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Margotte Channing
www.margottechanning.com
Título Original: Amor y Muerte
Segunda edición publicada en España 2019
Dejaron los caballos con Scott, el mozo, que miraba a Adais con los ojos
como platos y subieron a las habitaciones de Rosslyn. Les abrió la puerta
enseguida.
—¡Hola! Gunnar quiere conocer al chico antes de que se lo llevemos a
Ari— estaba un poco nerviosa, ya que su marido podía parecer terriblemente
serio y duro. El vikingo estaba de pie, esperando y se acercó a ella para
tranquilizarla.
—Tranquila Rosslyn, no me lo voy a comer. Ya he desayunado— Aidan
sonrió, pero a Amy no le hizo ninguna gracia y entendía a Rosslyn, que había
fruncido el ceño y se había acercado junto a su marido para decirle algo en
voz baja. Él le contestó con otro susurro, y después le dio un ligero beso en
los labios.
Gunnar hizo un gesto al chico que estaba junto a Amy, para que se
acercara a él y Adais lo hizo; entonces, el vikingo le ofreció su mano derecha
con la palma hacia arriba y el muchacho, después de dudar unos segundos,
puso la suya encima y Gunnar estrechó su mano mirándolo a los ojos.
Después de unos segundos, soltó su mano y lo cogió por el hombro. Adais
sonreía.
—Venid, vamos a ver a mi hijo.
Ari había estado toda la noche despierto, pensando en lo que iba a ocurrir
y algo preocupado, porque no sabía cómo iba a entenderse con alguien que
no oía nada. Por fin, tras mucho discurrir, esa mañana se le había ocurrido
una idea, pero tenía que ver si funcionaba.
Lo encontraron en medio de la habitación, sentado en su silla de ruedas.
Se giró para estar frente a ellos, con unas láminas encima de sus piernas.
Gunnar, acompañó a Adais hasta su hijo.
—Ari, este es Adais, espero que os llevéis bien.
—Sí, padre.
—Pon la palma derecha de la mano hacia arriba, para que os saludéis—
su hijo lo hizo y Adais imitó el gesto— ahora, estréchale la mano mirándolo a
los ojos.
—¿Qué es eso que tienes encima de las piernas Ari? —Amy creía saber
lo que iba a intentar y le parecía muy buena idea.
—He dibujado algunas cosas poniendo su nombre al lado—les enseñó
una de las hojas—aquí hay una mesa, una cama, y una silla. Si aprende a leer
y a escribir podremos comunicarnos, aunque sea sordomudo.
—No es mudo— a Aidan le pareció importante que lo supiera.
—¿Cómo? —todos se giraron a mirarlo.
—Que puede hablar, pero no le han enseñado a hacerlo. Debe de ser
difícil enseñar a un sordo a hablar.
Ari se quedó pensativo un momento antes de decir:
—Padre, yo creo que es mejor que me dejéis a solas con él. Así estaremos
más tranquilos.
—Si estás seguro…— miró a su hijo algo preocupado— Ari, si notas algo
raro llámame por favor, esperaremos en nuestra habitación.
—Sí, padre, pero no te preocupes. No pasará nada—hizo un gesto para
que se fueran provocando que Adais, que estaba pendiente de lo que hacía,
riera y, cuando lo escucharon, los demás sonrieron— ¡venga iros!
Aidan y Amy aprovecharon para ir en busca de William a quien
encontraron en el salón. Estaba sentado en su sillón, bebiendo cerveza y con
cara de cansado.
—Ya estáis aquí, ¡menos mal! Ya he hablado con todos los que viven en
el pueblo. Creo que la mayoría lo ha entendido y no os darán problemas. Si
alguno no quiere contestaros, decídmelo, aunque yendo Aidan—miró con una
sonrisa sarcástica la altura de su segundo— no creo que nadie se atreva. Me
voy, tenía que haber salido hace un par de horas, pero os he estado esperando.
—Hemos ido a por Adais, y ya está con Ari— Amy se justificó enseguida
por miedo a que la tomara con Aidan.
William solía ser justo, pero tenía muy mal carácter y nunca se sabía
cuándo le iba a dar uno de sus arranques.
—Espero que esos dos se entiendan, sería estupendo. Me voy ya —se
levantó, despidiéndose de Amy— Aidan, acompáñame hasta la calle, tengo
que decirte varias cosas. Seguramente no volveré hasta mañana —se
dirigieron al pasillo hablando en voz baja, Aidan inclinaba la cabeza hacia
William, mucho más bajo para escuchar bien lo que decía.
El laird esperó hasta que no pudieran escucharlos, entonces se detuvo,
miró fijamente a Aidan y le dijo:
—Confío plenamente en ti, lo sabes, pero esto hay que solucionarlo
deprisa. La gente está muy nerviosa y no puedo permitir que haya un asesino
entre nosotros que puede seguir matando.
—Ahora mismo vamos a empezar los interrogatorios. Daremos con él, no
te preocupes— William asintió algo más calmado.
Si había alguien que pudiera averiguar lo ocurrido, ese era Aidan. Le dio
una palmada en un hombro y se fue a por su caballo.
CINCO
Aidan escuchó un ruido desde la cama y, sin ponerse nada encima, corrió
hacia la cocina llamándola, pero al ver que Amy no estaba allí y que la puerta
del sótano estaba abierta, cogió la antorcha que había junto a la entrada y que
permanecía encendida por la noche, y bajó las escaleras de la bodega muy
nervioso porque no contestaba. Cuando llegó al final de los escalones,
levantó la antorcha y pudo ver su cuerpo caído boca abajo en medio de la
habitación.
Se arrodilló a su lado, estremecido, y dejó la antorcha en el suelo,
respirando hondo para tranquilizarse. La dio la vuelta con cuidado y se le
escapó una maldición al ver su cara, estaba sucia, llena de tierra y de sangre,
pero aún respiraba. Palpó con cuidado su cuerpo, pero no parecía haber nada
roto. Entonces, la cogió en brazos con suavidad, para llevarla a la habitación.
Cuando la dejara allí, iría corriendo a buscar a Anice, pero al tumbarla sobre
la cama Amy abrió los ojos.
—¡Gracias a Dios! —tenía que darse prisa porque la herida de la cabeza
seguía sangrando— escúchame, no te muevas. Voy a buscar a Anice, pero
vuelvo enseguida —ella levantó una mano intentando cogerle una de las
suyas, pero estaba tan débil que la dejó caer de nuevo sobre la cama.
—No veo bien por el ojo derecho ¿Qué me pasa? —se inclinó para verla
más de cerca a la luz de la vela.
—Te has caído en el sótano y tienes una herida en la cabeza. Has
sangrado bastante y parte de la sangre te ha entrado en el ojo —al ver su cara
de extrañeza, preguntó— ¿no lo recuerdas? —ella negó con la cabeza—
espera, te limpiaré la cara y el ojo y luego iré a buscar al médico.
—Sí, por favor, me escuece bastante.
Voló por la escalera para coger lo necesario de la cocina y volvió a subir
a la habitación. Limpió su cara lo mejor que pudo y, después, siguiendo las
indicaciones de Amy, con la ayuda de un trapo le echó agua en el ojo. Había
visto la herida en la cabeza, pero no se había atrevido a tocarla solo la había
limpiado con agua.
—¿Mejor? —ella asintió.
—Dame un poco de agua Aidan, por favor —bebió un par de sorbos y,
cuando volvió a apoyar la cabeza en la cama, hizo un gesto de dolor.
Después, mantuvo los ojos cerrados unos segundos, intentando que se le
pasaran las ganas de vomitar. Cuando lo consiguió, le susurró:
—Aidan, escucha atentamente, no avises a Anice. No ha sido un
accidente, había algo en las escaleras para que me tropezara y no me fío de
nadie. Quiero que traigas a mi abuela.
—Pero tu abuela está en el clan de los Cameron. No podemos esperar a
que Connor, o cualquier otro la traiga. Tienen que curarte ya.
—¡No! —le sorprendió ver el miedo en los ojos de Amy— no se lo digas
a nadie, coge a Antares y ve tú a buscarla. Dile a Jamie que no le diga a nadie
que te vas ¿Cuánto tiempo tardarías en llegar?
—Una hora más o menos.
—Está bien, puedo esperar. Por favor Aidan, trae a mi abuela. La necesito
—volvió a cerrar los ojos porque le dolía tanto la cabeza que le costaba
mantenerlos abiertos.
—Amy, sabes que tu abuela no me puede ni ver desde que rompimos. No
querrá venir.
—Vendrá. Te lo aseguro —su abuela y ella siempre habían tenido una
conexión especial. Vendría.
—Amor mío, no me pidas eso. No te puedo dejar sola tres horas con esa
herida en la cabeza. Déjame que vaya a buscar a Anice —ella le contestó con
los ojos cerrados.
—Aidan por favor, no discutas—al ver su expresión, intentó
tranquilizarlo—no te preocupes, no me duele mucho
—No mientas, amor mío —apretó su mano— ¿te puedo dar algo para el
dolor?
—Sí, ¿puedes mirar si sigue sangrando? —él retiró el paño húmedo que
había puesto sobre la herida.
—Parece que no —volvió a dejar con cuidado el paño en su sitio.
—Entonces puedo tomar una infusión. La mezcla está en la balda de
abajo en un frasco de cristal, en la etiqueta pone dolores. Debes hervir un
poco con agua y luego que repose cinco minutos.
Cuando se tomó la bebida, Amy se el paño de la cabeza, luego, cogió a
Aidan de las manos.
—Aidan, es muy importante lo que te he dicho. No se lo digas a nadie.
Cierra la puerta con llave cuando te vayas y llévatela, para que no puedan
entrar.
—No puedo irme dejándote así ¿no lo entiendes? —besó su mano
ardorosamente— deja que vaya a la torre a avisar a William. Sólo se lo diré a
él.
—Aidan, confía en mí y no discutas, por favor. Enseguida se me pasará el
dolor y aprovecharé el tiempo para pensar.
—Sabía que me mentías. Te duele mucho, se te nota en la cara —ella
sonrió y él se desesperó porque sabía, desde el principio, que haría lo que ella
le pedía— está bien, echaré la llave y volveré lo antes posible.
—Nos vemos en un rato —volvió a cerrar los ojos respirando
profundamente.
Él dejó el candil encendido para que tuviera luz y se fue. Era muy raro
que Amy no quisiera que llamara a nadie, pero era muy lista. Seguramente se
había dado cuenta de algo que le hacía desconfiar de todo el mundo.
Antares lo esperaba despierto, con ojos amistosos y estaba extrañamente
tranquilo, aunque normalmente montaba mucho alboroto al oírle llegar.
—No hagas ruido amigo —escuchó unos pasos y al darse la vuelta vio a
Jamie que lo miraba muy sorprendido.
—¿Qué ocurre Aidan? —se acercó a él con cara de preocupación.
—Jamie, no digas a nadie que me has visto salir.
—Entiendo. Ya me parecía a mí muy traído de los pelos todo eso de que
Aileen se había vuelto loca y había matado a todos —Aidan lo miró
estupefacto porque a él le había parecido creíble. Aún se lo parecía.
—No te preocupes muchacho, no diré nada. Estaba echando una cabezada
porque por la noche no he pegado ojo.
—¿Y por qué estas durmiendo aquí, Jamie? —Aidan seguía preparando a
Antares mientras hablaba.
—Mientras tenga caballos a mi cargo, no voy a consentir que les pase
nada. El loco que ha asesinado a toda esa gente podría darle por matar a
alguno de estos animales. Por eso he decidido dormir aquí, de momento.
Tengo el oído muy fino y si alguien viene para hacerles daño… —sacó la
daga que guardaba en la espalda y se la enseñó. Jamie esperaba que no se
hiriera con ella sin querer, Jamie ya estaba muy mayor para esas aventuras.
Subió de un salto sobre Antares y luego le palmeó el cuello.
—Ten cuidado Aidan. Antares puede tropezar igual que los demás
caballos.
—Lo sé. Adiós Jamie. Recuerda, no me has visto.
—Tranquilo —se quedó mirando como galopaba hacia el camino que lo
llevaría fuera del pueblo.
El viaje hasta el clan de los Cameron fue angustioso. Cada cinco minutos
tenía que luchar contra las ganas de volver para comprobar que Amy seguía
bien, pero se obligaba a seguir recordando su promesa de llevar de vuelta a su
abuela.
Como esperaba, había un par de vigilantes en el portón de entrada de la
aldea de los Cameron. Los conocía y uno de ellos lo acompañó a la casa de
Sine, la abuela de Amy. En cuanto llamó a la puerta, la anciana abrió y se
quedó mirándolo, vestida para salir y con una bolsa de cuero en la mano.
—¡Ya era hora muchacho! ¡sí que has tardado en llegar! —el Cameron
que lo había acompañado se batió en retirada. Todos conocían a aquella
anciana y nadie quería ser el objetivo de su lengua.
Aidan estaba asombrado al darse cuenta de que lo esperaba.
—Amy siempre me había dicho que tenías el don, pero no lo había creído
hasta ahora —volvió a sorprenderle al hablarle con normalidad.
—Hace horas que te espero. Vámonos, muchacho, quiero ver a mi nieta
cuanto antes —él cogió su bolsa, y la colgó de la silla de Antares. El caballo
miraba a la anciana como si no supiera qué pensar sobre ella. Entonces, ella
se acercó al caballo y le acarició el morro.
—Eres muy bonito —canturreó— necesitamos que nos lleves de vuelta
muy deprisa ¿verdad que lo harás? —el caballo asintió, dejando boquiabierto
a su dueño.
—Aidan, cierra la boca y súbeme sobre este animal tan bueno —él lo
hizo, sin saber si estaba más sorprendido por la actitud de la anciana, o del
caballo.
Casi una hora después, entraban en el dormitorio de Amy que los miró
con los ojos entrecerrados. La habían despertado.
—¡Abuela! Gracias por venir—susurró, aún estaba medio dormida.
—¡Mi niña! ¡Te he dicho muchas veces que eres muy confiada! —antes
que nada, se inclinó para ver la herida y se quedó callada unos minutos hasta
que Aidan no aguantó más.
—Bueno ¿cómo está?
—Me imaginaba que estaría peor ¿Te duele la cabeza?
—Me dolía, pero Aidan me ha dado una infusión de corteza de sauce.
—Muy bien, creo que lo mejor es echarte en la herida aceite de hipérico,
eso te irá muy bien. He traído en mi bolsa, por si acaso. La visión no ha sido
clara sobre lo que te ocurría, sólo que me necesitabas y que mandarías a
buscarme.
—Sabía que estarías preparada —sonrió— ¿y mis padres?
—Durmiendo a pierna suelta ¡ya sabes cómo son! —para Sine siempre
había sido muy triste que su hija no hubiera sacado ninguno de sus dones.
Amy, sin embargo, desde que era una niña, había dado muestras de que le
entusiasmaba todo lo relacionado con la curación. Quizás por esa afinidad
entre las dos, ambas eran capaces de comunicarse de una manera que nadie,
aparte de ellas, podía entender.
Después de curar su herida, su abuela se atrevió a darle un beso en la
frente y Aidan sintió que podía volver a respirar con normalidad y se sentó en
el taburete que había junto a la pared, observando el profundo amor que la
anciana sentía hacia su nieta.
—Abuelita, qué ganas tenía de verte.
—Podías haber ido a vivir conmigo en lugar de venir a este lugar para
meterte en la boca del lobo —movió la cabeza con desaprobación— ¡a quién
se le ocurre ponerte a averiguar quién ha matado a toda esa gente! —Amy
miró a Aidan extrañada porque se lo hubiera contado.
—No, no lo mires a él, que no me ha dicho nada, pero las noticias de lo
que ocurría han llegado a los Cameron. En la reunión de clanes a la que
William fue el otro día, se lo dijo en confianza al laird Cameron, que se lo
contó en confianza a un miembro de su familia…, y así se fue corriendo la
noticia por todo el clan. Cuando me enteré, por fin entendí por qué llevaba
varios días preocupada. Hace unas horas he sentido que me llamabas,
entonces, me he vestido para salir y he esperado junto a la puerta, hasta que
ha venido Aidan a buscarme —suspiró sentándose en la cama y mirando
fijamente a Amy— ahora cuéntame qué ha pasado exactamente.
—No lo sé, pero no me he mareado, ni se me ha torcido el pie, ni nada
parecido —miró a Aidan—por favor, quiero que vayas al sótano y mires
detenidamente los escalones. Creo que alguien ha puesto algo allí para que yo
me cayera.
—Bajo ahora mismo —Aidan salió de la habitación antes de que se
dieran cuenta, a pesar de Amy que le dijo:
—¡Espera a que sea de día! —como se imaginaba, no le hizo ni caso.
—Déjalo, necesita hacer algo, no puede estar con los brazos cruzados, sin
hacer nada. Es un buen hombre
—Lo sé, abuelita y me alegro de que ya no estés enfadada con él.
—En realidad, hay algo que tengo que decirte —Amy la miró extrañada
al ver que la anciana apartaba la cara.
—¿Qué pasa, abuela? —Sine echó una mirada a la puerta antes de
contestar.
—Es mejor que te lo diga antes de que él suba —susurró— la verdad es
que no se acostó con tu prima.
—¿Qué? —no pudo evitar levantar la voz, lo que provocó que le volviera
a doler la cabeza— ¿lo dices en serio? —su abuela asintió, con cara de estar
muy arrepentida— ¿Y cómo lo sabes? ¿has tenido una visión? —era raro, que
tanto tiempo después la hubiera tenido, pero podía ocurrir.
—No hija, no es eso. Hace unos días, tu prima vino a verme. Ya sabes
que, desde entonces, no he vuelto a recibirla en casa ni he vuelto a decir su
nombre. Pero el otro día me suplicó que la dejara entrar para explicarme lo
que había pasado —Amy la miraba boquiabierta.
—Dijo que siempre había estado enamorada de Aidan, aunque yo creo
que te tenía envidia, siempre te la ha tenido. Que una noche se lo encontró
borracho e intentó que se acostara con ella, pero que él no quiso. Incluso en
ese estado, le dijo que era tu novio y que solo quería estar contigo. Cuando
les pillaste en la cama, él se había dormido y ella te mintió; como él no se
acordaba de nada, no pudo negarlo. Me pidió que te lo contara y que te
pidiera perdón. Dice que está muy arrepentida, además de que nadie de la
familia le dirige la palabra —Amy no sabía si reír o llorar ¡Qué fácil le era a
su prima pedir perdón después de destrozar la vida de dos personas!
—Ya me parecía a mí que era muy raro que no me acordara de nada —
¡Dios, Aidan lo había oído todo! Estaba de pie en el umbral con algo en la
mano. Amy decidió disimular porque todavía no estaba preparada para hablar
sobre lo que le había contado su abuela.
—¿Qué has encontrado? —él le echó una mirada que significaba que más
tarde hablarían sobre lo de su prima, antes de contestar.
—Un cordel que estaba sujeto con clavos a la altura del tercer escalón, era
imposible no tropezar con él al bajar. Se ha roto cuando has tropezado con él,
pero había un trozo a cada lado —Sine se levantó a tocarlo, era un cordel
normal.
—Es raro ¿Quién podía saber que ibas a bajar al sótano?
—Hay alguien que lo sabía —miró a Aidan y después a su abuela, los dos
la miraban expectantes, de modo que se explicó.
El salón del castillo estaba repleto porque todos habían acudido a celebrar
la boda de Aidan y Amy. Se habían casado hacía unos días, en una ceremonia
a la que solo habían asistido los dos. Aidan ese día se había levantado
negándose a esperar más, y se la había llevado a la iglesia de Kirkcaldy
donde tuvo que presionar un poco al cura, pero consiguió que los casara, y
durante dos días habían estado desaparecidos, aunque mandaron un mensaje a
William avisándole de que se habían casado y cuándo volverían.
Rosslyn los miraba encantada de verlos tan felices antes de marcharse. En
pocos días tenía que volver, con su familia, a su nueva vida entre los que ya
se encontraba Adais, que se había convertido en el mejor amigo del hijo de
Gunnar, Aris.
Comenzó la música y los recién casados salieron a bailar. Amy reía en
brazos de su amante marido más feliz como nunca.
—Menos mal que no te habías casado con ninguna otra.
—No me conoces todavía, si así fuera, sabrías lo que pensé cuando dijiste
que no volverías nunca.
—¿Qué pensaste? —preguntó, coqueta.
—Que te esperaría —sonrió pícaro.
Ella volvió a reír a carcajadas mientras daban vueltas al compás de la
música y de las palmas de los que los observaban, sonriendo.
FIN
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Margotte Channing
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