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HUSSERL

Tercer Coloquio Filosófico


de Royaumont

Versión castellana supervisada por


GUILLERMO MAGI
Ex profesor en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad del Litoral

PAIDOS
Buenos Aires
Titulo del original francés
HUSSERL
Cahiers de Royaumont

Publicado por
LES EDITIONS DE MINUIT, Paris

Versión castellana de
AMALIA PODETTI

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina


Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

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EDITORIAL PAIDÓS, S-AJ.C.F. Cabildo 2454, Buenos Aires

Para citación: Buenos Aires : Paidós, 1968..


ÍN D IC E

Advertencia preliminar II
Tercer coloquio filosófico de Royaumont. Horarios de las comunicaciones
y de las discusiones 13
Alocución de bienvenida, Gastón Berger 15
Introducción a la conferencia de W. Tatarkiewicz, M. Minkowski 19
y ' Reflexiones cronológicas sobre la época en que vivió Husserl,
W. Tatarkiewicz 21
i Discusión: M. Minkowski, H. L. Van Breda, Jean "Wahl, W. Tatarkiewicz 34
X Las fases decisivas en el desarrollo de la filosofía de Husserl, W. Biemel 35
Discusión: M. Minkowski, H. L. Van Breda, Jean "Wahl, W. Tatarkiewicz 31
\ / La conceción de la filosofía como ciencia rigurosa y los fundamentos de
las ciencias en Husserl, D. K. Kuypers 68 ^
— Discusión: R. G. Kwant, M. Minkowski, W. Biemlel, M. de Gandillac, J. D.
Wild, R. Ingarden, S. Volkmann-Schluck, D. K. Kuypers 78
Reflexiones sobre la "técnica” fenomenològica, Emmanuel Levinas 88
Discusión: L. Goldmann, E. Levinas, S. Strasser, A. de Waehlens,
H. L. Van Breda, Jean Wahl, M. Minkowski, R. Boehm 100
Los juicio^ de Husserl sobre Descartes y Locke, Jean Wahl 110
Discusión: H. G. Gadamer, J. Wahl, S. Strasser, R. P. S- Breton, R. Boehm, M.
de Gandillac, A. Lowit, C. A. Van Peursen, E. Levinas 121
'i Sobre la idea de la fenomenología, A. de Waelhens 130
Discusión: M. Merleau-Ponty, A. de Waelhens, H. L. Van Breda, L. Goldmann,
W. Biemel, H. G. Gadamer, R. Boehm, S. Strasser, L. Kelkel 142
Miseria y grandeza del "hecho”. Una meditación fenomenològica, •
S. Strasser, 153
Discusión: M. Minkowski, S. Strasser, L. Compton, F. Dussort, R. Ingarden,
J. Limchoten, D. K. Kuypers, E. Levinas, P. Volkmann-Schluck, Leslie J.
Beck, B. Koufaridis, J. Wahl 166
La noción de tiempo y de ego trascendental en Husserl, C. A. Van Pëursen 175
Discusión-. S. Dussort, C. A. Van Peursen, R. P. Stanislas Breton, "W. Biemel,
J. Mitrani, S. Strasser 186
Los conceptos operatorios en la fenomenologia de Husserl, Eugen Fink 192
Discusión: Leslie J. Beck, E. Fink, R. Ingarden, H. L. Van Breda, H. G.
Gadamer 206
El problema de la constitución y el sentido de la reflexión constitutiva en
Husserl, Roman Ingarden 215
Discusión: H. G. Gadamer, R. Ingarden, J. Wahl, A. Schütz, R. P.
Van Breda 234
La antropologia filosòfica y la crisis de las ciencias europeas, J. Wild 239
Discusión: A. Schütz, L. Goldmann, W. Biemel, H. L. Dreyfus, D. K.
Kuypers, L. Kelkel 257
g.La reducción fenomenològica, R. P. H. L. Van Breda 269 -
Discusión: Jean Hyppolite, R. P. Van Breda, Leslie J. Beck, Lucien
Goldmann, R. Ingarden 279
El problema de la intersubjetividad trascendental en Husserl, Alfred ' !
Schütz 291
Discusión: Leslie J. Beck, L. Kelkel, E. Fink, A. Schütz, R. Ingarden,
F. Graumann 317
Idealismo, realismo, fenomenologia, Phil. Merlan 330
Husserl y la crisis de la civilización europea, A. Banfi 355 ;
Clausura del coloquio fenomenològico, Jean Wahl 369
S. Strasser

Miseria y grandeza del “hecho”


Una meditación fenomenològica

El filòsofo Edmundo Husserl surge en un momento clave de la histo­


ria; Y esto es lo que hace a su pensamiento tan ambiguo y tan difícil
de interpretar. Como todos los grandes profetas e innovadores (como
Lutero, Rousseau, Kant, Pestalozzi), Husserl tiene dos caras: una vuel­
ta hacia el pasado y otra orientada hacia el porvenir. Husserl tiene sus
raíces en las tradiciones intelectuales del siglo xix, pero inaugura la
renovación del siglo xx. Encontramos en él relaciones con el positi­
vismo y con el neokantismo y, sin embargo, es él quien pone fin al
dominio de estas dos escuelas filosóficas en Alemania. Está profunda­
mente convencido de la importancia de la investigación científica para
la humanidad, pero al mismo tiempo es el crítico despiadado de la vida
científica de su época. Plasta su última publicación, titulada Die Krisis
der europäischen Wissenschaften und die transzendentale Phänomeno­
logie 1, denuncia los peligros que amenazan a la investigación moder­
na al mismo tiempo que exalta la idea de una ciencia auténtica, ba­
sada sobre una filosofía auténtica. Toda la primera parte de la obra
está dedicada a una crítica severa del fisicalismof positivista. Husserl
acomete contra el proyecto moderno de construir una naturaleza obje­
tiva eliminando el sujeto para el cual la naturaleza es naturaleza. Por
medio de una reconstrucción histórica, Husserl patentiza la ingenuidad
filosófica que se encuentra en el origen del objetivismo fisicalista.
Quisiéramos examinar, ante todo, esta idea husserliana para pasar
a una meditación de naturaleza más general. En una segunda parte
de nuestra exposición nos preguntaremos si la crítica de Husserl pue­
de ser continuada y ampliada. ¿Es propio de la física contener
presuposiciones tácitas o bien hay una ingenuidad positivista y prag­
mática común a todos los dominios de la episteme sistematizada2? Pe­
ro, por otra parte, ¿es legítimo identificar el esfuerzo teórico de la hu­
manidad con la Wissenschaft tal como la conocemos? ¿Tendrá la
episteme el mismo carácter de necesidad que el esfuerzo teórico en
general? Finalmente, nos veremos confrontados con el misterio mismo
de esta necesidad. Tendremos entonces que preguntarnos si no caémos
en un contrasentido al hablar de un “proyecto necesario”.

153
L a construcción del “hecho” en fisica

En las paginas iniciales de la Krisis, Husserl denuncia lo que llama


“la reducción positivista de la idea de dencia” 3. Su ataque no se di­
rige al positivismo de Comte, Mach y Avenarius, sino al neopositivis­
mo. Alude a pensadores que, fasdnados por el éxito del método ma­
temático en física, se basan sin vadlar en los enundados cfentíficos;
pensadores que ven en el análisis de esos enundados la única tarea
del filósofo. Según ellos sólo la dencia estaría en condiciones de cons­
truir un universo objetivo. Si los filósofos se resignaran a hacer una
crítica puramente formal de los juicios científicos descartarían todos los
equívocos, descubrirían todas las tesis carentes de sentido, pondrían
fin de una vez para siempre a sus divergendas.
Husserl muestra la ingenuidad filosófica de esta utopía, develando
sus motivos originarios. En la época renacentista se inicia la aplicación
sistemática del método matemático-geométrico a la exploración de la
naturaleza. ¿Cuál es en ese momento la idea fundamental de tal ten­
tativa? ¿Cuáles son los motivos profundos que engendraron el furor
de “formalizadón” que, en el momento actual, hace estragos en Europa
tanto como en América? ¿Por qué Galileo puso en movimiento esa em­
presa gigantesca que se podría llamar la “matematización de la natu­
raleza”?
Veamos cuáles son, según Husserl, los motivos inconstíentes de
Galileo 4.
El mundo nos es dado en la vida cotidiana bajo la forma de pers­
pectivas, relativas todas a nuestra subjetividad individual. El mundo
aparece entonces de manera diferente a cada uno de nosotros, mien­
tras que cada uno está convenddo de que su manera de ver es la ver­
dadera. Desde hace mucho tiempo nos hemos dado cuenta de nuestras
divergencias. Sin embargo, casi no nos inquietamos. Sabemos que no
hay más que un mundo y que las cosas son las mismas para todos,
aunque nos aparezcan de manera diferente. Evidentemente la situa­
ción se vuelve más complicada cuando las divergencias ya no se refie­
ren a las perspectivas familiares de muebles, utensilios o casas, sino a
las de los astros, meteoros y planetas. Pero, ¿no hay en estas apariciones
un contenido que debemos atribuir a la verdadera naturaleza? ¿No
poseemos un método para describir de manera umversalmente evidente
lo que pertenece a la realidad misma? Para nosotros, hijos del siglo
X X, va de suyo que el método que nos permite hacer esta distinción es
el método geométrico-matemático. Pero lo que es una trivialidad para
nosotros no lo era en el tiempo de la invención de ese método. Lo
que ha llegado a ser trivial para nosotros, fue un descubrimiento asom­
broso para Galileo Galilei.
Para darnos cuenta de ello sería necesario recorrer con Husserl
el largo camino que conduce desde la agrimensura y la geodesia con­
cretas a la geometría pura, tal como la antigüedad griega la conocía

154
y la practicaba. Limitémonos a los resultados más esenciales de este
análisis notable.
Para los primeros agrimensores el problema se planteaba de la
siguiente manera: las cosas concretas que percibimos y manipulamos
no son de ningún modo las configuraciones ideales de la geometría.
Las caracterizamos como teniendo cierta forma típica, por ejemplo, la
de un pino o una serpiente, pero somos incapaces de determinarlas
exactamente y, lo que es peor aún, las cosas cambian sin interrupción
y los rasgos que hemos considerado como típicos se modifican igual­
mente. El brazo de un río, por ejemplo, que tenía la forma de una
serpiente se vuelve casi recto. Después de ser durante cierto tiempo
el mismo curso de agua, terminará por reunirse con un río mayor; su
identidad relativa desaparecerá por entero. Ahora bien, el problema
del agrimensor consistirá justamente en encontrar puntos de mira in­
dependientes e invariables. Le será necesario entonces introducir, en
ese flujo heracliteano donde cada cosa puede fundirse en otra, un prin­
cipio de orden que permita identificar de manera rigurosa esto, distin­
guiéndolo cuidadosamente de aquello.
El punto de partida del primer geómetra será entonces una apro­
ximación. Es verdad que no hay en el mundo nada concreto que sea
una figura o un cuerpo geométrico. Pero hay cosas que se parecen a
ellos. Nos permiten o incluso nos invitan a formamos ideas geométri­
cas. Percibiéndolas podemos imaginar que vemos líneas rectas, super­
ficies planas, círculos o esferas. Y en virtud de esto comenzamos a ela­
borar modelos. Es verdad que una escuadra no es un triángulo ideal,
en el sentido de la geometría euclidiana. Pero nos hace pensar en él.
Quizás perfeccionándola podríamos convertirla en una imagen cada vez
más fiel del triángulo.
Desde ese momento la cuestión de la exactitud se convierte en un
problema técnico. Se tratará de hacer más recto lo que es más o menos
recto y más redondo lo que es casi redondo. Gradas al progresivo per-
fecrionamiento técnico nos aproximaremos cada vez más a las confi-
guradones ideales. Las figuras geométricas, objetivos ideales de esta
aproximadón técnica, se convertirán entonces en figuras límites de
un progreso infinito.
Finalmente el homo sapiens reemplazará la práctica real del homo
faber por una práctica ideal. En et dominio del pensamiento ya no
manejará los modelos, sino las figuras-límites de esos modelos. Las
figuras ideales serán para él “seres de razón” adquiridos de una vez
para siempre, de los que en adelante podrá disponer libremente. Los
“seres de razón” serán hitos abstractos absolutamente idénticos a sí
mismos y absolutamente distintos de todos los otros. Desde el mo­
mento en que el hombre sepa servirse sistemáticamente de ellos la
geodesia se convertirá en geometría.
Todo esto es una tentativa de reconstruir el largo camino que la
humanidad ha recorrido para llegar a la constitución de una geome­
tría pura. Pero, ¿en qué consiste la idea propia de Galileo? Su idea

155
fundamental es que, aplicando los métodos matemático-geométricos,
podremos descartar el sujeto en la consideración de la naturaleza; o sea
que, al contar y al medir, superamos la relatividad de la percepción
subjetiva. En todo lo que nos permite recurrir a figuras-límite se hace
posible una identificación absoluta. Y al obrar rigurosamente en ese
sentido excluiremos las perspectivas subjetivas, tan desconcertantes pa­
ra el astrónomo. Al hacer sistemáticamente abstracción del sujeto
no retendremos nada más que lo que pertenece a la naturaleza misma.
Terminaremos así por hacernos una imagen puramente objetiva de la
realidad.
Queda una dificultad. Gracias a las matemáticas y a la geometría
podemos captar la extensión y la cantidad de las cosas; sin embargo
sus cualidades perceptibles se nos escapan. Ellas no se prestan a una
aproximación “idealizante”. Los colores, sonidos, gustos, olores, no
tienen figuras-límite. Por lo tanto será imposible identificarlos de ma­
nera rigurosa.
Pero Galileo no retrocederá ante esta dificultad. Ya los antiguos
pitagóricos habían verificado la existencia de una relación constante
entre la longitud de una cuerda y la altura del sonido que ella produce.
Galileo irá más lejos. Postulará una interdependencia causal universal.
Según él todo lo que coexiste está en virtud de este mismo hecho,
coordenado por leyes causales. Ahora bien, los efectos de esta causali­
dad pueden ser determinados de manera matemática. El método de
aproximación “idealizante” puede ser aplicado no sólo a la realidad
estática sino también a sus cambios dinámicos.
¿No sería posible una tal determinación exacta respecto del mundo
concreto en su totalidad? Las matemáticas han permitido éxitos ines­
perados en el dominio de las formas. ¿Por qué les escaparía el domi­
nio de los contenidos cualitativos? ¿Acaso la naturaleza no es una
totalidad? ¿Por qué no sería determinable en todas sus relaciones?
Tenemos, en efecto, un método matemático-geométrico y no dos.
Ese método tiene una forma universal que comprende a priori todas
las cualidades extensas y las configuraciones reales y posibles. Lo que
él no pudiera determinar de modo directo le sería accesible de modo
indirecto. Y es evidente que no hay contenidos cualitativos sin formas,
ni formas sin cualidades. Por otra parte, hemos descubierto que todos
los acaecimientos del cosmos dependen unos de otros en virtud de la
causalidad universal. De ello se desprende que los contenidos cualita­
tivos han de obedecer a leyes causales al igual que las formas.
Una vez reconocidas estas tesis resulta tentador ir aun más lejos y
formular un nuevo postulado. Se postulará entonces que todo cambio
de los contenidos cualitativos es causado, de una u otra manera, por
un cambio de las formais. Notemos que este postulado es gratuito. No
es ni evidente en sí mismo, ni probado por nada. Sin embargo, en la
actualidad lo aceptamos sin más. Consideramos como evidente que lo
que percibimos subjetivamente como colores, sonidos, temperaturas, pe­
sos, son “en realidad”, oscilaciones del éter, vibraciones del aire, osdla-

156
dones moleculares, efectos de la gravitarión etc. Gracias a Galileo, el
mundo percibido redbió un índice matemático. Ello ocurrió en razón
de haber encontrado Galileo una forma apriórica para la causalidad
universal. “Idealizó la causalidad”, por así decir. Al obrar de este
modo, Galileo revistió el mundo vivido con un ropaje nuevo que le
sienta muy bien. Pero la tela de este ropaje está hecha de ideas. Es
lo que olvidamos; según Husserl messen wir so der Lebenswelt. .. ein
wohlpassendes Ideenkleid an * 5. Sin embargo, desde el Renacimiento
nos hemos habituado cada vez más a considerar este ropaje como la
persona misma. Tomamos por la verdadera naturaleza, por la realidad
objetiva, lo que es una construcción científica muy osada. He aquí los
efectos del positivismo cientificista.

La construcción del “hecho” en la episteme moderna

Dejaremos ahora los análisis de Husserl. Lo que nos ofrecen es una


tentativa notable de reconstruir los orígenes del cientificismo y del lo­
gicismo modernos. Sin embargo esta reconstrucción no se refiere a la
episteme moderna en su totalidad. Husserl sólo habla de las “huma­
nidades” para reprocharles el haberse dejado arrastrar, a su vez, por
el cientificismo6. Es verdad que trata extensamente de la psicología 7,
pero la examina desde un punto de vista por completo diferente. Sin
embargo, al principio Husserl tiene en vista la Wissenschaft (ciencia)
en general, o sea que comprende a la vez ciencias y humanidades 8. Ca­
bría preguntarse si la episteme en su totalidad no tiene un rasgo carac­
terístico general. ¿No habrá formas típicas, que reencontraremos en
todos los dominios de la investigación sistematizada’?
Se responderá quizá que lo que caracteriza a todas las ramas de
la Wissenschaft moderna es, precisamente, esa inclinación hacia la
matematización y la “formalización”, cuyos efectos desconcertantes Hus­
serl denuncia. Esta respuesta es correcta pero no exhaustiva. Una
fenomenología de la investigación científica mostraría que la matema­
tización sólo es llevada hasta el punto en que parece ser útil. Un botáni­
co, por ejemplo, verificará que tal flor está dispuesta en sombrilla y que
tal otra es corimbiforme. Pero no se le pregunte la fórmula geométrica
de una sombrilla o de una corimba. No la conoce y se ríe de ello. Pre­
cisamente se contenta con esa tipología intuitiva y global que Husserl
considera como característica de la edad pregeométrica de la humani­
dad. La situación es análoga en otras ciencias y en todas las humanida­
des. El sociólogo hablará corrientemente de un “grupo”, el psicólogo
de una “emoción”, el historiador de un “movimiento revolucionario”
y el hombre de letras de un “estilo elegante”. No se trata de dar las
definiciones de estas nociones importantes o de encontrar la fórmula
matemática de ellas. Lo que cuenta es la relación mutua entre los
* "Hacemos un ropaje de ¡deas a la medida del mundo vivido, que le sienta
muy bien”. [S.]

.157
miembros de una cierta comunidad de investigación. “El descubri­
miento es una mezcla de instinto y de método”, exclama Husserl ®.
Ahora bien, es el método el que se adapta al instinto y no el instinto al
método. Si el instinto juzga superflua la formalización ella no apare­
cerá. La exactitud del físico no es, pues, el rasgo significativo de todas
las disciplinas; es más bien la expresión más manifiesta de un proyecto
más fundamental.
Sin embargo, en toda “teoría” sistematizada, se trate de ciencias
o de humanidades, hay algo que hace pensar en el esfuerzo del agri­
mensor: es la tendencia a construir puntos de referencia rigurosamente
idénticos en el flujo de los fenómenos. Gracias a esta tendencia funda­
mental la episteme tiene una forma general que se encuentra en todos
sus dominios. Está basada sobre dos categorías: la de método y la de
hecho.
Comencemos por un examen de la noción de “hecho”. Para el
hombre de la calle “conocer ciertamente” y “conocer los hechos” son
dos expresiones rigurosamente sinónimas. Según la opinión general­
mente sostenida por el realismo objetivista y el positivismo, todo saber
está basado sobre la verificación de los “hechos”. Esta verificación
corresponderá, o a una sensación, o a una percepción, o a una obser­
vación. “Todos los buenos espíritus repiten, desde Bacon, que no hay
más conocimientos reales que los que reposan sobre los hechos obser­
vados”, exclama Augusto Comte 10 y los neopositivistas ni piensan en
abandonar este principio u . Pero no es tan fácil decir qué es un hecho.
Una cosa es segura: sólo se trata de hecho físico si hay coincidencia de
una realidad concreta con una figura-límite o una idea matemática.
Sin embargo, en el lenguaje del matemático, una “verdad establecida
de hecho” correspondería a un juicio deducido rigurosamente de ciertos
axiomas o de ciertos postulados 1~. Aquí hay divergencias notables entre
los representantes de las diversas disciplinas. La verificación, efectuada
por el botánico, de que tal flor es umbeliforme no tendrá ningún sentido
científico para el físico matemático; el anatomista considerará como
efusiones líricas las descripciones de su colega psiquiatra, etc. Parece,
pues, que se hacen, sentir considerables diferencias de nivel y de punto
de vista.
Sin embargo, en principio, todos los “hechos” responden a las mis­
mas exigencias fundamentales del espíritu humano:
1) Un hecho se refiere siempre a algo que es netamente discernible.
Es inútil insistir acerca de que no siempre el discernimiento se debe
a una observación. Lo que importa es que el hecho puede ser aislado,
de cualquier manera que sea, de la situación concreta o del contexto
abstracto del que forma parte. Pensemos, por ejemplo, en las investiga­
ciones del historiador. Para él es un hecho que Napoleón I nadó en
1769; pero no considerará como la verificación de un hecho la afirma-
dón de que Napoleón fue el genio más grande o el peor criminal que
haya producido Franda. ¿De dónde proviene esta diferenda? La prime­
ra verificación se refiere a una relación temporal aislada. La segunda

158
afirmación debería ser preparada por centenares de juicios previos
para poder ser defendida como tesis explícita al término de una larga
exposición histórica. La opinión del historiador, según la cual Napo­
león era un héroe sublime o un individuo vil, no podría ser separada
de una cierta concepción del hombre, de la sociedad, del mundo; ella
forma parte de un contexto definido. No podría ser presentada por
separado como una verificación.
2) Si el hecho es netamente discernible de su contexto es gracias
a otro rasgo característico: no cambia, no varía, no se modifica. Queda
invariable porque está acabado, cumplido, terminado en el pasado. Las
palabras “hecho”, factum, Tatsache, expresan todas ellas esta mis­
ma idea de un acontecimiento que se ha desplegado en el pasado y
cuyos efectos pueden ser considerados como definitivos. Que Napoleón
haya nacido en 1769 y que ayer haya llovido, son cosas que todos pueden
verificar [en francés constater]. Y este verbo constater, derivado del
latín constare, se refiere originalmente a algo firme que ya no se mueve
más. Lo contrario sería un ser que evoluciona, que se encuentra en
estado de “devenir”, que no está todavía acabado. “Lo que está hecho
está hecho”, según una locución típica; pero en tanto ignoramos cómo
termina un proceso, un acontecimiento, una acción, permanecemos
indecisos y no procedemos a una verificación. Que el boletín de califi­
caciones del niño X haya sido mediocre es un hecho. Nuestra opinión
de que el niño está dotado para la música no se refiere a un hecho,
porque ese talento está en plena evolución, debe desarrollarse todavía,
manifestarse. Tal manifestación, una vez acabada, podrá ser conside­
rada como un hecho y servir de argumento para probar el talento mu­
sical del niño.
3) Se ve entonces que sólo hablamos de un hecho en cuanto coexis­
timos de manera muy especial con los seres. Porque un hecho es un
objeto (o una relación objetiva) con el cual nos confrontamos. Nos
colocamos frente a una cierta totalidad para poder distinguir y deter­
minar hechos. Es, pues, gracias a una situación -privilegiada que tal ser
es “un dato” para nosotros. Donde la situación es esencialmente dife­
rente ya no es posible aislar datos. Supongamos que no somos especta­
dores confrontados con los objetos de nuestra curiosidad teórica, sino
egos que luchan con o contra un “tú”. Entonces nosotros mismos, sin
duda, formamos parte de una cierta totalidad. Mientras dure esa situa­
ción seremos incapaces de verificar nada.
Una vez más es el historiador el que está bien colocado para darse
cuenta de ello. ¿Por qué encuentra relativamente fácil escribir la cró­
nica de las guerras púnicas, mientras que le es casi imposible hacerse
una idea clara y sensata de los acontecimientos políticos contemporá­
neos? ¿Por qué sabemos enumerar con cierta seguridad a los grandes
poetas del siglo x v ii , mientras que nuestro juicio sobre los poetas actuales
es incierto y vacilante? Porque nosotros —yo y tú— hacemos juntos
la historia contemporánea. Y es esto lo que nos impide el retroceso
necesario para poder juzgar acerca de una totalidad de personas y de

159
acontecimientos. Ahora bien, una cierta distancia interior parece ser
una condición de posibilidad para aplicar categorías históricas. Donde
el retroceso es imposible, resulta difícil abrazar con la mirada una
situación, aislar los hechos y unirlos en una síntesis sistemática.
Entonces, ¿qué es un “hecho”? Es evidente que no tiene nada
que ver con una sensación. La afirmación basada sobre puntos de
vista sensualistas y atomistas ha sido abandonada desde hace largo
tiempo por la psicología misma. El hecho no corresponde tampoco
a una percepción. Ver una flor no es hacer una verificación botánica.
Es verdad que en ciertos casos el hecho es el producto de una obser­
vación. Pero es necesario agregar que cada ciencia define lo que en­
tiende por “observación” en su propio dominio. Una observación
astronómica, por ejemplo, debe satisfacer exigencias distintas que una
observación zoológica. A menudo el hecho no es el resultado directo de
una observación, sino que es deducido indirectamente a partir de ella.
También aquí los métodos difieren sensiblemente; el ejemplo del ana­
tomista y del psiquiatra lo prueba. Finalmente hay hechos que no
pueden ser probados por observaciones, como los hechos matemáticos.
Hay, sin embargo, otra categoría con la que se puede vincular, de
manera general, el concepto de hecho, es la categoría de “método”,
de “idea metódica” o de “idea experimental”. Esta es una vieja ver­
dad confirmada por testimonios nada sospechosos. “Los hechos son la
única realidad que pueda dar la fórmula a la idea experimental. . . ”
verifica Claude B ernard13, y Augusto Comte exclama: “Si contem­
plando los fenómenos no los vinculáramos inmediatamente con ciertos
principios, no solamente nos sería imposible combinar esas observacio­
nes aisladas. . . sino que. . . muy a menudo los hechos permanecerían
inadvertidos bajo nuestros ojos” M. Parece, pues, que para ver es
preciso ya saber lo que se va a ver; para buscar es preciso ya conocer
lo que se busca: ¿no es que un cierto Platón había pretendido tal cosa?
O sea que. con un poco de mala voluntad, se podría decir que en ciencia
el método es lo que sirve para verificar hechos y que inversamente el
hecho es aquello que se establece conforme a los principios de un método.
Sólo que esta fórmula sería simplista. Aplicar un método ■ —pala­
bra derivada del griego pera y ôôoç— es seguir un cierto camino. Aho­
ra bien, el que se decide a construir un camino determina de ante­
mano, en forma ideal o hipotética, la meta de ese camino. La idea
que él se hace del fin no es idéntica con el proyecto de alcanzar el
fin de una manera definida. Además, en el momento en que un mé­
todo es concebido, la meta teórica no es un hecho e incluso es dudoso
que llegue a serlo jamás. En el terreno de la investigación empírica
esto equivaldría al acabamiento completo de la disciplina en cuestión.
Por otra parte hay ciencias cuyo objetivo es infinito. Basta pensar
en la geometría, que tiene la pretensión de construir a priori todas
las configuraciones espaciales pensables.
Con todo, es verdad que no se podría describir un “hecho” sin

160
apelar a la categoría de “método”. El método es, por así decirlo, un
camino que estamos en vías de construir para alcanzar una meta leja­
na. El hecho es entonces comparable a un lugar que, al presente, ha
sido alcanzado por los obreros constructores. Hechos son todos los lu­
gares situados a la vera del camino metódico. Pero al mismo tiempo
los hechos son jalones que sirven para orientar a los constructores.
Y es por esto que todo hecho facilita el descubrimiento de un nuevo
hecho. Una vez que la dirección metódica ha sido sólidamente esta­
blecida, el trabajo de los obreros constructores se transforma en una
rutina.
Corrijamos, pues, aquella fórmula. No es correcto decir que el
método ha sido inventado para fabricar hechos. Por el contrario, es
absolutamente cierto que un hecho es lo que ha sido establecido según
las reglas de una idea metódica.

La miseria del hecho

Parece entonces que todo hecho corresponde a una regla convencional.


No decimos que esta convención sea arbitraria. Por el contrario, es
una tentativa seria y a veces ingeniosa para hacer coincidir la realidad
con una idea directora. Pero ella es siempre artificio, construcción,
creación. Tomemos un hecho sociológico y geográfico: la ciudad de
Nimega tiene 120.000 habitantes. Para poder hacer esta verificación
es preciso trazar en alguna parte una línea abstracta que separe la
ciudad de las comunas vecinas. Ahora bien, este límite es muy discu­
tible. Los habitantes del barrio Lent, por ejemplo, tienen carácter ru­
ral; sin embargo, se los cuenta entre los ciudadanos. ‘ Se terminará por
finiquitar toda discusión declarando: necesitamos un límite. Esto equi­
vale a decir que necesitamos una regla convencional para orientar nues­
tra teoría pura (sociológica, geográfica), y aplicada (administrativa, ju­
rídica, fiscal). '
A fortiori todo hecho psicológico es un hecho construido; debe
su existencia a un método más o menos reconocido. Los psicólogos que
verifican que tal niño tiene un cociente de inteligencia de 90 se entien­
den. Conocen el valor relativo y la imperfección relativa del método
que sirvió para construir ese hecho. En consecuencia, se comprenden
entre ellos. Esto les basta. Interrogado acerca de lo que era la inteli­
gencia, Binet respondió: “La inteligencia es lo que mis tests miden”.
Por otra parte es claro que los sabios sólo verificaran los mismos hechos
si están de acuerdo acerca de la idea metódica. Pensemos en un ejemplo
ilustre. Los médicos Freud y Adler trataban la misma clase de clientela
y en la misma época. Pero jamás ocurrió que Freud diagnosticara un
complejo de inferioridad, ni que Adler descubriera un complejo de
Edipo. Los hechos eran distintos porque las ideas metódicas diferían
esencialmente.
Se podría proceder a verificaciones análogas en relación con otras

161
ramas de la episteme, tanto ciencias como humanidades. Pero lo que
acabamos de alegar basta para mostrar que todo hecho es una construc­
ción del espíritu humano. En consecuencia, si los representantes de
una disciplina hablan un lenguaje científico absolutamente unívoco es
porque han delimitado rigurosamente su universo del discurso. En el
marco de este universo artificial todo concuerda, precisamente porque
está construido para concordar. Si los representantes de otra disciplina
no se comprenden perfectamente entre ellos, es porque la delimitación
de su universo del discurso es insegura. Si los filósofos no se entienden
en absoluto es porque, por principio, ellos no podrían limitar su uni­
verso del discurso. En consecuencia los positivistas se equivocan cuando
presentan a los sabios como filósofos modelos. Lo que es normal en
ciencia, sería una estrechez o una ceguera en filosofía. Husserl tenía
razón cuando decía que lo que el positivismo propone equivaldría a la
“decapitación de la filosofía” 15.

Grandeza del hecho

Entonces, ¿qué es la ciencia? De nuestros análisis fenomenologicos se


desprende que la ciencia corresponde a un triple proyecto. Es evi­
dente que la teoría en general es un proyecto fundamental, que luego
cada ciencia constituye un proyecto particular y que a su vez la
idea metódica es también un proyecto subordinado. Cada proyecto
particular corresponde a una elección fundamental: elección de entrar
en el mundo con un estilo especial y al mismo tiempo elección de sí
mismo como sujeto de ese mundo. Ahora bien, parece que todos los
proyectos se equivalen. Hacer investigaciones teóricas o enriquecerse,
hacer carrera o divertirse, ninguna elección tendría más sentido que
otra. No discutiremos evidentemente el valor ético de esta máxima.
Pero podría ser que el esfuerzo teórico general de la humanidad pose­
yera un carácter de necesidad tal que nos prohibiera considerarlo como
un proyecto particular cualquiera. Puede ser, incluso, que el “hecho”
desempeñe un papel definido en el marco de este esfuerzo.
Reconozcamos ante todo que la investigación del hecho no es una
especialidad de la ciencia moderna. En todas partes donde hay una
episteme —pura o aplicada—, hay también verificaciones. Esto vale
tanto para la ciencia de los antiguos egipcios y chinos como para la de
ios griegos. En la antigüedad los inventores descubrían métodos para
orientarse en los viajes, para curar a los enfermos, para construir edi­
ficios, para observar a los astros; por lo tanto, verificaban o creían veri­
ficar. Husserl tiene razón al recordar que la primera medida del agri­
mensor consistió verosímilmente en el hecho de que introdujo una
terminología unívoca para designar las montañas, ríos y ciudades de
su país. Al actuar así aisló, identificó, proporcionó hitos seguros.
Por otra parte no podríamos prescindir de los “hechos” en la vida
precientífica. Estos hechos difieren mucho de los datos científicos. Su-

‘162
pongamos que encontramos al señor X y éste nos disgusta; desde ese mo­
mento nos esforzamos por justificar nuestra antipatía. Vamos a la bús­
queda de hechos. Recordamos que X tenía tal hábito molesto y que ha­
bía cometido tal torpeza. Estos actos constituyen hechos a los que
podríamos apelar delante de otros. Y porque son intersubjetivamente
válidos tienen también cierto peso para nosotros mismos. Nos sirven
para motivar nuestra antipatía.
En última instancia, comenzamos a construir hechos desde que
se empieza a hablar. Desde el momento en que nos servímos de un
signo para designar siempre en el mismo sentido objetos de la misma
especie, aplicamos un método primordial. El resultado de este método
será la verificación —por otra parte muy elemental—- de que todos
los A son A.
Es verdad —y nuestro ejemplo lo muestra claramente— que la
teoría interesada de la vida cotidiana no podría ser comparada sin más
con la episteme pura. Es verdad también que el método científico es más
sistemático, más racional, más crítico que los procedimientos ingenuos
del Lebenswelt. Sin embargo, pese a estas diferencias importantes,
no se podría negar la existencia del hecho precientífico.
Se podría incluso sostener que el hecho científico presupone el hecho
deh mundo vivido. Sin abstracción no hay abstracción teórica, sin len­
guaje, no hay lenguaje erudito, sin el método primordial de designa­
ción no hay clasificación científica. Surge de esto que la construcción
del hecho responde a una necesidad originaria del espíritu humano.
Constituye una fase inevitable del acto por el cual el hombre constituye
el mundo.
Pues, como hemos tratado de mostrarlo en otra p arte16, lo que
en fenomenología llamamos “mundo” tiene siempre la misma estructura
elemental. Consiste en un núcleo de verdades establecidas de hecho
(o lo que se considera como tal). Pero el núcleo de facticidad tiene
horizontes de no-factiddad. El horizonte es la realidad adivinada, vaga­
mente anticipada, concebida de manera global y emotiva. Tiene siem­
pre un timbre afectivo más o menos marcado mientras que el núcleo
es la red de verificaciones consideradas como objetivas. Entre núcleo y
horizonte hay relaciones definidas que no podríamos describir en este
contexto.
Si el espíritu humano llega necesariamente a construir hechos, se
impone la pregunta por el fundamento de esa necesidad. Desde el punto
de vista filosófico ésta es una cuestión decisiva. ¿Hay que considerar el
hecho como un paralogismo kantiano, es decir, como una ilusión uni­
versal, necesaria, pero sin embargo denunciable? O bien, en el estilo
del idealismo objetivo, ¿hay que clasificarlo entre las fases necesarias
del desarrollo de la razón absoluta, fase que sería seguida, integrada
y superada por las otras? O, finalmente, ¿el “hecho” sería un producto
del espíritu-razón enemigo del alma, para hablar como Klages?
Volvamos a los análisis de Husserl. En el mundo vivido las cosas
concretas son reconocidas y manipuladas por medio de una tipología

163
intuitiva y subjetiva; su identidad no es absoluta, su ipseidad varia
incluso en el curso de una duración restringida. Husserl opone este
estado de cosas a la necesidad del geòmetra de proceder a una identifi­
cación rigurosa17. Comparemos esta descripción con nuestros propios
análisis del fenómeno “hecho”. Hemos verificado que cada hecho es
netamente discernible de todos los otros hechos, y a fortiori, de todo
lo que no es facticidad. El hecho es, pues, rigurosamente idéntico a sí
mismo y absolutamente único. Corresponde a la definición clásica de
la unidad puesto que es indivisum in se el divisum ab alia. Además
el hecho es invariable, no cambia o no cambia más. Finalmente, no
podríamos verificar hechos sin tomar una cierta distancia. Es sólo
gracias a una distancia que podemos captar una totalidad en el marco
de la cual los hechos serán determinados en función de sus relaciones
mutuas.
Ahora bien, parece que el hombre que constituye un mundo no
podría prescindir de puntos de referencia. Estos puntos de referencia
los quiere idénticos, únicos, invariables y tales que por sus relaciones
mutuas constituyan una cierta totalidad. Evidentemente los hombres
se engañan en lo que concierne a la identidad de sus puntos de apoyo;
se hacen ilusiones acerca de su inmutabilidad; olvidan con gusto que
la totalidad de sus sistemas respectivos sólo es muy relativa. No por ello
deja de ser verdad que lo que Husserl describe corresponde a una
aspiración fundamental y necesaria de la humanidad. El hombre no
puede dejar de construir puntas de referencia ideales. Y no podría
construirlos sin que poseyeran ese carácter de identidad, de unicidad,
de invariabilidad y de totalidad que hemos caracterizado. Esto equivale
a decir que cada hecho —o cada sistema de hechos— tiene la preten­
sión de ser un microcosmos de verdad. Es en este sentido que se debería
hablar de la grandeza del “hecho”. Pero esta grandeza no se debe a la
facticidad del hecho, sino al esfuerzo que culmina en su construcción.
Ahora bien, este esfuerzo no existe de hecho, sino necesariamente.
Aquí tropezamos con una objeción de principio. ¿No es contradic­
torio hablar de un esfuerzo necesario? ¿Acaso esfuerzo no quiere decir
concentración libre y espontánea de todas las fuerzas? Y, por otra parte,
¿acaso “necesidad” no es un sinónimo de “coacción”?
El filósofo no aceptará esta alternativa. Dirá que hay un nivel
ontològico donde necesidad y libertad se confunden. En este nivel los
términos “elección”, “proyecto”, “decisión”, etc., son inutilizables. Pe­
ro es importante delimitar este dominio. Para mostrarlo basta volver
al problema que nos hemos planteado: la ciencia moderna, tal como
la hemos descrito, ¿es un proyecto humano como cualquier otro? Sin
ninguna duda. Hacer ciencia, hacer el amor, jugar, son proyectos que
se equivalen. Pero no se dirá lo mismo respecto del esfuerzo teórico
en general. El hombre no es libre en cuanto a hacer o no hacer este
esfuerzo. No es libre para elegir la forma general de su teoría. No es
libre para no buscar la verdad. O más bien la busca libre y necesa­
riamente. Y puesto que la búsqueda de la verdad tiene un sentido

164
preciso para el hombre, de ello surge que hay un sentida para el hom­
bre que no es debido a una “Sinngebung” (donación de sentido), hu­
mana. El hombre no es, pues, la medida de la verdad; por el contrario,
debe crecer para estar a la medida de la verdad. La historia del indi­
viduo humano y la historia de la humanidad testimonian este esfuerzo
de crecimiento. El historiador nos dirá que el Ideenkleid (ropaje de
ideas) de la episteme, tal como la conocemos, no es más que una forma
particular, imperfecta y fácilmente engañadora, que el esfuerzo teórico
ha revestido en el curso de la evolución cultural europea. Pero esto
no excluye que la búsqueda de la verdad sea para el hombre un fin
perseguido con una libertad entusiasta y —para hablar como Husserl—■
un telos necesario.

N O T A S

1 Editado por Walter Biemel, La Haya, 1954, abreviado: Krisis.


2 Sirviéndome de un término husserliano, me tomo la libertad de traducir
como epistem e el término W issenschaft , que tiene una connotación mucho más
amplia que el francés science.
3 Loe. cit., pág. 3.
4 No discutiremos aquí los méritos históricos de las tesis de Husserl.
5 Loe. cit., pág. 51.
•$ Véase su conferencia de 1935 titulada: D ie Krisis des europäische M ens­
ch entum s u n d die Philosophie; loe. cit., pág. 314-348, sobre todo pág. 316.
7 Loe. cit., págs. 191-270.
S Loe. cit., pág. 20.
9 Loe. cit., pág. 39.
10 Principes d e philosophie positive, París (Baillère), 1868, pág. 92.
11 Véase, p. ej., Alfred-Jules Ayer: Language, T r u th an d Logic, 2^ ed.; Lon­
dres (Gailancz), 1948, págs. 35, 36. y
12 Es verdad que en ese caso Husserl hablaría de una Sachverhalt antes
que de un “hecho”.
13 In tro d u ctio n à la m édecine expérim entale, Paris (Levé), 1900, pág. 85.
14 Cours de p h ilosophie positive, 5^ ed., Paris, 1907, t. I, pág. 5.
15 Loe. cit., pág. 7.
16 Das G em üt, G rundgedanken zu einer phänom enologischen P hilosophie u n d
T h eo rie des m enschlichen Gefühlslehens, Utrecht-Anvers-Friburgo, 1956.
IT Loe. cit., págs. 22-24.

165
DISCUSION

M. Minkowski

Anteayer S. Strasser me calificaba como cientiíicista, aunque por un


lapsus. A mi turno voy a tomarme en el mismo sentido una pequeña
revancha, preguntándole por qué parte de la miseria del hecho para
terminar por su grandeza y no a la inversa. Pues la grandeza, en su
grandeza, permanece grande y amenaza hacer caer el “resto” en la mi­
seria. Sin embargo, es este resto lo que nos interesa en primer lugar.
Ciertamente la grandeza se encuentra limitada en parte por el “mi­
crocosmos de verdad”; pero este microcosmos pretende a veces ser
el macrocosmos, y de nuevo se plantea todo el problema, pues por aquí
se abre la puerta a las investigaciones fenomenológicas.
Un paréntesis de orden lingüístico acerca de lo que los términos
empleados hecho y hacer parecen querer decir por sí mismos; más
curioso y significativo es el vocablo alemán Tatsache, en el cual hay
Tat-, desde este punto de vista es instructiva la confrontación entre
tatsächlich y sachlich donde este último término parece querer la Sache.
De este modo aparece indicada la parte activa tomada en la “construc­
ción” del hecho.
Para poner en evidencia lo que no pertenece al dominio de los
hechos, S. Strasser nos habló en primer lugar y a título de ejemplo
de la fecha de nacimiento de Napoleón y de la manera en que pode­
mos apreciar su persona, o aun de la manera en que reconstituimos
el pasado, y si es el caso hacemos un juicio sobre los hechos así recons­
tituidos. En segundo lugar, nos habló de la imposibilidad en que nos
encontramos de adoptar la misma actitud respecto del presente, en
el cual estamos sumergidos, respecto de los acontecimientos y personas
de la época contemporánea. Esto es exacto, y la noción de retroceso
histórico encuentra allí su sentido. Pero estos ejemplos no parecen ago­
tar el problema, ni quizá tocar siquiera su aspecto más importante.
Si nos preguntamos, por ejemplo, los datos inmediatos, la duración vi­
vida, ¿son hechos o no?, me inclino hacia una respuesta negativa.
Strasser habló del flujo de los fenómenos, y este flujo, con la perspectiva
dinámica que comporta, no parece pertenecer al dominio de los hechos.
Pero justamente nuestras miradas se vuelven hacia esos datos inme­
diatos, hacia ese flujo.
Para caracterizar la manera en que “se construyen” los hechos,
en que se los aísla, he hablado de denudación. Cada ciencia pone su

166
objeto, pero al hacerlo, ya desde el punto de partida, lo aparta del
flujo de los fenómenos; luego prosigue su camino. Evidentemente está
lejos de nosotros cuestionar la grandeza de la ciencia ni la manera
en que ella nos enriquece. Pero no queremos descuidar aquello que
ha sido puesto de lado en el punto de partida y nuestra mirada se di­
rige nuevamente en esa dirección. Suelo decir, de una manera esque­
mática, lo sé: la poesía (en el sentido amplio del término) pertenece
a la vida con el mismo título que la prosa y queremos igualmente in­
cluir en nuestras investigaciones esta “poesía”, buscando los métodos
apropiados a su naturaleza.

S. Strasser
No estoy en desacuerdo.

L. Compton
Mis observaciones se apuntan a una clarificación y especificación del
concepto de “hecho” dado por Strasser. Usted ha resumido los aspectos
constitutivos de un “hecho” como tal. Un “hecho” debe ser aislable,
invariable en sí mismo, y dado como un objeto confrontado. Me pre­
gunto si no ha dejado de lado un aspecto muy importante para la
determinación del hecho, a saber, su relación “causal”, como diría
Kant, con otros hechos. No insisto de ningún modo sobre la causalidad
como tal, sino sobre su principio de una relación estable entre hechos.
Un hecho debe permitirnos, para ser “hecho” y superar sus aspectos
individuales, movemos de un hecho a otro, según el contexto, histó­
rico, psicológico o físico. Me parece que la falta de esta determinación
del hecho es una laguna importante.

S, Strasser

Creo, profesor Compton, que hay un cierto malentendido entre noso­


tros. Al decir que la característica del hecho es su aislabilidad no he,
querido decir que cada hecho deba ser aislado de todo otro hecho,
esto es imposible. Un hecho no existe, sino que siempre hay sistemas
de facticidad. Creí haber sido bastante claro al .hablar de un micro­
cosmos de facticidad. Por consiguiente, el hecho está aislado de lo que
no es facticidad, pero no está aislado de otro hecho. Respecto de la
otra cuestión planteada, a saber si esta estructura relaciona! debe ser
una estructura causal, evidentemente éste ha sido el camino de la física
y generalmente de las ciencias naturales desde Galileo. El análisis no­
table de Husserl muestra que el método de Galileo consiste en consi­
derar la causalidad como universal y una, y en matematizarla dándole
un índice matemático. Pero, fuera de la causalidad, hay muchas rela­
ciones que pueden constituir hechos. Husserl menciona, por ejemplo, la

167
izquierda y la derecha, el abajo y el arriba, el antes y el después. To­
do esto es ya un proyecto para introducir un cierto orden en los hechos.
Y creo que nos equivocaríamos limitándonos a la relación causal.

F. Dussort
Desde el comienzo de su exposición Strasser nos recuerda que Husserl
puso fin al dominio del positivismo y del neokantismo en Alemania
y a partir de este último término piensa sin duda en la ilustre escuela de
Marburgo. Por otra parte, nos presenta su exposición como “medi­
tación fenomenològica”. Entiende, pues, superar el plano en que se
movía el neokantismo, apoyándose en Husserl.
Y, sin embargo, el leitmotiv de su exposición, ¿no es el tema
predilecto del positivismo y del neokantismo (pienso, por ejemplo, en la
bella obra de 1910 de Cassirer, Substanzbegriff und Funktionsbegriff)?
Planteo, pues, al profesor Strasser, dos preguntas que encierran el
mismo problema: 1) ¿en qué sentido, según él, la fenomenología no
sólo ha suplantado de hecho sino recusado de derecho al neokantismo,
digamos de Marburgo?; 2) ¿en qué sentido su meditación es específi­
camente fenomenològica?

S. Strasser
Esta pregunta es extremadamente interesante y sería necesario hablar
más largamente sobre ella. Hay una frase célebre de E. Fink: “Husserl
no estuvo jamás cerca del neokantismo”. No sé si se puede decir
“jamás”. En un principio hubo relaciones estrechas, por ejemplo,
entre Husserl y Natorp. Que posteriormente esto quedó superado,
estoy absolutamente seguro y se lo puede demostrar de diferentes ma­
neras. Por mi parte me limitaré a demostrarlo de una manera decisiva.
El neokantismo en general —Cassirer es un caso un poco especial—
se ocupa de un problema fundamental, y este problema es en el fondo el
mismo del antiguo positivismo: ¿cómo es posible la ciencia? Aquí la
ciencia es un dato aceptado sin más, se trata solamente de sus condi­
ciones de posibilidad. Y no se puede dudar de que Husserl desde sus
primeros escritos fue mucho más allá y vio perfectamente que la cien­
cia es un fenómeno de extrema importancia, pero que es sólo un fenó­
meno, y que los fundamentos de una filosofía no deben ser buscados'
en una ciencia ejemplar, sea la de Newton o la de Einstein. Así, pues,
según creo, se puede decir que Husserl pone fin a este problema in­
fructuoso y bastante poco filosófico.

R. Ingarden
En lo que concierne al problema de la “construcción” del hecho, es
preciso conceder que en los “hechos” de que trata la ciencia, cual-

168
quiera que sea la medida en que se los deba considerar como datos, hay
sin embargo un elemento construido. Pero, primeramente, ese ele­
mento se reduce a la elección de un objeto de investigación y de aquello
que en este objeto es puesto de relieve a título de hecho esquemática­
mente tratado; luego, a la delimitación de las clases de hechos que
deben ser conocidas. También aquí se encuentra aun un elemento de
arbitrariedad y de relatividad con respecto al sujeto cognoscente. Pero
desde que, por una parte, se está atento a proseguir las delimitaciones
según los casos “clásicos”, a tratarlas como totalmente provisionales, y al
mismo tiempo a tener también en cuenta los casos límites, pero igual­
mente a comparar entre ellos los conocimientos adquiridos por vías
diferentes y según diversas delimitaciones, la constructibilidad de las
delimitaciones no cesa de restringirse y ejerce cada vez menos su perju­
dicial influencia sobre los hechos.

J. Linschoten

Strasser nos dice que todos los hechos son construcciones del espíritu
humano y que todo hecho debe su “grandeza”, como esbozo de un mi­
crocosmos de verdad, al esfuerzo constructivo. Pero normalmente esta
concepción debería conducir al positivismo, en la medida en que des­
cribe el hecho como un producto final, como un resultado de los proce­
dimientos científicos. Lo que da sobre todo esta impresión es la ma­
nera como usted habla de la psicología, como si la psicología se
contentara con construir hechos. En este caso, sería el fin de la psi­
cología fenomenològica. ¿Por qué se construyen hechos? ¿Cuál es la
intención, quizá sedimentada y olvidada, que se encuentra originaria­
mente en la base de la marcha científica en tanto construcción de
hechos? ¿Qué significa esto, sino que entendemos llegar a la aprehen­
sión de significaciones? Si establecemos hechos es e& razón de su signi-
ficabilidad. Si los reunimos para que constituyan un conjunto estruc­
turado es porque este conjunto estructurado constituye, por así decir,
la red en la que vienen a quedar prendidas las significaciones. Pero
esto implica que una teoría del hecho es necesariamente insuficiente,
si no estudia el hecho en correlación con su aspecto significativo. En
la construcción de los hechos se establece algo significativo, de tal modo
que la significación se vuelve clara.

D. K. Kuypers

Mis observaciones se vinculan muy estrechamente con las de Líndscho-


ten. Con la diferencia, empero, de que, respecto del establecimiento de
los hechos, la posición del historiador es totalmente diferente de la del
psicólogo.
Lo especialmente importante en la exposición de Strasser es el

169
recha20 del prejuicio según el cual reducir la ciencia al establecimiento
de hechos sería puro positivismo. Es cierto que este establecimiento de
hechos es muy a menudo una tarea fatigosa, sobre todo para el histo­
riador, pero en general en el terreno de las ciencias del espíritu. Jamás
se subrayará bastante que aquí no se parte de hechos, como demasiadas
personas lo suponen, sino que estos hechos son el resultado de un tra­
bajo frecuentemente extenuador. Se podría tomar como ejemplo tanto
el establecimiento de la fecha de nacimiento de Platón como el de la
fecha de nacimiento de Cristo.
Pero, incluso si se admite plenamente esta verdad se puede, sin
embargo, dudar de que en esa forma quede perfectamente definida la
tarea propia de la ciencia histórica y de las ciencias del espíritu. Creemos
poder negarlo y es posible que Strasser no esté en desacuerdo con nos­
otros. Pues no se podría separar el establecimiento de los hechos de su
interpretación, es decir de la exégesis de su sentido. También es cues­
tión de interpretación lo que se entiende por hecho y no siempre se lo
ha entendido de la misma manera. Para los griegos los mitos eran cierta­
mente hechos históricos: ya no lo son para nosotros. No se puede, pues,
decir que la interpretación se agrega al establecimiento de los hechos
como una tarea suplementaria. Por el contrario, la hermenéutica es
fundamental para todo el método de las ciencias del espíritu y más
bien se debe decir que en ellas siempre se trata de la exégesis del
sentido de los hechos.
Uno no puede limitarse, como lo pretenden los positivistas, al
establecimiento dé hechos, sin preocuparse de su sentido, como tam­
poco se puede interpretar el sentido de los hechos sin establecerlos
exactamente. Pues ya el establecimiento de los hechos se funda en la
interpretación y no es más que el resultado de ella, como ya lo he dicho.

E. Levinas

Hay un punto que me ha interesado en especial. Usted ha planteado


el problema de la relación entre el hecho y el método. El hecho re­
mite al método, y el método, si no es arbitrario, remite al hecho. Y
Ud. ha extraído de esto algo muy importante, que no ha sido todavía
señalado: la existencia de una Sinngebung (donación de sentido),
que no viene del sujeto, sino que es anterior al sujeto. Quisiera saber
de quién viene. ¿Qué significa esta Sinngebung que no es de origen'
personal? ¿Es que quiere simplemente remitir a la concepción
heideggeriana del ser que habla al hombre y que presta el sentido pri­
mordial que no es prestado por el hombre? ¿O es que, por el contrario,
usted aceptaría la idea de una primera Sinngebung que no viene del
hombre sirio que viene del otro, que tiene siempre para mí un sentido
que yo no le he dado, que es —como yo digo— un. rostro? Y el sen­
tido que el rostro tiene para mí no es réductible al hecho, el cual
remitiría al método; sino que tiene de inmediato la estructura de una

170
obligación moral, de una puesta en cuestión del sujeto. De suerte que
en la actitud moral me encuentro delante de algo completamente exte­
rior y rompo el'círculo vicioso.

P. Volkmann-Schluck

Muy brevemente quisiera formular tres tesis, sujetas por cierto a refu­
tación.
En primer lugar: opino que el concepto de hecho aparece, ante
todo y solamente, en el campo del pensamiento moderno, y más pre­
cisamente en el campo constituido por un procedimiento perfectamente
determinado, que consiste en autenticar un conceptas mentís en cuanto
ley, de tal modo que el carácter de ley de esas leyes pueda aplicarse,
con diferentes desinencias según la naturaleza de las estructuras reales.
Este campo no ha existido siempre y no existe simplemente como tal,
pero se ha constituido y no deja de constituirse gracias a una deter­
minada actitud fundamental de la razón humana, actitud que encon­
tramos en Descartes y la cual consiste en que esta razón, por un reenvío
representativo, refiere su actitud básica a ella misma. Y es por esto que
ni en la Edad Media ni en la antigüedad existía ni podía existir ningún
hecho.
En segundo lugar se puede verificar también una especie de reflejo
de este proceso en el concepto vulgar de hecho. Que yo haya pagado
mis cuentas no es un hecho, pero puede llegar a serlo. Cuando alguien
afirma: es un hecho que he pagado mis cuentas, yo quisiera creer
que efectivamente las ha pagado, pero sospecho que esa persona necesita
presentar como un hecho que las ha pagado. Si yo afirmo que las he
pagado, es porque ello ha sido puesto en duda. En otros términos,
en la vida corriente llega a ser un hecho aquello qui tengo necesidad de
probar, por ejemplo, en este caso particular, mediante un recibo.
En tercer lugar: ¿se puede atribuir el carácter de hecho, en tér­
minos absolutos, a un acontecimiento pasado, esto es, al objeto de la
investigación histórica? Si se piensa en la loroQÍa griega se percibe que,
por ejemplo, en Heródoto, su tema eran los grandes cambios del destino,
que se trataba de conservar la memoria de esos cambios contra la atrofia
de la memoria, y que no se trataba entonces de hechos; y lo mismo ocu­
rre en Tucídides. Por el contrario, la historia moderna da lugar al hecho
como a un elemento esencial, pero sólo como a u n elemento; en cuanto
historia moderna, justamente está obligada a proceder a una crítica de
las fuentes, a autenticar los acontecimientos; y esto es lo que la hace
moderna. Diría que solamente en la historia moderna encontramos
algo así como hechos, pero no en el sentido de que la historia como tal
se reduciría a la investigación de esos hechos. Me parece que en !a
exposición de S. Strasser el concepto de hecho queda vago e indeter­
minado.
Leslie J. Beck
Los pasajes donde S. Strasser examina la noción de “hecho” tienen,
para un oído ingles, la resonancia de una melodía bien conocida y qui­
zás amada. Podrían haber sido escritos por Bradley en Logical Studies,
por Bosanquet en The Logic, por Joachim en The Nature of the Truth.
Todos ellos y toda la escuela neohegeliana de Oxford están de acuerdo
en decir y repetir que el hecho, y sobre todo el hecho científico, en el
sentido de la episteme, debe su existencia misma a una regla conven­
cional. El hecho histórico, por ejemplo, es una convención debida a los
historiadores que definen los límites de su propio dominio; ocurre lo
mismo con los geólogos, los biólogos, etc. Pero la diferencia entre
Strasser y los neohegelianos es que estos últimos afirman que el hecho
es una “abstracción” del espíritu humano, pues los científicos limitan,
por convención o incluso por necesidad práctica, y todo límite es una
negación, negación de un aspecto de la realidad total de la experiencia.
Se niegan, como Husserl, a decapitar la filosofía; están de acuerdo en
decir que los filósofos no podrían limitar su universo del discurso.
¿Estaría de acuerdo el profesor Strasser en decir que los “hechos” de
la ciencia, como por otra parte los “hechos” del hombre ordinario, son
“recortados” en el todo de la experiencia vivida y que tanto podemos
decir “destruir” por limitación como “construir”? ¿Destruiríamos por
limitación al dejar de lado elementos del todo? ¿Es que la palabra
“construcción” está bien elegida para describir tal proceso? El cientí­
fico analiza, el filósofo sintetiza.

B. Koufaridis
Quisiera referirme al último punto encarado por Strasser: a saber, que
la investigación de la verdad es para el hombre un telas necesario y
enlazado, en Husserl, con la idea de la teología de la razón, comple­
tamente diferente de la entelequia aristotélica. La razón es una posibi­
lidad abierta al futuro, una posibilidad abierta al infinito.
Pero la razón tiene también su facticidad, que es diferente de la
del hecho. ¿Cuál es esta diferencia? ¿Significa una ruptura entre dos
facticidades totalmente heterogéneas o se trata de una facticidad
de la razón como facticidad profundizada? Esta es mi pregunta. Toda
investigación de los hechos posibles está fundada, en última instancia,
sobre esta facticidad de la razón. La facticidad de los hechos no es
diluddable sin plantear previamente una pregunta: ¿qué es la facti­
cidad de la razón misma o la facticidad en general? Es a la luz de esta
facticidad que se origina toda idea de factum.

J. Wahl
Quisiera simplemente decir tres o cuatro cosas que no han sido dichas.
Ante todo quisiera preguntar si es verdad que el neokantismo ha sido

172
tan infructuoso y poco filosófico como se ha dicho. Quisiera rendir
un modesto homenaje al neokantismo.
En segundo lugar, se ha empleado en la discusión la idea de cau­
salidad. No podemos dejar de recordar que ciertos filósofos han pen­
sado que la idea de causalidad es una idea antiquated, una idea supe­
rada por la ciencia, en provecho, por ejemplo, de la ley o de la función.
En tercer lugar, quisiera preguntar si las ciencias no matemáticas
son, en el fondo, ciencias en el mismo sentido que las ciencias mate­
máticas. Siento, en los que se ocupan de ciencias, un impulso a ma-
tematízarlas lo más posible. Quizá los medios que emplean no son
todavía los buenos medios. Pero me parece que la episteme es la
episteme matemática.
Y quisiera finalmente hablar de una transición: “Esta grandeza no
es debida a la facticidad del hecho, sino al esfuerzo que culmina en su
construcción”, dice Strasser. “Luego, este esfuerzo no existe de hecho
sino necesariamente”. Aquí topamos con una objeción. Se trata de
ver cómo la necesidad puede a la vez ser libre. Pero no se ha probado
que el esfuerzo exista necesariamente. En verdad toda la idea de nece­
sidad podría ser cuestionada.

S. Strasser

Me encuentro en una situación muy difícil. Al tener que responder a


todos mis interlocutores en muy poco tiempo, temo no hacer justicia
a ninguno e incluso olvidar a alguno. Tomemos, ante todo, la inter­
vención de M. Levinas: relación hecho-método, relación método-hecho.
¿No hay aquí un círculo? Sí, evidentemente. Pero, alentado por un
cierto Heidegger, acepto ese círculo. La Sinngebung que no viene del
hombre no viene tampoco del hombre colectivo. La Sinngebung que
no viene de la historia individual del hombre no viene tampoco de
la historia colectiva de la humanidad, porque esë Sinn es lo que cons­
tituye al hombre como hombre. Se ha visto correctamente que hay un
parentesco entre mi pensamiento y el de Heidegger.
Para responder a Volkmann-Schluck diré que él aporta un ajuste,
desde el punto de vista cultural e histórico, que me parece muy valioso
en cuanto se trata de un estudio lingüístico o semántico. Pero si supe­
ramos el nivel de tal estudio y ampliamos esta noción de hecho, si
vemos allí algo muy fundamental, creo que puedo defender mi tesis.
No tengo grandes luces acerca de la Edad Media, pero recuerdo a un
cierto Tomás de Aquino que decía, por ejemplo, en sus pruebas sobre la
existencia de Dios: Oculis videmus. Hay movimiento porque lo vemos
con nuestros propios ojos. Explícitamente la palabra factum no está
allí, pero sí está implícitamente. Y esto me parece muy importante.
Al igual, por lo que se refiere a las investigaciones físicas que encon­
tramos ya en la cultura griega, dudo de que, por ejemplo, Arquímedes no
haya operado con una noción al menos implícita de hecho. Agrego que

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estoy de acuerdo en que la noción de hecho tal como la utiliza la cien­
cia actual, con todos sus matices y todo su contexto filosófico, tiene
orígenes cartesianos. No dudo de ello. Pero la noción de hecho que
encontramos ya incluso en el Lebenswelt me parece todavía más fun­
damental.
Me alegra saber, gracias a L. Beck, que un hombre tan importante
como Bradley haya dicho ya algunas de las cosas que yo me atrevo a
decir. Sólo que —y ésta es la gran diferencia entre el enfoque neo-
hegeliano y el enfoque fenomenològico— lo que yo he tratado de des­
cribir es precisamente el origen, la génesis del hecho. Y la génesis es
lo contrario de una ruptura, es lo contrario de una destrucción. No
creo, pues, que destruyamos algo al construir hechos. Desnudamos, em­
pobrecemos, sí, pero no destruimos. Hay una continuidad, hay rela­
ciones continuas y mutuas entre lo que me he atrevido a llamar “hori­
zonte” y “el núcleo”. No hay ni ruptura, ni destrucción.
A Koufaridis le responderé: que es cierto que para Husserl hay
un telos infinito, hay una aproximación infinita. Pero yo vacilaría
mucho en hablar de la facticidad de la razón. Diría más bien con
Merleau-Ponty: estamos arrojados en la razón como estamos arrojados
en el lenguaje. Creo que es una manera de expresarse más apropiada.
A J. Wahl comenzaré por confesarle que tengo -una antipatía res­
pecto del neokantismo, no lo oculto. Quizá me he excedido en mi
exposición. Pero agrego que no conozco el neokantismo de Brunschwig.
No creo que la noción de causalidad haya sido superada en ciencia
moderna y conozco las cosas desde muy cerca. Se evita la palabra cau­
salidad —entonces se dice que el tejido A ha comido al tejido B—, pero
la noción de causalidad está siempre allí, aunque sea subyacente. En
lo que se refiere a la matematización, creo ciertamente que se la lleva lo
más lejos posible, mientras da cierto rendimiento. Es desdeñada donde
parece ser infructuosa. Y acerca de ese esfuerzo que existe necesaria­
mente, creo que éste es el punto central de mi exposición y responderé
de la misma manera que he respondido a la pregunta de Levinas: veo
esto un poco de manera heideggeriana.

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