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Teoría Sociológica

Teoría
Sociológica

Ernesto López

Carpeta de trabajo
Diseño original de maqueta: Hernán Morfese
Procesamiento didáctico: María Inés Silberberg / Hernán Pajoni

Primera edición: septiembre de 2000

ISBN: 978-987-1782-77-2

© Universidad Virtual de Quilmes, 2000


Roque Sáenz Peña 352, (B1876BXD) Bernal, Buenos Aires
Teléfono: (5411) 4365 7100 | http://www.virtual.unq.edu.ar

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de 2000 en el Centro de Impresiones de la Universidad Nacional de Quilmes,
Roque Sáenz Peña 352, Bernal, Argentina.
Íconos

Bibliografía obligatoria

Actividades

Leer con atención

Para reflexionar
Índice

Introducción..........................................................................................9
Objetivos ........................................................................................10

1. Tradiciones del pensamiento occidental y


antecedentes de la sociología .............................................................13

1.1. Dos tradiciones en el pensamiento social de Occidente ............13


1.1.1. La Ilustración....................................................................13
1.1.2. La Contra-Ilustración .........................................................17
1.1.3. Saint Simon, Comte, escuela histórica alemana ................21

2. Conocimiento y Sociedad ................................................................27

2.1. Dos dimensiones articuladas ....................................................27


2.2. Sociedad y conocimiento en Marx .............................................28
2.2.1. La noción de sociedad ......................................................28
2.2.2. El problema del conocimiento ............................................33
2.3. Sociedad y conocimiento en Durkheim.......................................37
2.3.1. La noción de sociedad ......................................................37
2.3.2. La teoría del conocimiento social.......................................40
2.4. Conocimiento y sociedad en Max Weber ....................................44
2.4.1. El problema del conocimiento...........................................44
2.4.2 La noción de sociedad .......................................................49

3. Marx .............................................................................................53

3.1. Los conceptos de modo de producción y de formación


económico-social .............................................................................53
3.2. El modo de producción capitalista .............................................57
3.2.1. Las mercancías ................................................................57
3.2.2. La fuente del valor ............................................................60
3.2.3. El capital: valor que se valoriza..........................................61
3.3. Clases, Estado, ideología y cambio social ..................................64

4. Durkheim ........................................................................................71

4.1. Centralidad de la problemática de la cohesión ...........................71


4.2. Lo normal y lo patológico ..........................................................73
4.3. Los tipos sociales ....................................................................74
4.4. Medio social interno y cambio social .........................................76

7
5. Weber .............................................................................................79

5.1. Realidad y teoría ......................................................................79


5.2. La acción social .......................................................................82
5.3. Poder, dominación y Estado.......................................................86
5.4. Racionalidad y racionalización ...................................................90

Referencias bibliográficas....................................................................95

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Introducción

La Teoría Sociológica es el capítulo de la Sociología que alberga los sis-


temas teóricos que han sido formulados con el propósito de comprender la
sociedad y dar cuenta de sus principales aspectos y dinámicas.
Estos sistemas encuentran en la llamada realidad social y, más específi-
camente, en la sociedad, un referente empírico común: no hay teoría sobre
lo social que no postule alguna concepción acerca de cómo es o cómo fun-
ciona una sociedad. De manera tal que puede decirse que los distintos sis-
temas teóricos que componen la Teoría Sociológica abordan un objeto de es-
tudio común: la sociedad. El mero hecho de que el concepto de sociedad es-
té presente en todas ellas ocupando un lugar central da la pauta de la comu-
nidad de objeto que se mencionó más arriba. En términos generales, puede
decirse que todas las concepciones sobre la sociedad coinciden en señalar
la característica de la cohesión o de la integración como un rasgo distintivo
(obviamente, cada cual con su sesgo y/o su énfasis específico). La existen-
cia de un universo de valores compartidos y su articulación y despliegue en
sistemas normativos como base constitutiva de lo que habitualmente llama-
mos sociedad es algo en lo que coinciden sin excepción. Se diferencian en
Epistemología: dis-
las opciones epistemológicas que prefieren, en los marcos de referencia con- ciplina que estudia
ceptuales que construyen y en los temas que les parecen más significativos los fundamentos, desarro-
y que, por lo tanto, privilegian: la solidaridad social (Durkheim), el conflicto in- llos y métodos de las cien-
cias.
terno (Marx) y la historicidad de los fenómenos sociales y la actuación de los
estados nacionales (Weber). Pero, no obstante sus diferencias, que no son
pocas ni poco profundas, coinciden en lo que se ha señalado más arriba, que
funciona como denominador común a todos ellos (Estas cuestiones serán
examinadas con mayor detenimiento en la Unidad 2).
Por otra parte, quienquiera que sea que se proponga estudiar algún as-
pecto de la realidad social o producir teoría sobre alguna faceta de la misma
es siempre tributario de alguna concepción acerca de cómo es posible cono-
cer en ciencias sociales. Lo admita o no, lo explicite o no, incluso lo sepa o
no, cualquiera que procure generar conocimiento o teoría sobre lo social po-
see -y, por lo mismo, “consume”- alguna concepción acerca de cómo funcio-
na el proceso de conocimiento en ese terreno. Es decir que hay un compo-
nente epistemológico que participa de manera directa e indisoluble de la
construcción de teoría o de la producción de saber. En el plano más general
de la teoría hay quienes han postulado la existencia de una única realidad y,
por lo tanto, la existencia de un estatuto epistemológico único tanto para las
ciencias físicas y naturales cuanto para las sociales y humanas. Lo que fre-
cuentemente ha significado la “importación” de premisas epistemológicas y
consideraciones metodológicas desde las ciencias “duras” hacia las socia-
les. Pero hay también quienes han postulado la conveniencia de diferenciar
ambos tipos de ciencia, como el filósofo prusiano Emanuel Kant
(1724-1804), que propuso distinguir las Ciencias de la Naturaleza de las
Ciencias del Espíritu.
En el campo de las Ciencias Sociales las distintas opiniones epistemoló-
gicas tienen una incidencia directa sobre la selección de los aspectos teni-
dos por principales o de las dinámicas consideradas más relevantes por los

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Universidad Virtual de Quilmes

Dialéctica: doctrina distintos autores. Así, por ejemplo, el materialismo dialéctico postulado en
que sostiene que la el terreno epistemológico por la sociología marxista es completamente con-
lucha de contrarios -que se
despliega según el modelo gruente con su visión de “lucha de clases” en el plano de la teoría sobre lo
de tesis, antítesis y sínte- social.
sis- es el fundamento del
desarrollo de todos los fe- Así las cosas, es posible sostener que no obstante su objeto básico co-
nómenos. mún la Teoría Sociológica alberga sistemas teóricos diferentes. Y que estas
diferencias resultan tanto de las distintas apreciaciones que los diversos au-
tores tienen sobre lo social cuanto de sus también divergentes concepciones
epistemológicas.
El curso de Teoría Sociológica centrará especialmente su atención sobre
los sistemas teóricos formulados por Karl Marx (1818-1883), Emile
Durkheim (1859-1917) y Max Weber (1864-1920), quienes constituyeron con
sus trabajos el meollo de la disciplina sociológica, por esto son considera-
dos los “padres fundadores” de la Sociología. Sus aportes se tratarán a la
luz de lo apuntado precedentemente, es decir, serán considerados desde el
doble ángulo de sus respectivas concepciones generales sobre la sociedad
y sobre cómo es posible conocer en ciencias sociales. Asimismo, se exami-
narán los antecedentes de los cuales son tributarios y las influencias que
han recibido. Y se explicitará el contexto histórico en el interior del cual de-
sarrollaron sus trabajos.
Es preciso alertar sobre la importancia de atender a esta última dimen-
sión. No es infrecuente encontrar en los compendios o manuales de historia
de las ideas (sociológicas u otras) un escaso interés por la contextuación
histórica de los distintos autores que se van presentando. Desasidos de su
contexto histórico-político y del debate de época del que seguramente parti-
ciparon y que probablemente también contribuyó a modelarlos, los diferentes
autores parecen contestarse unos a otros con independencia del tiempo y de
las circunstancias en que vivieron. Es como si Marx hubiese escrito sólo pa-
ra refutar a G. F. Hegel (1770-1831) o Weber sólo para contestar a los enci-
clopedistas.
Finalmente, pueden señalarse tres metas centrales del curso:
a) proveer información sobre los sistemas teóricos de los autores bajo
consideración;
b) proveer asimismo criterios acerca de cómo ellos encararon la construc-
ción de teoría;
c) examinar en qué tradiciones de pensamiento se inscriben y/o de cuá-
les resultan tributarios.
De manera que hay una meta que conduce al qué, otra que conduce al có-
mo y una tercera que conduce al desde dónde.

Objetivos

1. Estudiar los sistemas teóricos que sobre la sociedad y sus principales


aspectos y dinámicas fueron elaborados por quienes son considerados los
“padres fundadores” de la Sociología: Karl Marx, Emile Durkheim y Max
Weber.
2. Presentar la producción de teoría sociológica en general -y en particu-
lar en los autores mencionados arriba- como el resultado del entrecruzamien-
to de: a) una concepción general sobre lo que es la sociedad y b) una con-
cepción general acerca de cómo es posible conocer en ciencias sociales. La

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Teoría Sociológica

teoría sociológica, en consecuencia, se presenta como el resultado de una


teorización sobre lo social y de una teoría del conocimiento en ciencias so-
ciales.
3. Brindar información sobre los antecedentes y los respectivos contextos
históricos, que influyeron sobre y enmarcaron la producción de los antedi-
chos Marx, Durkheim y Weber.
En definitiva, se trata de poner a los alumnos en contacto con qué se pro-
dujo en el campo teórico, cómo se lo produjo y en qué contexto.

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1

Tradiciones del pensamiento occidental


y antecedentes de la Sociología

Objetivos

1. Examinar el pensamiento de la Ilustración, conforme a los criterios ex-


puestos precedentemente.
2. Examinar el pensamiento de la Contra-Ilustración, conforme a lo seña-
lado arriba.
3. Examinar algunos desarrollos derivados de los dos primeros.

1.1. Dos tradiciones en el pensamiento social de Occidente

1.1.1. La Ilustración

Durante el siglo XVIII se desarrolló en Europa, especialmente en Francia, Enciclopedia: (o


Diccionario razo-
un movimiento de ideas que tuvo una repercusión y un impacto extraordina- nado de las ciencias, las
rios. Ese movimiento -al que se lo conoce con el nombre de la Ilustración o artes y los oficios), obra
que se publicó entre 1751 y
el Iluminismo, en tanto que al mencionado siglo se lo ha llamado el Siglo de 1772, bajo la dirección de
las Luces- fijó las pautas de un nuevo modo de entender las cosas en el cam- Diderot, y que tuvo la for-
po filosófico, al mismo tiempo que sometió a una crítica demoledora a las ma de una compilación de
conocimientos elaborados
viejas representaciones del mundo. Las principales figuras que lo animaron desde el prisma de la ra-
fueron Voltaire (1694-1778), Rousseau (1712-1778) Montesquieu (1689- zón. Contó entre sus cola-
boradores a las principales
1755) y Diderot (1713-1784), entre otros. Dieron forma a una corriente de figuras de la Ilustración
pensamiento y protagonizaron un debate de ideas que se inició en el terre- (entre otros: D Álambert,
no propiamente filosófico, pero se desbordó rápidamente sobre campo polí- Voltaire, Montesquieu,
Rousseau, Buffon, Quesnay
tico, el religioso, el estético, etc. y Turgot) razón por la cual
La Ilustración preparó, en el campo de las ideas políticas, la Revolución la expresión enciclopedis-
mo se usa como sinónimo
Francesa: Robespierre, Dantón y Marat -entre otros- estuvieron fuertemente in- de iluminismo.
fluidos por aquella. Lo mismo que las principales figuras que animaron el mo-
vimiento revolucionario independentista en hispanoamérica, como Bolívar, San
Martín y Belgrano.
En el campo religioso litigaron fuertemente contra las concepciones esco- Escolástica: doctrina
filosófica que se en-
lásticas, cuya preocupación central era conciliar el conocimiento del mundo señaba en las escuelas y
natural con los dogmas de la fe. Y chocaron contra principios elementales universidades medievales,
cuya principal preocupa-
como el del pecado original (por ejemplo, Rousseau en el Emilio). ción consistía en desarrollar
En el terreno propiamente filosófico enfrentaron las ideas desarrolladas du- las verdades de la fe cristia-
rante el siglo precedente por los llamados metafísicos, entre otros, Descartes na y conciliar con ellas los
conocimientos del mundo
(1596-1650), Spinoza (1623-1677) y Leibnitz (1646-1716), quienes suponían natural.
posible identificar mediante el raciocinio algunas verdades o premisas funda-
mentales para, desde ellas, deducir el movimiento de la naturaleza y la diná-
mica de lo social. La filosofía metafísica establecía principios y luego, al modo
en que se despliegan las matemáticas -Descartes, por ejemplo, hacía un reco-
nocimiento y un uso expresos de este recurso-, procuraba establecer grandes
sistemas de pensamiento, en los que todo quedaba lógica y deductivamente

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articulado. Así, en líneas generales, puede decirse que la corriente metafísica


concebía al raciocinio como jugando un doble papel. Por un lado, como ejerci-
cio especulativo del pensamiento, conducía a la posesión de algunas premi-
sas o verdades fundamentales; por otro, como ejercitación de la capacidad de-
ductiva, conducía a entender el despliegue de la realidad -obviamente, con ape-
go a las mencionadas premisas o verdades fundamentales- y a construir gran-
des sistemas de ideas. El pensamiento de la Ilustración rechazó esta manera
de concebir el conocimiento. No obstante las diferencias que tuvieron entre sí,
que fueron muchas -es preciso advertir que cuando se caracteriza a una co-
rriente de pensamiento como tal, se construye tan sólo un esquema, que
apunta a subrayar los denominadores comunes y a anular la diversidad; este
es un límite inevitable de este tipo de abordajes- los filósofos incorporados a
esta corriente, retomaron e impulsaron a la razón hasta el punto que práctica-
mente la entronizaron. Le rindieron un culto casi reverencial y la convirtieron
en la llave maestra de su sistema de ideas. Pero invirtieron el punto de parti-
da de la filosofía metafísica: dónde ésta vio una posesión, los ilustrados per-
siguieron una adquisición, y tuvieron una perspectiva mucho más amplia de lo
que la razón significaba.
Influenciados por el empirismo inglés, aceptaron la necesidad de zambu-
llirse en la realidad en búsqueda de las regularidades y/o leyes que la ex-
plicasen. Así, la razón, desposeída inicialmente de premisas sustanciales y
compelida en consecuencia a bucear en lo real, debía descubrir qué movía
al mundo de los hombres. Finalmente, éste era el procedimiento que habían
seguido los grandes científicos del mundo natural. Ni Nicolás Copérnico
(1473-1543) ni Isaac Newton (1642-1727) habían partido de verdades re-
veladas o premisas fundamentales. Mediante la observación, la experimen-
tación y el análisis riguroso de la realidad, habían encontrado regularidades
que dieron lugar, luego, a la enunciación de leyes científicas. No habían de-
ducido esas leyes de verdades a priori (es decir, independientes de la expe-
riencia empírica); habían descubierto regularidades en la realidad desde las
cuales, más bien por inducción, habían luego llegado a la formulación de di-
chas leyes.
Los ilustrados entendían, entonces, siguiendo la senda abierta por la gran
revolución copernicana, que en lugar de premisas o verdades metafísicas
previas, la razón -mediante un trabajo riguroso de observación y análisis de
los hechos empíricos- debía descubrir regularidades y/o leyes que permitie-
sen entender el comportamiento humano y la dinámica de las sociedades.
Estas leyes y principios básicos debían ser susceptibles de demostración y
verificación. Una vez establecidos fehacientemente, adquirían una validez
universal, esto es, eran válidos para cualquier tiempo y lugar.
La razón quedó convertida de este modo en el gran instrumento del pro-
ceso de conocimiento. Sus posibilidades de despliegue sobre diversos as-
pectos de lo real eran ilimitadas, de manera tal que, conforme se fuese apli-
cando a diversos dominios de la realidad, iría develando “partes” (y dando
lugar al desenvolvimiento de distintas disciplinas científicas), que en algún
momento podrían reunirse en un corpus único.
Pero iban todavía más lejos. Postulaban que la realidad -el universo- cons-
tituía una totalidad articulada, que se desplegaba en diversos dominios, su-
jeta a leyes. Y que las leyes del mundo inanimado eran las mismas que go-
biernan a las plantas, a los animales y a los hombres. Como el mundo a co-
nocer era, en definitiva, uno solo, regido por un conjunto articulado de

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Teoría Sociológica

leyes y principios de validez universal, creyeron firmemente que, más allá de


sus divisiones funcionales, la ciencia era básicamente una sola y que dichas
divisiones funcionales debían estar regidas por los mismos principios.
Formando parte de ese todo articulado se hallaba la razón, que era el ins-
trumento que hacía inteligible al mundo. Es decir que haciendo sistema con
la concepción de un mundo gobernado por leyes se hallaba la razón, que era
la llave de la inteligibilidad. De allí, se suponía que el uso apropiado de la ra-
zón reconciliaría al hombre con la naturaleza, ya que posibilitaría el conoci-
miento de los principios y las leyes que rigen la dinámica de lo social. En úl-
timo análisis, la aplicación adecuada de la razón permitiría conciliar las leyes
positivamente establecidas en la sociedad -es decir, las leyes en el sentido
jurídico de la palabra- con las leyes sociales “naturales”. Confiaban, así, en
que el sometimiento de los diversos dominios de la realidad al examen y la
crítica racional, barrería con la superstición, el prejuicio, la ignorancia, la pe-
reza mental e incluso el “error interesado”, que habían predominado hasta
ese momento y tornado deficiente el desenvolvimiento social.
Pese a las diferencias que entre sí tenían los distintos pensadores de la
Ilustración, coincidían también -cada cual con su matiz- en las siguientes
apreciaciones. Existía una naturaleza humana común a todos los hombres,
sin distinción de época ni de lugar, que constituía un núcleo básico en torno
del cual era factible definir a los seres humanos como formando parte de
una sola especie. En consonancia con lo cual postulaban la existencia de un
conjunto de fines comunes a ellos, tales como la valoración de la vida, la
búsqueda de la felicidad, de la libertad, de la igualdad, de la seguridad y de
la justicia. Suponían que un análisis racional de estas cuestiones conduciría
a superar los problemas de no compatibilidad de fines -que frecuentemente
se presentaban en la sociedad dando origen a conflictos de diversa clase- y
a un mejoramiento de las condiciones de la vida social, y, con base terrena
o celestial, ubicada en el pasado o también en el futuro, no fueron pocos los
que concibieron la existencia de una sociedad ideal o perfecta. Puede decir-
se, por último, que fueron entusiastas cultores de la idea de progreso; la fe
en la razón, el avance del conocimiento, la reconciliación del hombre con su
verdadera naturaleza: todo apuntaba en esa dirección.
La corriente de la Ilustración reconoce una variada gama de anteceden-
tes y de influencias, algunas de los cuales se han mencionado ya. Especial
significación tiene el desarrollo de las ciencias físicas y naturales sobre las
nuevas bases que colocó la revolución copernicana. Como se sabe, el as-
trónomo polaco Nicolás Copérnico, mencionado precedentemente, expuso
en su obra Sobre la revolución de las órbitas celestes, una revolucionaria
teoría sobre el sistema solar. En lugar de concebir a la Tierra como el cen-
tro del sistema -teoría que había desarrollado Ptolomeo en el siglo II d.c.-
sostuvo que el Sol ocupaba ese sitio. Estas ideas fueron retomadas y de-
sarrolladas, un siglo después, por Galileo Galilei (1564-1642) y por Johan-
nes Kepler (1571-1630), en confrontación con el modo de pensar prevale-
ciente en esa época entre los astrónomos y, en el caso de Galileo, en opo-
sición al pensamiento oscurantista y dogmático de la Inquisición (que final-
mente, como se sabe, le impuso sus condiciones). Estas controversias que-
daron definitivamente superadas con la aparición, en 1687, de la obra Prin-
cipia Matematica, de Isaac Newton, que fundó la mecánica celeste sobre la
teoría de la gravitación y dio, asimismo, origen a la física de base electro-
mecánica. Una nueva concepción de la ciencia irrumpió con Newton, que se

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irradió hacia diversos ámbitos del conocimiento. La inexistencia de verda-


des reveladas, la demostración fehaciente de la existencia de una parcela
del universo gobernada por leyes, el compromiso con la realidad empírica, la
razón como llave del saber operando a través de un ejercicio riguroso del mé-
todo científico fueron algunos de sus estandartes principales.
El empirismo inglés, con su preocupación por el “descenso” a lo fáctico y
aún la forma de racionalismo presente en la filosofía metafísica dejaron asi-
mismo una huella en los orígenes del pensamiento ilustrado. Finalmente,
merece señalarse, también, la influencia de la escuela del “derecho natura-
l”o ius naturalismo, cuyos representantes más señalados fueron, entre
otros, Hugo Grocio (1583-1645) y Saúl Pufendorf (1632-1694). Esta corrien-
te postuló la existencia de derechos de los individuos anteriores y superio-
res -precisamente, los derechos naturales- a los establecidos por el Estado.
Típicamente se los ejemplifica con el drama de Antígona -representado en la
obra homónima de Sófocles- que desafía la decisión de dejar insepulto a su
hermano, tomada por el rey. A Antígona le asistía el derecho -dirán los ius na-
turalistas- de actuar conforme a los usos religiosos y a la tradición, aún con-
tra las disposiciones del soberano (que en este caso, representa al Estado).
Los integrantes de esta corriente fueron, incluso, capaces de sostener, por
ejemplo, que el derecho natural se daba en conformidad con la razón y que
era independiente de la voluntad de Dios. Como se puede ver, existe una se-
mejanza argumentativa con los pensadores de la Ilustración, como así tam-
bién en los adversarios: la Iglesia y el Estado Monárquico.
Isaiah Berlin: filóso- El resonante y exitoso desenvolvimiento de las ciencias naturales duran-
fo nacido en Riga en
1909 y fallecido en te los siglos XVIII y XIX empinó a esta forma de concebir al mundo, convir-
Londres en 1997, fue tiéndola en una mainstream (corriente principal) del pensamiento occidental
uno de los más importantes
de los historiadores con- moderno y contemporáneo, a pesar de que los desarrollos en el ámbito de
temporáneos de las ideas. las ciencias sociales y de las humanidades no marcharon a la par de los su-
cesos de las primeras. En el campo filosófico surgieron críticas y contesta-
ciones al pensamiento de la Ilustración que decantaron en un movimiento
que suele denominarse la Contra-Ilustración (o a veces, también,
Antirracionalismo), que sentó las bases de lo que con razón Isaiah Berlin lla-
ma la “revuelta romántica”. Todo este movimiento constituye una segunda
mainstream del pensamiento occidental moderno y contemporáneo.
Antes de pasar a su consideración, es preciso señalar que si bien en el
Siglo XX el ímpetu de las ciencias físicas y naturales no se detuvo, sí se pu-
so en entredicho la pretendida validez universal de sus fundamentos y desa-
rrollos. En efecto, las proposiciones y teorías de la física de la relatividad y
de la cuántica pusieron en cuestión las certidumbres del universo científico
newtoniano. Aunque las prácticas corrientes de los científicos y profesiona-
les de las ciencias “duras” probablemente no se ha visto demasiado afecta-
da, en los niveles de punta de la actividad científica el estatuto epistemoló-
gico cerradamente racionalista de las mismas se halla en discusión. Por otra
parte, algunas consecuencias nefastas del uso de la ciencia, como la utiliza-
ción de bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki o la catástrofe de
Chernobyl, han constituido un severo llamado de atención. Ciertamente, no
puede achacarse a la ciencia la responsabilidad de estos sucesos. Pero tam-
bién es cierto que no es tan claro que aquélla pueda reclamarse del todo ino-
cente. En cualquier caso, debe reconocerse que esos episodios fueron terri-
bles mazazos aplicados sobre la idea de progreso.

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Teoría Sociológica

“En el siglo XVIII, Francia fue, sin duda, un lugar que


parecía, y a menudo lo era, doblemente privilegiado. An-
te todo se trataba de un lugar donde se estaba llevando
a cabo a la vista de todos el perfeccionamiento de una
cultura material, social y estética y, unido a ella de for-
ma indispensable, de un modo de vida excepcional, imi-
tado, envidiado o rechazado, pero que servía, en cual-
quier caso, como piedra de toque para cualquier ensayo
de una vida civilizada”. (G. Benrekassa: “Francia”, en V.
Ferrone y D. Roche [eds.]: Diccionario Histórico de la Ilus-
tración, Alianza, Madrid, 1998, p. 305).

Isaiah, Berlin, “La Ilustración”, en: El Mago del Norte,


Tecnos, Madrid, 1997.

Irving, Zeitlin, “El Iluminismo: sus fundamentos filosó-


ficos”, en: Ideología y teoría sociológica, Amorrortu,
Buenos Aires, 1993.

1. Lea el párrafo siguiente:


“La reorganización racional de la sociedad pondría pun-
to final a las confusiones espirituales e intelectuales, al
reino del prejuicio y la superstición, a la ciega obedien-
cia de dogmas no cuestionados y a las estupideces y
crueldades de los regímenes opresivos que semejante
oscuridad intelectual criaba y prohijaba. Lo que habría
que hacer era identificar las principales necesidades hu-
manas y descubrir los medios para satisfacerlas. Esto
crearía el mundo feliz, libre, justo, virtuoso, armonioso
que Condorcet predijo conmovedoramente desde su ca-
labozo en 1794.”
(I. Berlin, “La búsqueda del ideal”, en: I. Berlin, Árbol
que crece torcido, Vuelta, México, 1992, p. 18.)

¿Qué premisas y fundamentos del pensamiento de la


Ilustración alimentan la posibilidad de imaginar la exis-
tencia de una sociedad perfecta?

1.1.2. La Contra-Ilustración

La oposición a las ideas centrales de la Ilustración es casi tan vieja como


este movimiento. Tiene, en rigor, un padre expósito en el filósofo napolitano
Giambattista Vico (1668-1774), que nació incluso algunos años antes que
las principales figuras del Iluminismo francés. Vico produjo su singular obra
sin dejar discípulos y fue prácticamente desconocido para los filósofos de la
Ilustración. Más curioso aún, fue desconocido en Alemania, que fue la patria
de la Contra-Ilustración: Max Weber, quien prácticamente cierra el ciclo con-
tra-ilustrado en el campo de la Sociología, fue su primer traductor al alemán.
Los manuales de historia de las ideas o de la filosofía suelen reconocer-
lo por su concepción cíclica de la historia, que él graficaba con las palabras
latinas corsi e ricorsi de la historia, y suelen ubicarlo en un lugar cercano al
pensamiento ilustrado. Sin embargo, como bien ha enseñado Isaiah Berlin,

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no debería ser así. Vico anticipó genialmente algunas ideas que serían lue-
go centrales al movimiento contra-ilustrado (o antirracionalista), que por lo
mismo, controvierten algunas de las postulaciones básicas del Iluminismo.
Una primera gran diferenciación con el pensamiento ilustrado viene dada
por el hecho de que Vico no creía en la existencia de una sola ciencia. Creía
que los hombres sólo podían conocer cabalmente aquello que había sido
creado por ellos (el lenguaje, las sociedades, la historia, pero, también, la
geometría y las matemáticas), mientras que lo que no había sido objeto de
su creación, como la Naturaleza y sus procesos que eran obra de Dios, po-
día sólo tener un conocimiento limitado. Llamaba al primer tipo de saber ve-
rum y al segundo certum. El divorcio entre las ciencias y las humanidades o
la diferenciación entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza fue,
más tarde, uno de los estandartes de la Contra-Ilustración. Vico, a su mane-
ra, fue un precursor de este modo de entender las cosas.
Creía, por otra parte, que los fenómenos culturales eran históricamente
producidos bajo condiciones que eran propias de cada tiempo y de cada me-
dio específicos. De manera que a cada orden cultural le correspondían sus
propios y peculiares modos de conciencia y autopercepción. Cada cultura ex-
presaba, así, su propia experiencia colectiva y poseía sus propios medios de
expresión, genuinos y valederos. En definitiva, Vico creía en la singularidad o
unicidad de las culturas, cada una de las cuales se expresaba de una mane-
ra igualmente auténtica. Se diferenciaba, por lo tanto, de la pretensión de
universalidad en materia de fines humanos que vendrían a postular los ilus-
trados y estaba asimismo muy lejos de admitir como posible la compatibili-
zación de las metas y/o de los valores humanos y, por ende, de aceptar la
posiblidad de la existencia de una sociedad perfecta.
Proponía que era posible conocer las culturas “ajenas”. Condición indis-
pensable para ello resultaba la suspensión de las maneras más profundas,
fundantes, de mirar las cosas, de la cultura de quien investiga. Algo así co-
mo suspender los propios moldes, los propios esquemas, los prismas y án-
gulos desde los cuales se mira y se comprende habitualmente, en favor de
abrirse imaginativamente a lo distinto. Para Vico, los hombres se hacen, se-
gún las épocas y los lugares donde les ha tocado vivir, diversas preguntas
sobre el mundo, la vida, el devenir. Y las responden diferentemente. A su mo-
do de ver, para comprender esas respuestas es preciso entender las pregun-
tas que preocuparon a una época o a una cultura. Allí es donde juega la pers-
picacia imaginativa y la suspensión del punto de vista habitual. Por esta vía,
Vico anticipará uno de los temas centrales de la teoría del conocimiento an-
tirracionalista: el de la inevitable atribución de sentido (o, lo que es práctica-
mente lo mismo, la atribución de significado) a los fenómenos sociales o cul-
turales, por parte de quien investiga.
Hay, todavía, otra proposición de Vico que merece mencionarse. Su nega-
tiva a admitir que la obra de Dios pudiese ser cabalmente conocida por los
hombres contiene, aunque más no fuere implícitamente, la idea de que la ra-
zón tiene límites. Que la finitud humana, vis a vis la omnipotencia divina o la
inconmensurabilidad del mundo -precisa y paradojalmente, fue Newton quien
entronizó los conceptos de tiempo y espacio infinitos- produce si no limitacio-
nes insoslayables, por lo menos, dificultades a las posibilidades de conocer.
Todos esto temas -la distinción entre ciencias del espíritu y ciencias de la
naturaleza, contenida en ciernes en sus nociones de verum y certum; la ne-
gativa a aceptar que los fenómenos sociales y los culturales se expliquen

18
Teoría Sociológica

con arreglo a leyes universales y, por el contrario, la afirmación de su singu-


laridad; la postulación de que el conocimiento, en el terreno cultural o en el
social, asume la forma de la comprensión, esto es, de una atribución de sen-
tido; y el reconocimiento de las limitaciones de la razón- fueron de un modo
u otro abordados y desarrollados por los filósofos de la Contra-Ilustración,
que desarrollaron alrededor de ellos el núcleo de sus concepciones.
Johann Hamann (1730-1788) fue el iniciador, en Alemania, del movimien-
to contra-ilustrado. Criticó ácidamente el pretendido imperio de la razón y la
postulación de que el mundo estuviese regido por leyes. Embistió frontal y
empedernidamente contra la postulación que sostiene que el mundo tiene
una estructura objetiva. “Dios es un poeta, no un matemático”, argumentó
colérico. Con lo cual quería descalificar las presuntas explicaciones basadas
en ecuaciones y regularidades y, al contrario, reclamaba atención para la
cuestión de la atribución de sentido. Y en materia de crítica al pretendido im-
perio de la razón llegó hasta la burla: firmó algunos de sus trabajos y cola-
boraciones con el seudónimo “El Mago del Norte”, obviamente a sabiendas
de que la magia es refractaria al raciocinio.
Menos visceral y desordenado, su discípulo Johann Herder (1744-1803)
intentó construir un sistema más coherente que el cúmulo de textos a veces
tocados con la luz de la genialidad, pero irremediablemente irregulares e in-
conexos de su maestro. Aceptó de buen grado el concepto de individualidad.
Esto es, el caracter individual de una sociedad, de una cultura, de un perío-
do histórico o de una tradición literaria, por casos. A la manera de Vico -cu-
ya obra desconocía- postuló que entender algo requería de una capacidad
que denominó Einfühlung (“sentir dentro”), es decir, de una destreza para
“entrar en” las condiciones únicas y singulares de su individualidad y desa-
rrollo. En el plano cultural sostuvo que cada cultura tenía su Schwerpunkt
(centro de gravedad), cuya comprensión resultaba imprescindible para desci-
frar cualquier aspecto parcial de la misma. Era celosamente respetuoso de
la diversidad de las culturas y suponía que éstas podían convivir armoniosa-
mente unas junto a otras. La simiente del nacionalismo -que él nunca prac-
ticó ni recomendó- se hallaba, sin embargo, presente en los pliegues de su
filosa crítica al universalismo de cuño voltaireano y, en general, al hueco cos-
mopolitismo de los filósofos de la Ilustración. Herder fue, también, uno de
los más importantes mentores del movimiento cultural que se denominó
Sturm und drang (Tormenta y Tensión), que se desarrolló en la segunda mi-
tad del siglo XVIII, en Alemania.

Sturm und Drang

Sturm und Drang es el título de una obra publicada en 1776, del dra-
maturgo alemán F.M.Klinger. La denominación se utilizó para identificar
un movimiento cultural surgido cuando se discutía en Alemania sobre las
reglas y el genio en el arte y despuntaba una respuesta entonces nueva: la
única regla es escuchar el propio corazón, ser sincero y fuerte. La origina-
lidad pasó a ser lo más importante y aquél que no sintiese emociones nue-
vas, quien no formase pensamientos inéditos, no tenía nada que hacer en
la poesía o en la dramaturgia. Para reencontrar la bondad natural de los se-
res, rechazaban en bloque las instituciones y tradiciones, ya que suponían
que las leyes y las prescripciones de la sociedad habían alterado la natura-
leza humana. De modo que el movimiento convocaba a la emancipación
y a la conquista de la libertad. Se aborrecía la moderación, los acuerdos:

19
Universidad Virtual de Quilmes

era necesario que cada uno osara ser lo que realmente era, que dejara ha-
blar a su propio lenguaje, refinado y sutil en algunos autores (Goethe),
violento y patético en otros (Goetz). La fuente de toda energía, y por tan-
to de toda comunidad era, junto con el pueblo anónimo, la personalidad
fuerte, la vitalidad indomable, la capacidad de afirmarse.
Herder, que fue un impulsor inicial del movimiento, recomendó un re-
torno a las fuentes, a los inicios de la sociedad y de la poesía. Para él, el
canto precedió al discurso y por ello se interesó en los cantos populares es-
lavos y alemanes. Esto se trasladó a sus discípulos, que dieron un tono más
patriótico a sus investigaciones sobre las antiguas canciones populares.
Este entusiasmo por la antigüedad nacional y por los poemas del pueblo y,
al mismo tiempo, por el arte gótico, declarado “arte propiamente alemán”,
reforzó la hostilidad a las reglas de los franceses y a su pretensión de mo-
nopolizar el buen gusto.
Goethe, por su parte, fue muy sensible a la idea de los grandes hom-
bres creadores, de los “genios”. Shakespeare, por la fuerza creadora de su
genio, hizo surgir un mundo de la nada y, siempre según Goethe, creó
hombres comparables a Prometeo. La palabra genio, aparecida en el idio-
ma alemán hacia la mitad del siglo XVIII, tuvo éxito: en 1775, en Alema-
nia todos buscaban su propio “genio”, y todos querían expresar algo que
les perteneciera.

La corriente contra-ilustrada encarnó en otros pensadores, entre los que


puede nombrarse, en Alemania, a Jacobi (1743-1819), Möser (1729-1794) y
Schelling (1775-1854). Se desdobló en diversas direcciones, algunas de las
cuales dieron frutos respetables, en tanto que otras los dieron aborrecibles.
Entre los primeros puede mencionarse, en el campo de la filosofía, que su
influencia modeló, de alguna manera, los afanes de Schopenhauer
(1788-1860), Kierkegaard (1813-1855) y aun de Nieztche (1844-1900).
Mientras que en el campo de la sociología es inevitable mencionar la lumi-
nosa obra de Max Weber. En tanto que, como contrafiguras de los anteriores
pueden, por ejemplo, mencionarse los reaccionarios Bonald (1754-1840) y
de Maistre (1753-1821).
El movimiento contra-ilustrado, con su combate a la razón y su negación de
la existencia de un orden objetivo (al menos, en el terreno de la realidad so-
cial y cultural), encendió la mecha de lo que Berlin llama “la gran revuelta ro-
mántica”. Esta abrevó en esas fuentes del antirracionalismo. Aceptó en líneas
generales la consigna de Herder: “¡No he venido aquí para pensar, sino para
ser, sentir, vivir!”. Sin desmerecer el mundo de los sentimientos, las emocio-
nes y las pasiones, y sin dejar de destacar el papel de la libertad para crear y
para elegir (en el plano estético y en el mundo de los valores, entre otros) co-
locó, sin embargo, el acento sobre la reivindicación de la voluntad, a la que
consideró el gran motor que movía a los hombres. Negó la existencia de un
mundo social regido por leyes y, por lo tanto, la utilidad de los paradigmas que
procuraban retratarlo. Algunos, incluso fueron más allá, como Fichte
(1762-1814), que llegó a exclamar: “No acepto lo que me dé la naturaleza por
obligación, creo en ella porque es mi voluntad”. Aunque, en general, aceptaron
la división del mundo en material -reconociendo aquí la existencia de leyes y
de relaciones de causa/efecto- y espiritual, dentro del cual concebían al hom-
bre como creado por sí mismo, a partir de sus propias elecciones.
En este marco, dieron un paso decisivo al sostener que los valores no se
descubrían ni se deducían racionalmente, sino que se creaban por propia

20
Teoría Sociológica

voluntad. Lo que dio lugar, también, a que afirmaran la existencia de una plu-
ralidad de valores, no necesariamente compatibles entre sí. Pero así mismo
abrió la puerta para que algunos sostuvieran -entre otros Schelling- que los
fines de la vida social pueden ser creados por inspirados hombres geniales,
lo que favoreció, en combinación con ideas como las de Volkgeist (espíritu
del pueblo) o Nationalgeist (espíritu nacional) -inocuamente pensadas por
Herder en un principio- a más de una trágica experiencia política.
Las extravagancias y los desaciertos del irracionalismo romántico fueron
muchos. Sin embargo, alrededor de su núcleo central de pensamiento se pu-
so en marcha una revuelta contra las verdades que había establecido la Ilus-
tración, que tuvieron un enorme impacto sobre los modos de pensar y de vi-
vir en Occidente.

“Pienso, en primer lugar, que algunos de los románticos


cortaron la más profunda de las raíces de la perspecti-
va clásica -a saber, la creencia de que los valores, las
respuestas a las cuestiones de acción y elección, en
modo alguno podían descubrirse- y mantuvieron que
no había respuestas a algunas de estas preguntas,
subjetivas u objetivas, empíricas o a priori. En segun-
do lugar, no había para ellos ninguna garantía de que
los valores no entraran, en principio, en conflicto entre
sí, o, si lo hacían, de que hubiera una salida; y sostu-
vieron como Maquiavelo, que negar esto era una forma
de autoengaño, ingenuo o superficial, patético y siem-
pre desastroso. En tercer lugar, mi tesis es que con su
doctrina positiva los románticos introdujeron un nue-
vo conjunto de valores, no reconciliables con los anti-
guos, y que la mayoría de los europeos son hoy here-
deros de ambas tradiciones. Aceptamos ambas pers-
pectivas y cambiamos de una a otra de una manera
que no podemos evitar si somos honestos con nosotros
mismos, pero que no es intelectualmente coherente”.
(I. Berlin, “La revolución romántica: una crisis en la
historia del pensamiento moderno”, en: El sentido de la
realidad, Taurus, Madrid, 1998, p. 256.)

Isaiah Berlin, “La Contailustración”, en: Contra la co-


rriente, Fondo de Cultura Económica, México, 1992,
cap. 1.

2. Explique por qué el pensamiento contra-ilustrado


sienta las bases para el desarrollo de una revuelta con-
tra el mito iluminista de una sociedad perfecta.

1.1.3. Saint Simon, Comte, escuela histórica alemana

Tanto las ideas de la Ilustración como las de la Contra-Ilustración (y su


continuación en el movimiento romántico) surtieron efectos en el terreno del
pensamiento social. En lo que sigue se examinará su impacto en algunas fi-
guras o movimientos precursores de la Sociología.

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Universidad Virtual de Quilmes

Saint Simon

Claude Henry Saint Simon (1760-1825) era un conde francés que, no obs-
tante su condición de noble y de aristócrata, adhirió a la Revolución France-
sa. Quizá porque D’Alambert (1717-1783) había sido su preceptor privado,
adhirió fuertemente a las ideas que la Ilustración había desarrollado en el te-
rreno epistemológico. Creía que el mundo estaba regido por leyes, admiraba
los desarrollos de las ciencias físicas y naturales, y esperaba que las cien-
cias humanas pudieran alcanzar un estatuto semejante.
Sostenía que el conocimiento humano había pasado por tres etapas: la
teológica, la metafísica y la científica; (esta idea -como otras de la obra de
Saint Simon- sería retomada luego por Comte). En la primera, las cuestio-
nes de la fe habían tenido una influencia contaminante sobre la producción
de saber. La segunda había alcanzado su máxima expresión con los philo-
sophes ilustrados. Sus concepciones habían contribuido decisivamente a la
destrucción del viejo orden, pero habían aportado poco a la creación de un
orden social nuevo. La tercera se fundaba en la ciencia, que estaba desti-
nada convertirse en el pilar de una nueva forma de organización social. En
este contexto, estaba llamada a desarrollarse la fisiología social, que sería
la ciencia que se ocuparía del estudio de los comportamientos humanos (o
sea, lo que más tarde sería la Sociología; esta idea fue también retomada
por Comte).
Concebía a las sociedades como estructuradas a partir de un doble jue-
go de oposiciones. Por un lado, estaba el corte entre productores (los in-
dustriales, los banqueros, los científicos, los obreros manuales y los cientí-
ficos, entre otros) y los ociosos (los terratenientes que no producían de ma-
nera directa, los rentistas de distinta clase, etc.). La otra oposición enfren-
taba a los que tienen con los que no tienen. Esta concepción anticipaba la
noción de clase social, que fue luego retomada y profundizada por Marx y
sus seguidores.
A su modo de ver, las disputas interiores más severas de las sociedades
son las que se entablan entre los que tienen y los que no. La ambición y el
egoísmo de los poseedores y la rebeldía creciente de los desposeídos con-
duce a una intensificación de los conflictos y a un avance de la insurrección.
Cuando ésta comienza a tener éxito, los intelectuales se suman al bando
de los que no tienen y se convierten en sus dirigentes. No obstante esta
forma quizá ingenua de presentar los problemas, Saint Simon poseía una vi-
sión podría decirse que orgánica del cambio social. Suponía que en el inte-
rior de las viejas sociedades se iban gestando los gérmenes de la nueva, y
que en la medida en que iba desapareciendo el sistema social anterior se
iba formando otro, en el interior del primero. El cambio suponía las convul-
siones y los estertores de un proceso revolucionario. Cuando éste sucedía,
las fuerzas y los actores más importantes del nuevo orden, sustituían a los
del viejo. Esta concepción general también fue retomada y profundizada por
Marx y los marxistas.
Por todas estas ideas, sumadas a su interés por que la nueva sociedad
fuese más justa y mejorara las condiciones de vida de todos los habitantes,
Saint Simon es considerado un “socialista utópico”.
Pero si creía que la revolución era necesaria e inevitable, también soste-
nía -y lo aplicaba a su propia interpretación de la Revolución Francesa- que
era temerario demoler las viejas instituciones sin proponer alternativas a

22
Teoría Sociológica

cambio. Desde esta apreciación se sentía concernido por los problemas de


la estabilidad y la cohesión de las sociedades (que luego se trasladarían a
Comte e incluso a Durkheim) y manifestaba una viva preocupación por la con-
ciliación de los intereses contrapuestos en la sociedad. Lo que obviamente
lo alejaba de los fundamentos conceptuales del socialismo en cualquiera de
sus variedades.
Finalmente, debe mencionarse que suponía que la ciencia, inigualable
fuente de revelación de verdades, ocuparía un lugar central en la producción
de cohesión social, en las sociedades del nuevo tiempo. Y que los científi-
cos, junto a los industriales -quienes jugarían el papel más activo entre las
clases productivas- serían quienes reemplazarían, como figuras centrales, a
las de la sociedad medieval: la nobleza y el clero.

Comte

Augusto Comte (1798-1857) fue discípulo de Saint Simon, de quien llegó


incluso a ser secretario por un tiempo. A pesar de la dura crítica que dirigió
a los pensadores de la Ilustración, su sistema de ideas, que fundó una co-
rriente que se conoce con el nombre de positivismo, mantuvo siempre un
marcado parecido de familia con aquélla.
En su crítica a los philosophes, Comte retomó la línea argumentativa ini-
cialmente expuesta por su maestro: la de aquéllos había sido una filosofía
negativa, capaz de socavar los fundamentos del viejo sistema social, pero in-
capaz de sentar las bases de funcionamiento del nuevo. Esta limitación de-
bía ser remediada, precisamente, por la filosofía positiva, cuyos fundamen-
tos y orientaciones de desarrollo él se encargaría de colocar.
En su primer obra importante, el Curso de filosofía positiva, editado en
1830, formuló por primera vez una proposición que sería fundante de su pun-
to de vista: si querían superarse las turbulencias de las sociedades huma-
nas -la referencia es así de general, pero es razonable suponer que tenía es-
pecialmente en la mira a la Francia posterior a la Revolución de 1789- de-
bían articularse coherentemente orden y progreso. Estos dos principios
“...representan las dos nociones fundamentales, cuya deplorable oposición
Comte A. La Filoso-
trae consigo el trastorno de las sociedades humanas”. fía Positiva, Porrúa,
Esta es la fórmula básica de este pensar, que lo positiviza -a juicio de México, 1990, p. 54.
Comte- frente a la negatividad de la escuela ilustrada.
Junto a dicha fórmula básica, Comte colocó también como pilar de su pen-
samiento, lo que llama la ley de los tres estados. Ésta postula -de nuevo en
consonancia con lo que había anticipado ya Saint Simon- que el espíritu hu-
mano considerado en su conjunto se despliega según una marcha que atra-
viesa tres estados: el teológico, el metafísico y el positivo. En el primero, el
hombre basa las explicaciones de los fenómenos del mundo sobre la inter-
vención de agentes sobrenaturales. En el segundo, todo se explica a partir
de entidades abstractas o de verdades a priori que tienen la virtud de hacer
inteligible al mundo. En la tercera, la explicación se asienta sobre la obser-
vación rigurosa, la experimentación y la aplicación del método científico, lo
que conduce al descubrimiento de leyes y al establecimiento de relaciones
objetivas entre los fenómenos.
Su confianza en el progreso humano era ilimitada. Entendía que aquél se
había venido abriendo camino a lo largo de la historia, pero que no había

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Universidad Virtual de Quilmes

sido debidamente registrado, por los distintos pensadores y escuelas, con an-
terioridad. Sólo la filosofía positiva estaba en condiciones de desentrañar la
verdadera naturaleza del progreso social, de señalar su norte y de caracteri-
zar los pasos progresivos de su desenvolvimiento gradual. Esto, fundamental-
mente, debido a la ley de los tres estados: se requería de la maduración de
condiciones que aparecen con el estado positivo, para entender cabalmente
la problemática del progreso. Y porque, además, era justamente en dicho es-
tadio en el que se producía un desarrollo de la ciencia capaz de convertirse
en la garantía del desenvolvimiento sostenido de aquél (el progreso).
La cuestión del orden está vinculada con la problemática de la estabili-
dad, la cohesión, el equilibrio y la armonía de las sociedades. Comte creía
que el desarrollo del espíritu humano y el avance de la ciencia producirían un
significativo efecto estabilizador y armonizante. Suponía también que el in-
dustrialismo típico de las sociedades modernas beneficiaría el equilibrio y la
cohesión sociales, en tanto que el belicismo -y, por ende, el militarismo- de
las sociedades más atrasadas iría desapareciendo. Pero creía, también, que
esto solo no alcanzaba; que debía desarrollarse una moral capaz de incidir
favorablemente sobre la regulación armoniosa de la vida social. En el ya men-
cionado Curso de filosofía positiva, por ejemplo, sostiene: “Después de ha-
ber explicado las leyes naturales que, en el sistema de la sociabilidad mo-
derna, deben determinar la indispensable concentración de las riquezas en
los jefes industriales, la filosofía positiva hará comprender que poco importa
a los intereses populares en qué manos se encuentran actualmente los ca-
pitales, siempre que su empleo normal sea necesariamente útil para la ma-
sa social. Ahora bien, esta condición esencial depende mucho más, por su
naturaleza, de los medios morales, que de las medidas políticas”. Esta preo-
cupación por el componente moral como sostén del orden lo llevó, en sus úl-
timos años, a interesarse especialmente, por los aspectos cohesionadores
de las religiones. Al punto que escribió un catecismo laico, al que denominó
Catecismo positivista, con la intención de que se convirtiese en sustento mo-
ral de las sociedades.
En materia epistemológica asumió plenamente el paradigma diseñado por
la Ilustración. Creía que el mundo estaba sujeto a leyes naturales invaria-
bles, que era preciso descubrir. Creía, asimismo, en un universo científico
único. Suponía que las diversas disciplinas se desarrollaban en forma autó-
noma por una cuestión de división del trabajo intelectual y que llevarían un
ritmo desparejo de desenvolvimiento debido a que la ley de los tres estados
se había presentado en distinto tiempo, en cada una de las parcelas disci-
plinarias. No obstante, afirmaba que no era necesario, por el momento, que
la ciencia fuese una sola, sino que bastaba con que sus desarrollos parcia-
les fueran homogéneos. Confiaba, sin embargo, en que todos esos desarro-
llos se iban a integrar, con el tiempo, en un corpus único.
Estableció una clasificación articulada de las ciencias dentro de la cual
concibió un lugar para la Física Social o Sociología, siendo el primero en
usar esta expresión. La definía como “el estudio positivo del conjunto de
las leyes fundamentales propias de los fenómenos sociales...”. Y distinguía
entre una estática social, que debía ocuparse de los fenómenos relativos
al orden y una dinámica social, que debía dirigirse al estudio del fenómeno
del progreso.
Como ha sido mencionado ya, Comte retomó no pocas de las ideas de su
maestro Saint Simon a las que -debe señalarse- vació de cualquier contenido

24
Teoría Sociológica

contestatario, para, por el contrario, desarrollarlas con el sesgo conservador


que se desprendía de su marcada preocupación por el orden. Y a pesar de
que él mismo creía lo contrario, su opción epistemológica y su fe en las po-
sibilidades de progreso ilimitado de los hombres, lo convirtieron en un conti-
nuador de las ideas de la Ilustración.

La escuela histórica alemana

Uno de los contra-movimientos que desencadenó la difusión y el auge del


pensamiento ilustrado fue un retorno a la historia. La creencia en una razón
universalista, en leyes invariables rectoras del mundo y en la existencia de
una estructura objetiva de la realidad aún en el terreno social, la habían arrin-
conado. Los iluministas no se preocupaban demasiado por ella. Por añadidu-
ra, no pocas veces presentaba dificultades: la variedad de lo real histórico
desafiaba, en ocasiones, la pretensión generalista de los philosophes. Con
el avance de la corriente contra-ilustrada, se produjo, entonces, un crecien-
te interés por la historia. Así aparecieron dentro de las disciplinas de las
ciencias sociales, especialmente en Alemania, escuelas que se adjetivaron
como históricas. Puede mencionarse, por ejemplo, la escuela propiamente
histórica -es decir, relativa a la práctica de los historiadores- en la que se
contaron, entre otros, Leopold Ranke (1795-1886) y Johann Droysen (1801-
1884); la Escuela Histórica del Derecho, animada, entre otros, por Friedrich
von Savigny (1779-1861); la escuela histórica en economía, a la que, entre
otros, adscribían Wilhem Roscher (1817-1894) y Karl Knies (1821-1898).
Dentro del campo de la Sociología, esta corriente tuvo influencia sobre Hein-
Weber escribió un
rich Rickert (1863-1938) y sobre Max Weber, entre otros. artículo crítico sobre
En este último campo, la escuela histórica dejó en particular una huella las teorizaciones de Ros-
significativa en el terreno epistemológico y en el metodológico. El divorcio en- cher y Knies, en el que pue-
de razonablemente inferirse
tre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu; el dilema de la fi- si no su pertenencia a dicha
nitud humana frente a la infinitud de lo real, en términos de proceso de co- escuela, por lo menos el in-
terés con que leía sus pro-
nocimiento -cómo hace para conocer un sujeto finito, cuya razón, por tanto, ducciones. El artículo se
es limitada, enfrentado a una realidad ilimitada-; la necesidad de recortar la llama Roscher y Knies y los
realidad -en especial la social- para construir objetos de estudio; el papel de problemas lógicos de la
economía política histórica;
la interpretación en el proceso de conocimiento fueron algunos de los temas hasta donde sé, no está tra-
que contribuyeron a instalar la escuela histórica en el campo sociológico. ducido al español.
Max Weber los desarrolló inteligentemente, produciendo uno de los aportes
más originales al desenvolvimiento de la teoría sociológica.

Comte, Augusto, La Filosofía Positiva, Porrúa, México,


1990, pp. 33-45 y pp. 54-63.

3. a. Compare la ley de los 3 estadios en Saint Simon y


en Comte. Establezca, si las hay, similitudes y diferen-
cias entre uno y otros.

b. ¿Cómo plantean: 1)Saint Simon el problema de la co-


hesión social y 2)Comte el del orden; ¿Qué recursos y/o
instrumentos creen respectivamente que son importan-
tes para conseguirlos? Desarrolle.

25
2

Conocimiento y sociedad

Objetivos

Examinar las concepciones generales sobre la sociedad y la manera en


que han pensado la posibilidad de producir conocimientos en el ámbito de lo
social, de:
a) K. Marx
b) E. Durkheim
c) M. Weber

2.1. Dos dimensiones articuladas

La producción de teoría sociológica ocurre siempre en el interior de un es-


pacio doblemente delimitado. De un lado, por una concepción general sobre
lo social, que entre otros asuntos importantes aborda temas tales como qué
es una sociedad, cómo funciona, cuáles son sus rasgos principales y cuáles
sus dinámicas más significativas. De otro, por una concepción acerca de có-
mo es posible conocer en ciencias sociales. Es decir, toda producción de teo-
ría sobre lo social pone en juego alguna concepción acerca de cómo funcio-
na el proceso de conocimiento en ese terreno. Concibe la realidad social de
alguna manera específica (algunas teorizaciones, por ejemplo, suponen que
aquélla está regida por leyes, otras, en cambio, sostienen el carácter históri-
co del quehacer social), postula alguna capacidad de entendimiento y/o com-
prehensión mayor o menor de las facultades humanas comprometidas en el
proceso de conocimiento, formula criterios de verdad y recomienda procedi-
mientos metodológicos, entre otras cuestiones relevantes.
Estas dos dimensiones son congruentes entre sí y se hallan articuladas.
Una teorización que postulara la existencia de leyes rectoras de lo social, por
ejemplo, no podría sostener simultáneamente la existencia del azar o de la
diversidad histórica en la determinación de lo social. Del mismo modo que
quien asumiera la tradición platónica que sostiene que para todas las pre-
guntas genuinas hay una y sólo una respuesta verdadera, no podría admitir
soluciones alternativas igualmente válidas frente a cualquier clase de dile-
ma, en términos de saber. Obviamente, debe haber congruencia entre lo que
se plantea en el terreno epistemológico (o de las concepciones sobre el co-
nocimiento social) y lo que se formula en el campo sustancial (o de la teoría
sobre lo social). Asimismo, ambas dimensiones se hallan articuladas. Por
ejemplo, tal como se planteó en la Introducción de este trabajo, en el caso
de la sociología marxista, el materialismo dialéctico postulado en el terreno
epistemológico está articulado con la conceptualización sobre la lucha de
clases formulada en el plano de la teoría sustantiva sobre lo social.
Resumiendo lo expuesto hasta aquí y apelando a una imagen gráfica, po-
dría decirse que la teoría sociológica se construye (y/o se desarrolla) en el

27
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interior de un sistema de coordenadas en el que el eje de las “y” sería, por


ejemplo, la concepción general sobre lo social (cgs) y el eje de las “x” sería
la concepción sobre el conocimiento social (ccs).

cgs
Teoría social

ccs x
En lo que sigue, se revisarán los fundamentos epistemológicos de E. Durkheim,
K. Marx y M. Weber y sus respectivas concepciones generales sobre la sociedad,
entendiendo que estas últimas constituyen algo así como el soporte último de sus
correspondientes concepciones generales sobre lo social.
Por extraño que parezca, la noción de sociedad, entendida con referencia
a conglomerados humanos grandes, poseedores de algún grado de cohesión
e identificables por su sistema económico o su referencia nacional o local (la
sociedad capitalista, la sociedad esquimal o la sociedad argentina del siglo
XIX, vgr.). no está explícitamente definida ni por Marx ni por Durkheim, aunque
la utilizan profusamente. Es preciso leer en las entrelíneas de sus obras o de-
velar sus implícitos para encontrarse con ella. Max Weber es, en cambio, bas-
tante más explícito aunque debe señalarse que su operatoria conceptual re-
clama un trabajo de análisis atento para descubrir la funcionalidad de su no-
ción general de sociedad respecto de los conglomerados grandes. En efecto,
“Llamamos sociedad él define el concepto de sociedad -junto al de comunidad (véase pastilla al
a una relación social
cuando y en la medi- margen en unidad 1)- dotándolo de un altísimo nivel de generalidad; por lo
da en que la actitud en la ac- mismo, resulta aplicable a un sinnúmero de casos que van desde los clubes
ción social se inspira en una
compensación de intereses deportivos hasta las sociedades empresariales o comerciales.
por motivos racionales (de Por la vía de sucesivas delimitaciones trazadas mediante los conceptos
fines o de valores) o tam- de relación social y de asociación (que incluye los de validez y orden) recién
bién en una unión de intere-
ses con igual motivación. se alcanza una noción de sociedad aplicable a conglomerados humanos
La sociedad, de un modo tí- grandes, como los referidos más arriba.
pico, puede especialmente
descansar (pero no única- No obstante la ausencia de lo que se podría denominar una explícita no-
mente) en un acuerdo o pac- ción general de sociedad, es más que evidente que los tres autores tienen
to racional por declaración a “la sociedad” (esto es, a esos conglomerados humanos grandes poseedo-
recíproca.” (Weber, M.
Economía y Sociedad, FCE, res de algún grado de cohesión e identificables por su sistema económico o
1964, vol I, pág. 33) su referencia nacional o local, como los mencionados arriba: la sociedad ca-
pitalista, la sociedad esquimal o la sociedad argentina del siglo XIX) como re-
ferente empírico insoslayable. Se deberá buscar, pues, en el interior de sus
teorizaciones, en sus entrelíneas e implícitos -como se dijo más arriba- la
huella y el perfil de esta noción general de sociedad.

2.2. Sociedad y conocimiento en Marx

2.2.1. La noción de sociedad

Marx comenzó a estudiar derecho, en 1835, en la Universidad de Bonn,


cumpliendo un deseo de su padre. En 1836 se trasladó a Berlín, en cuya

28
Teoría Sociológica

universidad continuó sus estudios universitarios, pero volcándose hacia la


filosofía. Terminó su carrera con la tesis doctoral Diferencia de la filosofía de
la naturaleza en Demócrito y Epicuro y su título de doctor le fue expedido el
15 de abril de 1841. Intentó conseguir una plaza de profesor en Bonn pero
no tuvo éxito. En 1842 se mudó a Colonia, donde se incorporó como redac-
tor a la Gaceta renana de política, comercio e industria, una publicación in-
clinada hacia posiciones liberales y republicanas, que se manifestaba opues-
Prusia: Estado mo-
ta y crítica al orden monárquico prusiano. Allí desarrolló una breve pero in- nárquico alemán,
tensa actividad como periodista encargado de temas políticos y económicos. consolidado durante los si-
En el transcurso del año 1843, la Gaceta fue clausurada y Marx salió al glos XVII y XVIII. En el
siglo XIX se convirtió en el
destierro. Primero a París y poco después a Bruselas. eje de la unificación alema-
Marx mismo reconoció que debido a su oficio de periodista “se vio por pri- na, merced a su triunfo en
la guerra contra Austria en
mera vez en el trance difícil de tener que opinar acerca de los intereses mate- 1866, y contra Francia en
riales”. Es decir, de opinar sobre cuestiones económicas. En función de ello co- 1870. Organizado como
menzó a estudiar economía. Simultáneamente, su cuestionamiento del orden Imperio (el Segundo
Reich) en 1871, incorporó
prusiano lo llevó a releer críticamente la filosofía del derecho de Hegel, lo que entonces los últimos terri-
dio origen a su primer libro, que se llamó Crítica de la filosofía del Estado de torios que habían permane-
cido hasta entonces al mar-
Hegel. Allí comenzaron a tomar forma algunas ideas que más tarde, mejor de- gen: Baviera, Wurtemberg
sarrolladas, servirían de base a su conceptualización; entre otras, que las dis- y Baden.
posiciones jurídicas y las formas del Estado están relacionadas con las condi-
ciones materiales de vida, cuyo conjunto resumía en la noción de “sociedad ci-
vil”. La anatomía de ésta podía encontrarse en la economía política.
En el exilio parisino y luego en Bruselas retomó sus estudios de econo-
mía. El mismo se encargó de resumir sus avances:

“El resultado general que obtuve y que, una vez obtenido, sirvió de hi-
lo conductor de mis estudios, puede formularse brevemente de la siguiente
manera. En la producción social de su existencia, los hombres establecen
determinadas relaciones, necesarias e independientes de su voluntad, rela-
ciones de producción que corresponden a un determinado estadio evoluti-
vo de sus fuerzas productivas materiales. La totalidad de esas relaciones de
producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real
sobre la cual se alza un edificio (Uberbau) jurídico y político, y a la cual
corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de pro-
ducción de la vida material determina (bedingen) el proceso social, políti-
co e intelectual de la vida en general. No es la conciencia de los hombres
lo que determina su ser sino, por el contrario, es su existencia social lo que
determina su conciencia. En un estadio determinado de su desarrollo, las
fuerzas productivas materiales de la sociedad, entran en contradicción con
las relaciones de producción existentes o -lo cual sólo constituye una ex-
presión jurídica de lo mismo- con las relaciones de propiedad dentro de las
cuales se habían estado moviendo hasta ese momento. Esas relaciones se
transforman de formas de desarrollo de las fuerzas productivas en ataduras
de las mismas. Se inicia entonces una época de revolución social. Con la
modificación del fundamento económico, todo ese edificio descomunal se
trastoca con mayor o menor rapidez. Al considerar esta clase de trastoca-
mientos, siempre e menester distinguir entre el trastocamiento material de
las condiciones económicas de producción fielmente comprobables desde
el punto de vista de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas, dentro de las cua-
les los hombres cobran conciencia de este conflicto y lo dirimen.”
(K. Marx: “Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía po-
lítica”, en: Introducción general a la crítica de la economía política,
Cuaderno de Pasado y Presente N° 1, México, 1986, pg. 66-67.)

29
Universidad Virtual de Quilmes

Debido a una serie Colocaba así el punto de partida de su concepción materialista de la his-
de azares, La ideolo- toria (con obvias repercusiones sobre su teoría de la sociedad). Estas ideas
gía alemana permaneció
extraviada durante cierto estarán presentes a lo largo de toda la obra de Marx, desde la Ideología Ale-
tiempo. Luego de recupera- mana -escrita en conjunto con Friedrich Engels (1820-1895) en 1845- en
da quedó en los archivos del
partido socialdemócrata adelante. Allí, por ejemplo, puede leerse lo siguiente:
alemán. Su texto íntegro se
publicó por primera vez re- “Ahora bien, para vivir hace falta comer, beber, alojarse ba-
cién en 1932.
jo un techo, vestirse y algunas cosas más. El primer hecho his-
tórico es, por consiguiente, la producción de los medios indis-
pensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir,
la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que
es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda
historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita
cumplirse todos los días y a todas horas, simplemente para
asegurar la vida de los hombres.”
(Marx, K. y Engels, F., 1985)

En su búsqueda del Puntos de partida del llamado materialismo histórico marxiano, las citas
“estado de naturale-
za”, Rousseau imagi- textuales que se acaban de transcribir para dar someramente cuenta de
na la existencia de un esta- ellos, contienen también en las entrelíneas, una concepción de la sociedad:
dio histórico en el que el
hombre todavía no vivía en la primera de ellas dice “en la producción social de su existencia” los hom-
sociedad. El “hombre natu- bres contraen “relaciones necesarias e independientes de su voluntad”. ¿A
ral” no posee lenguaje ni qué hacen referencia estas puntualizaciones? La segunda cita despeja cual-
acumula conocimiento, y
encuentra disponible en su quier duda que pudiera caber: “la producción de la existencia consiste en sa-
entorno inmediato todo tisfacer necesidades básicas: comer, beber, etc”. Ahora bien, también dice
aquello que necesita para
satisfacer sus sencillas ne- que la acción tendiente a proveer la existencia de los hombres (o sea, la sa-
cesidades: alimento, pareja tisfacción de las necesidades) es social. Vale decir que hay un componente
y abrigo. de “socialidad” dado de entrada, colocado como premisa por definición. No
hay ni Robinsones proveyendo individualmente a su subsistencia, ni rous-
seaunianos “hombres naturales” asociales, con todo a la mano para satis-
facer sus necesidades. Las relaciones sociales y la “socialidad” son nece-
sarias e inevitables: por fuera de ellas no hay posibilidad de producir la exis-
tencia. La “socialidad” está soldada a la producción de la existencia. Diría-
se que hay sociedad desde el momento mismo en que hay necesidad. O sea,
desde el mero comienzo de la historia humana.
Por otra parte, la primer cita presenta dos conceptos clave de la teoriza-
ción marxista: “fuerzas productivas” y “relaciones de producción”. Sostiene
que están fuertemente vinculados al punto que existe una correspondencia
entre las segundas y el grado de desarrollo alcanzado por las primeras. ¿Qué
significa todo esto? Veamos. Por fuerzas productivas Marx entiende el con-
junto de factores que participan activamente del proceso de producción. Es-
to es, los componentes técnicos de la producción: las materias primas, los
insumos intermedios, las unidades donde se produce, los medios de traba-
jo (a todo esto lo llama “medios de producción”), la fuerza de trabajo, los de-
sarrollos de la ciencia y los aportes de la tecnología, entre otros. Todos es-
tos componentes tienen un dinamismo positivo, es decir, una propensión a
desarrollarse continuamente: el desenvolvimiento de las fuerzas productivas
desde los remotos tiempos de lascomunidades primitivas hasta la sociedad
industrial es algo que puede constatarse empíricamente.
Las relaciones de producción, por su parte, aluden a los vínculos que en-
tablan los hombres entre sí y con las propias fuerzas productivas, en el

30
Teoría Sociológica

proceso de producción de su existencia. Especial importancia poseen las re-


laciones con los medios de producción, establecidos en términos de propie-
dad o no propiedad (o posesión o no) de los mismos.
El desarrollo de las fuerzas productivas marca el rumbo y las condiciones
de desenvolvimiento de las relaciones de producción.
El mundo feudal, por ejemplo, basado predominantemente en la produc-
ción agrícola y volcado hacia una autosuficiencia de las unidades productivas
-los feudos- que no alentaba el intercambio comercial, fijaba los límites posi-
bles de desenvolvimiento de las relaciones de producción. En este contexto,
el vasallaje y la servidumbre eran las modalidades de relación predominan-
tes. Como es fácilmente comprensible, la propiedad privada de los medios
de producción no tenía mayores posibilidades de instalarse o de desarrollar-
se bajo esas condiciones.
La combinación de un cierto tipo de fuerzas productivas con una determi-
nada modalidad de relaciones de producción plasma lo que Marx llama “mo- “A grandes rasgos
puede calificarse a
do de producción”. En el “Prólogo” a su libro Contribución a la crítica de la los modos de producción
economía política, distingue cuatro modos de producción a lo largo de la his- asiático, antiguo, feudal y
burgués moderno de épocas
toria humana: el antiguo, el asiático, el feudal y el capitalista (a los que ca- progresivas de la formación
bría agregar, aunque no los mencione en dicho texto, el esclavista y el comu- económica de la sociedad”,
nista). En cada uno de ellos, las fuerzas productivas han alcanzado cierto ni- (Marx, K. 1857)
vel de desarrollo y por lo mismo, ciertas características y, en corresponden-
cia con ellas, las relaciones de producción asumen también ciertas modali-
dades específicas.
En el interior de varios de los distintos modos de producción, fuerzas pro-
ductivas y relaciones de producción conviven armoniosa y complementaria-
mente por largos períodos, aunque en su seno anide un conflicto que es fun-
dante de cada uno de ellos: jerarquía hierocrática vs. gente del común (asiá-
tico), señores vs. siervos (feudal), amos vs. esclavos (esclavista) y burgueses
y proletarios (capitalista). Pero también ocurre, en momento excepcionales,
que fuerzas productivas y relaciones de producción se desacoplan, se desca-
labran y trastocan, abriéndose entonces un período de cambio profundo, revo-
lucionario, en que aquellos antagonismos se activan en grado superlativo.
En la unidad correspondiente a la sociología de Marx se desarrollarán
más ampliamente estas cuestiones. Ahora importa subrayar lo que Portan-
tiero y de Ipola han señalado acertadamente: “La pareja ‘fuerzas producti-
vas-relaciones de producción’ define el concepto restringido de ‘modo de pro-
ducción’. El modo de producción es la base material de la sociedad y, a su
vez, las fuerzas productivas son la base material del modo de producción”
(Portantiero y de Ipola, 1987).
En efecto, en el “Prólogo” mencionado más arriba, Marx ofrece una no-
ción de sociedad -sin explicitar del todo que se trata de esto- presentada a
partir de una imagen o metáfora edilicia. La sociedad -cualquier sociedad- es
un compuesto de base y superestructura. La base está constituida por el mo-
do de producción, en tanto que la superestructura está conformada por dos
ámbitos o niveles diferenciables: el ideológico y el jurídico-político. El prime-
ro de estos contiene las diversas formas que las sociedades tienen de re-
presentarse el mundo: la religión, la filosofía, la moral, etc. El segundo alu-
de a las formas del derecho y del Estado.
En consonancia con su punto de partida materialista, Marx va a sostener
que la base determina en última instancia a la superestructura. Sobre esta
proposición hubo, entre los marxistas, mucha discusión. Y el propio Marx se

31
Universidad Virtual de Quilmes

vio obligado a volver sobre ella en más de una oportunidad para tratar de
aclarar los alcances de su afirmación, debido a que contenía la posibilidad
de alentar un reduccionismo o determinismo económicos.
Determinación en última instancia, a su modo de ver, significaba, determi-
nación de los grandes trazos y en el largo plazo. Algo así como la fijación de
los márgenes posibles de variabilidad de la superestructura. Por caso: el ca-
pitalismo puede convivir con democracias republicanas, con monarquías par-
lamentarias o aún con formas monárquicas o imperiales abiertas a alguna
modalidad de representación de algún sector de la sociedad (como ocurrió
en Francia durante prácticamente todo el siglo XIX, hasta la caída de Luis Na-
poleón, en 1870). Pero sería incompatible con una estructura estatal/guber-
namental de tipo feudal.
Retornando sobre la noción de sociedad de Marx, puede decirse que en
los largos períodos en que funciona regularmente la articulación fuerzas pro-
ductivas/relaciones de producción, las sociedades funcionan integradamen-
te. No obstante los conflictos que contienen, las sociedades se desenvuel-
ven armoniosamente. La producción de la existencia va de la mano con una
“socialidad” cohesionadora. Hay en ellas diferenciación social y ocurre una
apropiación desigual del excedente económico que son capaces de producir,
hay por lo tanto clases dominantes y clases subalternas. Pero sin embargo
hay cohesión social. Las contradicciones que anidan en los distintos tipos de
sociedades pueden activarse de manera episódica, produciendo entonces si-
tuaciones críticas que por lo común son superadas restaurando los equili-
brios (y las dominaciones) preexistentes. O bien puede sobrevenir un perío-
do excepcional, en el que tiene lugar un irremediable desfase entre las rela-
ciones de producción y las fuerzas productivas, que culminará con transfor-
maciones profundas.

Marx, K., “Prólogo a la Contribución a la crítica de la eco-


nomía política”, en: Introducción general a la crítica de
la economía política/1857, Cuadernos de Pasado y Pre-
sente N° 1, México, 1986.

Marx, K., El manifiesto comunista, cap. 1, vvee.

1. En la Introducción/1857 Marx escribe: “... cuando se


habla de producción, se está hablando siempre de pro-
ducción en un estadio determinado del desarrollo social,
de la producción de individuos en sociedad” (pg. 35); y
también: “Toda producción es apropiación de la natura-
leza por parte del individuo en el seno y por intermedio
de una forma de sociedad determinada” (pg. 37).
a. ¿Cómo relacionaría lo anterior con los conceptos de
cohesión y “socialidad” expuestos en el punto 2.1. de es-
ta Unidad?
b. ¿Cómo le parece que pueden amalgamarse las nocio-
nes de cohesión y de conflicto, en la concepción general
de sociedad de Marx?

32
Teoría Sociológica

2.2.2. El problema del conocimiento

Tal como ha sido mencionado ya, Marx asume un punto de partida mate-
rialista. A su modo de ver, el mundo material es el que manda. “Tal y como
los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por consi-
guiente, con su producción, tanto con lo que producen como con el modo có-
mo producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condicio-
nes materiales de su producción”, escribe con Engels en La Ideología Alema-
na. Un poco más adelante, agrega:

“Totalmente al contrario de lo que ocurre en la filosofía ale-


mana, que desciende del cielo sobre la tierra, aquí se ascien-
de de la tierra al cielo. Es decir, no se parte de lo que los
hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del
nombre predicado, pensado, representado o imaginado, para
llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se
parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su
proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los
reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida...
No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la
que determina la conciencia.”

Pero Marx es, también, un dialéctico. En el “Postfacio” a la segunda edi-


ción de El Capital, su opera magna, hace un explícito reconocimiento de ello.
Se identifica allí como un discípulo crítico de Hegel y anota:

“El hecho de que la dialéctica sufra en manos de Hegel una


mistificación, no obsta para que ese filósofo fuese el primero
que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas
generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica apa-
rece en él invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la
vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y enseguida se descubre ba-
jo la corteza mística la semilla racional”.

Marx, en suma, desidealiza la dialéctica hegeliana para ponerla sobre ci-


mientos materialistas. Esta toma de posición filosófica lo coloca en una posi-
ción peculiar respecto de las dos corrientes de pensamiento que se han deli-
neado en la Unidad 1. Claramente no es un antirracionalista: cree que la rea-
lidad está regida por leyes, aún la realidad social, y cree también en la suficien-
cia de la razón como instrumento del conocimiento. Pero tampoco es un ilus-
trado cabal: acepta la diferenciación entre ciencias del espíritu y ciencias de la
naturaleza y le concede a la historia un importantísimo papel (al punto que a
su sistema de ideas se lo identifica también como “materialismo histórico”).
Según reconoce en el “Prólogo” a la primera edición de El Capital, el objeti-
vo central de la obra “es investigar el modo capitalista de producción y las re-
laciones de producción y circulación que a él corresponden” (Marx, 1974). Más
aún, una página más adelante dirá que el propósito del libro es “descubrir la
ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna”. Vale decir
que cree, a la manera de los philosophes ilustrados, que hay leyes que rigen
el mundo social. Su costado historicista, sin embargo, lo lleva a plantear que
esas leyes serán válidas sólo para períodos históricos determinados.

33
Universidad Virtual de Quilmes

Supone que los países que han alcanzado mayor nivel de desarrollo eco-
nómico muestran a los demás su propio porvenir. Y augura su célebre “¡de
te fabula narratur!”, que levantará durante décadas densas polvaredas de
polémica entre sus seguidores. Pero cree, también, que cada estadio de de-
senvolvimiento económico, cada modo de producción, en rigor, tiene su pro-
pia lógica y, por tanto, su propia legalidad. De modo que no hay un reclamo
de universalidad a la manera ilustrada. Están las leyes que rigen al capitalis-
mo, las que rigen a la sociedad feudal y así de seguido. Él elige deliberada-
mente estudiar la sociedad capitalista -la “sociedad moderna” que se men-
ciona en una cita anterior- en el entendido de que el conocimiento de lo que
es más complejo facilita la comprensión de lo menos complejo. “En la ana-
tomía del hombre está la clave para la anatomía del mono. Por consiguien-
te, los indicios de las formas superiores en las especies animales inferiores
pueden ser comprendidos sólo cuando se conoce la forma superior. La eco-
nomía burguesa suministra así la clave de la economía antigua, etc”, escri-
be en el Introducción general a la crítica de la economía política: el conoci-
miento de la sociedad capitalista facilitará el conocimiento de las formas so-
ciales que le han precedido.
Marx fue un revolucionario. Fundó con otros la Asociación Internacional de
Trabajadores (conocida más tarde como 1a. Internacional), estuvo ligado en
Alemania primero a la Liga de los Comunistas y, más tarde, al partido social-
demócrata (que fue explícitamente marxista hasta la 1a. Guerra Mundial) y
acompañó y se preocupó por estudiar el movimiento revolucionario de la Eu-
ropa de su tiempo, especialmente el de Rusia. Es posible decir, empero, que
su confianza en la razón, en los frutos del conocimiento cuando éste está
bien elaborado, su idea de progreso, su concepción de la realidad y de la
ciencia, lo acercaron al universo de la Ilustración.
En el “Prólogo” a la primera edición de El Capital, Marx escribió lo siguien-
te: “En el análisis de las formas económicas de nada sirven ni el microsco-
pio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en este te-
rreno, es la capacidad de abstracción”. A su modo de ver, en el análisis de
lo real debía procederse privilegiando el mecanismo de la abstracción. La
realidad concreta se presenta como un conjunto desordenado y hasta caó-
tico. Un análisis inteligente y riguroso podrá ir abriéndose camino por entre
la maraña de los hechos, ayudándose con la capacidad de abstracción, has-
ta dar con los conceptos más simples y con las determinaciones también
más simples, es decir, aquéllas que tienen la mayor capacidad causal para
determinar la naturaleza de los diversos fenómenos sociales. Una vez en po-
sesión de estos conceptos y determinaciones, se hacía posible, a su juicio,
iniciar el camino de regreso hacia la totalidad de la que se había partido, re-
componer aquello que el procedimiento de abstracción había descompuesto,
para obtener “una totalidad de determinaciones y de numerosas relaciones”.
Vale decir, se reconstituye, por el camino del pensamiento, la totalidad con-
creta de la que se había partido, pero ahora no ya como desorden o caos si-
no como “síntesis de múltiples determinaciones”:

“Cuando consideramos un país dado desde el punto de vista económi-


co-político comenzamos por su población, la división de ésta en clases, la
ciudad, el campo, el mar, las diferentes ramas de la producción, la expor-
tación y la importación, la producción y el consumo anuales, los precios
de las mercancías, etcétera.

34
Teoría Sociológica

Parece justo comenzar por lo real y lo concreto por el supuesto efecti-


vo; así, por ejemplo, en la economía, por la población que es la base y el
sujeto del acto social de la producción en su conjunto. Sin embargo, si se
examina con mayor atención, esto se revela (como) falso. La población es
una abstracción si dejo de lado, por ejemplo, las clases de que se compo-
ne. Estas clases son, a su vez, una palabra vacía si desconozco los elemen-
tos sobre los cuales reposan, por ejemplo, el trabajo asalariado, el capital,
etc. Estos últimos suponen el cambio, la división del trabajo, los precios,
etc. El capital, por ejemplo, no es nada sin trabajo asalariado, sin valor, di-
nero, precios, etc. Sin comenzara, pues, por la población, tendría una re-
presentación caótica del conjunto y, precisando cada vez más, llegaría ana-
líticamente a conceptos cada vez más simples; de lo concreto representa-
do llegaría a abstracciones cada vez más sutiles hasta alcanzar las deter-
minaciones más simples. Llegado a este punto, habría que reemprender el
viaje de retorno, hasta dar de nuevo con la población, pero esta vez no ten-
dría una representación caótica de un conjunto sino una rica totalidad con
múltiples determinaciones y relaciones.”
(Marx, K. Introducción/1857)

A esta modalidad metodológica se la ha llamado “el círculo concreto-abs-


tracto-concreto”: se parte de lo concreto real, desordenado y caótico; me-
diante sucesivas abstracciones se buscan los conceptos y determinaciones
a la vez más simples y con mayor capacidad causal; y se retorna a lo real
por el camino del pensamiento a través de una construcción intelectual en
la que lo concreto representado se muestra como unidad de lo diverso y sín-
tesis de determinaciones múltiples.
Ahora bien, debe prestarse atención a lo siguiente. El camino de la abs-
tracción, el descenso -digamos así- hacia las categorías simples no se hace
a ciegas. Hay una explícita consideración marxiana: las claves se encuentran
en la base material, en la “sociedad civil” de la que habló por primera vez en
su trabajo sobre la filosofía del Estado de Hegel, cuya anatomía es la econo-
mía política. Aplicado este método al análisis de la sociedad capitalista,
aquéllas no tardan en aparecer: mercancía, valor y valor de uso, sustancia y
magnitud del valor, trabajo asalariado, plusvalía, explotación.
Por esta vía busca y construye regularidades en procura de alcanzar leyes
científicas que tendrán sólo validez para períodos históricos determinados,
en su caso sólo para el capitalismo. Y con la postulación sobre la capacidad
determinativa de la base económica indica el territorio en el que se debe
buscar.
De esta manera, su teoría general sobre la sociedad y su concepción acer-
ca de cómo es posible conocer en ciencias sociales quedan sólidamente ar-
ticuladas. Ambas se refieren y se implican mutuamente.
Es preciso ahora introducir otra problemática. Marx va a establecer una
diferenciación entre ciencia y conciencia. En consonancia con su concepción
materialista y tal como ha establecido en el “Prólogo” de 1859 y ha antici-
pado en La Ideología Alemana, entiende que la conciencia está socialmente
determinada: “es el ser social lo que determina la conciencia”, dice. Estable-
cido lo anterior, no es difícil comprender que, a su juicio, existen también di-
versos tipos de conciencia, según sean los clivajes de clase que presente la
sociedad. Por caso, existe una conciencia (o ideología) burguesa y puede lle-
gar a existir, también, una conciencia o ideología proletaria. La clase obrera,
en tanto clase subordinada, debe sacudirse el yugo ideológico burgués para

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alcanzar su verdadera conciencia. Las características y/o modalidades de


este proceso fueron ampliamente discutidas por los marxistas, pues Marx no
abordó la cuestión. Dejó apenas algunas referencias, tales como la distin-
ción entre “clase en sí” y “clase para sí”. Mas allá de este problema, impor-
ta señalar ahora que Marx creía que para el caso de la sociedad capitalista
sólo partiendo del punto de vista proletario era posible construir una ciencia
que diera cuenta de ella, es decir, alcanzar las categorías y determinaciones
simples y fundamentales que funcionan como soporte de la explicación de
cómo funciona ese tipo de sociedades. La conciencia burguesa produce, en
cambio, una ciencia falsa que es incapaz de penetrar hasta donde es nece-
sario, para comprender la dinámica capitalista. En el capítulo IV de El Capi-
tal dejó algunos señalamientos de por qué ello ocurría así. En lo sustancial,
la ciencia económica burguesa -que debía desmenuzar la anatomía de la “so-
ciedad civil” en procura de hallar las categorías básicas- era incapaz de tras-
cender el análisis de lo que sucedía en el plano de la circulación de los bie-
nes y servicios. Reinan allí “la libertad, la igualdad, la propiedad y Bentham”
Jeremy Bentham
(1748-1832), filóso-
(en alusión a la búsqueda del mutuo beneficio).
fo y jurisconsulto inglés Una cosa diferente sucede en el ámbito de la producción de bienes. Aquí
que dio origen a la doctrina el capitalista pisa fuerte, en tanto que el obrero entra a dicho ámbito “tími-
utilitarista. Es considerado
también uno de los precur- do y receloso, de mala gana, como quien va a vender su propia pelleja y sa-
sores del liberalismo. be la suerte que le aguarda: que se la curtan”. La ciencia burguesa detiene
su mirada en la puerta de entrada al mundo de la producción, piensa Marx.
Sólo se atreven a pasar por ella quienes asumen el punto de vista proletario
y se lanzan allí a la búsqueda de las categorías y las determinaciones bási-
ca. Es allí donde surge (y se devela) el misterio de la mercancía, del trabajo
asalariado, del plusvalor y de la explotación.
Por este camino, la verdadera ciencia -el materialismo dialéctico/históri-
co- se transforma en política, en praxis, en actividad revolucionaria. Y es des-
de esta mirada que lanza su conocida convocatoria a la filosofía: no tan so-
lo se trata de comprender el mundo sino de transformarlo.

Marx, K., “El método de la economía política”, en: Intro-


ducción a la crítica de la economía política/1857, Cua-
dernos de Pasado y Presente N°1, punto 3.

–––“Prólogo a la primera edicción”, en: El Capital,


F.C.E., vvee.

2. En la Introducción/1857 Marx escribe lo siguiente: “La


sociedad burguesa es la más compleja y desarrollada or-
ganización histórica de la producción. Las categorías
que expresan sus condiciones y la comprensión de su
organización permiten al mismo tiempo comprender la
organización y las relaciones de producción de todas las
formas de sociedad pasadas, sobre cuyas ruinas y ele-
mentos ella fue edificada y cuyos vestigios, aún no su-
perados, continúa arrastrando, a la vez que meros indi-
cios previos han desarrollado en ella su significación
plena, etc.”
¿A qué cuestión epistemológica significativa en la con-
cepción de Marx remite lo anterior? Desarrolle y comente.

36
Teoría Sociológica

2.3. Sociedad y conocimiento en Durkheim

2.3.1. La noción de sociedad

Emile Durkheim nació el 15 de abril de 1859 en Epinal, un pueblo ubica-


do en la región de Lorena. Su padre, su abuelo y su bisabuelo habían sido
rabinos. Durante la guerra franco-prusiana (1870) su pueblo natal fue ocu-
pado por los alemanes. Tuvo a raíz de ello una doble y muy temprana expe-
riencia: como judío fue testigo y probablemente víctima del antisemitismo
de los ocupantes; como francés debió vivir la amargura de la ocupación ex-
tranjera. Teniendo en cuenta el alto grado de integración a la nación france-
sa que poseía la comunidad judía de Alsacia y de Lorena, quizá no sea equi-
vocado trazar un lazo entre dicha temprana experiencia y una de sus preo-
cupaciones posteriores: colaborar en la superación de la decadencia nacio-
nal de Francia y contribuir a su regeneración, superando los problemas (con-
vulsiones, crisis, cambios de regímenes políticos, estallidos revolucionarios)
habidos desde 1789.

Francia en el Siglo XIX. Cronología

1804: Instauración del imperio napoleónico.


A la caída del imperio se reorganiza la monarquía bajo el domi-
nio de la casa Borbón.
1814-1824: Luis XVIII.
1824-1830: Carlos X.
1830: Revolución de Julio. El movimiento fue rápidamente asimilia-
do pero provocó la caída de Carlos X y la sustitución de la ca-
sa Borbón por la de Orleans.
1830-1848: Luis Felipe de Orleans.
1848: Revolución de febrero. Cae Luis Felipe y se instala un gobier-
no provisorio.
Diciembre, se proclama la IIa República.
1848-1851: Luis Napoleón, sobrino de Napoleón Bonaparte asume y
se desempeña como presidente.
1852: Luis Napoleón provoca un golpe de Estado y proclama el
Imperio.
Con el nombre de Napoleón III asume como emperador.
1870: Cae Napoleón III, como resultado de la derrota de Francia en la
guerra contra Prusia.
1871: Revolución en París protagonizada por los sectores obreros y
populares. Gobierna París durante más de 60 días. Se conoce a
este movimiento con el nombre de La Comuna.
1871: Mayo, cae La Comuna, se organiza un gobierno provisorio.
Progresivamente se va abriendo camino nuevamente el repu-
blicanismo.
1877: Se establece una democracia parlamentaria, que llevará el nom-
bre de IIIa República.

Completó la escuela primaria y la secundaria en Epinal, y se trasladó lue-


go a París, en 1879, para desarrollar sus estudios universitarios en la Escue-
la Normal Superior. Ésta era una institución severa y exigente, que formaba
en un humanismo general y enseñaba historia y filosofía. Tuvo allí por com-
pañeros de estudios, entre otros, a Henry Bergson y Jean Jaurés. Termina-
dos los cursos definió que el campo de su tesis de graduación sería el de

37
Universidad Virtual de Quilmes

las relaciones entre el individuo y la sociedad. Su inclinación hacia la socio-


logía comenzaba ya a perfilarse. Para ese entonces, la teoría positivista de
Augusto Comte -”inventor” del nombre sociología, como ya se ha menciona-
do- estaba plenamente en boga.
Entre 1885 y 1886 viajó a Alemania y visitó diversas universidades. Tomó
contacto allí con la obra de Wilhem Wundt (1832-1920), uno de los precurso-
res de la psicología, en procura de averiguar qué herramientas podía allegar-
le esa disciplina para el estudio de las relaciones entre individuo y sociedad.
En 1887 obtuvo el cargo de profesor de ciencias sociales y pedagogía en
la Facultad de Letras de la Universidad de Burdeos. A partir de entonces, de-
sarrolló una prolongada e intensa vida académica y de hombre de opinión.
Creía que la actividad de los académicos (o de los intelectuales, si se prefie-
re) fuera de la actividad universitaria debía desarrollarse a través del libro, la
conferencia y la educación popular. La cotidianeidad de la política, con su pu-
ja de personalidades y pequeñas mezquindades no le parecía valorable. En to-
do caso, prefería el papel de consejero con respecto a la política, aunque su
formación positivista le hacía abrigar la esperanza de que llegaría alguna vez
el tiempo en que la ciencia le diría a aquélla qué era conveniente hacer.
En el “Prefacio” a la primera edición de su primer libro, La división del tra-
bajo social -publicado en 1893- escribía: “...la cuestión que ha dado origen
a este trabajo es la de las relaciones de la personalidad individual y de la so-
lidaridad social. ¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que se hace más
autónomo, depende el individuo más estrechamente de la sociedad? ¿Cómo
se puede ser a la vez más personal y más solidario?”. Como ha sido acerta-
damente percibido por Steven Lukes en su trabajo sobre del sociólogo fran-
cés, el estudio de los vínculos entre individuo y sociedad constituyó “la pie-
dra angular de todo el sistema de pensamiento de Durkheim”.
Pensaba la sociedad a partir de dos núcleos dadores de sentido, uno ana-
lógico y el otro sustantivo, que pueden respectivamente caracterizarse como
a) la metáfora organicista y b) la sociedad entendida como moral.
Claude Bernard (1813-
1878): biólogo francés que
Son abundantes en la obra de Durkheim las referencias de corte organi-
realizó significati- cista. Seguramente influido por los desarrollos alcanzados en el siglo XIX
vos hallazgos en el por la biología, debido a las obras de -entre otros- Charles Darwin y Claude
campo de la fisiolo-
gía. Demostró importantes Bernard, desfilan por sus páginas denominaciones tales como solidaridad
funciones del hígado y des- orgánica, anatomía social o patología social. Esto de por sí revela su incli-
cubrió el sistema nervioso
simpático.
nación organicista.
Hay, sin embargo, en lo que respecta a la sociedad referencias específi-
cas en ese sentido. En las Reglas del método sociológico, por ejemplo, es-
cribe: “La vida está en el todo y no en las partes. No son las partículas ina-
nimadas de la célula las que se nutren, se reproducen, en una palabra: las
que viven; es la célula misma y solamente ella”. Con base en esta descrip-
ción, elabora una analogía entre sociedad y organismos vivos y construye a
partir de ella una proposición central que será fundante de su concepción: la
sociedad es una entidad mayor y distinta de las partes que la componen y
tiene, además, supremacía sobre los individuos.
A partir de esta base, es posible distinguir tres proposiciones complemen-
tarias entre sí, que redondean una primer aproximación a su concepto de so-
ciedad:
a) una sociedad es más que la suma de los individuos que la componen;
b) en la relación entre individuos y sociedad hay una supremacía de es-
ta última;

38
Teoría Sociológica

c) los hechos de la vida social tienen vida propia, independiente de sus


manifestaciones individuales.
El otro núcleo dador de sentido a su concepción de sociedad está expues-
to en su primer libro, La división del trabajo social, en cuyo primer “Prefacio”
se encuentra ya abordada la relación entre lo social y lo moral. Es, sin em-
bargo, en El Suicidio -cuya primera edición es de 1897- donde ofrece una ver-
sión especialmente articulada y explícita de dicha vinculación. Allí Durkheim
plantea la compleja problemática que surge del desfasaje entre las necesi-
dades humanas y los medios disponibles para satisfacerlas. Los individuos
están naturalmente inclinados a buscar la satisfacción de sus necesidades
y a perseguir la felicidad, el bienestar y hasta el confort. Pero los recursos
siempre son escasos frente a las necesidades. ¿Cómo se resuelve esta no
correspondencia? ¿Cómo se impone un límite a la necesidad?
Con una sutileza digna de encomio, Durkheim despliega el problema so-
bre los planos espiritual y material. “Un ser vivo cualquiera no puede ser fe-
liz, y hasta no puede vivir más que si sus necesidades están suficientemen-
te en relación con sus medios”, escribe en El suicidio. Y a renglón seguido
anota: “de otro modo, si exigen más de lo que se les puede conceder, esta-
rán contrariados sin cesar y no podrían funcionar sin dolor”. Estas referen-
cias a la felicidad, la contrariedad y el dolor evidencian que no están en jue-
go sólo asuntos materiales en la adecuación entre medios y fines, sino tam-
bién espirituales. “Pero ¿cómo fijar las cantidades de bienestar, de confort,
de lujo que puede legítimamente perseguir un ser humano? Ni en la consti-
tución orgánica, ni en la educación psicológica del hombre se encuentra na-
da que marque un límite a semejante inclinación”.
A su modo de ver, el animal alcanza un equilibrio entre necesidad y satis-
facción basado en “una espontaneidad automática, porque depende de con-
diciones puramente materiales”. Con el hombre, en cambio, no ocurre lo mis-
mo “porque la mayor parte de sus necesidades no están en el mismo grado
bajo la dependencia del cuerpo”. De nuevo, aquí, la espiritualidad humana.
Que se despliega, además, según una lógica regida por la esperanza, aún con-
tra toda razón. “¿Qué puede dar el porvenir más que el pasado -se pregunta-
puesto que nunca será posible alcanzar un estado donde se pueda permane-
cer, y puesto que no es posible ni siquiera acercase al ideal vislumbrado?”. Y
se responde: “Así, cuanto más se tenga, más se querrá tener, puesto que las
satisfacciones recibidas no hacen más que estimular las necesidades, en lu-
gar de calmarlas”. Es decir, el inalcanzable ideal dibujado por la propensión
humana a la esperanza produce, en realidad, más necesidades.
Ahora bien, dadas la complejidad de la configuración de las necesidades
humanas y la discordancia entre éstas y los recursos disponibles para satis-
facerlas ¿dónde y cómo encuentran un límite?. A su modo de ver ni la edu-
cación psicológica ni la constitución orgánica de los hombres pueden conte-
ner el imperio de la necesidad. De donde Durkheim propone: “Puesto que no
hay nada en el individuo que pueda fijarle un límite, éste debe venirle nece-
sariamente de una fuerza exterior a él (...) Es decir, que este poder no pue-
de ser más que moral (...) Cuando los apetitos no son detenidos automáti-
camente por mecanismos fisiológicos, no pueden detenerse más que delan-
te del límite que reconozcan como justo (...) La sociedad sola, sea directa-
mente y en su conjunto, sea por medio de uno de sus órganos, está en si-
tuación de desempeñar este papel moderador; porque ella es el único poder
moral superior al individuo, y cuya superioridad acepta”.

39
Universidad Virtual de Quilmes

Vale decir, que la sociedad, que detenta una superioridad moral frente al
individuo, es capaz de contener esos apetitos y aún de darles forma y facili-
tar el acceso al bienestar -ya que “perseguir un fin inaccesible es condenar-
se a un perpetuo estado de descontento”, -dirá Durkheim- desempeñando,
por lo tanto, un significativo papel regulador.
Por otra parte, en La división del trabajo social ha escrito: “Los hombres
no pueden vivir juntos sin entenderse y, por consiguiente, sin sacrificarse mu-
tuamente, sin ligarse unos a otros de manera fuerte y duradera. Toda socie-
dad es una sociedad moral”. Aquí se hace totalmente evidente la homologa-
ción entre moral y sociedad. Sin perjuicio de este señalamiento central, im-
porta destacar, también, la referencia al ligamen entre los individuos: entre
los hombres que comparten la vida social, es decir, que conforman una so-
ciedad regulada por una moral, existe una ligazón fuerte y duradera. Es pre-
cisamente esta clase de atadura la que Durkheim va a llamar solidaridad o
cohesión social. De donde sociedad, moral, regulación, papel moderador y
solidaridad resultan temáticas articuladas y centrales en su concepción.
Resumiendo entonces lo desarrollado hasta aquí, puede decirse que la
concepción de sociedad en Durkheim se estructura a partir de las siguientes
proposiciones:
I) la sociedad tiene supremacía sobre los individuos;
II) una sociedad es más que la suma de los individuos que la componen;
III) los hechos sociales tienen vida propia, independientemente de sus
manifestaciones individuales;
IV) la sociedad es el sustrato o fundamento de la moral colectiva;
V) la sociedad regula la vida social por intermedio de esa moral.
Los temas y los conceptos básicos de la sociología de Durkheim: cohe-
sión social, alma colectiva, solidaridad orgánica, solidaridad mecánica, divi-
sión del trabajo, cooperación, incluso anomia -es decir, ausencia generaliza-
da de normas, por tanto, crisis moral- son completamente congruentes con
esta concepción general.

Durkheim, E., El suicidio, UNAM, México, 1974, pp.


337-348.

–––La división del trabajo social. Akal, Madrid, 1982,


“Prefacio” de la 1a. edición.

3. Compare la articulación entre necesidad y sociedad


en Durkheim y en Marx. Desarrolle y comente.

2.3.2. La teoría del conocimiento social

“Este libro es, ante todo, un esfuerzo para tratar a los hechos de la vida
moral con arreglo a los métodos de las ciencias positivas”, escribe Durkheim
en el “Prefacio” de la primera edición de La división del trabajo social . Es
decir, se reconoce como integrante de la tradición positivista. Lo que, por lo
menos, implica rechazar la distinción entre ciencias del espíritu y ciencias de
la naturaleza.

40
Teoría Sociológica

“La ciencia mostró que los hechos podían conectarse unos con otros de
acuerdo con relaciones racionales, descubriendo la existencia de tales re-
laciones. Por supuesto, hay muchas cosas, incluso un número infinito de
cosas, que todavía ignoramos. Nada nos indica que vamos a descubrirlas
todas, que llegará un momento en el que la ciencia habrá terminado su ta-
rea y habrá expresado adecuadamente la totalidad de las cosas. Todo nos
hace pensar que el progreso científico no terminará nunca. Pero el princi-
pio racionalista no implica que la ciencia pueda, en realidad agotar lo real:
sólo niega que uno tenga derecho a mirar parte alguna de la realidad o a
ninguna categoría de los hechos como completamente irreductible al pen-
samiento científico, en otras palabras, como esencialmente irracionales”.
(Durkheim, E., fragmento de La educación moral, incluido en
Escritos selectos, Nueva Visión, Buenos Aires, 1993, pp. 212-213.)

Por otra parte, en el “Prefacio” a la primera edición de Las reglas del mé-
todo sociológico, se define como un racionalista al afirmar que “nuestro prin-
cipal objetivo es extender el racionalismo científico a la conducta humana”.
Ambas definiciones implican postular que:
a) como parte integrante de una realidad cuya estructura está regida por
leyes, el comportamiento humano es perfectamente reductible a relaciones
de causa y efecto;
b) que la razón es un instrumento suficiente para conocer, es decir, para
desentrañar esas leyes y para establecer relaciones de causalidad; y
c) que una vez establecidas esas leyes y efectuadas fehacientemente las
conexiones causales, las primeras debían tener validez y las segundas reco-
nocimiento, en ambos casos, universal.
Entiende que el objeto de la Sociología es el estudio de los hechos so-
ciales, a los que describe en el capítulo I de Las reglas como “tipos de con-
ducta o de pensamiento [que] no sólo son exteriores al individuo sino que
están dotados de un poder imperativo y coercitivo en virtud del cual se le
imponen, quiéranlo o no”. Es decir, atribuye a los hechos sociales típica-
mente dos características: son exteriores a los individuos y presentan cier-
to carácter imperativo.
En el desarrollo que efectúa del rasgo de imperatividad, se hace evidente
que dicha característica es, sobre todo, un elemento útil para facilitar la iden-
tificación de los hechos sociales como tales. Lo verdaderamente relevante,
en cambio, de esa primer presentación es el rasgo de exterioridad que le
asigna a dichos hechos.
Exteriores a los individuos significa que esa clase de hechos no pertenecen
ni al orden orgánico ni al psíquico individuales. Están “afuera” de esos domi-
nios. Por lo tanto, queda sentada una base fundamental para diferenciar el ob-
jeto de la sociología respecto del de la Psicología -según Durkheim los “fenó-
menos psíquicos sólo tienen existencia en la conciencia individual y por ella”.
Por este camino, el sociólogo francés va introduciendo a sus lectores en
los terrenos que más arriba se caracterizaron como sus primeras preocupa-
ciones sociológicas: las relaciones entre individuo y sociedad. Si los hechos
sociales son exteriores a los individuos y no los tienen por sustrato ¿a qué
registro de la realidad pertenecen?. La respuesta es: al de esa totalidad que
lleva vida propia y que es más -y diferente- que la suma de los individuos que
la componen, la sociedad.

41
Universidad Virtual de Quilmes

Aparece aquí la noción de sociedad que ha construido Durkheim. Y se ha-


ce también presente un principio raigal de su conceptualización: el principio
de colectividad. El hecho social pertenece al todo y no a la parte y, por tan-
to, aunque tiene repercusiones sobre las unidades que componen aquél (el
todo), es distinto de sus manifestaciones individuales. Es colectivo, y por eso
alcanza repercusiones en el plano individual. “Un pensamiento que se en-
cuentre en todas las conciencias particulares -dice Durkheim- un movimien-
to que repitan los individuos no son por ello hechos sociales (...) Lo que los
constituye son las creencias, las tendencias, las prácticas del grupo tomado
colectivamente; en cuanto a las formas que revisten los estados colectivos
refractándose en los individuos, son cosas de otra especie”. Quitarse la vi-
da es una decisión quizá de las más íntimas e individuales. Sin embargo, el
suicidio puede ser considerado como un hecho social. Hay estadísticas que
reflejan la existencia de tasas anuales de suicidios, variables, pero más o
menos parejas en las distintas sociedades. Considerado de este modo,
aquél es un hecho social. Lo mismo que los nacimientos, los casamientos y
las defunciones. La tasa anual de nacimientos de un país, por ejemplo, es
desde esta perspectiva, un fenómeno colectivo, por tanto, un hecho social.
Durkheim es terminante respecto de la diferenciación de los planos colecti-
vo e individual: “Las circunstancias particulares que pueden haber tomado
parte en la producción del fenómeno se neutralizan mutuamente y, por con-
siguiente, no contribuyen a determinarlo”.
En consonancia con el criterio de exterioridad y el principio de colectivi-
dad, Durkheim enuncia: “La primera regla y más fundamental es considerar
a los hechos sociales como cosas”. A su modo de ver, cosa es todo lo que
se presenta o se impone a la observación, es decir, “todo objeto de conoci-
miento que no sea naturalmente aprehensible por la inteligencia, todo aque-
llo de lo que no podemos tener una noción adecuada por un simple procedi-
miento de análisis mental”.
Esta afirmación le valió, en su momento, un cúmulo de críticas. En el “Pre-
facio” a la segunda edición de Las reglas, admite que tratar a los hechos so-
ciales como cosas “no significa clasificarlos en cierta categoría de la reali-
dad, sino enfrentarlos con cierta actitud mental”.Y que puestas así las co-
sas, podría decirse que “todo objeto de la ciencia, salvo quizá los objetos
matemáticos, es una cosa”. Pero esta es una argumentación ex post, algo
así como una excusa. Claramente ha escrito en el mencionado texto (obvia-
mente antes de redactar el segundo “Prefacio”): “Y sin embargo los fenóme-
nos sociales son cosas y deben ser tratados como cosas”. Es decir, hay una
postulación terminante acerca de la naturaleza de esa clase de hechos. Por
lo demás, la interesante argumentación excusatoria mencionada arriba -que
prefigura un tema metodológico/epistemológico de la sociología contempo-
ránea: los objetos de estudio de la disciplina sociológica son construidos por
quien investiga- no fue desarrollada con posterioridad por Durkheim.
La postulación de la naturaleza de los hechos sociales en términos de
“cosidad”, es explícita y fuerte. Y tiene, además, una evidente funcionalidad
en el discurso epistemológico durkheimniano. Adicionada al rasgo de exterio-
ridad ya mencionado, es una condición para positivizar la Sociología y para
poder adjudicarle un estatuto semejante al de las ciencias naturales. En ri-
gor, la cuestión de la “cosidad” de los hechos sociales contribuye fuertemen-
te a “naturalizar” la sociología y a satisfacer la premisa que los positivistas
heredaron de los ilustrados: la ciencia es una sola.

42
Teoría Sociológica

Durkheim creía que con el tiempo se iría acumulando una masa de cono-
cimientos que no haría sino derramar beneficios y progreso sobre las socie-
dades. Confiaba en que en algún momento la Sociología podría establecer
qué era socialmente normal y qué era patológico. El conjunto de aportes que
irían haciendo las diversas disciplinas científicas le irían imponiendo un rum-
bo o una dirección a la política. Mientras esa época no llegara, los científi-
cos, los sociólogos en particular, debían asumir un modesto rol de consulto-
res o de educadores. Asumía, en consecuencia, una postura de diferencia-
ción entre la ciencia y la política. Y concebía la posibilidad de desarrollar las
ciencias sociales libres de supuestos previos. Desde esta neutralidad de la
ciencia social, que se beneficiaría de los dones de la universalidad cuando
pudiera establecer conocimientos en forma fehaciente, confiaba precisamen-
te en que alguna vez la ciencia orientaría a la política.
Su concepción general sobre la sociedad y su concepción acerca de có-
mo es posible conocer en ciencias sociales se interceptan recíprocamente
y se complementan. Por un lado, las ideas de preeminencia del todo sobre
la parte, de supremacía de la sociedad sobre los individuos y de capacidad
reguladora de la sociedad, se incorporan a su teoría del conocimiento a tra-
vés de lo que más arriba se ha denominado principio de colectividad. Por
otro, podría decirse que su caracterización de los hechos sociales como co-
sas -que positiviza la Sociología, es decir, contribuye decisivamente a hacer
posible la aplicación en ella de “los métodos de las ciencias positivas”- y
como exteriores (a los individuos) filtra su teoría del conocimiento social ha-
cia el ámbito de la teoría sobre la sociedad.
Hoy en día, que aún las propias ciencias “duras” han moderado sus cer-
tidumbres merced a los rumbos abiertos, entre otros, por Albert Einstein, es
difícil valorar favorablemente los afanes positivista de Durkheim. Su empe-
ño, en cambio, por tratar de ligar la noción de sociedad a las de cohesión y/o
solidaridad merece ser rescatado como lo que es: un acervo inteligente y va-
lioso, todavía capaz de ofrecer conceptos y orientaciones útiles para analizar
las sociedades convulsas y crispadas, con crecientes déficits de integración,
que presenta el mundo de hoy.

Durkheim, E. Las reglas de método sociológico, vv.ee,


“Prefacio” de la 1a. edición, “Prefacio” de la 2a. edición,
Introducción y cap. 1.

4. a. ¿En qué consiste el principio de colectividad? Lo co-


lectivo y lo general ¿son para Durkheim lo mismo? Ex-
ponga y comente.

b. 1) ¿Le parece que Durkheim podría aceptar la ley de


los 3 estadios de Comte?
2) ¿Existe alguna semejanza en sus respectivas con-
cepciones sobre el progreso?
3) ¿Tienen alguna coincidencia alrededor del proble-
ma de la cohesión social?
Desarrolle las respuestas y comente.

43
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2.4. Conocimiento y sociedad en Max Weber

2.4.1. El problema del conocimiento

Max Weber nació en Erfurt, Alemania, el 21 de abril de 1864, en el seno


de una familia acomodada. Su padre era un abogado dedicado a la política,
miembro del partido nacional-liberal, que ocupó durante largo tiempo una
banca en el Parlamento. En 1882 inició estudios de derecho en la Univesi-
dad de Heildelberg. En 1889 obtuvo su doctorado, defendiendo una tesis
que tituló Contribución a la historia de las sociedades mercantiles de la Edad
Media. La elección del tema de su trabajo anticipa lo que serían sus preocu-
paciones posteriores: su respeto por la historia y su interés por la sociología
y por la economía.
Entre 1889 y 1892 pasó años difíciles. Vivió en la casa paterna ansian-
do alcanzar la autonomía profesional y la independencia económica. En
1893 se casó con Marianne Schnitzer y al año siguiente fue llamado por la
Universidad de Friburgo a ocupar la cátedra de economía política. Hasta
1898 desarrolló una activa vida académica y se vinculó, también, aunque de
manera distante, con la actividad política. A lo largo de toda su vida existió
una tensión entre su trabajo como académico y su vinculación con la políti-
ca. Como se verá un poco más adelante, él creía -y lo teorizó de manera bri-
llante- que ambos tipos de actividades debían estar claramente diferencia-
das. Razón por la cual armonizar ambas esferas en su vida personal le cos-
tó siempre mucho y, por lo general, optó por privilegiar el costado académi-
co de su personalidad.
En 1898 sufre una enfermedad nerviosa que lo retira de toda actividad
hasta 1902, que se reincorpora a las labores académica. En 1904 escribe
dos de sus obras actualmente más leídas: el ensayo sobre temas de episte-
mología y metodología que tituló La objetividad del conocimiento en las cien-
cias y las políticas sociales -las diversas traducciones del título suelen pre-
sentar pequeñas diferencias- y el libro La ética protestante y el espíritu del
capitalismo.
En 1907 padece una recaída que lo lleva a dosificar su compromiso con
el trabajo académico. Tres años más tarde funda la Sociedad Alemana de So-
ciología. Con el comienzo de la guerra, en 1914, se siente concernido a in-
tervenir activamente en cuanto esté a su alcance. Hacia 1915 considera que
la prolongación de la guerra es inconveniente para Alemania y aboga por una
paz pronta, sin pérdidas ni anexiones. Al finalizar la contienda se propone co-
laborar en la reconstrucción política de su país, cuyo régimen imperial se ha
derrumbado con la derrota. Participa en las actividades del partido democrá-
tico alemán y es partidario de organizar una república de tipo presidencial.
Por primera vez en su vida acepta una candidatura para diputado, pero final-
mente su nombre es retirado de la lista, antes de las elecciones de 1919.
Este mismo año aceptó un cargo académico en la Universidad de Munich.
Murió el 14 de junio de 1920, en Munich precisamente, luego de una breve
pero implacable neumonía.
Desde el punto de vista estrictamente político, Weber tuvo algunas -po-
cas- preocupaciones constantes. Una de ellas era preservar la unidad na-
cional/estatal alemana, trabajosamente conseguida hacia el último tercio
del siglo XIX, luego de las guerras de Prusia con Austria, primero y con Fran-
cia después.

44
Teoría Sociológica

Eso lo llevaba a valorar positivamente la necesidad de un Estado fuerte


-como el estructurado por Bismark- que fuera capaz de realizar los objetivos
de potencia de la nación alemana. Pero era, a la vez, sin llegar a ser un li-
beral, un celoso defensor de las libertades civiles y políticas (esto confor-
maba otra de sus preocupaciones constantes). Lo que lo obligaba a pivotar
sobre un equilibrio más que delicado y no siempre fácil de resolver.
No obstante su interés por la política, Weber va a sostener en una confe-
rencia que lleva por título La ciencia como profesión: “Por mi parte me ad-
hiero a la afirmación de que en las aulas no debe entrar la política”. Poco
más adelante sintetiza por qué. Dice: “Lo que sí es exigible es que el profe-
sor tenga la probidad intelectual para determinar que una cosa es estable-
cer hechos, definir relaciones matemáticas o lógicas o la estructura interna
de los fenómenos culturales, y otra es responder a cuestiones sobre el valor
de la cultura y de sus contenidos concretos, y sobre cual debe ser el com-
portamiento del hombre en la comunidad cultural y en las relaciones políti-
cas. Y si se nos pregunta por qué no se deben tratar estos problemas en el
aula hay que responder que por la razón de que la cátedra académica no es
lugar para demagogos o profetas”.
Es que Weber va a colocar como premisa fundante de su concepción más
general sobre la ciencia y la política, que una cosa es reconocer y otra juz-
gar. Y que, en consecuencia, debe distinguirse claramente entre ser y deber
ser. De donde surge el siguiente juego de pares de conceptos excluyentes
entre sí:
reconocer —————- juzgar
ser —————- deber ser
ciencia —————- política
A su modo de ver, la política es una instancia en la que prevalece el jui-
cio de valor. Los programas, las plataformas, las tradiciones partidarias tie-
nen que ver con fines, con objetivos y con principios que se fundan en juicios
de valor. Las ciencias sociales pueden acercarle diagnósticos o análisis téc-
nicos a los políticos, pero su capacidad llega sólo hasta ahí. La decisión po-
lítica, esto es, la elección entre caminos alternativos o entre objetivos discor-
dantes puede echar mano de los aportes técnicos, pero posee un alto con-
tenido valorativo.
Ahora bien, ¿puede decidir la ciencia sobre asuntos valorativos? La res- “Tolstoi ha dado la
repuesta más simple:
puesta de Weber es no, claramente no. La valoración o la elección de ob- `La ciencia no tiene
jetivos, de medios y/o de procedimientos políticos es asunto de cada sentido ya que no tiene res-
puesta para los únicos pro-
quién, responsabilidad de cada individuo. A partir de esto es que se dice blemas que nos conciernen,
que Weber proclama un “politeísmo de los valores”, que demanda que ca- los de qué debemos hacer y
da cual se haga cargo responsablemente, de sus propias elecciones. cómo debemos vivir’”.
(Weber,1976)
No es un papel de la ciencia social, ni de la Sociología en particular, es-
tablecer normas e ideales, con el fin de derivar de ellos criterios para la ac-
ción. Sencillamente no está a su alcance hacerlo. “La ciencia empírica no es
capaz de enseñar a nadie lo que ‘debe’, sino sólo lo que ‘puede’ y -en cier-
tas circunstancias- lo que ‘quiere’”. (Weber, 1976)
Sin embargo, lo anterior no significa que la Sociología no pueda empren-
der una crítica científica de los valores. Puede examinar con rigor y sistema-
ticidad qué clase de articulación y de congruencia existe entre fines y medios
en cualquier propuesta de acción, puede considerar el horizonte de conse-
cuencias que se derivan de la selección de uno de entre varios cursos de ac-
ción alternativos, etc. Vale decir, puede trabajar sobre ellos con un criterio

45
Universidad Virtual de Quilmes

científico; lo que no puede, porque no pertenece al campo de la ciencia en


general, es establecer escalas de valores o establecer qué fines o qué me-
dios son mejores. Por eso sostiene que a la ciencia le corresponde recono-
cer y no juzgar. Y por eso recomienda, también, que la política quede fuera
de las aulas universitarias.
A diferencia de la confianza o la convicción que Marx y Durkheim deposi-
taban en la capacidad presente o futura de la ciencia para establecer valo-
res o decidir entre fines (que heredan de la tradición iluminista), Weber se
muestra reticente. Es que, hijo al fin de la tradición antirracionalista, descree
de la suficiencia de la razón.

“La vida nos ofrece -escribe- una casi infinita diversidad de


acontecimientos sucesivos y simultáneos(...) Debido a ello, todo
conocimiento de la realidad infinita mediante el espíritu humano
finito, está basado en la tácita premisa de que sólo un fragmen-
to finito de dicha realidad puede constituir el objeto de la com-
prensión científica y que sólo resulta `esencial´ en el sentido de
`digno de ser conocido’.”
(Weber, 1976)

Hay aquí una completa inversión del punto de vista racional-iluminista. En


primer lugar, la razón es insuficiente para conocer la totalidad, pues lo finito
no puede abarcar lo infinito. Tenemos facultades (raciocinio, memoria, etc.)
que son valiosas pero limitadas frente a la inconmensurabilidad de lo real.
Ahora bien, el recorte de esta realidad inconmensurable se convierte en una
conditio sine qua non de la posibilidad de conocer. Hay que tornar finito lo
infinito, para abrir alguna posibilidad al conocimiento. Esto conduce a una
parcelización de lo real que convierte en utópica cualquier pretensión de uni-
versalidad del saber. Weber descree de que existan leyes que rijan el desen-
volvimiento de la realidad social, a la manera en que lo creían los iluminis-
tas o el propio Marx. No sólo porque, inmerso en el dilema finitud/infinitud,
nunca nadie podría estar seguro de haber dado con alguna ley de validez uni-
versal. Cree también que lo social es histórico, único e irrepetible. Y que por
tanto, jamás podría ser deducido de leyes generales. Es decir, no sólo por-
que hay una dificultad insalvable para construir esa clase de leyes, sino por-
que la realidad social posee una estructura singular, refractaria al tipo de le-
galidad postulada para el ámbito de la naturaleza.
Pero ¿con qué criterio se recorta la realidad? ¿Cómo se decide qué es
‘digno de ser conocido’? Sobre esto, sostiene Weber, decide el juicio de
quién investiga, que por lo común está conectado a ideas de valor que son
culturalmente compartidas y permean una época.
El hecho de que todo recorte sea presidido por un juicio de valor, no sig-
nifica que el campo delimitado deba convertirse en el reino de la arbitrarie-
dad o la discrecionalidad. Al contrario, en su interior debe procederse con
el mayor rigor científico, en procura de establecer las conexiones causales
que expliquen por qué un fenómeno ocurrió de una determinada manera y
no de otra.
La producción de conocimiento estará siempre condicionada por el o
los juicio/s que presidieron el recorte (“hablamos de una condicionalidad
del conocimiento cultural por unas ideas de valor”, dice Weber), pero eso
no inhibe que en su interior se establezcan conexiones causales. Esto es

46
Teoría Sociológica

perfectamente posible, sólo que su validez quedará condicionada por las pre-
misas que presidieron el recorte.
Weber no descarta la posibilidad de construir conceptos generales y, aun,
leyes, en un sentido débil del concepto. No le caben dudas acerca de la uti-
lidad de los conceptos generales, a los que llamará “tipos ideales”, como por
ejemplo, los de clase, Estado, partido o acción social. Tienen una función or-
ganizadora y clarificadora. Una cosa similar ocurre con las leyes en sentido
débil, como por ejemplo, la “ley de la oferta y la demanda” en el plano eco-
nómico. Los “tipos ideales” sirven para ordenar, para deslindar, para esta-
blecer hipótesis y para funcionar como puertas de entrada a una realidad his-
tórica en cuyo interior deberá bucearse con ayuda de aquellos “tipos”, en
procura de hallar conexiones causales específicas. Sirven para organizar el
desembarco y orientar la búsqueda en la realidad concreta, pero no para ex-
plicarla. A lo que se niega, en definitiva, es a construir sistemas cerrados y
a aceptar que la realidad social pueda deducirse de leyes o de conceptuali-
zaciones generales. Por eso califica de “total insensatez la creencia, que en
ocasiones encontramos en historiadores de nuestra especialidad, según la
cual la meta de las ciencias de la cultura podría ser la constitución de un sis-
tema cerrado de conceptos, en el cual la realidad quedaría sintetizada de un
modo u otro mediante una articulación definitiva, y del cual podría ser dedu-
cida de nuevo”.
Su definición de Sociología moviliza de un modo particular la problemáti-
ca del recorte e introduce la cuestión del sentido, que resulta fundamental,
a su juicio, para estudiar las practicas sociales. Weber entiende por Socio-
logía “una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social
para de esa manera explicarla causalmente en sus desarrollos y efectos”
(Weber, 1964). Por acción entiende una conducta humana a la que “el suje-
to o los sujetos de la acción enlazan un sentido subjetivo”. Mientras acción
social “es una acción en donde el sentido mentado por su sujeto o sujetos
está referido a la conducta de otros, orientándose por ésta en su desarro-
llo”. Pescar por diversión, por ejemplo, es simplemente acción. Pescar para
vender lo obtenido es acción social.
Hechas estas aclaraciones es preciso volver sobre la Sociología, definida
como ciencia que estudia la acción social. Hay dos rasgos salientes en la de-
finición ofrecida por Weber: interpretación y explicación. La Sociología inter-
preta la acción social, pero también la explica. ¿Cómo debe entenderse esto?
Interpretar, para Weber, es atribuir sentido a la conducta de alguien. A es- “El destino de una
época cultural que ha
to lo llama también comprensión. degustado el árbol del co-
Comprender, a su juicio, consiste en la captación interpretativa del senti- nocimiento, es el tener que
saber que no podemos de-
do, o en la elaboración de una conexión de sentido, como también lo deno- ducir el sentido de los acon-
mina. Todo examen de la acción social comienza con una atribución de sen- tecimientos mundiales del
tido. En el sencillísimo ejemplo que se presentó más arriba cuando se esta- resultado de su estudio, por
muy completo que éste sea.
blece que alguien pesca para vender (en lugar de hacerlo por diversión) se Por el contrario, debemos
está haciendo una atribución de sentido. Ahora bien, cuando se establece ser capaces de crearlo por
nosotros mismos”. (Weber,
una atribución de sentido se está produciendo un recorte de lo real. Es de- 1976)
cir, en el campo de la Sociología, éste es el momento en que aparece la ine-
vitable necesidad de recortar lo real.
En el interior de un espacio delimitado por la conexión de sentido pueden
establecerse, en un segundo momento, conexiones causales. Alguien que
pesca para vender puede, por ejemplo, tratar de conseguir determinados ti-
pos de ejemplares (variedades de género o de tamaño) en el entendido de

47
Universidad Virtual de Quilmes

que tendrán una mayor demanda. Eso explicará por qué hace determinado ti-
po de cosas, por ejemplo, usar cierta clase de carnada o lanzar su línea en
determinados lugares.
En el análisis de hechos históricos, el proceso de recorte, atribución de
sentido y explicación es obviamente más complejo, pero en lo sustancial, no
es distinto a lo que se planteó más arriba. Con respecto a nuestra Revolu-
ción de Mayo, por ejemplo, hay distintas interpretaciones. Todas ellas delimi-
tan un campo de análisis (una conexión de sentido), en el interior del cual,
luego se esfuerzan por establecer conexiones causales.

Alemania en el Siglo XIX. Cronología

1806: Confederación del Rhin. Formada por Gran Ducado de Frankfurt;


reinos de Baviera, Wurtemberg, Sajonia y Westfalia; Grandes
Ducados de: Baden, Berg, Hesse-Darmstadt y Wurszburg; los
principados: de Nassau-Usinger; Nassau-Weilburg, Hohenzollen;
etcétera.
Eran en total 36 estados. No participaron Prusia, Austria y
Hannover.
1815: Congreso de Viena. Confederación Germánica. Formada por: rei-
nos: Austria, Prusia, Baviera, Sajonia, Hannover y Wurtemberg;
grandes ducados: Baden, Hesse-Cassel, Hesse-Darmstadt,
Mecheburg, Oldemburg, Weimar, Eisenach, etc.; ciudades li-
bres: Bolma, Lubeck, Frankfurt y Hamburgo. Austria tiene pre-
dominio.
1866: Guerra entre Prusia y Austria. En Sadowa gana Prusia. Se di-
suelve la Confederación Germánica y se constituye la Confede-
ración de Alemania del Norte, bajo la preponderancia política y
militar de Prusia.
El rey de Prusia funcionada cada presidente de la Confedera-
ción. Había un Parlamento compuesto por 297 diputados elegi-
dos por sufragio universal. Y un Consejo Federal, presidido por
un Canciller, a quien elegía directamente el rey de Prusia.
1870: A raíz de la guerra con Francia, los reinos de Baviera y Wurtemberg,
y los grandes ducados de Hasse-Darmstadt y Baden se incorporaron
a la Confederación.
1871: La Confederación se constituye como Imperio y Guillermo I de
Prusia es nombrado emperador. Hay: Emperador, Canciller.
Consejo de Ministros; Consejo Federal y Parlamento elegido li-
bremente, compuesto por 397 miembros (Prusia 236; Baviera
48; Sajonia 23; Wurtemberg 17,etc.)
1918: Se disuelve el Imperio, por la derrota de Alemania en la Ia
Guerra Mundial.

Weber, M., “La objetividad del conocimiento en las cien-


cias y las políticas sociales”, en: Sobre la teoría de las
ciencias sociales, Futura, Buenos Aires, 1976.

5. En su ensayo Las versiones homéricas, Jorge L. Borges


transcribe una serie de traducciones de un mismo pasa-
je de La Odisea, de Homero. Entre otras, las siguientes:
“Al fin, luego que saqueamos la levantada villa de
Príamo, cargado de abundantes despojos seguro se
embarcó, ni de lanza o venablo en nada ofendido, ni

48
Teoría Sociológica

en la refriega por el filo de los alfanjes, como en las


guerras suele acontecer, donde son repartidas las he-
ridas promiscuamente, según la voluntad del fogoso
Marte” (Cowper, 1781).
“Cuando los dioses coronaron de conquista las armas,
cuando los soberbios muros de Troya humearon por tie-
rra, Grecia, para recompensar las gallardas fatigas de
sus soldados, colmó su armada de incontables despojos.
Así, grande de gloria, volvió seguro del estruendo mar-
cial, sin una cicatriz hostil, y aunque las lanzas arrecia-
ron en torno en tormentas de hierro, su vano juego fue
inocente de heridas” (Pope, 1725).
“Una vez ocupada la ciudad, él pudo cobrar y embarcar
su parte de los beneficios habidos, que era una fuerte
suma. Salió sin un rasguño de toda esa peligrosa cam-
paña. Ya se sabe: todo está en tener suerte” (Butler,
1900).
¿Qué le sugiere lo anterior? ¿Le parece que la diversi-
dad de traducciones de un mismo fragmento de texto
puede tener algo que ver con las cuestiones weberianas
del recorte de la realidad y la atribución de sentido?
Desarrolle y comente.

2.4.2. La noción de sociedad

Tal como ha sido expuesto ya en una cita precedente, Weber descree de


la posibilidad de estructurar teorías generales -”sistemas cerrados”, decía-
que expliquen, desde ese plano de generalidad, el funcionamiento de las so-
ciedades. Tal posibilidad le parecía una “total insensatez”. Su punto de par-
tida epistemológico inhibe la posibilidad de construir sistemas teóricos ge-
nerales desde los cuales pueda deducirse la explicación del funcionamiento
de las sociedades reales.
No obstante, hay una referencia explícita de Max Weber a la naturaleza de
lo real en el campo social, que constituye un punto de partida. Se trata de
uno de los pocos pasajes en toda la obra de Weber en el que postula una
cierta manera de ser de lo real, en lo referido a las sociedades en general.
Dice:

“El hecho básico del que dependen todos los fenómenos `so-
cio-económicos´, en el sentido más amplio, es que nuestra exis-
tencia física, al igual que la satisfacción de nuestras necesida-
des más ideales, choca en todas partes con la limitación cuan-
titativa y la insuficiencia cualitativa de los medios externos para
ello; que para su satisfacción se precisa una previsión planifica-
da, trabajo, la lucha contra la naturaleza y la socialización con
otras personas”.
(Weber, 1976)

Vale la pena, en primer lugar, reiterar que estamos en presencia de una de


las pocas postulaciones sobre lo real fundantes del punto de vista de Weber.
En segundo lugar, cabe advertir que estamos en un terreno semejante al de
Marx y Durkheim: el hombre como sujeto de necesidades y, ante ello, la aso-
ciación o la “socialidad” (la “socialización con otras personas” en Weber,

49
Universidad Virtual de Quilmes

según la traducción que aquí se está utilizando) como resultado de la búsque-


da de la provisión de la existencia. En tercer lugar, debe señalarse que de es-
ta estrecha vinculación entre satisfacción de necesidades y “socialidad” se
desprende cierta tendencia a la cohesión, que ya se ha señalado precedente-
mente para Durkheim y para Marx (bien que señalando, para este último, tam-
bién los rasgos de antagonismo que se hallan en su noción de sociedad). Se
puede suponer que, aunque de manera implícita, el componente de cohesión
se halla también en Weber: aparte de la “socialización” menciona el “traba-
jo” (se supone que conjunto) y la “previsión planificada”.
Lo anterior demuestra que Weber sabe que existen sociedades (entendi-
das en el sentido que se le ha dado anteriormente: conglomerados humanos
grandes dotados de cierta cohesión, identificables por su sistema económico
o su referencia nacional o local), las reconoce como referentes empíricos pe-
ro, como se ha planteado ya, no produce sistemas teóricos generales sobre
ellas. En su lugar, se maneja con conceptos generales que le permiten delimi-
tar significados precisos y abordar la realidad concreta partiendo desde cier-
to ordenamiento previo, que es deliberado. Por ejemplo, él constata que hay
Estados. Construye entonces un concepto general -o tipo ideal- de Estado
(“...es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado terri-
torio -el concepto de territorio es esencial a la definición- reclama para sí con
éxito el monopolio de la coacción física legítima”, pero no una teoría del mis-
mo. Una cosa similar hace con otros objetos empíricos: la acción social, las
clases, los partidos, etc. Economía y Sociedad, su opera magna, puede ser
visto como un monumental diccionario de tipos ideales.
Podría decirse, entonces, que no hay en Weber una noción de sociedad a
la manera en que sí la hay en Marx y en Durkheim, en quienes tal noción es-
tá conectada a un sistema teórico cerrado. Construye, en cambio, un tipo
ideal de “sociedad” que hay que examinar con cierto detenimiento, pues re-
sulta arduo referirlo a esos conglomerados humanos grandes que funcionan
como referentes empíricos de dicho concepto. Dice Weber:

“Llamamos sociedad a una relación social cuando y en la me-


dida en que la actitud en la acción social se inspira en una com-
pensación de intereses por motivos racionales (de fines o de va-
lores) o también en una unión de intereses con igual motivación.
La sociedad, de un modo típico, puede especialmente descan-
sar (pero no únicamente) en un acuerdo o pacto racional por de-
claración recíproca.”
(Weber, 1964)

Antes de analizar esta definición es inevitable examinar qué entiende We-


ber por “relación social”, puesto que le otorga a ésta un papel fundante en
la misma. Entiende por relación social: “Una conducta plural -de varios- que
por el sentido que encierra se presenta como recíprocamente referida,
orientándose por esa reciprocidad” (Weber, 1964). O sea, que el rasgo de-
terminante de las relaciones sociales es la reciprocidad. La que, a su vez,
puede fundarse “en la existencia de un orden legítimo” o sea, de “un con-
junto de máximas que pueden ser señaladas”.
Miradas desde el punto de vista de la acción social, las sociedades son
relaciones sociales, por tanto, hay en ellas reciprocidad e, incluso, respeto
por un orden legítimo. Atendiendo a lo sustancial, lo anterior tendría cierta

50
Teoría Sociológica

familiaridad con la noción durkheimniana de sociedad, en lo referido a la so-


lidaridad y a la capacidad regulatoria: las máximas weberianas presentan
cierta afinidad con la idea de autoridad moral y de límite del francés.
Sin embargo, las referencias a la compensación o a la unión de intereses
desconciertan un poco. Esto sería aplicable con toda propiedad a socieda-
des “menores”, como las empresas comerciales o los clubes deportivos, en
los que son fácilmente distinguibles la compensación o la unión de intere-
ses, además de que existen reciprocidad y máximas. Weber, empero, no es
explícito acerca de cómo aplicar el tipo ideal “sociedad” a conglomerados hu-
manos grandes. En éstos tiende a haber reciprocidad y existen máximas y
sistemas normativos. Pero ¿a qué debe referirse allí las cuestiones de la
compensación o unión de intereses fundadas en motivos racionales de fines
o valores? La compensación de intereses fundada en motivos racionales de
fines remite, en último análisis, a la provisión de la existencia, a la búsque-
da deliberada de fines racionalmente sopesados por cada actor, que com-
pensan su propio interés tomando en consideración los de otros actores
igualmente orientados. Mientras que la unión de intereses fundada en moti-
vos racionales de valores puede remitir a la decisión de los actores de suje-
tarse a máximas, es decir, de vivir conforme a un orden que todos se com-
prometen a respetar.

Weber, M., Economía y sociedad, F.C.E., México, 1964,


cap. I, “Conceptos sociológicos fundamentales”.

6. ¿Existe alguna relación, a su juicio, entre el concep-


to de legitimidad y la problemática de la cohesión social?
¿Participa de alguna manera el concepto de legitimidad
en la construcción del concepto de sociedad?
Desarrolle las respuestas y comente.

51
3

Marx

Objetivos

1. Presentar un bosquejo general del sistema teórico elaborado por K.


Marx.
2. Examinar conceptos fundamentales de la concepción marxista: modo
de producción, formación económico-social, mercancía, clases e ideología,
entre otros.
3. Efectuar una primera aproximación a la teoría del valor y a las dinámi-
cas del capital y de la producción de plusvalor.

3.1. Los conceptos de modo de producción y de formación


económico-social

Como ya se ha mencionado -véase Unidad 2-, el concepto de modo de pro-


ducción (MP), en el que Marx articula el de fuerzas productivas y el de rela- E. Balibar, “Acerca de los
ciones de producción, es central en su conceptualización. Lo utiliza para conceptos fundamentales
del materialismo histórico”,
construir su noción general de sociedad y, por lo mismo, como sostiene en: L. Althusser y E. Balibar,
Etienne Balibar, su “validez no se encuentra, como tal, limitada a tal período Para leer El Capital,
o a tal tipo de sociedad, sino que, por el contrario, de ella depende su cono- Siglo XXI, México,
1998, p. 219.
cimiento concreto”. Es decir, es un concepto de un grado alto de generalidad,
aplicable a cualquier período histórico y, además, de enorme significación en
términos heurísticos, dado que de él depende el conocimiento de períodos o Heurística: discipli-
na que se ocupa de
sociedades concretas. (Vale la pena aclarar que tratándose de Marx, no es establecer los cami-
común encontrar conceptos de aplicación generalizada. Su perspectiva epis- nos para alcanzar conoci-
mientos nuevos. El alcance
temológica prioriza historizar los conceptos, por ejemplo, trabajar específica- heurístico de una teoría es
mente sobre el MP capitalista.) Su utilización por parte de Marx es ya discer- su capacidad para producir
nible en La ideología alemana, que escribió en coautoría con Engels en conocimientos.
1845, en la que aparece desde las primeras páginas, aunque construido de
una manera incompleta: no hay allí, todavía, una mención explícita de las re-
laciones de producción (sí la hay, en cambio, de las fuerzas productivas). Co-
mo puede apreciarse en la cita que sigue, el concepto de relaciones de pro-
ducción está en ciernes pero todavía no ha adquirido su identidad definitiva.
Escribe Marx:

“La producción de la vida, tanto de la propia en el trabajo,


como de la ajena en la procreación, se manifiesta inmediata-
mente como una doble relación -de una parte, como una rela-
ción natural y de otra como una relación social-; social, en el
sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversos
individuos, cualesquiera sean sus condiciones, de cualquier
modo y para cualquier fin. De donde se desprende que un de-
terminado modo de producción o una determinada fase indus-

53
Universidad Virtual de Quilmes

trial lleva siempre aparejado un determinado modo de coope-


ración o una determinada fase social, modo de cooperación
que es, a su vez, una ‘fuerza productiva’ [...].”
(La ideología alemana, p. 30)

Marx percibe que los hombres, en la producción de su existencia, contraen


relaciones entre sí y con las fuerzas productivas, pero todavía no designa a es-
te conjunto con un nombre preciso. Hay incluso cierta confusión alrededor de
lo que llama “modo de cooperación”. Andando el tiempo será capaz de deslin-
dar los conceptos con mucha mayor precisión. Volviendo a la centralidad del
concepto de MP, es posible mencionar que preside a El Capital, en cuyo primer
“Prólogo” Marx anota: “Lo que he de investigar en esta obra es el modo de pro-
ducción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él correspon-
dientes” (El Capital, p. XIV). Pero es en el “Prólogo” a la Contribución a la críti-
ca de la economía política, escrito en 1859, donde lo presenta por primera vez
de manera completa y concisa. Aquí el MP es descripto como “la estructura
económica de la sociedad, la base real sobre la cual se alza un edificio jurídi-
co y político, y a la cual corresponden determinadas formas de conciencia so-
cial. El modo de producción de la vida material determina el proceso social, po-
“Prólogo a la contri-
bución a la crítica de lítico e intelectual de la vida en general”. Parece evidente que aquí Marx iden-
la economía políti- tifica el MP con la estructura económica de la sociedad y con la base de la me-
ca”, en: Introducción a la táfora edilicia (base/superestructura) que utiliza para caracterizar sintética-
crítica de la economía polí-
tica/1857, Siglo XXI, Mé- mente su noción general de sociedad. Un poco más adelante escribe: “A gran-
xico, 1997, p. 66. En lo su- des rasgos puede calificarse a los modos de producción asiático, antiguo, feu-
cesivo se lo cita en el cuer-
po principal del texto como dal y burgués moderno de épocas progresivas de la formación económica de
P, seguido del número de la sociedad”. De nuevo aparece aquí la identificación entre MP y estructura (o
página. “formación” en el texto) económica de la sociedad.
Marx también utiliza el concepto de “formación social” en ese mismo “Pró-
logo”. Dice, por ejemplo: “Una formación social jamás perece hasta tanto no
se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales resulta
ampliamente suficiente [...]” (P, p. 67). Aquí parecería usar la denominación
“formación social” como sinónimo de sociedad entendida en términos parti-
culares, esto es, concreta, históricamente situada. Pero no puede dejar de
percibirse que existe cierta imprecisión en el uso de esta denominación.
De lo anterior se sigue que lo central en el MP es la articulación entre
fuerzas productivas y relaciones de producción, y son las formas de propie-
dad –señala Marx- la expresión jurídica de las últimas. Hemos mencionado
en la Unidad 2 que en el citado “Prólogo” Marx identifica cuatro MP, que es-
quemáticamente podrían caracterizarse como sigue:

• MP antiguo
a) economía básicamente agrícola, fuerzas productivas escasamente de-
sarrolladas, organización del trabajo basada o bien sobre la unidad familiar
primaria, o bien sobre la gran familia, el clan, etcétera;
b) no hay intercambio comercial;
c) existe la propiedad en común de la tierra.

• MP asiático
a) economía básicamente agrícola, organización del trabajo basada sobre la
gran familia o unidades parecidas, las fuerzas productivas alcanzan algún de-
senvolvimiento a nivel agrario, se genera, también, cierto desarrollo urbano;

54
Teoría Sociológica

b) escaso intercambio comercial;


c) existe propiedad en común de la tierra, pero se establece una diferen-
Hierocracia: régi-
ciación entre las comunidades productoras y los gobernantes hierocráticos, men político en el
que conduce a una apropiación desigual de los bienes producidos por inter- que las autoridades
medio del tributo que los primeros pagan a los segundos. Por lo mismo, se políticas son, al mismo
tiempo, autoridades reli-
dice que predominan en este MP relaciones de producción tributarias. giosas.

• MP feudal
a) economía básicamente agrícola, aunque con cierto desarrollo urbano y
actividad productiva en las ciudades;
b) escaso intercambio comercial;
c) no hay propiedad en común de la tierra, que pertenece al rey o a sus
señores (nobles). Entre el monarca y sus señores (nobles) se da una rela-
ción de vasallaje. Y entre los señores y los siervos de la tierra tiene lugar la
servidumbre, a la que aquéllos están obligados.

• MP burgués
a) economía básicamente urbana e industrial;
b) se generaliza la producción de mercancías, es decir, se produce con el
objeto de comercializar los bienes o servicios producidos;
c) existe la propiedad privada de los medios de producción, se forma el
mercado de trabajo, los burgueses o capitalistas concentran la propiedad de
dichos medios de producción y los proletarios -que no poseen nada más que
prole- deben vender su fuerza de trabajo por un salario.

Marx señala que “las relaciones de producción burguesas son la última


forma antagónica del proceso social de la producción [...]” (P, p. 67). Ocurre
que, visto desde una perspectiva social, los MP contienen un antagonismo o
contradicción entre sectores socialmente diferentes: burgueses vs. proleta-
rios en el MP capitalista, señores vs. siervos en el MP feudal, jerarquía hie-
rocrática vs. comunidades productoras en el MP asiático. Afirma que son la
“última forma antagónica” porque cree que la sociedad burguesa alberga
fuerzas productivas capaces de alcanzar un desenvolvimiento que generará
condiciones para superar la contradicción de clase típicamente capitalista y
de dar como resultado una revolución social que instaurará un orden no an-
tagónico sino igualitario.
Vladimir I. Lenin (1870-1924), el padre de la Revolución Rusa de 1917,
tenía sobre el concepto de MP una posición peculiar. Destacaba su valor
científico, que a su juicio había permitido percibir las regularidades presen-
tes en las distintas sociedades. Decía Lenin:

“Hasta ahora, los sociólogos distinguían con dificultad en la


complicada red de fenómenos sociales, los fenómenos impor-
tantes de los que no lo eran (ésta es la raíz del subjetivismo en
sociología) y no sabían encontrar un criterio objetivo para esta di-
ferenciación. El materialismo ha proporcionado un criterio com-
pletamente objetivo al destacar las relaciones de producción co-
mo la estructura de la sociedad y al permitir que se aplique a es-
tas relaciones el criterio científico de la repetición, cuya aplica-
ción a la sociología negaban los subjetivistas. [...] el análisis de
las relaciones sociales materiales permitió inmediatamente

55
Universidad Virtual de Quilmes

observar la repetición y la regularidad, y sintetizar los sistemas


de los diversos países en un solo concepto fundamental de for-
mación social”.
(Lenin, V. I., ¿Quiénes son los amigos del pueblo?, Siglo
XXI, México, 1974, pp. 15-16. Se cita en adelante como AP
seguido del número de página.)

Efectivamente, el concepto de MP propone un modelo de regularidad, por


decirlo así, y es un mérito de Lenin haberlo destacado. Hay sin embargo al-
gunas imprecisiones en su texto que conviene mencionar. En primer lugar,
una confusión terminológica que no aporta a la superación de cierta impre-
cisión de lenguaje que se encuentra en el propio Marx, quien, como se ha
mencionado arriba, usa la denominación “formación social” pero de manera
subsidiaria. En segundo lugar, cierta ambigüedad que se desprende del mo-
do en que Lenin utiliza el sustantivo “sistemas” -“sintetizar los sistemas de
los diversos países”, dice- sin adjetivos adicionales. ¿A qué sistemas se re-
fiere? Debería pensarse que a los sistemas económicos de las diversas so-
ciedades, pues viene hablando de las relaciones de producción. Pero enton-
ces, ¿por qué utiliza la denominación formación social? Lo coherente hubie-
ra sido usar la expresión formación económica o formación económica de la
sociedad.
La mención de estas imprecisiones no pasaría de una cuestión menor,
de detalle, si no fuera por la sorpresa que nos depara a renglón seguido. In-
mediatamente a continuación de la cita anterior Lenin escribe: “Esta sínte-
sis fue la única que permitió pasar de la descripción de los fenómenos so-
ciales (y de su valoración desde el punto de vista ideal) a un análisis que
subraya, por ejemplo, qué es lo que diferencia a un país capitalista del otro
y estudia qué es lo común para todos ellos” (AP, p. 16). La síntesis que
menciona Lenin es obviamente la que queda contenida en el concepto de
“formación social”, tal como se ha mencionado arriba. Ahora bien, ¿puede
un concepto contener, a la vez, lo que es regular y lo que es diferente? Si el
gran mérito del concepto de relaciones de producción es que ha permitido
entender cabalmente qué es lo que tienen de repetido y/o de regular las
distintas sociedades, ¿puede el concepto que se sigue de ellas -el de for-
mación social- dar cuenta también de las diferencias entre sociedades del
mismo tipo (“qué es lo que diferencia a un país capitalista del otro”, anota
Lenin)? En rigor, la proposición leniniana desafía toda lógica.
La imprecisión de lenguaje que se encuentra en Marx a propósito de los
conceptos de MP, formación económica de la sociedad (a veces: formación
económico-social, o también formación socioeconómica) y formación social,
se hace turbulencia y hasta inconsistencia lógica en el planteo de Lenin. Si
se considera que una de las denominaciones que alcanzó el materialismo
histórico fue la de “marxismo-leninismo”, esto último debido a la significa-
ción que se atribuyó a los aportes del revolucionario ruso a la teoría original
de Marx y Engels, puede quizá entenderse la confusión conceptual que cam-
peó en el marxismo, en este terreno, durante años.
Contemporáneamente, el llamado marxismo estructuralista francés vino a
poner remedio a dicha confusión. Repuso el concepto de MP como modelo
de regularidad, esto es, como concepto que da cuenta de aquello que se pre-
senta como común a sociedades concretas diferentes, pero del mismo tipo.
Y reservó el concepto de formación social para designar sociedades

56
Teoría Sociológica

históricamente determinadas -la francesa actual o la inglesa del siglo XVII,


por ejemplo- a las que consideró constituidas por diversos MP. Es decir que
una formación social concreta estaría constituida por diversos MP que se ar-
ticularían entre sí. Louis Althusser, uno de los más destacados representan-
tes de dicha corriente, lo formuló de esta manera:

“[...] existe únicamente la historia real, concreta, de esos ob-


jetos concretos que son las formaciones sociales concretas, sin-
gulares, cuya existencia podemos observar en la experiencia acu-
mulada de la humanidad. La producción en general, la producción
abstracta existe (Marx) sólo como conjunción-combinación con-
creta-real de modos de producción jerarquizados en tal o cual for-
mación social determinada: Francia en 1838 (Marx, El 18 Bruma-
rio, La lucha de clases en Francia), Rusia en 1905 o 1917 (Le-
nin), etc.”. Y unos renglones más adelante: “Así, diremos que el
concepto de modo de producción es un concepto teórico y que
versa sobre el modo de producción en general, que no es un ob-
jeto existente en sentido preciso pero sí indispensable para el co-
nocimiento de toda formación social, ya que éstas se estructuran
por la combinación de varios modos de producción”.
(L. Althusser, “Acerca del trabajo teórico”, en: La filosofía co-
mo arma de la revolución, Cuadernos de Pasado y Presente N°
4, Siglo XXI, México, 1983, pp. 72-73.)

Marx, K., “Prólogo a la Contribución a la crítica de la eco-


nomía política”, en: Introducción general a la crítica de la
economía política/1857, Siglo XXI, México, vv.ee.

Marx, K. y Engels, F., El manifiesto comunista, cap. 1,


vv.ee.

1. En la Introducción/1857 Marx escribe lo siguiente:


“La producción en general es una abstracción, pero una
abstracción que tiene un sentido, en tanto pone real-
mente de relieve lo común, lo fija y nos ahorra así una
repetición. Sin embargo, lo general o lo común, extraído
por comparación, es a su vez algo complejamente arti-
culado y que se despliega en distintas determinaciones”.
¿Qué relación encuentra entre la cita anterior y el con-
cepto de modo de producción?

3.2. El modo de producción capitalista

3.2.1. Las mercancías

“La riqueza de las naciones en que impera el modo capitalis-


ta de producción se nos aparece como un ‘inmenso arsenal de
mercancías’ y la mercancía como su forma elemental. Por eso,
nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía.”
(K. Marx, El Capital, op. cit., p. 3)

57
Universidad Virtual de Quilmes

El MP capitalista funciona sobre la base de dos premisas insoslayables.


La primera sostiene que por primera vez en la historia económica de la hu-
manidad se generaliza la producción de mercancías. Ya no se produce para
el autoconsumo individual, como en otras épocas, ni tampoco se busca la
autosuficiencia económica de las diversas comunidades. La producción de
bienes y servicios para el mercado -esto es, para vender en el mercado- al-
canza un grado tal de extensión que puede decirse que constituye uno de
sus rasgos salientes.
La segunda premisa afirma que se forma el llamado mercado de trabajo,
al que concurren los trabajadores para vender su fuerza de trabajo. Se cons-
tituye de este modo una fuerza de trabajo libre, en un doble sentido. Por un
lado, porque no existen restricciones de ninguna clase para la circulación de
la mano de obra, de modo tal que un obrero puede decidir, si le conviene,
cambiar de rama de actividad sin ningún impedimento legal, a diferencia de
lo que ocurría en el feudalismo, por ejemplo, en el que los siervos de la tie-
rra permanecían ligados a la comarca en la que habitaban y no estaban au-
torizados a desplazarse hacia otros sitios. Por otro, porque el obrero se en-
cuentra libre de toda otra posesión que no sea su propia fuerza de trabajo
(lo que obviamente lo obliga a concurrir al mercado de trabajo en procura de
ganarse su subsistencia).
En el comienzo de El Capital Marx indica que la mercancía es la “forma
elemental” de MP capitalista. Y que su análisis abre el camino de la com-
prensión de la dinámica general del capitalismo y de sus antagonismos cen-
trales. Cabe preguntarse, entonces, ¿qué es una mercancía?
Según Marx, “la mercancía es, en primer término, un objeto externo, una
cosa apta para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas
sean” (EC, p. 3). Es decir, es un objeto que sirve para algo, que tiene una uti-
lidad. Marx denomina a esta utilidad valor de uso y señala que depende de
las cualidades materiales de los distintos objetos. Pero, además, las mercan-
cías presentan la propiedad de ser intercambiables, esto es, de que se pue-
den intercambiar entre sí según cantidades más o menos estables. También
tienen, en consecuencia, un valor en función del cual se intercambian, cuyo
soporte material es el valor de uso. Desde esta perspectiva, las mercancías
son, como consecuencia, objetos que poseen un valor de uso y un valor.
Ahora bien, ¿qué hace que, por ejemplo, el hierro pueda intercambiarse
por trigo? Desde la perspectiva de sus respectivas materialidades, son com-
pletamente diferentes. Sin embargo, para tornarse intercambiables debe
existir algo que posean en común. Pues bien, ese algo en común es el he-
cho de que ambos son productos del trabajo.
Desde la óptica Marx, el trabajo humano puede ser considerado como tra-
bajo concreto, esto es, el del panadero, el sastre, el carpintero, el ebanista,
el tejedor, el obrero metalúrgico o cualquier otro. Pero también como trabajo
abstracto, esto es, “un gasto productivo de cerebro humano, de músculo, de
nervios, de brazo, etc.” (EC, p. 11). Es decir que, por un lado, está el trabajo
concreto (o útil) cuyo resultado son valores de uso determinados: pan, ropa
o muebles. Pero por otro, también está el trabajo abstracto, “un simple coá-
gulo de trabajo humano indistinto” (EC, p. 6), escribe Marx. Todas las formas
concretas del trabajo son, también, trabajo abstracto, o, como dice Marx,
“empleo de fuerza humana de trabajo, sin atender para nada a la forma en
que esta fuerza se emplee” (EC, p. 6).

58
Teoría Sociológica

El trabajo abstracto es el denominador común de todas las mercancías y


constituye el fundamento del valor (o del valor de cambio, como Marx tam-
bién lo denomina). “¿Cómo se mide la magnitud de este valor?”, se pregun-
ta Marx (EC, p. 6). Y responde: “Por la cantidad de sustancia creadora de va-
lor, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que
encierra se mide por el tiempo de su duración; el tiempo de trabajo tiene, fi-
nalmente, su unidad de medida en las distintas fracciones de tiempo: horas,
días, etc.” (EC, p. 6).
Desde el punto de vista del valor de uso, las mercancías son cualitativa-
mente diferentes y, por tanto, incomparables. La existencia del valor, que se
constituye en un sustrato común a todas ellas y en la posibilidad de su “mag-
nitudización” hacen, en cambio, posible el intercambio.
El valor de una mercancía está determinado por el tiempo de trabajo so-
cialmente necesario para producirla. Como se ha mencionado inmediatamen-
te más arriba, el valor es una magnitud, esto es, un rasgo o característica ca-
paz de ser medido; sus unidades de medida son las fracciones de tiempo.
Marx aclara que se trata de tiempo “socialmente necesario”, porque de otro
modo los valores de las mercancías dependerían, en parte, de la mayor o me-
nor habilidad de los operarios. Y podría llegarse, incluso, a la paradoja de
que las mercancías producidas por los menos hábiles fuesen las más valio-
sas. Así, “tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requie-
re para producir un valor de uso cualquiera, en las condiciones normales de
producción y con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo impe-
rantes en la sociedad” (EC, pp. 6-7).
Un objeto puede ser un valor de uso sin por eso ser valor, por ejemplo, el
aire o la tierra virgen. En estos casos, la utilidad que encierran esos objetos
no resultan del trabajo humano. Pero puede suceder, también, que un objeto
útil producido por el trabajo humano no sea una mercancía. Es el caso de ob-
jetos producidos para uso y/o satisfacción de necesidades exclusivamente
personales de quien los crea. En este caso, dice Marx, “para producir mer-
cancías no basta producir valores de uso, sino que es menester producir va-
lores de uso para otros, valores de uso sociales” (EC, p. 8). Es decir, que es
preciso que los valores de uso se produzcan para el mercado, o sea, para
ser intercambiados. (Esto constituye un rasgo sobresaliente del MP capita-
lista, conforme se ha indicado más arriba: la generalización de la producción
de valores de uso para el intercambio, es decir, de mercancías.) Por último,
ningún objeto puede ser valor si al mismo tiempo no presenta utilidad. Lo
que equivale a decir que ninguna mercancía puede ser portadora de valor si
al mismo tiempo no se acredita como valor de uso: las cosas inservibles ca-
recen de valor, por más tiempo que se insuma en su producción.

K. Marx, El Capital, vv.ee., cap. I, puntos 1, 2 y 3.

2. ¿Es el trabajo una mercancía? Fundamente su res-


puesta.

59
Universidad Virtual de Quilmes

3.2.2. La fuente del valor

Marx sostiene que entre todas las mercancías hay una que es especial,
pues de su consumo brota el valor. Esta mercancía especial es la capacidad
de trabajo o fuerza de trabajo. A su juicio, ésta es la única fuente producto-
ra de valor. Sostener que de su consumo brota el valor implica afirmar que
de su utilización como valor de uso surge el mencionado valor. Pero antes de
desarrollar esta proposición es preciso referirse a la condición de mercancía
de la fuerza de trabajo.
La fuerza de trabajo tiene un valor de uso y un valor (o valor de cambio).
Obviamente, es por eso que es una mercancía. Como valor de uso tiene una
utilidad, sirve para algo. Es este o aquel trabajo concreto: el de sastre, alba-
ñil o tornero. Su valor (o valor de cambio) es el tiempo de trabajo socialmen-
te necesario para producir y reproducir un trabajador. En palabras de Marx:
“El valor de la fuerza de trabajo, como el de toda otra mercancía, lo determi-
na el tiempo de trabajo necesario para la producción, incluyendo, por lo tan-
to, la reproducción de este artículo específico. [...] la producción de la fuer-
za de trabajo consiste en la reproducción o conservación de aquél” (EC, p.
124). Dicho valor puede representarse como la suma de medios de vida que
el trabajador necesita para conservarse (alimento, vestido, techo, etc.) y pa-
ra reproducirse, esto es, para sostener una familia y procrear. “El valor de la
fuerza de trabajo se reduce al valor de una determinada suma de medios de
vida. Cambia, por tanto, al cambiar el valor de éstos, es decir, al aumentar o
disminuir el tiempo de trabajo necesario para su producción” (EC, p. 125),
escribe Marx. Es, por tanto, variable, conforme sea el valor de los medios que
concurren a la subsistencia y reproducción del trabajador. La suma de valo-
res demandada para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo pue-
de calcularse tomando las fracciones de tiempo que se desee: por hora, por
día, por semana, etc. Marx agrega, asimismo, que sobre la valoración de la
fuerza de trabajo juega también un elemento “histórico moral”: las condicio-
nes y los hábitos prevalecientes en cada país, bajo los cuales se han forma-
do, que inciden sobre sus preferencias (por ejemplo, los obreros franceses
prefieren el vino a la cerveza) pero también sobre el nivel de vida mínimo exi-
gible en cada caso y, por tanto, sobre su valor.
Conviene regresar ahora a la formulación que establece que la fuerza de
trabajo es una mercancía y, por lo tanto, posee un valor (o valor de cambio)
y un valor de uso. La fuerza de trabajo, como cualquier mercancía, se obtie-
ne en el mercado (en este caso, en el mercado de trabajo). La contratación
de fuerza de trabajo por parte de un capitalista supone un desembolso equi-
valente a su valor; las cosas ocurren del mismo modo cuando compra una
tonelada de hilado de algodón o un kilogramo de pan. Las mercancías, todas
ellas, incluida la fuerza de trabajo, comprometen -por decirlo así- en el mer-
cado su faceta valor. Ahora bien, cuando fuera del mercado son utilizadas o
consumidas, la faceta que se compromete es su valor de uso. Así ocurre con
el algodón, que el empresario compró como materia prima, y con el pan que
consumirá en la cena. Y así sucede cuando la fuerza de trabajo que contra-
tó en el mercado concurre a su fábrica a trabajar. En todos estos casos, lo
que se utiliza o consume es la utilidad (el valor de uso) del hilado de algo-
dón para confeccionar telas, del pan para alimentarse y de la fuerza de tra-
bajo para producir. Ahora bien, en tanto trabajo concreto (o útil) el valor de
uso de la fuerza de trabajo producirá valores de uso (telas de algodón, por

60
Teoría Sociológica

caso, para seguir con el ejemplo); pero como simultáneamente es también


trabajo abstracto -según se ha visto más arriba- incorporará (agregará) valor
a los materiales sobre los cuales trabaja.
Conviene retener esta doble diferenciación de la fuerza de trabajo: a) co-
mo valor en el momento de ser contratada en el mercado y como valor de
uso a la hora de ser incorporada al proceso de producción; y b) como tra-
bajo concreto (o útil) en el momento de producir valores de uso, pero tam-
bién como trabajo abstracto a la hora de incorporar/generar valor, pues se
la verá reaparecer jugando un papel de enorme significación en el aparta-
do que sigue.

K. Marx, El Capital, op. cit., vv.ee., cap. IV, punto 3.

3.2.3. El capital: valor que se valoriza

Marx sostiene que la circulación de mercancías es el punto de arranque


del capital. Y que la producción de mercancías y el desenvolvimiento de su
circulación (o sea, el comercio) constituyen las premisas históricas del sur-
gimiento de aquél.
A su modo de ver, la circulación funciona sobre la base de la forma M-D-M,
donde M significa mercancía y D dinero. Un poseedor de mercancías cualquie-
ra, un agricultor que cultiva tomates, por ejemplo, lleva al mercado un lote de
su producción (M), la vende (D), y con lo que obtiene mediante esa transac-
ción compra otras mercancías (M) que necesita. Lo mismo hace un obrero: lle-
va su mercancía fuerza de trabajo (M) al mercado de trabajo, la vende (D) a un
capitalista y con el producto de esa transacción adquiere las mercancías (M)
que necesita para subsistir.
Esta forma tiene dos momentos. Primero ocurre una venta: M-D, y des-
pués una compra: D-M. Por definición se postula que en todas estas transac-
ciones todo se compra y se vende por su valor: nadie engaña a nadie. Así
las cosas, el objetivo final de este movimiento es el valor de uso, es decir,
conseguir valores de uso diferentes del o de los propios, con el objeto de sa-
tisfacer necesidades de la índole que fuere. No hay aquí beneficios pecunia-
rios de ninguna clase. La ganancia -si es que se la puede llamar así- reside
en ampliar las oportunidades de consumo. Por ejemplo, nuestro agricultor
vende sus tomates y consigue a cambio pan, prendas de vestir, combustible
o lo que sea. Sin alterar la masa de valor contenida en sus tomates, consi-
gue bienes de uso diversificados. (La inversa también es posible: un posee-
dor de mercancías diversas puede intentar venderlas para comprar, luego, un
automóvil, por ejemplo.)
Existe, sin embargo, otra forma de circulación en el capitalismo que resul-
ta de invertir los términos de la anterior. En lugar de iniciarse con una venta,
comienza con una compra, y en lugar de terminar con una compra, finaliza
con una venta. El ciclo se representa de la siguiente manera: D-M-D. Veamos
qué sucede en este caso.
Alguien entra con dinero (D) al mercado para comprar mercancías (M),
vende luego mercancías (M) para obtener nuevamente dinero (D). Todo ese
movimiento resultaría insensato si al cabo del mismo D siguiera siendo D, es
decir, si quien realiza estas transacciones obtuviera al finalizar el ciclo la mis-

61
Universidad Virtual de Quilmes

ma cantidad de dinero con la que entró. En la forma M-D-M el beneficio con-


siste en un mejoramiento de las posibilidades de consumo, dada una dota-
ción inicial determinada de M en poder de alguien. ¿Cuál es el beneficio en
este segundo caso?, ¿cambiar dinero por dinero, en una cantidad igual? El
verdadero sentido de este movimiento consiste en obtener más dinero, al fi-
nalizar el ciclo, respecto de aquel que se tenía al comenzarlo. La fórmula se-
ría, entonces, D-M-D’, donde D’ = a D + DD. A ésta, Marx la llama la fórmula
general del capital.
Vamos a suponer -manteniendo siempre el supuesto colocado por defini-
ción de que todo se compra y se vende por su valor, es decir, que nadie en-
gaña a nadie- que alguien que posee dinero (D), adquiere con él maquinarias
y utensilios de trabajo, materias primas, alquila un local y contrata fuerza de
trabajo (todo eso se expresa como M), ensambla todo eso bajo su tutela y
pone en marcha un proceso de producción. Obtiene una nueva mercancía (M)
que vende nuevamente en el mercado, obteniendo esta vez una D’, es decir,
su D inicial más un incremento. ¿De dónde sale ese D’?
Todos los ingredientes participantes del proceso de producción –digamos,
por caso, de una pieza de tela de algodón, para seguir con el ejemplo ante-
rior- transfieren su cuota-parte de valor a la nueva mercancía: la amortización
de los equipos y utensilios, el alquiler del local y hasta la función de direc-
ción que ejerce el propio capitalista, cuya producción como tal dirección tam-
bién requiere un tiempo de trabajo socialmente necesario. Reitero: todos los
componentes mencionados hasta aquí transfieren a la nueva mercancía la
parte estrictamente proporcional de valor que les ha insumido producirla. De
nuevo: nadie engaña a nadie. Todo valor insumido se transfiere de manera
directa al nuevo producto.
Pero, ¿qué ocurre con la fuerza de trabajo? Ha sido contratada, en el mer-
cado, por su valor (o valor de cambio). Incorporada al proceso de producción
-es decir, ya en la fábrica, no en el mercado- se desempeña como valor de
uso. En su condición de tal, su faceta de trabajo concreto (o útil) concurre a
la producción de valores de uso (piezas de tela de algodón). Mientras que su
faceta de trabajo abstracto genera valor. Agrega valor a los materiales sobre
los que se aplica.
Todo el misterio de D’ consiste en que el valor que agrega la fuerza de tra-
bajo en su calidad de excepcional valor de uso, diferente de todos los demás
-única fuente de creación de valor, según se ha señalado más arriba- es ma-
yor que su valor (o valor de cambio) en el mercado. El valor y el valor de uso
de la fuerza de trabajo son dos dimensiones completamente diferentes, co-
mo lo son en cualquier mercancía. El pan, por ejemplo, tiene un valor en el
mercado y posee asimismo un valor de uso: alimentar. Es decir, se lo com-
pra por su valor, pero lo que se come no es este valor sino el valor de uso,
para decirlo de manera grosera pero ilustrativa. Con la fuerza de trabajo ocu-
rre lo mismo. Tiene un valor en el mercado y un valor de uso especialísimo,
en virtud de una de sus dos facetas: generar valor. El capitalista paga en el
mercado el valor de la fuerza de trabajo, ni más ni menos. Pero en la fábrica
no “utiliza” ese valor (decirlo así es, en rigor, un sin sentido) sino el valor de
uso. De nuevo, entonces, el valor que agrega una de las facetas (la de tra-
bajo abstracto) de la fuerza de trabajo en tanto valor de uso, es mayor que
lo que representa su valor en el mercado.
Se podría decir, por ejemplo, que el valor (o valor de cambio) de la fuerza

62
Teoría Sociológica

de trabajo contratada por el capitalista productor de piezas de tela de algo-


dón es de 10 unidades diarias (se están suponiendo aquí valores absoluta-
mente arbitrarios de una escala imaginaria), mientras que el valor que agre-
ga en el proceso de producción esa misma fuerza de trabajo es de 15 unida-
des diarias. Si asignamos valores también arbitrariamente a los otros com-
ponentes del proceso de producción identificados más arriba (en un ejercicio
simplificatorio que sólo sirve para ilustrar el punto) tendríamos el siguiente
cuadro, supongamos que diario:

- amortización de equipos y utensilios 1


- materias primas 5
- alquiler del local 2
- dirección del proceso 2
———
10
- valor de la fuerza de trabajo (mercado) 10
———
20

Volviendo sobre la fórmula general puede señalarse, entonces, que en el


tramo inicial (D-M) nuestro capitalista debió desembolsar dinero por el equi-
valente de 20 unidades de valor. Pero en el segundo tramo (M-D’) ocurrió lo
siguiente:

- transferencias de valor al nuevo producto 10


(equipos y utensilios, materias primas,
alquiler y dirección)
- incorporación de valor 15
(fuerza de trabajo, como valor de uso, en
la producción)
———
25

De donde se sigue que en el segundo tramo nuestro capitalista obtuvo


una cantidad de dinero equivalente a 25 unidades de valor.
Si se aplican los guarismos del ejemplo a la fórmula general del capital
(D-M-D’) quedaría: 20- M-25. Tal como se había planteado más arriba D’= D
+ DD, de donde se sigue que DD = 5. Estas 5 unidades de valor represen-
tan la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo en el mercado y su ca-
pacidad de generar valor en tanto valor de uso (o sea, en la producción). Di-
chas 5 unidades quedan contenidas en las mercancías elaboradas, y como
éstas son de propiedad del capitalista pasan a integrar su beneficio cuando
son vendidas. A ese DD Marx lo denomina plusvalor o plusvalía. Como es ob-
vio, esta plusvalía resulta de explotar el trabajo asalariado: su contenido es
en su totalidad trabajo no pagado.
La obtención de plusvalía es la meta de los capitalistas. Por lo tanto, es “[...] la circulación del dine-
ro como capital lleva en sí
el verdadero motor interno del capitalismo. En rigor, la acumulación de capi- mismo su fin, pues la valo-
tal es acumulación de plusvalía. Ésta, a su turno, resulta de la explotación rización del valor sólo se da
de trabajo no pagado. De aquí surge la conocida fórmula que sostiene que dentro de este proceso
constantemente renovado.
el capital es trabajo acumulado. Menos usada, pero quizá más adecuada, es El movimiento del capital
la que sostiene que el capital es valor que se valoriza. En efecto, bajo la for- es, por tanto, incesante” (K.
Marx, El Capital, op.
ma de dinero con que comienza el ciclo (D-M-D’), el capital es valor que exis- cit., p. 108).
te bajo la forma dineraria. Se transmuta en mercancías (M) con el objeto de
obtener un incremento de valor, esto es, de valorizarse. Valor que se valori-

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za: debe entenderse también que el valor no existe en estado puro. Como el
alma cristiana, sólo puede tener existencia en el cuerpo de alguna mercan-
cía. De aquí que el ciclo del capital esté indisolublemente ligado al movimien-
to y producción de mercancías. Y que el movimiento del capital sea incesan-
te, pues lleva en sí mismo su fin. Cuando se compra para vender (D-M-D’) el
proceso empieza y termina con el mismo propósito: obtener dinero, opera-
ción que sólo tiene sentido si el monto con que se sale del circuito es ma-
yor que aquél con que se ingresa a él. Y de aquí, también, que la mercancía
sea el punto de arranque del capital, según consigna Marx -como se ha men-
cionado más arriba- al comienzo de El Capital.

K. Marx, El Capital, op. cit., vv.ee., cap. IV, puntos 1 y 2.

3. Marx define a la tasa de plusvalor como “la expresión


exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo
por el capital, o del obrero por el capitalista” (EC, p. 262).
Y la representa de la siguiente manera:
Tp = p : v
donde:
p = plusvalía
v = valor de la fuerza de trabajo
Obviamente, la relación entre p y v se establece para
unidades de tiempo determinadas: un día, una semana,
una quincena, etcétera.
Teniendo en cuenta lo anterior, ¿cuál es la tasa de plus-
valor en el ejemplo expuesto precedentemente?

3.3. Clases, Estado, ideología y cambio social

Desde El manifiesto comunista en adelante, Marx repite una y otra vez


que la historia humana resulta de un proceso de lucha entre sectores socia-
les enfrentados. Es lo que Marx llama lucha de clases. De donde puede fá-
cilmente colegirse el lugar central que dicho concepto ocupa en su interpre-
tación de la realidad.

“La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros
días es la historia de la lucha de clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos,
maestros y oficiales en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron
siempre, mantuvieron una lucha constante, velada a veces y otras franca y
abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria
de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes”.
K. Marx, El manifiesto comunista,
Edic. del Siglo, Buenos Aires, 1969, pp. 65-66.

Desde su perspectiva, las clases más importantes están ligadas al anta-


gonismo fundante de cada MP: señores y siervos, en el MP feudal, o burgue-
ses y proletarios, en el MP capitalista, por ejemplo. Pero es asimismo capaz
de distinguir matices y complejidades.

64
Teoría Sociológica

“En las anteriores épocas históricas encontramos casi por to-


das partes una completa división de la sociedad en diversos es-
tamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales.
En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y
esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maes-
tros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases
todavía encontramos gradaciones especiales”.
(El manifiesto comunista, Ediciones del Siglo,
Buenos Aires, 1969, p. 66).

Según cuál sea el nivel de análisis en el que se sitúe resulta más o me-
nos complejo y/o refinado su abordaje. En el nivel del MP registra las clases
fundamentales, ligadas al antagonismo básico de aquél; cuando se trata de
sociedades concretas se abre, en cambio, a la complejidad de cada caso.
En el caso de la sociedad capitalista, que como se ha dicho más arriba
es la que le interesa estudiar en particular a Marx, las clases fundamentales
son la burguesía y el proletariado, según se desprende nítidamente del aná-
lisis del MP capitalista. En este caso, la variable básica que determina la per-
tenencia a uno u otro grupo es la propiedad privada de los medios de pro-
ducción o la carencia de tal propiedad. Otras variables intervienen a la hora
de refinar el análisis, por ejemplo, la dimensión o grado en que se es posee-
“Las capas medias -
dor. En El manifiesto comunista, por ejemplo, identifica a las capas medias - el pequeño indus-
la expresión es suya- entre las cuales cuenta el pequeño industrial, el peque- trial, el pequeño co-
ño comerciante, el artesano y el campesino. merciante, el artesano, el
campesino- todas ellas lu-
Marx no se detiene a elaborar conceptualmente esas categorías. En rigor, chan contra la burguesía pa-
no hay en Marx una teoría de las clases. En algunos casos ofrece ciertas in- ra salvar de la ruina su exis-
tencia como tales capas me-
dicaciones sobre la marcha; en otros -como el que se ha mencionado arriba- dias. No son pues revolu-
se limita a hacer una simple mención. Modernamente se ha buscado inter- cionarias, sino conservado-
pretar desde el punto de vista metodológico este proceder de Marx. Así, por ras” (K. Marx y F. Engels,
El manifiesto comunista,
ejemplo, la distinción básica entre la burguesía y la pequeña burguesía esta- Edic. del Siglo, Buenos Ai-
ría dada por la utilización o no de trabajo asalariado. Y esto porque ambos res, 1969, p. 81).
son poseedores de medios de producción. Pero en un caso se contrata ma-
no de obra y en el otro no, es decir, es el mismo capitalista quien trabaja el
medio de producción que posee.
Tampoco hay en Marx un desarrollo de una teoría del Estado. Hay apenas
algunos rudimentos o indicaciones dispersas colocados aquí o allá. En El
manifiesto comunista, por ejemplo, establece que en cada etapa de la evo-
lución recorrida por la burguesía desde el momento en que aparece y se con-
solida como clase subalterna en el orden todavía feudal, hasta su coronación
como clase dominante, ha sido acompañada por su correspondiente éxito
“Tercer estado” fue
político. Su reconocimiento como “tercer estado” o su dominio hegemónico la denominación que
del Estado son ejemplos de ello. se le dio a la burgue-
En este último sentido, explícitamente sostiene que “el gobierno del Es- sía en Francia, luego de que
conquistara ciertos dere-
tado moderno no es más que una junta que administra los negocios comu- chos políticos (los otros dos
nes de toda la clase burguesa” (El manifiesto comunista, op. cit., p. 69). “estados” eran la nobleza y
el clero).
En La ideología alemana formula por primera vez la idea de que la domi-
nación económica deviene dominación política. Es decir, que las clases eco-
nómicamente dominantes se convierten en políticamente dirigentes. Sostie-
ne, por ejemplo, que:

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“[...] la burguesía, por ser ya una clase y no simplemente un


estamento, se halla obligada a organizarse en un plano nacional
y a dar a su interés medio una forma general. Mediante la eman-
cipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad,
el Estado cobra una existencia especial junto a la sociedad civil
y al margen de ella; pero no es tampoco más que la forma de
organización que se dan necesariamente los burgueses, tanto
en lo interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su
propiedad y de sus intereses”
(El manifiesto comunista, op. cit., pp. 71-72).

Es decir que su posición de predominio en el terreno económico, al exten-


derse al plano de la nación, la obliga a darse una organización y un progra-
ma de acción que vehiculice en el terreno político aquel predominio nacional.
Como consecuencia, provee garantías a sus propiedades e intereses.
Estas ideas, junto a la aún más general relativa a la capacidad de deter-
minación en última instancia de la base sobre la superestructura -recuérde-
se que el Estado integra esta superestructura-, constituyen un marco con-
ceptual general sobre la cuestión estatal pero no algo que pueda denominar-
se una teoría del Estado, lo cual fue reiteradamente señalado, incluso por
los propios marxistas, que nunca negaron esta “laguna” en la conceptuali-
zación de Marx.
Polisemia: variedad
de sentidos que pre- Con respecto a la cuestión de la ideología hay en Marx una cierta polise-
senta una palabra o un con- mia. A veces utiliza el concepto en un sentido inocuo, como equivalente a
cepto. sistema de ideas (filosóficas, económicas, religiosas, etc.). Pero también lo
utiliza en un sentido que quizá podría caracterizarse de duro. En este caso
enfatiza la función de ocultamiento que cumple la ideología, como cuando al
iniciar el “Prólogo” de La ideología alemana escribe: “[...] hasta ahora, los
hombres se han formado siempre ideas falsas acerca de sí mismos, acerca
de lo que son o debieran ser”. En este caso, la ideología sigue siendo un sis-
tema de ideas. Pero su efecto, en términos de conocimiento, no da como re-
sultado un saber genuino sino, al revés, oculta la verdad. Sin duda su apor-
te más significativo a la teoría social se encuentra en este último terreno,
que debe considerarse con cierto detenimiento.
Marx entiende que la problemática ideológica está determinada por dos
grandes cuestiones:
a) la producción social de la ideología
b) la existencia de distintas formas de conciencia (lo que conduce a la
cuestión del efecto de ocultamiento).
La producción social de la ideología está implícita en la idea de sociedad
entendida como compuesto de base y superestructura. Como ya hemos vis-
to, la ideología integra la superestructura. Le cabe, en consecuencia, la de-
terminación en última instancia por parte de la base. Un mayor nivel de par-
ticularización de la proposición antedicha se encuentra en la fórmula que
Marx consigna por primera vez en La ideología alemana y que repite luego le-
vemente retocada en el “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la econo-
mía política: “No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser,
sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su concien-
cia” (IA, pp. 66-67). Tan dependiente de su producción social es la ideología
que Marx llega a decir -de nuevo en La ideología alemana- que la ideología
en cualquiera de sus formas -moral, religión, metafísica, etc.- carece de

66
Teoría Sociológica

historia propia. Los hombres cambian sus maneras de pensar -a su juicio- no


como consecuencia de desarrollos habidos en ese terreno, sino a raíz de
cambios ocurridos en su forma de producción y de intercambio materiales.
Al cambiar esta última realidad, cambian también las formas del pensamien-
to y de la representación del mundo (la ideología).
La existencia de distintas formas de conciencia, por su parte, depende en
buena medida de lo establecido inmediatamente más arriba. Distintas for-
mas de ser social, es decir, distintas clases de inserción social dan como re-
sultado distintos tipos de conciencia. Razonando en el nivel del MP, por ejem-
plo, puede establecerse que existe una forma burguesa de conciencia y una
forma proletaria. En el terreno de los distintos tipos de sociedad (que pre-
sentan un grado de complejidad social mayor que el habido en el MP), por
caso, la sociedad capitalista, es posible distinguir también una ideología pe-
queño-burguesa, por ejemplo. De donde se sigue que estructuras sociales di-
versas dan como resultado formas diferentes de conciencia.
La cuestión del efecto de ocultamiento, a su vez, reposa sobre un doble
desajuste:
a) en el plano de lo real, el desajuste entre esencia y apariencia;
b) en el plano de los hombres, entre conciencia y conocimiento.
Tal como se ha visto más arriba cuando se presentaron los fundamentos
de la teoría marxista del conocimiento, el modo en que los hechos se pre-
sentan “en la superficie” no brinda suficiente asidero como para que sobre
la base de lo que se percibe en ese nivel se pueda tener un adecuado en-
tendimiento de las causas que determinan los fenómenos. El llamado círcu-
lo concreto-abstracto-concreto se refiere precisamente a ello. Es necesario
penetrar la superficie de lo apariencial, de lo fenoménico, para internarse en
la búsqueda de las determinaciones últimas, que fundan la explicación de
los diversos fenómenos. Las diversas formas de conciencia realizan este re-
corrido de manera incompleta o imperfecta (excepto una, como se verá un
poco más adelante), lo que les impide llegar a esas determinaciones últi-
mas, por lo que se ven imposibilitadas de trascender el plano de lo aparien-
cial para alcanzar el esencial.
En el capítulo IV de El Capital Marx ofrece un principio de explicación de
por qué ocurre esto en la sociedad capitalista. Los movimientos y transac-
ciones que tienen lugar en la esfera de la circulación de mercancías, donde
todo se compra y se vende por su valor, donde campean la libertad (de mo-
vimientos y de contratación, entre otras) y la igualdad jurídica, y donde las
diversas búsquedas individuales del propio provecho se entretejen entre sí
de manera armónica, se abre un terreno propicio para el desarrollo de elucu-
braciones ilusorias. Que resultan tales porque ese terreno pertenece al ám-
bito de lo aparente. Nada de lo que allí se muestra resulta igual en el terre-
no de lo esencial, es decir, en el terreno de la producción, que es el ámbito
donde se materializan y actúan las fuerzas productivas y las relaciones de
producción. En este plano (el de la producción), el intercambio de equivalen-
tes, la libertad, la igualdad y el utilitarismo se desvanecen para dar lugar a
la ultima ratio del capital: la búsqueda de la plusvalía (que, como se ha vis-
to más arriba, implica la explotación de la fuerza de trabajo, con todos los
males que ello acarrea, según la concepción de Marx).
Como “burguesa” y como ideológica caracteriza Marx a toda la produc-
ción de teoría de su época, basada de uno u otro modo en la ilusión de
igualdad, libertad, utilidad y/o intercambio de equivalentes, en cualquiera

67
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de los campos en que se hubiere desarrollado: filosófico, económico, polí-


tico, social, etc. Esas teorizaciones eran, a su juicio, incapaces de llegar
hasta el plano de lo esencial y proponían, por lo tanto, explicaciones en úl-
timo análisis falsas de los fenómenos que procuraban estudiar. Al generar
Quid pro quo: locu- este quid pro quo resultante de investir como verdadero algo que en rigor
ción latina que signi-
fica que una cosa ocupa el es falso, producían un efecto de ocultamiento. Y por esta vía colaboran con
lugar de otra. la dominación de clase de la burguesía.
De lo anterior se desprende que para Marx tomar conciencia no es lo mis-
mo que conocer. Retomando una distinción que, con otro sentido, ya había
practicado Vico, Marx establece una diferencia entre conciencia y ciencia.
Las ideologías que conducen a falsos saberes producen, sin embargo, con-
cepciones sobre la vida, el mundo, los valores, etc. Son, por lo tanto, formas
de conciencia, aunque se basen en supuestos falsos.
Hay, sin embargo, una forma -y sólo una- de conciencia que conduce ha-
cia la ciencia, es decir, hacia el saber. Es la conciencia proletaria. Sólo el pun-
to de vista del proletariado, que vive en carne propia la explotación y es el
principal interesado en promover un cambio, es capaz de sostener una inmer-
sión sistemática en el espacio de lo esencial. Asumir ese punto de vista y
sostenerlo consecuentemente es lo que posibilita encontrar las determina-
ciones últimas y producir saber en el ámbito de las ciencias sociales.
La conciencia proletaria, también llamada “ideología del proletariado”, es,
por lo tanto, la única que produce saber (y no falso saber) y es, por consi-
guiente, una herramienta fundamental para el cambio social.
Un poco a la manera de Saint Simon, Marx entendía que en el interior de
los viejos MP y de las viejas sociedades se iban gestando los gérmenes de
las nuevas. Desde una perspectiva general sostenía que “en un estadio de-
terminado de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la socie-
dad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o -
lo cual sólo constituye una expresión jurídica de lo mismo- con las relacio-
nes de propiedad dentro de las cuales se habían estado moviendo hasta
ese momento” (“Prólogo”, op. cit., p. 67). Dicha contradicción, que implica
que las relaciones de producción se convierten en trabas para el desarrollo
de las fuerzas productivas, abre el camino a “una época de revolución so-
cial”. Aplicado ese esquema a situaciones particulares e implicando dinámi-
cas sociales específicas, ello significa, por ejemplo, que en la época feudal
se gestó la burguesía, que protagonizaría luego la revolución burguesa: las
relaciones de propiedad feudales terminaron convirtiéndose en trabas de la
potencia productiva de que era portadora la burguesía. Del mismo modo, en
el interior del capitalismo se gestarán tanto las condiciones generales que
conducirán a su derrumbe, cuanto el agente histórico -la clase obrera- desti-
nado a derrocar a la burguesía mediante un proceso revolucionario (la revo-
lución proletaria).
En opinión de Marx, el modo de producción capitalista contiene antago-
nismos cuyo desarrollo es inevitable, teniendo en cuenta la dinámica que lo
preside. Entre otros procesos concurrentes a la agudización de dichos anta-
gonismos, se encuentran: la concentración del capital (es decir, de la propie-
dad de los medios de producción); la extensión de las relaciones sociales
capitalistas a todas las ramas y sectores de la producción y la formación y
desarrollo de un mercado mundial; la sustitución progresiva de fuerza de tra-
bajo por capital constante (bienes de producción y tecnologías que ahorran
mano de obra e incrementan la productividad del trabajo); el consecuente

68
Teoría Sociológica

desarrollo de un ejército industrial de reserva (la sobrepoblación relativa); y


la tendencia a la baja progresiva de la tasa de beneficio media de los capi-
talistas. Todo esto genera condiciones propicias para la transformación re-
volucionaria del MP capitalista. Para que ello efectivamente ocurra deben
darse en las distintas sociedades concretas, sin embargo, condiciones his- Antonio Gramsci: (1891-
1937); cofundador del Par-
tóricas específicas. La más importante, seguramente, es la conversión de la tido Comunista de su país
clase obrera en sujeto de acción política a partir de la toma de conciencia (Italia), desarrolló una labor
de sus verdaderos intereses históricos. Este proceso de toma de conciencia teórica trascendente. Fue
perseguido y encarcelado
y de organización, que Marx llamó el pasaje de la clase en sí a la clase pa- por el régimen fascista. Su
ra sí, quedó, como la cuestión del Estado, sin un desenvolvimiento exhaus- obra, escrita en lo sustancial
mientras estaba en prisión,
tivo en su obra. Otros marxistas tomaron para sí la tarea de desarrollar es- comenzó a conocerse recién
te asunto, tanto en el plano conceptual como en el práctico. Dos de ellos después de la finali-
fueron Vladimir Lenin y Antonio Gramsci, que dejaron obras a propósito de zación de la Segunda
Guerra Mundial.
lo que también dio en llamarse la “teoría del partido”, que orientaron por
años a sus seguidores.

L. Althusser, “Ideología y aparatos ideológicos del Esta-


do”, en: La filosofía como arma de la revolución, Cuader-
nos de Pasado y Presente N° 4, Siglo XXI, México, vv.ee.

4. En La Ideología Alemana, Marx y Engels escriben lo


siguiente: “La moral, la religión, la metafísica y cualquier
otra ideología y las formas de conciencia que a ellas co-
rresponden pierden, así, la apariencia de su propia sus-
tantividad. No tienen su propia historia ni su propio de-
sarrollo [...]” (IA, p. 26).
¿A qué problemática de las planteadas más arriba hace
referencia lo anterior? Justifique su respuesta.
5. En El manifiesto comunista Marx y Engels escriben lo
siguiente: “Los proletarios no pueden conquistar las
fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio
modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de
apropiación existente hasta nuestros días. Los proleta-
rios no tienen nada que salvaguardar; tienen que des-
truir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y
asegurando la propiedad privada existente” (Edic. del Si-
glo, Buenos Aires, 1969, p. 82).
¿Con qué aspecto de la cuestión ideológica vincularía lo
anterior? Desarrolle.

69
4

Durkheim

Objetivos

1. Presentar un bosquejo general del sistema teórico elaborado por E.


Durkheim.
2. Examinar conceptos fundamentales de su concepción, tales como co-
hesión, solidaridad, lo normal y lo patológico, tipo social y medio social inter-
no, entre otros.

4.1. Centralidad de la problemática de la cohesión

Tal como ha sido planteado ya en la Unidad 2, el estudio de los vínculos


entre individuo y sociedad constituye la piedra angular de la teorización de
Durkheim. A su modo de ver, en ese vínculo existe una supremacía de la so-
ciedad frente al individuo, derivada del poder moral que posee aquélla, en
virtud del cual es capaz de poner límites a la necesidad humana y de desa-
rrollar una capacidad reguladora de la vida social. “Toda sociedad es una
sociedad moral”, afirma en La división del trabajo social -según se ha visto
en la antedicha Unidad 2- de donde se desprende que la Sociología es la
ciencia de la moral, entendida no como una actividad orientada a estable-
cer o discutir la validez ética de los diversos sistemas axiológicos, jerar-
quías de valores o sistemas normativos, sino como práctica científica que
tiene por objeto estudiar la sociedad como moral. Esto es, la capacidad re-
guladora y cohesionadora que se deriva, precisamente, de la sociedad en-
tendida como moral.
“¿Cómo es posible que, al mismo tiempo que se hace más autónomo, de-
penda el individuo más estrechamente de la sociedad? ¿Cómo se puede ser
a la vez más personal y más solidario?”, se pregunta en el “Prefacio” a la
1a. edición la obra citada inmediatamente más arriba. Esta pregunta torna
más específica su preocupación central y abre el camino de su indagación
en torno de una problemática que será fundante de su quehacer sociológico:
“[...] resulta que
la de la solidaridad social (o, lo que es lo mismo, la de la cohesión social). existe una solidari-
A su modo de ver, “la vida social mana de una doble fuente: la semejan- dad social que procede de
za de las conciencias y la división del trabajo social” (DTS, p. 267). Es decir, que un cierto número de es-
tados de la conciencia son
la vida social, que es vida en común y es también vida regulada, depende de comunes a todos los miem-
dos grandes cuestiones. Una es la de la semejanza de las conciencias; la bros de la misma sociedad”
(E. Durkheim, La División
otra, la de la solidaridad que surge de la cooperación. del Trabajo Social, p. 128).
Según Durkheim, hay en los individuos dos tipos de conciencia. Una, que
contiene solamente los estados personales de cada cual y que son propios de
cada uno. Es una conciencia individual que representa la personalidad de cada
sujeto. Otra, que representa el tipo colectivo y se expresa a través de creencias
y sentimientos comunes a todos los miembros del grupo. Llama a esta última
conciencia o alma colectiva y le atribuye una significativa capacidad para gene-

71
Universidad Virtual de Quilmes

rar solidaridad (o cohesión), que se sustenta en la semejanza. Resulta, así,


una clase de cohesión social que procede de un estado de conciencia que
es común a todos los miembros de una sociedad.
Durkheim llama a este tipo de cohesión solidaridad mecánica, pues como
“Las moléculas so-
ciales [...] no po-
ocurre con los cuerpos inorgánicos, las moléculas que los componen care-
drían pues moverse cen de movimientos propios. Esta clase de solidaridad es típica de las socie-
con unidad sino en la medi- dades homogéneas y poco desarrolladas, en las cuales la división del traba-
da en que carecen de movi-
mientos propios, como ha- jo aún es incipiente. En las sociedades más complejas juega todavía algún
cen las moléculas de los papel, pero el fundamento de la cohesión de éstas es otro.
cuerpos inorgánicos. Por
eso proponemos llamar
En efecto, cuando las sociedades se complejizan avanzan dentro de ellas
mecánica a esa especie de la división del trabajo y la especialización; al mismo tiempo se incrementa la
solidaridad” (E. Durkheim, “autonomización” de las personas, es decir, su individualización. En conse-
DTS, p. 153).
cuencia, la semejanza de las conciencias se restringe para dar lugar a una
mayor diferenciación de lo individual. En estos casos aparece la segunda
fuente de la cohesión: el incremento de la división del trabajo y de la espe-
cialización operan en el sentido de la individualización pero también hacen a
los individuos más dependientes entre sí. Los convierten en sujetos coope-
radores que no obstante sus diferencias -más bien debido a ellas- se nece-
sitan recíprocamente. Durkheim llama a este tipo de cohesión solidaridad or-
gánica, por su semejanza con el comportamiento de los órganos en los ani-
“Esta solidaridad se males superiores. Cada órgano puede tener cierta autonomía, aunque en la
parece a la que se ob-
serva en los animales supe- unidad del organismo -es decir, en el todo-, y sólo allí, está la vida.
riores. Cada órgano, en La solidaridad mecánica tiende a disminuir en razón directa con el incre-
efecto, tiene en ellos su fi- mento de los márgenes de individualización, y viceversa: la solidaridad orgá-
sonomía especial, su auto-
nomía y, sin embargo, la nica disminuye en relación directa con la ausencia de individualización. Po-
unidad del organismo es dría quizá pensarse que ambos tipos de solidaridad remiten a formas dife-
tanto mayor cuanto que esta
individualización de las rentes de sociedad: poco desarrolladas en un caso, más complejas en el
partes es más señalada. En otro. Sin embargo, Durkheim se encarga explícitamente de no alentar inter-
razón de esa analogía, pro- pretaciones rígidas de su concepción. La vida social es una sola -sostiene-
ponemos llamar orgánica a
la solidaridad debida a la di- aunque mane de una doble fuente. Claramente se sigue de sus puntualiza-
visión del trabajo” (E. ciones que en las sociedades funcionan ambos tipos de solidaridad. Dice,
Durkheim, DTS, p. 154).
por ejemplo: “No se ve a la sociedad bajo un mismo aspecto en los dos ca-
sos”. Se refiere, obviamente, a ambos tipos de solidaridad; y es remarcable
el hecho de que se refiere a “la sociedad”, esto es a una unidad, que pre-
senta dos aspectos. Y sigue:

“En el primero, lo que se llama con ese nombre [solidaridad,


E. L.] es un conjunto más o menos organizado de creencias y
sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: éste es
el tipo colectivo. Por el contrario, la sociedad de que somos so-
lidarios en el segundo caso es un sistema de funciones diferen-
tes y especiales que unen relaciones definidas. Estas dos socie-
dades, por lo demás, constituyen sólo una. Son dos aspectos de
una sola y misma realidad [...].”
(DTS, p. 151)

Durkheim quiere evitar simplificaciones que reduzcan la posibilidad de


comprender los fenómenos. Desde luego, en las sociedades poco desarro-
lladas, con escasa diferenciación interna, la importancia de la solidaridad por
semejanza es muy grande. En las más desarrolladas, en cambio, funcionan
ambas fuentes.

72
Teoría Sociológica

E. Durkheim, La división del trabajo social, vv.ee., Prefa-


cio a la 1ª ed., Libro I: cap. II, pto. 4; cap. III, ptos. 3 y
4; cap. VII, pto. 5.

4.2. Lo normal y lo patológico

Fiel descendiente directo del pensamiento de la Ilustración y del positivis-


mo en ciencias sociales, Durkheim planteará una inteligente discusión acerca
del lugar de los fines y los valores en la ciencia. ¿Debe ésta -en particular la
ciencia social- decidir si sólo se limita a explicar cómo unas causas producen
unos efectos, o debe además decir qué fines deben ser perseguidos? Si bien
sabe de las posiciones de quienes sostienen que la ciencia sólo conoce los
hechos y nada enseña sobre lo que los hombres deben querer o las metas que
deben perseguir, no las aprecia. Entiende que esta manera de plantear las co-
sas despoja a la ciencia de la posibilidad de cualquier eficacia práctica. “Si la
ciencia no puede ayudarnos en la elección del mejor fin ¿cómo podría enseñar-
nos cuál es el mejor camino para llegar a él?” se pregunta en Las reglas del
método sociológico (RMS, p. 51). ¿Acaso la ciencia no debe estar en condicio-
nes de recomendar cuál es la vía más rápida, la más económica o la más se-
gura? Además, ¿no es todo medio, en sí mismo, un fin? ¿Cómo discernir? Ra-
cionalista al fin, elige “reivindicar los derechos de la razón sin recaer en la ideo-
logía” y se dispone a establecer la distinción entre lo normal y lo patológico en
el ámbito de la sociología, apelando a la ayuda de la biología.

“Efectivamente -dice- tanto para las sociedades como para


los individuos, la salud es buena y la enfermedad, por el contra-
rio, es lo malo que debe ser evitado. Por lo tanto, si encontra-
mos un criterio objetivo, inherente a los hechos mismos, que
nos permita distinguir científicamente la salud de la enfermedad
en los diversos órdenes de fenómenos sociales, la ciencia esta-
rá en condiciones de esclarecer la práctica, sin dejar por ello de
ser fiel a su propio método.”
(RMS, p. 52)

En busca de ese criterio objetivo y con la ayuda de la biología construye,


en primer lugar, el concepto de tipo medio, que define como el “ser esquemá-
tico que se constituiría reuniendo en la misma totalidad, en una especie de
individualidad abstracta, los caracteres más frecuentes en la especie, con sus
formas más frecuentes [...]” (RMS, p. 56). Como se ve, el concepto de tipo
medio supone el de especie -“especie de individualidad abstracta”, dice- y de-
be contemplar, asimismo, la posibilidad de la variedad regular, conforme ocu-
rre en aquéllas: los estándares de salud de los adultos no son los mismos
que los de los niños y los de éstos tampoco son similares a los de los ancia-
nos. Una cosa semejante ocurre con las sociedades. Un hecho social, sostie-
ne, “sólo puede llamarse normal para una especie social determinada en re-
lación con una fase igualmente determinada de su desarrollo” (RMS, p. 57).
Es decir que no se puede establecer de manera general y abstracta si un he-
cho es normal o patológico; hay que situarlo en el contexto de la totalidad de
los elementos que cada tipo social contiene en cada fase o etapa. Y en ese
marco decidir sobre su ajuste o no al tipo social correspondiente.

73
Universidad Virtual de Quilmes

Ahora bien, si determinada clase de hechos pueden ser tenidos por nor-
males en una fase y patológicos en otra, esto significa que esos estados no
pueden ser definidos como tales de una vez y para siempre. De donde se co-
lige, asimismo, que a las causas de lo normal y de lo patológico no hay que
buscarlas fuera del organismo de que se trate. Es decir, que no es posible
trazar una clara línea divisoria que autorice la búsqueda de lo patológico en
elementos externos al organismo bajo consideración.
En la construcción del tipo medio se procede, inevitablemente, a seleccio-
nar rasgos exteriores de los fenómenos bajo estudio, sobre la base de la ob-
servación. Se trata, en principio, de la búsqueda de rasgos que son o bien
generales o bien excepcionales. Es decir, con cuánta frecuencia o con cuán-
ta excepcionalidad se presentan en una especie social determinada, en un
momento dado de su desarrollo.
“Llamaremos nor-
males a los hechos Así, llamará normales a los fenómenos que se encuadran dentro del tipo
que presentan las medio; y patológicos a los restantes.
formas más genera- El procedimiento de buscar rasgos exteriores ya sea generales, ya excep-
les y daremos a los
otros el nombre de morbo- cionales, no está exento de error. Puede suceder, por ejemplo, que algo to-
sos o patológicos. Si acor- mado por general sea apenas una sobrevivencia inercial de algún rasgo que
damos nombrar como tipo
medio al ser esquemático fue significativo en el pasado -es decir, en otra fase- pero que en la actuali-
que se constituirá reuniendo dad ya no lo sea. De manera que Durkheim recomienda explicar el por qué
en la misma totalidad, en de esa generalización. Así, va a sostener que “el carácter normal del fenó-
una especie de individuali-
dad abstracta, los caracteres meno será efectivamente más indiscutible si se demuestra que el signo ex-
más frecuentes en la espe- terior que lo había revelado al principio no es puramente aparente, sino que
cie, con sus formas más fre-
cuentes, podrá decirse que está fundado en la naturaleza de las cosas; en una palabra, si se puede eri-
el tipo normal se confunde gir esta normalidad de hecho en una normalidad de derecho” (RMS, p. 58).
con el tipo medio y que to- Es decir, si se establece una conexión causal que dé sustento explicativo a
da desviación de este mode-
lo de la salud es un fenóme- lo que inicialmente es sólo una regularidad observada.
no morboso” (E. Durkheim, Durkheim ve ventajas, como ya se ha señalado, en la posibilidad que se
Las reglas del método so-
ciológico, Ed. Schapire, abre a la ciencia social de distinguir entre lo normal y lo patológico. Confía
Buenos Aires, 1976, p. 56). en que esta tarea pueda desarrollarse con solvencia en el futuro. Pero ad-
vierte que para alcanzar el nivel explicativo que esa distinción requiere, es
preciso haber alcanzado un nivel significativo de desarrollo de la ciencia.

E. Durkheim, Las reglas del método sociológico, op. cit.,


vv.ee., cap. III.

1. Los conceptos de tipo medio de Durkheim y de modo


de producción de Marx son obviamente diferentes desde
el punto de vista sustancial. Ahora bien, considérelos
desde el punto de vista metodológico: ¿qué tienen de co-
mún y qué de diferente? Desarrolle.

4.3. Los tipos sociales

Como se acaba de ver, la construcción de tipos sociales resulta muy im-


portante para abordar la cuestión de lo normal y lo patológico. Durkheim le
asignaba una relevancia tal que sostenía que una rama de la sociología de-
bía estar consagrada a la constitución de tipos sociales (o especies, como

74
Teoría Sociológica

también las llama) y a su clasificación: la morfología social. Por otra parte,


suponía que los tipos podían proporcionar un término medio que balancease
la vieja disputa entre los historiadores, inclinados a la búsqueda de lo singu-
lar, de lo peculiar y único de cada hecho o proceso, y los filósofos desdeño-
sos de la historia, volcados en cambio a la búsqueda de “leyes generales
que están inscriptas en la constitución del hombre y que dominan todo el de-
sarrollo histórico” (RMS, p. 69).
Prima facie parecería no existir más camino para la construcción de di-
chos tipos sociales que desarrollar una enorme tarea de examen de hechos
particulares. La especie es, en rigor, un resumen de casos individuales. De
donde se sigue que la mencionada tarea sería ineludible. Sin embargo,
Durkheim va a sostener que es “inexacto que la ciencia sólo pueda cons-
truir leyes después de haber revisado todos los hechos que ellas expresan,
ni formar géneros sólo después de haber descrito integralmente a los indi-
viduos que ellas comprenden” (RMS, p. 70). Existen, a su juicio, hechos de-
cisivos o cruciales con apoyo en los cuales se pueden construir tipos o gé-
neros sin necesidad de hacer un inventario de todos los caracteres que les
estarían subordinados.
Ahora bien, ¿cómo se selecciona tales principios? Durkheim va a respon-
der que la naturaleza de una totalidad depende de la naturaleza de los ele-
mentos que lo componen, de su número y de su modo de combinación. De
estas cuestiones, relevantes para la constitución de tipos o especies, debe
ocuparse la antedicha morfología social. Los elementos centrales de esas
totalidades son las unidades más simples: aquellas que presentan una com-
pleta ausencia de partes y que, por lo tanto, no son divisibles ni presentan
traza de segmentación anterior. Referido al ámbito social, se trata de socie-
dades simples: toda sociedad está formada por sociedades más simples
que ella. De donde se sigue que resulta de una enorme importancia conocer
“la sociedad más simple que jamás haya existido” (RMS, p. 72), porque se-
rá la base de cualquier clasificación (y, por tanto, un hecho decisivo o crucial,
de enorme significación).
A su modo de ver, esta sociedad más simple es la horda, a la que entiende

“[...] como un agregado social que no comprende ni jamás ha


comprendido en su seno a ningún otro agregado más elemental,
sino que se resuelve inmediatamente en individuos [...] Se con-
cibe que no pueda haber sociedad más simple; es el protoplas-
ma del reino social y, en consecuencia, la base natural de toda
clasificación.”
(RMS, p. 73)

La yuxtaposición de hordas que conservan sus rasgos constitutivos origi-


nales se denomina clan.
Así, el elemento básico es la horda, que resulta -según la conceptualización
de Durkheim- una sociedad de segmento único. Los tipos sociales fundamen-
tales y su desenvolvimiento posterior resultan del modo de combinarse la hor-
da consigo misma. Esta combinación da origen a sociedades nuevas, las que,
a su vez, pueden producir combinaciones nuevas. De modo que puede imagi-
narse que, en el comienzo, de la reunión de sociedades de segmento único re-
sultaron sociedades polisegmentarias simples, por ejemplo, ciertas tribus iro-
quesas y australianas, y probablemente -dice Durkheim- las primitivas fratria

75
Universidad Virtual de Quilmes

ateniense y curia romana. La reunión de sociedades del tipo anterior habría


dado origen a sociedades polisegmentarias simplemente compuestas: la con-
federación iroquesa y cada una de las tres tribus cuya asociación generó más
tarde la ciudad romana. Más tarde vendrían las sociedades polisegmentarias
doblemente compuestas, entre las que Durkheim ubica a la ciudad que resul-
ta de un agregado de tribus (que a su vez son agregados de curias, que se re-
suelven en gentes o clases) y la tribu germánica.
Un rasgo de suma importancia resulta del hecho de que los segmentos
más simples que están subsumidos en unidades mayores pueden quedar en
mayor o menor grado absorbidos en el conjunto de la nueva totalidad. Es de-
cir, puede ser que algunos segmentos conserven cierta vida local o que sean
absorbidos en la vida general. A esta capacidad de unirse o de compenetrar-
se de los distintos segmentos, Durkheim la llama coalescencia. El mayor
Coalescencia: “pro-
piedad de las cosas o menor grado de coalescencia tendrá, entonces, también, un impacto signi-
de unirse o de fundirse” ficativo sobre las características del tipo.
(Diccionario de la Real La rama de la sociología que el sociólogo francés propone denominar mor-
Academia Española).
fología social debería ser la encargada de desarrollar este campo. Él no fue
mucho más allá de lo que se ha mencionado, pues su propósito era simple-
mente señalar su importancia y ofrecer algunas pistas acerca de cómo po-
dría organizarse y desarrollarse el trabajo en su interior.

E. Durkheim, Las reglas...., op. cit., cap. IV.

2. ¿Existe alguna diferencia entre los conceptos de tipo


medio y tipo social? Fundamente su respuesta.

4.4. Medio social interno y cambio social

Nuevamente con la ayuda de la biología, Durkheim construye el concepto


de medio social interno, que define de la siguiente manera: “el conjunto de-
terminado que a través de su reunión forman los elementos de toda índole
que entren en la composición de una sociedad” (RMS, p. 90). Distingue en-
tre ellos las cosas y las personas. Los primeros, representados por los obje-
tos materiales que están incorporados a la sociedad, pero también por las
materializaciones de actividades sociales anteriores, como el derecho, las
costumbres y las obras artísticas, entre otros. De las personas dice que
constituyen el “factor activo” de la sociedad y su “fuerza motriz”.
Preocupado por dilucidar qué determina el curso de acción de los fenóme-
nos sociales, establece taxativamente que “el origen primero de todo proce-
so social deberá ser buscado en la constitución del medio social interno”
(RMS, p. 90). Es decir, que el dinamismo de las sociedades depende de di-
cho medio interno. En éste, propone prestarle especial atención a lo que lla-
ma densidad dinámica, que define como el grado de estrechamiento en que
se encuentran las unidades que componen la sociedad. No se trata central-
mente de una estrechez (o ligazón) en el plano económico o comercial, sino
del “estrechamiento moral del que el precedente sólo es auxiliar y, bastante
en general, la consecuencia” (RMS, p. 91). Es decir que la densidad dinámi-
ca alude al nivel de cohesión ética que presentan las unidades que constitu-
yen la sociedad (cabe destacar que aquí Durkheim introduce nuevamente

76
Teoría Sociológica

la significación del elemento moral en la constitución de la sociedad, que ya


ha sido mencionado anteriormente). Esta cohesión (o estrechamiento) repre-
senta el grado en que se han borrado las diferencias entre los distintos seg-
mentos y, por el contrario, se desenvuelve una vida en común poco o nada
afectada por la realidad segmentaria previa. A mayor estrechez, vida en co-
mún y mayor dinamismo social. Y viceversa: a menor estrechez, menor vida
en común y menor dinamismo social del colectivo.
Durkheim distingue también una densidad material, en la que incluye la
cantidad de habitantes por unidad de superficie, las vías de comunicación y,
en general, lo que hoy llamaríamos la infraestructura física de una sociedad.
Cree que ambos tipos de densidad están relacionados y tiende a pensar que
la material puede funcionar como un buen indicador de la dinámica. Pero re-
conoce excepciones y alerta sobre ello: señala que la densidad material de
Gran Bretaña es superior a la de Francia, pero, sin embargo, la densidad di-
námica de ésta es mayor que la de aquélla, porque el grado de coalescencia
de los segmentos que la integran es mayor.
La noción de medio interno es muy importante porque es en su interior
donde se deben encontrar las relaciones causales que explican el desenvol-
vimiento de una sociedad. En sus propias palabras: “Esta concepción del
medio social como factor determinante de la evolución colectiva es de la ma-
yor importancia, ya que si se la rechaza, la sociología se encuentra en la im-
posibilidad de establecer ninguna relación causal” (RMS, p. 92).
Durkheim no teoriza abiertamente el cambio social, no existe un acápite
específico en su obra en el que se dedique específicamente a ello. Sin em-
bargo, hay una serie de referencias que pueden ser mencionadas para bos-
quejar sus ideas al respecto. En primer lugar, debe recordarse lo ya mencio-
nado a propósito de la construcción de los tipos sociales: habría un proceso
de asociación y combinación de segmentos y/o sociedades más simples que
conduciría a la constitución de sociedades comparativamente más comple-
jas que las anteriores. Obviamente, en esa formulación se está postulando
una idea sobre el cambio social. Hay un modo de ir desenvolviéndose las so-
ciedades, mediante la asociación y la combinación de sus partes constituti-
vas, que conduce hacia formas más complejas.
En segundo lugar puede mencionarse que Durkheim parece tener una
concepción evolucionista del cambio social, que sería en alguna medida co-
herente con la idea de progreso acuñada por la Ilustración. En la cita textual
inmediatamente precedente se encuentra formulada de manera explícita es-
ta noción: el “medio social como factor determinante de la evolución colec-
tiva”, dice.
En tercer lugar, y directamente vinculado con lo anterior, las transforma-
ciones en el medio interno, en cualquiera de sus dimensiones, conducen a
cambios en la sociedad. En este sentido, Durkheim afirma: “los cambios que
se producen en él [el medio interno, E. L.] cualesquiera sean sus causas, re-
percuten en todas las direcciones del organismo social y no pueden dejar de
afectar en mayor o menor medida a todas sus funciones” (RMS, p. 92). El
medio social interno es la sede de la causalidad y del cambio. A su modo de
ver, hay sin duda influencias que vienen del pasado. Pero no necesariamen-
te imponen un sello definitivo al presente. Si así fuera, cada sociedad no se-
ría más que una mera prolongación de la que la precedió. Como él dice, “los
acontecimientos actuales de la vida social no derivarían del estado actual de
la sociedad sino de acontecimientos anteriores [...] y las explicaciones

77
sociológicas consistirían exclusivamente en relacionar el pasado con el pre-
sente” (RMS, p. 93). Y no es así. Por lo menos no enteramente así. Esto por-
que entre el pasado (y sus influencias) y lo actual se interpone el medio so-
cial interno que coloca condiciones concomitantes (así las llama Durkheim)
capaces de producir “cierta diversidad” (RMS, p. 94), que incide también so-
bre el modo de ser de las sociedades. Es decir, capaces de producir algo dis-
tinto o novedoso respecto de lo que viene del pasado. A su juicio, estas con-
diciones concomitantes resultan de las características y peculiaridades de
cada medio social interno.
Finalmente, Durkheim introduce -a propósito de esta discusión- una pro-
blemática sumamente interesante. Señala que los progresos de todo tipo
realizados en cualquier momento histórico, jurídicos, económicos, políticos,
etc., abren posibilidades de nuevos progresos pero -se pregunta- ¿los prede-
terminan? “Son un punto de partida -dice- que permite ir más allá; pero ¿qué
es lo que nos incita a ir más allá?” (RMS, p. 93). A modo de respuesta,
arriesga la posibilidad de la existencia de una tendencia interna que impul-
sa a la humanidad a superar los resultados adquiridos, una especie de fuer-
za motriz que impele a los hombres hacia adelante, en busca de su realiza-
ción y/o de su felicidad.
La idea queda simplemente esbozada y no puede decirse que nuestro au-
tor se comprometa firmemente con ella. Admitiéndola simplemente por vía
de hipótesis formula una aclaración y una advertencia. Sostiene que no po-
dría proponerse una imputación causal, puesto que esto sólo es posible en-
tre dos hechos dados. La mencionada fuerza motriz no es un hecho dado si-
no una mera postulación. A lo sumo podremos decir -señala- “cómo han su-
cedido las cosas hasta ahora, no en qué orden se darán en lo sucesivo, por-
que la causa de la que se presume que dependen no está científicamente
determinada ni es determinable” (RMS, p. 93). Ésta es, en síntesis, la acla-
ración. La advertencia, por su parte, consiste en negarle entidad a la previ-
sión ordinariamente admitida que consiste en suponer que las cosas segui-
rán un rumbo evolutivo en el mismo sentido que traen del pasado. Científico
al fin, cultor de la regla sociológica que enseña a desconfiar de los prejuicios
y de las prenociones (regla que él mismo consignó en su trabajo sobre me-
todología sociológica), escribe:

“Nada nos asegura que los hechos realizados expresan bas-


tante completamente la naturaleza de esta tendencia, como pa-
ra poder prejuzgar el término al que aspira después de aquéllos
por los que ha pasado sucesivamente. ¿Por qué suponer que la
dirección que sigue y que imprime sería rectilínea?.”
(RMS, p. 93)

E. Durkheim, Las reglas..., op.cit., cap. V, punto 3.

3. ¿Qué papel juegan las llamadas por Durkheim “condi-


ciones concomitantes” en el proceso de cambio social?
Desarrolle.

78
5

Weber

Objetivos

1. Examinar la concepción sobre qué es teoría en Max Weber y su elabo-


ración de una teoría tipológica.
2. Presentar algunos de los principales eslabones de la teoría tipológica
de Weber: acción social y sus conceptos derivados, poder, dominación y Es-
tado, entre otros.
3. Efectuar una primera aproximación a las temáticas de la racionalidad
y la racionalización.

5.1. Realidad y teoría

Es inevitable comenzar cualquier exposición referida al sistema concep-


tual elaborado por Max Weber aclarando de qué clase de teoría se trata. Su
toma de posición epistemológica lo aleja de las construcciones teóricas sur-
gidas de la matriz elaborada por Newton en el campo de las ciencias físico-
naturales y, un poco más tarde, por los filósofos de la Ilustración en el cam-
po de las sociales y humanísticas. Descree absolutamente de que en el cam-
“Unívoco”: que sólo
po social pueda postularse la existencia de una estructura unívoca de la rea- puede interpretarse
lidad, regida por leyes que pueden ser descubiertas por la razón. Por el con- en un sentido.
trario, sostendrá que la realidad social se presenta con características de in-
finita. Mientras que el espíritu humano -la razón- es, por el contrario, finito.

“Ahora bien, tan pronto como tratamos de reflexionar sobre la manera


que se no presenta inmediatamente, la vida nos ofrece una multiplicidad
infinita de procesos que surgen y desaparecen, sucesiva y simultáneamen-
te, tanto ‘dentro’ como ‘fuera’ de nosotros mismos. Y la infinitud absolu-
ta de esta multiplicidad para nada disminuye, en su dimensión intensiva,
cuando consideramos aisladamente un objeto singular -por ejemplo, un
acto concreto de intercambio- tan pronto como procuramos con seriedad
describirlo de manera exhaustiva en todos sus componentes individuales;
tal infinitud subsiste todavía más, como es obvio, si intentamos compren-
derlo en su condicionamiento causal. Cualquier conocimiento conceptual
de la realidad infinita por la mente humana finita descansa en el supuesto
tácito de que sólo una parte finita de esta realidad constituye el objeto de
investigación científica, parte que debe ser la única ‘esencial’ en el senti-
do de que ‘merece ser conocida’. ”
(Weber M. “La ‘objetividad’ cognoscitiva de la ciencia social y la po-
lítica social”, en: Ensayos sobre metodología sociológica,
Amorrortu, Buenos Aires, 1997, pp. 61-62.)

Estas colocaciones implican una completa inversión del punto de partida ra-
cional-iluminista. Desde esta concepción se creía posible una reconstrucción

79
Universidad Virtual de Quilmes

conceptual fidedigna de lo real, cuyo demiurgo era la razón, considerada poco


menos que omnipotente. Es decir, que se creía posible una reconstrucción
conceptual de lo real, tal como esto es. Como se ha visto en Durkheim -y,
también en parte, en Marx- se creía posible descubrir leyes generales y cate-
gorías simples pero con una fuerte capacidad determinativa -solidaridad, me-
dio interno, mercancía, trabajo, valor, etc.- para, sobre la base de ellas, elabo-
rar teorías sustantivas generales que explicasen la realidad. En definitiva, teo-
rías que postulan que la realidad es de una determinada manera y que los ca-
sos y/o situaciones particulares deben explicarse siguiendo los lineamientos
contenidos en dichas teorizaciones sustantivas generales.
“La ‘objetividad’
cognoscitiva de la
Weber se ubica en las antípodas. Postula que lo real es inconmensurable.
ciencia social y de la políti- Y que frente a ello, la razón -lejos de ser omnipotente- tiene límites insupe-
ca social”, en: Ensayos so- rables. ¿Cómo sostener de ahí en más que la estructura de lo real es unívo-
bre metodología sociológi-
ca, Amorrortu, Buenos Ai- ca y está regida por leyes? ¿Cómo afirmar que la razón puede descubrir esas
res, 1997, p. 63. Se cita en leyes? ¿Cómo argumentar, supuesto que lo anterior pudiese salvarse de al-
adelante como OC, seguido
del número de página.
gún modo, que esas leyes poseen validez universal? Obviamente, su punto
de partida niega los fundamentos del paradigma racional-iluminista. Pero,
además, Weber es -como buen hijo de su nación y de su tiempo- un histo-
ricista. Es decir, cree que los hechos de la vida social son únicos, singulares,
irrepetibles. Y, por lo mismo, que el “interés de las ciencias sociales parte,
sin duda alguna, de la configuración real y, por lo tanto, individual de la vida
social que nos circunda, considerada en sus conexiones universales mas no
por ello, naturalmente, de índole menos individual [...]”
Dados estos puntos de partida, Weber rechaza la validez de las teorías
sustantivas generales sobre lo social. Pero, ¿qué propone a cambio? Res-
ponder esto implica, inevitablemente, contestar primero otra pregunta: ¿có-
mo piensa la realidad?
Como se ha dicho ya más arriba, Weber supone que la realidad social es
infinita. En su opinión, la mente humana finita sólo puede intentar compren-
der algo que viene tocado por el hálito de la infinitud a condición de tornarlo
finito. Es decir, a condición de recortar esa inconmensurabilidad y convertir-
la en limitada. ¿Con qué criterio producir el recorte?, se pregunta. Sobre la
base de los intereses de conocimiento de cada investigador (que, por lo co-
mún, se encuentran modelados por la atmósfera cultural dentro de la cual
aquél se desenvuelve). En definitiva, sobre la base de los juicios de valor de
quien investiga. Producido el recorte debe procederse en absoluta conformi-
dad con el quehacer científico: con rigor, precisión, sistematicidad, respeto
por la información empírica, consistencia lógica, etc. No obstante estas ine-
ludibles exigencias, la también ineludible exigencia del recorte determina lo
que Weber llama la condicionalidad del saber. Lo producido en términos de
conocimiento en el interior de un espacio delimitado está condicionado por
los puntos de vista que presidieron el recorte. Si éstos se modificasen, ob-
viamente debería modificarse lo producido en el interior de un campo que
ahora estaría recortado de otra manera.
La realidad social es para Weber también histórica, singular, concreta, co-
mo se ha mencionado precedentemente. ¿Significa esto que supone que lo
repetido, lo común, lo que se presenta con características de regular carece
de relevancia? En absoluto. Weber cree que la realidad social presenta regu-
laridades y que éstas son relevantes. En la Unidad 2, por ejemplo, se men-
cionó su coincidencia con Marx y Durkheim sobre el papel jugado en la de-
terminación de lo social por la obligatoriedad humana de organizarse para

80
Teoría Sociológica

proveer los recursos con los que atender a sus necesidades, tanto físicas co-
mo espirituales. Ésta es una regularidad postulada sobre lo real que, confor-
me a las propias palabras de Weber, constituye “el hecho fundamental al que
se ligan todos los fenómenos que caracterizamos, en el sentido más lato, co-
mo económico-sociales” (OC, p. 53).
Que regularidades de este tipo existan no quiere decir que en el ámbito
de lo social exista una estructura unívoca de la realidad regida por leyes. Que
el fenómeno del poder se presente con cierta regularidad en las diversas so-
ciedades no implica que deba haber una ley rigiendo ese fenómeno del mis-
mo modo que la ley de gravedad rige la caída de los cuerpos. Significa, sim-
plemente, que un hecho se repite. Como son también hechos repetidos la
acción social, la producción, la oferta, la demanda, etcétera.
Entre el abordaje individualizado, historiográfico, concreto, de los fenóme-
nos sociales y las regularidades empíricamente observables, Weber ubica una
teoría tipológica sobre la realidad social. No es una teoría sustantiva en el
sentido en que se la ha definido más arriba. No postula leyes fundamentales
ni se arroga una función explicativa. Simplemente toma esas regularidades,
las sistematiza, las examina en sus desarrollos y desdoblamientos, estable-
ce conexiones lógicas. No tiene ninguna pretensión explicativa; su cifra es, en
“La teoría de la ac-
cambio, como bien hace notar Saint Pierre, la probabilidad (y no la conexión ción weberiana es
causal). “La sociología construye conceptos-tipo [...] y se afana por encontrar una teoría tipológica desa-
reglas generales del acaecer. Esto en contraposición a la historia, que se es- rrollada en términos de pro-
babilidad y, como veremos
fuerza por alcanzar el análisis e imputación causales de las personalidades, más adelante, todos los
estructuras y acciones individuales consideradas culturalmente importantes, conceptos de su teoría polí-
tica también son definidos
escribe Weber (ES, p. 16). Es decir, la elaboración de conceptos-tipo a partir en estos términos”. Véase
de regularidades observables tenidas por “merecedoras de ser conocidas” es H. Saint Pierre, Max Weber.
útil para la organización del abordaje de la realidad social con una intención Entre a paixao e a razao,
Editora da Unicamp, Cam-
explicativa. Esto último es una tarea de la historia, aunque también puede ser- pinas, 1991, p. 109.
lo de la sociología (repásese sobre el particular lo ya desarrollado en la Uni-
dad 2 acerca del objeto de esta última). La sociología, sin embargo, conside-
rada en su dimensión generalista, sólo prepara el terreno para una imputación
causal. Dirá, por ejemplo, dada esta situación s, el comportamiento probable
-típico- de los actores será c. O, también, “poder significa la probabilidad de
imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda re-
sistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad” (ES, p. 43). Na-
da afirma de lo que efectivamente ocurre en una situación concreta y especí-
fica; sólo dice: típicamente, o en términos generales, cuando se configura un
cuadro del tipo s tiende a ocurrir una conducta c.
De aquí que Weber reconozca que “sus conceptos tengan que ser relati-
vamente vacíos frente a la realidad concreta de lo histórico” (ES, p. 16). Es
Nominalismo: doctrina fi-
decir, que no es posible teorizar sustantivamente sobre lo social. La teoriza- losófica que sostiene que
ción tipológica, no obstante, tiene cosas favorables para ofrecer: fija concep- los conceptos generales y
tos de manera unívoca, evita repeticiones de lenguaje, orienta búsquedas, los objetos o procesos a los
que aquéllos se refieren
señala cuál puede ser eventualmente el camino de una indagación sobre lo pertenecen a órdenes dife-
real, ayuda a ordenar el flujo de la información empírica, etc. Los componen- rentes de la realidad y no
deben confundirse. El con-
tes de este tipo de teorización son los tipos ideales, esto es, conceptos abs- cepto de mesa, por ejemplo,
tractos y en este sentido ideales -no en el de que deban ser tenidos por pertenece a un registro; las
ejemplares- en los que se fija algunos significados. No son la realidad sino distintas mesas realmente
existentes, singula-
construcciones nominales que posibilitan un acercamiento a ésta; son por res y únicas, a otro.
tanto un medio, un recurso para poner en marcha un proceso de conocimien-
to, no un fin en sí mismos.

81
Universidad Virtual de Quilmes

De entre las regularidades observables en el plano de lo real que Weber


considera significativas en el sentido de “merecedoras de ser conocidas”,
por lo tanto motivo de recorte y de teorización tipológica, la más importante
es la acción social, al punto que la convierte en el objeto central de la socio-
logía, como ya se ha mencionado. En lo que sigue nos ocuparemos de ella.

M. Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Eco-


nómica, México, vv.ee., t. I, cap. I, punto I: “Fundamen-
tos metodológicos”.

1.
El vago azar o las precisas leyes
Que rigen este sueño, el universo,
Me permitieron compartir un terso
Trecho del curso con Alfonso Reyes
J. L. Borges, In Memoriam A. R.

A propósito de la construcción de teoría, ¿qué proble-


mas contiene la estrofa reproducida arriba? ¿Hay en ella
alguna postulación sobre la realidad?; de haberla ¿cuál
de las opciones explicativas formuladas por Borges le
parece que sería más congruente con dicha eventual
postulación?

5.2. La acción social

Para Weber, el objeto de la sociología es la acción social. Podría decirse


que, a su modo de ver, el inevitable desacople que se produce entre, por un
lado, las necesidades humanas (tanto físicas como espirituales) y, por otro,
unos recursos que siempre resultan escasos, torna ineludible la acción so-
cial. Este desacople es, como se ha señalado ya, lo que convoca a la aso-
ciación entre los hombres, a la planificación y al trabajo, y a la lucha contra
la naturaleza. Según las propias palabras de Weber:

“Que nuestra existencia física, así como la satisfacción de


nuestras necesidades más espirituales, choquen en todas par-
tes con la limitación cuantitativa y la insuficiencia cualitativa de
los medios externos necesarios para tal fin, y que tal satisfac-
ción requiera la previsión planificada y el trabajo, al par que la
lucha contra la naturaleza y la asociación con otros hombres, he
ahí -expresado del modo más impreciso- el hecho fundamental
al que se ligan todos los fenómenos que caracterizamos, en el
sentido más lato, como económico-sociales.”
(OC, p. 53)

Así, desde la remota noche de los tiempos, la acción social se presenta co-
mo una regularidad empírica, como un hecho repetido, cuyo motivo (o fundamen-
to principal) es la satisfacción de necesidades. Por más imprecisa que resulte
la exposición weberiana -según él mismo lo consigna- previsión, trabajo, lucha
contra la naturaleza y asociación, todo ello tiene como sustrato la acción social.

82
Teoría Sociológica

En la Unidad 2 se ha efectuado ya una presentación de lo que es ac-


ción y de lo que es acción social para Weber. Conviene ahora repasar esos
conceptos para desarrollarlos un poco más extensamente. Acción es, pa-
ra Weber, toda conducta a la que el/los actor/es enlaza/n un sentido sub-
jetivo, por ejemplo, pescar por diversión. Mientras que acción social es una
acción cuyo sentido está referido a la conducta de otros, orientándose por
ésta en su desarrollo, por ejemplo, pescar para vender: aquí el sentido de
la acción está ligado con el comportamiento de otros, de quienes se espe-
ra estén interesados en comprar lo que se ha pescado.
El sentido, a su vez, puede ser entendido de dos maneras según cuál sea
la clase de sujeto que se tome en consideración. Manera a): puede estar re-
ferido (dicho sentido) a un sujeto existente, históricamente dado, o a uno
construido como promedio (o de forma aproximada) a una masa de casos.
Manera b): puede referirse a actores construidos de modo típico ideal ubica-
dos en un cuadro también definido por la misma vía. Conforme a la manera
a) puede intentar caracterizarse, por ejemplo, el sentido de la acción de un
candidato a presidente en campaña electoral. Asimismo, puede atribuírsele
sentido, como promedio o de forma aproximadamente común, al voto de
quienes deciden votar por él. Conforme a la manera b) puede imaginarse de
modo estrictamente típico-ideal cuál es el sentido de la acción, por ejemplo,
de los cuadros directivos de empresas transnacionales, en el marco de un
sistema económico también definido de manera típico-ideal. Podría ser el ca-
so de los directivos de grandes empresas en la época de la globalización.
La acción, entonces, siempre es motivada, es decir, posee un sentido. We-
ber define el motivo como “la conexión de sentido que para el actor o el ob-
servador aparece como el ‘fundamento’ significativo de una conducta” (ES,
p. 10). (Nótese que aquí Weber introduce el punto de vista del observador,
quien es, en rigor, alguien “externo” a la acción social, que atribuye sentido
a las acciones -sociales o no- que observa. Obviamente, un científico social
-un sociólogo, economista o lo que fuere- se instala en el punto de vista del
observador.)
Ahora bien, además de alguien que actúa, están las acciones de los otros
a las que, en el caso de la acción social, se enlaza el sentido de la acción
de quien actúa en ese marco. Esas acciones -dice Weber- pueden ser pasa-
das, presentes o esperadas como futuras; en tanto que dichos otros pueden
ser individualizados y conocidos o constituir una pluralidad de individuos des-
conocidos. En este último caso y especialmente con referencia a acciones
esperadas como futuras -es decir, acciones que todavía no ocurrieron- el ac-
tor construye categorías típico ideales de acuerdo con lo que “cabe esperar”
respecto de terceros que, por desconocidos, también están típicamente
construidos. Es el caso de los “otros” que construye idealmente un pesca-
dor profesional que elige, por ejemplo, intentar extraer pejerreyes en el en-
tendido de que obtendrá para ellos una buena demanda y un buen precio:
imagina clientes interesados.

Weber comienza el punto que denomina “Concepto de la acción so-


cial”, en el capítulo I de su libro Economía y sociedad, de la siguiente ma-
nera: “La acción social (incluyendo tolerancia u omisión) se orienta por
las acciones otros, las cuales pueden ser pasadas, presentes o esperadas co-
mo futuras (venganza por previos ataques, réplica a ataques presentes,
medidas de defensa frente a ataques futuros). Los ‘otros’ pueden ser

83
Universidad Virtual de Quilmes

individualizados y conocidos o una pluralidad de individuos indetermina-


dos y completamente desconocidos (el ‘dinero’, por ejemplo, significa un
bien -de cambio- que el agente admite en el tráfico porque su acción está
orientada por la expectativa de que otros muchos, ahora indeterminados y
desconocidos, estarán dispuestos a aceptarlo también, por su parte, en un
cambio futuro.”
(Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica,
México, 1964, t. I, p. 18.)

La acción social, entonces, se orienta por las acciones de los otros. Por
eso es social y no acción a secas; tiene al accionar de los otros como refe-
rencia. Pero tiene, también, un fundamento motivacional, es decir, un senti-
do para el actor.
Desde este último punto de vista, es decir, mirando desde el fundamento
que da forma al sentido, acción y acción social son lo mismo. Weber lo dice
claramente cuando introduce los tipos ideales de acción social:

“La acción social, como toda acción, puede ser: [La aclaración “como
toda acción” iguala una con otra, lo que significa que están abordadas es-
trictamente desde el fundamento del sentido.] 1) racional con arreglo a fi-
nes: determinada por expectativas en el comportamiento tanto de objetos
del mundo exterior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas
como ‘condiciones’ o ‘medios’ para el logro de fines propios racionalmen-
te sopesados y perseguidos. 2) racional con arreglo a valores: determina-
da por la creencia consciente en el valor -ético, estético, religioso o de
cualquier otra forma como se lo interprete- propio y absoluto de una de-
terminada conducta, sin relación alguna con el resultado, o sea puramente
en méritos de ese valor. 3) afectiva: especialmente emotiva, determinada
por afectos y estados sentimentales actuales, y 4) tradicional: determina-
da por una costumbre arraigada.”
(Weber, M. Economía y sociedad, op. cit., t. I, p. 20.)

Con el objeto de favorecer el abordaje del análisis de la acción social,


Weber ha construido cuatro tipos ideales. Reconoce que rara vez la acción
social concreta, desarrollada por actores de carne y hueso, está fundada ex-
clusivamente en alguno de estos tipos. Pero confía en que resulten útiles
para ordenar el flujo caótico de los acontecimientos y para organizar una
aproximación sistemática que favorezca su estudio.
Esta tetralogía tipológica está encabezada por la acción racional con arre-
glo a fines. Como bien señala Saint Pierre, en este caso el actor fundamen-
ta su acción en la evaluación racional de fines, medios y consecuencias que
se implican en aquélla. Para lograr la correcta adecuación de todos los ele-
mentos involucrados en la acción, el actor tendrá que ponderar racionalmen-
te los medios con los fines, los fines con las consecuencias implicadas y los
diferentes fines posibles entre sí (H. Saint Pierre, op. cit., p. 116). Por otra
parte, la elección de uno entre varios fines posibles y las consecuencias ine-
vitables de priorizar uno y postergar otros puede estar fundada en valores.
En tal caso, dice Weber, “la acción es racional con arreglo a fines sólo en los
medios” (ES, p. 21).
La acción racional con arreglo a valores presenta una elaboración de los
objetivos últimos y un consecuente planeamiento de la acción tendiente al

84
Teoría Sociológica

logro de los mismos. Tiene, sin embargo, de peculiar el hecho de que el sen-
tido de la acción -los motivos- no está en los fines sino fuera de ellos. En es-
ta clase de acción, el actor se desempeña conforme a sus convicciones, sin
considerar las consecuencias que pudieran seguirse de su accionar (véase
Saint Pierre, op. cit., p. 116).
La acción tradicional se encuentra en la frontera con el simple hábito y
queda, a veces, fuera del ámbito de lo que Weber denomina “acción con sen-
tido”, stricto sensu. Por lo mismo, estaría en el límite de lo que el sociólogo
alemán ha definido como acción social. Incluye las costumbres y los hábitos;
pero desde el punto de vista sociológico importan especialmente los compor-
tamientos y/o actitudes arraigadas, esto es, formas de hacer cuya motiva-
ción original quizá se ha desvanecido o extraviado y su fundamento de sen-
tido presente se halla en que “siempre ha sido así”.
La acción afectiva, finalmente, está también en el límite de la “acción con
sentido” y muchas veces queda fuera de éste. Es típica de las situaciones
amorosas (relaciones de pareja o entre padres e hijos), pero involucra tam-
bién maneras de actuar motivadas por el despecho, la búsqueda de revan-
cha o los deseos de venganza.
La acción social es la piedra fundamental de la teorización tipológica de
Weber. Es un concepto base que se desdobla de diversas maneras y se des-
pliega en diversas direcciones. Un primer desdoblamiento sumamente impor-
tante es el que alcanza en el tipo denominado por Weber relación social. En-
tiende por ésta “una conducta plural -de varios- que, por el sentido que en-
cierra, se presenta como recíprocamente referida, orientándose por esa reci-
procidad. La relación social consiste, pues, plena y exclusivamente, en la pro-
babilidad de que se actuará socialmente en una forma (con sentido) indica-
ble, siendo indiferente, por ahora, aquello en que la probabilidad descansa”
(ES, p. 21). Es decir, es una forma de la acción social, pero específica: alu-
de a una conducta de varios -o sea, queda descartada la posibilidad de con-
siderar acciones individuales- que se toman recíprocamente en referencia.
Esta última es la clave del concepto. Un mínimo de recíproca bilateralidad de-
be estar siempre presente para hablar de relación social: aun la mínima bi-
lateralidad de dos queda contenida en el concepto. El contenido de la acción
puede ser diverso: amor, amistad, conflicto, piedad, interés mercantil, o lo
que sea. Lo importante es que haya referencia recíproca.
También el concepto típico-ideal de relación social se desdobla -como el
de acción social- en diversas direcciones. Es el sustrato de los conceptos de
orden y de validez, que a su vez concurren a especificar el concepto de legi-
timidad. Y es también el fundamento de los conceptos de sociedad, de co-
munidad y de asociación.
Como puede verse, retomando una temática anteriormente expuesta, la
teorización tipológica se despliega conforme a una sucesión de conceptos
abstractos que se encuentran relacionados entre sí.

Weber, M. Economía y sociedad, Fondo de Cultura Eco-


nómica, México, vv.ee., t. I, cap. I, punto II: “Concepto de
acción social”.

2. En el “Canto Primero” de La Ilíada se expone una dis-


cusión entre Aquiles y Agamenón, que aquí se reprodu-
ce fragmentariamente:

85
Universidad Virtual de Quilmes

(Aquiles): “Jamás ha igualado al tuyo mi botín, después


de saquear las ciudades y eso que sobre mí recaía el co-
metido más peligroso y el más arduo. Siempre es mayor
tu recompensa después del reparto. Así, me vuelvo a
Ptía con mis naves porque no pretenderás que me que-
de aquí sin esperar ningún provecho, sólo por ganar pa-
ra ti, miserable, honores y riquezas.
Agamenón respondió:
- Vete [...] que yo no he de rogarte que por mí vayas a
combatir: tengo junto a mí muchos heroicos caudillos
que se honrarán ayudándome a vengarme de los troya-
nos y sobre todo, al providente Zeus. Te odio más que a
ninguno de los reyes de mi ejército porque has incitado
siempre a la discordia”.
¿Podría caracterizarse el comportamiento de Aquiles y
de Agamenón como una relación social?
La acción que se apresta a encarar Aquiles y la que se
desprende de la respuesta de Agamenón ¿en cuál o cuá-
les de los tipos weberianos podrían encuadrarse?

5.3 Poder, dominación y Estado

En el desarrollo de su articulada teoría tipológica, Weber otorga un lugar


destacado a las cuestiones del poder y la dominación, lo que lleva implícito
que dichos fenómenos, considerados en el plano de lo real, le han parecido
“merecedores de ser conocidos”. Como se ha señalado más arriba, pero
conviene quizá recordar nuevamente aquí, define al poder como “la probabi-
lidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun con-
tra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabili-
dad”; y a la dominación como “la probabilidad de encontrar obediencia a un
mandato de determinado contenido entre personas dadas”. Como puede
apreciarse, nos encontramos siempre en el terreno de la acción social y ba-
jo la égida de clases de acción social del tipo relación social: en el caso del
poder, Weber lo menciona explícitamente; en el de la dominación es obvio
que si hay un mandato y ocurre una obediencia hay comportamientos recí-
procamente referidos.
Inmediatamente después de anotar esas definiciones Weber escribe: “El
concepto de poder es sociológicamente amorfo” (ES, p. 43). De donde se
desprende que entiende que, a los efectos de la sociología, el análisis del
poder es menos relevante que el de la dominación. A su modo de ver, la del
poder es una dimensión escasa en relieves y matices, sensiblemente menos
rica que la de la dominación. Ésta, en cambio, como tiende siempre a conte-
ner “un mínimo de voluntad de obediencia, o sea, un interés en obedecer”,
le parece una problemática mucho más significativa (en eso, justamente, ra-
dicaría una de las claves de la relevancia sociológica de aquélla).
Este mínimo de voluntad de obediencia remite a la problemática de la le-
gitimidad, que está en el centro de la cuestión de la dominación. Weber no
pierde de vista que la obediencia puede ser el resultado de diversos moti-
vos: interés económico, costumbre, conveniencias de diverso origen, etc. Pe-
ro tampoco se le escapa que un grado de conformidad está regularmente
presente en las relaciones de dominio. Según sus propias palabras: “De
acuerdo con la experiencia, ninguna dominación se contenta voluntariamente

86
Teoría Sociológica

con tener como probabilidades de su persistencia motivos puramente mate-


riales [...] Antes bien, todas procuran despertar y fomentar la creencia en su
legitimidad” (ES, p. 170). ¿Qué significa “creencia en la legitimidad”? Que
los actores concernidos aceptan ciertas disposiciones o cierto estado de co-
sas. Es decir, aceptan un orden y lo reconocen como válido. En las propias
palabras de Weber:

“[...] llamamos: a) orden cuando la acción se orienta (por tér-


mino medio aproximadamente) por “máximas” que pueden ser
señaladas. Y sólo hablaremos b) de una validez de este orden
cuando la orientación de hecho por aquellas máximas tiene lu-
gar porque en algún grado significativo (es decir, en un grado
que pese prácticamente) aparecen válidas para la acción, es de-
cir, como obligatorias o como modelos de conducta.”
(ES, p. 25)

O sea, que la legitimidad está referida a cierta constelación normativa


(“máximas”) y ocurre cuando dicha constelación es aceptada y elevada a la
posición de obligatoria y/o ejemplar.
Según Weber, pueden distinguirse tres tipos puros de dominación legíti-
ma, tomando en consideración el fundamento de su legitimidad: a) racional;
b) tradicional; c) carismática.

“Existen tres tipos puros de dominación legítima. El fundamento pri-


mario de su legitimidad puede ser:
1. De carácter racional: que descansa en la creencia en la legalidad de
ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por
esas ordenaciones a ejercer autoridad (autoridad legal).
2. De carácter tradicional: que descansa en la creencia cotidiana en la
santidad de las tradiciones que rigieron desde tiempos lejanos y en la le-
gitimidad de los señalados por esa tradición para ejercer la autoridad (au-
toridad tradicional).
3. De carácter carismático: que descansa en la entrega extracotidiana
a la santidad, heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las ordenacio-
nes por ella creadas o reveladas (llamada) (autoridad carismática).”
(M. Weber, Economía y sociedad, op. cit., p. 172.)

En el caso de la dominación racional, rige un orden impersonal cuyas nor-


mas están legalmente estatuidas. En el límite, podría decirse que se obede-
ce a las normas y no a las personas. Al revés, en el caso de la dominación
tradicional se obedece a la persona del señor llamado por la tradición a ejer-
cer el mando. En el caso de la dominación carismática se obedece al caudi-
llo, en el cual se confía en mérito de la fe, la revelación, la heroicidad o la
ejemplaridad que se le atribuye. Weber señala que en su forma genuina la do-
minación carismática es de naturaleza específicamente extraordinaria y fue-
ra de lo cotidiano, y encarna en un haz de relaciones sociales rigurosamente
personales -es decir de cada uno con el caudillo- que se convalidan por la
santidad o ejemplaridad de las cualidades personales de aquél, es decir, por
el reconocimiento que de su gracia -sea cual fuere el fundamento de ésta- ha-
cen sus seguidores, y complementariamente por la corroboración. Ésta es
una forma compleja de dominación a la que Weber dedica especial atención.

87
Universidad Virtual de Quilmes

Normalmente, entre el mandante y los que obedecen se interpone un cua-


dro administrativo, que obviamente está al servicio del mandatario. Los di-
versos tipos de dominación tienden a poseer un cuadro administrativo deter-
minado. La dominación racional se vale de un aparato burocrático, compues-
to por funcionarios individuales que: a) son personas libres que se deben ex-
clusivamente a su cargo; b) están organizados sobre la base de una jerar-
quía administrativa rigurosa; c) poseen competencias rigurosamente estable-
cidas; d) se rigen por un contrato (en un sentido amplio) preciso, conforme
al cual reciben una retribución en dinero; e) ejercen el cargo como su única
o principal profesión; f) tienen ante sí la posibilidad de hacer una carrera; g)
se desempeñan estableciendo una separación clara entre los medios admi-
nistrativos a su disposición, y sus respectivos patrimonios personales; y h)
están sometidos a vigilancia administrativa.
La dominación tradicional puede, según Weber, desarrollarse con o sin
cuadro administrativo. En caso de que sí exista cuadro administrativo, el mis-
mo puede estar reclutado de modo tradicional o por la vía de un reclutamien-
to extrapatrimonial. En el primer caso, por parentesco (linaje), pertenencia al
funcionariado doméstico, esclavitud, etc. En el segundo, por relaciones per-
sonales de confianza (favoritos) o por pacto de fidelidad (vasallaje), entre las
formas más importantes.
La dominación carismática presenta un cuadro administrativo errático o
de forma imprecisa. El profeta reconoce discípulos, el señor de la guerra po-
see lugartenientes y el jefe en general suele tener un séquito, etc. No hay
allí ni jerarquía, ni carrera, ni competencia alguna. Tampoco reglamento ni
preceptos jurídicos abstractos. El profeta, el caudillo o el jefe crea o exige
nuevos mandamientos por la vía que distingue al carisma: la fuerza de la re-
velación, la fe o la inspiración. Weber sostiene que la dominación carismáti-
ca es “específicamente irracional en el sentido de su extrañeza a toda regla”
(ES, p. 194). Y que es la gran fuerza revolucionaria de las épocas dominadas
por la tradición.
En el plano de lo real, toda relación social en la que se comprueba la pre-
sencia de un jefe o de un soberano implica una situación de dominación. El
tipo ideal construido en el plano conceptual debe hacerse cargo de esa di-
versidad. Debido a ello el concepto de dominación posee una versatilidad
que permite que sea aplicada a muchas clases diferentes de situaciones.
Weber reconoce que es posible encontrar relaciones de dominio en diversos
ámbitos: la escuela, la familia, el ejército, los partidos políticos, el gobierno
y la moderna empresa capitalista, entre otros. Su interés personal se orien-
tó especialmente hacia el campo de la política en general.
Una regularidad empírica a la que Weber prestó especial atención y con-
virtió en objeto “merecedor de ser conocido” es el Estado, cuya delimitación
conceptual elaboró dentro de los límites establecidos por los tipos “acción
social”, “relación social” y “asociación”. En Economía y sociedad ofrece una
primera definición, en la que se destacan los rasgos de territorialidad y coac-
ción. Dice: “el Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un
determinado territorio -el concepto de territorio es ‘esencial’ a la definición-
reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima” (ES,
p. 1056). Aquí Weber destaca la cuestión de la coacción: la asociación polí-
tica que se denomina Estado desempeña una serie muy diversa de activida-
des, al punto de que es difícil mencionar alguna tarea que no haya tomado
alguna vez en sus manos. Sin embargo, hay un medio específico que le

88
Teoría Sociológica

es privativo: el ejercicio de la coacción física. Destaca que si bien hay otras


asociaciones a las que se les concede el uso de la coacción física (por ejem-
plo, la familia), esto resulta de una delegación o autorización que el propio
Estado efectúa. “Éste se considera, pues, como fuente única del ‘derecho’
de coacción”, afirma (ES, p. 1056). Ahora bien, unos renglones más adelan-
te ofrece una segunda definición: “El Estado -dice- lo mismo que las demás
asociaciones políticas que lo han precedido, es una relación de dominio de
hombres sobre hombres basada en el medio de la coacción legítima (es de-
cir, considerada legítima)” (ES, p. 1057). Esta segunda versión está concep-
tualmente más elaborada, más en línea con sus construcciones tipológicas
previas. Y acentúa la cuestión de la legitimidad: es obvio que lo menciona
explícitamente. Pero, además, se preocupa por especificar sobre qué se
monta dicha legitimidad. Explicita que es una asociación que involucra una
relación de dominio, esto es, una forma particular de dominación. Vale la pe-
“Por asociación
na destacar que el concepto de “asociación” implica el de “orden”, por lo [Verband] debe en-
cual se da por sentada la existencia de una estructura normativa (o de “má- tenderse una relación social
ximas”) que ha sido consentida por los partícipes en la misma. Es decir, una con una regulación limita-
dora hacia afuera cuando el
vez más, hay una legitimidad que se deriva de ese consentimiento. mantenimiento de su orden
Weber cree que en Occidente se desarrolló de manera exclusiva una for- está garantizado por la con-
ducta de determinados
ma de Estado que denomina “Estado racional”, resultante de la conjunción hombres destinada en espe-
del derecho racional y la burocracia profesional. El primero se funda, a su jui- cial a ese propósito: un diri-
cio, en principios jurídicos formales. Y da como resultado un cosmos abstrac- gente y, eventualmente, un
cuadro administrativo que,
to y universal, que carece de lagunas y/o discrecionalidades. La burocracia llegado el caso, tienen tam-
profesional, por su parte, deriva de la afirmación de formas racionales de do- bién de modo normal el po-
der representativo” (Weber,
minación, que, como se ha visto más arriba, se acompañan de un cuadro ad- M., Economía y sociedad,
ministrativo típico: la burocracia administrativa, dos de cuyos rasgos salien- p. 39).
tes son, precisamente, la profesionalidad de su gestión y la especialización.
Según Weber, existen lazos estrechos entre el desarrollo del Estado mo-
derno (racional) y el desarrollo del capitalismo. Para garantizar su desenvol-
vimiento éste necesita “una justicia y una administración cuyo funcionamien-
to pueda calcularse racionalmente, por lo menos en principio, por normas fi-
jas generales con tanta exactitud como puede calcularse el rendimiento pro-
bable de una máquina” (ES, p. 1062). Pues como es sabido, la empresa ca-
pitalista moderna descansa sobre el cálculo, es decir, sobre la búsqueda de
un beneficio en función del cual se sopesan riesgos y oportunidades, inver-
siones, costos y lucros.
El Estado racional, en tanto asociación de dominio, ofrece un orden, cuyo
fundamento es el derecho racional. Ofrece garantías sobre las reglas de jue-
go imperantes y, por tanto, permite una calculabilidad que resulta preciosa
para la gestión empresarial capitalista.

M. Weber, Economía y sociedad, op. cit., t. I, cap. III, pun-


tos 1, 2, 3 y 4.

3. ¿Cuál de los tipos de dominación podría servir de ba-


se para examinar el modo de gobierno de la Alianza, du-
rante su primer año de gestión? Desarrolle.

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Universidad Virtual de Quilmes

5.4. Racionalidad y racionalización

El concepto de racionalidad -con sus variaciones: racional/racionaliza-


ción- es uno de los menos determinados de la teorización weberiana. Esta
imprecisión, rara en un autor celosamente atento a no dejar ni cabos suel-
tos ni vaguedades, puede ser no obstante abordada conforme a un ordena-
miento que facilite su comprensión. Aquí se propone distinguir, por un lado,
su uso en el plano típico-ideal es decir, su utilización en el plano estrictamen-
te conceptual. Y, por otro, la postulación sustantiva que realiza el gran soció-
logo alemán.
En el terreno típico-ideal, la noción de racionalidad participa de la especi-
ficación de los distintos tipos de acción social, como se ha visto preceden-
temente. Se vincula, en consecuencia, con la problemática madre de la so-
ciología (la acción social, según se ha mostrado más arriba) y en tanto está
ubicada en el antedicho terreno típico-ideal, le cabe sobre todo un papel heu-
rístico. En la acción racional con arreglo a fines, la racionalidad consiste en
la capacidad de adecuar medios, fines y consecuencias de la acción. En so-
pesar adecuadamente todos estos “ingredientes”. En la acción racional con
arreglo a valores, la racionalidad consiste en orientar la conducta conforme
a los dictados de un marco axiológico, sobre la base del cual se seleccionan
tanto los fines como los medios. Esto significa que dicho marco axiológico
impone límites a las posibilidades de elegir o seleccionar, y que el actor es-
tá dispuesto a asumir las consecuencias de su modo de actuación valorati-
vamente fundado.
Siempre en el plano típico-ideal, Weber también encara el análisis de dos
formas de acción social en el plano económico. Surgen de allí dos modalida-
des de la racionalidad, que son probablemente las más reconocidas de su
teorización.

“Llamamos racionalidad formal -escribe- de una gestión eco-


nómica al grado de cálculo que le es técnicamente posible y que
aplica realmente. Al contrario, llamamos racionalmente material
al grado en que el abastecimiento de bienes dentro de un grupo
de hombres (cualesquiera que sean sus límites) tenga lugar por
medio de una acción social de carácter económico orientada por
determinados postulados de valor (cualesquiera que sea su cla-
se), de suerte que aquella acción fue contemplada, lo será o
puede serlo, desde la perspectiva de tales postulados de valor.
Estos son extremos diversos.”
(ES, p. 64)

La formulación es farragosa pero, en el fondo, relativamente sencilla. La


racionalidad formal tiene su centro en el número y, especialmente, en el cál-
culo. Mientras que la material lo tiene en exigencias éticas que moldean la
acción, sean estas políticas, axiológicas, hedonistas, utilitaristas o de cual-
quier otra clase.
Si bien se mira, entre los dos juegos de tipos ideales que se acaba de pre-
sentar no existen diferencias. La gestión económica sobre la base de la racio-
nalidad formal es, en rigor, acción racional con arreglo a fines, desarrollada en

90
Teoría Sociológica

el plano económico. Mientras que gestión económica sobre la base de racio-


nalidad material es acción racional con arreglo a valores. Como toda cons-
trucción típico-ideal, las apuntadas sólo pretenden ser caminos de acceso
hacia la realidad histórica, y no principios de explicación de algo. Es por eso
que se sostiene que poseen, exclusivamente, un carácter heurístico.
Weber ofrece también una postulación sustantiva acerca del modo en que
percibe que la racionalidad se fue (y va) abriendo camino en Occidente. Fre-
cuentemente denomina a esta tendencia proceso de racionalización o, sim-
plemente, racionalización. En el comienzo de La ética protestante y el espíri-
tu del capitalismo se pregunta: “¿que serie de circunstancias han determi- Weber, M., La ética protes-
nado que precisamente sólo en Occidente hayan nacido ciertos fenómenos tante y el espíritu del capi-
culturales, que (al menos, tal como solemos representárnoslos) parecen talismo, La Pléyade,
Buenos Aires, 1976,
marcar una dirección evolutiva de universal alcance y validez?” Claramente p. 5.
se refiere acá a un proceso que se da en el plano de lo real, lo que consti-
tuye una de las pocas referencias sustantivas de toda su obra.
Ethos: carácter co-
Como un ethos que permea todo el desenvolvimiento histórico de Occi- mún de comporta-
dente, la racionalización se va abriendo camino en diversos campos. Weber miento o forma de
enumera: sólo en Occidente hay ciencia, en el sentido de utilización de abs- vida que adopta un grupo
de individuos que pertene-
tracciones, de fundamentación matemática, demostración consistente y, cen a una misma sociedad.
también, preocupación por la corroboración empírica. Sólo en Occidente hay
derecho racional (en el sentido ya apuntado de cosmos abstracto pero for-
malizado, de validez universal, lo que excluye lagunas y discrecionalidades) y
teoría del Estado fundada en conceptos racionales. En el campo artístico, só-
lo en Occidente hay música basada en la armonía y el contrapunto (en los
que ve manifestaciones del mencionado ethos racional) y pentagrama (lo que “Para nosotros, un acto de
hace posible la composición y la perduración de las obras en el tiempo). Só- economía ‘capitalista’ sig-
nifica un acto que descansa
lo en Occidente hay universidades, caracterizadas por el cultivo sistemático en la expectativa de una ga-
de disciplinas científicas y la formación de especialistas, y Estado como or- nancia debida al juego de
recíprocas probabilidades
ganización política regida por una constitución, un derecho racional y una ad- de cambio; es decir, en pro-
ministración por funcionarios especializados. Finalmente, sólo en Occidente babilidades (formalmente)
hay capitalismo en el sentido moderno de la expresión: como sistema eco- pacíficas de lucro” (Weber,
M., La ética protestante y el
nómico movido por el lucro, cuyo rasgo distintivo es, empero, la organización espíritu del capita-
racional del trabajo formalmente libre. lismo, p. 9).
El listado precedente no es exhaustivo -en diversos textos Weber se ha
ocupado de éstas y de otras manifestaciones de la racionalización (especial-
mente sorprendente y erudito es el capítulo final de Economía y sociedad,
denominado “Los fundamentos racionales y sociológicos de la música”)- pe-
ro permite atisbar hacia dónde apunta nuestro autor.
Una de las cuestiones asociadas con el proceso de racionalización en cur-
so en Occidente lo preocupaba especialmente: la de la burocratización. “El
futuro es de la burocratización [...]”, escribía en Economía y sociedad (ES, p.
1072). Le temía particularmente al futuro uniformizado y en cierta medida
autoritario que podía llegar a derivarse del avance de la burocratización en
diversos campos, especialmente el estatal. Avizoraba la sombría posibilidad
de que el porvenir acarreara una sujeción de los hombres a la maquinaria de
los especialismos, los saberes profesionales y la distribución de competen-
cias: le parecía poco deseable que esa maquinaria -a la que no dejaba de re-
conocerle aptitud técnica- pudiera llegar a ocupar un lugar preponderante en
la toma de decisiones sobre los rumbos de los asuntos humanos. “¿Cómo
es posible en presencia de la prepotencia de esa tendencia hacia la burocra-
tización salvar todavía algún resto de libertad de movimiento individual en

91
Universidad Virtual de Quilmes

algún sentido?”, se preguntaba. Y añadía: “¿Cómo puede darse alguna ga-


rantía, en presencia del carácter cada día más imprescindible del funciona-
rismo estatal -y del poder creciente del mismo que de ello resulta- de que
existen fuerzas capaces de contener dentro de límites razonables, controlán-
dola, la enorme prepotencia de dicha capa, cuya importancia va aumentando
de día en día?” (ES, p. 1075).
En la parte final de Economía y sociedad (véase especialmente el capítu-
lo IX, punto 3) desmenuzó la problemática articulación que se plantea, en los
estados modernos, entre dirección política y burocracia. Prefería la primacía
de la política, es decir, que se asumiera la responsabilidad política de las de-
cisiones y no que éstas se amparasen, falsamente, en la presunta sacrosan-
tidad del saber. Cerraba, así, el círculo que había abierto años atrás con sus
reflexiones metodológicas: una cosa es la ciencia y otra la política. Ésta pue-
de valerse de las herramientas que le acerque la primera. Pero el conoci-
miento no puede ocupar el lugar que corresponde a los juicios de valor. Una
cosa es conocer y otra juzgar. En el límite, la ciencia no puede decirle a la
política qué debe elegir. Del mismo modo, la política no puede decirle a la
ciencia qué y cómo debe trabajar.
Weber recomendó y practicó una estricta demarcación de territorios entre
la ciencia y la política. Era, ¡qué duda cabe!, un científico social. Tenía, sin
embargo, el mayor de los respetos por la actividad política. Llegó a cerrar una
de sus últimas conferencias con estas estremecedoras palabras:

“Es una verdad probada por la experiencia histórica que en


este mundo sólo se consigue lo posible si una y otra vez se lu-
cha por lo imposible. Pero para esto el hombre debe ser tanto
un dirigente como un héroe. E incluso los que no son ni dirigen-
tes ni héroes deben armarse con esa fortaleza de corazón que
capacita para tolerar la destrucción de toda esperanza; en caso
contrario, ni siquiera se logrará realizar lo que es actualmente
posible. Sólo tiene vocación para la política el que posee la se-
guridad de no quebrarse cuando, en su opinión, el mundo resul-
te demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él le
ofrece. Sólo tiene vocación para la política el que frente a todo
esto puede responder: sin embargo.”
(M. Weber, “La política como profesión”, en: Política y
ciencia, La Pléyade, Buenos Aires, 1976, p. 95.)

Porque era un científico desconfiaba de las proyecciones políticas de quie-


nes, en tanto burocracia profesionalizada, provenían del campo del saber y se
desempeñaban como funcionarios especializados. Veía esta posibilidad co-
mo una intromisión indebida y miraba con recelo el alma fría y parcelada de
los especialistas. Por eso, en el fondo, prefería que las decisiones fundadas
en juicios de valor fuesen tomadas, precisamente, por los políticos.

Weber, M., La ética protestante y el espíritu del capitalis-


mo, vv.ee., Introducción.

Weber, M., Economía y sociedad, t.II, cap. IX, punto 3.

92
Teoría Sociológica

4.
a. Entre la racionalidad formal y la material ¿existe com-
plementariedad o contradicción? Desarrolle.
b. ¿Qué tipo de racionalidad le atribuiría, respectiva-
mente, a una economía de mercado y a una planificada?
c. Las expresiones “administración basada en el saber”
y “parcelamiento del alma”, ¿a qué proceso general se
refieren?, ¿a qué cuestiones aluden, respectivamente,
en particular?

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