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RRII - Resumen 2do parcial

Teoría de las Relaciones Internacionales (Universidad de Buenos Aires)

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RESUMEN 2DO PARCIAL – TEORÍA DE LAS RRII

Teóricos críticos y materialismo histórico en RRII.

Marxismo/materialismo histórico:

 Marx (1818-1883) escribió muy poco sobre las RRII, pero sus trabajos fueron
de inspiración para otros autores.
 El sistema de producción económica (infraestructura) determina las estructuras
institucionales e ideológicas de la sociedad (superestructura).
 Cada período de la historia contiene fuerzas en conflicto, o una dialéctica.
Varios autores van a extrapolar este punto al sistema internacional.
 El marxismo es una tradición distinta en la teoría RRII. Rechaza la visión
liberal del mundo de los individuos interesados (que buscan maximizar sus
intereses) y la visión realista del mundo de los Estados soberanos y la
anarquía. Considera ambas perspectivas como limitadas y limitantes y cómo
caracterizadas por una política conservadora.
 Comprensión relacional y orientada a los procesos de la vida humana. Ve
a los humanos como agentes productivos que en sus interacciones reproducen
o alternan continuamente su mundo y a ellos mismos.
 La visión dialéctica desafía los enfoques empiristas que estudian las leyes de la
vida social y rechaza las afirmaciones objetivistas de la “naturaleza humana”.
 Estados como instrumento al servicio de la burguesía, esfera interna e
internacional estrechamente vinculadas y RR. II. dominadas por la lucha de
clases (motor del cambio social).
 Dirige su atención al conflicto (al igual que el realismo), ve en el conflicto el
proceso del continuo rehacer de la naturaleza humana y de la creación de
nuevos patrones de las relaciones sociales que cambian las reglas del juego y
de los cuales se puede esperar que surjan nuevas formas de conflicto.
 El imperialismo como producto del desajuste estructural del mercado. Por
su atención al imperialismo, el materialismo histórico añade una dimensión
vertical de poder a la dimensión horizontal de rivalidad entre los estados más
poderosos, que centra casi exclusivamente la atención del neorrealismo. Esta
dimensión es la dominación y subordinación de la metrópoli sobre el entorno,
del centro sobre la periferia, en una economía política mundial.
 Perspectiva dinámica y progresista del cambio social. La producción de
bienes y servicios —que crea la riqueza de una sociedad y la base para la
capacidad del estado para sustentar su política exterior en su poder— tiene
lugar en una relación de poder entre aquellos que controlan y aquellos que
ejecutan las tareas de producción. El conflicto político y la acción del estado
mantienen y transforman estas relaciones de poder de y en la producción.
Concepto de hegemonía
 Aquí la teoría de la hegemonía de Gramsci es una de las
reconceptualizaciones más cruciales del pensamiento marxista. El poder
político se ejerce así a través del consentimiento en lugar de la coerción, donde
las clases dominantes articulan visiones sociales en términos de los intereses
de todos.

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 Esta noción de hegemonía ha sido crucial en el análisis de los modos


predominantes de teorizar la política, para comprender cómo surge el orden
existente y como puede ser cambiado.

Robert Cox critica la teorización positivista de las RRII y aboga por una investigación
crítica gramsciana sobre el surgimiento de estructuras históricas.

Las teorías críticas

Las teorías críticas del siglo xx van a encontrar su origen a la hora de pensar las
sociedades y eventualmente el sistema internacional, en la última tesis de Marx sobre
Feuerbach (1845/1888): “Los filósofos hasta ahora sólo han interpretado el
mundo de varias maneras; el punto es cambiarlo".

El objetivo es desafiar las ideologías dominantes y la hegemonía.

En este sentido, la Escuela de Frankfurt va a plantear algunas ideas para analizar la


sociedad; Enfatizaron la necesidad de perspectivas plurales y post positivistas en el
estudio de la política internacional. Objetivo: no describir sino interpretar la realidad
como una totalidad abierta de relaciones e identidades sociales cambiantes y que se
desarrollan en las relaciones internacionales. Se compromete a encarnar actores y
voces sub-representados en las RRII, y a exponer varias fuentes de opresión.

Nociones centrales compartidas por los teóricos críticos:

 Análisis histórico-ideológico que piensa el sistema capitalista como un


modelo/estructural que actúa sobre el conjunto de la vida social.
 Se opone a la naturalización de las condiciones sociales existentes,
tienen una visión normativa, aspiran a cambiar al mundo y al sistema
internacional (ven al orden como injusto, muchos perdedores y pocos
ganadores).
 Entender el mundo en términos de las principales fuerzas económicas y
sociales generadas por el capitalismo de alcance internacional.
 Nuestra comprensión del mundo siempre está mediada por ideas, conceptos y
teorías. Las ideas son las impulsoras del cambio y necesitamos entender
esas ideas. Todo conocimiento es ideológico: es un reflejo de los valores,
ideas e intereses de grupos sociales particulares.
 Las relaciones internacionales constituyen una lucha entre una variedad de
grupos y fuerzas sociales, algunos de los cuales tienen interés en apoyar el
statu quo, mientras que otros luchan por cambiarlo.

 El propósito de las TC es comprender la realidad y aspirar a cambiarla por un


nuevo orden que esté libre de subordinación y dominación.

Rascovan “Teorías críticas en Relaciones internacionales: Marx(ismo),


imperialismos, teoría de la dependencia”.

Escuela de Frankfurt es el eje fundamental que reúne a los autores de la teoría


crítica; retomando los postulados del marxismo clásico, el pensamiento crítico se
opone a la naturalización de las condiciones sociales existentes.

Las teorías críticas poseen dos vertientes principales:

a) la que critica al sistema capitalista centrada en el imperialismo (Marx)

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b) la que intenta desarrollar una ontología crítica no solo del sistema de


producción, sino de las Ciencias sociales como herramienta de comprensión
(Cox, Wallerstein).

Marx, Lenin y Hobson. El imperialismo y la economía capitalista.

Marx ha influenciado a los autores críticos a través de su énfasis en los


cuestionamientos al sistema capitalista como modo de explotación.

Hobson- Imperialismo: este concepto hace referencia a una expresión de los


desajustes económicos y distributivos del sistema capitalista. La sobreproducción lleva
a la sobreacumulación por parte de la burguesía y al consecuente empobrecimiento de
las mayorías trabajadoras. La consecuente expansión de la burguesía a nuevos
mercados para poder hacer frente a la sobreacumulación es entendida por este autor
como explotación, es decir, una división internacional del trabajo ordenada
jerárquicamente entre regiones ricas y pobres. Esto es causa de guerras, gastos en
recursos militares y gastos diplomáticos.

Para Lenin el imperialismo es la fase superior del capitalismo, aquí las potencias
centrales encuentran sus mercados internos colmados, por lo que la expansión
territorial se vuelve condición necesaria para colocar los excedentes en productos y
capitales. Esto conlleva una situación de empobrecimiento generalizado del
proletariado (que lo llevaría a tener una conciencia de clase y finalmente optar por la
revolución) y una explotación por parte de los burgueses de los países
centrales/avanzados a los Estados subdesarrollados.

Wallerstein y el Sistema-Mundo.

Wallerstein. Más allá de ser un autor sistémico, Wallerstein no deja de lado el rol que
juegan otros actores desde los Estados, a las burguesías nacionales a los gremios en
el surgimiento del capitalismo moderno.

El capitalismo floreció gracias a que existen dentro de sus límites no una sino
una multiplicidad de sistemas políticos. El capitalismo se basa en la constante
absorción de pérdidas económicas por parte de entidades políticas, mientras que la
ganancia es mayormente distribuida en manos privadas.

La división de la economía-mundo (centro, semiperiferia, periferia) significa


jerarquías de tareas ocupacionales para las unidades del sistema (estados nación),
donde las tareas que requieren mayor nivel de capacidad y mayor capitalización están
reservadas para las áreas de mayor ranking. La economía-mundo tiene
características cíclicas, para justificar dicha afirmación retoma a Kondratieff, quien
explica la economía en períodos de cincuenta a sesenta años desde su crecimiento
hasta su estancamiento. Estas Etapas le permiten a Wallerstein analizar los ciclos
hegemónicos. Esta posición hegemónica se logra por diversos factores, económicos,
políticos, militares y culturales.

Robert Cox y la reformulación de la hegemonía gramsciana para el escenario


internacional.

La teoría crítica pone en cuestión las instituciones y relaciones de poder,


remitiéndose a sus orígenes y analizando de qué manera estas pueden situarse en el
proceso de cambio.

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Para Cox tres categorías de fuerzas interactúan en una estructura (sujeta a


cambios): capacidades materiales, ideas e instituciones. Aquí las ideas tienen
relaciones bidireccionales, tanto con las condiciones materiales como con las
instituciones. Esta dialéctica permite otorgarle un rol fundamental al individuo dentro
de una teoría sobre la estructura del sistema.

Teorías de la dependencia.

CEPAL, Años 60´. Su punto de partida es el cuestionamiento acerca del desarrollo de


occidente. Se intenta comprender la situación por la cual América Latina no
experimentó el desarrollo económico de los países centrales.

La fuerza que la estructura económica del sistema (Estados periféricos, semi-


periféricos y centrales) le impone a las unidades es destacada por estos autores,
resaltando la dependencia como una propiedad sistémica.

Robert Cox “Fuerzas sociales, Estados y órdenes mundiales: Más allá de la


Teoría de Relaciones Internacionales”.

⚠ En este artículo Cox plantea cómo a lo largo del desarrollo de la disciplina de las
RRII se han ido enfrentando las distintas percepciones sobre el estado y sociedad civil.
Continúa presentando la importancia de los enfoques críticos.

Teoría crítica

La teoría crítica, a diferencia de la teoría de solución de problemas, no toma las


instituciones y las relaciones sociales y de poder como dadas, sino que las pone en
cuestión preguntándose si están en proceso de cambio y cómo.

La teoría crítica es teoría de la historia, en el sentido de estar interesada no solo


en el pasado, sino también en el proceso continuo de cambio histórico. La teoría
de solución de problemas es no-histórica o ahistórica, debido a que, en efecto, postula
un presente continuo (la permanencia de las instituciones y las relaciones de poder
que constituyen sus parámetros). La fortaleza de una es la debilidad de la otra. Debido
a que trata con una realidad cambiante, la teoría crítica debe ajustar sus conceptos
continuamente al cambiante objeto que busca entender y explicar.

La teoría crítica contiene un elemento de utopismo en el sentido de que puede


esbozar una imagen coherente de un orden alternativo.

Premisas básicas de una teoría crítica:

1. Una conciencia de que la acción nunca es absolutamente libre sino que


tiene lugar dentro de un marco que constituye su problemática.
2. Darse cuenta que no sólo la acción, sino que también la teoría, están
marcadas por una problemática (es consciente de su propia relatividad).
3. El marco para la acción cambia a través del tiempo y un objetivo principal
de la teoría crítica es entender estos cambios.
4. El marco o la estructura dentro de la cual se da la acción debe ser visto, no
desde arriba en términos de requisitos para su equilibrio o reproducción, sino
más bien desde abajo, o desde fuera, abriendo la posibilidad para su
transformación

Cox escribe a mediados de los 70s e inicios de los 80s.

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Globalización económica: según él, va a generar una polarización entre los ricos y
los pobres, el incremento de la anomia social y el surgimiento de un populismo
excluyente (extrema derecha, grupos racistas).

Objetivo: entender como surgen los órdenes mundiales y sus normas, y como se da
el cambio de un orden mundial a otro, a través del cual buscaba construir un nuevo
orden mundial más justo.

La producción afecta a los Estados y su interacción, y a la vez es afectada por ellos.


Es un componente fundamental

Conocimiento: ayuda al surgimiento, consolidación y el sostenimiento de las


hegemonías (consenso + coerción).

A la hora de comprender el sistema internacional y su evolución, va a aportar el


concepto de ESTRUCTURA HISTÓRICA: particular combinación de fuerzas que se
expresan como pautas de pensamiento, condiciones materiales e instituciones
humanas, con cierta coherencia entre sí, que dan lugar prácticas sociales persistentes.
Impone presiones y restricciones a los individuos. Los individuos y grupos pueden
acatar las presiones, o resistir y oponerse a ellas, pero no pueden ignorarlas.

Dicha estructura incluye 3 categorías de fuerzas interrelacionadas entre sí:

1. Capacidades materiales: potenciales productivos y destructivos, que pueden


ser dinámicas (capacidades tecnológicas y organizativas) o acumularse como
recursos naturales y otras formas de riqueza.
2. Ideas: pueden ser tanto significados intersubjetivos, o nociones
compartidas, sobre las relaciones sociales que tienden a perpetuar los hábitos,
como imágenes colectivas del orden social sobre la naturaleza y la legitimidad
de las relaciones dominantes de poder, la justicia y el bien público (aquí es
donde puede darse el potencial de transformación, ya que las mismas pueden
ser diversas y opuestas). Los significados intersubjetivos suelen ser comunes
dentro de una estructura histórica particular y conforman el discurso social o
"sentido común" de una época, pero las imágenes colectivas pueden ser
diversas y opuestas.
3. Instituciones: combinaciones particulares de ideas y poder material que
buscan estabilizar y perpetuar. La institucionalización es una forma de
estabilizar y perpetuar un orden particular y por ello tiene un papel clave en la
conformación de una estructura hegemónica. Al final, las instituciones toman
vida propia; se vuelven un campo de batalla de tendencias opuestas, o
estimulan la creación de instituciones rivales que reflejan tendencias diferentes.

Las instituciones proporcionan vías de gestión de los conflictos internos para minimizar
el uso de la fuerza. Las instituciones son una expresión de la hegemonía, no la
hegemonía misma.

Para el propósito de la presente discusión el método de las estructuras históricas


se aplica a los tres niveles o esferas de actividad.

1. Las Fuerzas Sociales (modos de producción): relaciones sociales


engendradas por las relaciones de producción.
2. Las formas de Estado: resultado de distintas conformaciones históricas de la
relación entre la sociedad civil y el Estado.

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3. Los órdenes mundiales: configuraciones particulares de las fuerzas que de


manera sucesiva definen fases de estabilidad de existir un orden hegemónico,
o períodos de conflicto y cambio.

Estos tres niveles están interrelacionados. Los cambios en la organización de la


producción generan nuevas fuerzas sociales que, a su vez, aparejan cambios en la
estructura de los estados; y la generalización de los cambios en la estructura de los
estados altera la problemática del orden mundial.

Sin embargo, la relación entre estos tres niveles no es simplemente unilineal.


Las fuerzas transnacionales han influido sobre los estados a través de la estructura
mundial, por ejemplo: el complejo militar-industrial en los países del centro justifica su
existencia en la actualidad al apuntar la condición conflictiva del orden mundial. Las
formas de estado también afectan al desarrollo de las fuerzas sociales a través de los
tipos de dominación que ejercen, por ejemplo, avanzando el interés de una clase y
frustrando otras.

HEGEMONÍA

La hegemonía, representada como acople entre el poder material, las ideologías y las
instituciones, puede parecer que se presta a una teoría cíclica de la historia;
uniéndose las tres dimensiones en ciertos tiempos y lugares y separándose en otros.
La explicación de cuanto, cómo y por qué se ajusta o desajusta, la podemos encontrar
en el campo de las fuerzas sociales conformadas por las relaciones de producción.

IMPERIALISMO

El sistema imperial es una estructura del orden mundial que se beneficia del
apoyo de una configuración particular de fuerzas sociales, nacionales y
transnacionales, y de los estados en el centro y la periferia. Uno debe tener cuidado
cuando se habla de estructuras; éstas son constricciones a las acciones, no actores.
El sistema imperial incluye algunas organizaciones formales y menos formales en el
nivel del sistema a través de las que pueden ejercer presiones sobre los estados sin
que estas organizaciones, en realidad, usurpen el poder del estado.

La internacionalización del estado está asociada con la expansión de la producción


internacional = diferentes fases de un único proceso (la producción) llevado a cabo en
diferentes países.

La producción internacional está movilizando las fuerzas sociales, y es a través


de estas fuerzas que sus consecuencias políticas más importantes pueden
anticiparse. Además, se forma una estructura global de clase.

La nueva clase directiva transnacional

En la cima de una estructura de clase global emergente está la clase directiva


transnacional, teniendo su propia ideología, estrategia e instituciones de acción
colectiva. Compuesta por funcionarios internacionales, pero también por funcionarios
nacionales que llevan a cabo tareas de relaciones exteriores.

Los capitalistas nacionales deben distinguirse de la clase transnacional. La


consecuencia natural de un capital nacional que se enfrenta al reto de la
producción internacional es el proteccionismo.

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Las fuerzas sociales generadas al cambiar los procesos de producción son el punto de
partida para pensar en futuros posibles. Tres diferentes desenlaces del futuro del
sistema de estados:

 Nueva hegemonía basada en la estructura global de poder social que se


genera por la internacionalización de la producción. Esto requeriría una
consolidación de dos tendencias que hoy crecen: a) la dominación continua
del capital internacional sobre el nacional dentro de los países principales, y
b) la internacionalización continua del estado.
 Una estructura mundial no hegemónica de centros de poder opuestos.
Quizás la forma más probable para que esto evolucione podría ser a través de
la supremacía de coaliciones neomercantilistas que vinculen el capital nacional
y el trabajo estable.

 el desarrollo de una contrahegemonía basada en una coalición del Tercer


Mundo en contra de la dominación de los países del centro y que
pretendiera un desarrollo autónomo de los países periféricos y el fin de la
relación centro-periferia.

Distinción entre el realismo (teoría de resolución de problemas) y el materialismo


histórico (teoría crítica):

 Para el realismo el conflicto es estático / para el método dialéctico es


dinámico. Utiliza el método dialéctico que ve la realidad como una solución
histórica construida a partir del choque de fuerzas contrapuestas.
 El Realismo sólo tiene en cuenta la dimensión temporal del poder y en
consecuencia sólo se va a fijar en los Estados poderosos / El materialismo
toma la relación entre Estados fuertes y Estados débiles.
 El Realismo no tiene en cuenta los factores de producción, ya que es una
aproximación política / El materialismo considera como determinante los
factores de la producción para la política y la cultura.
 El Realismo se centra en el Estado como una caja negra y racional, no
tiene en cuenta los condicionamientos que pone la sociedad civil al Estado /
Para el materialismo existe una interacción permanente entre ellas, lo que
permite tener en cuenta la dimensión cultural y su impacto en la política exterior
de los Estados (complejo Estado-sociedad civil).

ORDEN. Tanto Robert Cox (1986) como Immanuel Wallerstein (1997) consideran la
idea de orden como configuración de fuerzas específicas en un momento dado. Pero
Wallerstein tendrá aportes propios.

Immanuel Wallerstein “Teoría del Sistema Mundo Capitalista”.

El autor analiza la formación y la evolución del modo capitalista de producción como


un sistema de relaciones económico sociales, políticas y culturales, que nace a fines
de la edad media europea y que evoluciona hasta convertirse en un sistema
planetario. Esto lo hace desde una perspectiva macro-sociológica influenciada por la
Escuela de los Annales (Braudel, enfoque histórico), las teorías marxistas (realidad
como conflicto social centrado en grupos humanos basados en lo material) y las
teorías de la dependencia (Cardoso y Faletto, para explicar el sistema desde las
unidades de análisis periféricas).

El análisis de sistemas-mundo se originó a principios de los años setenta como una


nueva perspectiva acerca de la realidad social; sin embargo, la economía-mundo

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capitalista había existido ya por dos siglos. Surgió como consecuencia, la necesidad
de saber cómo sabemos y debatir acerca de cómo debemos saber.

En 1945 el mundo cambió de manera decisiva, y como resultado la


configuración de las ciencias sociales se vio sometida a importantes desafíos. Tres
cosas tuvieron lugar en la época: EEUU se convirtió en la potencia indiscutida en el
sistema mundo; los países del entonces denominado tercer mundo se habían
convertido en escenario de conflictos políticos y autoafirmación geopolítica; la
combinación de una economía mundo en expansión con un fuerte incremento de las
tendencias democratizantes llevaron a una expansión increíble del sistema
universitario mundial.

El mundo en el que vivimos, el sistema-mundo moderno, tuvo sus orígenes en


el s.xvi. Este sistema-mundo estaba entonces localizado en sólo una parte del globo,
sin embargo, con el tiempo, se expandió hasta abarcar todo el mundo. Es y ha sido
siempre una economía-mundo, específicamente capitalista. Lo que el autor quiere
significar con economía-mundo es una gran zona geográfica dentro de la cual existe
una división del trabajo y por lo tanto un intercambio significativo de bienes básicos o
esenciales así como un flujo de capital y trabajo. Aquí, hay muchas unidades políticas
tenuemente vinculadas entre sí dentro de un sistema interestatal. Y una economía-
mundo comprende muchas culturas y grupos (que practican múltiples religiones,
hablan múltiples idiomas y son diferentes en sus comportamientos cotidianos).

Nos encontramos en un sistema capitalista sólo cuando el sistema da prioridad


a la incesante acumulación de capital. Frente al uso de tal definición, sólo el sistema-
mundo moderno ha sido un sistema capitalista. Una economía-mundo y un sistema
capitalista van de la mano ¿Por qué? puesto que las económicas-mundo carecen del
cemento unificador que es una estructura política o una cultura homogénea, lo que las
mantiene es la eficacia en la división del trabajo. Y esta eficacia es función de la
riqueza en constante expansión que el sistema capitalista provee. Por los mismos
motivos, un sistema capitalista no puede existir dentro de cualquier marco sino sólo
dentro de una economía-mundo, esto es debido a que requiere una relación muy
particular entre los productores económicos y quienes detentan el poder político. Los
capitalistas necesitan de grandes mercados pero también necesitan de una
multiplicidad de estados, para poder obtener las ventajas de trabajar con los estados
pero también para poder evitar estados hostiles a su interés.

Una economía-mundo capitalista es una colección de muchas


instituciones,cuya combinación da cuenta de sus procesos, todos los cuales están
interrelacionados entre sí. Las instituciones básicas son los mercados, las compañías
que compiten en los mercados, los múltiples estados, las unidades domésticas, las
clases y los grupos de estatus.

Un mercado es a la vez una estructura local concreta en la que los individuos o


compañías compran y venden mercaderías, y una instituciones virtual a lo largo del
espacio en donde tienen lugar los mismos tipos de intercambios. Los capitalistas
necesitan mercados no completamente libres sino mercados parcialmente libres, lo
que los vendedores prefieren siempre es un monopolio, porque entonces pueden crear
un amplio margen relativo entre los costos de producción y los precios de venta (los
monopolios son difíciles de crear, por lo general hay cuasimonopolios). Lo que uno
necesita para tal fin es el apoyo de la maquinaria de un estado relativamente fuerte,
uno que pueda apoyar a un cuasi monopolio, hay muchos modos de realizarlo, a
través de patentes, restricciones estatales a la importacion y exportacion, los subsidios
estatales y los beneficios impositivos, etc. Sin embargo, a lo largo del tiempo, todo
cuasi monopolio es desmantelado por la entrada de nuevos productores al mercado.

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La división axial del trabajo en una economía-mundo capitalista divide a la


producción en productos centrales y productos periféricos. El concepto centro-periferia
es relacional. Lo que el autor quiere decir es el grado de ganancia del proceso de
producción. Puesto que la ganancia está directamente relacionada al grado de
monopolización, cuando ocurre el intercambio, los productos competitivos están en
una posición más débil y los cuasi monopolios en una posición más fuerte. En
consecuencia, hay un flujo constante de plusvalía de los productores de productos
periféricos hacia los productores de productos centrales (intercambio desigual), acá se
da una transferencia de capital acumulado de regiones políticamente débiles a
regiones políticamente fuertes. Puesto que los cuasimonopolios dependen de la
protección de estados fuertes, están en su mayor parte ubicados (jurídica, física y en
términos de propiedad) dentro de tales estados. Es por esta razón que los procesos
centrales tienden a agruparse en unos pocos estados y a constituir la mayor parte de
la actividad productiva en dichos estados; mientras que los procesos periféricos
tienden a estar desparramados a lo largo de un gran número de estados y constituyen
la mayor parte de la actividad productiva en dichos estados. Algunos estados poseen
una mezcla casi pareja de productos centrales y periféricos (estados semiperiféricos).

El sistema está compuesto dos categorías territoriales (centrales o periféricas) y por:

 Centro: avanzados tecnológicamente, salarios altos, invierten a través de


empresas y controlan la economía y política mundial, importan materias primas
y exportan bienes manufacturados avanzados.
 Semi-periferia: un punto intermedio, en donde las importaciones y
exportaciones son mixtas y presentan grandes contrastes domésticos (hay
partes de la sociedad más modernizadas y otras que no). Estos estados son
los que implementan con mayor agresividad y en forma pública las políticas
proteccionistas, ya que intentan proteger sus procesos productivos de la
competencia de compañías fuertes en el exterior a la vez que intentan mejorar
la eficiencia de las compañías internas para que compitan mejor en el mercado
global.
 Periferia: impera mayormente la pobreza, se aspira a la subsistencia básica,
son sociedades endeudadas. Exportan materias primas e importan bienes
manufacturados.

¡OJO! el cambio dentro del sistema es posible, tanto hacia arriba como hacia abajo,
los Estados pueden modificar su posición (ej: China, que pasó de la periferia al
centro). También se puede dar un cambio en el orden capitalista. Para comprender la
evolución de un sistema mundo, el autor va a considerar la economía-mundo con
características cíclicas, y va a plantear un enfoque histórico entendido a partir de
procesos de corta, mediana y larga duración ; lo que busca es analizar los ciclos
hegemónicos en donde la cultura tiene gran influencia a la hora de dotar de legitimidad
y estabilidad a ese sistema.

Los costos de mantenimiento de la hegemonía y las contradicciones de esta


economía llevan a una crisis, su declinación relativa y una lucha entre sus potenciales
sucesores. Transformación o transición a un nuevo sistema: ¿Crisis o nuevo orden
sistémico? ¿Sistema bipolar no ideológico?

El orden es posible, puede ser necesario, el mismo puede darse dentro del
sistema actual o se puede ir a un nuevo ordenamiento. El cambio no necesariamente
será para mejor (puede ser más conflictivo) y la transición será turbulenta.

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Wallerstein “Culturas en conflicto? Quiénes somos nosotros y quiénes son los


otros?”

En el orden internacional, no solo post guerra fría sino también post 11 de


septiembre, hay múltiples temporalidades (maneras de ver los procesos históricos,
culturales, etc), múltiples universalismos (universalismo: existencia de leyes o
verdades que se aplican a todas las personas en todo momento y espacio, ej: el
religioso) y múltiples particularismos que contribuyen a la complejidad del sistema
internacional.

En la práctica, hay tres variedades principales de universalismos que tienen


influencia en la mente moderna. Hay aquellos que derivan de las religiones mundiales
(y, por supuesto, hay muchas religiones). Hay aquellos que derivan de los ideales
seculares de la Ilustración que han sido centrales en la modernidad. Y hay quienes
expresan el sentido de los poderosos de que la base de su poder han sido las
acciones justas y que, por lo tanto, la extensión imperial es una virtud, no un vicio. Sin
embargo, lo que ninguna de las tres variedades de universalismos (el religioso, el
humanista-científico o el imperialismo) nos ha ofrecido es una teoría de universalismos
múltiples, o incluso una teoría de una jerarquía de universalismos. Para cada uno,
parece ser una carrera competitiva hacia la cima. Esto puede explicar por qué el siglo

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XX, el siglo más universalizador en la historia de la humanidad, fue también el más


brutal y más destructivo de los seres humanos.

En primer lugar, están los particularismos afirmados por los perdedores


actuales en las carreras del universalismo. Los perdedores actuales son generalmente
aquellos a quienes nos referimos como "minorías". Una minoría no es principalmente
un concepto cuantitativo sino uno de rango social; son aquellos que se definen como
diferentes (de alguna manera específica) del grupo que es dominante: dominante en el
sistema mundial, dominante en cualquier estructura institucional dentro del sistema
mundial, como el sistema de estado o la estructura de clase, o las escalas de
meritocracia, o las jerarquías raciales-étnicas construidas que encontramos en todas
partes. Las minorías no necesariamente comienzan proclamando particularismos. A
menudo intentan primero apelar a los criterios universalistas de los ganadores,
exigiendo la igualdad de derechos. Pero con frecuencia encuentran que estos criterios
se aplican de tal manera que pierden de todos modos. Y entonces recurren a
particularismos con los cuales confrontar a la llamada mayoría. El énfasis en esta
variedad de particularismo siempre está en "ponerse al día" y, con bastante frecuencia,
en "exceder" al grupo actualmente dominante. Rara vez se busca un nuevo
universalismo, excepto uno que se pueda lograr mediante la eliminación total del grupo
actualmente dominante.

Luego están los particularismos de los medios en declive. Estos grupos pueden
definirse a sí mismos de cualquier manera: clase, raza, etnia, idioma, religión. En las
presiones incesantemente polarizadoras de la economía mundial capitalista, siempre
hay grupos de personas cuyo estatus en la jerarquía de prestigio y cuyo nivel de vida
está disminuyendo con referencia a un pasado reciente. Y esas personas son
naturalmente ansiosas, resentidas y combativas.

Existe una tercera variedad de particularismo, el de los grupos de fondo


persistentes, nuevamente definido. Son los parias de nuestro sistema: negros,
romaníes, harijan, burakumin, indios, aborígenes, pigmeos. La afirmación de sus
identidades particulares ha sido en el siglo XX, particularmente a fines del siglo XX, un
elemento esencial en su movilización política para lograr derechos políticos,
económicos y sociales mínimos.

Hay una cuarta variedad de particularismo, el particularismo de los snobs


efímeros, aquellos que se enorgullecen de su alta cultura y denuncian la vulgaridad de
las masas. Pero el sistema mundial moderno ha creado una democratización
superficial de la cultura. Todos estamos autorizados a participar en las prácticas de
alta costura. Y cada vez más personas lo hacen en todas partes.

Un quinto tipo de particularismo es el de las élites dominantes. Esto no es lo


mismo que el de los snobs efímeros. Porque no se viste como una alta cultura sino
como presupuestos culturales básicos, lo que el autor ha llamado la geocultura. en el
mundo de hoy, como el universalismo de la racionalidad. Esta forma de particularismo
utiliza la denuncia del particularismo como el medio más efectivo para afirmar su
propia primacía.

Hay que tener en cuenta que todos nos movemos de un lado a otro a través
de todas estas variedades constantemente, y adoptamos varias de ellas en cualquier
momento y espacio. Las implicaciones políticas de cada una tampoco están grabadas
en piedra. Su papel es una función de la situación social total en la que ocurren y en la
que se perciben.

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Diez “Escuela Inglesa en las Relaciones Internacionales: autores y


debates”.

Como un intento de combinar aportes de distintas corrientes, a fines de la


década del cincuenta aparece lo que, luego, a principios de los años ochenta se
denominará escuela inglesa. Esta escuela busca mantener una equidistancia entre el
realismo y el liberalismo, pero aprovechando aportes de ambas visiones.

La idea general es que, más allá de la anarquía, hay una sociedad de Estados
a nivel internacional. Del mismo modo, sus miembros concuerdan en que las ideas,
antes que simplemente las capacidades materiales, forman la conducta de las políticas
internacionales.

La versión más aceptada sobre su origen se centra en torno al trabajo del


British Committee for the Theory of international politics, un grupo creado a fines de los
años cincuenta, con aportes de los internacionales como Wight, Bull, Thompson, etc.

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Al igual que otras aproximaciones teóricas esta corriente tiene diferentes


enfoques teóricos, uno en torno al punto de partida de la creación de las sociedades
internacionales. Una de estas posturas, expuesta por Bull, afirma que las mismas son
construidas consciente, voluntaria y contractualmente; desarrollándose en base a los
intereses que los Estados tienen en común, como la disminución de la violencia o la
protección de los derechos de propiedad; sin necesitar una cultura similar. Por otra
parte, la otra variante, enunciada por Wight, plantea que las sociedades
internacionales se desarrollan a partir de experiencias e identidades comunes, y que
prácticas sociales compartidas en la cultura, la religión y el lenguaje sirven para fundar
objetivos comunes. Las dos no son excluyentes y puede que la sociedad se forme
primeramente en función de los interés y que luego desarrolle identidades comunes
entre los participantes, o que se dé el caso contrario y que tengamos una sociedad
internacional compuesta por un núcleo de Estados con identidades comunes, y una
periferia de Estados que participan por razones de interés.

Esta tensión analítica dentro de la escuela permanece y conduce a un debate


entre dos variantes, conocidas como los pluralistas y los solidarios, términos
introducidos por Bull. Los pluralistas, entre los que se incluye a este autor, sostienen
que, dada la gran diversidad de la humanidad (política, religiosa, de raza, etc), los
Estados estan interesados fundamentalmente en la coexistencia pacifica y que solo
acordaran sobre arreglos minimos para mantener el orden internacional, tales como el
mutuo respeto a la soberania, la no-intervención y algunos codigos de diplomacia. Más
allá de estos principios, los Estados no actuaran orientados a reforzar principios
morales e incluso conducirse de ese modo podría desestabilizar el orden internacional.

Los solidarios por su parte, con Wight como referente principal, argumentan
con una visión cosmopolita que la sociedad de Estados debería buscar impulsar y
promover los derechos humanos, habiendo al menos el potencial para el respeto
mutuo y el reforzamiento del derecho internacional y la ética universal, normas y
valores compartidos y que deberia hacerse lo necesario para desarrollar ese potencial.
De ahi que ven al individuo como un sujeto de estudio en si mismo y consideran que la
necesidad de protegerlo puede justificar la violación de principios como los de la
soberania y la no intervención.

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Las categorias no son necesariamente excluyentes entre si, sino que hay
posturas priman más que otros según el sector (economía, medio ambiente, aspectos
militares) o regiones analizadas. Al mismo tiempo, estas posturas y sus defensores, no
son estáticos.

Los autores de esta escuela no ven a los Estados como cosas que pueden
existir o interactuar en función de ellos mismos; sino que no pueden existir sin los
seres humanos que los componen y actúan en su nombre (diplomáticos, estadistas,
gobernantes, etc); lo que importan son las ideas en las que los actores creyeron y
cómo intentaron ejecutarlas. Es por esto que se mantuvieron dentro de enfoques más
tradicionalistas, con el empleo de métodos sociologicos, interpretativos e histórico-
filosóficos (aunque sin descuidar su compromiso con la objetividad científica).

Partiendo de la visión realista, revolucionista y racionalista, la Escuela Inglesa


se ha definido como más vinculada a esta última dado el aporte de Hugo Grocio quien
sostenia que era posible contrarrestar los efectos de la anarquía internacional por
medio de la conformación de un orden legal internacional asentado en la aceptación
de los estados de ciertas reglas y leyes internacional. Precisamente, esta escuela
considera a las relaciones internacional como una sociedad internacional en la cual los

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Estados están obligados por las leyes e instituciones que crean. Pero no significa que
rechazan a las otras dos, sino que se ven como una via media entre ambas al
incorporar elementos de una y otra a su análisis.

Asi, de los realistas tomaron, entre otras cosas, al estado como actor central, la
clara diferencia entre la política interna y externa de los Estados, la importancia del
poder y del interés nacional, y la existencia de un sistema internacional anárquico. Sin
embargo, disentirán respecto a la naturaleza esencialmente conflictiva de este último,
rechazando la visión de que la política mundial es un estado de naturaliza hobbesiano,
por considerar que la anarquía no imposibilita el desarrollo de conductas cooperativas
y la presencia de cierto orden internacional. Más bien consideran que lo que existe es
una sociedad anárquica integrada por Estados soberanos que nace de un balance de
poder, que constituye normas asentadas en conductas consuetudinarias y en su propio
interés, y en una subordinación compartida a un conjunto específico de normas
universales. Además, la Escuela Inglesa concibe el cambio en el sistema, aunque la
misma no implicaría necesariamente un mundo mejor.

Otro aspecto que ubica a los racionalista en un punto intermedio tiene que ver
con la dinámica del jugo, el cual no es totalmente de suma cero (realista) ni
cooperativo (revolucionista), sino que según Bull se trata de un juego que es, en parte
distributivo, y en parte también productivo. De ahí que rechacen tanto el excesivo
pesimismo de los realistas como el desmedido optimismo de los revolucionistas.

Bull va a plantear que un sistema de Estados (o sistema internacional) se


forma cuando dos o más Estados tienen suficiente contacto entre ellos, y tienen
suficiente impacto mutuo sobre las decisiones como para que se comporten (al menos
en una cierta medida) como parte de un todo. Es decir, en esta situación los Estados
toman en cuenta la existencia de los otros, y sus comportamientos, a la hora del
proceso de toma de decisiones. Cabe destacar que no todos los Estados han formado
parte en todo momento de un sistema. Pese a que en los sistemas internacionales se
denota la falta de instituciones por encima de los Estados soberanos, en el mismo hay
espacio tanto para el conflicto como para la cooperación.

Pasando al concepto de sociedad internacional, está implica un conjunto de


Estados soberanos que son conscientes de intereses y valores comunes, y donde sus
relaciones son reguladas por ciertos principios y metas como el reconocimiento mutuo
de la independencia, el límite del uso de la fuerza y la observancia de los acuerdos. Su
carácter de miembros les otorga una identidad que a su vez fortalece la expectativa de
que seguirán las reglas y mantendrán los valores.

En palabras de Bull “una sociedad de Estados (o sociedad internacional( existe


cuando un grupo de Estados, conscientes de ciertos intereses y valores comunes,
forman una sociedad en el sentido de que se consideran unidos por una serie de
normas comunes que regulan sus relaciones y de que colaboran en el funcionamiento
de instituciones comunes”.

El origen de esta sociedad puede encontrarse, segúna tumores como Wight, en


la influencia derivada de una herencia cultural común (ej: la Sociedad Cristiana
medieval), mientras que Bull y otros lo ven más surgiendo de la búsqueda del
desarrollo de ciertas normas que aseguren intereses básicos como el de la
supervivencia. De todos modos, en general la mayoría de los autores suelen hacer
una combinación de ambas fuentes para explicar el nacimiento de la idea.

La sociedad internacional es vista como una realidad que puede ser


identificada y evaluada según distintas dimensiones: a) idea que existe en la mente de

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estadistas diplomáticos, ciudadanos, etc y es compartida por ellos y a menudo apelada


en los diálogos a nivel internacional; b) es una idea que se expresa en normas y reglas
compartidas; c) se manifiesta en instituciones y prácticas como la diplomacia por
ejemplo y en organizaciones internacionales gubernamentales o no gubernamentales
como ONU y Amnistia Internacional; d) se expresa fisicamente en embajadas,
documentos de derecho internacional, etc.

El concepto tampoco es estático ni unico, y para algunos como Bull o Watson


era un fenómeno natural, aunque para otros era una construcción normativa
(Manning).

⚠ Es posible la existencia de un sistema internacional sin sociedad internacional, pero


no al contrario. Además el elemento societal (de encontrarse) puede ser más fuerte en
algunas zonas que en otras, por ejemplo en el caso de los países que integran la
Unión Europea.

El concepto de sociedad mundial esta fundada entorno a una visión individual


y no ya estatal. De hecho, para su constitución, la división geopolitica estatal pareceria
necesitar de ser reemplazada, pues esta sociedad estaría integrada por individuos, sin
los Estados como intermediarios y con nuevas relaciones de identidad y lealtad.

Para la Escuela Inglesa, a diferencia del realismo, el orden forma parte de la


historia de las relaciones internacionales. Bull define al mismo como “la pauta de
actividad acorde con los fines elementales o primarios de la sociedad de Estados, es
decir, de la sociedad internacional”. Estos fines o metas son: a) la conservación del
mismo sistema y sociedad de Estados; b) reconocimiento entre Estados y el respeto a
la independencia o soberania; c) la paz; d) por último otros fines primarios o
elementales como cierta limitación del uso de la violencia, el cumplimiento de las
obligaciones adquiridas por los Estados y la protección de la propiedad.

Partiendo de estos fines, y de algunas de las amenazas mencionadas, vemos


que esta escuela no toma al orden por dado; por lo cual el mismo necesita la
existencia de instituciones comunes (conjunto de costumbres y prácticas diseñadas
para la concreción de fines compartidos) como lo son: el equilibrio de poder, la guerra,
el derecho internacional, el sistema de las grandes potencia y la diplomacia; en torno a
las cuales la cooperación de los Estados demuestra a la vez la existencia de la
sociedad internacional. Es a las grandes potencias a quienes les corresponde la
responsabilidad de mantener ese orden, administrando las relaciones entre ellas y
buscando evitar un desequilibrio de poder que derive en un conflicto.

Respecto al tipo de equilibrio de poder posible, Bull señalará que el mismo


puede ser complejo o simple (multipolar o bipolar), general o local (EEUU/URSS o
india/Pakistan), objetivo o subjetivo (real o creido), y fortuito o buscado. La guerra
como institucion es considera como tal debido a que monopoliza el uso de la fuerza y
busca limitar el conflicto a un fenómeno entre Estados soberanos (limitando la
violencia más generalizada y constante).

Sociedad y orden internacional están claramente vinculadas, pues mientras


que el segundo es el modelo que permite preservar las metas básicas de la primera,
ésta no es más que la expresión de ese orden. Para Bull el orden es posible inclusive
entre Estados que no sientan que pertenecen a una misma civilización, una
prágmatica necesidad de coexistir seria suficiente para producir una cultura
diplomática.

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La relación entre orden y justicia genera una división dentro de la Escuela


Inglesa, Bull destaca tres niveles de justicia en el ambito internacional: la justicia
internacional o interestatal, la justicia individual o humana y la justicia cosmopolita o
mundial. De todas formas, la justicia sólo puede conseguirse en un contexto de orden
(más allá de que Bull reconoce excepciones). Para que orden se mantenga, el mismo
deberá ir viendo el modo de incluir progresivamente las aspiraciones de otras culturas
no occidentales, como las del Tercer Mundo. Existe una tensión entre la búsqueda del
orden y la promoción de la justicia.

EPI: Economía Política Internacional.

BULL, Hedley, “La sociedad anárquica. Un estudio sobre el orden en la política


mundial”.

El orden que los individuos buscan en la vida social consiste en una pauta que
conduce a un resultado determinado, a una organización de la vida social que
promueve determinados fines o valores. Aunque hay discrepancias acerca de cuales
son los mismos, lo que genera diferentes concepciones de como deberia ser el orden,
todas las sociedades reconocen los siguientes fines básicos o primarios y se dotan de
estructuras que los promueven:

 Todas las sociedades intentar asegurarse de que la vida será, en cierto modo,
segura frente a la violencia que pueda resultar en muerte o daño corporal.
 Todas las sociedades intentan asegurarse de que las promesas, una vez
hechas; se cumplirán, o que los acuerdos, una vez pactados, serán
respetados.
 Todas las sociedades persiguen el objetivo de asegurarse de que la posesión
de las cosas permanecerá, hasta cierto punto, estable y que no será
amenazada de forma permanente y sin límites.

Por orden en la vida social Bull entiende unas pautas de actividad humana que
cumplen con unos fines elementales, primarios o universales para la vida social como
son éstos. Estos fines también son primarios en el sentido de que cualquier otro fin
que la sociedad se plantee presupone su realización en cierta medida. Con esto el
autor no pretende decir que los fines elementales o primarios de la vida social tengan
o deban tener prioridad sobre otros y tampoco que estos fines sean totalmente
obligatorios.

En la vida social puede haber orden aun en ausencia de normas y lo mejor es


considerar las normas como un medio generalizado y prácticamente omnipresente de
crear orden en la sociedad, más que como parte de la propia definición de orden.

Por orden internacional Bull se refiere a la pauta de actividad acorde con los
fines elementales o primarios de la sociedad de estados, es decir, de la sociedad
internacional.

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El punto de partida de las relaciones internacionales es la existencia de


estados o comunidades políticas independientes con un gobierno propio y que afirman
su soberanía sobre un determinado territorio y sobre un segmento concreta de la
población mundial. Por una parte, los estados afirman en relación con este territorio y
esta población lo que podemos llamar soberanía interna. Es decir, la supremacía sobre
ellos por encima de cualquier otra autoridad del mismo territorio o población. Por otra
parte, afirman lo que podemos denominar soberanía externa y que puede ser definida
no como supremacía, sino como independencia frente a autoridades externas. La
soberanía de los estados, ya sea la interna o la externa, puede existir tanto en el plano
normativo como en el fáctico.

Un sistema de estados (o sistema internacional) se forma cuando dos o más


estados tienen suficiente contacto entre ellos, y tienen suficiente impacto mutuo sobre
las decisiones del otro como para que se comporten -al menos en cierta medidaa-
como partes de un todo. Las interacciones entre estados pueden ser directas-como
cuando dos estados son vecinos, o compiten por lo mismo, o son aliados en la misma
causa- o pueden ser indirectas -cuando son la consecuencia de los contactos que
cada uno de ellos tiene con un tercero o, simplemente, del impacto que cada uno de
los estados tiene sobre el sistema en su conjunto. Las interacciones entre estados
que definen a un sistema internacional pueden adoptar la forma de la cooperación,
pero también del conflicto, o incluso de la neutralidad o la indiferencia hacia los
objetivos del otro. Las interacciones se pueden manifestar a través de varios tipos de
actividades -políticas, estratégicas, económicas, sociales-, o a través de sólo uno o
dos.

Una sociedad de estados (o una sociedad internacional) existe cuando un


grupo de estados, consciente de sus intereses y valores comunes, forman una
sociedad en el sentido de que se consideran unidos por una serie de normas comunes
que regulan sus relaciones y de que colaboran en el funcionamiento de instituciones
comunes. Una sociedad internacional entendida en este sentido presupone un sistema
internacional, pero puede darse el caso de que exista un sistema internacional que no
sea una sociedad internacional. En otras palabras, dos o más estados pueden tener
contactos entre sí e interactuar de tal forma que pasen a constituir factores que
entrarán necesariamente en los cálculos de cada uno, pero sin ser conscientes de sus
intereses y valores comunes, sin considerarse unidos por una serie de normas
comunes, y sin cooperar en el funcionamiento de instituciones comunes.

Volviendo al tema del orden internacional, podemos destacar los siguientes


fines elementales, primarios o universales de la sociedad de estados:

 La conservación del propio sistema y de la propia sociedad de estados. Sean


cuales sean las divisiones entre ellos, los estados modernos han estado unidos
en la creencia de que eran los principales actores de la política mundial y los
principales portadores de derechos y deberes dentro de ella. La sociedad de
estados ha intentado asegurarse de que seguirá siendo la forma más extendida
de organización política universal, tanto de hecho como de derecho.
 Preservar la independencia o soberanía externa de cada uno de los estados. El
principal objetivo que cualquier estado desea conseguir a través de su
participación en la sociedad de estados es el reconocimiento de su
independencia frente a cualquier autoridad externa y, en particular, el
reconocimiento de su jurisdicción suprema sobre su población y su territorio. El
mayor precio que debe pagar por ello es el reconocimiento de los mismos
derechos a la independencia y a la soberanía de otros estados.
 Mantenimiento de la paz entendida como la ausencia de guerra entre los
estados miembros de la sociedad internacional y como condición normal de su

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relación que tan sólo se verá interrumpida en circunstancias excepcionales y


de acuerdo con principios aceptados de forma general. Lo que los estados
intentan garantizar o salvaguardar no es sólo la paz sino su propia
independencia así como la existencia continuada de la propia sociedad de
estados que posibilita dicha independencia. Por esta razón están dispuestos a
recurrir a la guerra y a la amenaza de la guerra.
 La restricción de la violencia que resulte en muerte o daño corporal, el
mantenimiento de las promesas y la estabilización de la posesión por medio de
normas que regulen la propiedad (no sólo a través del reconocimiento mutuo
de la propiedad sino tambien de la soberania).

El autor concibe al orden mundial como los patrones o disposiciones de la


actividad humana que cumplen con los que, para la humanidad en su conjunto, son los
fines elementales o primarios de la vida social. Lo único que debemos dejar claro de
momento es que en este trabajo el orden mundial no significa lo mismo que el orden
internacional. El orden en la humanidad ·en su conjunto es algo más amplio que el
orden entre los estados; es más fundamental y más primordial. El orden mundial es
más fundamental y más primordial que el orden interna - cional puesto que las
unidades últimas de la gran sociedad de la humanidad no son los estados (ni las
naciones, ni las tribus, ni los imperios, ni las clases, ni los partidos) sino los seres
humanos individuales que son permanentes e indestructibles en un sentido en el que
los grupos, sean del tipo que sean, no lo son.

El sistema internacional actual refleja el elemento de la guerra y de la lucha por


el poder entre los estados, el elemento de la solidaridad y el conflicto transnacionales
que traspasan las divisiones que existen entre los estados, y el elemento de la
cooperación y del intercambio regulado entre los estados. En las distintas fases
históricas por las que ha pasado el sistema dei' estados, en los distintos escenarios
geográficos en los que ha operado, y en la··· políticas de los distintos estados y
gobernantes podemos encontrar que alguno de estos tres elementos predomina sobre
los otros.

Para Bull, en contraposición a lo expuesto por las teorías de inspiración


hobbesiana, la ausencia de un gobierno mundial no necesariamente impide el
desarrollo de la industria, del comercio ni de otros refinamientos de la vida. Por lo
general, los estados no invierten tantos recursos en la guerra o en preparaciones
militares como para que su tejido económico se vea arruinado. Por el contrario, las
fuerzas armadas de los estados, al ofrecer seguridad frente a los ataques externos y
frente al desorden interno, establecen las condiciones necesarias para que· se puedan
producir mejoras económicas dentro de sus fronteras. La ausencia de un gobierno
universal no ha sido illcompatible con la interdependencia económica internacional.

El segundo punto débil del argumento de la anarquía internacional es que esta


idea está basada en premisas que son falsas sobre la situación de orden en la que
viven los individuos y los grupos que no son estados. No es cierto que dentro de un
estado moderno la única fuente de orden sea el miedo a un gobierno supremo,
ninguna explicación de por qué los hombres son capaces de llevar una coexistencia
social ordenada puede considerarse completa si no concede importancia a factores
como el interés recíproco, el sentimiento de comunidad o de voluntad general, y el
hábito o inercia.

Es por estas razones, entre otras, que la anarquía no refuta por si misma la
existencia de una sociedad internacional. No obstante, es importante no olvidar las
limitaciones que caracterizan a esta sociedad internacional anárquica. Puesto que la
sociedad internacional no es sino uno de los elementos básicos que operan en la

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política internacional moderna, y que continuamente compite con otros elementos


como son el estado de guerra y la solidaridad o el conflicto transnacional, sería una
equivocación interpretar los acontecimientos internacionales como si la sociedad
internacional fuese el único elemento o el dominante.

El mantenimiento del orden en la vida social.

El mantenimiento del orden en cualquier sociedad presupone que entre sus


miembros o, al menos, entre aquellos de sus miembros que son políticamente activos,
deberia existir un sentimiento de que comparten unos intereses comunes que son los
objetivos elementales y primarios de la vida social.

El orden en cualquier sociedad se mantiene, no sólo a través del sentimiento


de tener un interés común en crear un orden o en evitar el desorden, sino a través de
normas que especifican el tipo de comportamientos que contribuyen a mantener el
orden.

Pero las normas en sí mismas no son más que constructos intelectuales. Sólo
si son efectivas juegan un papel en la vida social. La efectividad de una norma no
consiste en que sea respetada por todas las personas o grupos a los que sea aplicable
y en cualquier circunstancia. Por el contrario, cualquier norma efectiva suele ser
violada de vez en cuando y, si no existiera la posibilidad de que el comportamiento real
fuera distinto del prescrito, no tendría sentido la existencia de la norma. Pero para que
una norma sea efectiva en una sociedad debe ser obedecida hasta cierto punto, y
debe ser tenida en cuenta como un factor más en los cálculos de aquellos a quienes
es aplicable, incluso si optan por violarla. Cuando las normas dejan de ser meros
constructos intelectuales y resultan ser efectivas en el sentido descrito, se debe en
parte a la existencia de instituciones que llevan a cabo toda una serie de funciones:

1. Las normas deben ser elaboradas, es decir, deben ser formuladas y


promulgadas como normas para la sociedad.
2. Las normas deben ser comunicadas. Deben ser afirmadas o anunciadas de
tal forma que su contenido sea conocido por aquellos a quienes les son
aplicables.
3. Las normas deben ser administradas en los casos en que sea necesario llevar
a cabo actos secundarios con respecto a lo prescrito por la norma, sin los
cuales la norma no sería respetada. Por ejemplo, para ser eficaces, las normas
que prohíben o restringen la violencia en el estado moderno pueden requerir
que se tomen medidas como la creación y mantenimiento de fuerzas de policía,
prisiones, tribunales, un departamento de justicia, etc.
4. Las normas deben ser interpretadas. Las dudas que surjan acerca del
significado de una norma, de la relación que existe entre varias normas en
caso de conflicto entre ellas, o sobre si se ha producido o no una infracción de
las mismas, deben ser resueltas para que las normas puedan ofrecer una guía
de comportamiento en la práctica.
5. Las normas tienen que ser ejecutadas en el sentido más amplio posible. Para
que las normas sean efectivas es preciso que exista algún tipo de castigo
ligado a la desobediencia de las mismas, ya sea a través de la coerción o de
otro tipo de sanción o, simplemente, del incumplimiento recíproco.
6. Las normas deben ser legítimas a los ojos de las personas o grupos a quienes
les son aplicables. Si las normas son legítimas su efectividad no dependerá de
las sanciones ni de la fuerza.
7. Las normas deben ser capaces de adaptarse a las necesidades y
circunstancias cambiantes.

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8. Las normas deben ser "protegidas" frente a los cambios que se puedan
producir en la sociedad y que puedan socavar su funcionamiento efectivo.

Dentro del estado moderno existe una institución, o un conjunto de


instituciones relacionadas entre sí, que contribuyen a que las normas sociales
elementales sean efectivas, el gobierno. El gobierno se distingue de otras instituciones
propias del estado moderno por su capacidad de autorizar el uso de la fuerza física.
Sin embargo, no es sólo el gobierno el que lleva a cabo estas funciones sino que
también las desempeñan individuos y grupos que no son el estado. No obstante, el
papel del gobierno a la hora de promover la efectividad de las normas sociales
elementales es central.

Las sociedades anárquicas primitivas guardan importantes similitudes con la


sociedad internacional con respecto al mantenimiento del orden. En los dos casos se
mantiene algún tipo de orden a pesar de la ausencia de una autoridad central que esté
al mando de una fuerza superior y que disponga del monopolio de su uso legítimo.
Además, en los dos casos, esto se consigue a través de la aceptación, por parte de
grupos concretos -de linaje o locales en el caso de las sociedades primitivas sin
estado, de estados soberanos en el caso de la sociedad internacional- de las
funciones que, en un estado moderno, el gobierno (aunque no sólo) lleva a cabo para
lograr que las normas sean efectivas. En la sociedad anárquica primitiva, al igual que
en la sociedad internacional, el orden depende de que exista un principio fundamental
o constitucional, explícito o implícito, que designa a determinados grupos como los
únicos competentes para desempeñar estas funciones políticas. En los dos tipos de
sociedad, los grupos políticamente competentes pueden utilizar la fuerza de manera
legítima para defender sus derechos, mientras que el resto de individuos o grupos
deben recurrir a los grupos privilegiados y políticamente competentes, en lugar de
recurrir ellos mismos a la fuerza.

En las sociedades anárquicas primitivas, al igual que en la sociedad


internacional, las relaciones que existen entre estos grupos políticamente competentes
están circunscritas por una estructura de principios normativos reconocidos, incluso en
épocas de conflicto violento. Pero en los dos casos hay una tendencia, durante estos
periodos de conflicto, a que las estructuras normativas entren en crisis, y a que la
sociedad se desintegre hasta tal punto que la mejor forma de describir a las tribus o
estados enfrentados es como una serie de sociedades en pie de guerra más que como
una única sociedad. Por último, tanto en la sociedad anárquica como en la sociedad
internacional moderna, operan factores fuera de la estructura normativa propiamente
dicha que inducen a los grupos políticamente competentes a actuar de conformidad
con las normas.

Sin embargo, en la sociedad internacional, los estados son soberanos en la


medida en que gozan de una jurisdicción suprema sobre sus ciudadanos y su
territorio.

El orden en la sociedad internacional.

El mantenimiento del orden en la política internacional depende, en primer


lugar, de determinados hechos contingentes que contribuirían al orden aun si los
estados no percibieran tener intereses, normas e instituciones en común. En otras
palabras, incluso si los estados únicamente formasen un sistema internacional y no,
además, una sociedad internacional. Pero además debe haber un sentimiento de tener
un interés compartido en los fines elementales de la vida social, en las normas que
dictan comportamientos acordes con estos fines, y en las instituciones que contribuyen
a que estas normas sean efectivas.

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El mantenimiento del orden en la sociedad internacional tiene, como punto de


partida, el desarrollo de intereses compartidos por los estados relacionados con los
fines elementales de la vida social. Independientemente de lo distintos y conflictivos
que puedan ser sus objetivos, los estados pueden coincidir a la hora de percibir que
estos fines les resultan útiles. Su sensación de compartir intereses puede provenir del
miedo o de la violencia sin límites, de la falta de estabilidad de los acuerdos o de la
inseguridad a la que están sometidas su independencia y su soberanía. Puede que su
origen esté en el cálculo racional de que la voluntad de los estados de aceptar
restricciones a su libertad de acción es recíproca. O puede estar basado también en la
idea de que estos fines son valiosos por sí mismos y no sólo como medios para
conseguir un fin. En definitiva, puede expresar tanto un sentimiento de tener valores
comunes, como de tener intereses comunes.

En la sociedad internacional, al igual que en otras sociedades, el sentimiento


de tener intereses comunes relacionados con los fines de la vida social no constituye
una guía muy precisa para saber qué tipos de comportamientos son consistentes con
estos fines. Ésta es la función de las nonnas. Estas normas pueden tener estatus de
derecho internacional, de normas morales, de costumbre o de prácticas establecidas,
o pueden, simplemente, ser normas operativas o "reglas del juego" elaboradas sin el
concurso de un acuerdo formal o incluso sin que haya mediado comunicación verbal.

En segundo lugar, nos encontramos con las de.:µominadas "normas de


coexisten - cia". Una vez que el principio constitucional ofrece unas pautas orientativas
sobre quiénes son los miembros de la sociedad internacional, estas normas
establecen las condiciones mínimas para su coexistencia. Primero, incluyen el
conjunto de normas que restringen el papel de la violencia en la política mundial. Estas
normas intentan limitar el uso legítimo de la violencia a los estados soberanos y
negárselo a todos los demás agentes. Para ello restringen la violencia legítima a un
tipo particular de violencia llamado "guerra" y definen la guerra como la violencia que
se lleva a cabo bajo la autoridad de un estado soberano. Además, las normas intentan
limitar las causas o motivaciones por las que un estado soberano puede legítimamente
declarar una guerra exigiendo, por ejemplo, que sea por una causa justa. Hay toda
otra serie de normas de coexistencia que prescriben cuál es el comportamiento
apropiado para lograr el objetivo de que se cumplan los pactos.

Entre las normas de coexistencia también se incluyen las que prescriben


comportamientos que contribuyen a afianzar el control o jurisdicción de los estados
sobre su población y sus territorios. En el centro de este conjunto de normas se
encuentra el principio de que cada estado acepta el deber de respetar la soberanía
jurisdicción suprema de todos y cada uno de los estados sobre sus ciudadanos y sus
dominios a cambio del derecho a esperar un respeto similar por parte de los demás e
estados a su propia soberanía. Un corolario-o cuasi-corolario-de esta norma central es
la norma de que los estados no intervendrán por la fuerza ni de forma dicta~ torial en
los asuntos internos de los demás. Otro corolario es la norma que establece la
"igualdad" de todos los estados en lo que se refiere al disfrute de unos mismos
derechos de soberanía.

En tercer lugar, existe un conjunto de normas que se ocupan de regular la


cooperación entre estados (ya sea a escala universal o más limitada) por encima y
más allá de lo que es necesario para la mera coexistencia. Éstas incluyen las normas
que facilitan la cooperación, no sólo de tipo político o estratégico sino también de tipo
social y económico.

En la sociedad internacional so-n sus propios miembros -los estados


soberanoslos principales responsables de contribuir a que las normas sean efectivas y

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los que deben llevar a cabo esta función en ausencia de un gobierno supremo
equivalente al del estado moderno y en ausencia también del grado de solidaridad que
caracteriza al desempeño de estas funciones por los grupos políticamente
competentes de las sociedades primitivas sin estado. En este sentido, se puede decir
que los estados son las instituciones principales de esta sociedad de estados.
Los Estados son quienes: comunican las normas, las administran, las elaboran, las
ejecutan, las protegen y las legitiman.

Orden vs justicia en el orden internacional.

El orden no es sólo una condición o estado de las cosas presente, o posible, en


la política mundial, sino que, muy a menudo, también es considerado un valor. Sin
embargo, no es el único valor al que puede ajustarse el comportamiento en el ámbito
internacional y tampoco es uno de sus valores supremos.

Las demandas de justicia suelen pedir la eliminación de los privilegios y


las discriminaciones, que piden que haya igualdad en la distribución o en la aplicación
de derechos entre los fuertes y los débiles, los grandes y los pequeños, los ricos y los
pobres, los negros y los blancos, las potencias nucleares y las que carecen de dicho
armamento, o los vencedores y los vencidos.

Tres niveles de justicia en el ámbito internacional:

Resulta obvio que el marco existente del orden internacional no es capaz de


satisfacer algunas de las aspiraciones de justicia más profunda e intensamente
compartidas. También existe una tensión inherente entre el orden que surge del
sistema y la sociedad de estados, y las distintas aspiraciones de justicia que surgen de
la política internacional.

Es cierto que la justicia, en cualquiera de sus formas, sólo puede ser


conseguida en un contexto de orden. En principio, es cierto que la sociedad
internacional, al ofrecer un contexto de un cierto orden, por muy rudimentario que éste
sea, puede ser vista como una forma de allanar el camino para el disfrute de los
distintos derechos en términos de igual - dad. También es cierto que la sociedad

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internacional, hoy en día, a través de organismos casi universales como las Naciones
Unidas y sus agencias especializadas, está formalmente comprometida con algo que
va mucho más allá del mantenimiento de un mínimo orden o coexistencia, ha
adoptado la idea de la justicia internacional o interestatal, así como de la justicia
individual o humana, e inclu- . so se ha mostrado 'receptiva, a través de su apoyo a la
idea de transferencia de recursos de los países ricos a los pobres, al objetivo de
justicia mundial.

Si bien Ja sociedad internacional resulta considerablemente inhóspita para el


concepto de justicia cosmopolita y sólo es capaz de acoger la idea de justicia humana
de forma selectiva y ambigua, en cambio no es especialmente reacia a la idea de
justicia interestatal o internacional. Como ya he comentado, la propia estructura de la
coexistencia internacional depende de normas que atribuyen derechos y deberes a los
estados, pero no depende necesariamente de normas morales sino de normas de
procedimiento o reglas del juego que en la sociedad internacional moderna aparecen
recogidas, en ocasiones, en el derecho internacional.

Existe una incompatibilidad entre, por un lado, las normas e instituciones que
en la actualidad mantienen el orden dentro de la sociedad de estados y, por otro, las
demandas de justicia mundial, que implican la destrucción de esta sociedad; las
demandas de justicia humana, que sólo tienen cabida en ella de forma selectiva y
parcial; y las demandas de justicia interestatal e internacional, a las que la sociedad de
estados no es especialmente hostil, pero a las que tampoco puede satisfacer más que
parcialmente. Puesto que el marco de la sociedad internacional no logra satisfacer
estas ideas de justicia, ¿qué consecuencias tendrían para el orden internacional los
intentos de llevarlas a cabo? ¿Acaso la única forma de alcanzar la justicia en la política
internacional, en sus distintas versiones, es minando el orden internacional? Es
posible distinguir tres doctrinas típicas-ideales que ofrecen respuestas a estas
preguntas:

 La visión conservadora u ortodoxa: ve un conflicto inherente entre los valores


del orden y los valores de la justicia en la política mundial, y que considera que
los primeros tienen prioridad sobre los segundos.
 La visión revolucionaria: también parte de la base de que hay un conflicto
inherente entre el marco actual del orden internacional y la consecución de la
justicia, pero que considera que la segunda es el valor que debe imponerse,
que se haga justicia" aunque perezca el mundo". No obstante, el revolucionario
no cree que la tierra vaya a perecer, sino que aspira a que, tras un periodo de
desorden transitorio y quizá limitado a un área geográfica determinada, se
reestablezca un orden que garantice los cambios justos que desea que se
produzcan.
 visión liberal o progresista: (quizá sin negarlo por completo) es reticente a
aceptar que el conflicto entre el orden y la justicia en la política mundial sea
inevitable, y que continuamente está buscando formas de reconciliar el uno con
la otra.

El equilibrio de poder y el orden internacional.

Por equilibrio de poder Bul entiendo un estado de las cosas tal que ningún
poder está en una posición preponderante de forma que pueda imponer la ley a los
demás" 1. Cuando utilizamos este término normalmente es el poder militar lo que
tenemos en mente, pero también se puede referir a otros tipos de poder en la política
mundial.

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En primer lugar, debemos distinguir entre un equilibrio de poder sencillo de uno


complejo, es decir, entre un equilibrio de poder entre dos potencias y uno entre tres o
más. Las situaciones de equilibrio de poder sencillo siempre se han visto complicadas
por la existencia de otros poderes, cuya capacidad para influir sobre el curso de los
acontecimientos puede haber sido débil pero siempre mayor que cero. Mientras que
un equilibrio de poder sencillo requiere, necesariamente, que haya igualdad o paridad
entre las potencias que detentan el poder, éste no es un requisito del equilibrio de
poder complejo. En una situación en la que tres o más potencias compiten entre sí,
que surjan grandes desigualdades de poder entre ellas no necesariamente lleva a la
más fuerte a ocupar una posición preponderante, ya que las otras tienen la posibilidad
de aliarse contra ella. En un equilibrio de poder sencillo lo único que puede hacer una
potencia, si se está quedando en una posición rezagada, es aumentar su propia fuerza
intrínseca. Puesto que en el equilibrio de poder complejo existe la posibilidad adicional
de explotar la existencia de otras potencias, ya sea absorbiéndolas, dividiéndolas, o
aliándose con ellas, a menudo se ha dicho que los equilibrios de poder complejos son
más estables que los sencillos.

En segundo lugar, debemos distinguir entre el equilibrio de poder general, es


decir, la ausencia de una potencia preponderante en todo el sistema internacional, y el
equilibrio de poder local o particular, que tiene lugar en un área o segmento del
sistema.

Podemos considerar que el mantenimiento del equilibrio de poder ha cumplido


tres funciones históricas en el sistema de estados moderno:

1. Que haya existido un equilibrio de poder general en el conjunto del sistema


internacional ha servido para impedir que el sistema se transforme, por medio
de conquistas, en un imperio universal.
2. Que hayan existido equilibrios de poder locales ha servido para proteger la
independencia de los estados de determinadas zonas frente a la posíbilidad de
que fueran absorbidos o dominados por una potencia preponderante en esa
zona.
3. Tanto el equilibrio de poder general como el equilibrio de poder local; cuando
se han dado, han creado las condiciones para que puedan operar otras
instituciones de las que depende el orden internacional (la diplomacia, la
guerra, el derecho internacional, y la preeminencia decisoria de las; grandes
potencias).

Los intentos de conseguir un equilibrio de poder no siempre han tenido como


resultado el mantenimiento de la paz. Sin embargo, la principal función del equilibrio
de poder, no consiste en mantener la paz sino en mantener el sistema de estados. El
mantenimiento del equilibrio de poder exige recurrir a la guerra si ésta es la única
forma de controlar el poder de un estado potencialmente dominante. No obstante, se
puede argumentar que el mantenimiento de la paz es un objetivo que se alcanza
indirectamente a través del equilibrio de poder. Los equilibrios de poder estables (es
decir, que tienen características intrínsecas que facilitan su persistencia) pueden
contribuir a que desaparezcan las causas por las que se emprende una guerra
preventiva.

América del Sur como “sociedad internacional”: sus aportes a la arquitectura de


seguridad regional. Luciano Anzelini & Soledad Castro.

El bajo grado de conflictos armados entre los países de la América del Sur y el
fuerte apego a las normas (formales e informales) de resolución pacífica de disputas,
activos incuestionables de la región en comparación con lo que ocurre en otras

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convulsionadas regiones del planeta, son aspectos mayormente desatendidos por las
lecturas originadas en los centros de poder mundial. Sin embargo, Anzelini y Castro
desarrollan una lectura optimista sobre la realidad y perspectivas de América del Sur
en materia de seguridad internacional. La base de este enfoque supone tomar por
unidad de análisis a los Estados nacionales, dejando de lado los canales
transnacionales e intraestatales. Cabe señalar que en el plano interestatal no existe
otra región del mundo que tenga en materia de resolución pacífica de controversias el
número de acuerdos, tratados, convenciones y resoluciones que detenta América del
Sur.

De este modo, Sudamérica se posiciona como una “sociedad internacional” de


carácter regional, en donde tanto los mecanismos formales como los informales
explican el récord pacífico de la región. Desde luego, sería erróneo no advertir el
peligro que suponen las nuevas amenazas vinculadas con los delitos transnacionales,
del mismo modo que en el pasado fueron un factor de preocupación los recurrentes
ciclos de autoritarismo político. Sin embargo, si bien son obstáculos para el avance
hacia una “sociedad mundial” de carácter regional, las problemáticas que ocurren en el
plano transnacional o intraestatal no afectan del todo la caracterización de la región
como una sociedad internacional.

Anzelini y Castro adoptan un marco teórico de RRII basado en las


contribuciones de la Escuela Inglesa, en particular de su vertiente pluralista inspirada
en Bull. Los autores de esta escuela incorporan, del realismo, la centralidad del Estado
como actor fundamental de la política internacional y el mecanismo del equilibrio de
poder; a la vez que, del liberalismo, toman la preocupación por la cooperación en
relaciones internacionales. Este tipo de aproximación conduce a los autores de la
Escuela Inglesa a una visión modificada de la anarquía como principio ordenador de
las RRII. De este modo, prima en ellos la idea de una “anarquía mitigada” por las
posibilidades de cooperar en la arena internacional o, según Bull, de alcanzar una
“sociedad en anarquía”. Esto significa que los Estados, al estar ligados por un
ordenamiento legal a nivel internacional, logran en ocasiones atemperar sus conductas
revisionistas y conducirse con criterios de “suma positiva”.

La Escuela Inglesa propone un tipo de encuadre conceptual alejado tanto de la


visión hobbesiana (que entiende a la política internacional como un conflicto de todos
contra todos o como un juego de suma cero) como de la visión kantiana (que prevé la
posibilidad de avanzar hacia un orden transnacional dominado por la paz y por un
sentido de comunidad). Lo que caracteriza la aproximación de los autores de la
Escuela Inglesa es una visión grociana, en tanto ponen en su análisis un peso
definitorio en las posibilidades de construir una sociedad internacional basada en
reglas e instituciones. Ahora bien, este marco normativo institucional que cobra forma
a nivel internacional no debe ser visto como producto de la pura moralidad que
orientaría a los Estados, sino más bien como el resultado de los intereses comunes
que dominan a las relaciones interestatales.

Otro aporte fundamental de la Escuela Inglesa se vincula con la distinción


conceptual entre las nociones de sistema internacional, sociedad internacional o
sociedad mundial. En este distinción pueden rastrearse los influjos realista y liberal
que se combinan de modo particular entre los autores de esta escuela, y la incidencia
del pensamiento grociano (evidente en la noción de sociedad internacional), en tanto
tradición intelectual que toma distancia de la visión hobbesiana (sistema internacional)
y de la kantiana (sociedad mundial).

La diferencia fundamental entre sistema internacional y sociedad internacional


pasa por el diferente “grado de moralidad” que ambos conceptos suponen. En el caso

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del sistema internacional, noción que se halla fuertemente teñida por la concepción
realista del conflicto real o potencial entre los Estados, es espacio para la cooperación
es sólo marginal. Así, como sostiene Sterling-Folker, la idea de sistema internacional
admite sólo intercambios diplomáticos mínimos y negociación de ciertos tratados,
mientras que, tal como se deduce de la definición de Bull, la idea de sociedad
internacional supone intereses compartidos, reglas comunes, codificación de esas
reglas mediante instituciones y un espacio razonable para la cooperación. En el caso
de América del Sur, la definición de Bull resulta perfectamente aplicable.

La idea de sociedad internacional es un concepto superador de la mera noción


de sistema internacional, superación que implica una cualitativa modificación del orden
westfaliano en dirección a un creciente sentido de comunidad.

Las instituciones internacionales en los desarrollos teóricos de la Escuela


Inglesa no son sinónimo de organizaciones internacionales, ya se trate de organismos,
regímenes o convenciones. Por el contrario, se destaca una idea más bien difusa de
las instituciones internacionales, en donde las reglas explícitas no son la característica
esencial. La idea de instituciones en los desarrollos de esta escuela remite al momento
en que los Estados (conscientes de sus intereses comunes) crean las reglas que los
unen y establecen los mecanismos que hacen efectivo el cumplimiento de esas reglas.
El equilibrio de poder, el derecho internacional, las áreas de influencia de las grandes
potencias, la diplomacia y la guerra son las cinco instituciones de la sociedad
internacional, y reconocen su raíz en el realismo y el liberalismo. Son estas
instituciones las que regulan el comportamiento interestatal y, por lo tanto, contribuyen
a preservar el orden internacional.

Las instituciones adquieren diferentes grados de formalización. Esta


característica no es ajena al tema de la seguridad internacional. Así, en el caso de la
sociedad internacional regional que constituye América del Sur, pueden observarse
diferentes grados de formalización: desde la diplomacia informal hasta esquemas
altamente formalizados de cooperación en materia de seguridad.

Cabe destacar el peso definitorio que la relación asimétrica con EE.UU. ha


tenido para la consolidación de América del Sur como sociedad internacional. En
particular, el gran desarrollo de una tradición rica en materia de derecho internacional,
como respuesta de la región frente a la proyección de poder de las grandes potencias,
constituye un aspecto decisivo a la hora de explicar el excepcional récord que
Sudamérica detenta en materia de paz interestatal

La región presenta intereses comunes, erigidos sobre la base de una cultura


política compartida, que han facilitado la consolidación de un consenso normativo
sobre el modo en que deben conducirse las relaciones interestatales. A menudo, esas
reglas y normas compartidas se han cristalizado en instituciones regionales de
carácter formal e informal. Esto demuestra la existencia de una sociedad internacional
regional que representa América del Sur, especialmente en materia de seguridad. Las
contribuciones específicas de la región son:

 El respeto por la soberanía estatal y los principios de integridad territorial y no-


intervención.
 La resolución pacífica de controversias internacionales y la prohibición de la
guerra.
 El control de armamentos que implica una zona libre de armas nucleares,
químicas y biológicas.
 Las medidas de cooperación y fomento de la confianza mutua.
 El compromiso regional con los esquemas de seguridad colectiva

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Durante la última década ha tendido a predominar en la visión de muchos


analistas la idea (pesimista) de que la región sudamericana es un área irrelevante para
los intereses estratégicos de EE.UU. Esta tendencia a la irrelevancia sólo admitiría
ciertas excepciones, vinculadas ellas al impacto de las “nuevas amenazas”
transnacionales y a la consolidación de proyectos político-ideológicos cuya orientación
es discordante con la visión y los intereses norteamericanos.

Expresado de otro modo, los radares de Washington sólo se encienden cuando


las circunstancias de tiempo y lugar hacen que se instale la idea de gobiernos
inestables, instituciones débiles y proliferación de la violencia doméstica en
Sudamérica. Este tipo de discurso, cuyo origen puede rastrearse en ciertos círculos de
pensamiento neoconservador en la capital estadounidense, omite por completo una
cantidad de aportes notables que América del Sur ha hecho en el plano regional para
la consolidación de una arquitectura de seguridad internacional.

“Lo esencial es invisible a los ojos. El Constructivismo en las Relaciones


Internacionales” Porcelli.

El constructivismo busca dar cuenta de un entorno de desarrollo de la política


global que se caracteriza por una mayor complejidad, una menor centralidad del
Estado y la aparición de un conjunto de actores no estatales. Esta perspectiva permite
explicar las transformaciones fundamentales del sistema internacional dado el énfasis
que colocan en el carácter inminentemente social de los intereses de los actores y de
las identidades, y la valoración que realizan respecto a la posibilidad de cambio de las
prácticas e instituciones de la política internacional.

El constructivismo se presenta como un marco analítico, no como teoría, para


el estudio de la política global que reconoce la ontología del sistema internacional, la
búsqueda de una epistemología adecuada para su estudio y el uso de la
hermenéutica. De esta manera, procura brindar elementos para el análisis de la
construcción de las prácticas sociales, la posibilidad de cambio, la codeterminación
entre agentes y estructuras, las identidades de los actores y la importancia de las
ideas y normas como construcciones subjetivas.

A raíz del giro interpretativo de las ciencias sociales, el constructivismo


reconoce que el conocimiento de la realidad es socialmente construido, por lo tanto,
los fenómenos no pueden constituir objetos del conocimiento independientemente de
las prácticas discursivas, descartando así la observación independiente del lenguaje.

Lo anterior se vincula con un giro sociológico por lo que se reconoce que la


acción significativa es un fenómeno social e intersubjetivo. Por este motivo, resulta
clave analizar el contexto social en el cual se forman las identidades y los intereses,
tanto del actor como del observador. En consecuencia, el constructivismo constituye
una teoría sobre la construcción social de la realidad: los hechos solo existen cuando
les asignamos un significado. Así, determinadas conductas tienen diferentes sentidos
para cada uno de los actores por los distintos sentidos que se le asignan a la realidad.

De esta forma, se comprende la división que realizan los constructivistas entre


las dos funciones de las RRII: reguladoras y constitutivas. Las funciones reguladoras
establecen reglas básicas de conducta a partir de la prescripción o prohibición de
determinados comportamientos. Las normas constitutivas definen un comportamiento;
sin ellas las acciones serían ininteligibles.

Enfoque constructivista:

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 Las RRII consisten en ideas y pensamientos, y no en condiciones materiales


dadas de manera exógena.
 Las creencias intersubjetivas constituyen su elemento ideológico central.
 Esta creencia común expresa los intereses e identidades de los individuos.
 Los constructivistas intentan explicar la manera en la cual se forman y
expresan estas relaciones.

El debate entre el racionalismo y el constructivismo.

El constructivismo se remonta al cuarto debate de las RRII: racionalistas vs.


reflectivistas, durante la década de 1980. Ambos enfoques difieren en tres cuestiones:

 Los constructivistas son idealistas filosóficos, antes que materialistas.


Argumentan que las estructuras materiales adquieren importancia sólo a través
de estructuras de significación que son compartidas intersubjetivamente.
 Los constructivistas postulan una relación mutuamente constitutiva entre los
agentes y las estructuras. Las identidades de los agentes son influenciadas por
las estructuras normativas e ideológicas en que habitan, y éstas son sostenidas
por los agentes. Por lo tanto, el sistema internacional es entendido como
una construcción en donde se encuentran los intereses de los actores;
intereses que son el corolario de estas identidades derivadas de la
significación compartida. Esto contrasta con la creencia racionalista de que
los agentes son separables de los ambientes en que viven.
 Difieren en su concepción sobre la lógica dominante que rige las acciones de
los agentes. El constructivismo está guiado por normas que colaboran o limitan
y condicionan. El racionalismo está guiado por una lógica de conveniencia,
actores egoístas y racionales. Las posibilidades de cooperación o conflicto
están determinadas por la combinación de limitaciones de recursos y los
intereses entre Estados.

Sobre la base de estos desacuerdos ontológicos, se diferencian también en


cuestiones epistemológicas y metodológicas. Desde lo epistemológico, la mayoría de
los constructivistas adoptan una estrategia postpositivista (excepto Wendt), debido a la
creencia del carácter socialmente construido de los intereses. Esto difiere de los
racionalistas: existencia de suficientes elementos comunes justificando el desarrollo de
generalizaciones y la posibilidad de creación de solidas afirmaciones predictivas.
Desde lo metodológico, el compromiso de los racionalistas con una epistemología
positivista se ha manifestado en la utilización de métodos cuantitativos, además de
métodos más tradicionales. Por el contrario, los constructivistas utilizan una variada
gama de metodologías a fin de analizar el sentido de estas estructuras y así lograr
aprehender las dinámicas de poder subyacentes del sistema internacional.

Poder, práticas e identidades.

El neorrealismo y el neoliberalismo entienden que el poder material es la fuente


más relevante de influencia. El constructivismo sostiene que tanto el poder material
como el discursivo son necesarios para lograr una comprensión de los asuntos
mundiales; analizan las prácticas sociales. El poder de ellas reside en su capacidad
para reproducir los significados intersubjetivos que constituyen a las estructuras
sociales y a los actores por igual. Las prácticas sociales no sólo reproducen los
actores, al mismo tiempo esta identidad es reproducida para una estructura social
intersubjetiva que opera a través de la práctica social. Una característica relevante de

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la práctica social es su capacidad de producción de previsibilidad y, por lo tanto, de


establecer un orden.

Enfoque de Wendt.

Existen tres líneas principales del enfoque constructivista; Wendt es el más


notable de la “vía media” para actuar como puente entre el racionalismo y el
constructivismo. Este autor afirma que la política internacional no se presenta como
una situación dada, sino que es conducida por los hechos, las identidades y los
intereses que son formulados y sostenidos por prácticas intersubjetivas. Su enfoque
estriba en torno de la noción de identidad, ocupando un rol de variable independiente.
Así, una de las críticas que recibe está ligada a la sobrecosificación de las identidades
a las que arriba. Los conceptos “identidad” y “ambiente” son formulados a partir de las
interacciones; por ello afirma que la realidad es socialmente construida. Por lo tanto, el
sistema internacional podría ser reformulado a partir de un cambio en las prácticas
sociales. No obstante, debido a principios epistemológicos, el autor se niega a
abandonar la existencia de factores intrínsecos. Esto funciona como punto de inicio
para la interacción que dará lugar a la modificación de identidades e intereses. Wendt
toma de la teoría de la estructuración de Giddens la relación entre agente y estructura
como entidades mutuamente constitutivas (realidad social desarrollada en la
interacción).

Wendt apunta contra el empirismo propio de los estudios positivistas. Su


realismo científico le permite asumir la existencia de una realidad independiente del
intelecto, en términos materiales, y también del mundo social. La realidad se encuentra
allí independientemente de nuestras ideas, y el consiguiente objetivo del
constructivismo wendtiano consiste en explicarla.

Su propuesta consiste en diferenciarse de las teorías realista y liberal; Wendt


señala que ambas corrientes tienen puntos de partida exógenos tanto de la noción de
egoísmo del Estado como de la noción de autoayuda. Pretende construir un puente
entre el liberalismo y el constructivismo, y entre el debate racionalista y el reflectivista.

Emplea sus argumentos sobre el realismo estructural proponiendo una teoría


estructural estadocéntrica, sin embargo, se diferencia de esa tradición al considerar
que las RRII son socialmente construidas y no históricamente dadas. Además, para
Wendt la estructura no existe diferenciada del proceso, es decir, de las prácticas de los
actores. Aunque el autor concuerda con los realistas en que el sistema internacional
está signado por la autoayuda, no cree que esta característica sea necesaria sino que
se desarrolla en el tiempo a través de las prácticas.

Wendt trata de explicar la relación entre poder y principio de autoayuda y su


construcción social a partir del interaccionismo simbólico de Blumer. Las personas
actúan en base a los significados que ellos le otorgan a los objetos y que otros actores
tienen para éstos. Estos significados no son inherentes sino que se desarrollan en la
interacción. El comportamiento está condicionado por el accionar intersubjetivo, no por
estructuras materiales. El comportamiento se basa en significados colectivos a través
de los cuales los actores adquieren una identidad (base de los intereses que se
definen en el proceso de elegir cursos de acción); esta identidad es relativamente
estable.

Wendt se diferencia del neorrealismo afirmando que la relación entre


autoayuda y anarquía es contingente.

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Una institución es una estructura o conjunto de identidades e intereses


relativamente estables. Son fundamentalmente entidades cognitivas que no existen
independientes de las ideas de los actores sobre el funcionamiento del mundo. Para el
autor, el principio de autoayuda es una institución; el concepto de seguridad depende
del yo y su identificación. El significado de la anarquía y de la distribución de poder
depende de esta variación cognitiva.

Las variaciones de las identidades e instituciones permiten el desarrollo de


diferentes sistemas de interacción, conforme a la lógica que prevalezca. Pueden ser
sistemas de competencia, donde se perpetúa la desconfianza y la alienación, o
sistemas de interacción colectiva, donde los Estados se identifican mutuamente,
aunque siempre existen roces.

Los intereses se definen en función de la identidad. Es necesario estudiar la


relación del yo con los otros. Si no hay identificación positiva, el otro es relevante sólo
para ser usado para los propósitos del yo (punto crucial de la autoayuda). La
identidad colectiva conlleva solidaridad y lealtad que posibilitan la cooperación.
Las identidades basadas en el principio de autoayuda son el núcleo para un sistema
de seguridad competitivo, y el cambio en las identidades es el camino de salida hacia
sistemas colectivos.

Frente a la ontología materialista de Waltz, Wendt propone una ontología


ideacional que lo lleva a desarrollar la idea de que “la anarquía es lo que los Estados
hacen de ella”. Wendt afirma que incluso en condiciones anárquicas existe la
posibilidad de una identificación total con el otro; la ontología del sistema de Estados
es fundamentalmente interactiva. El acento está puesto en la interacción y en los
procesos, es decir, en la estructura interestatal dinámica en la que ya no existe una
sola forma de anarquía, sino tres: hobbesiana, lockeana y kantiana. La anarquía,
entonces, es el resultado de una práctica basada en una estructura de identidades e
intereses.

Entonces, Wendt inserta tres niveles de discusión: el metodológico, el


ontológico y el epistemológico. En los primeros dos se enfrenta con el neorrealismo y
el neoliberalismo. Respecto del metodológico, se contrapone al racionalismo que
plantea a las identidades como dadas.

En cuanto a lo epistemológico, Wendt reconoce un punto de encuentro con los


realistas y neoliberales ya que sostiene que es posible efectuar una separación entre
sujeto y objeto; así el Estado es una realidad exterior a los sujetos que lo investigan.

La identidad wendtiana está formada por factores intrínsecos y extrínsecos.


Entre los primeros, que responden a propiedades subjetivas, encontramos tanto
aspectos materiales como representacionales. Los segundos, derivados de la
interacción entre unidades, son aquellos que modificarán esas características
intrínsecas de los actores.

La cultura es el proceso encargado de transformar el conocimiento privado en


conocimiento compartido. Las distintas culturas forman las distintas estructuras
sociales, que se etiquetan como hobbesiana, kantiana y lockeana. Las estructuras y
tendencias de los sistemas anárquicos dependen de cuáles de los tres roles dominen
el sistema.

La hobbesiana se destaca por la supervivencia y la conservación; la lockeana


permite explicar las propiedades sociales y materiales de interés del Estado; la
kantiana está relacionada con el compromiso con los imperativos categóricos que

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guían la conducta. La conclusión a la que arriba Wendt es que las culturas son el
producto de la interacción de acuerdo a ciertas identidades de rol. Entonces, la
interacción produce cambios en las identidades y no sólo en los comportamientos,
abriendo las puertas a la posibilidad de cambio de la estructuras.

Los constructivismos convencional y crítico.

Si bien ambos comparten una serie de posiciones como la mutua constitución


de los actores y estructuras, la anarquía en tanto construcción social, el poder como
poder material y discursivo, y la variabilidad de las identidades y los intereses
estatales, el constructivismo convencional no acepta las ideas de la teoría critica sobre
su propio papel en la producción de cambio y mantiene una comprensión diferente del
poder.

Criticas al constructivismo.

Keohane señala cómo Wendt se acerca a los postulados de la teoría clásica. Si


bien destaca su complejidad, no comparte su interés por desentrañar la ontología de
las RRII. Un cuestionamiento adicional reside en el papel que ocupan las ideas en la
investigación de las RRII: Keohane critica su idealismo plateando que tanto la
adopción de una postura idealista como materialista no tiene sentido. A diferencia de
Wendt, Keohane considera que el objetivo de la investigación en RRII consiste en
pensar el modo en que los factores materiales e ideacionales se combinan en la
política internacional.

Debilidades teórico-conceptuales: No logra cumplir la promesa de trascender la


cosificación porque se concentra en el Estado. Al cosificarlo, el constructivismo pierde
la oportunidad de cumplir su promesa de restaurar un enfoque centrado en los
procesos y prácticas sociales que construyen a la identidad del Estado. Wendt
solamente consigue escapar de la cosificación de la anarquía al cosificar al Estado.

WENDT, Alexander, “La anarquía es lo que los estados hacen de ella”.


La ironía es que sí que existen teorías sociales que buscan explicar las
identidades y los intereses. Keohane las ha llamado “reflectivistas”; como yo quiero
subrayar su énfasis en la construcción social de la subjetividad y minimizar su
problema de imagen, siguiendo a Nicholas Onuf, les llamare “constructivistas”. Los
cognitivistas, los posestructuralistas, los feministas posmodernos, los teóricos
centrados en el punto de vistas y los centrados en las normas, y los estructuracionistas
comparten la preocupación por este tema “sociológico” básico dejado de lado por los
racionalistas; es decir, el tema de la formación de identidades y de intereses. La
contribución potencial del constructivismo al liberalismo duro ha sido eclipsada por los
recientes debates epistemológicos entre modernistas y posmodernistas. Sin embargo,
con respecto a la sustancia de las relaciones internacionales, tanto los constructivistas
modernos como los posmodernos están interesados en la forma en que las prácticas
cognoscibles constituyen sujetos, un interés que no se aleja demasiado del que tienen
los liberales duros en saber cómo las instituciones transforman los intereses. Ambos
comparten un concepto cognitivo e intersubjetivo del proceso en el que las identidades
y los intereses son endógenos a la interacción, en lugar de ser exógenos tal y como
apunta el concepto racionalista-conductivo.
El objetivo de este articulo de Wendt es s construir un puente entre estas dos
tradiciones (y, por extensión, entre los debates realista-liberal y racionalista-

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reflectivista) desarrollando un argumento constructivista, extraído de la sociología


interactivista estructuracionista y simbólica, en nombre de la reivindicación liberal
sobre cómo las instituciones internacionales pueden trasformar las identidades y los
intereses estatales. Esto implica una forma “sociológica social-psicológica” de teoría
sistémica en la que las identidades y los intereses son una variable dependiente. Lo
que le interesa es que el constructivismo puede contribuir significativamente al interés
de los liberales duros en la formación de la identidad y de los intereses y, quizás, de
ese modo enriquecerse con las perspectivas liberales sobre aprendizaje y cognición
que el constructivismo ha ignorado.
Su estrategia para construir este puente consistirá en discutir la afirmación
neoliberal de que la autoayuda viene dada por la estructura anárquica de forma
exógena al proceso. No resulta acertado ya que en la visión realista, la anarquía
justifica el desinterés en la transformación institucional de las identidades y de los
intereses, y así construye teorías sistémicas en términos exclusivamente racionalistas;
hay que desafiar sus supuestas fuerzas causales si no se quiere subordinar el proceso
y las instituciones a la estructura. El autor defiendo que la autoayuda y la política de
potencias no se derivan ni lógica ni causalmente de la anarquía y que si, aún hoy, nos
encontramos en un mundo de autoayuda, es debido al proceso, no a la estructura. No
hay una “lógica” de la anarquía aparte de las prácticas que crean y que representan
una estructura de identidades e intereses concreta en lugar de representar otra; la
estructura no tiene ni existencia ni fuerza causal separada del proceso. La autoayuda y
la política de poder son instituciones, no características esenciales de la anarquía. La
anarquía es lo que los estados hacen de ella.
Anarquía y política de poder.
Las anarquías pueden contener dinámicas que conduzcan a una política de
poder competitiva, pero pueden no contenerlas, y podemos discutirlo cuando emerjan
estructuras particulares de identidad e intereses.
Un principio fundamental de la teoría social constructivista es que la gente se
relaciona con los objetos según el significado que estos objetos tienen para ellos. Los
estados actúan de una forma con sus enemigos y de otra diferente con sus amigos
porque los enemigos suponen una amenaza y los amigos no. La anarquía y la
distribución del poder son insuficientes para decirnos cuál es cual. La distribución del
poder puede que afecte siempre a los cálculos de los estados, pero la manera en la
que lo hace depende de las interpretaciones y de las expectativas intersubjetivas, y
depende también de la “distribución del conocimiento” que da forma a sus
concepciones de sí mismo y del otro. Si Estados Unidos y la Unión Soviética deciden
que ya no son enemigos, “la guerra fría se termina”. Son los significados colectivos los
que conforman las estructuras que organizan nuestras acciones.
Los actores adquieren identidad (expectativas e interpretaciones del yo
relativamente estables y acordes con su papel) mediante su participación en estos
significados colectivos. Un estado tiene múltiples identidades como “soberano”, “líder
del mundo libre”, “potencia imperial”, etc. El grado de compromiso con cada una de las
identidades particulares y la relevancia de cada una de ellas varía, pero cada identidad
es una definición inherentemente social del actor basada en las teorías que los actores
mantienen colectivamente sobre ellos mismos, y cada uno sobre los demás . Las
identidades son las bases de los intereses. Los actores definen sus intereses
dentro del mismo proceso en el que se definen las situaciones. A veces las situaciones
no tienen precedente en nuestra experiencia, y en estos casos tenemos que construir
su significado, y nuestros intereses, bien por analogía o bien inventándolos desde el
principio. Lo más normal es que tengan características habituales en las que nos
apoyamos para asignar un significado basado en los roles definidos institucionalmente.
La ausencia o la equivocación con los papeles dificulta la definición de situaciones y
de intereses, y el resultado puede ser una confusión identitaria.
Una institución es una estructura o un conjunto de identidades e
intereses relativamente estable. Normalmente estas estructuras están codificadas

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en reglamentos y normas oficiales, pero éstas solamente tienen valor en virtud de la


socialización de los actores y de su participación del conocimiento colectivo. Las
instituciones son fundamentalmente entidades cognitivas que no existen
independientes de las ideas de los actores sobre el funcionamiento del mundo. Como
parte del conocimiento colectivo, se perciben como poseedoras de una existencia
“separada y por encima de los individuos que las personifican en ese momento.” Las
identidades y las cogniciones colectivas no existen separadas las unas de las otras;
son “mutuamente constitutivas.” Según esta perspectiva, la institucionalización es un
proceso consistente en interiorizar nuevas identidades e intereses, no algo que ocurre
en el exterior y que afecta sólo al comportamiento; la socialización es un proceso
cognitivo, no simplemente conductual. Al concebirlas de esta manera, las instituciones
pueden ser cooperativas o conflictivas. Existen importantes diferencias entre
instituciones cooperativas y conflictivas, pero todas las relaciones relativamente
estables entre uno mismo y el otro se definen intersubjetivamente.
La autoayuda es una institución, una de las muchas estructuras de identidad e
intereses que pueden existir en condiciones de anarquía. Los procesos de formación
de la identidad en condiciones de anarquía afectan primero y principalmente a la
preservación de la “seguridad” del yo. Por lo tanto, los conceptos de seguridad difieren
en función de cómo el yo se identifique cognitivamente con el otro, y hasta qué punto
esta identificación tenga lugar, y, quiere sugerir el autor, que el significado de anarquía
y de la distribución del poder depende de esta variación cognitiva. Para ilustrar este
punto propone situar los sistemas de seguridad en un continuo estándar:

 En un extremo tenemos los sistemas de seguridad “competitivos”, en los


que los estados se identifican entre ellos como negativos para la seguridad y la
ganancia de ego es vista como la pérdida del alter. La identificación negativa
en condiciones de anarquía conforma sistemas de política de poder “realistas”:
actores que temen el riesgo, deducen intenciones a partir de capacidades y se
preocupan por las ganancias y las pérdidas relativas. En el límite, la acción
colectiva es prácticamente imposible dentro de este sistema porque cada actor
teme constantemente que otro le apuñale por la espalda.
 En el punto medio de este continuo está el sistema de seguridad
“individualista”, en el que los estados son indiferentes a las relaciones entre
su seguridad y la de los otros. Esto conforma sistemas neoliberales: los
estados aún son egoístas en los temas concernientes a su seguridad, pero se
centran en las ganancias absolutas en lugar de en las relativas. La posición
propia dentro de la distribución de poder es menos importante, y la acción
colectiva tiene más posibilidades de producirse.

Tanto el sistema competitivo como el sistema individualista son formas de autoayuda


dentro de la anarquía en el sentido en que los estados no identifican positivamente la
seguridad propia con la de los demás, sino que consideran la seguridad como la
responsabilidad individual de cada uno. La política de poder dentro del sistema
consistirá en los esfuerzos por manipular a los otros para satisfacer los intereses
propios.

 Esto contrasta con el sistema de seguridad “cooperativo”, en el que los


estados se identifican positivamente entre ellos y así la seguridad es percibida
como una responsabilidad de todos. Esto no es autoayuda en un sentido
interesado, ya que el yo en función del cual se definen los intereses es la
comunidad; los intereses nacionales son los intereses internacionales. En la
práctica, el grado en el que los estados se identifican con la comunidad varía.
Dependiendo de lo desarrollado que esté el yo colectivo, se llevarán a cabo
prácticas de seguridad que serán en diferentes grados altruistas o prosociales.
Esto implica que la acción colectiva dependerá menos de la presencia de

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amenazas activas y será menos proclive al surgimiento de free riders. Además,


se reestructurarán los esfuerzos para hacer avanzar los objetivos propios o la
“política de poder”, según normas compartidas, y no según el nivel de poder
relativo.

Esto contrasta con el sistema de seguridad “cooperativo”, en el que los estados


se identifican positivamente entre ellos y así la seguridad es percibida como
una responsabilidad de todos. Esto no es autoayuda en un sentido interesado,
ya que el yo en función del cual se definen los intereses es la comunidad; los
intereses nacionales son los intereses internacionales. En la práctica, el grado
en el que los estados se identifican con la comunidad varía. Dependiendo de lo
desarrollado que esté el yo colectivo, se llevarán a cabo prácticas de seguridad
que serán en diferentes grados altruistas o prosociales. Esto implica que la
acción colectiva dependerá menos de la presencia de amenazas activas y será
menos proclive al surgimiento de free riders. Además, se reestructurarán los
esfuerzos para hacer avanzar los objetivos propios o la “política de poder”,
según normas compartidas, y no según el nivel de poder relativo.

La autoayuda es una institución, no una característica esencial de la anarquía.


Cuáles son las características esenciales del estado de naturaleza antes de la
interacción? Si despojamos al yo de esas propiedades que presuponen interacción
con los otros, sólo quedan dos cosas:

1. El substrato material de la agencia, incluyendo sus capacidades intrínsecas.


Para los estados, el aparato institucional de gobierno. La materia prima de la
que están formados los miembros del sistema de estados es creada por la
sociedad nacional antes de que los estados participen en el proceso
constitutivo de la sociedad internacional, aunque este proceso no implica ni
territorialidad estable ni soberanía, que son representaciones de la
individualidad negociadas internacionalmente.
2. Un deseo de conservar este substrato material, de sobrevivir. Esto no
conlleva “egoísmo”, ya que los actores no tienen un yo anterior a la interacción
con otros; el modo en que ellos perciben el significado y los requisitos de esta
supervivencia depende de los procesos según los cuales vaya evolucionando
la concepción del yo.

La anarquía y la construcción social de la política de poder.


Si la autoayuda no es una condición esencial de la anarquía, debería aflorar
sólo causalmente a partir de procesos en los que la anarquía tiene sólo un papel
facultativo. Esto refleja el segundo principio del constructivismo: el significado en torno
al cual se organiza la acción surge de la interacción. Sin embargo, una vez dicho esto,
la situación a la que se enfrentan los estados cuando se encuentran unos con otros
por primera vez, puede ser una situación en la que sólo las concepciones egoístas de
la identidad sobreviven. Y si es así, incluso si estas concepciones son construidas
socialmente, los neorrealistas pueden tener razón al mantener las identidades y los
intereses constantes y así privilegiar un significado concreto de la estructura anárquica
por encima del proceso. Incluso con un papel causal facultativo, la anarquía puede
restringir decisivamente la interacción y, por lo tanto, reducir las formas viables de la
teoría sistémica.

⚠Las amenazas sociales son construidas, no naturales. Este proceso de señalización,


interpretación y respuesta constituye un “acto social” y da comienzo al proceso de
creación de significados intersubjetivos, que se produce siguiendo el mismo esquema.
El primer acto social crea expectativas en ambas partes sobre el comportamiento del
otro en el futuro; puede que equivocadas y sin duda provisionales, pero expectativas al

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fin y al cabo. Siguiendo este conocimiento provisional, ego realiza un nuevo gesto, de
nuevo mostrando las pautas según las cuales responderá a alter, y, después, alter
vuelve a responder, y así van ampliando la cantidad de conocimiento que cada uno
tiene sobre el otro. Es un mecanismo de refuerzo. Si el proceso se repite durante el
tiempo suficiente, estas “tipificaciones recíprocas” crearan conceptos relativamente
estables del yo y del otro sobre el objetivo de la interacción. Es mediante esta
interacción recíproca como se crean y se representan las estructuras sociales
relativamente duraderas con las que definimos nuestras identidades y nuestros
intereses.
Los sistemas de seguridad de autoayuda evolucionan a partir de ciclos de
interacción en los que cada parte actúa de forma que el otro siente su yo amenazado,
creando la sensación de que no se debe confiar en el otro. Las identidades
competitivas y egoístas encuentran su causa en esta inseguridad; si el otro es una
amenaza (o viceversa), el yo se ve obligado a “reflejar” tal comportamiento en su
concepto de relaciones con los otros.
Los sistemas de interacción competitivos son propensos a los “dilemas” de
seguridad, dilemas en los que los esfuerzos de los actores para fortalecer su
seguridad de forma unilateral amenaza la seguridad de los otros, perpetuándose la
desconfianza y la alienación. Sin embargo, las formas de identidad y los intereses que
dan lugar a estos dilemas son efectos de la interacción en curso y no exteriores a ella;
las identidades se producen dentro de una “actividad concreta” y mediante ella. Eso sí,
una vez institucionalizado tal dilema puede ser muy difícil cambiarlo.

Los estados depredadores y la anarquía como causa facultativa.


Pero, ¿Que explica que un sistema de Estados termine por tener identidades
egoistas y no colectivas? el autor va a examinar para ello la predación que, junto a la
anarquía como causa facultativa, puede generar un sistema de autoayuda.
Por diversas razones (biología, política interior o “victimización sistémica”)
algunos estados pueden mostrar cierta predisposición a la agresión. El
comportamiento agresivo de estos depredadores obliga a otros estados a seguir este
juego de la política de poder competitiva, ya que un fracaso supondría la destrucción o
la humillación. Un depredador superara a cien pacifistas porque la anarquía no
proporciona garantías. Este argumento es poderoso en parte porque es realmente
débil: en lugar de suponer que todos los estados persiguen el poder (una teoría
puramente reduccionista de la política de poder), asume que sólo uno persigue el
poder y que los demás tienen que seguirlo porque la anarquía permite que aquel
estado les explote.
La posibilidad de la depredación no obliga por sí misma a los estados a
anticiparse con su propia política de poder competitiva. La posibilidad de la
depredación no significa que “la guerra pueda suceder en cualquier momento”; puede
ser muy poco probable. Sin embargo, una vez que se da la depredación, puede
condicionar la identidad de la forma que se expone a continuación:
“En una anarquía en la que sólo intervienen dos elementos, si ego es depredador,
alter tiene que definir su seguridad en términos de autoayuda o pagar el precio por no
hacerlo. Afirmación anterior: la concepción del yo refleja el tratamiento de los otros. En
una anarquía plural, por el contrario, el efecto de la depredación también depende del
nivel de identidad colectiva que el sistema haya alcanzado. Si la depredación tiene
lugar justo después del primer encuentro en el estado de naturaleza, obligará a
aquellos con los que el depredador entre en contacto a defenderse, primero
individualmente y luego colectivamente si llegan a percibir una amenaza común. El
surgimiento de esta alianza defensiva se verá coartado seriamente si la estructura de
identidades e intereses ya ha evolucionado hacia un mundo hobbesiano de máxima
inseguridad, pues los aliados potenciales desconfiarán unos de otros y se enfrentarán
a problemas de acción colectiva; probablemente, estos aliados inseguros se pelearán
entre ellos una vez que hayan eliminado al depredador. Pero si la identidad basada en

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la seguridad colectiva es elevada, la aparición de un depredador será mucho menos


nociva. Si el depredador no es lo suficientemente fuerte como para resistir el ataque
colectivo, será derrotado y se logrará la seguridad colectiva. Pero si resulta ser lo
suficientemente fuerte, se activará la lógica del caso de los dos actores (ahora
depredador y colectividad), y la política de equilibrio de potencias se restablecerá por
sí misma”.
El momento de la formación de la identidad de la comunidad en que se
produce la depredación es crucial para valorar el papel explicativo de la anarquía
como causa facultativa. La depredación siempre conducirá a las víctimas a
defenderse, pero que esta defensa sea o no colectiva depende tanto de la historia de
interacción entre los potenciales miembros del colectivo, como de las ambiciones del
depredador. Las identidades y los intereses son específicos de cada relación, no
atributos intrínsecos de una “cartera”; los estados pueden ser competitivos en algunas
relaciones y solidarios en otras. Es más probable que sean las anarquías “inmaduras”,
y no las “maduras”, las que se vean reducidas a un estado hobbesiano a causa de un
depredador, y esta madurez, que es un indicador de las estructuras de identidad e
intereses, depende del proceso.
Transformaciones institucionales de la política de poder.
Supongamos que los procesos de formación de la identidad y de los intereses
han creado un mundo en el que los estados no reconocen los derechos de territorio ni
de existencia, una guerra de todos contra todos. En este mundo, la anarquía tiene un
significado realista para la acción estatal: la inseguridad y la preocupación por el poder
relativo. La anarquía adquiere este significado sólo en virtud de las prácticas colectivas
que producen inseguridad, pero si esas prácticas son relativamente estables,
constituyen un sistema que puede ser renuente a los cambios. El hecho de que la
política de poder sea construida socialmente no garantiza que sea maleable, por
dos razones como mínimo:

1. Una vez formado, cualquier sistema social aparece ante cada uno de sus
miembros como un hecho social objetivo que premia ciertos comportamientos y
disuade de mantener otros.
2. El cambio sistémico puede también ser impedido por actores interesados en
mantener el papel relativamente estable de las identidades. Estos intereses
tienen su razón de ser no sólo en el deseo de minimizar la incertidumbre y la
ansiedad, manifiesto en los esfuerzos por confirmar las creencias existentes
sobre el mundo social, sino también en el deseo de evitar los costes previstos
en caso de ruptura de los compromisos contraídos con los otros como parte de
las prácticas del pasado. El nivel de resistencia que suponen estos
compromisos dependerá de la “relevancia” de una determinada identidad para
el actor.

Esto no cambia el hecho de que mediante la práctica, los agentes estén


continuamente produciendo y reproduciendo identidades e intereses, continuamente
“eligiendo las preferencias que tendrán después”. Pero significa que puede que las
elecciones no se perciban como suficientemente libres.

Soberania, reconocimiento y seguridad.


En el estado de naturaleza hobbesiano, los estados están caracterizados por
los procesos internos que los constituyen como estados y por su capacidad material
para disuadir las amenazas de otros estados. En este mundo, la seguridad del estado
no tiene su base en el reconocimiento social − en los acuerdos o norma intersubjetivos
que impliquen que el estado tiene derecho a su existencia, su territorio y sus súbditos.
La seguridad es cuestión de poder nacional y de nada más.
El principio de soberanía transforma esta situación ofreciendo la base social
para la individualidad y la seguridad de los estados. La soberanía es una institución y

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como tal existe sólo en virtud de ciertos acuerdos y expectativas intersubjetivos; no


hay soberanía si no hay otro. Estos acuerdos y expectativas no sólo constituyen un
tipo particular de estado, el estado “soberano”, sino que también constituyen una
forma particular de comunidad, ya que las identidades son relacionales. La esencia de
esta comunidad es un reconocimiento mutuo de los derechos de cada uno a ejercer la
autoridad política de forma exclusiva dentro de sus límites territoriales. Estos
“permisos” recíprocos conforman un mundo diferenciado espacialmente en lugar de
funcionalmente, los ámbitos de práctica constituyen y están organizados en espacios
“internos” e “internacionales”. Por supuesto, el trazado de las fronteras entre estos
espacios es discutido a veces. Sólo en virtud del reconocimiento mutuo los estados
tienen “derechos sobre la propiedad territorial”. Este reconocimiento funciona como
una forma de “cierre social” que resta importancia a los actores no estatales y refuerza
y ayuda a estabilizar la interacción entre estados.
Si los estados dejaran de actuar según esas normas, sus identidades como
“soberanos” desaparecerían. El estado soberano es un logro continuo de la práctica,
no una creación de normas que existe fuera de la práctica. Las prácticas regulares
producen la construcción mutua de identidades (agentes) soberanas y sus normas
institucionales asociadas (estructuras).
¿Por qué surgiría esta estructura de identidad e interés? Hay dos condiciones
que parecerían necesarias para que esto ocurriese: (1) la densidad y la regularidad de
la interacción debe ser suficientemente alta y (2) los actores deben estar insatisfechos
con las formas anteriormente existentes de identidad y de interacción. Una vez dadas
estas condiciones, una norma de reconocimiento mutuo es poco exigente en términos
de confianza social ya que un jugador reconocerá la soberanía de los otros mientras
los otros reconozcan la suya propia.
La práctica de la soberanía transformará los acuerdos de seguridad y la política
de poder al menos de tres formas diferentes:

1. Los estados llegarán a definir su seguridad dependiendo de la conservación de


sus “derechos de propiedad” sobre unos territorios determinados. El hecho de
que las prácticas de soberanía se hayan orientado históricamente hacia la
producción de espacios territoriales diferenciados, afecta a la conceptualización
de los estados sobre lo que deben “proteger” para actuar según su identidad.
2. En la medida en que los estados interioricen con éxito las normas de
soberanía, serán más o menos respetuosos con los derechos territoriales de
los otros. Esta restricción no es causada directamente por la evaluación de los
costes que supone violar las normas de soberanía sino que es causada porque
parte de lo que significa ser un estado “soberano” es que no se pueden violar
los derechos territoriales de los otros sin una “causa justa”.
3. Según el grado en que la socialización continuada enseñe a los estados que su
soberanía depende del reconocimiento de otros estados, se pueden permitir
confiar más en el entramado institucional de la sociedad internacional y menos
en los medios nacionales individuales (especialmente el poder militar) para
proteger su seguridad. Esto significa que los estados pueden estar menos
preocupados por su supervivencia a corto plazo y por el poder relativo, y así
pueden cambiar la asignación de sus recursos en consonancia con la situación

La cooperación entre egoístas y las transformaciones de la identidad.


Comenzamos con un estado de naturaleza hobbesiano. La cooperación
para la obtención de ganancias conjuntas es extremadamente difícil en este contexto
ya que existe falta de confianza, las previsiones temporales se hacen a corto plazo y
las preocupaciones por el poder relativo son altas. La soberanía transforma este
sistema en un mundo lockiano de derechos de propiedad (en su mayor parte)
reconocidos mutuamente y concepciones de seguridad (en su mayor parte) egoístas
más que competitivas, y reduce el miedo de que aquello que los estados ya tienen sea

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asaltado en cualquier momento por colaboradores potenciales, y por lo tanto les


permite plantearse formas de cooperación más directa. Una condición necesaria para
esta cooperación es que los resultados sean positivamente interdependientes en el
sentido de que existan ganancias potenciales que no podrían conseguirse sin la acción
unilateral. Una fuente importante de incentivos es la creciente “densidad dinámica” de
interacción entre estados en un mundo con nuevas tecnologías de la comunicación,
armas nucleares, externalidades del desarrollo industrial, etc. La creciente densidad
dinámica no asegura que los estados alcancen ganancias colectivas; la
interdependencia también supone vulnerabilidad y el riesgo de ser “el pardillo”, que si
es explotado se convertirá en un foco de conflicto en lugar de una fuente de
cooperación.

Teoría crítica de la estrategia de la seguridad colectiva.


La transformación de la identidad y de los intereses mediante una “evolución de
la cooperación” se enfrenta a dos límites importantes:

1. El proceso es aditivo y lento. Los objetivos de los actores en estos procesos


suelen ser conseguir ganancias conjuntas dentro de un contexto relativamente
estable y, por lo tanto, es poco probable que se adentren en reflexiones
substanciales sobre cómo modificar los parámetros de ese contexto y también
es poco probable que se persigan políticas diseñadas específicamente para
generar esos cambios.
2. e la historia de la evolución de la cooperación presupone que los actores no se
identifican entre ellos de forma negativa. Los actores deben preocuparse
principalmente de las ganancias absolutas; dependiendo de la medida en que
la antipatía y la desconfianza les llevan a definir su seguridad en términos
relativistas, en esa misma medida será duro aceptar la vulnerabilidad que lleva
a la cooperación. Esto es importante porque es precisamente este “equilibrio
central” en el sistema de estados el que parece sufrir a menudo con este
pensamiento competitivo.

La elección excepcional y consciente de transformar o de superar papeles


(identidades) necesita, al menos, dos precondiciones: 1) Tiene que haber una razón
para pensar sobre uno mismo en nuevos términos; 2) Los costes esperados del
cambio de papel internacional (las sanciones impuestas por aquellos con los que se
interactuó con papeles anteriores) no pueden ser mayores que las recompensas.
Cuando se dan estas condiciones, los actores pueden emprender la autorreflexión y la
práctica diseñada específicamente para transformar sus identidades y sus intereses y,
así “cambiar los juegos” en los que estaban implicados.
Ejemplo de cómo o los estados pueden transformar un sistema de seguridad
competitiva en uno de seguridad cooperativa, dividiendo este proceso de
transformación en cuatro etapas:

1. La primera etapa de la transformación internacional es la crisis del consenso


sobre los compromisos identitarios. En el caso soviético, los compromisos
identitarios se centraban en la teoría leninista sobre el imperialismo, que afirma
que las relaciones entre estados capitalistas y socialistas son conflictivas en sí
mismas, y en las alianzas que esta creencia generaba. Hubo varios factores
(que redujeron los costes estrenos del cambio d papel) en los 80 que allanaron
el camino a una transición radical de liderazgo y a la consiguiente
“descongelación de los esquemas de conflicto” en lo que se refiere a las
relaciones con Occidente.
2. La ruptura del consenso posibilita la segunda etapa consistente en el examen
crítico de viejas ideas sobre el yo y el otro y, por extensión, de las
estructuras de interacción en las que se basaban estas ideas. En periodos

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de relativa estabilidad de papeles identitarios, puede que las ideas y las


estructuras se ratifiquen y, por lo tanto, que sean tratadas como cosas que
existen independientemente de la acción social. Si es así, esta segunda etapa
es una etapa de desnaturalización, de identificación de las prácticas que
reproducen ideas aparentemente inevitables sobre el yo y el otro; es una forma
de teoría “crítica”. El resultado de esta crítica debería ser la identificación de
“posibles yoes” nuevos y nuevas aspiraciones. Gorbachov quiere liberar a la
Unión Soviética de la lógica social coercitiva de la guerra fría y emprender
junto a Occidente una cooperación de largo alcance. Rechaza la creencia
leninista sobre el conflicto de intereses y, más importante, reconoce el papel
crucial que las prácticas agresivas soviéticas jugaron en este conflicto.
3. Este replanteamiento facilita el comienzo de una tercera etapa con prácticas
nuevas. No basta con replantearse las ideas sobre el yo y el otro, ya que las
identidades antiguas han sido sostenidas por sistemas de interacción con otros
actores, cuyas prácticas continúan siendo un hecho social para el agente
transformador. A menudo, para poder cambiar el yo es necesario cambiar
las identidades y los intereses de los otros que ayudan a mantener esos
sistemas de interacción. El medio para inducir este cambio es la propia
práctica, y, en concreto, la práctica del “altercasting”: una técnica de control
entre actores en la que ego utiliza técnicas de autopresentación y de control
del escenario intentando encuadrar las definiciones de alter de las situaciones
sociales, de tal modo que va creando el papel que ego desea que alter
represente . De hecho, con esta práctica, ego intenta inducir a alter a adoptar
una nueva identidad tratando a alter como si ya tuviese esa identidad.

WENDT, Alexander, “Social Theory of International Politics”.


En principio, las estructuras hobbesianas, lockeanas y kantianas podrían estar
constituidas enteramente por ideas privadas, pero en la práctica generalmente están
constituidas por ideas compartidas.
Siguiendo a Hobbes, los estudiosos de la tradición realista han tendido a
argumentar que las ideas compartidas solo pueden ser creadas por una autoridad
centralizada. Dado que en la anarquía no existe tal autoridad, los estados deben
asumir lo peor de las intenciones de los demás, que otros violarán las normas tan
pronto como les interese hacerlo, lo que obliga incluso a los estados amantes de la
paz a jugar políticas de poder. Cualquier idea compartida que surja será frágil y fugaz,
sujeta a cambios potencialmente violentos con cambios en la distribución del poder. La
única idea compartida que puede ser estable en tales condiciones es que "la guerra
ocurre en cualquier momento", pero para los realistas esto es simple prudencia, no
cultura.
La cultura (conocimiento compartido) no es lo mismo que sociedad
(cooperación); el conocimiento compartido y sus diversas manifestaciones (normas,
reglas, etc.) son analíticamente neutrales con respecto a la cooperación y el conflicto.
La lógica hobbesiana puede ser generada por ideas profundamente
compartidas, y la lógica kantiana solo por ideas débilmente compartidas. Cada lógica
de la anarquía es múltiplemente realizable: se puede alcanzar el mismo efecto a través
de diferentes causas:

3er Los actores se La mayoría de los Los estados


grado identifican con las estados cumplen aceptan como
expectativas de con sus normas legítimas las
Grado de los demás, porque las afirmaciones que
internalización relacionándose aceptan como hace sobre su
con ellos como legítimas, porque comportamiento.

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cultural. parte de sí se identifican con Los estados se


mismos. Sólo con ellas y quieren identifican entre sí,
este grado de cumplirlas. Los viendo la seguridad
internalización Estados de los demás como
una norma mantienen el statu literalmente la suya
construye quo no solo a propia. Los límites
realmente nivel de cognitivos del Yo
agentes. Debido comportamiento, se amplían para
a que es sino también de incluir al Otro; El yo
constitutivo de su intereses, y como y el otro forman
identidad, a su tales son ahora una única "región
vez, los actores actores más cognitiva". Esta
ahora tienen un plenamente identidad crea
interés en la autorregulados. intereses
norma que antes Los Estados colectivos, lo que
no tenían. Su tienen intereses significa que no
comportamiento de statu quo que solo las elecciones
es interesado, los inducen a de los actores son
pero no "egoísta". restringir su propio interdependientes
Por tanto, la comportamiento y sino también sus
calidad de su cooperar cuando intereses.
cumplimiento se ven
será alta, al igual amenazados
que su desde el exterior
resistencia al que el sistema es,
cambio normativo por tanto, en parte
(siguen las un sistema de
normas porque ayuda al otro.
piensan que son
legítimas y, por lo
tanto, quieren
seguirlas).

2do Los actores Los estados Los estados siguen


grado obedecen las cumplen con las sus normas por
normas culturales normas de razones de interés
porque piensan soberanía porque individual y, por lo
que es en su piensan que tanto, no necesitan
propio interés; promoverán algún ser coaccionados
ven una ventaja interés dado para cumplir contra
en el exógenamente, su voluntad. Su
cumplimiento al como la seguridad comportamiento
promover un o el comercio. Acá refleja un cálculo
interés dado se reduce la puramente
exógenamente y, incertidumbre instrumental sobre
como tal, su frente a los si el cumplimiento
actitud hacia la equilibrios promoverá
norma es múltiples y intereses
instrumental permite a los exógenos. la
(aunque aceptan estados coordinar amistad es una
significados sus acciones estrategia, un
compartidos), sobre resultados instrumento, que
usándola para mutuamente los Estados eligen
sus propios fines. beneficiosos. La para obtener

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Los actores no violación de la beneficios para sí


tienen un interés norma sigue mismos como
intrínseco en siendo una opción individuos. No hay
cumplir con las activa en el árbol identificación del
normas y, en esa de decisiones, y Yo con el Otro, no
medida, todavía los estados están se equiparan los
las experimentan realizando intereses
como cálculos continuos nacionales con los
restricciones sobre si elegirla intereses
externas. sería de su internacionales, no
interés. La hay sacrificio por el
institución de la grupo, excepto
soberanía es solo cuando sea
un objeto más en necesario para
el entorno que realizar sus propios
distribuye costos y intereses exógenos
beneficios.

1er Un actor sabe Los estados Los Estados tienen


grado cuál es la norma, cumplen con las el deseo de violar
pero la cumple normas de las reglas.
sólo porque se ve soberanía porque
obligado a se ven obligados
hacerlo, a hacerlo por el
directamente o poder superior de
por la amenaza otros. Este poder
de cierto castigo podría ejercerse
inmediato que lo directa o
obligaría. No está indirectamente
motivado para (por el equilibrio
cumplir por su de poder por
propia voluntad, ejemplo), debido a
ni cree que que los estados
hacerlo sea en su no quieran cumplir
propio interés. por sí mismos ni
lo ven como parte
de su propio
interés. Los
Estados tienen
intereses
revisionistas hacia
la soberanía de
los demás.
Aunque
"compartida" en el
sentido de
"comúnmente
conocido", la
institución de la
soberanía no es
compartida en el
sentido de
"aceptada"

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Hobbesiana Lockeana Kantiana

Grado de sociedad (cooperación)

Conclusión del cuadro:

 Ninguna estructura es fácil de cambiar, pero una cultura hobbesiana que


construye estados como enemigos será mucho más resistente que una en la
que las ideas compartidas importan tan poco como dicen los realistas.
 la cultura kantiana cuestiona dos supuestos centrales de la problemática de la
anarquía: nuestra comprensión tradicional de "anarquía" y "estado". Un rasgo
distintivo de la anarquía kantiana es un estado de derecho al menos de facto,
que limita lo que los estados pueden hacer legítimamente para promover sus
intereses. La aplicación de estos límites no está centralizada, lo que puede
reducir la seguridad y la rapidez con que se castigan las violaciones, pero
mientras la mayoría de los estados los hayan internalizado, se considerarán
una limitación legítima de sus acciones y se harán cumplir colectivamente. Y
dado que la restricción legítima o el poder es la base de la "autoridad", esto
plantea la intrigante posibilidad de que lo que crea la cultura kantiana sea una
autoridad descentralizada.
 El concepto de cultura es analíticamente neutral entre conflicto y cooperación.
 Sin duda, la alta tasa de mortalidad de la cultura hobbesiana crea incentivos
para crear una cultura lockeana, y la continua violencia de esta última,
particularmente a medida que las fuerzas de destrucción mejoran en respuesta
a su lógica competitiva, crea incentivos a su vez para pasar a una cultura
kantiana. Pero no existe una necesidad histórica, ninguna garantía, de que los
incentivos para el cambio progresivo superen las debilidades humanas y los
incentivos compensatorios para mantener el status quo. El paso del tiempo
puede simplemente profundizar las malas normas, no crear buenas.
 Con cada cultura internacional "superior", los estados adquieren derechos - a la
soberanía en el caso de Locke, a la libertad de la violencia y la seguridad en el
kantiano - que detestarían renunciar, sean cuales sean las nuevas instituciones
que puedan crear en el futuro. Este proceso puede no sobrevivir a choques
exógenos, como la invasión (la invasión bárbara de Roma), o una revolución en
la constitución interna de los estados miembros (las revoluciones
estadounidense y francesa). Pero con respecto a su dinámica endógena, el
argumento sugiere que la historia de la política internacional será
unidireccional: si hay algún cambio estructural, será históricamente progresista.

La probabilidad de que se realice cualquier posibilidad depende de las ideas y


los intereses que constituyan. Quinientas armas nucleares británicas son menos
amenazantes para los Estados Unidos que cinco norcoreanas debido a la
comprensión compartida que las sustenta. Lo que da sentido a las fuerzas de
destrucción son las "relaciones de destrucción" en las que están incrustadas: las ideas
compartidas, ya sean cooperativas o conflictivas, que estructuran la violencia entre los
estados. Estas ideas constituyen los roles o términos de individualidad a través de los
cuales interactúan los estados. Pero la diferenciación funcional en la vida social se
basa en gran parte en la diferenciación de roles, y los roles pueden ser asimétricos o
simétricos. El papel de "enemigo", por ejemplo, constituye identidades a pesar de que
los enemigos son funcionalmente equivalentes.
No se puede especificar a priori ninguna relación necesaria entre las fuerzas y
la relación de destrucción, entre la naturaleza y la cultura. En algunos casos las
condiciones materiales son decisivas, en otros serán ideas. A veces puede haber un
equivalente internacional de un "incendio en un hotel" que elimina efectivamente un

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papel significativo para las ideas, pero en la mayoría de los casos serán las ideas las
que den sentido a las condiciones materiales y no al revés.
La comprensión compartida sobre la violencia varía de lo general (matar o ser
asesinado) a lo específico (usar banderas blancas para rendirse). Si bien cada uno
puede estudiarse individualmente, mi propuesta, adaptada de Bull and Weight, es que
tienden a agruparse en tres culturas con lógicas y tendencias distintas, Hobbesiana,
Lockeana y Kantiana. Trataré estas culturas como tipos ideales, aunque creo que las
tres han sido creadas en diferentes momentos y lugares en la historia internacional: no
pretendo que agoten las posibles formas de anarquía, solo que son particularmente
sobresalientes.
Un aspecto clave de cualquier forma cultural es su estructura de roles, la
configuración de la posición del sujeto que las ideas compartidas ponen a disposición
de sus titulares. Las posiciones de los sujetos están constituidas por representaciones
de sí mismo y de otros tipos particulares de agentes relacionados de maneras
particulares, que a su vez constituyen la lógica y los requisitos de reproducción de un
sistema cultural distinto (escuelas, iglesias, organizaciones políticas, etc.). La
reproducción de estos sistemas solo ocurre cuando las personas reales desempeñan
los roles, pero dado que diferentes personas pueden ocupar el mismo puesto con el
tiempo y realizarlo de diferentes maneras, los roles no pueden reducirse a individuos.
Los roles son atributos de estructuras, no de agentes.
Aunque en la mayoría de las culturas los roles están funcionalmente
diferenciados, la anarquía hace que sea difícil mantener la asimetría de roles hasta
que se mitigue el problema de la violencia, por lo que propongo que en el núcleo de
cada tipo de anarquía haya una sola posición: en las culturas hobbesianas es
"enemigo" en las lockeanas "rival" y en las kantianas "amigo". Cada uno implica una
postura u orientación distinta del Ser hacia el Otro con respecto al uso de la violencia,
que puede realizarse de múltiples maneras a nivel micro. La postura de los enemigos
es de adversarios amenazadores que no observan límites en su violencia entre ellos;
el de los rivales es uno de los competidores que usarán la violencia para promover sus
intereses pero se abstendrán de matarse entre ellos; y el de amigos es uno de los
aliados que no usan la violencia para resolver sus disputas y trabajar en equipo contra
las amenazas de seguridad.
La estructura y las tendencias de los sistemas anárquicos dependerán de cuál
de nuestros tres roles - enemigo, rival y amigo - domine esos sistemas, y los estados
estarán bajo la presión correspondiente para internalizar ese papel en sus identidades
e intereses.

La cultura hobbesiana.
Los enemigos se encuentran en un extremo de un espectro de relaciones de
roles que rigen el uso de la violencia entre el Ser y el Otro, distinto en especie de los
rivales y amigos. Los enemigos están constituidos por representaciones del Otro como
un actor que (1) no reconoce el derecho del Ser a existir como un ser autónomo, y por
lo tanto (2) no limitará voluntariamente su violencia hacia el Ser.
Un enemigo no reconoce el derecho del Ser a existir como un sujeto libre en
absoluto, y por lo tanto busca "revisar" la vida o libertad de este último (llame a esto
revisionismo "profundo"). Por el contrario, se cree que un rival reconoce el derecho del
Ser a la vida y la libertad, y por lo tanto busca revisar solo su comportamiento o
propiedad (revisionismo "superficial"). La violencia entre enemigos no tiene límites
internos; cualesquiera que sean los límites se deben únicamente a capacidades
inadecuadas (un equilibrio de poder o agotamiento) o la presencia de una restricción
externa (Leviatán). Este es el tipo de violencia que se encuentra en un estado de
naturaleza. La violencia entre rivales, en cambio, es autolimitada, limitada por el
reconocimiento del derecho de los demás a existir. Este es el tipo de violencia
característico de la "civilización".

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Es importante enfatizar que este concepto no implica nada sobre si las


imágenes enemigas están justificadas. Algunos enemigos son "reales", ya que el Otro
realmente amenaza existencialmente al Ser, como lo hicieron los nazis con los judíos,
y otros son "quimeras", como lo fueron los judíos para los nazis. Esta diferencia puede
afectar la dinámica de la enemistad y si se puede superar, pero no afecta la realidad
de las culturas hobbesianas. Real o imaginado, si los actores piensan que los
enemigos son reales, entonces son reales en sus consecuencias.
Representar al Otro como enemigo tiende a tener al menos cuatro
implicaciones para la postura y el comportamiento de la política exterior de un estado,
lo que a su vez genera una lógica particular de interacción:

1. Los estados tenderán a responder a los enemigos actuando como


revisionistas profundos, es decir, intentarán destruirlos o conquistarlos.
Esto no significa necesariamente que sus intereses sean revisionistas;
un estado podría tener intereses de status quo, pero la amenaza del
enemigo lo obliga a comportarse "como si" fuera un revisionista
profundo, según el principio de "matar o ser asesinado".
2. La toma de decisiones tenderá a descontar mucho el futuro y se
orientará hacia el peor de los casos. Las posibilidades (negativas) en
lugar de las probabilidades dominarán, lo que reduce la probabilidad de
reciprocar cualquier movimiento cooperativo realizado por el enemigo.
3. Las capacidades militares relativas serán vistas como cruciales.

La enemistad le da a las capacidades un significado particular, que no deriva de sus


propiedades intrínsecas ni de la anarquía como tal, sino de la estructura de la relación
de roles.
A medida que más y más miembros de un sistema se representan como
enemigos, eventualmente se alcanza un "punto de inflexión" en el que estas
representaciones se hacen cargo de la lógica del sistema. En este punto, los actores
comienzan a pensar en la enemistad como una propiedad del sistema y no solo como
actores individuales, por lo que cayeron obligados a representar a todos los demás
como enemigos simplemente porque son parte del sistema. El resultado es una lógica
de interacción basada más en lo que los actores saben acerca de sus roles que en lo
que saben unos de otros, lo que les permite predecir el comportamiento de los demás
sin conocer sus "mentes". Esto a su vez genera patrones emergentes de
comportamiento a nivel macro.
En la lógica de la anarquía hobbesiana la supervivencia depende únicamente
del poder militar, lo que significa que los aumentos en la seguridad de A
necesariamente reducen la de B, que nunca puede estar seguro de que las
capacidades de A sean defensivas. La seguridad es un asunto profundamente
competitivo, de suma cero, y los dilemas de seguridad son particularmente agudos, no
por la naturaleza de las armas, el equilibrio ofensivo-defensa, sino por las intenciones
atribuidas a otros. Incluso si lo que los estados realmente quieren es seguridad en
lugar de poder, sus creencias colectivas los obligan a actuar como si estuvieran
buscando poder. Esta estructura genera cuatro "tendencias", patrones de nivel macro
que se realizarán a menos que estén bloqueados por fuerzas compensatorias:

1. La guerra endémica e ilimitada: mientras los estados se representen


colectivamente en términos hobbesianos, la guerra puede literalmente "ocurrir
en cualquier momento".
2. La eliminación de actores "no aptos": aquellos que no están adaptados para
la guerra y aquellos demasiado débiles militarmente para competir.
3. Los estados lo suficientemente poderosos como para evitar la eliminación
equilibrarán el poder del otro. La falta de inhibición y autocontrol en las culturas

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hobbesianas sugiere que los equilibrios de poder allí serán difíciles de


mantener, siendo dominante la tendencia hacia la consolidación.
4. Un sistema hobbesiano tenderá a absorber a todos sus miembros en la
refriega, haciendo que la no alineación o neutralidad sea muy difícil.

Es posible que una anarquía hobbesiana no tenga cultura alguna. Aquí, todo el
conocimiento es privado en lugar de compartido. Es poco probable que esta situación
de puro conocimiento privado dure mucho. Desde el inicio de un Primer Encuentro, los
actores estarán aprendiendo unos de otros y alineando sus expectativas, y también
tendrán un incentivo para comunicarse, aunque solo sea para exigir y concertar la
rendición. El hecho de que no se reconozcan mutuamente el derecho a la vida y la
libertad es, sin embargo, una fuerte restricción para que puedan formar una cultura, ya
que significa que es tan probable que maten al Otro como que compartan ideas con
él.
En esta cultura, los estados han compartido el conocimiento de al menos tres
cosas: (1) que están tratando con otros estados, seres como ellos; (2) que estos seres
son sus enemigos y por tanto amenazan su vida y libertad; y (3) cómo lidiar con los
enemigos: cómo hacer la guerra, comunicar amenazas, organizar rendiciones,
equilibrar el poder, etc. Lo que los estados comparten ahora, en resumen, son las
normas de una cultura de realpolitik, donde la política de poder y la autoayuda no son
solo regularidades de comportamiento, como en la naturaleza, sino un entendimiento
compartido sobre "cómo se hacen las cosas".
El conocimiento compartido que constituye las culturas lockeana y kantiana
está institucionalizado en gran medida en el derecho y los regímenes internacionales,
con las correspondientes manifestaciones a nivel nacional. Por el contrario, la
naturaleza violenta y alienada de la cultura hobbesiana asegura que no es probable
que sus normas se formalicen a nivel sistémico y, de hecho, es posible que sus
miembros ni siquiera las vean como normas, o que ellos mismos formen una cultura.

La cultura lockeana.
La cultura lockeana tiene una lógica diferente a la hobbesiana porque se basa
en una estructura de roles diferente, la rivalidad en lugar de la enemistad. Como
enemigos, los rivales están constituidos por representaciones sobre uno mismo y el
otro con respecto a la violencia, pero estas representaciones son menos
amenazantes: a diferencia de los enemigos, los rivales esperan que los demás actúen
como si reconocieran su soberanía, su "vida y libertad" como un derecho, y por tanto,
no intentar conquistarlos ni dominarlos. Dado que la soberanía estatal es territorial, a
su vez, esto implica el reconocimiento de un derecho a alguna "propiedad" también.
Sin embargo, a diferencia de los amigos, el reconocimiento entre rivales no se
extiende al derecho a estar libre de violencia en las disputas. Además, algunas de
estas disputas pueden estar relacionadas con las fronteras, por lo que la rivalidad
podría implicar cierto revisionismo territorial.
La rivalidad subyacente es el derecho a la soberanía. Los derechos son
capacidades sociales que se confieren a los actores mediante el "permiso" de otros
para hacer ciertas cosas. Un estado poderoso puede tener la capacidad material para
defender su soberanía contra todos los interesados, pero incluso sin esa capacidad,
un estado débil puede disfrutar de su soberanía si otros estados la reconocen como un
derecho. La razón de esto es que una característica constitutiva de tener un derecho
es la autolimitación por parte del Otro, su aceptación del goce del Yo de ciertos
poderes.
Los estados reconocen la soberanía de los demás como un derecho, entonces
podemos hablar de soberanía no solo como una propiedad de los estados
individuales, sino como una institución compartida por muchos estados. El núcleo de
esta institución es la expectativa de que los estados no intentarán quitarse la vida y la
libertad de los demás.

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La rivalidad tiene al menos cuatro implicaciones para la política exterior. Lo más


importante es que, sean cuales sean los conflictos que puedan tener, los estados
deben comportarse de una manera statu quo hacia la soberanía de los demás. La
segunda implicación se refiere a la naturaleza del comportamiento racional. Mientras
que los enemigos tienen que tomar decisiones sobre la base de una alta aversión al
riesgo, horizontes cortos de tiempo y poder relativo, la rivalidad permite una visión más
relajada. La institución de la soberanía hace que la seguridad sea menos "escasa", por
lo que los riesgos son menores, el futuro importa más y las ganancias absolutas
pueden anular las pérdidas relativas. En tercer lugar, el poder militar relativo sigue
siendo importante porque los rivales saben que otros pueden usar la fuerza para
resolver disputas, pero su significado es diferente al que tiene para los enemigos
porque la institución de la soberanía cambia el "equilibrio de amenaza". Finalmente, si
las disputas van a la guerra, los rivales limitarán su propia violencia.
Hasta ahora he hablado de la rivalidad como una relación interpsicológica,
como una unión de creencias subjetivas sobre el Yo y el Otro. Si estas creencias
cambian, también lo hace la rivalidad. Es importante reconocer este nivel en la
estructura de la rivalidad porque las percepciones subjetivas son micro-fundamentos
para las formas culturales. Sin embargo, hay otro nivel macro en la organización de la
rivalidad, en el que "rival" es una posición preexistente en un acervo de conocimiento
compartido que sobreviene sobre las ideas de los estados individuales. Esta es la
rivalidad como representación colectiva. Una vez que la rivalidad adquiera este
estatus, hará atribuciones sobre las "mentes" de los demás basándose más en lo que
saben sobre la estructura que en lo que saben unos de otros, y el sistema adquirirá
una lógica propia. Las prácticas de rivalidad sostienen esta lógica, de manera que si
su frecuencia cae por debajo del punto de inflexión cambiará, pero hasta entonces el
sistema tendrá una macroestructura que se puede multiplicar a nivel micro. Esta
estructura, la "sociedad anárquica" de Bull, genera cuatro tendencias:

1. La guerra se acepta y se restringe simultáneamente. Por un lado, los


estados se reservan y ejercen periódicamente el derecho a utilizar la violencia
para promover sus intereses. La guerra se acepta como algo normal y legítimo,
y podría ser tan común como en la anarquía hobbesiana. Por otro lado, las
guerras tienden a ser limitadas, no en el sentido de no matar a mucha gente,
sino de no matar estados.
2. La guerra limitada sustenta una segunda tendencia, que es que el sistema
tenga una membresía relativamente estable de baja tasa de mortalidad a
lo largo del tiempo.
3. Los estados equilibren el poder: el equilibrio es en realidad más un efecto
del reconocimiento mutuo de la soberanía.
4. La neutralidad o la no alineación se convierta en un status reconocido. Si
los estados pueden resolver sus diferencias, entonces ya no es necesario que
compitan militarmente, ya que ya no existe la amenaza del revisionismo. Puede
ser difícil lograr tal condición mientras los estados sean propensos a la
violencia y los dilemas de seguridad, pero asumiendo que los conflictos pueden
resolverse, la indiferencia mutua es un resultado estable en un sistema de vivir
y dejar vivir.

El primer efecto individualizador de la cultura lockeana es definir los criterios de


pertenencia al sistema, que determina qué tipo de "individuos" tienen posición y, por
tanto, forman parte de la distribución de intereses. Como todos sabemos en el sistema
de Westfalia, sólo los estados tienen tal posición; Es posible que otros tipos de
individuos, ya sean biológicos o corporativos, lo estén obteniendo cada vez más, pero
esto desafía la constitución original de esta cultura y seguirá siendo una lucha larga y
dura.

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El segundo efecto constitutivo de la cultura lockeana es determinar qué tipos de


identidades de tipo se reconocen como individuos. Históricamente, estos criterios se
expresaron en el "estándar de la civilización", un conjunto de normas sistémicas que
requieren que la autoridad política de los estados se organice a nivel nacional de cierta
manera, es decir, como la autoridad jerárquica, burocrática y (inicialmente) cristiana y
monárquica de los estados europeos. Al igual que con otras identidades de tipo, como
ser "zurdo", esta estructura interna está arraigada en características intrínsecas de los
actores materiales y, como tal, es constitucionalmente exógena al sistema
internacional (un estado puede ser democrático por sí mismo), pero su significado
social y las consecuencias son endógenas.
La tercera forma en que la cultura lockeana constituye a los estados como
individuos se relaciona con sus identidades colectivas o sociales. Esta identidad social
importa porque facilita la acción colectiva contra los forasteros; cuando el grupo se ve
amenazado, sus miembros se verán a sí mismos como un "nosotros" que necesita
actuar colectivamente, como un equipo, en su defensa. Lo que hace la cultura
lockeana plenamente internalizada, en otras palabras, es dar a sus miembros un
sentido expandido del Yo que incluye al grupo, y esta conciencia grupal a su vez crea
una capacidad rudimentaria para ayudar a los demás, no solo en el sentido pasivo de
autoayuda.
Esto se relaciona con el efecto final de la cultura lockeana, que está en una
escena para oscurecer los tres efectos precedentes y, en cambio, constituye los
estados como individuos "posesivos". Considero que esto es un efecto sobre las
identidades de roles de los estados y es la base clave para la rivalidad.
La cultura kantiana.
La cultura kantiana se basa en una estructura de roles de amistad. La amistad
es una estructura de roles dentro de la cual los estados esperan que los demás
observen dos reglas simples: (1) las disputas se resolverán sin guerra o sin la
amenaza de guerra (la regla de la no violencia); y (2) lucharán como un equipo si la
seguridad de alguien es amenazada por un tercero (la regla de ayuda mutua). Cabe
señalar tres puntos sobre estas reglas:

1. Las reglas son independientes e igualmente necesarias. La no violencia


podría, en principio, ir acompañada de indiferencia hacia el destino del Otro
(como cuando las partes acuerdan "vivir en paz pero seguir caminos
separados"), mientras que la fuerza mutua y contra los forasteros podría ir
acompañada de la fuerza dentro de la relación (como en el "cuidado" del
marido que golpea a su esposa pero la protege de la violencia de otros
hombres). La amistad existe cuando los estados esperan que los demás
observen ambas reglas.
2. La amistad se refiere únicamente a la seguridad nacional y no tiene por
qué extenderse a otras áreas temáticas. La no violencia y la ayuda mutua
imponen límites sobre cómo se pueden manejar otros problemas, pero dentro
de esos límites, los amigos pueden tener un conflicto considerable.
3. La amistad se abre temporalmente, en cuyo aspecto es cualitativamente
diferente de ser "aliados". Los aliados tienen el mismo comportamiento básico
que los amigos, pero no esperan que su relación continúe indefinidamente.

Las dos reglas de la amistad generan las lógicas y tendencias a nivel macro
asociadas con las "comunidades de seguridad pluralistas" y la "seguridad colectiva".
La guerra es siempre una posibilidad lógica entre Estados porque la capacidad de
violencia es inherente a su naturaleza, pero en una comunidad de seguridad pluralista
la guerra ya no se considera una forma legítima de resolver disputas. Esto no evita
que surjan conflictos, pero cuando surgen se manejan mediante negociación, arbitraje
o los tribunales, incluso cuando el costo material de la guerra para una o ambas partes
puede ser bajo.

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Una forma de pensar en la diferencia entre una comunidad de seguridad


pluralista y un sistema de seguridad colectiva es que la primera se refiere a las
disputas dentro de un grupo, mientras que la segunda se refiere a las disputas entre
un grupo y personas externas (ya sean no miembros o antiguos miembros que hayan
renunciado a las normas del grupo). La seguridad colectiva se basa en el principio de
ayuda mutua, o "todos para uno, uno para todos": cuando la seguridad de cualquier
miembro del sistema se ve amenazada por la agresión, todos los miembros deben
acudir en su defensa, incluso si su propio individuo la seguridad no está en juego. La
norma es de reciprocidad "generalizada", en la que los actores se ayudan entre sí
incluso cuando no hay un retorno directo o inmediato, como ocurre en la reciprocidad
"específica".

Conclusión.
No existe una "lógica de la anarquía" per se. El mismo término "anarquía" deja
claro por qué debe ser así: se refiere a una ausencia ("sin regla"), no a una presencia;
nos dice lo que no hay, no lo que hay. Es un recipiente vacío, sin significado intrínseco.
Lo que le da sentido a la anarquía son los tipos de personas que viven allí y la
estructura de sus relaciones. la anarquía puede tener al menos tres culturas distintas,
hobbesiana, lockeana y kantiana, que se basan en diferentes relaciones de roles,
enemigo, rival y amigo. Estas estructuras y roles se ejemplifican en las
representaciones estatales del Yo y el Otro (identidades de roles) y las prácticas
subsiguientes, pero es en el nivel macro, relativamente autónomo de lo que los
estados piensan y hacen, donde adquieren lógicas y tendencias que persisten en el
tiempo.
Las estructuras más importantes en las que se insertan los estados están
hechas de ideas, no de fuerzas materiales. Las ideas determinan el significado y el
contenido del poder, las estrategias mediante las cuales los estados persiguen sus
intereses y los propios intereses. (Tenga en cuenta que esto no quiere decir que las
ideas sean más importantes que el poder y el interés, sino que las constituyen.

CUADRO, Mariela. “El posestructuralismo en las Relaciones Internacionales: una


perspectiva alternativa”.

⚠ Lo que se trata es de poner fin a la oposición materialismo/idealismo y señalar que


el discurso tiene efectos materiales, ya que es constitutivo de la realidad y no su mero
reflejo. Así, sin quitarle importancia a factores como el militar y el económico, esta
corriente considera de fundamental importancia analizar los discursos políticos,
académicos y de personajes ligados a los procesos de tomas de decisiones, pues
éstos, por un lado, construyen realidad (son performativos) y, por otro, dan cuenta de
determinada estructura de relaciones de poder, de ciertos modos de ejercicio del
poder.

La construcción de identidades y otredades es uno de los temas centrales del


posestructuralismo o posmodernismo. Las críticas que estos autores antipositivistas
efectúan contra las corrientes hegemónicas en RRII son fundamentalmente de
carácter teórico-ontológico y apuntan a desnaturalizar los supuestos sobre los que la
disciplina se sostiene, llamando la atención sobre el poco desarrollo teórico de ciertos
conceptos importantes. Los autores posestructuralistas no buscan mostrar la verdad o
falsedad de las proposiciones que critican, sino los “regímenes de veridicción” que
permiten que estas se formen, es decir, el conjunto de reglas que permiten, con
respecto a un discurso dado, establecer cuáles son los enunciados que podrán
caracterizarse en él como verdaderos o falsos.

Ha sido precisamente la insistencia de los posmodernos en el análisis del


discurso uno de los blancos de ataques de los defensores de la disciplina. Frente al

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carácter de constructor de realidad que los posmodernos le otorgan al discurso, los


positivistas lo piensan como una mera manifestación (retórica) o reflejo de la realidad
que ya está dada, a la espera de que el conocimiento devele sus verdaderos
mecanismos.

Contexto de emergencia.

La emergencia del posestructuralismo en las RRII puede ser situada en el


marco del largo proceso que derivó en el fin de la Guerra Fría. El punto final del
conflicto entre EE.UU. y la URSS supuso la victoria de Occidente por sobre Oriente, la
instauración de un orden unipolar y la consiguiente imposición del neoliberalismo en
gran parte del mundo. El neoliberalismo no sólo se presentaría como un modelo
económico, sino que también supondría modos de construcción de subjetividades y
configuraciones de relaciones sociales bien específicas. El proceso de globalización
cobró tal velocidad que se convirtió en un fenómeno del todo novedoso. Esto trajo
como consecuencia, asimismo, la pérdida relativa de poder de los Estados como
actores internacionales y consiguientemente una multitud de actores no estatales
comenzaron a gravitar con fuerza en el plano internacional.

Lo que se había globalizado era el modo de ejercicio del poder liberal. Buena
parte de la corriente posmodernista apuntó sus miradas a dos autores que habían
hecho del liberalismo su centro de atención: Carl Schmitt y Michel Foucault. La
utilización de estos dos autores por los posmodernistas buscaría reflexionar en torno
del discurso liberal y su modo de ejercicio del poder asociado, siguiendo una
preocupación central en estos análisis: las de la relación del saber con el poder.

Características.

El posestructuralismo en las RRII no se define a sí mismo como una “corriente”,


término que supone cierta homogeneidad que los propios autores que forman parte de
ella rechazan. Más bien es definido como un conjunto de prácticas intelectuales que
utilizan diversos instrumentos conceptuales, metodológicos y de perspectivas como
ser la genealogía, el deconstruccionismo, la semiótica, la teoría psicoanalítica
feminista, la intertextualidad. El posestructuralismo procura derribar todas aquellas
afirmaciones y relaciones que se encuentran naturalizadas, dando cuenta de que
éstas son producto de sistemas específicos de producción de conocimiento y, por lo
tanto, de circunstancias históricas específicas. Todo esto plantea una crítica del
discurso académico hegemónico en las RRII.

Esta crítica apunta a los supuestos intelectuales del racionalismo y del


positivismo occidental sobre los que este último se basa. En este contexto, una
cuestión central es la crítica a la separación entre sujeto y objeto de conocimiento.
Según esta concepción positivista, el objeto estudiado sería portador de una verdad y
la función del investigador sería la de descubrirla. El posmodernismo rechaza esta
idea y postula, en cambio, una relación de inseparabilidad entre el sujeto y el objeto de
conocimiento; este último es pensado como un texto cuyo significado ya ha sido
interpretado. El sujeto, por su parte, es también producto. De esta manera, el
investigador atravesado por una multiplicidad de preconcepciones características del
contexto histórico en el que vive, trabaja sobre interpretaciones que ya han sido
realizadas.

Así, el discurso pasa a ocupar un lugar fundamental en el conocimiento,


destacándose su carácter performativo. Esto significa que el discurso no refleja la
realidad, sino que la construye. La objetividad es, de este modo, imposible y, por lo
tanto, también lo es la ciencia en su versión positivista. Este análisis del discurso

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apunta tanto al discurso de la disciplina como a aquél cuyos portadores son los
funcionarios que participan en los procesos de decisiones y su relación con la
construcción de la identidad internacional.

Posmodernismo y constructivismo.

El posmodernismo y el constructivismo tienen muchos elementos en común.


Ambos hacen foco en la cuestión de la construcción de significado y de identidades y
le otorgan un papel destacado al lenguaje en sus investigaciones. Ambos sostienen la
idea de un mundo construido por la interacción de los hombres en circunstancias
determinadas, así como de que el conocimiento es socialmente construido y, por lo
tanto, ambos son antipositivistas.

Sin embargo, ambos enfoques presentan ciertas diferencias. De algún modo, la


postura de los posmodernistas es radical. La consecuencia lógica que derivan de sus
premisas es la de la imposibilidad de la ciencia y de la verdad. No existe la verdad, tan
sólo interpretaciones cuyo carácter hegemónico se encuentra más ligado a relaciones
de poder vigentes en el momento de aparición y dominio de dicha “verdad”. Los
constructivistas, por su parte, si bien acuerdan con las premisas, se niegan a
abandonar el concepto de ciencia e incluso aquel de verdad. El punto medio que
encuentran, no sin cierta incomodidad, es la conservación de una noción de verdad a
la que pueden aproximarse, pero nunca alcanzar.

Posestructuralismosmos- Foucault y Schmitt.

La “guerra global contra el terror” dio un nuevo impulso a esta perspectiva de


análisis y emergieron en su interior dos conjuntos de autores que, a pesar de compartir
varios puntos entre sí, tienen marcadas diferencias. Por un lado, aquellos autores que
han tomado en concepto de biopolítica de Foucault y lo han utilizado para pensar la
política mundial y, por otro lado, aquellos otros que se han basado en Schmitt para
pensar el liberalismo global y la guerra global como guerra liberal en particular.

Foucault desarrolla el concepto de biopoder, entendido como una tecnología de


poder, en contraposición al de poder soberano. Si esta última tecnología se basaba en
el derecho del soberano de “hacer morir y dejar vivir”, la biopolítica se tratará de “hacer
vivir y dejar morir”. Es decir que en lugar de reprimir se tratará de administrar,
multiplicar, controlar y regular la vida de la población. Esta última, entendida como
conjunto de procesos naturales, será el principal objeto de esta tecnología de poder.
De esta manera, este tipo de poder será un poder expansivo, que intentará incorporar
a su gestión a la totalidad de los individuos, no sólo en tanto tales, sino en tanto
especie biológica. Y esta incorporación será posible sólo a través de una intervención
permanente sobre esta vida que se trata de gestionar a fin de aumentar y organizar las
fuerzas que somete.

Biopolítica y liberalismo se encuentran fuertemente relacionados, funcionando


el segundo como el marco al interior del cual se inscribe la primera. Foucault afirma
que la burguesía liberal aspirará a la universalidad a través de la noción de nación.
Esta noción funcionará de modo tal de incorporar a los distintos elementos de la
sociedad en una unidad (el Estado-nación). De esta manera, renegará de la idea de
que la sociedad está dividida y planteará, por el contrario, la idea de una sociedad
unitaria. Así, los enemigos ya no se presentarán como enemigos políticos para uno de
dos bandos en conflicto, sino como enemigos de la sociedad toda. Y ya no serán
enemigos políticos, sino por el contrario, peligros biológicos internos (que ponen en
peligro la vida de la sociedad) que habrá que eliminar. Lo que se pone en evidencia es

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la finalización, por parte del discurso burgués, de un modo binario de comprensión de


la sociedad por un modelo de inclusión masivo.

El objetivo fundamental de la biopolítica será acompañar fenómenos que serán


concebido como naturales: asegurar la seguridad de esos fenómenos naturales que
son los procesos económicos o los procesos intrínsecos a la población. Por lo tanto, la
seguridad ya no pasará únicamente por la protección, sino por el mejoramiento de
estos procesos naturales. Se trata de una seguridad-marco que permita que el
proceso vital de la sociedad en su conjunto se desenvuelva sin tropiezos. Y ligado a
estas cuestiones, un elemento fundamental será la libertad; no la libertad como
derecho frente a los abusos del soberano, sino la libertad como condición necesaria
para el correcto funcionamiento de este nuevo tipo de gobierno neoliberal. Los autores
posmodernistas encuentran la fundación del correlato en el compromiso liberal de
“hacer vivir”; la vida, como parte componente de la biopolítica, ocupa, por tanto, un
lugar fundamental en estos estudios.

La seguridad no debe ser pensada como un momento de excepción, sino como


formando parte de la “normalidad”. De este modo, libertad y seguridad se presentan
como una dupla que se implica mutuamente, puesto que la segunda apunta
justamente a posibilitar el despliegue de la primera. En este sentido, la seguridad
biopolítica no es entendida en términos represivos, sino con el objetivo de multiplicar,
mejorar un cierto tipo de vida cuya particularidad no es reconocida.

En este marco, las guerras en nombre de la democracia liberal y la teoría de la


paz democrática que las acompañan pueden ser entendidas no como un mero recurso
retórico para justificar acciones inconfesables, sino como modos estratégicos de
ejercicio del poder. El discurso universalista, entonces, tomará toda la fuerza
elevándose el racismo al lugar del mecanismo fundamental para el ejercicio del poder
soberano de matar. La muerte del otro, de aquel que no debe vivir, se convierte en una
condición para el mejoramiento de la propia vida. De esta manera, la guerra global con
sus enemigos cuyo exterminio se presenta como necesario, fue pensada como la
guerra liberal por excelencia.

La seguridad para los teóricos de la biopolítica es una noción que no emerge


en momentos excepcionales, sino que más bien forma parte de la “normalidad” de la
tecnología de poder. El estado de excepción, señalado por Schmitt, plantea, por el
contrario, una separación entre lo normal y lo excepcional. En efecto, éste es definido
como aquella decisión soberana que suspende la norma a fin de procurar su
restitución. Al tiempo que se impone, el estado de excepción pone en evidencia al
soberano, ya que éste es definido como aquel que puede decretarlo.

La utilización de Schmitt es a partir de una lectura que hace foco en la cuestión


discursiva. De este modo, uno de los puntos privilegiados que estos autores retomarán
será su crítica al concepto de humanidad y a su uso político. Schmitt llamó la atención
sobre la utilización por parte del liberalismo del concepto de humanidad en nombre del
cual comenzaban a justificarse intervenciones internacionales. Por un lado, llevar
adelante guerras en nombre de la humanidad suponía postular al enemigo ya no como
un enemigo real con quien era factible negociar luego de haberlo debilitado, sino
postularlo como un enemigo absoluto, inhumano, al que se hacía necesario eliminar.
De aquí se desprendía una transformación de las guerras que, a diferencia de las
existentes durante la era westfaliana (guerras limitadas), podían convertirse en
“guerras de exterminio” (modo en que se postula la guerra global contra el terror). Por
otro lado, el recurso a la humanidad suponía, asimismo, la emergencia del
característico discurso universalista del liberalismo. El liberalismo, en tanto modo de

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ejercicio de poder, ocupará un lugar central: el universalismo liberal busca negar su


carácter político.

Por otra parte, sosteniéndose en la historización del sistema westfaliano (Ius


Publicum Europaeum) y en el concepto de soberanía explicados por Schmitt, los
autores posestructuralistas logran repensar la soberanía en el actual contexto mundial.
En efecto, Schmitt propone la caída del sistema westfaliano de Estados sobre todo a
partir de la emergencia de EE.UU. como potencia mundial. Se centra entonces en el
carácter liberal de la potencia norteamericana y piensa en la novedosa constitución
espacial que traza su emergencia como potencia global: un espacio que no va a ser ya
el espacio cuadriculado del orden europeo (espacio westfaliano con fronteras
trazadas), sino uno abierto y universal. Esta será una característica también
importante para los teóricos de la biopolítica a nivel mundial; para ellos, el modo de
ejercicio del poder liberal se caracterizará por la búsqueda de una inclusión universal,
haciendo a un lado las oposiciones binarias que planteaba el poder soberano. Según
Schmitt, el liberalismo rechaza la política precisamente porque no reconoce su
carácter de particularidad; el “nosotros” del liberalismo es un “nosotros” que procura
integrar a toda la humanidad, un “nosotros” con vocación universalista

RODRÍGUEZ MANZANO, Irene, “En los márgenes de la disciplina: Feminismo y


Relaciones Internacionales”.

La teoría feminista se incorpora a las Relaciones Internacionales en los últimos


años de la década de los ochenta, junto a la sazón de un conjunto de aproximaciones
criticas que no sólo ponen en duda los presupuestos centrales del realismo sino
también la teoría del conocimiento en la que se fundamenta.

Como consecuencia de esta crítica, una profunda escisión epistemológica se


produce en la comunidad científica. En términos muy generales, dicha escisión ubica,
de un lado, a los positivistas, para los que es posible formular verdades sobre las
relaciones internacionales siempre que se sigan los métodos que se han probado
exitosos en el estudio del mundo natural y, de otro, a los postpositivistas, quienes
niegan tal posibilidad y mucho menos a través de la aplicación de tales métodos. Así,
la teoría de las Relaciones Internacionales se implica en en el cuarto debate.

Mientras los enfoques científicos se distinguen fundamentalmente por seguir el


modo causal de análisis de las ciencias naturales, reduciendo la complejidad
ontológica del mundo social a aquellos aspectos que se pueden observar y medir, los
abogados de las aproximaciones interpretativas o hermenéuticas argumentan que el
proceder analítico lo deben guiar los factores que más afectan al comportamiento
humano: creencias, ideas, significados y razones.

La dicotomía entre teorías racionalistas y teorías reflectivistas concentra en una


sola etiqueta la división entre enfoques científicos e interpretativos o hermenéuticos y
el debate entre positivistas y postpositivistas, si bien —frente a tal división y dicho
debate— presenta ciertos matices. La diferencia esencial entre ambos tipos de teorías
es que, en sentido lato, los racionalistas son positivistas, percibiendo, por lo tanto, el
mundo como algo externo al investigador, mientras que los reflectivistas son
postpositivistas. Esta distinción tiene importantes consecuencias sobre el modo en que
la empresa teórica se estructura. Así, los racionalistas, por regla general, defienden la
formulación de proposiciones universales sobre la conducta humana, además de
considerar que esta conducta la determinan fundamentalmente condiciones
materiales, lo que posibilita las comparaciones. Cabe destacar, no obstante, que estas

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teorías son deductivas, a diferencia de los tipos de positivismo previos. En


consecuencia, las teorías racionalistas congruentes con la dilatada tradición positivista
de la disciplina pero no sinónimas de esta tradición. Los reflectivistas, en cambio, son
muy escépticos respecto a este género de teoría, manteniendo que el mundo social es
mucho más complejo que una mera configuración elemental de condiciones materiales
o de parámetros de conducta universales. En particular, lo describen como un proceso
de interacción multidimensional entre seres humanos, cuya ininterrumpida evolución
genera una realidad flexible y siempre cambiante. En esta realidad, hay estándares de
identidad o creencias que pueden diferir radicalmente de acuerdo con el tiempo y el
espacio, lo que, por lo demás, dificulta significativamente el establecimiento de
comparaciones.

En 1988 dos eran los ejes básicos sobre los que giraban las intervenciones
feministas en Relaciones Internacionales: por un lado, mostrar los prejuicios de género
inherentes a las aproximaciones teóricas dominantes y a las agendas de investigación
disciplinarias y, por otro, probar que la incorporación de las mujeres y el género al
análisis del juego internacional modificaría las fronteras teóricas y las ideas
preconcebidas sobre lo que era relevante para explicar, evaluar y comprender dicho
juego.

La teoría feminista de las Relaciones Internacionales es sumamente


heterogénea en orientación y alcance. Aunque no todas las aproximaciones feministas
son teorías críticas, la mayor parte se define como postpositivista. Afines sobre todo a
la facción interpretativa o hermenéutica del cuarto debate teórico, estas
aproximaciones son generalmente escépticas a las metodologías empíricas.
Asimismo, comprometidas por lo común con el potencial emancipador de la teoría,
buscar superar las estructuras de dominio —y, en particular, las estructuras de
desigualdad con base en el género— a través de su mejor comprensión, recelando,
por tanto, en su mayoría del conocimiento ilustrado, al considerarlo un conocimiento
acerca de —y construido por— los hombres.

Las teorías feministas contemporáneas hunden sus raíces en los siglos xvii,
xviii y xix. Mucho antes del movimiento a favor del sufragio femenino, mujeres como
Olympe de Gouges, Mary Wollstonecraft y Harriet Taylor Mill marcaron su época
reivindicando los derechos de las mujeres en nombre de la tradición filosófica liberal.
La idea liberal de igualdad procede de una concepción de la naturaleza humana y de
la sociedad fundamentalmente individualista. De acuerdo con esta premisa, el
liberalismo atribuye derechos específicamente a los individuos, sobre la base de su
capacidad para razonar. Siendo indiferente el fundamento físico de esta capacidad, los
derechos están disponibles en principio para todos los individuos.

El feminismo liberal ha seguido dos itinerarios de análisis en la disciplina:

 Documentar de manera empírica la presencia de la mujer en las relaciones


internacionales y, en particular, su participación en la actividad estatal, la
práctica diplomática o la labor militar. Sobre la base de los datos obtenidos, en
la que su presencia resulta, por lo general, exigua, sus abogados rastrean las
razones de tal situación. Sus conclusiones apuntan a dos factores: por un lado,
a determinados límites sistémicos, esto es, a un conjunto de normas que
restringen las libertades y derechos de las mujeres en distintos niveles y, por
otro, a un proceso socializador y educativo que confina a hombres y mujeres
en ámbitos de actividad diferentes. Para el feminismo liberal, la identificación
de estos factores es la meta inicial de una estrategia destinada a eliminarlos.
 El segundo itinerario reconoce, por el contrario, que las mujeres siempre han
estado presentes en las relaciones internacionales

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Pese a las diferencias que los separan, estos dos segmentos del feminismo
liberal se fundamentan en la misma propuesta epistemológica: empirismo feminista.
Aunque esta propuesta acepta la hipótesis positivista de la separación entre objeto y
sujeto, manteniendo la existencia de un mundo externo al investigador que se puede
descubrir mediante el uso correcto de las herramientas metodológicas —razón, lógica,
observación, medición, verificación y falsificación— heredadas de la Ilustración,
censura el sexismo y el androcentrismo que singularizan a la investigación científica.
El empirismo feminista defiende que es más probable que las mujeres (o las feministas
y los feministas, sean mujeres u hombres), como grupo, obtengan más resultados no
sesgados y objetivos que los hombres (o los no feministas y las no feministas), como
grupo. , la restauración de la objetividad se traduce en la incorporación de un mayor
número de mujeres en las Relaciones Internacionales como objetos de conocimiento
—sistemáticamente excluidas o escasamente presentes en los relatos elaborados por
las lentes deformadoras de observadores (hombres) particulares— y como
conocedoras.

Las criticas que se le hacen a al feminismo liberal se centran básicamente en


su explicita concentración en las mujeres descuidando asi el estudio del género. En
definitiva, el feminismo liberal priva a la investigación de herramientas conceptuales
con las que dar cuenta de problemas estructurales que se encuentran en el núcleo de
las relaciones de poder.

Las críticas suscitadas por el feminismo liberal no pueden enmudecer


su aportación a la expansión de las fronteras disciplinarias y a la creación de un
espacio específico para las cuestiones feministas. A estos resultados también
contribuye el feminismo radical, aunque desde una orientación analítica muy distinta.
Frente a aquel, cuya estrategia puede describirse como la ruta de la igualdad, este
puede representarse como la ruta de la diferencia. A pesar de esta divergencia, los
feministas radicales tienden a coincidir en que los hombres como grupo se distinguen
por su espíritu de dominación, racionalidad y capacidad ejecutora, caracterizándose
las mujeres —como grupo también— por su pacifismo, sensibilidad o empatía. Al
entender que estos valores y cualidades son universales, su discurso —igual que el de
los feministas liberales— hace de la mujer una categoría unificada y homogénea.
Además, algo específico de esta aportación teórica es la valoración que asigna a cada
sexo, presentando los valores y cualidades femeninos —como destaca Birgit Locher—
«como mejores y moralmente superiores a los atributos masculinos».

Los valores y cualidades femeninos —y masculinos— no son, sin embargo, los


únicos elementos discursivos que el feminismo radical califica como universales. Dicha
calificación se confiere también a las relaciones de dominio de los hombres sobre las
mujeres y a la subordinación a que éstas se ven sometidas a causa de dicho dominio.
El origen de estas relaciones se encuentra en el patriarcado, el cual oprime a las
mujeres tanto en la esfera pública como en la privada.

Así pues, aunque ambas aproximaciones apuestan por mejorar la presencia


de las mujeres en las relaciones internacionales, los feministas radicales no justifican
únicamente su apuesta en el hecho de que ambos sexos tienen los mismos derechos.
El motivo fundamental es que las mujeres tienen un punto de vista distinto y
éticamente superior sobre dichas relaciones.

Pero es más, el feminismo radical localiza la política más allá de ubicaciones


tradicionales como el Estado o las organizaciones internacionales. En tal sentido
rechaza la separación entre las esferas pública y privada, considerándola un ejemplo
más de la falsa bifurcación o dicotomía característica de un mundo dominado por el
hombre.

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El punto de vista feminista ha sido objeto de importantes críticas, provenientes,


sobre todo, del feminismo postmoderno y del feminismo postcolonial. Para sus
críticos, al fundamentar el conocimiento en dicha experiencia, presentando a la mujer
como una categoría universal y unificada, impone en la estructura epistemológica la
oposición binaria masculino/femenino, excluyendo otros rasgos de la identidad que
definen a las mujeres.

El feminismo postmoderno hunde sus raíces en el trabajo de autores


postestructuralistas/postmodernos como Michel Foucault, Jacques Derrida o
JeanFrançois Lyotard. A la vez que adopta sus ideas y métodos, se aleja de ellos al
tratar de revelar las estructuras de poder que marginan las voces de las mujeres el
género y lo femenino. Esta aproximación se distancia también del feminismo liberal y
del radical, ambos arraigados en la convicción de que es posible el progreso y la
emancipación del ser humano. 8. Así pues, reacios a cualquier relato de la vida
humana que afirma tener acceso directo a la verdad, los autores postmodernos se
oponen a las teorías que, con base en una epistemología fundacionalista, sostienen
que toda pretensión de verdad —por ejemplo, sobre algún aspecto del mundo— puede
juzgarse como verdadera o falsa. Esta carencia axiomática se debe al carácter no
neutral de la ciencia social, que consideran histórica, cultural, política y, por
consiguiente, parcial. Otorgando especial relevancia y valor a las distintas expresiones
de la identidad y la cultura, el postmodernismo puede distinguirse como una crítica
radical a todas las metanarrativas de progreso y emancipación de los seres humanos,
basadas, en realidad, en la experiencia occidental. En definitiva, la creencia moderna
en las metanarrativas es reemplazada por el énfasis postmoderno en la investigación,
el descubrimiento y/o la aceptación de la alteridad y en la multitud de experiencias y
discursos humanos, sin destacar una voz sobre otra.

Más que buscar verdades universales, el feminismo postmoderno acepta y


celebra la alteridad. En tal sentido, aunque la mujer siga siendo «el otro» y, como tal,
la voz que se margina o silencia cuando se afirma la verdad, sus abogados no
interpretan esta condición —como lo como algo que haya que superar, sino que ponen
de manifiesto sus ventajas: ser «el otro» faculta a las mujeres para mantenerse al
margen y criticar las normas, valores y prácticas que la cultura dominante (el
patriarcado) pretende imponer a todos, incluyendo a los que, como ellas, viven en su
periferia. Este énfasis en el lado positivo de la alteridad es un tema troncal de la
deconstrucción, a través de la cual el postmodernismo busca revelar las premisas,
presuposiciones y prejuicios que subyacen a las teorías que pretenden ser
universales.

Así las cosas, una de las divergencias más significativa entre el feminismo
postmoderno y las aproximaciones feministas consideradas previamente es la
deconstrucción de conceptos preexistentes, incluido el de «mujer». Para los feministas
posmodernos, el hecho de asignar un estatus ontológico a la mujer causa problemas:
hacer uso de ella como un concepto o categoría de análisis presupone efectivamente
que todos los individuos del sexo femenino, independientemente de otros rasgos de su
identidad como la clase o la etnia, conforman un grupo homogéneo, reconocible con
anterioridad al proceso de análisis.

Aunque no existe una definición comúnmente aceptada del término


«postcolonial», dos son con mayor frecuencia los significados otorgados a este
término, ambos, por lo demás, estrechamente vinculados. En primer lugar, el término
remite al «post-colonialismo», una experiencia histórica en la que las antiguas colonias
se liberan de la dominación de sus metrópolis. Así pues, el prefijo «post» implica, en
principio, el fin de las prácticas coloniales. Sin embargo, gran parte de los trabajos

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postcoloniales destacan la manifiesta continuidad de formas de poder coloniales en las


relaciones internacionales contemporáneas.

El postcolonialismo, a pesar de su arraigado prestigio en el ámbito de los


estudios culturales, la teoría literaria y la Sociología, se integra en las Relaciones
Internacionales en los últimos años de la década de los ochenta, cuando las
intervenciones postpositivistas estimulan una actitud más reflexiva en la disciplina. El
carácter universalista, estatocéntrico y a menudo elitista de las Relaciones
Internacionales contrasta con la centralidad que el postcolonialismo otorga al Sur y a
los pueblos marginados, destacando la importancia de la experiencia humana, diversa
e históricamente situada. Ello explica su especial interés por la identidad y la cultura, la
raza y el género, así como por la persistente importancia de las relaciones coloniales
para comprender al (ex) colonizador y al (ex) colonizado. Al respecto, esta corriente
teórica mantiene una estrecha relación con el feminismo, ambos comprometidos con el
ocaso de la opresión con base en el género.

Como los postmodernos, los teóricos postcoloniales mantienen que, en


Relaciones Internacionales, la construcción del «yo» y el «otro» propicia estereotipos
raciales y culturales que denigran al otro —en este caso, los sujetos (ex) colonizados
— como inferior. El feminismo postcolonial —como evidencian las consideraciones que
preceden— no sólo es coetáneo del feminismo postmoderno, sino que ambas
aproximaciones mantienen ciertas similitudes. Junto con las ya mencionadas,
coinciden también en su percepción del modo en que el feminismo occidental concibe
a las mujeres no occidentales y, más allá de la desigualdad de hombres y mujeres,
ponen el acento en las diferencias entre estas últimas.

MARCHAND, Helena y MEZA RODRÍGUEZ “Poscolonialismo/estudios


decoloniales y Relaciones Internacionales”.

Las actividades informales transfronterizas (que se mantienen fuera del ámbito


de competencia de los Estados, asi como de sus legislaciones) son pasadas por alto
por las teorías de las Relaciones Internacionales. Al respecto existen voces que
denotan que esa invisibilidad es el resultado de constelaciones de poder que dan
prioridad a puntos de vista occidentales o eurocéntricos. Las teorías de las RI se
forjaron en un sistema internacional donde las principales potencias marcaban las
pautas en las dinámicas políticas y económicas a nivel mundial. A partir de la creación
de organismos internacionales como la ONU o el Banco Mundial, las voces provenían
básicamente de los Estados, pero de aquellos que pertenencia al Primer Mundo.

Por su lado, el poscolonialismo y los estudios decoloniales argumentan que


tales puntos de vista no necesariamente reflejan las realidades políticas, económicas y
social del Sur Global. Tales estudios tienen como objetivo el descentralizar tales teoría
occidentales dominantes.

Durante gran parte del siglo XX, diversos estudios en ciencias sociales
denotaron una diferencia entre el norte y el sur del globo. Términos como tercer
mundo, periferia o países subdesarrollados eran ocupados comúnmente para la
categorización de los países del sur. Con el desarrollo industrial y economico apoyado
en severos cambios políticos suscitados en algunos países, se consideró por algún
tiempo la categorización de economías emergentes, un nivel intermedio entre ambos
polos de desarrollo. Sin embargo, con el fin de la guerra fría esto cambio, académicos
que trabajan dentro de tradiciones teóricas críticas han incrementado el uso de
conceptos relacionales y no tanto de índole meramente geopolitico.

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El poscolonialismo enmarca a un grupo de estudios, criticas y teorías que


tienen su origen a partir de las distintas independencias que se suscitaron en el siglo
xx debido a los cambios geopolíticos al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Desde
esta perspectiva seseñala que las relaciones de raza, clase o género de la época
colonial no se eliminaron con las independencias, sino que persisten y aún influyen de
manera trascendental enla construccion de las sociedades independientes y, por
entender, en la conformación de las identidades de los individuos.

Uno de los aspectos fundamentales del poscolialismo es la internacionalización


del colonialismo, es decir, como los individuos de sociedades colonizadas han
adoptado en sus formasde vida (lenguaje, identidad, costumbres, organización, etc)
aspecto como el racismo, esclavitud, opresión o violencia.

El otro es uno más de los conceptos clave que ha analizado profundamente el


poscolonialismo; este fue subjetivizado por el Occidente durante la colonización
mediante la pasividad y el silencio ya que su voz no fue tomada en cuenta.

Si no existe una única definición de lo que es el poscolonialismo,


especialmente por la apertura de voces y debate en torno a ello, similarmente sucede
con el decolonial. Sin embargo, desde el debate latinoamericano, la diferencia entre
ambas áreas podría consistir con el rompimiento epistémico o conocimiento colonial
que intenta el segundo. Es decir, más que producir estudios sobre los subalternos, se
trata de producir con y desde una perspectiva subalterna.

Es en el contexto del tercer debate en donde muchas voces criticas y


marginalizadas aparecen, entre ellas las RI feministas, posestructuralismo e
intervenciones poscoloniales. Si bien el cambio pospositivista en RI proveyó un
potencial ambiente receptivo para la teoría poscolonial, sus primeras contribuciones
fueron principalmente en áreas que estaban, en si mismas, al margen de las RI. La
principal diferencia entre las intervenciones poscoloniales y
posestructuralistas/posmodernas giraba en torno a los temas que abordan. Si bien los
autores que escriben desde la segunda perspectiva desarrollaron críticas de los
conceptos centrales vinculados con las teorías dominantes, las críticas poscoloniales
por su parte planteárselo cuestiones que no eran necesariamente fundamentales para
las corrientes principales de las RI.

Una segunda oleada de intervenciones poscoloniales surgió en la primera parte


del s.XXI, a diferencia de las primeras intervenciones, los académicos comenzaron
cada vez más a cuestionar los principios centrales de la disciplina de las RI,
incluyendo construcciones de la anarquía y el poder por ejemplo. Dos aspectos, en
particular, han recibido la atención por parte de los académicos poscoloniales: 1) los
debates en torno al imperio; 2) los asuntos relacionados con el encuentro con el Otro
colonial o poscolonial.

KRASNER - Soberanía: Hipocresía organizada.

El concepto de soberanía se ha usado de cuatro maneras diferentes: como


soberanía legal internacional, como soberanía westfaliana, como soberanía interna y
como soberanía interdependiente:

 La soberanía legal internacional hace referencia a aquellas prácticas que se


relacionan con el reconocimiento mutuo, por lo general entre entidades
territoriales que poseen independencia jurídica y formal. Se trata al Estado

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como algo análogo al individuo a nivel nacional. El reconocimiento se extiende


a entidades y Estados con territorio y autonomía jurídica formal.
 La soberanía westfaliana trata de aquellas organizaciones políticas basadas
en la exclusión de protagonistas externos en las estructuras de autoridad de un
territorio dado. Se basa en dos principios: la territorialidad y la exclusión de
actores externos de las estructuras de autoridad internas. La soberanía
westfaliana se viola cuando actores externos influyen sobre, o determinan, las
estructuras de autoridad internas. Esta soberanía afirma que el Estado existe
en territorios determinados, en cuyo interior las autoridades políticas internas
constituyen los únicos árbitros de la conducta legítima.
 La soberanía interna se refiere a la organización formal de la autoridad
política dentro del Estado y a la capacidad de las autoridades públicas para
ejercer un control efectivo dentro de las fronteras del propio Estado. Hay varias
formas de organización interna: autoridad en una persona o en instituciones,
puede haber estructuras federales o unitarias. La eficacia de las autoridades
políticas en el interior de sus propias fronteras puede asimismo variar sin que
de forma empírica o lógica se vea influida la soberanía legal internacional o la
soberanía westfaliana. La soberanía interna constituye un punto esencial del
análisis político y su nivel de control interior no está relacionado
necesariamente con la soberanía legal internacional o con la westfaliana.
 La soberanía interdependiente se relaciona con la capacidad de las
autoridades políticas de regular el flujo de informaciones, ideas, bienes, gentes,
sustancias contaminantes o capitales a través de las fronteras del Estado en
cuestión. Se relaciona con la idea de control. La capacidad para regular el flujo
de bienes, personas, productos contaminantes, ideas y enfermedades a través
de las fronteras territoriales. Si un Estado no regula lo que pasa a través de sus
fronteras, no será capaz de controlar lo que sucede al interior de aquellas. La
soberanía interdependiente no se relaciona con la legal internacional o con la
westfaliana.

La soberanía legal internacional y la westfaliana se asocian a autoridad y


legitimación, pero no a control, como en el caso de la soberanía interna y la
interdependiente. El principio fundamental de la soberanía legal internacional se basa
en que el reconocimiento se extiende a entidades territoriales que poseen
independencia jurídica formal. El principio de la soberanía westfaliana consiste en la
exclusión del territorio de un Estado de protagonistas externos. La soberanía interna
implica autoridad y control a un tiempo, supone a la vez la especificación de la
autoridad legítima en el interior del Estado y los límites efectivos del ejercicio de esa
autoridad. La soberanía interdependiente se relaciona exclusivamente con control
(pero no con autoridad), es decir, con la capacidad de un Estado para regular los
movimientos a través de sus fronteras. Las diferentes clases de soberanía no tienen
por qué irse modificando necesariamente de la misma forma. Un Estado puede tener
una de ellas y no otra. Krasner pretende comprender el significado de la soberanía
estatal en la práctica real, concretamente respecto de las soberanías legal
internacional y westfaliana.

Todos los medios políticos y sociales se caracterizan por seguir dos lógicas de
actuación: la “lógica de las consecuencias esperadas” y la “lógica de la pertinencia”. La
lógica de las consecuencias esperadas contempla la acción política y sus
resultados (incluidas las instituciones), como producto de una conducta calculadora
racional diseñada para maximizar un conjunto dado de preferencias inexplicadas. La
lógica de la pertinencia entiende la acción política como producto de principios, roles
e identidades que estipulan una conducta pertinente o conveniente en situaciones
dadas. La cuestión que se plantea no es la de cómo maximizar el propio interés, sino
más bien la de, dado quién soy, cómo debería actuar en esta circunstancia.

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Krasner sostiene que el sistema internacional constituye un ámbito en el que la


lógica de las consecuencias domina a la lógica de la pertinencia. Los protagonistas
personifican múltiples roles, como el jefe de Estado, diplomático, profeta religioso,
ideólogo revolucionario, lo que implica la existencia de reglas que entran en conflicto al
ponerse en práctica. Las normas y reglas internacionales pueden ser contradictorias y
en esas disputas no existe estructura de autoridad que actúe como juez. En
numerosos casos los, roles internos pesarán mucho más que los internacionales,
puesto que es más probable que, en el concepto que de sí mismo tiene cualquier
dirigente político, domine la lógica de la pertinencia interna más que la internacional.
En el sistema internacional, las normas poseerán una menor capacidad de obligar a su
cumplimiento de lo que sucede en otros contextos políticos, debido al conflicto entre
diferentes lógicas de pertinencia, a la ausencia de mecanismos para elegir entre reglas
enfrentadas y a las asimetrías de poder entre los Estados.

Ambas soberanías, la legal internacional y la westfaliana, se pueden definir


mediante normas claras o lógicas de pertinencia: a) el reconocimiento de entidades
territoriales jurídicamente independientes; b) la exclusión de estructuras de autoridad
externas al territorio del Estado. No obstante, ambas lógicas han sido violadas, con
mayor frecuencia en el caso de la soberanía westfaliana que en el de la legal
internacional, porque la lógica de las consecuencias puede llegar a ser enteramente
dominante en el contexto internacional. Los gobernantes se han percatado que
incumplir las reglas puede ir en su propio interés. Las violaciones de la soberanía legal
internacional han tenido lugar mediante acuerdos mutuos, desde el momento mismo
en que el reconocimiento depende de la aceptación voluntaria por otros Estados. Las
violaciones de la soberanía Westfaliana han ocurrido por acuerdos voluntarios y por el
uso de la coerción.

Los gobernantes y no los Estados son los que eligen políticas, reglas e
instituciones. Que respeten o no la soberanía legal internacional y la soberanía
westfaliana depende de las decisiones que tomen los gobernantes. No existe una
estructura jerárquica que evite que los gobernantes violen la lógica de la pertinencia
asociada al reconocimiento mutuo o a la exclusión de autoridades externas. Esos
gobernantes pueden reconocer a otro Estado o no hacerlo, pueden reconocer
entidades carentes de independencia jurídica o de territorio.

Si bien la mayor parte de los Estados del sistema internacional han disfrutado
de reconocimiento internacional, es mucho más reducido el número de éstos que ha
gozado de una soberanía westfaliana. La soberanía westfaliana puede violarse
mediante la intervención (coerción e imposición) y a través de invitaciones (convenios
y contratos). Los Estados más poderosos han optado por la intervención, manteniendo
una coerción sobre las autoridades públicas de Estados más débiles para que
aceptaran estructuras de autoridad dictadas desde el exterior. Los gobernantes
también han hecho uso de la invitación, políticas voluntarias que comprometen la
autonomía de la propia entidad política, como la firma de acuerdos sobre derechos
humanos establecidos por estructuras judiciales supranacionales, o la aceptación de
acuerdos sobre préstamos internacionales que proporcionan a quienes conceden no
sólo el derecho de cobrarlos, sino también a influir sobre políticas e instituciones
internas.

La lógica de la soberanía westfaliana, es decir, la exclusión de actores externos


en los acuerdos de autoridad internos, ha sido ampliamente reconocida, pero también
frecuentemente violada. Las múltiples presiones a que se ven sometidos los
gobernantes han conducido al divorcio entre la norma de la autonomía y su práctica
real. En el sistema internacional, los resultados vienen determinados por la acción de
gobernantes, cuya violación (o adhesión) a los principios y las reglas internacionales

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se basa en un cálculo de intereses materiales o de ideas, sin que sean desechables


prácticas derivadas de alguna estructura internacional de orden superior. La hipocresía
organizada constituye el estado normal de las cosas.

Las desviaciones de las normas y reglas, ya sean éstas de la soberanía legal


internacional o de la westfaliana, pueden ocurrir siguiendo cuatro vías: convenios,
contratos, coerción e imposición:

 Los gobernantes pueden aceptar convenios internacionales en los que se


muestren de acuerdo en observar ciertas reglas, al margen de lo que los otros
hagan.
 Los gobernantes pueden aceptar contratos en los que se muestren de acuerdo
con determinadas políticas a cambio de obtener beneficios explícitos.
 Los gobernantes puede verse sometidos a la coerción, lo que les deja en peor
situación, aunque posean algún margen o instrumento de regateo.
 Los gobernantes pueden sufrir la imposición, en la cual el dirigente no puede
ofrecer resistencia a ella.

La soberanía legal internacional y la westfaliana son excelentes ejemplos de una


“hipocresía organizada”. Ambas poseen una clara lógica de la pertinencia, pero en
ocasiones esa lógica entra en contradicción con la lógica de las consecuencias. Al no
haber instituciones para hacer valer su autoridad y la presencia de asimetrías de
poder, los gobernantes pueden apostar por una lógica de las consecuencias y
rechazar la lógica de la pertinencia.

Conclusión.

El sistema internacional no es una partida de ajedrez; sus reglas constitutivas


no excluyen nunca las alternativas. Se ha ofrecido acomodo a nuevas entidades que
disponen de diferentes conjuntos de principios formales. Las colonias han firmado
acuerdos internacionales y han sido miembros de organizaciones internacionales; y a
entidades sin territorio se les ha concedido reconocimiento internacional.

El punto importante es que las características clásicas de la soberanía


(territorio, autonomía, control y reconocimiento) no ofrecen una descripción precisa de
la práctica real propia de numerosas entidades que han sido consideradas
convencionalmente como “Estados soberanos”. Los gobiernos han debido
comprometer en ocasiones su soberanía westfaliana (la exclusión de cualquier
autoridad externa) con el fin de asegurarse el reconocimiento (la soberanía legal
internacional). Ése fue el caso en todos los Estados que hicieron su aparición al
desmoronarse el Imperio Otomano en el siglo XIX, o aquellos otros creados o
reaparecidos luego de la Primera Guerra Mundial. Sus gobernantes, o quienes
pretendían serlo, debieron aceptar cláusulas en favor de los derechos de las minorías,
a menudo en sus documentos fundacionales básicos, para asegurarse el
reconocimiento internacional, una política que muchos de ellos no hubieran elegido sin
presiones externas. En otros casos, los gobernantes han cursado invitaciones a
actores externos para que influyeran en sus estructuras de autoridad internas al entrar
en relaciones contractuales o al sumarse a determinadas convenciones. La Unión
Europea, las prácticas de las instituciones financieras internacionales y algunos
acuerdos sobre derechos de las minorías posteriores a Versalles implican invitaciones
que comprometen la soberanía westfaliana.

En ausencia de estructura de autoridad jerárquica bien establecida, la coerción


y la imposición se constituyen en opciones que los fuertes siempre pueden usar contra

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los débiles. También se les ha concedido reconocimiento internacional a otras formas


institucionales, incluso algunas carentes de territorio.

Instituciones políticas internas bien establecidas pueden llegar a estar


perfectamente interiorizadas e incorporadas en el sistema, y ser al mismo tiempo
duraderas y significativas por sus consecuencias; y ello se debe a que están insertas
en una estructura de autoridad jerárquica y se asientan en valores ampliamente
compartidos. En cambio, las instituciones internacionales operan en un medio más
fluido; no existen normas constitutivas que impidan a los gobiernos establecer
contratos para crear cualquier clase de forma institucional capaz de servir a sus
intereses. Las normas pueden funcionar, pero también ser mutuamente
contradictorias, globalmente consideradas. La lógica de las consecuencias puede
triunfar sobre la lógica de la pertinencia. Los gobernantes, al buscar el mantenimiento
de su cargo y la promoción de los intereses de quienes les conceden su apoyo,
pueden elegir a un tiempo principios que entran en conflicto, y embarcarse en
actividades de coerción e imposición.

ANZELINI - Los Estados medianos y la autonomía heterodoxa.

En el ámbito de las RRII el concepto de autonomía refiere a la capacidad que


tienen los Estados para defender sus intereses y definir sus objetivos nacionales. El
alcance real de la autonomía de los Estados es motivo de profundas discusiones tanto
en el campo político como en el académico. Sin embargo, la literatura reciente suele
coincidir respecto de dos cuestiones centrales: 1) La autonomía nunca puede ser pura
o total; 2) Existen distintos grados de autonomía, tipificables según el poder con que
cuentan los actores estatales. Siguiendo este razonamiento, es posible identificar tres
tipos ideales de Estados: las grandes potencias, los Estados medianos y las naciones
débiles. El elemento fundamental que permite diferenciar a los tres tipos ideales de
Estados es su capacidad para ejercer influencia en el escenario internacional.

En este marco, no cabes dudas respecto de que Argentina integra el grupo de


los Estados medianos. Esta caracterización obliga, por un lado, a señalar que el país
no está en condiciones de imponer unilateralmente las reglas del juego del sistema
internacional, situación que lo ubica inicialmente en un plano de igualdad con las
naciones débiles. Sin embargo, de su condición de Estado mediano se desprende, por
otro lado, que posee una capacidad relativa para influir en el resto de los actores
internacionales. Este poder relativo se manifiesta centralmente en dos situaciones
encadenadas: a) cuando actúa a través de alianzas o grupos regionales; y b) cuando
esta actuación conjunta se canaliza a través de las instituciones internacionales.

El análisis de Anzelini hará foco en el problema de la autonomía, entendiendo


que la elección de una estrategia adecuada supone la expansión de la capacidad para
adoptar decisiones en materia de seguridad internacional y, simultáneamente, la
restricción de la influencia de los poderes extrarregionales (EE.UU.). Se sostendrá,
entonces, que Argentina (en conjunto con el resto de los países latinoamericanos)
cuenta con un conjunto de contribuciones políticas y diplomáticas en materia de paz
interestatal, que constituye tanto la “condición de posibilidad” como el “activo
estratégico” a partir de los cuales expandir los márgenes de maniobra de autonomía
en materia de seguridad internacional y defensa.

El orden internacional y la situación estratégica regional.

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América del Sur es una de las regiones del “mundo moderno” o “sistema
interestatal westfaliano” que resulta mayormente afectada por la primera configuración
del poder descripto por Cox: el imperio (imperio; sistema interestatal; sociedad civil).
Sin embargo, el hecho de ser una región afectada por la influencia de una potencia
hegemónica no significa que los países sudamericanos carezcan de activos a partir de
los cuales desplegar estrategias restrictivas de poder.

La vasta trayectoria de aportes de Sudamérica a la “sociedad internacional”


constituye el punto de partida para ejercer una estrategia de “influencia sin poder”,
incluso en cuestiones de seguridad. En otras palabras, el bajo grado de conflictos
armados entre los países de la región y el fuerte apego a las normas formales e
informales de resolución pacífica de disputas son los aspectos centrales a partir de los
cuales desplegar estrategias de restricción de poder en materia de seguridad
internacional.

Es posible afirmar que la clave de la estrategia argentina en materia de


seguridad internacional gira en torno a la segunda configuración del poder de Cox, es
decir, la vigencia y robustecimiento del sistema interestatal. En este sentido, pese al
innegable debilitamiento de la soberanía de los Estados como consecuencia del
proceso de globalización, lo cierto es que el sistema interestatal westfaliano y su
arquitectura institucional continúan siendo una estructura perdurable y difícil de
quebrar. Esto significa que las soberanías interna y externa (toma de decisiones
domésticas e internacionales) continúan constituyendo el principal activo contra la
expansión de las formas abusivas del poder. Así, el respeto del derecho y las
instituciones internacionales, en tanto creaciones del sistema interestatal, constituye la
principal línea estratégica de preservación de espacios decisorios y de garantía de
influencia por parte de los Estados medianos, entre ellos Argentina.

Las estrategias en materia de seguridad internacional.

La caracterización de Argentina como un Estado mediano implica el


reconocimiento de que el país no posee abrumadores recursos materiales de poder.
En otras palabras, el país carece de la capacidad para establecer las reglas de juego
del sistema internacional de manera unilateral. Por lo tanto, el análisis de las
estrategias que debería desplegar un Estado mediano en lo que hace a la
“socialización” con la arquitectura de seguridad internacional remite al concepto de
autonomía.

En este sentido, cualquier estrategia tendiente a ejercer influencia y a restringir


poder de actores extrarregionales en América del Sur supone, necesariamente, la
posibilidad de expandir la propia autonomía, entendida como la habilidad de un país
para realizar políticas que sirvan a sus intereses manteniendo y ampliando sus
márgenes de libertad. Según Anzelini, una región como América Latina, atravesada
por la tendencia expansiva de un actor imperial, requiere de estrategias
inequívocamente consistentes en materia de restricción de poder. Este punto lleva a
señalar, entonces, que diseñar estrategias en el marco de la arquitectura de seguridad
internacional exige, para un Estado mediano como Argentina, pensar en cómo
restringir el poder de EE.UU.

Está claro que frente al desafío de “domesticar” la tendencia expansiva de


EE.UU. en la región, debe ponerse de manifiesto la imposibilidad de alcanzar tal
resultado apelando a las tradicionales estrategias del alineamiento, el balance de
poder o la confrontación por criterios ideológicos. En el contexto actual, tales
decisiones dejarían a los países de mediano porte como Argentina con acotadas
posibilidades de éxito. Sin embargo, existen otras alternativas disponibles y márgenes

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de acción superiores a los supuestos por ciertas visiones de la política internacional.


Como afirma Hoffmann: “este es un mundo altamente complejo en el cual las
potencias menores tienen muchas maneras de oponerse a las preferencias
estadounidenses”.

En relación con este asunto, y como aspecto estratégico a considerar, el Cono


Sur de América ofrece a los países que lo componen un margen interesante para
desplegar estrategias restrictivas, situación que es sustancialmente diferente de la que
predomina desde la región andina hasta el norte de las Américas. Esto se debe a dos
motivos esenciales: la mayor lejanía geográfica y el menor nivel de amenazas a la
seguridad de EE.UU.

Ahora bien, lo que sí es crucial para Argentina es el impacto de este “margen


de acción” en los foros internacionales de seguridad; Argentina tiene más libertad de
acción que otros Estados medianos que están dentro de la órbita hegemónica de un
Estado mucho más poderoso. Por ello, los países que no son grandes potencias
pueden ser influyentes cuando recurren a las instituciones y foros internacionales.

Finalmente, resulta de crucial importancia afirmar que el robustecimiento del


sistema interestatal westfaliano (y particularmente su arquitectura de seguridad
internacional), en la línea de los aportes a la paz desplegados por Argentina y por el
resto de la región desde mediados del siglo XIX, constituye el soporte institucional
clave para el ejercicio de la autonomía y el despliegue de estrategias en materia de
seguridad internacional.

El aporte de Walt al problema de la adopción de estrategias por parte de


Estados de segundo o tercer orden configura un punto de partida ineludible. Este autor
estudia las distintas formas de restringir el poder estadounidense: soft balancing
(balance suave), binding (atar) y balking (decir “no”). Por otra parte, partiendo de una
distinción simple, Anzelini destaca dos tipos generales de oposición o restricción al
poder imperial: a) la abierta provocación a EE.UU.; y b) un desafío limitado a los
intereses estadounidenses. El primer tipo es el que despliegan los Estados que
perciben la política exterior y de defensa de EE.UU. como hostil a sus intereses. El
segundo tipo es el empleado por los Estados que se oponen en una cantidad
determinada de cuestiones, pero que, aun así, buscar mantener relaciones cordiales
con Washington a partir de la cooperación en otros asuntos de la agenda. El
relacionamiento estratégico con la arquitectura de seguridad internacional propuesta
por Anzelini se inscribe en el segundo tipo de posicionamiento.

En lo que hace estrictamente al plano de las estrategias, la primera de las


enunciadas por Walt (recuperada para el posicionamiento de Argentina frente al
entramado de seguridad internacional) es el soft balancing. Los Estados están
comenzando a unir fuerzas de manera más sutiles, con el objetivo de limitar el poderío
estadounidense. Pero más que conformando alianzas antinorteamericanas, los países
están apelando al soft balancing; coordinan sus posiciones diplomáticas para
oponerse a la política de EE.UU. y obtienen así mayor influencia juntos. En lugar de
apuntar a alterar la distribución global del poder, el soft balancing admite la vigencia de
una determinada distribución global del poder (la unipolaridad estratégico-militar), pero
busca alcanzar pequeñas transformaciones a través de una restricción limitada al
accionar de las grandes potencias. La clave es la cooperación y la coordinación
diplomática con otros Estados de segundo o tercer orden con intereses similares.

La segunda estrategia es el binding y consiste en “atar” a EE.UU. al entramado


de las instituciones internacionales. Esta estrategia, extendida al campo de la
seguridad internacional, implica una utilización perspicaz de los organismos que

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regulan la materia a nivel global. El objetivo de máxima es inducir a la superpotencia a


que cumpla con las normas y reglas existentes. Para funcionar con éxito, del mismo
modo que ocurre con el soft balancing, el binding requiere de la concreción de alianzas
por parte de los Estados interesados en “recuperar” a los poderosos en el seno de la
comunidad de naciones.

La tercera estrategia denominada balking consiste en saber decir “no” a los


intereses estratégicos de las grandes potencias, cuando éstos se hallan en abierta
contradicción con los intereses de los Estados menores. Muchas veces este tipo de
oposición no tiene por objetivo alterar la distribución del poder en el corto o largo
plazo, sino simplemente “ponerse firmes” y rechazar el plegamiento a los intereses de
los actores poderosos.

A la hora de considerar las reflexiones y aportes teóricos desarrollados en


Argentina con respecto al problema de la autonomía en RRII, resulta importante
recuperar el pensamiento de Juan Carlos Puig. Su descripción de las diferentes
gradaciones en el transcurso hacia la autonomía implica un aporte esclarecedor para
el desarrollo del “relacionamiento estratégico” planteado por Anzelini.

Puig define a la autonomía como la máxima capacidad de decisión propia que


se puede tener teniendo en cuenta los condicionamientos objetivos del mundo real. En
su análisis, este autor distingue entre cuatro etapas por las que debe atravesar un país
para alcanzar el máximo nivel de autonomía. Según Anzelini, es al tercer tipo de los
enunciados por Puig (autonomía heterodoxa) al que puede aspirar un Estado mediano
como Argentina. En otras palabras, teniendo en cuenta que el continente americano es
la única región del planeta que cuenta con un país (EE.UU.) como única e indiscutida
potencia hegemónica, resulta impensable aspirar a lograr el último nivel de autonomía
(autonomía secesionista).

Sin embargo, teniendo presente los condicionamientos estructurales (en


especial, la distribución unipolar del poder a nivel hemisférico), pero también
considerando la lejanía geográfica y el posicionamiento no prioritario de Argentina en
la agenda de seguridad estadounidense, el país podría aspirar a reeditar la “autonomía
heterodoxa” en su relación con la arquitectura de seguridad internacional. Según
Anzelini, la autonomía heterodoxa constituye un margen interesante para desplegar
estrategias restrictivas, situación que difiere sustancialmente de la que predomina
desde la región andina hasta el norte de las Américas, áreas integradas
funcionalmente a los intereses de seguridad de EE.UU.

La situación geopolítica de América del Sur ofrece a Argentina, en tanto Estado


mediano, la posibilidad de combinar restricción y colaboración en su vinculación
(mediada por la arquitectura de seguridad regional) con la gran potencia hemisférica.
Una experiencia histórica en la que se logró, de un modo relativamente exitoso, poner
en práctica la autonomía heterodoxa fue en la década 1945-1955 (años de la “Tercera
Posición”). Se conformó un nuevo proyecto de política exterior y de defensa,
consistente con un renovado modo de interpretar el mundo y las cuestiones de
seguridad. El centro de referencia ya no fue Gran Bretaña, sino que EE.UU. pasó a
ocupar ese lugar. Sin embargo, las relaciones con este país no adoptaron un carácter
dependiente, sino autonómico.

Esto significa que se admitió a EE.UU. como líder del mundo occidental, pero al
interior del bloque liderado por Washington Argentina optó por la estrategia de
autonomía heterodoxa. Las discrepancias registradas a lo largo de la década en las
relaciones con EE.UU. no obedecieron a una postura antiimperial, sino más bien a la
necesidad de marcar la distinción entre el interés nacional estadounidense (como líder

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del mundo occidental) y el interés propio de EE.UU. como hegemón hemisférico.


Afirma Puig al respecto: “Argentina respaldó a EE.UU. en el primer supuesto, pero
reservó su libertad de acción en el segundo”.

Conclusión.

El diseño de un “relacionamiento estratégico” apropiado para Argentina


conduce a la expansión de su capacidad de influir en la toma de decisiones a nivel
global y, por lo tanto, a incrementar sus márgenes de autonomía. Por esta razón, la
formulación de una estrategia conducente para un Estado mediano como Argentina no
debería soslayar lo que ha sido su principal “activo estratégico” en materia de
seguridad internacional: las contribuciones al mantenimiento de la paz interestatal en
la región. Estos aportes constituyen un factor fundamental para la expansión de los
márgenes de acción de Argentina y, por ende, de su capacidad de defender sus
intereses y alcanzar sus objetivos en el ámbito de la seguridad internacional.

JAGUARIBE - Autonomía periférica y hegemonía céntrica

Cuadro internacional que resultó de la Segunda Guerra Mundial: emergencia


de dos superpotencias. EE.UU. y URSS, ambas constituyendo un “sistema imperial”
(uno cada una). En discrepancia con los casos anteriores de imperialismo, estas
superpotencias manifiestan pocas características manifiestas de tal condición: a) se
presentan como semejantes al resto; b) A pesar de ello, están dotadas de un potencial
excesivo; c) Las demás naciones del sistema mantienen su soberanía y autonomía.

Los dos sistemas imperiales establecen un nuevo sistema internacional: el


“sistema interimperial”:

 División del mundo en dos áreas de influencia hegemónica.


 Algunos espacios geopolíticos son todavía objeto de intensa disputa entre las
dos superpotencias, sobre todo en África.
 Estructura al sistema internacional en 4 niveles de capacidad de
autodeterminación, ordenados de forma decreciente.
o Primacía general: Durante los decenios posteriores a la Segunda
Guerra Mundial esta posición fue ocupada exclusivamente por EEUU.
Tal condición se caracteriza por la inexpugnabilidad del territorio propio
(acompañado por un potencial militar y una capacidad nuclear de
contraataque) con el ejercicio de una preponderancia mundial
generalizada. El desarrollo tecnológico de la URSS a partir de fines de
los ’60 se ha acercado al status de EEUU en este nivel.
o Primacía regional: Se caracteriza por la inexpugnabilidad del territorio
propio, combinada con el ejercicio de una hegemonía sobre
determinadas áreas y una presencia preponderante en otras, aunque
también restringida a ciertas áreas. La URSS ocupó este papel a partir
de la Segunda Guerra Mundial, ejerciendo hegemonía sobre Europa
Oriental.
o Autonomía: Abarca los países de Europa Occidental, Japón y China.
La condición de autonomía no asegura la inexpugnabilidad del territorio
propio. Se caracteriza por el hecho de que los titulares disponen de
medios para imponer severas penalidades, materiales y morales, a una
eventual agresión. Disponen, además, de un margen bastante amplio
de autodeterminación en la conducción de sus negocios internos y de
una apreciable capacidad de actuación internacional independiente.
o Dependencia: Incluye a la gran mayoría de los países del mundo. En
este nivel se encuentran todos los países sin requisitos para ubicarse

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en los niveles más altos. Tales países, a excepción de algunas colonias,


poseen nominalmente la condición de Estados soberanos, dotados de
órganos propios de gobierno y acreditados como locutores
independientes ante otros Estados y organismos internacionales. A
pesar de ello, esos países dependen, dentro de diversas modalidades
de control, de decisiones y factores que les son externos y emanan de
países que están dotados de primacía general o regional y, en algunos
casos, de potencias medias autónomas.

En este cuadro internacional se distinguen dos órdenes de relacionamientos: 1)


a)Las relaciones de las dos superpotencias entre sí, que configuran el sistema
interimperial y que se caracterizan por relaciones de cooperación y de conflicto. b) Las
relaciones entre el centro y la periferia en el marco de cada sistema imperial, que se
caracterizan por una asimetría estructural y tensiones intraimperiales, distintas en cada
imperio. 2) a) Imperio americano: Las relaciones son extremadamente complejas.
Las relaciones de hegemonía abarcan todos los planos de la realidad social. Existe
una asimetría estructural que privilegia al centro en detrimento de la periferia. En este
sistema se definen más claramente los diversos niveles de estratificación
internacional. b) Imperio soviético: Es monolítico en lo que se refiere a la relación de
dominio del centro con la periferia, pero mucho menos absorbente en el sentido de
que múltiples aspectos de la vida colectiva de los países dependientes son
influenciados poco o nada por el centro.

El nivel de autonomía en la actual estratificación internacional se define


claramente sólo en el ámbito del imperio americano. Este consiste en una compleja
red de intereses interrelacionados dentro de un encuadramiento profundamente
asimétrico que privilegia el centro en relación con la periferia.

Asimetría estructural del sistema intraimperial americano:

 Absoluta superioridad de EE.UU. en todos los ámbitos.


 Las elites norteamericanas con múltiples papeles internacionales se aseguran
la preponderancia de los intereses norteamericanos por sobre el resto.
 La dominación posee una apariencia consensual.
 Se presentan condiciones de trabajo exfoliativas.
 Existe una mediación por parte de las “potencias medias”, las cuales están
dotadas de una autonomía general, pero no constituyen un grupo cerrado ni
alcanzan el status en forma definitiva; la autonomía no es una conquista
estable ni permanente.

En términos estructurales, el acceso a la autonomía depende de dos condiciones


básicas:

 Viabilidad nacional: Es una categoría relativa que varía con las circunstancias
históricas y socioculturales. Depende del momento histórico del país en la
medida de que cuente con un mínimo crítico de recursos humanos y naturales,
incluida la capacidad de intercambio internacional. A mayores exigencias
tecnológicas de la época, mayores masas mínimas necesarias (recursos
naturales y población). Este mínimo crítico está también condicionado por el
nivel de integración sociocultural del respectivo país y por el nivel educacional y
moral de su población (a mayores niveles, mayor eficacia).
 Permisibilidad internacional: Es de más difícil caracterización abstracta. Se
refiere fundamentalmente a la medida en que, dada la situación geopolítica de
un país y sus relaciones internacionales, este país dispone de condiciones
(puramente internas o externas e internas) para neutralizar el riesgo

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proveniente de terceros países, dotados de suficiente capacidad para ejercer


sobre él formas eficaces de coacción.

Además de estos dos requisitos de carácter estático y estructural, la condición


de autonomía exige requisitos de carácter dinámico y funcional. O bien el país
candidato a la autonomía logra fundarla internamente mediante el desarrollo de una
autonomía técnico-empresarial, o bien logra disponer de una relación intraimperial
efectivamente universal y con intercambios favorables. Si consideramos el mundo en
su conjunto, son muy pocos los países que disponen de requisitos estructurales y
funcionales para la autonomía; por esa razón, la mayor parte de los países
contemporáneos se ubican en el nivel de la dependencia.

Existen, entonces, dos órdenes evolutivos de condiciones para lograr un acceso a la


autonomía:

1. De carácter habilitatorio (de orden estructural): Viabilidad nacional y


permisibilidad internacional. Implican condiciones que son independientes de
las medidas que adopte el país.
2. De carácter ejercitatorio (de orden funcional): Autonomía técnico-empresarial
o relación intraimperial universal. Pueden ser alterados por esfuerzos de los
países periféricos o por modificaciones en el comportamiento intraimperial de
los países céntricos.
1. Autonomización técnico-empresarial: Presenta un problema de altos
costos para los países periféricos. Ejemplos de la Alemania de Bismark
o el Japón de Meiji: Los esfuerzos necesarios para alcanzar la deseada
autonomía técnico-empresarial se revelaron compatibles con las
motivaciones de las masas y de las élites para emprenderlos. El éxito
empresarial llevó al apoyo de las élites intelectuales. En el mundo
periférico contemporáneo las condiciones son muy distintas: La
población manifiesta pautas de consumo imitativas de los países
centrales, disminuyendo la inversión y aumentando la importación.
Además, se ejerce un control internacional sobre las innovaciones
tecnológicas de la periferia y se experimenta un incremento
desfavorable de la masa crítica opuesta a una expansión técnico
empresarial.
2. Relación intraimperial universal: No presenta un cuadro más
favorable que la otra vía. Este tipo de relaciones son excepcionales.
Existe una asimetría entre el centro y la periferia generada por
fundamentos etnocéntricos y egoístas. Los países céntricos se rehúsan
puesto que tienen muchos intereses que preservar. En concordancia,
también se resisten las masas de los países centrales, ya que no
quieren perder sus privilegios.

El sistema interimperial contemporáneo (que incluye a los dos imperios)


constituye una forma de organización del poder mundial distinta a los precedentes
históricos. Por primera vez, las RRII son realmente mundiales puesto que comprenden
la totalidad de los actores y se organizan en torno a dos grandes imperios. Esto se
produce gracias a la tecnología de las comunicaciones y los transportes, cuyos
desarrollos transformaron la cotidianeidad de la vida. Aunque no vivimos todos en el
mismo mundo, las periferias comparten la conciencia y la información del centro.

Nación e imperio en la actualidad.

Características del Estado nacional contemporáneo: Fondo histórico cultural común


fundado en una base étnica también común. Constituye un decisivo factor político

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cultural de encuadramiento de la sociedad y sus subsistemas. La sociedad es un


sistema compuesto de cuatro subsistemas: participacional, cultural, económico y
político. Cada uno desempeña una macro función y se relacionan entre sí en términos
insumo-producto. Las características del Estado nacional operan como un
intensificador de esas relaciones.

Se experimenta una crisis de los Estados nacionales integrantes de los sistemas


intraimperiales derivada de las dificultades de estos para conseguir y ejercer
autonomía. La crisis es especialmente padecida por los Estados periféricos, puesto
que la dependencia del centro es especialmente asimétrica para sus sociedades; esta
afecta la relación entre sus subsistemas al sustituir productos e insumos internos por
otros externos. Por ello es que existe una fuerte presencia de poderes económicos
transnacionales.

La problemática sobre el subsistema económico es solo aparente; lo que está en juego


es el subsistema cultural. Este se ve profundamente afectado y desvalorizado; también
hay efectos sobre el subsistema político. La forma nacional de organización ya no es
compatible con las nuevas realidades que caracterizan a las sociedades
contemporáneas en el subsistema intraimperial. Esta crisis afecta tanto a las
sociedades periféricas, en la individualidad de su autonomía, como a las sociedades
céntricas, transformando su sistema político en obsoleto. En el mundo contemporáneo
se definen así dos dimensiones en la crisis de los Estados nacionales, que tienden a
ser afines a los países periféricos. 1- Sobre el subsistema cultural, al privarlo de la
capacidad de orientación científico-tecnológica de la sociedad; 2- Sobre el subsistema
político, en su capacidad de asegurar la defensa externa de la sociedad. Uno de los
efectos del vaciamiento macropolítico es el resurgimiento de los regionalismos.

El sistema intraimperial no es compatible con los Estados nacionales como formas


organizativas de la sociedad. Como consecuencia surgen conflictos y tensiones. Ante
esta situación, EE.UU. se enfrenta a tres alternativas de modelo de organización de
sus relaciones intraimperiales:

1. Etnocentrismo: La condición de superpotencia de EE.UU. y de centro imperial


es alcanzado a través de su desarrollo nacional. Esta alternativa recibe el
apoyo del conservadurismo republicano y del populismo democrático, y se
alternó en la historia con otras alternativas liberales. Es una forma de
maximizar los intereses en el corto plazo histórico.
2. Superación del etnocentrismo y sustitución por un culturalismo céntrico
de carácter envolvente: Se debe incorporar a los pueblos y cuadros que se
identifiquen con la cultura céntrica. Ejemplo de los Imperios Helénico y
Romano. Es una opción con gran estabilidad.
3. Modelo ideal de tipo ecuménico: Implica una deliberada autolimitación, en el
tiempo y el espacio, de la condición céntrica. No requiere la conversión de
hombres en santos; sí requiere un incremento de los niveles de renta y de
educación de los pueblos periféricos.

El sistema intraimperial americano continúa siendo un sistema abierto. Éste progresa


de forma espontánea y aún no ha tomado definitivamente alguna de las opciones
recién mencionadas. Sin embargo, pareciera ser que las relaciones intraimperiales
americanas se encaminan hacia la segunda de las alternativas. El sistema
intraimperial americano tiende a diferenciar dos niveles de centralidad: el político y el
económico. El primero sigue estando ocupado exclusivamente por EE.UU. y sus
dirigentes; en cambio, en el segundo se están involucrando otros países. Los
candidatos son Brasil, Nigeria e Irán y, potencialmente, Venezuela y Arabia Saudita.

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Simultáneamente, en las relaciones entre el centro y el grueso de la periferia ahondan


brechas de desigualdad en todos los sentidos.

RUSSELL Y TOKATLIAN - De la “autonomía antagónica” a la “autonomía


relacional”

En la disciplina de las relaciones internacionales, la autonomía se considera como uno


de los propósitos de la política exterior comunes a todos los estados contemporáneos.
En América Latina, la búsqueda de autonomía, es decir, la defensa y ampliación de los
espacios de libertad de los países en el mundo, fue un propósito que orientó la acción
de la mayoría de las fuerzas sociales latinoamericanas. Sin embargo, a partir de los
años '90, la autonomía perdió importancia en América Latina frente otros propósitos de
la política exterior, comunes a todos los Estados; prioridades como el bienestar de los
ciudadanos o la seguridad nacional.

En este trabajo los autores proponen una resignificación del concepto de autonomía
en materia de relaciones internacionales, con el objeto de adaptar esta noción a las
nuevas circunstancias mundiales y regionales. Frente a la idea tradicional de
autonomía definida como “oposición” a un marco de relaciones, presentan una
definición alternativa que se construye “dentro” de un determinado contexto y que
llaman “Autonomía Relacional”.

Tres significados del concepto de autonomía:

1. Como uno de los dos principios (junto al de territorialidad) del modelo


westfaliano. En este sentido, autonomía implica que ningún actor externo goza
de autoridad dentro de los límites del estado y equivale al derecho de un
gobierno a ser independiente de estructuras de autoridad externas.
2. Como una condición del Estado-Nación que le posibilita articular y alcanzar
metas políticas en forma independiente. En este sentido autonomía es una
propiedad que el Estado pueden tener o no a lo largo de un continuo en cuyos
extremos se encuentran dos tipos ideales: total dependencia o completa
autonomía. Esta acepción del concepto se aplica tanto a situaciones
nacionales como internacionales. Es decir, el Estado goza de autonomía
interna cuando las metas que procura y formula no reflejan simplemente las
demandas o intereses de grupos sociales particulares. La noción de
autonomía externa se emplea para caracterizar la habilidad del Estado,
entendida como capacidad y disposición, para tomar decisiones basadas en
necesidades y objetivos propios sin interferencias del exterior y controlar
procesos o acontecimientos que se produzcan más allá de sus fronteras.
3. Como uno de los intereses nacionales objetivos de los Estados (los otros dos
serían supervivencia y bienestar económico). Estos tres intereses, comunes a
todos los Estados, se pueden describir informalmente como “vida, propiedad y
libertad”, son poderes causales que los predisponen a actuar de cierta manera
no siendo solamente guías normativas para la acción.

La defensa y ampliación de la autonomía se convierte así en un patrón de actividad


que todos los Estados seguirían en la medida en que todos quieren reproducirse y
preservar su libertad. El carácter de este patrón depende sustancialmente de factores
nacionales y de la “cultura” prevaleciente en la estructura anárquica del sistema
internacional. Así, cambios internos pueden llevar a los Estados a definir de manera
diferente el objetivo autonomía aun ante las mismas oportunidades externas. Del
mismo modo, el paso de una situación sistémica de alto nivel de anarquía a otro con

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más elementos de sociedad internacional, debería tener igualmente consecuencias


significativas sobre este patrón de actividad.

Aunque los Estados buscan la autonomía, de hecho están dispuestos a intercambiarla


por otros objetivos, tales como la conservación de la vida, el bienestar económico y
otros valores éticos en ciertas circunstancias. El orden de las preferencias de los
Estados puede cambiar al evolucionar las condiciones internacionales y por lo tanto
las prioridades generales de las políticas deben considerarse endógenas para
cualquier teoría sobre relaciones internacionales.

Autonomía, soberania y relaciones internacionales.

Las distintas circunstancias de tiempo y lugar han dado espacio a una diversidad de
enfoques teóricos utilizados para caracterizar a la soberanía.

Según Russell y Tokatlian se pueden evitar estas confusiones reservando el concepto


de soberanía para el ámbito jurídico y el de autonomía para lo político, asociándola a
la idea de autogobierno y control y aplicarla solo para dos de sus significados, esto es,
como condición e interés nacional objetivo. Por su parte el concepto de soberanía
como principio/derecho trae una imagen jurídica donde la regla es la no intervención
en las estructuras de autoridad y en los asuntos internos de otros Estados. De este
modo, la soberanía, en tanto institución compartida por los Estados, es un requisito
que antecede lógicamente a la práctica de la autonomía como propiedad cambiante y
propósito básico y permanente de la política exterior de todos los Estados.

Para los académicos la autonomía fue percibida como una situación que no era propia
de los países latinoamericanos y, por consiguiente, como una meta por alcanzar. El
logro de la autonomía durante el siglo XX se convirtió en una poderosa idea fuerza que
unió sectores ideológicamente diversos. En los años `70, esta idea fuerza llegó a su
apogeo de la mano de un intenso activismo en materia de política exterior y de los
cambios producidos en el sistema internacional.

En América Latina del Norte (México, Centroamérica y el Caribe), el acento estuvo


puesto más en la soberanía “legal internacional”, debido a que históricamente esta
región fue objeto de diversas acciones coercitivas y de fuerza por parte de
Washington, tales como reconocimiento de gobiernos, conquista y anexión de
territorios, invasión e intervención militar, etc. América del sur, desde Colombia hasta
Argentina, dispuso de un margen de maniobra diplomática, comercial y cultural
relativamente mayor frente a Washington.

Los autores que se han ocupado de la autonomía se dividen en dos corrientes, el


“realismo de la periferia” y el “utilitarismo de la periferia”. Aunque, tienen aspectos
comunes:

 Percibieron el efecto negativo de América Latina en lo político y económico


pero reconocieron los márgenes de “permisibilidad” que podían ser
aprovechados por los Estados de la región.
 Prestaron atención a la diferencia entre la escuela realista y neo-realista
anglosajona, a la dimensión vertical del poder, al fenómeno imperialismo y a las
asimetrías de poder existentes entre EE.UU. y América Latina.
 Caracterizaron la dependencia de la región como un complejo de
interrelaciones entre factores y fuerzas externas e internas.
 Ideología nacionalista, políticamente reformistas, promovieron el desarrollo
capitalista nacional, consideraban al Estado clave en materia económica.

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 Estado-Nación como principal unidad de análisis, a pesar de la importancia


dada a lo agentes internos no estatales para la configuración de las relaciones
transnacionales de la dependencia y en la necesidad de construir alianzas
sociales capaces de alterar esa situación.
 No vincularon la autonomía de América Latina con la naturaleza de un
determinado régimen político.
 Propusieron distintas estrategias para aumentar el grado de autonomía
nacional, que debían articularse a partir de un uso inteligente de los recursos
de poder de América Latina.

Todos juzgaron que la concertación política y la integración económica regional o


subregional eran condiciones necesarias para el logro de una mayor autonomía.
Frente EE.UU. los realistas de la periferia abogaron por políticas exteriores de alto
perfil y activas que se definieron en la práctica como “independientes” y coincidieron
con los propósitos de mayor autodeterminación política y económica del nacionalismo
desarrollista. Sostuvieron que la integración a la economía mundial no era “un camino
hacia la prosperidad”, sino mas bien hacia la dependencia y el subdesarrollo.
Construyeron una teoría normativa orientada a la acción política, creyeron en la
posibilidad de aumentar en forma significativa la autonomía de la región entendida
como condición.

En los años `80 esta teoría fue rechazada por otra teoría también normativa : el
“utilitarismo de la periferia”, sus elementos sustantivos fueron la optimización de la
felicidad entendida como el logro del bienestar material, el hincapié en la noción de
utilidad como criterio de validación de lo que realmente genera dividendos, el énfasis
en el cálculo racional y estratégico costo-beneficio, sobre la base del interés personal,
para comprender tanto la motivación como la acción humana, la reivindicación de una
ética de las consecuencias por sobre una ética de los principios, el rechazo al
pensamiento especulativo e idealista, la compresión de la política como instancia
únicamente dirigida a la gratificación económica egoísta.

Escudé, representante de esta corriente, propone un replanteamiento de la autonomía,


recomienda a un país como la Argentina, empobrecido, altamente vulnerable y de
escaso valor estratégico para una potencia como EE.UU., poner en práctica una
política exterior que elimine las confrontaciones políticas con las grandes potencias,
reduciendo el ámbito de enfrentamientos externos a aquellos asuntos materiales
vinculados en forma directa con el bienestar y la base de poder del país. La política
exterior debe desplegarse no sólo a partir de un cálculo costo-beneficio sino también
en función de los riesgos de costos eventuales.

La autonomía debe mantenerse y acrecentarse a través de decisiones y acciones que


contribuyan a elevar el conjunto de atributos de poder de un país y mejorar el
bienestar material de la población. Eso implica una postura prudente, una visión
estratégica y un cálculo utilitarista para determinar tanto el alcance y el sentido como
el contenido y la práctica de la autonomía.

El realismo de la periferia fue desplazado desde fines de los ochenta por la corriente
utilitarista que identificó al realismo político con la concordancia con lo históricamente
necesario, esto es, con el cálculo correcto de medios y fines.

Según Russell y Tokatlian las nuevas circunstancias mundiales y del Cono Sur
requieren una resignificación del concepto de autonomía como condición, es decir, la
capacidad de los países para tomar decisiones sin seguir los deseos, preferencias u
órdenes de otros. Estas mismas circunstancias complican el significado de autonomía

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como interés nacional objetivo. Los autores proponen esta resignificación de la


autonomía a partir de los siguientes presupuestos:

 Que la globalización contemporánea, el fin de la guerra fría, los procesos de


integración y democratización de la región han modificado el “contexto para la
acción” de nuestros países.
 Que las múltiples referencias que la literatura especialista en Relaciones
Internacionales realizan, hacen la reducción creciente de la autonomía estatal,
parten de una visión tradicional de la autonomía y resultan, en consecuencia,
anacrónicas. Señalan el impacto negativo de un nuevo contexto sobre la
autonomía de los Estados sin plantearse que este mismo contexto ofrece
condiciones de posibilidad y de desarrollo para la autonomía.
 Que la autonomía como condición guarda una estrecha correlación con la
posición de los países en la estructura de poder global y con la forma en que
estas mismas naciones utilizan sus recursos de poder.
 Que los factores internos desempeñan un papel importante en el
mantenimiento y ampliación de los grados de autonomía de cada país
 Que el nuevo “contexto para la acción” favorece en la subregión el tránsito de
autonomía que se define por contraste a otra que se construye dentro de un
contexto de relaciones y que llamamos “autonomía relacional”.

Este tipo de autonomía debe entenderse como la capacidad y deposición de un país


para tomar decisiones con otros por voluntad propia y para hacer frente en forma
conjunta a situaciones y procesos ocurridos dentro y fuera de sus fronteras. Para los
autores la defensa e incremento de los grados de autonomía de los países no pueden
provenir de políticas nacionales o subregionales de aislamiento, de autosuficiencia o
de oposición. En el cono sur la autonomía fue una bandera que se utilizó para
fortalecer de distintos modos el aparato del Estado y para servir a los intereses de las
clases dirigentes, por lo general poco o nada democráticas.

El enfoque relacional de la autonomía es un término que designa un amplio espectro


de perspectivas que se basan en una visión compartida: “que las personas están
socialmente integradas y que las identidades de los agentes se forman dentro del
contexto de las relaciones sociales y están conformadas por un conjunto de
determinantes sociales complejas que se intersectan. El concepto de autonomía
relacional propuesto especialmente para América Latina implica una visión distinta de
la noción de autonomía, tal como se ha empleado tradicionalmente, tanto en términos
de condición como de interés nacional objetivo. La autonomía relacional como
condición se refiere a la capacidad y disposición de un país para actuar
independientemente y en cooperación con otros, en forma competente, comprometida,
y responsable. La autonomía relacional como interés nacional objetivo, esto es la
preservación y ampliación de grados de libertad, se funda en un nuevo patrón de
actividad, una nueva estructura institucional y un nuevo sistema de ideas e
identidades.

En la práctica la autonomía relacional requiere creciente interacción, negociación y


una participación activa en la elaboración de normas y reglas internacionales
tendientes a facilitar la gobernabilidad global. Así la autonomía ya no se define por su
poder de un país para aislarse y controlar procesos y acontecimientos externos, sino
por su poder para participar e influir eficazmente en los asuntos mundiales, sobre todo
en organizaciones y regímenes internacionales de todo tipo. Estas organizaciones y
regímenes internacionales constituyen, además, el soporte institucional indispensable
para el ejercicio de la autonomía. En un marco de creciente independencia, ellos son
cada vez más útiles para afrontar problemas comunes y alcanzar propósitos

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complementarios, sin que los gobiernos se subordinen a sistemas jerárquicos de


control.

La autonomía relacional modifica de plano las visiones tradicionales sobre la


vinculación entre autonomía y otros intereses nacionales objetivos, (bienestar y
seguridad) en especial los análisis que señalan que el nuevo “contexto para la acción”
reduce la autonomía del Estado o que obliga a cederla en nombre de otros valores
como la defensa de la democracia y los derechos humanos. Contrariamente la
autonomía relacional es una condición necesaria para preservar y aumentar el
bienestar y la seguridad de nuestros países y para sustanciar nuestras democracias.
Debe considerarse como constitutiva de lo intereses nacionales objetivos y de la
profundización de la democracia interna. Asimismo, debe concebirse y practicarse
desde una perspectiva de política mundial en la que los actores no estatales
desempeñan un papel cada vez más importante en la determinación de los asuntos
internacionales contemporáneos.

Implicaciones de la autonomía relacional: Tránsito de un tipo de autonomía hacia otra


para los Estados de América del Sur:

 Su alcance más allá de la región dependerá de dos factores ajenos a América


de Sur, que pueden desarrollarse con cierta independencia entre si: a) de la
cultura prevaleciente en la anarquía internacional y de b) de la conducta que
asuma EE.UU frente a América Latina. Los poderosos deberán estar
dispuestos a ceder voluntariamente una parte de su libertad de acción para
lograr a cambio una mayor influencia, prestigio y liderazgo en los asuntos
mundiales.
 El nivel de autonomía de una acción de política exterior en América Latina del
sur no debería evaluarse en función de su mayor o su menor oposición a las
preferencias de Estados Unidos frente a América Latina. No es el alto o bajo
nivel de oposición o confrontación lo que caracteriza la autonomía, sino la
capacidad propia de establecer y ejecutar políticas que más contribuyan al
interés nacional.
 La autonomía relacional abarca todas las áreas de acción estatal incluida
ciertamente la militar.
 Fuerte regionalismo que refleja un creciente nivel de interdependencia
intraregional, de integración física, energética y de convergencia política. La
integración reúne dos aspectos comunes importantes en América Latina: a)
procura profundizar los vínculos comerciales, financieros y de inversión con los
principales centros de poder económico del mundo y b) se concibe como
compatible con el orden mundial de comercio.
 La autonomía relacional tiene en sí misma un fuerte componente democrático
se asienta en un sistema de creencias que respeta y fomenta la libertad
humana.

Para los autores el credo y la práctica unilateral estadounidense sólo pueden


contrarrestarse y restringirse en forma eficaz mediante un nuevo tipo de
multilateralismo, cuya construcción dependerá de la capacidad para fortalecer la
democracia interna, desarrollar identidades colectivas y participar, junto a numerosos
actores estatales y no estatales extrahemisféricos, en la creación de reglas e
instituciones internacionales que sirvan a nuestros intereses.

LLENDEROZAS, E. y FINKIELSZTOYN, M. “Estudios de Política Exterior: teorías,


enfoques y debates”

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Carlsnaes define a la política exterior como todas aquellas acciones que, expresadas
en términos de objetivos claros, compromisos o directivas y perseguidas por los
representantes del gobierno actuando en representación de sus comunidades
soberanas, están dirigidas a los objetivos, condiciones y actores (tanto
gubernamentales como no gubernamentales) a los que quieren afectar y que se
encuentran más allá de su legitimidad territorial. Desde otra perspectiva, Hill la define
simplemente como la suma de las relaciones exteriores oficiales llevadas a cabo por
un actor independiente (en general un Estado) en las relaciones internacionales. A
partir de estas definiciones es posible extraer tres conclusiones:

1. La formulación de política exterior es en general competencia de los Estados,


pero éstos no son los únicos agentes.
2. La política exterior no empieza y termina sólo en la instancia de su ejecución,
sino que implica un proceso de toma de decisiones.
3. El tipo de receptor de esta política (actores gubernamentales o no
gubernamentales) demuestra que no sólo se realiza política exterior para otros
Estados, sino para cualquier actor que se encuentre por fuera de las fronteras
nacionales.

La política exterior no se constituyó como una rama formal de conocimiento sino hasta
después de la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces, se la consideraba parte de la
política doméstica, si bien se destacaba la primacía de la política exterior por sobre las
demás políticas públicas, ya que atañe directamente al interés nacional y a valores
fundamentales.

No todas las escuelas abordaron a la política exterior del mismo modo ya que algunas
hicieron foco en la dimensión del Estado y su interacción con el sistema internacional
(Rosenau), otras profundizaron en la dimensión estatal para explicar cómo sus
diferentes agentes toman decisiones (Snyder), y una visión que se focalizó en la
relevancia de los individuos en los resultados de política exterior (Sprout). En una
perspectiva amplia, es posible asociar cada una de estas tres corrientes con los
niveles de análisis introducidos por Waltz:

 Primera imagen – Individuo = Política exterior contextual – Sprout. (Dimensión


doméstica).
 Segunda imagen – Estado = Método de toma de decisiones – Snyder.
(Dimensión doméstica).
 Tercera imagen – Sistema internacional = Política internacional comparada –
Rosenau. (Dimensión sistémica).

La principal diferencia metodológica que se encuentra al extrapolar el concepto de


nivel de análisis de las RRII a la política exterior es que, en las RRII un mismo
fenómeno se puede explicar desde las tres imágenes sin por ello salirse de paradigma.
Las escuelas de política exterior, sin embargo, no conciben a su propia disciplina como
un campo transversal a los tres niveles, sino que cada uno de ellas se constituye y
diferencia del resto en función del nivel de análisis que tome para explicar el
fenómeno. Es contra esta atomización que Rosenau señalaba la necesidad de
comprender la mutlicausalidad de los fenómenos, construyendo sus propios niveles de
análisis que no necesariamente discurrían por las mismas líneas que las de los padres
fundadores de las RRII.

Dado que para Rosenau la dimensión doméstica y la sistémico-internacional


interactuaban, los niveles de análisis serían en realidad una cuestión de grado en la
que se van agregando los diferentes individuos que toman decisiones. Así, los cinco
niveles de Rosenau serían: 1- Individuo; 2- Rol; 3- Gobierno; 4- Sociedad; 5- Sistema

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internacional. Los fenómenos de política exterior son transversales a los cinco niveles
y se pueden explicar desde todos ellos. Estos niveles pesarían más o menos en la
formulación de la política exterior de un Estado en función de sus dimensiones y de su
desarrollo social, político y económico.

Los niveles de análisis interactúan entre sí y se van combinando para explicar la


interacción existente entre los componentes nacionales e internacionales que hacen a
la política exterior. A partir de estos postulados, la teoría de Rosenau evoluciona hacia
la llamada “política exterior de ligazón” que permite que más actores se sumen a la
formulación de la política exterior, quitándole el monopolio al Estado que suele
prevalecer en los demás enfoques.

Carlsnaes propone una clasificación superadora de los niveles de análisis, basada en


dos categorías. Una categoría de clasificación ontológica, que apuntaría a la
construcción de las teorías, es decir, de qué manera pretenden acercarse a su objeto
de estudio: si de una manera holística/sistémica o individual. Y una categoría de
clasificación epistemológica, que establece cómo los actores definidos
ontológicamente perciben y aprehenden el mundo: si toman la información que reciben
de manera objetiva o subjetiva/interpretativa. Desagregar a los niveles de análisis en
estas dos categorías y hacerlas interactuar en una matriz no sólo resuelve muchas de
las incoherencias y falencias del modelo de Waltz, sino que permite clasificar con más
claridad las diferentes escuelas de política exterior.

ESCUDÉ, Carlos, “El Realismo de los Estados Débiles”

VAN KLAVEREN, Alberto “El análisis de la política exterior: una visión desde
América Latina”

La política exterior es una política pública, pero es más que eso. Por medio de la
política exterior, los Estados se relacionan con el sistema internacional y se adaptan a
éste. De esta manera, la política exterior se vincula a la disciplina de las relaciones
internacionales, representando un área específica en ese ámbito. La política exterior
también suele parecer diferente al resto de las políticas. Muchas veces se identifica
como una política de Estado que está por sobre las diferencias políticas internas y los
cambios de gobierno. Se le atribuye permanencia y se aspira a que sea congruente y,
ocasionalmente en el discurso público, invariable. Van Klaveren expone los elementos
básicos del análisis de la política exterior, identifica sus factores externos e internos, y
menciona sus principales actores, desde una perspectiva latinoamericana.

El análisis de la política exterior requiere un estudio de la estructura o contexto en que


se adoptan las decisiones, así como del proceso mediante el cual se adoptan. La
estructura se refiere tanto al ámbito externo como al interno. El proceso se refiere a los
actores que intervienen, instituciones, grupos, personas y las interacciones que se

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generan entre ellos. Es probable que la clasificación más conocida y utilizada de las
variables que afectan los comportamientos de política exterior sea la que distingue
entre factores externos e internos. Los analistas han demostrado la relevancia que
asume el contexto interno de los países en la elaboración de la política exterior. El
énfasis en los factores internos ha permitido a los expertos superar las limitaciones del
análisis tradicional de la política del poder, que tendía a considerar que los países se
comportaban con independencia de las fuerzas políticas y sociales internas en la
búsqueda de intereses nacionales evidentes por sí solos. Cualquier análisis que
eleva a los factores internos o externos a la categoría de determinantes
primarios y exclusivos de la política exterior está condenado al fracaso. Las dos
categorías de factores no están en competencia, sino que se complementan.

Contexto externo.

El medio externo de cada Estado comprende el sistema global compuesto por el resto
de los Estados, tanto de manera individual como en una variedad de combinaciones.
El sistema global se caracteriza por una situación de interdependencia compleja e
incluye diferentes regímenes internacionales. La noción de sistema global también
comprende una variedad de actores no estatales; éstos pueden variar desde
organizaciones intergubernamentales hasta organizaciones no gubernamentales.
Todos estos actores pueden transferir influencias desde el medio externo a cualquier
sistema de política exterior.

La estructura del sistema internacional ha representado siempre un referente básico


para el análisis de la política exterior de los países, tanto más en América Latina. La
noción de estructura sirve para establecer los límites dentro de los cuales se mueven
los actores en su conjunto. La particular configuración de poder entre los Estados
resulta fundamental para evaluar el margen de maniobra de que dispone una política
exterior. No es lo mismo un sistema unipolar que uno bipolar, o que uno multipolar.
Pero no sólo importa la distribución global de los recursos políticos y estratégicos.
También resulta fundamental la distribución de los recursos económicos, las formas en
que se genera la riqueza y las relaciones que se establecen entre los países en ese
ámbito.

Debido a la condición históricamente periférica de la región, una ya larga tradición de


estudios de RRII latinoamericanos se ha concentrado en las perspectivas sistémicas.
El supuesto del que estos estudios partían es que América Latina era extremadamente
sensible a su medio externo y que su comportamiento hacia otros países tendía a ser
una reacción, de acatamiento o de rechazo, a estímulos que se originaban más allá de
sus fronteras. Ejemplos de ello son los enfoques estructuralista y de la dependencia.
Por lo tanto, los análisis sistémicos en América Latina suelen destacar la calidad
periférica de la región y vulnerabilidad respecto de las variables externas.

Por otra parte, las perspectivas de política del poder se centran igualmente en el
contexto externo y se caracterizan por su orientación estratégica, racional y
calculadora, por su tendencia a considerar al Estado como un actor unificado y
racional, y por su énfasis en los conflictos internacionales. Este enfoque de política del
poder considera las acciones de otros países como los principales factores
condicionantes de las decisiones de política exterior.

Contexto interno.

El contexto interno también influye poderosamente. Para algunos, la política exterior


debe ser entendida como el producto de la dinámica interna de un Estado. Los
recursos de que dispone un país para llevar a cabo su política exterior sin duda

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importan; también son relevantes la calidad de la diplomacia, el prestigio de un país o


su imagen nacional. Pero los recursos no bastan por sí solos; importa también la
capacidad y voluntad de aprovecharlos.

Las características del sistema político pueden ser significativas para explicar cambios
en la política exterior. Éstas se refieren al régimen político, es decir, a la forma de la
organización política. La distinción básica que se hace en esta área es entre
regímenes democráticos y autoritarios, y apunta a saber si un régimen político
determinado conduce a cierto tipo de política exterior o por lo menos afecta esta área.
Esta interrogante fue relevante para analizar las continuidades y cambios entre los
regímenes autoritarios y democráticos en diversos países de América Latina y los
efectos de los procesos de transición a la democracia que se dieron en la región.

Otro elemento del contexto interno que es relevante tiene que ver con las políticas
económicas de los países. Considerando que todas las naciones latinoamericanas
forman parte del mundo en desarrollo, este elemento se hace equivalente a las
estrategias específicas de desarrollo que han seguido. En América Latina, los países
con estrategias económicas más liberales y políticas comerciales más aperturistas
tienden a bajar el tono de la antigua confrontación Norte-Sur o Primer-Tercer Mundo.

Los países desarrollan culturas de política exterior que equivalen a conjuntos de


creencias, imágenes y símbolos que mantienen las elites y las opiniones públicas de
los países respecto de sus relaciones exteriores. Existe una tendencia al
congelamiento de estas culturas; en el caso de América Central y del Sur se observa
que las realidades del siglo XIX tienden a congelarse, configurando agendas históricas
que influyen de forma permanente en las visiones de política exterior.

Actores y toma de decisiones.

Múltiples actores intervienen en las decisiones de política exterior y lo hacen dentro de


determinados contextos organizaciones y de decisión, los cuales se condicionan por
sus propias preferencias y características. El estudio de esos actores y de los
procesos mediante los cuales adoptan las decisiones y definen sus objetivos es
fundamental en los análisis de política exterior:

 Los jefes de Estado o de Gobierno concentran importantes poderes en el


área de la política exterior. No sólo toman las decisiones importantes, sino que
también cultivan estilos personales de política exterior. El carisma, los grados
de interés y atención presidenciales en los temas internacionales y los rasgos
personales han dejado una huella clara en muchos esquemas de política
exterior.
 Los ministros o secretarios de relaciones exteriores desempeñan un papel
crucial en la ejecución de la política exterior. En América Latina, ciertos
ministros han sido especialmente relevantes en las posiciones internacionales
de sus países.
 Las cancillerías, que consisten en burocracias altamente institucionalizadas,
suelen asumir la representación de las culturas de política exterior y se
presentan como garantes de los intereses diplomáticos permanentes de los
países.
 Aunque los ministerios de relaciones exteriores suelen reclamar un virtual
monopolio de la conducción externa de un país, crecientemente tienen que
compartir sus responsabilidades con otros ministerios. En América Latina, sus
competidores más fuertes han procedido del área económica.
 Considerando la relación entre política exterior y política de defensa, no es de
extrañar que en varios países los ministros de defensa y las burocracias que

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los apoyan asuman papeles importantes en la política exterior y desarrollen sus


propias diplomacias.
 Los congresos han defendido celosamente sus facultades tradicionales en
materia de política exterior. Estas atribuciones para ratificar los tratados
internacionales y aprobar los resultados de las negociaciones económicas
internacionales les siguen otorgando competencias importantes.
 Los partidos políticos pueden intervenir en una serie de temas de política
exterior, no sólo en consideración a las funciones naturales que cumplen en los
regímenes democráticos, sino también por el interés que han manifestado en
algunas cuestiones internacionales, tanto en el plano de la política contingente
como en el plano simbólico.
 Los grupos de interés pueden ejercer considerable influencia en las
decisiones de la política exterior. El peso de los lobbies en determinadas áreas
de la política exterior estadounidense es evidente.
 El papel de los medios de comunicación en la formulación de la política
exterior se hace cada vez más relevante y orientado tanto hacia la formación
de la opinión pública como hacia la propia elite que adopta las decisiones.

Así, los procesos de formulación o toma de decisiones son dinámicos e incluyen


racionalidades institucionales y personales en combinaciones muy variadas. La
multiplicación de actores y los cambios en la administración moderna hacen más
complejos los procesos.

En el pasado, la escuela realista de las RRII postulaba como objetivo central de la


política exterior la búsqueda del interés nacional definido en términos de poder,
seguridad y riqueza. Hoy se estima que los objetivos de una política exterior no se
limitan sólo a la preservación de la integridad de los Estados, a la protección de sus
habitantes, dentro y fuera del país, y a la búsqueda de la prosperidad. También
proyecta identidad y valores, y se orienta, a través de políticas multilaterales, hacia la
búsqueda de un orden internacional estable y cooperativo mediante la adopción de
nuevos regímenes internacionales.

La formulación de la política exterior será siempre el resultado de la interacción entre


el contexto interno y externo. Ninguna explicación única parece adecuada para reflejar
la complejidad de la política exterior. Siempre habrá necesidad de combinar
perspectivas teóricas para entender la trayectoria y características de las políticas
exteriores.

PERROTTA, Daniela, “La integración regional como objeto de estudio. De las


teorías tradicionales a los enfoques actuales”

La integración regional se vuelve un objeto de estudio a partir de la década de 1950


con la creación de un arreglo regional que tuvo la particularidad de unir bajo una
autoridad común un sector estratégico de la producción de dos Estados que habían
permanecidos, hasta entonces, enemistados. Tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial, Alemania y Francia (junto a Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos) deciden
comunitarizar la producción de acero y de carbón. Para las RRII, el hecho estimuló el
estudio teórico del mismo.

Durante los primeros años de la integración en Europa Occidental, las tesis


neofuncionalistas permitieron explicar el proceso de puesta en común de la soberanía
y su profundización hacia nuevas áreas de integración y creación de las instituciones
comunitarias. Sin embargo, en tanto los procesos de integración regional no son, de
manera necesaria, esquemas evolutivos, el estancamiento del proceso de integración
a mediados de la década de 1960 refutó las tesis neofuncionalistas y habilitó los

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abordajes de corte realista (intergubernamentalismo). En este marco, los teóricos de


las RRII en los EE.UU. perdieron el interés en el estudio de la integración europea (la
“era sombría” de la integración), lo cual no redundó en ausencia de estudios sino que,
al contrario, permitió que la entonces Comunidad Económica Europea comience a ser
abordada desde otras disciplinas (ciencia política, sociología, antropología).

Sobre esta base, a mediados de la década de 1980, a la par que se relanza la CEE y
comienzan a ensayarse nuevos acuerdos de integración regional a nivel mundial, se
percibe la imposibilidad de contar con una única teoría comprensiva de la integración
y, consecuentemente, la parcialidad de cada enfoque teórico. En este punto se
produce una bifurcación de los estudios sobre integración regional. Por un lado, dentro
del campo de estudios europeos, se habilitan nuevos enfoques para tomar las
diferentes aristas del proceso; por el otro, se plantean acercamientos más generalistas
en vistas a incorporar el conjunto de nuevos procesos de regionalismo que se suceden
con mayor intensidad a partir de la década de 1990 y en el marco de la cristalización
de un nuevo orden económico mundial. Una de las preocupaciones centrales consistió
en identificar la peculiaridad de “lo regional” y los diferentes incentivos o propósitos de
la creación de los nuevos regionalismos.

Unidad regional europea.

La teoría de la integración regional como tal surge a partir de un hecho particular: el


proceso de unión de Europa Occidental luego de la Segunda Guerra Mundial. En 1951
se creó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, un organismo para regular la
producción y comercialización de estos dos sectores entre Francia, Alemania
Occidental, Italia y los países del BE.NE.LUX. El nuevo organismo colocó bajo una
única agencia común dos sectores clave y unió a los eternos enemigos en una zona
especial (Alsacia y Lorena). Este proceso se profundizó a partir de 1957 con la
creación de la Comunidad Económica Europea.

De esta manera, la práctica y la política de integración regional anteceden a su


teorización. En consecuencia, la decisión por retornar a la senda de la paz y el
desarrollo económico a través de la integración suscitó el interés de los académicos de
las RRII. Las dos teorías tradicionales para explicar el proceso de integración regional
de Europa Occidental son el neofuncionalismo y el intergubernamentalismo. Para
ambos, el eje de la explicación se coloca en la identificación y el análisis de qué
actores son los más relevantes y cuentan con mayor poder en los procesos de
integración: los Estados soberanos (intergubernamentalismo) o las instituciones
supranacionales (neofuncionalismo).

El nuevo regionalismo.

En la década de 1980, y con mayor intensidad en la de 1990, al calor de las


modificaciones en el escenario económico y político internacional, surgen nuevos
procesos de integración mientras que los ya existentes son revitalizados al unísono de
las nuevas tendencias. Estas experiencias novedosas de integración regional, no sólo
en Europa sino que en el mundo entero, constituirán un objeto de estudio
reformateado.

Al mismo tiempo, la política de integración regional quedará sujeta a la formación de


una visión prescriptiva, por parte de los organismos internacionales de crédito o
reguladores del comercio multilateral, respecto del modo e intensidad de los nuevos
regionalismos (OMC, CEPAL). Por otra parte, la preocupación central del enfoque del
nuevo regionalismo consistió en la delimitación del concepto de región y en el

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necesidad de distinguir formas de la integración regional dado un mapa global


caracterizado por la multiplicidad de acuerdos.

Síntesis.

La práctica de la integración regional precede a la teoría de la integración regional: El


caso europeo, en primera instancia, y el conjunto de experiencias en todo el mundo de
la década de 1990, luego, motorizaron la búsqueda de respuestas teóricas para
comprenderlos en su especificidad. Al mismo tiempo, el desarrollo de los procesos de
integración motivó la instauración de metodologías creativas para tomar las diferentes
variables.

La integración regional es, ante todo, una política pública: La integración regional
consiste en una decisión de los Estados en función de sus lineamientos de política
más amplios. La profundización o el retroceso de la integración en Europa, el
alineamiento o no a las prescripciones proyectadas por organismos internacionales,
son todas decisiones de política que moldean diferentes formas de hacer integración.

Las regiones son construcciones: No existen regiones naturales o dadas, si bien el


compartir una misma geografía contribuye a la integración. En tanto son una
construcción política, revisten también el carácter de construcción social compartida.

El estudio de la integración regional debe reconocer su dimensión histórica: En un


mismo proceso de integración regional pueden darse modelos divergentes,
contradictorios o en pugna a lo largo del tiempo.

No es posible encontrar modelos puros de integración: En un mismo momento


histórico pueden presentarse elementos de diferentes formas de encaminar la
integración.

Descargado por Shion Crack (shioncrack2020@gmail.com)

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