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Carlos Augusto Salaverry nació en la portentosa hacienda La Solana, situada en el actual

distrito de Lancones de la provincia de Sullana. Fue hijo natural del entonces coronel
2 7 del Perú entre 1835 y
Felipe Santiago Salaverry del Solar (quien llegó a ser presidente
1836) y de doña Vicenta Ramírez Duarte, hija de don Francisco Ramírez y Baldés (hijo de
don Manuel Ramírez de Arellano y doña Marciana Baldés, esta hija de don Francisco
Baldés y Montenegro, propietario de la hacienda La Solana) y de su esposa, doña Narcisa
Duarte y Ramírez, dueños de haciendas entre los actuales Perú y Ecuador. Felipe
conoció a doña Vicenta con ocasión de la movilización de las tropas peruanas a la
frontera norte a raíz del estallido de la guerra con la Gran Colombia, y aunque su amor
fue efímero, siempre mantuvo gran afecto por el hijo nacido de esa unión.

Su vida en un hogar extraño fue triste. Tenía solo seis años cuando su padre fue derrotado
y fusilado por Andrés de Santa Cruz, tras una sangrienta guerra. Su padre, estando en el
postrero trance de su existencia, no se olvidó de él y es así que lo confió al amparo de su
esposa doña Juana, tal como consta en el conmovedor testamento que escribió en
Arequipa, a 18 de febrero de 1836, pocas horas antes de ser fusilado. El pequeño Carlos
Salaverry siguió a sus familiares en el destierro a Chile. Fue así como su personalidad
empezó a formarse en la soledad, la tristeza y las penurias económicas. Apenas pudo
cursar estudios elementales.

Tras la caída de Santa Cruz en 1839, pudo retornar al Perú. A los 15 años de edad ingresó
al ejército en calidad de cadete, en el batallón Yungay (1845). Sus superiores lo trasladaron
de guarnición en guarnición, acaso por temor de que destacara y siguiera los pasos de su
célebre padre, convertido ya en una leyenda. Así fueron pasando los primeros años de su
juventud, entre las alternativas del servicio y los pronunciamientos militares. Pero la
rigurosa disciplina castrense no calzaba con su temperamento liberal. Le gustaba más la
soledad y el estudio. Parece que en aquellos años se entregó a la lectura furtiva de Víctor
Hugo y Heinrich Heine, naciendo así su decidida vocación por las letras.

A los 20 años de edad se casó con Mercedes Felices, unión apresurada, y que como era de
esperar, resultó efímera y desdichada. Luego se dejó arrastrar por otra pasión amorosa,
esta vez por Ismena Torres, cuya familia se trasladó a Europa, para alejarla de él, y donde
aquella se casó con el hombre que le impusieron. El diario en prosa escrito por Salaverry
para registrar las incidencias de su idilio con Ismena se convirtió después, transpuesto al
verso, en su mejor obra: Cartas a un ángel.

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