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Concepto y objeto de la Psicopatología

1.1. Conceptos de salud y de enfermedad mental


1.2. Definición de salud mental
1.3. Características del estado de salud y enfermedad mental
1.4. Corrientes teóricas explicativas del enfermar mental
1.5. Salud y enfermedad mental en la infancia

1.1. Conceptos de salud y de enfermedad mental

La Psicopatología es la rama de la Psicología que estudia los


síntomas psíquicos y los signos de conducta que presentan los su-
jetos que tienen una enfermedad mental, o que acompañan a las
enfermedades físicas, o son secundarios a los tratamientos farma-
cológicos de las enfermedades.
El estudio de las enfermedades o síndromes mentales que re-
únen un conjunto de síntomas y signos psicopatológicos es objeto
de la Psicología clínica y de la Psiquiatría. La principal diferencia
entre estas dos últimas está en que la Psiquiatría emplea fármacos
psicoactivos en el tratamiento.
En la actualidad, en Psicología clínica, la expresión «enferme-
dades mentales» ha sido sustituida por la de «trastornos mentales».
El diagnóstico de los trastornos mentales se basa en los criterios
establecidos por consenso entre expertos en la materia. La apli-
cación concreta de tales criterios para realizar el diagnóstico de
cada paciente depende del médico que le trata; en ocasiones, esa
aplicación no es fácil y el médico ha de limitarse a establecer una
impresión diagnóstica provisional, a la espera de que la evolución y
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la respuesta a los tratamientos aporten información suficiente para


establecer el diagnóstico definitivo.
Los trastornos mentales tienen dos características generales,
que pueden presentarse juntas o separadas: una es el intenso sufri-
miento psíquico del paciente, que le dificulta seriamente su vida
normal; la otra es la generación de sufrimiento en las personas de
su entorno, pues las conductas patológicas les infligen daño físico
o psicológico, y les dificultan gravemente la convivencia con el
paciente.
En la delimitación de la frontera entre la salud y la enferme-
dad mental se han utilizado varios criterios: subjetivos (sensación
personal), objetivos (resultados de pruebas biológicas), sociales
(criterios de normalidad de conducta) y profesionales (criterios
diagnósticos consensuados).
El criterio de malestar subjetivo es el que lleva a las personas a
acudir a un especialista para que las estudie y las trate. En general,
cada cual tiene un conocimiento implícito de su estado mental y
se considera sano o enfermo. Algo parecido ocurre con la concien-
cia del estado de salud física. Hay, sin embargo, casos de enferme-
dad mental en los que personas gravemente enfermas consideran
que están muy sanas. No tener conciencia de la propia enfermedad
es signo de mayor gravedad, se enmarca en la llamada «pérdida del
sentido de la realidad» y suele darse en las enfermedades psicóti-
cas. Por el contrario, tener una buena conciencia de enfermedad
suele ser un signo de mejor pronóstico.
Los criterios objetivos y científicos tampoco permiten definir
con claridad los conceptos de salud y enfermedad en psicopatología.
La salud mental no es sinónimo de normalidad, entendida como
apariencia y comportamiento normales, pues a veces las personas
no exteriorizan su enfermedad y aparentan ser normales, mientras
que por dentro sufren de modo anormal. En estos casos se suele
decir que «la enfermedad va por dentro». Desde hace decenios,
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la antipsiquiatría viene acusando a la Medicina oficial de crear


etiquetas de enfermedades mentales, con la finalidad de plegarse
a los intereses de los grupos de poder, entre los que se cuentan
la industria farmacéutica (que quiere vender fármacos y necesita
enfermos que los compren) y los políticos (cuando se proponen
descalificar y marginar a personas que van contra el statu quo).

La tristeza y la alegría son sentimientos


que ayudan a diferenciar la salud y enfermedad mental

La ética profesional impele a los profesionales de la salud men-


tal a esforzarse en seguir al día en los conocimientos y aplicaciones
de los criterios de salud y enfermedad mental, para que puedan
actuar a modo de árbitros en el diagnóstico de las personas en las
que se dan las características básicas de los trastornos mentales:
sufrir o hacer sufrir de modo habitual.
Al final de este texto se recogen los dos listados de enfermeda-
des mentales más utilizados, que son fruto del consenso actual de
los profesionales de la salud mental.
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1.2. Definición de salud mental

Aunque el objeto de la Psicopatología es la enfermedad men-


tal, nos conviene antes, para delimitar y clarificar bien este objeto,
aclarar su cara opuesta: la salud mental. Con esta finalidad se re-
cogen a continuación algunas de las definiciones de salud mental
más difundidas:
a) La salud mental es la normalidad psíquica: esta es la carac-
terística psicológica que poseen los individuos considerados nor-
males por la media de la población general.
Los expertos que se oponen a esta definición afirman que el pro-
medio estadístico no es válido, porque en algunos ambientes sería
más normal tener algunos síntomas psicopatológicos que no tener-
los: así ocurre, por ejemplo, con la ansiedad o el estrés que se da en
los ejecutivos; o con el miedo a suspender y la ansiedad de expecta-
ción en periodo de exámenes en los estudiantes. Además, aplicando
esa definición, resultaría que serían anormales, y por tanto enfermas,
las personas que son más bondadosas, trabajadoras, honradas o tie-
nen alguna otra cualidad positiva por encima de la media. Por otra
parte, el ideal de normalidad puede variar de unas épocas a otras
y de unas culturas a otras, haciendo de este concepto algo relativo.
Este concepto sería aún más confuso en el caso de los niños,
pues en ellos las características de normalidad son más difíciles
de establecer que en los adultos, y hasta los expertos tienen más
dificultad para considerar si un niño es normal. Los niños tie-
nen reacciones, emociones y conductas que no serían normales en
un adulto, pues hay comportamientos que pueden ser normales a
cierta edad y anormales en otra.
b) La salud mental es la ausencia tanto de alguna de las enfer-
medades –síndromes– recogidas en los manuales de clasificación
(CIE-10 y DSM-5) como de síntomas psíquicos molestos y de for-
mas desadaptadas de conducta.
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Esta definición es la que se utiliza entre los profesionales de la


salud mental, pues ha demostrado ser práctica y útil para el diag-
nóstico y tratamiento de los enfermos mentales.
c) La salud mental sobrepasaría la noción de ausencia de en-
fermedad, pues supone tener un sentimiento habitual de bienestar
y disponer de la facultad de ejercer plenamente las capacidades
físicas, emocionales e intelectuales.
En la sociedad occidental, muy focalizada en la búsqueda del
bienestar, de la calidad de vida y de la excelencia, el concepto de
salud se ha venido enriqueciendo hasta convertirse en un ideal di-
fícil de alcanzar. En esta línea, la Organización Mundial de la Sa-
lud (OMS) define la salud como «un estado de completo bienestar
físico, psíquico y social, y no simplemente la ausencia de síntomas
o de enfermedades». Esta situación personal es difícil de lograr en
la realidad, sobre todo en el plano psíquico y social, puesto que
supone la ausencia de toda idea o afecto inquietante o negativo y
de todo conflicto interpersonal, cosa que es casi una utopía.
d) Algunos autores afirman que los términos salud y enfermedad
no son categóricos, es decir, entidades cualitativamente diferentes,
sino que son una misma cosa, una única dimensión, pero con una
diferencia cuantitativa. Para estos autores hay grados de salud y gra-
dos de enfermedad mental. Así pues, la salud no sería un estado abso-
luto sino relativo, de modo que se está más o menos sano y enfermo.
e) Finalmente, otros autores afirman que la salud mental con-
siste en la capacidad para lograr una adaptación adecuada a las
distintas circunstancias y problemas de la vida. Esta definición,
que se enmarca en el concepto de competencia en las relaciones con
el ambiente, permite hacer una valoración de la salud en función
de comportamientos visibles y mensurables, lo que posibilitaría
elaborar estudios experimentales sobre la salud y la enfermedad.
Los críticos de esta definición basan su oposición en la dificultad
de medir la «adecuación» de la adaptación vital.
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Los dos manuales de clasificación


y diagnóstico de enfermedades más utilizados

1.3. Características del estado de salud


y enfermedad mental

Está claro que los conceptos de salud y enfermedad mental esca-


pan a una definición adecuada y satisfactoria para todos. Solo cabe
definirlas de forma parcial y en relación con la visión antropológica
dominante en cada época histórica, en cada cultura y entre los ex-
pertos que deben fijar los criterios de enfermedad. No es extraño,
pues, que se den fuertes diferencias entre las concepciones del hom-
bre a que han llegado los autores psicoanalistas, los conductistas, los
fenómenologistas, los cognitivistas, los biologicistas, los personalis-
tas o los humanistas, por citar algunas de las corrientes psicológicas
principales.
Ante el fracaso de identificar y definir unos conceptos que
fueran aceptables para todos, algunos de ellos han optado por des-
cribir las características de cada uno de los dos estados opuestos
de salud y enfermedad mental, que se exponen brevemente a con-
tinuación.
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• Desde un punto de vista vivencial (introspectivo), la salud


coincide con la vivencia de un sentimiento de seguridad, tranqui-
lidad y disfrute, mientras que en la enfermedad el sujeto experi-
menta vivencias de sufrimiento, debilidad y temor.
• Desde una perspectiva psicológica y conductual, lo caracte-
rístico de una persona con salud mental consiste en poseer un co-
nocimiento de sí misma verdadero o realista, un buen autocontrol
y una adecuada autonomía personal.
• Desde un punto de vista externo (observacional), las carac-
terísticas de la enfermedad son el estrechamiento del universo vital
que resulta de concentrarse en el sufrimiento y las limitaciones
vitales que la enfermedad produce; el egocentrismo y, además una
actitud en que se mezclan la tiranía (exigencias de ayuda) y, la de-
pendencia (sumisión) respecto a los demás. Es un estado psíquico
parecido al de los niños pequeños, y, por eso, a este cambio de
actitud vital del enfermo se ha llamado «regresión infantil».
• En la Clínica práctica es habitual establecer el límite entre
salud y enfermedad mental con la ayuda de varios criterios (Ta-
bla 1).

Tabla 1
Criterios de salud y enfermedad mental

• Salud: ausencia de patología, es decir, de síndromes clínicos recogidos en los


manuales de enfermedades, lo que supone una integración armónica de los
distintos rasgos de la personalidad y un equilibrio psicológico entre razón,
voluntad y afectividad. Este equilibrio se manifiesta en una percepción no
distorsionada de la realidad que permite una buena adaptación al entorno y
evita los conflictos interpersonales.
• Enfermedad: presencia de síntomas y signos clínicos, en un determina-
do momento evolutivo y en un contexto sociocultural. Representan un
desequilibrio psicológico interno que, además de acompañarse de intenso
sufrimiento, impide cumplir las tareas normales de la vida y establecer rela-
ciones interpersonales agradables.
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1.4. Corrientes teóricas explicativas del enfermar mental

Desde el inicio de la Psicología como ciencia independiente de


la Filosofía a finales del siglo xix, la mayoría de los investigadores
se han agrupado en varias corrientes teóricas. Cada una de ellas
ofrece una particular explicación del funcionamiento mental del
ser humano y del enfermar mental, al tiempo que subraya cono-
cimientos parciales del funcionamiento psíquico normal y pato-
lógico.
Las principales corrientes teóricas en Psicología son la biologi-
cista, la psicodinámica, la conductista, la psicosocial y la fenome-
nológica. Las características de cada una de ellas se recogen por
extenso en todos los manuales de Psicología y Psiquiatría, por lo
que, en honor de la brevedad, quedarán someramente expuestas
en este apartado.
a) La corriente biologicista u organicista afirma que la salud
y la enfermedad mentales dependen de cómo funcione el cerebro,
un órgano que está determinado por factores genéticos, metabóli-
cos y endocrinos, lo mismo que por agentes externos que pueden
interferir en la función cerebral (nutrientes, sustancias tóxicas, me-
dicamentos, infecciones y traumatismos).
b) La corriente psicodinámica o analítica afirma que el fun-
cionamiento psíquico depende de ciertas fuerzas instintivas in-
conscientes que buscan la satisfacción de las necesidades naturales.
La facilidad o la dificultad que los agentes sociales pongan a la
satisfacción placentera de esas necesidades determinan el modo
de ser mental. La falta de una adecuada solución a los conflictos
entre las fuerzas biológicas y fuerzas sociales llevaría a la angustia
neurótica que está en la base de toda enfermedad mental.
c) La corriente conductista afirma que el modo de ser y de
comportarse es consecuencia de las experiencias vitales que van
dejando su huella en la personalidad, de modo que esta puede ser
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normal o ser patológica. Para los partidarios de esta corriente la


enfermedad mental es un fallo en el apropiado aprendizaje de las
habilidades y actitudes sociales necesarias para que el individuo
logre un eficaz desenvolvimiento en el grupo al que pertenece.
d) La corriente psicosocial o sociológica afirma que el modo
de funcionar psicológico depende de la influencia del ambiente. Si
esa influencia es buena, produce sujetos sanos; si es disfuncional,
produce sujetos mentalmente enfermos. Así pues, la dinámica so-
cial es la que está enferma y contagia la enfermedad a sus miem-
bros. Esto lo hace influyendo en el estilo de vida de sus individuos,
estilo que puede ser sano o enfermo.
e) La corriente fenomenológica o humanista afirma que el ser
humano está dotado de unas capacidades para configurar su pro-
pia manera de ser. Posee la capacidad de razonar para juzgar lo
que es bueno para él, y dispone de una voluntad libre para escoger
cómo desea ser y así autorrealizarse. Cada persona, según las deci-
siones y elecciones de vida que tome, acabará siendo una persona
sana o enferma.
Todas estas concepciones teóricas del ser humano tienen as-
pectos correctos y erróneos. Esto ha llevado a que algunos autores,
partiendo de las aportaciones de las anteriores teorías que se han
comprobado correctas, hayan elaborado una concepción ecléctica
del modo de ser humano. Se trata de una concepción pragmática
que busca tener una guía para conocer con mayor profundidad el
funcionamiento mental normal y patológico, y poder así ayudar a
las personas concretas, y a la sociedad en general, a lograr mayores
niveles de bienestar y felicidad.
Sección III
METAPSICOPATOLOGÍA

La dimensión antropológica o personal no es un factor más a tener en cuenta a la hora


de analizar una psicopatología, sino la dimensión real profunda en la que resuena
cualquier patología, cualquier disfunción y también cualquier potencialidad personal y de
la que, además, pueden brotar patologías si no se vive adecuadamente, si el decurso
biográfico no es el adecuado. En todo caso, la dimensión personal es el «telón de fondo»
de toda psicopatología. En algunos casos, es un factor condicionante de dichas patologías
y, en otros, determinante. No es indiferente el estilo de vida, el bios, por el que se opta: o
es promocionante o es patologizante.

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9. LAS INFIRMIDADES

9.1. Definición y origen de las infirmidades

Utilizamos el neologismo «infirmidad» para referirnos a los modos inadecuados de


vivir como persona, esto es, a las formas de no vivir con firmeza en tanto que persona.
La infirmitas, en realidad, es condición inherente al ser humano, en cuanto realidad lábil,
finita, provisional, sin acabar. Pero, justo por ser así, la persona consiste en ser
orientación hacia la plenitud. La infirmitas a la que nos referimos aquí se identifica con
los falsos caminos de crecimiento y maduración, con las formas de no caminar hacia la
plenitud. La infirmidad consiste en las formas despersonalizantes de vivir,
empobrecedoras, desestructuradoras. Se trata de una desorganización de la vida personal.
Tres dinamismos son esenciales en la persona: la puesta en juego de las propias
capacidades integradas para lograr la plenitud, la actuación desde un sentido, en tercer
lugar, y la experiencia de apertura y de relación en un contexto comunitario. Si la persona
«no realiza sus posibilidades, se enferma, del mismo modo que las piernas se atrofiarían
si no camináramos nunca (…). Esta es la esencia de la neurosis: las posibilidades sin
utilizar, bloqueadas por las condiciones adversas del medio y por los propios conflictos
interiores» 1. Del mismo modo, solo es posible el desarrollo personal con otros, y no de
cualquier forma, sino en forma de experiencia comunitaria. Por último, sería imposible
cualquier actividad sin un sentido por el cual llevar a cabo esta actividad. Para todo ello,
hay un requisito previo: la apertura y el contacto con lo real.
La infirmidad procede de elegir falsos caminos para realizarse (plenificarse) como
persona o no vivir los adecuados. Se trata, por tanto, de no vivir como corresponde a su
ser personal, de su introducción del desorden en el mundo, en sus relaciones y en su
propio vivir personal. La infirmidad consiste en que el hombre, que está llamado a ser
pleno, elige falsas formas de plenitud o rechaza dicha plenitud y elige vivir para ídolos.
La infirmidad consiste en que el hombre, que está llamado a elevar su voluntad hacia lo
trascendente, la inclina sobre sí. La infirmidad consiste en que el hombre, que está
llamado a ser señor de su vida, sucumbe ante sus sentimientos, impulsos irracionales,
debilidades. La infirmidad consiste en que se oscurece su inteligencia y no ve claro su fin,
se ofusca su afectividad y no descubre lo que es realmente importante, se debilita la
voluntad y no quiere lo bueno2. La psicología más naturalista o cientificista obvia este
dato fundamental de la naturaleza humana3, por lo que impide el afrontamiento integral
de la raíz de sus patologías y sufrimientos, de sus culpas y frustraciones.

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Partimos de la siguiente hipótesis, a modo de idea matriz: que existe un enfermar
físico, un desordenarse psíquico y un infirmar de la persona (entendiendo que no es que
la personeidad –en cuanto physis– enferme, sino que es el modo de vivir como persona
el que no responde a la personeidad y, por tanto, decimos que no es firme, sino in-firme).
La persona no puede enfermar ónticamente, pero puede no vivir de acuerdo con su ser
persona, puede lograr o malograr su vida, realizarla o desrealizarla.
¿Cuál es la clave que describe la infirmación?: no ser la persona fiel a sí misma como
persona, llevar una vida impersonal que no responda al orden objetivo y a los valores
personales, que es tanto como decir, en términos existencialistas, que se lleva una vida
inauténtica, esto es, que no responde a la propia llamada4.
Es patente, además, que las patologías biológicas se manifiestan biológicamente (con
resonancias afectivas), que las patologías psíquicas se manifiestan biológicamente o
psíquicamente (o de ambas maneras). Pero la aportación que ahora queremos hacer es
que las infirmidades de la persona pueden y suelen manifestarse biológicamente y
psíquicamente5. Por tanto, habrá que tenerlas en consideración como factor presente en
toda psicopatología, como factor directamente condicionante en muchas y, en algunas,
como elemento determinante o explicativo último. Distinguimos, pues, entre enfermedad,
en el sentido biológico tradicional, desorden psíquico –que solo análogamente se puede
llamar enfermedad–, propio de las alteraciones psicológicas y, por último, infirmidades,
que no son patologías ni enfermedades, sino formas inauténticas o inadecuadas de vivir
como persona.
De este modo, podemos proponer la siguiente clasificación de estas alteraciones, en
función de su origen o genos (corporal –somatógenas– o psíquicas –psicógenas– o
personales –prosopógenas–) y en función de su manifestación (somática –fenosomáticas–
o psíquica –fenopsíquicas–):
a) Enfermedades somatógenas y fenosomáticas como la gangrena o una infección
vírica (aunque se sabe que hay más o menos predisposición a la infección en función del
humor o el nivel de alegría. En realidad, como han postulado pensadores como
Weizsäcker o Rollo May, toda biopatología tiene un componente psíquico y personal
profundos, pues, como señalaba Jaspers, «todo el cuerpo puede ser aprehendido como
un órgano del alma (…). Ni siquiera las enfermedades orgánicas son independientes de la
psique en su desarrollo (…). El alma busca, para su influencia patológica en el cuerpo,
caminos abiertos» 6). También la diabetes está vinculada en su aparición o agravamiento a
alteraciones afectivas y psíquicas o ciertas enfermedades autoinmunes como la de
Graves-Basedow o el lupus eritematosus están claramente vinculadas con conflictos
afectivos o personales no resueltos que se simbolizan en esa forma.
b) Enfermedades somatógenas y fenopsíquicas como la depresión somatógena y, en
general, los síndromes afectivos orgánicos, causados por una enfermedad física grave
como un tumor o un infarto, una alteración neurológica como el Párkinson o la
esclerosis.

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c) Desórdenes psicógenos y fenosomáticos como la conversión, muchas formas de
lumbalgia (aunque posibilitado por determinadas condiciones físicas, como en el caso de
que la lumbalgia pueda tener su causa próxima en una hernia. La psique elige
inconscientemente el locus minoris resistentiae para manifestar su conflicto o bien un
órgano con capacidad simbólica), convulsiones y desmayos histéricos7, somatizaciones,
asma, colitis, aerofagia, dispepsia nerviosa. Dentro del ámbito de la psicosis encontramos
la catatonía, la catalepsia, la inmovilidad apática, estados hipercinéticos o las afasias.
d) Desórdenes psicógenos y fenopsíquicos como los estados obsesivos, compulsivos,
los delirios propios de la esquizofrenia (los cuales, de todas formas, tienen resonancia
bioquímica: al ser la persona un sistema unitario, no hay alteración en un aspecto
psíquico que no esté acompañado por una modificación bioquímica y cerebral). Sin
embargo, adelantemos ya la convicción de que muchas de las tradicionalmente llamadas
psicopatologías neuróticas son, principalmente, problemas de la vida cotidiana o efectos
de problemas de la vida cotidiana. Los trastornos de angustia, las fobias, los trastornos
obsesivos, las somatizaciones y las conversiones, muchas de las depresiones y los
llamados trastornos de personalidad (especialmente en el caso del histrionismo, el
narcisismo, el trastorno antisocial o el trastorno por evitación) son en muchos casos
meros estadios en el proceso de maduración de la persona a los que la psiquiatría
académica los ha estigmatizado nosológicamente.
e) Infirmidades8 prosopogénicas y fenosomáticas. No se trata de alteraciones
semejantes a las psicobiológicas, sino metapsicobiológicas, de modo que, en este caso,
los desórdenes biológicos son efectos sintomáticos de la infirmidad. Así, son infirmidades
de este tipo las tensiones internas y conflictos sin resolver (producidos por un no
atreverse o no querer afrontar problemas o por no aceptar la realidad, lo cual es una
actitud de índole personal y no meramente psíquica). Es sabido que dichas tensiones
pueden manifestarse frecuentemente como herpes labial, el asma, los dolores articulares
en la espalda o el comer compulsivo.
f) Infirmidades prosopógenas y fenopsíquicas. También aquí se trata de alteraciones
metapsíquicas. Así, por ejemplo, posponer en la vida personal los valores éticos ante los
pragmáticos o empresariales, el tomarse a sí mismo como una máquina al servicio de la
productividad o la necesidad de rendir siempre al máximo puede dar lugar como causa
última a muchísimas psicopatologías: depresiones, ansiedades, fobias, trastornos
somatoformes, trastornos alimenticios, del sueño, sexuales, adicciones. En este caso,
como en el anterior, hasta que no se aborde la dimensión personal, no se soluciona el
problema.
g) Infirmidades prosopógenas asintomáticas. La persona con una prosopopatología
puede ser muy sana en lo psíquico y lo físico. Resulta elocuente la situación de
conocidos dirigentes nazis asesinos que, a pesar de sus atrocidades, no sentían culpa ni
ansiedad, aparentan estar muy en equilibrio. También es el caso de personas que tienen
una sobrecarga de trabajo y no sienten ansiedad, o que no echan de menos una vida
afectiva o familiar de más calidad. O también el caso de personas cuyo único móvil
biográfico sea la codicia, siendo capaces de traicionar y robar impunemente a familiares,

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conocidos y compañeros, pareciendo siempre estar relativamente contentos y sanos en
cuerpo y mente.
Al contrario, puede haber personas dañadas en lo físico o en lo psíquico y muy sanas
como personas. Incluso la enfermedad puede ser motivo de crecimiento personal, si se
afronta adecuadamente. Es conocido el caso de la agorafobia de Darwin o Juan Ramón
Jiménez, el trastorno bipolar de Churchill o la esquizofrenia del Nobel de matemáticas
John Nash. Y en lo físico ocurre el mismo fenómeno: personas con graves incapacidades
físicas que no han sido óbice (y a menudo han sido trampolín) para su creatividad: así los
casos de Beethoven (con su sordera), Stephen Hawking con su ELA.

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