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Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Agradecimientos
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Su Excelencia:
Cuatro Suspiros parece una solución elegante, pero me
temo que ya no es necesaria…
¿Y si me lleváis a casa?
Los guardias no me dispararán.
Ante la pregunta, la sonrisa de mis hermanos se
desvaneció.
—No es tan sencillo, hermana.
Mi frente se anudó con confusión. ¿Qué no era sencillo?
Estábamos juntos de nuevo, por fin, después de casi todo el
otoño separados. Podían volar, lo que significaba que
podríamos llegar al palacio sin problemas en cuestión de
días. ¿Por qué eran tan reacios?
—Nuestra madrastra nos ha puesto las cosas un poco
más difíciles. Por un lado, Padre no nos reconocería, aunque
estuviéramos delante de él en nuestra forma humana.
La bilis subió a mi garganta. Aquel sueño que había
tenido con los ojos amarillos y brillantes de mi madrastra
clavados en los de Padre… ¿había sido real?
Nadie lo traicionaría.
Todas las casas son leales.
Soy
Cuatro caquis.
Cada uno era firme y regordete, y perfectamente
comestible, pero Zairena apenas había disimulado su
insulto. Cualquier regalo de cuatro unidades era un deseo
de mala suerte para el receptor.
Yo solía reírme de esas supersticiones, pero eso era antes
de la maldición de Raikama. Ahora necesitaba toda la suerte
posible.
Volví a envolverlos en la muselina de Zairena y me los
colgué del hombro, sin querer tener nada que ver con ellos.
Los dejaré en el templo, decidí, al divisar su puntiagudo
techo de arcilla al otro lado del patio. Era pequeño y estaba
sin supervisión, la entrada se destacaba por dos braseros de
piedra y pilares escarlata que enmarcaban los escalones de
madera. O los tiraré otra vez al huerto.
Los dioses del clima decidieron por mí. Un trueno retumbó
desde muy lejos, prometiendo lluvia. Corrí a refugiarme bajo
la veranda inclinada del templo.
Mientras subía las escaleras del templo, la puerta se abrió
de golpe.
—¡Lina!
La sorpresa de ver a Takkan me sobresaltó, y los caquis
salieron catapultados fuera de mi alcance y rodaron
escaleras abajo. Ahí se fue mi ofrenda. No creí que hubieran
caído con tanta fuerza, pero todos estaban magullados, la
piel ámbar casi negra por el impacto.
Takkan se arrodilló y me ayudó a recuperar los caquis.
—¿Ofrendas a los dioses?
Lo eran. Mi boca se inclinó, con una expresión de humor
irónico.
Tomé apresurada las frutas e hice una reverencia, luego
me dirigí a los escalones de piedra para bajarlos. Prefería
enfrentarme a la lluvia que quedarme en el templo con
Takkan.
—Espera, Lina…
Agité las manos hacia el altar, inclinándome para mostrar
deferencia.
No deseo perturbar tus oraciones.
Un trueno interrumpió mi gesto, y Takkan levantó la vista.
De repente, las nubes se pusieron más oscuras. Más
pesadas también, como si se hubieran blindado para la
batalla.
—Los dragones han salido a jugar —dijo cuando las
primeras gotas de lluvia se desprendían del cielo—.
Deberías quedarte dentro hasta que terminen.
Dudé.
¿Qué significa eso?
Dejó escapar una breve carcajada.
—Es una historia que le contaba a Megari.
Curiosa ahora, me quedé en la puerta y giré las manos.
Explícame.
—Todo el mundo sabe que ver a un dragón es señal de
buena fortuna. Le dije que los relámpagos provienen de los
dragones que arañan el cielo, y que el trueno es el sonido
de sus gritos mientras juegan. —Los ojos oscuros de Takkan
centellearon con humor—. Pensé que así dejaría de irrumpir
en mi habitación en mitad de la noche, exigiendo que le
contara historias y le hiciera compañía. Pero parece que me
salió el tiro por la culata. Ahora, durante cada tormenta,
viene a mi habitación y cuenta los truenos y los rayos. Está
acumulando suerte para desear un invierno más corto.
Sonreí, conteniendo una carcajada.
—¿Te gusta la historia?
Contra mi voluntad, me había gustado. Parecía una broma
que me hubiera gastado Yotan.
—Creo que es la primera vez que te veo sonreír de
verdad, Lina. —Ladeó la cabeza, con una sonrisa en la boca
—. Excepto cuando te di ese makan de plata.
¿Cómo lo sabes?
—Tienes un hoyuelo cuando estás contenta —dijo al ver
mis labios curvados. Se tocó su propia mejilla izquierda para
reflejar la mía.
Me impresionó que se hubiera dado cuenta. ¿Solía
observar esas cosas?
Las gotitas de lluvia se convirtieron en fuertes chapoteos
contra el techo del templo. El frío hizo que me picaran las
costras de las manos, y me enrollé la bufanda alrededor de
los dedos para no rascarme.
—Entra —dijo, abriendo más la puerta—, antes de que la
lluvia sea más fuerte.
No debería hacerlo. Hice un gesto con las manos, sin
saber qué hacer con ellas. Chiruan…
—Entra —repitió, sin entender mis gestos—. Ya que estás
aquí, quiero preguntarte algo.
Las manos se me cayeron a los lados. La curiosidad era
mi mayor debilidad.
La lluvia tamborileaba en el techo mientras lo seguía al
interior del templo. Los sahumerios ardían, el incienso se
elevaba hasta mis fosas nasales. Eché un vistazo a las
ofrendas del altar, observando las botellas de vino de vidrio
acanalado, las vasijas de arroz hervido y los cuencos de
caquis y melocotones verdes, las monedas de cobre
colgadas y los amuletos bordados para alejar a los
fantasmas y los espíritus perdidos.
En una de las mesas ceremoniales, estaba la zapatilla
rosa que había encontrado cerca de la aldea de Tianyi. Mi
zapatilla. Junto a ella, el tapiz de disculpas que le había
bordado.
—Lo cosió la propia princesa Shiori —recitó Takkan—. Una
disculpa por haber faltado a nuestra ceremonia de
esponsales.
Yo sabía lo que era. Solo que nunca pensé que lo volvería
a ver.
La emoción se agolpó en mi garganta. Quise rozar con los
dedos los ojos de grulla que me había costado tanto coser.
Parecían pequeños bulbos negros, algunos anudados
demasiado grandes, otros demasiado pequeños. Las
cabezas de las grullas eran de diferentes tamaños, algunas
ladeadas, y otras con el cuello torcido. Nunca había sido una
gran artista, y eso se notaba.
Lo único en lo que había pensado mientras trabajaba en
el tapiz era en volver a ver a Seryu, y en cuándo me daría
mi próxima lección de magia.
Lo que daría por volver a esos tiempos. Darle a Padre el
abrazo al que siempre se había resistido y preguntarle por
mi madre.
Oír a mis hermanos reírse tan fuerte que el sonido
rebotaba desde el otro extremo de nuestro pasillo hasta mis
habitaciones.
—Y esto —dijo Takkan, levantando la zapatilla—. Esto es
lo que llevaba puesto el último día que la vieron. La
encontré cerca de la aldea de Tianyi, a cientos de millas y
un mar de distancia del palacio imperial. No muy lejos de la
Posada del Gorrión, por así decirlo.
Su voz se convirtió en un susurro bajo.
—¿La viste… mientras estabas allí?
Mi compostura vaciló. ¿Era esto lo que quería
preguntarme? Me mordí el interior de la mejilla. Habría sido
fácil mentir, pero no quería hacerlo.
Miré al suelo y me hice la tonta.
—Por supuesto que no. Siento haber preguntado. —
Takkan dejó la zapatilla en el suelo—. Es extraño que nadie
sepa lo que le ocurrió. Si la mataron a ella y a sus
hermanos, o si nuestros enemigos se la llevaron de Kiata.
¿Por qué le importaba tanto lo que me había pasado?
Lady Bushian lo había calificado de obsesión, pero nunca
habíamos hablado. Incluso lo había desairado en nuestra
ceremonia de compromiso. ¿Por qué arriesgar su vida para
buscarme?
Mira más de cerca, deseaba decir. Estoy aquí. Estoy aquí,
Takkan.
Pero conocía el poder de la maldición de mi madrastra.
Aunque fuera el hombre más observador de Kiata, todo lo
que vería sería una chica con un cuenco de madera sobre la
mitad de su cara.
Alcancé mi pincel, descubriendo mis manos lo suficiente
para escribir:
¿No se ha ido?
¿La conocías?
¿Cuándo la conociste?
¿Cuál era?
Megari, me voy…
ISBN: 978-84-450-1539-1
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Black Water Sister
Cho, Zen
9788445015322
384 Páginas
EDICIÓN REVISADA