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Tabla 1
Criterios de salud y enfermedad mental
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9. LAS INFIRMIDADES
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Partimos de la siguiente hipótesis, a modo de idea matriz: que existe un enfermar
físico, un desordenarse psíquico y un infirmar de la persona (entendiendo que no es que
la personeidad –en cuanto physis– enferme, sino que es el modo de vivir como persona
el que no responde a la personeidad y, por tanto, decimos que no es firme, sino in-firme).
La persona no puede enfermar ónticamente, pero puede no vivir de acuerdo con su ser
persona, puede lograr o malograr su vida, realizarla o desrealizarla.
¿Cuál es la clave que describe la infirmación?: no ser la persona fiel a sí misma como
persona, llevar una vida impersonal que no responda al orden objetivo y a los valores
personales, que es tanto como decir, en términos existencialistas, que se lleva una vida
inauténtica, esto es, que no responde a la propia llamada4.
Es patente, además, que las patologías biológicas se manifiestan biológicamente (con
resonancias afectivas), que las patologías psíquicas se manifiestan biológicamente o
psíquicamente (o de ambas maneras). Pero la aportación que ahora queremos hacer es
que las infirmidades de la persona pueden y suelen manifestarse biológicamente y
psíquicamente5. Por tanto, habrá que tenerlas en consideración como factor presente en
toda psicopatología, como factor directamente condicionante en muchas y, en algunas,
como elemento determinante o explicativo último. Distinguimos, pues, entre enfermedad,
en el sentido biológico tradicional, desorden psíquico –que solo análogamente se puede
llamar enfermedad–, propio de las alteraciones psicológicas y, por último, infirmidades,
que no son patologías ni enfermedades, sino formas inauténticas o inadecuadas de vivir
como persona.
De este modo, podemos proponer la siguiente clasificación de estas alteraciones, en
función de su origen o genos (corporal –somatógenas– o psíquicas –psicógenas– o
personales –prosopógenas–) y en función de su manifestación (somática –fenosomáticas–
o psíquica –fenopsíquicas–):
a) Enfermedades somatógenas y fenosomáticas como la gangrena o una infección
vírica (aunque se sabe que hay más o menos predisposición a la infección en función del
humor o el nivel de alegría. En realidad, como han postulado pensadores como
Weizsäcker o Rollo May, toda biopatología tiene un componente psíquico y personal
profundos, pues, como señalaba Jaspers, «todo el cuerpo puede ser aprehendido como
un órgano del alma (…). Ni siquiera las enfermedades orgánicas son independientes de la
psique en su desarrollo (…). El alma busca, para su influencia patológica en el cuerpo,
caminos abiertos» 6). También la diabetes está vinculada en su aparición o agravamiento a
alteraciones afectivas y psíquicas o ciertas enfermedades autoinmunes como la de
Graves-Basedow o el lupus eritematosus están claramente vinculadas con conflictos
afectivos o personales no resueltos que se simbolizan en esa forma.
b) Enfermedades somatógenas y fenopsíquicas como la depresión somatógena y, en
general, los síndromes afectivos orgánicos, causados por una enfermedad física grave
como un tumor o un infarto, una alteración neurológica como el Párkinson o la
esclerosis.
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c) Desórdenes psicógenos y fenosomáticos como la conversión, muchas formas de
lumbalgia (aunque posibilitado por determinadas condiciones físicas, como en el caso de
que la lumbalgia pueda tener su causa próxima en una hernia. La psique elige
inconscientemente el locus minoris resistentiae para manifestar su conflicto o bien un
órgano con capacidad simbólica), convulsiones y desmayos histéricos7, somatizaciones,
asma, colitis, aerofagia, dispepsia nerviosa. Dentro del ámbito de la psicosis encontramos
la catatonía, la catalepsia, la inmovilidad apática, estados hipercinéticos o las afasias.
d) Desórdenes psicógenos y fenopsíquicos como los estados obsesivos, compulsivos,
los delirios propios de la esquizofrenia (los cuales, de todas formas, tienen resonancia
bioquímica: al ser la persona un sistema unitario, no hay alteración en un aspecto
psíquico que no esté acompañado por una modificación bioquímica y cerebral). Sin
embargo, adelantemos ya la convicción de que muchas de las tradicionalmente llamadas
psicopatologías neuróticas son, principalmente, problemas de la vida cotidiana o efectos
de problemas de la vida cotidiana. Los trastornos de angustia, las fobias, los trastornos
obsesivos, las somatizaciones y las conversiones, muchas de las depresiones y los
llamados trastornos de personalidad (especialmente en el caso del histrionismo, el
narcisismo, el trastorno antisocial o el trastorno por evitación) son en muchos casos
meros estadios en el proceso de maduración de la persona a los que la psiquiatría
académica los ha estigmatizado nosológicamente.
e) Infirmidades8 prosopogénicas y fenosomáticas. No se trata de alteraciones
semejantes a las psicobiológicas, sino metapsicobiológicas, de modo que, en este caso,
los desórdenes biológicos son efectos sintomáticos de la infirmidad. Así, son infirmidades
de este tipo las tensiones internas y conflictos sin resolver (producidos por un no
atreverse o no querer afrontar problemas o por no aceptar la realidad, lo cual es una
actitud de índole personal y no meramente psíquica). Es sabido que dichas tensiones
pueden manifestarse frecuentemente como herpes labial, el asma, los dolores articulares
en la espalda o el comer compulsivo.
f) Infirmidades prosopógenas y fenopsíquicas. También aquí se trata de alteraciones
metapsíquicas. Así, por ejemplo, posponer en la vida personal los valores éticos ante los
pragmáticos o empresariales, el tomarse a sí mismo como una máquina al servicio de la
productividad o la necesidad de rendir siempre al máximo puede dar lugar como causa
última a muchísimas psicopatologías: depresiones, ansiedades, fobias, trastornos
somatoformes, trastornos alimenticios, del sueño, sexuales, adicciones. En este caso,
como en el anterior, hasta que no se aborde la dimensión personal, no se soluciona el
problema.
g) Infirmidades prosopógenas asintomáticas. La persona con una prosopopatología
puede ser muy sana en lo psíquico y lo físico. Resulta elocuente la situación de
conocidos dirigentes nazis asesinos que, a pesar de sus atrocidades, no sentían culpa ni
ansiedad, aparentan estar muy en equilibrio. También es el caso de personas que tienen
una sobrecarga de trabajo y no sienten ansiedad, o que no echan de menos una vida
afectiva o familiar de más calidad. O también el caso de personas cuyo único móvil
biográfico sea la codicia, siendo capaces de traicionar y robar impunemente a familiares,
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conocidos y compañeros, pareciendo siempre estar relativamente contentos y sanos en
cuerpo y mente.
Al contrario, puede haber personas dañadas en lo físico o en lo psíquico y muy sanas
como personas. Incluso la enfermedad puede ser motivo de crecimiento personal, si se
afronta adecuadamente. Es conocido el caso de la agorafobia de Darwin o Juan Ramón
Jiménez, el trastorno bipolar de Churchill o la esquizofrenia del Nobel de matemáticas
John Nash. Y en lo físico ocurre el mismo fenómeno: personas con graves incapacidades
físicas que no han sido óbice (y a menudo han sido trampolín) para su creatividad: así los
casos de Beethoven (con su sordera), Stephen Hawking con su ELA.
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