí un poco más?
Garrett entrecerró los ojos y su expresión se tornó muy fría.
—Quizá si hubiese hablado conmigo al respecto…
—No le habrías permitido venir —estalló Sarah—. Igual que hiciste con
Amanda, cuando le impediste que viniera a visitarnos aquí, siendo tu esposa.
—Jamás impedí que Amanda viniera.
—No lo creo —replicó con altivez—. Hiciste muy evidente que no aprobabas
sus visitas a esta casa.
—Yo… Sarah, no removamos las cenizas —suspiró—. Jason sabe que no debe
escapar de Dennis y desaparecer como lo hizo.
De pronto le pareció que el chico lo sabía, que imaginaba cuánto angustiaría a
su padre con ese comportamiento.
—En mi experiencia he notado que esa clase de actitud es una llamada para
pedir atención…
—¿Y cuánta experiencia tiene usted con la maternidad, señorita Harvey? —se
burló.
Sarah palideció y sus ojos se tornaron sombríos.
—Le dije a Dennis que mi nombre era Sarah Harvey para que supieras quien
llamó; ahora mi apellido es Croft —informó con dureza—. Y aunque no tengo hijos
propios, estoy a cargo de varios cientos de alumnos durante un día.
Los ojos verdes se entornaron cuando él ignoró el último comentario, y se
fijaron en la mano izquierda de la joven.

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—¿Quieres decirme que tu marido te espera arriba?


—¡Ahora ya no, pero antes sí! —estalló Sarah, indignada por su incredulidad.
Garrett sonrió con ironía.
—Las jóvenes Harvey parecen tener la costumbre de "correr a casa de papá"
cuando las cosas no son como ellas esperan —se burló.
—No tuve que "correr a casa", porque David y yo vivimos aquí, con mi padre
—informó cortante—. Y, para tu información, David y yo nos divorciamos en buenos
términos —si era así como podía describir sus seis meses de matrimonio, hacía seis
años; un matrimonio que fue un tremendo desastre desde el principio.
—Tal vez si él hubiese sido lo bastante hombre para exigir que vivieran en otro
sitio, eso no habría ocurrido.
No pretendía decirle que, como último intento, ella y David trataron de vivir
solos y que el matrimonio fracasó, de cualquier manera.
—No te atrevas a juzgar mi matrimonio cuando el tuyo fue un desastre —se
burló ella.
—Quizá si tú y Amanda no hubiesen sido malcriadas por sus padres durante
toda la vida, no habrían hecho un berrinche cada vez que sus maridos no lograban
complacerlas también —replicó, hiriente.
—Eres… eres…
—¿Si?
—¡Un idiota! —gritó—. Amanda y yo recibimos amor, no consentimientos. ¡Es
obvio que se trata de una emoción que tu familia desconoce, y tú en especial!
Él se levantó despacio, y de inmediato la hizo parecer una enana.
—Hay muchas clases de amor, Sarah —murmuró—. ¿Qué clase de amor tienes
en mente?
Sus ojos se agrandaron ante la súbita amenaza que la desafiaba. ¿Cómo fue que
la discusión llegó a ese derrotero?
—Yo… no, Garrett —levantó las manos para defenderse, y quedaron posadas
contra el amplio pecho, mientras los fuertes brazos la rodeaban con firmeza—.
¡Garrett!
—Sarah —contestó provocativo, tenso—. ¿Quién habría creído que la pequeña
gatita se convertiría en una mujer tan hermosa? —musitó antes de inclinar la cabeza
hacia ella.
Sus labios eran frescos y suaves, y la poseyeron por completo en un beso
apasionado, y el último pensamiento de Sarah, antes de perder la cordura, fue que
eso no podía estar ocurriendo… no a ella, y con Garrett Kingham.
Luego su mente quedó en blanco, mientras su cuerpo reconocía la habilidad de
la boca de Garrett en la suya, de las manos que acariciaban su espalda, para
descender y posarse en sus caderas, apretándola contra él. Sarah tembló al percibir la

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dureza de su cuerpo y gimió cuando una mano se deslizó entre los dos para soltar los
botones de su pijama.
Los dedos eran cálidos en su piel candente mientras él desabrochaba el primer
botón, luego el segundo y después el tercero, hasta que sus senos quedaron
expuestos al fin y esa mano se movió con firmeza bajo la tela de algodón, donde
reclamó uno de ellos.
Los labios masculinos se deslizaron por su mandíbula para mordisquear una
oreja, antes de descender por el cuello hasta un seno, que aguardaba, expectante.
Sarah temblaba con tal fuerza que sus rodillas no podían sostenerla, estaba
debilitada y mareada, y la asaltaban cien emociones que ese hombre no tenía derecho
de despertar en ella. Cerraba los ojos con fuerza mientras la boca sensual reclamaba
un palpitante pezón; los abrió, sobresaltada, cuando él la apartó de sí. ¿Acaso sólo
quiso jugar con ella, darle una lección que jamás olvidaría?
—Cúbrete —dijo, seco—. Alguien baja por la escalera.
Apenas terminó de pronunciar las palabras cuando ella también se percató del
sonido de pasos en la escalera; el intenso rubor desapareció de sus mejillas mientras
se abotonaba de nuevo el pijama; Garrett se puso frente a ella cuando la puerta se
abrió, lo cual le dio unos segundos más para terminar su tarea.
—¡Garrett! —exclamó su suegro con sorpresa—. No sabía… ¡Sarah! —frunció el
ceño, perplejo, mientras ella salía para encararlo.
Sabía que su aspecto era extraño, a pesar de que el pijama y la bata estaban en
su sitio y alisados; sabía que tenía las mejillas muy pálidas y que sus ojos eran
enormes y brillaban por la sorpresa de lo que acababa de ocurrir. Sin embargo,
Garrett parecía tan sereno como siempre.
—Garrett trataba… estábamos…
—Como probablemente has adivinado, he venido a buscar a Jason para volver
con él a Londres —interrumpió el director—. Sarah sólo trataba de persuadirme de
permitir que se quedara con ustedes unos días —añadió—. Le he dicho que lo
pensaré; no teníamos intenciones de perturbarte, Geoffrey.
Su padre pareció muy complacido ante la posibilidad de que Garrett dejara a
Jason unos días con ellos, en tanto que Sarah se sentía horrorizada por la insinuación
de sus palabras. Sin duda él pensaba que le habría entregado su cuerpo para influir
en su decisión en favor de los Harvey.
No podía explicar lo que ocurrió entre ellos; por primera vez se dio cuenta de
que el odio podía ser un estímulo tan poderoso como el amor para despertar la
pasión. ¡Porque odiaba a Garrett más que nunca! ¡Al infierno con él y sus ridículas
sospechas!
—No importa —decía su padre, sin percatarse de la tensión entre Garrett y
Sarah—. Uno no necesita dormir tanto como antes, cuando envejece.
Garrett asintió con la cabeza.
—Será mejor que vaya a un hotel. Volveré por la mañana —prometió.

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Se marchó mucho más sereno de como había llegado y en pocos segundos su


auto desapareció en la distancia.
—Bien, ¿qué opinas? —musitó su padre con cierta sorpresa.
Sarah se dio cuenta de que él ya anticipaba la respuesta de Garrett sobre que
Jason se quedara durante unos días; parecía seguro de que aceptaría, pero ella no
pensaba lo mismo.
—Creo que tendremos que esperar hasta mañana —concluyó.
—Lo habría invitado a quedarse, pero…
—No des ocasión a más insultos, papá —replicó con dureza—. ¡Garrett
Kingham es tan arrogante como siempre!
Su padre movió la cabeza, despacio.
—Jamás pude entender cómo fue que Amanda se mezcló con él.
Ni siquiera Amanda pudo explicar eso, pero el día en que se casó con Garrett,
¡cumplió tres meses de embarazo!
Sus padres se mostraron muy alterados cuando Amanda presentó a Garrett
como su esposo desde hacía una semana, y al mismo tiempo anunció que serían
abuelos en seis meses. Sarah no comprendió bien por qué lloraba su madre y por qué
su padre movía la cabeza con pesar, aunque se daba cuenta de que era algo
relacionado con la incapacidad de ellos de aceptar la precipitada boda de Amanda
con Garrett Kingham. Sarah sólo tenía doce años, y muy pronto aprendió a
comprender la implicación del nacimiento de Jason tan poco tiempo después de la
boda, y cuando lo hizo, su madre murió y su padre pareció más resignado al
matrimonio de Amanda.
Su padre suspiró en ese momento.
—Cuando se marchó de aquí, estaba decidida a ser actriz; recibí una gran
sorpresa cuando se casó con Garrett y se dispuso a convertirse en esposa y madre al
mismo tiempo.
Sarah no podía decir que la agitada vida de Amanda pudiese ser descrita como
hogareña; sin embargo, comprendía lo que su padre quiso decir.
—Garrett ha tenido suficiente éxito para los dos —replicó desdeñosa.
—Sí —murmuró Geoffrey—, pero no ha sido feliz.
Se preguntó si Garrett habría sido feliz alguna vez; aunque no le interesaba.
Garrett alteró mucho su vida durante la última media hora, lo suficiente para odiarlo
más que antes.
—¿Qué supones que decidirá con relación a Jason? —inquirió su padre.
Sabía que Garrett ya había decidido llevarse a Jason por la mañana, que sólo
dijo a su padre que lo pensaría para demostrarle cuánto la despreciaba. Después de
todo, él no permitiría que su hijo quedase al cuidado de la mujer que acababa de
demostrarle lo libidinosa que podía ser… y con un hombre a quien había demostrado
a las claras su odio.

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—No abrigues muchas esperanzas, papá —aconsejó—. Temo que mi


"persuasión" no va a influir en su decisión.
¡Aunque tal vez sirviera para convencerlo de que ella no era buena compañía
para su hijo!

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Capítulo 3
Sarah temía la llegada de Garrett, temía tener que encararlo después de lo
sucedido la noche anterior. ¡Aunque no sabía qué sucedió esa noche! Oh, podía
engañarse pensando que los dos estaban alterados por las emociones, porque ella
desafió su autoridad sobre Jason, incluso podía decir que su aparición vestida con
bata y pijama, era una abierta invitación. Pero lo que no podía comprender era cómo
permitió que un hombre a quien odiaba y despreciaba la hubiese besado de manera
tan íntima.
Sus mejillas se encendieron de vergüenza al recordar una vez más la sensación
de esa boca en ella, la sensibilidad de los largos dedos sobre sus senos desnudos, su
boca… ¡oh, Dios, su boca!… No podía detenerse a pensar en los sitios que su boca
había recorrido, o la forma como ella se entregó, incapaz de detenerlo.
¿Cómo encararlo de nuevo cuando sabía que él se percató de todo eso?
Jason recibió la noticia de la llegada de su padre con cierta hostilidad; sólo jugó
con el desayuno que Sarah le preparó, a pesar de que el chico anunció antes que se
moría de hambre.
Mientras ordenaba la cocina, Sarah pudo ver a Jason con su padre en la playa,
entretenidos en lanzar piedrecillas al agua, sabiendo que muy pronto se dirían adiós.
Por el bien del abuelo y también por el de Jason, Sarah deseó que no tuviese que ser
así.
Todos aseguraban que el retiro era lo que los seres humanos buscaban en la
vida, ansiosos de disfrutar de los días en que dejarían de estar esclavizados a un
trabajo; olvidaban mencionar que sin tener un trabajo adonde ir, no había razón para
levantarse por la mañana, ningún estímulo para ponerse una camisa y corbata, para
asegurarse de la buena presentación. Tampoco mencionaban lo viejos e inútiles que
se sentían todos los jubilados.
Su padre siempre fue un hombre activo y emprendedor, hasta su retiro de la
biblioteca, y durante el último año Sarah lo observó darse cuenta de todas las cosas
que ya no tenía al dejar su empleo. Sin embargo, la llegada de Jason cambió todo eso,
y él pareció encontrar un nuevo motivo para vivir. Esos dos necesitaban estar juntos;
sólo deseaba que también Garrett entendiera esa situación.
Maldecía lo ocurrido la noche anterior; sin eso, podría encarar a Garrett en
igualdad de condiciones, pero ahora sentía que cada vez que él la mirara, no vería a
la inteligente maestra de escuela que luchaba por la felicidad de dos personas
amadas, sino a la mujerzuela a la que estrechó entre sus brazos la noche pasada.
—¡Maldición! —cerró de golpe la puerta de la alacena, después de guardar los
trastos del desayuno.
—¿Algo te molesta esta hermosa y clara mañana?
Se volvió de prisa para mirar con rabia al hombre que le causaba tal angustia;
entrecerró los ojos, al verlo apoyarse con indiferencia en el marco de la puerta.

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Estuvo tan absorta en su contemplación de Jason y su abuelo, que no oyó la llegada


del auto de Garrett, o su entrada en la casa, y ahora se encontraba colocada en la
posición que menos deseaba… a la defensiva.
Si ella pasó una noche de ansiedad, era obvio que no le ocurrió lo mismo a
Garrett. No había en él nada de la fatiga de la noche previa, y las líneas que le
rodeaban los ojos y la boca eran menos acentuadas. Vestía vaqueros y una camisa de
manga corta, y parecía que estaba dispuesto a pasar un día de paz vestido así.
—¿Ya desayunaste? —preguntó Sarah, enfurruñada.
—Huevos, tocino, salchichas…
—No pedí detalles —dominó un estremecimiento y su estómago se contrajo al
pensar en toda esa comida grasosa.
—Es obvio que tú no has comido —comentó Garrett, irónico—. ¿No sabes que
el desayuno es la comida más importante del día.
Ella tragó saliva, asqueada.
—Comeré bien en el almuerzo.
—Por eso estás tan delgada —comentó seco, mientras con la mirada recorría el
cuerpo de la muchacha.
Sarah resistió el impulso de cubrir su cuerpo con las manos… los pantalones
cortos exponían mucho de sus piernas, aunque la holgada blusa cubriese más piel
que el sostén del bikini que usó el día anterior. Sabiendo que Garrett iría esa mañana,
debió ponerse algo más formal, pero no lo hizo porque habría despertado las
sospechas de su padre al romper la monotonía de su atuendo usual.
—Siempre he sido menuda —se defendió.
—No te preocupes —la provocó Garrett—. No eres menuda en lo que importa
más.
Ella siempre consideró que la generosidad de sus senos no armonizaba su
esbeltez, y ahora que ese hombre la había visto y tocado, estaba más segura de su
opinión anterior.
—Garrett, lo de anoche…
—Me pregunto cuántas conversaciones han empezado así en la historia de la
humanidad —se burló.
Jugaba al gato y al ratón con ella, y, como una tonta, se metió en la trampa, muy
avergonzada de sus actos para evitarlo, deseosa de aclarar de una vez lo ocurrido
entre los dos.
—No me interesan otras conversaciones, sólo ésta —replicó—. Y anoche tú…
—Te besé —terminó con suavidad—. Y tú me devolviste los besos —añadió,
ronco.
—¡Y no te animé a que lo hicieras!

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—Tampoco trataste de detenerme —contestó con indiferencia, encogiéndose de


hombros.
—No se trata de eso —protestó—. En un momento estábamos hablando cuando
de pronto comenzaste a demostrar lo viril que eres.
Él sonrió al escuchar sus palabras.
—Hay muchas mujeres con las que pude hacer eso, mujeres que no tienen
tantas complicaciones.
—Entonces, ¿por qué me besaste? —estalló Sarah.
—Tal vez porque quería ver si la pequeña gatita ha madurado tanto como
parece —la provocó.
Sarah se puso tensa y demandó:
—¿Y qué?
Él avanzó en la habitación.
—Sabes, recibí miradas muy extrañas cuando llegué al aeropuerto aquel día —
entrecerró los ojos mientras observaba a Jason y a su suegro por la ventana, antes de
volverse hacia ella—. Dejaste la huella de tus uñas en mi mejilla —recordó.
Estaba tan cerca que ella podía percibir el calor de su cuerpo, y despreciaba la
intimidad que él forzó entre ellos para hacerla consciente de esas cosas.
—¡Rompiste el corazón de mi padre!
—Llevaba a Jason a casa —replicó, seco.
—Y mi padre acababa de enterrar a su hija —sus ojos brillaban mucho al evocar
el momento—, a tu mujer.
Garrett aspiró profundo al escuchar la acusación de su tono.
—Lamenté que Amanda muriera como lo hizo…
—¿Por qué? —lo retó—. ¡Eso te ahorró el trámite de un divorcio!
—No habría habido divorcio —replicó, duro.
—Amanda te había dejado —se burló, incrédula—. El siguiente paso habría
sido el divorcio.
—No necesariamente —rugió él—. No entre Amanda y yo.
Sarah frunció el ceño al ver su certidumbre.
—Pero Amanda te abandonó…
—Habría regresado —aseguró arrogante—. Siempre lo hizo.
—¿Siempre? —repitió Sarah, incrédula—. Pero…
—¿Cómo se llevan esos dos? —indicó con la cabeza en dirección de su suegro y
Jason, con expresión tensa.

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Ella siguió su mirada, aún ceñuda. Amanda jamás había abandonado a Garrett
antes de aquella aciaga ocasión, así que, ¿por qué él aseguraba lo contrario? Si trataba
de hacerla pensar mal de su hermana, estaba loco; Sarah amó y admiró a Amanda, y
siempre lo haría. No iba a tomar la palabra de ese hombre contra la de su hermana.
—Muy bien —replicó cortante—. Con frecuencia los viejos y los niños se
entienden muy bien.
—¡Sólo nosotros, los pobres diablos de mediana edad, tenemos problemas con
todo el mundo!
Ella lo miró con frialdad.
—¡Jamás me he percatado de que tú trates de ser agradable!
La sonrisa de Garrett fue espontánea, sus ojos se tornaron cálidos.
—Agrado es una emoción tibia.
—No te preocupes —estalló burlona—. ¡No hay muchas personas que
experimenten esa indefinida emoción por ti!
La expresión del hombre se suavizó más al estudiar el hermoso rostro de la
chica.
—Te has convertido en una mujer preciosa, Sarah —susurró—. Tu esposo fue
un tonto al dejarte escapar.
Él contestaba su pregunta anterior, y ahora se arrepentía de haberlo escuchado;
lo último que deseaba era sentirse hermosa en su compañía. Después de todo, la
belleza era sólo una ilusión, al igual que el atractivo; lo importante era lo que una
persona tenía por dentro.
—¿Tomaste ya una decisión respecto a Jason? —cambió el tema.
—Todavía no —la miró, pensativo—. No deberías creer todo lo que él te dice,
Sarah —añadió con ironía—. Los chicos de quince años tienden a pensar que el
mundo está en su contra.
Ella lo sabía, y ya le había dicho a Jason que no le gustaron las pequeñas
mentiras que contó el día anterior, acerca de su situación en Londres. Como todos los
adolescentes, no se mostró muy preocupado por el regaño, pero era necesario que él
supiera que al menos uno de ellos no iba a creer todas las tristes historias que
inventara. Y era mejor que fuera ella, ya que su amistad con el abuelo ya estaba bien
afincada.
—Te lo he dicho, soy maestra, entiendo esos problemas —repuso, cortante—.
Sin embargo, creo que él y mi padre sacarían provecho uno del otro, si permites que
se quede un tiempo.
—Ya veremos —repuso Garrett, indiferente—. ¿Qué enseñas?
—¿Perdón? —parpadeó aturdida.
—¿Qué enseñas en la escuela?

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—Artes plásticas —replicó con sequedad. Él asintió, como si su respuesta no le


hubiese sorprendido.
—Tú pintaste los retratos de Amanda y tu madre que se encuentran en la sala.
Él no hizo comentario alguno sobre los retratos de la sala, la noche anterior, y
por eso pensó que no los había visto. ¡Debió comprender que ese hombre no pasaría
algo por alto!
—Los hice como regalo para mi padre —explicó reacia.
—Son excelentes —informó Garrett con indiferencia—. Tal vez un poco
exagerados, pero siempre fuiste una chica demasiado emotiva.
—Garrett…
—¿Dije algo equivocado? —arqueó las cejas, irónico.
Él sabía que sí, la provocaba de manera deliberada. Ella no era una mujer
emotiva en condiciones normales; de hecho, era todo lo contrario. Sólo ese hombre
provocaba en ella una reacción violenta.
—¿Vamos a reunimos con mi padre y Jason? —sugirió, tensa.
—¿Para qué? —preguntó Garrett—. Parecen muy a gusto sin nosotros.
Su padre y Jason no habían dejado de hablar durante todo el tiempo que
llevaban afuera; pero ella no estaba "a gusto" sin contar con ellos para distraer la
inquietante atención de Garrett.
—Estoy segura de que Jason querrá verte —insistió.
Garrett lanzó una ronca risita que destrozó los tensos nervios de Sarah.
—Estoy igualmente seguro de que soy la última persona a quien desea ver
ahora —se burló con voz suave—. Jason posee todo el talento para la actuación que
tuvo su madre, y nada le agrada más que tener un público atento.
—¿Y no te parece que eres injusto con él? —lo defendió Sarah—. Estoy segura
de que sus tíos son muy amables, pero no parecen conformes en hacerse cargo de él
todo el tiempo.
—Sólo vive con ellos durante las vacaciones, y yo no viajo mucho —corrigió
Garrett, tenso—. Su principal objeción a quedarse con ellos es que se aburre.
Jonathan siempre está ocupado —añadió, seco—. Y Shelley no está acostumbrada a
tener a su alrededor a chicos de ninguna edad, y menos a un adolescente aburrido.
Hace todo lo que puede, pero eso no es suficiente para Jason.
—Eres su padre, tú…
—También hago todo lo que puedo —rugió—. Como cualquier padre soltero
que debe salir a trabajar.
—Garrett, no quiero discutir contigo…
—Será la primera vez —dijo él—. ¡Aún de adolescente discutías conmigo sobre
tu elección de helados!

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Sarah se ruborizó al recordar ese día, durante su primera visita a esa casa,
cuando él las llevó a dar un paseo por la campiña. Ella estaba muy alterada por la
aparición de ese hombre en sus vidas, y por el efecto que él tenía en sus padres, y
Garrett no escuchó su petición de un helado de chocolate, o no le prestó atención. El
resultado fue un helado de vainilla que ella se negó a comer. La enviaron a su cuarto
cuando volvieron a casa, pero ella no se disculpó.
Dieciséis años después, aún se avergonzaba de su actitud.
—Estaba enojada contigo porque te casaste con mi hermana —balbuceó—. Eras
un intruso, y no me agradabas.
—Todavía te desagrado —afirmó él—. Pero sugiero que hagamos una tregua
por el bien de Jason —aconsejó con suavidad cuando su padre y el chico regresaban a
la casa.
Padre e hijo se saludaron con frialdad; Jason anunció, desafiante, que su abuelo
se ofreció a llevarlo a pescar. Sarah miró con severidad a su padre y él sólo encogió
los hombros; entonces, ella se dio cuenta de que, una vez más, la emoción de tener
allí a su nieto le había robado la cordura.
—¿Por qué no vamos todos a pescar? —sugirió Garrett—. Estoy seguro de que
Sarah podría preparar algo de comida.
Ella no tenía intenciones de viajar en el yate de Garrett Kingham, pero su
negativa habría arruinado la diversión de todos, así que asintió con renuencia.
No cabía duda de que Garrett se estaba divirtiendo mucho a sus expensas.
Garrett la ayudó a preparar la comida, mientras su padre y Jason iban a buscar
las cañas y el resto del equipo. Él se paró muy cerca de ella; encontró con frecuencia
su mirada en el espejo retrovisor mientras conducía el Mercedes alquilado, hacia el
yate, dejó que su mano descansara en su espalda, cubierta sólo por el sostén del
bikini, mientras la ayudaba a subir a bordo, se sentó junto a ella en el mullido sofá en
la popa del yate mientras su padre y Jason tomaban el mando de los controles.
Para un extraño eso habría parecido un paseo familiar, y Sarah apretó los labios
cuando se volvió y encontró que Garrett la estudiaba, con mirada divertida. El
parecía muy relajado, con sus largas piernas estiradas y el cabello dorado por el sol.
Sarah, muy consciente de su mirada al recorrerla, se alegró de que las gafas oscuras
ocultasen los pensamientos revelados en sus ojos.
—Tienes un hermoso bronceado —dijo él al fin.
—¿No te parece que ya hay suficientes problemas entre nosotros, sin necesidad
de esto?
—¿Problemas? —miró en derredor, como si buscase algo.
—Sabes a qué me refiero, Garrett —suspiró—. Mi padre es cortés contigo
porque quiere estar con Jason, pero no te ha perdonado por todo el sufrimiento que
nos causaste.
—¿A todos? —inquirió con suavidad, los ojos entornados—. ¿Qué te hice?

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—Destruiste a mi familia —contestó con mucha frialdad—. Cautivaste a


Amanda con tu fortuna y éxito, y lograste arruinar tres vidas más al mismo tiempo.
—Me alegro de saber que no incluyes a mi hijo en ese cálculo —replicó con
aspereza.
—Me reservo mi juicio —estalló ella—. Sólo quiero que te des cuenta de que no
necesito de tus desagradables insinuaciones para hacerme ver lo insoportable que
eres.
Él se levantó y fue a reunirse con los otros hombres; Sarah respiró con
tranquilidad, por primera vez desde que él entró en la casa esa mañana. Garrett sabía
que sus coqueteos la perturbaban, y lo hacia sólo para irritarla… y, como una tonta,
cayó en su trampa.
¿Por qué le hacía eso? ¿Qué satisfacción encontraba en lastimar más a su
familia? ¿No hizo suficiente cuando causó la infelicidad de Amanda de tal manera
que ella tuvo que abandonarlo, huir de él, llevando consigo a su hijo? Estaba
equivocado al asegurar que no habría ocurrido un divorcio; Amanda hablaba de eso
el mismo día en que murió, y sus hermosos ojos lanzaban chispas de odio.
Echaron el ancla cerca de la costa; su padre y Jason volvieron a pescar tan
pronto como terminaron de comer. Garrett permaneció en la parte trasera del barco,
y Sarah fue muy consciente de él mientras recogía los trastos.
—Por favor, acompáñalos si quieres —invitó al fin, nerviosa, indicando a los
pescadores.
—¿Cómo era él? —preguntó Garrett de súbito, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—¿Cómo era quién? —preguntó intrigada.
—Tu marido, David; creo que ese era su nombre —la estudió con el ceño
fruncido.
Las manos de Sarah temblaron mientras continuaba con su labor.
—Es maestro, como yo.
—¿Trabajan en la misma escuela?
Ella negó con la cabeza.
—Los dos estudiábamos la carrera cuando nos conocimos. David vive y trabaja
ahora en Londres.
—¿Cuánto tiempo estuvieron casados?
—No mucho —dijo, evasiva—. ¿Por qué ese repentino interés en mi
matrimonio, Garrett? —inquirió.
—No es repentino —repuso indiferente—. He pensado en ello desde que me
informaste de lo ocurrido.
—¿Por qué?

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—Me intrigan los diez años de tu vida que pasamos separados, y tu matrimonio
me pareció un tema apropiado para iniciar la charla.
—Bien, te aseguro que mi matrimonio fue sólo una pequeña parte de ese
tiempo —replicó con frialdad, y metió las manos en los bolsillos traseros de los
pantalones cortos una vez que terminó de guardarlo todo en el canasto.
—¿Cuan pequeña?
—Por favor, Garrett…
—No te lo pregunto por diversión, Sarah —la sujetó por los brazos y la hizo
sentarse con él en el sofá—. Las mujeres que… han estado casadas… no acostumbran
a evitar el contacto físico de un hombre como lo haces tú —explicó, tenso.
—Eso significa que debo mostrarme hambrienta de cualquier hombre que
muestre interés en mí, incluso tú, ¿verdad?
—No dije eso…
—Lo insinuaste —estalló, furiosa.
—Sarah…
—¿Por qué no me dejas en paz? —las lágrimas asomaron a sus ojos—. No
quiero que me toques, no quiero…
—¡Sarah! —gruñó ronco, y su boca descendió sobre la de ella.
Eso estaba mal, muy mal; odiaba a ese hombre, lo despreciaba, pero devolvía su
beso como si en ello le fuera la vida.
El cabello de Garrett era sedoso entre sus dedos, las mejillas ásperas, la barbilla
firme. Era hermoso y lo deseaba con locura. Un sollozo se ahogó en su garganta
cuando la boca de él se alejó.
Garrett tenía la mirada nublada y oscurecida.
—Bajemos —invitó, con la respiración entrecortada.
—Mi padre y Jason…
—Están dormidos—aseguró, ronco—. ¡Por favor, Sarah!
—Pero…
—Sarah, tengo que tocarte —gimió él; abrió la puerta de la cabina y la empujó
hacia ella.
Era una cabina pequeña, con una diminuta cocina y dos camastros en las
paredes, al frente; fue en uno de ellos que Garrett hizo que se sentara.
—He pensado en tocarte de nuevo desde que tu padre nos interrumpió anoche
—murmuró, apasionado—. Si no lo hubiese hecho…
—Pero lo hizo —interrumpió Sarah, con debilidad—. Y quizá debamos estarle
agradecidos por eso.
—No —rugió Garrett—, te deseo, Sarah, y creo que tú también me deseas.

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—No…
—¡Sí! —insistió él y su cabeza descendió una vez más.
Las lágrimas le quemaron las mejillas mientras devolvía la pasión de ese beso, y
se despreció por responder, a pesar de que no podía evitarlo.
Era por eso que odiaba a Garrett, esa era la razón por la que su matrimonio con
David jamás funcionó, porque era a Garrett a quien amaba, a quien siempre había
amado.

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Capítulo 4
Sarah era una niña cuando conoció a Garrett, pero, a su modo, desde entonces
se enamoró de él, y ese enamoramiento se volvió odio cuando vio lo infeliz que hizo
a Amanda. Y fue ese odio lo que la dominó todas las veces que lo vio después; su
amor por él quedó enterrado bajo el resentimiento, con tal firmeza que incluso ella
creyó que había muerto.
Hasta la noche anterior.
Esa noche, cuando la besó y la tocó, él le demostró que no era Fría e indiferente
a un hombre, como siempre creyó, que sólo necesitaba que la tocara el hombre
adecuado… y Garrett era ese hombre.
Durante su noche de insomnio trató de negar ese descubrimiento, de
convencerse de que aún lo odiaba, que siempre lo despreciaría, que no podía amar a
un hombre como él.
Pero lo amaba, lo sabía cuando arqueaba el cuello para que él trazara un
sendero de ardientes besos hasta el valle entre sus senos y contuvo un gemido
cuando sus labios se cerraron sobre un tenso pezón, a través del sostén del bikini, y
tembló bajo los movimientos de su boca.
Y luego sintió una ráfaga de viento frío, contra su piel caliente, cuando él le
quitó el sostén y lo arrojó al suelo. Levantó la mirada y lo vio sobre ella mientras la
acostaba en el camastro, sin importarle que en cualquier momento Jason y su padre
podrían entrar para investigar sobre su desaparición.
—Eres hermosa, Sarah —murmuró Garrett, ronco—. Tan hermosa y… Oh, por
Dios, ¡te deseo! —gimió, sus muslos colocados sobre los de ella al inclinarse para
reclamar su boca en un beso candente.
Sarah arqueó la espalda en una primitiva invitación para que sus manos
poseyeran los senos desnudos, y, cuando lo hizo, una encendida punta percibió la
firmeza de sus caricias; ella enlazó los brazos en torno a su cuello cuando el beso se
profundizó cada vez más.
Ella quedó perdida, fuera de control, y suplicaba con gemidos su total posesión.
—Aquí no, Sarah —murmuró él con pesar, aunque la pasión de su mirada no
podía negar su excitación—. Pero pronto, mi amor, muy pronto —prometió con voz
entrecortada—. Debo ayudarte a vestir de nuevo, de lo contrario…
¡Oh, Dios! ¿Qué hacía? ¿Qué fue lo que estuvo a punto de hacer?
Se levantó de un salto y se cubrió con el sostén del bikini, muy pálida.
—Sarah…
—No… no me toques —ordenó con voz trémula.
—No te martirices, cariño —la tranquilizó—. Fue hermoso, fue…

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—Te odio —dijo furiosa—. Tu dinero, tu poder, tú mismo, y odio tu maldita


certidumbre de que puedes poseer lo que quieras, o a quién quieras —se puso el
sostén con rapidez, aunque temblaba—. Déjame pasar —ordenó al ver que Garrett se
cruzaba en su camino.
—Sarah…
—Dije que me dejes pasar, Garrett —insistió cortante, y salió al aire fresco
cuando él obedeció; apenas llegó a tiempo a la barandilla del barco para vomitar todo
el almuerzo.
Amaba al hombre que sedujo a su hermana y la dejó embarazada, al que
lastimó a sus padres, al que destruyó su matrimonio con su hermana, se llevó a Jason
y usaba las palabras "mi amor" y "cariño" en su esfuerzo para seducirla.
No había cordura en su amor por Garrett, sólo existía, y ella se despreciaba
porque no podía odiarlo más. Por Dios, él debía estar muy divertido al descubrir que,
después de todo, era sólo otra divorciada frustrada.
—Eh, ¿qué te sucedió? —preguntó Jason al verla vomitar. Sarah se limpió la
cara con un pañuelo y trató de sonreír al volverse hacia él.
—No es nada raro; me mareo tan pronto como echamos el ancla —evitó la
mirada intrigada de su padre, pues los dos sabían que ella jamás se había mareado en
el mar; mas eso fue todo lo que se le ocurrió inventar como excusa.
—Tal vez será mejor que regresemos —sugirió su padre.
—No quiero estropear nada…
—Tal vez sea mejor que regresemos ahora, Geoffrey —intervino Garrett, seco—.
Tengo que volver hoy mismo a Londres.
El recordatorio de que se llevaría a Jason consigo, los hizo callar durante el viaje
de regreso a la casa. Sarah evitó todo contacto ulterior con él.
Después de ese día, tal vez no volvería a ver a Garrett y, sin embargo, la idea de
que tampoco vería a Jason durante un tiempo la deprimió. Garrett era un cerdo
egoísta, y lo odiaba… o quería odiarlo.
Él no se movió cuando detuvo el auto frente a la casa, ni apagó el motor.
—No voy a entrar —informó—. El viaje a Londres es muy largo. Quédate, Jason
—ordenó cuando el chico trató de apearse.
Jason parecía furioso, la tregua que hubo entre él y su padre había terminado.
—Tengo que entrar por mis cosas…
—No es necesario —replicó su padre—. Te quedarás con tu abuelo y Sarah
durante unos días.
—¿De veras? —preguntó el chico, incrédulo.
Garrett asintió.
—Vendré a buscarte el fin de semana; pero antes quiero hablar contigo —
añadió, tenso.

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—Gracias, Garrett —su suegro le estrechó un hombro—. Eso significa mucho


para mí.
—Sarah me convenció —los ojos verdes la miraron con frialdad—. No tardaré
mucho con Jason —aseguró al hombre mayor.
Sarah sintió como si la hubiese golpeado. ¿Acaso pensaba que le permitió
tocarla de esa manera con la esperanza de persuadirlo de dejar a Jason allí? ¡No se
daba cuenta de que lo habría detenido de haber podido!
—No creí que aceptara —su padre sonrió al poner la tetera a calentar—. No sé
qué le dijiste, Sarah, pero te lo agradezco.
No se lo agradecería si le dijese lo que sucedió.
—No le dije nada, papá. Conoces a Garrett —apretó los labios—. Nadie puede
hacerle cambiar una decisión.
—No —repuso pensativo—. ¿Qué te ocurrió hoy en el barco? Nunca te habías
mareado de esa manera.
—Tal vez fue por algo que comí, porque ya me siento bien —mintió, pues
todavía tenía agitado el estómago por la manera como respondió a los besos de
Garrett.
—Qué extraño, nadie más tuvo ese problema, y todos comimos lo mismo —
frunció el ceño—. Garrett también parecía un poco pálido después del almuerzo.
—¿Cómo pudiste notarlo con ese bronceado? —se burló irónica. La bronceada
piel de Garrett contrastaba con su cabello claro.
—Vamos, Sarah —repuso su padre—. Tú también estás bronceada.
Pero la piel de Garrett siempre lo estaba, y cuando ella era más joven pasó
muchas horas imaginando cómo sería esa piel al tacto. Hasta que él rompió el
corazón de todos, ella envidió a su hermana; luego, sus fantasías tomaron un
derrotero muy distinto y todas, buscaban venganza.
Pero el amor sobrevivió; no sabía cómo o por qué, pero no había muerto.
—¿Qué piensas que quería decirle a Jason? —inquirió su padre un poco
preocupado.
—Tal vez lo mismo que yo le dije esta mañana: que actuó de manera
irresponsable, sin pensar en los demás, y que si lo vuelve a hacer recibirá un castigo.
Su padre rió, divertido.
—¡Por eso no desayunó!
Ella le dirigió una mirada de reproche.
—Debí decirte a ti lo mismo —amenazó—. Aunque me doy cuenta de que Jason
te engañó, cambiando la verdad.
—Gracias —rió.
—Eso pudo tener graves consecuencias, papá…

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—Pero no las tuvo —apretó su brazo cuando Jason entró por la puerta frontal—
. Ahora, tratemos de que la estancia del chico sea agradable, ¿quieres?
—De acuerdo —accedió—. Pero no dejaré que lo malcríes.
Los ojos azules relucían de humor.
—¡Ni durante un momento pensé que lo harías!
Sarah dedicó una sonrisa a Jason cuando él entró en la sala, tan ansiosa como su
padre de que el chico no notase la tensión del ambiente. Pero mientras preparaba el
té, ella y su padre ignorando el hecho de que Jason estaba un poco ruborizado
cuando entró, Sarah no pudo apartar su mente de la idea de que Garrett volvería en
tres días.

Tres días no eran suficientes para compensar diez años de separación, pero los
tres realizaron su mejor esfuerzo. Nadaban y pescaban todos los días, y fueron al
pueblo a realizar algunas compras; las noches las pasaban en calma, Jason y su
abuelo compartían la pasión por el ajedrez. Era durante esas tranquilas veladas que
Garrett telefoneaba a su hijo, y Sarah se aseguró de que Jason y su padre contestaran
la llamada, pues no quería hablar con él.
Aunque sí quería hablar con él sobre un par de cosas… como acerca del hombre
que vio en las dos ocasiones en que fueron al pueblo, o que paseaban por la playa
cuando iban a nadar, y cómo Garrett habló de secuestradores… Era ridículo suponer
que un hombre de aspecto inocente estuviese mezclado en algo semejante… ¿o no?
Se dijo que Garrett quiso ponerla nerviosa y que tal vez el pobre hombre ni siquiera
se había percatado de la existencia de ellos.
En esos tres breves días, Jason quedó muy unido a sus vidas; sus reservas
desaparecieron cuando olvidó que debía parecer un adulto. El tiempo voló y la
última noche, Jason no se acostó temprano, aunque su abuelo se había retirado ya,
agotado.
—Espero no haberte molestado cuando llegué —dijo a Sarah, nervioso e
inseguro.
Ella dejó su labor de costura.
—Lo único que recuerdo de ese día, fue el placer de verte otra vez —aseguró.
El encogió los hombros, incómodo.
—Fui un tonto al pensar que podías ser mi madre.
—¿Por qué? ¿Acaso tu padre no te dijo que había muerto?
—Claro, pero te pareces tanto a ella que… Sólo recuerdo que mi madre
desapareció un día, y luego estábamos sólo papá y yo —suspiró—. Creí… durante un
momento ese día, pensé que él tan sólo me dijo que ella había muerto porque estaban
separados y no quería que yo la viera.

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—De cierta forma lamento que no fuera eso lo que sucedió, en vez de que tu
madre muriera —dijo con ternura—. Sin embargo, te aseguro que Amanda jamás
habría permanecido lejos de ti durante diez años; te amaba demasiado para hacer
eso.
Jason pareció nostálgico.
—Lo único que recuerdo de ella, es que era una hermosa señora que me daba
regalos.
—Tú eras todo para ella —susurró Sarah, conmovida.
Él se levantó.
—Me alegro de haber venido aquí, de haber pasado este tiempo contigo y con el
abuelo. Yo… los echaré de menos —balbuceó antes de correr por la escalera a su
habitación.
También ellos lo echarían de menos, y Sarah sabía que su padre temía el
momento de la despedida; pero también estaba muy agradecido a Garrett por
haberles concedido esos días; lo que Sarah sentía era un profundo resentimiento.
Y aún estaba preocupada por lo que dijo Jason acerca de su parecido con
Amanda; se levantó para mirarse en el espejo.
Su imagen era la de una mujer muy bronceada, con abundante cabello negro y
perturbadores ojos azules.
Contuvo el aliento cuando el retrato de Amanda, colgado en la pared opuesta,
quedó reflejado junto a ella; era la imagen de su hermana poco antes de morir. El
parecido era asombroso, aunque sólo superficial.
¿Acaso Garrett vio ese parecido también… fue esa la razón que lo impulsó a
tocarla, a besarla? Él y Amanda no parecieron especialmente felices en su
matrimonio, de hecho fue todo lo contrario, pero Garrett afirmaba que si Amanda no
hubiese muerto, no se habrían divorciado. No todas las parejas que se amaban vivían
siempre contentos juntos, de hecho, a algunas personas eso les resultaba imposible; y
quizá, a su manera, Garrett amó a Amanda. ¡Tal vez vio a Sarah como un sustituto
adecuado!
Su beso, la primera noche, ocurrió después de una discusión sobre Amanda, y
al día siguiente su humor pareció casi entusiasta, como si algo maravilloso hubiera
ocurrido.
Sería un cambio muy notorio, de pensar que él y Amanda fueron infelices, y sin
embargo, al mirarse en el espejo, no podía negar la evidencia expuesta; durante unos
momentos, se convirtió en Amanda para Garrett.

Como no sabían a qué hora llegaría, los tres pasaron la mañana en la playa,
cerca de la casa; pero ya avanzada la tarde, Garrett no se había presentado todavía.

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Sin embargo, el hombre que Sarah notó en varias otras ocasiones, se había
instalado en la playa, no lejos de ellos. La coincidencia resultó excesiva esa vez, pues
lo descubrió observándolos cada vez que se volvía a mirarlo. Su padre y Jason no lo
habían visto, pero al avanzar la tarde, y cuando la playa quedó vacía, excepto por el
hombre, que seguía en su lugar, Sarah se puso nerviosa.
Sin pensar, dejó a su padre y a Jason nadando, y cruzó la playa para pararse
cerca del hombre. Él la miró con curiosidad y Sarah se preguntó si no habría
cometido un error; no parecía un criminal, no era más alto que ella, era esbelto
aunque muy fuerte y sus ojos de color castaño parecían recelosos.
Fue su mirada lo que la hizo desafiarlo con su actitud.
—No sé qué pretende ganar al espiarnos así —dijo Sarah—, pero quiero decirle
que me he dado cuenta de lo que hace.
—¿De veras? —preguntó él, arqueando las cejas.
Su voz le pareció conocida, aunque no comprendía por qué. La arena bajo sus
pies cedió y comenzó a caer en el agujero que el hombre había cavado junto a él.
Sarah adoptó una expresión de horror cuando cayó sobre él desconocido.
La reacción del hombre fue inmediata; alargó las manos para sujetarla, pero de
cualquier manera perdió el aliento cuando ella chocó contra su cuerpo en una
maraña de brazos y piernas.
—Por Dios, Dennis —dijo una divertida voz, muy familiar—. Sé que te pedí que
los vigilaras, pero debiste hacerlo a una distancia prudencial.
Sarah se recuperó lo suficiente para volverse a mirar a Garrett; se ruborizó con
intensidad al notar su sarcasmo, antes de volverse a encarar al hombre que yacía aún
bajo ella.
—¿Dennis? —repitió, incrédula.
—Así es —replicó él—. ¿No le importaría quitarse, señora Croft? —añadió
disgustado.
Sarah se levantó de prisa y se limpió la arena que tenía en el cuerpo.
Dennis hizo lo mismo; era apenas unos centímetros más alto que ella, y sus
labios se curvaron de ironía cuando lo miró, incrédula.
—Cuando se crece en un vecindario como el mío, con un nombre como Dennis,
es necesario volverse rudo o morir.
—Lo lamento, yo… no sabía que Garrett lo envió —de lo contrario, no se habría
puesto en ridículo. Miró a su cuñado, rabiosa.
—Jason es mi responsabilidad —informó Dennis antes de volverse hacia
Garrett—. Vino a desafiarme, jefe. Pensó que perseguía a Jason.
—Gracias, Dennis —repuso él y tiró de Sarah hacia sí, con expresión tensa.
Ella había temido ese encuentro, pero jamás imaginó que terminaría de esa
forma. Garrett parecía furioso, como si quisiera darle una tunda. Al levantar una
mano como saludo a Jason y su padre, quienes seguían en el agua sin enterarse de lo

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que acababa de suceder, Sarah tuvo el presentimiento de que Garrett tenía muy
malas intenciones al casi arrastraría hasta la casa.
—¡Garrett! —gritó y trató de liberarse—. ¡Garrett, suéltame! —ordenó rabiosa.
—No.
Cruzaron la puerta frontal antes de que Garrett se volviera a encararla, sus
fuertes y largos dedos se hundieron en la suave carne de los brazos femeninos.
—Tonta —gruñó—. ¡Estúpida!
Antes de que Sarah protestara, sus labios fueron cubiertos por los de él en un
beso castigador; quedó aplastada contra él. La arena y el agua salada mancharon el
pantalón beige y la camisa que él llevaba puestos.
El beso se prolongó, castigador, dominante, exigente, y aunque Sarah quedó
debilitada por la fuerza de la pasión, supo que no continuaría mucho más.
Apartó su boca de la de él y golpeó su pecho.
—¡No soy Amanda! —estalló al fin, y se apartó cuando él quedó inmóvil de
repente.
Los ojos verdes se oscurecieron al estudiarla.
—¿Ese es el motivo que inventaste para ti, para permitir que te besara? —
demandó al fin—. ¿Qué yo creía que eras Amanda?
—Bien, ¿me equivoco? —lo retó.
—Sí —replicó sin emoción.
—Pero…
—Sé muy bien quién eres cuando te beso y te toco. ¿Puedes tú decir lo mismo?
—¿Qué?
—¿Pretendes que soy tu ex marido? —demandó Garrett, tenso.
—No, claro que no —negó de inmediato; jamás respondió a David como lo
hacía con Garrett—. Y tampoco te besé para persuadirte de que dejaras a Jason aquí
—agregó indignada.
—Estaba enfadado contigo cuando dije eso —explicó frío—. No estoy
acostumbrado a que las mujeres vomiten después de besarme.
—Eso fue porque…
—Por quien soy, no por lo que hicimos —la interrumpió—. Pero respondemos a
los mismos impulsos, Sarah, no porque seamos Amanda y David. Y no trato de
luchar contra las emociones que provocas en mí, porque son demasiado agradables
para hacer eso —añadió ronco—. ¡Hace mucho tiempo que no experimento algo
similar!
—Supongo que lo que te hago sentir es irrelevante —murmuró—. Jason y tú se
marcharán hoy.
—Mañana —la corrigió—. Hice una reserva en un hotel para esta noche.

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—Pues, entonces…
—He renunciado a muchas cosas que quería para dejarte escapar a ti también —
continuó implacable—. Estaremos juntos, Sarah, cuenta con ello.
—No lo creo —negó con enorme frialdad.
—No he pensado con claridad desde que llegué aquí aquella noche y te vi de
nuevo. Quisiera que entendieras, que vieras…
—Lo vi —intervino, desdeñosa—. ¡Y entendí que hiciste sufrir a mi hermana!
—Yo también sufrí —gruñó con amargura.
—Eso suele suceder cuando alguien tiene que enfrentar la responsabilidad de
una chica de dieciocho años que está embarazada —estalló.
Garrett respingó como si lo hubiese golpeado.
—Creo que iré a reunirme con Geoffrey y Jason —dijo al fin, con mortal
serenidad.
Desconsolada, Sarah se preguntó por qué no deseó a David como deseaba a
Garrett; por qué debía amar al único hombre que no podía tener.
La cena fue un acontecimiento muy tenso, su padre y Jason estaban deprimidos
por la inminente separación y no se percataron de la animosidad entre Sarah y
Garrett.
Pero Sarah sí la notaba y sabía que él buscaba la menor oportunidad para
tocarla, para hacerla temblar y estremecerse a su vez. De veras la deseaba, no podía
contenerse, y ella no podía aceptarlo.
—¿Quieres salir a caminar, Sarah? —sugirió él después de recoger los trastos y
cuando su padre y el nieto se encontraron enfrascados en otro encuentro de ajedrez.
—Pues… no, creo que no. Tengo que coser y…
—Estás pálida, Sarah —intervino su padre, distraído—. Un poco de aire fresco
te haría bien.
—He estado al aire libre todo el día —protestó y evitó la mirada de Garrett,
atrayente.
—Entonces, sólo acompáñame —insistió el director, ronco.
La había colocado en tal posición que no podía negarse.
—Iré por un suéter —lo maldijo en silencio y salió corriendo de la habitación.
Caminaron en silencio durante varios minutos; Sarah era muy consciente de él,
y temblaba con anticipación cada vez que su brazo rozaba el de ella. Parecía abrasada
por el fuego, tenía la mente agitada y el corazón acelerado.
—Entonces, ¿Geoffrey y Jason se llevaron bien? —preguntó Garrett al fin,
cuando se detuvieron a la orilla del mar.
—Muy bien —ella sonrió y luego suspiró—. Papá lo echará de menos cuando se
haya marchado.

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—Sí —Garrett frunció el ceño—. Temo que la idea de mi padre de lo que debe
ser un abuelo, consiste en un gran regalo de Navidad y otro en su cumpleaños, y un
sermón acerca de cómo defender el nombre Kingham, eso cada vez que lo ve.
—Temo que nosotros no hemos sido mucho mejores con el paso de los años —
murmuró, avergonzada.
—Jason sabe que eso no se debió a una decisión tuya o de tu padre.
—Estoy segura de que tu padre es un hombre muy ocupado…
—Oh, sí —confirmó él con amargura—. Siempre lo ha sido.
—Garrett…
—He notado un cambio en Jason en sólo tres días —susurró—. Comenzaba a
comportarse como un chiquillo presumido; ¡jamás lo había visto lavar los platos
como lo hizo esta noche!
—Quizá se debe a que tienes un ama de llaves, y él…
—No es sólo eso —Garrett meneó la cabeza—. Jason tiene una actitud muy
egoísta.
—Me alegro de que pienses que su estancia aquí lo ha ayudado —volvió hacia
la playa—. ¿Dónde está Dennis esta noche?
—En el hotel —respondió, tenso—. Fuiste muy torpe esta tarde —añadió—.
¿Qué habrías hecho si Dennis hubiese estado persiguiendo a Jason? Pudo tener
consigo una pistola…
—¿Una pistola? —repitió horrorizada.
—Lo siento —Garrett frunció el ceño al ver su palidez—. He vivido en una
sociedad donde las pistolas están siempre disponibles, y olvidé cuan diferentes son
las cosas aquí.
—Ya no es tan diferente esa situación en Inglaterra —Sarah meneó la cabeza—.
También tenemos nuestra porción de asesinatos y actos violentos. Yo sólo… fue la
idea de que algo pudiera ocurrirle a Jason.
—No te preocupes, Sarah —sus brazos la rodearon con firmeza—. No permitiré
que algo le suceda a ninguno de los dos. Nunca.
No podía permitir que dijera esas cosas, había mucho significado oculto en esas
palabras.
—Por favor, suéltame, Garrett —ordenó, seca.
—¿No crees que si pudiera hacerlo, lo haría? —se burló—. Lo último que
buscaba cuando vine aquí era una relación con una mujer, ¡menos contigo!
Porque era la hermana de Amanda. Tuvo razón, ¡él jamás amó a su hermana!
—Entonces no tienes que preocuparte —replicó con aspereza, furiosa—.
¡Porque no tendrás ninguna relación conmigo!
—Ya la tengo —susurró él.

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—En una relación hay dos personas, Garrett —trató de liberarse cuando él se
negó a soltarla.
—¿Y dices que tú no estás interesada?
—Claro que no —respiraba con agitación por el esfuerzo que hacía al
forcejear—. No me agradas, jamás me agradaste…
—Pero respondes a mí —insistió con firmeza—. Eso es suficiente para empezar.
—No….
—¡Sí! Los dos sabemos que en este momento podría tenderte en la playa y tú
dejarías que te hiciera mía.
Ella tembló ante las eróticas imágenes evocadas por esas palabras… sus cuerpos
en la arena, abrazados, enlazados, fundidos… Tembló. No podía sentir eso por
Garrett, no debía.
—También sabemos que no lo haré —añadió ronco, y Sarah se mortificó al
experimentar cierta desilusión al oírlo—. Eres especial, Sarah, y lo que hay entre
nosotros también lo es; cuando hagamos el amor, no lo haremos a escondidas. Sarah
se apartó de él con violencia.
—Tal vez esas actrices estén ansiosas de obtener un papel acostándose contigo,
pero yo no.
—Jamás he pensado en ofrecer papeles en una película por "servicios prestados"
—negó Garrett, con tono cansado.
—¿Ni siquiera a Amanda? —lo retó—. ¿No la metiste en tu cama con la
promesa de darle una carrera, cuando quedó embarazada de tu hijo?
—¿Eso dijo ella? —preguntó con los ojos entornados.
—Tenía dieciséis años cuando ella murió, no era lo bastante mayor para discutir
con ella su vida sexual —replicó Sarah.
—Si lo hubiesen hecho, te habrías dado cuenta de que no fue así como sucedió.
—Amanda no te amaba…
—Pero me deseaba —replicó, cruel, y sus duros ojos la hicieron respingar.
—No tenías que obligarla a quedarse contigo —gimió—. Tenía dieciocho años,
Garrett. ¡Dieciocho!
El suspiró y metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Quisiera poderte explicar mi matrimonio con Amanda…
—No quiero saber nada de tu matrimonio con mi hermana —protestó—. ¡Es
suficiente saber que existió!
—Sarah…
—No vuelvas a tocarme —amenazó—. Sólo despídete de mi padre y de Jason, y
luego lárgate. Trataré de asegurarme de no estar presente cuando vuelvas a recoger a
Jason —se dio la vuelta y corrió a la casa.

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Quería ocultarse en su cuarto, pero sabía que eso despertaría la curiosidad de


Jason y de su padre, así que irguió los hombros y fue a reunirse con ellos en la salita.
El juego de ajedrez estaba en su apogeo cuando entró en el cuarto, y se tomó
unos minutos para estudiar con amor las dos cabezas inclinadas sobre el tablero.
No importaba el sufrimiento de ver a Garrett de nuevo, de permitir que la
tocara, todo quedaba compensado con la visita de Jason. Y cuando él y su padre
regresaran a los Estados Unidos, al menos el abuelo materno tendría ese recuerdo en
su corazón.
Sólo los recuerdos de Sarah no serían felices, y eso no se debía a la presencia de
Jason.
Su padre se volvió a mirarla, después de ganar la partida.
—¿Dejaste afuera a Garrett?
—No, aquí estoy, Geoffrey —Garrett entró en la habitación y rozó el hombro de
la chica al cruzar la habitación hacia la chimenea apagada—. ¿Fue un buen juego? —
preguntó. Como si nada hubiese ocurrido afuera, en la playa.
Su suegro asintió.
—Echaré de menos a mi compañero de ajedrez —murmuró.
—Tengo que volver a Los Ángeles durante un tiempo —explicó Garrett—, y
quiero que Jason me acompañe; pero se me ha ocurrido otra idea —añadió ronco, y
miró a Sarah, parada en el otro extremo de la habitación—. ¿Por qué no vienen los
dos con nosotros y toman unas vacaciones?
Sarah perdió el aliento; por las expresiones de su padre y Jason, pudo notar que
estaban muy entusiasmados con la idea, y por la ironía en el rostro de Garrett se dio
cuenta de que él disfrutaba de su renuencia a aceptar la invitación, y que hizo el
ofrecimiento en público para que no pudiera negarse.

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Capítulo 5
Una semana después, ella y su padre descendían del avión en el aeropuerto de
Los Ángeles, y Sarah todavía se preguntaba cómo la convencieron de ir allí.
Después de que Garrett soltó la bomba esa noche, ella inventó toda clase de
disculpas, pero todas fueron acalladas por un hombre u otro, casi siempre su padre.
¡Garrett ni siquiera tuvo que discutir el asunto! Fue una batalla perdida desde el
principio, para ella.
Aunque Garrett no se salió con la suya en todo; Sarah insistió en que ella y su
padre no podían partir de inmediato, porque debían resolver unos asuntos
pendientes antes de viajar. Garrett aceptó eso de buena gana, en particular porque
sabía que había ganado la batalla principal, así que le concedió una victoria sin
importancia.
Y allí estaban ya; tan pronto como pasaron por la aduana volvería a ver a
Garrett, pues él telefoneó la noche anterior al hotel de Londres donde ella se
hospedaba con su padre, para decirles que los recibiría en el aeropuerto.
Su padre era el único motivo por el cual realizaba ese viaje, y no quería
estropearle la alegría con comentarios sarcásticos o hirientes, así que se controló.
Garrett logró arrastrarla a los Estados Unidos porque ya no podría seducirla en
su hogar, en Inglaterra. Esa solución le parecía un poco extrema, pero no podía
explicar sus actos de otra manera; él jamás le hizo ninguna proposición cuando
estuvo casado con Amanda. No, él sabía cómo reaccionaría su padre ante la
expectativa de pasar más tiempo con su nieto, igual que supo que no le quedaría
alternativa a Sarah, más que acompañarlo.
—Pues todo eso estuvo muy eficiente —comentó su padre poco después,
cuando salieron con su equipaje en busca de Garrett.
Sarah estaba muy tensa para contestar, temerosa del reencuentro, y temblaba
con violencia por el esfuerzo que hacía para conservar la serenidad.
Vio a Garret entre la multitud casi de inmediato, su cabello relucía bajo el sol;
sobresalía entre la gente por su estatura. Un intenso placer oscureció las pupilas
masculinas al ver el atuendo de ella, el elegante y fresco vestido de lino que tenía el
mismo color que sus ojos.
Antes de que lo notara, Garrett hizo una señal al hombre que estaba a su lado
para que se encargara de las maletas, y luego estrechó con firmeza la mano de su
suegro; entonces se volvió a encararla.
La aprensión nubló los ojos azules, mientras ella esperaba su siguiente
movimiento, y el aliento salió de sus pulmones en un suspiro de alivio cuando él
posó las manos en sus hombros y se inclinó para besarla en la mejilla.
—¡Cobarde! —la acusó con un susurró, divertido. Los ojos azules lanzaron
chispas; si de veras fuese una cobarde, habría encontrado la manera de estar lejos de

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allí. Pero eso sería sólo aplazar el reencuentro con Garrett; él era un hombre que no
aceptaba un "no" como respuesta.
La humedad del ambiente, al salir de la terminal, era agobiante, pero no
tuvieron que padecerla mucho tiempo, porque el hombre que recogió sus maletas
esperaba con ellas junto a un lujoso auto color crema, y abría una puerta invitándolos
a entrar.
—Siempre he querido viajar en un coche así —dijo el padre de Sarah
emocionado, al sentarse junto a su hija; Garrett se sentó al otro lado de su suegro en
el amplio asiento de piel.
Sarah miró con desprecio a Garrett por su evidente demostración de riqueza; tal
vez hubiese impresionado a su padre, pero no a ella.
—El auto pertenece a un estudio cinematográfico —explicó el director—. Fue
Jason quien sugirió que lo usáramos hoy —añadió irónico—. Le advertí que tal vez
encontraran que era un gesto de ostentación, como pienso yo, pero él insistió.
—Me alegro; aunque tenías razón —rió el suegro—. ¡Uno de estos autos
resultaría ridículo estacionado frente a la casa!
—¡Podríamos decir a los demás que era un cuarto extra! —agregó Sarah,
mordaz. Garrett sonrió.
—Pues no hay duda de que es bastante grande para poner una cama en la parte
trasera.
Ella apartó la mirada, ruborizada por sus palabras. Nada había cambiado en esa
semana; Garrett todavía la deseaba. El calor de su mirada, cuando mencionó la cama,
parecía invitarla a compartir un lecho.
—¿En dónde está Jason? —preguntó el padre, intrigado—. Esperaba verlo
contigo.
—Y él quería venir —repuso Garrett—, pero lo dejé en la casa para que sea un
buen anfitrión. Espero que no les moleste, pero mi padre, mi hermano y su esposa
también están conmigo ahora. Tal vez ellos consideran que Los Ángeles es un jardín
de niños —se burló—, pero les agrada mucho, por la cercanía del mar.
"¡Oh, fabuloso!" estalló Sarah en silencio. Tendría que enfrentar a toda la familia
Kingham. Sabía que Amanda consideró a su suegro como un hombre grosero y
cortante, aunque se llevó bastante bien con Jonathan y Shelley Kingham. Desde el
punto de vista de Sarah, la visita a la casa de Garrett comenzaba a parecerse a una
pesadilla.
—Por supuesto que no nos molesta, Garrett —dijo su padre—. Nosotros somos
los visitantes, tú tienes toda la libertad de invitar a tu familia a quedarse en tu casa.
—No los invité; ellos suelen dejarse caer por aquí en esta época del año.
Sarah deseó que ese año hubiera sido la excepción. ¿Qué tendrían en común ella
y su padre con los Kingham? Eran parte de la familia por accidente, sólo porque
Amanda era la madre de Jason. Sarah no era una esnob, pero Amanda le dijo varias
veces que el señor Kingham padre sí lo era.

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—Estoy seguro de que no habrá problemas —consoló su padre a Garrett—.


Ahora, muéstrame los sitios de interés durante el viaje.
Como su padre, Sarah nunca había salido de Inglaterra, y escuchó en silencio la
descripción de Garrett sobre sitios y cosas de interés; pero lo que más la cautivó fue
la belleza del lugar, el sol más intenso que en Inglaterra, las palmeras y las casas.
—¿Qué hacen esos jóvenes? —preguntó su padre, intrigado.
Sarah también había notado que varios adolescentes, parados en las aceras,
vendían algo a los autos que se detenían por allí, pero no podía ver lo que vendían.
Garrett sonrió con desdén.
—Venden mapas que, supuestamente, dicen dónde podrán encontrar a las
estrellas más famosas.
—¡Qué horror! —estalló Sarah, disgustada—. ¿Quieres decir que la gente te
compra esos mapas para ir a invadir la intimidad de los demás?
—Así es —contestó Garrett, indiferente.
—Espero que tu hogar no esté incluido —se estremeció al pensar en la
posibilidad de vivir en una casa de cristal.
—Por lo que sé, no me consideran una estrella —repuso irónico—. Además,
esto es Beverly Hills, y nosotros vivimos en Malibú. Sólo los traje aquí porque Jason
me ordenó que vieran todo de camino a casa.
No había duda de la belleza de las construcciones, aunque muchas de ellas
tenían complicados sistemas de seguridad. Para Sarah era una lástima que la gente
que vivía allí no pudiese hacerlo en paz.
—Sé lo que piensas, Sarah —dijo Garrett al notar su expresión de asco—. Pero
no tienen que vivir aquí.
—Supongo que no —reconoció—, pero aún así es una lástima.

La casa de Garrett era una hermosa construcción similar a una hacienda,


pintada de blanco, de una planta y muy alargada. Era una casa preciosa y cuando se
apearon del auto, Sarah pudo ver la piscina al fondo, varias palmeras que bordeaban
el estanque de mármol y a una pareja en el fresco fondo.
El interior era también hermoso, con decorados lujosos y acogedores. Una
mujer de origen latino, regordeta, les dijo que Jason y el señor Kingham padre
estaban en el salón de juegos, y que el señor Kingham hijo, con su esposa, estaban en
la piscina; eso confirmó la identidad de la pareja que Sarah había visto.
—Los llevaré a sus habitaciones —Garrett sonrió—. Después, todos podremos
tomar algo alrededor de la piscina y los presentaré con los demás.
El cuarto del padre de Sarah era muy lujoso, decorado en tonalidades beige y
marrón, y sin embargo, el de ella era todavía más hermoso, decorado en verde y

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color crema. Su equipaje ya estaba en la habitación, y ella anhelaba cambiarse el


vestido de lino por algo más cómodo. Sin embargo, Garrett seguía dentro del cuarto.
Se volvió a mirarlo, interrogante, con la cabeza erguida.
Él enfrentó su mirada sin parpadear, mientras cerraba en silencio la puerta;
luego cruzó el cuarto para detenerse a pocos centímetros de distancia de ella.
Sus manos subieron para enmarcar su rostro enrojecido.
—Jamás imaginé que podría extrañar a alguien tanto como te eché de menos
esta última semana.
Sarah contuvo el aliento; habría preferido una actitud agresiva o demandante
para defenderse, pero él apenas la tocaba y su voz era un gemido de agonía. Durante
diez años ni siquiera había visto a ese hombre, pero la última semana también fue
interminable para ella.
—Garrett…
—No me rechaces —suplicó, ronco. Suspiró aliviado al ver el temor de su
mirada—. ¡Tú también me echaste de menos!
—Yo…
—Las mentiras no ocultarán la verdad que veo en tus ojos.
—¿Qué quieres de mí? —gimió.
—Sólo a ti —murmuró él—. Sólo quiero que demuestres lo que sientes por mí.
—Creí que ya lo había hecho —replicó y se apartó—. Te desprecio, y odio todo
lo que hiciste sufrir a Amanda cuando vivió contigo.
La expresión de Garrett se tornó sombría y bajó las manos a los costados. Estaba
muy atractivo, con pantalones blancos y una camisa de color verde.
—¿Cómo la hice sufrir? —rugió—. ¿La golpeé? ¿Tuve otras mujeres? ¿Cómo?
Amanda sabía que Garrett nunca hizo lo que había dicho.
—Existen otras formas de crueldad —insistió.
—¿Te refieres a que me marchaba a trabajar para conseguir el dinero suficiente
para continuar con la vida de lujos a la que Amanda estaba acostumbrada?
—Amanda nunca estuvo interesada en tu dinero.
—Tienes razón, no lo estaba —se burló Garret—. ¡Siempre que hubiese
suficiente para gastarlo en ropa y fabulosas fiestas!
—¡Amanda no era una interesada!
—No necesitaba serlo —replicó Garrett—. Podía tener todo lo que quisiera. ¡Y
lo que más deseaba era el apellido Kingham!
—¡Para tu hijo! —le recordó, furiosa.
La furia oscureció la mirada del hombre, y Garrett suspiró para controlarse.

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—¿No puedes aceptarme ahora como soy, que te deseo, y olvidar para siempre
que estuve casado un día con Amanda?
—¡No!
—Lo harás, Sara. Te lo prometo; lo harás.
Estaba acalorada e irritable cuando él se marchó, a pesar de la frescura del
interior de la casa. Cuando podía olvidar quien era Garrett, era al encontrarse en sus
brazos; así que tendría que asegurarse de nunca volver a estar en ellos.
Se dio una ducha y se había cambiado el vestido de lino por uno de algodón
color limón cuando la puerta de su cuarto se abrió de pronto, después de un ligero
golpe. Su disgusto se convirtió en placer al ver que Jason irrumpía en la habitación.
—¡Sarah! —la levantó en sus brazos y la hizo girar en el aire; la abrazó con
fuerza, después de depositarla en el suelo.
Habían establecido una agradable relación desde que estuvo con ellos en
Inglaterra, y era muy cariñoso con su abuelo, pero esa era la primera vez que actuaba
de manera espontánea con ella. Sarah lo abrazó y contuvo las lágrimas.
El juvenil rostro se iluminó con entusiasmo, al soltarla.
—Esta semana fue interminable —anunció con exagerado dramatismo—. Y
después, abuelo, tío Jonathan y tía Shelley tuvieron que presentarse ayer —hizo una
mueca de disgusto—. Eso implicó que no pude ir a recibiros al aeropuerto con papá.
Y había planeado hacerlo. Quería mostrarles el Teatro Chino, Hollywood, Beverly
Hills…
—Tu padre obedeció tus indicaciones —aseguró sonriente—. Tu abuelo estaba
feliz.
—Pero tú no —adivinó con pesar—. Todo es muy ostentoso, ¿verdad?
—Sólo un poquito —aceptó—. Pero Hollywood no sería lo que es sin eso.
—Supongo que no —Jason se reanimó—. ¿Estás lista para ir a conocerá la
familia?, si lo sé —rió cuando ella no pudo ocultar su disgusto—. ¿Quieres saber
cómo soluciono el problema de las reuniones con mi abuelo?
"Mi abuelo", no "abuelo", como llamaba a su padre. Si su nieto aún se ponía
nervioso con él, ¿qué ocurriría con ella, la hermana de Amanda, la mujer que William
Kingham no aprobó desde el principio?
—¿Cómo? —inquirió interesada.
—Empiezo por pensar que un día fue un nene que usaba pañales —Jason rió.
—¿Es posible eso? —preguntó como si lo dudara.
La sonrisa de Jason se agrandó.
—Es un poco difícil, pero inténtalo, e imagínalo con pañales.
—¿No te parece que es una falta de respeto? —bromeó.
Jason encogió los hombros.

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—Sólo te digo lo que yo hago; no tienes que hacer lo mismo.


Pero cuando se enfrentó con William Kingham, un hombre alto, de cabello gris
acero y muy parecido a su hijo menor, Amanda decidió qué necesitaría toda la ayuda
posible. Imaginar a ese hombre como un nene en pañales era imposible, pero logró
sonreír con naturalidad.
Su mano apenas fue tocada por la mano fría de William Kingham.
Garrett estaba junto a la piscina, con una hermosa rubia, quien supuso que sería
Shelly Kingham, y su padre estaba sentado a una mesa bajo un enorme parasol de
brillantes colores, con un hombre rubio quien, si era posible, poseía una belleza más
clásica que la de Garrett; su sonrisa era cálida y encantadora mientras se concentraba
en la charla del anciano sentado frente a él. Era Jonathan Kingham, el hermano
mayor de Garrett.
Su mirada volvió, reacia, al hombre parado frente a ella.
—Es un placer conocerlo, senador Kingham —dijo con formalidad.
—Se parece mucho a su hermana —fue la cortante respuesta.
La sonrisa de Sarah se debilitó y frunció el ceño cuando Jason, parado detrás de
su abuelo, hizo gestos para atraer su atención; su sonrisa recobró firmeza. Incluso
tuvo que apartar de su sobrino la mirada para no reír.
Su mirada era tan fría como la del señor Kingham, cuando lo enfrentó de
nuevo.
—Supongo que sí —contestó, desafiante.
William Kingham la estudio en silencio, antes de asentir con brusquedad y
volverle la espalda.
—¡Caramba! —suspiró cuando Jason se reunió con ella—. Si tu tío Jonathan se
parece a tu abuelo, necesitaré tomar un respiro antes de conocerlo.
—No te preocupes; tío Jonathan es un político de la nueva escuela. No importa
lo que suceda, él sonríe y permanece sereno. Pero, si lo dudas, también resultará el
truco de los pañales —añadió, divertido.
La risa que compartieron llamó la atención de los hombres sentados bajo el
parasol, y Sarah se sobresaltó al notar el destello de unos ojos verdes y cálidos. No le
fue difícil descubrir cómo convencía Jonathan Kingham a sus simpatizantes; sólo
tenía que sonreír para que todos cayeran a sus pies.
Con una sonrisa en respuesta, fue despacio hacia él y encontró que su mano
quedaba atrapada en un fuerte apretón, el tiempo justo. Era un hombre perfecto: alto,
rubio, bronceado, con una sincera sonrisa y un apretón de manos impecable.
—Estaba ansioso de conocerla —dijo, ronco. Ella no podía decir lo mismo
acerca de esa familia, pero Jonathan Kingham era muy agradable.
—¿Quiere un poco de limonada fría? —ofreció, mientras servía un vaso y se lo
alargaba.

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Sarah bebió, consciente de que se encontraba frente a un consumado


manipulador, y además agradable… una combinación difícil de resistir.
Él tomó el vaso vacío de su mano y lo puso en la mesa.
—Y ahora, ¿qué le parece si vamos a dar un paseo por la playa para despejar la
mente del largo viaje?
Jason estaba ya sentado con su abuelo inglés, el abuelo paterno seguía parado
junto a la casa, estudiándola con evidente desaprobación, y Garrett no parecía
percatarse de su presencia, ya que él y Shelley seguían jugueteando en la piscina;
estaba segura de que Garrett ni siquiera notaría su ausencia.
—Parece una buena idea —aceptó con una sonrisa—. A menos de que lo
interrumpa… o esté con alguien —añadió con incertidumbre, pues no sabía cuál sería
la reacción de Shelley Kingham.
Jonathan amplió su sonrisa.
—Shelley y yo hemos estado casados durante veintiún años —bromeó—. Creo
que a estas alturas puedo afirmar que sólo son amigos. Pero, de cualquier manera,
dudo de que se den cuenta de que nos hemos marchado.
Mientras rodeaban la piscina, escuchó la risa de Garrett, carente por completo
de tensión; los dos que estaban en la piscina levantaron una mano como saludo, justo
cuando Sarah bajaba con Jonathan por la escalinata que llevaba a la playa. Ese día
Garrett parecía más joven, su cuerpo era muy musculoso y bronceado, y en su
expresión había gran ternura al mirar a la mujer que estaba a su lado.
—Garrett nos dijo que es maestra —comentó Jonathan mientras caminaban por
la dorada arena.
—Así es —aceptó.
—Jason opina que es una chica maravillosa —sonrió con ternura.
—¿De veras? —sonrió complacida—. Me alegro de saberlo.
—Garrett parece muy… —se interrumpió, ceñudo—. ¿Alguna vez le han dicho
lo mucho que se parece a…?
—Amanda; sí. Lo han mencionado.
—¿Fue Garrett?
—En realidad, fue Jason. Hoy me lo ha dicho su padre —se detuvo para ver
cómo se rompían las olas en la arena—. Pero Garrett también opina lo mismo.
Jonathan se detuvo a su lado, con las manos en los bolsillos del pantalón.
—En estos tiempos es difícil saber lo que Garret piensa —murmuró.
Sarah se puso tensa y apartó la mirada, al notar el destello de especulación en
los ojos verdes. Estuvo equivocada sobre ese hombre; tal vez lo hiciera de manera
encantadora, pero la despreciaba tanto como el resto de los Kingham.
—Le aseguro que no tengo intenciones de atrapar a su hermanito —dijo con
desdén.

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Jonathan rió.
—Garrett siempre ha sido independiente y testarudo, y temo que lo que usted
quiera no tendrá importancia para él.
—Mi padre y yo estamos aquí por Jason, nada más.
—Sarah… espero que me deje llamarla así —añadió con suavidad—. Sólo
trataba de ofrecerle un poco de apoyo —dijo con sinceridad—. Temo que nuestro
padre puede ser muy rudo cuando no aprueba algo, y…
—No aprueba una relación entre Garrett y yo —terminó, seca—. Ya se lo he
dicho, no hay ninguna relación entre nosotros.
Jonathan suspiró y la sujetó por las muñecas.
—Por favor, no te ofendas por lo que he dicho —la tuteó.
—¿Ofenderme? —se apartó de él, furiosa—. ¿Por qué debe ofenderme que el
hermano de mi anfitrión me haga una advertencia de no acercarme a él, pocos
minutos después de mi llegada?
—Por Dios, eres como Amanda… —la miró con admiración.
—Lo suficiente para decirle que si Garrett y yo tuviésemos una relación, eso no
sería asunto suyo. Y ahora, si me disculpa… —se detuvo al ver que Garrett estaba
parado cerca de ellos, como un dios griego… alto y bronceado, con la musculatura
bien dibujada en el ceñido traje de baño.
Los ojos entrecerrados de él notaron el intenso rubor de sus mejillas, la
indignación de su mirada, y avanzó, amenazador, hacia su hermano.
—Shelley quiere que te reúnas con ella ahora —ordenó.
Jonathan asintió.
—Iré de inmediato. Sarah —miró ceñudo su rostro tenso—, no pretendía
ofenderte —murmuró antes de volver hacia la casa.
Sarah encaró a Garrett, desafiante.
—Parecía que necesitabas que te rescataran —comentó él ronco, parado junto a
ella.
La joven lanzó un profundo suspiro.
—Tengo el presentimiento de que estas vacaciones no serán nada relajantes
para mí.
—Si alguien ha dicho algo que te lastimó, yo…
—Tu padre está furioso porque me parezco a Amanda, y tu hermano parece
muy complacido por lo mismo —estalló.
Garrett meneó la cabeza.
—Ellos sólo ven lo que quieren ver; para mí eres sólo Sarah.
—Por lo menos, papá está contento —murmuró, complacida por su respuesta.

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Garrett asintió, sonriente.


—Él y Jason se han ido a buscar un juego de ajedrez.
La tensión de la última media hora comenzó a abandonarla; eso era algo que
nunca creyó posible con ese hombre cerca. Pero de los tres hombres Kingham, él era
el menos formidable y el más sincero. Tendría mala suerte si Shelley resultaba igual
que los dos hombres mayores.
—Quise ir antes a tu cuarto —informó Garrett—, pero Jason insistió en que él te
buscaría.
—Me alegré mucho de verlo otra vez —repuso, tensa de nuevo.
Garrett aspiró profundo.
—¿Es muy difícil confesar que también te alegras de verme a mí? No he
pensado en nada o nadie más que en ti esta última semana; ¿no podrías decirme que
también has pensado un poquito en mí?
¿Un poquito? ¡No pudo hacer otra cosa en ese tiempo! ¿Cómo podía no haber
pensado en él, y en las cosas sensuales que le hacía?
Comenzó a salir con hombres a los quince años, hasta que conoció a David, a
los diecinueve, en el colegio; se casó con él cuando apenas tenía los veinte años. No
fue su primer novio, pero no encontró dificultades en rechazar las relaciones físicas
con él antes del matrimonio, como le había sucedido con otros jóvenes, una relación
física que David consideraba necesaria.
Él no aceptó de buena gana sus negativas, pero lo hizo, y con el paso de los
meses comenzó a hablar con emoción de la noche de bodas, lo que la hizo percatarse
de que contaba con eso para desquitarse de todas las negativas que obtuvo de ella
hasta entonces. En su noche de bodas, Sarah se dijo que su falta de respuesta fue
debida a que recibió muchas presiones de David; pero con el paso de los días y las
semanas, y al final los meses, no pudo ofrecerle la respuesta que él buscaba, lo que se
convirtió en algo que ninguno de los dos podía aceptar.
Debido a que David así lo quiso, y porque ella no deseó lastimarlo más se
divorciaron; cuando su matrimonio pudo ser anulado por la no consumación del
mismo.
David la deseó, trató de estimularla de muchas maneras, pero cuando fracasó
una y otra vez, en vez de tomarla con rabia, como habrían hecho muchos hombres, le
volvió la espalda, asqueado.
Ahora ella tenía veintiséis años y había estado casada, pero seguía siendo
virgen porque su esposo no pudo despertar el deseo en ella. Y, sin embargo, si
Garrett se lo pedía, se acostaría en ese momento en la arena para que la poseyera,
¡como él afirmó aquella noche en la playa, en Inglaterra!

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Capítulo 6
David la llamó frígida al final de ese terrible matrimonio, y, hasta que Garrett
reapareció en su vida, ella lo creyó. Pero ya sabía que no era así, y estaba tan aterrada
por su reacción entre los brazos de Garrett, como de su frialdad ante las caricias de
David.
—Maldije tu arrogancia y tus maquinaciones, así que supongo que pensé en ti
—replicó, fría.
—Oh, Sarah —él movió la cabeza—. He sido sincero contigo, ¿por qué no lo
eres también?
—Creí que lo era.
—¿Es pecado que confieses que me encuentras atractivo?
—¡Sí, maldito, lo es! —estalló—. Es una deslealtad para Amanda.
Él aspiró profundo y apartó la mano del brazo de ella.
—¡Amanda murió hace diez años! Eras una niña y nuestro matrimonio estaba
en ruinas. Sólo sería una deslealtad para Amanda si estuviese viva y nosotros
sintiéramos esto.
—Yo…
—No imagines que no sentiríamos esto si estuviese viva —continuó—. Tal vez
no habríamos hecho nada en esas condiciones, pero la atracción seguiría presente.
Siempre hubo algo entre nosotros, pero aún eras una niña y no reconocí que era
atracción hasta hace diez días.
—Déjame en paz, Garrett.
—No puedo —negó con la cabeza, abatido—. Ni siquiera puedo prometer que
te daré tiempo para que te acostumbres a la idea, antes de tomarte —había dolor en
su mirada—. He tenido relaciones sexuales con mujeres en los últimos diez años,
pero con sólo tocarte he sentido más satisfacción que con cualquiera de ellas. Creo…
que moriré un poco cuando te haga el amor.
—¡No! —Sarah palideció, presa de un terrible escalofrío.
—Sí —gruñó, ronco y derrotado.
Ella no negó esa vez, sólo se volvió y corrió hacia la casa; cuando llegó a lo más
alto de la escalinata se volvió a mirar hacia la playa y vio que Garrett permanecía
donde lo dejó, observándola en silencio.
No estaba preparada para la sorpresa que la recibió al caminar junto a la
piscina. Shelley Kingham estaba sentada a la mesa, con los cuatro hombres, con el
rostro radiante de felicidad… sentada en una silla de ruedas.
Su cuerpo era perfecto y vestía un bikini negro; sin embargo, las hermosas
piernas permanecían inmóviles.

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Amanda nunca mencionó que su cuñada era inválida, y quizá no lo consideró


importante, pero Sarah deseó que la hubiese prevenido, porque habría podido
reaccionar de manera embarazosa ante la parálisis de la otra mujer, si no hubiera
tenido tiempo de recuperarse de la sorpresa que le causó percatarse de su
incapacidad antes de que los demás la vieran acercarse.
Se sobresaltó cuando la mano de Garrett se posó en su espalda; se estremeció y
se volvió a mirarlo.
La expresión de él era gentil.
—Sin importar cuánto discutamos, jamás cambiarán mis sentimientos hacia ti.
—Pero…
—Vamos, te presentaré a Shelley. Después de Jason, es el miembro más
agradable de la familia —añadió con ironía.
Shelley era todo eso y más; cálida, gentil, amable, aunque parecía un poco
reservada en su actitud hacia Sarah. William Kingham se sentó apartado de los
demás, muy molesto con la presencia de la inglesa.
Después de estar con Shelley media hora, Sarah se dio cuenta de por qué
Amanda jamás mencionó lo de la silla de ruedas… después de un rato con Shelley,
ella también olvidó la silla. Con casi cuarenta años, Shelley era una mujer vital que
llamaba la atención hacia la reluciente belleza de su rostro, la malicia de los ojos gris
oscuro, alejándola del hecho de que no podía levantarse y andar.
Jonathan también parecía más relajado en la compañía de su esposa, y cuando
Sarah regreso a su cuarto para descansar antes de la cena, se sentía un poco más
tranquila, menos como una intrusa no deseada.
La frescura del salón se sentía también en las habitaciones, y después del calor
de la tarde, fue muy agradable desvestirse para tenderse bajo las frías sábanas.
Permaneció semiconsciente, entre el sueño y la vigilia; su cuerpo protestaba por
la necesidad de descanso. Empezaba a quedarse dormida cuando vio la figura de
cabello dorado junto a su cama, y una mano se alargó para acariciarle la mejilla.
—¡Garrett!… —murmuró soñolienta, sin saber si debía sentirse alarmada o
excitada por su repentina aparición.
—Duerme —murmuró él.
Sarah suspiró, desencantada, mientras observaba alejarse la figura de Garret
hacia la puerta, saliendo en silencio.

Una doncella llegó a despertarla, con una bandeja de té, poco antes de las seis, y
cuando el recuerdo de la visita de Garrett la asaltó, se preguntó si no habría sido un
sueño.

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Se ruborizó al recordar la manera como su cuerpo se arqueó en busca de sus


caricias, que gimió su nombre como una desesperada súplica. ¿Cómo le diría que no
lo deseaba, después de eso?
Tal vez podía evitar la reunión a cenar, si se quejaba de un dolor de cabeza. No
había duda de que lo tenía, después del agitado sueño, pero también estaba
hambrienta, y pedir que le llevaran una bandeja resultaría bastante extraño, después
de declararse enferma. Además, no le daría a Garrett la satisfacción de verla escapar;
tal vez fue un sueño su presencia en su alcoba, pero, en caso contrario, le haría saber
que no tenía derecho de entrar en su dormitorio.
Por desgracia, se encontró con William Kingham en el salón.
Analizó mentalmente su apariencia: vestía un hermoso traje, largo y blanco, que
enfatizaba el color oscuro de su pelo y la piel bronceada. Su maquillaje era impecable
también; sin embargo, ese hombre la hizo sentirse ridícula y desarreglada.
—Senador Kingham —saludó con cortesía y se sentó para esperar a los demás;
se percató de que la puntualidad a veces era un estorbo. Garrett la había citado para
las siete y ya era esa hora. Resultó evidente que sólo el senador y ella consideraban
necesario respetar la hora indicada.
—Señorita Harvey —saludó frío, parado lejos de ella en el salón.
—Supongo que Garrett no le ha dicho que mi apellido de casada es Croft —se
amonestó en silencio por el estremecimiento de satisfacción que la recorrió al
sobresalto con la noticia.
—Garrett no nos dijo que estuviese casada —replicó al fin.
—Oh, no lo estoy —repuso, serena—. Ya no.
—Es usted muy joven para haber estado casada y divorciada.
—En mi familia tendemos a casarnos en la juventud.
Él apretó los labios, indignado.
—Lo sé bien; y parece que también tienen la tendencia a descartar a sus maridos
tan pronto como termina la luna de miel.
Sarah se puso furiosa.
—Usted no sabe nada de mi matrimonio…
—Estás preciosa, cariño —dijo Garrett, ronco, al entrar en la habitación, vestido
con elegante chaqueta blanca y pantalones negros, aunque su padre usaba un traje
oscuro muy formal. Se inclinó a besar los tensos labios de Sarah y sus ojos
entrecerrados volaron de la cara ruborizada de la joven hacia la iracunda expresión
de su padre—. ¿Verdad, papá? —agregó al mismo tiempo que rodeaba los hombros
de Sarah con un brazo.
La mirada del senador la recorrió con indiferencia.
—La belleza no parece una de las cosas de las que carecen las Harvey —replicó,
desdeñoso.

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—So…
—Estás preciosa, cariño —Garrett le besó un hombro desnudo y la miró con
expresión amenazadora, cuando estuvo a punto de rechazar ese gesto tan familiar.
—Discúlpenme —rugió el anciano—. Volveré cuando hayas terminado de
manosear a tu amante —salió del salón, erguido y asqueado.
Sarah ahogó un sollozo, y la tensión abandonó su cuerpo al dejarse caer en un
sofá, muy pálida.
—Lo lamento—murmuró Garrett.
—¿Qué esperabas? Tu padre me desprecia, igual que a toda mi familia, y tú me
trataste con ese descaro en su cara.
Él le acarició una mejilla.
—Quizá no debí someterte a eso, pero tenía que demostrarle que eres muy
importante para mí, y que espero que te trate con cierto respeto cuando estés
conmigo o a solas… eso es algo que no hacía cuando entré —añadió, rabioso.
—¿Esperas que me respete? —se burló ella—. ¡Soy una mujer que tiene una
aventura con el marido de su hermana!
—Sarah, ya hemos discutido esto; he estado solo durante diez años —trató de
razonar—. No tenemos una aventura y no soy esposo de nadie.
Ella meneó la cabeza.
—Tu padre jamás verá las cosas de esa manera.
—¿Crees que me importa lo que piense? —estalló—. Tú eres lo más importante
para mí, Sarah, ¡Sarah! —gimió ronco, y la hizo levantar la cara para besarla en los
trémulos labios—. Por Dios, ¡cómo te necesito!
Ella también lo necesitaba en ese momento, en especial después de la
desagradable escena con el padre de Garrett.
Fue un beso gentil, exploratorio, nada demandante, sólo una exaltación de los
sentidos; la mano de Sarah descansaba en el pecho de Garrett, mientras él la
estrechaba entre sus brazos.
—Quizá nos adelantamos un poco a la cena… o algo así.
El letargo sensual de Sarah quedó destrozado por el irónico comentario de su
padre; en ese instante se dio cuenta de donde estaban y se apartó de Garrett para
percatarse de que tenían bastante público… Jonathan y Shelley estaban detrás de su
padre y Jason.
Un intenso rubor tiñó sus mejillas.
—Yo… nosotros… —miró a Garrett, angustiada.
La respuesta de él fue mirarlos desafiante, con un brazo en torno a los hombros
de Sarah, los dedos acariciando la tibia piel.
—¿Alguien quiere tomar algo antes de cenar? —preguntó con calma.

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Sarah miró a su padre, en busca de una señal de desaprobación; notó que


parecía sorprendido, pero no indignado. Tal vez todavía no había tenido el tiempo
suficiente para asimilar lo que había presenciado y ponerse furioso.
—Yo quiero una —pidió, nerviosa—. ¡Un brandy doble!
El difícil momento se desintegró cuando Garrett se levantó para preparar
bebidas para todos, y Shelley se puso a hablar con Sarah sobre un libro que las dos
habían leído hacía poco. Cuando William Kingham regresó al salón, todos charlaban
con tranquilidad, aunque Sarah era muy consciente de que Jason la observaba de
manera extraña. Si lo ocurrido lastimaba su relación con él…
¿Y su relación con Garrett? En un momento de debilidad hicieron una
declaración pública de sus sentimientos. Garrett tal vez estuviese conforme con eso,
pero ella no.
La cena se prolongó mucho y Sarah culpó de su poco apetito al largo viaje y a la
falta de sueño, y siguió a su padre al dormitorio cuando él se disculpó, después de
cenar.
—No estés tan angustiada, Sarah —bromeó cuando ella lo miró, suplicante—.
No hay nada vergonzoso en sentirte atraída por un hombre. ¡No hay duda de que es
un tipazo! —se quitó la chaqueta y la colgó en el ropero.
—Fue el marido de Amanda —le recordó, asqueada de sí.
—Hace mucho tiempo —repuso su padre con gentileza—. Me alegro de que al
fin hayas encontrado a alguien; he estado muy preocupado por ti desde que te
separaste de David.
Aunque salió con otros hombres después de su divorcio, Sarah nunca imaginó
que su padre estaba preocupado por su falta de interés en una nueva relación.
—Pero, ¿Garrett? —gimió.
—¿Por qué no? —él encogió los hombros y se sentó en la cama.
—¿Ya sabes por qué?
—Sarah, Garrett no fue el único responsable del embarazo de Amanda; ella
también participó de buena gana —movió la cabeza—. Pudo haberle impedido que le
hiciera el amor si hubiese querido. Una mujer sabe cómo detener a un hombre. ¡Sé
muy bien que él no la violó!
Y ella tenía evidencia del enorme control que Garrett ejercía en sus emociones;
él era capaz de contenerse y razonar por los dos, cuando ella suplicaba que la tomase.
Aunque tal vez no tuvo ese control a los veintitrés años.
—No quiero sentirme atraída hacia él —contestó con firmeza.
Los ojos de su padre lanzaron destellos.
—Siempre he sabido algo de Garrett; cuando quiere algo, lo consigue.
—No soy un argumento de película o un auto, papá.

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—No —reconoció con seriedad—. Creo que eres mucho más importante para
Garrett que eso que mencionaste. Y, considerando cómo su familia actúa en estas
condiciones, lo admiro por ser honesto.
—¡Hablas como si de verdad te agradara! —protestó.
—Nunca me desagradó, sólo me disgustó lo que él y Amanda se hicieron,
lastimando a Jason. Para empezar, eran polos opuestos, pero los respeto porque, al
menos, trataron de hacer que su matrimonio funcionara.
—Hizo sufrir a Amanda…
—Estoy seguro de que fue mutuo —suspiró—. Amanda era muy egoísta y
voluntariosa…
—¡Papá!
—Oh, sé que has convertido a tu hermana en una mártir durante estos años,
pero Amanda era una mujer violenta y muy egoísta; eras demasiado joven para
comprenderlo entonces —añadió con ternura—. Tu madre y yo nos preocupamos
por ella cuando decidió venir aquí, pero ya tenía dieciocho años y no podíamos
detenerla. ¡Y jamás prestó atención a las súplicas! Cuando volvió a casa, seis meses
después, casada y embarazada, nuestros peores temores se confirmaron.
—Tal vez no la violó, pero sí la sedujo…
—No, Sarah, no lo hizo y no permitiré que creas esa mentira para que así
puedas ocultar lo que sientes por él. A los dieciocho años, Amanda era mucho más
mundana que tú ahora —insistió—. De hecho, estoy seguro de que Garrett no fue su
primer amante. Ella sabía que no tenía que casarse con Garrett porque estaba
embarazada; nosotros le ofrecimos ayudarla en todo, siempre que nos necesitara —se
inclinó hacia adelante, para tomar la mano de Sarah—. Debes darte cuenta de que
Amanda quería casarse con Garrett y tener a su hijo. ¿Por qué? No lo sé, porque
jamás lo amó —suspiró—. No debes renunciar a la felicidad sólo por lo que le ocurrió
a Amanda.
—Garrett nunca me hará feliz —afirmó con vehemencia.
Su padre sonrió con tristeza.
—La alegría y el dolor a veces se presentan juntos.
—Siempre he despreciado a las mujeres que aseguran estar confundidas todo el
tiempo, pero tu actitud me tiene aturdido.
Él movió la cabeza.
—No es difícil de entender; sólo quiero que estés con la persona que puede
hacerte feliz.
Y parecía convencido de que Garrett era esa persona, pensó Sarah con tristeza
mientras iba a su dormitorio.
Pero ella no estaba convencida; aún abrigaba muchos resentimientos contra él y
no podía aceptar sin discusión una relación como la que Garrett deseaba. Y también

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debía tomar en cuenta los sentimientos de Jason, quien quedaría aturdido y


lastimado por lo que sucedía.
Fue a buscarlo y una de las sirvientas, que recogía los restos de la cena, le
informó que Jason ya se había acostado, así que se dirigió a su alcoba; su corazón dio
un vuelco cuando vio que Garrett caminaba por el pasillo hacia ella.
El placer iluminó los ojos verdes, al verla.
—¿Me buscabas? —preguntó, emocionado.
Ella se ruborizó.
—Claro que no.
—Entonces, ¿a quién? —preguntó intrigado.
—A Jason —suspiró—. Casi no me dirigió la palabra después de que nos vio
juntos. Quería…
—… hablar con él —concluyó Garrett y asintió—. Acabo de verlo; él entiende la
situación.
—¿Entiende qué situación?
—Que, aunque nosotros no lo decidimos o lo buscamos, nos sentimos atraídos
uno por el otro.
—¿Le dijiste eso? —demandó indignada.
—Si —Garrett entrecerró los ojos, desafiante.
—¡No tenías derecho! —estalló, muy tensa—. Yo quería…
—Empiezo a cansarme de pelear contigo, aunque sabes que tengo la razón —
lanzó un suspiro.
—¡No la tienes! Tú… ¿Qué crees que haces?—gimió cuando su muñeca quedó
atrapada en la mano de él, y Garrett tiró de ella.
—Te llevo a mi dormitorio, donde puedo…
—No lo harás —se detuvo de golpe, a pesar de lastimarse la muñeca; su
respiración estaba agitada, sus ojos tormentosos.
Él se volvió con los párpados entornados cuando ella se negó a moverse del
sitio.
—De acuerdo —dijo al fin, cortante, y abrió la puerta junto a él—. ¡Si así lo
quieres! —la arrastró adentro de la habitación.
Sarah esperaba que fuese un cuarto de huéspedes, o al menos un baño, pero en
vez de ello se encontró en una alacena de manteles y sábanas.
Garrett echó un vistazo cuando la luz se encendió de manera automática al
abrir la puerta. Todas las sábanas y manteles, así como las toallas tenían el mismo
aroma a flores que Sarah había percibido en su almohada esa tarde.
Recordó la presencia de Garrett en su cuarto, cuando trataba de dormir, y buscó
refugio en la ira, cuando él cerró la puerta y quedaron en la oscuridad.

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—Espero que no sometas a tus invitadas a la falta de intimidad que he sufrido


desde que llegué —protestó.
Los labios de él recorrieron el aterciopelado cuello femenino.
—Te encontré en el corredor, Sarah…
—No hablo de ahora, sino de esta tarde —permaneció rígida entre sus brazos—.
No me agrada la idea de que, en el futuro, la única manera como impediré que entres
a hurtadillas en mi cuarto para tocarme mientras duermo, será cerrando con llave la
puerta.
Él mordisqueó con fuerza su cuello y ella se apartó, molesta.
El cálido aliento de Garrett acarició su rostro.
—¿No te gustó?
—¡Fue horrible! —por fortuna la oscuridad ocultaba su rubor.
Él suspiró.
—Entonces, no volverá a suceder —prometió.
Ella se apartó un poco más.
—Has aceptado con mucha facilidad…
—Lo prometí, Sarah —gruñó Garrett—. Y ahora, bésame antes de que me
vuelva loco.
Las piernas de la joven se debilitaron al escuchar su ronca súplica; sus labios se
encontraron con calor, los brazos de Sarah subieron para rodearle el cuello y lanzó
un gemido de rendición.
No sabía por qué trataba de luchar contra ese hombre, se dijo en silencio
mientras el calor recorría su cuerpo y el corpiño de su vestido se deslizaba hasta las
caderas, como una caricia; sensuales manos de inmediato ocuparon su sitio en la
carne abrasada de Sarah.

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Capítulo 7
El cuerpo de Sarah se puso tenso y palpitante; la boca de Garrett poseyó la de
ella mientras sus manos estrujaban los senos desnudos y despertaban los pezones
dormidos hasta hacerlos palpitar también, en muda súplica.
Ella echaba hacia atrás la cabeza, sus manos posadas en los hombros de Garrett
para no caer, al mismo tiempo que él apretaba sus pechos con deleite, besando
primero uno y después el otro; los gemidos de necesidad de Sarah respondieron al
calor del aliento de Garrett en ella.
Su corazón se agitó, sus dedos tiraron del sedoso cabello rubio mientras lo
obligaba a pegar más su boca contra ella. Él la acarició con la lengua una y otra vez y
sus respiraciones se volvieron erráticas.
Sarah sólo pudo gemir de debilidad cuando él hizo descender el vestido hasta
sus muslos, de donde cayó al suelo, en torno a sus pies, y quedó cubierta sólo con
unas bragas diminutas de satén y encaje; el calor que la asaltaba poseyó todo su
cuerpo, cuando las manos de él se cerraron sobre ella, posesivas.
—Sarah, no podemos hacer el amor aquí —gruñó, ronco—. Tú…
—No te detengas —sollozó, sintiéndose al borde de un nuevo descubrimiento—
. Oh, Dios mío, Garrett, no te detengas.
—Quisiera verte…
—No necesitas hacerlo —contestó agitada—. Sólo tócame, y siénteme.
Las piernas femeninas se relajaron por completo cuando la mano de él se
deslizó bajo el satén para tocar su humedad, y los dos se deslizaron al suelo, para
tenderse sobre la mullida alfombra, y él continuó con sus suaves caricias.
Ella no podía controlar los diminutos estallidos que ocurrían en su ser, sabía
que casi alcanzaba el dolor más delicioso del mundo, un calor que abrasaría su
cuerpo hasta que subiera a la cumbre de esa montaña.
Garrett la besó con pasión ardiente, y la humedad de su boca suavizó el
malestar de sus inflamados senos antes de descender más para besarla a través del
satén.
Los senos de Sarah estaban turgentes por sus caricias, incluso cuando ella pudo
percibir su cuerpo contra ella a través de la ropa. Se volvió hacia él en la oscuridad.
—Pero no hemos… no hemos…
—Está bien, mi Sarah —la besó con dulzura—. Sólo quería darte un poco de
placer.
—Pero…
—Cariño, nunca conocí algo más hermoso que tenerte entre mis brazos —
aseguró conmovido y continuó acariciándola despacio para calmar su necesidad de
una culminación—. Pero no puedo tomarte aquí.

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—Pero ni siquiera te toqué…


—El placer está en dar, Sarah —gruñó—. Sentir tu pasión me hizo sentir
completo por primera vez en mi vida.
—Pero no hemos…
—Y no lo haremos —con delicadeza, se levantó y la ayudó a ponerse el
vestido—. Eres como un hermoso regalo con el cual me atormento, abriéndolo un
poquito cada vez para prolongar el tiempo que sé que llegará.
—No te habría detenido…
—Lo sé —sonrió con emoción al abrir la puerta; la luz se encendió de nuevo y
sus ojos se oscurecieron de placer cuando se detuvo para besarla otra vez—. Y en un
armario de ropa blanca, nada menos —bromeó y le rodeó la cintura con un brazo
para acompañarla hasta su cuarto.
Sarah no se daba cuenta de lo que hacía; sabía que, como ella, Garrett estaba
feliz de que al fin se hubiese rendido. Se sentía más mujer que nunca, porque estuvo
a punto de alcanzar el éxtasis con Garrett; y aunque todavía era virgen sabía que era
sólo cuestión de tiempo para que Garrett la hiciera suya por completo.
Durmió como un lirón y despertó tarde al día siguiente; saltó de la cama,
ansiosa de ver a Garrett de nuevo y asegurarse de que la magia de la noche anterior
no fue un sueño.
Experimentaba una profunda sensación de alegría, y su cuerpo no se estremeció
sólo por la ducha de agua caliente; deseaba a Garrett, quería que le hiciera el amor.
Su desencanto fue muy grande cuando se reunió con Shelley en el patio y la
otra mujer le dijo que Garrett había ido al estudio esa mañana, aunque se alegró un
poco al saber que le había dejado un mensaje en que decía que regresaría cuanto
antes.
—Lo amas, ¿verdad? —preguntó Shelley con ternura, al ver la sonrisa de Sarah.
La inglesa se puso seria de pronto y sorbió un poco de café.
—Apenas lo conocía hasta que fue a vernos, hace once días.
Shelley sonrió.
—Yo conozco a Garrett desde hace veintidós años, y jamás lo había visto tan
contento como esta mañana.
—¿De veras? —preguntó complacida.
—De veras.
Sarah frunció el ceño entonces.
—¿No vas a decirme cuánto me parezco a Amanda y que soy la mujer menos
apropiada para Garrett, como el resto de tu familia?
—No te pareces en nada a Amanda —negó Shelley con firmeza—. Lo supe
cinco minutos después de conocerte.

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—¿Acaso Amanda y tú no congeniabais?


Le pareció entonces que la sonrisa de Shelley era forzada.
—¿Por qué dices eso? —preguntó evasiva.
No lo sabía; para Sarah su hermana siempre fue una mujer hermosa y digna de
admiración; Jason la recordaba como la mujer hermosa que le daba regalos; Garrett
afirmó que era una "interesada" y su padre la llamó egoísta y voluntariosa; ¿qué
pensaría de ella Shelley Kingham? Parecía que todos hablaban de una mujer
diferente.
—No recuerdo muy bien a Amanda, pero tengo la impresión de que era
diferentes cosas para las distintas personas —Sarah suspiró—. Me preguntaba qué
fue para ti.
—Bien, no éramos amigas, si a eso te refieres —repuso Shelley con brusquedad.
Eso explicaba la reserva que percibió en esa mujer cuando se conocieron.
—Parece que nadie en la familia de Garrett quería a mi hermana.
—No dejes que eso te preocupe; Amanda nunca lo estuvo —repuso Shelly con
ironía.
—¿Por qué todos la culpan de casarse con Garrett, en vez de lo contrario?
—Nadie la culpa de casarse con él. Es sólo que ella no hizo nada para agradar a
los demás.
En vista del rechazo de que había sido objeto, Sarah pensó que ella tampoco
haría algo para agradar a nadie.
Consideró mejor cambiar el tema, y animó a Shelley para que le hablara de su
participación en la exigente carrera de su marido. Parecía que era una magnífica
organizadora.
Charlaba aún con Shelley cuando llegó la hora del almuerzo; Garrett no había
regresado, y los cuatro hombres que habían ido a la ciudad, volvieron a tiempo para
comer. Sarah se dio cuenta de que William Kingham no se mostraba tan agresivo con
su padre como con ella; sin embargo, él le amargó la comida con el ceño fruncido.
Pero Sarah fijó su atención en Jason, sin saber cuál sería su reacción, a pesar de
que Garrett le aseguró que el chico entendía muy bien lo que sucedía.
—¿Puedo acompañarte? —preguntó, después del almuerzo, cuando Jason
anunció que iría a nadar al mar.
—Si quieres —repuso con indiferencia.
—Me encantaría —insistió y fue a su cuarto a buscar las cosas.
Se decepcionó un poco cuando no pudo encontrarse a solas con él, como quería,
porque Jonathan decidió acompañarlos ya que Shelley y el padre de Sarah decidieron
retirarse a tomar una siesta, y William Kingham anunció que tenía trabajo que hacer.
Pero Jason se metió en el agua tan pronto como llegaron a la playa, así que agradeció
la compañía de Jonathan.

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—Por eso Jason dijo que las olas en Inglaterra eran muy pequeñas —comentó
Sarah al verlo nadar hacia una de las olas más grandes que había visto en su vida.
Jonathan rió, sentándose en la arena con ella.
—¡A veces pienso que Jason nació en el mar!
—¿Te gusta la natación?
—Sí, aunque no puedo practicarla en Washington —se burló.
—Hablo de cuando eras más joven —insistió, sonriente.
—¿Alguna vez fui joven? —preguntó él, de pronto muy serio—. Garrett
siempre pensó que él era el hijo más maltratado, quien debía buscar su identidad.
¡Nunca se detuvo a considerar lo difícil que era tener una identidad y una vida ya
organizadas desde la cuna! Yo fui el hijo mayor y tenía que meterme en la política,
como mi padre.
—¿No querías hacerlo? —inquirió Sarah con suavidad.
—Aunque resulta extraño, sí deseaba eso. Es lo que hago mejor.
—Entonces, ¿por qué tanto resentimiento?
—¿Eso te pareció? —Jonathan sonrió—. No pretendía darte esa impresión; pero
en momentos como éste, cuando veo a Jason divertirse, me doy cuenta de que, en
algún momento, perdí mi juventud, que viví una vida regida por estrictas normas.
—¿Y Garrett?
El rió con suavidad.
—Cuando tenía diecisiete años, mi padre ya lo llamaba la desgracia de la
familia. Por supuesto, eso sirvió para estimularlo a causarle más angustias a nuestro
puritano padre. Durante años, los diarios hablaron de las últimas correrías del hijo
menor del senador Kingham.
Sarah sonrió al imaginar a Garrett, un poco mayor que Jason.
—No dudo de que lo disfrutó muchísimo —musitó.
—¡Y era lo ideal para su sentido del humor! —agregó Jonathan sonriente.
—¿Y el tuyo?
—A veces quisiera haber sido tan atrevido como él —confesó—. En vez de eso
fui el estudiante modelo, me casé como era debido y me convertí en uno de los
senadores más jóvenes que hay en el país.
—¿Te arrepientes?
—A veces —concedió con indiferencia—. En ocasiones las reglas son muy
estrictas para obedecerlas y ser feliz a pesar de ellas. De lo único de lo que no me
arrepiento es Shelley; la amé desde el primer momento en que la vi.
Sarah podía creerlo, pues había presenciado el amor que compartía esa pareja.
—¿Qué me dices de ti? —preguntó Jonathan con una mirada de reojo—. Mi
padre me dijo que estuviste casada.

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—No lo dudo… y disfrutó enumerando mis defectos —contestó, sarcástica.


Jonathan sonrió.
—Cuando lo conozcas mejor, comprenderás que es así porque ama a su familia.
—No creo que esté aquí el tiempo suficiente para conocerlo mejor.
Jonathan frunció el ceño.
—Pero creí que Garrett y tú… me pareció… tal vez estaba equivocado —dijo al
fin, y guardó silencio.
Ella sabía que Jonathan iba a decirle que pensó que estaban enamorados.
¿Acaso sería verdad que Garrett la amaba? No lo había dicho, pero ella tampoco
había confesado sus sentimientos. Y aunque fuera cierto que estaban enamorados, no
era tan inocente para pensar que él le propondría matrimonio; además, no podrían
verse de nuevo, pues ella vivía en Inglaterra y él en California.
—Creo que tal vez lo estabas —contestó con gentileza.
Con un dedo, él delineó la suave curva de su mejilla.
—Mi hermano sería un tonto si te dejara escapar.
Ella sonrió, ruborizada por el cumplido.
—¿No te parece que todos somos un poco tontos a veces?
—Sí —replicó, ronco y ceñudo.
Sarah conocía mejor a Jonathan después de esa charla, y pudo darse cuenta de
que no fue fácil ser el hijo predilecto del senador William Kingham.
Cuando regresaron a la casa, Jason la retó a una carrera en la piscina y, mientras
los demás descansaban en torno al estanque, acompañados por Shelley y su padre,
que ya habían dormido la siesta, nadaron vigorosamente durante un rato.
Al fin Sarah aceptó su derrota y salió del agua, mientras Jason sonreía orgulloso
de sí en la piscina.
La primera persona que vio Sarah al salir y sentarse en la orilla, fue a Garrett,
quien tomó sus manos en las de él para tirar de ellas y ponerla de pie.
—Tienes el cuerpo más hermoso que he visto jamás —murmuró a su oído e
inclinó la cabeza para reclamar sus labios.
—¿Sólo te interesa mi cuerpo? —bromeó, provocativa.
—¿Eso crees?
Estuvo a su disposición la noche anterior, y él no la tomó, a pesar de su ardiente
deseo. Lo miró con inocentes ojos azules.
—Tal vez yo sólo estoy interesada en tu cuerpo.
La ternura de su expresión no varió.
—¿De veras? —preguntó.

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¿Era cierto? No lo creía, pero en ese momento el deseo estaba mezclado con el
amor.
—Garrett, Tenemos que hablar de mi matrimonio…
—¿De que David nunca te dio el placer que yo te ofrecí?
—¿Cómo lo supiste? —inquirió, sorprendida.
—Porque tenías miedo de lo que sentías —explicó con gentileza—, y ese es un
temor causado por la ignorancia. No te preocupes, amor, no eres la primera mujer
casada que no ha alcanzado el clímax cuando hace el amor.
—No es sólo eso…
—Querida, esta charla y tu proximidad hacen cosas terribles en mi cuerpo —
gruñó.
—Quizá necesitas refrescarte —contestó, provocativa.
—¿Qué?… No, Sarah —retrocedió al notar la malicia de su mirada—. Sarah,
no… —gritó justo antes de caer de manera poco elegante en el agua.
Sarah rompió a reír cuando Garrett salió a la superficie, escupiendo agua y
lanzando una promesa de venganza; la camisa y los pantalones se adherían a su
cuerpo como una segunda piel.
—¿Necesitas ayuda, papá? —inquirió Jason a espaldas de Sarah, antes de
empujarla con calma a la piscina.
Tuvo tiempo para oír que Garrett gritaba:
—Gracias, hijo —antes de hundirse en el agua; salió a la superficie y unas
fuertes manos sujetaron sus hombros, antes de que firmes labios cubrieran los suyos.
—¿Te gusta el agua? —preguntó ella con tono dulzón cuando se interrumpió el
beso.
Él tenía la cabeza mojada y el cabello oscurecido; el vello de su pecho era visible
a través de la camisa mojada.
—Una ducha fría habría sido menos drástico —se quitó la camisa mojada con
una mueca de disgusto—. Pero un chapuzón tiene el mismo efecto, te lo aseguro. Te
extrañé —añadió con ternura.
—Yo también —confesó ronca—. Yo…
—Cuando hayan terminado de hacer el ridículo frente a los sirvientes…
Los ojos verdes se tornaron muy duros al apartarse de Sarah para enfrentar la
rabia del senador, parado junto a la piscina.
—No tengo sirvientes, papá, sólo personas que trabajan para mí —replicó—. Y
si Sarah y yo decidimos desvestirnos aquí para hacer el amor, me parece que no es
asunto tuyo.
—¿Has olvidado a tu hijo? —demandó furioso su padre.

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Firmes manos sujetaron a Sarah a un costado de Garrett, mientras él encaraba a


su padre.
—Al menos, él ha tenido el suficiente sentido común para no tratar de
detenerme.
—¿Antepones a esa mujer a tu familia? —inquirió el senador, rabioso.
—¿Tendré que elegir?
—No me quedaré aquí para presenciar tu asquerosa conducta con esa mujer —
anunció su padre.
Garrett asintió, con calma.
—En ese caso, puedes marcharte.
Su padre palideció.
—¿Es tu última palabra?
Él asintió, despacio.
—Te aseguro que no tengo intenciones de separarme de Sarah.
—Muy bien —replicó William Kingham—. Cuando recuperes la cordura, me
encontraré en Washington… ¡esperando una disculpa tuya!
—Esperarás en vano —aseguró Garrett cuando su padre se alejaba.
—Garrett.
Él encontró la mirada de Sarah con gran pasión.
—¿Qué te parece si me acompañas a mi cuarto y me ayudas a secarme?
Ella sabía que pedía más que eso, que la escena con su padre lo perturbó más de
lo que parecía, y que la necesitaba a su lado. Pero eso era tan importante para ella,
que no podía permitir que él pensara que cualquier mujer le podría ofrecer ese
consuelo.
—Soy Sarah, Garrett —susurró.
Él rió con ironía.
—Sé muy bien quién eres. ¿Sabes tú quién soy? Te lo diré —añadió antes que
ella abriese la boca—. Soy el hombre quien te hará el amor despacio, hasta que sepas
y sientas que soy yo. ¡Ese soy!
—Deseo eso, Garrett, con toda el alma.
—Entonces, vamos —salió con ella en brazos de la piscina, y se quitó los
zapatos mojados—. Sarah y yo iremos a secarnos —miró desafiante a su familia y al
padre de la joven.
—No los esperaremos a cenar —contestó Jonathan con ironía.
—Puedes volver a Washington con papá, si quieres —replicó él.
—Creo que no queremos volver aún, ¿o sí? —inquirió Jonathan mirando a su
mujer.

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—Estoy muy contenta aquí para marcharme ahora —repuso Shelley.


—Nos quedamos, Garrett —informó Jonathan.
Él asintió y se volvió para dirigirse hacia la casa.
—¿Te molesta? —preguntó de repente.
—¿Qué? —Sarah lo miró, intrigada.
Él lanzó un suspiro de impaciencia.
—Que todos sepan que vamos a hacer el amor.
—¿Crees que a ellos les molestó? —preguntó, calmada.
—¡Opino que disfrutan muchísimo de esta situación! —repuso, sarcástico.
Ella deslizó un dedo por su pecho mojado.
—Entonces, ¿por qué no hacemos lo mismo? —invitó.
La tensión comenzó a abandonarlo y sonrió con suavidad.
—Sí, ¿por qué diablos no lo hacemos? —repitió y abrió con un pie la puerta del
dormitorio de Sarah, cerrándola de la misma manera—. Empecemos ahora mismo —
murmuró ronco y sus labios reclamaron los de ella.
Ella devolvió con ardor su beso, mientras él la depositaba con lentitud en el
suelo y sus cuerpos mojados comenzaron a frotarse.
Garrett se apartó cuando un estremecimiento de frío la sacudió, porque la ropa
mojada de él tocó su cuerpo.
—Creo que antes tomaremos un baño caliente. No quiero que mueras
congelada.
Ella sonrió divertida, pero no trató de quitarse el bikini; él la tuvo desnuda
entre sus brazos la noche anterior, pero sería muy diferente que la desvistiera a la luz
del día.
—¡Creo que no corro peligro de morir así, contigo a mi lado!
—De cualquier manera —tocó su brazo—, estás muy fría.
—¿Podría… usar el baño antes? —preguntó, nerviosa.
Él frunció el ceño y la estudió, interrogante.
—¿Sarah, estás avergonzada?
—Sí —murmuró, reacia.
—Si prefieres que no lo hagamos…
—¡Oh, no es eso! —se ruborizó con intensidad—. Sólo… quisiera bañarme
primero.
—¿Alguna vez te duchaste con tu marido?
—No —repuso sin emoción, diciéndose que debió olvidar su timidez y
desnudarse antes; eso habría sido mejor que tener que responder a ese interrogatorio.

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Garrett sonrió.
—Entonces, por favor, usa el baño primero —invitó con suavidad—. Yo iré a mi
cuarto y me pondré ropa limpia, mientras te espero.
—Garrett —lo detuvo ante la puerta—, ¿por qué me preguntaste por David
hace un momento?
—Porque no iba a permitir que me negaras algo que ya habías compartido con
él.
Ella asintió antes de ir al baño adjunto, pensando en lo poco que había
compartido con David. Tenían la misma carrera, experimentaron cierto afecto uno
por el otro, pero aquello no se parecía en nada a lo que compartía con Garrett.
Mientras se bañaba, se preguntó cómo le diría, al hombre que se convertiría en
su amante, que el marido que tuvo durante seis meses, no la poseyó; en ese momento
se preguntó si podría recuperar la pasión que la embargó la noche anterior o si
también frustraría a Garrett, como hizo con David. Sabía que Garrett tampoco la
forzaría, pero sí la obligaría a darle una explicación.
Cuando terminó de ducharse y se secó, se sentía como una novia en su noche
de bodas.
Salió del baño y encontró que Garrett la esperaba en el dormitorio, vestido sólo
con una bata de baño. Nerviosa, lo vio aproximarse y respingó cuando él trató de
tocarla. Soportó su beso como si no lo deseara, lo que provocó que Garrett la mirase
con expresión interrogante.
—¿Él te lastimó? —murmuró.
—¿Quién?
—David.
Evitó su mirada.
—No, yo… ¿No deberías tomar un baño antes de que pilles una pulmonía? —
cambió el tema.
—Ya lo hice, en mi cuarto. ¡Sarah, estás asustada!
—Yo… —se humedeció los labios con la lengua.
—No te haré nada que no te guste —aseguró—. Jamás te lastimaré.
Cerró los ojos y tragó saliva.
—Me lastimarás.
—No —protestó él, con insistencia—. ¿Qué clase de hombre fue tu marido que
te provocó ese temor de hacer el amor?
—Era un hombre bueno y tierno —volvió a humedecerse los labios—. Pero no
era el hombre adecuado para mí.
—Todos cometemos errores, Sarah. Somos falibles.

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—¡No! —abrió mucho los ojos—. David era guapo, encantador, todo lo que
deseaba en mi marido… pero tan pronto como me tocaba en la cama, ¡quedaba
paralizada!
Garrett la miró con incredulidad por lo sorprendente de su revelación.
—Hace unos segundos, cuando dijiste que te lastimaría, no te referías a que…
—Me lastimarás, como sucede con todas las vírgenes.
Garrett frunció el ceño.
—¿Tu matrimonio fue anulado?
—No… pero debimos hacerlo. Sin embargo, quise evitar que David sufriese esa
humillación también.
—Y… tú… yo…
—No me sorprende que estés enmudecido —replicó, asqueada de sí—. Créeme,
tampoco estoy muy contenta con lo que hice. Arruiné la vida de David, y estuve
segura de que era frígida.
—Los dos sabemos que eso no es cierto —murmuró Garrett—. ¿En dónde está
David ahora?
—Trabaja en Londres, pero…
—¿Está casado?
—Sí, pero…
—¿Tiene hijos?
Sarah lanzó un suspiro de impaciencia.
—Uno recién nacido, pero…
—Entonces, es obvio que no arruinaste su vida —la tranquilizó—. Reconozco
que tal vez lo angustiaste mucho durante un tiempo, pero él parece lo bastante
sensato para haber olvidado lo pasado y continuar viviendo. Si no supiera que eso lo
lastimaría, iría a buscarlo para darle las gracias.
—¿Por qué? —preguntó, incrédula.
—Por permitir que mi novia llegara a mí inmaculada.
Sarah contuvo el aliento. Él no pudo decir eso, ¿o sí?…
—Sarah, ¿te casarías conmigo? —preguntó ansioso—. ¿Serás mi esposa?
Era cierto, lo dijo, pero no podía hablar en serio. ¿Verdad que no?

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Capítulo 8
Sarah lo miró, incapaz de creer lo que oía.
—¿Quieres casarte conmigo porque soy virgen?
—No —repuso, divertido—. Sé que la sociedad actual es muy promiscua, pero
dudo de que seas la única virgen en el mundo. Y no puedo casarme con todas ellas.
—Entonces…
—Pero deseo casarme contigo casi desde que volví a verte. ¿Alguna vez te dije
lo sensual que parecías con aquel pijama?
—¡Garrett!
—De acuerdo —levantó las manos en un movimiento defensivo—, pero
estabas…
—Garrett, por favor —estalló—. Acabas de proponerme matrimonio, y no sé
por qué.
—Por la razón por la cual muchas personas se casan…
—¿Y cuál es? —lo interrumpió con urgencia.
—Porque se aman —respondió con impaciencia, y su expresión se suavizó al
notar la confusión de su semblante—. Te amo, Sarah; te he amado desde que te vi
otra vez.
—Porque me parezco a Amanda…
—Pareces… No eres como Amanda en absoluto —replicó irritado—. Tal vez el
colorido sea el mismo, pero es todo. Para mí eres Sarah, la de los ojos sonrientes y el
hermoso cuerpo.
—Creo que jamás podría estar segura de eso.
Los ojos verdes se oscurecieron de dolor.
—No puedo hacer que desaparezca mi matrimonio con Amanda…
—No querría que lo hicieras —aseguró con gentileza—. En ese caso, Jason no
estaría aquí.
—Y tú lo quieres —murmuró él, abatido.
—Por supuesto.
—Pero no me amas —agregó, deprimido.
—No dije eso… Garrett, no puedo olvidar que estuviste casado con mi hermana
durante cinco años, que te acostaste con ella, que tuviste un hijo con ella. ¿Tú
puedes?
—Lo he intentado —replicó—. Por Dios, Sarah; sabes muy bien que mi
matrimonio con Amanda no tuvo éxito.

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Ella se ruborizó con intensidad.


—¿Por qué supones que conmigo sería distinto? Provengo de un hogar sencillo
pero feliz, tengo las mismas…
—¡No amé a Amanda! —gritó Garrett.
—¿Nunca? —tragó con dificultad.
—Nunca —confirmó, tenso.
Sarah no era tonta, sabía que una relación física no tenía que consumarse por
amor; pero Amanda y Garrett tuvieron que casarse cuando esa relación creó un hijo,
y sin duda entonces se amaron aunque fuese un poco.
—Necesito tiempo para pensar, Garrett…
—¿Por qué?
—He tenido un matrimonio desastroso…
—¿Y crees que yo no? —preguntó con crueldad—. Pensé que contigo sería
distinto. Demonios, Sarah, jamás he propuesto matrimonio a otra mujer; y no lo he
hecho a la ligera. Soy muy consciente de lo que te pido.
Y ella lo animó desde que llegó a la casa de él, pero jamás lo hizo teniendo en
mente el matrimonio, y a pesar de que lo amaba, esa boda era imposible… ¿o no?
—No estoy segura, Garrett…
—Bien, tal vez cuando lo estés me lo dirás —replicó.
Sarah respingó cuando la puerta se cerró de golpe; era un hombre orgulloso y
ella lo había lastimado; pero, ¿qué podía hacer? Pensó en una aventura para escapar
de la frialdad que la embargaba al encontrarse entre los brazos de otros hombres.
Amaba a Garrett, sí, pero el matrimonio… no podía pensar en eso sin que la
atormentara el recuerdo de Amanda. ¿Qué haría, qué podía hacer?
Se sobresaltó cuando su padre irrumpió en su cuarto, sin llamar a la puerta; su
descortesía era muy extraña.
—¿Qué sucedió? —preguntó sin rodeos. Sarah se ruborizó.
—Viste a Garrett —suspiró.
—¿Verlo? —repitió—. Por la manera como salió en el auto, nadie pudo ignorar
su partida.
—¿Garrett se marchó? —preguntó incrédula.
—Así es, abandonó la casa. ¿Qué sucedió, Sarah? —repitió—. En un momento
actuaban como… como…
—¿Amantes? —sugirió ella, herida.
—Eso mismo. Él incluso dijo a su padre que se marchara, porque no podía ser
cortés contigo, y de pronto nos enteramos de que sale de la casa como si lo
persiguieran.

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Quizá así era… perseguido por los recuerdos. Tal vez Garrett pensaba que
podía ser feliz con ella y olvidar los daños que pasó con Amanda, pero Sarah dudaba
de que eso fuese posible. Los dos tenían en Jason un recuerdo del pasado.
—No resultó —murmuró al fin.
—¿Qué fue lo que no resultó? —demandó su padre, echando un vistazo a la
ordenada cama—. Sarah, ese hombre te quiere…
—Papá, no quiero hablar de ello ahora…
—Me parece que alguien debe hablar de algo —replicó su padre, con
impaciencia.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé, pero hay algo…
—¿Sí? —invitó, tensa.
—Tal vez deba hablar antes con Garrett; no estoy muy seguro, y hasta que lo
esté…
—¿De qué hablas, papá? —le preguntó Sarah con irritación.
Su padre la miró como si de pronto hubiese recordado que ella estaba allí.
—Es algo que no quiero mencionar que esté seguro, pero si lo estoy…
—¿Sí?
Él levantó las manos y la hizo callar.
—Aún no me has dicho por qué Garrett se marchó de repente.
Sarah suspiró.
—Creo que te dije que no quiero hablar de eso.
La expresión de su padre se suavizó.
—Cariño, sé que tu matrimonio con David fue un desastre…
—No puedes imaginarlo, papá —asintió con la cabeza.
—Sé que él caminaba por la habitación cuando pensaban que yo estaba
dormido, y que tú permanecías en la cama, llorando.
—Éramos incompatibles, papá —se ruborizó.
—¿Y Garrett se marchó porque le dijiste eso? —preguntó con incredulidad el
padre.
—No; creo que no entiendes lo que trato de decir acerca de David y…
—Entiendo muy bien —la tranquilizó—. Y a diferencia de lo que todos nos han
dicho, hacer el amor no es fácil para una pareja las primeras veces; es algo que debe
conquistarse poco a poco, y con mucha frecuencia ni siquiera logramos alcanzar la
plenitud. Tu madre y yo no las criamos con inhibiciones acerca de sus cuerpos, pero
la sociedad se encarga de crear los temores. Si no disfrutas del sexo con todas las

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personas que conoces, y si todos piensan que eres anormal, entonces te convences de
ello. No interesa que sólo fuese una persona la que no logró despertar tu sensualidad.
—¡Oh, papá, haces que lo ocurrido entre David y yo parezca tan… tan normal!
—corrió a abrazarlo.
—Lo es —la tranquilizó—. Tu madre y yo tuvimos que practicar muchos años
antes de encontrar la plenitud —añadió, provocativo.
Sarah sonrió, con lágrimas en los ojos.
—Garrett acaba de proponerme matrimonio —reveló, ronca.
—¿Y tú lo rechazaste? —demandó.
—No exactamente.
—Pero sí lo suficiente para que pareciera una negativa —comprendió su padre
de pronto—. ¿Fue por lo que acabas de decirme?
—Por Dios, no. ¡Con Garrett no tengo problemas para responder!
—Lo he notado —reconoció su padre, divertido—. En todos los sentidos. Ese
chapuzón en la piscina fue un divertido detalle.
—Me gustó —repuso sonriente.
—Muy bien; quiero que te alegres un poco —ordenó su padre—. Garrett
regresará tan pronto como se haya calmado, y cuando vuelva no dudo de que querrá
hablar contigo.
—Nada habrá cambiado —suspiró, deprimida.
—¿Pretendes rechazarlo?
—Papá, no puedo casarme con el marido de Amanda.
—Ella era mi hija, la amaba, pero aún desde la tumba sigue estropeando
nuestras vidas.
—¡Papá!
—Cariño, si lo que pienso de ella es cierto… Tal vez fue infeliz, pero eso no la
disculpa… No diré más hasta que haya hablado con Garrett —concluyó.

Tuvo que esperar mucho, porque Garrett no fue a cenar; no apareció en la casa
durante el resto de la noche.
Sarah estaba preocupada y se preguntaba dónde estaría, en qué pensaría.
Permaneció despierta hasta casi el amanecer en espera de escuchar el ruido del auto
de Garrett, y cuando al fin la venció el sueño, cerró los ojos para despertar, poco
después, con una terrible jaqueca.
Los hombres se habían marchado de nuevo, informó una doncella cuando
inquirió por su padre y Jason.

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—No debes preocuparte por Garrett, querida —la tranquilizó Shelley cuando la
pálida chica fue al patio a desayunar—. Es un hombre maduro y si prefiere
comportarse como un chiquillo enojado…
—Lo lastimé.
—Estoy segura de que tuvo un buen motivo para marcharse como lo hizo —
reconoció Shelley—, pero siempre ha sido un hombre violento en sus emociones.
Aunque lo aprecio mucho, me alegro de haberme dado cuenta de la verdad y de
haber elegido a Jonathan por marido.
—¿A qué te refieres?
Shelley sonrió divertida.
—Conocí a Garrett antes que a Jonathan; creímos estar enamorados, pero
éramos muy jóvenes y… Bien, conocí a Jonathan y me di cuenta de lo que era el
verdadero amor.
—Garrett debió molestarse mucho cuando te perdió por causa de su hermano
—recordó su comentario cuando salió a la playa con Jonathan el primer día; ¡él sin
duda pensó que, al decir que no quería causarle problemas con alguien, se refería a la
relación pasada entre Garrett y Shelley!
La esposa de Jonathan hizo una mueca.
—Fue la primera vez que lo vi furioso. Ha sucedido con frecuencia en el
transcurso de los años, pero la primera vez fue la peor.
—Debieron ser muy jóvenes.
—Teníamos diecinueve años, y Jonathan veinticuatro. Después de meses de
salir con Garrett, me enamoré de Jonathan en cosa de segundos. Garrett estaba
rabioso —recordó con indulgencia.
—Todavía te quiere mucho…
—¡Eh! Sólo te he dicho esto para animarte; no empieces a imaginar un idilio
donde no lo hay —le reprochó—. Por supuesto que me quiere, igual que yo a él, pero
no es esa clase de amor; te cuento esto para demostrar que es muy poco tolerante
cuando se trata de emociones. Pero ya se tranquilizará, lo verás.
—¡Haces que parezca un tirano!
—Lo es —confirmó Shelley sonriente—. Está acostumbrado a ordenar en los
escenarios, a mover actores y montañas, pero no sabe que no es lo mismo en la vida
real. Anoche lastimaste su orgullo al rechazar su voluntad.
Sarah sonrió reacia.
—¿Estás segura de que te casaste con el hermano correcto? ¡Parece que conoces
muy bien a Garrett!
Shelley rió.
—Créeme, Jonathan es mucho más sereno.
—Fue mi culpa que Garrett se marchara como lo hizo…

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—No empieces a culparte de nuevo —repuso Shelley—. Él es quien se marchó


como un chiquillo malcriado.
—Sí, pero…
—No permitiré que sigas culpándote. Y si no quieres desayunar, sugiero que
vayamos a dar un paseo en el auto, para ver dónde podemos comer. No te quedarás
aquí para esperarlo sentada. Deja que piense que no te interesa lo que haga.
—Pero…
—Lo amas —terminó Shelley—. Sí, lo sé. Todos sabemos lo que sientes, incluso
Garrett; pero después de preocuparte toda la noche —miró con detenimiento a la
inglesa—. Después de pasar una noche de insomnio —corrigió—, recibirá su
merecido si regresa a casa y tiene que esperar a que tú vuelvas.
Sarah siguió a la otra mujer hasta el auto.
—¿Y el "sereno" Jonathan sabe la clase de capataz que eres?
Shelley sonrió divertida.
—Claro que no.

Sarah se relajó durante el paseo; Shelley la llevó a Long Beach, donde se


encontraba un famoso barco que servía ahora como hotel y restaurante. Sarah
disfrutó mucho de la experiencia de encontrarse a bordo y gozó con la compañía de
Shelley. Las reservas que la norteamericana hubiese podido tener, hasta ese
momento, se disiparon.
—Vaya —Shelley consultó el reloj cuando regresaron al auto—. ¿Crees que ya
ha pasado bastante tiempo?
—Yo… pues…
Shelley rió con suavidad.
—Deja de ser tan cortés, Sarah, y pídeme que vuelva de inmediato a la casa.
—Shelley, llévame inmediatamente a casa —obedeció Sarah.
La otra mujer rió y condujo el auto hacia Malibú.
—¡Apuesto a que eres una maestra formidable!
—¡No tan formidable como la esposa de senador que eres tú!
—Y no lo olvides —advirtió Shelley cuando se acercaban a la casa—. Él fue
quien se marchó.
Al entrar en la avenida, Sarah vio el Mercedes rojo de Garrett y su corazón se
agitó.
—Iré a mi cuarto a refrescarme —informó Shelley cuando sacaron la silla de
ruedas del auto.

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Sarah agradeció estar sola para buscar a Garrett. Lo encontró en la piscina,


nadando con vigor; sus movimientos eran mecánicos mientras recorría el estanque
de un extremo a otro con gran velocidad. No sabía si el resto de la familia no estaba
allí por elección propia, pero se dio cuenta de que la rabia de Garrett no había
disminuido.
Pidió una bebida y se sentó bajo el parasol para esperar a Garrett. Pasó casi
media hora antes de que él saliera de la piscina, deteniéndose sólo a secarse el pelo
con una toalla mientras la observaba beber en la sombra del parasol.
—¿Disfrutaste del ejercicio? —preguntó ella.
—No —replicó, y se echó la toalla en los hombros.
—Si prefieres que no hablemos…
—¡Hablar! —rugió Garrett—. ¿De qué diablos me ha servido eso? —sus ojos
lanzaron chispas.
—Lamento haberte lastimado… —murmuró herida.
—No me lastimaste, sólo estoy enojado… rabioso por tu ridícula actitud.
—No puedo…
—No puedes casarte conmigo, lo sé —estalló él, indiferente—. ¿Qué dices de
una aventura, podrías aceptar eso?
Sarah palideció.
—Ni siquiera tratas de entender…
—Te entiendo muy bien —Garrett entrecerró los ojos—. Soy bastante bueno
para tener una aventura, pero no lo suficiente para hacerme tu esposo.
—Creí que sólo querías una aventura…
—Y ahora que sabes que no es así, huyes…
—Sigo aquí —le recordó, tensa.
—¿En donde diablos has estado toda la mañana? —preguntó lleno de rabia.
Ella se levantó.
—¿En dónde estuviste toda la noche? —replicó furiosa.
Garrett sonrió con ironía.
—Supongo que si te dijera que encontré a una mujer en un bar y pasé la noche
en su casa, me creerías.
Ella aspiró profundo para tranquilizarse un poco.
—También te creería que pasaste la noche a solas, si me lo dijeras.
Él la estudió con frialdad.
—Pasé la noche sentado en el auto, contemplando el mar.
—Oh, Garrett…

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Él levantó una mano para callarla.


—Traté de encontrar una solución al problema, pero tienes razón, no la hay; no
sin lastimar a mucha gente inocente —suspiró—. Así que nos despediremos al
terminar estas vacaciones y nunca volveremos a vernos.
¿Nunca? No podría soportar eso.
—Pero cuando volvamos a ver a Jason…
—Me aseguraré de no estar con él.
—Garrett…
Él esquivó la mano que ella alargaba para tocarlo.
—Es lo mejor, Sarah —murmuró, seco.
Tal vez sí, pero ella no podía tolerar la idea de nunca verlo de nuevo.
—Te amo, Garrett —gimió con desesperación.
El placer apareció en los ojos verdes, pero el destello murió de repente.
—Y yo a ti, pero parece que ésta es una de esas ocasiones cuando el amor no es
suficiente.
Ella lanzó un sollozo y se volvió para correr hacia la casa; las lágrimas la
cegaban y tropezó contra un pecho masculino.
—Lo siento…
—No hay pro… Por Dios, Sarah, ¿qué sucede? —preguntó Jonathan,
preocupado.
—Lo siento… tengo que ir a mi cuarto —se apartó de sus protectores brazos,
trató de contener el llanto y buscó el refugio de su cuarto; en ese momento se dio
cuenta de su error.
Garrett tenía todo el derecho de estar furioso con ella; ¿cómo se atrevió a
rechazar el amor del hombre al que había amado toda su vida? Él amó también a su
hermana, y fue una tragedia que el matrimonio no resultara, pero su padre tenía
razón: ella y Garrett merecían la oportunidad de ser felices. ¡Y si no resultaba, al
menos lo habrían intentado!
Corrió de nuevo hacia la piscina, con la esperanza de todavía encontrarlo allí.
—Cuando quiera tu opinión te la pediré —decía Garrett a Jonathan—. No trates
de dirigir mi vida, no cuando la tuya ha sido un fracaso.
Sarah se detuvo en la puerta del patio, no quería interrumpir la acalorada
discusión de los hermanos. Era obvio que Jonathan la defendía y que recibía una
respuesta hiriente como resultado.
—Fue sólo un error, Garrett…
—No lo fue, sabías muy bien lo que hacías —lo acusó su hermano.
—No pude contenerme…

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—No quiero escuchar tus excusas, Jonathan —decidió Garrett—. Sólo deseo que
no te acerques a Sarah; si lo haces, te mato.
—Te he dicho que no lo haré; es sólo que… se parece mucho a Amanda.
—No se parece en nada a Amanda —replicó Garrett, furioso—. Ni siquiera
Amanda era la mujer que tú imaginabas.
—Era tan hermosa, tan…
—¿Ni siquiera ahora puedes olvidar lo que tuviste con ella? —se burló
Garrett—. Tienes a Shelley, una carrera, y todavía piensas en la mujer que compartió
tu cama unos cuantos días.
Sarah no quiso escuchar más; había oído más que suficiente. Se apartó de la
puerta y se apoyó contra la pared.
¿Amanda y Jonathan?

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Capítulo 9
Sarah contempló la pared; Amanda y Jonathan. No podía creerlo… no, sí podía
hacerlo, pero era difícil acostumbrarse a la idea.
Podía creerlo por la ira de Garrett hacia Amanda, el placer de Jonathan por su
parecido con ella, y el desprecio del senador Kingham por la misma razón, también
por el desprecio de Shelley y, ante todo, por la descripción que hizo, de su hermana
su padre. Amanda debió ser voluntariosa y egoísta para tener una aventura con un
hombre cuya esposa no podía luchar en el mismo terreno.
Lo que no comprendía era por qué eso no dividió a la familia. ¿Tal vez porque
Amanda murió antes de que sucediera? ¿Cómo fue posible que Amanda y Jonathan
hicieran eso a Shelley, a Garrett?
Eso era el "algo" que preocupaba a su padre, estaba segura; él estaría
desconsolado al saber lo que su hija mayor hizo a su marido y su cuñada. ¡Cuánto
debió odiarla Garrett por lo que Amanda hizo contra él y contra Shelley. ¡Y ella lo
rechazó como si fuese un trapo viejo!
Amanda fue una tonta al rechazar a un hombre como Garrett, pero Sarah no
cometería el mismo error. Su hermana no deseó a su marido, eso era obvio, pero ella
sí y si él aún la aceptaba, se casaría con Garrett y trataría de hacerlo feliz el resto de
su vida.
El director no se presentó a cenar esa noche. Sarah se había vestido con
cuidado; usaba un atuendo azul de seda, que tenía el mismo color que sus ojos, se
había lavado el pelo y su maquillaje era impecable.
—Garrett está enfurruñado de nuevo —informó Shelley mientras tomaban el
café.
Sarah miró de reojo a Jonathan; él estuvo muy callado durante la cena. Sin duda
la discusión con Garrett se prolongó mucho después de que ella se marchó con
disimulo para que no notasen su presencia, para que Garrett no supiera que ella
estaba enterada ya de la humillación que sufrió a manos de Amanda.
No había duda de que Shelley y Jonathan se amaban, al igual que Garrett amó a
Amanda, a su modo. Por la actitud de Shelley se dio cuenta de que ella estaba
enterada de la aventura de su marido con Amanda, pero que todo el dolor de esos
momentos había quedado ya en el pasado.
Pobre Garrett… las dos mujeres que amó en su vida, terminaron en brazos de
Jonathan. Si él podía aceptar su amor después de todo lo ocurrido no tendría que
dudar de ella, porque siempre lo desearía ante todo.
—Papá no está enfurruñado —protestó Jason—. Tenía que trabajar.
—Jason, todos sabemos que se encerró en el estudio porque sigue enfadado con
Sarah —repuso Shelley, tratando de tranquilizarlo.
Sarah abrió mucho los ojos. ¿En el estudio?

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—¿Está en la casa?
—Así es —repuso la otra mujer—. Y la puerta del estudio no está cerrada con
llave.
Sarah se levantó. ¿La escucharía Garrett si le decía que había cometido un error,
o seguiría enfadado con ella? No importaba la reacción, tenía que hablar con él.
—Gracias —estrechó la mano de Shelley, agradecida.
—Cuidado con las botellas y las copas —advirtió Shelley, sonriente—. Lo
último que supe es que había ordenado que llevaran una botella de whisky al estudio.
Sarah no podía imaginarlo borracho, pero no tuvo que preocuparse por eso,
porque la botella de licor permanecía cerrada y llena en el escritorio, y Garrett
contemplaba con atención el líquido ambarino.
—¿Puedo entrar? —preguntó ella con temor.
Entrecerró los ojos al mirarla, parecía muy cansado.
—¿Qué deseas?
Sarah se humedeció los labios, cerró la puerta y se preguntó qué haría él si
respondiera: "a ti". Porque lo deseaba, no podía vivir sin él y fue una tonta al
lastimarlo por lealtad a Amanda. Aunque él y su hermana hubiesen sido felices,
todavía tenían el derecho de buscar la felicidad juntos.
Avanzó y aspiró profundo.
—A ti —contestó ronca.
Él se reclinó en el sillón.
—¿Qué? —preguntó irritado.
Sarah tragó saliva.
—Cometí un error, Garret.
—¿Cuándo?
—Cuando te dije que no me casaría contigo.
—¿Por qué?
Tragó con dificultad; él no le facilitaba las cosas.
—Porque te amo —confesó.
Él entrecerró los ojos.
—Ayer me amabas y esta tarde también, si debo creer en tus palabras, pero de
cualquier manera, me rechazaste. Me pregunto qué te hizo cambiar de parecer.
—Yo…
—Dime —la interrumpió, tenso—. ¿Recibiste tu bolso de mano? Lo vi cerca de
la piscina cuando te marchaste, esta tarde.

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Sarah no se había dado cuenta de que lo dejó, hasta que una de las doncellas se
lo devolvió cuando le sirvió el té; mas era obvio que Garrett sospechaba que ella fue
en busca del bolso y escuchó su discusión con Jonathan. Si confesaba la verdad, tal
vez quedaría condenada ante sus ojos, cuando en realidad la desolación de enfrentar
la vida sin Garrett fue la que le hizo cambiar de idea acerca de casarse con él. Esa
excusa no parecía creíble ni siquiera para ella, pero era la verdad.
—Tienes razón, Garrett. Escuché tu discusión con Jonathan.
—¿Y?
—Sé que Amanda tuvo una aventura con Jonathan, cuando estaba casada
contigo.
Él aspiró profundo.
—¿Y? —repitió.
Ella meneó la cabeza.
—Sólo escuché un momento, pero… fue suficiente.
—Ya veo —replicó cortante—. Y ahora has decidido que me deseas.
—Siempre te he deseado —gimió—. Venía a decírtelo…
—¡Ahora que sabes que tu santa hermanita tuvo una aventura, consideras
adecuado casarte conmigo!
—No…
—Sí —insistió, desdeñoso—. Gracias, pero no acepto. Una vez me casé por
equivocación, y no repetiré el error. Te invité a venir aquí porque esperaba que
pudieras ver por ti misma, que te dieras cuenta… —meneó la cabeza—. Estás tan
cegada por el pasado, que no puedes ver el futuro que habríamos compartido.
—¡No es verdad! Vine a decirte…
—¿No entiendes, Sarah? —se levantó—. ¡Ya no te quiero!
Ella palideció.
—Si eso es verdad, tus emociones son muy superficiales…
—No tanto como las tuyas —la acusó, asqueado—. ¿De veras pensaste que
podrías escuchar mi discusión con Jonathan y venir a disculparte para que todo
volviera a ser como antes?
—No fue así como sucedió—insistió Sarah—. Tan pronto como me alejé de ti,
me di cuenta de que cometí un error, que no podría vivir sin ti; no regresé en busca
de mi bolso, volví para decirte que me había dado cuenta de que cometí un error.
—Aunque eso fuera cierto…
—¡Lo es!
—Pero, yo no puedo estar seguro, ¿verdad? —preguntó irónico.

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Desesperada, comenzó a arrepentirse de su testarudez al negarse a contraer


matrimonio con Garrett, a pesar de que él hubiese estado casado con todas sus
parientas.
—Garrett, te amo —gimió—. Si ya no quieres casarte conmigo… al menos
tómame como tu amante —suplicó.
—No —la rechazó, firme.
—Garrett, por favor…
—Dije que no —gritó—. Adquirí una esposa gracias al chantaje; no volveré a
casarme por la misma razón.
Ella respingó como si la hubiese golpeado.
—¿Crees que yo haría… que yo…?
—¿Por qué no? —se burló—. Una Harvey no permite que la humillen cuando
"desea" algo.
—Eres… —temblaba con violencia—. Garrett…
—Me marcharé mañana —la interrumpió—. Tengo que ir a España durante
unos días; quédate aquí y disfruta del resto de tu estancia. No volveré sino hasta que
te hayas marchado a Inglaterra.
Pasó junto a ella y, abatida, Sarah no pudo detenerlo. Y cuando reaccionó de
nuevo ante el dolor, éste fue demasiado intenso para soportarlo; roncos sollozos la
sacudían y en ese momento pensó que el dolor nunca desaparecería.

Garrett había abandonado la casa, cuando Sarah hizo su aparición a las nueve
de la mañana.
A diferencia de otras mañanas en que desayunó con Shelley, los hombres
seguían con ella en el patio y todos parecían deprimidos.
Después de su encuentro con Garrett, no pudo dormir y permaneció despierta
casi toda la noche; escuchó los sonidos, sin duda de Garrett, de alguien que se alejaba
de la casa; y su auto no estaba en la cochera.
No tenía deseos de salir de su cuarto esa mañana, pero la doncella necesitaba
entrar para arreglar la habitación, y ella no podía permanecer escondida allí todo el
día, así que reunió el valor para salir de la casa.
Aunque la familia se dio cuenta de que Garrett no estaba allí, todos la recibieron
con amabilidad; la mirada de su padre se posó en su pálido rostro. Sarah le dedicó
una alegre sonrisa que no sirvió para ocultar su angustia.
Luego miró con ansiedad a Jason, segura de que él la culparía de la partida de
su padre; la compasión que vio en sus ojos la dejó desconsolada.
—¿Café? —ofreció Shelley para aliviar la tensión.

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—Gracias —aceptó ella sin emoción y tomó la taza con manos trémulas.
—Papá se ha ido —susurró Jason.
—Sí, lo sé.
—Se marchó esta mañana —continuó el chico.
—Sí —la respuesta de Sarah fue cortante esa vez.
—¿Tú…?
—Jason, ¿podríamos hablar de otra cosa? —pidió, tensa.
Él la miró, desafiante.
—Sólo quería saber si te dijo adonde iría.
—Lo siento —se ruborizó, avergonzada de su agresividad—. Creí que te lo
habría dicho… Mencionó algo sobre un viaje a España.
—¿España? —repitió el chico—. ¿Por qué iría allá?
—No lo sé —respondió Sarah con amargura—. Supongo que es por algo
relacionado con una película.
—Pero…
—Jason, basta ya —intervino Jonathan, autoritario—. ¿No ves que Sarah está
alterada?
—Claro que puedo verlo… —estalló el chico.
—Entonces, deja de hacer preguntas tontas —rugió su tío.
—No te preocupes, Jonathan —Sarah suavizó la tensión del ambiente—. Jason
sólo está preocupado…
—Eso no es disculpa.
—¿No es disculpa de qué? —preguntó Jason—. Ocúpate de tus asuntos… ¡y no
le pongas las manos encima! —amenazó rabioso, con la mirada fija en la mano de
Jonathan posada en la de Sarah.
—¡Jason! —gimió ella; jamás lo había visto tan furioso.
El chico se levantó, muy tenso.
—No tiene derecho de…
—¿Por qué no se tranquilizan todos? —sugirió Shelley—. Jason, siéntate y,
termina de desayunar.
—No quiero —rechazó, desafiante.
—No le hables así a tu tía —advirtió Jonathan.
—¿O qué? —se burló el chico—. ¿Me pegarás? No eres lo bastante hombre…
—Jason, es suficiente —interrumpió su abuelo con calma.
Jason pareció sorprendido por sus palabras, pero su expresión no cambió.

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—No entiendes, abuelo…


—Oh, creo que sí —aseguró con ternura—. Entiendo muy bien.
Sarah no comprendía esa escena; todos parecían tensos por la partida de
Garrett, sí, pero ¡eso! En ese momento Jason parecía odiar a su tío.
El jovencito miró a su abuelo.
—¿De veras?
—Sí —el padre de Sarah asintió, despacio.
—Pero… ¿cómo?
—Lo deduje —repuso su abuelo—. No fue difícil, durante estos últimos días, ¿y
tú?
—Igual —gruñó Jason—. ¡Hace semanas!
—¿Quieres ir a algún sitio tranquilo para hablar de ello? —invitó su abuelo.
—Sí, creo que sí —repuso el chico y miró con resentimiento los rostros de
quienes lo rodeaban.
El padre de Sarah apretó el hombro de su hija, al pasar.
—Estoy seguro de que Jonathan te lo explicará todo —su mirada desafió al otro
hombre—. Jason me necesita más ahora —añadió y siguió a Jason hacia la casa.
Sarah los miró alejarse, intrigada, y se sintió más confundida al ver la palidez
de Jonathan y su mujer.
—No entiendo nada de esto —anunció.
—Yo sí —repuso Jonathan, abatido.
—Y yo —agregó Shelley sin emoción, aunque miraba a Jonathan al contestar.
Él levantó la cabeza, despacio, para encontrar la mirada de su mujer.
—¿Es verdad? —murmuró, herido.
Shelley aspiró profundo.
—Sí.
—Pero…
—Cariño, la pobre Sarah está muy aturdida por lo que todos hemos dicho —le
recordó con ternura.
—Lo sé —replicó él—. Pero, ¿desde cuando…?
—Hace mucho tiempo —Shelley suspiró—. Y ahora, ¿no te parece que es
tiempo de que Sarah se entere de lo que sucede?
Jonathan tragó con dificultad.
—No comprendo, ¿cómo…?

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—Podremos hablar en otro momento, cariño —lo tranquilizó Shelley y se volvió


hacia Sarah—. Lo que Jason, al parecer, ha descubierto, y lo que tu padre adivinó
desde que llegó a esta casa, es que…
—Garrett no es el padre de Jason… yo lo soy —interrumpió Jonathan, abatido.
—¿Por qué diablos les dijiste eso? —rugió una voz a sus espaldas.
Todos se volvieron y vieron que Garrett caminaba con paso firme hacia ellos.

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Capítulo 10
—Es mentira, Shelley —protestó Garrett—. No escuches lo que…
—Garrett —lo interrumpió con suavidad—. He sabido la verdad desde hace
tiempo.
—¿Cómo? —demandó, tenso.
—Amanda tuvo mucho cuidado de decírmelo antes de abandonarte por última
vez —confesó con tristeza.
—¡Amanda! —gritó Garrett, furioso, y sus ojos fríos y acusadores se volvieron
hacia Sarah.
Ella respingó ante el silencioso ataque; sabía que en ese momento él odiaba a
todos y a todo lo que le recordase a su esposa muerta, a la madre de su sobrino.
Aún estaba aturdida por la noticia de que Jonathan era el padre de Jason, y que
Amanda se casó con Garrett, después de haber concebido al hijo de Jonathan. Lo que
comprendió de inmediato era que eso era el "algo" que mencionó su padre, y no el
hecho de que él hubiese descubierto lo de la infidelidad de Amanda.
—Sarah —murmuró Shelley para hacerla reaccionar—. No quiero lastimarte,
ninguno de nosotros desea hacerlo; sabemos que querías mucho a tu hermana….
—Quiero saber toda la verdad —interrumpió—. No importa qué sea.
Shelley asintió, compasiva.
—Entonces, creo que…
—Shelley, no —intervino Garrett—. Lamento que hayas descubierto la verdad,
pero contar lo ocurrido a Sarah sólo serviría para lastimarla más.
Sarah se volvió a mirarlo, y renació en ella la esperanza. Quizá Garrett había
cambiado de parecer.
—Garrett, antes de saber lo que ocurrió, quiero que sepas que fui sincera en
todo lo que te dije ayer, y que eso no tuvo nada que ver con tu discusión con
Jonathan y el hecho de que yo los oyera.
—¿Por qué demonios supones que he regresado, sino porque me di cuenta de
que jamás me habías mentido? —replicó—. Aunque la verdad ha sido dolorosa en
ocasiones —añadió, irónico.
Su amor apareció reflejado en los ojos azules.
—¿Después de que hayamos hablado aquí?…
—Nosotros hablaremos —accedió—. Pero esto no será agradable; para nadie —
miró a la otra pareja.
—Garrett, Jason también lo sabe —murmuró Sarah.
La ira brilló en la mirada verde.

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—¿Quien demonios?…
—Nadie —intervino Shelley—. Parece que lo dedujo él mismo.
—¡Maldición! —estalló Garrett—. Me pregunté por qué se negaba a quedarse
con ustedes esta ocasión, por qué escapó como lo hizo para ir a ver a Geoffrey y
Sarah. Tengo que buscarlo…
—Papá está con él —Sarah lo detuvo—. Creo que será mejor que los dejemos a
solas un momento. Tranquilízate al pensar que hace tiempo que lo sabe, y que sus
sentimientos hacia ti no han cambiado.
—Oh, cielos —se sentó de golpe y cerró los ojos—. Espero que se dé cuenta de
que soy su padre, de que lo he sido desde el instante en que lo pusieron en mis
brazos, segundos después de nacer.
—Estoy segura de ello —lo tranquilizó Sarah.
Él la miró con agradecimiento; los dos sabían que sus explicaciones llegarían
más tarde, que Jason era lo más importante para ellos en ese instante.
Sarah miró interrogante al pálido Jonathan; la sorpresa de su oculta paternidad
comenzaba a desaparecer, desplazada por la necesidad de una explicación. Él miró
con incertidumbre a Shelley.
—No importa —lo tranquilizó su mujer—. Desde hace tiempo que lo sé.
Él se ruborizó.
—¿Cómo pudo Amanda?…
—No seas tonto, Jonathan —se burló Garrett—. Cuando Amanda era
contrariada, se atrevía a hacer lo que fuera.
—Pero, ¿por qué quiso lastimar a Shelley? —insistió el senador.
—Porque estaba en el camino de lo que Amanda quería —repuso Garrett,
cortante—. Hiciste evidente que no querías casarte con ella, y cuando te nombraron
senador su amargura no tuvo límites, por lo que contó a Shelley lo de su aventura.
Por Dios, me propuso matrimonio porque sabía que tú no la querías.
Sarah miró a Garrett como si lo viese por primera vez; ¡Amanda le propuso
matrimonio! Entonces a la mujer a quien propuso matrimonio debió ser Shelley, y él
aceptó a casarse con Amanda para proteger a la inválida. ¿Todavía amaría a Shelley?
Estaba segura de que la quería como a una hermana, nada más.
Jonathan parecía muy lastimado.
—Pero pensé… siempre creí.
—¿Qué? ¿Que la amaba y deseaba casarme con ella? —se burló su hermano—.
Nunca; era una mujer superficial y egoísta; pero llevaba en su vientre a un Kingham,
y amenazó con destruir a la criatura si no la hacía mi esposa.
—¡No! —protestaron Sarah y Jonathan al mismo tiempo.

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—Sí —insistió él—. También impuso varias otras condiciones al matrimonio,


pero cuando no me mostré dispuesto a aceptarlas, se conformó con lo que le ofrecía:
un anillo en el dedo.
—¿Qué… cuáles condiciones? —balbuceó Jonathan.
Un intenso rubor cubrió el rostro de Garrett.
—¡Nada de tu incumbencia! Me casé con ella y le di un nombre a tu hijo… pero
tan pronto como nació, se convirtió en mi hijo.
—Fui un estúpido —Jonathan se cubrió la cara con las manos—. La conocí en
una de tus fiestas, me deslumbró, la deseé. Traté de contenerme, pero… Por Dios,
Shelley, ¡nunca he dejado de amarte!
—Lo sé —ella estrechó su mano—. Siempre lo he sabido. De lo contrario te
habría abandonado hace años.
—Amanda fue la única mujer…
—Lo sé —murmuró Shelley, con tristeza—. Al principio creí que era porque
estoy en esta silla…
—¡No! —gimió Jonathan, ronco—. Nunca fue por eso. Sólo se debió a que era
muy distinta a todas las mujeres que había conocido. Me cegó su belleza —
continuó—. Y después, todo terminó; estaba esperando a mi hijo, pero dijo que se
casaría con Garrett.
—Quería ser el centro de la atención, Jonathan —se burló Garrett—. Si no era la
esposa de un político, lo sería de un director de cine. Por desgracia para ella, eso fue
todo lo que le permití; no le gustó que su carrera de actriz terminara antes de
comenzar. Pero era la esposa de un hombre rico, y sabía interpretar el papel, así que
se conformó con eso.
—Me dijo que se casaría contigo porque te amaba —protestó Jonathan.
Garrett lo miró con compasión.
—Para lastimarte, sólo para eso. Siempre nos despreciamos.
Jonathan se estremeció.
—He arruinado muchas vidas…
—No la mía —repuso su hermano, mirando a Sarah—. Casi, pero no lo
conseguiste.
—Jason me odia…
—Está furioso —corrigió Garrett al volverse de nuevo hacia él—. Y tiene todo el
derecho de estarlo. Cuando tenga deseos de hablar con nosotros, iremos para tratar
de explicar la situación. Pero recuerda que es mi hijo, Jonathan. Tal vez tú lo
engendraste, pero…
—Por Dios, jamás intentaría interponerme entre ustedes —protestó su
hermano—. Él me tolera, pero a ti te ama.
—Nuestro matrimonio también ha sobrevivido, Jonathan —aseguró Shelley.

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—Y hablando de matrimonios —intervino Garrett—. Tendrán que


disculparnos, pero Sarah y yo tenemos que hablar del nuestro… en privado.
La otra pareja continuó charlando con susurros mientras Sarah y Garrett
entraban en la casa; y ella tuvo el presentimiento de que todo se solucionaría.
Fueron al cuarto de Garrett, se detuvieron ante la puerta, nerviosos, hasta que
Garrett la estrechó contra sí.
—¿Te molestaría que… aplazáramos nuestra conversación por ahora, a pesar de
lo importante que es, y me dejaras aceptar tu ofrecimiento de ayer?
Ella lo miró con mucha ternura.
—Me encantaría —invitó.
—¡Oh, Sarah! —la abrazó más—. ¡Sarah, te amo!
Ella le cubrió el rostro y el pecho con sus besos.
—Te amo, también. ¡Te amo! Lamento mucho lo que mi hermana…
—Calla —puso un dedo en sus trémulos labios—. En este momento de tu
entrega, sólo pensaremos uno en el otro.
Entraron en la habitación y se desvistieron uno al otro, como en un sueño;
Garrett le mostró todo el placer que ella podría encontrar en sus brazos.
Cuando sus cuerpos se fundieron, Sarah experimentó sólo un instante de dolor,
pero después lo envolvió con su cuerpo, mientras se movían en armonía, y sus
gemidos se unieron en una voz cuando alcanzaron la cumbre del deseo.
Permanecieron abrazados; Sarah acariciaba despacio a Garrett, extasiada con su
masculinidad, con su cuerpo de oro y bronce. Y supo que era suyo.
—Estaba equivocado —murmuró ronco—. No morí; me siento más vivo que
nunca.
—Antes siempre me alegré de que no me hubieses "traído aquí”, pero ahora sé
que no tenía nada que temer; jamás hiciste el amor con Amanda, aquí o en ninguna
parte —murmuró ella a su vez.
Garrett se puso tenso.
—¿Por qué lo dices? —la miró con recelo.
Ella sonrió y se acercó más a él.
—Por el hecho de que la primera noche, en nuestra casa, te quedaste dormido
en un sillón y despertaste apartándome de ti porque pensaste que era Amanda,
porque siempre insististe en hospedarte en un hotel cuando nos visitabais, para que
mis padres nunca supieran que los dos dormíais en alcobas distintas… y por el hecho
de que compartir un lecho con Amanda era una de las condiciones que no podías
aceptar.
—Lo adivinaste al fin, ¿verdad? —preguntó sonriente.
—Sí… al fin —lo miró a los ojos.

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Él suspiró y se movió en la cama para reclinarse en las almohadas; la abrazó,


posesivo.
—No la deseé —suspiró.
—Pero ella te deseaba.
—Sarah, no era tan mala; sólo sufría porque Jonathan de veras amaba a Shelley,
y…
—La última vez que te dejó, nos dijo que iba a divorciarse de ti; ¿habrías hecho
algo para detenerla?
—No lo sé; estaba enterado de sus condiciones cuando se marchó y yo…
supongo que al final las habría aceptado —palideció—. Para ella no fue suficiente
contar con todo lo que podía comprar el dinero, tener la admiración de sus amigos,
un hijo que la adoraba; siempre me abandonaba y después me chantajeaba con la
amenaza del divorcio para obtener lo que deseaba, y la última vez…
—Lo que deseaba era a ti —concluyó Sarah, con debilidad.
—Quería un matrimonio normal, sí.
—Puedo comprenderlo.
—¡Sarah!
—Déjame contarte algo, Garrett, algo que debes saber…
La estrechó contra sí.
—No te dejaré escapar —murmuró—. No importa cuál secreto de familia me
reveles.
Ella sonrió con ternura; habían pasado por muchas cosas, y ya nada podría
separarlos.
—Yo tampoco permitiré que te vayas.
—Entonces, ¿qué?…
—Había una vez dos hermanas —empezó a decir, como en un cuento—. La
mayor y más hermosa…
—Creo que yo soy mejor juez para eso, y tú…
—… y la menor, muy tímida —continuó con severidad—. La hermana mayor se
marchó a Hollywood con la esperanza de un día ver su nombre escrito con luces,
pero en vez de eso, volvió a casa con un príncipe… —miró ceñuda a Garrett cuando
él resopló, divertido—. Un hermoso príncipe dorado quien cautivó y deslumbró a la
hermana pequeña, de tal manera que cualquier hombre que se le aproximara
después de haberlo visto, no podía compararse con el príncipe…
—¿Sarah?…
—La hermana mayor vivía con su príncipe dorado en la tierra de oro, en tanto
que la hermana menor sufría por él en un país donde ya no había sol…
—Cariño, no tienes que decirme todo esto —gimió Garrett.

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—Pero la hermana hermosa no estaba feliz con su príncipe, y cuando le dijo a la


hermana menor que pretendía divorciarse de él, ella se alegró con la esperanza de
que el príncipe la viera y se enamorase de ella —su voz tembló por la emoción—:
Antes de volver a verte, Amanda había muerto, Garrett, y yo sentí que la culpa era
mía porque te quería para mí. Te odiaba, pero me odiaba más yo misma —ocultó el
rostro contra el pecho masculino—. Te ataqué ese día por mi sensación de culpa, me
convencí de que te odiaba por hacer que te amara.
—Y cuando el príncipe dorado te vio, se enamoró de ti, y te negaste a casarte
conmigo por ese motivo —gruñó él.
—Sí —susurró—. Me casé con David con la esperanza de darle a mi padre más
nietos, como siempre quiso, y en vez de eso, encontré que no podía responder a sus
caricias. Dos minutos después de verte de nuevo, comprendí la razón: mi amor por ti
no había muerto.
Garrett tragó saliva.
—Sarah… ¿Todo terminará ahora? ¿Te casarás conmigo para que nosotros
demos a tu padre los nietos que desea?
Ella asintió.
—Amanda sufrió mucho como tu esposa, pero esa fue la vida que eligió para sí.
Yo sé que seremos muy felices.
—¡Y yo también! —aseguró Garrett—. He esperado mucho tiempo por ti.
—Tu padre, Garrett —dijo ella después de una larga pausa—. ¿Crees que algún
día me aceptará como tu esposa?
—Tal vez, quizá no —encogió los hombros—. Jamás le he dicho que Jason no es
mi hijo, y él siempre ha creído que Amanda se valió de eso para casarse conmigo;
ellos nunca congeniaron. Pero será él quien deba alejarse de mí si no puede aceptarte.
—Jonathan y Shelley estarán bien, ¿verdad? —preguntó ansiosa.
—Jonathan fue un tonto en lo que respecta a Amanda, y casi hizo lo mismo
contigo…
—¿Conmigo? —preguntó, incrédula.
—No fui yo quien entró en tu cuarto cuando llegaste aquí —confesó Garrett,
seco—. Quise matar a Jonathan cuando me acusaste de invadir tu intimidad al
meterme en tu cuarto mientras dormías. Supe que debió ser él. Eras como un
fantasma para Jonathan, pero cuando te conoció mejor, se dio cuenta de que no eres
como tu hermana. Y me alegro de eso —su voz se tornó muy fría—. Lo habría
matado a golpes si hubiera intentado tocarte de nuevo.
Compadeció a Jonathan.
—Estaba enamorado de una mujer que nunca existió —meneó la cabeza con
tristeza.
—¡Sólo en su imaginación!

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—Pobre Shelley —suspiró Sarah—. Creo que yo no habría podido guardar


silencio todos estos años.
—Ella merece algo mejor —accedió Garrett—, pero ama a Jonathan.
—Ella es una de las cosas que una vez "tuviste que dejar", ¿verdad?
—Eso creí —reconoció despacio—. Aunque ahora considero que no me gustó
perderla por Jonathan. El accidente, cuando aún estaban de luna de miel, no ayudó…
—¡No lo sabía! —gimió Sarah—. ¡Qué terrible debió ser para los dos!
Garrett asintió.
—Me dije que si no los hubiese presentado, eso jamás habría ocurrido, ella no se
hubiera casado con él y no habría estado en ese lugar en aquel momento. Aún me
sentía traicionado cuando Amanda apareció y me dijo que fuera el padre de su hijo.
Me pareció una restitución adecuada en ese tiempo; me quedé con Amanda y el hijo
de Jonathan, mientras él me robaba a la mujer que amaba —movió la cabeza—. Era
muy joven y tonto.
—Y mi hermana te hizo sufrir.
—No tanto —sonrió—. ¡También hizo que entraras en mi vida!
—Pero…
—Todo ocurrió hace mucho tiempo, Sarah —suspiró—. Y yo estoy dispuesto a
olvidarlo todo.
—¿Todavía amas a Shelley? —preguntó, era su última duda.
—Nunca la quise como te amo —respondió sin vacilar—. La quiero como a una
hermana, pero mi orgullo resultó bastante lastimado cuando ella eligió a Jonathan —
sonrió con malicia—. Por supuesto, si quieres demostrarme cuánto me amas, no te
detendré —se tendió en el lecho, inmóvil.
—Eso veo —ella sonrió.
—¿Bien?
—¿Qué? —fingió ignorancia.
—¿Acaso fui un mal maestro? —preguntó, ceñudo.
—Fuiste un magnífico seductor de jovencitas —bromeó.
—Ah.
—¿Sí? —Sarah arqueó las cejas.
—Olvidé algo, ¿verdad? —sonrió divertido y pareció más joven que nunca.
—Creo que es un poco tarde para preocuparnos de eso.
—¿Qué? ¡Oh, no, no me refería a eso! —repuso y se movió para colocarla bajo
su cuerpo—. Aunque sería bastante agradable —acarició su vientre plano.
—¿No te importaría tener un nene tan pronto? —inquirió, recelosa.

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—No, aunque me parece que debo asegurar al hijo que ya tengo que lo amo,
antes de que lleguen más hermanos o hermanas.
Sarah tocó su mejilla, preocupada.
—Creo que encontrarás que es lo bastante maduro para comprender lo ocurrido
entre Amanda y Jonathan. No parece justo cargarlo con la culpa de lo infeliz que
fuiste con su madre. Ama su recuerdo.
Garrett asintió.
—Estoy seguro de que ella habló en serio cuando mencionó el aborto si no me
casaba con ella; pero, conforme progresaba el embarazo y el nene crecía en su
vientre, Amanda de veras sintió amor por su criatura. Algo que nunca pude echarle
en cara era que no amase a Jason.
—Quizá también amó a Jonathan, de verdad.
—Tal vez —Garrett frunció el ceño—. Porque nunca le demostró lo perversa
que podía ser.
—Como dijiste, eso es parte del pasado. Sólo debemos preocuparnos por el
futuro.
—¿Ah, sí? —preguntó, malicioso—. ¿De qué futuro hablas?
—Me encantaría ser tu mujer, pero no te pediré el matrimonio si…
—¡No lo pedirás! —la estrechó contra sí—. Me casaré contigo una docena de
veces para que sepas cuánto deseo que seas mi esposa. Empezaremos esta noche.
—¿Esta noche? Pero…
—En Nevada —continuó Garrett—. Después tendremos otra ceremonia en
Inglaterra, luego otra aquí, y…
—Garrett, una vez es suficiente —protestó, extasiada.
—Una vez jamás será suficiente para mí, mi amor —murmuró seductor.
—¡Garrett Kingham!
—Sí… Sarah Kingham.
Ella permaneció inmóvil.
—Pasaré el resto de mi vida amándote —susurró, emocionada.
—Te amo más de lo que puedo decir.
Y eso fue suficiente para construir una vida de felicidad.

Sarah sonreía al escuchar la agitación que anunciaba la llegada de su marido.


La criatura nació con cinco semanas de anticipación; ella había asegurado a
Garrett que tendría suficiente tiempo para volar a Inglaterra. Lo habría acompañado
para pasar unos días con Glynis, la nueva esposa de su padre, desde hacía un año,

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pero estaba tan fatigada a últimas fechas que sólo deseaba quedarse en casa para
descansar.
Los dieciocho meses de matrimonio habían profundizado el amor que
compartía con Garrett, y sabía que él estaría feliz de volver a ser padre. Una vez que
se recuperase de la desilusión de no estar presente en el nacimiento.
—¡Sarah! —Garrett irrumpió en la habitación, cargado de flores y bombones,
sin duda comprados en el aeropuerto—. ¿Estás bien? ¿Tú?…
—Cálmate, papá —dijo el maduro jovencito que lo acompañaba—. ¿No ves que
está bien?
Como Sarah no pudo acompañarlo, Garrett insistió en viajar con Jason, y
parecía que el pobre chico tuvo que tranquilizar al padre desde que Shelley lo llamó
por teléfono la noche anterior para informar que Sarah estaba a punto de ser madre.
Garrett se detuvo junto a la cama.
—¿Ya nació el crío? —la besó, distraído.
—Sí —confirmó ella con una paciente sonrisa.
—Shelley no me dijo eso cuando nos recibió en el aeropuerto, y Jonatan
tampoco mencionó una palabra al respecto…
—Porque les dije que quería decírtelo yo —explicó; Shelley y Jonathan la
acompañaron toda la noche—. Jason, ofrécele una silla a tu padre, ¿quieres, cariño?
Parece que está a punto de caer.
Garrett se sentó cuando llegaba la silla.
—Nada salió mal, ¿o sí? —preguntó muy pálido—. Se adelantó…
—Todo está bien —sonrió para tranquilizarlo, e incluyó a Jason, parado en un
extremo de la habitación—. ¿Quieres acercarte? —invitó.
—¿Estás segura?… —aún parecía reacio a entrometerse.
—¿No quieres saber si tienes un hermano o una hermana? —bromeó.
Fue a sentarse junto a su padre, y los dos la miraron con atención.
—Garrett, ¿nunca te hablé de la abuela Harvey, la mamá de papá?
—Cariño, no es momento para discutir tu familia. A menos —palideció más—,
que tu abuela tuviese algo malo y que el crío…
—No hay nada malo en la criatura —insistió la joven—. Como decía, en la
época de la abuela Harvey, la familia pensó que era algo raro, aunque natural,
después de todo, y no se había repetido desde entonces…
—Sarah, dime si tengo una hija o un hijo, y deja de atormentarme —
interrumpió Garrett, nervioso.
—Sólo trataba de facilitar…
—No quiero que facilites nada, sólo quiero la verdad.

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—De acuerdo. A las dos y treinta y dos de la mañana, nuestra hija llegó al
mundo…
—Una hija —murmuró Garrett, feliz—. ¡Nuestra Diana Louise!
—Sí —Sarah sonrió—. Y a las dos cincuenta y seis, nuestra segunda hija nació…
—¿Dos! —estalló Garrett, incrédulo.
—La abuela Harvey tenía una hermana gemela —adivinó Jason de pronto.
—Pues… no exactamente —balbuceó Sarah.
—¿Cómo que no? —demandó Garrett.
Sarah cobró aliento.
—A las tres y diez, con más rapidez esta vez, nuestra tercera hija nació.
—¡Trillizos! —Garrett pareció a punto de desvanecerse—. Eso es todo, ¿verdad?
¿No hay un chico incluido en el paquete?
—No, me pareció que la próxima vez…
—¿Próxima vez? —Garrett se levantó, nervioso—. Después de esto, no habrá
una próxima vez. ¿Por qué ninguno de los médicos lo averiguó?
—Me advirtieron de que tal vez serían gemelos; pero era sólo una posibilidad,
así que no quise preocuparte…
—¡No quiso preocuparme! —dijo a su hijo—. Oh, no, sólo decide provocarme
un infarto en este momento. ¿Qué voy a hacer con tres hijas?
—Podrás sentirte orgulloso de ellas, cuidarlas, amarlas…
—Preocuparme por ellas —agregó Garrett al comentario de su hijo—. Los dos
nos preocuparemos por ellas —agregó para Jason—. El deber de un hermano es
proteger a sus hermanas, y si éstas son tan hermosas como la madre…
—Son más hermosas que yo —intervino Sarah.
—Por Dios, Sarah —Garrett se sentó en la cama y estrechó sus manos en las de
él—. ¿Te encuentras bien?
—Sí —rió con suavidad.
—¿Y nuestras hijas?
—Pesaron poco al nacer y por ahora son pequeñitas, pero se pondrán bien y
serán muy saludables y hermosas. Tu padre sólo las miró y tuvo que volver a casa a
descansar —recordó, con una sonrisa, que su suegro la miró con reacio respeto,
aunque todavía no eran buenos amigos.
—Todos han visto a nuestras hijas, excepto Jason y yo; ¿podemos ir a visitarlas?
—Por supuesto. Si empujas mi silla de ruedas, todos podremos ir a contemplar
a las "bellezas Kingham", como ya las llaman aquí.

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Observó el rostro de su marido mientras miraba a las pequeñas, y el amor y el


orgullo brillaron en su mirada al contemplar el trío de caritas coronadas de negro
pelo.
—Me parece que tendrán los ojos verdes —susurró Sarah, emocionada—. Pude
ver que tienen destellos verdosos.
Él tragó con dificultad.
—Quizá la próxima vez podríamos tener tres chicos…
Sarah sonrió, conmovida.
—¡Antes tendremos que encontrar dos nombres más para nuestras hijas!
Los ojos de Garrett se oscurecieron al mirarla.
—¿Están bien?
—Muy bien —ella estrechó su mano mientras se volvían a contemplar a sus
hijas dormidas.
Quizá el año próximo podrían intentar concebir a los tres niños…

Fin

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