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Así, elegiré como mis cinco hitos principales del proceso de entre estos diez
mencionados –además de como objeto de análisis para el cumplimiento de la
consigna del presente trabajo, no sin dejar de aclarar, a continuación de
mencionar cada punto elegido, bajo el tamiz conceptual de qué autor se lo
estará principalmente analizando–, las incidencias detalladas en los puntos 1 –
Rey Lennon–; 2 –W. Lippman–; 4 –Lees-Marshment–; 7 –P. Mair–; 9 –
García Beaudoux–, a mí entender las que más terminarían influyendo en el
resultado final del proceso electoral.
Así, al margen de cualquier análisis que pudiera ser realizado respecto del
proceso electoral y todas las explicaciones correspondientes a su resultado,
sería más que impropio dejar de lado el innegable hecho que, apenas con –la
añoranza de– un “bolsillo tibio”, las sociedades comúnmente encontrarán la
manera de darle su mayoritario apoyo a cualquier proyecto incluso libradas de
toda culpa –la nuestra, con “su autoestima” hecha pedazos desde el fatídico
año 2001 es aun y lamentablemente “campo orégano” para ello–; No obstante
lo nefasta que pueda haber sido en general en su praxis y ejercicio del poder
una fuerza política dada cualquiera que pulse por ser refrendada o re elegida, o
a pesar de toda barrabasada discursiva y/o negativa que pudiere propalar una
fuerza en pugna por acceder como debutante en el poder.
Y claro está que, en el hecho que una personalidad tan suficiente, egocéntrica
y ególatra como nos mostrara ser Cristina Fernández en sus dos mandatos
presidenciales, ahora y nuevamente en plena pugna por retornar al manejo de
los hilos del poder se ubique por decisión propia en segundo lugar de un
personaje político como Alberto, que por sí mismo difícilmente hubiera llegado
a ganar siquiera alguna interna en toda su vida –aquí tal vez repitiendo ese
patrón con el que ella llegara a la presidencia, a través de la cesión del poder
que en su caso le hiciera Néstor–, revela toda una muy precisamente delineada
estrategia política y comunicacional subyacente que, sin un ápice de
ingenuidad, habría con su resultado corroborado que los candidatos exitosos
en nuestros días –hablando de Cristina, no de Alberto claro está– no necesitan
de estables y coherentes carreras partidarias puesto que llegan a desbordar a
sus propias organizaciones políticas conectándose directamente con la gente,
a través de su comunicación –de campaña en este caso–, en el contexto de
una inevitable declinación de los partidos como tradicionalmente se los
entiende, y con votantes que cada vez más se identifican como
“independientes” respecto de ellos.
Con bastante buen tino se podría inferir que si algún candidato presidencial –
opositor para peor– necesita ser apadrinado para que se le despeje el camino y
allane su llegada a la casa de gobierno –máxime siendo que su apoyo viene de
una personalidad como la de Cristina, que presumiblemente le “soplará en la
nuca” a lo largo de todo el mandato– difícilmente pueda resolver los problemas
que se le presenten, al menos aplicando en el intento libremente sus recetas –
en una jerga propia de “la universidad de la calle”, se podría decir que
“gobernar requiere ganar elecciones y, quien no las gane, difícilmente pueda
gobernar”–. Así, más menos limitado o no en su radio de maniobras, Alberto
solo podrá gobernar con ese plafón que la ex presidente le presta mientras él
no consiga hacerlo propio. Por el momento, es ella quien sí detenta el poder de
influir sobre la agenda y la opinión pública, en un contexto político en el que
más y más la atención pareciera centrarse en los personajes; si incluso ha,
Cristina Fernández, adquirido la capacidad de disputarle ese beneficio al
conjunto de los principales medios, los que mayormente e igual que ella
trabajan reestructurando el espacio público de acuerdo a su propia
conveniencia.
Y, a pesar que el Frente de Todos pudo tener algún inicial desorden que tal vez
repercutiera en su comunicación, iría rápidamente consiguiendo acomodarse
incluso con su “candidato sorpresa” a la cabeza y tomar control sobre la
agenda, aprovechando las iniciales y erráticas respuestas del gobierno
respecto del corrimiento de una Cristina Fernández en pleno conocimiento del
ánimo generalizado de la población, de los problemas que más le inquietan y
que generan “amnesia” en buena parte de los que fueran “votantes
Cambiemos” en 2015.
Tal vez cierto sea que las discusiones teóricas han dado paso en las
prioridades de la agenda a las exigencias de la vida cotidiana de la gente,
banalizando los grandes ideales políticos puede ser, pero con una sensatez
producto de la lectura que de su día a día hace la gente. Atento a ello, y con
una propuesta electoral precisa y sin eufemismos desde un primer momento, el
Frente de Todos enfocaría la campaña en la situación económica y en una por
ellos declamada incapacidad en la gestión de Mauricio Macri. Por lo tanto,
quedarían comprometidos desde esos inicios de su campaña en avanzar en la
dirección contraria a la planteada por el oficialismo de llegar al gobierno,
Posiblemente, uno de los mayores desafíos políticos para Alberto vaya a ser el
hecho que los propios seguidores de la ex presidente no le esmerilen el frente
que lo ha llevado a la presidencia con puntuales demandas del tipo “todo o
nada” que puedan presuponer Cristina Fernández sí estaría abordando en caso
que él no lo hiciera. A su vez, seguramente el recientemente electo presidente
tenga la ventaja respecto de Cristina de, por lo menos, aparentar estar un poco
más abierto al diálogo, más propenso a escuchar y no únicamente a hablar, en
una dialéctica media, aceptable y establecida, propia de la época de las redes
sociales en las que el común de la gente espera se le acerquen propuestas y
respuestas respecto de lo que ellos –incluso a veces puntualmente– estén
buscando.
Una cosa resultaba clara. De haberse tenido que elegir de entre los cinco
personajes principales que pudieron haber competido en una PASO de
Alternativa Federal para quitarle “algún que otro voto” a Juntos por el Cambio, y
luego potencialmente anexarlo al Frente de Todos, el candidato ideal
redundaba en el nombre de Roberto Lavagna; una cuestión referente a su
personalidad para con el arco político y de imagen de cara a la gente –portador
de una apariencia cuasi estereotipada que mezcla parquedad con bonhomía,
seriedad, aplomo y parsimonia, quién sabe, y siempre muy bien predispuesto a
rápidamente, concluido un acto eleccionario, darle la espalda a la voluntad
expresada por sus propios votantes–.
Pareciera ser, hoy más que nunca, que son los propios electores los que
imponen una agenda que, más allá de los entusiasmos y fanatismos que ellos
pudieran mantener para con sus líderes y/o partidos, harán exitosos de entre
ellos a quienes, al menos, puedan incorporar la mueca de que esa “agenda que
usualmente les es ajena” realmente les importa. Y así, los procesos electorales
que hasta hace unas décadas sabían servir a modo de debate respecto de las
futuras políticas públicas a motorizar, hoy simplemente parecieran haber
decantado en plebiscitos netamente emocionales, pasibles y probables de
albergar, de dar lugar a todo tipo de líderes portadores del gen de algún
berretizado populismo, esos que construyen su propia mística a base de
eslóganes vaciados de contenido, de incumplibles promesas cuasi publicitarias.
El “globo amarillo” era toda una síntesis; de ser un elemento vacío en contenido
–recordar que con posterioridad a la crisis del 2001, en Argentina emergería
una suerte de permanente vacío ya no circunstancial entre partidos y
ciudadanos, en una generalizada sensación que los partidos habían dejado de
ser decisivos y que las elecciones pocas consecuencias innovadoras prácticas
traerían– pasaría a llenarse en una especie de “campaña aikido” que utilizaría
todo lo propuesto por un desgastado oficialismo saliente en su favor –recordar
la “campaña bu” que Cambiemos lanzara eminente e inteligentemente vía
redes sociales–.
Entre que en las nuevas generaciones de ciudadanos son cada vez menos
quienes tienen una definitiva preferencia electoral –identificación partidaria y
militancia, indicadores que continúan cayendo en picada en desmedro de una
extendida volatilidad generalizada y su consecuente pérdida de votos–,
abundando en ellas los votantes “contingentes y volátiles” a quiénes los
partidos les resultan prácticamente extraños, además de no contar con
demasiada paciencia para las razones –ante lo que no se comprende se
reacciona con indignación, de camino hacia unas pasiones políticas que se han
ido convirtiendo definitivamente en un sustituto de la razón–, tampoco resulta
así tan inverosímil que algún otrora votante de Cambiemos, malhumorado, se
haya permitido esa “revancha”, al menos en una “descontracturada” instancia
de primarias.
tiempo que legitimarle los sacrificios que planteaba pareció demasiado para
una sociedad –una mayoría poco sofisticada respecto de muchos de sus
propios juicios ciudadanos– a la que muy poco pareciera importarle las formas
sino la temperatura de su bolsillo, en el creciente contexto de una complejidad
social en aumento.
Entiendo, sería este nuevo contexto post PASO planteado para las elecciones
2019, y desde las nuevas necesidades electorales explicitadas, que se
habilitaría este viraje comunicacional que transitaría Juntos por el Cambio que,
a su vez y a pesar de su inevitable derrota, dejaría como resultado en nuestra
retina la positiva imagen de haber conseguido recuperar buena parte de su
potencial capital electoral con ese no menor 41% de apoyo obtenido en una
instancia previa a una situación de ballotage –a pesar de un contexto
económico en general desfavorable–, e incluso habiendo alcanzado sumar al
conjunto de sus votantes a parte de un histérico “swing-voter”, impaciente con
sus representantes, y tal vez siempre mayormente propenso a prestar su apoyo
a partidos o bien a los candidatos de discursos más radicalizados.
¿Por qué será que la propia Cristina terminaría adoptando ese silencio tan
poco natural para su verborrágica y mordaz locuacidad, esa que ya todos le
conocemos? ¿Por qué apenas limitarse a la presentación de su libro-excusa en
lugar de motorizar también alguna nueva y –fiel a su estilo– virulenta y negativa
campaña electoral del flamante Frente de Todos?
Sin embargo, y atentos a que debían trabajar en cambiar la imagen para poder
contener dentro del universo de sus votantes a alguna tajada del resabio
peronista no kirchnerista expresada tanto en los potenciales votantes de
Roberto Lavagna como en los del ya anexado Sergio Massa –con tal fin que el
candidato designado fuese Alberto–, fuimos todos testigos de cómo primaría al
“compás del silencio” de la todavía senadora una moderación, que desde el
mismísimo momento de su designación trabajaría en encarnar asimismo el
propio y por ella designado Alberto, y que incluso también él llegaría a forzar
como hemos visto en más de un caso.
reflejarse pero satisfacerse con las palabras de su líder, que quiere participar
desde una red social encontrando rápidamente afinidades –ocupándose en
generarse sus propias burbujas sin importarle ese riesgo concreto de terminar
volviéndose más sesgado–, que imagina participar en todo sin realizar esfuerzo
alguno, “ser parte” de algún cambio pero haciendo un culto de la “libertad total”,
en una completa desvinculación en lo referente a cualquier tipo de
obligaciones.
“La única forma de saber lo que opina la gente es romper el círculo del poder”
nos dice Durán Barba –inspirando el título del presente trabajo–. Bien. La
“sencilla” y primer pregunta que se desprende respecto de tal afirmación, cuya
respuesta pareciera todo el tiempo reformularse –en particular de cara a los
partidos políticos, y sus diversas y nuevas necesidades y obligaciones–,
continuará entonces por el momento siendo: ¿Cómo?