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El

bikini de mi prima

Tierra Salvaje

@Tierra Salvaje

Primera edición: octubre de 2019

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de este libro, por cualquier medio electrónico o mecánico, sin la autorización
previa y por escrito del autor.

No se puede estar más aburrido que en el verano. Esos largos días, donde no
hay nada que hacer y te pasas las horas muertas cavilando en qué podrías
emplear tu tiempo. El horroroso calor abotarga tu cuerpo y te impide llevar a
cabo todo lo que tienes planeado, aunque se trate tan solo de dar un paseo o leer
un libro. Lo máximo, es quedarte acostado en tu cama o en el sofá, viendo lo que
sea que pongan en la tele. De esa guisa, me encontraba yo.
Recostado en mi cama, miraba en mi ordenador portátil otro capítulo de una
serie que tenía pendiente desde bastante tiempo. No me interesaba demasiado lo
que contaban, pero era la única forma de vencer al tedio en el que me hallaba.
Pese a esto, no parecía que estuviera sirviendo tanto como esperaba. El
aburrimiento me carcomía junto con el aborrecible bochorno de una tarde de
Julio.
Resultaba terrible estar en el dormitorio, dejando pasar las horas. Bien me
ponía a jugar a un juego, a ver series y películas o a mirar por Instagram como
estaban siendo las vacaciones de algunos colegas. Yo no tenía dinero, así que no
podía permitirme una escapadita. Todo esto, me frustraba sobremanera y lo
cierto, es que iba a perder la cabeza. Podría, como me habían sugerido mis
padres, buscar trabajo, pero estoy en mitad de terminar mis estudios en la
universidad y además, no es que me apetezca demasiado. Así que allí acostado,
devorado por el sudor y la pereza, sabía que acabaría muriéndome del asco. Por
suerte, la cosa cambiaría de una manera que no esperaba.
De repente, mi móvil comenzó a zumbar y moverse por toda la mesita de
noche, como si le estuviera dando un ataque. Tuve que cogerlo con rapidez para
evitar que se cayese. Ya lo había pasado en otras ocasiones y al final, acabó
rompiéndose el cristal de la pantalla por mi dejadez. Cuando miré, pude fijarme
en quién estaba llamándome. De principio, no lo pude creer. Se trataba de mi
medio prima, Alicia. No dudé en contestar.
—¿Qué pasa, primito? —me saludó con su eufórica voz.
—Pues muy bien, Alicia —dije yo al instante.
—Oye, ¿te pillo en mal momento? —fue lo siguiente que pasó a
preguntarme la chica—. ¿Qué estás haciendo?
—Nada —le respondí poco animado—. Tirado en la cama, aburrido como
una ostra.
Noté como Alicia emitía un leve bufido de molestia.
—Sí, es que ahora con el maldito calor no hay nada que hacer —se quejó de
manera infantil—. Por eso, te quería comentar si te apetecía venirte conmigo a la
piscina de mi vecindario.
Cuando escuché aquello, me quedé sin palabras. No tanto por la propuesta en
sí, más bien, era el hecho de que no esperaba pasar la tarde de esa manera. Me
quedé en silencio por un momento, sin saber que decir. Reflexionaba sobre lo
que acababa de pasar, sin saber muy bien que decir, pero la insistente voz de mi
primita me obligó a hablar de nuevo.
—Pues, no sé —le dije algo alborotado—. Lo cierto es que tenía pensado
pasar la tarde tranquilito, sin salir de casa.
—Venga ya, ¡si debes estar aburrido como una ostra! —exclamó Alicia—.
¿Por qué no vienes y me haces compañía?
—¿Y no puede ir una amiga contigo?
—Ninguna está disponible y, ya que tú y yo tenemos tanta confianza, he
pensado que podrías venir conmigo.
Detestaba eso. Lo decía todo con esa molesta vocecilla de chica inocente que
me molestaba mucho. “Confianza”, claro, lo que ella quisiera.
—¿En serio? —No me lo podía creer.
—¡Pero que más te da! —El grito de mi prima fue tan fuerte, que tuve que
apartarme del móvil para que no me dejase sordo—. ¡Si no estás haciendo nada!
Por mucho que me costase reconocerlo, tenía toda la maldita razón. La
verdad es que el único motivo para no querer ir con ella, era más la pereza que
otra cosa. Por tanto, no me vendría mal salir a la calle para que me diese un poco
el aire y darme un refrescante baño. Dadas las circunstancias, le dije que sí, que
la acompañaría.
—¡Genial! —contestó Alicia muy contenta—. Entonces quedamos para las
seis, ¿Ok?
—Vale —le dije yo, aún todavía perezoso.
Tras despedirnos, decidí prepararme. Me puse una camiseta vieja que
encontré en mi armario y un bañador largo que me llegaba hasta las rodillas y de
esta guisa, me fui de casa en dirección hacia la de mi primita. Antes de salir les
dije a mis padres donde iba y cuando escucharon que iría con Alicia a la piscina,
se mostraron muy enternecidos al saber que la iba a acompañar. No me agradó
mucho su reacción, pero tampoco le di demasiada importancia.
La relación con Alicia siempre ha sido un poco rara. No es que nos llevemos
mal, ni mucho menos, pero siempre ha sido un poco incómoda para mí. Yo soy
cuatro años mayor que ella, por lo que siempre se ponía la excusa de que yo
tenía que cuidarla, para que no le pasase nada malo. Por eso, me convertí en el
inseparable guardián de la chica que, hacía años, mis tíos decidieron adoptar. De
niños, siempre jugando con ella a las muñecas. De adolescentes, acompañándola
junto a sus amigas para ir al cine o de compras. Mi vida no giraba en torno a
Alicia, pero cuando la oportunidad se presentaba, acababan encasquetándome la
responsabilidad de vigilarla. Menos mal que, al alcanzar la mayoría de edad,
hace menos de un año, pude desquitarme de este yugo. Aún así, Alicia todavía
acude a mí para pedir algún favor o ayuda. No me importa dársela, aunque ya
me parece que lo suyo es más dependencia que otra cosa. Tiene edad para
sacarse las castañas del fuego ella solita y no depender de su primito.
Recorrí las calles hasta llegar al bloque de apartamentos donde vivía. Por
suerte, no estaba muy lejos. Al acercarme al portal, pude ver a la chica
esperándome, apoyada contra la pared del edificio y bajo su sombra. Nada más
verme, se acercó con cierta prisa, como si ya llevara demasiado tiempo
esperando y quisiera que nos fuéramos ya.
—Hola, ¡primo David! —dijo con mucha energía mientras me daba un fuerte
abrazo (Si, me llamo David. Siento tanto haber tardado en revelar mi nombre).
Al pegarse a mí, noté que me atrapaba entre sus brazos con bastante fuerza.
Esa presión tan inesperada me sorprendió. Era como si me hubiera echado de
menos y ahora no me quisiera dejar escapar. Llevábamos tiempo sin vernos, así
que no me parecía raro que actuase de esa manera.
—Alicia, ¿cómo estás? —le pregunté, mientras ella se apartaba.
—Muy bien, y con muchas ganas de que vengas conmigo a la piscina —
respondió resuelta. Esta muchacha se notaba muy entusiasmada con la idea—.
Hace tanto que no nos vemos que deseaba poder hacer algo como esto contigo.
La percibía muy contenta por su forma de hablar, además de por la amplia
sonrisa que dibujaban sus labios, lo cual me reconfortó bastante.
—Pues nada, vamos para dentro —hablé con presteza.
Los dos entramos en el edificio. Primero, fuimos al apartamento donde vivía
Alicia, que se encontraba en la tercera planta, ya que tenía que recoger una
toalla. La seguí con total calma notando como subía las escaleras con cierta
agilidad. De vez en cuando, ella me miraba de reojo.
—¿Pasa algo? —pregunté extrañado.
—No, qué va —contestó ella deprisa, viéndome de refilón por un momento
para luego volverse.
Ya dentro el piso, me quedé esperando en el comedor. Observé la estancia,
un lugar donde había estado muchas veces, casi se podía decir que parte de mi
vida. Alicia fue a su cuarto y no tardó en salir, ya con la toalla colgando de uno
de sus brazos.
—¿Nos vamos?
—Claro.
Mientras bajábamos, se puso a mi lado y otra vez, volvía a mirarme de forma
esporádica. Si la pillaba, los oscuros ojos azules de Alicia se volvían hacia otro
lado. Comenzó a parecerme rara su forma de comportarse y el silencio mientras
descendíamos se tornó demasiado incómodo.
—¿Dónde andan tus padres? —decidí preguntarle para romper el hielo.
Ella quedó momentáneamente parada ante mi cuestión, pero no tardó en
reaccionar.
—Trabajando —dijo deprisa—. Volverán tarde.
Asentí al escuchar eso y seguimos nuestro camino hasta salir por la parte
trasera del edificio. Allí había una amplia zona ajardinada en cuyo centro se
situaba la piscina. Esta era grande y rectangular. No puedo asegurar cuanto podía
medir, pero era larga, para dar cabida a bastante gente. Había otra más pequeña
para los niños pequeños, algo alejada. Como no, tanto en una como en otra, ya
habían personas bañándose.
Nos fuimos adentrando en aquel lugar, evitando a todo el que encontrábamos
y tras buscar un poco, encontramos un sitio donde instalarnos. Colocamos las
toallas y a continuación, nos deshicimos de nuestras ropas. Yo solo tuve que
quitarme la camiseta, pero Alicia tuvo que despojarse de casi todo. Llevaba una
camiseta blanca y unos pantaloncitos cortos de tela, que remarcaban su femenina
figura. Se fue quitando cada prenda con total tranquilidad y conforme lo hacía,
no pude evitar fijarme en ella, como nunca antes lo había hecho.
No voy a negar ahora que Alicia es una chica guapa. Al contrario, es
preciosa, pero jamás la había visto de manera lujuriosa. Para mí, sólo se trataba
de una chavala joven y algo inmadura. Sin embargo, ahora la contemplaba de un
modo diferente. Su piel clara brillaba radiante bajo la luz del atardecer y su larga
melena negra se veía libre tras haberse soltado la coleta en la se la había
recogido. Aunque lo más alucinante de todo era su cuerpo. Enfundado en un
bikini fino de color azul oscuro, se mostraba en toda su voluptuosa gloria. Unas
perfectas curvas enmarcaban una bella silueta y la escasez de las prendas
resaltaban sus atributos. Sus tetas se salían por cada lado de las copas del
sujetador y las finas bragas dejaban al descubierto unas redondas y bonitas
nalgas. ¿Cuándo había sacado semejante cuerpazo, Alicia?
El caso es que yo no era el único que se había quedado mirando embobado a
Alicia en bañador. El resto de hombres de la piscina volvieron toda su atención
sobre la muchacha. Incluso algún que otro chaval también se había quedado
atontado con ella. Varias de las mujeres también la observaban, pero más para
cuchichear entre ellas, que por otra cosa. Como fuere, Alicia estaba dando un
espectáculo irrepetible.
Yo seguí abstraído mirándola, cuando de repente, empezó a hablarme:
—Primo, voy a las duchas que hay aquí a echarme un poco de agua y luego
voy derecha a la piscina.
La vi alejándose mientras meneaba ese redondo culito en el que no había
reparado hasta ahora. Al igual que yo, muchos otros hombres también la estarían
siguiendo con sus propios ojos.
Desde la distancia, pues las duchas se hallaban en el otro lado de la piscina,
contemplé como el chorro de agua empapaba el cuerpo de Alicia. Tenía sus
ojitos cerrados y daba vueltas en círculos, disfrutando del frescor que le
proporcionaba la ducha. Para cuando terminó, vi cómo volvía andando con total
tranquilidad hasta mi lado. Gotas transparentes recorrían su húmeda piel y sobre
la mojada tela del bikini ya se marcaban sus pezones. Un escalofrío recorrió mi
cuerpo en esos instantes.
—Venga David, ¡ve a la ducha si quieres venirte conmigo a la piscina! —
exclamó la chica apremiante.
Viéndola bajar por la escalerilla y metiéndose en el agua para comenzar a
nadar, no tardé en ponerme en marcha. Tras dejar que el chorro de agua cayese
un poco sobre mi cuerpo, fui directo a la piscina y me zambullí. No tenía ni idea
de si había salpicado agua al resto de la gente. De ser así, poco me importaba.
Tras regresar a la superficie, comencé a buscar a Alicia, pero no la veía por
ningún lado. Eso me puso un poco nervioso. Seguí buscándola, cuando de
repente, alguien me empujó por la espalda. Al volverme, un montón de agua fue
arrojada encima de mí.
—¡Te pillé! —me gritó Alicia de manera muy infantil.
—¡Alicia! —le regañé yo algo enfadado.
Ella me siguió mirando muy divertida y parecía que desease que la
persiguiera. Yo no quería, para no molestar a quienes estaban dentro con
nosotros, pero no tuve más remedio que ceder. Iniciamos una pequeña
persecución que no tardó en concluir, pues la atrapé al momento.
—David, ¡suéltame! —gimoteó, mientras no paraba de forcejear.
Yo la tenía agarrada por la cintura, tratando de evitar que no se escapase. En
un momento dado, me empujó contra la pared que tenía detrás y al tenerla bien
agarrada, ella se pegó a mí. Quedamos muy cerca el uno del otro. Yo podía
acariciar con mis manos su tersa y suave piel, notando lo cálida que resultaba a
pesar de encontrarse mojada. Miré sus ojitos azules y la leve respiración de su
boca, además de notar contra mi torso sus dos pechos algo aplastados. Todo
aquello me empezó a alterar de un modo inexplicable y no tuve más remedio que
apartarme de ella. Alicia se me quedó mirando un poco rara, pero no tardó en
recuperar su animado carácter.
—Parece que me has pillado más rápido de lo que esperaba —comentó
divertida.
Seguimos en el agua, esta vez sin armar tanto jaleo. Poco a poco, me fui
tranquilizando, pero tener a Alicia cerca no significaba que la cosa fuera a
atenuarse por completo. Me sorprendía su forma de actuar, muy diferente de las
chicas de su edad. Mientras que ellas estarían fuera tomando el sol para
conseguir un buen moreno con el que luego ligar con chavales en las discotecas,
Alicia prefería jugar de forma tan divertida conmigo. Aún con todo, lo valoraba
bastante. Mostraba que era una persona sencilla y cercana, algo que me gustaba
mucho.
Nos colocamos en una esquina para no estorbar y comenzamos a hablar de
varias cosas. Uno de los temas de conversación fueron los estudios. Alicia ya
había terminado el instituto y aprobado la Selectividad, así que se hallaba ante
las puertas de la universidad. Iba a estudiar Administración de empresas y se
encontraba un poco nerviosa por el nuevo ambiente en el que se movería. Yo la
animé diciéndole que en la uni se encontraría más a gusto, con mayor libertad y
sin tantas presiones. Un mundo muy distinto del que venía. Eso la hizo sentir
mejor y le comenté que si necesitaba mi ayuda, se la proporcionaría.
Continuamos charlando de forma distendida hasta que mi casi prima decidió que
ya llevábamos suficiente tiempo en remojo y nos salimos.
Tras secarnos, nos sentamos en las toallas. Alicia no tardó en recostarse
bocabajo para tomar un poco de sol. Dado que ya era por la tarde, la luz no
pegaba fuerte y, por ello, no hacía falta ponerse crema solar. Cuando me imaginé
poniéndole cremita a Alicia por su cuerpo, sentí un fuerte estremecimiento
recorrer cada centímetro de mi ser, coronándose en una gran palpitación en mi
polla. Mientras la muchacha descansaba plácidamente, yo la observé con
detenimiento. Sus piernas eran bonitas y tonificadas, su culito formaba una curva
perfecta, justo en el inicio de sus caderas, su espalda se notaba firme y la piel
estaba salpicada por algunas pequitas muy monas. Vi hasta el lateral de su seno
derecho, haciendo que mi pene se endureciese más de lo que ya estaba. Y no era
el único que se hallaría así.
A nuestro alrededor, todos los hombres no le quitaban el ojo de encima a
Alicia. Desde los que estaban sentados junto a sus esposas e hijos, a los que se
hallaban entro de la piscina o pasaban a nuestro lado. Yo pasé a observarlos con
detenimiento, notando sus miradas lujuriosas sobre Alicia, lo cual no podía
incomodarme más. Un señor de unos cincuenta años, barrigón y calvo, se
encontraba sentado al otro lado de la piscina y la contemplaba con una extasiada
sonrisa en su cara. Su mujer, al lado, le metió un fuerte codazo. Otro, que pasaba
por nuestro lado, casi se caía el agua al volver su vista al culito de la muchacha.
No me gustaba nada lo que estaba viendo. No creo que fueran celos, sino
más bien la molestia de sentirme observado. ¿Qué pensarían todos esos tipos de
mí? A lo mejor creerían que era su novio. Seguro que la mayoría se pensarían en
la vergüenza que debía de pasar al ver cómo mi chica vestía tan provocativa.
Claro que, tampoco sé quién soy yo para decirle a Alicia como debe ir. Que vaya
como quiera, que ya es mayorcita. Como fuere, seguí allí sentado hasta que
Alicia se dio la vuelta.
—¿Qué, primito? ¿Lo pasas bien?
Por un momento, pensé que la cuestión sonaba a cachondeo por su parte,
pero supuse que ella no debía ser consciente de lo que estaba pasando. Seguía
con los ojos cerrados, descansando tranquila. Aunque el sol ya no pegaba tan
fuerte, su piel ya se notaba colorada de estar ya expuesta un buen tiempo. Sin
embargo, no era a eso a lo que más pendiente estaba. Sus dos tetas se veían
hermosas y atrayentes. Redondas y algo amplias por la postura tomada,
conformaban un escote exquisito. Seguí deleitándome con tan increíble visión
cuando a lo lejos, comencé a escuchar a gente riéndose. Al mirar hacia atrás, me
fijé que en la entrada, había un par de chavales que no dejaban de mirar a Alicia.
Debían de tener su edad o puede que, un poco menos, y no cesaban de reír,
mientras la observaban y señalaban. Uno de los dos se puso las manos en su
torso para fingir que tenía tetas. Aquello no me gustaba nada en absoluto.
—¿Qué ocurre David? —preguntó de forma repentina ella.
Me volví para notar cómo Alicia se incorporaba y volvía su cabeza al par de
chicos que no dejaban de reír. Cuando vi un gesto de desagrado en su rostro,
supe que aquello se ponía peligroso.
—¿Va todo bien? —preguntaba yo ahora.
Ella se volvió para mirarme y emitió un leve suspiro al tiempo que
continuaba mirando a los dos chicos. Al final, estos se alejaron y noté como
Alicia se fue calmando. Tras permanecer callada por un poco de tiempo, decidió
contestarme.
—Son un par de chavales que viven en mi edificio —me explicó—, y son
unos pesados. Nunca pierden la oportunidad de meterse conmigo y decirme
guarrerías.
—Si quieres les puede decir unas cosillas —le sugerí.
—No, déjalos —me dijo—. Solo son unos imbéciles. Mejor ni hacerles caso.
Viendo que no parecía muy interesada en que le librase de ese par de
indeseables, me recosté un poco, aunque enseguida, noté como Alicia miraba a
otros hombres que había por allí. Algunos no les quitaban los ojos de encima y
pronto percibí una gran vergüenza y enojo en ella. Me empecé a preocupar y me
disponía a preguntarle cómo estaba cuando ella habló de nuevo:
—Vámonos a casa, por favor.
No dije nada más. Tan solo nos limitamos a recoger las cosas y partimos de
vuelta al edificio. Justo al llegar a la entrada, en el lado izquierdo de las
escaleras, se encontraban sentados los dos niñatos de antes, comiendo
alegremente cada uno un helado. Al ver a Alicia, no tardaron en hablarle. Uno le
silbó y el otro la llamó “tetitas”. Eso me enfureció muchísimo y me disponía a
gritarles sin dudarlo. Pero cuando vi a Alicia con la cabeza amorrada, supe que
lo mejor era no hacer nada. Me limité a lanzarles un par de miradas asesinas y
listo. Entramos ignorando a esos idiotas. Era lo mejor.
Mientras subíamos hacia su piso, ella se mantuvo callada. Yo quise decirle
algo, pero dado el calmado silencio que se acababa de formar, preferí no
romperlo. Además, la notaba alterada. Pese a mostrarse en apariencia tranquila,
sabía que por dentro estaba llena de rabia. No era la primera vez que la veía
enfadada.
Ya en casa, fuimos para su cuarto. No nos habíamos vestido abajo, así que
tanto ella como yo íbamos en bañador. Bueno, yo solo me tendría que poner la
camiseta y listo. Era justo eso lo que me disponía a hacer en ese mismo instante
cuando noté como Alicia se detenía. Eso me preocupó un poco.
—Ey, ¿pasa algo? —pregunté de forma suave para no alterarla.
Ella se volvió. Estábamos en el comedor. Mis ojos no tardaron en irse hacia
su bonito cuerpo. El bikini cubría tan poco que resultaba imposible sostener la
mirada a sus ojos por más que lo intentase. Pero tuve que hacerlo. Al fijarme en
sus ojitos azules, noté una enorme tristeza en ellos.
—Primo —comenzó a decir—, ¿por qué todos los tíos serán tan raros?
Cuando escuché aquello, me quedé petrificado. ¿A que venía esa pregunta?
Me la quedé mirando sin saber que decirle.
—¿A qué te refieres? —dije al final sin saber muy bien a donde quería ir
parar.
Alicia estaba en el centro de la habitación parada. Su piel clara, algo
colorada por tomar el Sol, estaba recubierta tan solo por ese escueto bikini azul
oscuro que le sentaba de miedo para obsequiar con una erótica visión de su
maravilloso cuerpo. Sus ojos azules se me clavaron, mostrando algo de
incredulidad ante mi pregunta.
—Quiero decir que todos son unos guarros y maleducados —empezó a decir
—. Allí todos se han dedicado más que a mirarme de forma descarada y decirme
cosas obscenas. Y así ha pasado en días anteriores. —Se acercó un poco más.
Por su manera tan decidida de moverse, resultaba intimidante—. Dime, ¿por qué
son así?
—¿Y pretendes que yo te dé una respuesta? —Estaba claro que no sabía qué
hacer en esta situación.
—Claro, para algo eres un tío, ¿no?
Joder, menudo lio en el que me acababa de meter. No tenía ni idea de que
responderle. Por otro lado, me sorprendía lo ingenua que resultaba la chavala.
¿Cómo no podía tener ni idea de porque no dejaban de mirarla? ¡No podría estar
más claro! Sin embargo, allí estaba Alicia, observándome ansiosa de respuestas.
—Yo…creo…que está más que claro —comenté con algo de dificultad.
Alicia arqueó sus cejas en una pose de extrañeza clara. Era evidente que mi
contestación no había mitigado su incertidumbre.
—¿Qué quieres decir? —preguntó incrédula—. Joder, ¡no me vengas ahora
con gilipolleces!
No tenía ni idea de qué decirle. Me estaba poniendo más nervioso de lo
normal por lo incómoda que se volvía la situación y parecía claro que de no
ponerle remedio, se iba a poner peor.
—Bueno, tú mírate —le dije de forma atropellada—. ¿No has visto cómo vas
vestida?
Cuando se miró a su bikini, la expresión de extrañeza cambió a una de furia.
Supe en ese momento, que había metido la pata hasta el fondo.
—¿Qué demonios pretendes insinuar con esto? —alzó su voz más de lo
normal, lo cual me irritó bastante—. ¿Qué tiene de malo la ropa que llevo?
Me encontraba entre la espada y la pared. Sabía que como no tuviera
cuidado, se podía liar una buena. Y aun sabiéndolo, la seguí cagando de forma
extraordinaria.
—Alicia, ese bikini no es que deje demasiado a la imaginación —expresé
con un tono demasiado jocos incluso para mí—. Se ve todo tu… atractivo
cuerpo.
Traté de medir mis palabras para que Alicia no se enfadase más, pero a pesar
de no haberle dicho de forma basta que “estaba buenísima”, de poco sirvió. A
través de su mirada, pude ver el inmenso cabreo que supuraba a través de ella.
—¡No eres más un pervertido cerdo! —gritó con fuerza mientras hacía
aspavientos con las manos, como si pretendiese pegarme—. Todos los tíos sois
guales. ¡No pensáis más que en lo mismo!
Observé cómo, frustrada, se dio la vuelta y comenzó a caminar con intención
de marcharse del comedor, aunque al final, no lo hizo. Permaneció de espaldas a
mí y entonces, pude escuchar como empezaba a sollozar. Ante esto, no pude
evitar ir a su lado para consolarla.
—Lo…lo siento, Alicia —me disculpé mientras me acercaba a ella—. Me he
pasado con lo que te he dicho.
Ella se giró, mirando de refilón otra vez. Sus ojos estaban vidriosos,
dándoles un brillo azulado muy bonito. Tenía sus brazos recogidos en el pecho,
elevando un poco su busto.
—Más bien, lo siento yo —dijo con voz ahogada—. He sido muy bruta
contigo.
Con suavidad, la atraje a mí, pero para mi sorpresa, lo que Alicia hizo fue
abrazarse sin más. Sentir su piel contra la mía, el calor de su cuerpo y sus pechos
aplastados contra mi torso me hicieron hervir por dentro. Aunque tenso, traté de
comportarme lo más normal posible. La envolví en mis brazos, acariciando su
melena oscura mientras dejaba que se calmase.
—¿Estás mejor?
Ella asintió como respuesta. Tras esto, recostó su cabeza en mi pecho y así la
dejé por un rato. Seguía nervioso, pero me encantaba verla de esa manera.
—Yo sólo quería lucir este bikini —me decía, mientras seguía abrazada a mí
—. Quería llevarlo puesto para ver cómo me quedaba. Lo que no esperaba era
que llamase tanto la atención de los tíos. Cuando noté a tantos mirándome, me
enfadé mucho.
No pude evitar reír un poco ante lo que decía. Ella no me miró ni dijo nada
ante esto, aunque yo enseguida me sentí arrepentido.
—Bueno, tenías que saberlo, viendo el conjunto —comenté desenfadado—.
Sabes cómo somos los hombres y lo que nos encanta mirar a chicas guapas.
—Quería que vinieses hoy conmigo para ver si así me dejaban en paz —
comentó—. Pensé que a tu lado, me dejarían tranquila.
Al escuchar esto, tengo que reconocer que me sentí algo mal por mi forma de
reaccionar. Alicia siempre había confiado en mí. Desde niños, estuve siempre a
su lado, cuidándola y protegiéndola. Me había convertido en su mayor apoyo y
pese a que en su momento, no valoré esas cosas, ahora me daba cuenta de ese
tierno aprecio. Y de lo mucho que me gustaba. Alzó su cabeza y al mirarla, noté
su cara llena de timidez y de cariño a la vez. No pude evitar acariciarla con una
de mis manos. La llevé hasta su mejilla, donde ella se apoyó en la palma,
ladeando un poco su cabeza. Se veía radiante y encantadora.
—Perdona por lo que te he dicho antes —me disculpé—. No soy quién para
decirte como debes vestir y si te gusta ir con ese bikini, llévalo. Pero eso sí,
acostúmbrate a los mirones indiscretos.
Eso último, la hizo sonreír y me agradó verla tan contenta. Me gustaba que
estuviera de ese modo. Es su estado natural, una chica alegre y divertida a la que
no le preocupa nada y solo quiere pasarlo bien. Y a mí me encanta ser parte de
ello. De hecho, en ese momento estaba sintiéndome más atraído de lo que
esperaba hacia Alicia, aunque notaba que era por algo más de lo que imaginaba.
Se abrazó a mí tras esto. Yo la estreché más entre mis brazos. Poco me
importaba sentir su cuerpo contra el mío. Y a ella también parecía darle igual.
—¿Ya estás mejor? —le pregunté mientras se apartaba un poco.
—Si —me respondió al tiempo que una espléndida sonrisa se dibujaba en su
cara.
Nos quedamos mirando momentáneamente el uno al otro. No pude evitar
bajar un poco mi vista y fijarme en sus preciosos pechos, que se veían bien al
haberse despegado ella. Me quedé hipnotizado ante tan deslumbrantes
redondeces. Y fue al subir cuando me crucé con los escrutadores ojos azules de
Alicia.
—¿Te gustan mis tetas, David?
Fue hacer esa pregunta y retrocedí inquieto. Alicia seguía igual, mirándome
con aquella amplia sonrisa aún dibujada en su cara. Me resultó algo alarmante.
¿A qué demonios venía esto ahora? Quise alejarme un poco, pero la chica se
acercó sin ningún problema. No entendía a que venía ese comportamiento tan
raro.
—Oye, no sé qué es lo que pasa, ¡pero te juro que fue sin querer! —dije
tratando de disimular a pesar de que resultaba difícil.
—He notado como me las mirabas —comentaba con tranquilidad Alicia al
tiempo que se acercaba—. ¿Te parecen bonitas?
Las volví a mirar sin ningún descaro. Emití un fuerte suspiro y para cuando
volví a su rostro, no tuve más remedio que contestarle.
—Sí, son preciosas.
Tragué saliva, incapaz de poder creer la situación incómoda en la que me
encontraba. Alicia me continuaba observando de forma maliciosa. No tenía ni
idea de que pretendía, aunque me estaba haciendo una idea.
—Antes habías dicho que tenía un cuerpo muy atractivo —rememoró de
manera perfecta—. Por lo tanto, debo suponer que te gusto.
—Eres una chica muy guapa —comenté paciente y cuidadoso, tratando de
evitar que esto se fuera de las manos—, pero eres casi mi prima. No pienses que
por ello me gustas o algo así.
Mis palabras no surtieron ningún efecto en Alicia. Siguió acercándose, hasta
quedar a escasos centímetros de mí y sin dudarlo, pronunció las palabras que nos
condenarían para siempre.
—¿Quieres tocarme las tetas?
Su propuesta no podía quedar más clara, ya no tan solo al decirme esto, sino
al mostrar sus turgentes senos con todo ofrecimiento. ¿Pero qué coño le pasaba a
esta niña? ¿En qué momento había pasado de lloriquear porque todos los tíos la
miraban a mostrarse tan deseosa conmigo? Solo había una explicación para todo
esto, aunque no quería creer que fuera posible.
—¿De verdad quieres que te las toque? —pregunté repleto de dudas.
—Sí, deseo que lo hagas —respondió ella con voz apasionada.
Fue ese deseo lo que terminó de encenderme. Ya todo me daba igual. Poco
me importaba que fuese casi mi prima, que perteneciera de algún modo, aunque
no por sangre, a mi familia. Sin dudarlo, acerqué mis manos a ese par de
maravillas redondas que obsequiaba con tantas ganas. Cuando las toqué por fin,
toda la sangre de mi cuerpo hervía como la lava de un volcán.
Apreté entre esas magnificas tetas, notando la dureza y suavidad que
poseían. Pese a estar ocultas por el bikini, podía palpar lo cálida y tersa que
estaba la piel. Mis yemas recorrieron aquel redondeado relieve, a veces
percibiendo los endurecidos pezones que parecían querer perforar la prenda que
los ocultaba. Alicia gemía con cada caricia. Se notaba que le gustaba.
—¿Que te parecen? —me preguntó llena de avidez.
—Son increíbles —contesté extasiado ante tan maravilloso tacto—. Pero me
encantaría verlas sin tanta ropa.
Dicho y hecho. Alicia se desató el bikini por detrás y yo le bajé los tirantes.
La prenda cayó al suelo y de esa manera, pude admirar tan hermosos pechos.
Volví de nuevo a llevar mis manos a ellos y pude sentir el sedoso tacto de su
desnuda piel. Las apreté, notando su consistencia y con uno de mis dedos,
pellizque con cuidado uno de sus rosados pezones. Alicia emitió un pequeño
chillido, más de placer que de dolor.
—¿Te gusta lo que te hago?
—¡Sí, me encanta!
Notaba el intenso deseo que había en ella, al igual que en mí. Mi polla se
encontraba muy dura, a punto de reventar el bañador.
Sin dudarlo, me incliné para besar el cuello de Alicia. Mi lengua fue
descendiendo hasta llegar a sus pechos, los cuales comencé a besar y lamer con
gula. Atrapé uno de los pezones en mi boca, chupándolo sin piedad, lo cual
causó un enorme suspiro por parte de mi primita. No cese de succionarlo al
tiempo que mí otra mano acariciaba la otra teta. Fui alternando entre ellas,
dejándolas llenas de brillante saliva. No paré ni un solo segundo, pero no fui el
único.
Alicia deslizó su mano por mi torso hasta acabar justo encima del bañador.
Una vez allí, apretó mi endurecido paquete, haciendo que me estremeciese de
pies a cabeza.
—Que dura la tienes —logró decir entre tanto suspiro.
—Sí, estoy a punto de reventar —dije antes de engullir uno de sus pezones.
Con su mano, abarcó mi alargado miembro, frotando con deseo sobre este.
No me corrí de milagro. Entonces, escuché un susurro en mi oreja. Alicia se
había acercado para decírmelo.
—Por favor, enséñame tu polla.
No pude resistir tan tentadora petición.
Tiré del bañador para abajo y mi pene salió disparado hacia delante, todo
erecto y bien duro. Alicia se quedó muy impresionada. Poder ver en sus ojos
tanto asombro me llamó la atención.
—¿Qué te parece? —le pregunté.
—Es grande —fue lo único que mencionó.
Para mi sorpresa, la chica no se quedó quieta por mucho tiempo. Pese al
shock inicial, no tardó en llevar su mano a mi aparato y volver a acariciarlo.
Gruñí como un animal cuando noté aquel suave roce y más loco me puse cuando
sus dedos se enroscaron en mi tronco, apretando con suavidad. La miré,
esperando cuál sería su siguiente paso. Ella me miró a mí, como si me pidiera
permiso. No hizo falta ninguna palabra para dejarle bien claro que continuase.
Su mano comenzó a moverse de delante hacia atrás. Al principio, de forma
tosca, pero no tardó en cogerle ritmo y la cosa fue más suave. Al mirar, vi como
cada movimiento retiraba el pellejo que ocultaba mi glande para luego ocultarlo
en el siguiente.
—¿Lo hago bien? —preguntó Alicia un poco nerviosa.
Mirándola a los ojos, le dije que sí. Ella sonrió complacida. Al tiempo que la
paja continuaba, yo llevé mis manos de nuevo hacia sus tetas, apretándolas y
moviéndolas sin intención de lastimarla. Mi respiración se tornaba más intensa
conforme la masturbación avanzaba y sabía que solo era cuestión de tiempo que
me corriese.
—Primo, ¿te vas a correr?
Esa pregunta me hizo mirarla. No creo que tardase. Mis manos en sus tetas.
La suya en mi polla, no dejando de menearla. La situación tan morbosa en la que
nos hallábamos inmersos. Todo me acercaba de manera inexorable hacia el
orgasmo. Así que no pude contenerme y se lo dije:
—Alicia, creo que me voy a correr.
Ese aviso pareció asustar un poco a Alicia , quien me miró algo inquieta.
Pero yo le dejé bien claro que no iba a pasar nada malo. Incitada por ello, volvió
a pajearme, brindándome un gran placer que aprecié con mucho gusto. Mientras
mis manos seguían manoseando sus tetas, ella se dedicó a masturbarme con
ganas. Todos estos estímulos fueron más que suficientes para que me corriese.
—¡Arg, Alicia! —gimoteé de manera entrecortada.
Mi cuerpo entero se tensó, a la vez que cerraba los ojos y apretaba los dientes
en una clara mueca de sobresalto. Pude sentir como mi polla eyaculaba chorros
de semen, descargándome de una manera como nunca antes había imaginado.
Ya una vez terminó todo, dejé escapar una enorme bocanada de aire. Respiré
tratando de llenar con oxígeno mis vacíos pulmones. Cuando abrí los ojos, me
encontré un espectáculo poco agradable. Para empezar, todo el semen expulsado
había acabado manchando la mesa de cristal que había en el centro del comedor.
No podía creer que el chorro hubiera llegado hasta allí. Un reguero había
acabado en el suelo y un poco, sobre la mano de Alicia . Ella seguía aferrada a
mi miembro como si no quisiera soltarlo. Tenía los ojos bien abiertos, como si
acabara de ver algo imposible. Me preocupé un poco.
—Oye, ¿estás bien?
Alicia se volvió al instante al hablarle. Pude notar lo impactada que se
hallaba. Viendo el estropicio, no me extrañaba.
—Has echado mucho —comentó entrecortada.
Volví a fijarme en la mesa llena de mi lefa.
—Tenía bastante acumulado.
—Joder, como lo vean mis padres se van a cabrear —comentó mientras
soltaba mi pene.
—Ya podrías haber apuntado mejor, chiquilla —le repliqué.
—¡No quería mancharme! —respondió ella con un leve tonillo de molestia,
más que de cabreo.
Vi como cogía una toalla y se ponía a limpiar. No pude evitar sentirme
culpable y con la mía, le ayudé. Al verlo, ella se mostró un poco afligida.
—¡La vas a poner perdida! —dijo alarmada.
—¿Te la puedo dejar aquí para que se limpie?
Asintió dejándome claro que podía. Continuamos limpiando mi estropicio
hasta que ya no quedó ni rastro de líquido blanco y espeso. Eso sí, el aire seguía
cargado de su fuerte aroma. Una vez terminado, Alicia se volvió sonriente hacia
mí.
—Bueno, con un poquito del limpiacristales, quedará como nuevo —
comentó divertida.
No pude evitar sonreír ante su ocurrencia. Estaba en esas, cuando la noté de
nuevo cerca. Comenzó a tocar mi cuerpo, acariciando cada centímetro de mi piel
causándome un cosquilleo inesperado. La veía observándome con venerable
fascinación.
—¿Te gusta? —pregunté.
Sus ojitos azules se clavaron en mí. En ellos, pude adivinar un deseo intenso.
—Eres muy guapo— afirmó—. Tienes un cuerpo increíble y me pones
mucho.
De repente, me dio un beso. Al principio me sentí sobrepasado, pero no tardé
en entregarme. Me encantaba. Sus cálidos labios contra los míos, su lengua
invadiendo mi boca, su aliento resonando en mi interior. La abracé con fuerza y
noté sus afilados pezones clavándose contra mi piel.
Conforme el tiempo pasaba, el beso se tornó más intenso. Nuestras lenguas
se entrelazaron en un húmedo abrazo del cual parecían no querer soltarse. Mis
manos, ya aburridas de tanta teta, descendieron por la espalda hasta llegar a su
culito, contra el cual se apretaron. Palpé aquellas maravillosas nalgas como si
recién acabara de descubrirlas. Poseído por una excitación irrefrenable, me
aparté por un momento de Alicia .
—Ven, vamos al sofá —le señalé.
Ya sentados allí, nos volvimos a besar con avidez. No podía creerme lo que
estaba pasando y, menos aún, lo ardiente que estaba resultando ser, la que por
poco no era mi prima. Pero poco me importaba eso ahora. Volví a acariciar sus
tetas, aunque estas no tardaron en desplazarse en dirección hacia sus piernas.
Acaricié sus muslos, repasando con mis yemas su resbaladiza. Ella volvió de
nuevo a tocarme la polla, la cual volvía a tener dura. Empezó a hacerme otra
paja, pero la detuve, pues ahora era yo quien deseaba tocarla en su lugar más
íntimo. La tumbé con cuidado y me puse encima, comenzando a besarla por
todas partes. Alicia gemía placentera al sentir mis labios sobre su piel y yo fui
bajando ante estas incitaciones. Chupé sus pezones, besé su barriga y lamí sus
torneadas piernas. La notaba muy excitada.
—Prepárate, te voy a hacer disfrutar como nunca has podido imaginar —le
dije mientras ella me miraba anhelante.
Le retiré sus delgadas braguitas, cosa a la que ella no se opuso y vi cómo se
abría de piernas, indicando el deseo que le llenaba por tener sexo. La contemplé
por unos segundos. Su pelo negro, largo y revuelto. Su piel tan clara. Sus tetas
coronadas por los rosados pezones. Su vientre plano. Sus piernas largas y
estilizadas. Su pubis recortado en un pequeño triangulo oscuro. Quedé extasiado
ante tan maravillosa visión. Mi polla terminó de empalmarse con esto.
Sin perder más tiempo, hundí mi cabeza en su entrepierna. Comencé a lamer
su húmeda rajita y enseguida, el sabor a coño fresco inundó mi paladar. Mi
lengua recorrió de arriba abajo su sexo, arrancándole fuertes gritos a Alicia ,
quien ya se retorcía muy excitada.
—Oh David, ¡esto es genial! —gritaba envuelta en el inmenso placer que le
proporcionaba.
Ni qué decir tiene, que en unos segundos se corrió. Emitió un fuerte chillido,
tan fuerte que creí que todo el vecindario nos escucharía, aunque me daba igual.
La chica se retorció varias veces, como si le estuviera dando un ataque. Me
preocupé un poco al verla de esa manera, pero al ir calmándose, me tranquilicé.
—Alicia, ¿quieres que siga? —pregunté cauteloso.
—Sí. No te detengas por nada del mundo.
No pensaba hacerlo. Sin dudarlo, concentré toda mi atención en su sexo
húmedo. Abrí los labios mayores y pude ver el interior colorado, donde se veía
la vulva coronada por su clítoris. Mi lengua no tardó en viajar por todos aquellos
mojados pliegues, describiendo todo el relieve que conformaban hasta que llegué
a la cima, esa prominente carnosidad que tanto estimula a las mujeres.
—¡Qué me haces! —decía entre estertores, mi amada Alicia.
Emitió un profundo grito, mientras jugueteaba con su clítoris, golpeteándolo
con la punta de mi lengua y acariciándolo con mis dedos. Se encontraba a las
puertas de otro orgasmo y no quise que se contuviera. Descontrolada, profirió
otro estruendoso alarido y como si un terremoto la sacudiese por dentro, arqueó
su espalda y movió sus caderas, todo ello, mientras degustaba la explosión de
flujo que inundó mi boca.
Dejé que se repusiera. Repasé todo su coñito, dejándolo limpio, aunque
enseguida se volvió a humedecer. No tardé en devorarle su vagina de nuevo, esta
vez yendo de forma más lenta. Alicia gemía de forma más suave y se movía
degustando cada pequeño momento de placer que le proporcionaba. Podía verla
humedeciéndose los labios con su lengua y acariciándose sus pechos. Era la
imagen más sexy que mis ojos jamás contemplaron. Esta vez, no solo me limité
a lamerle el clítoris. Mi dedo índice fue penetrando en su interior, lo cual hizo
que emitiese otro súbito grito.
—¡Ah, David! —gimió con fuerza.
—¿Te duele lo que te hago? —pregunté al tiempo que seguía perforándola
con mi falange.
—¡No, sigue!
El dedo entró por completo. Podía notar lo estrecho que era el conducto,
aunque con la humedad, el movimiento era perfecto. Comencé a describir
círculos en su interior y también realizaba de vez en cuando un mete saca con el
índice que la volvió loca. Mientras, me dedicaba a chupar y lamer su clítoris.
Alicia no dejaba de gemir de forma desesperada. Estaba disfrutando como
nunca.
—¡Ah, primo, me voy a correr! —dijo entre incontrolados alaridos.
Mi dedo corazón acompañó al índice en su incasable penetración. El coño se
abrió un poco más, aunque seguía apretado. Alicia gruñó varias veces mientras
seguía realizando círculos en su interior. Fue suficiente para que terminara
llegando al orgasmo.
—¡¡¡Ah, síiii!!! —aulló descontrolada.
Todo su cuerpo tembló con fuerza mientras se venía. Pude sentir como las
paredes de su vagina oprimían mis dedos en intensas fluctuaciones. Resultaba
increíble. Arqueó su espalda un poco y dio varias sacudidas hasta acabar
derrengada sobre el sofá, respirando con dificultad. De forma suave, extraje mis
dedos del interior. Desprendían un fuerte olor a su sexo. Me levanté y vi como
ella se fue relajando, cerrando sus ojitos.
Me recosté sobre ella y comenzamos a besarnos. Ella relamía mis labios y
chupaba mi boca, degustando el sabor a coño fresco. Mis manos volvieron a ese
par de preciosas tetas, las cuales volví a acariciar y estrujar con mucho deseo.
Estuvimos así por un rato, tranquilos y sin prisas, aunque yo notaba mi polla
muy dura, lo cual indicaba las ganas que tenía de nuevo de descargar.
—¿Has disfrutado? —pregunté muy interesado.
—Aja —contestó ella—. Ha sido increíble.
—Me alegro —comenté con una amplia sonrisa.
—Um, parece que la tienes durita —dijo en ese instante.
Mi polla estaba aplastada contra su barriga. Alicia coló su mano y comenzó a
frotarlo con delicadeza, haciendo que me excitase de nuevo.
—Primo, quiero follar.
Yo, en esos momentos, no estaba para pensar en rollos morales y
pecaminosos. Tenía a una preciosa chica frente a mí que deseaba tener sexo. Así
que, sin dudarlo, acerqué el miembro a la entrada de su coñito y me preparé para
meterlo. Alicia gimió un poco ante esto y más lo hizo cuando comencé a frotar la
punta contra su sexo, arrancándole más placer. Me di cuenta de que volvía a
estar húmeda. Era una clara invitación para entrar. Golpeteé su clítoris,
frotándolo con fruición como antesala de lo que acaecía.
—David, ¡qué maravilla! —decía entre suspiros.
Yo estaba listo, así que no lo dudé más y la penetré. Mi polla fue abriéndose
camino por su interior y enseguida volví a notar lo estrecha que estaba. Me
llamó la atención, así que decidí preguntarle.
—Alicia, ¿cómo tienes el coño tan estrecho?
—Sólo lo he hecho con un chico —me explicó, algo crispada por la
inevitable penetración—. No he estado con nadie más. Hasta que has llegado tú,
claro.
Aquella respuesta me alivió un poco. Que no fuera virgen me levantaba la
responsabilidad de tener que ser su primera vez, la cual suele ser, en muchas
ocasiones, desastrosa.
Tenía medio pene metido dentro, así que fui empujando con suavidad.
Aunque apretado, fui adentrándome con tranquilidad hasta que por fin, tenía
todo el miembro metido dentro. Nuestros pubis chocaron y noté como Alicia
temblaba.
—¿Te duele? — volví a preguntar de nuevo, como cuando le metí los dedos.
Ella negó con la cabeza y yo vi esto como una señal para iniciar la follada.
Fui empujando de forma lenta, sacando mi polla un poco para luego meterlo de
nuevo. Resultaba algo tosco, pero prefería empezar así para no lastimarla
demasiado. Su vagina bastante estrecha y mi miembro la abría con fuerza, así
que más valía ser cuidadoso.
Sin embargo, conforme pasaba el tiempo, las cosas se hicieron fáciles.
Aunque escuchaba algunos gemidos, suponía que estos eran más de placer que
de dolor y con cada nueva estocada, notaba mi viaje por el interior más fluido.
Su coño ya se encontraba más lubricado.
—¿Te gusta? –le pregunté.
—Sí, ¡no pares! —fue su respuesta.
Enseguida, comenzaron los besos y las caricias. Alicia gritaba con fuerza. Yo
meneaba mis caderas con decisión, follándomela con intensidad. Podía ver como
respiraba azarosa, emitiendo gemidos fuertes, cerrando sus ojos y abrazándose
con fuerza. La expresión en su rostro mostraba placer y tormento por iguales, su
piel estaba colorada y sus preciosas tetas se movían de un lado a otro ante el
bamboleo incesante. Clavé mi polla una vez más y Alicia se corrió.
El grito fue intenso y todo su cuerpo vibró. Pude notar las fuertes
contracciones en su sexo y la explosión de cálida húmeda que envolvía a mi
pene. Dejé que se recuperase. Le iba dando besitos por toda la cara hasta que ya
respiraba más calmada.
—¿Has disfrutado?
—Ya lo creo —dijo con una sonrisilla en la cara—. Quiero más.
Aquella petición no hizo más que encender mi deseo.
Volvimos a follar de manera intensa, como si la vida nos fuese en ello. No
era el polvo más memorable, ardiente o intenso de mi vida, pero la sencillez con
la que ocurrió, me encantaba. Además, su coño era cálido y estrecho,
ofreciéndome unas placenteras sensaciones, mientras la penetraba, únicas. Así
que no podía estar disfrutando más de esto.
Me pegué más a su cuerpo. Noté como sus tetas se aplastaban contra mí y
como los pezones arañaban mi piel. Nos besamos con ansia viva, mordiendo
nuestros labios y jugueteando con las lenguas. Los cuerpos estaban sudorosos y
las respiraciones se entrecortaban más y más. Miré a Alicia a sus azulados ojos y
supe que el momento llegaba. Por más imbatible que estuviera, me iba a correr.
—Cariño, no voy a poder aguantarme más —le informé—. He de salirme.
De repente, las piernas de Alicia se cerraron en torno a mi cintura. Me tenía
atrapado, como si fuera una boa constrictora enrollándose con su cuerpo.
—Alicia, ¿¡qué haces?! —pregunté asustado.
—No te salgas bajo ningún concepto —me decía con firmeza.
—Pero, pero,…
No había peros que valiesen. Me besó para callarme y me abrazó con aun
mayor fuerza que antes. Viendo la situación, decidí abandonarme al placer.
Seguí moviéndome, besando a Alicia sin parar, hasta que no pude aguantar
más. Alzándome un poco, emití un estruendoso gruñido y me corrí. No fui el
único. La chica gritó con fuerza, señalando que también había llegado al
orgasmo.
Chorros y chorros de semen acompañaron las contracciones vaginales al
tiempo que nublaban nuestras mentes. Acabamos destrozados, con nuestras
mentes expulsadas a kilómetros de distancia de nuestros cuerpos. Terminé
derrumbado sobre Alicia , quien deshizo el fuerte abrazo que me tenía oprimido.
Quedamos así por un rato, relajados y libres de toda carga.
Cuando todo se despejó, noté los azulados orbes de Alicia fijos en mí.
Parecía mirarme con admiración, con ternura, yo diría que incluso, con amor. Me
estremecí un poco, no era lo que estaba acostumbrado a ver en ella, aunque
tampoco me parecía raro.
—¿Te ha gustado? —pregunté.
Asintió con energía.
—Ha sido maravilloso —dijo, tras lo cual, me dio un pequeño beso.
Me separé de ella y saqué mi polla de dentro. Por supuesto, todo el semen
empezó a derramarse de su entrepierna, así que cogí una de las toallas que
llevábamos y la limpié, además de limpiar mi polla también. Después de eso, me
senté sobre el sofá. Ella también lo hizo, aunque no tardó en pegarse a mi e
incluso abrazarme.
—Es genial lo que hemos hecho, ¿verdad? —comentó, mientras apoyaba su
cabecita en mi pecho.
Yo la miré al oír lo que decía. La notaba tan feliz y espléndida tras lo
sucedido. Pero a mí, no dejaba de corroerme la conciencia, por lo que habíamos
hecho. Somos casi familia, mis tíos la adoptaron y, desde ese momento, se
convirtió en mi prima, y esto no estaba bien. Al final, las culpas hicieron acto de
presencia. Por lo menos, en mí.
—Ya, pero no puede volver a repetirse.
Alicia me miró extrañada.
—¿Qué quieres decir? —inquirió desconcertada.
—Que no vamos a tener más relaciones —le expliqué con claridad—.
Además, de esto ni una palabra. Ni a nadie, ni entre nosotros.
Por lo que percibía, mis palabras no le estaban gustando anda de nada, ya
que se incorporó muy malhumorada.
—¿Me estás diciendo que no te ha gustado lo que hemos hecho?
—No digo que no haya disfrutado, aunque no puede volver a suceder.
No se puso a llorar como en otras ocasiones. Más bien, se lo tomó con
seriedad y sin montar escándalo. Pero al mirarla a los ojos, noté decepción en
ellos. Cuando vi que se disponía a levantarse, la pillé de la cintura y la atraje.
—¿Qué haces? —preguntó algo alborotada.
Nuestros cuerpos desnudos estaban en contacto y su cálida piel me gustaba
mucho sentirla. Resultaba agradable.
—¿Es qué estás enfadada por lo que he dicho?
No respondió nada. Atraje su rostro al mío y quedamos a escasos
centímetros. Miraba esos labios tan bonitos que tenía y esos ojazos que brillaban
tan intensamente. Se había convertido en una preciosidad esta niña. Ella siguió
con su silencioso gesto de molestia y yo le acaricié en la mejilla.
—Venga, dime —la azucé—. No voy a enfadarme.
—Pensé que te gustaría.
Me extrañé un poco ante lo que dijo, pero no dudé en contestar.
—Te lo he dicho antes, he disfrutado mucho con lo que hemos hecho.
—¡No me refiero al polvo, idiota! —exclamó exaltada—. Me refiero a mí.
Ahora sí que la cosa estaba bien liada.
—¿Cómo a ti?
La cara de indignación que puso me resumió el enfado que tenía. Volvió a
separarse, colocándose en el otro extremo del sofá y cruzándose de brazos,
mientras giraba su cabeza al otro lado. No estaba nada contenta con mi
respuesta.
—Ere como el resto —espetó sin más—. Solo quieren utilizarte una vez y
luego, te abandonan.
Yo me acerqué a ella, aunque me rehuyó. Quise aproximarme más, pero
interpuso una de sus piernas. Eso me hizo sentir confuso. No sabía qué hacer.
—Yo te ofrezco mi cuerpo, con la esperanza de que te fijases en mí y me
hicieras feliz, pero veo que ha sido una estupidez.
No hacía falta ser muy listo para darse cuenta de por dónde iba todo este
asunto y de por qué Alicia estaba tan dolida. Le gustaba y por lo visto, me había
seducido para que acabásemos juntos. Desde luego, el plan le salió a la
perfección, aunque el planteamiento final no estaba saliendo como esperaba.
Viendo el rumbo que tomaba todo esto, decidí zanjarlo lo mejor posible.
—Alicia, eres una chica preciosa y no lo voy a negar, he disfrutado
muchísimo contigo —me expliqué lo mejor que pude—, pero eres casi mi prima,
casi parte de la familia. Eso es un obstáculo insalvable. Así que sea donde sea
que quieras llevar esto, me temo que es imposible.
Se volvió muy contrariada. En sus ojos, ahora notaba más ira que otra cosa.
Sabía que no estaba encauzando las cosas tan bien como esperaba.
—Poco te importó que fuéramos primos cuando empezaste a manosearme las
tetas.
Eso había dolido. Y lo peor, es que tenía razón. Si tanto me importaban los
asuntos familiares, ¿cómo no cedí antes? En vez de eso, me dejé llevar por la
situación y tras haber acabado, era justo ahora cuando la culpa me invadía.
—Esta tarde, noté como me mirabas. A diferencia de otros tíos, tú no me has
dicho cosas obscenas ni te has metido conmigo —prosiguió entre lamentos—.
Por eso, pensé, quién mejor que tú para lanzarme. Así que me ofrecí, pensando
que tú me ibas a hacer muy feliz. Qué equivocada.
Madre mía, esto lo explicaba todo. Como no lo vi venir. Toda esa
dependencia. Ese llamarme cuando me necesitaba. Esa unión tan fuerte. Alicia,
mi medio prima, estaba enamorada de mí. Y yo, acababa de meter la pata hasta
el fondo.
El pánico me invadió. No quería que esto acabase así. Había muchas cosas
que analizar, pero ahora, lo único que no quería era perderla. Sin embargo, ya era
tarde.
—Alicia, yo… —fue lo único que llegué a decir antes de que me
interrumpiese.
—Vete. Coge tus cosas y márchate —dijo sin más.
—Por favor, vamos a hablar de esto —le supliqué.
—Ya es tarde —dejó bien claro.
Preferí no complicar más las cosas. Muy dolido, me vestí y abandoné el piso.
Alicia me observó mientras me marchaba. Para mi mala suerte, no dijo nada.
Ya fuera del edificio, me detuve en un callejón y pateé un cubo de basura,
lleno de rabia y frustración. El resto del camino no dejé de pensar en cómo me
había cargado una relación de tantos años solo por negarle a Alicia, mi medio
prima, lo que tanto deseaba. Lo peor era que yo también lo quería, pero al ver lo
que acabábamos de hacer, me acobardé. Cuando llegué a casa y mis padres
preguntaron que cómo me había ido con la prima, yo les contesté que bien. Ellos
se mostraron muy contentos. Yo, en cambio, deseaba que la tierra me tragase.
El verano no es sólo aburrido, también resulta doloroso. El resto de la
semana la pasé pensando en la cagada que había cometido con Alicia. Verme
separado de ella, me mataba. Lo que siempre pude desear, ahora me devoraba
con maldad por dentro. Joder, era como si la necesitase. ¿Acaso yo estaba
también enamorado y no lo sabía?
No llamó ninguna vez. Estuve todos los días pendientes del móvil, esperando
aunque fuese un mísero mensaje y nada. Cuando mis padres fueron a ver a mis
tíos, no cesé en preguntarle, cuando regresaron sobre cómo estaba Alicia y si
había dicho algo de mí. Les sorprendió mi actitud y lo único que alcanzaron a
decirme fue, que si tanto me preocupaba por la prima, que hablase yo con ella.
Pero no quería hacerlo.
La semana pasó y llegó la siguiente. Yo estaba otra tarde más acostado en mi
cama, más aburrido que nunca viendo otra serie que me interesaba entre poco y
nada. Cuando ya parecía que la desgana me iba a engullir, mi móvil sonó.
Extrañado, lo cogí. Al mirar, vi un mensaje de Alicia y cuando lo leí, aluciné.
“¿Te apetece venir a la piscina conmigo?”.
No dudé en contestar que sí.
En nada, me puse el bañador, salí escopeteado de casa y me presenté frente a
la puerta de su piso. Cuando abrió, supe que el fin se acercaba.
Alicia llevaba puesto un escueto bikini rosa que no dejaba nada a la
imaginación. Sus pechos volvían a resaltar increíbles bajo el fino sujetador y las
braguitas dejaban al descubierto parte de sus ingles. La miré alucinado, como si
jamás hubiese contemplado nada igual.
—¿Te gusta el bikini que llevo? —preguntó para mi desdicha.
—Es bonito —fue la respuesta que escapó de mis labios.
Se suponía que ella saldría para ir abajo, de nuevo a aquella piscina, donde
nos bañaríamos, y que ella atraería las lujuriosas miradas del personal
masculino. Sin embargo, yo entré en el piso. Desde luego, no era lo que
pretendía, pero ya todo daba igual. Cerré la puerta y miré alrededor. Alicia no
me quitaba ojo tampoco.
—¿Tus padres están en casa?
—Acaban de irse a trabajar —contestó ella—. Volverán tarde.
Esa última frase fue la que desató la inevitable tormenta.
Sin previo aviso, me abalancé sobre ella y comencé a besarla. Alicia se
sorprendió al inicio, pero no tardó en abrazarme para que estuviera más pegado a
su vera. Mis dedos recorrieron cada centímetro de su cuerpo, maravillándome
con su hermosa anatomía. Ella hacía lo mismo, palpando mi piel. Me separé un
momento y llevé mi boca a su oído. Una vez allí, le susurré:
—Me encanta tu bikini, pero ¿sabes cómo me gustaría verlo?
El silencio solo sirvió como anticipo acuciante de lo que me disponía a
confesarle y eso, la volvió más loca.
—Arrancado de tu cuerpo y en el suelo.
Allí fue a parar, junto con mi bañador. Alicia y yo acabamos de nuevo sobre
ese sofá, follando sin parar. Cuando llené de nuevo su coño de semen, la miré
fijamente a los ojos. No tuvimos que decirnos nada para saber que nuestro
destino estaba sellado. Uno que jamás se rompería por nada del mundo. Y
aunque yo no pretendía decírselo, pues no creía que hiciese falta, ella me lo
susurró al oído: Que me amaba desde siempre y que no dejaría hacerlo.
A partir de ese día, no ha habido tarde que no haya ido con Alicia a la
piscina. Solo que nunca hemos llegado a pisarla. Para colmo, ella nunca volverá
a obsequiar a nadie con su excelso cuerpo embutido en un ceñido bikini. El
motivo, que ella y yo nos pasamos todo el tiempo encerrados en su cuarto,
teniendo sexo sin parar y gozando. Honestamente, así será por mucho tiempo.

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