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Stamateas, Bernardo
El cielo gobierna : 10 días experimentando el libro de Daniel / Bernardo
Stamateas.- 1a ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Presencia de
Dios, 2022.
Libro digital, PDF

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ISBN 978-987-8463-41-4

1. Crecimiento Espiritual. 2. Espiritualidad Cristiana. I. Título.


CDD 224.5

EL CIELO GOBIERNA
10 días experimentando el libro de Daniel

Bernardo Stamateas
- 1° edición -

Presencia de Dios
José Bonifacio 332, Caballito,
Buenos Aires, Argentina.
Tél.: (54011) 4924-1690
www.presenciadedios.com

Edición: Silvana Freddi / María Stamateas


Diseño de tapa y diagramación: Diseño Presencia

©Ediciones Presencia 2022

No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier


forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante foto-
copias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del
editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

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ÍNDICE

Capítulo 1 5
Cristo Capacidad
Ejercicio 1 25
Esperar y actuar

Capítulo 2 26
Cristo Capacidad en acción
Ejercicio 2 44
Me dejo amar por ti

Capítulo 3 46
Cuando Cristo Capacidad aparece
Ejercicio 3 65
Cristo Capacidad

Capítulo 4 66
Cuando Cristo Capacidad sale como carga
Ejercicio 4 83
Cerrar la puerta y llevar la carga...

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El Cielo Gobierna

Capítulo 5 84
El poder de la intimidad
Ejercicio 5 102
En cuya presencia estoy…

Capítulo 6 103
Soltando a Cristo Capacidad: la carga
Ejercicio 6 119
Soltar las cargas de hoy

Capítulo 7 120
La voz de Dios
Ejercicio 7 138
Señor, perfeccióname en mi hablar

Capítulo 8 139
La Palabra en acción
Ejercicio 8 156
Hablarle a Él de Él

Capítulo 9 158
Cuando la respuesta tarda en llegar
Ejercicio 9 180
Experiencias

Capítulo 10 181
Los yugos

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CAPÍTULO 1

Cristo Capacidad

E n este libro comenzaremos a profundizar la vida y los


secretos del profeta Daniel. Los doce capítulos del Libro
de Daniel son “Cristo Capacidad” expresándose. Todo el li-
bro está basado en impactantes resultados. Mientras otros
profetas nos enseñaron sobre el efecto dominó, la medita-
ción, el amor humano y el amor divino, Daniel nos enseña
sobre el Lugar Santísimo. Este libro es todo Cristo poder,
Cristo actuando, Cristo haciendo, Cristo resolviendo. El li-
bro de Daniel te dará pistas de cómo permitir que Cristo Ca-
pacidad se exprese. Y, cuando Cristo Capacidad se expresa,
siempre suceden cosas gloriosas.
¿En cuántas áreas de tu vida estás estancado? ¿Cuántas co-
sas sigues haciendo mal? ¿En cuántas áreas no ves resulta-
dos? El libro de Daniel nos enseña a sumergirnos en lo pro-
fundo, en nuestra intimidad con Cristo, para que Él crezca
en todas las áreas de tu vida.

Cristo Capacidad en la vida de Daniel


Daniel estuvo cautivo en Babilonia. Los babilonios habían
entrado y prendido fuego Israel, llevándose como escla-
vos a un grupo de jóvenes con el objeto de prepararlos, de

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formarlos. Daniel llegó a Babilonia a los quince años y vivió


allí prácticamente toda la vida, hasta los noventa años, edad
en la que murió. Y en el transcurso de su vida, Cristo Capa-
cidad se manifestó por completo.
Su comienzo fue bueno, pero su final fue con gloria, dado
que, cuando Cristo Capacidad se revela, empezamos bien,
continuamos mejor y terminamos en victoria. Cristo es
quien nos lleva de aumento en aumento hasta llegar a la
Presencia del Señor.

Quiero compartirte un pequeño resumen de este libro que


forma parte del Antiguo Testamento y que habla de la vida
de Daniel, desde que llega a Babilonia hasta su vejez:
A los dieciocho años Daniel gobernó Babilonia. Dios lo lle-
vó de la nada a gobernar la capital más potente del mundo.
El Capítulo 4 narra que, un día, el rey Nabucodonosor tuvo
un sueño y se lo contó a Daniel, que era el segundo a cargo y
que, para ese momento, tenía cuarenta y nueve años. Daniel
le interpretó el sueño y el rey lo volvió a coronar. En el Capí-
tulo 6 el profeta ya tiene setenta años. A esta edad lo tiraron

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10 días experimentando el libro de Daniel

al foso de los leones y vio cómo Dios les cerró la boca a estas
fieras y le dio el milagro de poder dormir entre ellas. A esta
edad, Daniel vio la gloria. En el Capítulo 7, Daniel ya tiene
setenta y seis años y tiene la visión de las cuatro bestias. En
el Capítulo 9, con ochenta y cinco años, el profeta se deter-
minó a estudiar el Libro de Jeremías. Allí descubrió que Jere-
mías afirmaba que el cautiverio iba a durar setenta años. Ya
llevaban sesenta y ocho años en Babilonia, por lo cual dijo:
“Ya está. ¡Pronto saldremos de aquí!”. Es decir, a los ochenta
y cinco años, Daniel estaba lúcido y tenía una mente sagaz,
brillante. Luego, a los noventa años, escribió el libro que hoy
estás profundizando y que lleva su nombre.
En el Libro de Daniel aparecen fechas, detalles y matices que
Daniel recordaba perfectamente. ¿De dónde nacía en él esa
mente sobrenatural? Del Cristo Capacidad que se expresó
en su vida. Daniel murió, al igual que el apóstol Juan, a los
noventa años. Juan y Daniel son como hermanos gemelos.
Cuando analizamos sus libros, vemos que, hasta el último
día de sus vidas, Dios los usó para grandes hechos. La carne
crece, alcanza una meseta y decrece, pero, en Cristo, vamos
a ir de gloria, en gloria y en gloria. La vejez no existe porque
el aumento de la revelación y de la visión irá en aumento en
nuestra vida. Necesitamos llevar al Altar el pensamiento
de que “ya estamos grandes”, pues esta es una mentira de
la carne. Cada vez que Cristo Capacidad se activa, produ-
cimos el ciento por ciento hasta el último día en esta Tierra.
El profeta Daniel aprendió los secretos gloriosos de cómo
activar Cristo Capacidad, Cristo Poder, el Cristo del Lugar
Santísimo, porque el Lugar Santísimo es el lugar del po-
der y de los resultados en todas las áreas de la vida. En los
tiempos de la iglesia que estamos viviendo nunca hemos

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visto un José o un Daniel entre nosotros, pero estamos en


los comienzos en los que nadaremos conforme a la luz de lo
que el Señor quiere que hagamos. Con solo dieciocho años,
Daniel ya dirigía una ciudad; este fue su primer resultado
de estar en aguas profundas.
El segundo resultado que experimentó Daniel por el Cristo
Capacidad es el discipulado generacional.
Daniel 5:11: “En tu reino hay un hombre en el cual mora el espí-
ritu de los dioses santos, y en los días de tu padre se halló en él luz
e inteligencia y sabiduría, como sabiduría de los dioses; al que el
rey Nabucodonosor tu padre, oh rey, constituyó jefe sobre todos los
magos, astrólogos, caldeos y adivinos [...]”.
El texto se refiere al profeta Daniel. El rey Nabucodonosor
lo había dejado a él como jefe de todos los magos, astrólo-
gos, caldeos y adivinos del reino. Estaba al mando de todos
los brujos, del que tiraba las cartas, del que leía las manos,
etc. Todos ellos estaban subordinados a Daniel. ¿Qué ha-
bríamos hecho cualquiera de nosotros en su lugar? Segu-
ramente habríamos reprendido al enemigo y exclamado:
“¡Eso es diabólico!”. Pero ¿qué hizo Daniel con ellos? Los
discipuló. ¿Y qué les enseñó? Les habló de Cristo. Tomó el
Libro de Números y les dijo: “Acá dice que habrá una estre-
lla que va a guiar. Viene un Salvador. En mi pueblo, Israel,
nacerá un Mesías, un Salvador, un Redentor del mundo”. Y
les enseñó las profecías. Esto ocurrió alrededor del año 600
antes de Cristo. Daniel les enseñó a los brujos que Cristo
nacería, que Cristo es glorioso y poderoso, que Cristo es el
Salvador. Los brujos les transmitieron estas enseñanzas a
otros adivinos y así sucesivamente. ¿Y sabes qué ocurrió
seiscientos años después? Los magos de oriente vieron la
estrella y dijeron: “Hoy ha llegado lo que el profeta Daniel

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nos enseñó hace siglos. ¡Vamos a seguir la estrella! ¡Vamos a


adorarlo y a llevarle oro, incienso y mirra!”. Esos tres sabios
llegaron a adorar a Jesús porque seiscientos años antes Dios
levantó a un hombre con la capacidad de enseñar y de de-
terminar la vida de Cristo por generaciones y generaciones.
De igual manera sucederá en tu vida y en la mía. Él te levan-
tará para que lo que trasmitas a tus hijos pase a tus nietos, a
los hijos de tus nietos y a los hijos de los hijos de tus nietos,
generación tras generación.
Seiscientos años pasaron desde que Daniel los había disci-
pulado hasta la llegada de los magos en Mateo 2, y todo por-
que fueron discipulados de discipulados, de discipulados,
de discipulados, con el mismo mensaje. ¡Cristo Capacidad
discipula e impacta por generaciones!
Observemos la tercera característica que el Cristo Capa-
cidad le dio a Daniel. Él estuvo setenta años en Babilonia
durante el reinado de tres reyes distintos, y con todos ellos
estuvo en lugares de poder. En Babilonia no se hablaba de
Dios. Los babilonios tenían el dios del sol, el dios de la luna,
el dios de la tierra y hasta un dios al que se le ofrecían be-
bés. A pesar de todo ese ambiente diabólico, Daniel no dijo:
“Voy a renunciar porque el enemigo me oprime” o “Todo
me cuesta mucho”. Él tenía dentro de sí un Cristo Capaci-
dad tan fuerte, tan manifestado, que estuvo gobernando
con el rey Nabucodonosor, con su sucesor, el rey Darío, y
con el sucesor de este, el rey Ciro. Los mandatarios políticos
pasaban, pero Daniel continuaba en el poder.
El primer rey, Nabucodonosor, era del imperio Babilonio,
pero los babilonios fueron derribados por los medo-persas.
Al igual que cuando alguien compra una empresa, (por lo
general), la desguaza y renueva todo, cuando un imperio

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derrota a otro, quita a todos y afirma a su gente. Cuando los


medo-persas vencieron a Nabucodonosor, desarticularon a
todos. El único que permaneció fue Daniel, porque cuando
tienes a Cristo Capacidad, aunque no quede nadie a salvo,
tú seguirás proclamando victoria.
En cuarto lugar, Cristo Capacidad lo sumergió a Daniel en
el mover angelical y él comenzó a moverse en dimensiones
muy profundas del Espíritu.
Daniel 4:17: “La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por
dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes
que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él
quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres”.
La sentencia, dice Daniel en este versículo, es por decre-
to de los vigilantes. ¿Sabías que hay jerarquías angelicales
llamadas “vigilantes” que hacen decretos? ¿Sabías que hay
ángeles llamados “santos”? Muchos sabemos que hay ar-
cángeles, querubines, pero Daniel estaba moviéndose en
dimensiones tan profundas que conocía a los vigilantes, a
los santos, a los vivientes. ¿Y por qué Daniel se movía en esa
dimensión? Porque él había activado a Cristo Capacidad.
Daniel 8:13: “Entonces oí a un santo que hablaba; y otro de los
santos preguntó a aquel que hablaba: ¿Hasta cuándo durará la
visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora entre-
gando el santuario y el ejército para ser pisoteados?”.
Este versículo narra que dos ángeles, dos santos (más pre-
cisamente), estaban hablando. La palabra ”santo”, cuando
hace referencia a la jerarquía de ángeles, es palmoni. ¿Sabías
que hay ángeles palmoni? Los palmoni son ángeles numera-
dores, ángeles que traen números, fechas. Daniel vio a un
palmoni hablándole a otro ángel. El ángel palmoni le dijo: “Te

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voy a dar el número: van a pasar dos mil trescientos días”


(Daniel 8:14). Lo que el Señor hizo en Daniel es lo que quiere
hacer hoy con Su pueblo. ¡Llegó el día para que nos mova-
mos en las dimensiones angelicales!
Cristo Capacidad es Él que hace, no nosotros. Entonces,
seguramente te has preguntado: ¿por qué hemos visto tan
poco a Cristo haciendo? La respuesta es sencilla: porque
hay mucho “Yo” haciendo. Cuando el “Yo” hace, “Cristo”
no hace; cuando el “Yo” muere, “Cristo” hace. El Yo, el alma
humana, tiene dos mecanismos: el primero es “yo puedo” y
el segundo es “yo no puedo”. El “yo puedo” debe ir al Altar
y el “yo no puedo” también. ¡Mientras estés pensando en tu
capacidad, en si puedes o no, no podrás ver a Cristo Capa-
cidad operar!

“Con esfuerzo se logran las cosas”, “Sangre, sudor y lágri-


mas”, “Ponle garra y te irá bien”, “Nadie te regala nada”. To-
das estas frases y otras por el estilo deben ir a la cruz. “Soy
muy bueno”, “Lo logré”, “El que sabe, sabe”, “Transpiré,
pero llegué a la meta”. Cada vez que vemos una bendición
o una victoria, nos la atribuimos. Eso también tiene que ir
al Altar, de lo contrario, no entraremos en la dimensión de
Daniel.
Otro pensamiento que tenemos que llevar al Altar es el “no
puedo”. En el siguiente cuadro tenemos algunos ejemplos:

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Quiero ilustrarte este tema con un ejemplo personal. Hace


un tiempo se rompió mi computadora. El técnico me puso
el Word “20 400”, la última versión. Cuando quise usarlo,
no encontraba nada. “¿Dónde está Guardar? ¿Dónde está
Imprimir? ¡Qué feo es este Word! ¡Quiero el que tenía!”, dije.
Mi carne se manifestó. “¡Quiero el Word 2007!”, insistí. Me
puse a buscarlo y, cuando estaba a punto de borrar la última
versión, el Señor me dijo: “¿Por qué no lees?”. Justo estaba
escribiendo este libro sobre Daniel. “¿Por qué no lees lo que
acabas de escribir? ¿Te animas a dejar esta versión?”. “No”,
respondí, “pero el Cristo que está dentro de mí sí puede”. ¡Y
si Él hizo lo que hizo en Daniel, también lo va a hacer con-
migo y el Word “20 400”!
Hace muchos años, en nuestra iglesia había un joven que
se encargaba de las luces y de la pantalla. Lo cierto es que,
cuando andaban las luces, la pantalla funcionaba mal; y,
cuando la pantalla andaba bien, las luces no prendían todas
correctamente. Un día le pregunté al joven: “Escúchame,
¿qué pasa que, cuando andan las luces, no anda la panta-
lla y, cuando anda la pantalla, no andan las luces?”. “Pas-
tor”, me respondió, “tiene que elegir: las luces o la pantalla,
todo no se puede”. “¿Cómo que no se puede?”, pregunté. Él

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insistió: “No se puede. Ya lo probé. No se puede”. ¡Llevemos


el “todo no se puede” al Altar!
Es necesario que llevemos al Altar las frases del cuadro y
otras similares. Cada vez que tu Yo te diga: “Tú puedes”,
“Lo vas a lograr”, “Ponle garra”, “Esfuérzate”, lleva rápida-
mente ese pensamiento al Altar. Haz lo mismo con los “No
sé”, “Estoy grande”, “A mí no me enseñaron”, “Me cuesta
mucho”, etc. Tenemos que entender que no somos nosotros,
sino el Señor quien lo hará a través de nosotros. Ese es el co-
mienzo del Cristo Capacidad. Te va ir bien en las finanzas,
en tu familia, en tu equipo, porque le dirás: “Señor, hazlo Tú
a través de mí”. Tendrás tiempo para buscar del Señor, para
hacer los ejercicios, para estudiar La Palabra, para concurrir a
todos los seminarios, para congregarte más seguido, porque
no vas a analizar, sino que permitirás que el Señor lo haga y,
ciertamente, ¡Él lo va a hacer!
¿Cómo hizo Daniel para activar ese Cristo que lo llevó a
gobernar a los dieciocho años? Él no hizo una campaña po-
lítica, no pegó un solo afiche, pero gobernó Babilonia. Tal
vez pienses: “Bueno, pero hay que ir de a poco, paso a paso.
Uno tiene que capacitarse”. No estoy diciendo que no tienes
que capacitarte, que no estudies, que no confíes en tu co-
nocimiento, tu perseverancia o tu fuerza, sino que le digas:
“Señor, hazlo Tú a través de mí”. Porque no es con ejército
ni con espada, sino con el Cristo que está dentro de ti. Cada
vez que tengas un desafío, dile al Señor: “¡Hazlo Tú a través
de mí!”.
Babilonia entró en Jerusalén, prendió fuego y se llevó a los
mejores jóvenes para ubicarlos en la corte, y luego mató a
todo el resto. Babilonia es un sistema que te quiere disci-
pular, formar, capacitar y entrenar para que vivas una vida

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hermosa, exitosa, pero sin Cristo. Babilonia es un sistema


invisible que quiere lo mejor para ti, pero sin Cristo porque
odia a Dios.
Observemos toda la trama de la historia de Daniel.
Daniel 1:4-5: “[...] muchachos en quienes no hubiese tacha algu-
na, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia
y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey;
y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos. Y les señaló
el rey ración para cada día, de la provisión de la comida del rey, y
del vino que él bebía; y que los criase tres años, para que al fin de
ellos se presentasen delante del rey”.
Los babilonios eligieron alrededor de unos trescientos
muchachos de todo el mundo. ¿Para qué? Para enseñarles
las letras, para transmitirles su sabiduría. ¿Y su sabiduría
era mala? No, era buena, pero no contenía Cristo. El pasa-
je nos cuenta que les iban a enseñar las letras y la lengua.
Babilonia es lo que hablamos, lo que pensamos, pero sin
Cristo. Babilonia busca formarnos sin buscar, sin invocar,
sin contactar, sin disfrutar de Cristo. Babilonia no es algo
visiblemente malo, no es el anticristo. Babilonia nos quiere
bendecir, nos quiere enseñar a hablar, a pensar y también a
comer. A los jóvenes capturados les iban a servir una ración
de la comida del rey y del vino que él bebía durante tres
años. Tiempo en el que les quitarían toda idea de Dios para
instruirlos con sus libros, para enseñarles su lengua, para
que se alimentaran con su comida. En tres años Dios debía
desaparecer y morir en sus vidas. ¿Para qué? Para que pu-
dieran presentarse delante del rey.
El nombre Daniel quiere decir “Dios es mi juez” pero,
como en el nombre estaba Dios, los babilonios lo llamaron

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Beltsasar, que quiere decir “Bel (un demonio) cuida al rey”.


Durante todos los años que estuvo en Babilonia, a Daniel lo
llamaron Beltsasar; sin embargo, a lo largo de todo el libro,
Dios lo llama Daniel. Porque, aunque el mundo te llame de
otra manera, Dios seguirá siendo tu juez. Él es tu juez, te
rodee quien te rodee. Daniel dijo: “Está bien, cámbienme
el nombre, denme los libros, enséñenme la lengua; acepto
todo, menos la comida porque está entregada a los demo-
nios. Mis amigos y yo comeremos legumbres y beberemos
agua”. La palabra legumbre quiere decir “semilla” y la se-
milla es símbolo de Cristo. El agua, por su parte, es símbolo
del amor de Cristo. Lo que Daniel estaba diciendo era: “No-
sotros vamos a comer a Cristo y vamos a beber de Su amor.
No comeremos la comida del mundo, aunque sea sabrosa”.
Daniel llevó al Altar esa seducción, esa comodidad, porque
su dieta iba a ser Cristo.

Si tú y yo comemos a Cristo,
Cristo Capacidad se manifestará.

Daniel le pidió al jefe de los eunucos que no los obligara a


contaminarse, pero él le dijo: “No puedo, porque si les doy
solo legumbres y agua, y ustedes adelgazan, el rey estará
en condiciones de matarme”. Con sabiduría divina, Daniel
le respondió: “Te propongo que probemos diez días. Si en
diez días desmejoramos, empezaremos a comer lo que nos
digas. En cambio, si estamos mejor, nos liberarás de comer
la comida del rey”. El jefe de los eunucos aceptó. Duran-
te diez días, Daniel y los amigos comieron solo semillas y
agua (Cristo y Su amor).

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Cuando el jefe de los eunucos los vio después de diez días


y comprobó que se veían fuertes y saludables, dejó que Da-
niel y los amigos siguieran comiendo legumbres y agua.
Así, ingiriendo solo semillas y agua (Cristo y el amor de
Cristo) pasaron los tres años de entrenamiento. Al igual
que Daniel, nosotros también todos los días tenemos que
comer a Cristo, hablarle a Cristo, contactar a Cristo, adorar a
Cristo, invocar a Cristo. Al cabo de los diez días, Daniel y los
amigos se veían más robustos que los jóvenes que comían la
comida del sistema.
El Señor anhela que comas Su semilla y, para eso, te voy a
dar un secreto: cuanto más comas de Cristo, más hambre de
Él tendrás y más Él crecerá. Así, poco a poco, entrarás en la
unción del profeta Daniel.
Daniel 1:17: “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimien-
to e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo enten-
dimiento en toda visión y sueños“.
Después de comer durante diez días semillas y agua, Dios
les soltó a Daniel y a sus amigos tres dones:
• El don de conocimiento
• El don de la inteligencia en todas las letras y ciencias
• El don del entendimiento en visión
Si tú y yo invocamos, buscamos, oramos a Dios diez días
seguidos, Él va a activar tres dones. ¿Y qué son los dones?
Cristo Haciendo. Los dones son los brazos de Dios, el Señor
haciendo.
Daniel 1:19-20: “Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados
entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías;
así, pues, estuvieron delante del rey. En todo asunto de sabiduría

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10 días experimentando el libro de Daniel

e inteligencia que el rey les consultó, los halló diez veces mejores
que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino”.
Pasados tres años, el rey hizo la convocatoria y comenzó a
evaluar a los muchachos en disciplinas como física, mate-
máticas, idioma. ¿Y sabes qué encontró el rey? Que no fue-
ron hallados entre todos los muchachos otros mejores que
Daniel, Ananías, Misael y Azarías. El mundo te verá y dirá:
“Eres mejor que todos en todo asunto de sabiduría e inte-
ligencia”. El rey los halló diez veces mejores que todos los
brujos del reino.
Daniel tenía el don de discernimiento para saber qué elegir;
tenía también intuición, es decir, la voz del Cielo le decía:
“Haz esto. Ve allá. Dile esto”; y también tenía visión, otro
don que pronto iba a usar. Nada más que diez días buscan-
do del Señor, diez días seguidos comiendo de Él, ¡eso es
intimidad!
Daniel 9:23: “Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he
venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende,
pues, la orden, y entiende la visión”.
Daniel 10:11: “Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está aten-
to a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido
enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie
temblando”.
Daniel 10:19: “[...] y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea
contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré
las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido”.
Daniel hablaba con los ángeles. Ellos le traían las respuestas,
porque él era muy amado por Dios. El ángel se lo recordó
en varias oportunidades. Si Daniel era amado era porque
se había dejado amar. Por eso, hasta que no te dejes amar,

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Cristo Capacidad no se manifestará. Y, cuando hablamos


de amor, no estamos haciendo referencia a nuestro amor
humano, cambiante, sino al amor de Dios que es inefable,
que no tiene límite, que es inconmensurable, que es glorioso,
que no cambia. Nosotros nos portamos mal y Él nos ama.
Nos portamos bien y Él nos sigue amando. Porque Su amor
no depende de nosotros; Él es amor, amor eterno, y nos
dejó una señal visible: de tal manera nos amó, que Cristo
fue a la cruz. Y, cada vez que recordamos la cruz, debemos
hacer memoria que necesitamos dejarnos amar por Él. Y es
con ese amor que recibimos, al dejarnos amar por Él, que
debemos amar a otros. ¿Cuál era, entonces, el secreto de
Daniel? Que desde los quince años él sabía dejarse amar
por Dios. ¡Déjate amar por el Señor!
Te invito a hacer conmigo este ejercicio:
Cierra los ojos, disfruta del Señor y permanece en silencio.
Él te dice: “Mío eres tú”. Mira al Señor. ¿Qué siente Él cuan-
do te dice que eres Suyo? ¿Qué te dicen Sus ojos cuando te
dice que cautivaste Su corazón? Pídele al Espíritu Santo que
te recuerde alguna vez que has visto Su amor en un regalo,
en un acto de servicio, en la ayuda que recibiste de alguien.
Cuando ese recuerde llegue, pon el foco en el amor y vuél-
velo a experimentar. Recuerda un momento en el que no-
taste físicamente que el Señor estaba contigo. Deja que con
ese amor vuelva a abrazarte, a acariciarte. Dile: “Señor, me
dejo amar por Ti. Recibo tu amor”. Míralo a los ojos, porque
ahora te dice: “Eres muy amado”. Disfruta Sus palabras. Dé-
jate amar una vez más.

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10 días experimentando el libro de Daniel

Continuemos con el relato…


Después de tres años de comer legumbres y agua, a Daniel
y a sus amigos, el rey los nombró diez veces mejores. Comer
a Cristo activa los dones, activa al Cristo que hace. Y ese es
el final del Capítulo 1.
En el Capítulo 2, el Libro de Daniel narra que el rey Nabuco-
donosor tuvo un sueño, una pesadilla. El impacto fue tan
fuerte que, al despertarse, olvidó lo que había soñado. Fue
entonces que reunió a todos los brujos y les dijo: “Quiero
que me digan qué soñé y que me interpreten el sueño”. Los
brujos quedaron perplejos. ¿Cómo podía pretender el rey
que alguien le interpretara un sueño que desconocía? ¡Eso
era imposible! ¡Nadie lo podía declarar excepto los dioses!
Nabucodonosor estaba tan perturbado y enojado que dijo:
“Si tienen tanto poder, díganme qué soñé e interprétenme
el sueño. De lo contrario, mañana les cortaré la cabeza a to-
dos los sabios de Babilonia”. En ese momento, Daniel tenía
diecisiete años y Dios ya había activado sus dones. Cuando
el capitán de la guardia le avisó a Daniel que al día siguiente
todos morirían, La Escritura narra que le pidió al rey que le
diese 24 horas y él le diría qué había soñado y también la in-
terpretación de ese sueño. Nabucodonosor aceptó. Rápida-
mente, Daniel fue a ver a sus amigos y les dijo: “Vamos a orar
y a pedir misericordias”. ¿Qué son las misericordias? Lo
que Daniel dijo fue: “Vamos a pedirle que Él nos siga aman-
do”. Y los tres amigos, que estaban en el espíritu, oraron por
misericordia. ¿Por qué Daniel pidió 24 horas? Para tener 24
horas de intimidad con el Señor. Daniel se sentó en su cama
y le dijo: “Señor, eres un Dios grande. ¡Danos Tu amor!”. De
repente, Dios le mostró como en una película todo el sueño
del rey. Al otro día, se presentó en el palacio. “¿Me dirás qué

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El Cielo Gobierna

soñé?”, le preguntó el rey. Y Daniel respondió: “No solo te


voy a decir qué soñaste y la interpretación del sueño, sino
también qué dijiste y pensaste cuando te acostaste antes de
soñar ese sueño”. Así lo narra La Escritura:
Daniel 2:27-49: “Daniel respondió delante del rey, diciendo: El
misterio que el rey demanda, ni sabios, ni astrólogos, ni magos ni
adivinos lo pueden revelar al rey. Pero hay un Dios en los cielos, el
cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor
lo que ha de acontecer en los postreros días. He aquí tu sueño, y
las visiones que has tenido en tu cama: Estando tú, oh rey, en tu
cama, te vinieron pensamientos por saber lo que había de ser en lo
por venir; y el que revela los misterios te mostró lo que ha de ser. Y
a mí me ha sido revelado este misterio, no porque en mí haya más
sabiduría que en todos los vivientes, sino para que se dé a conocer
al rey la interpretación, y para que entiendas los pensamientos de
tu corazón.
Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen. Esta imagen, que era
muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante
de ti, y su aspecto era terrible. La cabeza de esta imagen era de oro
fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de
bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en
parte de barro cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra fue
cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y
de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados
también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fue-
ron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que
de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen
fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.
Este es el sueño; también la interpretación de él diremos en pre-
sencia del rey. Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del
cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera

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que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él
los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú
eres aquella cabeza de oro. Y después de ti se levantará otro reino
inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará
sobre toda la tierra. Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y
como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y
quebrantará todo. Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de
barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido;
mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro
mezclado con barro cocido. Y por ser los dedos de los pies en parte
de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte,
y en parte frágil. Así como viste el hierro mezclado con barro, se
mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el
uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro. Y en los
días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será
jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará
y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siem-
pre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra,
no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la
plata y el oro. El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de aconte-
cer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación.
Entonces el rey Nabucodonosor se postró sobre su rostro y se hu-
milló ante Daniel, y mandó que le ofreciesen presentes e incienso.
El rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es Dios
de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues
pudiste revelar este misterio. Entonces el rey engrandeció a Da-
niel, y le dio muchos honores y grandes dones, y le hizo goberna-
dor de toda la provincia de Babilonia, y jefe supremo de todos los
sabios de Babilonia. Y Daniel solicitó del rey, y obtuvo que pusiera
sobre los negocios de la provincia de Babilonia a Sadrac, Mesac y
Abed-nego; y Daniel estaba en la corte del rey”.

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Daniel le describió la estatua de oro, bronce, barro y hierro,


la piedra que viene, que es Cristo y que quiebra todo, y Su
Reino que no tendrá fin. Imagino el rostro del rey porque
Daniel, con solo diecisiete años, le describió todo con lujo
de detalles. ¿Cómo pudo interpretar tan grande visión? Por
comer a Cristo. Y ese mismo Cristo empezaremos a ver no-
sotros ahora si llevamos al Altar el Yo. El mismo Cristo que
obró en Daniel, el mismo Cristo que él comió durante tres
años, le dio un don que se activó y usó cuando llegó el mo-
mento. Dios le dio a Daniel ideas, sueños, y Cristo, que está
en nosotros, nos dará ideas gloriosas, visiones para resolver
grandes problemas propios y ajenos. Tendremos los dones
de sabiduría, de ciencia y de discernimiento, tres dones que
hicieron que el rey cayera postrado y dijera: “Ese no es mi
dios, ¡ese es el Dios verdadero!”. Es interesante que el rey
no dijo: “Daniel eres un genio” porque, cuando Daniel le
habló, le dejó en claro a Nabucodonosor que no era él, sino
el Dios al que servía quien se lo iba a revelar por boca de su
siervo Daniel. Por eso, cuando Nabucodonosor cayó a tie-
rra, no exaltó a Daniel, sino a Cristo. La gente caerá de rodi-
llas y dirá: “Eso que me dijiste, eso que hiciste, ese problema
que resolviste, no fuiste tú. Fue Cristo, el Señor del Cielo.
Y sin ninguna campaña política ni partido que lo apoya-
ra, Daniel gobernó la ciudad. ¿Podía un joven de diecisiete
años gobernar la nación más importante del mundo? Cuan-
do el rey vio lo que hizo, afirmó: “El Dios que tiene este
muchacho puede hacer cualquier cosa”.

Cuando Daniel habló con el jefe de los eunucos, en un solo


versículo, le dijo: “queremos comer legumbres y agua, no
queremos comer esa comida”. Fue conciso y claro, no dio

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10 días experimentando el libro de Daniel

vueltas. Había un problema, y Daniel lo resolvió en un


versículo. Después se planteó otro problema. ¿En cuántos
versículos lo resolvió? En dos: “Hagamos una prueba, si en
diez días estamos peor, comeremos lo que digas. Si estamos
mejor, nos liberas de comer la comida y el vino del rey”.
Cuando hablas horas y horas de los problemas, cuando es-
cribes publicaciones extensas en las redes explicando tu
situación, Cristo Capacidad no se va a expresar. Tus proble-
mas tienen que durar un versículo y el Cristo de gloria, die-
ciocho. Porque, cuando el rey anunció: “¡Les voy a cortar la
cabeza!”, Daniel le respondió en un versículo: “No te apre-
sures, te diré lo que soñaste. Dame 24 horas”. Sin embargo,
cuando le interpretó el sueño y habló del Cristo de gloria
que le había dado autoridad, del reino que vendría y que no
tendría fin, de la piedra (Cristo) que derribaría el gobierno
humano, de la profecía que ya se ha cumplido en la cruz,
Daniel tardó dieciocho versículos. ¡Gloria a Dios!

[ ] Oramos juntos
Es el momento de orar para que Dios te dé la oración de
sanidad, la palabra de ciencia, el consejo sabio, la pala-
bra de gloria. No habrá problema que te pueda vencer
si el Cristo Capacidad se manifiesta a través de ti. ¿Qué
debes hacer? Comer, comer y comer, nada más. ¡Qué
maravilloso!
Declaramos que no habrá circunstancia que nos derri-
be, que en 24 horas los problemas caerán de rodillas.
Señor, queremos comer de Cristo y beber de Su amor.

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El Cielo Gobierna

Morimos en el Altar al “yo puedo” y al “yo no puedo”,


para que digamos: “¡Ahora puedo en Cristo que me
fortalece!”. Amén.
Señor, te amamos y queremos comer a Cristo. Bau-
tízanos, Padre, y, como a Daniel, haznos diez veces
mejores. Danos visión del Espíritu. Danos sabiduría
divina para pararnos delante de los reyes. Queremos
movernos en Tu mover. Nuestra voluntad es hacer Tu
voluntad. ¡Sorpréndenos, Señor! Haz que la gente cai-
ga postrada al ver Tu gloria, al ver al Dios que sana,
al Dios que liberta, al Dios que prospera, al Dios que
abraza.

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10 días experimentando el libro de Daniel

Al finalizar cada capítulo de la vida de Daniel, te invito


a que puedas hacer un ejercicio, para que ahora seas tú
quien experimente y disfrute la vida de Cristo.

Ejercicio 1
E S P E R A R Y AC T UA R

Dice el Salmo 71:14: “Más yo esperaré siempre, y te alabaré


más y más”.
“Esperar” no es algo que hacemos cuando ya agotamos
todas las opciones; hice A, hice B, hice C, y ahora solo me
resta “esperar en Él”. Tampoco es algo de “larga duración”.
Cuando pensamos en esperar, nos imaginamos que Dios
nos hablará en una semana, en un mes, etc. Sin embargo, la
idea de “esperar” es estar atentos a que, cuando lo empece-
mos a adorar, Él nos hablara dándonos:
• Una imagen de algo.
• Un susurro; sea un nombre, frase, etc.
• Una señal corporal (para que oremos por eso).
• Otras manifestaciones.
Estemos atentos y, cuando suceda, sin analizar mucho o
pensar, ¡soltemos la palabra! Y veremos la gloria de Dios.

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CAPÍTULO 2

Cristo Capacidad en acción

Cristo Capacidad para crecer


Cristo Capacidad nos va a llevar de gloria en gloria. Nuestra
próxima década será mejor que esta y la siguiente, mejor
que la anterior. Porque los hijos de Dios no vamos de menos
a más y después a menos, nosotros vamos siempre a más.
¿Por qué? Porque Cristo Capacidad va creciendo y Él nos
lleva siempre a más, más y más gloria. Cuando crecemos,
los seres humanos nos volvemos algo ineficaces, pero, si es-
tamos en Cristo, a medida que crecemos somos más fuertes,
más sólidos, más maduros, más llenos del Espíritu Santo.
¡Porque Cristo Capacidad siempre aumenta!
En el mundo, cuanto más crecemos, más inútiles somos y
menos capacidad tenemos; pero, en Cristo, cuanto más cre-
cemos, mejor nos va, porque somos como la luz de la aurora
que va en aumento hasta que el día es perfecto. ¡Aleluya!
Deja en el Altar esa idea de que estás grande, de que en tu
cultura a los viejos se los desecha, de que ya tu mente no
puede aprender nada más. Eso podrá ser así en lo natural,
pero a ti y a mí no nos interesa lo natural, pues en lo espiri-
tual vamos de gloria a más gloria, a más gloria, a más gloria
y a más gloria. ¡Porque no somos nosotros, sino Él!

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10 días experimentando el libro de Daniel

En el Capítulo 1, Daniel tenía 15 años. A esa edad ocurrió


todo el tema de la comida que vimos en el capítulo anterior.
El último versículo de este capítulo dice:
Daniel 1:21: “Y continuó Daniel hasta el año primero del rey
Ciro”.
¿Sabes qué edad tenía Daniel con el rey Ciro? Tenía noventa
años. A los quince, Dios lo hizo diez veces mejor, y eso con-
tinuó hasta los noventa.
Luego, el Capítulo 2 inicia así:
Daniel 2:1: “En el segundo año del reinado de Nabucodonosor,
tuvo Nabucodonosor sueños, y se perturbó su espíritu, y se le fue
el sueño”.
Entonces, lo que Daniel está diciendo es: “Me fue bien, y
esto siguió hasta el fin de mis días”. Si tú y yo tenemos a
Cristo Capacidad, el mes que viene va a ser mejor que este
y, este fin de año, mejor que el fin de año anterior. El mismo
Cristo Capacidad que estuvo en Daniel nos llevará a más,
porque comemos a Cristo cada día. Sin embargo, el siste-
ma babilonio nos quiere “babilonizar”. Entonces, nos dice:
“Haz lo que quieras, pero sin Cristo”, y ahí está lo peligroso.
Por ejemplo, hay personas que en la iglesia están quietas, ni
mueven los brazos; pero, cuando Babilonia les dice: “Ven,
¡vamos a bailar!”, se mueven y hasta inventan pasos. En la
adoración son inexpresivas, pero afuera se expresan mara-
villosamente. ¿Por qué? ¡Las babilonizaron! ¿Qué hizo Da-
niel? Él no dijo: “Háganme un monasterio. Me alejo de to-
dos porque no me quiero contaminar”. Fíjate que Daniel le
dijo al rey: “¿Quieres nombrarme gobernador? De acuerdo.
¿Quieres llamarme ‘Bel cuida al rey’? De acuerdo, llámame
como quieras. ¿Quieres que lea tus libros? Muy bien, los

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leo. Pero la comida la elijo yo”. Y cada día, Daniel buscó del
Señor, comió a Cristo.
Dios le dijo a Elías: “A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre
Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea
profeta en tu lugar” (1 Reyes 19:16). Elías ungió a Eliseo, pero
se olvidó de que tenía que ungir como rey a Jehú. Luego se
fue al cielo y Eliseo tomó su lugar. Pasaron dos años. Un
día, Eliseo dijo: “Elías no ungió a Jehú como rey. Lo tendría
que haber hecho hace dos años. Hace dos años que Dios lo
nombró rey, pero nadie se lo dijo”. Entonces, llamó a un dis-
cípulo, un profeta, y le dijo: “Toma. Lleva este aceite, busca
a Jehú y úngelo como rey”. El discípulo obedeció. Cuando
encontró a Jehú, que era un príncipe y coronel del ejército,
le dijo: “Vengo de parte del profeta”. Le derramó el aceite y
le declaró: “Dice el Señor que eres el próximo rey”, y se fue.
“¡Soy el próximo rey!”, exclamó Jehú cuando todos lo vieron
llegar todo cubierto de aceite. Y le quitaron los vestidos de
príncipe y le pusieron los de rey. Hacía dos años que Jehú
era rey para Dios, ¡pero él no lo sabía! Hoy vengo como el
discípulo del profeta a echarte el aceite del Espíritu Santo y
decirte: “Ya Dios te eligió para cosas grandes. El aceite del
Espíritu hoy cae en tu vida, porque desde el vientre de tu
madre fuiste elegido, elegida, para cosas grandes”. ¡Ese es
Cristo Capacidad!
Cristo Capacidad nos hará crecer. Hay gente que expresa:
“Ya llegué a un techo, ahora me retiro”, “Cumplí un ciclo”,
“Se cumplió una etapa, porque ya logré suficiente”. Pare-
cen personas espirituales porque insisten: “Es que yo oré
mucho, mucho”, como si lo hubieran logrado gracias a que
se esforzaron orando. En Cristo, tus finanzas van a crecer,
tus hijos van a mejorar, tu equipo va a avanzar. Pero tienes

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que ir al Altar y morir, porque el Cristo que está en ti ya te


ha ungido para que Él salga y te lleve de gloria en gloria y
de poder en poder. Benny Hinn dijo: “Voy a terminar mejor
que lo mejor de mi pasado”. Así también terminarás tú: me-
jor que lo mejor de tu pasado.

Cristo Capacidad para resolver problemas


¿Tienes problemas? Cristo los va a resolver. Daniel tenía
diecisiete años y ya era diez veces mejor. El rey Nabuco-
donosor, una noche, tuvo una pesadilla. Se despertó, pero
el sueño era tan perturbador que en parte se lo olvidó. Lla-
mó, entonces, a todos los sabios y les dijo: “Ya que son tan
inteligentes, quiero que me interpreten el sueño que tuve.
Pero antes, quiero que me digan qué soñé”. “Rey”, le res-
pondieron, “si nos cuentas tu sueño, te lo podemos inter-
pretar, pero es imposible que te digamos qué soñaste”. El
rey repitió furioso: “¡Quiero que me digan qué soñé y que
me interpreten el sueño! Si no pueden, les cortaré la cabeza”.
¿Imaginas el revuelo que se armó? Y como conté en el capí-
tulo anterior, el rey había amenazado con matar a todos. En
lugar de Daniel, nosotros seguramente habríamos hecho
una cadena de oración y reprendido al espíritu de muerte,
pero él no hizo nada de eso. Daniel sabía que la clave es la in-
timidad, estar en la Presencia, hablarle a Él, y para eso pidió
24 horas. Servir no es intimidad, porque podemos servir a
Dios y no hablarle a Él. Ayer pasé siete horas preparando un
mensaje; pero, cuando le dije: “Señor, estuve siete horas en
Tu Presencia”, Él me respondió: “No, estuviste siete horas
preparando el mensaje. Tienes que hablarme a Mí mientras
escribes”.

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Daniel y sus tres amigos, como Cuerpo de Cristo, le pi-


dieron al Señor amores, misericordias. “Señor, danos Tu
amor”, es una oración rara, ¿no te parece? Pero todos ora-
ron, adoraron y comieron al Señor. De pronto, Daniel vio
todo el sueño del rey como una película. Al día siguiente,
fue donde el rey y le dijo: “El Dios de los Cielos te dio este
sueño de lo que sucederá. Te aclaro que yo no tengo ningún
don especial ni soy más inteligente que nadie, es el Dios al
que yo sirvo y que vive en mí quien me ha revelado lo que
soñaste. Te voy a decir la interpretación de ese sueño y, ade-
más, te voy a decir qué pensaste antes de dormir. Te sentaste
en la cama y empezaste a preocuparte por el futuro, pero
el Dios de los Cielos me reveló el misterio. Soñaste con una
estatua alta e imponente que te impactó. La cabeza de la es-
tatua, hasta los hombros era de oro. El pecho era de plata, las
faldas eran de bronce, las piernas eran de hierro y los pies
eran de barro. De pronto, una piedra salió de la montaña y
pegó en los pies de barro. Toda la estatua se desplomó. Eso
fue lo que soñaste. Ahora paso a darte la interpretación: la
cabeza de oro eres tú, rey, porque Dios te ha dado ese privi-
legio. Tu reino es de oro, es decir, fuerte, hermoso y valioso,
pero vendrá otro reino que te vencerá. Ese reino es de plata.
Sin embargo, a ese reino también lo vencerá otro: un reino
de bronce, y a este lo derrotará otro reino: uno de hierro.
Luego, vendrá una piedra que establecerá un reino eterno
que nadie podrá destruir”. ¡Daniel le estaba hablando de
la segunda venida de Cristo! Cuando el rey escuchó todo
eso, cayó de rodillas y dijo: “Ciertamente el Dios vuestro es
Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios,
pues pudiste revelar este misterio” (Daniel 2:47). Nabucodono-
sor nombró a Daniel gobernador de Babilonia y a sus tres
amigos los colocó sobre los negocios de Babilonia. Cuando

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le va bien a uno, al Cuerpo también le va bien; cuando uno


es bendecido, el Cuerpo entero es bendecido. ¡Cristo Capa-
cidad resolverá nuestros problemas!
Daniel no dudó, habló con seguridad, porque él había co-
mido bien, había comido a Cristo. La carne, la inseguridad,
las excusas aparecen cuando no tenemos intimidad. Pero,
si comemos a Cristo, caminaremos con seguridad, pues la
carne no nos va a ganar. Fíjate que Daniel no se exaltó a sí
mismo, sino que, antes de hablar, le aclaró al rey: “No seré
yo, el Dios al que sirvo va a obrar”. Si es tu capacidad la que
obra, la gente tocará tu persona y te agradecerá a ti, pero si
es Cristo el que obra, la gente tocará al Señor y le agradecerá
a Él.

Cristo Capacidad para ver más profundo


No solo iremos de gloria en gloria, no solo iremos resol-
viendo todos nuestros problemas, sino que internamente
seremos más profundos.

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En el gráfico podemos ver la estatua que soñó Nabucodo-


nosor. La cabeza era de oro. En Babilonia había mucho oro.
Pero después vinieron los medo-persas y vencieron a los
babilonios. Los medo-persas negociaban con la plata. Lue-
go vinieron los griegos, con Alejandro Magno, y derrotaron
a los medo-persas. ¿De qué material eran las armas de los
griegos? De bronce. Más tarde llegaron los romanos, que
construían las armas, los carros y todo de hierro, y vencie-
ron a los griegos. Los pies de la estatua eran de barro. Todo
esto simboliza el gobierno humano. Sin embargo, para fi-
nalizar, Daniel dijo: “Pero vendrá Cristo y Él instalará un
quinto Reino que será eterno”. Tú y yo estamos disfrutan-
do anticipadamente de ese Reino porque es el Cielo en la
Tierra.
Daniel tenía 17 años cuando le interpretó el sueño al rey.
Pasaron 20 años y, con casi 40, tuvo un sueño.

En la imagen vemos los animales con los que soñó Daniel:


un león volador, un oso horrendo, un leopardo con varias
cabezas que vuela y un monstruo repulsivo. ¿Qué significa
eso? Veamos:

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Que detrás de lo externo —el oro, la plata, el bronce y el


hierro—, lo interno no vale nada. Daniel ahora, con más
profundidad, pensó: “Yo me mataba por el oro, pero ¿sabes
qué hay detrás del oro? Nada”. ¿De qué le sirve al hombre
tener todo el mundo y perder su vida? ¿De qué sirve tener
dinero y perder a los hijos? “El oro, la plata, el bronce y el
hierro son nada”, dijo Daniel, porque ahora tenía una vida
interior más profunda. ¿Te sigues preocupando por lo mis-
mo que veinte años atrás? Dios nos va a dar profundidad
del Espíritu para ir por aquello que vale la pena. ¿Y sabes
cuándo nos lo va a dar? Cuando tengamos intimidad con Él.
Si no tenemos intimidad con el Señor, no tenemos nada; en
cambio, si lo disfrutamos cada día, si le hablamos cada día,
Él nos llevará a aguas más profundas y tendremos todo.
Como ya mencionamos, Daniel era una persona que se dejó
amar. Él experimentó el amor del Señor. Tres veces encontré
en el Libro de Daniel que los ángeles lo llaman “varón muy
amado”. Tú y yo somos muy amados. Daniel se dejaba amar
cuando comía legumbres y agua, cuando comía a Cristo y
a Su amor, cuando buscaba de Él. ¡Déjate amar por Cristo!
Daniel 9:23: “Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo
he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado. Entiende,

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pues, la orden, y entiende la visión”. Estas son las palabras que


el ángel le dijo a Daniel. Él era muy amado. Necesitamos de-
jarnos amar por el Señor y, para eso, encontré un principio
de Pablo que te invito a que practiques para tener un gran
aumento de Cristo:
2 Tesalonicenses 3:5: “Y el Señor encamine vuestros corazones
al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo”.
“Señor, dirige mi corazón a Tu amor”. Esto es muy podero-
so. Cuando tengas un problema, pídele: “Señor, dirige mi
corazón a Tu amor”. Solamente un versículo tardó Daniel
en pedirle al rey que le diera tiempo para decirle lo que ha-
bía soñado. Nosotros, en cambio, pasamos horas hablando
de nuestros problemas. ¡Incluso los publicamos en las redes
sociales! Ahora bien, ¿sabes cuántos versículos tardó Da-
niel en interpretarle el sueño a Nabucodonosor? Dieciocho.
El Señor me dijo: “Bernardo, cuando hables de un proble-
ma, que sea en una línea; pero, cuando hables de Mí, habla
mucho, habla extenso”. Tienes que saber que, cuanto más
hables de tu problema, menos Cristo se va a manifestar. En
cambio, cuanto más breve seas para definir lo que te suce-
de y más extenso hables del Señor, más será el aumento de
Cristo en tu vida. ¿Por qué? Porque aquello en lo que medi-
tamos, crece. “Dirige mi corazón a Tu amor”… ¡qué bellas
palabras! ¡Pablo estaba lleno del Señor! Pídele al Señor que
dirija tu corazón no al problema, sino a Su amor. Tienes que
ir hacia Su amor, porque es el amor de Él donde Cristo se va
a manifestar. A continuación, te comparto algunos testimo-
nios de hombres y mujeres de Dios que experimentaron el
amor del Señor:
• John Wesley, un hombre de Dios que predicó en dos
continentes, después de escuchar un texto de Martín

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10 días experimentando el libro de Daniel

Lutero que un predicador estaba leyendo, dijo: “Sentí


arder mi corazón de una manera extraña. Sentí que con-
fiaba en Cristo, y en Cristo solamente, para mi salva-
ción. Y recibí la seguridad de que Él había borrado mis
pecados y que me salvaba a mí de la ley del pecado y
de la muerte”. Él había predicado, había ganado gente,
pero nunca había experimentado el amor perdonador
completo de Dios.
• Jonathan Edwards, teólogo, pastor y misionero esta-
dounidense, expresó: “Caminando por el bosque tuve
una visión de Su maravilloso, grande, pleno, puro y
dulce amor”. Mientras iba caminando en el bosque, este
hombre se dejó amar.
• Dwight L. Moody, evangelista estadounidense, de-
claró: “Mientras iba caminando por Wall Street, en
Nueva York, tuve una experiencia con Su amor que no
puedo describir. Le dije: Señor, detente porque muero”.
Moody experimentó en la calle un amor tan intenso que
creyó que lo mataría.
• Blaise Pascal, filósofo católico y matemático, dijo:
“Viví dos horas con Su amor”. Fue tan impactante esa
experiencia que la escribió en un papel y se la cosió en
el saco. Cuando murió, encontraron el papel. Pascal lle-
vaba siempre junto a él la experiencia de dejarse amar
por Él.
• Karl Barth, el mejor teólogo de este siglo, escribió doce
tomos de Teología Dogmática. Un día, un alumno le pre-
guntó: “Profesor, si tuviese que resumir toda su teolo-
gía, todo lo que sabe, en una frase, ¿cuál sería?”. Barth,
un erudito en el mundo cristiano al que todo el mundo

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secular escuchaba, respondió: “Si tuviese que resumir


todo, diría: Cristo me ama, bien lo sé, en La Biblia dice
así”. Como resultado de todos sus estudios teológicos,
Barth descubrió que todo se resumía en una frase: “Cris-
to me ama, bien lo sé, en La Biblia dice así”.
• Joni Eareckson Tada, autora y presentadora cristiana
que quedó tetrapléjica después de una fractura cervical,
cuenta en su biografía:
La mañana de mi boda, mis ayudantes me colocaron en
un sofá en el salón nupcial de la iglesia para ponerme mi
vestido de novia [...]. Frente al espejo parecía una carroza
en el Desfile de las Rosas. Justo antes de deslizar mi silla
por el pasillo, mi ramo se resbaló de mi regazo. Fue en-
tonces cuando vi una marca de la rueda grasienta en el
ruedo de mi vestido. Mi silla había sido decorada, pero
seguía siendo un aparato grande y tosco con cinturones
y rodamientos de bolas. No era la novia perfecta. Fue en
ese momento que pude echar un vistazo a Ken parado
frente al altar. Estiraba su cuello, buscándome con la mi-
rada. Mi cara se puso caliente y mi corazón comenzó a
latir con fuerza. De repente, mi silla de ruedas y mi ves-
tido grumoso con sus manchas se desvanecieron. Había
visto a mi amado y ya no importaba cómo yo me veía a
mí misma. No podía esperar a llegar al frente para estar
con él. Puede que me haya sentido sin atractivo alguno,
pero el amor en el rostro de Ken lo borró todo. Yo era la
novia pura y perfecta. Eso es lo que él vio y eso es lo que
me cambió. Nuestro primer vistazo de nuestro Salvador
bien puede ser como ese momento. Una sola mirada de
Jesús nos transformará por completo.

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Esto es lo que sucede cada vez que lo vemos al Señor. Todo


desaparece cuando vemos a Cristo y le decimos: “No hay
nadie como Tú, Señor”.

Te invito a hacer conmigo el ejercicio de experimentar al


Señor:
Cierra los ojos y disfruta del Señor. Quédate en silencio. Él
te dice: “Muy amado, muy amada, no hay mancha en ti”.
Mira al Señor. Escucha Su voz. ¿Qué siente Él cuando te dice
que eres muy amado, muy amada? ¿Qué expresan Sus ojos
cuando dice que no tienes mancha? Pídele al Espíritu Santo
que te recuerde alguna vez que viste Su amor en un regalo,
en un acto de servicio, en la ayuda que recibiste de alguien.
Cuando te venga ese recuerdo, pon el foco en el amor y vuél-
velo a experimentar. Recuerda un momento en el que no-
taste físicamente que el Señor estaba contigo. Deja que, con
ese amor, vuelva a abrazarte, a acariciarte. Dile: “Gracias,
Señor. Me dejo amar por Ti. Recibo Tu amor”. Míralo a los
ojos porque ahora te dice: “Eres muy amado, muy amada”.
Disfruta Sus palabras. Déjate amar una vez más.
¿Cómo escribió David los salmos? ¿Cómo hizo con la métri-
ca, la entonación, la rima? Estudiando los salmos aprendí
que David se dejaba amar. Dios le decía: “Tú eres el más
hermoso de los hijos de los hombres”, y él escribía: “En paz
me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Señor,
me haces vivir confiado”; o: “Aunque mi padre y mi madre
me dejaran, con todo, Jehová me recogerá”. Prepárate para
escribir tus salmos porque, cuando te dejas amar por el Se-
ñor, aunque no sigan una rima, en el Cielo van a celebrar tus

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canciones y poesías de amor que escribiste luego de dejarte


amar por Él.

Cristo Capacidad para el Cuerpo


Si los babilonios habían seleccionado dieciocho mil adoles-
centes, ¿por qué quedaron solo Daniel y los tres amigos?
Los amigos simbolizan el Cuerpo de Cristo, la iglesia. Y Da-
niel, por su parte, te representa a ti. Allí donde tú vas, está
el Cuerpo y, donde está el Cuerpo, estás tú. No hay tú sin
iglesia y no hay iglesia sin ti.
Cuando llegaron a Babilonia, los cuatro comieron lo mismo.
Así también hacemos nosotros. Si bien comemos a solas,
todos comemos juntos a Cristo, todos tenemos intimidad.
Luego, cuando llegó el momento de interpretar el sueño
del rey, Daniel fue al Cuerpo. Se reunió con los otros tres
y, juntos, se dejaron amar por Él. Vino la visión de lo que
Nabucodonosor había soñado y el rey nombró a Daniel go-
bernador de Babilonia y a los tres amigos los puso a cargo
de los negocios de la provincia. Cuando Cristo obra en tu
vida, el Cuerpo también es bendecido; cuando uno es sana-
do, todos transitamos el camino de sanidad; cuando uno es
prosperado, todos somos prosperados. Y es que donde está
uno de nosotros, está el Cuerpo. Hay quienes dicen: “Yo no
me congrego”, pero todos necesitamos del Cuerpo, necesi-
tamos congregarnos, porque en el Cuerpo están los brazos
y las piernas de Cristo. Cuando nos reunimos, no somos
una empresa, una institución, un club social o una funda-
ción; somos el Cuerpo de Cristo. Cristo está donde está el
Cuerpo y el Cuerpo está donde está Cristo, porque nosotros
estamos dentro del Cuerpo de Cristo. Hay cosas que Dios

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hará dentro del Cuerpo que nunca hará de manera indivi-


dual. ¡Tienes que estar dentro del Cuerpo! Pero ¿qué quiere
decir “estar adentro”? Invocar, dar tu testimonio, participar
en un equipo, buscar del Señor, eso es ser parte del Cuerpo.
Te repito: hay cosas que Dios va a hacer en el Cuerpo que
nunca hará de manera individual, porque Cristo es cabeza
para cada uno de nosotros, pero es Cuerpo cuando estamos
juntos. Por eso, nunca le hables mal de Su Cuerpo a Cristo.
Un pastor cuenta que, en una oportunidad, se quejó de una
joven de la iglesia. El Señor le dijo: “No me hables mal de
Mí a Mí. Yo no te hablo mal de ti. Si vas a hablar conmigo,
hablemos de Mí, porque no te llamé para que me hables mal
de Mí a Mí”. David, por su parte, lo dijo así: “Sean gratos los
dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti” (Sal-
mo 19:14). David pidió perdón al Señor por haber hablado
mal del Cuerpo. No hables mal del Cuerpo porque, aunque
tengas razón, eso no trae bendición. En el Cuerpo, Dios nos
levanta, nos abraza, nos lleva y nos carga. Si disfrutas de
buena intimidad personal con el Señor, amas congregarte,
quieres venir al Cuerpo, estar en el Cuerpo, porque allí está
Cristo y Él está creciendo en cada uno de nosotros.
En todos los años que tengo de pastor, he visto servir a mu-
cha gente. Sin embargo, cuando les quitas el servicio, no
vienen más. Esas personas vienen porque sirven; por eso,
cuando se las remueve del servicio, se apartan. Un servicio
así es nada para el Señor porque, si no tenemos la Presencia,
cualquier cosa que hagamos es nada para Él.
En el Capítulo 3 de su libro, Daniel no aparece. Probable-
mente estaba en Susa, desempeñando una tarea guber-
namental. Pero sí estaban los tres amigos: Sadrac, Mesac
y Abed-nego. Esto me llamó la atención, pero el Señor me

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dijo: “Te voy a enseñar lo que es el Cuerpo. De Daniel te


hablé en el Capítulo 2, ahora quiero que aprendas sobre el
Cuerpo”. El rey Nabucodonosor se había hecho construir
una estatua de treinta metros de altura por tres de ancho,
toda de oro. No se sabe si era una imagen de él o un de-
monio, un dios nuevo. Algunos dicen que era un obelisco,
símbolo de potencia. ¿Por qué la hizo toda de oro? Porque
recordó el sueño que le había interpretado Daniel veinte
años antes. “Yo soy la cabeza”, pensó, “y no me van a ven-
cer, por eso me voy a hacer una estatua de oro. ¡A mí no
me derriba nadie!”. Buscó a los mejores músicos y les dijo:
“Cuando suenen los instrumentos, todo el mundo se pos-
trará y adorará a la estatua”. Recordemos que Babilonia te
enseña, te instruye, te cambia el nombre y lo único que no
quiere es que disfrutes de Cristo, que busques a Cristo, que
ames a Cristo, que te congregues, que comas de Cristo; por
eso no es el sistema de Cristo. Los instrumentos sonaron
y todo el mundo se postró; todos excepto Sadrac, Mesac y
Abed-nego. Hay una foto de la Alemania nazi que es muy
impactante. Se observa que miles de personas están salu-
dando a Hitler, excepto un señor. Este hombre, su mujer y
sus hijos fueron ubicados y asesinados. En esta historia bí-
blica ocurrió lo mismo. Alguien avisó que los tres hombres
judíos con cargos políticos no se habían postrado, lo cual
era imperdonable. Nabucodonosor pidió que se presenta-
sen delante de él los tres amigos. Les preguntó si era cierto
que no habían adorado la estatua y les advirtió que, si en lo
sucesivo no lo hacían, serían arrojados a un horno de fuego
ardiendo. Un horno de fuego era como una habitación de
ladrillos, una cámara abierta por arriba que se calentaba.

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Frente a las palabras del rey, los amigos respondieron: “No


es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nues-
tro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ar-
diendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que
no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que
has levantado” (Daniel 3:16-18). Al oír esto, Nabucodonosor
dio la orden y los tres amigos fueron atados y echados al
horno de fuego, al cual habían calentado siete veces más
de lo usual. Poco después, cuando fueron a mirar por la
abertura superior del horno, en vez de ver tres hombres cal-
cinados, vieron cuatro hombres que se paseaban en medio
del fuego sin sufrir ningún daño. Habían arrojado a tres,
pero había cuatro hombres. Allí donde está el Cuerpo, está
Cristo: el cuarto hombre. ¡Gloria a Dios! La Palabra narra
que se paseaban por el horno. Y así será con tu vida y la mía,
pasearemos en medio de la peor prueba, en medio de lo que
nos quiso matar, porque si está el cuarto hombre, la natu-
raleza del fuego cambia. El fuego que está en ti le ordena al
fuego que no te queme.
La Escritura asegura que el fuego no había tenido poder
alguno sobre sus cuerpos. Ni siquiera el cabello de sus cabe-
zas se había quemado y sus ropas estaban intactas. Solo las
sogas con las que los habían atado se habían quemado. La
prueba que estás pasando no quemará nada de lo que Dios
te ha dado, pero lo que te hizo la gente sí se va a quemar.

Donde está el Cuerpo está el cuarto hombre. Cuando nos


reunimos en Su nombre, Él está en medio. Cristo hoy se pasea
a tu lado en medio de la prueba y te dice: “Cuando pases por el
fuego no te quemarás”. ¡Aleluya!

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Continué leyendo el Libro de Daniel para ver dónde más


aparecían los tres amigos, pero no se los vuelve a mencio-
nar hasta el último capítulo. El Señor me dijo: “Bernardo,
si aprendiste la lección respecto al Cuerpo, ya aprendiste
todo. Cuando nos reunimos, cuando nos congregamos,
cuando vamos a las reuniones a meternos en Él como Cuer-
po, pasamos por el horno de fuego y no nos quemamos.
¿Por qué? Porque estamos en el Cuerpo y el cuarto hombre
cambia la naturaleza de las cosas.
En el Capítulo 6, a Daniel lo tiraron al foso de los leones. Y
también allí hay una enseñanza: el Cuerpo cayó en el horno
de fuego y Daniel cayó en el foso de los leones, pero a ningu-
no le sucedió nada. Cuando estamos nosotros y el Cuerpo,
el Cuerpo y nosotros, todos terminamos en victoria. Por
eso, cada vez que entres en el templo, hazlo con acción de
gracias. No hables mal de nadie y, cuando tengas que mar-
car algo, sé breve y resuelve el asunto.

Quiero compartirte una última reflexión:


José estaba como ministro en Egipto cuando se dio a co-
nocer a sus hermanos. Les dijo: “Yo soy José, su hermano.
Vayan a notificarle a papá toda mi gloria en Egipto”. ¿Por
qué no fue él mismo a decírselo al padre? Hacía veinte años
que no veía a Jacob, podría haber organizado un viaje para
ir todos a ver al padre. José envió a sus hermanos porque
ellos habían sido quienes, con su boca, le habían dicho a
Jacob que a él se lo había comido un animal. Ahora, ellos
mismos, con sus bocas, iban a decirle que José estaba vivo y
que Dios lo había llenado de gloria. ¿Qué significa esto? El

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que hable mal de ti terminará hablando bien, porque no se


puede maldecir a quien Dios ha bendecido.

[ ] Te invito a que ores conmigo:


“Llénanos, Señor. Padre, bautízanos. Te adoramos y te pedi-
mos que actives a Cristo Capacidad en nosotros. Hazlo Tú a
través de nosotros. Dejaremos que nos cambien el nombre,
leeremos los libros del sistema, pero la comida la elegimos
nosotros: comeremos solo a Cristo y beberemos Su amor”.
Este es un tiempo en que te estarás graduando en un
nuevo nivel de aguas profundas. Hay un aumento de
gloria, ha llegado el día de tu paz. Vas a pasear por tu
prueba, vas a caminar por lo que te quiso matar y vas
a estar libre para comer a Cristo. Busca de Cristo y ve-
rás que, por revelación, amarás también a Su Cuerpo.
Deja que Dios te guíe y te use. Permite que Él lo haga
porque no es por esfuerzo ni por método, sino por el
amor de Él.

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Ejercicio 2
ME DEJO AMAR POR TI

Su amor es eterno y lo recibimos por medio de una expe-


riencia personal, disfrutando a Cristo.
Haz de a un ítem por vez, o como Él te guíe.
1. Las Palabras de Él:
Estas, a continuación, son algunas Palabras de Él a tu vida.
Al leerlas lentamente, mira al Señor, para ver cómo te las
dice, qué “siente” Él al decírtelas, y permite que Su amor te
envuelva:
“Eres amado; no hay defecto en Ti”.
“Cautivaste mi corazón”.
“Mío eres tú”.
2. Tiempo de calidad:
Pídele al Espíritu Santo que te recuerde alguna situación o
actividad donde viste que Él estuvo a tu lado; por ejemplo,
en una cena, caminata, tarea, etc. Y, al recordarlo, mira y
disfruta de cómo Él estuvo contigo. Déjate amar por Él.
3. Regalos:
Pídele al Espíritu Santo que te recuerde algún regalo que te
dieron en el cual viste el amor de Dios, allí, en ese gesto. Y
míralo a Él, disfrutando de Su amor.

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4. Actos de servicio:
Pídele al Espíritu Santo que te recuerde algún servicio que
alguien te hizo a ti; por ejemplo, un trámite, una ayuda, etc.
Y donde viste allí el amor de Él. Al recordarlo, pon tu aten-
ción en Él y vuelve a disfrutar ese amor eterno.
5. Toque físico:
Pídele al Espíritu Santo que te recuerde algún momento
donde experimentaste Su abrazo, caricia, toque. ¡Vuelve a
revivirlo y disfruta a Cristo!
Comparte con alguien lo vivido, para que Su amor se expre-
se a través de ti e invítalo al Equipo Presencia.

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CAPÍTULO 3

Cuando Cristo Capacidad aparece

“El cielo gobierna la tierra”, esta es una frase que el profeta


Daniel le dijo a Nabucodonosor, el rey más importante de
la antigüedad. Cada capítulo del Libro de Daniel narra un
problema y también describe un milagro. Todo el libro es
Cristo Capacidad resolviendo, operando. Todo el libro es
el Lugar Santísimo. Todo el libro es el Cristo León, el Cristo
Poder, el Cristo que ruge. A través de la lectura de este libro,
estamos aprendiendo cómo tener resultados en Cristo, que
Cristo Capacidad y Cristo Don se manifieste para caminar
en victoria.
Daniel y sus amigos dijeron: “Nosotros aceptamos todo,
menos la comida, porque esa comida está entregada a los
demonios. Nosotros comeremos legumbres y beberemos
agua”. Como vimos, la palabra “legumbre” quiere decir
“semilla” y la semilla es símbolo de Cristo. El agua, por su
parte, es símbolo del amor de Cristo. Lo que los jóvenes es-
taban diciendo era: “Nosotros vamos a comer a Cristo y va-
mos a beber de Su amor. No comeremos la comida del mun-
do, aunque sea sabrosa”. El sistema no quiere que comamos
a Cristo, que tengamos intimidad. Fundamentalmente, lo
que busca es que comamos su comida. Tenemos que ele-
gir comer a Cristo y beber de Su amor. Nuestra semilla es

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Cristo. Comer a Cristo es tener intimidad personal con Él,


experimentarlo a Él cada día. Si no tenemos comunión per-
sonal a lo largo del día, es porque estamos comiendo co-
mida de Babilonia y, de ser así, Cristo capacidad no va a
aparecer. Como el resto de las personas, los hijos de Dios
miramos televisión, escuchamos música, viajamos, traba-
jamos; pero hay una diferencia con el mundo: nosotros nos
congregamos, comemos del Señor, lo disfrutamos, lo ama-
mos, lo experimentamos, lo adoramos. Recuerda: somos lo
que comemos.
Daniel comió de Cristo, y esa comida tuvo en él tres efectos,
los mismos que Cristo está produciendo en tu vida y en la
mía:
1. Daniel fue diez veces mejor que todos los demás.
Prepárate para ser, en tu trabajo, diez veces mejor que
todos los que están ahí. Tu familia será diez veces me-
jor que las demás familias de tu barrio; tus hijos y tus
nietos serán diez veces mejores que los de tus amigos
y conocidos. Comer a Cristo hace que Él crezca en tu
vida y, de ese modo, serás diez veces mejor.
2. Daniel tenía un espíritu superior. Cuando el rey lo
miró, expresó: “Eres superior”. Cristo va a producir en
nosotros un espíritu superior, que vuela por encima
de los problemas, de la gente, de las miserias, de los
dolores, de las crisis, de las dificultades. ¡Tenemos a un
Cristo que es superior a cualquier adversidad que nos
puede sobrevenir!
3. Daniel era muy amado por Dios. Hay un amor divi-
no que te envuelve. Para el Cielo, eres muy amado. ¿Por
qué? Porque comes a Cristo.

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La vida de Daniel
• Diez veces mejor
Daniel 1:20: “En todo asunto de sabiduría e inteligencia que el
rey les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y
astrólogos que había en todo su reino”.
• Un espíritu superior
Daniel 6:3: “Pero Daniel mismo era superior a estos sátrapas
y gobernadores, porque había en él un espíritu superior; y el rey
pensó en ponerlo sobre todo el reino”.
• Muy amado
Daniel 10:11: “Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento
a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido
enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie
temblando”.
¿Cómo hizo Daniel para lograr eso? Él no hizo un curso ni
lo logró porque era muy inteligente, sino porque tenía inti-
midad con Cristo, porque comía al Señor. El apóstol Pablo,
que sabía de esto y también era muy amado, dijo:

Romanos 8:38-39: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte,


ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presen-
te, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa

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creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro”.
Analicemos el versículo:
a) No hay nada biológico (vida o muerte) que nos pue-
da separar del amor de Dios. Nacer y morir es biología,
pero eso no nos puede separar de Su amor.
b) No hay nada espiritual (ángeles ni gobernantes) que
nos pueda separar del amor de Dios.
c) No hay nada cronológico (lo presente o lo porvenir)
que nos pueda separar del amor de Dios.
d) No hay nada político (potestades) que nos pueda
separar del amor de Dios. Algunos se ocupan más de
la política que de buscar del Señor, pero ni la política
del momento nos podrá separar del amor de Dios.
e) No hay nada geográfico (altura ni profundidad) que
nos pueda separar del amor de Dios.
Pablo, entonces, asegura: “Ni la biología, ni lo espiritual,
ni lo cronológico, ni lo político, ni lo geográfico nos sepa-
rarán del amor de Dios. Ah, tampoco ninguna cosa creada
nos podrá separar de Él”. ¿Y cómo hacía el apóstol para vi-
vir del amor de Dios? Comía a Cristo, tenía intimidad dia-
ria, buscaba al Señor cada día, invocaba, lo disfrutaba, lo
experimentaba.

Cuanta más intimidad, cuanto más comamos a Cristo,


más hambre de Cristo tendremos.

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Daniel vivió setenta años en Babilonia, durante los cuales


siete reyes pasaron delante de él. Y con los siete, Daniel es-
tuvo en victoria. La gente pasará, pero tú y yo permanece-
remos, porque somos como el monte de Sion que no se mue-
ve. Las leyes, los políticos, los jefes, los amigos, todo puede
cambiar; pero los que amamos al Señor permaneceremos
para siempre. Los reyes pasaron, pero Daniel siguió firme.
Igual que a él, Dios te hará diez veces mejor, te dará un es-
píritu superior y nadie te podrá quitar Su amor. ¡Aleluya!
Mientras estaba escapando de Saúl, en una oportunidad,
David se encontró con el sacerdote. “¿Qué tienes para co-
mer?”, le preguntó, porque moría de hambre. “Solamente
tengo el pan del Tabernáculo, el pan de la proposición”, le
respondió, “y es para el sacerdote”. “No importa, dámelo,
haré de sacerdote”, dijo David y se comió el pan. ¡Tú y yo
también tenemos que dejar de comer comida chatarra sin
Cristo para alimentarnos del pan de la Presencia! ¿Y quién
es el pan de la Presencia? Cristo.
El primero de los reyes que vio pasar Daniel fue Nabuco-
donosor, rey de Babilonia. Este hombre dijo: “Mandaré a
matar al que adore a un dios que no sea de nuestros dioses”.
Frente a esto, Daniel pensó: “Me van a matar, pero no me
importa. Yo voy a adorar a Cristo”. Él se arrodillaba, abría la
ventana, levantaba los brazos hacia Jerusalén y oraba tres
veces por día. Daniel no dijo: “Ay, Señor, ¡qué problema!
¿Qué tengo que hacer?”, sino que continuó orando como
siempre lo hacía. Nuestro problema es que, cuando llega la
adversidad, nos viene el apuro y empezamos a invocar, a
adorar, a congregarnos. Daniel no era así, cuando se vio en
problemas, él simplemente siguió buscando del Señor tal
como lo había hecho toda su vida. “Prefiero morir a que me

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quiten la comida, prefiero que me maten a dejar de orar al


Señor, porque para mí el morir es ganancia y el vivir es Cris-
to”. Daniel se arrodillaba y oraba, y Cristo lo honró por ello.
Daniel 6:10: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido fir-
mado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que
daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y
daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”.
Tres veces al día, Daniel oraba, hacía Todá y también Barak,
daba gracias delante de su Dios. ¿Qué lo sostuvo a Daniel?
La comida. Para ese momento de la historia, Daniel ya era
un hombre mayor; sin embargo, él pensó: “Cuando tenía
quince años, comía semillas y tomaba agua. Comía a Cristo
y bebía de Su amor. Ahora que las circunstancias son com-
plicadas, voy a hacer lo mismo porque, si Cristo me hizo
diez veces mejor, ahora me va a dar un espíritu superior
que me llevará a volar por arriba de mi dificultad”. Todo
tiene que ver con la intimidad, con la comunión íntima y
personal con el Señor. ¡Es preferible morir antes que perder
la intimidad! No obstante, lamentablemente, hay personas
que reciben el automóvil por el que oraron y dejan de con-
gregarse o de participar en los equipos. Dicen: “Yo estoy
bien con el Señor”, pero eso es falso porque, cuanto más
comes de Cristo, más quieres comer de Él.
Como ya vimos, Nabucodonosor tuvo una pesadilla y Da-
niel le dio no solo el contenido del sueño, sino además la in-
terpretación. Porque, cuando comemos bien, vamos firmes
y seguros. Daniel, después de pasar 24 horas en intimidad,
fue capaz de presentarse delante del rey y decirle: “El Dios
de los Cielos te dio este sueño de lo que sucederá”. Ahora
bien, ¿Nabucodonosor soñaba antes de que Daniel llegara
a la corte de Babilonia? Sí, todos soñamos todos los días,

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aunque a veces no recordemos lo que soñamos. ¿Por qué


Daniel le dijo al monarca que el sueño que había tenido era
de Dios? ¿Cómo sabía él que ese sueño de un rey pagano y
politeísta era de Dios? Veamos otro ejemplo: cuando el fa-
raón le contó a José su sueño de las vacas gordas y las vacas
flacas, José le dijo: “Ese sueño te lo dio Dios”. ¿Cómo sabía
José que el sueño se lo había dado Dios y no los demonios?
El Señor me dijo: “Cuando en un lugar hay un hijo de Dios,
todo lo que le ocurra a la gente que está allí será parte del
trato de Dios. Es por eso que muchas veces quieren echarte
de los lugares”. La Presencia perturba, pero, si tú estás en
un lugar, lo que tus hijos, tus vecinos o tu jefe sueñen será
de Dios. Allí donde hay alguien que tiene intimidad con el
Señor, las personas alrededor comenzarán a ser tratadas
por el Espíritu Santo. Esta es la razón por la que José le dijo
a faraón: “¿Sabes por qué Dios te dio el sueño? Porque yo es-
toy acá”. ¿Sabes por qué Daniel le dijo a Nabucodonosor que
el sueño que había tenido era de Dios? Porque él estaba allí.

¡Los que no conocen al Señor empezarán a ser tratados por Él


porque tú, alguien que tiene intimidad, estás en ese lugar!

La gente que está en tu trabajo, por ejemplo, aunque no crea


en Dios, será tratada por el Espíritu Santo y te contará: “¿Sa-
bes? Me sucedió algo raro...”. Y con seguridad podrás res-
ponder: “Es el Señor que te está tratando”. Como mencioné
antes, hay gente que percibe eso y, por esa razón, te odian.
Debes saber que no es por ti, sino por la Presencia que está
en ti. Los que estaban al lado de Nabucodonosor odiaban a

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Daniel y sus amigos. ¿Por qué los odiaban? ¿Porque eran de


otro país? No, porque estaba la Presencia.
Daniel le interpretó el sueño de la estatua y Nabucodono-
sor quedó tan impactado que lo puso como gobernador de
Babilonia. Además, dijo: “Ciertamente el Dios vuestro es Dios
de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues
pudiste revelar este misterio” (Daniel 2:47).
Dios trató de nuevo con Nabucodonosor. El rey tuvo otro
sueño y Daniel se lo interpretó también. Nabucodonosor
terminó convirtiéndose al Señor. En el Cielo nos vamos a
encontrar con él, gobernante del imperio más grande de
la época, porque fue el primer rey gentil que habló de “mi
Dios”, en lugar de referirse al Dios de Daniel. Dios nos plan-
tó a ti y a mí y, hasta que los Nabucodonosor no sean para
Cristo, el Espíritu no se va a detener. ¿Tienes familiares que
se parecen a Nabucodonosor? ¡Esta palabra es para ti! Dios
está tratando con cada uno de ellos porque tú estás ahí.
Cuando entras a un lugar, por ser hijo de Dios, el Señor em-
pieza a tratar a la gente, aunque no crean en Dios. Estás en
tu casa y, aunque tus hijos no quieran saber de Dios, mien-
tras tú comas de Cristo y bebas de Su amor, el Señor no los
va a soltar hasta que vuelvan al Padre.

Un hombre sabio
Cuando Daniel empezó a comer a Cristo, Dios le empe-
zó a dar dones. ¿Qué son los dones? Cristo apareciendo y
operando. Si tenemos al Señor, dentro de nosotros están
todos los dones. Daniel comió durante diez días legumbres
y agua —y después siguió comiendo eso toda su vida—,
y Dios le dio tres dones. Uno de esos dones fue el don de

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sabiduría. Al leer la vida de Daniel, observamos que era un


hombre sabio. Sin embargo, cuando habló con el rey, le dijo:
“Nabucodonosor, te voy a interpretar el sueño, pero sabe
que no soy más inteligente que los demás, es el Dios a quien
sirvo quien te dirá lo que soñaste”. Así funciona el don de
palabra de sabiduría:
Sabiduría para hallar lo perdido. La Biblia narra que, en
una ocasión, se habían perdido los burros de Saúl. Saúl le
pidió ayuda al profeta y este le dijo: “Ve para aquí y después
para allá. Allí están los burros”. ¿Cómo lo supo? Por la pala-
bra de sabiduría. Prepárate para recuperar cosas perdidas
a través de la sabiduría del Señor. Dios te guiará, te dirá
hacia dónde ir para alcanzar la bendición. ¡Ese es Cristo
Sabiduría!
Sabiduría para resolver problemas. Dos mujeres recurrie-
ron al rey Salomón. Cada una de ellas tenía un bebé. Una se
durmió con su hijo y lo asfixió. Durante la noche, le cambió el
bebé a la otra y se quedó con el que estaba vivo. A la mañana
siguiente, la mujer que tenía el bebé muerto lo miró y excla-
mó: “Este no es mi bebé. ¡Me lo cambiaste!”. La otra mujer
insistió en que el bebé que estaba con vida era el suyo. Así
ocurrió que fueron a ver a Salomón para que les resolviera
el problema. El rey dijo: “Tráiganme una espada y partiré al
bebé vivo en dos, así cada una se queda con una mitad”. La
mujer que no era la verdadera mamá exclamó: “¡Me pare-
ce muy bien! ¡Hagámoslo!”. La otra, desesperada, dijo: “No
lastimes al niño, ¡que se lo quede ella!”. Al oír esto, Salomón
ordenó: “Entréguenle el bebé a la mujer que no quiso que
cortara al bebé en dos. Ella es su madre. ¡Y a la otra mujer mé-
tanla presa!”. ¡Dios te dará sabiduría, te dará la espada de La
Palabra para que resuelvas grandes problemas que parecen

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no tener solución! Come semilla y agua, y Cristo Capacidad


se manifestará en tu vida.
Sabiduría para planificar. José le interpretó al faraón el
sueño de las vacas gordas y las vacas flacas y le sugirió:
“Haz un plan de ahorro. Guarda un quinto de la produc-
ción de la época de las vacas gordas para tener en la época
de las vacas flacas. Así, cuando todos tengan escasez, ten-
drás abundancia y podrás venderle al mundo”. ¿De dónde
supo José ese plan de ahorro? ¿Es que era muy inteligente?
No, era el Cristo que estaba en él. Dios te dará sabiduría
para planificar. ¿Y qué hay que hacer? ¿Hay que anotarse
en un curso de planificación rápida? No, hay que comer un
poco más de Cristo.
Sabiduría para librarse de los engaños. ¿Fuiste engañado
alguna vez? El profeta Ahías estaba ciego. El rey de Israel,
Jeroboam, un hombre muy malo, necesitaba una palabra
del profeta, porque estaba enfermo, así que le dijo a su mu-
jer: “Disfrázate y ve tú a ver al profeta, porque a mí me odia”.
¿Para qué quería que se disfrazara, si Ahías estaba ciego?
¡La carne es tonta! La mujer se disfrazó y fue a ver al profeta.
La Biblia relata que Ahías escuchó los pasos y le dijo: “Mu-
jer de Jeroboam, pasa y quítate ese disfraz ridículo”. ¡Qué
extraordinario! Dios te dará sabiduría y te mostrará cuando
alguien venga a engañarte. ¡Come más de Cristo!

El obrar de Dios en quienes nos rodean


Daniel 2:47: “Vuestro Dios”
“El rey habló a Daniel, y dijo: Ciertamente el Dios vuestro es
Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios,
pues pudiste revelar este misterio”.

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Daniel 3:28: “El Dios de ellos”


“Entonces Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de
Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a sus sier-
vos que confiaron en él, y que no cumplieron el edicto del rey, y
entregaron sus Cuerpos antes que servir y adorar a otro dios que
su Dios”.
Daniel 4:1: “Dios en mí”
“Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que
moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada”.
Cuando estás en intimidad, tienes que orar hasta que tu
espíritu toque la Presencia y salga la carga, es decir, el peso
de la palabra. Para eso, dile: “Señor, dime cómo tengo que
orar en esta situación. Dame las palabras para que la carga
se libere, para tocar Tu Presencia, para dar en el blanco”.
Por ejemplo, estás orando y, de pronto, dices: “Declaro que
Cristo es mío, que Cristo es victoria, que Cristo es poder”.
Inmediatamente, sientes que tu espíritu tocó la Presencia.
Entonces sí dejas de orar. Fíjate que, cuando Daniel le inter-
pretó el sueño a Nabucodonosor, le dijo: “Esto es por esto,
por esto y por esto”, y se detuvo. ¿Por qué se detuvo? Porque
sacó la carga. Puedes orar: “Señor, bendice a mi hermana”
y que no ocurra nada, porque la carga no salió, porque tu
espíritu no hizo contacto con la Presencia de Dios. Pero hay
momentos en los que haces una oración o adoras y sientes
que Dios te dice: “¡Bien! Buen siervo y fiel”. ¡Ahí tocaste la
Presencia!
Hace un tiempo, antes de viajar a una provincia, estaba
orando: “Señor, úsame”. De pronto, mientras iba para la
sala, me salió declarar: “¡El poder de Dios se soltará y la
gente te conocerá, Señor!”. Después de decir eso, sentí un

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alivio, una fuerza. Dios me había dado lo que tenía que re-
petir: “¡Poder de Dios!”. Entonces, cuando me salieron esas
palabras, dejé de orar. Esa es la guía del Señor.
Dios siempre nos guía. Solo tienes que pedírselo. De pron-
to, Él te pone la palabra y, por ejemplo, si estabas orando
por tu hijo, dices: “Hijo, el Rey te corona”. Sientes el alivio
de haber dado en el blanco, de haber tocado la Presencia, y
entonces no oras más por tu hijo. Algo importante: sé ge-
nuino cuando ores, no pienses cuál es la palabra justa que
deberías pronunciar, simplemente pídele: “Señor, dame las
palabras Tuyas, las palabras del Cielo. Ponlas en mi boca”.
Sé honesto y ora de forma breve.

La locura del rey


Veinte años después del sueño de la estatua, cuando Daniel
ya tenía unos cincuenta años, Nabucodonosor tuvo otro
sueño que lo perturbó. Esta vez recordaba bien lo que había
soñado y mandó a llamar a todos los brujos para que le in-
terpretaran el sueño. El rey dijo: “Soñé que había un árbol
enorme. Era tan grande que todos los pájaros se refugiaban
en su copa y tenía comida para multitudes. Era un árbol
protector, un árbol contenedor. De pronto, vi un ángel, un
vigilante, que llegó con un hacha y dijo: ‘¡A este árbol hay
que cortarlo!’. Cortó el árbol, que cayó en mil pedazos, y
dejó solo la cepa1”. Pasaron delante del rey todos los brujos,
magos y adivinos y escucharon el relato. Todos entendie-
ron que el árbol era el propio Nabucodonosor, pero ¿cómo
le decían que pronto lo iban a hachar? Como no le podían

1
Parte del tronco de cualquier árbol o planta que está dentro de la tierra y
unida a las raíces.

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explicar eso, le dijeron: “Rey, no sabemos qué quiere decir


tu sueño”. En último lugar, entró Daniel. “¿Por qué Daniel
entró último?”, le pregunté al Señor. Y Él me dijo: “A veces
Dios te pone último en la lista para que la gloria sea con más
poder”. ¡Celebra cuando Dios te deje para lo último, porque
el último termina primero!
Cuando Nabucodonosor le contó su sueño, Daniel quedó
atónito durante casi una hora. Finalmente, le dijo: “El sueño
viene de Dios. El árbol eres tú: te has engrandecido”. Babi-
lonia estaba en una época de prosperidad, de tranquilidad.
La ciudad estaba fundada en medio del desierto, en el terri-
torio que hoy ocupa Irak, el mismo lugar donde construye-
ron la torre de Babel. La mujer de Nabucodonosor quería
ver algo de verde, por lo que el rey mandó a construir un sis-
tema de riego que le permitió regalarle los jardines colgan-
tes. ¡Este reino realmente prosperaba! “Te has hecho fuerte,
rey”, continuó Daniel, “pero viene un ángel de Dios que te
va a cortar, te va a quebrar y tu corazón se va a transformar
en una bestia del campo. Sin embargo, si te arrepientes y le
entregas tus pecados al Dios verdadero, eso va a cambiar”.
Daniel sabía que el Altar frena el efecto dominó del mal.
El profeta le había dado la interpretación del sueño, pero
también la solución: el Altar. El rey lo miró y ahí terminó
la conversación. Nabucodonosor no hizo nada. Pasaron
doce meses y, un día, mientras se paseaba por el palacio di-
ciendo: “Esta es la gran e indestructible Babilonia que yo he
construido”, el ángel bajó. Así narra La Palabra lo que ocu-
rrió en ese momento: “Aún estaba la palabra en la boca del rey,
cuando vino una voz del cielo: A ti se te dice, rey Nabucodonosor:
El reino ha sido quitado de ti; y de entre los hombres te arrojarán, y
con las bestias del campo será tu habitación, y como a los bueyes te

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apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconoz-


cas que el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo
da a quien él quiere” (Daniel 4:31-32).
Y al instante, Nabucodonosor se volvió loco. Le salieron
plumas y le crecieron uñas de animal. Se volvió un hom-
bre lobo. Esa condición se denomina licantropía. El hom-
bre estuvo siete años así. Andaba con los animales y comía
hierba. Nadie lo podía matar, porque había una ley que lo
prohibía. Para los babilonios, los demonios eran dioses, y a
Nabucodonosor, afirmaban, lo habían tomado los dioses.
Si mataban al rey, los dioses los atacarían a ellos. Trans-
curridos siete años de vivir como una bestia, La Escritura
asegura que el rey alzó los ojos y dijo: “Señor, perdona mis
pecados”. Dios lo sanó y la razón le fue devuelta. Así fue
como Nabucodonosor se convirtió al Señor. En el Capítulo
4, el rey escribió su conversión para que se hiciera pública:
“Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey
del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos
justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Daniel
4:37). Después de eso, Dios le dio diecinueve años más de
victoria. ¡Gloria a Dios!
¿Por qué Dios mandó al ángel vigilante a cortar al rey? Por-
que Nabucodonosor tenía orgullo, que es la raíz de todos
los pecados. El orgullo es la fuente que alimenta todos los
pecados. Proverbios declara que Dios aborrece el orgullo y
al orgulloso lo mira de lejos. Al ladrón —o al que comete
cualquier otro pecado—Dios lo mira de cerca, pero del or-
gulloso se mantiene lejos. El Señor resiste al orgulloso, lo
enfrenta.
En su época de gloria, David mandó a hacer un censo. Que-
ría saber cuál era su poderío militar. El censo arrojó que

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tenía un millón trescientos mil soldados. Cuando supo


esto, David exclamó: “¡¿Quién nos va a vencer con un mi-
llón trescientos mil hombres?!”. No es malo hacer un censo.
De hecho, Moisés también hizo uno, pero él lo hizo para or-
ganizarse. Otra cosa muy diferente es hacer un censo para
enorgullecerte de tu poder, de tu fuerza, de tu capacidad.
Y este era el caso de David. Por eso, Dios se le apareció y le
dijo: “David, tú me escribiste el Salmo 121, afirmaste que tu
socorro venía de Mí. También escribiste el Salmo 20, donde
dices que otros confían en sus ejércitos, en carros y caba-
llos, pero tú confías en Mí. Pero ahora estás confiando en
tu fuerza”. ¿Sabes qué ocurrió? Llegó el ángel con una peste
y mató a setenta mil de sus hombres. Cuando vio lo que la
peste estaba haciendo, David se puso a llorar y oró: “Señor,
¡no mates más! ¡Yo fui el orgulloso!”. Buscó al sacerdote y
le preguntó: “¿Qué tengo que hacer?”. “Ve al Altar”, le dijo,
“muere a tu orgullo”. David fue, compró una tierra, hizo el
Altar y entregó su orgullo. En ese momento, cuando mu-
rió, el ángel se fue y no murió nadie más. El orgullo trae al
ángel vigilante, al ángel destructor. David tuvo relaciones
con Betsabé y la embarazó. Después, quiso hacer pasar al
bebé como hijo del esposo de Betsabé. ¿Eso no es peor que
tener orgullo? Como si todo eso fuera poco, mandó al mari-
do de Betsabé al frente de la guerra para que lo mataran. Eso
fue un asesinato, pero, en esa oportunidad, Dios no mandó
ningún ángel. ¿Por qué? Dios odia la soberbia, la aborrece,
la resiste, porque le recuerda al diablo. Lucifer era un ángel
hermoso que se enorgulleció. Por eso, cada vez que a ti y a
mí nos brota algo de orgullo, Dios ve al enemigo. Lo mismo
ocurrió cuando Jesús le dijo a Pedro: “Apártate de mí, Sata-
nás”. En esa ocasión, el Señor estaba viendo al diablo en la
vida de Pedro.

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Dios le dio a Nabucodonosor doce meses de gracia. Hay


una gracia para el orgullo; pero, si no levantamos el Altar, el
ángel viene a quebrantarnos porque, antes de la caída, vie-
ne la soberbia. Dios aborrece el orgullo porque le recuerda
al diablo, el primer pecado en el Cielo, y también el pecado
de Adán y de Eva. El orgullo es la raíz de todos los pecados,
por eso, si no le damos muerte, toda la carne se va a de-
rrumbar. La Palabra afirma que Dios levanta al humilde.
¿Y qué es ser humilde? Estar en el Altar. ¿Y ser orgulloso?
Escapar del Altar. Si no morimos a nuestro orgullo, pasado
un tiempo de gracia, el Señor nos va a tratar y mandará al
ángel para que nos corte. Es decir, para que nos saque y nos
perdamos las cosas lindas del Señor.
Radiografía del orgulloso

¿Tienes necesidad de ser reconocido, de ser visto, de ser el


centro? ¿Hablas de ti constantemente? ¿Le preguntas a la
gente: “¿Cómo me ves?”? ¿Oras al Señor diciendo: “Padre,
ayúdame, bendíceme, sáname, prospérame”? Eso es orgu-
llo, porque estás centrado en ti mismo. ¡Lleva tu orgullo al
Altar, deja de ponerte en el centro y empieza a hablarle al
Señor de Él!
¿Eres de los que afirman: “No necesito de nadie”, “Yo soy
independiente”, “Me congrego cuando quiero”, “Yo hago

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lo que quiero”? Hay personas que, cuando les dicen que


levanten las manos bien altas, las bajan; y cuando les piden
que las bajen, las levantan. ¡Eso es orgullo!
“No me gusta el Altar”, “¡Otra vez con el tema del Altar!”.
Estos pensamientos deben morir. ¿Pides ayuda o escondes
tus problemas porque te da vergüenza que la gente se en-
tere de que tienes una adicción, o que te llevas mal con tu
pareja, o que tus hijos no estén bien? Pretender que no se
entere nadie, cuidar la imagen, esconder los problemas, es
orgullo. Compararse, envidiar, pelear, así como usar la igle-
sia, por ejemplo, para fines personales, todo eso es orgullo.
Recuerda: hay un tiempo de gracia. Aprovéchalo y lleva
rápido tu orgullo al Altar para crecer y no ser cortado.
Josafat tenía un ejército, tenía soldados, tenía fuerzas, pero
¿qué hizo? Cantó un corito y declaró: “¡Señor, sin ti no pue-
do vivir!”. ¿Qué sucedió? Ganaron la batalla. ¿Por qué Da-
vid no hizo lo mismo? Él podría haber hecho el censo, pero
no para ver sus fuerzas, porque sus fuerzas estaban en Dios.
No se trata de lo que hagas, sino de quién lo hace. Si lo haces
tú, no sirve; si lo hace Cristo, sí sirve. Por eso, dile: “Señor,
¡hazlo Tú, obra Tú!”. Si es Él quien lo hace, no nos vamos a
deprimir, ni a estresar. No nos vamos a creer el “yo puedo”
ni tampoco el “yo no puedo”, los vamos a llevar a la Cruz.
Nabucodonosor se convirtió al Señor, llevó su orgullo al
Altar y Dios lo restauró y le dio diecinueve años más de
esplendor. Imagino que Nabucodonosor debe de haber
pensado: “Qué tonto fui. Perdí siete años siendo una bes-
tia. Tendría que haber llevado mi orgullo al Altar, como me
había dicho Daniel”. Hoy me paro como Daniel para de-
cirte: “No pierdas tiempo. ¡Ve al Altar!”. Ser humilde no es

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denigrarse ni rebajarse, eso es orgullo escondido. Mientras


que ser orgulloso es huir del Altar, ser humilde implica ir al
Altar para entregar para su muerte todo lo que el Señor nos
muestre. Dios odia el orgullo; y ama el Altar, porque ahí ve
a Cristo, porque ahí está la Cruz y, donde está la Cruz, siem-
pre hay victoria. Nunca olvides: el Señor exalta al humilde.
Orgullo es hacerlo por tus fuerzas, es hacer lo que quieres,
lo que sientes, lo que opinas. Deja tu yo en el Altar y permite
que sea Dios quien lo haga. Dile: “Señor, yo muero, ¡hazlo
Tú!”. Sé humilde y, como dice Pablo, si te vas a gloriar, si vas
a hacer alarde, que sea de Cristo.
“Sin Mí, nada puedes hacer”, dice el Señor. Deja que te mi-
nistre esta palabra. Sin Él no eres nada, pero todo lo puedes
en Cristo que te fortalece. Watchman Nee afirmaba: “Toda
gloria que no es para la gloria de Dios es vanagloria”. Cuan-
do invites a alguien a las reuniones, no digas: “Ven a escu-
char a los Stamateas”, sino “ven a conocer al Señor, porque
Él es grande, bueno, poderoso y, desde que yo te conozco, te
está tratando”.
¿Sabes qué le dijo Daniel a Nabucodonosor antes de que
el rey se volviera loco? “Tienes que reconocer que el Cielo
gobierna la Tierra. El Cielo te gobierna, Nabucodonosor, no
es en tus fuerzas”. Toda gloria que no es para la gloria de
Dios es vanagloria. El Altar debe ser un motivo de alegría.
Siempre es preferible la alegría del Altar que el dolor del
hacha. ¿Qué quiere decir que Dios te va a hachar? Que te va
a dejar solo, sin vida de Cristo. He visto a mucha gente ser
cortada, he visto muchos golpes del hacha del ángel, ¡y es
doloroso! Pero La Palabra dice que el ángel dejó la cepa. ¿Por
qué? Porque si hay Altar, el árbol volverá a crecer.

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No hagas introspección, pídele al Señor que te muestre qué


debes llevar al Altar y, cuando te lo diga, llévalo rápido. Eres
el árbol del Salmo 1, no estás cortado, estás plantado junto
a las aguas del Espíritu, das fruto en su tiempo y tu hoja
no cae. Nabucodonosor fue primero el árbol cortado por el
orgullo y se volvió loco. Pero un día se arrepintió y Dios lo
restauró. Es maravilloso, porque Dios no suelta ni siquie-
ra al orgulloso. El Señor no lo estaba castigando, lo estaba
trayendo de vuelta. Nabucodonosor alzó sus ojos al Cielo y
Dios lo levantó. Este hombre dio su testimonio al imperio
más grande de aquel tiempo. Y todo porque había un Da-
niel. Tú eres un Daniel y los que están cerca de ti, ya están
siendo tratados por Dios. Un día vendrán, aunque les cueste
un par de capítulos, y buscarán del Señor, experimentarán
el Altar y dirán: “Ya no vivo yo, ¡hazlo Tú, Señor!”.

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Ejercicio 3
C R I S T O C A PA C I D A D

El orgullo es la raíz que alimenta todos los pecados. Dios lo


aborrece (Prov. 8:13) porque le recuerda al mismo diablo. El
orgullo fue el primer pecado en el cielo y luego en la tierra.
El orgullo es “Mi fuente soy yo; mi capacidad, mis recursos
y mis talentos”. ¡Llevémoslo al Altar! Eso es morir a rasgos
de orgullo. Y Cristo capacidad se expresará.Dios exalta al
humilde, al que lo hace a Él su fuente de todo. Pídele al Es-
píritu Santo que te muestre algo cada día al respecto y llé-
valoal Altar rápido.
He aquí una lista:
• Anhelo de ser reconocido.
• Deseos de ser admirado o visto.
• Querer ser el centro.
• No dejarse enseñar ni corregir: “Yo sé”.
• Hablar más de mí y menos de Él.
• Discutir - pelear.
• No pedir ayuda.Compararse - competir.
• Usar a otros.
• Ser individualista.
• No estar dentro del Cuerpo.
“Espíritu Santo, muéstrame cada actitud de orgullo para
llevarla al Altar. Declaro que Tú eres mi fuente; sin Ti nada
puedo hacer; sé Tú. Hazlo Tú y exprésate Tú. Toda la gloria
a tu Nombre. Amén”.
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CAPÍTULO 4

Cuando Cristo Capacidad sale como carga

Como vimos en los capítulos anteriores, Nabucodonosor


padeció su locura por siete años; pero, cuando fue al Altar
y se entregó, Dios lo restauró y ahora lo encontraremos en
el Cielo. Lo cierto es que podría haberse ahorrado muchos
años de malestar: ir rápido al Altar y decir: “Señor, dejo mi
orgullo en la Cruz para su muerte”. A eso La Biblia lo llama
humildad. Y al humilde, Dios le da gracia, lo levanta, pero
al orgulloso lo quebranta. “La soberbia precede al fracaso; la
arrogancia anticipa la caída” (Proverbios 16:18)”.
Continuemos con el relato...
Nabucodonosor se convirtió, vivió diecinueve años de vic-
toria y después murió. Lo sucedió su hijo. Este hombre se
fue de Babilonia, pero dejó al hijo, es decir, al nieto de Nabu-
codonosor, Belsasar, un personaje al que nada le importaba.
Un día, el rey organizó un bacanal al cual asistieron mil
invitados. Ciertamente, aquello no fue una reunión tran-
quila. ¡Hasta llevaron los vasos sagrados de oro que Na-
bucodonosor había sacado del templo de Jerusalén! Pero,
de pronto, en medio de la borrachera, apareció una mano
que empezó a escribir en la pared. Al ver esto, el rey empa-
lideció. Todos los invitados estaban perplejos, porque esa

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era la mano sobrenatural de Dios operando. En este hecho


observamos algo interesante que no debemos olvidar: Dios
empezará a manifestarse visiblemente en la vida de la gen-
te que está cerca de nosotros, porque donde hay un hijo de
Dios, el Señor trabaja con la gente que está a su alrededor.
Horrorizado, Belsasar llamó a todos los magos, caldeos y
adivinos para que le leyesen e interpretasen lo que la mano
había escrito. Como eran todas consonantes, nadie pudo
descifrar el texto. En ese momento apareció la esposa de
Nabucodonosor, es decir, la abuela del rey. “Querido nieto”,
le dijo, “tu abuelo trabajaba con Daniel. Daniel interpreta
enigmas, resuelve misterios, tiene conocimiento de todas
estas cosas”. Al enterarse de esto, el rey mandó llamar a
Daniel y le dijo: “Si me explicas esas palabras que se escri-
bieron en la pared, te haré el tercero en el reino. Te daré un
vestido de púrpura y te coronaré delante de todo el mun-
do”. Daniel respondió: “Nada de todo eso quiero; de todos
modos, interpretaré lo que significa la escritura pero, antes
de hacerlo, debo decirte que tu abuelo estuvo loco. Ya cono-
ces la historia. Él vivió siete años como un animal, pero un
día alzó su rostro al cielo, abrazó al Dios todopoderoso y Él
lo restauró. Ese testimonio era para que hicieras lo mismo,
pero no valoraste el testimonio de tu abuelo”.
Cuando Dios haga un milagro en alguien, valóralo. Si Dios
hizo algo en tu hijo, no lo olvides nunca; si sanó a tu mas-
cota, no lo menosprecies; si te abrió una puerta, recuérdalo
siempre; porque cada testimonio que Dios te da en alguien
de tu familia o de tu equipo es para que le digas: “¡Gracias,
Señor! Lo voy a valorar porque eso vino de Ti”. No subesti-
mes, no desvalorices, nada de lo que Dios hace.

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MN’MN’TKLPRS
Mene Mene Tekel Uparsim

Estas eran las consonantes que la mano había escrito en la


pared. Se leen de derecha a izquierda, pero las coloqué de
esta manera en el gráfico para que podamos entenderlas.
Daniel miró el texto y le agregó las vocales que faltaban,
dándole un sentido. La palabra Mene quiere decir: “contar,
observar”. Tekel, por su parte, significa: “pesar”; y Uparshim,
“dividir”. Entonces, el mensaje decía: “Dios te observó, ob-
servó tu reinado. Y lo pesó, lo evaluó. Y, como no valoraste
nunca lo que Él hizo en tu abuelo, ahora tu reino se divide”.
Después de oír esas palabras, seguramente un poco ebrio,
el rey ordenó: “Póngale la corona y vístanlo de púrpura”.
Esa misma noche, mientras Daniel hablaba con el rey, los
medo-persas entraban a Babilonia para que la cabeza de oro
de la estatua se cayera para siempre. Aquella fue la última
fiesta y el último día de Belsasar, pero Daniel fue ascendido
una vez más. Aquí encontramos otra enseñanza: hay pro-
blemas y personas por los que no te tienes que preocupar
porque ya no los verás más en tu vida; ellos van a caer por la
mano de Dios que ya lo escribió en Su agenda. Sin embargo,
a ti el Señor te va a levantar.

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El secreto de la victoria
Ciro, el rey de los medo-persas, había tomado Babilonia,
por lo que ahora el territorio formaba parte de un nuevo im-
perio. Daniel tuvo gracia delante de Ciro, razón por la cual,
alrededor de veinte años, siguió trabajando con el nuevo
rey. Pero a sus hombres, no les gustaba Daniel. Venía de
otro gobierno y hablaba solamente de Dios, por ende, lo me-
jor era destruirlo. Así fue como a un grupo de funcionarios
se les ocurrió sugerirle al rey: “Rey, ¿por qué no haces un
edicto para que la gente te adore solamente a ti? ¿Acaso no
eres el más grande?”. “Es cierto. Buena idea”, concluyó Ciro,
y proclamó el edicto. La idea era capturar a Daniel desobe-
deciendo el edicto porque, tres veces por día, él abría la ven-
tana de su casa y se arrodillaba frente a Jerusalén. La ciudad
estaba destruida, pero a Daniel no le importaba. Él levan-
taba las manos y oraba a Dios a la mañana, al mediodía y a
la tarde. Después del nuevo edicto, ya no lo podría hacer y
sería arrojado al foso de los leones. ¿Sabes qué hizo Daniel
cuando se enteró? La Palabra lo narra de esta manera:
Daniel 6:10: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido fir-
mado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que
daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y
daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”.
Daniel continuó haciendo Todá y orando a Dios. Él prefirió
morir a perder su intimidad con el Señor. Daniel siguió ha-
ciendo lo que siempre había hecho. Ahora bien, ¿por qué
querían matar a Daniel? Por su intimidad con Dios. Para
este momento, él tenía casi ochenta años y su fuerza, su sa-
biduría, provenían directamente de su oración íntima con
el Señor.

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El Cielo Gobierna

El secreto de tu victoria es que busques a Dios cada día por-


que, si no tienes intimidad con el Señor, no tienes nada. Fí-
jate que, cuando Daniel tuvo que interpretarle el sueño de
la estatua a Nabucodonosor, le pidió 24 horas para ir a orar
y buscar del Señor. Dios le mostró el sueño y él se lo narró
al rey. Su secreto estaba en la oración, en la intimidad. ¡No
permitas que nada ni nadie roben tu intimidad! Ya sea que
hayas prosperado o perdido dinero, que tengas salud o en-
fermedad, que Dios haya hecho un milagro o que todavía
no hayas recibido lo que pediste, que tu familia haya creci-
do o se haya dividido, ¡no descuides tu intimidad con Dios!

Principios para una vida de oración celestial


Cuando Daniel oraba, Dios respondía. ¿Por qué cuando no-
sotros oramos nada sucede? Porque tenemos que aprender
cómo orar. Quiero compartirte algunos principios para que
tu vida pase al nivel celestial. ¿Estás listo?
• Primer principio: DESCANSAR
Cuando vayas a orar o a buscar a Dios, quédate en silen-
cio, no te apresures a hablar. Muchas veces oramos rápido:
“Padre, te pido que bendigas este día”, y nos vamos; pero lo
que tenemos que hacer es decirle: “Señor, entro en Tu silen-
cio” y quedarnos en silencio hasta que el alma se apague.
Podemos poner un instrumental, pero lo importante es
quedarnos en silencio y esperar a que la mente se aquiete.
Supongamos que el alma no se apaga y estamos pendientes
de un dolor, un pensamiento o una tarea. Tenemos que orar:
“Señor, dejo este dolor en la Cruz, dejo este pensamiento en
la Cruz, dejo esta tarea en la Cruz” y esperar el silencio en
Dios. Hay que apagar la carne porque a esta le gusta hablar.

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Todos los hombres de Dios vivieron este principio, pero el


que mejor lo expresó fue Isaías:
Isaías 30:15: “Porque así dijo Jehová el Señor, el santo de Israel:
En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza
será vuestra fortaleza”.
Al orar, calmas tu mente. Entras en el silencio y esperas.
¿Cuánto tiempo tienes que esperar? No importa cuánto
tiempo, aguarda en silencio hasta que tu alma se calme.
David amaba a Dios, estaba ungido, era un experto en la
guerra y había matado a Goliat; pero, en una ocasión, otro
gigante estuvo a punto de matarlo. ¿Por qué? Porque estaba
cansado. ¿Sabes por qué perdemos muchas batallas? No es
porque no amamos a Dios, porque no lo buscamos, porque
no oramos o porque no estamos capacitados. ¡Ciertamente
lo amamos, lo buscamos, oramos y estamos capacitados!
Perdemos porque estamos cansados. ¿Y sabes qué es lo que
nos cansa? La cabeza. No se trata de un descanso físico, sino
mental.
2 Samuel 21:15-17: “Volvieron los filisteos a hacer la guerra a
Israel, y descendió David y sus siervos con él, y pelearon con los
filisteos; y David se cansó. E Isbi-benob, uno de los descendientes
de los gigantes, cuya lanza pesaba trescientos siclos de bronce, y
quien estaba ceñido con una espada nueva, trató de matar a David;
mas Abisai hijo de Sarvia llegó en su ayuda, e hirió al filisteo y lo
mató. Entonces los hombres de David le juraron, diciendo: Nunca
más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea
que apagues la lámpara de Israel”.
En esa batalla, David amaba a Dios, estaba ungido, estaba
capacitado y, sin embargo, estaba perdiendo. Cuando es-
taban a punto de matar a David, Abisai llegó por detrás y

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mató al gigante. Abisai representa al Espíritu Santo. Apren-


de a descansar en el Señor. ¡El Espíritu Santo va a terminar
la batalla que empezaste! Abisai también pueden ser las
personas de tu equipo y el Cuerpo, alguien que está orando
y declarando una palabra por ti.
Si al orar, adorar o leer La Palabra, no detienes tu cabeza,
Dios no va a obrar. Todo lo que hagas lo hará tu alma y cree-
rás que estás adorando a Dios. Necesitas descansar en el
Señor. Esto no se trata de poner la mente en blanco o de
hacer “ommmm”, sino de quedarte en silencio y entrar en
Su reposo hasta que tu alma se apague. ¿Qué es lo que nos
cansa? Los pensamientos, el diálogo interno. No nos matan
los gigantes, nos matan las hormigas: la imaginación, las
preocupaciones, la introspección. Descansa en el Señor. Si
tu cabeza está muy activa, ve al Altar todas las veces que
sea necesario porque Dios no podrá moverse si tu alma está
activa. ¡En descanso serás fuerte!
• Segundo principio: ESPERAR
Ya calmaste tu mente, ahora tienes que esperar. ¿Y qué es-
peras? Que Dios te encuentre, que Dios te hable. No le ha-
blas tú primero porque la oración no arranca con lo que tú
quieres, sino con lo que Él te va a decir. ¿Sabes por qué no
nos funcionaba la oración? Porque creíamos que orar era
decirle: “Padre, te pido por esto, por aquello, por esto otro”.
Es decir, le presentábamos a Dios una lista de pedidos. Orar
no es eso, sino quedarnos en silencio y esperar uno, dos,
quince minutos, o el tiempo que sea necesario, a que la men-
te se calme.

Orar es esperar en Él hasta que la mente muera.

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Cuando eso ocurre, Dios te encuentra y te da una palabra.


Puede ser un nombre, un país, una canción. Y esa canción
es la que Dios quiere que cantes. No eres tú el que elige qué
cantar, sino el Señor. Tienes que dejar que Él te diga. Por
ejemplo, viene a tu espíritu la palabra “rey”. Entonces, em-
piezas a orar: “Señor, Tú eres el Rey. Eres el Rey de mi casa,
de mis hijos, de mi vida”. Dios te da el material de lo que Él
va a hacer. ¡Esas oraciones no fallan nunca!
¿Por qué fue Elías a orar por lluvia? Porque Dios le dijo que
iba a llover. Él estaba orando, estaba en silencio, cuando
Dios le dijo: “Lluvia”, y él escuchó lluvia. Fue por eso que
le dijo a su criado: “Se oye lluvia. Ve a ver si está la nube”, y
empezó a orar lo que el Señor le había indicado.
Quizá te preguntes: “¿Y si Dios no me habla?”. ¡Dios te va
hablar! Calma tu mente y permite que Él venga. Por ejem-
plo, Él puede darte en el espíritu una palabra, una frase, una
oración, un pasaje. Eso es la carga. Es decir, esa palabra o ese
pasaje viene cargado de gloria. Supongamos que viene a tu
mente un lugar: Guadalajara, México. Dios quiere que ores
por esa ciudad. No estás allí, pero Él quiere que ores por
Guadalajara. No entiendes por qué tienes que orar por ese
lugar, pero hazlo de todos modos y liberas la carga. O ima-
ginemos que Dios te dice: “Ora por tus hijos”. Tienes que
pedirle a Dios las palabras exactas que Él quiere que ores y,
cuando empieces a hacerlo, notarás que te estás liberando,
que la carga está saliendo de tu vida, que estás dando en el
blanco.
Watchman Nee cuenta que, en una ocasión en la que estaba
enfermo, fueron tres personas a orar por él. Uno oró: “Padre,
declaramos Tu sanidad, porque Tú eres el sanador”, pero
Nee no tocó la gloria. El segundo oró bien, pero Watchman

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Nee tampoco tocó la gloria. La tercera persona dijo: “Señor,


en el Seol no se adora, pero acá sí se adora”. Cuando escuchó
eso, Watchman Nee asegura que sintió fuego en su cuerpo
y Dios lo sanó. El último en orar fue el único que soltó la
carga y dio en el blanco. La carga no consiste en ver qué
palabra conviene orar, sino dejar que el Señor te diga cómo
orar. Supongamos que te vino “Guadalajara, México”. Le
pides al Señor que te diga cómo orar por Guadalajara y Dios
te hace ver un cerco. Entonces empiezas: “Guadalajara,
estás cercada, estás protegida, estás en victoria”. De pronto,
al soltar eso, sientes que ya está y dejas de orar. Luego, Dios
te da otra carga y pasas a orar esa carga. Dos días después,
por ejemplo, se suma a tu equipo una mujer de Guadalajara,
México. ¡Has dado en el blanco!
En una ocasión, dando una charla en Córdoba, mientras
estaba hablando, el Señor me dijo: “Di que los muertos
mueren, pero sus obras continúan”. Estas palabras están
en Apocalipsis. En ese momento pensé: “¿Cómo menciono
Apocalipsis ahora, si estoy hablando de liderazgo?”. Poco
después, los concurrentes tuvieron la posibilidad de escri-
bir las preguntas que deseaban hacerme. Me alcanzaron
solamente una pregunta: “Se me murió mi hijo hace un año.
¿Qué hago?”. Cuando vi eso, entendí todo y solté lo de Apo-
calipsis. Necesitamos estar atentos a que Dios nos libere la
carga. Eso es lo que significa dar en el blanco.
Pablo siempre pedía que oraran por él, pero fíjate cómo lo
hacía:
Efesios 6:19: “[oren] por mí, a fin de que al abrir mi boca me
sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del
evangelio”.

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Pablo pedía que oraran para que Dios le diera palabras del
Cielo para soltar la carga y dar en el blanco. Puedes estar
adorando siete horas y no dar en el blanco, hasta que, de
pronto, Dios te da una palabra y todo tu ser saca la carga.
Tienes que estar atento porque, a lo largo del día, Dios te
dirá: “Envíale este versículo a tal persona”. Se lo mandas
y, al día siguiente, viene a la reunión o se entrega a Cristo.
¿Qué sucedió? Soltaste la carga y, cuando la carga sale, la
palabra con Vida, con Cristo, toca a la persona. En cambio,
cuando oras en piloto automático: “Padre, bendice mi casa,
bendice la comida, ayúdanos”, eso no ocurre. ¿Por qué? Por-
que la oración empieza en Dios, vuelve a ti y termina en
Dios. ¡Todo tiene que ver con el Señor! Por eso, Jesús dijo: “Si
ustedes oran así, todo lo que oren a Mi Padre, Él se los va a
responder”. ¡Todo lo que pidas Dios te lo va a dar, porque es
lo que Él está por hacer!
No te desesperes preguntándote cómo soltar la carga, qué
tienes que hacer. Mata el alma, quédate en silencio y permi-
te que Dios te guíe. Él te pondrá un nombre, un versículo,
una canción; recién entonces, sueltas la carga. Hay un mo-
mento en el que vas a sentir que ya está, porque si la carga
salió, la vida de Dios tocó a quien tenía que tocar. Pero si la
carga no sale, entonces tienes que ir al Altar y decirle: “Se-
ñor, necesito que salga la carga”. Eso me ha pasado muchas
veces, pero después de ir al Altar, la carga sale. El secreto
es dejar que Dios te guíe. Puedes ser muy elocuente, pue-
des prepararte técnicamente para dar la mejor conferencia,
pero si la palabra que Dios te da no sale, si la carga no sale,
Cristo no va a obrar, aunque hagas el mejor discurso del
mundo.

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• Tercer principio: DISFRUTAR DE CADA ENCUEN-


TRO
Algunas personas van a la iglesia y expresan: “Pastor, no
sabe cómo me cuesta venir. Tengo cuatro hijos y trabajo
todo el día. No tengo tiempo para nada, pero aquí estoy”.
No llores más, ¡disfruta del Señor! Dile: “Tú eres grande” y
disfruta de cada encuentro. ¡Toca la alegría del Señor! Cada
vez que nos reunimos, tenemos que tocar el gozo del Señor,
tenemos que disfrutar de Él. No te quejes, no digas que es
muy difícil, o que el ejercicio es muy largo, o que no en-
tiendes La Biblia, o que te cuesta congregarte, o que vives
lejos, porque Dios te escucha y dice: “Hijito, hijita, muchas
gracias por hacerme el favor. ¡Qué haría Yo sin ti!”. ¡Basta de
caras largas, Dios quiere que celebres!
Habacuc miró a su alrededor y expresó: “No hay vacas, no
hay higos, no hay trabajo, no hay salud, no hay dinero; pero
con todo, yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios
de mi salvación”. No tienes que hablar de lo que ves, sino
de a quién ves porque, aunque las cosas acá estén mal, en el
Trono está todo intacto; aunque acá haya tristeza, allá hay
victoria; aunque acá haya carencia, allá hay abundancia.
¡Gózate en Él! Dile: “¡Señor, Tú eres la fuente de mi gozo!”.
Cada encuentro con el Señor tiene que ser de alegría. Dios
está alegre, porque la victoria que Cristo nos trajo en la Cruz
ha instalado el gozo eterno. En el Cielo todo es gozo. Haba-
cuc dijo: “Es verdad, está todo mal, pero me voy a gozar en
Él, lo voy a mirar a Él, voy a experimentarlo a Él. ¿Sabes qué
le sucedió luego al profeta? Empezó a subir y a subir, y en-
tonces exclamó: “¡Me llevaste a las alturas!”. Dios te sacará
de donde estás y te llevará a las alturas celestiales. ¡Volarás
por arriba de las circunstancias! ¡Estarás en las alturas del

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Espíritu! Y todo porque te gozaste en el Señor, en el Dios de


tu salvación.
Si tu espíritu no sale, sufre. ¡Tienes que liberar tu espíri-
tu y gozarte en Su Presencia! La mente oprime y ataca al
espíritu. Este quiere salir, pero el alma le dice: “es difícil”,
“hace frío”, “hace calor”, “no grites”. De este modo, lo va
subyugando. Pero, cuando tu espíritu se libera, entras en el
gozo de Dios y Él te hace andar en tus alturas. Habacuc se
encontró con que ya no estaba más en la tierra, ahora estaba
en lugares celestiales con Cristo. Esta fue la razón por la
que declaró: “El Señor hace mis pies como de ciervas”. En
las patas los ciervos tienen pezuñas para aferrarse y subir.
Cuando te gozas en el Señor, en tus pies tendrás pezuñas
para ascender y caminar en victoria. Podrán venir truenos
y tormentas, pero estarás bien aferrado. ¿Por qué? ¡Porque
te gozaste en Él!
• Cuarto principio: LA VOZ DE DIOS ES GOZO Y PAZ
Estás en silencio, tal vez pones un instrumental y oras: “Se-
ñor, entro en Tu descanso”. Esperas que tu mente se acalle
y, si no lo hace, lo dejas en el Altar. De pronto, te viene un
edificio, por ejemplo. Entonces, dices: “Señor, ese edificio
que estoy viendo está cubierto de Tu gloria”, y comienzas a
orar cosas que nunca antes habías orado. “Señor, Tu mano
sana ahora todo ese edificio”. No sabes de qué edificio se
trata, pero no importa, sueltas la carga y sientes que ya está,
y pasas a otro tema. La voz de Dios es gozo y paz. Cuando
Dios te va dando esas palabras, siempre lo hace con gozo
y con paz, nunca con miedo o con ira. Nosotros hablamos
de acuerdo a nuestra emoción. ¿Y sabes dónde se pone la
emoción? En la voz. La voz expresa todas las emociones.
Los que estudian fonoaudiología detectan lo que le sucede

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a una persona por la voz. Sin embargo, Dios no habla así.


Tal vez pienses: “Pero en La Biblia el Señor se enoja”, y es
cierto, pero la Cruz de Cristo trajo reconciliación. Ahora
hay paz, el Señor está contento, porque ya todos podemos
acceder a la Cruz y ser parte del Cuerpo de Cristo. Ahora,
cuando Dios te habla, te da paz y gozo y te dice: “Mi Hijo
está en tu vida. Vas de gloria en gloria, de poder en poder.
Te caíste, pero te vuelves a levantar. Yo soy tu escudo. Yo soy
tu fortaleza. Yo soy tu sanador. Yo soy tu bandera. Yo soy tu
proveedor. Yo soy el Dios temible”. ¡La voz de Dios es gozo
y paz! Cuando hables, habla esa voz, una voz que sale con
gozo y paz.
Pablo y doscientos presos estaban navegando hacia Roma
cuando se levantó una tempestad que duró varios días. To-
dos empezaron a perder la esperanza, estaban seguros de
que no lograrían llegar a salvo. Frente a estas circunstan-
cias, el apóstol fue a buscar del Señor en intimidad. Vino la
voz de Dios y le dijo: “Vas a llegar a Roma. A mi agenda no la
va a romper esta tormenta. El barco se hundirá, pero nadie
perderá la vida”. Pablo reunió a la tripulación y les contó:
“El Dios al que sirvo me habló. Me dijo que llegaremos to-
dos sanos, porque yo tengo que ir a Roma y, donde hay un
hijo de Dios, los que están con él también son bendecidos.
El barco se hundirá, pero vamos a llegar. Tranquilos, vamos
a comer pan”. ¡Un hijo de Dios habla con paz! La Cruz de
Cristo abrió el Cielo a nuestro favor y todo lo que viene será
de victoria, de gloria, de poder, de avance, de crecimiento al
treinta, al sesenta y al ciento por uno. Y Dios te dirá: “¡Buen
siervo y fiel!”.

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• Quinto principio: LLEVAR AL ALTAR LOS ERRORES


Necesitamos llevar al Altar todos los errores cuando Dios
nos los muestre, fundamentalmente los espirituales, por-
que estos pertenecen al gobierno del alma. Todos los erro-
res son producto de nosotros. Cada vez que hay un error, el
responsable fue cada uno de nosotros. Y, cuando los errores
se repiten, es porque el alma está en orgullo. ¿Quién engañó
a Sansón? Sansón, no Dalila, porque él cometió el error de
abrirle su corazón. Siempre le echamos la culpa a Dalila,
porque lo manipuló, pero fue Sansón quien le abrió el cora-
zón. Tenemos que pedirle al Señor que nos muestre nues-
tros errores, no para decir: “Me equivoqué, no sirvo para
nada”, sino para dejarlos en la Cruz. ¡Tenemos que dejar
rápidamente nuestros errores en el Altar! Pablo le dijo a Ti-
moteo: “Te elegí para que corrijas a los creyentes con humil-
dad”. No es fácil corregir, porque a la carne no le gusta que
la corrijan. He aprendido que, si una persona está en modo
carne, no hay que decirle nada, hay que dejarla; ahora, si
está buscando a Dios, hay que decirle, hay que mostrarle
sus errores, pero con humildad, no como “maestro ciruela”.
Dios siempre nos pone un Daniel para que nos diga: “Mira,
hazlo así”. De esta manera, dejamos rápidamente el error en
el Altar y Dios nos restaura.
Cuanto más crecemos, Dios nos va mostrando más y más
errores y más vamos dejando en el Altar. ¡Y Dios levanta al
humilde! Por ejemplo, Dios te dice que te quedes en silencio,
pero tú vas a casa y te pones a cantar: “Señor, te amo. ¡Gloria
a Tu nombre!”. Esa es tu alma, que no quiere morir. Enton-
ces, Dios no puede tratarte hasta que la carne muera. Sin
embargo, si somos sabios, le pediremos como David: “Se-
ñor, líbrame de mis errores, aun de los que me son ocultos”

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y, cuando Él nos los muestre, los llevaremos rápidamente al


Altar. ¡No podemos guardar rencor durante años! ¡No po-
demos acumular enojos! Dios no puede obrar si no vamos
al Altar. Esta es la razón por la que George Müller decía:
“Muero todos los días”. Kathryn Kuhlman, por su parte,
afirmaba: “Mil veces muero”. Morir provoca un crecimien-
to muy grande.
La primera vez que fui a Estados Unidos fui invitado por
un pastor cubano, una gran persona. Un día, me dijo: “Va-
mos a la estación de servicio, que quiero comprar unos ca-
ramelos”. Allí me compró unos caramelos que venían en
una cajita de plástico. Traté de abrir la caja, pero no podía.
El pastor iba manejando, mientras miraba soslayadamen-
te cómo yo luchaba por abrir la cajita. “¿Me permites?”, me
dijo. Golpeó a un costadito y la caja se abrió sin esfuerzo. “Te
voy a enseñar algo”, me dijo. “En Estados Unidos, cuando
algo te cuesta, es porque lo estás haciendo mal, porque acá
todo es confort y mínimo esfuerzo”. Al otro día, me com-
pré otra cajita de esos caramelos. Golpeé suavemente y se
abrió sin dificultad. Tiempo después, hice otro viaje a Es-
tados Unidos con un pastor argentino. Cuando llegamos,
le dije: “Ven, te quiero regalar unos caramelos”. ¿Y qué le
pasó a este pastor? ¡Lo mismo que me había pasado a mí!
Lo dejé intentar durante media hora y después le dije: “¿Me
permites?”. “¡Sí!”, me dijo, “¡Esta gente es tan complicada!”.
Pero no, no son los otros, ¡nosotros somos los complicados!
Con Dios pasa lo mismo. El Señor te dice: “Permite que Yo
te abra, te guíe. Disfruta de Mí. Yo te voy a dar palabras de
gozo y de paz. Yo te voy a elevar, te voy a dar pezuñas en
las patas para que subas a las alturas que te prometí”. Hay

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10 días experimentando el libro de Daniel

una mano que escribió que unos caerán, pero otros seremos
levantados en el nombre del Señor.

El secreto de Daniel
Daniel 9:5: “[...] hemos pecado, hemos cometido iniquidad, he-
mos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apar-
tado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”.
Cuando Daniel dijo estas palabras, tenía ochenta y cinco
años. Él le dijo: “Señor, nos equivocamos, pecamos”. ¿Y sa-
bes qué hizo Dios? Le abrió el Libro de Jeremías y Daniel des-
cubrió que ya estaba por salir de Babilonia. Antes de decirle
a Nabucodonosor qué había soñado, Daniel le pidió 24 ho-
ras y se fue a orar con el Cuerpo, a adorar, a soltar la carga;
entonces la visión llegó. Necesitamos estar y movernos en
el Cuerpo. Daniel y los tres amigos se reunieron y pidieron
misericordias. Sin embargo, cuando le tuvo que explicar a
Belsasar, el nieto de Nabucodonosor, lo que significaba la
escritura en la pared, no fue a orar, se lo dijo en el momento.
¿Por qué? Porque la unción en Daniel iba creciendo. ¿Cuál
fue el secreto de Daniel? Todo el Libro de Daniel no es ni el
foso de los leones, ni la mano que escribe, ni Nabucodono-
sor, sino la intimidad. Tres veces por día, Daniel se encerra-
ba a experimentar la Presencia del Señor, a esperar que el
Señor le hablara. Todo lo que Dios nos va diciendo es lo que
Él está por hacer, pero no lo va a hacer hasta que no lo ore-
mos. Dios quiere un vaso que reciba la voz y que vuelva a
Él. Dios te da una palabra y la oras, la declaras y, así, vas sol-
tando la carga. ¿Te pasó alguna vez que te fuiste de un culto
feliz? ¿Sabes por qué? Porque soltaste una carga y quedaste
vacío. ¿Y sabes qué hace Dios cuando sueltas la carga? Te da

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El Cielo Gobierna

otra carga, otra palabra, porque la palabra “gloria” quiere


decir “peso”, pero peso de gloria.
Uzías clamó y Dios lo prosperó. Cuando no clamó, no pros-
peró. Israel clamó y Dios lo liberó. Hasta que no clamó, Dios
no le mandó a Moisés. Nada va a activarse en tu vida hasta
que no tengas intimidad. Todo lo demás se opaca cuando
entras en las aguas profundas y comienzas a funcionar en
la dinámica del Señor, a ver el mover de Dios. Por eso, deja
que Dios te guíe, disfruta del Señor, y Él va a sorprenderte.
Daniel 1:20 define a Daniel como alguien diez veces mejor
que todos los magos y astrólogos que había en todo el reino.
Su secreto fue la intimidad. Daniel 6:3 afirma que tenía un
espíritu superior. ¿Por qué? Porque el Superior estaba den-
tro de su espíritu y Daniel se movía en otra dimensión, no
en las tonterías, sino en las cosas del Cielo. Y lo mismo que
Dios hizo en Daniel lo quiere hacer en ti y en mí.
Quita todo lo que hoy aprendiste de tu mente y guárdalo en
tu corazón. Permite que el Señor te guíe. No estés atento a
si funciona o no funciona. Disfruta del Señor, adóralo y, en
un momento, te verás en tus alturas, firme, con pezuñas del
Espíritu. Amén.

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Ejercicio 4
CER R A R L A PU ERTA Y
L L E VA R L A C A R G A . . .

Dice Mt.6:6 que “cerremos la puerta” al exterior, a la gente,


a las tareas, etc., y lo contactemos a Él, disfrutándolo. Hazlo
en silencio y espera que Él te hable; que Él te encuentre.
Pondrá una “carga” para soltar; puede ser una canción, un
país por el cual orar, una persona para declararle una pala-
bra en oración, un versículo, etc.
La carga es una palabra que Él te da en tu espíritu y que
porta gloria y vida de Cristo.
Ora que cada día contactes personas que están buscando
de Él, que están por “despertar” a Cristo y suéltales la car-
ga o palabra que Él puso en tu corazón. Al hacerlo, solo
imparte a Cristo, Su vida, Su gozo, Su Presencia.
Entonces, Él pondrá una nueva carga por otros. Y eso trae-
rá gozo y aumentode Cristo en tu vida.

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CAPÍTULO 5

El poder de la intimidad

El corazón, la enseñanza central, del Libro de Daniel es que la


intimidad activa al Cristo Solución. Daniel caminó setenta
años en Babilonia, pasó por siete reyes y murió anciano, y
todo lo hizo en victoria. ¿Cuál fue su secreto? La intimidad.
El corazón del libro es que Daniel oraba tres veces por día,
buscaba y tenía intimidad personal con el Señor. Hasta que
nosotros no descubramos la belleza de la comunión per-
sonal con Dios, no vamos a entrar en la experiencia de las
aguas profundas.
Analicemos lo siguiente: ¿cómo funcionaban las iglesias en
general? Llegaba un gran predicador para ministrar e iba
todo el mundo. Luego, venía el gran músico, daba un gran
recital, y todos disfrutábamos. Más tarde, se organizaba
un curso. Nos anotábamos y participábamos, y después
íbamos a buscar el certificado de asistencia. La celebración
seguía con un gran picnic que compartíamos todos juntos.
Posteriormente, se hacía una jornada de profecía. Nos reu-
níamos para hablar de profecía, de demonios y de guerra es-
piritual. De este modo, hicimos tareas, tareas y más tareas,
pero ¿qué sucedió? Vino la pandemia y todos desaparecie-
ron. ¿Por qué? Porque todas las tareas que mencionamos
no traen aumento de Cristo. Lo único que trae aumento de

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Cristo es tu intimidad personal con Dios. La ministración


del pastor, las jornadas, los cursos, los recitales y los picnics
son un adorno, un atavío, en tu vida. Repito: el aumento de
Cristo solo viene a partir de la comunión personal íntima
con el Señor.

La clave del aumento de Cristo es tu intimidad con Él.

Daniel estaba todo el día en intimidad con el Señor. Él oraba


—y seguramente también adoraba— tres veces por día. Un
día, el rey Ciro sacó un edicto por el que prohibía, bajo pena
de muerte, adorar a otro dios que no fuera él. Al enterarse,
Daniel dijo: “Prefiero morir a perder mi intimidad con el
Señor”. Él sabía que el secreto de toda su vida era la intimi-
dad. Profundicemos a continuación lo que hemos aprendi-
do en los capítulos anteriores…

Cerrar la puerta y hacer silencio


Cuando vayas a orar o a buscar al Señor, calma tu mente,
quédate en silencio. Nunca te apresures a orar, deja que tu
mente se apague para que la voz del Espíritu aparezca. No
puede haber dos radios encendidas, ¡tienes que apagar la
radio del alma! Cuando oras o adoras rápido, funcionas en
modo repetición.
David amaba a Dios, estaba ungido, era un experto en la
guerra y había matado a Goliat. Pero, como ya vimos, en
una ocasión otro gigante estuvo a punto de matarlo. ¿Por
qué? Porque estaba cansado. ¿Qué es lo que nos cansa? La
mente, la carne, nuestra alma. Nos cansa pensar, imaginar,

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tener un diálogo interno y con los demás. Por eso, cuando


apagamos la cabeza, descansamos y entramos en la dimen-
sión que describe este versículo del Nuevo Testamento:
Mateo 6:6: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada
la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo
secreto te recompensará en público”.
Tenemos que cerrar la puerta. Pero ¿qué es cerrar la puerta?
La puerta es lo que separa el exterior del interior. Necesita-
mos escondernos del afuera, cerrar la puerta a la gente, a
lo que ocurre afuera, a nuestros sentidos. Cerrar la puerta
significa que todo lo exterior desaparece, porque lo impor-
tante no está afuera, sino adentro. Lo importante no es lo
que vemos, sino lo que nos sucede adentro. Cuando cerra-
mos la puerta, no vemos nada ni a nadie. Podemos saludar
y hablar con la gente, pero la puerta está cerrada.
La Palabra relata que una viuda tenía una deuda tan grande
que el acreedor iba a llevarse a los hijos como esclavos para
venderlos y cobrar lo que se le adeudaba. La mujer corrió al
profeta y le contó su situación.
2 Reyes 4:4: “Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en
todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte”.
¿Qué habría sucedido si esta señora y sus hijos no hubiesen
cerrado la puerta? No habrían recibido el milagro. El mila-
gro vino porque cerraron la puerta. El aceite se multiplicó
porque cerraron la puerta. Tu sanidad vendrá porque ce-
rraste la puerta. Tu aumento financiero llegará porque ce-
rraste la puerta. Cuando cierras la puerta dentro de tu casa,
esta deja de ser tu casa para transformarse en un pedazo
de Cielo. Y en el cielo suceden cosas preciosas, porque allí
está gobernando el Señor. Cierras la puerta y tu vida ahora

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es un pedazo de Cielo. Estás en la Tierra, pero no estás co-


nectado con ella porque cerraste la puerta al afuera. Cerrar
la puerta es dejar de mirar el afuera, lo que sientes, lo que
opinas, lo que piensas, e ir hacia adentro. La mujer del relato
vio su mejor milagro cuando cerró la puerta. Del mismo
modo, tu mejor milagro vendrá cuando aprendas a cerrar
la puerta a todo y a todos. La Escritura dice que la mujer
empezó a echar el aceite, llenó las vasijas y después vendió
el aceite. No solo pagó la deuda, sino que no tuvo que volver
a trabajar. Tus mejores bendiciones generacionales vendrán
cuando aprendas a cerrar la puerta. Esta madre y sus hijos
vivieron como familia la experiencia más hermosa que po-
drían haber vivido. Tu también vivirás la experiencia más
linda en tu casa y con tu familia cuando aprendas a cerrar
la puerta. Prepárate porque te sorprenderás de lo que pa-
sará cuando aprendas a cerrar la puerta y a estar con Él.
Las mejores experiencias, los mejores milagros, las mejores
finanzas, vienen cuando estás con la puerta cerrada.
Observa que el profeta Eliseo le dijo: “Ve y enciérrate con las
vasijas”, pero él no fue a la casa. No necesitas que alguien
te visite, lo que necesitas es cerrar la puerta. La mujer vino
con un problema, pero Eliseo no le dio un curso de libertad
financiera ni le habló del desastre económico que le había
dejado el marido; simplemente le indicó: “Cierra la puerta”.
Tal vez te desgastas buscando soluciones, pero hoy Dios te
dice: “Cierra la puerta”. Si tienes la puerta abierta, tu mi-
lagro no llegará. Daniel abría la ventana y oraba mirando
hacia Jerusalén, pero la puerta estaba cerrada. Tu tarea no
es resolver tu problema, tu tarea es sumergirte a solas con
el Señor. Porque es a solas que Él te va a multiplicar, que te
va a saldar la deuda, que te va a sanar, que te va a bendecir y

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que te va a prosperar. Luego, cuando salgas y abras la puer-


ta, todo el mundo podrá ver que estuviste con la puerta
cerrada.

Un acto de violencia espiritual


A veces Dios nos pide que cerremos la puerta, pero noso-
tros no queremos. Es entonces cuando el Señor dice: “Muy
bien, como no quieres cerrar la puerta, ahora viene un fra-
caso”. ¿Tuviste un fracaso o te fue mal alguna vez? “¿Por qué,
Padre?”, te preguntas. Y la respuesta es sencilla: para que
cierres la puerta. La Biblia narra que, en una ocasión, des-
pués de la gran victoria de Jericó, Josué atacó Hai, un pueblo
muy pequeño. A diferencia de la batalla anterior, esta vez
no buscó al Señor antes de atacar y confió en que iba a ganar,
porque Hai era apenas un pueblito. Lo cierto es que Josué
fue derrotado. ¿Por qué? Porque “se ensoberbeció”. El Señor
permite que fracases para recordarte que tus victorias se
deben no a tu capacidad, sino a que cerraste la puerta. ¡Las
derrotas te empujan a cerrar la puerta! ¿Te pasó alguna vez
que, frente a un problema, oraste, adoraste, te congregaste,
pero luego, cuando el problema se solucionó, te olvidaste de
Dios? A veces, Dios te lleva al desierto, deja que el fracaso se
acentúe, para que aprendas que necesitas cerrar la puerta
para buscarlo a Él.
Oseas 2:14: “Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto,
y hablaré a su corazón”.
En el desierto no hay nada ni nadie que te pueda ayudar. En
medio del desierto no te sirven ni el dinero, ni los contactos,
ni los amigos. Estás solo. ¿Y por qué el Señor te lleva allí?
Para hablarte. Él te dice: “Ahora que perdiste todo, vas a

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cerrar la puerta y vamos a hablar. Ahora que no hay nadie,


te voy a llenar de Mí. Ahora que estás sin tus fuerzas, te voy
a dar Mis fuerzas. No te traje aquí para matarte, sino para
hablarte”. Y es que solo cuando cierras la puerta, aprendes a
oír a Dios. Al Señor no se lo oye con la puerta abierta, miran-
do hacia la gente, hacia las propias opiniones.

Es en la intimidad donde aprendemos a oír a Dios, porque


Él solo habla cuando se cierra la puerta.

Todo lo que Dios hace es para llevarte al lugar secreto, a


la intimidad. El Señor te está tratando para aumentar la
intimidad y las aguas profundas. Supongamos que estás
adorando: “Señor, te adoro. Gloria a Tu nombre. Gracias,
Señor”. De pronto, suena el celular y atiendes el llamado.
No estabas adorando, no habías cerrado la puerta. O estás
cantando y leyendo La Biblia con la televisión encendida.
No cerraste la puerta. O miras la reunión y, a la vez, estás
comiendo. No cerraste la puerta. “¿Acaso no se puede co-
mer?”, preguntas. No, porque queremos honrarlo a Él, ya
que Cristo nos va a alimentar. Después sí vamos a comer,
porque Él va a disponer una mesa para nosotros; pero pri-
mero es la mesa de Cristo y necesitamos estar atentos. “¿Y se
puede tomar mate?”, insistes. ¡Cierra la puerta! Si tienes que
entrevistarte con alguien importante, no te presentas y te
pones a comer un sándwich o a tomar mate. Tampoco llegas
tarde o vas todo desaliñado y estás mirando el techo. Por
el contrario, llegas antes, te ves prolijo y estás atento para
capturar ese momento. Eso es cerrar la puerta para lo na-
tural y con Dios pasa lo mismo: tienes que cerrar la puerta

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porque Él es más grande que cualquier otra experiencia que


puedas tener. Dile: “Señor, he cerrado mi vida a todo para
estar ahora Contigo. Todas mis puertas están cerradas para
buscarte a Ti”.
Cerrar la puerta a veces no es fácil y requiere de un acto
de violencia espiritual. La Palabra afirma que al Reino lo
arrebatan los valientes, por eso, a veces a la puerta hay que
cerrarla bien fuerte.
Mateo 14:23: “Despedida la multitud, subió al monte a orar
aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo”.
Jesús había estado un par de días con la gente, pero luego
la despidió. ¿Por qué? Porque se apartó. Si estás por irte a
la reunión y llega tu tía de visita, despídete de ella y dile:
“Hasta luego, tía. Me voy a la reunión”. Tal vez tengas ganas
de quedarte, pero despide tu comodidad, tu cansancio, tu
programa favorito, tu agenda, tu celular, y ve a la intimidad
con el Señor. Valórala porque es allí donde está Él y hay
abundancia de todo. Necesitas dejar de lado el torneo de
fútbol, las amistades, la limpieza de la casa, las compras y
zambullirte en la Presencia, ir a la intimidad con el Señor.
Cuando cierres la puerta, el aceite se va a multiplicar, la fa-
milia se va a llenar de gozo, las deudas se van a cancelar.
¡Tendrás una experiencia maravillosa para contar!

Esperar que Él hable


Tienes que esperar que Él venga a ti, que Él te encuentre y
te hable. Para eso, es necesario que te quedes en silencio.
¿Cuánto tiempo? Pueden ser unos segundos o quizás unos
minutos. Yo he estado esperando media hora hasta que Él
vino. ¿Y cómo viene? Con una palabra. Esa palabra, como

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ya vimos, se llama “carga”, porque tiene un peso de gloria.


En hebrero el término es massá, y quiere decir “profecía,
palabra, carga”. Por ejemplo, recibiste una canción. ¿Por
qué te vino? Porque tiene una carga de gloria ¿Y qué tienes
que hacer? Liberar esa carga. ¿Cómo? Orándola. Es decir,
no le pides a Dios lo que te hace falta, sino que Él te indica
lo que le tienes que decir. Respecto a esto, Andrew Murray
expresó: “La oración empieza en Cristo y termina en Cris-
to”. Cristo te muestra que le vuelvas a decir a Él lo que Él te
dijo”. Entonces, esperas y Él te da una canción o el nombre
de una persona para que ores. Después de que sueltas la
carga, sientes un alivio, la sensación de que cumpliste la
tarea. ¿Y qué hace Dios? Te da otra carga con gloria kabod,
con gloria con peso. Si no entiendes qué tienes que hacer,
simplemente pídele: “Señor, dame las palabras para sacar la
carga”, y notarás que tu espíritu se libera. Supongamos que
estás orando en “modo alma”: “Señor, bendice mi casa, cui-
da a mis hijos” y, de pronto, te viene una palabra y declaras:
“Planto bandera en mi hogar”. Al terminar de pronunciar
la frase, sientes alivio. Eso es porque soltaste la carga. Nada
sucedió hasta que la soltaste. Es por eso que, cuando lees La
Biblia, tienes que leer hasta que encuentres la carga, eso que
te impacta, que llama tu atención. Entonces lo oras. No leas
La Escritura como si fuera una revista, hazlo buscando la
carga. Es posible que la encuentres en el primer versículo,
pero también puede ser que no la encuentres sino hasta que
leas varios capítulos.
Dios trabaja con cargas, pero la carga es algo bello porque
es Cristo mismo. La palabra que Dios te pone es Cristo que
va a obrar, es decir, Cristo Capacidad como lo vemos en el
libro de Daniel. Algunos se preguntan: “¿Cómo sé que Dios

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me va a hablar?”. Tienes que saber que, si estás en intimi-


dad con Él, Dios te va a hablar. Puede que te dé una carga,
dos cargas o cinco cargas. Tienes que dejarte llevar como el
viento. Al principio Dios te da confirmaciones, pero des-
pués ya no las necesitas. Cierto día, el Señor me dijo: “Se
van a sumar 342 personas”. Rápidamente anoté el número.
Cuando terminó la reunión pregunté: “¿Cuántas personas
se sumaron?”. Me trajeron el número registrado: ¡342! Al
principio te sorprende, pero después ya no, porque apren-
des a moverte en la carga.
Mateo 6:6: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerra-
da la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en
lo secreto te recompensará en público”.
La Palabra habla de entrar al aposento, no a cualquier lugar.
Tienes que entrar al aposento y cerrar la puerta al afuera.
¿Por qué, cuando oramos, cerramos los ojos? Para cerrar la
puerta al exterior. La palabra “aposento” en griego es tamíon
que quiere decir “almacén”. La intimidad es como un alma-
cén. Cada vez que sales, después de haber estado en la inti-
midad con el Señor, te vas con bolsas de Cristo. En cambio,
si no vas al almacén, no tienes nada en tus bolsas, solo pala-
bras vacías. ¿Y qué te puedes llevar de allí? A Cristo Salud, a
Cristo Prosperidad, a Cristo Amor, a Cristo Bendición, etc.;
pero eso no es solo para ti, sino también para entregar a los
demás, porque en el almacén todo es Cristo y hay de Él para
nosotros y para todo el mundo.
¿Qué ocurre cuando soltamos la carga? Observemos el si-
guiente pasaje:

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Números 10:33: “Así partieron del monte de Jehová camino de


tres días; y el arca del pacto de Jehová fue delante de ellos camino de
tres días, buscándoles lugar de descanso”.
El arca iba tres días adelante del pueblo. ¿Para qué? Para
preparales todo. Cuando sueltas la palabra un viernes, por
ejemplo, el Señor ya está trabajando en el lunes. Y el sábado,
Él estará trabajando en el martes, porque la palabra siempre
va adelante y ya está obrando. Cuando sueltas la carga, ella
va a sanar, a bendecir, a preparar el camino, a traer descan-
so. Por eso, no vayas tú primero, envía la palabra adelante.
Cierra la puerta, ten intimidad, toma la carga y empieza a
soltarla, a orar, a hablar, a evangelizar, a declarar, porque el
Señor ya está trabajando en la semana que viene, en el mes
próximo, en el año que viene, y por mil generaciones. Dile:
“Señor, hoy cierro la puerta. ¡Dame la carga!”.

Buscar gente cada día


Cada día contacta a alguien, no estés siempre con los mis-
mos amigos, aunque sean creyentes. Si analizamos el evan-
gelio de Juan, vemos que la carga de Juan era Jesús contac-
tando gente. El evangelista describió nueve encuentros: A
la samaritana, le dijo: “Dame de beber”. Esa fue la carga.
“No tienes marido, pero Yo te voy a dar agua de vida”. El Se-
ñor soltó la palabra y, una hora después, toda la ciudad (Sa-
maria) se había convertido. En otro capítulo entró en escena
Nicodemo, un intelectual. Jesús no le dijo: “Dame de beber”,
aunque esa palabra le había funcionado, sino: “Tienes que
nacer de nuevo”, porque esta vez la carga era otra. Más ade-
lante, Jesús se encontró con un paralítico. Había muchos
paralíticos, pero el Padre lo mandó a sanar específicamente

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a ese porque estaba a punto de despertar. Pídele sabiduría a


Dios, que Él te envíe a gente que ya está por despertar, no a
personas a las que no les interesa, porque eso te hace perder
tiempo. Jesús le dijo a un hombre: “Sígueme”. “Deja que
entierre a mi padre”, le respondió él. “No es necesario que
entierres a tu padre, sígueme”, volvió a decirle el Señor. El
hombre se fue y Jesús nunca lo volvió a llamar. Pero a Pedro
y a Juan los siguió, porque ellos siempre estaban despertan-
do. Muchas veces, estamos soltándole la carga siempre a la
misma persona, por lo que Dios nos dice: “Ya está. Deja a
esa persona y busca gente nueva”. Nuestra oración debe ser:
“Señor, dame gente que está por despertar, que tal vez no
comprenda, pero que te está buscando. Yo les voy a soltar la
carga y ellos van a despertar. ¡Tú vas a ser liberado!”.
Dios le dijo a Job: “Ora por tus amigos”. Cuando Job oró,
soltó la carga y fue multiplicado, todo el Cielo se abrió para
él. Hay milagros que no vienen a tu vida porque todavía no
le soltaste la carga a nadie. Busca a gente y háblale, suelta la
carga. No insistas, no presiones, no convenzas, no regañes,
no le hables al alma; solo suelta a Cristo, da tu testimonio
y permite que Dios te guíe. Permite que Cristo te ministre
y que Dios te dé personas que están despertando. Tú y yo
estamos soltando a Cristo y, cuando Cristo sale, Él atrae.
¿Qué le dijo Jesús al paralítico? ¿Le dijo: “Tienes que nacer
de nuevo”? ¿Le dijo: “Dame de beber”? No. El Señor le pre-
guntó: “¿Quieres ser sano?”, porque esa era la carga. Cuan-
do el hombre dijo que sí, Jesús declaró: “Tus pecados están
perdonados. Levántate”. Ahora bien, ¿por qué no sanó a to-
dos los demás paralíticos? Porque ese estaba por despertar.
Siempre hay gente cerca de ti que está por despertar. Bús-
calos y suéltales la carga. No mires a la persona, no mires si

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sabe o no, si tiene un problema, si puedes aconsejarla; sim-


plemente suéltale la carga. No hay una fórmula, puede ser
una palabra, una frase, un versículo, una invitación, porque
esa carga es Cristo que va a salir y va a tocar su vida y la
tuya. Cada vez que le sueltas la carga a alguien, algo grande
de Cristo se suelta también a tu favor. Profetizo que Dios te
llenará de cargas para que sueltes y tu vida estará llena de
la gloria del Señor. Deja que Él te use, porque las cargas no
son un peso, ¡Su yugo es liviano, dulce, agradable!
Hoy estás leyendo este libro para que cierres la puerta, te
metas en el almacén y te lleves algo de Cristo. Cada persona
se llevará cosas diferentes. Acostúmbrate a releer el texto
varias veces, toma nota, porque así podrás llevarte carga.
Recuerda que, a más carga, más gloria. Y, a más gloria, más
carga. Daniel no oraba una vez por día, oraba tres y adoraba
siete. ¡Todo el día estaba con carga! Y esta es la razón por la
que, a lo largo de setenta años, él fue de bendición.
La carga es también la palabra que Dios te da a ti. Para el
pueblo de Israel, esa palabra estaba representada por la
nube, que es la Presencia. Cuando se movían, de día la nube
les daba sombra. Si te encierras en el aposento y lo buscas a
Él, sobre ti habrá una nube que te dará refresco todo el día.
Tendrás problemas y luchas, claro que sí, pero la nube te
mantendrá fresco de día. Por la noche, la nube se hacía fue-
go. El fuego sirve para calentar y para dar luz, además, ahu-
yenta los insectos. Todo enemigo que te busque no querrá
ni acercarse porque el fuego de la Presencia estará contigo.
De día, tendrás paz y, de noche, calor, luz y espanta insec-
tos. ¡Gloria a Dios!

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¡A más intimidad, más profundidad!

Morir cada día


La Cruz destruye lo nuestro, el Yo, la carne, y trae a Cristo.
Necesitamos morir. El alma trabaja con métodos, con tips.
Por ejemplo, a una persona intolerante y nerviosa, pode-
mos darle algunos tips prácticos y decirle: “Cuando estés
muy enojado, sal a caminar y respira profundo, lo cual dis-
minuye el cortisol y genera endorfinas, y procura distraer-
te. ¿Le sirve? Sí. ¿Hasta cuándo? Hasta la primera pelea. Y
el método falla porque el alma, que está fallada, falla. La
vida del espíritu, en cambio, no trabaja con métodos, sino
con Cristo. No tienes que buscar el método correcto, sino a
la Persona correcta: Cristo. Cristo es alegría, perseverancia,
dominio propio. Entonces, ¿qué tienes que hacer? Morir.
Cuando mueres, tú y Cristo, que está en ti, son uno. Así,
no tendrás un método, tendrás a una persona, a Él. Y Él
es belleza, inteligencia, poder y amor. Cuando hay mucho
Yo, Cristo está empequeñecido; pero, cuando mueres, Él se
expresa. Entonces, ya no tienes un método, tienes a Cristo;
no vives para Cristo, vives “a” Cristo. Muere a tu carácter,
a tu tristeza, deja todo eso en la Cruz, y Cristo aparecerá.
Sin darte cuenta, estarás feliz, serás organizado, amoroso,
sabio, disciplinado. ¡Ese es Cristo obrando en tu vida! ¿De
dónde sacó Pedro su valor si era un cobarde? ¿De dónde ob-
tuvo sabiduría? De Cristo. Y Cristo sale cuando hay menos
de nosotros y más de Él. Morir; la Cruz es el secreto.

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10 días experimentando el libro de Daniel

No es el método correcto, sino vivir a Cristo. No vivo para Él,


sino que lo vivo a Él y, al vivirlo a Él todos los días, Él se forja,
se implanta, en mí.

Moisés tardó cuarenta años en morir, en aprender una lec-


ción. Finalmente, un día vio la zarza, Dios lo llamó y él dijo:
“Señor, voy a ir”. Puedes perder cuarenta años aprendiendo
la misma lección o puedes ahorrarte ese tiempo y decirle
ahora mismo: “Señor, voy al Altar, muéstrame a qué tengo
que morir”. Cuando Moisés vio la zarza y fue, vino lo que di
en llamar “la Cruz fina”. “Si voy y le hablo, Faraón no me va
a oír”, se quejó Moisés. Y el Señor le respondió: “Yo seré tu
boca”. “Si voy, Faraón me va a preguntar quién eres”, agre-
gó. Y el Señor contestó: “Yo soy el que soy”. “Si voy, Faraón
no me va a creer”, insistió. Y el Señor afirmó: “Yo estaré con-
tigo”. “Si voy a ver a Faraón, no podré expresarme porque
soy tartamudo”. A lo que el Señor respondió: “Vas a ir con
tu hermano”. ¡No había excusas, tenía que ir! Así, el Señor
lo fue podando y Cristo comenzó a crecer. Es por eso que
Moisés es un tipo de Cristo. Él tardó cuarenta años, pero de-
claro que hoy se cierran los cuarenta años y empiezas a ser
podado finamente de los “no puedo”, de los “es muy difícil”,
de los “me cuesta”, para que Cristo crezca. El mundo te verá
y dirá: “¡Eres diez veces mejor! ¡Tienes un espíritu superior!
¡Admiro tu fortaleza!”. Entonces, podrás responder: “Ese
es el Señor. Es Él en mí, porque Él y yo somos uno. Estoy
removiendo lo mío, llevando a la Cruz para su muerte todo
lo que el Señor me muestra, y lo hago con alegría”. Cristo es
el Altar, la Cruz, y el Padre ama la Cruz porque tiene poder.

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El Cielo Gobierna

Un corazón ensanchado
1 Reyes 4:29: Y Dios le dio a Salomón sabiduría y prudencia muy
grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla
del mar”.
Dios le dio a Salomón anchura de corazón. Ese es Cristo,
un corazón grande, amplio, ensanchado. ¿Qué quiere decir
un corazón ensanchado? Por ejemplo, ¿en qué lugares y a
qué personas les enseñó Jesús? ¿Enseñó en un velatorio? Sí.
¿Enseñó en un casamiento? Sí. ¿Les enseñó a los niños? Sí.
¿Les enseñó a las multitudes? Sí. ¿Le enseñó a uno solo? Sí.
¿Le enseñó a una prostituta? Sí. ¿Le enseñó a un erudito?
Sí. ¿Enseñó en la Cruz? Sí. ¡Eso es un corazón ensanchado!
¡Dios te usará en todo terreno!
En ocasiones, cuando llego al lugar donde tengo que dar
una charla, los organizadores me dicen cosas como: “Se
rompió el micrófono”. “No importa, puedo alzar mi voz”,
respondo. O: “Tiene que hablar dos minutos, porque el ora-
dor anterior habló tres horas”. “Muy bien, hablo dos mi-
nutos”, les digo. O: “Tiene que hablar dos horas, porque el
otro orador faltó”. “No hay problema, hablaré dos horas”,
contesto tranquilamente. Yo mismo me sorprendo de mis
reacciones. Porque no es un método, —cuando lo hice como
método y dije: “Bueno, me adapto, no hay problema”, en ver-
dad sentía enojo—, no un corazón enchanchado. Seremos
multifacéticos, funcionaremos en todo lugar, bajo las más
diversas condiciones. Jesús les habló a los niños, a las fami-
lias, a los amigos y a los enemigos. Ministró cuando Pedro
le cortó la oreja al soldado, mientras comían en la montaña
e, incluso, estando en la Cruz. Ese es nuestro Cristo, el que
vive en ti y en mí, el que se mueve en nuestras vidas, el que
está en tu casa y en tu trabajo. Él te sorprenderá y, cuando lo

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10 días experimentando el libro de Daniel

veas moverse, dirás: “Muero, Señor. Quiero más de Ti por-


que no hay nada más bello”. Nosotros somos el agua y Él es
el saquito de té. Cuando Él entra, ya no nos separamos más,
somos un espíritu con Él.
Cristo era estricto consigo mismo y ensanchado con los de-
más. Era ensanchado con las personas. Y no me refiero a te-
ner mente amplia, a aceptar a todos y a apoyar el ecumenis-
mo porque eso es el alma; sino de saber que Cristo se mueve
con gloria en todas las dimensiones, en todo lugar, en todas
las circunstancias, en medio de la tormenta, sentado o en la
Cruz. Y ese mismo Cristo empezará a moverse, a crecer y a
ensanchar nuestro corazón para que las cosas empiecen a
suceder. ¡Gracias, Jesús! ¿Estás listo para que Él te ensanche,
para que Él te expanda, para que sea Él en ti, para que el
mundo vea a Cristo en ti, como lo vio en Daniel, y para que
tú mismo lo veas a Él creciendo en tu vida? ¡Aleluya!
Marcos 3:14: “Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y
para enviarlos a predicar [...]”.
¿Para qué te llamó? ¿Para qué me llamó a mí? Para estar con
Él y para predicar, para soltar la carga. Ese es el Evangelio:
estar con Él y soltar la carga. Pasa tiempo con Él y, luego, ve y
suelta la carga. Cuando buscas más del Señor, más carga re-
cibes. Un día te das cuenta de que ya no alcanza una reunión,
ya no alcanza un devocional de diez minutos, ya no alcanza
una invocación. Hay algo dentro de ti que expresa: “Señor,
necesito más de Ti”.
El predicador Witness Lee se olvidaba de comer mientras
buscaba al Señor. Watchman Nee, por su parte, leía el Nue-
vo Testamento una vez por mes. ¡Eso significa que leyó nue-
ve capítulos por día durante años! Pero no se trata de que lo

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El Cielo Gobierna

hagas tú, sino del hambre por el Señor. George Müller leyó
doscientas veces La Biblia. ¿Por qué John Wesley estaba seis
horas orando y Lutero decía: “Tengo tanto que hacer que
pasaré tres horas orando?”. Eso no es un método, es un au-
mento que va produciéndose. Sin darte cuenta, te encuen-
tras queriendo cada vez más y más del Señor.

[ ] Te invito a orar conmigo:


Padre, gracias por este capítulo. Te adoramos, Jesús.
Hoy cerramos la puerta para verte, Señor. Tú eres
nuestro buen depósito: el almacén de amor, de vida, de
poder y de gloria. Levantamos nuestras manos y abri-
mos nuestro espíritu a Ti. Minístranos, enamóranos,
échale sal a nuestro corazón. ¡Aumenta nuestro an-
helo por Ti y ensancha nuestro espíritu como la arena
del mar! Llevamos a la Cruz los métodos del alma. Ya
no los necesitamos porque estamos en Ti, en las aguas
profundas. Cristo hermoso, manifiéstate, exprésate a
través de nosotros en todas las circunstancias. Cristo
Sabiduría, Cristo Sanidad, Cristo Prosperidad, Cris-
to Fuerza, Cristo Valor, Cristo Perdón, Cristo Caricia,
Cristo Autoridad, Cristo Rugido, manifiéstate en no-
sotros como lo hiciste en Daniel y sorpréndenos una
vez más.
Comienza a orar la carga, todo lo que venga a tu cora-
zón. Permite que Dios te guíe y ponga las palabras. Si
es una canción, cántale; si es orar por alguien, ora por
esa persona, pero empieza a soltar la carga. Pablo le
dijo a Timoteo: “Guarda el buen depósito”. Dios siem-
pre te va a dar carga y, una vez que la hayas soltado, te

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10 días experimentando el libro de Daniel

dará más y más. Habla Cristo todo el tiempo, suelta la


carga, pero no como método, como actuación, como
pose, sino porque es Él. Y donde sea que vayas, lleva la
gloria del Señor. Amén.

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Ejercicio 5
E N C U YA PR E SE NC I A
E S T O Y…

“La carga” es la Voz de Dios en mi corazón; es la palabra


que Él pone en mí. Si miramos la vida de Elías, vemos que
se movía una y otra vez en Él. Elías vivía en la Presencia y
Dios le decía qué carga soltar.
Le dijo a Elías (y a nosotros):
• Qué hacer; viene como una guía.
• La carga tiene poder creador; cuando la digo, esta
suelta poder milagroso.
• Me dice qué va a suceder.
• Me sana y bendice a otros.
El secreto de Elías era “Vive Jehová en cuya Presencia es-
toy”. Siempre estaba contemplando y disfrutando la Pre-
sencia. Y eso lo llevaba a tener cargas y cargas para soltar.
En la semana solo busquemos a Cristo; disfrutemos de Él
y abramos la boca soltando las cargas más frecuentemen-
te; entonces, veremos con gozo el obrar de Dios llevando a
Cristo a quienes no lo conocen aún.
Comenta un autor que Dios le dijo un día: “Ahora me gus-
taría que desarrollemos un nuevo patrón de oración. Me
gustaría decirte cuándo vamos a hablar, de qué vamos a
hablar, qué me gustaría que hicieras y cuándo terminare-
mos.”Amén.

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CAPÍTULO 6

Soltando a Cristo Capacidad: la carga

En cada capítulo del Libro de Daniel, Dios añade algo. El libro


es, en realidad, nuestra vida: cada día el Señor va sumando
algo nuevo a ella. ¿Cuál fue el secreto de Daniel para ver el
poder sobrenatural de Dios a lo largo de noventa años? La
intimidad con el Señor. Como ya hemos visto, la intimidad
lo es todo. Dios no te llamó a servirlo, ni a tener un minis-
terio, ni a evangelizar, ni a comportarte bien. A lo primero
que te llamó es a estar con Él a solas, a disfrutar de una re-
lación personal con Él, a vivir a Cristo. Debes tener eso en
claro si anhelas vivir en victoria al igual que el profeta.

Dios nos llamó a vivir al Señor, a tener una relación


personal de intimidad con Él.

Todos sabemos y estamos de acuerdo en que tenemos que


tener intimidad con el Señor. Frecuentemente, decimos:
“Busca más del Señor”, y eso está muy bien, pero ¿cómo lo
hacemos? En este capítulo vamos a profundizar en cómo
aumentar y mejorar nuestra vida con el Señor.

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El Cielo Gobierna

Moisés estaba subiendo al monte Sinaí cuando entró en


una densa oscuridad. Dios es oscuridad, ¿sabías? Salo-
món también vivió esta experiencia. Dios no es tinieblas,
es oscuridad. ¿Qué quiere decir eso? Que mientras subía,
desde abajo, el pueblo podía ver a Moisés y él, al pueblo.
Pero cuando ingresó en la oscuridad, Moisés entró en una
dimensión donde no veía a nadie y nadie podía verlo. Eso
es cerrar la puerta. Muchas veces, tú y yo dejamos la puerta
entreabierta. Necesitamos un cartel que diga, como en los
edificios: “Por favor, cierre bien la puerta”. Cerrar la puerta
implica dejar de lado todo lo nuestro y hacer como hizo Je-
sús cuando despidió a la multitud y se fue al monte a orar.
Hay momentos en los que tenemos que despedir a nuestra
familia, al cansancio, a las ganas, a las excusas, y meternos
en la habitación privada con el Señor, porque los mejores
milagros están reservados solo para cuando cerremos la
puerta.
Jacob vivía con toda su familia en Beerseba. ¿Sabes cuántas
veces le habló Dios allí? Ninguna. ¿Por qué? Porque estaban
las voces de la gente. Sin embargo, cuando Jacob se fue hacia
Betel y se quedó solo en la noche oscura, Dios le habló.
Cuando cerramos la puerta apagamos la mente porque,
cuando vamos a buscar a Dios en intimidad, no podemos
ir con la mente encendida, con preocupaciones, con una lis-
ta de pedidos. Es necesario que cerremos la puerta hasta
que toda nuestra mente se apague, hasta que nuestras emo-
ciones y nuestros pensamientos se apaguen. No importa
el tiempo que lleve, sino que digamos: “De acá no me voy
hasta que cierre la puerta”. Cuando lo hagamos, llegará un
momento en que experimentaremos el descanso del Cielo,
nuestro espíritu entrará en el descanso.

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10 días experimentando el libro de Daniel

¿Sabías que, en la antigüedad, los sacerdotes tenían que


usar prendas de lino porque Dios les prohibía transpirar?
Tenían que matar y cortar animales, mantener el fuego, lle-
var carbón del Lugar Santo, cambiar la lámpara. La tempe-
ratura era elevada, ¡pero no podían transpirar! ¿Por qué?
Porque cuando entras en la Presencia, no hay esfuerzo. No
puedes entrar agotado o estar mal.

Cerrar la puerta tiene que ser un momento de descanso.

Hay personas que cierran y abren la puerta una y otra vez,


no mantienen el corazón dispuesto. Es necesario que ce-
rremos bien la puerta, que apaguemos nuestra mente, el
celular y la televisión, que dejemos de comer por un rato,
para entonces decirle: “Señor, te anhelo, te deseo, te necesi-
to. ¡Quiero disfrutar de Ti!”.
En una oportunidad, mientras caminaba, el Señor me ha-
bló: “Bernardo, hay algunas personas que me desean por
su necesidad y otras que me desean porque me aman. A
estas últimas, las llenaré de Mi gloria”. Supongamos que tu
hijo o tu hija vienen y te dicen: “¡Hola, papá o mamá! ¡Dame
plata que quiero salir!”. Al rato, nuevamente: “¡Qué tal, papá
o mamá! ¿Me prestas el auto y tu tarjeta de crédito, así le
cargo combustible? ¡Te quiero mucho!”. Ese no es un buen
hijo. Eso mismo es lo que hacemos con Dios la mayoría de
nosotros. Le decimos: “¡Padre amado! ¡Santo! ¿Me podrías
sanar? Necesito que me prosperes”.

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El Cielo Gobierna

Tu primera opción
Éxodo 15:24-25: “Entonces el pueblo murmuró contra Moisés,
y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le
mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron.
Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó [...]”.
Los israelitas habían salido de Egipto y Dios les había abier-
to el Mar Rojo, matando a los soldados del Faraón. ¡Dios los
había salvado! Felices, celebraron, cantaron, danzaron, Ma-
ría tocó la pandereta... Pero tres días después, cuando llega-
ron con sed a un lugar, se encontraron con que las aguas es-
tán envenenadas. ¿Qué hicieron? Comenzaron a quejarse.
Horas antes habían celebrado, pero ahora estaban llorando.
“El pueblo murmuró contra Moisés y dijo: ¿Qué hemos de
beber?”, afirma La Palabra. El pueblo clamó a Moisés y Moi-
sés clamó a Jehová. Como verás, hay dos tipos de personas:
las que claman a la gente y las que buscan al Señor, las que
están esperando que alguien ore por ellas y las que dicen:
“Señor, te anhelo, te amo, te necesito”. A estas últimas, Dios
les da las soluciones. El Señor le dijo a Moisés: “Toma ese
trozo de madera y échalo al agua”. Moisés obedeció y las
aguas se endulzaron.
Mientras estuvieron en el desierto, durante cuarenta años,
cada vez que había un problema, el pueblo buscaba a Moi-
sés y él buscaba a Dios. Eso también pasa hoy. La gente bus-
ca al predicador de turno, al adorador de turno, al profeta
de turno, en vez de ir directamente a Él y decirle: “Señor,
vengo a Ti”. Mientras Dios no sea tu primera opción, no será
ninguna. El primero a quien recurras tiene que ser el Señor.
Jesús iba caminando rodeado de una multitud. Zaqueo,
como era bajo de estatura, se subió a un árbol para verlo.

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10 días experimentando el libro de Daniel

Jesús lo miró y le dijo: “Zaqueo, baja porque hoy voy a tu


casa”. Me pregunté por qué Jesús fue a comer a la casa de
Zaqueo si había una multitud ahí. Porque tanto la multitud
como Zaqueo quería ver pero, mientras la gente quería ver
por chismear, Zaqueo estaba determinado a ver a Jesús. Él
dijo: “Tengo que verlo. No importa si me tengo que subir
a un árbol, yo voy a ver al Señor”. Cuando te determines a
buscarlo, el Señor te dirá: “Hoy voy a tu casa, porque traigo
algo grande para ti. Yo anhelo a los que me anhelan”.

Tienes que cerrar la puerta y decirle: “Señor, te anhelo”. Y,


cuando te despiertes, tu primera palabra tiene que ser para Él:
“¡Te amo, Señor, te necesito!”.

Una vez que cerramos la puerta y esperamos, Él nos en-


cuentra y nos trae una palabra, una carga, como ya vimos.
Esta es la razón por la que profetas como Jeremías o Isaías
decían: “me vino palabra de Dios” (“me vino la carga”). La
carga es lo que Dios quiere que hables. Orar no es hablar
con Dios y decirle lo que sientes ganas de decirle, sino que
Él te diga lo que está haciendo o lo que está por hacer, es
decir, que te dé Su Palabra. ¿Por qué se llama carga? Porque
tiene peso de gloria. La Palabra es Cristo, y esa Palabra es lo
que Dios está haciendo o lo que Él va a hacer. ¿Cómo viene
esa carga, esa palabra? La carga viene espontáneamente.
Por ejemplo, estás en silencio y, de pronto, te viene una can-
ción y la empiezas a cantar. ¿Por qué te vino esa canción?
Porque esa es la carga de la canción que Dios quiere que
le cantes. Cuando la empiezas a cantar, sale la carga y te
sientes aliviado. ¿Y qué sucede después que sale la carga? Te

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viene otra carga. Quizás sea un nombre o un texto bíblico.


Cuando tienes la carga, te detienes y la oras. Supongamos
que leíste: “Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de de-
licados pastos me hará descansar [...]” (Salmo 23:1-2). La palabra
“delicados” te impactó, así que empiezas a orar: “Señor, Tú
eres delicado, me tratas con delicadeza”, y ahí te viene una
canción y adoras. Ese es el Señor que te está guiando en la
carga. Esto sucede cuando Él es tu primera opción, como lo
era para Daniel.
Cerramos la puerta y Dios pone una palabra, una carga. Así
oraba Daniel, él soltaba la carga, por eso siempre vio obrar a
Cristo Capacidad en su vida. ¡La carga es Cristo Capacidad!

Soltando la carga
A David Wilkerson (1931-2011), teólogo, predicador y mi-
sionero estadounidense que ahora está con el Señor, Dios le
dijo que se mudara a Brooklyn. Corrían los años setenta. En
Brooklyn había una banda de doscientos pandilleros muy
peligrosos, asesinos, los Mau Maus, que asechaban toda la
ciudad. Nueva York estaba paralizada por estos pandille-
ros. Wilkerson llegó y Dios le indicó: “Ve a hablarle a Nicky
Cruz”. Cruz era el portorriqueño que lideraba a los Mau
Maus. Wilkerson se acercó y le dijo: “Quiero decirte que el
Señor te ama”. Esa era la carga. Nicky Cruz le respondió:
“Yo puedo matarte, cortarte en mil pedazos ahora mismo y
arrojarte a la calle”. Inmutable, el pastor contestó: “Puedes
cortarme en mil pedazos y arrojarme a la calle, y los mil pe-
dazos de mi cuerpo seguirán diciéndote que Dios te ama”.
Al escuchar estas palabras, Nicky Cruz golpeó al pastor.
Semanas después, Dios le dijo a Wilkerson que organizara

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10 días experimentando el libro de Daniel

una campaña en la ciudad. Cuando Cruz se enteró, deci-


dió que iba a asaltar a Wilkerson nuevamente, esta vez con
otros miembros de su pandilla. Pero, cuando estaba yendo
a atacarlo, el poder de Dios tocó la vida de Nicky y le dio
una convicción de pecado tan grande que entró a la reunión
para aceptar a Cristo. Casi todos los miembros de la pandi-
lla hicieron lo mismo. En 1963 Wilkerson publicó “La Cruz
y el puñal”, un libro en el que cuenta las vivencias con Nicky
Cruz y sus amigos pandilleros. Por el testimonio que luego
dio Nicky Cruz, se calcula que se convirtieron unos quince
millones de personas. El libro, posteriormente, se tradujo a
treinta idiomas. ¡Todo porque un hombre tomó la carga y le
dijo a un asesino: “Aunque me cortes en mil pedazos, cada
pedazo de mi ser te seguirá gritando que Dios te ama”!
¿Escuchaste hablar del libro de Rick Warren “Una vida con
propósito”? Se han vendido, hasta la fecha, millones y mi-
llones de copias. Sin embargo, cuando salió a la venta, nadie
lo compró. Pero un día, Dios lo puso en escena en todo Es-
tados Unidos. Un ladrón que había matado a una persona
se había escapado de la cárcel y escondido en la casa de una
mujer morena. Antes de matarla, le pidió: “Prepárame un
desayuno”. Mientras le hacía el desayuno, la mujer le pre-
guntó: “¿Puedo leerte algo antes de que me mates?”. Tomó
de su biblioteca “Una vida con propósito” y leyó: “Dios te
creó para un propósito. Hasta que no encuentres tu propó-
sito, tu vida estará vacía”. Cerró el libro y le dijo: “Quiero
decirte que Dios tiene un propósito contigo”. “¿Y qué propó-
sito tiene conmigo, si soy un adicto, un ladrón, un asesino?”,
quiso saber el hombre. “Tu propósito es que te entregues a
la policía y le digas al mundo que Dios tiene un propósito, y
que tu propósito era entregarte para que la gente descubra

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que tiene un propósito”, afirmó ella. Lo cierto es que el la-


drón se entregó a la policía y salió en las noticias de todo Es-
tados Unidos. ¿Cuál era su propósito? Que todos supieran
que Dios tiene un propósito. Cuando se lo llevaban preso, la
mujer salió de la casa con el libro en la mano y declaró: “Le
leí que Dios tiene un propósito”. Millones de personas se
entregaron al Señor, porque hubo una mujer que, mientras
preparaba un desayuno, soltó la carga que Dios tenía para
ese hombre. ¡La vida así vale la pena! Apaga el piloto auto-
mático y permite que la carga salga.
La Biblia narra que Jesús resucitó a Lázaro. Ahora bien,
cuando llegaron a la tumba, ¿Lázaro había resucitado? No.
Cuando dijo: “Corran la piedra”, ¿Lázaro había resucitado?
No. Cuando María y Marta lloraban, ¿Lázaro había resuci-
tado? No. Cuando Marta le dijo: “Ya hiede, hace cuatro días
que está muerto ahí adentro”, ¿Lázaro había resucitado? No.
Sin embargo, cuando Jesús dijo: “¡Lázaro, ven fuera!”, ahí se
levantó. La vida de la carga resucitó al muerto. ¡Nada suce-
derá hasta que no hables! No hay mudos en el Reino. Tienes
que hablar, tienes que soltar la carga. Ahora bien, ¿por qué
Jesús ordenó: “¡Lázaro, ven fuera!” y no le dijo: “¡Lázaro, sal
fuera!”? Porque la carga era “Lázaro, ven fuera” y no otra.
No cuestiones, solo suelta la carga porque lo importante es
que vas a ver al muerto salir resucitado.
¡Todo lo que funciona en el Reino es una carga! Practica sol-
tar la palabra. Habla, suéltala y no la analices, no la pienses.
¡Solo suéltala!
¿Recuerdas la historia de la mujer que tenía a su hija ende-
moniada? Ella se echó a los pies de Jesús y clamó: “¡Señor,
ayúdame!”. Jesús ni la miró. Frente a la insistencia de la mu-
jer, que no era judía, Jesús respondió: “Yo tengo pan, pero el

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pan es para los hijos, no para los perros”. ¿Qué hubiésemos


respondido nosotros? “¿Usted me trata de perra? ¡Maledu-
cado! ¡Soy una madre preocupada! ¡Cinco minutos de su
tiempo le pedí, nada más, y usted me dice: ‘Tengo pan, pero
no es para los perros’!”. Pero ella no dijo eso, sino: “Señor,
cuando le das pan a los hijos, siempre algunas migas se caen
y las comen los perritos. ¡Dame una miga!”. Cuando Jesús
oyó eso, declaró: “Por esa palabra, tu hija ya está libre”. Qui-
zás buscas del Señor y nada sucede, ¿por qué? Porque Dios
te está enviando a que sueltes la carga. Cuando lo hagas, el
Señor te dirá: “Por esa palabra, por esa carga que tenías que
soltar, tu hija está sana”.

Una dosis de Cristo


Dios le dijo a Elías: “Viene hambre, ve al arroyo porque Yo
le dije a los cuervos que te lleven carne”. Dios le había ha-
blado al cuervo: “La carne es para Elías” y el ave llevaba la
carne. Su instinto le decía: “Cómete la carne”, pero la carga
que tenía el cuervo no le permitió comérsela: “la carne es
para Elías”. ¿Te han hecho un regalo? ¿Vino alguna vez al-
guien y te dijo: “Toma, siento de Dios darte esto”? ¡Ese era
un cuervo! Tal vez no quería darte eso realmente, pero por
dentro Dios le dijo: “Se lo vas a dar igual”; y por eso te lo dio.
“Bueno, lo vamos a ascender”, te dijo tu jefe. No tuviste un
buen desempeño, pero tu jefe fue un cuervo al que Dios le
había dicho: “Asciéndelo”.
“Moisés, levantarás esa vara y harás milagros”, le dijo el Se-
ñor. Moisés levantó la vara y el Mar Rojo se abrió. Ahora, si
hubiera levantado otra vara, no habría pasado nada, porque
la vara que tenía la carga era la vara que Dios le había dicho

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que levantara, no otra. Dios le había dado a la vara una pa-


labra: “Cuando Moisés te use, Yo voy a operar”. Y es que la
carga es una palabra mezclada con la presencia de Dios.
El centurión romano sabía el tema acerca de la carga puesto
que, cuando Jesús fue a verlo porque tenía a su criado enfer-
mo, este soldado le dijo: “No es necesario que entres. Di la
palabra y mi siervo sanará”. ¡El centurión había entendido
mejor que todos la carga! Él sabía que la palabra tiene vida
y que solo es necesario hablarla. ¡Debemos soltar las cargas!
Cuando el Señor te dé una, cuando te diga que le escribas a
alguien, por ejemplo, hazlo. No digas: “Bueno, después lo
hago”. Dios no te va a dar otra carga porque la que te dio la
dejaste pasar.
¿Cuándo avanzó Job? Cuando oró por sus amigos. Cuando
soltó la carga, Job fue multiplicado y todo el Cielo se abrió
para él. Así funciona. Recuerda: la carga es lo que Dios te da
para hacer. Por eso, todos los días tienes que pedirle: “Señor,
dame dos o tres personas nuevas a quienes soltarles la car-
ga”. Busca gente nueva todos los días.
Ahora bien, cuando se la sueltes, no le digas: “Oh, debo ha-
blarte de parte del Señor. Él me ha enviado a decirte que...”.
Si hablas de ese modo, lo único que conseguirás es espantar
a la persona. Exprésate normalmente y di, por ejemplo: “¿Te
puedo decir algo que está en mi corazón?”, y simplemente
le sueltas la carga. Al principio, Dios te da confirmaciones,
pero después ya no las necesitas porque sabes que es el Se-
ñor que está obrando. No mires a la persona cuando sueltes
la carga, no evalúes si entenderá o no entenderá, limítate a
darle esa dosis de Cristo, a impartirle vida. Si Dios te da una
palabra y la sueltas, verás cosas gloriosas y maravillosas.

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Leemos en Isaías55:11: “[...] así será mi palabra que sale de mi


boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será
prosperada en aquello para que la envié”.
Cada vez que sueltas una carga, esa palabra sale con todo el
contenido de Cristo Solución y siempre va a producir, siem-
pre va a edificar, en los demás y en ti. Y te voy a compartir
un secreto: pídele al Señor que te conecte con gente que está
por despertar. Watchman Nee dijo: “Busca gente esponja y
no gente piedra”. A la gente piedra el agua le resbala, pero
a la gente esponja La Palabra la despierta. Gente esponja
es alguien que no entiende de Dios, pero que está en una
búsqueda. No pierdas mucho tiempo con el que dice que ya
lo sabe todo. Ora a Dios: “Señor, muéstrame la buena tierra,
gente que está por despertar, para que despierte cuando le
suelte Tu Palabra”.

Dios de la historia
Cuando uno es joven, lo impacta el oro, el dinero, el hierro.
Pero, a medida que vamos creciendo en el Señor, conoce-
mos el interior de la gente y sabemos qué hay detrás de esos
materiales valiosos: bestias, crueldad, envidias, celos, trai-
ciones… ¡la carne! Eso le sucedió a Daniel, a quien el Señor
le dijo: “Estuvimos creciendo juntos, ahora te voy a mostrar
no el exterior, sino el interior del corazón humano; porque,
cuanto más veas la miseria de la carne, más verás Mi gloria
y Mi perfección”. Ya no te vas a deslumbrar cuando alguien
venga y te cuente que se compró tres casas y cinco autos,
porque Cristo creció en tu vida y ya no estás viendo el afue-
ra, sino que sabes que, por dentro, está el mismo dolor del
corazón humano.

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Cuando Daniel tenía aproximadamente ochenta años, tuvo


una visión. Vio dos animales que estaban peleando. Uno
era un macho cabrío que tenía un cuerno entre los ojos; el
otro era un carnero con dos cuernos, uno más alto que el
otro y el más alto creció después.

El macho cabrío le clavó el cuerno al carnero, pero el cuerno


se le quebró, saliendo en su lugar otros cuatro cuernos. De
uno de ellos salió un cuerno pequeño, que fue al templo de
Jerusalén y destruyó todo. Daniel preguntó: “¿Cuánto du-
rará eso?”. El ángel respondió: “Dos mil trescientos días”.
¿Quién es el carnero? Los medo-persas. Daniel había visto
la guerra entre los medo-persas y los griegos. Dios lo estaba
llevando más profundo. Los medos eran más poderosos
que los persas, pero los persas crecieron más que los medos
y fueron los que dirigieron todo. De golpe, apareció Alejan-
dro Magno: el cuerno del macho cabrío, con todo su pode-
río. ¿Sabés quién formó a Alejandro Magno? Aristóteles.
Alejandro Magno no solo era un soldado experto, además

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era un hombre culto. Grecia venció a los medo-persas pero,


de pronto, el cuerno se quebró. Alejandro Magno murió a
los treinta y tres años. Una fiebre lo mató. Como no había
formado una segunda línea, el Imperio griego se dividió en
cuatro y, de esas cuatro partes salió el cuerno más grande,
que fue Antíoco Epifanes, el rey de Siria. Antíoco Epifa-
nes entró a Jerusalén y, en un solo día, degolló a cien mil
personas. ¡Aquello fue una masacre! Entraron al templo y,
en altar pusieron un cerdo —eso era abominación para el
pueblo de Israel— y en el Lugar Santísimo colocaron una
estatua de Júpiter. ¿Sabés cuánto duro toda esa blasfemia?
Dos mil trescientos días, hasta que entraron los macabeos y
le pusieron fin a Antíoco Epifanes.
Daniel vio todo esto doscientos años antes de que sucediera.
“¿Para qué le mostraste a Daniel lo que sucedería doscientos
años en el futuro?”, le pregunté al Señor. Y Él me respondió:
“Porque te estoy enseñando, Bernardo, que Yo soy el Dios
de la historia, que Mi agenda es más grande que la tuya, que
Yo dirijo los destinos de la tierra y que tu vida está en Mis
manos. Y así como dirijo la historia de la humanidad carnal,
también tengo un libro escrito con tu nombre para bende-
cirte. Cada vez que veas ese libro, sabrás que Yo soy tu Señor
y que nada se escapará de tu vida, porque Yo te compré”.
¡Nuestro Dios es grande! ¡La agenda de Él es más grande
que nuestra pequeña agenda! Él es el Dios de la historia.
Daniel vio desde el Cielo cómo se cumplía lo que había vis-
to. Dios dirige los destinos, a Él no se le escapa nada. Hay
cosas que no entendemos, pero entendemos que el hombre
es una bestia por dentro; sin embargo, nosotros estamos en
la agenda de Dios. Como le dijo a Daniel, también nos dice
a nosotros: “Entre ellos se están matando, pero tú estás en

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Mis manos, y nada ni nadie te podrá arrebatar de Mí”. Ser-


vimos a un Dios que es todopoderoso. Sí, los ángeles tienen
poder, el diablo tiene poder, la enfermedad tiene poder, el
dinero tiene poder, la maldad tiene poder; pero Dios tiene
todo el poder porque Él está arriba de todo poder. ¡Aleluya!
¡A Él honramos, amamos, buscamos, experimentamos y
alabamos!
Jesús enseñó en todo lugar y a toda persona. Enseñó en
un velatorio y en un casamiento. Enseñó a los niños y a los
adultos. Enseñó a uno solo y a las multitudes. Enseñó a una
prostituta y a un erudito. Incluso enseñó estando ya en la
Cruz. ¿Por qué? Porque Él tenía un corazón ensanchado, un
corazón grande. Tú y yo vamos a ser como Él: todo terreno.
En la riqueza o en la pobreza, en la salud y en enfermedad,
con todas las personas y en todas las situaciones, siempre
diremos: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Lleva
al Altar los “no puedo” y toma la agenda de Dios. Deja de
mirar para atrás y di: “Tengo un Dios que maneja a los babi-
lonios, a los griegos, a los romanos y a todos los imperios y
las naciones. ¡Ese es el Dios al que sirvo!”.
El Señor le dijo a Daniel: “Pronto viene la piedra que va a
pegar en el barro, en el último gobierno humano. Todo lo
humano caerá y Cristo establecerá Su Reino”. Estaba ha-
blando de la segunda Venida de Cristo, la cual será como
ladrón en la noche para el que no cree pero, para nosotros,
será el encuentro del Esposo y la esposa.
Dios nos tiene que expandir. Hasta el último día de su vida,
Daniel creció, porque Dios lo expandió. Deja de lado todo lo
que sabes para que Dios te pueda llevar a más. Suelta lo que
fue de Dios para recibir lo que es de Dios, para expandirte. A
los quince años Dios le reveló la estatua de Nabucodonosor.

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Y esa fue una gran revelación. Sin embargo, Dios le dijo:


“Daniel, desde el Capítulo 7 en adelante, te voy a tratar a
ti”. Fíjate que todo ese capítulo son visiones personales de
Daniel. El Señor le mostró Su agenda, lo que iba a ocurrir.
¿Sabías que Daniel vio al Hijo del hombre acercándose al
Anciano de días? El Hijo del hombre no es otro que Jesús.
¡A sus setenta años, Daniel vio a Cristo! ¡Qué maravilla! ¡Y
todo porque él pasaba tiempo con el Señor! Daniel vio al
Anciano, el Trono, las ruedas de fuego. Todo lo que estu-
diamos de Juan en Apocalipsis, Daniel lo vio seiscientos cin-
cuenta años antes de Cristo. Vio una asamblea celestial y al
Anciano de días llevando a cabo un juicio, porque Él es el
juez que dictamina la historia de la humanidad. Y Daniel
dijo: “Ese es mi Dios; a ese Señor sirvo, disfruto y experi-
mento en lo profundo de mi corazón”.
El Señor nos tiene que llevar a expandirnos, a ensanchar-
nos, a crecer, a dejar las tonterías. Muchos nunca imagina-
ron que estarían discipulando, bautizando, ungiendo. Ja-
más pensaron que Dios podría hacer eso en sus vidas. Y eso
es porque creyeron que Dios elije a los capacitados; pero no,
Él elije a muertos para que sea Él quien obre.
Watchman Nee perfeccionó a Witness Lee durante diecio-
cho años. La palabra “perfeccionar” significa “derribar lo
que no sirve y sumar lo que sirve”. Quise saber cómo lo per-
feccionó. Leí que un día, Watchman Nee le preguntó a Wit-
ness Lee: “Witness, ¿qué es la paciencia?”. Lee contestó: “La
paciencia es la capacidad de soportar y de esperar”. “No”,
corrigió Watchman Nee, “la paciencia es Cristo”. Y esa fue
la lección del día. Cuando somos dóciles, Dios siempre nos
da el aumento. Es por eso que tenemos que decirle: “Señor,
¡cuánto me falta conocer de Ti todavía!”.

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[ ] Para concluir, oremos juntos:


Padre, enséñanos a cerrar la puerta a las voces, a la gente, a
las circunstancias, a la agenda, al cansancio, para buscarte a
Ti. Señor, te hemos probado y ahora tenemos hambre de Ti.
Jesús, renovamos nuestra relación contigo, una relación de
intimidad, de frescura, de vitalidad. ¡Solo contemplarte es
nuestro premio! Señor, pon Tus palabras cargadas de gloria
para que las llevemos donde nos digas. Pon gente y circuns-
tancias para que soltemos a Cristo Solución y veamos Tu po-
der obrar. ¡Ensancha nuestro corazón y nuestra vida, Padre!
¡Te adoramos, Dios de la historia! Amén.

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Ejercicio 6
S OLTA R L A S C A RG A S
DE HOY

Aprendimos que Él nos da Su Palabra, Su Voz a nuestro


corazón. Esa es la “carga” que debemos soltar. Entonces,
nosotros repetimos en la tierra lo que oímos del cielo.
• La carga es para todos; para cualquiera de nosotros
sin excepción. Recuerda que la carga no es un peso,
sino que es algo hermoso.
• Cada día, Él pone una “carga” actualizada: puede ser
un versículo, una frase, un nombre, una canción, etc.
• Estas cargas vienen de mi intimidad con Él.
El ejercicio consiste en pedirle al Señor dos o tres personas
nuevas por día para soltarles lo que Él pone en nuestro cora-
zón, haciéndolo de manera alegre, sencilla y viviente.
Al soltar las cargas, Él nos dará nuevas para vivir disfrutan-
do de Él y compartiendo Su Voz en la tierra.

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CAPÍTULO 7

La voz de Dios

El gran secreto de todo el Libro de Daniel fue la intimidad.


Cuando nos relacionamos con el Señor, nos vinculamos con
una persona. Cuando leemos La Biblia, no estamos leyendo
un libro, estamos hablando con el Autor. Cuando adoramos,
estamos adorando a una Persona. Daniel tenía en claro lo
que el noventa y nueve por ciento de los creyentes no te-
nemos claro. ¿Qué quiere decir esto? ¿Para qué recibimos
a Cristo como Salvador? ¿Para ir al Cielo? ¿Para no irnos al
infierno? No.

Recibimos a Cristo como nuestro Salvador para tener


intimidad con Él.

Somos salvos para experimentar el tener intimidad con


Cristo. ¿Para qué nos congregamos? ¿Para escuchar un
mensaje? No, nos reunimos para experimentar a una Perso-
na. Por eso, si vas a la iglesia y escuchas el mensaje, pero no
tocas a Cristo, perdiste el tiempo. Si dices, al igual que mu-
cha gente: “¡Qué lindo mensaje!”, pero no tocaste al Señor,
no lo experimentaste a Él, entonces no sirvió de nada. Mu-
chos afirman: “Hoy aprendí mucho”, o: “Qué bien tocaron

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los músicos”, pero no se trata ni de que aprendas ni de que


los músicos toquen bien, sino de que toques la Presencia.
Por favor, toda tu vida tiene que estar centrada en tocar la
Presencia. Tu objetivo no es alcanzar sueños, sino experi-
mentar a Cristo, vivir a Cristo.

Tres errores comunes de los creyentes


1. Saber
“Yo recibí a Cristo para saber. Voy a aprender, voy a leer
libros, voy a estudiar La Biblia, voy a hacer un curso”, dicen
algunos creyentes. Todo eso está muy bien, pero saber no es
el objetivo principal. Dios no te salvó para saber, sino para
vivir a una Persona: Cristo. Cuando vives a Cristo, el saber
de Cristo se potencia. Pero tu objetivo no tiene que ser estu-
diar y saber, sino vivir, experimentar a Cristo.
2. Servir
“Me encanta mi iglesia porque me permiten servir”. No se
trata de servir, sino de que vivas a Cristo. Hay creyentes que
se alegran porque sirven en la reunión, pero servir, al igual
que saber, no es intimidad. Fuimos llamados a experimen-
tar a Cristo, no a servir. Muchas personas, cuando dejan de
servir no asisten más a las reuniones y buscan otra iglesia,
porque lo que quieren es hacer. Sin embargo, Dios dice: “Yo
no te llamé a hacer, te llamé a estar Conmigo. Después, sí te
voy a decir qué hacer, pero lo primero es experimentarme
a Mí”.

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3. Procurar dones
Muchos cristianos se desesperan con el tema de los dones.
Pero ¿qué importan los dones si no tocamos a Cristo? Por-
que podemos hablar en muchas lenguas, podemos tener to-
dos los dones y, aun así, no experimentar a Cristo. Nuestro
objetivo es experimentar al Señor.
Desde que te levantas hasta que te acuestas, todo tu foco
tiene que estar colocado en vivir al Señor. Cuando lo ex-
perimentes a Él, tu vida tendrá un aumento glorioso de la
presencia del Señor, porque Dios no nos llamó a saber, ni a
mejorar, ni a hacer sanidad interior para sanar las heridas
del pasado, ni a buscar tips para perfeccionar nuestra rela-
ción de pareja. Dios dice: “No quiero mejorarte ni sanarte,
quiero que Me experimentes porque, si Me experimentas,
te voy a sanar, te voy a dar servicio, te voy a dar sabiduría, te
voy a enseñar Mi Palabra”. El objetivo por el que vivimos es
experimentarlo a Él, vivir a Cristo.
Sin intimidad, nada funciona en el Reino. Necesitamos to-
car a Cristo. Ahora bien, ¿cómo sabes que tocaste al Señor?
Sabes si hubo aumento de Cristo cuando hablas del Señor
más que de cualquier otro tema.

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Cristo en el Libro de Daniel

Daniel vio a Cristo seiscientos años antes de que Jesús na-


ciera. Él fue uno de los hombres del Antiguo Testamento
que más vio al Señor. Te comparto a continuación lo que vio
Daniel de Cristo:
Daniel 2:34: “Estabas mirando, hasta que una piedra fue corta-
da, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro
cocido, y los desmenuzó”.
Vio la segunda venida: Cuando le interpretó el sueño a Na-
bucodonosor, Daniel vio una piedra que salía y derribaba la
estatua. Esa piedra simboliza la segunda venida de Cristo.
Él vio en visión que el Salvador llegará un día y todo go-
bierno humano caerá. Ese día se instalará el Reino eterno.
Daniel vio la segunda venida del Señor.
Daniel 3:23-25: “Y estos tres varones, Sadrac, Mesac y Abed-ne-
go, cayeron atados dentro del horno de fuego ardiendo. Entonces
el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y
dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro
del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo:
He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del

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fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante


a hijo de los dioses”.
Estoy contigo: Daniel vio al cuarto hombre junto a los tres
amigos que habían tirado al horno de fuego. Él aprendió
que, en las buenas y en las malas —en el horno de fuego—,
Cristo está con nosotros acompañándonos.
Daniel 7:13-14: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con
las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino has-
ta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue
dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones
y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca
pasará, y su reino uno que no será destruido”.
Como Hijo de hombre: En el Capítulo 7 de su libro, Daniel
tuvo una visión en la que vio al Anciano de días y al Hijo
del hombre. Es decir, que vio a Cristo en el Trono. ¿Sabes
cómo le gustaba a Jesús llamarse a sí mismo? “El Hijo del
hombre”. ¿De dónde lo sacó? Del Libro de Daniel. ¡Daniel vio
la gloria del Cielo incluso antes que el apóstol Juan!
Daniel 9:26: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará
la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha
de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será con inun-
dación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones”.
Vio la muerte del Mesías: Daniel vio la muerte de Cristo
700 años antes de que ocurriera.
Daniel 10:4-9: “Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo
a la orilla del gran río Haeckel. Y alcé mis ojos y miré, y he aquí
un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su
cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus
ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color
de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo

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de una multitud. Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron


los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó de ellos un
gran temor, y huyeron y se escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi
esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cam-
bió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido de
sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro
en un profundo sueño, con mi rostro en tierra”.
Vio la gloria y la excelencia de Cristo: Cuando tenía ya
más de noventa años, Daniel vio que fuego y luz salían de
la presencia del Hijo. Eso es la gloria, la excelencia. Él vio
que Cristo está en un Trono lleno de gloria, de poder y de
majestad.
Observa que mencionamos versículos de los Capítulos 2, 3,
7, 9 y 10. Entre el primer capítulo y el último, hay noventa
años de historia. Durante ese tiempo, gracias a la intimidad
que mantenía a diario con el Señor, Daniel fue teniendo un
aumento de la visión de la gloria de Cristo.
Como ya hemos visto en estas páginas, tú y yo tenemos que
ir al Señor, cerrar la puerta y quedarnos en silencio, porque
Dios no nos va a hablar si nuestras emociones están activa-
das. Personalmente, cuando voy al Altar, lo primero que
hago es llevar mis emociones. Si estoy cansado, si estoy tris-
te, o lo que sea que sienta o esté pensando en ese momento,
lo llevo al Altar para que muera. Solo cuando ya no queda
nada de mí, solo cuando yo soy nada, Cristo es todo.
Nos quedamos en silencio y esperamos. Aprendimos que,
en un momento, Dios nos empieza a hablar. Ese hablar del
Espíritu en nuestro corazón se llama “carga”.
En el Libro de Elías, vemos claramente la vida de la carga.
Es decir, cómo Dios le hablaba y lo movía a Elías. La carga,

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como mencionamos, es una palabra que Dios pone en tu


corazón y que te guía. En general, es respecto a un tema en
el que no estabas pensando.

La Palabra me guía
A veces Dios te da una palabra para que hagas algo. Por
ejemplo: “Ve a tomar el colectivo” o: “Visita a tal persona”.
Se trata de una indicación que es un verbo, una acción, un
hacer. El Señor no te dirá que vayas al África, sino algo sen-
cillo como: “No compres en ese negocio, compra en aquel
otro”. Entonces vas a ese lugar porque sabes que ahí Dios
se va a mover. Tal vez te preguntes: “¿Y por qué Dios no me
dice qué va a hacer?”. Ahí está lo bello del Señor: porque, si
siempre te dice todo, ¿dónde está la gracia?
1 Reyes 17:2-3: “Y vino a él palabra de Jehová, diciendo: Apártate
de aquí, y vuélvete al oriente, y escóndete en el arroyo de Querit,
que está frente al Jordán”.
Observa que el Señor le dio a Elías hasta la dirección del
lugar al que tenía que ir. Ahora bien, él no fue al arroyo sino
hasta que le vino la palabra de manera interna. Es decir, le
vinieron ganas de ir al arroyo. Si en ese momento le hubié-
semos preguntado: “Elías, ¿por qué vas al arroyo?”, segu-
ramente nos habría dicho: “No sé, pero voy porque sé que
algo va a ocurrir allí”. La palabra te guía. No hagas nada sin
que antes Él te hable.
¡Consultémosle a Él antes de hacer cualquier cosa! Muchas
veces, tenemos muchas actividades en el día y, por la no-
che, oramos: “Padre, bendice todo lo que hice hoy”. Pero
Él responde: “Nada de lo que hiciste era lo que Yo había

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preparado para ti”. No hagas nada sin antes tener intimi-


dad, porque Dios sabe lo que tenemos que hacer y nunca se
equivoca.

Si algo te sale mal es porque no consultaste al Señor.

Dios llevó a Elías al arroyo y les dio una carga a los cuervos:
que lo alimentaran. ¡Hasta los animales obedecen la voz de
Dios! ¡Incluso los cuervos nos van a bendecir! Habrá perso-
nas que te bendecirán sin quererlo. Lo harán solo porque
Dios les dio la carga.
1 Reyes 17: 7-9: “Pasados algunos días, se secó el arroyo, porque
no había llovido sobre la tierra. Vino luego a él palabra de Jehová,
diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo
he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente”.
Después de unos días, el arroyo se secó. Luego de que eso
ocurriera, Dios le ordenó a Elías que se fuera. Hasta que
Dios no le dijo que saliera de allí, incluso con el arroyo seco,
Elías no se movió. “A mí Dios me dijo que venga y vine. De
acá no me voy hasta que Él me diga que me vaya”, pensó. No
actuó por la lógica, como cualquiera de nosotros habríamos
hecho, sino que esperó la guía del Señor. La palabra vino y
le dijo: “Vete”. “Bien. ¿A dónde voy?”, preguntó el profeta.
“A la casa de la viuda”, le indicó el Señor. Dios lo estaba lle-
vando del arroyo seco a la viuda seca, porque la mujer no
tenía ni para comer. ¿No habría sido más lógico que lo lle-
vara a la casa de un rico? ¡La palabra nos sorprende! La vida
con Dios es una aventura, por eso es tan hermoso disfrutar
del Señor. ¡No nos aburrimos nunca! ¡Dios tiene una agenda
loca para nosotros!

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“Ahora ve a la casa de la viuda porque le dije que te sosten-


ga”, le dijo el Señor. Fíjate que toda la vida de Elías es la car-
ga. Dios le dio la carga a él, al cuervo —porque Dios no solo
puede guiar a las personas, también guía a las bestias— y
a la viuda.

Consultarlo todo con Él


David era un buscador que todo lo consultaba con el Señor.
Aquí te comparto algunos ejemplos:

Salmo 34:4: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos


mis temores”.
David buscó intimidad. “Señor, ¿qué te parece que tengo
que hacer? ¡Guíame Tú!”, le decía. No hagas nada sin con-
sultarlo primero con el Señor. No te apresures.
Salmo 34:10: “Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los
que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien”.
Los que buscan al Señor lo tienen todo, literalmente. Te-
nemos que buscarlo en todo: en los negocios, con nuestros
hijos, en nuestro matrimonio, cuando viajamos. Busca al
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Señor para que te guíe, no hagas nada por tu cuenta. Re-


cuerda: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.
Salmo 63:1: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré;
mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela [...]”.
“Te buscaré de madrugada”. David se levantaba a las cuatro
de la mañana y, ¿qué hacía? Buscaba la Presencia: “Padre, te
necesito. Te busco, Señor”.
Salmo 9:10: “En ti confiarán los que conocen tu nombre, por
cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron”.
El Señor jamás abandona a quienes lo buscan. Es decir, “el
que busca encuentra”. Búscalo a Él. Llámalo a Él. Pídele a
Él y Él te va a abrir, te va a dar, te va a llenar. ¡Porque Él es
bueno! Todo se trata de la intimidad, de hablarle a Él, de
tocarlo a Él.

La Palabra tiene poder para crear


La Palabra crea. A veces, Dios te dará una palabra que,
cuando la sueltes, se desencadenará un milagro, porque La
Palabra es Cristo (la carga). Al soltar esa palabra, esta se ma-
terializa y hace lo que dijiste. En la boda, Jesús soltó “vino”
y el agua se hizo vino. Frente a la tumba de su amigo, soltó:
“¡Lázaro, ven!” y no “¡Muertos, vengan!” porque, si así hu-
biera sido, ¡se habrían levantado todos! Si le dices a alguien:
“Estoy creyendo que Dios te va a prosperar” y, de pronto, te
viene soltar “un veinte por ciento”, esa persona prosperará
un veinte por ciento, no un veinticinco, porque “veinte” fue
la palabra que soltaste.
Ahora bien, no se trata de declarar lo que queremos, porque
de esa manera nada sucederá, sino de preguntarle al Señor

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El Cielo Gobierna

qué tenemos que declarar. Si Dios te dice: “A esta persona


dile esto”, cuando lo declares, sucederá. Y, por cierto, cuanto
más específica sea la palabra, más poder fino y milagroso
operará.
“Ve a la viuda que te va a sostener”, le dijo el Señor a Elías.
Él fue y se encontró con que la mujer estaba juntando leña.
Cuando le pidió algo para comer, ella le respondió: “No ten-
go nada, solo un poquito de harina y aceite en una vasija. Es-
tamos por hacer la última comida antes de dejarnos morir”.
El profeta la miró y declaró: “En esta casa no te va a faltar
nada”. En ese momento, toda la casa se llenó de la palabra y
el aceite y la harina no escasearon. Elías se quedó a vivir allí
un año y medio y, durante ese tiempo, la harina y el aceite
se multiplicaban. La casa obedecía la palabra que él había
soltado.

¡La Palabra de Dios tiene poder para crear!

Cuando llegó a la casa de la viuda, Elías no miró las cir-


cunstancias, no pensó que se había equivocado de mujer,
simplemente soltó la carga. Le vino: “No te va a faltar nada”
y, rápidamente, soltó la palabra. Si Dios te dio una carga,
¡no dudes, créela, suéltala, háblala! Esta es la razón por la
que Elías no se sorprendió y exclamó: “¡Uy! ¡Acerté!”. Dios
ya le había dicho que iba a sostener a la mujer y la palabra
no era que le daría ropa, sino que no le iba a faltar comida.
Y la comida no faltó. ¿Por qué? Porque esa era la carga. Re-
cuerda: cuando sueltes la carga, no empujes, no presiones,
no hables raro, no pongas cara seria, no trates de convencer;

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solamente fluye, suelta la palabra y permite que el Espíritu


Santo salga.

La Palabra me dice lo que sucederá


A veces, la carga es el futuro. Pero no un futuro de veinte
mil años, sino el futuro inmediato. Dios te anticipa, te da
una visión de lo que va a suceder muy pronto. En griego,
un término para “voz” es “imagen”. Hay una voz de Dios
que es una imagen, una foto. A veces la foto de lo que va a
suceder la ves afuera y, otras veces, la ves por dentro, como
una imagen interna.
1 Reyes 18:1: “Pasados muchos días, vino palabra de Jehová a
Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y yo haré
llover sobre la faz de la tierra”.
¿Qué es lo que vio Elías? Lluvia. Hacía tres años que no
llovía. Probablemente, Elías estaba mirando y vio lluvia,
y Dios le dijo: “Ve a decirle al rey que va a llover”. Dios le
enseñó al profeta que les hablaba a los cuervos, al arroyo,
a la viuda y, ahora, también al rey. Dios te dará carga para
todos. “Va a llover”, le anunció Elías al rey Acab. Hacía tres
años que no llovía, pero todos sabían que era un hombre
que soltaba la carga y esta funcionaba. Elías no se hizo una
tarjetita que decía: “Elías. Profeta experimentado. Este año,
gira mundial”; él simplemente soltaba la carga y esta era la
razón por la que se hizo conocido. Sin embargo, a él no le
interesaba ser conocido, sino agradar al Señor.
Elías fue a ver a Acab para soltar la palabra. Cuando el rey lo
vio, le dijo: “Así que tú eres el que turba a Israel“. “No”, res-
pondió el profeta, “esos son tú y tu esposa Jezabel que ado-
ran a dioses falsos”. El diálogo se tornó áspero. Finalmente,

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Elías dijo: “Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel en el


monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y
los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Je-
zabel” (1 Reyes 18:19). Así fue como se juntaron novecientos
brujos en la montaña. Frente a todo el pueblo, que también
había concurrido al encuentro, Elías dijo: “Les propongo
lo siguiente: hagan un altar, preparen su sacrificio sobre él
y pídanle a su dios que mande fuego. Después de ustedes,
yo haré lo mismo. El Dios que mande fuego será el Dios
verdadero”. Todos estuvieron de acuerdo. Los brujos hicie-
ron lo acordado e invocaron el nombre de Baal. Bailaban,
saltaban, gritaban, se cortaban con cuchillos, entraban en
trance, pero nada ocurría. Elías los miraba. En un momen-
to, soltó su carne y se burló de ellos. Después de seis horas,
terminados sus intentos, le tocó a Elías. El profeta tomó va-
rias piedras y acomodó el altar. Preparó la leña y acomodó
los trozos de buey sobre ella. Después, pidió tres veces que
derramaran agua —justamente lo que no había— sobre el
sacrificio. Por último, oró a Dios. Así continúa el relato en
La Escritura:
1 Reyes 18:36: “Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto,
se acercó el profeta Elías y dijo: Jehová Dios de Abraham, de Isaac
y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo
soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas”.
Elías había tenido una visión de que hacía un altar, se arro-
dillaba y caía fuego. ¡Por eso propuso el desafío! Los demás
no sabían que Dios ya le había dado la carga, que le había di-
cho lo que iba a pasar, por eso estaba tan tranquilo. ¡Dios ya
le había dado la foto! Elías dijo: “Señor, esto me lo mostraste
Tú” y, cuando oró así, cayó fuego del Cielo. Todo el mundo

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gritó: “¡Jehová es el verdadero Dios!”. Por una palabra, toda


la nación adoró al Señor.
Supongamos que Dios te da la foto de que vas a visitar a
alguien y te sientas en una silla para orar. Entonces, vas a la
casa de esa persona para orar, pero no empiezas a orar has-
ta que te sientas en la silla que viste en la visión. Un pastor
argentino contó que, en una oportunidad, mientras estaba
en Estados Unidos, una agente de policía hispana lo detuvo
en Migraciones y lo empezó a tratar muy mal. Él tuvo una
visión de la joven, por lo que le dijo: “Tenías catorce años y,
en el sofá rojo, llorabas por lo que tu papá te había hecho.
Le pedías a Dios que te sanara”. Al escuchar eso, la oficial
cayó de rodillas. Instantáneamente, llegaron otros policías,
porque pensaron que el pastor la había golpeado. En ese
momento, la mujer dijo: “Déjenlo, es un hombre de Dios”.

La Palabra me sana
Fuego cayó del Cielo y todo el mundo se convirtió. Jezabel
enfureció y exclamó: “¡Elías, te voy a matar!”. Elías huyó y
se escondió en una cueva. La gente también suelta palabras
con peso de maldad, y nuestro espíritu lo siente. Elías, en
lugar de orar a Dios, se distrajo y sintió miedo. Todos pode-
mos estar muy bien, pero un pequeño descuido nos puede
“desestabilizar” la carne. Como afirma Benny Hinn: “To-
dos estamos a un minuto de la carne”.
Elías estaba escondido cuando vino un viento y pensó:
“¿Será Dios?”. No, no era Dios. Después un terremoto y más
tarde un fuego, pero Dios no estaba ni en el terremoto ni en
el fuego. Luego, vino un silbo apacible y delicado. Cuando
lo oyó, el profeta dijo: “¡Acá está el Señor!”. Cubrió su rostro

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para no distraerse y salió de la cueva. Él estaba cerrando la


puerta a todo. De pronto, una voz vino a él. Dios le anunció:
“Elías, te resta largo camino. Ungirás a Eliseo y levantarás
al nuevo rey. Todavía no terminé contigo. Tengo una carga
nueva. Hoy te sano y te saco de la cueva”. En la carga que
Dios te da, Él te dice: “Te amo. ¡Estoy contigo!”. Puedes hacer
siete horas de consejería y seguir mal, pero si Dios te da una
palabra para tu espíritu y la tomas, eres sano de Jezabel.
Elías fue sano por el silbo apacible.

El discipulado de Elías a Eliseo


Después de sanarlo, el Señor le dijo a Elías: “Ve a ungir a Eli-
seo”. Elías obedeció. Eliseo estaba trabajando con los bue-
yes cuando el profeta se acercó, se sacó el manto y se lo tiró.
Eliseo le pidió: “Espera que saludo a mis padres” y lo siguió.
Trece años acompañó Eliseo a Elías, hasta que recibió el do-
ble de él. ¿En qué consistió el discipulado de Elías a Eliseo?
¿Cómo lo formó? ¿Qué es discipular a alguien? Aquí está la
respuesta: Elías usaba esta frase: “En cuya presencia estoy”.
Discipular a alguien es enseñarle a vivir en la Presencia.

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Elías decía:
1 Reyes 17:1: “Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de
Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presen-
cia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi
palabra”.
1 Reyes 18:15: “Y le dijo Elías: Vive Jehová de los ejércitos, en
cuya presencia estoy, que hoy me mostraré a él”.
Y Eliseo dijo:
2 Reyes 3:14: “Y Eliseo dijo: Vive Jehová de los ejércitos, en cuya
presencia estoy, que si no tuviese respeto al rostro de Josafat rey de
Judá, no te mirara a ti, ni te viera”.
2 Reyes 5:16: “Mas él dijo: Vive Jehová, en cuya presencia estoy,
que no lo aceptaré. Y le instaba que aceptara alguna cosa, pero él
no quiso”.
Elías, al igual que Daniel, vivía en intimidad con el Señor.
Desde que se levantaba hasta el final del día, decía: “Te amo,
Señor. Tú eres grande y poderoso”. Elías no le dio un curso
de cómo hacer milagros, no le dio cuatro tips para orar de
manera efectiva, sino que le enseñó a vivir en intimidad.
Porque, si así lo hacemos, Él siempre nos dará palabra. “Mis
ovejas oyen. Mi voz y me siguen”, dijo Jesús. ¿Cuál es nues-
tro trabajo con la gente? Guiarla. Tienes que pedirle a Dios:
“Señor, dime cómo los guío a que tengan una experiencia
contigo”. Dios te responderá: “Enséñales el lenguaje del
amor, a invocar, porque así les estarás mostrando cómo es-
tar en Mi presencia”. De eso se trata toda la vida cristiana,
de estar en intimidad, de tocar a Cristo.
Dios le dijo a Elías: “No te preocupes por Jezabel, ya ve-
rás cómo termina. Ve a ungir a Eliseo”. No les temas a tus

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enemigos, Dios se ocupará de ellos, solo sigue la guía del


Señor. Dios te dará gente hermosa que no entiende, pero les
soltarás la carga y los milagros ocurrirán.
Benny Hinn dijo una frase que no olvido: “Si tu hambre
es poca, tendrás poco de Cristo; si tu hambre es mucha,
tendrás mucho de Cristo”. Y no se trata de que te provo-
ques hambre por el Señor, Él es quien activa el hambre. No
tienes que esforzarte o hacer cosas, lleva esa idea al Altar.
San Agustín decía: “Te probé y ahora tengo hambre de ti”.
Cuando se estaban moviendo en el desierto, Moisés entraba
directamente al Lugar Santísimo. ¿Y sabes que hacía allí?
Esperaba que bajara la nube, que era la presencia de Dios.
Moisés esperaba a la nube, no era la nube la que esperaba
a Moisés. Y la esperaba el tiempo que fuera necesario, sin
excusas, sin apuros. Moisés esperaba, y la nube bajaba y le
daba la voz, le hablaba, le daba la carga. De no haber sido
así, ¿cómo habría sido posible liderar a un millón y medio
de personas en el desierto? El secreto es esperar al Señor y
decirle: “Señor, en Ti espero. Te necesito, no puedo vivir sin
Ti”.
En el desierto, todos iban detrás de la nube. Cuando ella se
detenía, el pueblo se detenía; cuando ella se levantaba y se
movía, todos avanzaban. La nube, que es la presencia de
Dios, se está moviendo. Hay un antes y un después de la
pandemia. La nube nos encerró en casa para tratarnos, para
que aprendamos a buscarlo a Él, pero ahora se está levan-
tando y se empieza a mover. El Señor te dice: “Quiero que
me sigas, porque te voy a guiar hasta la tierra de victoria y
de bendición. Quiero que me sigas, que me busques y que
me esperes con alegría”.

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Recuerda, el secreto es: en cuya presencia estoy. Ora al Cie-


lo conmigo: “Señor, te necesito. Quiero tocar Tu Presencia,
abrazarte, disfrutarte. Anhelo que me llenes de Tu voz. ¡De-
seo tanto experimentarte! Señor, crece en mí, envuélveme
en Tu nube, rodéame con Tu voz. ¡Estoy listo para soltar la
palabra! Amén”.

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Ejercicio 7
SEÑOR, PERFECCIÓNAME
EN MI HABLAR

Todo lo que me sucede, Dios lo usa para perfeccionar mi


intimidad con Él. Así que, cuando te suceda algo a lo largo
del día, pregúntale al Espíritu Santo: “¿Cómo estás usando
esto para perfeccionarme en mi intimidad con Cristo?”.
1. La primera voz del día será Él. Él será la primera per-
sona a contactar en el día.
2. Al terminar el día, Él será la última persona a con-
tactar, diciéndole que al dormir, mi espíritu estará
disfrutando y atento a Él.
3. Durante el día, en medio de las actividades, lo con-
tactaré a Él, ya sea al hacer algo, antes de hacerlo, o
después de realizarlo.
4. Mi oración será: “Señor, perfecciona mi hablar para
que todo lo que salga de mi boca sean Tus palabras,
Tu carga”.
“Que las palabras de mi boca sean todas en honor a Ti”.

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CAPÍTULO 8

La Palabra en acción

Los doce capítulos del Libro de Daniel son una sucesión de


situaciones en las que podemos ver al Señor obrar, a Cristo
Solución resolviendo cada uno de esos grandes problemas.
El secreto del profeta Daniel fue su intimidad con Dios. Pa-
blo escribió: “Una cosa hago, voy a Cristo”. ¿Cuántas cosas
hacía? Una: vivía a Cristo. Jesús le dijo a Marta: “Marta, es-
tás haciendo muchas cosas, y solo una tienes que hacer, la
que hizo María: vivirme, experimentarme”. Cada día, de
manera personal, tenemos que aumentar nuestra intimi-
dad con Dios.

Tenemos que tenerlo muy claro: nuestra tarea


es tocar la Presencia del Señor.

Nuestra tarea no es vivir para Él, sino vivirlo a Él. “Para


mí el vivir es Cristo”, aseguró Pablo, y Daniel, por su par-
te, estaba enfocado en la intimidad. Frente a cada proble-
ma que veía, Daniel sabía que el Señor lo estaba formando
para aumentar su intimidad con Él. Generalmente, cuando
tenemos un problema, le preguntamos: “Señor, ¿cómo lo
vas a resolver?”, pero Dios nos responde: “No me interesa

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resolverte el problema, de hecho, lo estoy permitiendo para


afinar nuestra relación”. O, por ejemplo, tienes una deuda y
la llevas a la Cruz: “Señor, te entrego esta deuda, cancélala”.
Pero Él dice: “No voy a cancelarla ahora, te estoy dejando
este problema porque quiero que tengas más intimidad
conmigo”. Mucha gente busca a Dios cuando está mal pero,
cuando está bien, ya no lo busca tanto. Es por eso que el Se-
ñor permite los problemas en tu vida y no los resuelve. ¿Por
qué no los resuelve? Porque expresa: “Si se los resuelvo, no
me busca más”.
El trabajo del Espíritu Santo es aumentar nuestra intimi-
dad para que conozcamos más a Cristo. Entonces, cuando
leemos un libro, lo que tenemos que ver es cuánto tocamos
de Cristo.

La agenda del Señor


¿Cómo tenía la intimidad Daniel? Él esperaba que Dios le
hablara. Dios pone en nuestro espíritu Su voz, Su Palabra,
para guiarnos. A esa palabra, como hemos visto en los ca-
pítulos anteriores, la llamamos carga. Lo cierto es que Dios
siempre está haciendo algo, Él siempre está hablando. Él
nos habla, nos da una palabra y, cuando la soltamos, Dios
acciona. Esta es la razón por la que Jesús dijo: “Todo lo que
pidas, Dios te lo va a dar si lo pides conforme a Mi deseo”.
No tenemos que poner nuestro deseo, sino oír Su deseo.
Dios va a darte palabras de guía que te dicen a dónde ir y
a dónde no ir. Por ejemplo, el Señor te dirá: “Ve al hospi-
tal a ver a esa persona”. Son como impulsos del espíritu,
pero no de angustia, sino que te van llevando de la mano. El

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Espíritu es un semáforo: te da luz verde y luz roja. Observa


cómo aprendió el apóstol Pablo:
Hechos 16:6-9: “Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia,
les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y
cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu
no se lo permitió. Y pasando junto a Misia, descendieron a Troas.
Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio es-
taba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos”.
Si todos tenemos que predicar, ¿por qué el Espíritu Santo le
dijo a Pablo que no predicara en Asia? Lo único que el após-
tol sabía hacer era predicar, pero el Espíritu le ordenó: “No
hables en Asia”. ¿Por qué? No lo sabemos. Probablemente
porque, si predicaba en Asia, lo iban a matar y hoy no ten-
dríamos las trece cartas que escribió. ¿Qué hizo Pablo en-
tonces? Cuando llegó a Misia, se fue para Bitinia, que estaba
hacia el norte. Cuando llegó, se dispuso a predicar, pero
otra vez el Espíritu se lo prohibió. En Troas, Dios le mostró a
Pablo una visión. Un griego estaba en pie diciéndole: “Ven a
Grecia; ayúdanos”. ¿Qué hizo Pablo? Se fue a Grecia. ¿Y qué
pasó en Grecia? Fundó la iglesia de Filipos, la más alegre y
llena de victoria del Nuevo Testamento. En Su agenda, Dios
no tenía pensado hacer nada en Asia, Dios quería hacer en
Macedonia. Por eso, le dijo: “Pablo, no vayas para Asia, no te
quiero allí, no está en Mis planes”. No se trata de que hagas
aquello que está bien, sino que hagas lo que Él quiere. No
importa si tu deseo es predicar, Dios tiene una agenda, un
día y una hora, y tienes que seguir esa agenda, no la tuya.
Pablo fue a Macedonia. Allí se bautizó el carcelero y sus se-
tenta familiares y, con Lidia, abrió una iglesia extraordina-
ria. La palabra nos dice a dónde ir y a dónde no ir. El Señor
te dirá, por ejemplo: “Ve para allá. Entrá en ese almacén”.

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Tal vez dices: “Pero, Señor, ese supermercado es muy caro”.


“No importa”, insiste el Señor, “entra y compra ahí”. Entras,
compras, haces la fila para pagar y, cuando llegas a la caja,
la cajera te comenta: “Estoy apartada”. Ahí te das cuenta de
que fuiste a ese lugar por ella. Dios tenía en Su agenda a esa
mujer y había un plan para ella.

“Padre, guíame, llévame donde Tú quieras”.

Felipe había generado un avivamiento, había hecho mila-


gros, había visto la gloria. Un día, Dios le habló: “Ve al de-
sierto”. Nadie se va de un avivamiento donde hay milagros,
prosperidad, gloria; sin embargo, Dios lo envió al desierto
en el que no había nadie. Allí estaba cuando pasó un carro.
Dios le indicó: “Acércate al carro”, y no le habló nada más.
Felipe se acercó, vio que un etíope estaba leyendo y le pre-
guntó: “¿Qué lees?”. El hombre le contestó que estaba leyen-
do Isaías 53. “¿Y entiendes lo que lees?”, preguntó Felipe. El
etíope le pidió que le explicara. Felipe se subió al carro, le ex-
plicó que el pasaje hablaba del Salvador, lo bautizó y África
se abrió para el Señor. Aquel fue el discipulado más rápido
de la historia. En cinco minutos, el etíope ya estaba bauti-
zado. ¿Cómo hizo Felipe? Se entregó. Dejó un avivamiento
para hablarle a uno. Pareciera que no fue un gran negocio,
pero ¿sabes adónde iba ese uno? Al continente africano. Era
la mano derecha de la reina. El etíope llevó el Evangelio a
África y, gracias a él, el cristianismo llegó a ese continente.
Dios te dirá a quién hablarle y a quién no hablarle, a dónde
ir y a dónde no ir.

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Cornelio era un soldado romano que amaba a Dios. Este


hombre no entendía mucho, estaba un tanto confundido,
pero ofrendaba y amaba a Dios. En una oportunidad, mien-
tras oraba, se le apareció un ángel y le dijo: “Ve a llamar a
Pedro”. Mientras los oficiales de Cornelio iban a buscarlo,
Pedro, que estaba en la casa de Simón, el curtidor, había
subido a la terraza a orar. De pronto, le dio hambre. Él creyó
que era hambre física, por lo que le pidió a Simón que le
preparara una comida para cuando terminara de orar. De
repente, cuando tuvo una visión. Vio el cielo abierto y algo
así como una sábana que contenía toda clase de cuadrú-
pedos, reptiles y aves. Y Dios le dijo: “Mata y come”. Pedro
respondió: “No, Señor, ahí hay cerdos y esos animales son
inmundos”. “Mata y come”, insistió el Señor (Hechos 10:11-
14). Pedro volvió a negarse. Quizás, él pensó que, como te-
nía tanta hambre, estaba siendo puesto a prueba porque
sabía muy bien que La Escritura le prohibía comer animales
inmundos. Súbitamente, mientras meditaba en aquella vi-
sión, Dios le indicó: “Te vienen a buscar. Ve con ellos”.
Hasta ese momento, Pedro solamente había ministrado a
judíos y a samaritanos, pero nunca a romanos porque se los
consideraba impuros. Esta es la razón por la que, normal-
mente, Pedro no dejaría entrar a hombres impuros a la casa
y tampoco se iría con ellos. Todavía estaba en la terraza,
cuando llegaron los hombres de Cornelio y preguntaron
por él. Pedro bajó. “Nuestro jefe nos ordenó buscarlo para
que venga a su casa”, le explicaron. Contra lo que era su
costumbre, el apóstol los hizo pasar y los invitó a dormir en
su morada. Al día siguiente, partieron temprano. Pedro no
entendía mucho, pero estaba siguiendo la carga. Cuando
llegó, se encontró con que Cornelio había reunido a todos

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los vecinos. Apenas entró, Cornelio se tiró a sus pies y lo


adoró. Rápidamente, Pedro le dijo: “¡No me adores! Yo soy
una persona igual que tú”. Cornelio le explicó: “Yo esta-
ba orando cuando un ángel me dijo que tenías que venir”.
Y Pedro empezó a predicarle: “Cristo murió en la Cruz y
resucitó, y está a la diestra del Padre, vestido de gloria, de
poder y de honor”. Mientras les estaba predicando, el Espí-
ritu Santo descendió y todos empezaron a adorar, a saltar, a
gritar “¡Aleluya! ¡Gloria!”, a invocar a Cristo en lenguas. Al
ver lo que estaba sucediendo, Pedro pensó: “¡Ahora entien-
do! ¡Dios no hace acepción de personas!”. Por primera vez,
alguien no judío recibía al Espíritu Santo. Después de diez
años de que Jesús le había dicho: “Ve por todo el mundo”, él
por fin había entendido que el Evangelio es para todos.
Dios te dirá a quién hablarle y, cuando te lo diga, obedece
porque, si Él te da una palabra, es porque está haciendo o
está por hacer algo glorioso.

La eficacia de Andrés
Andrés, el hermano de Pedro, solamente hizo tres cosas,
pero fue absolutamente eficaz. Veamos:

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Juan 6:9: “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de ceba-
da y dos pececillos [...]”.
¿Sabes quién trajo al niño con los panes? Andrés. Había diez
mil personas y no había nada para comer. Andrés estaba
recorriendo la montaña cuando el Espíritu Santo le indicó:
“Acércate a ese muchachito”. Se acercó y el niño le dijo: “Yo
tengo cinco panes”. “¿Te gustaría ofrendárselos al Señor?”,
le preguntó y el pequeño asintió. Andrés fue hasta Jesús y
le contó: “Acá tenemos cinco panes, pero me parece que no
alcanzan”. Ahí mismo se expresó el alma. “Me parece que
no alcanzan, pero algo me llevó a buscar al niño y traerte los
panes que me dio”. Jesús tomó los panes, los bendijo y estos
se multiplicaron. La voz de Dios te dirá a dónde y a quién.
Juan 12:22: “Felipe fue y se lo dijo a Andrés; entonces Andrés y
Felipe se lo dijeron a Jesús”.
Había ciertos griegos que querían ver a Jesús. ¿Quién se los
trajo? Andrés. Nadie le llevaba griegos a Jesús, porque Jesús
vino primero para los judíos, nunca salió de Israel. Israel es
más pequeña que la provincia de Tucumán (Argentina) y
el Señor nunca salió de ahí. Sin embargo, Andrés sintió que
le tenía que traer a los griegos. Eso era el anticipo de que
los gentiles también vendrían al Señor. Permite que Dios
te guíe, no vayas en piloto automático, ¡deja que Él te diga a
dónde y a quién!
Juan 1:41: “Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo:
Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo)”.
¿Sabés a cuántos evangelizó Andrés? A uno solo: su her-
mano. Pero ese uno, que era Pedro, ganó ocho mil. Dios te
guiará y te dirá: “Ahí tienes un Pedro”. Y ese Pedro traerá
un avivamiento. Por eso, no mires lo exterior y sigue lo que

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dice tu interior. La voz de Dios te guía para que sepas dónde


sí y dónde no, con quién sí y con quién no.

El rompimiento
Dios te dará palabras que, cuando las sueltes, provocarán
un rompimiento en alguien, traerán un milagro en alguien.
Jesús le dijo al paralítico: “Sé sano” y esa palabra fue un gol-
pazo a su enfermedad de treinta y ocho años. ¡Hay palabras
que son granadas del Espíritu!
David dedicó el Salmo 29 a este tema. Habla de la voz de
Dios siete veces y se refiera a ella como un trueno. Trueno en
hebreo es “rugido”. David compara la experiencia de la tor-
menta con la experiencia con el Señor y afirma que, a veces,
es una tormenta como la que tuvieron Job o Elías. En ciertas
oportunidades, Dios ruge. Eso es poder. ¡Hay palabras que
tienen poder!
Hace treinta años, el profeta Otoniel, que ahora está con
el Señor, ministraba a las personas una por una y les daba
palabra profética. Pasábamos diez horas así todos los días.
Recuerdo en una oportunidad, cuando se fue la última
persona y quedamos Alejandra, Otoniel y yo, le comenté:
“Bueno, Otoniel, ¡terminamos!”. Él me miró y me dijo: “Ber-
nardo, así dice el Señor...”, y me empezó a soltar una palabra.
Sentí que me pegaba, comencé a llorar y me caí al piso. Él me
seguía hablando, ni recuerdo qué me dijo, pero yo pensa-
ba: “¡Basta, basta, basta! ¡Por favor!”, porque era como si me
estuviera dando golpes de puño. En un momento, no sentí
nada más. Me había muerto en el espíritu porque, cuando te
mueres, ya no sientes nada; solo gloria, porque ese es el trato
de Dios. Eso fue el Salmo 29 que dice así:

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Salmos 29:3-5: “Voz de Jehová sobre las aguas; truena el Dios de


gloria, Jehová sobre las muchas aguas. Voz de Jehová con potencia;
voz de Jehová con gloria. Voz de Jehová que quebranta los cedros;
quebrantó Jehová los cedros del Líbano”.
David analiza la voz de trueno. Menciona al Líbano, eso es
el norte, y a las muchas aguas, eso es el Mediterráneo. En
otros versículos habla del este y del sur. Es decir, la voz de
trueno sale, da la vuelta al mundo y regresa. Porque la voz
no se limita a un lugar. No importa donde estés, suelta lo
que Dios te puso, porque alguien en algún lugar será libre,
algo derribará y provocará un rompimiento.
“Voz de Jehová que quebranta los cedros”. Leí que los cedros
viven dos mil años y son árboles muy fuertes, pero la voz de
Dios los quiebra. Los cedros son la deuda, la enfermedad,
las ataduras; Dios te soltará una palabra que, cuando la de-
clares sobre tu vida o sobre la vida de otro, tú o esa persona
serán libres en el nombre poderoso de Jesús. ¡Señor, rompe
en nosotros todo cedro!
Hace algunos años, asistí a un congreso en Dallas. En la
iglesia había unas seiscientas personas. El pastor empezó
a predicar. Yo estaba a un costado, junto con otros pastores.
En la plataforma, el pastor predicaba y ministraba: “Dios
te va a levantar”, pero la gente estaba quieta, como muerta.
Media hora después, como no ocurría nada, pidió: “¡Que
vengan los músicos!”, y empezaron a adorar. La gente per-
manecía quieta, inmutable. Al ver lo que estaba pasando,
sufrí por el pastor. ¡La gente parecía muerta! El pastor oró,
predicó, ministró, cantó, adoró… pero nada, todos seguían
quietos. En un momento, el hombre bajó del escenario y
empezó a decirles uno por uno: “¡Recibe, recibe!”. De golpe,
cayó una gloria que nos hizo llorar a todos. Comenzamos a

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adorar y la gente se puso de rodillas. Los seiscientos empe-


zaron a confesar pecados. Había un espíritu de temor que
me hizo pensar que moriríamos todos ahí de tanta gloria.
Nunca en mi vida experimenté una reunión así. ¡Eso fue un
rompimiento! Dios nos dará una palabra de rompimiento.
Le diremos la palabra justa a alguien y la persona será sana,
será libre, porque lo que soltaremos será la carga: lo que
Dios quería hacer.

El despertar
La Palabra de Dios guía, rompe y, en tercer lugar, despierta.
Dios te da palabras que te despiertan. Isaías declara: “Des-
pierta tu oído y oirás la voz de los ángeles”. Hay gente que
no oye la voz de Dios porque tiene el oído dormido. Termi-
na la reunión y enseguida comienzan a hablar del partido
de fútbol o de qué van a cenar esa noche. No hablan de lo
que Dios hizo, porque tienen el oído dormido. Zacarías es-
taba durmiendo cuando el ángel lo despertó y le preguntó:
“¿Qué ves?”. Y es que hasta que no despertamos, no tene-
mos visión, estamos dormidos. Esta es la razón por la que
la intimidad no se obtiene por enseñanzas, sino por expe-
riencia. Tenemos que despertar. ¡Levántate, tú que duer-
mes! Respecto a esto, observemos lo que le sucedió a Jacob:
Génesis 28:16: “Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: Ciertamen-
te Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía”.
¿Cuándo supo Jacob que Dios estaba ahí? Cuando despertó.
¿Qué es despertar? Tener hambre. Sabemos que estamos
despiertos cuando tenemos hambre por las cosas del Se-
ñor, cuando tenemos ganas de pasar tiempo con Él, cuando

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sentimos el deseo de leer La Palabra, cuando lo anhelamos


a Él, cuando queremos experimentarlo, tocarlo.
Hechos 12:7 narra que el ángel tocó a Pedro, lo despertó, y le
dijo: “¡Levántate, que la puerta ya está abierta!”. ¡La puerta
de tu cárcel acaba de ser abierta por el ángel de Dios! ¡Des-
pierta tu oído para oír la voz de los sabios! ¡Despierta tu
visión para ver la gloria! Ora a Dios: “¡Señor, despiértame,
dame hambre por Ti!”. Cuando despiertas, tienes hambre
por vivir al Señor.
Ciro había firmado un decreto por el cual todos los judíos
podían volver a su país. Además, les había dado dinero para
que construyeran un templo en Jerusalén. Sin embargo, los
israelitas no lo sabían. Es por eso que Dios envió a Hageo
y a Zorobabel, y les dijo a Josué y al sacerdote: “Dios tiene
todo provisto. El rey escribió que todo lo que necesitamos es
nuestro”; recién entonces se despertó el espíritu del pueblo.
Debes saber que el Rey ha escrito bendición tras bendición,
tras bendición. Es mi anhelo que despiertes y tomes todo lo
que Él escribió. Pídele a Dios que abra tu espíritu al hambre.

Las setenta semanas


Daniel tenía ochenta y cinco años y estaba buscando más
del Señor. Al leer a Jeremías, descubrió que el cautiverio
iba a durar setenta años. Ya llevaban sesenta y ocho años
en Babilonia. El tiempo casi se había cumplido, pero de to-
dos modos se preguntó: “¿Desde cuándo contamos setenta
años? ¿Desde que llegué a Babilonia, desde que trajeron a la
segunda camada o desde que llegó la tercera?”. Daniel no
lo tenía claro, por lo que buscó al Señor. “Señor”, le dijo, “Tu
Palabra dice que vinimos a Babilonia por el pecado, pero

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que vamos a ser liberados. Dime cómo y cuándo”. Y empezó


a orar y a entregar en el Altar. Mientras estaba orando, llegó
el ángel Gabriel, quien ya lo había visitado tres años atrás.
Preparémonos, porque antes de que terminemos la oración,
el ángel vendrá con la respuesta. Mientras todavía oremos,
el milagro sucederá; mientras estemos soltando la palabra,
la prosperidad nos visitará. Durante la oración y la adora-
ción, Dios nos traerá la respuesta en el Nombre del Señor.
El ángel le dijo: “Daniel, muy amado, me envía el Señor para
darte la respuesta, pero no te voy a decir cuántos años fal-
tan para que vuelvan a Babilonia, te voy a contar toda la
historia de la humanidad, hasta el último día, hasta el fin
de la Tierra”. Y aquí hay algo bello: cuando busques a Dios
con hambre, Él te dará mucho más de lo que le has pedido.
En hebreo, setenta semanas son setenta veces siete, es de-
cir, cuatrocientos noventa años. “Daniel”, dijo el ángel, “el
mundo se terminará en cuatrocientos noventa años ”.

El ángel le explicó a Daniel: “Daniel, cada semana es un


año. Pasarán 7 semanas —es decir, cuarenta y nueve años—
desde la firma del decreto hasta que se termine el muro de
Jerusalén. Después de que se termine el muro de Jerusalén
hasta la muerte de Cristo, pasarán sesenta y dos semanas,

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es decir, 430 años”. Algunos historiadores aseguran que,


desde que el ángel le habló a Daniel hasta la muerte de Cris-
to, pasaron exactamente cuatrocientos treinta años. “Des-
pués, pasará una semana —siete años— y llegarán el anti-
cristo, la guerra, el caos. Cristo vendrá y terminará todo”. Y
el ángel continuó: “Pero entre la semana sesenta y dos y la
última semana, habrá un descanso que es la gracia”. Allí es
donde estamos nosotros. Tú y yo estamos en el descanso de
la gracia. Pronto vendrán los últimos siete años de la histo-
ria. El mundo irá de mal en peor, pero sobre nosotros será
vista la luz del Señor. ¿Y cuándo será eso? No lo sé, tampoco
importa. Lo que sí sé es que nosotros vamos a caminar de
gloria en gloria y de victoria en victoria. ¡Gloria al Señor! Lo
que Dios le estaba diciendo es: “Daniel, Yo no solo tengo tus
setenta años, tengo toda la historia de la humanidad en Mis
manos”. Ya no te preocupes por el futuro, porque Dios tiene
tu futuro y el futuro de la historia de la humanidad en Sus
manos, ¡y nadie te va a separar del amor del Señor!
Teresa de Ávila, una mística del siglo XVI, compartió una
imagen hermosa. Ella escribió: “Puedes regar un terreno
usando un balde, aunque te vas a cansar. También puedes
poner la bomba hidráulica y no hacer esfuerzo para que el
agua riegue el terreno, pero va a llegar un momento en el
que vas a depender de la lluvia, de la Presencia de Dios”.
Tengo una buena noticia: la lluvia temprana y tardía acaban
de soltarse para nosotros. ¡Descansa en el Señor!
La nube dentro de mí
En el capítulo anterior hablé de Elías. Todo el libro de Elías
es la carga: “Ve al arroyo”, le dijo Dios, y él fue al arroyo. Al
tiempo, el arroyo se secó, pero Elías no se fue. ¿Por qué no
se fue si el arroyo estaba seco? Porque dijo: “Hasta que Dios

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no me diga que me vaya, no me voy”. Otro día, Dios le dijo:


“Ve a la casa de la viuda”. La mujer no tenía ni siquiera para
comer, pero Elías no se quejó. Ella le dijo: “No tengo comi-
da” y él le respondió: “Acá no va a faltar nada, porque Dios
me dijo que habría provisión”. La casa se llenó de la carga
y durante un año produjo harina y aceite. Elías no hablaba
lo que veía, sino lo que Dios le había dicho. Posteriormente,
Elías ungió a Eliseo y permaneció con él trece años. Siem-
pre me pregunté cómo Elías discipuló a Eliseo, porque este
hizo el doble de milagros que Elías. Y encontré la respuesta :

Dos veces Elías pronuncia la frase: “en cuya Presencia es-


toy”. Elías estaba en la Presencia. ¿Dónde estás ahora mien-
tras lees este libro? En la Presencia. ¿Y cuando termines de
leer y te vayas? En la Presencia. ¿Y cuando subas al colecti-
vo? En la Presencia. ¿Y cuando entres en el supermercado?
En la Presencia. ¿Y cuando tu hijo o tu pareja te alteren? En
la Presencia. Eso mismo le sucedía a Elías: él estaba en la
Presencia todo el tiempo.
¿Cómo formó Elías a Eliseo? ¿Le dio cuatro tips para mila-
gros de poder? No. Le enseñó intimidad.

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10 días experimentando el libro de Daniel

Eliseo, por su parte, también usó dos veces la misma frase


que utilizaba Elías. Y es que el secreto, como hemos visto
que experimentaba Daniel, es la intimidad con el Señor: ha-
blarle a Él de Él. Por eso, dile: “Señor, ¡despiértame!”. ¿Qué
significa estar despierto? Tener hambre. Es sencillo darse
cuenta de que una persona tiene hambre: si no se congrega,
no tiene hambre. No se puede vivir con la cabeza de Cristo
sin estar en el Cuerpo de Cristo. Cuando tienes hambre,
todo pasa a segundo plano. De Witness Lee aprendí algo
muy importante. Él dice: “Tu hambre marcará si serás su-
perficial o profundo”, y da un ejemplo: “El libro de Núme-
ros empieza con la formación de un ejército y termina ha-
blando de la herencia que Dios le dio a ese ejército. Si tienes
poca hambre, con eso ya es suficiente. Ahora, si tienes mu-
cha hambre, te vas a sumergir más profundo, pero no para
saber o para conocer, sino para explorar como si estuvieras
en una mina”. Cuando el Señor nos dio el tema de la carga,
pensé que en una prédica lo iba a tratar, pero el Señor me
dijo: “Métete más, Bernardo. Apenas estás arañando la su-
perficie del asunto”. Así, aprendimos que la carga nos guía
y produce un rompimiento. Descubrimos la carga que le
dio a Elías y que todo lo que aprendió Eliseo no fue porque

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tomó el manto, sino porque estaba en la Presencia, en la


intimidad con el Señor.
Cuando viene el hambre, viene la profundidad. Dios usará
tus obstáculos para perfeccionar tu intimidad. Dios usará
tus problemas para perfeccionar tu intimidad. Por ejemplo,
enfrentas un problema en el trabajo y oras: “Señor, resuél-
veme ese conflicto”; lo que tienes que decirle es: “Señor, an-
tes de que resuelvas este conflicto, quiero que perfecciones
mi relación Contigo”. Dios puede resolver el problema, pero
lo está permitiendo para perfeccionar tu relación con Él. A
Dios no le interesan los problemas, porque para Él son nada;
lo que sí le interesa es que nuestra relación con Él mejore, sea
más dócil, más sensible, más linda, más fresca, más viva.
Mientras el pueblo de Dios se movía, Moisés entraba di-
recto al Lugar Santísimo. ¿Y sabes que hacía allí? Esperaba
que bajara la nube, que era la Presencia de Dios. Moisés es-
peraba a la nube, no era la nube la que esperaba a Moisés. Y
la esperaba el tiempo que fuera necesario, sin excusas, sin
apuros. Moisés esperaba, y la nube bajaba y le daba la voz,
le hablaba. Pero Moisés murió y Josué no tuvo nube, por
eso su vida fue de menor calidad que la de Moisés. Cuando
Josué murió, las tribus se dividieron y vinieron los jueces.
El pueblo se peleaba, se arrepentía, se consagraba, se volvía
a pelear. Entonces, Dios levantó a Gedeón, a Débora, a Oto-
niel, a Sansón. Los israelitas se apartaban, se arrepentían
y volvían al Señor. ¡Eran como nosotros! Cuando tenemos
un problema, vamos a Dios y le decimos: “Te adoro, Señor”;
pero, cuando el problema se resuelve, ya no nos congrega-
mos. Hasta que llega otro problema… “Volví. ¿Me puedo
anotar en más de un equipo? Es que necesito mucha ora-
ción”, decimos.

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Después vinieron David y Salomón. Y la nube volvió a apa-


recer, pues ellos la trajeron. Pero murió Salomón y la nube
se fue. Entonces surgieron Isaías, Jeremías, Ezequiel, Da-
niel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm,
Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. No había
nube. Luego, llegó Juan el Bautista, pero la nube no estaba.
Hasta que vino Cristo, quien subió a la montaña, se transfi-
guró y la nube bajó. Cristo les dijo: “Me voy en la nube, pero
voy a volver en una nube, y todo ojo me verá”. La venida de
Cristo será un evento mundial. Desde todos los lugares del
mundo, todos verán venir al Cristo de gloria. ¿Dónde está la
nube hoy? Dentro de ti y de mí. La nube es Cristo, la Presen-
cia de Dios. Tenemos que seguir a la nube, tenemos que se-
guir la Presencia de Dios y decirle: “Señor, guíame. Quiero
obedecerte, quiero seguirte, quiero honrarte, quiero amar-
te, quiero que Tú seas todo para mí”. Busca la nube, síguela
y deja que ella te llene, te guíe, te levante y te bendiga.
No te vayas de la Presencia, permite que el Señor te guíe.
No tengas miedo y suelta la carga. Permite que el Espíritu
te ministre. ¡Verás que pronto habrá un aumento de gloria
del Señor!

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Ejercicio 8
HABLARLE A ÉL DE ÉL

Nuestra atención debe salir de nosotros e ir hacia Él.


Hablarle a Él de Él. David le hablaba todo el día a Él. En los
Salmos, habla tres lenguajes:
1. El lenguaje de la necesidad:
“Oye la voz de mis ruegos”.
“Señor, te necesito, te anhelo”.
“Líbrame en tu justicia”.
“Acude y líbrame”.
“Clama por Ti mi alma”.

2. El lenguaje del amor:


“Te amo”.
“Eres el más hermoso”.
“De mañana sáciame de tu amor”.
“Tu bondad y misericordia nunca fallan”.
“Son preciosos tus pensamientos”.
“No hay para mi bien fuera de Ti”.

3. El lenguaje de poder:
“Eres rey eternamente y para siempre”.
“Eres altísimo y temible”.
“Digno de suprema alabanza”.
“Tuyo es el brazo potente”.

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10 días experimentando el libro de Daniel

“Asombrosas son Tus obras”.


“Grande es Tu Nombre”.
El ejercicio consiste en hablarle a Él con estos lenguajes y
también con las frases que Él ponga en tu corazón. Deja
que Él mismo te diga qué lenguaje declararle y permite que
surjan nuevas frases. Hazlo de corazón, en todo momento.

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CAPÍTULO 9

Cuando la respuesta tarda en llegar

Ya casi estamos llegando al final del Libro de Daniel. Y en


estas páginas aprendimos que, para cada problema, hay
un Cristo que resolverá y operará sobre esa situación. A
Daniel, lo llevaron de Israel a Babilonia a los catorce años
y lo pusieron en la corte. Nunca regresó a Israel y murió en
Babilonia a los noventa. Pasó por siete reyes y por dos im-
perios (babilónico y medo-persa), pero siempre estuvo en
victoria. El secreto de Daniel fue la intimidad. Él nos ense-
ñó que, si tenemos intimidad personal con el Señor, no hay
ley, no hay tiempo, no hay dificultad que nos puedan derri-
bar, porque mayor es el que está en nosotros que todos los
que están afuera. Cuando Daniel tenía intimidad, tocaba la
Presencia de Dios. Él no tocaba un vientito, un fueguito, un
estremecimiento, sino a una Persona: Cristo.

Daniel experimentaba al Señor.

Cuando el Señor nos salvó, no lo hizo para que estudiemos


La Biblia —aunque necesitamos hacerlo—, ni para que ha-
gamos un curso, ni para que nos perfeccionemos; Él nos
salvó para que vivamos a Cristo. Nuestro objetivo no es

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adquirir conocimiento, sino vivir a Cristo para que, cuando


estudiemos La Palabra, lo toquemos a Él. Mucha gente sabe
La Biblia de memoria, pero no experimenta al Señor, no tie-
ne experiencias frescas con Él. El Señor tampoco nos salvó
para servir. Muchos son fanáticos del servicio, pero Dios no
nos llamó a servir, sino a vivir a Cristo, a estar con Él, a tener
intimidad con Él. Tristemente, la gran mayoría de la gente
que sirve no tiene vida espiritual porque cree, equivocada-
mente, que servir es experimentar al Señor. Aunque servir
es bueno, Dios no nos llamó a eso, nos llamó a estar con Él, a
disfrutarlo a Él, a tocar Su Presencia cada día.
Dios no nos llamó a estudiar, ni a servir, y tampoco nos lla-
mó a mejorar. Solemos orar: “Señor, ayúdame, restáurame,
sana mi matrimonio, hazme feliz”, pero Dios no nos llamó
para que seamos parte de la familia Ingalls. Dios nos llamó
para vivirlo a Él. Por supuesto que es necesario conocer Su
Palabra, por supuesto que tenemos que servir, por supuesto
que es bueno ser sanado. Pero no es para nada de eso que el
Señor nos llamó.

Dios nos llamó a tocar Su Presencia.

El Señor no vino a cambiar nuestro comportamiento, a en-


señarnos a portarnos bien, Él nos llamó a vivirlo, a experi-
mentarlo a Él. ¿Para qué nos congregamos? ¿Para escuchar
un mensaje? No, nos reunimos para experimentar a una
persona. Por eso, si vas a la iglesia y escuchas el mensaje,
pero no tocas a Cristo, perdiste el tiempo. Si expresas: “¡Qué
lindo mensaje!”, pero no tocaste al Señor, no lo experimen-
taste a Él, entonces no sirvió para nada. Muchas personas

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El Cielo Gobierna

comentan: “Hoy aprendí mucho”, O: “Qué bien que toca-


ron los músicos”, pero no se trata de que aprendas o de que
los músicos toquen bien, sino de que toques la Presencia.
Toda tu vida tiene que estar centrada en tocar la Presencia
porque, si vives en intimidad, toda tu vida terminará en
victoria.

Consejos en La Palabra
¿Qué ocurre cuando le hablas a Él, cuando lo adoras a Él,
cuando lo disfrutas a Él, cuando tocas Su Presencia? Él te
habla. El Señor siempre está hablando y, ese hablar, como
aprendimos, se llama carga. La carga es la voz de Dios.
Cuando el Señor te habla, pone una carga en tu espíritu.
La voz de Dios se llama carga porque tiene un peso. No se
trata de un peso de angustia ni de culpa, sino de un peso de
gloria. Siempre que Dios habla, Su voz tiene gloria. Cuando
el Señor habla, hay estruendos en los Cielos y en la Tierra.
Dios te da Su voz en tu espíritu, y eso es un peso en ti, pero
un peso agradable. Ahora bien, esa carga tiene que ser li-
berada. Esta es la razón por la que, cuando Dios te habla,
te pone un nombre, un pasaje, una idea, para que alguien
la tome y Él haga la obra. Cuando sueltas la palabra, estás
repitiendo en la Tierra lo que oíste en el Cielo. Dios te habla
desde el Cielo a tu espíritu y, luego, repites lo que Él te dijo.
Aprendimos también que, en las aguas profundas, ya no
oramos lo que nosotros queremos, sino lo que Dios nos dice
que debemos orar. Orar no es hablar con Dios y decirle lo
que tú tienes ganas de decirle, sino que Él te diga lo que está
haciendo o lo que está por hacer. Es decir, que te dé Su Pala-
bra. Por eso, tienes que entrenarte en oír la voz, la carga, y en

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soltarla, porque la carga siempre funciona. Esta afirmación


se manifiesta claramente en la vida de Elías. ¿Por qué? San-
tiago nos da el secreto:
Santiago 5:17: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a
las nuestras, y oró fervientemente [la oración] para que no lloviese,
y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses”.
Elías era un hombre como nosotros, pero oró fervientemen-
te. En griego, la palabra “fervientemente” es “oración”. Di-
cho de otro modo, lo que La Escritura está diciendo es que
Elías, literalmente, oró la oración. ¿Quién le dio la oración?
Dios ¿Y él que hizo? Oró la oración que Dios le había dado.
Orar es hablar. Elías hablaba lo que Dios le hablaba. Cuando
hablas lo que Dios te habla, lo que digas siempre va a fun-
cionar. Por eso, nuestra tarea es decirle: “Señor, ¿qué quieres
hacer hoy?”. Necesitamos oír Su carga para saber qué es lo
que el Señor quiere o va a hacer en ese momento.

Orar es hablar lo que Dios nos dijo.

Quisiera compartirte a continuación algunos consejos que


nos dan en La Palabra personas que sabían oír y soltar la
carga. Hoy nos van a discipular Eliseo, Pedro y Moisés. Te
invito a aprender de estos hombres de Dios que caminaron
en aguas verdaderamente muy profundas...

Eliseo
2 Reyes 13:21: “Y aconteció que al sepultar unos a un hombre,
súbitamente vieron una banda armada, y arrojaron el cadáver en

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El Cielo Gobierna

el sepulcro de Eliseo; y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de


Eliseo, revivió, y se levantó sobre sus pies”.
Siria estaba atacando a Israel. Un grupo de judíos estaban
por enterrar a un ser querido, pero, de pronto, vieron una
tropa siria armada. Rápidamente, arrojaron el cadáver en
el sepulcro de Eliseo y huyeron. Cuando el muerto tocó
los huesos del otro muerto, abrió los ojos, revivió. ¡Incluso
muerto Eliseo estaba ungido! Dios te ungirá hasta el últi-
mo día de tu vida. Los años que vienen no son peores, sino
mejores en el nombre poderoso del Señor porque, hasta el
último día de vida, la gloria de Dios estará en tu cuerpo, tu
alma y tu espíritu. Por eso, ya no estés preocupado por el
futuro; este será con unción, con gloria, ¡y hasta en la tumba
estarás lleno de la Presencia del Señor!

Llegarás hasta el final lleno de gloria.

Cuando Dios te unge, lo hace hasta el final. Los imperios


nacen, crecen y mueren; las emociones nacen, crecen y
mueren; los negocios nacen, crecen y mueren; el ser huma-
no nace, crece y muere. Pero la gloria del Señor permanece
para siempre. Incluso en la tumba, Eliseo portaba la gloria
del Señor. Prepárate porque, aun de viejo y de muy viejo,
la gloria del Señor estará en tu vida. A Eliseo se le había
prometido que haría el doble de milagros que Elías. Pero al
día de su muerte, se registraban solo trece. Sin embargo, la
Palabra soltada debía cumplirse.
El hecho es que, al tocar el muerto al cuerpo de Eliseo, este
volvió a vivir. De esta manera, la carga soltada fue precisa:
Eliseo hizo el doble de milagros que Elías.

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10 días experimentando el libro de Daniel

Si Dios te dio palabra, si te dio carga, esa carga se va a cum-


plir sí o sí. ¡Aférrate a la palabra de vida porque sí o sí esta
se cumplirá!
A George Müller, Dios le respondió un millón y medio de
oraciones. Müller oraba y Dios respondía. ¿Por qué? Porque
Él había aprendido a orar la carga. En una de sus biografías
relata que todas las personas por las que oró se convirtie-
ron. Todas menos una. Cuando murió, un hombre por el
que había orado no se había convertido. Pero finalmente se
convirtió. ¿Sabes dónde? ¡En el velatorio de Müller! Estando
muerto, Dios le contestó la oración. Tienes que saber que
todo lo que el Señor nos suelta en Su Palabra se va a cum-
plir, porque Dios no es hijo de hombre para mentir ni para
arrepentirse, y lo que Él dijo así será en el nombre poderoso
de Jesús.
Entonces, ¿por qué resucitó ese muerto? para que se cum-
pliera el número de milagros que haría Eliseo, pero tam-
bién por otra razón. Siria estaba atacando a Israel. Los sirios
eran asesinos y el ejército israelita iba perdiendo. El pueblo
de Israel giraba alrededor de la vida de Eliseo y ahora el
profeta estaba muerto. Por todo esto, Joás, el rey de Israel,
estaba muerto de miedo. Pero, de pronto un día, apareció
caminando aquel hombre muerto cuyo cadáver había caído
sobre Eliseo. ¡Imagina la sorpresa! ¿Cuál fue la enseñanza
que Dios les mandó? “Eliseo murió, pero Yo no he muerto”.
Dios te dice: “Se te murió gente, pero Yo no me morí; per-
diste cosas, pero Yo no me morí; te traicionaron, pero Yo no
me morí. ¡Yo sigo existiendo! ¡Mi poder sigue existiendo!”.
No hagas girar tu vida alrededor de Eliseo. Eliseo se murió,
pero la vida de Dios continúa funcionando en ti. Cuando

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El Cielo Gobierna

vieron al muerto resucitado, todos dijeron: “¡Nuestro Dios


está vivo!” y cobraron ánimo.
Ahora bien, ¿qué nos enseña Eliseo sobre la carga? Que es
para cualquiera. Cualquier persona que recibe una carga
recibe al Hijo. No necesitas ser un Eliseo, un gran hombre o
una gran mujer de Dios, la carga es para cualquiera que to-
que la Presencia y se levante. ¡Y por donde camines serás un
testimonio de la gloria del Señor! El muerto resucitado era
un desconocido, ¿y cuántos milagros hizo? Ninguno. ¿Qué
poder tenía? Ninguno. ¿Qué sabiduría tenía? Ninguna. Lo
único que hizo fue estar vivo. Imagino el diálogo que este
hombre debe haber tenido con sus amigos después de ha-
ber vuelto a la vida: “¡Me morí y me arrojaron por ahí!”. Es
probable que le hayan respondido: “Amigo, es que venían
los sirios armados”. Aquí hay un mensaje: incluso el ene-
migo nos acabará bendiciendo porque Dios guiará todos
los ataques para que termines levantándote en la vida del
Señor. Así, sin importar si eres un desconocido, una perso-
na común, serás un testimonio vivo de la gloria del Señor.
La carga, la voz de Dios, es para ti. Durante años, cuando
nos visitaba un profeta, todo el mundo corría a escucharlo.
Ahora, la carga esta en ti y, si el profeta viene, te confirma-
rá lo que Dios ya te dijo. Él quiere hablarte a ti para que te
levantes, camines y le digas a la gente: “Eliseo murió, lo
extrañamos, pero Dios no murió. El Señor sigue estando. ¡Él
sigue funcionando!”. Mucha gente llora por personas que
partieron, pero ya es tiempo de que dejes de llorar, porque
ellos se fueron, pero Dios no se fue. La carga es para todos,
incluso para quienes recién se convirtieron. No importa si
eres nuevo, si no entiendes mucho, si tocas la Presencia, la
unción va a funcionar.

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10 días experimentando el libro de Daniel

Pedro
Lucas 5:3-4: “Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era
de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose,
enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de ha-
blar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para
pescar”.
Pedro había estado intentando pescar toda la noche, pero
no lo había logrado, por lo que había vuelto a la orilla y es-
taba empezando a lavar las redes. En ese momento, vino
el Señor y le pidió la barca. “Alejémosla un poco de tierra,
porque voy a enseñar desde acá”, le anunció. Pedro alejó la
barca y Jesús se sentó a enseñar desde la barca a la multitud.
Cuando terminó de hablar, le ordenó a Pedro: “Boga mar
adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Todos conocemos
la historia. Pedro había estado tirando las redes toda la no-
che, había trabajado mucho, se había esforzado. Él era un
pescador experimentado y muy trabajador, pero no había
pescado nada. No sabía qué más hacer. Hay quienes me co-
mentan: “Bernardo, ya hice de todo, no sé qué más hacer”; y
yo les respondo: “¿No sabés que más hacer? ¡Gloria a Dios!
Ahora permite que el Señor se siente en tu barco, porque eso
(el Señor sentado en tu barca) es intimidad”. Cuando tengas
intimidad con Dios, tu barco irá a buscar todas las prome-
sas que Él te hizo. Y es que, sin la Presencia del Señor, un
barco, una red, trabajo y experiencia no sirven. En cambio,
con la Presencia de Dios, las redes se rompen de bendición
porque es la intimidad la que marca la diferencia.

La intimidad es la que te da la carga.

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El Señor se sentó en la barca y le habló a la multitud, pero la


carga se la dio a Pedro. ¿Cuál fue la carga? “Boga mar aden-
tro y echa las redes”. De toda esa multitud, el único que se
llevó el milagro fue Pedro. ¿Y los demás? Ellos no recibie-
ron la carga porque simplemente estaban escuchando. Pro-
bablemente, dijeron: “¡Qué lindo mensaje! ¡Qué simpático
es Jesús!”, pero después de que terminó de hablar, el Señor
pasó a ser un decorado. Pedro, sin embargo, tomó la carga.
¿Por qué le dio la carga a Pedro? Porque él le prestó el barco.
Aquella barca era su vida y, cuando Jesús vio que lo dejó
sentar en su barco (en su vida), dijo: “Como me dejaste tener
intimidad, ahora te voy a dar Mi Palabra”. Siempre que ten-
gas intimidad con Dios, te vas a llenar de Su voz.
“Boga mar adentro”, ordenó el Señor. A Pedro se le manifes-
tó la carne y contestó: “No pescamos nada en toda la noche,
que es la mejor hora para pescar, pero en Tu palabra lo voy a
hacer”. Pedro pudo haberle contestado: “Perdóname, pero
tú eres un carpintero. ¡Acá el pescador soy yo! Ya lavamos
las redes... No voy a salir a pescar otra vez”. Sin embargo, él
vio que esa palabra le generó una carga y dijo: “No pesca-
mos nada en toda la noche, estamos cansados, frustrados,
y nos queremos ir a casa; pero me diste una palabra que
me empuja a obedecer. Lo voy a hacer en Tu nombre”. ¿Te
imaginas lo que deben haber pensado los discípulos? “¿Qué
estamos haciendo? ¡Pero si recién llegamos!”. “Sí”, segura-
mente respondió Pedro, “pero ahora vamos a tirar la red en
la palabra de Jesús”. Cuando lo hicieron y dijeron que lo ha-
cían “en el nombre de Jesús”, todos los peces se metieron en
la red. ¡El Señor los estaba llamando! La Escritura narra que
las redes se rompían por el peso. Tanto fue así, que tuvieron
que pedir ayuda a otra barca.

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10 días experimentando el libro de Daniel

¿Qué nos enseña Pedro? Que la carga, la voz de Dios, siem-


pre viene después de la intimidad, siempre funciona y
siempre trae redes rotas de abundancia. Después de esa
pesca milagrosa, cuando llegaron a la orilla, Pedro dejó
todo y se postró. “Señor”, dijo, “apártate de mí, porque soy
pecador”. Dejó todo porque no se enamoró de la bendición
o de la carga, sino del Dador de la palabra. No te enamores
de tu salud, enamórate del que te dio la palabra que te sanó.
Las bendiciones se disfrutan, no se aman. ¡Enamórate del
Señor, no de las bendiciones!
Pedro nos enseña que, si tenemos intimidad, el Señor nos
va a hablar y lo que nos hable, nos traerá victoria. La voz de
Cristo funciona a cualquier hora y para cualquier situación.
Las cargas que Dios te da son para hacer negocios brillan-
tes, para avanzar, para ver milagros, para bendecir, para
viajar, para tener victoria, porque Él dice que, en todas las
áreas, todo lo que hagamos nos va a salir bien.
Tal vez soltaste una carga hace tres días, y eso está muy
bien, pero tienes que soltar muchas cargas todos los días.
Pídele al Señor: “Dame una carga” y, cuando te la dé y la
sueltes, pídele otra. Mientras estés trabajando, dile: “Te
amo, te adoro”, y tendrás intimidad. El Señor vendrá, te
encontrará y te dará Su palabra. De este modo, mientras
tú sueltas una carga en Buenos Aires, otras personas suel-
tan sus cargas en China, en Estados Unidos, en Canadá, en
Paraguay. Hay millones de creyentes que, ahora mismo y
simultáneamente, están hablando las cargas que Dios les
dio. ¡Eso es el estruendo de las muchas aguas! La voz de
Dios no tiene tiempo, ni tiene espacio, porque el Señor vive
en el tiempo y fuera del tiempo, ya que ni el tiempo ni el no
tiempo lo pueden contener. Dios vive en Argentina, pero es

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más grande que la Argentina. Dios vive en el planeta Tierra,


pero el planeta Tierra no lo puede contener, porque Él habla
acá y allá, habla ahora, habló ayer y hablará mañana. La voz
de Dios es multitudinaria.
Pedro nos enseña que Dios nos habla a toda hora. La pa-
labra funciona a toda hora, en todo lugar y para cualquier
situación. Y eso nace de la intimidad. La carga viene de la
intimidad y siempre trae victoria.

Moisés
Cuando Moisés se iba a la montaña a tener intimidad con
Dios, se cubría el rostro. Llegaba a la montaña y se descu-
bría. Adoraba y Dios le daba la palabra, la carga. Por ejem-
plo, le decía: “Ve para allá”, “aléjate de esa tribu”, “háblale
a tal persona”. Cuando llegaba el momento de bajar de la
montaña, se volvía a tapar la cara. Una vez con el pueblo,
descubría su rostro, que le brillaba, y decía: “El Señor me
mostró esto...”, y comenzaba a soltar la carga. “Vamos a ir
para allá”, “tu hijo se va a sanar”, “no nos va a faltar nada”.
Es decir, cuando los israelitas veían que se sacaba el velo,
enseguida pensaban: “¡Nos va a dar la voz de Dios!”. Lue-
go, cuando terminaba de soltar la carga, Moisés se volvía a
cubrir.
Para que Dios te hable, tienes que estar sin velo. Es decir,
abierto. Si quieres pedirle por algo que te preocupa mucho,
cancélalo, porque a Él no le preocupa. Eso que tienes en
mente es tu velo. Necesitas sacarte el velo y dejar que Dios
te muestre. Verás que, espontáneamente, te vienen pensa-
mientos, ideas, que no estabas pensando ni analizando.
Después de recibir la carga, te vuelves a cubrir y, cuando la

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10 días experimentando el libro de Daniel

sueltas, lo haces sin velo. Entonces, tienes que estar sin velo,
abierto, para recibir y para dar. Si no estás abierto delante
de Dios, si vas con velo delante de Él, si vas con tu lista de
pedidos y preocupaciones, Él no soltará nada. Pero si le di-
ces: “Señor, estoy aquí porque Te amo. Te disfruto. Tú eres
grande, abrázame, te necesito”, la palabra vendrá, Dios te
dará la voz, porque Su Palabra es para todos.
Pedro estaba cansado y frustrado, pues se había esforza-
do en vano toda la noche, pero no permitió que eso lo go-
bernara. No dejes que el cansancio, el enojo, las emociones
negativas te gobiernen, porque te vas perder el “boga mar
adentro” que te llevará a traer las redes repletas y a ser de
bendición para los demás.

Despojados de todo peso


El apóstol Juan escribió:
1 Juan 5:14: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedi-
mos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”.
La palabra voluntad significa “deseo”. Aquí, Juan hace refe-
rencia a hablar el deseo de Dios. ¿Qué es el deseo? La carga,
lo que Él pone en nuestro corazón: “ve a ese negocio”, “mán-
dale un wasap a tal persona”, “invita al equipo a tu compa-
ñero de trabajo”, “dile a esa persona que la amo”. A medida
que vas practicando y soltando la carga, Dios te empieza a
dar más y más carga para que sueltes todos los días, a cual-
quier hora. Y, así, terminas la jornada en victoria.
Los israelitas, al mando de Josué, tenían que cruzar el mar.
¿Cómo lo hicieron? Los sacerdotes cargaron el Arca del
Pacto, la Presencia de Dios, y avanzaron. Cuando sus pies

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tocaron el mar, dijeron: “Estos pies están cargando la gloria


de nuestro Creador”, el mar se abrió y todo Israel cruzó. La
naturaleza sabe cuando llega hasta ella alguien que está en
intimidad con el Señor. Pisarás tu trabajo y este dirá: “Aquí
llega alguien que está portando la Presencia del Creador de
todas las cosas”; entrarás a un lugar y las paredes le dirán al
techo: “¡Esta persona vino con la Presencia de Dios!”. Cuan-
do Jesús le habló a la tormenta, esta dijo: “Hay que hacer lo
que nuestro Creador nos está ordenando”. Si tú y yo carga-
mos la Presencia del Señor, veremos manifestarse señales
físicas. Carguemos intimidad, ¡porque cosas grandes verán
nuestros ojos en el nombre poderoso del Señor!
Moisés estaba enojado con el pueblo. “Señor, se quejan todo
el tiempo. Ahora dicen que quieren agua”, le contó a Dios.
Y Él le dio la carga: “Moisés, toma la vara y háblale a la roca,
que va a salir agua”. Moisés, fastidiado por las quejas, tomó
la vara, le pegó a la roca y salió agua para que todos pudie-
ran beber. Dios le había dicho que le hablara a la roca, no
que le pegara, pero él introdujo sus emociones en la carga.
Tal actitud le costó no entrar a la Tierra Prometida. “No vas
a entrar, no te puedo llevar al próximo nivel, porque dejas-
te que tu corazón se arruinara”, le dijo el Señor a Moisés.
No dejes que se arruine tu corazón, no dejes que se arruine
tu espíritu. El enemigo manda gente para hacerte enojar,
para entristecerte. Debes aprender a hacer una lectura es-
piritual de lo que te sucede porque el objetivo del diablo no
es robarte el auto o hacerte perder dinero, ¿para qué quiere
eso él? Su meta es dañar tu corazón y activar tu carne. Si
Moisés no se hubiera enojado, le habría hablado a la roca
y habría entrado a la Tierra Prometida, pero la emoción lo
dominó. Si quieres ir al próximo nivel, no permitas que tu

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10 días experimentando el libro de Daniel

carne se mezcle con la carga que el Señor te dio cuando va-


yas a soltarla.
¿Cuántas veces hemos orado: “Señor, ayúdame”? Dios no
nos quiere ayudar, Él quiere cargarnos de Su Presencia para
que nunca nos quedemos sin fuerza divina. Y eso se logra
con intimidad. El apóstol Pablo no decía: “Señor, ayúdame”,
sino “Señor, lléname de Ti”.
Otro ejemplo: el rey Uzías entró enojado al templo y se en-
fermó de lepra. Y es que la carne anula la voz de Dios. ¡Ne-
cesitamos aprender a usar el Altar! Observemos lo que dice
Pablo en este versículo glorioso:
Hebreos 12:1: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derre-
dor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo
peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la ca-
rrera que tenemos por delante [...]”.
“Despojarse” es “desnudarse”. ¿De qué debemos desnudar-
nos? De todo peso y del pecado que nos asedia. ¿Qué quie-
re decir “despojarse del pecado”? Dejar en la Cruz para su
muerte. Tal vez pienses: “Bueno, eso ya lo hago”, pero ahora
tienes que sacarte los “pesos”. El peso no es pecado, el peso
es eso: peso. Para correr con paciencia la carrera, necesita-
mos quitarnos los pesos para no cansarnos. Peso puede ser
un amigo, nuestros pensamientos, una idea. El peso se nos
nota en la cara, el peso no nos permite adorar. Por eso, quité-
monos los pesos dejándolos en el Altar, porque no podemos
correr la carrera con ataduras. ¿Qué peso le tienes que dar
al Señor hoy?
El Altar te libera, te quita los pesos. Todos los días tienes
que quitarte los pesos. Quizás se trate de un comentario,
una noticia que viste en el noticiero, una frase que leíste o

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algo que notas que te empieza a atar. Rápidamente, lleva


eso al Altar. No esperes al domingo que vas a la iglesia, por-
que ese día estarás completamente atado. Apenas veas un
peso, una soga que puede atarte, un pensamiento de miedo
o de inseguridad, llévalo al Altar, déjalo en la Cruz. De esa
manera, te sacarás el peso, la atadura, y seguirás corriendo
libre para que Dios te dé más y más cargas para que sueltes
y termines en victoria.

La visión de Daniel
Volviendo al Libro de Daniel, el Capítulo 10 narra que él tenía
ochenta y ocho años y empezó a buscar al Señor. Su anhe-
lo por Dios era tan grande que se olvidaba de comer. Eso
se llama “ayuno”. Ayunar es olvidarse de comer de tanto
anhelo por estar con Dios. Daniel ayunó durante veintiún
días. Uno de los últimos días de ese ayuno, mientras estaba
orando junto al río Tigris, el Señor se le apareció por prime-
ra vez. Él ya lo había visto en visión en el Cielo, glorificado;
pero esta vez, a sus ochenta años, Daniel vio a Dios cara a
cara. ¿Y qué vio? Exactamente lo mismo que vio Juan. Da-
niel le vio el cinto de oro, las llamas en los ojos de fuego, las
vestiduras de sacerdote y rey. ¡Qué maravilla! A los ochenta
y ocho años, Daniel vio lo mejor del Señor. Tenés que saber
que las visiones de Dios que vienen para nosotros serán las
mejores, porque Él siempre guarda el mejor vino para el
final. Todavía no hemos visto nada, ¡se viene lo mejor!
Cuando Daniel vio al Señor, se quedó sin fuerzas, toda la
carne se le apagó y se durmió. En La Biblia, dormir es sinó-
nimo de morir. Daniel vio la gloria del Señor, se quedó sin
fuerzas y durmió, murió. Cuando el Señor nos muestra Su

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gloria, hay Altar. Ahora entendemos por qué Pedro dijo:


“Señor, apártate de mí”. Pedro vio la gloria de Jesús y, cuan-
do ves la gloria de Él, ves la “desgloria” en tu vida. Isaías,
por su parte, expresó: “Lo vi al Señor... ¡Me muero!”. Por-
que siempre Dios te muestra la gloria de Él y la bajeza de la
carne.
Daniel cayó y quedó durmiendo. De pronto, apareció el ar-
cángel Gabriel, quien se puso a su lado y lo tocó. En ese
momento, Daniel abrió un ojo y vio al Señor y al ángel. ¡Qué
impresionante! “Daniel, muy amado”, dijo el ángel, “vine
porque desde el primer día que empezaste a buscar, la res-
puesta venía en camino”. Desde el primer momento que
oras al Señor, ya Dios preparó una respuesta. ¡Dios te va a
mandar una carga!
Veamos cómo relata La Escritura este episodio:
Daniel 10:8: “Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no
quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento,
y no tuve vigor alguno”.
Daniel estaba orando en grupo. Cuando apareció el Señor,
se produjo un terremoto, razón por la cual la gente salió co-
rriendo y no lo vio. Daniel quedó solo y sí lo vio. Necesitas
saber que la intimidad es privada. Puedes estar rodeado de
gente, pero el Señor se la llevará para que te quedes solo con
Él y puedas tocar Su Presencia.
El ángel le dijo: “Daniel, la respuesta estuvo en camino des-
de el primer día, pero tardé veintiún días porque un de-
monio, el príncipe de Persia, me trajo problemas celestia-
les”. A veces, tus oraciones traen problemas celestiales. El
arcángel Gabriel quería llegar antes, pero tuvo que pelear
con un demonio. “Menos mal que vino el arcángel Miguel”,

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continuó Gabriel, “y entre los dos luchamos contra el prín-


cipe de Persia”. ¡Hubo una lucha de ángeles y demonios!
Daniel no sabía nada de eso, él solo estaba buscando del
Señor. Tu oración quizás está provocando una batalla en el
mundo espiritual. La respuesta podrá tardar, pero vendrá.
Tal vez has estado esperando algo por mucho tiempo y la
respuesta se ha demorado, pero hoy el Señor te anuncia:
“La respuesta llegará”. Ahora bien, ¿por qué el ángel le ex-
plicó a Daniel todo eso de la guerra espiritual? Porque a sus
ochenta y ocho años, Daniel estaba completando el cuadro
que hoy nosotros podemos completar sin tener tantos años.
¿De qué hablo? Veamos:

Como ya vimos, en el Capítulo 2, cuando Daniel tenía quin-


ce años, le interpretó el sueño de la estatua al rey Nabucodo-
nosor. Bajo la guía de Dios, le explicó que él era la cabeza de
oro, pero que vendría un imperio —el medo-persa— que
no tendría tanto dinero pero que lo vencería. Los griegos,
con Alejandro Magno, vencerían a los medo-persas —un
ejército de un millón de hombres— con tan solo cuarenta
mil soldados. Alejandro Magno lloraba porque no había

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10 días experimentando el libro de Daniel

más tierras que conquistar, pero murió a los treinta y tres


años de una fiebre. Luego, los griegos fueron derrotados
por los romanos y Grecia se dividió en cuatro. ¿Qué es lo
que Daniel aprendió de joven? Que el gobierno humano
es fuerte, es de oro, de plata, de bronce, de hierro, y parece
indestructible. Cuando somos jóvenes espiritualmente, nos
admiramos de la fuerza, del poderío, de la pujanza de cier-
tas personas.

En el Capítulo 7, cuando Daniel tenía más de cuarenta años,


soñó un sueño en el que vio cuatro bestias: un león volador,
un oso horrible, un leopardo con varias cabezas que vuela
y un monstruo repugnante. Frente al pedido de Daniel, el
ángel le explicó el sueño. El león alado era el símbolo de
Babilonia. Los medo-persas, por su parte, tenían un ejército
de un millón de soldados. ¿Por qué están representados por
el oso? Porque el oso no es rápido, pero sí pesado y fuerte.
El oso simboliza la enorme cantidad de soldados con que
los medo-persas contaban. Después vinieron los griegos
con Alejandro Magno, representados por un leopardo con
cuatro alas. Alejandro Magno venció al millón de soldados

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medo-persas con tan solo cuarenta mil hombres verdade-


ramente muy fuertes. ¿Por qué lo representa el leopardo con
cuatro alas? Porque Alejandro Magno era veloz. Con trein-
ta y tres años, ya había conquistado todo el mundo. Lue-
go llegó Roma (una bestia con diez cuernos). Nerón mató
a puntapiés a su mujer que estaba embarazada. Además,
asesinó a la madre y castró a su asistente. En el Coliseo se
organizaban luchas de esclavos. La gente concurría para
ver a los gladiadores y gritaba alentando a su preferido para
que matara a su contrincante. Eso era Roma. Ahora, con
más de cuarenta años, Daniel aprendió que detrás de esos
materiales valiosos e indestructibles, por dentro había car-
ne. Cuando eres joven, te impacta el oro, la plata, el hierro;
pero, cuando vas creciendo en el Señor, conoces el interior
de la gente y sabes qué hay detrás de esos materiales valio-
sos: bestias, crueldad, envidias, celos, traiciones, ¡la carne!
Ahora, en el Capítulo 10, cuando ya tenía ochenta y ocho
años, el ángel le explicó a Daniel que detrás de la carne hay
principados. Daniel supo que, cuando el pueblo judío ya
había vuelto a Israel, había gente que le decía al rey persa:
“Cancela el decreto, persigue a los judíos y mátalos”. Esos
eran demonios, fuerzas invisibles representadas por osos;
pero también había un ángel que estaba haciendo presión y
le enviaba al rey gente de Dios que lo aconsejaba a favor del
pueblo judío. Esa lucha duró veintiún días. Además de todo
esto, el ángel le contó: “Daniel, ahora me voy a batallar con
el príncipe de Grecia, un demonio que trabaja en el leopar-
do”. Detrás de muchos liderazgos de la carne que parecen
valiosos, hay fuerzas invisibles. Ahora bien, ¿por qué el án-
gel quiso que Daniel supiera todo esto? Porque Daniel había
visto la gloria del Señor.

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10 días experimentando el libro de Daniel

¡En Él está la gloria!


Cuando ves la gloria del Señor, te das cuenta de que en la
Tierra no hay gloria. El planeta irá de mal en peor, pero so-
bre ti será vista la gloria del Señor. ¡La única gloria es la
gloria del Señor!
Daniel 10:18: “Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó
otra vez, y me fortaleció”.
Daniel estaba buscando del Señor cuando vino un torbe-
llino, un terremoto, y la gente salió corriendo. Él se quedó
ahí y vio al Señor. A los ochenta y ocho años, vivió lo mejor.
¡El mejor vino es el que viene ahora! Cuando lo vio, toda su
fuerza humana cayó, su cuerpo le estaba diciendo: “En Él
está la gloria. No hay gloria en tu alma, no hay gloria en tu
fuerza humana”, y se durmió. Apareció el ángel y lo tocó en
la boca. Daniel despertó y el ángel le contó de su lucha con
el príncipe de Persia. “Iba a venir antes, pero tardé veintiún
días porque se desató una batalla celestial. Los demonios
que estaban sobre el rey le decían que persiguiera a los ju-
díos, y estuve luchando contra eso. Tú oraste para que el
pueblo volviera a Israel y volvió, ya están edificando, pero
todavía hay presión, todavía hay lucha espiritual. Con el
arcángel Miguel batallamos y triunfamos. El pueblo se va a
quedar en Israel y se va a terminar de construir el muro y el
templo”. Tienes que saber que todo lo que oraste va a venir.
No pienses en la lucha celestial, concéntrate en la visión de
Cristo, en la intimidad con el Señor. Los ángeles van a pe-
lear y, aunque el espíritu demoledor retrase lo que el Señor
te prometió, espéralo porque vendrá. Tal vez tarde veintiún
días, pero vendrá.

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El Cielo Gobierna

Después de esta explicación, Daniel tuvo el cuadro com-


pleto: el hombre parece fuerte, parece sólido, pero por den-
tro está vacío. ¿Dónde están ahora aquellos imperios tan
grandes? ¿Dónde están Alejandro Magno, Nabucodonosor
y Nerón? Todos han caído. Detrás de la carne se mueven
fuerzas oscuras, principados, demonios, que son arquitec-
tos de pensamientos que se oponen a Dios.
El ángel lo tocó otra vez y lo fortaleció. Daniel se levantó
y se encontró con que tenía paz y fuerzas. Hoy el Señor te
dará el segundo toque, ¡recíbelo! Él te dirá: “Levántate. Sé
que estuviste esperando, sé que parecía que la respuesta no
llegaba, pero lo que te prometí se va a cumplir”.
Finalmente, el ángel le dijo a Daniel: “Te declararé lo que
está escrito en el libro de la verdad”. Necesitas saber que to-
davía no terminó tu tiempo en la Tierra. De parte del Cielo
te digo: todavía quedan revelaciones, todavía falta lo mejor,
todavía falta el segundo toque, todavía te resta ver la gloria
del Señor. Daniel fue ministrado a los quince, a los cuaren-
ta, a los sesenta y a los noventa años a través del gran secre-
to. ¿Cuál fue ese secreto? La intimidad.
Busca al Señor, háblale, ten intimidad con Él. ¡Arma tus
veintiún días de intimidad! Lleva al Altar los pesos, todo lo
que venga a tu corazón, y déjalo en la Cruz para su muerte.
Ve soltando pensamientos, frases y toda soga que te ate.
Dile a Dios: “Señor, te lo entrego. Dale fin con Tu sangre
bendita. Está cancelado en el nombre de Jesús”.
Dale gracias al Señor, porque la gloria de Dios es para cual-
quiera y hoy cae sobre ti y te resucita para que vayas, como
el hombre anónimo del pasaje, y digas: “Aunque Eliseo
se murió, ¡el Señor sigue vivo!”. ¡Que el Señor se siente y

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10 días experimentando el libro de Daniel

gobierne! Dile: “Cristo, siéntate y gobierna. Gracias por el


trato personal que estás teniendo conmigo”.
Hay planes secretos en tu contra que hoy caen. Pronto lle-
gará la respuesta que estabas esperando, porque los ángeles
ya han sido enviados. Boga mar adentro que hay victoria.
Estás llegando a la meta, estás llegando al milagro. Estuvis-
te corriendo con peso, pero ahora lo llevarás al Altar, por
más pequeño que sea, porque el único peso que hay en tu
vida es el peso de la gloria del Señor. ¡Amén!

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Ejercicio 9
EXPERIENCIAS

El verdadero conocimiento espiritual es aquel que expe-


rimentamos. Es entonces que podemos decir : “Ahora es
mío”; ahora “Lo entendí porque lo viví en mí”. Este es mi
testimonio: lo que Él hizo en mí.
Hay dos tipos de experiencias:
Las dulces
• Cuando es respondida la oración: vemos resultados.
• Cuando Él aumentó en mí: un crecimiento interno de
gozo, de paz, de Él.
Las amargas
• Cuando perdemos cosas materiales.
• Cuando hay problemas de salud.
• Cuando hay angustias.
• Cuando hay problemas externos.
En las experiencias dulces y en las amargas, Él está aumen-
tando y enseñándonos algo de Él. Busca en esta semana qué
Él está enseñándote de Él, sea en las experiencias dulces o
en las amargas. Enfócate en Él.

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CA PÍ T U LO 10

Los yugos

Llegamos al final del Libro de Daniel. A los catorce años, el


profeta fue llevado a Babilonia y allí murió a los noventa y
cinco años. Daniel nunca regresó a Israel y vivió práctica-
mente toda su vida entre reyes paganos. Sin embargo, Dios
lo bendijo. Le sucedió de todo en su vida, pero cada vez que
venía un problema, también se activaba Cristo-solución
para resolverlo. Tuvo sus mejores visiones a los noventa
años, porque Dios guarda el vino nuevo para el final. Si
estás creciendo, debes saber que lo que viene será mucho
mejor que todo lo que has vivido hasta este momento.
¿Cuál fue el secreto de Daniel para, a los noventa años, po-
der escribir su libro con lujo de detalles, con una memoria
grandiosa y estando fuerte en el Señor? La intimidad. El se-
creto de Daniel fue practicar la intimidad con el Señor. He-
mos aprendido, a lo largo de estas páginas, que el Señor nos
salvó para experimentar a Cristo, para vivir a Cristo. Por
eso, Jesús le dijo a Marta: “Una cosa es necesaria: que estés a
mis pies”. Por su parte, Pablo aseguró: “Una cosa hago: me
extiendo para tomar al Cristo que me tomó a mí”. Nuestra
primera tares es vivir a Cristo, experimentar a Cristo, por-
que nuestra fe no se basa en la iglesia a la que vamos, ni en
el líder que tenemos, ni en los pastores que nos pastorean,

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El Cielo Gobierna

sino en nuestra relación con Cristo. Concurrimos a la iglesia


para tocarlo a Él, para experimentarlo a Él porque, si lo to-
camos a Él, todas las demás cosas nos serán dadas en abun-
dancia. Toda nuestra vida tiene que estar centrada en tocar
la Presencia porque, si vivimos en intimidad, toda nuestra
vida terminará en victoria. Nuestro espíritu es un órgano
que toca a Cristo y, así como ejercitamos el resto de nuestros
músculos, también necesitamos ejercitar nuestro espíritu y
practicar la Presencia del Señor.

Practicar la presencia

Te invito a analizar algunos pasajes bíblicos:


1 Timoteo 4:7: “Ejercítate en la piedad [...]”. La piedad es
Cristo. En griego, la palabra ejercitarse es “hacer gimna-
sia”. Pablo le dijo a Timoteo: “Timoteo, haz gimnasia con
Cristo, practica a Cristo, porque el cuerpo es bueno, pero
poco aprovecha. Porque cuando uno se muere, el cuerpo
se termina, pero si practicamos a Cristo, eso durará toda la
eternidad. A Cristo hay que practicarlo, ejercitarlo. Necesi-
tamos practicar la intimidad.

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Hebreos 5:14: “[...] pero el alimento sólido es para los que han
alcanzado madurez, para lo que por el uso tienen los sentidos ejer-
citados en el discernimiento del bien y del mal”. Quizás te pre-
guntes: “¿Cómo alcanzo madurez, Bernardo?”. Ejercitan-
do los sentidos. ¿Qué sentidos? Tenemos que usar nuestro
espíritu diciéndole: “Señor, te toco, te adoro, te amo. ¡Eres
grande y maravilloso!”. ¡Necesitamos practicar!
Juan 3:21: “Mas el que practica la verdad, viene a la luz [...]”. Si
quieres tener luz, ¡practica!
Filipenses 4:9: “Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y vis-
teis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros”. Pablo
decía: “Lo que oíste y viste de mí, hazlo”. El apóstol nos ins-
ta a practicar. ¿Qué tenemos que hacer? Practicar, practicar,
¡practicar!
Benny Goodman fue el mejor clarinetista de jazz de todos
los tiempos. Leí que él miraba los partidos de fútbol con el
clarinete al lado. Cuando llegaba el entretiempo, tomaba el
clarinete y se ponía a tocar. No perdía ni un minuto. Good-
man era un fanático del clarinete. Tenemos que ser “fans”
del Señor, tenemos que tener a Cristo a mano y practicar la
Presencia del Señor.

Necesitamos practicar el Altar


Tienes que practicar el Altar todos los días de tu vida. Lo
importante no es hacerlo de cualquier manera, sino tocan-
do la Presencia de Dios. Si te viene un miedo o un enojo, en-
seguida di: “Señor, esto lo dejo en la Cruz para su muerte”.
No dejes pasar tiempo para que no se te acumulen cosas
para entregar. Hay gente que guarda reproches por años:

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El Cielo Gobierna

“Recuerdo que, el 8 de marzo de 2020 a las cuatro de la tar-


de, no me contestaste el wasap”.
Pablo escribió: “¡Cuidado con los pesos!”, porque no pode-
mos correr la carrera con pesos acumulados. Quizás vas a
la reunión el domingo, levantas las manos y gritas: “¡Gloria
a Dios!”; pero el martes, en la reunión de la pastora Ale-
jandra, sientes que te estás muriendo. ¿Qué sucedió?... Si el
domingo estabas bien… Guardaste el lunes y el martes. No
practicaste el Altar durante dos días. Cuando acumulamos
situaciones y no las llevamos al Altar, el peso se hace una
vara, un yugo. Necesitamos dejar los yugos en el Altar.
¿Qué era un yugo? La madera que unía por el cuello con
una soga a los bueyes cuando iban a arar la tierra. Se unía
a un buey joven con uno viejo, para que este último le en-
señara a arar al buey inexperto. Cuando el joven quería ir
para un lado, el buey viejo decía: “No, vamos para acá”. El
yugo viejo son las ataduras, esas cosas que fuiste guardan-
do, acumulando. Quieres avanzar, crecer, pero no puedes
porque tienes un yugo que te mantiene atado. Quedamos
amarrados por no practicar el Altar. Te invito a ver ahora
algunos yugos:

• El yugo acusador
Isaías 58:9: “Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y
dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo
amenazador, y el hablar vanidad [...]”.
El yugo acusador o amenazador es ese que, apenas haces
algo, te dice: “¡Qué tontería dijiste!”. Al yugo acusador lo
llevas dentro de ti y, desde allí, te tortura. “No sirves para
eso, ya estás viejo”, te hablas a ti mismo. Por fuera sonríes,

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10 días experimentando el libro de Daniel

pero por dentro hay un yugo que te castiga. A veces, el yugo


va hacia afuera. “Mira qué cara tiene esa persona. ¡El barbijo
debería cubrirle todo el rostro!”. Mucha gente se tortura tre-
mendamente por este yugo que debemos dejar en la Cruz,
porque el Señor nos llamó a ser libres.
• El yugo látigo
1 Reyes 12:13-14: “[...] y les habló conforme al consejo de los
jóvenes, diciendo: Mi padre agravó vuestro yugo, pero yo añadiré
a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré
con escorpiones”.
Existe el yugo del golpe, del dolor, de los insultos. Tal vez
recibiste este yugo y todavía lo cargas. “Mi papá me de-
nigraba”, “Mi mamá me gritaba”, “Mi hijo no me habla”,
“No puedo ver a mis nietos”. Como no lo llevaste al Altar
rápidamente, todo eso se te acumuló. Ahora tienes el yugo
del látigo, de la violencia. Cada vez que alguien te maltrate,
debes llevar enseguida ese maltrato al Altar. No lo cargues
porque ese peso se convertirá en un yugo y, cuando te des
cuenta, estarás amarrado al buey viejo.
• El yugo pesado
Isaías 9:4: “Porque tú quebraste su pesado yugo, y la vara de su
hombro, y el cetro de su opresor, como en el día de Madián”.
Hay gente que tiene muchos yugos. “Pastor, tengo una
deuda, tengo a mi nieto enfermo, no soporto a mi marido
y las cosas en mi trabajo están complicadas”. ¡Mil dramas!
¿Cómo es posible que estas personas se hayan llenado de
tantos pesos? El enemigo sabe que, si tenemos yugos, aun-
que queramos, no podremos caminar. Son yugos invisibles
que necesitamos dejar en el fuego divino que quema, que
abrasa, que pudre y rompe el yugo para siempre. El fuego

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de la sangre de Cristo es un medicamento para nosotros y,


para el yugo, fuego que consume. ¡Gloria a Dios!
• El yugo desigual
2 Corintios 6:14: “No os unáis en yugo desigual con los incrédu-
los; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?
¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?”.
¿Qué es un yugo desigual? Veamos un ejemplo: un amigo te
dice: “Eso está muy mal”. Tú le respondes: “Sí, tienes razón,
está muy mal”. Ahí hiciste una alianza, un acuerdo, con un
yugo desigual. ¿Por qué? Porque no tienes que confesar que
está todo mal, ¡tienes que confesar a Cristo que vive en ti! Al
hacer ese acuerdo, te uniste al yugo desigual y, ¿qué comu-
nión tiene la luz con las tinieblas? Otro ejemplo: alguien te
comenta: “Me enteré de que Jorge le grita a su mujer”. Hace
veinte años que lo conoces a Jorge, sabes que eso no es ve-
dad y, sin embargo, contestas: “Sí, es cierto”. Apenas creíste
lo que te contaron hiciste un acuerdo con las tinieblas y te
metiste en el yugo. Sin saberlo, te enlazaste con los dichos
de tu boca. ¡El poder de la vida y de la muerte está en eso con
lo que haces alianza! Porque a la ley del acuerdo la podemos
usar para bendición o para maldición.
• El yugo de Cristo
Mateo 11:28-30: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga”.
“¡Llevad Mi yugo!”, dice el Señor. El yugo de Cristo son Sus
manos que te abrazan y te dicen: “Ven, vamos a caminar
juntos. Yo voy a ser tu buey joven, te voy a dar las fuerzas y

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te voy a guiar. Verás que hallarás descanso, porque Mi yugo


es bueno y es fácil y mi carga es la carga de La Palabra del
Señor. Ven conmigo, Yo te voy a guiar”. ¿A dónde nos quiere
guiar el Señor? Al camino de justicia por amor de Su nom-
bre, a las aguas de reposo, a ir de bendición en bendición.
Tal vez te diga: “Ahora vamos a pasar por el valle de la som-
bra de la muerte, pero Yo estaré contigo. Mi vara y Mi ca-
yado te infundirán aliento porque abrazaste Mi Presencia.
Por eso, voy a caminar contigo y ni la muerte, ni la vida, ni
lo alto, ni lo bajo, ni nada te podrá separar de Mí”. ¡Aleluya!
Te invito a que practiquemos juntos…
Cierra tus ojos y ora conmigo: “Señor, te adoramos. Espíritu
Santo, si hay yugos acusadores, cargas pesadas, yugos des-
iguales, te pedimos que ahora los traigas a luz”. Sin anali-
zar, suelta en la Cruz para su muerte recuerdos, imágenes,
frases y todo lo que venga a tu corazón. En un acto profético,
levanta tus dos manos al Cielo y dile: “Señor, en mis manos
que ahora levanto, me declaro libre, abrazo Tu yugo, abrazo
tu carga hermosa, y estoy libre en el nombre de Jesús de
Nazaret. Amén”.
Practica el Altar a diario. Si te viene, por ejemplo, un pensa-
miento de miedo, llévalo al Altar inmediatamente, no espe-
res a que se te acumule. Toma Su Cruz cada día.

Algunas sugerencias para que practiques


Tu primera palabra del día tiene que ser para el Señor
Cuando te levantes a la mañana, al primero que le tienes
que hablar es al Señor. Dile: “Señor, eres hermoso”, y recién
después saluda a tu pareja, a tus hijos. Cuando pongas tu

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voz en Él, Él pondrá Su voz en ti. ¿De dónde saqué eso? De


cuando Jesús se bautizó. ¿Qué hizo Él? Oró al Padre. ¿Y qué
hizo el Padre? Afirmó: “Este es Mi Hijo”. ¡La primera perso-
na que tenemos que contactar a la mañana es el Señor! He
leído muchas biografías y puedo asegurarte que la mayoría
de los grandes hombres de Dios no salían de la cama hasta
no contactar primero al Señor. Practica que las primeras pa-
labras de tu boca al comenzar el día sean para Él.

Contacta al Señor a lo largo del día


Por ejemplo: estás en tu trabajo y, de pronto, viene tu jefe y
te grita: “¡Hiciste mal el trabajo!”. Mientras él vocifera, con-
tacta al Señor: “Señor, guíame en medio de la discusión”.
No respondas sin antes contactar al Señor. Otro ejemplo:
te estás vistiendo y, mientras lo haces, le dices: “Señor, eres
grande, eres hermoso, eres mi vestir. Cúbreme de Tu gra-
cia”. Necesitas aprender a contactar al Señor en cualquier
momento, incluso cuando estás haciendo una tarea. Wat-
chman Nee dijo: “Cuando vayas a hacer algo, como leer
un mail que no sabes si te dará buenas noticias, contacta
primero al Señor porque, si son malas noticias, estas no te
afectarán porque tocaste a Cristo”. Antes de una entrevista,
antes de salir a la calle, antes de hablar con un familiar, con-
tacta primero al Señor. Dile: “Cristo, Tú eres mi escudo, mi
defensa”, y deja que Dios te diga lo que tienes que declarar.
Antes de hacer cualquier cosa, contacta primero al Señor.
¡Que Cristo sea tu primera opción, no la segunda!

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Cuando vayas a contactar al Señor, olvídate de todo


Supongamos que tienes un familiar enfermo y separaste un
tiempo para estar con el Señor. Cuando te aísles para con-
tactarlo a Él, olvídate de ese familiar enfermo, no te pongas
a orar por él. Del mismo modo, olvídate de la deuda, de ese
problema en tu trabajo, de tu hijo, y dile: “Señor, acá estoy.
¿Por qué quieres que ore?”. Imaginemos que el Señor pone
en tu corazón: “Nepal”. ¿Qué dirá tu carne? “¿Nepal? ¡Qué
me importa Nepal si mi familiar se está muriendo! ¡Qué me
importa Nepal si me están por despedir del trabajo! ¡Qué
me importa Nepal si mi relación con mi hijo está rota!”. Sin
darte cuenta, entraste en “modo alma”. Tienes que olvidarte
de tus circunstancias y preguntarle: “Señor, ¿por qué quie-
res que ore?”. De pronto, ese día, ves a una mujer y el Señor
te dice: “Bendícela en oración”. “Señor, bendigo a esta jo-
ven que está sentada a mi lado”. No oraste por tu problema,
oraste por ella y, de esa manera, ayudaste a tu problema y
tu conflicto se resolvió. ¿Cómo funciona esto? El Señor te
dice: “Sígueme que Yo me voy a ocupar de todas tus cosas.
Tú solo tienes que seguir Mi yugo. Yo ya sé lo que te pasa y
voy a ocuparme del asunto”. Antes, cuando alguien venía
y me pedía oración, oraba por eso que la persona me decía.
Ahora aprendí a orar lo que el Señor me muestra. Si una
persona me dice: “Pastor, ore por mi oído”, yo le pregun-
to al Señor y suelto la palabra que Él me da. Por ejemplo,
puedo orar: “Señor, que el libro de Nehemías llene a este
hombre de Tu gloria”. ¿Qué tiene que ver Nehemías con el
oído? Nada, en principio, pero yo solté la palabra que vino
del Cielo. Entonces, al día siguiente, por ejemplo, cuando el
hombre empieza a leer Nehemías, de pronto se da cuenta de
que está escuchando bien. ¡Su oído se sanó!

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Olvídate de todo y deja que el Señor te guíe. Hay un mo-


mento en el que Dios te dice: “Abre la boca que te voy a dar
la carga mientras estés hablando”. Entonces, vas a estar ha-
blando con alguien y, sin darte cuenta, empezará a hablar
el Señor por tu boca. Ya no estarás hablando tú, sino Él. Esto
mismo le ocurrió a Pablo. El apóstol escribió en Corintios:
“Esto es un mandamiento del Señor. Lo que voy a escribir
ahora no lo digo yo, lo dice el Señor”, y escribió lo que Dios
le dijo. ¿Pero no era que lo decía Pablo? Sí, pero ni Pablo sa-
bía que era el Señor el que estaba hablando. Pablo creía que
hablaba él, pero hablaba el Señor, por eso lo introdujo en Su
Palabra. En Las Escrituras no hay nada de la voz humana.
Entonces, si te olvidas de todo y permites que el Señor te
guíe, mientras estás hablando, saldrá la carga y Dios hará
cosas maravillosas.
Aprende a fluir en el Señor y practica el perfeccionamiento.
Pídele todos los días: “Señor, perfeccióname”. ¿Qué signifi-
ca ser perfeccionado? Que Dios te poda, te dice: “Haz esto,
pero esto no lo hagas”. No es simplemente marcar un error,
es más que eso, se trata de un equipamiento. En nuestra
vida espiritual, solo podemos avanzar si somos perfeccio-
nados. Dios no nos puede llevar al próximo nivel si no nos
perfecciona, si no nos equipa. Los que somos padres hemos
ido enseñándoles a nuestros hijos. Les enseñamos a comer
por sí mismos, a caminar, a atarse los cordones, a cepillarse
los dientes. Los fuimos perfeccionando. ¿Cuál era nuestra
tarea como mamás y papás? Dar de comer a nuestros hijos.
Dios levantará una iglesia que haga de mamá y papá. La
gente no necesita doctrina, no necesita la voz o el carácter
de ningún hombre; la gente necesita comer a Cristo. Donde

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vayamos, tú y yo llevaremos algo de Cristo y lo soltaremos.


Dar de comer, ¡eso es perfeccionamiento!
Witness Lee fue un hombre tremendo de Dios porque
Watchman Nee lo perfeccionó durante veinticinco años.
Un día, Watchman le preguntó: “Hermano, ¿qué es la pa-
ciencia?”. Witness respondió: “Paciencia es esperar, sopor-
tar, estar fuerte”. “No, paciencia es Cristo”, replicó Watch-
man. Witness esperó que dijera algo más, pero no dijo nada
y, pasados diez minutos, lo llevó a la casa. La lección del día
había terminado. Otro día le dijo: “Tome, acá tiene estos co-
mentarios que hablan de la vida de Dios. Los tiene que leer
cuatro veces, porque la primera vez no va a entender nada”.
Así, poco a poco, lo fue perfeccionando. ¿Quieres ser per-
feccionado? El Señor nos dijo a la pastora Alejandra y a mí:
“Perfeccionen a todos, porque el que menos se imaginan va
a crecer a la altura de Cristo”.

Déjate perfeccionar, no digas: “Yo ya sé todo”,


porque así no vas a avanzar.

Cómo ser perfeccionados


¿Sabes por qué llegaste a dónde estás en tu vida espiritual?
Porque fuiste perfeccionado. Antes estabas más atrás, pero
ahora estás acá. Y eso no es todo, tienes que seguir avan-
zando. Dios tiene que tratarnos, tiene que darnos comida
y decirnos: “No lo hagas así, hazlo de esta manera”. Poco a
poco, Él nos irá dando equipamiento y perfeccionamiento,
como un papá o una mamá a su hijo.

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Eliseo estaba viejo y a punto de morir, cuando llegó Joás, el


rey de Israel. Al ver a Eliseo tan anciano, se puso a llorar y
exclamó: “¡Padre mío, padre mío!”. Eliseo le ordenó: “Abre
la ventana y trae el arco y algunas flechas”. Joás obedeció y
tomó el arco. Eliseo puso sus manos sobre las manos del rey
y ordenó: “¡Tira!”. Luego de que Joás disparara, Eliseo dijo:
“Ahora toma las flechas y golpea el piso”. Joás tiró tres fle-
chas y se detuvo. Eliseo declaró: “Debiste tirar cinco o seis
veces, entonces habrías derrotado a los sirios hasta acabar
con ellos, pero ahora los derrotarás solo tres veces”. Siria
existe actualmente porque Joás no tiró más que tres flechas.
Ahora bien, ¿no habría sido más fácil que Eliseo le dijera:
“Tira la flecha por la ventana y después dispara cincuenta
flechas al piso, porque cada flecha que tires será una batalla
en la que saldrás vencedor”? ¿Sabes por qué se nos ocurre
hacer esta pregunta? Porque no leímos bien. Observemos
con cuidado el versículo:
2 Reyes 13:17: “[...] y dijo: Abre la ventana que da al oriente. Y
cuando él la abrió, dijo Eliseo: Tira. Y tirando él, dijo Eliseo: Saeta
de salvación de Jehová, y saeta de salvación contra Siria; porque
herirás a los sirios en Afec hasta consumirlos”.
El rey no escuchó la última frase: “los herirás hasta con-
sumirlos”, por eso tiró tres flechas. ¿Sabes por qué no ven-
cemos? Porque no escuchamos bien La Palabra, porque la
oímos como cualquier otra cosa y no capturamos el mensa-
je. Si Joás hubiese escuchado “hasta consumirlos” con aten-
ción, habría tirado más flechas, pero no lo oyó. Muchas pa-
labras de Dios se nos van porque no las valoramos o las va-
loramos poco. Por eso, observemos lo que descubrió Isaías:

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10 días experimentando el libro de Daniel

Isaías 66:2: “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas co-
sas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde
de espíritu, y que tiembla a mi palabra”.
¿Qué quiere decir “temblar a La Palabra”? Reaccionar.
Cuando oigas una palabra, presta atención; cuando la leas,
hazlo despacio y detenidamente. Si eres de los que dicen:
“En media hora leí todo el libro de Job. ¡Me encantó!”, enton-
ces pasaste por alto muchas cosas, ya que fuiste muy rápido.
Isaías 66:5: “Oíd palabra de Jehová, vosotros los que tembláis a
su palabra: Vuestros hermanos que os aborrecen, y os echan fuera
por causa de mi nombre, dijeron: Jehová sea glorificado. Pero él se
mostrará para alegría vuestra, y ellos serán confundidos”.
“A los que reaccionan a Mi Palabra les voy a hablar”, dijo el
Señor. ¿Vas a reaccionar a las cosas de Dios? Tienes que estar
atento. Puedes estar sentado leyendo La Biblia y, de pronto,
empiezas a pensar si habrá ganado Boca o River, si ya habrá
dejado de llover. Por eso, presta atención, valora, subraya,
anota. La esposa de un gran hombre de Dios me regaló una
de sus Biblias cuando él falleció. Tenía sus hojas dobladas,
estaba toda tachada, resaltada, marcada con diferentes co-
lores. El dueño de una Biblia así tenía que ser alguien que
estuvo verdaderamente atento. Cuando leas La Palabra,
cuando ores, cuando hagas un ejercicio o cuando estés un
tiempo con Dios, no lo hagas con rapidez. Ve despacio, cap-
tura cada palabra, lee con lentitud hasta que un versículo te
impacte y, luego, disfrútalo.
Analicemos ahora al criado de Elías. El profeta lo formó,
pero él no tuvo oído atento. Hacía tres años que no llovía.
Un día, mientras Elías iba caminando, le vino la palabra
“lluvia”. “¡Va a llover!”, dijo Elías y le avisó al rey. El profeta

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El Cielo Gobierna

se fue a la montaña a orar, pero fue solo. Después de seme-


jante sequía, cuando escuchó que iba a llover, el rey debió
haber subido a orar con Elías. Pero no lo hizo; sin embargo,
al rey no le importó, prefirió irse a comer. Hay gente a la
que le interesa más el bizcochuelo de la mamá, el partido
de fútbol, la visita que está por llegar que escuchar al Señor.
En la montaña, Elías empezó a orar por lluvia: “Señor, si me
dijiste ‘lluvia’ es porque vas a mandar lluvia. Declaro que
está viniendo la lluvia. Viene la lluvia para los animales,
para la tierra, para la gente. ¡Prepárate, tierra, porque Jehová
ha dicho que empieza a llover!”. Entre tanto, el criado estaba
junto a él, escuchando todo. En un momento, Elías le pidió:
“Ve a ver si hay algo”. El criado fue. Nada. “¡Viene la lluvia!
¡Gracias, Señor!”, continuó orando Elías. Un poco después,
volvió a decirle al criado: “Ve a ver si hay algo”. Nada. Seis
veces lo envió y no vio nada, pero la séptima vez, cuando
regresó, el criado dijo: “Veo una pequeña nube como la pal-
ma de la mano”. Inmediatamente, Elías se puso de pie y le
ordenó: “Ve a avisarle al rey que una lluvia grande viene en
camino”. Ahora Elías lo estaba enviando, porque el criado
había dejado de ser criado para ser el mensajero. Él había
visto la nube, había tenido una experiencia personal con la
Presencia del Señor y se estaba graduando. Ya no se trataba
de algo que le habían contado, sino que él mismo había visto
la nube de la Presencia de Dios y podía decir que, efectiva-
mente, venía una lluvia grande.
Dios hará que tengas experiencias con Él, que te gradúes,
que dejes de ser criado para ser profeta, que dejes de decir
lo que te dijeron para afirmar: “Yo tuve una experiencia
con la gloria de Dios”. Hasta que no veas la nube, no podrás
hablarles a los reyes. Hasta que no veas la nube, no podrás

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soltar nada, solo serás “la persona de los mandados”. ¿Por


qué no fue Elías a decírselo al rey? Porque Elías estaba per-
feccionando al criado. ¿Por qué lo mandó siete veces a mi-
rar? Porque el perfeccionamiento hay que practicarlo. Me imagi-
no al muchacho hablándole al rey: “Rey, ¡yo vi la nube de la
Presencia de Dios viniendo con lluvia para toda la nación!
¡Yo la vi!”. Y mientras le soltaba eso, la lluvia cayó. Declaro
que hoy te gradúas, que pasas de criado a mensajero del
Cielo. Vas a declarar con gozo: “¡Yo tuve una experiencia
con la Presencia de Dios! ¡No me lo contaron, yo lo vi con
mis propios ojos!”. El Señor te quiere perfeccionar para que
tengas tu propia experiencia y puedas soltar la palabra que
Él te puso. No puedes depender de Elías, ¡Dios te dará tu
experiencia personal con Su Presencia!
Otro ejemplo: Eliseo y el criado estaban en la casa. De pron-
to, el criado vio por la ventana a todo el ejército sirio rodeán-
dolos. El rey sirio decía: “Hay un espía en nuestras filas,
porque cada vez que vamos a atacar, Israel sabe que lo que
estamos planeando”. Pero uno le dijo: “No es un espía, es
el profeta Eliseo. ¡Dios le avisa todo!”. Esta fue la razón por
la que el rey exclamó: “¡Vamos a matar a Eliseo!”. Así fue
como llegaron hasta donde estaba Eliseo y rodearon la casa.
Cuando el criado vio tal cantidad de soldados alrededor,
preguntó: “¡¿Qué vamos a hacer?!”. Este hombre veía bien,
efectivamente, en lo natural: los siros los estaban rodeando
para matarlos. Pero él nunca había usado los ojos del espíri-
tu. Era como esa gente que es coherente, que habla lo que ve,
pero que no usa los ojos del espíritu. Eliseo puso su mano
en la cabeza del criado y así cuenta La Biblia lo que ocurrió
después:

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2 Reyes 6:17: “Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras


sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y
miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de
carros de fuego alrededor de Eliseo”.
“Señor, abre sus ojos para que pueda ver”. De pronto, el cria-
do vio que, detrás de los sirios había ángeles a caballo. Des-
pués, cuando miró a Eliseo, vio que alrededor de él había
cuatro carros de fuego. Los mismos carros que se habían
llevado a Elías ahora habían vuelto, pero no para llevarse a
alguien, sino para cuidarlos. Cuando el joven vio los caba-
llos y los cuatro carros de fuego, comprendió que Dios los
tenía cubiertos. El fuego de Dios te rodea y tus enemigos
no podrán escapar, porque detrás de ellos hay ángeles de
guerra. ¡Tienes una doble protección! Carros de fuego salen
contigo esta semana y ángeles a caballo pelearán a tu favor.
¡Que Dios abra tus ojos para que puedas ver!
Cuando vio los ángeles y los carros de fuego, el criado no lo
podía creer. Jamás había visto algo igual. Eso es ser perfec-
cionado. Antes no veías, pero ahora ves; antes no lo hacías,
pero ahora lo haces. Y es que algo se te añadió, pues te dejas-
te perfeccionar. Permite que Dios te perfeccione. El Espíritu
Santo no enseña a alumnos que se resisten, pero si le pides:
“Señor, perfeccióname”, Dios te dará un aumento de Él.
El criado pensó que iba a haber una tremenda lucha, pero
Eliseo dijo: “Señor, enceguece a los sirios”, y salió de la casa.
El ejército lo buscaba a él y, aun así, salió de la casa como si
nada. “Hola”, les dijo, “¿quieren ver a Eliseo? Síganme”. Los
soldados, enceguecidos, no lo reconocieron y lo siguieron
sin dudar. ¿A dónde los llevó Eliseo? A donde estaba el ejér-
cito de Israel. Luego, oró: “Señor, abre sus ojos”. Cuando los
soldados abrieron los ojos y lo reconocieron, el rey de Israel

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le preguntó a Eliseo: “¿Los matamos?”. “No”, respondió el


profeta, “vamos a darles de comer, porque esta gente da lo
que tiene y nosotros vamos a dar al Señor. Preparen agua y
pan”. Pudiéndolos matar, les dieron bendición. La Escritura
relata que los sirios se fueron y nunca más volvieron a ata-
car. Si tu enemigo tiene sed, dale de beber, bendice, perdona
y sigue adelante. Y Dios te perfeccionará a las alturas de
gloria. ¡Practica ser perfeccionado!

Un Reino eterno
A los noventa años, Dios le mostró a Daniel el cuadro com-
pleto: que detrás de los imperios y de las bestias hay fuerzas
oscuras que están trabajando para destruirnos. Ahora, Da-
niel tenía el cuadro externo, el cuadro interno y el cuadro
invisible.
Y Dios es el Dios de la historia...
Repasemos para finalizar la visión y la revelación completa
que tuvo Daniel.
El ángel le contó que los griegos atacarían y vencerían a
los persas. El imperio griego crecería, pero el cuerno, que
era Alejandro Magno, se terminaría rompiendo y Grecia
se dividiría en cuatro imperios. “Israel quedará en medio”,
le anunció el ángel, y “Siria ganará”. Soltará un cuerno pe-
queño, que es un malvado, un tipo del anticristo. Entrará
en Israel y destruirá el templo”. Ese fue Antíoco Epífanes.
La historia narra que entró en el templo de Jerusalén y co-
locó un cerdo en el Altar —eso era abominación para los
israelitas— y en el Lugar Santísimo colocó una estatua de
Júpiter. Toda esa blasfemia duró dos mil trescientos días,
hasta que entraron los macabeos, con Matatías a la cabeza,

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y le pusieron fin a Antíoco Epífanes. Luego, el ángel le dijo:


“Daniel, ahora te voy a contar lo que va a pasar en los últi-
mos siete años de la humanidad, la última de las setenta
semanas. Antes del fin se va a levantar un cuerno como An-
tíoco. Va a ser un anticristo, una persona malvada que hará
milagros. Él convocará a la paz en las naciones. En aquellos
días habrá una enorme crisis y la ciencia habrá aumentado.
La gente correrá de un lado para el otro y habrá rumores
de guerra. Este personaje se levantará y habrá paz, pero
esta durará solamente tres años y medio. Pasado ese tiem-
po, la paz se romperá y habrá guerras. Entonces vendrá la
piedra del monte (Cristo) y derribará toda la estatua. Todo
gobierno humano caerá y el Señor establecerá Su Reino, un
Reino eterno. Daniel, tú y todos los que le amaron vivirán
por siempre con Él y para Él”. ¡Qué impresionante! Daniel
estaba preocupado por el regreso de Babilonia, pero Dios
le dijo: “Yo tengo la agenda de la historia en Mis manos. Y
también tengo en Mis manos la agenda de la historia de los
últimos años”. Hoy el Señor te dice: “No te preocupes por el
mañana, Yo tengo la agenda no solo de la historia, sino de tu
historia. Yo te guiaré a la victoria, porque tomaste Mi yugo.
Y Mi yugo es bueno y mi carga, hermosa. Ahora vamos a
caminar juntos y ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni
los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo creado, ni
lo no creado, ni nada, nos podrá separar del amor de Dios en
Cristo Jesús, nuestro Señor”. Así termina el Libro de Daniel.
¡Te adoramos, Señor!

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[ ] Te invito a orar conmigo:


“Señor, perfecciónanos, llénanos de Ti. Declaramos
que Tú tienes la agenda de nuestra vida y de la histo-
ria. Padre, aumenta al Hijo en nosotros y danos fuer-
zas nuevas a los que estamos cansados. Abre nuestros
ojos, muéstranos la nube. Declaramos que nos gradua-
mos de criados a mensajeros del Cielo y celebramos
ese ascenso, nuestro aumento de vida y de intimidad”.
Querida amigo, practica y no tengas miedo a equivo-
carte, no hay errores en Cristo. Practica el Altar, no car-
gues con nada, lleva todo a la Cruz rápidamente. Que
el Señor sea la primera persona a la que le hables cada
día. Introdúcelo a Él en todo lo que hagas, en todos tus
asuntos. Deja que el Señor perfeccione tu hablar y tu
hacer. Pídele que te lleve a nuevos niveles, a aguas más
profundas, que te entrene. Tú y yo tenemos que ser
como Daniel que murió con más de noventa años lleno
de Su Presencia. ¡Que así sea!

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