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El Ateneo Libertario Al Margen de Valencia presenta el libro colectivo Kropotkin.

Cien años
después (Ed. FAL)

Kropotkin: el legado de un filósofo y científico revolucionario

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Por Enric Llopis | 11/12/2021 | Cultura

Fuentes: Rebelión

“Las especies animales en las que la lucha entre los individuos ha sido llevada a los límites más
restringidos, y en las que la práctica de la ayuda mutua ha alcanzado el máximo desarrollo,
invariablemente son las especies más numerosas, más florecientes y más aptas para el máximo
progreso”, escribió el anarquista ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) en tal vez su obra más
representativa, El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, publicada en 1902.

En el reino animal la sociabilidad y la vida en sociedad constituyen –en la gran mayoría de las
especies- la mejor arma para la lucha por la existencia, añade el revolucionario, explorador y
científico (geógrafo, zoólogo y naturalista) de familia aristocrática. Y aclara cómo esta lucha ha
de entenderse “en el amplio sentido darwiniano”; es decir, como una pugna contra todas las
condiciones naturales, desfavorables para las especies.

Kropotkin extiende esta valoración al ser humano. La ayuda mutua –una de las grandes fuerzas
activas de la evolución- no sólo creó las condiciones de la vida social, sino que hizo posible el
desarrollo de las artes, la industria y la ciencia. El apoyo mutuo no excluye la importancia del
individuo: “La autoafirmación de la personalidad también constituye un elemento de
progreso”.

Kropotkin escribió libros relevantes como Campos, fábricas y talleres (1899); La conquista del
pan (1892) y Palabras de un rebelde (1885). Pero también folletos como La moral anarquista,
de 1891, en el que afirma: “Reconocemos la libertad completa del individuo; queremos la
plenitud de su existencia, el desarrollo de sus facultades. No queremos imponerle nada,
volviendo así al principio que Fourier oponía a la moral de las religiones (…)”.

Este año se cumple un siglo del fallecimiento del agitador, propagandista y filósofo, que debido
a su activismo internacionalista sufrió la represión; el exilio –en Suiza, Francia o Inglaterra- y la
cárcel (por ejemplo en San Petersburgo, tras su detención por la policía zarista; o en Francia).
Con motivo del aniversario, la Fundación Anselmo Lorenzo (FAL) ha editado el libro –de 16
artículos y 401 páginas- titulado Kropotkin. Cien años después, coordinado por Jordi Maíz.

El texto fue presentado el 19 de noviembre en el Ateneo Libertario Al Margen de Valencia por


uno de sus autores, Francisco Madrid, también integrante del grupo Etcétera. El historiador
realiza, en el libro colectivo, una aportación sobre Las ideas de Kropotkin en España. Su
evolución.
Francisco Madrid detalla que el pensador anarquista estuvo en España –un mes y medio, en
Barcelona y Madrid- durante el verano de 1878, tras el inicio de la Restauración Borbónica
(1874-1923) y con el conservador Cánovas del Castillo en la presidencia del Gobierno; fueron
años de dura represión: entre 1874 y 1881 tuvo lugar la denominada Primera clandestinidad
anarquista.

“Sólo en Cataluña había más de cien mil hombres en sindicatos bien organizados y más de
ochenta mil españoles se habían unido a la Internacional, se reunían con regularidad, y
pagaban sus cuotas a la Asociación (…)”, recordaba Kropotkin en Memorias de un
revolucionario (1899); y sobre las agrupaciones que conoció, “estaban preparadas para
proclamar los Estados Unidos de España; dar independencia a las colonias y, en algunas de las
regiones más avanzadas, dar pasos firmes hacia el colectivismo”.

En el acto de Al Margen, Francisco Madrid Santos señala que la presencia del revolucionario
ruso en España –llegó desde Suiza, escapando de la represión- pasó casi inadvertida. Sobre la
influencia de sus escritos, subraya que los anarquistas españoles fueron quienes primero
publicaron el folleto A los jóvenes.

En la traducción y difusión de Kropotkin tuvo una importancia destacada el anarquista de


Cádiz, afiliado a la AIT y fundador del Periódico El Socialismo, Fermín Salvochea; también
editoriales anarquistas como La Revista Blanca durante su primera etapa (1898-1905); El
Productor o las ediciones de La Escuela Moderna. Editoriales comerciales como Sempere, en
Valencia, o Maucci, en Barcelona, también publicaron desde el comienzo del siglo XX textos de
autores ácratas.

Prologado por Eliseo Reclus, La conquista del pan vio la luz en Francia, en 1892, a partir de los
artículos difundidos en el periódico Le Révolté. En el libro Kropotkin abordaba, entre otros
aspectos, la organización del comunismo anarquista; las expropiaciones, con los ejemplos del
empresario francés Rothschild o el estadounidense Vanderbilt; sobre las necesidades de lujo
(“cesando de ser el lujo un aparato necio y chillón de los burgueses, se convertiría en una
satisfacción artística”); el trabajo agradable; el consumo y la producción; la descentralización
de las industrias o el cultivo de la tierra.

Con este punto de partida, el catedrático de Urbanismo José Luis Oyón incluye en el libro de la
FAL el artículo Kropotkin y la comuna anarquista de La conquista del pan. Constata una
perspectiva “proto-ecológica” en la propuesta urbanística de Reclus y Kropotkin, más allá del
principio de autosuficiencia alimentaria. En concreto, detalla Oyón, “la deseada proximidad
entre producción y consumo, agricultura e industria, campo y ciudad; comenzar a entender el
metabolismo de la ciudad, cómo consume sus alimentos o puede reciclar sus desechos
orgánicos, como se hace en La conquista (…)”.
Kropotkin. Cien años después incluye textos de Carlos Taibo (Kropotkin y el canon anarquista);
Frank Mintz (La moral personal de Pedro Kropotkin. Entre el socialismo anarquista y el
patriotismo ruso); María Migueláñez (Piotr Kropotkin y la edición ácrata en América Latina) o
Susana Sueiro (El gran cisma de la guerra. La controversia anarquista con Kropotkin desde los
Estados Unidos), entre otros.

Diana García, Clara González-Garzón, Emilia Moreno y Laura Vicente, del Grupo Redes,
comparten una reflexión sobre Apoyo mutuo y anarcofeminismo. Se remiten al cooperativismo
y su importancia, subrayada por Kropotkin: “Citó experiencias de apoyo mutuo en diversos
países de Europa y de Rusia, donde incluso se creó una escuela superior para mujeres en
1887”.

Las autoras también destacan iniciativas de ayuda mutua, como el movimiento de las mujeres
beguinas, surgido en la Edad Media, sobre todo en Europa Central; la desobediencia a los
poderes religiosos y patriarcales les hizo sufrir periodos de persecución brutal e incluso la
quema en hogueras; o, ya en el siglo XX, el grupo Mujeres Libertarias de Zaragoza, que en los
años 80 trabajó en el ámbito del aborto (facilitar formación o búsqueda de direcciones).

El filósofo británico Thomas Hobbes publicó su obra cimera, Leivathan, en 1651; el Leviatán es
asimismo un monstruo marino que aparece en la Biblia. En el artículo Kropotkin, anti Hobbes,
el periodista Rafael Cid recuerda algunas ideas vinculadas al ideario hobbesiano: “el hombre es
lobo para el hombre”; “guerra de todos contra todos” o “la autoridad y no la verdad hacen la
ley”. Según el analista de Radio Klara y el periódico Rojo y Negro, “Hobbes cifra su operativa en
el Estado y Kropotkin en la Anarquía”.

En contraposición a la ayuda mutua, afirma Rafael Cid, actualmente “se ha impuesto un


neohobbesianismo que ha logrado consensuar a su favor la seguridad personal y la
prosperidad individual en un único registro de la sociedad coactiva, regida por un culto al
privatismo que todo lo impregna”.

Asimismo el historiador Joan Zambrana, del colectivo Cedall, analiza los artículos y referencias
a Kropotkin en el periódico anarquista de Barcelona Tierra y Libertad, entre 1910 (año de
fundación de la CNT) y 1919. Una primera etapa –hasta 1914- se caracteriza por la valoración
muy positiva del geógrafo (incluso con una campaña de solidaridad promovida en España por
los redactores).

Un segundo periodo se distingue por la crítica, debido a la posición de Kropotkin a favor de los
aliados, especialmente de Francia, durante la Primera Guerra Mundial (Tierra y Libertad
mantuvo un criterio antibelicista, “que creemos ajustado al ideal anarquista”); por último, el
respaldo del teórico y propagandista a los comienzos de la Revolución Rusa de 1917, donde era
posible transitar hacia el socialismo libertario, hizo que se dejaran atrás antiguas discrepancias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
El príncipe Kropotkin:
padre del anarquismo en
Rusia
HISTORIA
13 ENERO 2014
YAN SHENKMAN
RUSIA HOY

Dibujado por Natalia Mijáilenko






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El padre del anarquismo ruso, el príncipe Piotr


Kropotkin (1842-1921), soñaba con un mundo
sin violencia ni autoridad estatal. Su
concepción de la sociedad se basaba en la
cooperación voluntaria de personas libres.
Actualmente, sus ideas siguen tan vigentes
como lo fueron en el siglo XIX.
Como muchos de los revolucionarios rusos del siglo XIX, Kropotkin
nació en el seno de una familia rica perteneciente a la nobleza;
formaba parte de la élite. Su padre tenía más de mil siervos y tres
grandes fincas. Kropotkin se graduó en el Cuerpo de Pajes, la
academia militar más exclusiva de la época en Rusia. Llegó a ser
incluso paje de cámara del emperador Alejandro II. Ante él se abría un
futuro brillante: podría haberse convertido en general o en ministro.
Sin embargo, el príncipe desestimó todo esto y se entregó a la
revolución. Habiéndose empapado de literatura clandestina, renunció
al prestigioso servicio en la guardia y se marchó a Siberia.

Durante este acercamiento al pueblo, Kropotkin se convenció


definitivamente de que todos los males provenían del Estado. Allí
adonde no llegaba la mano del Estado, a pesar de la pobreza, la gente
era feliz. Los pueblos que conoció se organizaban en comunas y se las
arreglaban perfectamente sin impuestos ni funcionarios.
Durante su estancia en Suiza, se dedicó a observar cómo estaba
organizada la cooperativa de los relojeros. Estos no estaban sometidos
a ninguna jefatura y, sin embargo, la cooperativa funcionaba a la
perfección. Se trataba de una auténtica comuna anarquista, tal como lo
entendía Kropotkin. Una comunidad de personas libres, que no
trabajaban bajo presión, sino de forma voluntaria. Allí mismo, en
Suiza, Kropotkin se unió a la Primera Internacional, la misma en la
que ingresó Karl Marx.
Kropotkin regresó del extranjero transformado en un revolucionario
convencido y comenzó a redactar propaganda revolucionaria.
Demostró bastante destreza en el arte de la conspiración, pues durante
mucho tiempo, aunque la policía estaba al tanto de sus actividades, no
pudieron arrestarlo. Se disfrazaba constantemente de estudiante o de
campesino y cambiaba con frecuencia de piso franco. Si en el edificio
entraba un elegante joven con gafas, después salía un campesino
vestido con una vieja camisa de algodón y unas botas baratas. La
transformación era absoluta. No obstante, al final fue arrestado. Lo
enviaron a la Fortaleza de Pedro y Pablo en San Petersburgo, una de
las cárceles más lúgubres de Rusia. Kropotkin pasó dos años allí para
después fugarse. Fue un caso único. Solo una persona realmente
desesperada podía tomar la decisión de fugarse de la Fortaleza de
Pedro y Pablo.
Se marchó al extranjero, donde prosiguió con su actividad
antigubernamental —y es que la anarquía se basa en la negación del
Estado, de la gran máquina estatal—; allí encontró muchos
partidarios, entre otros, los editores de un periódico con un nombre
bastante sugerente, El Insurrecto, que se dedicaban a publicar
propaganda e incluso llegaron a organizar algunos ataques terroristas.

La fotografía soviética: desde la Revolución hasta la perestroika


Kropotkin no guardaba ninguna relación con estos sucesos, pero
debido a su exposición al público se convirtió en una figura muy
impopular. Esto le valió la expulsión de todos los países europeos; en
Francia incluso fue condenado a cinco años de cárcel, de los que
finalmente solo tuvo que cumplir tres, gracias a la intervención de
Victor Hugo y de otras celebridades, que acudieron en su defensa.

Ningún Estado —ni los capitalistas ni los socialistas— acepta la


anarquía. Cuando Kropotkin regresó a Rusia durante la revolución,
enseguida se produjo el roce con los bolcheviques. Al viejo anarquista
le horrorizaba la crueldad de estos. Era una persona gentil y
bondadosa por naturaleza, por lo que no podía aprobar el terror rojo
bajo ningún concepto. Ante todo, él interpretaba el anarquismo como
un sistema basado en la ayuda mutua y en la solidaridad. Y lo que se
encontró allí fue una guerra de todos contra todos.

“¡Para esto he trabajado toda mi vida en la teoría de la anarquía!”, se


quejaba a Plejánov, un viejo compañero marxista. A lo que este le
contestó: “Piotr Alexéevich, también yo me encuentro en esa
situación. Si hubiera sabido que mis enseñanzas sobre el socialismo
científico desembocarían en esta pesadilla...”

El marketing y el romanticismo de la Revolución

Tras la muerte de Kropotkin, las autoridades rusas lo conmemoraron


por su lucha contra el ‘perverso’ sistema zarista. En su honor se
bautizaron varias calles e incluso ciudades de todo el país. En el
centro de Moscú hay una parada de metro que se llama
Kropótkinskaya y durante un tiempo también existió el museo de
Kropotkin, pero a finales de los años 30 lo cerraron por lo que pudiera
pasar. Para entonces, el Estado soviético ya se había puesto en pie y
había ganado poder; las ideas anarquistas le eran completamente
ajenas.

Pero el anarquismo resultó ser una corriente sorprendentemente vivaz.


Mientras exista un Estado, siempre habrá alguien que quiera luchar
contra su opresión. El famoso lema ‘la anarquía es la madre del orden’
no resulta tan absurdo si se entiende este movimiento como lo
planteaba el propio Kropotkin.

Como una espléndida utopía; una disposición perfecta de la sociedad,


en la que ciudadanos conscientes trabajan por el bien común, sin
capataces ni supervisores, por el simple hecho de que son personas
conscientes y benévolas. Una imagen hermosa, aunque
completamente inverosímil. Pero el gran soñador Kropotkin creía que
algún día las cosas serían así.

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