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Por
Rafael Rubiano Muñoz1.
Presentación
¿Quién sabe o quien puede pronosticar en qué derivará el programa progresista del
presidente Gustavo Petro?, gobierno que por su agenda, en parte está inspirado en el
liberalismo de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo 8 y en un acentuado
Estado democrático de derecho y con inclinación social, sus reformas han causado una
agitación en el suelo colombiano, con tendencias que han intensificado el odio y la
intolerancia en los sectores denominados de la derecha, quienes han calificado este tipo de
régimen, de populista y de comunista, pero esos sumisos reaccionarios por supuesto por su
desconocimiento miran con saña cualquier reivindicación social y popular como el terror
jacobino de un exguerrillero del M-19.
Lo cierto es que una de las figuras esenciales de la coyuntura política del país que transitó
de 1850 a 1878 fue el caudillo caucano y bolivariano, Tomás Cipriano de Mosquera (1798-
1878), quien tras rebelarse contra el régimen vigente en 1860, insurrecto, entró en Bogotá
en 1861 y decretó una serie de medidas que, propusieron de modo decidido la instauración
del régimen liberal federal que se consagró en Rionegro en 1863. Caudillos militares
ilustrados configuraron nuestra personalidad histórica liberal y democrática en el siglo XIX,
junto al destacado caucano, son nombrables otros caucanos, José María Obando, José
Hilario López y el tolimense Manuel Murillo Toro. Jhon Lynch un prestigioso historiador
británico que dedicó su vida a los problemas hispanoamericanos, ha mostrado cómo ese
caudillismo latinoamericano del Siglo XIX11, militarista y semi-ilustrado forjó nuestras
naciones, y lo que se calificaría de anti cívico y no republicano, por el contrario fungió
como medio de orden y control social, porque esos guerreros armados, a veces ilustrados o
no, le dieron sentido a la integración política de nuestras regiones, en el prolongado proceso
de descolonización e independencias, porque cumplieron con funciones políticas como las
de la obediencia, agendaron recursos, reclutaron pero igualmente proveyeron de seguridad,
de identidad y en especial fueron como lo dice Lynch, agentes y mediadores entre el Estado
y los ciudadanos.
11
Lynch, John. Caudillos en Hispanoamérica 1800-1850. Madrid. Mapfre.1993 y Hispanoamérica 1750-
1850. Ensayos sobre la sociedad y el Estado 1780-1850. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. 1987.
4
El siglo XIX y aún, el XX e incluso el XXI, nuestras costumbres políticas se han basado a
través de lealtades personales, más que programas e ideas, relaciones de parentesco o
familiares, más que formas de sociabilidad ilustrada, adhesiones regionales, más que
argumentos en la dimensión nacional, hasta prejuicios raciales, más que tolerancia y
pluralismo, asuntos de análisis sociopolítico que han definido la cultura política de los
colombianos hasta el día de hoy, como lo investigó con detalle y agudeza, Fernando
Guillén Martínez19. Así que, no es asombroso afirmar que en esta época (la del siglo XIX),
las sublevaciones, las guerras, las confrontaciones armadas, las disputas entre localidades y
regiones, fue agenciada por caudillos regionales y en general la dirección de la política fue
orientada por personalidades políticas (el personalismo político), porque estos líderes eran
quienes controlaban amplios territorios y las querellas causadas comúnmente por
discrepancias de opinión personal, inundaban la prensa y los altercados que muchas veces
ocurrían inter pares e impares (se tornaban en nacionales) se resolvían en los campos de
batalla, se pasaba de lo oral, al papel impreso luego se confrontaba con las balas en los
12
Mosquera Ruales, Luis Efraín. La Constitución colombiana de 1821. Personajes y desiderátum. Medellín:
Asopen-Kuktur. 2021.
13
Arana, Marie. Simón Bolívar. Barcelona: Debate. 2019.
14
Moreno de Ángel, Pilar. Santander. Bogotá: Crítica, 2019.
15
Santos Molano, Enrique. Antonio Nariño. Bogotá: Colcultura (Instituto Colombiano de Cultura). 1972.
16
Obando, José María. Episodios de la vida del general José María Obando. Bogotá: Kelly, 1973.
17
Vargas Martínez, Gustavo. José María Melo: los artesanos y el socialismo. Santa Fe de Bogotá: Planeta.
1998.
18
De la Torre, Cristina. Álvaro Uribe o el neopopulismo en Colombia. Medellín: La Carreta Editores. 2005.
19
Guillén Martínez, Fernando. El poder político en Colombia. Santa Fe de Bogotá: Planeta Colombiana
Editorial. 1996.
5
campos de batalla. Por lo tanto, las guerras no se libraron solamente en el lodazal de las
confrontaciones bélicas, también se libraron en el papel y en las imprentas.
Y a partir del uso de las municiones, según se derrotara al adversario, se escribían leyes y
normas que compondrían las constituciones, instrumentos para legitimar a los vencedores
sobre los vencidos, la mayoría de las veces. No fue ajeno a la constitución liberal de 1863
se concibiera tras una de las tantas batallas que se habían precipitado en el país, que se hizo
a tiros como afirmaría Gonzalo España 20. Las constituciones entonces, y en especial la de
Rionegro, no se plasmó, bajo el sosiego de los conocimientos jurídicos y normativos, y más
realistamente, bajo el plomo que producían las batallas y la exigencia de derrotar a los
adversarios y contradictores. Así que, la letra jurídica, constituía otra arma, un artefacto que
prolongaba el espectro de las confrontaciones inconclusas e irresueltas, porque, como lo ha
mostrado con experticia, Hernando Valencia Villa 21, las constituciones fueron cartas de
batalla, este texto es ineludible y un referente para cualquier lector que desee conocer el
siglo XIX colombiano.
Si bien la carta de 1863, determinó el rumbo jurídico político del país y sobrevivió veinte y
tres años, - tras una guerra un año antes, que propició la derrota del sector radical de los
liberales, quienes insulsamente se enfrentaron al sector ultraconservador-, ella misma (la
constitución) condujo a que se impusiera otra carta, la de 1886 que alentada por el
hacendado cartagenero Rafael Núñez (Ex liberal radical y convertido en conservador) y el
bardo bogotano Miguel Antonio Caro (gramático, traductor de Virgilio y guerrero letrado
católico conservador), instauró un régimen absolutamente contrario a la promulgada en
Rionegro, ya que, suprimió algunos de los derechos que se habían establecido: contra la
libertad de cultos, se impuso la religión católica, se consideró de todos los habitantes del
país (no se declaró como oficial pero se hizo más adelante); se firmó el concordato entre el
estado colombiano y la iglesia en 188722; se suprimió el divorcio y matrimonio civil; se
20
España, Gonzalo. El país que se hizo a tiros. Guerra civiles en Colombia (1810-1903). Bogotá: Debate,
2013.
21
Valencia Villa, Hernando. Cartas de Batalla. una crítica del constitucionalismo colombiano. Bogotá: S. E.
Rivela González, 1984.
22
Valderrama Andrade, Carlos. Un capítulo de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en Colombia.
Miguel Antonio Caro y Ezequiel Moreno. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. 1986.
6
“En Rionegro creyó encontrar el general Mosquera un centro liberal y un pueblo muy
adicto a su persona, y quizás por eso fue el designado por éste a última hora. Allí había
además un caserío muy decente, sociedad culta de antiguas familias acomodadas,
23
Helg, Aline. La educación en Colombia 1918-1957: una historia social, económica y política. Bogotá:
Fondo Editorial CEREC. 1987.
24
Tamayo, Joaquín. Don Tomás Cipriano de Mosquera. Bogotá: Editorial Cromos. 1936.
25
Serrano Camargo, Rafael. El Regenerador. Vida, genio y estampa de Rafael Núñez. 1825-1865; 1866-1894.
Bogotá: Lerner. 1973.
26
Sierra Mejía, Rubén. Miguel Antonio Caro y la cultura de su época. Bogotá. Universidad Nacional de
Colombia. 2002.
27
Deas, Malcolm. Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas.
Santafé de Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1993.
28
Camacho Roldán, Salvador. Memorias. Bogotá: Bedout.1923.
29
Cacúa Prada, Antonio. Salvador Camacho Roldán. Tunja: Publicaciones de la Academia Boyacense de
Historia. 1989.
7
Con detalle agrega Camacho Roldán, que antes de ser instalada el 4 de febrero de 1863, él y
otros representantes, quienes eran Rafael Núñez, José Araujo, Camilo Antonio Echeverri,
se reunieron para acordar en líneas generales cómo proceder en la convención y
consensuaron que debían impedir la presidencia de Mosquera; organizar un ejecutivo
plural; distanciar las fuerzas militares de la casa de la convención y limitar al máximo el
omnipoder del caudillo caucano, por ello comenta que:
La carta de 1863 no fue la creación divina de unos días. Los concurrentes iban de ruana y
debajo de ellas llevaban revólveres debido al ambiente de desconfianza y de incertidumbre
de la convención, aseguró Camacho Roldán. La del 63 fue una carta concebida en sus ideas
por varios políticos regionales, quienes desde sus actividades privadas y públicas incidieron
para desencadenar la variedad de reformas que condujeron a darle legitimidad a los
derechos que se consignaron en sus 93 artículos. Se crearon 9 estados soberanos
(Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cauca, Cundinamarca, Magdalena, Panamá, Santander y
Tolima) y se derogaron medidas provenientes del derecho indiano, hispánico y colonial.
Algunos de los protagonistas de la Constitución de Rionegro eran expertos en el derecho
colonial español y en el de Estados Unidos y Francia, lo revela sus textos y sus discusiones.
Un lector atento tendrá entonces que apropiarse de la vida y obra de políticos como Tomás
Cipriano de Mosquera, Ezequiel Rojas, Manuel Murillo Toro, Aníbal Galindo, Miguel
Samper, Salvador Camacho Roldán, Santiago Pérez, Felipe Pérez, José Hilario López,
como los principales. Gonzalo España, uno de nuestros historiadores heterodoxos reunió en
un pequeño volumen estos líderes y seleccionó sus escritos más propicios para que los
lectores colombianos pudieran acceder y conocer lo que ellos plantearon y cómo incidieron
en lo que se denominó la generación que introdujo las reformas de mitad de siglo XIX, la
obra se titula: Los radicales del siglo XIX32 y cuando salió editado este impreso, en un
30
Ob. Cit. Camacho Roldán, p. 273.
31
Ibid. pp. 274-275.
32
España, Gonzalo. Los radicales del siglo XIX. Bogotá: Áncora. 1984.
8
“El próximo año se cumple un siglo de la caída de los radicales en Colombia. Aunque
se denominó radical a la fracción liberal que tuvo el mando del país a partir de 1867, es
cierto que en lo fundamental, desde antes de la mitad del siglo XIX, el Liberalismo
jugó un papel subversivo y transformador, y fue radical por principio, pues, le
correspondió la tarea de abatir el estorboso legado colonial heredado de la dominación
española. La faena, adelantada con tenacidad, quedó trunca, y con la derrota del
Olimpo Radical, su ala más ortodoxa y extrema, ocurrida en 1885, cayó, para no volver
a levantarse, aquel viejo Liberalismo revolucionario colombiano cuya obra y acción
merecen ser estudiadas […] El legado de los radicales del siglo XIX, que hoy publica
El Ancora Editores, constituye el principal acerbo doctrinario del Liberalismo
revolucionario. El Partido Liberal que en 1930 reconquistó el poder, tras casi cincuenta
años de hegemonía conservadora, ya no poseía nada de esto. Su equipo dirigente
representaba una nueva clase, formada al calor de los negocios surgidos al calor de la
penetración del capital yanqui en Colombia. El Liberalismo, desde entonces, ha
perdido cualquier tinte progresista. Y con excepción de la rebeldía gaitanista, no existe
nada que lo enlace a la gesta de los radicales del siglo XIX”.
Nada parecido al ideario liberal decimonónico se podrá encontrar en Colombia hasta el día
de hoy, seria oportuno añadir al comentario final de Gonzalo España. Al revisar el pequeño
volumen publicado en 1984 del historiador España admite casi asombrado cómo estos
líderes entre militares, políticos e intelectuales se adelantaron en muchas nociones jurídicas
a nivel continental y hay que añadir desde nuestro lente que si se juzga a la luz de la
constitución colombiana de 1991, que nos rige como base normativa general, no nos
ampara como cultura ni como mentalidad porque, variedad de derechos han sido
conculcados cotidianamente en nuestro país. Examinando entonces el pequeño volumen
son de destacar los textos de Mosquera sobre religión, la reforma fiscal de Murillo Toro, la
desamortización de bienes eclesiásticos de Camacho Roldán, la enseñanza universitaria de
Aníbal Galindo, de Rojas Garrido su discurso en la convención de Rionegro, incluidos los
temas sobre el divorcio, el sufragio universal, la división de poderes y el periodo
presidencial, relatos que leídos en clave del presente son palpitantes y vigentes de nuestros
debates jurídicos y políticos actuales.
Ahora, volviendo al contexto de la reunión en Rionegro, tras las sesiones en esa población
antioqueña, ella se originó al calor de un acumulado de reformas primordialmente de
carácter político con acentuada seño cultural, porque con la idea de federalismo, desde las
reformas de José Hilario López en 185134, se inició un ciclo político incierto, cuya
pretensión central fue descolonizar al país de la herencia hispano-católica,
“desespañolizarlo” en su cultura y mentalidad, tras siglos de dominio y hegemonía. Los
decoloniales o postcoloniales con sus discursos y relatos amañados y francamente
mediocres por su intencionalidad, jamás, de seguro, reconocerán y premeditadamente
ignorarán, que las bases sociales, políticas y culturales de la descolonización de América,
33
España, Gonzalo. “Los radicales del siglo XIX”. En: Magazín Dominical, El Espectador. No. 53, abril de
1984. Pp. 8-11.
34
Gutiérrez Jaramillo, Camilo. José Hilario López: un hombre de su siglo. Santa Fe de Bogotá: Cargraphics.
1997.
9
¿la carta de 1863, popular o de elites? Si, por supuesto, fue un discurso de elites que
aspiraron al dominio mediante un discurso burgués racionalizado, donde como clase
dominante buscaron romper los obstáculos de la rancia mentalidad hispano católica,
terrateniente, conservadora y de raigambre profundamente hispánica, y si bien lo hicieron
apelando a los valores de la modernidad de esa época, instrumentalizaron sus demandas,
pues, el pueblo raso, las otras y otros, las otredades (clases, grupos, etnias) del país
concurrían como espectadores de un profundo cambio frente al cual no podían acceder,
menos aún ser partícipes directos, sino indirectos, y ese sino trágico de la libertad o de la
igualdad para unos pocos, precipitó su fracaso y cavó su sepultura, que fue aprovechada por
sus contradictores y enemigos más conspicuos, Núñez y Caro, con sus leales seguidores y
perientes súbditos.
Por lo tanto, lo primero en afirmar es que si bien, la constitución de Rionegro plasmó una
constitución liberal-federal, no es cierto como se afirmó en la historia oficial, que sus
promotores, fueran exclusivamente caudillos armados, a quienes se les llamó con saña, el
Olimpo Radical35. Los actores de 1863 eran comerciantes, abogados, economistas, algunos
militares, y en la lista que establece Camacho Roldán en sus recuerdos la mayoría fueron de
clases ilustradas pudientes de nuestro país. De modo que es válido afirmar que, alrededor
de la constitución de 1863 se conformó una generación diferente a la que le precedía,
aquella heroica y militarista de las independencias, y por eso, surgió como lo sustenta uno
de sus observadores agudos, Lázaro Mejía Arango, en su libro sobre los Radicales36, que es
una obra de consulta obligada, se constituyó una clase social con educación universitaria,
con luces y ligadas a las profesiones liberales, no pocos eran intelectuales y siempre se
dedicaron al periodismo y a la función pública (combinada con lo comercial privado),
fueron en últimas letrados quienes armonizaron su talento con la política.
35
Piñeres Rodríguez, Eduardo. El olimpo radical. Ensayos conocidos e inéditos sobre su época, 1864-1884.
Bogotá: Universidad Externado de Colombia. 2019.
36
Mejía Arango, Lázaro. Los radicales: historia política del radicalismo del siglo XIX. Bogotá: Universidad
Externado de Colombia. 2007.
10
presentada la constitución, por su avance e ideas progresistas dijo que “era para ángeles” 37,
la anécdota se divulgó como verdad y como cierta. Frente a ese evento, una contrahistoria
para un cambio universitario y ciudadano en el país es esencial. Es realmente
imprescindible una contrahistoria desde las aulas de clase (y estimular una profunda
variación de la educación primaria y básica), porque en un país en el que la historia se narra
desde lugares comunes y bajo la dominación de ciertas clases, es imposible la democracia y
ante todo, la edificación de una identidad nacional más incluyente, alternativa, mirada
desde abajo y desde las otredades, los otros y las otras quienes fueron desconocidos y
premeditadamente ignorados (mal llamados grupos subalternos y clases desposeídas).
Entonces, valga señalar que, en carta enviada a Víctor Hugo por Antonio María Pradilla,
representante de Colombia en Europa, fechada el 17 de agosto de 1863 en Londres, le
anuncia la entrega de un ejemplar de la constitución e 1863, y dos meses después le
respondió Víctor Hugo con carta enviada desde Hauteville House, el 12 de octubre con la
siguiente comunicación:
Como se evidencia del intercambio epistolar, Víctor Hugo celebró el carácter progresista y
avanzado de la carta colombiana de 1863. Y admira que dicha constitución haya
garantizado las libertades y en especial haya establecido la inviolabilidad de los derechos
humanos (en especial la vida) al suprimir la pena de muerte y la prisión por deudas y otras
medidas que colocaron lo humano por encima de preceptos o concepciones retrógradas,
reaccionarias, tradicionalistas o ultraconservadoras frente al individuo y sus características
sociales. De hecho si se revisan y leen algunos textos significativos del pensamiento liberal
de esa generación que promulgó la Constitución de Rionegro, sobresalen los escritos de
Miguel Samper39, Florentino González40, Manuel Murillo Toro41, Salvador Camacho
37
El caso de esa frase se repitió en los capítulos de la historia oficial por prestigiosos profesionales de la
historia, Jaime Jaramillo Uribe, Jorge Orlando Melo, Germán Colmenares, entre muchos otros.
38
Magazín Dominical, El Espectador. No. 114, junio 2 de 1985. p. 16.
39
Samper, Miguel. “La protección”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 19-38.
40
González, Florentino. “En defensa del sistema del librecambio”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá.
Áncora. 1984. Pp. 39-43.
41
Murillo Toro, Manuel. “El sufragio Universal”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp.
131-140.
11
Roldán42, Tomás Cipriano de Mosquera43, Aníbal Galindo44, José María Rojas Garrido45,
Santiago Pérez46, como los más sobresalientes.
La lectura de esos relatos, sintéticos pero sólidos, son representativos porque dan cuenta de
modo íntegro del ideario liberal de esa época y al reconstruir los contextos como los
debates de esos años brinda una comprensión sobre lo que fue ese liberalismo, ese
pensamiento liberal, su historia como su evolución en el país. Sin embargo, se aprende con
mayor fuerza y con más profundidad en los detalles, leyendo los contrarios, es decir, para
una más adecuada e íntimo conocimiento del liberalismo colombiano de mitad de siglo, es
necesario leer sus sepultureros, sus opositores. En historia de las ideas e historia intelectual
aplicadas a la sociología y la ciencia política si uno quiere hablar con propiedad de una
corriente de ideas o una ideología debe leer a un mismo tiempo sus críticos por eso es
válido afirmar que para comprender a cabalidad al liberalismo decimonónico, sin dudarlo,
es obligado leer el pensamiento de los conservadores, y dos personajes fueron los
sepultureros de la Constitución de 1863, el cartagenero Rafael Núñez 47 y el bogotano
Miguel Antonio Caro48, ¿Pero qué se debe leer de ellos?
En la amplia y variada obra del exliberal y convertido en conservador, Rafael Núñez, quien
se pasó al conservadurismo, - de haber sido un liberal radical-, por su inclinación pasional,
por su irrefrenable deseo y por su erotismo por Soledad Román, es posible comprender a
cabalidad la textura y la claridad de lo que fueron las ideas y las reformas de los liberales de
mitad de siglo, no necesariamente hay que leer al Núñez librepensador, sino al contrario, al
Núñez converso antiliberal, porque según su oposición y sus ataques al radicalismo y a la
constitución de 1863, es posible asimilar con mayor nitidez, el contenido y la savia de esa
corriente que llevó a la carta de 1863.
Es más pertinente escuchar a los opositores, pero cuando la controversia se hace con
argumentos de calidad y con algo de respeto, porque en nuestros medios universitarios, ya
no hay debate, porque según creen algunos profesores y directivos académicos, la crítica es
un arma de enemistades, y arguyen según sus caprichos y según sus inclinaciones mentales
y emocionales, que su norma es: “quien no está conmigo está contra mí”. Dicha consigna
que hizo del conservadurismo de la Regeneración, un régimen para el despotismo y la
42
Camacho Roldán, Salvador. “la desamortización de bienes de manos muertas”. En. Los radicales del siglo
XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 73-79; “El divorcio”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984.
Pp. 144-149.
43
De Mosquera, Tomás Cipriano. “Carta autógrafa de Tomás Cipriano de Mosquera al Papa Pío IX”. En. Los
radicales del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 90-98.
44
Galindo, Aníbal. “La enseñanza universitaria (1849-1852)”. En. Los radicales del siglo XIX. Bogotá.
Áncora. 1984. Pp. 107-115.
45
Rojas Garrido, José María. “Discurso en la Convención de Rionegro”. En. Los radicales del siglo XIX.
Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 116-122.
46
Pérez, Santiago. “El proceso de la Regeneración” (En defensa de la libertad de prensa). En. Los radicales
del siglo XIX. Bogotá. Áncora. 1984. Pp. 1141-143.
47
Del Castillo, Nicolás. El primer Núñez. Bogotá: Tercer Mundo. 1971; De la Vega, Fernando. Aspectos de
Núñez. Cartagena: Ediciones Corralito de Piedra. 1975.
48
España, Gonzalo. Odios fríos. la novela de Miguel Antonio Caro en el poder. Bogotá: Penguin Random
House Grupo Editorial. 2016.
12
tiranía es de uso diario por quienes fungen como directores y directoras en esas unidades
académicas, se destiemplan vocal y corporalmente hablando de tolerancia y de libertad y
son quienes con sus actitudes y sus comportamientos más conculcan los derechos en el
recinto del Alma Mater de la Universidad de Antioquia.
No por casualidad, el Alter Ego de Miguel Antonio Caro, el obispo de Pasto Ezequiel
Moreno y Díaz desde el pulpito alentaba a sus fieles a matar a los liberales porque si se
mataban más, y más, y más, más rápido alcanzaban el cielo y la gracia de Dios 50. Así que,
Miguel Antonio Caro fundó el periódico, El Tradicionista (1871-1876)51 bajo el cual destiló
todo su acendrado encono y pus frente al liberalismo colombiano y sus ideas. El
antiliberalismo de Caro se fundó ante todo por la influencia que tuvo en él las Encíclicas52
del papa Pio IX, El Syllabus y Quanta Cura, publicadas en el periódico El Tradicionista, de
hecho en 1874 con prólogo de Caro, se dieron a conocer las encíclicas de Pio IX en el país
(traducidas por Caro) y a contracara en el cuento estético político, novela histórica de
Tomás Carrasquilla, Luterito o el padre Casafús (1899), el batallón creado y alentado por
Quiteria de Rebolledo (la matrona conservadora del pueblo) se llamó batallón Pio IX. En
49
Núñez, Rafael. La reforma Política en Colombia. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. 1945.
50
Abel, Christopher. Política, iglesia y partidos en Colombia. 1886-1953. Bogotá: Faes; Universidad
Nacional de Colombia. Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, 1987.
51
Caro, Miguel Antonio. Escritos políticos. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo. 1990; Caro, Miguel Antonio. El
centenario de El Tradicionista. Bogotá. Instituto Caro y Cuervo. 1972.
52
Papa Pío IX. Syllabus. Bogotá: El Tradicionista. 1974.
13
Estos dos adalides colombianos fueron los sepultureros del liberalismo, crearon la
convicción de que el pensamiento liberal y las ideas liberales eran pecado y los creyentes o
fieles de esas ideas, no eran humanos, no eran ciudadanos de Colombia y ante todo no eran
cristianos, ni católicos, eran delincuentes y criminales, eran herejes y más aún eran “hijos
del diablo”, por lo tanto debían ser extirpados y desterrados de la virginal tierra
colombiana. Con Núñez y Caro se conformó, La Regeneración, que impuso la constitución
de 1886, tras una serie de gobiernos conservadores que se fueron legitimando desde 1878.
Recordemos que en ese año, se posesionó como presidente Julián Trujillo Largacha, y
Núñez como presidente del congreso afirmó que el país iba al abismo por lo que debía
afrontar la disyuntiva “o regeneración administrativa fundamental o catástrofe”.
Con esa frase lapidaria, la suerte de la carta de 1863 ya estaba sentenciada hacia su muerte
como efectivamente ocurriría en el año de 1885 56 cuando el mismo Núñez con el triunfo
sobre una fracción liberal sentenció que: “la constitución de 1863 ha dejado de existir”,
promulgó la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente y dejó que su “Sancho
Panza”, Miguel Antonio Caro escribiera, como se rumora de común, la constitución de
1886, en un pequeño templo de la séptima de Bogotá, donde rezaba.
3. Conclusiones.
53
Burke, Edmund. Reflexiones sobre la revolución francesa. Madrid: Instituto de Estudios Políticos. 1954
54
Cortés, Donoso. Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo. Buenos Aires: Espasa-Calpe.
1949.
55
Moreno y Díaz, Ezequiel. Cartas Pastorales. Circulares y otros escritos del Ilmo y Rmo. Sr. D. Fr.
Ezequiel Moreno y Díaz. Madrid: Imprenta de la Hija de Gómez Fuentenebro. 1908. Valderrama Andrade,
Carlos. Un capítulo de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en Colombia. Miguel Antonio Caro y
Ezequiel Moreno. Bogotá. Instituto Caro y Cuervo. 1986.
56
España, Gonzalo. La guerra civil de 1885. Núñez y la derrota del radicalismo. Bogotá: Áncora. 1985.
57
Gilmore, Robert Louis. El federalismo en Colombia 1810-1858. Santafé de Bogotá: Universidad Externado
de Colombia. 1995.
14
Santos58, Diego Uribe Vargas59, Rodrigo Llano Isaza60, Manuel Suárez Cortina61, entre
otros. Pero igualmente de modo pertinaz, algunos profesores colombianos han
redescubierto el siglo XIX, para el caso del Federalismo basta mencionar a Edwin Cruz62
con su tesis doctoral y que ha sido recientemente publicada por la editorial Desde Debajo
de Bogotá y Rubén Sierra Mejía63, con su compilación de textos producto de un seminario
donde se cuestiona con solidez investigativa por varios autores, las desavenencias y las
contradicciones del ideario liberal radical en relación con la libertad, las armas, las
soberanías, la educación, la religión entre otros temas.
Lo pertinente de esa conmemoración de los 160 años de la carta de Rionegro de 1863, fue
su defensa y garantía de derechos individuales que incluso al día de hoy son vulnerados por
medios estatales y extraestatales, por ejemplo las redes sociales y la virtualidad. La defensa
del librepensamiento, la libertad de opinión y de cultos bases constitutivas de una sociedad
liberal y democrática no se han podido garantizar en nuestro país y se han violado por
medios que ya son cotidianos, la censura desde la vida familiar, escolar, e instituciones en
las que supuestamente se debería ser más acérrima su defensa, la universidad como espacio
natural del pensamiento libre y abierto.
Hoy las aulas universitarias están atiborradas de pensamiento cerrado, sin alternativas y sin
opciones a un mejoramiento en la formación y en la enseñanza, porque sencillamente; por
un lado, los profesores y las profesoras repiten lo que la historia oficial ha inoculado en la
cultura política y esos docentes como el megáfono rodante en el Alma Mater, reproducen la
sordidez del despotismo y de la tiranía, de una historia del país, contada de modo sesgado,
y más ignorada, por tanto, hay que aseverar que sin una contrahistoria, es imposible
repensar el papel de la universidad pública en nuestro medio y menos aún aspirar a una
sociedad más democrática, porque valga insistir, profesores y profesoras pueden que sepan
algo de historia (la oficial) pero que ignorantes de esa otra historia desde abajo, mirada con
fuentes diversas, con un lente alternativo y que contemple otros tiempos, espacios y sujetos,
sencillamente están duplicando la mentira, la falsedad y con su farsa discursiva en las aulas,
legitiman, validan, la voz de los vencedores, de los guerreros armados generalmente
blancos, aquellos que fueron considerados héroes y heroínas, pero a espaldas de los
antihéroes, los ciudadanos de a pie, la gente común que al parecer siempre es despreciada
de esa historia oficial narrada por elites que dominan con su verdad impuesta.
Es una imbecilidad decir que quien no conoce la historia tiende a repetirla, porque ¿cómo
sabrá si se repite o no, quien la desconoce? Es necesario aducir que el poco o nada
conocimiento de la historia de nuestro país, de su pasado y de sus acontecimientos más
traumáticos como los más loables, como en el caso de los 160 años de la firma de la
58
Cruz Santos, Abel. Federalismo y centralismo. Bogotá: Banco de la República, 1979.
59
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63
Sierra Mejía, Rubén. El radicalismo colombiano del siglo XIX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2006.
15
De igual manera, prestantes personajes fueron quienes desde sus obras, pensamientos y
acciones, le dieron vida y comprometieron su existencia, al defender los ideales de la
Constitución de Rionegro, Fidel Cano, Felipe Pérez, Santiago Pérez Triana, Rafael Uribe
Uribe, y con variantes llegará a María Cano, Débora Arango, Virginia Gutiérrez de Pineda
Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliecer Gaitán, Luis Tejada, Jorge Zalamea, Jorge Gaitán
Durán, en fin y una lista que no es interminable, porque en el país pesa más lo godo, lo
retardatario que lo liberal, incluso en quienes se jactan de llamarse docentes o científicos de
la Universidad de Antioquia.
64
Cibotti, Ema. América Latina en las clases de historia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 2016.
65
Reyes, Alfonso. Ultima Tule y Otros ensayos. México: Fondo de Cultura Económica. 1992.
16
Una universidad de cara al siglo XXI y XXII, una universidad a la altura de los tiempos
debe y está obligada a deconstruir la historia oficial, a divulgar una contrahistoria, ya no es
la historia de héroes y heroínas, de las elites blancas, es otra historia alternativa, abierta y
plural, que integre las voces de las otras y de los otros, de los antihéroes y en eso se ha
estimulado y se han empeñado algunas profesoras y profesores, consultando nuevas
fuentes, indagando más allá de la historia narrada y contada en los manuales y diccionarios,
porque es inútil acreditarse y hacer propaganda en redes sociales y la virtualidad de una
universidad avanzada, en la caricatura, cuando su cuerpo docente ignora y desconoce la
historia de su propio suelo, nos podemos acreditar cientos de veces, pero la realidad y la
verdad es que son acreditaciones espurias que rinden culto a lo ornamental y superficial, ya
que aulas con docentes que no saben de nuestro pasado, ni propiciarían una alternativa, ni
crearán democracia, ni sus alumnos podrán ser más libertarios, tolerantes, racionales y
menos aún se podrán reformar los pensum, quizás de nombre pero no de contenido.
Una cátedra o varias dedicadas a la historia del país pero basada en una contrahistoria para
profesoras y profesores es esencial, es perentoria y es éticamente una obligación hoy en la
Universidad de Antioquia. Si hay que afrontar la educación virtual, pero hay que responder
también a los vacíos deplorables y vergonzosos de un cuerpo docente sin conocimientos
históricos de nuestro país, de nada sirve la inteligencia artificial, con el artificio intelectual
de los docentes en general. Unas cátedras fundadas en contrahistorias, que no sean lineales,
que incorpore nuevas formas de pensar el pasado con tiempos disímiles, discontinuos, con
una noción de la espacialidad diversa, que no se estanque en confrontar la relación región-
nación, simplemente, porque la política no hace la geografía, ni los mapas, son la
dimensión de la geografía y los territorios los que se deben tener en cuenta; además, otras
miradas, con sujetos que no son los mismos, los que siempre narran, los héroes armados
(claro hay que tenerlos en cuenta), que hicieron nuestras patrias, hay que narrar a los héroes
desarmados, que se llamarían antihéroes, ¿Cuántas y cuantos hicieron país en el siglo XIX,
XX y XXI y no aparecen en los libros de historia?
Y de ese modo, si algún día los profesores y las profesoras dominan nuevos relatos sobre
nuestro pasado, de seguro y eso sí es muy contundente, se podrá hablar seriamente, con
ética y moral universitaria, de una Alma Mater con calidad, pública, al servicio de los
pueblos, con miras a un futuro fundado en democracia y con una tendencia franca al
desarrollo y a la modernidad. De resto como diría José María Vargas Vila, ese adalid,
inconforme, irreverente y ante todo hijo de lo más radical del liberalismo colombiano en el
siglo XIX, insumiso letrado del país, Colombia está llena es de la mortecina mental, la
17
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