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La importancia de lo local en el contexto

actual
Laura Roth

14 de junio de 2021

En el contexto político actual no es difícil caer en el pesimismo de que no se es posible


cambiar la realidad. Los movimientos sociales tienen serias limitaciones a la hora de
presionar a los Gobiernos, que no les hacen caso; los partidos tradicionales ceden ante las
presiones de los lobbies empresariales y los Gobiernos dan legitimidad a espacios de
decisión generados y dirigidos por las grandes empresas donde se decide el rumbo de las
políticas públicas (el multistakeholderism) y, además, reflejan formas de hacer propias del
siglo XIX (la democracia representativa) en lugar de adecuarse a las expectativas de la
gente en el siglo XXI; y la extrema derecha gana terreno con su discurso contrario a la
igualdad y la democracia.

Ante este panorama, seguramente se equivoca quien dice tener la fórmula mágica. Sin
embargo, hay muchas personas que creen cada vez más que actuar a nivel local es un
camino prometedor. Son muchas las ciudades y los pueblos donde, frente a la inacción,
ineptitud o malicia de los Gobiernos y actores de poder de otros niveles superiores, se tejen
iniciativas que buscan defender a las personas más débiles. Y esto sucede tanto gracias a los
Gobiernos locales como a los movimientos sociales y a las organizaciones de la sociedad
civil. Por diferentes razones, el ámbito municipal ha mostrado recientemente tener un gran
potencial para la transformación.
Tal es el caso de muchos ayuntamientos en países como Estados Unidos: en la era Trump,
el Gobierno central recortaba derechos mientras las ciudades los ampliaban. Es así que San
Antonio implementó la baja por enfermedad, San Francisco creó un instituto de educación
terciaria (college) gratuito y muchas ciudades se autodenominaron “santuarios” para
proteger a las personas migrantes frente al riesgo de deportación. En estos casos y
muchísimos otros las ciudades ofrecen la protección que los Estados niegan.

Pero alguien podría decir que estos ejemplos son solo eso, y que en muchos otros lugares
los Gobiernos locales distan mucho de actuar de esta manera. Sin embargo, uno de los
aspectos especialmente interesantes de la acción a nivel local es que permite nuevas formas
de articulación entre las instituciones públicas, los movimientos sociales y la ciudadanía,
que son mucho más difíciles de generar a escalas superiores. Las experiencias del Premio
Ciudades Transformadoras son ejemplos de cómo desde lo próximo las personas, los
movimientos y las instituciones son capaces de generar tensiones y colaboraciones que
generan cambios profundos e innovadores.

¿Por qué actuar desde lo local?


En primer lugar, porque es relativamente fácil lograr un cambio. Como predica y practica la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), son las pequeñas victorias las que cambian
el mundo. Actuar a nivel local permite realizar avances reales y no quedarse en grandes
proyectos que nunca logran ser implementados. Parar un desahucio junto con otras vecinas
y vecinos no cambia las leyes sobre vivienda, pero sí evita que una persona se quede sin
hogar y nos recuerda y asegura que tenemos que actuar porque nos necesitamos
mutuamente.

Esto se relaciona con una segunda razón y es que las pequeñas victorias tienen un impacto
psicológico importante en las personas: muestran que es posible agrietar el sistema, aunque
no se lo pueda romper. Y este fenómeno, si coge ritmo, derrite de a poco el frío pesimismo
y tiene la capacidad de contagiar poco a poco a más gente. Es así como en el caso de
Barcelona se ha pasado de parar desahucios a articular una plataforma ciudadana
(Barcelona en Comú) que en 2014 ganó las elecciones y hoy implementa políticas de
vivienda progresistas. A pesar del contexto hostil de crisis, la ilusión fue creciendo como
una gran bola de nieve, se juntó con la de otros movimientos y, en algún momento,
demostró ser imparable. Barcelona en Comú como plataforma ciudadana municipalista fue
una de las finalistas en la categoría de vivienda de la primera edición del premio Ciudades
Transformadoras. En la segunda edición, la compañía pública de energía limpia creada por
el ayuntamiento obtuvo el el premio del público en la categoría de energía. Barcelona
Energia, que se había convertido en la mayor empresa pública energética del Estado
español, es un proyecto clave para entender cómo la acción local amplía los límites de lo
posible.

En tercer lugar se encuentra una razón que deriva, a su vez, de las dos anteriores: la acción
local permite con más facilidad pasar de la protesta a la acción. Las experiencias que han
participado en el premio desde 2018 son un claro ejemplo de este fenómeno. Por ejemplo,
el barrio de San Pedro Magisterio en Cochabamba, Bolivia, cansado de ser ignorado por el
Estado, construyó su propia planta de tratamiento de agua. Algo similar hicieron las
personas desplazadas en Dar Es-Salaam en Tanzanía, que decidieron conseguir ellas
mismas los recursos para construir sus viviendas.

En cuarto lugar, lo local se diferencia de otras escalas superiores, por ejemplo la estatal, en
el hecho de reflejar necesariamente las características propias del lugar del que se trate, ya
sea el barrio, el pueblo, la ciudad, la isla, la metrópolis o la región. Cada territorio es
diferente, cada población tiene sus características, sus problemas, sus recursos, su historia.
Cuando se activa el cambio a nivel local es inevitable hacerlo sobre la base de esas
realidades concretas y complejas, tal como lleva años haciendo la comunidad
afroamericana en Jackson, Mississippi mediante la construcción de un proyecto
transformador desde su realidad y necesidades. Esto hace que las soluciones que se
proponen sean en general más adecuadas para cada caso específico, a diferencia de lo que
ocurre cuando la acción, los planes y las políticas se deciden en escalas no tan próximas,
puesto que para abarcar diversidad de realidades complejas es necesario simplificarlas,
generando distintos tipos de errores. Esto lo sabían perfectamente las trabajadoras de
Solapur, en India, cuando decidieron comenzar a utilizar la estrategia “gherao”, que
consistía en no dejar marchar a las representantes del Gobierno que les visitaban y llevarles
a ver sus proyectos de viviendas para que entendieran de qué se trataban exactamente.

En quinto lugar, actuar a nivel local en lugar de hacerlo en otras escalas permite, no
solamente cambios sustantivos, como podrían ser el avance en ciertos derechos, la
recuperación o generación de ciertos recursos, etc., sino también modificar las formas en
que se desarrolla la acción política. Como afirma Nancy Fraser en su famoso texto “Triple
movimiento” (2013), no se trata únicamente de procurar la protección social (el proyecto de
la izquierda) o la libertad (el proyecto de la derecha), sino también de lograr la
emancipación. Se trata de que las personas ordinarias pasen a ser sujetos y no objetos de la
política, entendida en un sentido amplio que abarca no solamente la dimensión
institucional, sino también comunitaria. Ilustran este punto casi todas las experiencias que
forman parte del Atlas de Utopías. Por ejemplo, la organización Comunidad por un Mejor
Medio Ambiente (Communities for a Better Environment) de Richmond, Estados Unidos,
que colabora con otras organizaciones tan diversas como las que promueven el uso de la
bicicleta y las que apoyan a exconvictos. No importa que los objetivos diverjan, sino que
las personas actúen juntas.

Diferentes formas de enredar a las instituciones


públicas
Además de los puntos mencionados en el apartado anterior, la acción a nivel local resulta
especialmente interesante porque demuestra que es capaz de fomentar nuevas formas de
articulación entre instituciones, movimientos y ciudadanía.

La forma tradicional de entender la relación entre movimientos sociales, partidos políticos,


instituciones públicas y ciudadanía ha sido más o menos la siguiente: las ciudadanas y
ciudadanos votan para elegir sus representantes, que se presentan a través de partidos
políticos y ocupan cargos en las instituciones públicas cuando obtienen cierta cantidad de
votos. A partir de ese momento son esas personas, convertidas en representantes, quienes
toman las decisiones y son llamadas a rendir cuentas unos años después, cuando se celebran
nuevas elecciones. Esta es la democracia representativa nacida en el siglo XIX. Pero
durante el siglo XX los movimientos sociales pasaron a tener también un rol importante: el
de organizarse para cuestionar la acción de los Gobiernos cuando esta afecta los intereses
de la población. La protesta y el lobby fueron sus principales herramientas.

Este avance respecto del esquema diseñado en el siglo XIX representó un salto hacia
adelante, pero sigue teniendo limitaciones, que son las que hoy se cuestionan sobre todo a
nivel local. En incontables casos, los movimientos sociales no lograban hacer valer sus
demandas porque las personas representantes no tenían suficientes incentivos para ponerlas
en práctica y eran capturadas por las grandes empresas y elites. Las experiencias del premio
Ciudades Transformadoras muestran cómo, ante la rigidez de las instituciones públicas, es
posible encontrar nuevas formas de articulación entre la ciudadanía, los movimientos
sociales y las instituciones locales, y así superar lentamente este obstáculo. Ellas han
implementado diferentes tipos de estrategias que van gradualmente desde el esquema
tradicional del movimiento que protesta y hace lobby hasta el extremo contrario:
movimientos cuyos miembros directamente se presentan a las elecciones y pasan a
ocuparlas, no solo para implementar sus propuestas, sino también para cambiar las propias
estructuras institucionales.

El caso de las viviendas de Solapur es quizás el ejemplo del modelo tradicional de


movimientos que realizan reclamos “desde fuera”. Sin embargo, incluso en este caso, las
personas no se organizaron únicamente como movimiento social, sino también como una
cooperativa que cumpliría ella misma ciertas funciones, en colaboración con el Gobierno,
aunque sus demandas han avanzado principalmente a través de procesos de negociación
con las instituciones públicas.

En otros casos, como el de San Pedro Magisterio en Cochabamba o el de Medellín en


Colombia, los movimientos fueron un paso más allá y consiguieron ellos mismos los
recursos para poner en práctica sus proyectos. Aquí el rol de los Gobiernos fue de
colaboración, pero el liderazgo y la implementación estuvieron a cargo de la sociedad civil.

A medida que nos alejamos del esquema tradicional, las fronteras entre la institución
pública y la sociedad son cada vez más difusas. Las responsabilidades se comparten, las
decisiones se toman de forma cada vez más distribuida. Ya no son los movimientos que
piden cosas a la institución “desde afuera” sino que se van enredando las dos partes de
diferentes maneras. El ejemplo de Grenoble o Cádiz son muestra de otra posibilidad: la de
colaboración entre las instituciones públicas y la ciudadanía, aunque todavía gracias al
liderazgo del Gobierno. Tanto el plan de choque contra la pobreza energética en el caso de
la ciudad española, como la remunicipalización que implementó el ayuntamiento francés
son muestra de que es posible innovar en la forma de gestionar los servicios públicos,
colaborando con la sociedad. Nos acercamos de a poco a la lógica de los bienes comunes.

Si nos seguimos moviendo sobre este continuo imaginario encontramos en el extremo los
de la Alianza Progresista de Richmond y la organización Barcelona en Comú.En ambos
casos se trata de plataformas ciudadanas “municipalistas” que han decidido pasar del
“afuera” al “adentro” y se han presentado a las elecciones locales. Una vez allí han
implementado ellas mismas las políticas que demandaban. Pero una vez dentro, su objetivo
ha sido también el de cambiar las propias instituciones y desdibujar aún más las fronteras
entre la institución y la sociedad.

Una vez más, el hecho de que estas transformaciones se estén produciendo a nivel local y
no a nivel estatal o regional confirma algunas de las afirmaciones que se mencionaba antes:
que actuar en el ámbito de proximidad tiene el potencial de generar ciertas
transformaciones que en otras escalas es más difícil producir.

Límites de la acción local y qué hacer al respecto


Romantizar la idea del cambio a escala local sería a la vez ingenuo e irresponsable. Ingenuo
porque son innumerables las limitaciones que hay que enfrentar. Aunque las ciudades y
pueblos tengan un potencial enorme para generar cambio real en la sociedad y en parte este
potencial se deba a los límites de la acción en escalas superiores, hay ciertas cosas que no
es posible hacer.

Un primer obstáculo es la falta de recursos, relacionada con las estructuras fiscales que
normalmente operan en los diferentes territorios. Con importantes variaciones de un país a
otro, el porcentaje del presupuesto estatal que es gestionado por los Gobiernos locales en
comparación con los Estados centrales suele ser muy pequeño (salvo, por ejemplo, en los
países escandinavos o del norte de Europa). Además, la capacidad de cobrar impuestos a
nivel local suele estar restringida legalmente. Esto tiene como consecuencia que, aunque los
Gobiernos locales quieran implementar políticas públicas por iniciativa propia o en
respuesta a las demandas de las organizaciones y movimientos sociales, esto sea muy
difícil.

Más allá de este problema generalizado, las competencias de los Gobiernos locales son en
general limitadas y,por lo tanto, aunque a nivel local exista el objetivo de realizar cambios
y se tengan los recursos, esto no es tan sencillo y resulta necesario dirigirse a otros niveles
del Gobierno como el regional o estatal; y en ocasiones supraestatal.

Algo similar se aplica no ya a los Gobiernos, sino a los movimientos y organizaciones.


Poseen la capacidad de generar cambios profundos si su acción se restringe únicamente al
ámbito local, pero sin tener un gran alcance. Es posible, por ejemplo, que se logre disminuir
la contaminación en una ciudad determinada gracias a la acción de organizaciones
ecologistas, pero no serán capaces de resolver el problema a gran escala si no se buscan
formas de articular la acción de manera translocal (y esto no es sencillo).

En íntima relación con esto último, romantizar el trabajo a nivel local también sería
irresponsable porque para generar transformaciones a gran escala es preciso atacar las
causas de muchos problemas y no simplemente sus consecuencias. Y estas causas rara vez
se encuentran únicamente en el nivel local. El municipalismo, o la acción política local, no
deberían ser confundidos con el parroquialismo, que muchas veces está también sobre la
mesa como una posible opción. El objetivo no es meramente la autosuficiencia o la
protección respecto de lo que pasa más allá del contexto local, sino también, de alguna
manera, cambiar el mundo.

Es por estas y otras razones que en muchos casos los proyectos que comienzan a nivel local
buscan luego formas de incidir más allá, especialmente trabajando de forma horizontal, en
red, sin crear grandes estructuras centralizadas a nivel estatal o supraestatal que puedan
hacer que se pierda aquello que da vida a la acción “desde abajo”. Queda aún mucho
camino por recorrer explorando y practicando estas formas de acción política.

Cambiar las formas


Esto nos trae, nuevamente, a la discusión sobre las formas de la acción política. Una de las
razones por las cuales es deseable construir poder desde lo próximo es que permite que las
personas pasen a ser protagonistas de la política y no únicamente objetos de ella. Pero las
posibilidades de cambio en las maneras no se agotan allí y es importante tener en cuenta un
aspecto adicional: el del potencial feminista de esta estrategia.

La práctica ha demostrado que el sistema patriarcal, el sistema capitalista y el Estado-


nación como eje principal del ejercicio del poder político conviven y se refuerzan
mutuamente en una triple alianza. Todos ellos han contado con el trabajo reproductivo
gratuito de las mujeres como colchón sobre el cual descansar cómodamente y han ejercido
un tipo de poder basado en la imposición y la coerción. La construcción de poder desde el
nivel local tiene el potencial de, por el contrario, construir nuevas formas de poder
horizontales, relacionales y colaborativas. Esto se puede ver claramente en todas las
experiencias mencionadas, donde son las personas quienes tejen poder juntas y logran
generar cambios a pesar de la resistencia de la triple alianza. Sobre la base de sus vivencias
concretas como la contaminación, la falta de vivienda o la falta de agua potable, la gente es
capaz de construir un poder relacional que cuestiona y cambia la realidad. Esta forma de
actuar es profundamente feminista y, a pesar de sus limitaciones, marca el camino para una
verdadera transformación de las formas de ejercicio del poder. Un gran ejemplo es el de
Pengon-Amigos de la Tierra Palestina, donde las mujeres ejercen el liderazgo para la
transición energética a fuentes renovables a pesar de una ocupación militar permanente y de
un contexto social fuertemente patriarcal que no facilita su acción.

Lo dicho no implica, evidentemente, que no queden aún muchos retos que afrontar en
relación con otras dimensiones de una concepción feminista del activismo y la política.
Poner el cuidado como un eje central de la actividad diaria y prestar atención especial a
quién lo realiza y cómo se distribuyen las cargas resulta fundamental para cambiar las
formas de la movilización y la acción política. Por ejemplo, las mujeres activistas siguen
encontrándose aún en una situación en la cual, además de sus trabajos y del activismo,
siguen haciéndose cargo de la mayor parte del cuidado de dependientes (personas mayores,
animales, niños y niñas), pero también de las personas con quienes comparten el activismo:
realizan la mayoría de las tareas relacionadas con el trabajo psicológico, las tareas
invisibles, las que mantienen unidas a las organizaciones y los grupos.
Es por ello que resulta fundamental considerar al menos tres elementos como parte central
de las agendas de los movimientos y las organizaciones. El primero es que el cuidado de las
personas dependientes debe socializarse. No solo para que las mujeres descarguen parte de
estas tareas, sino también para que los hombres incorporen el cuidado como parte de sus
vidas y, como consecuencia, modifiquen las formas masculinizadas de concebir la vida y la
política.

El segundo es el cuidado que hacen las personas de sí mismas. La actividad política


efectiva necesita personas descansadas, felices y con confianza en sí mismas. Es por eso
que incluir el autocuidado como parte de la agenda es importante para el éxito de la
transformación social.

Finalmente, el cuidado de las demás personas, compañeras y compañeros de proyectos


transformadores, debe formar parte de esos proyectos. Las formas de decisión, de trabajo,
de distribución de las tareas hasta las formas de hablar y de relacionarse tienen todas un
impacto en el tipo de experiencia que tendrá cada persona. Mantener formas de hacer
patriarcales verticales, poco dialógicas y basadas en la imposición no es una buena manera
de cuidar a los compañeros y compañeras, aunque muchas veces la urgencia y la necesidad
de eficiencia releguen a un segundo plano la dimensión del cuidado.

Tanto la construcción de poder de forma relacional como la posibilidad de poner los


cuidados en el centro de la actividad política son más fáciles de lograr cuando las personas
pueden convivir, compartir, resolver conflictos sobre la marcha y crear estructuras que les
permitan actuar colectivamente. Esto no quiere decir, evidentemente, que la acción desde lo
local garantice el éxito en estas dimensiones, pero sí que trabajar a esta escala lo hace
bastante más posible.

SOBRE EL AUTOR
Laura Roth

Laura es catedrática de filosofía jurídica y política de la Universidad Oberta de Catalunya,


Barcelona, y miembro del observatorio Minim Municipalist

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