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Perfectamente diseñada

Salmos 139:13-14 (RV60)


Porque tú formaste mis entrañas;
Tú me hiciste en el vientre de mi madre.
Te alabaré; porque formidables,
maravillosas son tus obras;
Estoy maravillado,
Y mi alma lo sabe muy bien.
Foto tomada de
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Crecí en una familia grande y unida. Éramos cinco hijos, más cinco primos en la planta
alta. Muchos tíos llegaban con frecuencia para visitar a mi abuela paterna, que vivía con
nosotros, trayendo consigo a nuestros primos. Eran familias de hasta ocho hijos. También
nos visitaba la familia de mi madre, igualmente numerosa. Nuestra casa era siempre una
algarabía. Había que hablar en voz alta para hacerse escuchar.

A veces llegaban los más esperados, los primos y primas de mayor atractivo según los
cánones comerciales que mostraba la televisión. En esas ocasiones ellos obtenían toda
la atención, como los artistas, políticos o cantantes famosos. Tal vez no me sobrecoge
ver a alguna persona reconocida ni me siento impulsada a correr tras él o ella porque
siento que ya tuve muchos centros de atención en mi propia familia.

El caso es que yo no contaba entre los rostros atractivos de mi estirpe. Inicialmente,


corría, como todos, tras los más populares, para saludarles, pues eran mis primos
queridos y me sentía orgullosa de ellos. Pero cuando el tiempo transcurría, me sentía
ignorada. Me retiraba a mi habitación y me entretenía escribiendo, tocando un pequeño
piano que mis padres me habían regalado o haciendo alguna manualidad.

En ocasiones sentía el deseo de ser “vista”. Entonces conseguía que mi padre me


regalara todas las monedas que hubiera en su bolsillo y las arrojaba al aire como un
gesto de “generosidad” que en realidad pretendía trocar por aceptación. Otras veces
compraba dulces y hacía lo mismo. Pero la atención que recibía se diluía rápidamente.

Comencé a observar la forma en que mi entorno definía la belleza y me vi con una óptica
distinta; algo así como Adán y Eva al comer del fruto prohibido. Me consideré una chica
“normal”, es decir, valiosa, merecedora de amor, pero sin un atractivo especial. Más tarde
ese autoconcepto degeneró en un menosprecio de mí misma que, al casarme, tomó
forma de celos. Tras la reiterada infidelidad de quien fuera mi esposo y un doloroso
divorcio, el germen de la depresión se hizo patente y me acompañó por más tiempo del
que puedo recordar. Evadía espejos y lentes de cámara.
No fue sino hasta pasados mis 40 cuando inicié una búsqueda de mi identidad que me
permitió descubrir mi valor en mi Creador. Es la búsqueda que les animo a llevar a cabo
en sus vidas. Aprendí que Dios todo lo hace perfecto y con propósito, por lo que todo lo
que hay en mi apariencia física, así como mis capacidades cognitivas o de ejecución son
parte de un plan Suyo para glorificarse que tiene repercusiones eternas.

Dios no hace piezas de reemplazo ni nos creó como muñecas o muñecos con partes
intercambiables. Él nos diseñó perfectamente para un objetivo que solo podemos
descubrir cuando vivimos respondiendo a Su amor.

Si te sientes poco atractiva y quisieras cambiar algo de ti, te invito a indagar quién eres
realmente. Intenta recordar quién eras antes de que el mundo te ofreciera una definición
de atractivo femenino. Hallarás tu valor, propósito y belleza preservados en forma segura
para ser redescubiertos por ti en el corazón de Dios.

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