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FINAL ARGENTINA II

UNIDAD Nº1: ENTRE LOS CAMBIOS DEL CENTENARIO Y EL FIN DE LA REPÚBLICA RADICAL (1910 –
1930)

TEXTO: VIRGINIA PERSELLO. Los gobiernos radicales: debate institucional y práctica política.

El radicalismo accede al poder gracias a la sanción de la ley electoral.

1912 ---- LEY ELECTORAL---- VOTO SECRETO

---- VOTO OBLIGATORIO

*PROPÓSITO: Evitar el fraude, la manipulación del elector, desplazar a los círculos


enquistados en el gobierno, fomentar partidos organizados que rotan o compartan el poder,
moralizar la vida administrativa eliminando las clientelas del aparato estatal.

NOTA: provocar el pasaje de un sistema político que funcionaba de MANERA EXCLUYENTE a otro, de
PARTICIPACIÓN AMPLIADA.

1916-22: gobierno de Yrigoyen

1922-1928: M. T. de Alvear

1928-1930: Yrigoyen

PROGRAMA RADICALES: cumplimiento estricto de la Constitución Nacional.

CONSECUENCIAS: nueva experiencia, nuevos sectores se incorporan a la política. Se modifica la


estructura de los partidos, cambia la composición y dinámica del Parlamento. El radicalismo ocupó el
gobierno por primera vez, los sectores gobernantes tradicionales formaron la oposición. El espectro
de partidos se amplió.

La apertura electoral planteó como tarea la reconstrucción de un sistema político democrático, que
pusiera en acto los principios representativo, republicano y federal.

-ANTES DE LA DEMOCRATIZACIÓN: personalismo, círculo de notables, manipulación del elector.

La ampliación del sufragio situó a los partidos en el centro de la escena política. Por ello, recurrieron
a organizaciones que reclutaran al elector.

Modelo: partidos ingleses y norteamericanos.

UCR: proponía conformar una agrupación permanente, principista e impersonal y establecer un


gobierno descentralizado, dándole al partido una estructura federativa con base en los clubes (a
partir de 1908: comités)

PAN: constituido por grupos de notables provinciales, sin dirección centralizada y de la que surgían,
según las alianzas, los candidatos a presidentes, gobernadores y senadores. La recurrencia al fraude
les evitaba el reclutamiento de adherentes, la ampliación de sus bases o la constitución de un
aparato centralizado.

LA HISTORIA SE LEÍA CON SENTIDO DE PROGRESO

IDEAS: creencia en la capacidad regeneradora de la ley.

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La reforma electoral constituía a los partidos políticos.

PERÍODO 1916-1930

- Proceso de dispersión de las fuerzas políticas.


- Las agrupaciones conservadoras provinciales no constituyeron un partido a nivel nacional.
- Los radicales y socialistas se dividieron.
- El Partido Demócrata Progresista se redujo a una agrupación provincial.

EL PARTIDO GOBERNANTE

El radicalismo se había constituido como partido de oposición.

LEANDRO ALEM: - Liberal

- Asumía la defensa del individuo frente al Estado y de los municipios y provincias frente al
gobierno central.
- El orden legítimo era aquel que limitaba al poder dividiéndolo y descentralizándolo.
- La intervención excesiva del Estado iba en detrimento de la libertad individual.
- No gobernar demasiado.
- La soberanía residía en el Parlamento y en el gobierno municipal.
- Defendía el federalismo apoyándose en la historia: la Nación como resultado.

H. YRIGOYEN: - Su preocupación pasaba por la construcción de la Nación.

- Radicalismo era un anhelo colectivo, una fuerza moral, una “causa” que tenía una misión
histórica---- construir la Nación.

PRIMERA TENSIÓN: El partido se iba construyendo como organización que se pretendía impersonal
diferenciándose de los personalistas de cuño oligárquico, pero también, como fuerza que pretendía
monopolizar la construcción de la nación.

1924: DIVISIÓN ENTRE PERSONALISTAS (YRIGOYENISTAS) Y ANTIPERSONALISTAS. En las elecciones de


1922 se produjo una primera separación con la formación del Partido Principista. Su evaluación del
primer gobierno radical era que era personal y arbitrario, similar a una tiranía.

CUESTIÓN: dónde residía el verdadero radicalismo: ¿en la “causa” sintetizada en su líder o en el


partido?

EL FENÓMENO SE REPITIÓ CON MATICES, EN TODAS LAS PROVINCIAS.

-Antipersonalistas: Melo, Gallo, Tamborini, Crotto.

La escisión del partido gobernante provocó realineamientos al interior de los partidos de oposición.
La proclividad o no al acuerdo con el antipersonalismo dividió al socialismo, dio lugar al surgimiento
del Partido Socialista Independiente y generó divergencias en el partido conservador.

CONSERVADORES: - Seguían pensando como un grupo de notables: la reserva intelectual y moral del
país para cuando el radicalismo dejara el gobierno a causa de sus errores.

- La legitimidad para ocupar bancas o cargos políticos no pasaba, para ellos, por el partido.
- El acceso a la vida política estaba en la pertenencia a familias tradicionales, la posición
económica, el prestigio social----esto garantizaba capacidad para el gobierno.
- Los antipersonalistas reivindicaban la carta orgánica de 1892.

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La ausencia de partidos orgánicos y disciplinados, que marcaba la atención entre la nueva ingeniería
institucional propuesta por la ampliación del sufragio y las prácticas, fundamentaba dos tipos de
planteos: modificar el accionar de los partidos a través de reformas legislativas en el marco de la
representación territorial o promover cambios que los reemplacen por otras formas de mediación,
funcionales, sectoriales y de intereses. Detrás de ambos argumentos estaba en cuestión la Ley Sáenz
Peña. Para los primeros, había que modificarla; para los segundos, derogarla. La ampliación de la
participación era irreversible o, en todo caso, inevitable, aunque sus resultados no fueran los
deseados.

Cuando en 1912 se sancionó la ley 8.871, se estableció la lista completa combinada con el secreto y
la obligatoriedad del sufragio y el mecanismo plurinominal. El sistema de lista fijaba la
representación de la minoría en un tercio.

En la perspectiva de los legisladores la pluralidad y la proporcionalidad fija posibilitaría del ingreso al


parlamento de los partidos nuevos, como el socialismo y el radicalismo. No estaba dentro del
horizonte de lo posible la pérdida del gobierno por los grupos tradicionales. El triunfo radical, para
quienes propiciaron la reforma, era un resultado no previsto y no deseado.

Una vez instalado el radicalismo en el gobierno, y a medida que la ocupación de espacios aumentaba,
la oposición buscó la reforma de la ley electoral el modo de modificar el avance.

LA RELACIÓN EJECUTIVO/LEGISLATIVO

En líneas generales, denominaban debate político al que enfrentaba a miembros del partido
gobernante en cuanto a la evaluación de las situaciones provinciales; al que se producía cuando se
presentaban pedidos de interpelación al Ejecutivo; a las largas sesiones dedicadas a discutir la
situación de las provincias intervenidas motivadas por la ausencia del ministro interpelado, que
implicaba necesariamente interpretaciones constitucionales en cuanto a fueros y prerrogativa de los
poderes.

De la selección interna en los partidos no de energía los mejores o los más capaces sino aquellos que
contaban con el manejo de las situaciones locales, que ofrecían incentivos materiales bajo la forma
de empleos públicos o de prebendas y que tejían redes clientelares con base en los comités. Por otro
lado, la falta de organicidad y disciplina y la ausencia de prácticas democráticas en el interior de los
partidos funcionaban como argumento fuerte para explicar la ineficacia parlamentaria.

EL PARLAMENTO

En el interior del parlamento se discutía la definición del gobierno representativo. Este debate ponía
en cuestión el lugar de los partidos como canales de mediación en el sistema político e implicaba una
pregunta por la representación. Frente al argumento de que la democracia no es posible si el pueblo
no se organizan partidos y en tanto esto es así, los legisladores representan en el recinto
parlamentario a su agrupación política, aparece el planteo de que el representante lo es del pueblo
de la Nación. Una y otra posición determinaba planteos diferentes en torno al voto disciplinado y a la
formación de bloques.

En los 6 años de su primer gobierno, Yrigoyen no asistía a las sesiones de apertura del parlamento.
Solo en 1918 presento excusas a la cámara por encontrarse fuera de Buenos Aires. Tampoco
concurrió durante su segundo gobierno. Esta es una de las diferencias con Alvear, que estuvo
presente en todos los periodos legislativos de su mandato.

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Si bien la ausencia del presidente no impedía el funcionamiento parlamentario, su presencia era una
prescripción constitucional y la no concurrencia adquirió un fuerte valor simbólico. Conservadores,
socialistas y demócratas progresistas coincidían en afirmar que implicaba falta de respeto, arrogancia
y soberbia.

El segundo motivo era el desconocimiento de las facultades de la cámara para llamar a su seno a los
ministros.

Derecho de interpelación: Establecía que cada una de las cámaras podía hacer y concurrir a su sala a
los ministros para recibir las explicaciones e informes que considerara convenientes. Durante las
presidencias de Yrigoyen aumentó considerablemente el número de interpelaciones fracasadas en
relación con periodos anteriores. En el último periodo, el radicalismo personalista tenía mayoría
absoluta en Diputados, la misma cámara que renunciaba a la Facultad de interpelar en una actitud de
protección al poder ejecutivo. Esto, nuevamente, los separa del periodo alvearista, en el cual se
votaron afirmativamente y se realizaron las interpelaciones pedidas.

El tercer motivo escribido es el abuso de la facultad ejecutiva de intervenir a las provincias en el


receso parlamentario. La conflictiva relación entre el Ejecutivo y el Legislativo dio lugar a un debate
sobre el lugar de la soberanía que no llegó a poner en cuestión la forma que adoptaba el régimen
político. La oposición colocaba el lugar de la soberanía en el Parlamento, representante directo de la
voluntad popular.

En este planteo más general se inscribía la discusión sobre los alcances y límites de las facultades de
la Cámara para interpelar al Ejecutivo y de éste para intervenir a las provincias en los periodos de
receso parlamentario.

Interpretando de este modo la facultad legislativa, el Parlamento consideraba que el Ejecutivo la


limitaba, en tanto sostenía que la Cámara abusaba del derecho de interpelación con móviles
políticos. En cuanto a las intervenciones por decreto, los radicales sostenían que la Constitución
otorgaba al Ejecutivo, tácitamente, la facultad de intervenir sin restricciones en los periodos de
receso parlamentario; aunque muchos de ellos consideraban abusivo el accionar del Ejecutivo, por
ejemplo, cuando tenías una provincia sólo dos días antes de que el Congreso se reuniera.

El grupo personalista esgrimía, en última instancia, el principio de la supremacía de la voluntad


popular sobre de la división de poderes.

En todo el periodo de los gobiernos radicales se reiteró en el Congreso la propuesta de reglamentar


los artículos quinto y sexto de la Constitución referidos a intervenciones federales. El sector radical, si
había abusos y arbitrariedades la responsabilidad era del Congreso que no legislaba. La oposición
sostenía que frente a ejecutivos arbitrarios poco servía legislar, dado que la práctica corriente era la
violación sistemática de los principios constitucionales.

LA RELACIÓN NACIÓN/PROVINCIAS: EL PRINCIPIO FEDERAL

En la perspectiva radical, las intervenciones iban a las provincias a restaurar las autonomías
provinciales, es decir, a colocar a los pueblos en condiciones de darse sus propios gobernantes, que
hasta el advenimiento del gobierno radical eran elegidos por agentes del poder central; a establecer
el pleno ejercicio de la vía institucional; a restaurar su soberanía mutilada; a superar el vicio, el
desorden y la corrupción de las costumbres públicas y privadas y a restablecer la justicia. Para la
oposición, esta doctrina sometida al cumplimiento de la Constitución a una condición suspensiva.

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Entre 1916 y 1922 Yrigoyen intervino nueve provincias gobernadas por conservadores y diez
encabezadas por radicales. Las intervenciones a gobiernos conservadores daban respuesta a la
ilegitimidad; el argumento era que sus gobernantes habían sido elegidos en elecciones fraudulentas y
era necesario devolverle la soberanía al pueblo de la provincia. Las intervenciones a gobiernos
radicales se hacían a requisitoria de los gobiernos provinciales. Los motivos eran múltiples, pero, en
general, respondían a conflictos entre poderes: gobernadores que clausuraban la legislatura o
legislaturas que desconocían al gobernador.

Al iniciar su gobierno, Alvear intento diferenciarse, sin provocar rupturas, de la política


intervencionista del periodo precedente. Uno de los intentos por modificar la política de
intervenciones fue el proyecto de reforma parcial de la Constitución, presentado en el Senado, en
1923. La iniciativa reducía el mandato de los diputados a tres años, establecía la elección directa de
los senadores y la renovación total de la Cámara. Sustrayendo la elección de los senadores a las
legislaturas provinciales se intentaba eliminar uno de los nudos conflictivos de la relación entre
gobierno nacional y gobiernos provinciales y, por ende, uno de los motivos más frecuentes de
intervención federal.

Cuando llego yo llego al gobierno, en 1916, solo tres provincias tenían gobiernos radicales: Santa Fe,
córdoba y Tucumán. Al final de su mandato prácticamente todas las provincias tenían mandatarios
radicales. De hecho, los cambios en el mapa político tienen que ver con la política de intervenciones,
aunque solo en parte. El radicalismo contaba con un enorme apoyo popular que creció, aunque con
altibajos, durante todo el periodo.

ADMINISTRACIÓN Y POLÍTICA

Moralizar la administración equivalía a sujetarse a reglas claras, eliminar la arbitrariedad y las


clientelas. Para los impulsores de la ampliación del sufragio, éste terminaría con los favoritismos, la
ineficacia y la ineficiencia.

Más tarde, ya instaurado el voto secreto obligatorio e instalado los radicales en el poder, tal
argumentación se tornó falaz. Las críticas a la administración continuaban y se mantuvo la imagen de
una burocracia estatal subordinada al partido gobernante puesta su servicio, excesiva e inoperante.

Cuando los radicales llegaron al poder había un ejército permanente y las agencias estatales- correos,
ferrocarriles, establecimientos educativos- se desplegaban por todo el territorio. No hubo
innovaciones en este sentido. Los cambios se limitaron algunas iniciativas aisladas de tal o cual
ministerio, o de algunas reparticiones públicas. Lo que sí se renovó fueron los elencos
administrativos. Los gobiernos electores fueron dejando paso a los partidos. La pertenencia al círculo
de notables que "garantizaba" la capacidad, el mérito y el talento unidos a una cierta posición social
fue dando lugar a la militancia partidaria a la hora de designar a los funcionarios y las vinculaciones
tradicionales, a los lazos de lealtad y a la afiliación a un comité si se trataba de seleccionar a los
empleados estatales.

LA MÁQUINA ELECTORAL

Las agencias estatales que tenían personal distribuido por todo el país (correos, defensa agrícola,
aduana, consejo nacional de educación) ocupaban el centro de las críticas. La oposición explicaba los
triunfos electorales del partido gobernante por la instauración de la "máquina", es decir, el
radicalismo ganaba por las presiones oficiales y la utilización de los recursos gubernamentales. Sin
embargo, la mayoría de ellos tenían clara la insuficiencia del argumento.

UN BALANCE PROVISORIO

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El sistema representativo, republicano y federal que establecía la Constitución de 1853 debía ser
puesto en acto a partir de una real división de poderes, el respeto a las autonomías provinciales y
municipales y la ampliación del sufragio, a lo que agregaban la necesidad de moralizar la
administración. El problema residía en la personalización del Poder y se superaría reemplazando el
gobierno de "notables" por un gobierno de las leyes.

Cuando los radicales llegaron al poder esa preocupación se trasladó a la oposición, que se hizo cargo
de exigir el cumplimiento de la Constitución. Desde su perspectiva, el gobierno radical era arbitrario y
discrecional. Su propuesta era ser más efectivo el sistema de frenos y contrapesos para evitar la
excesiva centralización del poder y producir reformas que garantizaron el lugar de las minorías.

La otra gran tensión que recorría la relación entre gobierno y oposición era la imposibilidad
conservadora de aceptar el principio de la soberanía del número, a pesar de que, en el plano del
discurso, se asumían como democráticos. El sufragio universal como legitimador de gobierno
aparecía cruzado por la idea de que la democracia no concedía capacidad para el gobierno, igualdad
intelectual y moral; por el contrario, aceptaba la desigualdad del mérito y de la capacidad. Así, todos
podían votar, pero debían gobernar los capaces. El atenuante para los gobiernos electores,
manipuladores del sufragio, residía para ellos en que colocaban a ciudadanos "capaces" en los
puestos gubernativos.

Para atenuar la tensión, explicaban el progresivo crecimiento del voto radical apelando a la
inmadurez del pueblo y confiando en que la educación produciría cambios en el electorado. Las
posiciones más extremas planteaban que la ley Sáenz Peña fue dictada prematuramente y era
necesario derogarla.

Por otro lado, el radicalismo como partido de gobierno se dividía y en ese gesto la mitad del
radicalismo se convertía en el "régimen" de la otra mitad. Su división adoptaba las características de
un movimiento cismático y los disidentes se transformaban en herejes y traidores a la causa. Todos
se proponían como los "verdaderos" radicales, herederos de la tradición, de los principios originarios,
de los símbolos y de los momentos fundantes. Para los personalistas, Yrigoyen sintetizaba la causa
que representaba: visión global del mundo más que programa concreto y particularizado. El
radicalismo era una "religión cívica" y sus militantes y adherentes, sus fieles. El dogma, la creencia, la
fe en la causa, estaban por encima de la razón.

El antipersonalismo era una reacción al poder personal de Yrigoyen. Proponían al radicalismo como
un partido y, en tanto, tal necesitaba un programa que cumpliera las funciones del líder, aglutinando
las lealtades de sus adherentes. Sus críticas a los gobiernos de Yrigoyen coincidían con las de la
oposición, lo cual, en determinado momento, los acercaba, polarizando la lucha política entre
yrigoyenistas y antiyrigoyenistas.

En la práctica y en relación con el período precedente, a pesar de recurrentes denuncias de fraude,


generalmente no comprobadas, la participación se ampliaba, las garantías y derechos individuales se
respetaban, la libertad de prensa y de reunión era un hecho, el parlamento funcionaba y se mantenía
la periodicidad de las elecciones. Sin embargo, el clientelismo, la persistencia de práctica facciosas, la
confusión entre partido y gobierno, el ejecutivismo y la irreductibilidad de las posiciones de una
oposición que, a pesar de su discurso, no terminaba de aceptar los cambios que implicaba la
ampliación de sufragio, complicado en la tarea de fortalecimiento de las instituciones.

En 1930 la defensa de la Constitución y de sus principios unificaba a todo el espectro partidario


contra el yrigoyenismo y justificaba su derrocamiento. El nombre de la democracia se produjo el
primer golpe de estado.

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TEXTO: MARCELA FERRARI. El personal político en la democracia ampliada.

Durante la república restrictivista, el parlamento había sido un escenario privilegiado donde se


debatían los grandes problemas nacionales que afectaban a la sociedad transformada por los efectos
de la inmigración masiva y del espectacular crecimiento económico de fin de siglo. Sus diputados y
senadores ofrecieron respuestas a la cuestión social: Intentaron disminuir las posibilidades de
conflicto entre el trabajo y el capital, orientaron el papel del Estado para argentinizar a las masas a
través de dos instrumentos esenciales: la escuela y el ejército, y buscaron el modo de incluir en el
sistema político a los hijos de los inmigrantes.

La sanción de la ley 8871, conocida como ley Sáenz Peña, no cambió, por cierto, las funciones de
estos representantes, que habían sido establecidas por el articulado constitucional. Lo que se
modificó a partir de la aplicación de esta norma, que tornó más transparente el juego político
electoral al permitir la incorporación de las primeras minorías a la cámara de diputados y a los
colegios electorales, fue la composición de ambos cuerpos institucionales. La nueva normativa
resultó efectiva a la hora de provocar un recambio en el personal político.

Cómo y cuáles fueron los resultados provocados por esa situación de mayor competencia en el
interior del parlamento y de los colegios electorales son las preguntas que articulan este capítulo. Y la
hipótesis que lo sostiene es que la dirigencia, enriquecida por la incorporación de nuevos elementos
sociales y políticos, no pudo superar las instancias del enfrentamiento intra e interpartidario para
acordar lineamientos básicos de gobierno.

El parlamento, en cambio, se convirtió en un espacio donde era más importante defender la


identidad partidaria o las posiciones de poder alcanzadas que cumplir con las funciones legislativas
específicas. Con los años, esto generó un desgaste tal que atentó contra las posibilidades de
consolidar el régimen institucional y contribuyó a poner fin a la primera experiencia de ampliación
democrática.

ELECTORES Y PARLAMENTARIOS EN LA CONSTITUCIÓN NACIONAL

El colegio electoral era un cuerpo constitucional formado por aquellos ciudadanos que, habiendo
sido elegidos por voto directo de la ciudadanía, tenían la responsabilidad cívica de elegir la fórmula
presidencial.

Los electores eran elegidos por los ciudadanos y designados a simple pluralidad de sufragios, es
decir, que se imponía aquel que tuviera al menos un voto más que el resto. Debían tener no menos
de 25 años y cuatro de ciudadanía en ejercicio. Ni los parlamentarios ni los empleados públicos
podían ocupar ese cargo.

En cada distrito, la junta electoral. Todas ellas, en conjunto, formaban el colegio electoral, cuyas
funciones se restringían a un solo día. El elector votaba individualmente en dos cédulas firmadas
expresando a quién elegía como presidente, en una, y como vicepresidente, en la otra. Obtenido los
resultados, eran confeccionadas sendas listas por duplicado, con el nombre de cada candidato y el
número de votos que había obtenido. Terminada esta tarea, expiraba la investidura de los electores.
De allí en más, la proclamación dependía del Congreso de la nación, ya fuera consagrando en
Asamblea a los candidatos designados por mayoría en los colegios electorales o, si no hubiera sido
alcanzada la mayoría en la instancia anterior, eligiendo la fórmula presidencial.

Cada partido arma una lista de electores, aunque los votantes en primer grado podían confeccionar
sus propias listas con candidatos inscriptos previamente en la justicia electoral.

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Para ser diputado, la edad mínima era de 25 años. Los candidatos debían ser naturales del distrito
que representaban, o tener al menos dos años de residencia en él. No necesitaban cumplir requisitos
de calificaciones educativas ni censataria (persona que está obligada a pagar los réditos o intereses
de un censo). Duraban 4 años en su cargo, aunque podían ser reelectos por periodos adicionales, y la
cámara era renovada parcialmente por mitades cada 2 años.

Para ser senador, los candidatos debían tener al menos 30 años y seis de ciudadanía, ser naturales de
la provincia la que representaban o tener dos años de residencia en ella. Tampoco se establecían
condiciones de calificación para el ejercicio del cargo; pero sin requisito censatario: contar con una
renta. Los senadores duraban 9 años en sus cargos y la cámara era renovada cada tres, por tercios.
En el senado, las provincias más pobres y tradicionales del país tenían la misma representación que
aquellas más ricas, con mayor concentración demográfica en las ciudades que habían crecido al calor
de la afluencia inmigratoria.

LA LEY SAÉNZ PEÑA Y LA ELECCIÓN DE LOS REPRESENTANTES

El articulado de la ley establecía que el ciudadano ejercía el voto en número limitado a los dos tercios
de los cargos a ocupar en los cuerpos colegiados entre los candidatos inscriptos en la junta electoral.
Una vez practicado el escrutinio, resultaban consagrados aquellos que, a simple pluralidad de
sufragios, hubieran obtenido el mayor número de votos, hasta completar el total de los cargos en
disputa.

El padrón nacional se constituyó sobre la base del enrolamiento militar. La exclusión de la mujer de la
actividad política estaba anclada en el imaginario tradicional, que no concebía que el bello género
pudiera involucrarse en la organización de comités o en luchas que exigían virilidad y una forma de
acción masculina. En cuanto a los inmigrantes, se estableció que, en el orden nacional, solamente
votaran los naturalizados. De modo que la mayor parte de la población adulta, compuesta por
extranjeros y mujeres quedó fuera del electorado nacional, sin cuestionamientos a esa universalidad
paradójicamente restrictiva.

Los debates centrales giraron en torno al sistema de representación, que era el modo de traducir
votos encargos, esto es: la distribución del poder entre los elencos políticos-partidarios. La lista
incompleta triunfó ajustadamente sobre otras alternativas como la continuidad de la lista completa o
el voto uninominal por circunscripciones, y con holgura sobre el sistema de representación
proporcional y el voto acumulativo. El sistema de lista completa fue defendido, principalmente, por
aquellos notables habituados a acordar entre sí a la hora de repartirse posiciones y se resistían a la
apertura democrática.

Los aires de reforma iban en contra de un sistema asociado a épocas caducas y al poder de las
"máquinas" provinciales que lo sustentaban.

Tampoco fue aprobado el voto uninominal por circunscripciones: daba la posibilidad de elegir
diputados "a simple pluralidad de sufragios por circunscripciones", con lo cual quedaba salvada la
cláusula constitucional. A la vez, dejaba abierta la posibilidad de que Los partidarios de las minorías
resultaron electos. El sistema de voto uninominal por circunscripciones hacia la rotación alternativa
de los partidos en el gobierno y les aseguraba a ellos y al país el gobierno de los selectos, el gobierno
de la oligarquía formada por los inteligentes, por los capaces, por los ricos, por los emprendedores y
por las nuevas fuerzas que salían de la democracia pugnando por subir, por alcanzar un peldaño tras
otro hasta remontarse a la cumbre.

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Los partidarios del proyecto presidencial argumentaban en su contra: el sistema operaba como una
fuerza centrífuga, provocaba el desconocimiento de los intereses de la nación en su conjunto,
atentaba contra la unidad del estado, favorecía a los localismos y el fraccionamiento de los distritos,
propiciaba la integración de partidos ocasionales en lugar de partidos de opinión y estimulaba la
difusión del voto venal.

La lista incompleta, en cambio, daba participación a la primera minoría en la cámara de diputados y


en las juntas electorales, a la vez que estimulaba la formación de grandes partidos. Dar
representación a las minorías, expresaban sus defensores, eximiría al parlamento argentino de la
acusación de actuar a contrapelo de una sociedad cuyos guías intelectuales ya habían propiciado
otras reformas en materia de salud pública, vivienda, trabajo, etcétera.

De nada valieron las acusaciones del elenco antirreformista, que veía en la lista incompleta una
inmerecida concesión al radicalismo, una maniobra para socavar el poder en las provincias con la
consiguiente reducción de la autoridad de los gobernadores que necesitaban imponerse en
sociedades divididas y anarquizadas.

Finalmente, lista incompleta fue aprobada. Se sancionaba así un sistema de voto limitado mediante
el cual el sufragante podía tanto votar una lista como armar la suya con candidatos inscritos ante la
junta electoral.

En el marco de esa legislación electoral, hasta 1930 el radicalismo logró controlar los colegios
electorales e imponer tres fórmulas presidenciales consecutivas.

LOS COLEGIOS ELECTORALES

Aunque los electores no estaban sujetos a mandato imperativo, en la práctica actuaban en


representación de alguna fuerza política. Durante la República restrictivista el rol de las juntas de
electores era Traducir decisiones previamente negociadas y pactadas por los notables de los distritos
electorales. En 1916, 1922 y 1928, la situación fue más compleja, en virtud de la consolidación o el
fraccionamiento de los partidos políticos y de la incorporación de las primeras minorías de cada
distrito electoral.

Los electores radicales votaron, en 1916 y 1922, el nombre de la fórmula establecida por el partido.
En 1928, luego del sismo partidario, los personalistas votaron por Yrigoyen y los antipersonalistas,
por la fórmula del frente único (Melo, Gallo). Las fórmulas votadas por los electores de segundo
grado siempre fueron las mismas que habían votado la ciudadanía en el caso de los radicales, pero
solían diferir en el caso de los partidos de tendencia conservadora, que no tenían un referente
nacional común y negociaban candidatos en pocos meses, en vistas de hacer oposición y con la
esperanza de triunfar en la segunda instancia electoral o en la asamblea parlamentaria.

La de 1916 puso en evidencia el modo en que una máquina partidaria de alcance nacional, centrada
en torno a un líder, se imponía sobre las viejas prácticas de negociación del régimen oligárquico. Pero
hasta entonces las fuerzas conservadoras habían albergado esperanzas de triunfo.

Para evitar el ascenso del radicalismo al poder había que lograr un acuerdo en torno al apoyo a una
fórmula que representara la voluntad del amorfo conjunto.

Roca Era uno de los pocos que comprendían la necesidad de fusión de las derechas en el nuevo
contexto electoral. Las reuniones de la junta electorales que sucedieron a estos hechos confirmaron
el panorama previo: triunfó la fórmula Yrigoyen-Luna.

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Seis años más tarde, la situación política había cambiado. El radicalismo estaba consolidado en el
poder y había logrado ampliar su caudal electoral propio valiéndose de la distribución de los recursos
del aparato del estado: empleo público, fundamentalmente. También fueron diferentes las
estrategias puestas en práctica en los colegios electorales. Las elecciones en primer grado de 1922
fueron calificadas como un plebiscito.

Dado que el Frente Único no tenía posibilidades de triunfar, un altísimo porcentaje de sus
representantes no asistía a convalidar la victoria de la fórmula radical.

El debate generado en la opinión pública giró en torno a dos posturas. La primera sostenía que las
juntas electorales debían subsistir mientras no hubiera sido elegida la fórmula completa y debían
proceder a una nueva designación. La segunda posición consideraba que no procedía volver a reunir
al colegio electoral, cuya función ya había caducado. Una razón para no revivir ese cuerpo
constitucional era que muchos de sus miembros carecían de la condición de electores porque la
Constitución establecía expresamente que éstos no podían ser ni diputados ni senadores ni
empleados a sueldo del Gobierno Federal, posición que meses después ocupaban algunos de ellos.

En suma, la dinámica de los colegios electorales sucesivos y, particularmente, de las fuerzas


opositoras al radicalismo y al personalismo, en 1928, fue variando. Mientras creyeron factible
imponer una candidatura de coalición, actuaron intensamente. A medida que esa posibilidad
desaparecía, recurrieron a la práctica abstencionista en el colegio electoral, a tal punto que las
inasistencias de 1928 podrían llegar a ser interpretadas no solo como denegación de legitimidad al
adversario, sino también, como un indicio anticipatorio del golpe al régimen democrático de 1930 en
plena efervescencia plebiscitaria.

EN EL PARLAMENTO: PRÁCTICAS, REPRESENTACIONES Y AUTORREPRESENTACIONES.

La Constitución nacional establecida que el año legislativo comenzaba el 1º de mayo y concluía el 30


de abril del año siguiente. Cada cámara poseía un reglamento interno propio. Los diputados estaban
obligados a asistir a todas las sesiones, que se iniciaban con las "preparatorias".

El reglamento del Senado no difería sustancialmente del anterior en cuanto al tipo de sesiones, la
forma de elegir autoridades y de sesionar, la fijación del quórum en la mitad más uno de los
miembros y el modo de votar. Los proyectos de ley eran tratados en una de las cámaras y una vez
aprobados por los dos tercios de los votos pasaban a la otra, que actuaban como cámara revisora. Si
también allí eran aprobados y luego no eran vetados por el presidente de la república, la ley era
promulgada.

En suma, también en los aspectos normativos estaban dadas las condiciones para que los
parlamentarios desempeñaran una ardua tarea legislativa, por la cual el Estado les aseguraba la
posibilidad de vivir de la política haciendo política, es decir, ejerciendo la actividad profesionalmente
durante el periodo de sus funciones.

Sin embargo, es conocida la inoperancia del parlamento entre 1916 y 1930. Esta situación, durante
los gobiernos yrigoyenistas, ha sido atribuida en parte a la falta de cordialidad e incluso a la
inexistencia de diálogo, entre los poderes Ejecutivo y Legislativo. Yrigoyen interpretaba que el poder
le había sido delegado por mandato popular en elecciones legítimas e intentaba reducir la
representatividad del parlamento.

En un comienzo, la tensión entre los poderes Ejecutivo y Legislativo respondía a la negativa de la


oposición parlamentaria a tratar los temas que urgían al presidente de la república Y que sus
partidarios no podían hacer triunfar a causa de su debilidad numérica.

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En esa relación tensa, Yrigoyen acentuó su indiferencia hacia el Congreso. Después de asumir la
presidencia de la República no volvió al recinto. En forma personal o a través de sus amigos políticos,
demoró todo lo que pudo la apertura de los periodos de sesiones. Sus ministros no asistían a las
interpelaciones. Pero donde más se evidenciaron las tensiones entre el parlamento y el presidente
fue en el modo en el que el segundo llevó a cabo la mayoría de las intervenciones federales a las
provincias: por decreto, en el momento del receso de las cámaras. En su primer mandato, Yrigoyen
intervino nueve provincias gobernadas por conservadores y diez gobernadas por radicales.

Ahora bien, el argumento que explica la ineficacia del parlamento por la mala relación con el
Ejecutivo no se puede sostener cuando se analiza la presidencia de Alvear, quien demostró gran
consideración hacia el Congreso. Inauguró la asamblea legislativa cada uno de los años de su
mandato. Alvear pretendía gobernar con el parlamento.

Pese a las intenciones de Alvear, durante su presidencia la actividad parlamentaria fue insignificante.
En 1926, se promulgó la ley de derechos civiles a la mujer, una sobre cooperativas agrícolas, otra ley
general de cooperativas y dos leyes sobre enrolamiento y registro electoral.

La inactividad parlamentaria se profundizó con el regreso de Yrigoyen al poder en 1928, luego de un


triunfo abrumador en primer grado. En el parlamento, la mayoría personalista actuaba como el
brazo legislativo del presidente de la república. Prácticamente, no hubo sanciones legislativas
durante el tiempo que duró esta presidencia. En nada puso la mayoría yrigoyenista mayor empeño
que en impedir las sesiones, y esa práctica, que adquirió proporciones inverosímiles en las sesiones
ordinarias y extraordinarias de 1929, lo llevó en 1930 a boicotear totalmente las sesiones del año, no
llegando a celebrar una sola sesión ordinaria antes de la revolución que la disolvió.

Las interpretaciones historiográficas explican esa parálisis parlamentaria a partir de las características
del espacio político. La intensidad de los enfrentamientos intra e interpartidarios hizo del parlamento
un órgano incapaz de instrumentar la legislación necesaria para conducir el país, mientras que, para
el segundo, las élites políticas pusieron los intereses partidarios por encima de las necesidades del
conjunto de la nación. De ese modo, el Poder Legislativo desempeñó un papel más relevante para
articular problemas que para resolverlos. Otras interpretaciones coinciden en señalar que el
parlamento fue la caja de resonancia de los problemas que preocupaban a la opinión pública, que se
manifestaban en tres dimensiones: la relación entre gobernantes y gobernados, o sea, el problema
de la representación política; las reglas de vinculación entre poderes; y el problema de la relación
entre partido y gobierno. A todos estos argumentos válidos pretendemos sumar algunos que derivan
del comportamiento de las élites políticas parlamentarias desde la perspectiva de los
contemporáneos.

Algunos testigos de la época atribuían la ineficacia legislativa a la falta de compromiso en el


cumplimiento de la función. El legado francés en la Argentina se sorprendía ante el descuido de la
actividad parlamentaria y adjudicaba esta situación a las urgencias del tiempo de los políticos por
lograr apoyo electoral.

El hecho de que percibieran la dieta senadores y diputados que daban vueltas por los pasillos del
palacio del Congreso o se reunían en comisiones, pero que rehusaban ingresar en el recinto y así
lograban que las sesiones fueran levantadas por falta de quórum era motivo de condena por parte de
la opinión pública. Por supuesto, la situación no pasaba inadvertida a los miembros de las élites
políticas parlamentarias.

Todos atribuían irresponsabilidad a sus opositores respectivos. En 1919, los radicales sostenían que la
oposición abusaba de la discusión política. Por su parte, los conservadores afirmaban que la

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ineficiencia se debía a la inasistencia del radicalismo, a la dificultad para producir sesión y, luego,
para mantenerla con número.

La remarcable ineficiencia parlamentaria derivada en parte de la falta de consenso y de la concepción


plebiscitaria de Yrigoyen, pero también era fruto de cierta inmadurez de los elencos políticos
personalistas, que se habían desenvolverse en la interna partidaria y ganar elecciones gracias a la
acción de la máquina política radical pero que, faltos de programa, no estaban suficientemente
preparados para ejercer la actividad legislativa.

¿De qué se ocupaban, entonces, los parlamentarios? Mientras los radicales fueron minoría se
concentraron en la definición de su identidad política. Tal como lo señaló Virginia Persello, esto fue
particularmente notorio en el momento de debatir las intervenciones nacionales o la pertinencia del
juicio político al presidente. Las autorepresentaciones de los radicales eran exaltaciones que hacían
alusión reiterada a la historia de la UCR, desde su desprendimiento de la Unión Cívica hasta llegar al
momento de asumir el gobierno con un criterio nacionalista para realizar una obra de
reconstrucción, sin odios y sin pasiones, sin criterios personalistas, con continuidad, afrontando
luchas y llevando a su frente a los más dignos y capaces.

Se auto representaban como portavoces de un partido nacional. El partido de gobierno al que


pertenecían estaba inserto en "la masa popular, en la propaganda callejera, en el comité, en la
protesta, en la plaza pública, en las horas vividas en continuo contacto con los pueblos sembrando
sentimientos, entusiasmos; educando, en una palabra, a esta que fuera embrionaria democracia
argentina". Frente a ellos, que se identificaban como una fuerza nacional homogénea y orgánica,
caracterizaban a los conservadores como apenas los "restos de un naufragio."

También los parlamentarios de tendencia conservadora definían su identidad en las cámaras. Se


reconocían como la encarnación de la reconquista institucional. En suma, a fines de la década de
1910, la mutua descalificación del adversario permitía a los miembros de los elencos políticos
definirse por defecto frente a las carencias de los opositores.

Diez años más tarde, la situación había cambiado y esto se vinculaba estrechamente con el sismo
partidario en el que desembocó la situación de la siempre heterogénea UCR. Los personalistas habían
alcanzado mayoría propia en la Cámara de Diputados y ya no precisaban afirmar su identidad
partidaria.

En el parlamento se exacerbó el uso de una lógica ofensivo/defensiva, traducida en prolongados


debates referidos a la aprobación de las elecciones parlamentarias del mes de marzo de 1930 y de
los diplomas de los diputados electos. El "Manifiesto de los 44 legisladores de la oposición",
denunciaba los abusos cometidos por un Poder Ejecutivo arbitrario y despótico. Éste había arrasado
con el sistema representativo, republicano y federal; subvertido y desnaturalizando las autonomías
provinciales, la instrucción primaria y secundaria, el ejército y la armada; violando las leyes, entre
otras, la ley electoral; despilfarrando los dineros públicos; abandonando la gestión de gobierno en
relación con los intereses agrarios mientras que el país tropezaba con dificultades en su comercio
exterior; y agudizando los efectos de la crisis económica. Por todo ello, de ahí al golpe había un paso.

En síntesis, los radicales fueron más eficaces para hacer política electoral de base que para asumir la
tarea parlamentaria. Y los opositores, interesados en convencer a los radicales, expusieron con
mayor o menor desesperación la situación de crisis aguda o buscaron salidas que condujeran a lo que
llamaban la resinstitucionalización del país y la movilización para conseguir una democracia genuina.
No obstante, nadie podía evitar el deterioro institucional. Algunos buscaban otras salidas que, a la
vez, salvaguardaran sus posibilidades de continuar una carrera política.

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EL PERSONAL POLÍTICO DE GOBIERNO

Pese a cumplir funciones muy diferentes, los parlamentarios y electores argentinos del periodo 1916-
1930 formaban parte del personal político, ese universo de personas elegidas para ocupar cargos en
el gobierno luego de haber competido por el ejercicio del poder en instancias electorales que las
legitimaban como representantes de la ciudadanía y, de hecho, de los partidos políticos. Todos ellos
habían resultado electos por aplicación de la ley Sáenz Peña para desempeñar las funciones
establecidas por la Constitución Nacional.

Los electores formaban parte de un cuerpo constitucional en el que desempeñaban un cargo


honorífico y transmitían decisiones previamente adoptadas por el partido o los notables del partido.
En 1928 se hizo evidente que el Yrigoyenismo no podía ser vencido en las urnas, los electores de la
oposición optaron por deslegitimar al presidente electo ausentándose en las juntas electorales o no
votando en la asamblea legislativa.

Así como durante la República restrictivista estos actores políticos habían sido los canales de
expresión de la voluntad de los notables del régimen, con posterioridad a la ampliación democrática
fueron instrumentos de las máquinas partidarias o de fracciones de un partido. La canalización de la
voluntad del partido es menos obvia entre los de tendencia conservadora.

También cambió la figura de los parlamentarios con respecto al régimen oligárquico. Desde 1880, el
parlamento había sido el escenario privilegiado de los grandes debates nacionales relativos a la
inclusión de los inmigrantes, a la educación patriótica, al papel del estado.

Una vez que en virtud de la ley Sáenz Peña la representación parlamentaria se amplió, el rol de los
parlamentarios quedó desdibujado a la luz de la exigua obra que llevaron a cabo. Más que
representantes de los habitantes de la nación o de los estados provinciales, fueron voceros de los
partidos políticos en competencia, que utilizaron el espacio parlamentario para dirimir
enfrentamientos con los opositores o las internas partidarias. Si los electores se convirtieron en
instrumentos de las máquinas partidarias, los parlamentarios de los partidos mayoritarios se
transformaron en los defensores de éstas.

CONCLUSIONES

La intención de este libro es examinar la complejidad del espacio político durante el período que una
y otra vez ha sido llamado república radical, a partir de algunas de las trayectorias de quienes la
hicieron posible.

El momento era singular y estaba asignado por el cambio de las reglas de la competencia electoral
introducidas por la ley de 1912 que, en cuanto a variaciones fundamentales se refiere, había
ampliado las dimensiones del electorado al imponer la obligatoriedad de sufragio y había permitido
la representación de las minorías mediante el llamado sistema de lista incompleta. Ello posibilitó la
llegada del radicalismo al gobierno de la república, un partido sostenido pon una extendida
organización nacional que incluía un sinnúmero de figuras políticas. Frente al radicalismo en ascenso,
las fuerzas conservadoras se resguardaron en algunas provincias, donde lograron controlar el poder
sin conseguir fusionarse en un partido nacional alternando con el radicalismo, y también en el
Congreso.

En ese contexto, el perfil del personal político del período 1916-1930 fue variando. Las trayectorias
de parlamentarios y electores nacionales de los partidos mayoritarios procedentes de las provincias
de Córdoba y Buenos Aires constituyeron un buen punto de mira para comprenderlo. Los
parlamentarios, eran elencos de élite. A través del recorrido efectuado, se demostró por qué y cómo

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alcanzaron esa condición. Una senaduría era el corolario de una larga y probada trayectoria interna.
Si bien eran representantes de los estados provinciales, todos los senadores habían realizado, y
realizaban, una acción febril dentro del partido en el que se nutría su capital político.

Su proyección pública y su influencia política eran nacionales. Se destacaban como hábiles


negociadores entre fuerzas provinciales, una capacidad particularmente visible en el caso de los
demócratas y los conservadores. Todos se dedicaban a la actividad política full time, eran hijos de
argentinos y, en su mayoría, contaban con formación universitaria. Eran, además, propietarios
rurales. La herencia política solía ser un factor de gravitación en sus carreras, pero no era
imprescindible. En cambio, sí lo era que supieran dirigir, negociar, nuclear tendencias.

Los diputados compartían varias de las condiciones señaladas. Estaban más sujetos que los
anteriores a los avatares internos del partido al que pertenecían, avatares que ellos mismos
producían y traducían en fraccionamientos. Presentaban una gran diversidad, pese a lo cual se
pudieron rescatar características comunes. Una de ellas era que todos habían participado en los
organismos de conducción partidaria y, aún quienes provenían del interior de su provincia, habían
desempeñado cargos en los órganos centrales del partido cuyas sedes estaban en las capitales
provinciales. Otro rasgo general era que, entre los diputados, se encontraba la mayor concentración
de profesionales universitarios.

La gran diferencia en el personal político analizado se presentaba entre los parlamentarios y los
electores, un elenco reclutado más al ras del suelo, entre hombres de segundas o terceras líneas
partidarias. Sin embargo, su actividad política era fundamental en los espacios regionales, a los
cuales ésta se mantuvo circunscrita. En buena medida, eran hijos de inmigrantes. El cuerpo de
electores tenía un menor nivel de instrucción que los parlamentarios y sus integrantes eran
reclutados de un espectro social amplio, si bien ninguno de ellos pertenecía a los sectores más bajos
de la escala socio-ocupacional.

Como se ve, los partidos no investían a individuos con las mismas características para ocupar los
distintos cargos: tendían a reservar la senaduría para quienes tenían mayor influencia y experiencia
en el interior de los partidos, asegurar las diputaciones para quienes hubieran participado en los
órganos centrales del partido y tuvieran alguna experiencia en las capitales provinciales, y llevar
como electores a quienes cumplieron tareas políticas en su jurisdicciones y distritos, de modo de
asegurar la permanencia y la expansión del aparato partidario. Pero en todos los casos mediaba una
afiliación: ninguno de estos políticos ocupó cargos en calidad de extrapartidario.

En el transcurso de los años analizados se registró una transformación general del personal político.
La tendencia al recambio se puso en evidencia en los elencos parlamentarios, cuando algunos
notables que habían forjado su trayectoria desde fines del siglo XIX iban dejando espacio a los
hombres de partido. Se avanzaba cada vez más en la consolidación de los partidos. Los notables eran
testigos de su propia muerte anunciada, salvo que se adaptaran a las nuevas reglas del juego. Por
eso, en algunos casos asumieron funciones de gobierno pensando que podrían representar a las
mayorías en pos de la premisa del bien común, y pronto comprendieron la necesidad de organizarse
en partidos para ganar elecciones y se convirtieron en hombres de partido. Su bagaje político y su
experiencia les permitían insertarse en las organizaciones "desde arriba", por lo general, como
fundadores, organizadores o transmisores de la experiencia de negociación previamente adquirida.

Todos coexistían en instituciones que evolucionaban privilegiando la especialización en la actividad


política y se distribuían en los partidos mayoritarios. Y el parlamento era el escenario principal de esa
"coexistencia en evolución" del personal político.

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El eje partidario permite reconocer algunas diferencias entre los dirigentes. La permanencia de un
individuo en una fuerza política Era uno de los factores que contribuía a impulsar una trayectoria
hacia los cargos más altos. Con todo, los políticos solían trasvasar su lealtad y la de sus seguidores de
un partido a otro. El fraccionamiento y aún la faccionalidad, prácticas corrientes en el interior de los
partidos del periodo, solían ser negativos para el conjunto si las desinteligencias se profundizaban al
punto de presentar listas separadas en elecciones abiertas.

La UCR constituyó un espacio promisorio para forjar una trayectoria. A la máquina del régimen
oligárquico se la venció con más máquinas, ya que el radicalismo tendió su vasta red de comités en
todo el país para movilizar a la población allí donde actuaba. Debido a ello ofrecía múltiples
posibilidades de inserción a los militantes que quisieran hacer carrera en su seno. Los comités y
convenciones de distintos niveles, desde donde los políticos podían actuar, les permitían participar
en la conducción de alguna instancia interna que, eventualmente y mediando una combinación de
circunstancias y voluntad, podía traducirse en la obtención de algún lugar de poder.

Al comienzo del período analizado fueron sobre todos los fundadores quienes ocuparon los cargos
parlamentarios. En su pasado radical pesaban la experiencia fundacional. En otros distritos, como
Córdoba, donde la UCR ganó presencia efectiva después de 1905, había necesidad de incorporar
individuos. Fue sobre todo en esos distritos donde se registró el arribo de dirigentes que trasvasaban
sus lealtades hasta fuerza política en ascenso.

El radicalismo, concebido como un movimiento político, resultó atractivo para una pluralidad de
figuras que pronto se alinearon en distintas tendencias y fracciones. Además de las que se dieron
entre rojos y azules, y las que se fueron acentuando hasta desembocar en el gran cisma de 1924, en
las provincias y en las localidades había muchos radicalismos que, no obstante, se alineaban a partir
de clivajes que definían tendencias.

Las fuerzas conservadoras resultaron menos atractivas que sus principales opositores para quienes
estuvieron dispuestos a competir políticamente. En buena medida esto podría ser observado como el
resultado de la falta de integración de un partido político nacional. La carencia de un partido nacional
constituyó un techo para las carreras políticas internas.

Los conservadores también se vieron afectados por la disputa entre metropolitanos y provincialistas,
y entre principistas, partidarios de la reforma y ugartistas. La derrota electoral operó sobre ellos
acentuando los enfrentamientos y la faccionalización política, que cobró toda su magnitud en los
años 30.

El radicalismo creció, a pesar de sus divisiones internas- y tal vez por ellas-, ofreciendo posibilidades
de inserción a sectores sociales diversos. Fue atractivo para los hijos de inmigrantes.

La ampliación del área de reclutamiento y la diversificación social de la UCR tuvo su correlato en la


presencia de individuos pertenecientes a sectores socio-ocupacionales diversos, sobre todo entre los
electores, sin llegar nunca a contar con la presencia de los niveles más bajos de la escala social.
Políticos, profesionales liberales y propietarios rurales fueron los grupos más representados en ese
orden. El radicalismo en expansión atrajo a jóvenes y se fue remozando con el tiempo.

Las diferencias en la composición del personal político radical y de tendencia conservadora se diluían
en lo que al repertorio de prácticas políticas empleadas se refiere. La prensa periódica cumplió un rol
especial en la construcción de las trayectorias políticas y todos los dirigentes y los partidos la
utilizaban en alguna instancia para incidir en el electorado y en la población. Pero si en algún espacio
de los políticos procuraban influir sobre sus votantes en forma casi directa era en el municipio y lo

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hacían a través de la prensa local, muchas veces también partidaria o facciosa, con el propósito de
elevar o denostar a ciertas figuras apelando el reconocimiento entre vecinos.

En la Argentina radical de comienzos del siglo XX, los intermediarios políticos cobraban especial valor.
Por un lado, para mantener al tanto de lo ocurrido en el medio político local a los miembros de las
cúpulas partidarias, que, debido al cumplimiento de sus funciones, estaban alejados de sus lugares
geográficos de procedencia. Por otro, los intermediarios resultaban fundamentales como eslabón
que unía a los dirigentes de primera o segunda línea con las bases en la cadena de poder. Estos
dirigentes solían ser caudillos políticos, evolucionaban a pesar de sí mismos adaptarse a los tiempos
que corrían. Al permanecer en sus lugares de origen, en contacto con las bases, lograba mantener el
arraigo de los dirigentes que se encontraban alejados de ellos.

También las familias, los amigos u otras redes de sociabilidad en las que se desenvolvían los
individuos contribuían a nutrir las carreras individuales. Utilizaban mecanismos que iban desde la
distribución de los integrantes de la parentela en distintos partidos hasta la puesta en ejecución de
algunas de las prácticas que se mencionaron precedentemente. La participación en redes de
sociabilidad antes o durante el ejercicio del cargo y la experiencia adquirida en ellas, cuando los
políticos las conducían, les proporcionaban a éstos conocimientos de orden práctico, el
reconocimiento de otros afiliados y el apoyo político necesario para impulsar o sostener sus
trayectorias. La pertenencia al laicado católico en formación o al sistema militar y a las FFAA,
generaban no solo apoyo de sus pares sino dobles lealtades, partidarias y corporativas, entre quienes
se desempeñaban en ambos espacios.

¿Qué fue de estos elencos políticos con posterioridad periodo analizado? Además del reemplazo
biológico, la inestabilidad política argentina fue clave en la interrupción de las carreras. El golpe del 6
de septiembre de 1930 fue especialmente traumático para los parlamentarios radicales. Las
trayectorias de los parlamentarios de tendencia conservadora, favorecidos por los gobiernos a partir
de 1930, manifestaron un recambio más paulatino.

Otra cuestión se refiere a la reinserción del personal político en la actividad privada una vez que sus
miembros se alejaban voluntaria o forzosamente del gobierno. En primer lugar, el atractivo de la
propiedad rural tanto para quienes con anterioridad al ejercicio de la función parlamentaria habían
sido empresarios rurales como para aquellos que, aparentemente sin experiencia previa, se volcaron
a ella con posterioridad al ejercicio de sus cargos. Segundo, una vez que dejaban sus bancas
parlamentarias, algunos de los individuos solían incorporarse a organizaciones económicas o
financieras en posiciones ventajosas.

Finalmente, ¿qué tan profesionalizados estaban estos elencos? El personal político de la república
radical constituía un universo de fronteras laxas, difíciles de señalar en virtud de que tanto se podía
permanecer en la actividad política como abandonarla. Una persona que durante un tiempo dejaba
de tener visibilidad pública no dejaba, necesariamente, de ser un político. Quienes vivían de la
política tampoco constituían un grupo completamente definido debido a la periodicidad del ejercicio
de la función pública. Está claro que los parlamentarios estaban fuertemente especializados en
política y usufructuaban de sus holgadas dietas presupuestarias. El 77% vivía de la política, de la
Administración Estatal o de la magistratura ya antes de ocupar el cargo por el que fue seleccionado.

Vivían de la política, pero ¿vivían para la política? Podían dedicarse por completo o no a la actividad y
nada les impedía que, en simultáneo, desempeñarán otras ocupaciones o tuvieran rentas.

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Con respecto a los electores, debían desempeñar otra ocupación. En ocasiones, eran actividades
políticas provinciales o locales. La mayoría de las veces, sin embargo, eran ocupaciones privadas. En
este sentido, en comparación con los parlamentarios, vivía más para la política que de ella.

Hacer política durante la república radical no suponía una formación estricta ni la existencia de un
diploma que consagrara "he aquí un político". Es cierto que la formación en derecho contribuía a
ello, pero no era suficiente. Si alguna característica es la que define mejor a los elencos seleccionados
es la diversidad de las trayectorias previas al momento de ocupar los cargos analizados. Diversidad
de perfiles políticos y sociales; de tendencias desde las que actuaban en los partidos mayoritarios; de
zonas de influencia, de recursos y de prácticas políticas. Diversidad de contactos, de fuentes
complementarias de poder. Lo que sí compartían los políticos con otros profesionales era el hecho de
que, una vez que llegaban a tener visibilidad como un colectivo construido en el tiempo, que habían
adquirido un conocimiento empírico, una "técnica" en virtud de la cual controlaban la actividad,
dominaban un campo de poder no exento de luchas internas, en constante cambio y abierto a
nuevas incorporaciones.

TEXTO MARÍA INÉS TATO. “Nacionalistas y conservadores entre Yrigoyen y la década infame”

La primera experiencia democrática argentina, desarrollada a partir de la implantación de la Ley


Sáenz Peña en 1912, inauguró la era de la política de masas y llevó al gobierno al radicalismo, el
principal partido opositor al orden conservador.

Por otra parte, el despliegue democrático también dio lugar a la aparición de una corriente
diferenciada en el seno de esa tendencia del arco político, liderada por una nueva generación influida
por el tradicionalismo y el autoritarismo europeos: los nacionalistas.

En la historiografía ha predominado la tendencia a caracterizarlos como un fenómeno reciente,


prácticamente desenraizado de las orientaciones políticas existentes. Desde esa perspectiva, que se
nutre de las versiones hagiográficas de los militantes de ese movimiento político, el nacionalismo
aparece huérfano de vinculaciones con otras fuerzas de la derecha y, en ocasiones, es presentado
como opositor de las fuerzas conservadoras que habían moldeado a la Argentina liberal desde 1880,
lo que supone trasladar a la década de 1920 la polarización que habría de caracterizar las relaciones
entre nacionalistas y conservadores desde mediados del siguiente decenio. Sin embargo, esta
corriente de la derecha compartía con los conservadores un sustrato ideológico común, fundado en
su anclaje en la tradición liberal, que favoreció su acción conjunta en el contexto de la crisis de fines
de los años veinte, desmintiendo las distancias originalmente atribuidas a ambas fracciones de la
derecha.

El objetivo de este trabajo consiste en bosquejar la trayectoria del vínculo establecido entre
conservadores y nacionalistas, desde su emergencia durante la segunda presidencia de Hipólito
Yrigoyen hasta su disolución en el marco de la denominada “restauración conservadora”.

LOS ORÍGENES DE UNA RELACIÓN TORMENTOSA

La aparición del nacionalismo como movimiento político antiliberal y antidemocrático ha dado lugar
a múltiples dataciones: algunos ubican su aparición en las últimas décadas del siglo XIX y otros
indican el Centenario de la Revolución de Mayo o las vísperas del golpe de estado de 1930 como su
fecha de natalicio. Más recientemente, se ha señalado la peculiar coyuntura de la crisis de la primera
posguerra como el momento de eclosión de este movimiento político.

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Es indudable que la evolución de este movimiento se halla inextricablemente vinculada a las
vicisitudes del proceso de construcción del estado nacional argentino, que en el período abordado
atravesaba una fase marcada por la democratización del sistema político y una irrupción definitiva de
las masas en la esfera pública que hizo tambalear las certidumbres de la elite.

Los nacionalistas que se asomaron a la vida política durante la segunda presidencia de Yrigoyen para
combatirla procedían prácticamente de los mismos ámbitos de sociabilidad de la elite conservadora,
pero representaban una nueva generación, desvinculada de la gestación de la “república verdadera”
instaurada a partir de 1912.5 Entre ellos se destacaban los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta, Alfonso
y Roberto de Laferrère, Ernesto Palacio, Lisardo Zía y Juan Carulla.

Por entonces era bastante periférica la impronta del fascismo, al igual que la del anticomunismo y la
del antisemitismo, aspectos que en cambio cobrarían mayor centralidad en la década siguiente. Estas
influencias ideológicas se tradujeron en la exaltación de la acción directa en detrimento de los
procedimientos parlamentarios y representativos, y en un discurso virulento contra la democracia y
el liberalismo.

La primera de las organizaciones nacionalistas, la Liga Republicana, definida como “un grupo de
jóvenes ajenos a toda vinculación partidaria o con independencia de ella” que “se habían organizado
en liga de acción opositora para despertar un movimiento de reacción contra la política del gobierno
y sus comités.

Aunque se pretendió recalcar la autonomía de la Liga, su vinculación con La Fronda era evidente. En
su primer manifiesto, la Liga proclamó así sus objetivos:

a) Resistir mediante la prédica oral y escrita, o la acción directa, según los casos, al predominio de la
política demagógica que hoy rige la vida del país. [...]

b) Combatir, mediante una campaña activa de denuncias concretas, el régimen administrativo


impuesto por el presidente Yrigoyen. [(...)]

c) Iniciar una acción enérgica en defensa de la Constitución y las leyes de la República, cuyo
desconocimiento por el gobierno, cualquiera sea la mayoría electoral que lo designó, no debe
consentir ningún ciudadano. Cuando el gobierno deja de cumplir la Constitución, por cuya virtud
ejerce su mandato, deja inmediatamente de ser un gobierno legítimo para transformarse en
despotismo; por consiguiente, quedan abolidos los vínculos de solidaridad y obediencia.

Los nacionalistas evidenciaban su claro arraigo en la tradición liberal que constituía el cimiento
ideológico de los conservadores argentinos. En efecto, a la hora de atacar al radicalismo yrigoyenista,
los nacionalistas se atrincheraron en la defensa de la Constitución nacional, de la transparencia de la
gestión pública, del equilibrio de poderes y de la plena vigencia de las libertades individuales,
adoptando sin ambages la herencia del liberalismo. Por otra parte, exhibieron la misma mirada
elitista de los procesos políticos y sociales que caracterizaba a los conservadores, quienes se
autoconcibieron como fieles representantes de un “antiguo régimen” identificado con una edad
dorada amenazada por la masificación y se constituyeron, en consecuencia, en el patriciado
encargado de custodiar las glorias pasadas frente a una plebe por completo ajena a su forjamiento y
desafiante de su perpetuación.

Luego de esta pionera organización nacionalista, se formó la Legión de Mayo, en agosto de 1930,
bajo la dirección de Alberto Viñas. Esta agrupación manifestó las mismas ambigüedades de la Liga
frente al liberalismo. Tanto la Liga Republicana como la Legión de Mayo tuvieron un notable

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protagonismo en el golpe de estado del 6 de septiembre de 1930 que dio paso a la experiencia del
uriburismo, crucial para las posteriores transformaciones del universo ideológico nacionalista.

LA REVOLUCIÓN ANUNCIADA

La revolución de septiembre condensó las expectativas de cambio de los nacionalistas, que


esperaban que el general José Félix Uriburu liderara la reedificación del sistema político sobre nuevos
fundamentos.

Las ambiciones nacionalistas, sin embargo, pronto chocaron con la limitada gravitación de sus
ideólogos sobre el gobierno provisional. El repaso de la distribución de cargos efectuada por Uriburu
puede resultar ilustrativo del balance de poder entre conservadores y nacionalistas en el seno del
régimen militar y, en el mismo sentido, de los proyectos políticos que pugnaban por imponerse. Por
su parte, los nacionalistas se insertaban en los elencos de las intervenciones provinciales, sin duda en
la periferia del punto neurálgico en la toma de decisiones del gobierno provisional.

Tras el golpe de estado, los conservadores pronto reclamaron a Uriburu el retorno a la normalidad
institucional a través de la convocatoria a elecciones generales. Este reclamo presuponía mantener
intacto el ordenamiento político previo, al entender que el consenso –al menos tácito– del que había
gozado el derrocamiento de Yrigoyen se traduciría automáticamente en el repliegue electoral del
radicalismo, que perdía en consecuencia su peligrosidad a los ojos de sus tradicionales opositores.

Por su parte, la reforma auspiciada por los nacionalistas tenía entonces contornos muy
indeterminados, aunque mínimamente se esperaba su total distanciamiento de la democracia de
sufragio universal instalada a partir de la Ley Sáenz Peña. Por consiguiente, suponía una
remodelación drástica de las reglas del juego político previa a cualquier convocatoria electoral.

Uriburu afirmaba que la revolución no había sido hecha sólo para suplantar hombres en el gobierno y
reiteraba su aspiración de reformar la Constitución Nacional, sugiriendo como posibilidad la
representación funcional. El proyecto corporativo se fue diluyendo a medida que se hacía manifiesta
la tensión con los partidos políticos que habían respaldado la estrategia golpista y, en consecuencia,
mientras se angostaba el margen de maniobra de Uriburu.16 Tras la derrota electoral en la provincia
de Buenos Aires el 5 de abril de 1931, que demostró que el radicalismo aún gozaba de buena salud y
marcó la debacle inevitable del experimento militar, los nacionalistas volvieron a impulsar en vano la
fallida iniciativa reformista a través de sucesivos movimientos de opinión que al mismo tiempo
intentaban presionar al gobierno para que mantuviera el rumbo inicial y postergara la normalización
institucional. Reacción Nacional y Acción Republicana fueron organizaciones efímeras que operaron
en ese sentido, lideradas por diversas figuras del campo nacionalista.

El gobierno militar no pudo sustraerse a la dinámica de los acontecimientos, que hicieron inevitable
la reanudación de las luchas electorales en una trama institucional intacta, impermeable a las vagas
pretensiones corporativas de su líder y de sus huestes nacionalistas, ni tampoco al desenlace de ese
proceso, la llamada “restauración conservadora”. La mayoría de los nacionalistas, en cambio, habrían
de refugiarse en una idealización retrospectiva de la experiencia setembrina, vista como una
oportunidad perdida para la instauración de la ansiada regeneración de la política. Para unos y otros,
sin embargo, el interregno uriburista sería clave en la definición de su perfil ideológico y en la
transformación de sus prácticas políticas.

METAMORFOSIS DEL NACIONALISMO

Una diferencia evidente entre el nacionalismo de las vísperas del golpe del 6 de septiembre y el
desarrollado durante la década del treinta se observa en el aspecto organizativo. Como señaláramos

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más arriba, al estallar el movimiento revolucionario los jóvenes nacionalistas se encuadraban en dos
agrupaciones, la Liga Republicana y la Legión de Mayo. En el transcurso de la década, en cambio, el
panorama del campo nacionalista se complejizó y se pobló de numerosas organizaciones rivales, a
menudo diferenciadas apenas por matices y ocasionalmente dispuestas a acordar vínculos
temporales. Los nacionalistas dispusieron también de varios órganos de prensa para difundir sus
ideas en la opinión pública en una coyuntura caracterizada por la incertidumbre política y los efectos
de la depresión económica.

Estas diversas agrupaciones han sido objeto de variadas taxonomías; sin embargo, en ocasiones las
clasificaciones derivan en encasillamientos demasiado rígidos que no dan cuenta de la frecuente
circulación de dirigentes y militantes entre las diferentes opciones organizativas del universo
nacionalista ni de la habitual cooperación entre ellas ni de sus elementos comunes. En efecto, más
allá de la atomización, de los cismas y de las divergencias personales, los nacionalistas compartieron
ciertos rasgos políticos que en la mayoría de los casos habían sido marginales en su conformación
ideológica previa: catolicismo (con la excepción nada menor de Lugones), corporativismo,
antisemitismo, antiimperialismo, anticomunismo y un antiliberalismo cada vez más firme.

Desde luego, no fue ajeno a esa transformación de la fisonomía del nacionalismo el impacto de los
acontecimientos políticos y de las tendencias ideológicas europeas, que operó sobre la realidad
argentina polarizando el campo político y radicalizando las opciones ideológicas. Pero esa
metamorfosis también fue el fruto de la dinámica política interna de la “restauración conservadora”,
que impulsó el distanciamiento y la radicalización de los antiguos aliados nacionalistas.

El fracaso del ensayo uriburista alentó la búsqueda de nuevos modelos políticos, que en la década de
1930 procedieron de los gobiernos autoritarios europeos por entonces en plena expansión, en
especial del fascismo italiano y del franquismo, en tanto que el nacionalsocialismo alemán resultó
por lo general secundario en la configuración ideológica del nacionalismo, a excepción de algunas
figuras solitarias. Estos regímenes proporcionaron a los nacionalistas experiencias modélicas que
contribuyeron a una definición más precisa de una alternativa al liberalismo, de cuyo seno habían
emergido apenas un lustro antes.

El corporativismo también podía filiarse en el pensamiento católico, que en la década de 1930 se


extendió en el ejército y en el movimiento nacionalista, y condujo a la confesionalización de la idea
de nación. Para muchos nacionalistas la adhesión al catolicismo estuvo en el origen de su conversión
al credo fascista, pues por entonces la iglesia veía en el régimen italiano y en otras experiencias
autoritarias contemporáneas un instrumento idóneo para su contienda contra el liberalismo, la
democracia y el comunismo, y, consecuentemente, para tener allanado el camino al Nuevo Orden
cristiano que la Segunda Guerra Mundial parecía hacerle avizorar.

Pero además del éxito de estos modelos europeos entre los nacionalistas, en su distanciamiento
respecto del conservadurismo intervino también su forma de gestión del estado y la política. La
llegada del general Agustín P. Justo a la presidencia fue una decepción para los nacionalistas, puesto
que su acceso al poder abortó definitivamente sus aspiraciones de una renovación radical al
restablecer en el poder a los denostados “profesionales de la política”, asociados en la Concordancia.
Buena parte de los nacionalistas entablaron una lucha temprana contra el nuevo oficialismo, que
incluyó sucesivas y fracasadas asonadas militares. Esa misma lucha hizo perdurar hasta
aproximadamente 1935 la alianza entre los nacionalistas y el mundo conservador, alentada por la
desconfianza común con respecto a las intenciones políticas del nuevo gobierno, así como por la
reactivación del radicalismo.

20
Por otra parte, la reanudación de las actividades conspirativas de la UCR, reorganizada bajo el
liderazgo de Marcelo T. de Alvear, tuvo su impacto en la alianza de nacionalistas y conservadores.

DESLINDANDO POSICIONES

La situación se modificó sustancialmente a partir de 1935. El levantamiento de la abstención de un


radicalismo al que se creía sepultado por su autoexclusión de la vida política y por el impacto de la
muerte de Yrigoyen en 1933, y su retorno exitoso (los triunfos electorales que le confirieron la
gobernación de las provincias de Entre Ríos, Tucumán y Córdoba, y el control de la Cámara de

Diputados y del Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires) le plantearon a la Concordancia


una clara cuestión de supervivencia. Para enfrentarla, el oficialismo disponía de dos estrategias
posibles: la que cuestionaba la Ley Sáenz Peña y proponía derogarla para establecer un sufragio
calificado (propuesta que ya había circulado en tiempos de Uriburu) y la que postulaba el
mantenimiento de la ley al mismo tiempo que buscaba instrumentar los mecanismos conducentes a
su vulneración en la práctica. Esta última estrategia, que fue la que finalmente se impuso, daba
cuenta en última instancia de la centralidad que había adquirido la democracia en la cultura política
argentina, al punto de impedir su erradicación. A partir de entonces, el sistema político estaría
caracterizado por el fraude como rasgo permanente, calificado por sus usufructuarios como “fraude
patriótico”.

Los nacionalistas propusieron con vehemencia la abolición lisa y llana del sistema democrático y su
reemplazo por una solución autoritaria al estilo europeo en lugar de la preservación –aun nominal–
de la soberanía popular.

Se hicieron entonces más notorias las fricciones que venían produciéndose entre ambas fracciones
de la derecha desde el final de la experiencia uriburista. Algunas tempranas medidas del gobierno
habían generado fuertes cuestionamientos por parte del movimiento nacionalista, aun cuando por
entonces distaron de alcanzar el consenso del que gozarían posteriormente. Entre ellas se cuenta, sin
duda, el Tratado Roca-Runciman, que buscó regular el comercio con el Reino Unido a fin de
atemperar el efecto sobre las exportaciones argentinas de la política comercial británica instaurada a
partir de la Conferencia de Ottawa, en el contexto de la depresión económica mundial. Desde la
perspectiva del nacionalismo, este acuerdo era lesivo para la soberanía nacional y estaba a favor de
los intereses británicos.

El desgajamiento de los nacionalistas respecto de los conservadores en el transcurso de la década


tuvo asimismo como consecuencia el distanciamiento crítico del mito fundador de su propio
movimiento. En efecto, el uriburismo fue quizás la encarnación más patente de las ambigüedades
ideológicas consustanciales a los orígenes del nacionalismo.

No sólo se condenaban los procedimientos legalistas a los que había recurrido el general Uriburu,
sino que se reconsideraba la identificación del verdadero enemigo, sindicado ahora como el
conservadurismo que obstaculizaba la consecución de los intereses del nacionalismo.

FINAL DEL JUEGO

La brecha entre nacionalistas y conservadores fue ahondándose en el transcurso de la década y


haciendo inviable cualquier colaboración entre ambas tendencias de la derecha. Esta tesitura no se
alteró siquiera en 1936, ante la perspectiva –finalmente frustrada– de la conformación de un frente
opositor integrado por radicales, socialistas, comunistas y demócratas-progresistas con el objetivo de
enfrentar a la Concordancia en las elecciones presidenciales del año siguiente.

21
La política neutralista adoptada por Castillo frente a la Segunda Guerra Mundial, ardientemente
reclamada por los nacionalistas –innegables partidarios de las potencias del Eje–; el impulso de
medidas de corte nacionalista, tales como la creación de Fabricaciones Militares, los Altos Hornos de
Zapla y la Flota Mercante, y la clausura del Concejo Deliberante porteño, vista como el preludio –
nunca concretado– del cierre definitivo del Congreso y de la anulación del sistema de partidos, le
valieron una tregua expectante por parte de los nacionalistas.

El golpe de estado del 4 de junio de 1943 orquestado por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU) contó
con su beneplácito, en tanto se esperaba de él la instauración de un nuevo orden político que
encarnara sus aspiraciones. El régimen militar concretó el reiterado anuncio de la revolución nacional
y constituyó una suerte de (efímera) primavera nacionalista, que condujo a sus militantes a depositar
sus esperanzas de transformación en la ascendente figura del entonces coronel Juan Domingo Perón.
Como en el caso de otras fuerzas políticas, incluyendo a los conservadores, la irrupción del
peronismo habría de provocar en el seno del nacionalismo el estallido de disensiones internas y
frecuentes cismas; asimismo, para buena parte de ellos derivaría en una nueva decepción.

A MODO DE BALANCE

Al igual que la derecha europea, que en el curso de una convulsionada entreguerra optó por
morigerar sus fricciones internas y priorizar las coincidencias, los conservadores y los nacionalistas
argentinos acordaron una alianza en la que convergieron motivaciones diversas y en la que
predominó sin embargo la lucha contra el enemigo común: el radicalismo.46 Esa alianza se estableció
en una coyuntura percibida como particularmente crítica, signada por el retorno de Yrigoyen a la
presidencia y luego por la experiencia uriburista que pretendió erradicar al radicalismo de la vida
política argentina.

Para los jóvenes nacionalistas la alianza con los conservadores podía reportarles un andamiaje
organizativo y financiero desde el cual difundir su ideario. Para los conservadores, los nacionalistas
resultaron aliados muy útiles para la agitación, la conspiración y la nueva etapa en que estaba en
juego la definitiva eliminación del yrigoyenismo de la arena política. Este objetivo salió rápidamente a
la luz en tiempos del uriburismo, un período de hondo desencanto para los nacionalistas. Sus
esperanzas de introducir cambios sustanciales y definitivos en el sistema político se vieron
defraudadas por las indeterminaciones ideológicas del general Uriburu y por su priorización del
proyecto político de las fuerzas conservadoras.

Más allá de los desencuentros y las desavenencias, de la contradictoria vinculación entre


nacionalistas y conservadores, subsistió una herencia perdurable. Así como hasta los primeros años
de la década de 1930 el nacionalismo argentino se desarrolló en el seno del horizonte ideológico del
liberalismo para iniciar una gradual evolución hacia una definición política emancipada de esa
tradición, algunos de sus valores nodales fueron permeando insensiblemente otras expresiones del
espectro político.

En un clima de ideas signado por una creciente polarización ideológica y el ascenso irrefrenable de
los autoritarismos europeos que desembocaron en una nueva guerra, el anticomunismo, el
antiliberalismo, el antisemitismo y el desapego por las instituciones democráticas –temas blandidos
tradicionalmente por los nacionalistas– hallaron una acogida cada vez más favorable en amplios
sectores del arco político. Por otra parte, a pesar de los enfrentamientos con los sucesivos gobiernos
de la “restauración conservadora”, los nacionalistas tuvieron una importante presencia institucional
en el ámbito de la cultura y la educación.

22
Aunque débiles desde el punto de vista organizativo y formalmente rechazados por el
conservadurismo, los nacionalistas ejercieron una fuerte influencia cultural y dejaron un rastro
indeleble e insospechado en el imaginario de la sociedad argentina. En suma, en el período analizado
las fronteras entre el mundo conservador y la constelación nacionalista fueron en ocasiones
permeables y porosas, tanto por las motivaciones de orden estratégico que los llevaron a asociarse
en circunstancias críticas para repeler los desafíos planteados por el enemigo común como por las
influencias ideológicas en ambas direcciones.

TEXTO RAPOPORT. “El triángulo argentino: las relaciones económicas con Estados Unidos y
Gran Bretaña, 1914-1943”

1. Antecedentes

Se ha sostenido que la influencia determinante del Reino Unido sobre la sociedad argentina y la
situación privilegiada del Gran Bretaña en el comercio exterior, iniciada hacia fines de los ´30, tras la
firma del célebre tratado Roca-Runciman, para declinar abruptamente a mediados de la década del
´4, cuando se nacionalizaron los ferrocarriles y otras empresas y servicios de propiedad británica.

Argentina se incorporó plenamente al mercado mundial a fines del siglo XIX, como exportadora de
productos agrícolas y ganaderos y sus clases dirigentes se adecuaban a la división internacional del
trabajo existente, cuyo centro financiero estaba en Londres. La Argentina tenía en Gran Bretaña un
rico cliente, con una amplia capacidad de absorción de sus excedentes agrícolas y además contaba
con un mercado externo en expansión para la colocación de sus productos manufacturados y de sus
capitales. (Imperialismo británico) Entre 1880 y 1914 la inserción de la economía argentina en la
economía mundial parecía responder a un modelo clásico o tradicional de relaciones entre países
centrales y periféricos, cuyo polo dominante lo constituía el Reino Unido y cuyos rasgos principales
eran la especialización de la actividad productiva interna y del comercio de exportación en el sector
primario, y el flujo masivo de productos manufacturados y de capitales extranjeros.

El elemento más importante de este comercio anglo-argentino era el hecho de que la balanza
comercial entre ambos era favorable a la Argentina, pero los británicos cobraban intereses por las
inversiones realizadas en el país y por los costos de flete que cobraba el transporte marítimo inglés
y por los costos de servicio financiero. Desde principios del siglo XX Inglaterra pierde su posición de
privilegio en el comercio internacional (en 1850 la II Revolución Industrial la llevo a cabo Alemania,
Francia y EEUU). Estados Unidos pasó a ser un país competidor en el mercado internacional, al
tiempo que se acrecentaba la competencia de otras naciones europeas como Alemania y Francia.

La estrategia inglesa fue la de re direccionar su comercio a sus colonias y al mundo subdesarrollado


porque va perdiendo en el terreno del desarrollo industrial. Según Hobsbawn, “…la economía
británica vivía de los restos de su monopolio… era una economía parasitaria…”

La Primera Guerra Mundial, hace que Inglaterra sufra abruptamente la caída de su participación en el
comercio mundial (como exportador de textiles, carbón, hierro y acero, afectador por el
proteccionismo) y, a su vez, el crecimiento de EEUU (exportador de maquinarias y manufacturas de
mayor tecnología, en proceso de expansión). El exceso de importaciones que padecía la balanza
comercial británica fue casi invariable entre 1913 y 1929, porque se compensaba por los excedentes
de los intereses y dividendos provenientes de sus inversiones en el extranjero.

Se establecieron relaciones triangulares entre los países agrícolas deudores exportaban hacia EEUU
y Europa y estos lo hacían hacia el Reino Unido.

23
2. Comercio exterior e inversiones extranjeras en la década del 20

La Argentina era también el eje de una relación triangular, en la que participaban el Reino Unido y los
EEUU. La Argentina tenía un excedente de exportaciones con el Reino Unido y un excedente de
importaciones con EEUU, los cuales no obtenían productos argentinos, lo cual facilito la dependencia
de la Argentina con el mercado británico. Por otra parte, EEUU compensaba con una corriente neta
de capitales a la Argentina financiando sus exportaciones con préstamos o inversiones directas, para
mantener el triángulo equilibrado.

Pero el comercio triangular entre Gran Bretaña, Estados Unidos y Argentina, no puede ser bien
comprendido si se lo considera solamente como la simple compensación de los déficits del
intercambio comercial con Estados Unidos, con los superavits resultantes del comercio con Gran
Bretaña.

En el periodo de entreguerras, Inglaterra comenzó a importar de Estados Unidos mucho más de lo


que exportaba hacia aquel país y su déficit con Argentina contribuyo a acentuar el desajuste de su
comercio exterior y su dependencia de la economía norteamericana. En segundo lugar, las
importaciones de maquinarias norteamericanas posibilitaron la industrialización de los años
treinta. En tercer término, porque la entrada de capitales estadounidense en la economía
argentina, en forma de títulos o por la instalación de empresas, desplazo la influencia económica
inglesa.

Existía una fuerte dependencia del mercado inglés con el sector exportador argentino (carne, lino,
trigo y maíz), y también fuertes vínculos entre inversores de capital británico arraigados en el país
(transporte, ferrocarriles, prestamos, frigoríficos, servicios públicos, banca financiera). De esta
forma, los ingleses participaban en la producción de bienes exportables y podían controlar el
comercio exterior.

Los ferrocarriles eran el punto clave de todo este sistema porque eran los intermediaros que se
levaban los bienes exportables a los puertos, y a su vez insertaban y desarrollaban las manufacturas
británicas en el territorio nacional, como carbón y diversas maquinarias y materiales ferroviarios. La
privilegiada relación bilateral con Inglaterra era sostenida por la dependencia de los grandes
ganaderos argentinos al mercado británico de carnes, aun con la baja en la exportación en 1920. Los
hacendados eran el grupo social y político más importante de la Argentina, y su influencia sobre la
política económica del país permitió defender esas relaciones.

A su vez, se fue constituyendo una participación más creciente de EEUU en la economía argentina,
mediante la implantación de una nueva unidad productiva: el frigorífico. En 1920 ingresaron al país
los primeros frigoríficos del “club de Chicago”, que faenaba nuestra materia prima, de mejor calidad

24
y menor costo de producción para exportar al mercado británico. Estos frigoríficos competían con los
británicos y los argentinos por su gran capital y tecnología más avanzada.

La verdadera irrupción de capitales norteamericanos en la economía argentina se produjo den los


años ´20, luego de la Primera Guerra Mundial, con la implantación de la Industria liviana, basada en
la fabricación de máquinas, vehículos, electrodomésticos, textiles petróleo, alimentos, bebidas,
fármacos, banca y compañías de teléfonos. Entre 1914 y 1929, se convirtieron en un importante
mercado de capital a través de la colocación de títulos públicos.

Se rompe el triángulo: Los cambios en la economía internacional hicieron que Gran Bretaña
estableciera un comercio bilateral con nuestro país porque EEUU se autoabastecía de productos
primarios y tenía tecnología más avanzada que la inglesa, y podía exportar manufacturas y bienes de
capital. EEUU logro desplazar al hierro, acero, automotores y maquinarias ingleses que importaba la
Argentina, pero para 1927 cerró toda la importación de carne argentina.

3. La crisis del ´30 y sus efectos en la Argentina.

En 1926 EEUU adopta medidas proteccionistas con respecto a la carne enfriada argentina (por la
fiebre aftosa) y deriva su capital hacia el área industrial, a la producción de bienes menores y hacia
Alemania (le dio préstamos en la postguerra). Esta medida fue criticada por Keynes, por considerarla
inestable y coyuntural y proponía que se invirtiera en los países agrícolas subdesarrollados en
Sudamérica. Argentina se asimilaba a Alemania, porque sus productos no penetraban en el mercado
norteamericano.

LA CRISIS DEL '30 QUEBRO LA BALANZA MULTILATERAL DE PAGOS Y PROPICIÓ EL NACIONALISMO Y


EL PROTECCIÓNISMO. INGLATERRA IMPLEMENTO UN SISTEMA IMPERIAL QUE PERJUDICÓ A
ARGENTINA: la misión D'Abernon, en 1929, pretendía sacar de la recesión a ciertas industrias
inglesas que no podían competir en el marcado mercado mundial y perjudicaba a EEUU y a la
Argentina. Esta misión no prosperó.

PACTO ROCA-RUNCIMAN:

La aguda crisis mundial hizo que Inglaterra presionara a la argentina a firmar un pacto en el que se
garantice la colocación de sus productos y que restrinja la importación a los países ajenos al
Commonwealth. Esto derivó en la firma del "Pacto Roca-Runciman" en 1933, en el cual se negociaba
el mantenimiento de la cuota argentina de carne enfriada en el mercado británico (Cuota Hilton).
Con esto Inglaterra tendría preferencia en el cobro de divisas provenientes de los mecanismos de
control de cambio, y para Argentina se imponía no solo asegurar la cantidad de carne enfriada, sino
también ofrecer un trato “benevolente” / preferencial a las inversiones inglesas y no aumentar las
importaciones de carbón u otros productos ingleses. Inglaterra solo concedía una participación a los
frigoríficos nacionales para la exportación de carne argentina con una cuota del 15%. El pacto se
renovó en 1936 perjudicando aún más a los ganaderos argentinos con un nuevo impuesto a la
importación de carnes, pero dándoles un control total de la cuota en el país.

Inglaterra dependía de las exportaciones argentinas, en especial de la carne enfriada, debido a las
distancias, ya que los barcos frigoríficos no garantizaban que los productos de la competencia
llegaran en buenas condiciones al mercado británico.

4. Algunas peculiaridades de la política económica internacional de la Argentina en la década de


1930.

El pacto favoreció, a través del control de cambios, las importaciones de origen británico
perjudicando las de otros países, especialmente las de EEUU. Sin embargo, las exportaciones

25
británicas a la Argentina se mantuvieron constantes en todo el periodo porque los industriales
ingleses no aprovecharon al máximo el mercado argentino, que ya empezaba a desarrollar una
industria textil competitiva con ellos.

Las políticas proteccionistas incentivaron la rápida expansión del mercado interno y la implantación
de grandes fábricas productoras de electrodomésticos, farmacéuticas y químicas norteamericanas.

PLAN PINEDO

Desde 1933, el equipo económico, encabezado por Federico Pinedo ideo un plan que proponía
intensificar el intercambio con EEUU, principal acreedor de la Argentina, estimulando las
exportaciones hacia allá y frenar el déficit de la balanza comercial entre 1939/40. También se crearía
un fondo de intercambio para favorecer la importación de productos de EEUU y financiarlas
mediante la inversión norteamericana en ferrocarriles británicos ya instalados en nuestro país.
Naturalmente Inglaterra se opuso al plan junto con los conservadores. Haciendo que se vuelvan a
incrementar las importaciones de bienes norteamericanas, pero no las exportaciones, lo que produjo
nuevo déficit de la balanza de pagos con ese país y un estrangulamiento en las relaciones
comerciales con Inglaterra. El sistema triangular se había roto y la Argentina se encontraba en una
encrucijada: ¿industrializarse y acoplarse a EEUU, como nuevo centro de poder mundial, o continuar
atado a Inglaterra?

TEXTO MIGUEZ. Una economía agroexportadora madura, 1910- 1929.

LA ARGENTINA Y EL MUNDO, CAMBIOS Y CONTINUIDADES

Las postrimerías del siglo XIX y la primera década del pasado, se trató de una etapa de extraordinario
crecimiento. El impulso duró hasta las vísperas de la Gran Guerra. Se ha señalado que este evento,
que tuvo un efecto devastador sobre la economía Argentina, puso fin al importante crecimiento de la
etapa previa. En algún momento del siglo XX, la Argentina dejó de crecer más que otras naciones
para hacerlo lentamente. Incluso con estampas de estancamiento casi absoluto. Por eso es necesario
intentar comprender cómo fue desarrollándose a lo largo del tiempo. La crisis mundial de 1929-1930
puede ser tomada con cierta confianza como un punto de corte. No cabe duda de que los cambios
que introdujo en la economía mundial y, desde luego, en la Argentina justifican con holgura marcar
en ella un punto de quiebre.

El punto más alto de la economía argentina antes de la crisis de 1890 fue en 1889. Pero 1903 marcó
el retorno a un fuerte ritmo de incremento productivo. Hasta aquí la cifra solo confirman lo que ya
habíamos visto: aunque sujeta a notables oscilaciones, la tendencia al crecimiento continuó vigorosa
hasta 1912. Los números de 1913 no son auspiciosos, quizás afectados por la preparación para el
conflicto, y para 1914 agudizaría la recesión, afectado ya decididamente por el clima de guerra.

El año 1918 marca una exitosa recuperación, pero entonces comenzaron a aparecer otros problemas,
la crisis ganadera y la recesión mundial de 1920-1921. La recuperación del nivel de 1912 aparece
recién en 1924, solo para hacer seguida por un estancamiento hasta 1926. Recién en 1927 se retomó
un crecimiento genuino sólido, que durará los breves años que van hasta la gran depresión.

Estas cifras, entonces, dejan pregunta: ¿la interrupción de la onda expansiva después de 1912 fue el
inicio de la concatenación de una serie de factores coyunturales adversos- la guerra, la crisis era, la
internacional de 1920-1921, etc.- que alteraron una senda de crecimiento que encuentra continuidad
con el período anterior o, al contrario, se trató del comienzo de la difícil adaptación de la Argentina a
una nueva etapa de su historia económica, botada la frontera, contexto internacional menos
favorable? 1910-1914 ha sido señalado como el fin de la frontera y el inicio del desarrollo en
capitalismo agrario maduro.

26
Hay otros factores que apuntan un sentido diferente. A partir de la crisis de 1890 (en realidad, desde
un punto antes) antes la manufactura comienza a crecer en su importancia relativa dentro del PBI. Lo
mismo ocurre con la agricultura, en tanto que, aunque también tiende a crecer en términos
absolutos, su importancia relativa va disminuyendo.

Si miramos los datos tendenciales de fin del siglo XIX, el aporte de la manufactura y el de la
agricultura son más o menos equivalentes, en tanto que la ganadería es todavía un poco más
importante. En 1900 ésta enfrenta una crisis por la aftosa y su recuperación será vigorosa solo
después de 1908. La agricultura, con sus oscilaciones, mantiene una firme tendencia al crecimiento
hasta la Gran Guerra. Pero la que más crece en esta etapa es la industria.

En esta perspectiva, se sugiere que luego de la recuperación de la crisis de 1890, y sobre todo
desde comienzos del siglo XX la economía argentina adquirió características un poco diferentes de
las del período anterior. Si bien sus ventajas comparativas continúan en el sector agroexportador,
su mercado interno va adquiriendo un peso creciente en la determinación del desarrollo general
de la economía.

Hay otros elementos importantes en este cuadro. Uno significativo tiene que ver con el mercado de
capitales. Para financiar su crecimiento antes de la crisis de 1890, la Argentina dependía de la
importación de capitales. En el nuevo siglo, la situación es un poco diferente. No solo las cifras de
comercio exterior muestran un saldo favorable, sino que las tasas de interés se reducen a niveles
similares a los de los principales mercados del mundo.

Hay sectores que siguen dominados por el capital inglés- ferrocarriles, servicios urbanos-, pero en
otros, como el eléctrico, por ejemplo, la presencia de Europa continental (alemana, sobre todo)
comienza a ser importante.

La Gran Guerra interrumpe esta tendencia por los problemas que crea en las propias naciones de
origen, pero introduce una nueva: El crecimiento de la industria ofrece ventajas para empresas
provenientes, principalmente, de la que era ya para entonces la más moderna nación industrial del
mundo, los Estados Unidos.

Por otro lado, la importancia del mercado financiero interno da lugar al desarrollo de un sistema de
crédito local, el único de cierta importancia en América Latina antes de 1930.

En definitiva, podría argumentarse que, aunque el ciclo de la frontera continúa hasta vísperas de la
Gran Guerra, en otros aspectos, ya desde comienzos del siglo XX, la Argentina ha dejado de ser
meramente una nación agraria para desarrollar una estructura económica algo más compleja. La
complejización de la economía y la sociedad marca una etapa diferente, que en realidad se inicia con
el nuevo siglo y se profundiza en la primera posguerra. Estos rasgos complejos jugarán un rol crucial
en la definición de un nuevo perfil de la economía argentina.

Por otro lado, el más lento crecimiento después de 1914, no es tanto un rasgo propio de la Argentina
sin un fenómeno generalizado en la economía mundial. Podría proponerse la siguiente secuencia.
Desde fines del siglo XIX, y sobre todo desde comienzos del pasado, el espíritu libre cambista del
progreso, dominante en el mundo hasta entonces, va siendo reemplazado por los fenómenos que
han sido descritos como propios de la fase imperialista del capitalismo.

La discusión sobre el rol del imperialismo nos plantea la pregunta sobre el lugar que ocupaba la
Argentina en este sistema. Lo primero que hay que señalar al respecto es que, si el modelo del
imperialismo clásico de comienzos del siglo XX se caracterizó por una subdivisión del mundo en áreas
de influencia de las grandes potencias, la Argentina estaba muy lejos de ser un buen ejemplo. Para
mediados de la década de 1920 el destino de las exportaciones no había cambiado

27
significativamente, pero los Estados Unidos concentraban casi una cuarta parte de las importaciones
de la Argentina, en detrimento fundamentalmente de Gran Bretaña, pero también de Alemania y
Francia. Ya señalamos que se había producido un giro complementario en la circulación de capital.
Luego del rotundo predominio británico del siglo XIX en este rubro, el origen de las inversiones
comenzó a diversificarse a comienzos del XX, y el principal inversor luego de la guerra fueron los
Estados Unidos.

Sin duda argentina era el más importante socio comercial y destino de inversiones del Reino Unido
fuera de Europa y de sus antiguas colonias, y en muchos momentos, incluso por arriba de todas o la
mayor parte de las naciones europeas. E Inglaterra dominaba por entonces la economía mundial (al
menos hasta la guerra). Ello debe haber contribuido a la visión señalada. Pero, como muestra los
números, basta agregar al segundo y tercer socio comercial de la Argentina para superar el papel de
Gran Bretaña.

La Argentina había crecido y se habían enriquecido mucho antes de la Gran Guerra, pero su mercado
interno aún era modesto, su desarrollo institucional embrionario, su ubicación en el globo distante
de los principales mercados y centros de poder, y sus capacidades científicas y tecnológicas limitadas.
Por ello su crecimiento siempre estuvo muy estrechamente ligado a su capacidad de participar de los
mercados externos, exportando productos agropecuarios e importando combustibles, maquinarias e
insumos industriales, y bienes de consumo final. No contaba con la escala de mercado ni la capacidad
tecnológica para aspirar a un desarrollo independiente, a la producción de equipos industriales, por
ejemplo, y ni siquiera de maquinaria agrícola. Y en este sentido su dependencia, no solo respecto de
Gran Bretaña, pero sí del mercado mundial en su conjunto, era un fenómeno muy real. No se trataba
de una limitación de su autonomía política, pero sí de un condicionamiento a sus posibilidades de
preservar el lugar de privilegio económico que había adquirido en el concierto de las naciones. Sin
duda, hasta la Gran Guerra, la Argentina había crecido como una economía agroexportadora, y,
por lo mismo, encontró crecientes dificultades al transformar su perfil de desarrollo.

LOS LOGROS DE UN SIGLO

Para 1914, el país contaba con unos 8 millones de habitantes. Duplicaba así su población en apenas
19 años. El ritmo de crecimiento, que se había ido acelerando al paso de la inmigración europea,
había terminado por constituir para el centenario una nación con cierta respetabilidad cuantitativa.
En el plano económico, contribuía de manera considerable a la consolidación del mercado interno.

Como se ha señalado, ese ritmo de crecimiento solo era factible gracias a la inmigración, que en 1914
constituía más de un 30% de la población total y más del 50% de la fuerza de trabajo. El efecto
positivo de la inmigración sobre la economía no solo está dado por el aumento de la escala de
mercado interno. En toda economía, aunque la riqueza se distribuye per cápita, teniendo en cuenta
toda la población, la producción está concentrada en un segmento específico por edad y sexo. Esto
crea lo que se ha dado en llamar una relación de dependencia: La relación entre la población total y
los que participan del proceso productivo. En la etapa histórica que estamos considerando, los
dependientes eran mayormente los jóvenes menores, de 15 años. La inmigración tuvo un efecto
altamente favorable sobre la tasa de dependencia. El grueso de los que llegaban eran varones en
edad laboral, lo que abultaba la estructura de la población Precisamente en el segmento de mayor
productividad.

Otro efecto positivo de la inmigración sobre la estructura demográfica desde el punto de vista
estrictamente económico tiene que ver con la distribución espacial de la población. El fenómeno se
completó de manera muy eficaz con la masiva llegada de inmigrantes externos, qué tendió a
equiparar la distribución de la población con la de la demanda laboral.

28
Un poco más ambiguo es el impacto de la inmigración sobre la capacitación laboral (al menos medida
por nivel educativo). La inmigración debía tener un efecto civilizatorio, incrementando la cultura y/o
la educación de la población. Pero la consolidación del sistema educativo argentino a partir de la
década de 1880 y el cambio en el origen de los inmigrantes hicieron que ya para comienzos del siglo
XX los niveles de instrucción de los nativos fueron superiores a los de los extranjeros. Debe tenerse
en cuenta que, además de los inmigrantes recientes, otro segmento poblacional que contribuyó al
deterioro de los promedios nacionales es la población nativa mayor de 40 años, llegó a la adultez
antes del desarrollo del sistema educativo.

En cuanto a la estructura ocupacional, según el censo, algo más del 9% de los varones mayores de 14
años no declara profesión, ocupación o medio de vida. La cifra sugiere niveles relativamente bajos de
desocupación (en particular teniendo en cuenta que el año en que se levantó el censo es uno de
recesión económica), aunque no insignificantes.

Al analizar las ocupaciones, el grado de modernización de la economía se refleja en el hecho de que


las producciones agropecuarias ocupan poco menos del 20% de la fuerza de trabajo, una proporción
casi idéntica a las "industrias y artes manuales". Es por lo tanto destacable cómo aún en una
economía agroexportadora, el peso ocupacional relativo del sector rural estaba lejos de ser
dominante. Todo sugiere que ya para 1914 la estructura ocupacional argentina se había distanciado
definitivamente de una sociedad agraria tradicional, aun cuando el sector primario mantenía un lugar
central en sus exportaciones.

Por otra parte, no cabe duda de que existía una fuerte concentración de la producción agropecuaria.
Eso no quita que existiera una enorme cantidad de productores que, operando unidades de entre
200 y 1000 hectáreas de tierras buenas, constituyeran una considerable clase media rural. Entre los
propietarios predominaban los argentinos, en tanto que una enorme masa de arrendatarios italianos
muestra la clásica imagen del agricultor inmigrante. Pero ella no agota el panorama de las formas de
tenencia. Oculta en los promedios de hectáreas por productor, se encuentra una enorme diversidad
de formas de contratación rural, que ofrecen un amplio muestrario de la producción agraria
capitalista.

Cuando se hacen los cálculos, la cantidad de instrumentos de trabajo por hectárea sembrada en la
región pampeana muestra la imagen de una agricultura bien capitalizada.

La evolución espacial de la producción muestra la progresiva especialización de la zona más apta del
país hacia la producción de mayor valor, aunque el proceso dista de estar completo. En Buenos Aires
el ganado criollo no llegaba al 5% y en la Pampa apenas superaba el 10%. Córdoba, Santa Fe y Entre
Ríos mostraban todavía restos importantes de ganadería tradicional, mezclada con la nueva
ganadería refinada, en tanto que provincias ganaderas ahora marginales, como corrientes y las del
Noroeste, aún evidenciaban un predominio de la ganadería criolla, exportadora de cueros y
abastecedoras del mercado local.

El panorama lanar es similar, solo que, en este caso, como hemos dicho, se hace evidente una fuerte
expansión sobre las tierras patagónicas. Al concluir la Gran Guerra, junto a una caída del precio de la
lana, esta zona conocerá un boom agrícola, que favorecerá el surgimiento en ella de un nuevo sector
de pequeños y medianos productores.

La evolución de los medios de transporte que servían a este crecimiento productivo era notable.
Entre 1910 y 1914 se habían construido entre 1500 y 2000 km anuales promedio de vías férreas. En
la década de 1920 solo se agregarían en total unos 4000 km, mostrando que el desarrollo estaba
bastante completo antes de la guerra, además que después de ella se iniciaría la competencia del
transporte automotor.

29
En las áreas urbanas el desarrollo del transporte era aún más incipiente.

Finalmente, debemos volver la mirada al desarrollo alcanzado por el sector industrial. El capital
instalado, de casi 1800 millones de pesos, indica que la etapa de manufacturas artesanales ya había
quedado atrás en el grueso de la industria, pero, a su vez, el hecho de que apenas superara la
inversión en ferrocarriles nos da la imagen de una economía en que la industria, con toda su
importancia en la demanda laboral y su contribución al PBI, se ha desarrollado en forma
complementaria a los sectores exportadores. Naturalmente, la industria de la Alimentación energía
como la más importante. Reunía un poco menos de la mitad del capital instalado, seguida por la
construcción, la textil y la metalurgia.

Más que el perfil en una sociedad en industrialización, lo que esta imagen nos transmite es una
sustitución de importaciones en aquellos rubros en que había condiciones para hacerlo. Los únicos
sectores de importancia vinculados a la exportación son los frigoríficos y, en una escala muchísimo
menor, los molinos harineros. Pero es interesante comprobar que en el sector estrictamente
manufacturero casi la mitad de la materia prima era importada. Esto sugiere que la relevancia
creciente del mercado local ya estaba creando condiciones para que empresas que producían bienes
de consumo masivo encontrarán más económico procesarlos en proximidad a sus mercados que
importar bienes terminados.

En cuanto a la distribución geográfica del desarrollo industrial, poco hay de sorprendente. La mayor
concentración se encuentra en la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, seguidas de Santa Fe
y Mendoza. Lógicamente, la distribución de las Industrias responde al poder de absorción de los
mercados, a una conveniente locación para la exportación en el caso de los frigoríficos y al
abastecimiento local de materia prima.

Las cifras que hemos presentado nos dan la imagen del gran progreso alcanzado por la Argentina en
su etapa agroexportadora. Ello, sin embargo, no oculta los límites de este progreso, que se hacen
evidentes al mirar aspectos más específicos de la estructura económica. Las cifras del PBI ubican para
entonces a la Argentina junto a las economías más ricas del mundo. Sin duda ello se debió a una
situación muy favorable para la exportación de productos y la importación de capitales y mano de
obra. El impulso exportador generó una notable complejización y un enriquecimiento de la
estructura productiva. Pero ésta se hallaba muy lejos del desarrollo de las sociedades más avanzadas
de la época. La modernización había alcanzado solo de manera bastante marginal a muchas zonas del
país.

En realidad, en algunos aspectos, únicamente la ciudad de Buenos Aires era en realidad una capital
moderna; otras ciudades más pequeñas vinculadas al progreso agroexportador, como Rosario o
Bahía blanca, pujaban por modernizarse. En su conjunto el proceso de transformación era aún
bastante embrionario. Los niveles educativos, el Avance de instituciones tecnológicas y científicas, el
desarrollo de la administración pública, etc., de la Argentina a un contenían rasgos que no estaban a
la altura de sus aspiraciones de nación moderna. Y muchos integrantes de las clases dirigentes
argentinas eran perfectamente conscientes de ello. Sin embargo, en los años de los centenarios,
nada hacía prever que, así como las décadas anteriores se había logrado avances espectaculares en
muchas áreas, estos atrasos relativos no podrían salvarse en unos pocos años más.

ARMAGEDÓN, ¿ANUNCIO DE UN FIN DE ÉPOCA?

Un fuerte impulso al crecimiento sobre la base de dinámicas internas en una economía primitiva
requeriría de una acumulación de condiciones excepcionales que la región no estaba en condiciones
de generar. Se trató tan solo de aprovechar de manera bastante pragmática las posibilidades que
ofrecían las cambiantes coyunturas y las más lentas estructuras de la economía internacional. Quizá

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fue ésta precisamente la acción más eficaz que colaboró con el crecimiento: Crear un marco
regulatorio sencillo que permitiera que los actores económicos aprovecharan las oportunidades que
se les ofrecían. A pesar de las medidas gubernamentales que facilitaron el inicio de ciertas
actividades, lejos estuvieron de ser ideales.

En el largo ciclo expansivo de la segunda mitad del siglo XIX, algunas crisis importantes- sobre todo a
mediados de los 70 y comienzos de los 90- habían quebrantado la expansión. Se han interpretado
estas crisis poniendo énfasis en las condiciones externas o, alternativamente, en las coyunturas y
sobre todo las políticas locales. Pero más allá de estas discusiones dos cosas son evidentes. En primer
lugar, que las crisis fueron inflexiones significativas de las tendencias, pero que no las alteraron de
manera profunda en el largo plazo. Superadas las crisis, existió una "normalidad" de crecimiento a la
que regresar. En segundo lugar, algunas decisiones tomadas en el país jugaron un papel
determinante en el desarrollo de estas coyunturas negativas.

Así, la crisis de la guerra puede ser vista más como el anuncio de un punto final- que llegaría 15 años
más tarde- que una mera inflexión en un camino que continuaba en el mismo sentido. El progresivo
cambio de las reglas de juego internacionales, dramático después de 1929-1930, obligaría a la
Argentina a buscar una nueva estructura para su economía. El balance negativo en la respuesta a
esta pregunta muestra hasta qué punto Argentina de mediados de la década 1910 dependía para su
buen desempeño económico de sus vínculos con el exterior.

La guerra no solo frenó el flujo de mano de obra si no te llevó a que muchos inmigrantes optaran por
regresar a sus hogares. ¿Fue éste un factor determinante de la evolución de la economía argentina?
Es dudoso. Durante la Guerra se observa un importante nivel de desocupación, por lo que la falta de
mano de obra no parece haber sido un factor que contribuyera a la reversión de la tendencia al
crecimiento de la economía. Más bien, la regulación espontánea del flujo migratorio volvió a operar
como una válvula de descompresión del desempleo. Esto puede complementarse con una
explicación económica más clásica: muchos pueden haber regresado a Europa simplemente porque
la Argentina sólo les ofrecía desocupación y salarios en baja, en tanto que las condiciones de guerra
aumentaban los niveles de empleo en los países beligerantes y sus vecinos. Para que nueva mano de
obra tuviera un efecto positivo sobre el crecimiento de la economía, incrementando no solo la
producción sino la productividad, debía ir acompañada por una inversión relativamente fuerte de
capitales. Y aquí el problema acarreado por la guerra fue doble.

La recepción pasada de capitales generaba a la Argentina fuertes compromisos para remitir fondos al
exterior. Antes de 1913 estas salidas de capital eran factibles por el saldo comercial favorable y
porque nuevos capitales externos seguían encontrando oportunidades de inversión en el país. Pero
con la guerra se interrumpieron las nuevas inversiones.

Junto a la detención en la llegada de nuevos capitales, se produjo un freno en el comercio de


importación y los saldos comerciales favorables, escuetos entre 1910 y 1913, pasaron a ser
ampliamente favorables durante el conflicto armado.

Los términos de intercambio se hicieron muy favorables a la Argentina en esos años, pese a que el
producto estrella de mayor valor relativo en el período prebélico, la carne enfriada- un producto
superior a la más habitual congelada-, detuvo su crecimiento por los problemas de navegación. No
solo en este sentido varió la composición de la demanda internacional y de la oferta argentina. En
general, los bienes pecuarios- carnes y lanas, sobre todo- fueron favorecidos por sobre los agrícolas,
en parte por un par de malas cosechas, pero más que nada porque se adaptaban bien a la demanda
de la guerra y su superior valor por unidad de peso les daba ventajas en un contexto de fletes
encarecidos por la escasez de bodegas.

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Si en los años previos a la guerra la composición de las exportaciones mostraba una relación del
orden de 60 -40 agricultura, la relación se invirtió entre 1914 y 1919. Lógicamente, la producción
local se adaptó estas circunstancias, lo que generaría problemas después del conflicto.

Entre tanto, el valor de las exportaciones argentinas alcanzó niveles récord en los años de la guerra.
En todo caso, tampoco aquí parece recibir el origen de las dificultades argentinas ante la guerra. La
Argentina debió vender a crédito a los beligerantes para mantener sus mercados.

Para crecer- o incluso para mantener su economía - el país dependía, lógicamente, tanto de sus
exportaciones como de las importaciones que aquellas hacían posibles. También el transporte se vio
perjudicado por la falta de combustibles, en tanto la construcción no solo se resintió por la ausencia
de insumos sino sobre todo por la falta de confianza y la ausencia de inversiones.

Según la estimación usada con mayor frecuencia del PBI argentino, entre 1913 y 1917 éste cayó casi
un 20%. Cuando se lo analiza con detenimiento, sin embargo, se observa que esta cifra es engañosa.
Una parte sustantiva del deterioro de 1917 fue puramente coyuntural, debido a una pésima cosecha.
La caída atribuible a las condiciones bélicas está más bien en el orden del 10%. En el sector industrial,
ésta es muy visible en 1914 y 1915, pero para 1916 ya se insinúa una recuperación, cuando la
industria local no solo se va adaptando a las condiciones de restricción de oferta de insumos, sino
que aprovecha la retracción de la competencia internacional para sustituir algunas importaciones.

En verdad la crisis de la guerra está concentrada en el comercio, el gobierno y, sobre todo, la


construcción. El primero puede haber sido afectado, sobre todo 1914, por una restricción monetaria;
pero con posterioridad a esa fecha fue en especial la caída de las importaciones y de la inversión la
que limitó la actividad comercial. En cuanto al gobierno, también fue perjudicado por la restricción
de las importaciones y de la actividad comercial, que provocó una severa caída de la recaudación que
provenía en buena medida de la aduana. Pero fue sobre todo la caída de la construcción la que
descarriló a la economía. A medida que las obras se complementaban caía la actividad y crecía la
desocupación en este sector que ocupa por lo general mucha mano de obra.

¿Por qué se interrumpieron las inversiones y, en consecuencia, la construcción? Genéricamente,


debe hacerse referencia a la falta de confianza en un mundo lleno de incertidumbres. Sin sus
capitales y sin su iniciativa, el sector se vio muy achatado. El otro gran actor del desarrollo de
infraestructura, el Estado, no estaban mejores condiciones para reemplazarlo, agobiado por la caída
de la recaudación que lo llevó a una situación decreciente déficit, como hacía años no se conocía.

En cuanto a la situación monetaria, desde 1913 hasta mediados de 1914 la incertidumbre en un


conflicto que a todas luces se avecinaba llevó a los mercados globales a volcarse al oro. La
contracción monetaria que había provocado la compra de oro -los pesos canjeados por oro no
volvían al mercado si alguien no canjeaba oro por pesos- empezaría a afectar al comercio y a la
actividad económica, lo que llevó a que a comienzos de 1914 se comenzara a sentir la estrechez. Se
abandonó entonces la convertibilidad y se autorizó la emisión de moneda a través de créditos
otorgados por el Banco Nación.

Así, aunque la guerra afectó de diversas maneras a la economía, no parece que estos cambios en sí
mismos hayan sido de carácter permanente. O, más bien, no parece que los cambios permanentes
que se estuvieran produciendo fueran atribuibles a la guerra.

EL CANTO DEL CISNE EN UNA ECONOMÍA ABIERTA

Una vez agotada esta bonanza, el crecimiento sería más trabajoso. Requeriría mejoras tecnológicas,
mayor inversión de capital o un proceso de trabajo más eficiente, y todo ello llevaría mayores
confrontaciones entre los sectores para mejorar sus ingresos. Nuevas tecnologías fueron

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incorporándose en el sector agrícola, el transporte y la industria, con lo que la innovación no dejó de
ser un factor de crecimiento en la posguerra. Los conflictos se reiterarán a fines de la segunda década
y comienzo de los años 20 y darán lugar a cierta legislación que intentó ser una moderada protección
de los arrendatarios.

En otros sectores de la economía, la cuestión era más compleja. Por lo tanto, no sencillo atraer
inversiones hacia un sector cuya rentabilidad estaba lejos de ser evidente.

Una discusión muy clásica sobre la economía de los años 20 es sobre si la Argentina generaba
suficiente ahorro como para sostener su crecimiento. El problema puede ser abordado desde dos
perspectivas diferentes. Por un lado, desde las cuentas nacionales. El período fue dominado por los
saldos comerciales favorables, que a lo largo de la década totalizaron casi mil millones de dólares a
valores corrientes. Pero ya hemos señalado que la Argentina debía hacer frente a compromisos
externos contraídos con anterioridad, por lo que el saldo de la cuenta corriente resultó negativo en
un monto similar. En las condiciones de la década de 1920, la Argentina estaba capacitada para
financiar con sus exportaciones a la importación de los bienes de capital, combustibles, bienes
intermedios y bienes de consumo que su crecimiento requería. Pero no podía hacerlo
simultáneamente al pago de sus compromisos externos, lo que incrementaba su endeudamiento en
forma paulatina.

El otro punto de vista tiene que ver con la relación entre el consumo y el ahorro. Un gasto excesivo
en bienes de consumo deja poco margen para el ahorro. Como es evidente, si hubo poco ahorro
doméstico, la inversión de capital dependía de la llegada de ahorros externos. Se ha argumentado
que éste fue el caso y que por ello la interrupción del flujo externo a partir de 1929 tuvo
consecuencias muy severas. Pero no resulta claro que lo hago lo interno haya sido bajo. No hay duda,
sin embargo, de que una importante cantidad de capital externo siguió llegando a la Argentina. Y una
parte significativa de él se volcó a la inversión industrial. Vale la pena destacar que una parte
significativa del crecimiento dependía de las posibilidades de inversión en el sector industrial. Y la
rentabilidad de éste tenía una relación directa con el salario industrial. En los años 20 los salarios
reales se recuperaron y el flujo de inmigrantes se reanudó. En suma, después de la guerra se reanudó
el proceso inmigratorio, pero la Argentina ya no tuvo la capacidad de atraer inmigrantes que había
tenido en el pasado.

Superada la recesión de la guerra y una coyuntura crítica de la economía mundial en 1920-1921, el


salario real volvió a crecer, y se mantuvo en un nivel relativamente alto. Y pese a ello, en aquellos
sectores donde existía o se iba generando un mercado local significativo (en ocasiones en parte
protegido por tarifas no bajas), se producen inversiones de importancia. Muchas de ellas provienen
del exterior, quizás más porque están asociadas a tecnologías en las cuales no había experiencia en el
país que porque no existiera en él la capacidad financiera para llevarlas a cabo. Sería de la gran
depresión posterior a la crisis de 1929, la que terminaría de desnudar los problemas futuros del
crecimiento argentino, solo tenuemente insinuados en la década 2020. La contraposición entre
crecimiento industrial y crecimiento agrario, que a partir de allí se produciría, terminaría por generar
una tendencia al estancamiento.

EL CRECIMIENTO DE LOS AÑOS VEINTE

La guerra había alterado el equilibrio del sector rural favoreciendo al sector ganadero por sobre la
agrícola. Se ha señalado que ello llevó a que, con el posterior ajuste de precios relativos, se produjera
una crisis en el sector ganadero. La caída de precios de la carne después de 1919 y las dificultades de
sobreoferta del sector en esta etapa pusieron en discusión un tema que sería de larga trayectoria en
la Argentina. Esto originó un conflicto entre sectores ganaderos y los frigoríficos. El gobierno puso
precios mínimos para las compras de estos últimos, pero, como se negaron a comprar a esos precios,

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debieron dar marcha atrás en la regulación de este mercado. Finalmente, la recuperación parcial de
precios y la adaptación del sector aliviaron el conflicto.

Entre tanto. Las tierras dedicadas a cereales y Lino continuaron con su expansión, a un ritmo solo un
poco menor al anterior a la guerra. En suma, en la década de 1920 continuó la expansión del área de
ocupación, en parte a través de tierras marginales incorporadas a la ganadería, en tanto tierras antes
ganaderas pasaban a la agricultura, y también con una ocupación más plena de las zonas centrales.
Pero quizás el fenómeno más interesante tiene que ver con la productividad. En la década de 1920,
aunque no había grandes extensiones de tierra vírgenes para incorporar, la productividad estuvo en
moderado aumento. En tanto las tierras sembradas con cereales y lino crecieron en un 30%
aproximadamente entre 1919 y 1929, la producción lo hizo en un 40%. En parte esto puede deberse
a la continua mecanización del campo, con la incorporación de maquinaria moderna. Es posible, sin
embargo, que ello se deba a un desplazamiento del ganado a zonas marginales- donde se lo utiliza
para transporte y cuidado de hacienda- y su reemplazo por tractores en la agricultura de tierras más
altas

En definitiva, el sector agropecuario pampeano continuó siendo en la década de 1920 un motor


poderoso del crecimiento económico. Más allá de las variaciones entre sectores, de las fluctuaciones
de las cosechas y de las oscilaciones de los precios internacionales, antes del derrumbe de los
mercados agrarios provocados por la gran depresión, las vigorosas exportaciones de la actividad
agraria pampeana seguían asegurando el crecimiento de la economía. Sin embargo, la recuperación
de la guerra fue menos sencilla de lo que podría pensarse. Para 1918 todo parecía encaminarse hacia
una vuelta a la normalidad, pero 191 9 un buen año y a partir de entonces factores externos
golpearon sobre la Argentina provocando dos años de estancamiento. Sin embargo, la región
pampeana no perdía su protagonismo.

Pero sí se relativiza a su exclusividad. Fuera de ella crecía con vigor un conjunto de actividades
regionales que mostraban una creciente integración de la economía. Las más tradicionales eran la
producción de azúcar en el Noroeste y la vitivinícola en Cuyo. Se trata entonces, en muchos casos, de
la construcción de grandes empresas, modernas y capitalizadas en el periodo que nos interesa, que
habían surgido del esfuerzo de inmigrantes llegados unas décadas atrás.

La guerra, con su gran inflación del precio de la lana, había consolidado la actividad ovina. Junto a los
grandes productores aparecieron productores en menor escala. Toda la industria, sin embargo, fue
afectada por la caída de precios después de la guerra, siendo las duramente reprimidas huelgas de
1920 a 1922 expresión de ello.

En Patagonia, la renovación vendrá de la mano del riego, en el Valle del río Negro. En el mismo
sentido evolucionó el cultivo de algodón en el Chaco. Una vez pacificadas estas tierras, el estado
promovió en ellas el desarrollo de la colonización agrícola con este propósito. Esta actividad no solo
generó una estructura social de la producción variada, sino que estacionalmente creaba una gran
demanda de mano de obra provista en buena medida por provincias vecinas, en especial corrientes.

Este desarrollo compensaba en parte una estructura social mucho más fragmentada que había
acompañado el desarrollo forestal en el norte de Santa Fe, Chaco y algunas provincias del Noroeste.
Como en la Patagonia, la crisis de posguerra, con la caída de precios, generó conflictos gremiales
importantes.

En cambio, la producción de yerba en Misiones dio lugar al desarrollo de una colonización de


inmigrantes de variado origen y de escala más bien reducida. El cultivo del tabaco en Corrientes
también se basó en una propiedad fragmentada, aunque en el sector yerbatero se observa una
mayor concentración. Por otro lado, en ambos casos, ante la competencia con países limítrofes, los

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productores buscaron, con cierto éxito, la protección del gobierno. Como en otras áreas, sin
embargo, éste se debatía entre la protección a las actividades económicas regionales y la baja de
precios que favorecía a los asalariados.

En suma, consolidando una tendencia que ya era visible antes de la guerra, la década de 1920 es
testigo de la ampliación y consolidación de algunos desarrollos regionales que se integran en un
mercado interno creciente. Varios de ellos se benefician de políticas protectivas específicas que, en
alguna medida, llevaron a compartir el éxito exportador de la región pampeano/patagónica con otras
regiones. En cierto sentido, estas protecciones implican una transferencia de recursos desde el
sector exportador más dinámico hacia estos sectores menos competitivos. El problema es que el
mecanismo de subsidio se dio a través del salario. La protección a la yerba, el azúcar y, en menor
medida, el vino, al igual que la que se ofrece a la industria, aumentó el costo de vida, disminuyendo
el salario real. Eso explica que un sector obrerista, como el partido socialista- y también algunos
sectores del radicalismo-, pugnara por una mayor apertura del mercado. Sin embargo, mientras la
rentabilidad del sector agropecuario exportador fuera alta, era factible mantener un equilibrio con
una moderada transferencia de ingresos entre los sectores.

Solo en parte se explica así el desarrollo industrial de la Argentina en esta etapa. Este desarrollo
apuntaba a un mercado que era crecientemente nacional, en el sentido de abarcar el conjunto del
país. En diferentes regiones, las empresas buscaban productos y formas de funcionamiento que se
adaptaron a las condiciones y costumbres locales. Las grandes compañías tendieron a absorber o
desplazar a las pequeñas firmas locales, con desventajas de escala y de acceso a capital y tecnología
moderna. Una muy alta proporción del capital Industrial estaba concentrada en la región pampeana.

Al igual que lo ocurrido en otras latitudes, el crecimiento de la industria en los años 20 continuó el
fuerte proceso de concentración que provenía de las décadas anteriores. No solo se trataba de un
crecimiento de la escala de producción sino de una integración de grupos económicos que
combinaban firmas en diferentes sectores de la economía, generalmente incluyendo bancos o
compañías financieras que apoyaban la expansión de las diferentes empresas.

Un factor adicional de la concentración fue la llegada de las llamadas multinacionales. Capitales


sobre todo de origen norteamericano encontraron que instalarse en Argentina era una forma de
tener ventajas en un importante mercado, además de "saltar" las barreras arancelarias produciendo
en el propio país. También ingresaron capitales europeos, vinculados a la industria eléctrica y, en
menor medida, la automotriz.

Clásicamente se ha argumentado que el origen de la industrialización argentina se da en los años 30,


como consecuencia del forzado cierre de la economía que probó la crisis. Pero, en realidad, sin las
bases de los años 20, en que las condiciones del comercio externo permitieron incorporar bienes de
capital a las nuevas industrias, el crecimiento de los 30 hubiera sido mucho más dificultoso. Es
muchos aspectos, la industrialización de los años 20 acompañó las tendencias al cambio de las
economías más desarrolladas. Un ejemplo de ello fue El reemplazo de los productos genéricos por
los productos de marca.

En lo que respecta a las tarifas y la protección estatal, no existió en realidad un giro dramático en
este periodo. Las tarifas cumplieron la doble función de financiar al fisco y estimular la industria. Pero
el mecanismo utilizado, que consistía en cobrar los impuestos sobre un valor de aforo, vale decir, un
listado oficial de precios, tenía efectos distorsivos sobre la recaudación. En la década de 1890, por
ejemplo, como los aforos estaban en pesos papel y no fueron ajustados al comienzo de la crisis, esto
perjudicó los ingresos del gobierno. Durante la guerra, la situación fue en parte similar. Aunque no
hubo una gran depreciación de la moneda con la inconvertibilidad, en particular, respecto de la libra
esterlina, todos los precios tendieron a subir en el contexto internacional por las condiciones bélicas.

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Aun así, durante la guerra la importación de bienes de consumo creció, en tanto caía la de bienes de
capital e intermedios. Luego de la guerra, con la baja de los precios internacionales, la competitividad
para las industrias locales comenzó a ser afectada, y crecieron las presiones en dirección a un ajuste
de los aforos. Sin duda, siempre estaba presente la dialéctica entre mayor protección e ingresos
fiscales, por un lado, y mejores ingresos para los asalariados, por otro.

Más allá de estos problemas técnicos, no cabe duda que el sector Industrial creció de manera
vigorosa en la década 1920 y constituía una parte de gran peso de la riqueza del país.

En el mundo de la producción, la década de 1920, más que cambios dramáticos muestra pequeñas
inflexiones, que a la vez que mantienen y profundizan los procesos de preguerra van marcando
sutiles diferencias que anuncian el fin de una etapa. Algo similar puede verse en lo que se refiere a la
política económica y la fiscalidad. Las condiciones de 1914 habían obligado una vez más abandonar el
patrón oro. Durante la guerra el peso ganó algo de valor respecto del dólar, y más respecto de la
libra. La tendencia se revirtió en 1920, con una devaluación que duró hasta 1925. Sin embargo, en
1927 se decretó la convertibilidad, retornando a la equivalencia monetaria de preguerra.

Si bien la situación fiscal no era un problema importante en la década de 1920, el fracaso de los
proyectos de modificación de la estructura tributaria y monetaria sí lo eran. Por un lado, la
dependencia de los impuestos a las importaciones no se condecía con un estado moderno, además
de tener un efecto regresivo. Igual ocurrió con la propuesta de crear un Banco Central. Éste hubiera
contribuido al desarrollo de un sistema financiero en el país, pero tampoco logró apoyo hasta que las
condiciones de los años 30 impusieron la necesidad. Ambos ejemplos ilustran el peso del exitoso
legado del fuerte crecimiento de preguerra, que dificultaba la creación de consenso para avanzar en
una modernización de las instituciones económicas. Aún así, siguiendo una tendencia en la economía
mundial, la intervención del estado en materia económica crecía lentamente, incluyendo los
primeros y tímidos pasos de una legislación social.

Un elemento típico de este periodo, fue el surgimiento de un complejo circuito de relaciones


externas con las dos grandes potencias anglosajonas. Dos factores influyeron para que el comercio
de los Estados Unidos creciera las importaciones: por un lado, se había transformado en la principal
potencia industrial del mundo y ofrecía mejores productos a más bajo costo. Por otro, era además la
principal fuente de las nuevas inversiones en Argentina.

El resultado es que, en tanto el comercio de exportación argentina siguió teniendo en Gran Bretaña
su principal mercado, los Estados Unidos era la principal fuente de importación. Los datos muestran,
por un lado, unos desequilibrios que, en un mundo todavía poco cerrado la circulación de bienes,
hombres y capitales, no eran particularmente graves. Por otro lado, indican que la Argentina tenía su
comercio exterior bastante diversificado.

BALANCE OTOÑAL

Una visión muy influyente de la historia económica Argentina datada a comienzos de la década de
1960, acuñó para la de 1920 el mote de "el gran retraso". El argumento se basa en la idea de que la
Argentina estaba lista hacia 1912 para "despegar" y económicamente. Que este despegue debía
consistir en un fuerte proceso de industrialización. Que políticas oficiales debían pesar en este
sentido. Y que no lo hicieron hasta que se vieron forzadas por las condiciones de la crisis. Así, la
Argentina había perdido más de una década manteniendo un esquema económico que no le permitía
el progreso al que debía aspirar.

No cabe duda de que la Argentina creció mucho menos después de 1912 de lo que había hecho en la
docena de años previos. Sea responsabilizado a la guerra de la tendencia general de la economía

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mundial en la etapa. Ambos argumentos son válidos. Pero cabe recordar que el efecto de la guerra
fue en realidad menor de lo que se suele suponer. Se compara 1912 o 1913 con 1917, pero la
situación de este último año se explica más por la pésima cosecha que por el efecto de la guerra. Por
eso, para 1918, con una cosecha normal, los efectos de la guerra parecían superados. Sin embargo,
en los años siguientes no se retornó la senda del crecimiento. Y parte de la explicación de ver recaer
en el estancamiento del sector agrario. Es cierto que el desarrollo industrial en esta etapa fue
importante. Pero ¿era en realidad capaz de reemplazar al agropecuario como nuevo motor de la
economía?

El desarrollo de una economía agroexportadora tenía en su propio seno el requerimiento de su


eventual transformación. Para que ésta fuera exitosa debía establecer las bases de una
competitividad que ya no dependía exclusivamente de las ventajas comparativas agropecuarias: las
bases de una economía desarrollada. Ahorro interno, calificación de la fuerza laboral, sectores
empresariales innovadores en las diferentes ramas de la economía, desarrollo tecnológico. Sin duda
se había logrado avances en estos campos, pero ¿se estaba en condiciones de competir de igual a
igual con las economías más avanzadas del mundo en estos planos?

Si la economía venía funcionando dentro del orden agroexportador de manera exitosa, porque
intentar cambiar cuando se podía continuar con una fórmula que había aprobado su eficacia. Aunque
se hubiera previsto que el estilo de crecimiento había dado ya lo mejor de sí, que estaba agotado, es
dudoso que hubieran existido medidas de fondo que hubieran podido preparar mucho mejor a la
Argentina para su futuro. Haber adelantado el industrialismo y el mercadointernismo que
aparecieron después de 1930, y sobre todo después de 1943, posiblemente sólo hubiera hecho que
la pérdida de dinamismo y competitividad que se observa en la Argentina de la segunda mitad del
siglo XX llegar un poco más rápido. Hacerlo requería otras potencialidades, de las que la Argentina
gozaba en menor medida que otras naciones.

Aunque ya no se ocuparon nuevos territorios después de la Gran Guerra, en la segunda mitad de los
20 años aún fue posible expandir un poco la frontera agraria. El crecimiento de base agraria estimuló
el avance de la educación, de la salud, de la contención social, de un sistema político más
participativo, además de las instituciones económicas, del sistema financiero, de una economía y de
una sociedad más compleja y modernas.

Todo ello sí preparó a la Argentina para tener una mejor performance en su futuro. Aún así, cuando
se enfrió el motor agrario, resultó imposible encontrar una fórmula que cumpliera con unas
expectativas que, en razón de los éxitos y las comodidades obtenidos en la etapa de bonanza, se
habían hecho muy altas.

Una particular combinación de factores conspiró contra la continuidad del crecimiento de la


Argentina: en el momento en que la expansión de la frontera se iba agotando, las condiciones de los
mercados externos se volvieron en su contra. Por otro lado, en la medida en que el crecimiento en
base a la bonanza agropecuaria se agotaba, el crecimiento de la industria debía apoyarse en su
propia eficiencia. Por otra parte, en la medida en que la economía crecía y se hacía más compleja, era
más y más grandes los sectores que no gozaban de ventajas relativas, y, por lo tanto, más difícil llegar
a todos ellos con los subsidios del sector con mayores ventajas. La opinión de que el Estado debía
intervenir en la economía para asegurar una repartición más equitativa del ingreso se fue
generalizando en el mundo, por lo que las presiones sobre el gobierno para intervenir a favor de uno
u otro actor no solo se fueron incrementando, sino que fueron ganando legitimidad.

Más que un retraso, la década de 1920 fue una última bocanada de aire antes de sumergirse en las
aguas borrascosas de un crecimiento más trabajoso, más difícil y, por lo mismo, más conflictivo. La
experiencia de crecimiento fácil había dotado a la Argentina de algunas ventajas para hacer frente a

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lo que siguió. De hecho, por muchos años mantuvo- y en algunos aspectos aún mantiene - ciertas
ventajas frente a otros países de la región. Pero al mismo tiempo generó expectativas que era difícil
cumplir.

TEXTO SURIANO. Introducción: una aproximación a la definición de la cuestión social en Argentina.

El proceso de modernización iniciado en la década de 1860 produjo en Argentina innumerables


consecuencias. Una de ellas se refiere a la cuestión social. James Morris define a la cuestión social
como la totalidad de las “consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y
urbanización nacientes: una nueva forma del sistema dependiente de salarios, la aparición de
problemas cada vez más complejos pertinentes a viviendas obreras, atención médica y salubridad; la
constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses de la nueva clase trabajadora…”.
Definición que hay que ampliar para incluir otros dos temas significativos: por un lado, los problemas
en torno al rol de la mujer en su carácter de trabajadora y/o madre; por otro, la cuestión indígena,
que tuvo su manifestación más dramática al finalizar la campaña de 1880.

La cuestión social es un concepto más abarcador y ajustado que la cuestión obrera, en tanto este
último remite específicamente a los problemas derivados de las relaciones laborales. Sin embargo, el
problema obrero está en el centro del debate y cruza la gran mayoría de problemas inherentes a la
cuestión social: pobreza, criminalidad, prostitución, enfermedad y las epidemias o el hacinamiento
habitacional.

Las diversas manifestaciones de la cuestión social tuvieron diferente orden de llegada a la agenda de
los problemas vinculados al proceso modernizador. En un primer momento los temas de
preocupación se remiten centralmente a la cuestión urbana y a la inmigración. En cierta manera era
obvio que un crecimiento casi descontrolado y escasamente planificado habría de provocar
problemas de diversa índole. El temor y la inseguridad provocadas por la sensación de la posible
pérdida del control sobre los sectores populares era realimentado por el aumento (y visibilidad) de la
pobreza en al ámbito de ciudades que eran incapaces de ofrecer trabajo y vivienda digna a todos los
inmigrantes. La pobreza era especialmente impactante cuando se producían epidemias y la muerte
sobrevolaba casi democráticamente a todos los grupos sociales, no importa cuál fuera su condición
social. Y aunque comenzar a motorizarse una resolución médico sanitaria del problema, la forma más
drástica de escapar a las epidemias; especialmente después de la de 1871, por parte de las capas
altas fue la segregación espacial. Es en ese momento cuando comienza a plantearse en Argentina la
cuestión social moderna.

Aunque la cuestión obrera existió desde el primer momento y se manifestó de manera paralela a los
problemas planteados por la urbanización y la inmigración, fue con posterioridad que tomó un sesgo
más complejo y se incorporó plenamente en el centro de la agenda de problemas sociales. Al
comenzar el siglo XX, la cuestión social se hizo plenamente visible y se transformó en una cuestión de
estado y se impulsó su participación directa para hallar soluciones a los problemas sociales.

La definición del propio concepto cuestión social es relevante y determinante para comprender en
términos de larga duración el proceso de constitución del Estado social en nuestro país. Es
interesante enfocar el concepto desde su significado más amplio y genérico, teniendo en cuenta su
historicidad. En este sentido es pertinente afirmar que la cuestión social no es un concepto exclusivo
de la sociedad capitalista e industrial y presenta contenidos diferentes de acuerdo al tipo de
sociedad en la que se plantea el problema.

En el comienzo del proceso de modernización bueno el periodo previo, existe una homologación de
los sectores sociales que integran ya en integrados a zonas como, por ejemplo, los vagabundos, los
pobres y menesterosos de la sociedad precapitalista así como los desempleados, pobres y

38
marginados del mercado laboral del mundo actual. Allí en esa amplia franja de problemas, se ubicaría
el entramado de temas inherentes a la vieja y a la nueva cuestión social.

Si en una sociedad precapitalista de tipo paternalista el problema crucial se centraba en los


vagabundos y mendigos que no trabajaban, durante el proceso de transición hacia el capitalismo
comenzaron a hacerse visibles la precariedad y la vulnerabilidad de quienes tenían trabajo, ya fuese
por la percepción de bajos salarios o por la inestabilidad laboral. Con el advenimiento del capitalismo
de generó la idea de un mercado al concurrían libremente el capital y el trabajo. Este último adquiría
una dimensión radicalmente diferente a la imagen generada por la sociedad tradicional, pues el
liberalismo independizó la representación del trabajo e impuso la libertad de trabajo y la idea del
empleo racional de la fuerza de trabajo que, según Adam Smith, debía ser la base de la riqueza de las
naciones. En este contexto, el estado nada más debía fomentar esa capacidad laboral de la
población. De allí que la idea dominante en ese período fue la del libre acceso al trabajo y con ello se
vinculaba la respuesta a la cuestión social durante el predominio de la visión liberal.

El libre acceso al trabajo no implicaba De ninguna manera el derecho al trabajo, puesto que el
mercado, contra la convicción de los primeros liberales, no equilibraba la relación capital-trabajo. Se
producía una fuerte disfunción social puesto que esa ausencia de derecho al trabajo generó una
amplia zona de desocupados y dos visiones opuestas del fenómeno. Por un lado, una amplia masa de
trabajadores que consideraba el sistema como injusto, por otro, la fuerte convicción de los grupos
dominantes de que Quienes no trabajaban en un mercado de trabajo libre eran vendidos o
vagabundos voluntarios. Como el trabajo (en realidad, el trabajar) era un acto de responsabilidad
individual y como tal una categoría moral, el no trabajo era considerado ocioso y ésto, a la vez, delito
social factible de ser punible.

La nueva sociedad liberal liberó el acceso al trabajo contractualizando las relaciones laborales, pero
por su propia concepción no prestó atención a las condiciones salariales y de trabajo. La
consecuencia de esta situación fue la aparición - irrupción del pauperismo como un hecho social
masivo entre la clase obrera y los sectores populares.

Los grupos dominantes comenzaban a percibir la necesidad de resolver el problema en tanto se


tornaba una amenaza evidente para el orden público. Pero esa resolución sólo en una mínima
medida se refería a problemas de salubridad e higiene pública. El tema obrero era más complejo y de
difícil resolución en tanto para ello el Estado debía inmiscuirse en una arena que hasta entonces le
estaba vedada y era considerada ajena a su actuación.

La cuestión social implicaba desplazar el centro de atención desde estas dos cuestiones: salubridad e
higiene pública, aunque sin dejar de prestarle atención, hacia el riesgo y la inseguridad a que estaban
sometidos los trabajadores; era la cuestión del lugar que debían ocupar las disociadas masas
trabajadoras en la sociedad capitalista.

Por su propia concepción teórica, el liberalismo encontraba enormes dificultades para resolver este
problema. En el plano económico sin dudas motivó en determinadas coyunturas una activa
intervención estatal. En el plano político se produjo por parte del Poder Ejecutivo un férreo control
político-militar frente a los desbordes de las diversas fracciones que luchaban por una cuota de
poder. Este proceso derivo en la construcción de un Estado fuerte e interventor y, simultáneamente,
a la constitución de una sociedad civil débil. En el plano social, nos hallamos frente a la zona más
liberal, aunque esto no significa ausencia de intervención estatal en las relaciones sociales.

Por ejemplo, como parte del mismo proceso de construcción del Estado se llevó adelante, durante
las primeras décadas una política de intervención médica y sanitaria, especialmente a partir del
momento en que los médicos higienistas estuvieron en condiciones de implementar sus estrategias.

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Su intervención en los hogares humildes encontraba una fuerte resistencia en algunos sectores de la
población y el discurso higienista sostenía que en este punto la intervención del gobierno era
ineludible y obligatoria para preservar la salud de la población. Sin embargo, en el plano social las
referencias a la intervención estatal terminaban allí. Su presencia en otras áreas de lo social era casi
inexistente debido a que la concepción liberal había inventado e implementado una política social sin
Estado.

La cuestión social para el liberalismo debía resolverse mediante una política sin Estado, que no
comprometiera a la estructura estatal o lo hiciera sólo en parte mediante políticas de reglamentación
y control. Hacia esa dirección apuntaban las ideas filantrópicas que, a diferencia del concepto de
caridad imperante en las sociedades de carácter paternalista, valoraban a la población
económicamente.

Pensar los límites de la concepción liberal para comprender la cuestión social y para encarar su
resolución con políticas sociales estatales implica sin duda trascender la interdicción estatal. Estos
límites son de carácter filosófico y se relacionan con esa fuerte idea del liberalismo decimonónico
que se refiere a la concepción de una sociedad mínima.

En Argentina esta concepción se hallaba arraigada y era inherente a la visión de diversos sectores de
la sociedad, desde buena parte de los grupos gobernantes hasta los empresarios industriales y las
organizaciones obreras orientadas por el anarquismo que pretendían mantener al Estado al margen
de la cuestión social, es cierto que con intereses diferentes.

Pero la crisis de la visión liberal no debe vincularse sólo a sus condicionamientos filosóficos para
interpretar la cuestión social y a la irrupción del pauperismo, sino también a la incorporación de la
cuestión obrera a partir del desarrollo del movimiento obrero y a la constitución de la identidad de
clase de los trabajadores que, sin duda, aceleraron la crisis de la interpretación liberal. La cuestión
social no es sólo una construcción del discurso dominante o de intelectuales y profesionales
preocupados por los problemas sociales, es también una construcción discursiva (y práctica) de los
propios actores involucrados, esto es, los trabajadores y sus instituciones. Una de las primeras
puestas en locución de la cuestión social correspondió a la acción de las corrientes anarquistas y
socialistas que encaminaron los reclamos obreros y ayudaron a acumular el combustible para que los
gobernantes, la prensa y los círculos intelectuales y profesionales en su conjunto tomaran en cuenta
la existencia de un nuevo actor social.

A su manera los anarquistas plantearon la existencia del problema desde su misma aparición,
fundamentalmente porque se sentían un producto de las desigualdades del capitalismo. No recurrían
a la petición a los poderes públicos pues eran enemigos frontales de la participación del estado en las
relaciones sociales y, en este sentido, se hallaban más cerca de la sociedad mínima liberal y por ello
preferían la discusión directa con los empresarios para resolver los problemas obreros. No obstante,
pusieron en primera línea los problemas inherentes a las condiciones laborales y de vida de los
trabajadores y sus periódicos se convirtieron en una fuente de denuncia permanente. Así sus
denuncias y sus prácticas, empujando a los trabajadores insatisfechos a la protesta, desempeñaron
un rol fundamental en la visibilidad pública y en la magnitud que alcanzó la cuestión social al
despuntar el siglo.

El malestar social, así como el desarrollo del movimiento obrero y de sus manifestaciones ideológicas
aceleraba la visibilidad y emergencia de la cuestión social. Esta situación forzaba la creación-
aparición de reformadores desde los grupos dominantes. ¿Puede atribuirse la acción de estos
reformadores y la formulación de los proyectos sólo a un clima de ideas sin considerar la tremenda
presión que significaba la acción de los sindicatos, el estallido de las huelgas o la misma presencia del
anarquismo y del socialismo? No, el pensamiento liberal no llegó natural y evolutivamente sin

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conflictos –como sugiere Eduardo Zimmermann- a la idea de la intervención del Estado “impulsada y
guiada por los desarrollos de las ciencias sociales”. Los signos de desajustes sociales eran evidentes
al menos desde mediados de la década de 1870 y se acentuaron con la crisis de 1890.

Dos cuestiones: por un lado, los problemas en el mundo del trabajo; por otro, las condiciones de
habitabilidad de los trabajadores. Sólo la agudización del conflicto motorizó, muy lentamente, la
preocupación de los grupos gobernantes. Hasta aquí más que cuestión social los problemas obreros,
en tanto se manifestaran en forma de protesta, eran temas de orden público y la pobreza se
vinculaba en su resolución a la filantropía y la beneficencia. Entonces, en el análisis del tema, debe
ocupar un lugar central el rol desempeñado por las corrientes ideológicas representativas de los
trabajadores en la puesta en locución de la cuestión social, así como también son en parte
responsables del lento viraje que los intelectuales y profesionales y los grupos gobernantes
comenzaron a llevar adelante.

En la actualidad se ha puesto en boga una visión histórica que pone un fuerte énfasis en el
tratamiento de la cuestión social en la casi exclusiva preocupación de lo que se ha dado en llamar
“liberalismo reformista”. Esta visión tiene una tendencia a autonomizar el discurso de estos liberales
reformistas y a desligar la preocupación por la cuestión social del temor provocado por el conflicto
social, encausando ese discurso en un carril científico-racional y autónomo que busca resolver el
pauperismo y los problemas sociales casi desde una autoconciencia científico-humanitaria alejada de
los intereses en pugna. Y esto es en parte falso pues cuando los sectores reformistas comenzaron a
pensar y a involucrar al Estado en la cuestión social, el sesgo dominante de la primera intervención
gubernamental fue coercitivo. Las primeras medidas aplicadas por el Estado fueron defensivas-
represivas (Estado de Sitio y Ley de Residencia en 1902; Ley de Defensa Social en 1910) y esto no fue
cuestionado por la mayoría de los reformistas. La aplicación de las medidas represivas a comienzos
del siglo parece haber sido, además, un acto reflejo de los grupos gobernantes como consecuencia
del fuerte impacto causado por el movimiento huelguístico de 1901-1902.

El otro gran problema de esta interpretación es que los liberales reformistas no pueden ser
agrupados sin discriminación en un campo reformador junto a católicos y socialistas. Por ejemplo,
Ernesto Quesada manifestaba un interés por el mejoramiento de la situación de los trabajadores
basado en convicciones humanitarias y científicas. Pero este interés, estaba motivado ante todo por
la posibilidad de que las situaciones de injusticia en las relaciones laborales pudieran llevar a los
trabajadores a ser arrastrados por los activistas sindicales a la “lucha de clases”. En el caso de Alfredo
Palacios, y del socialismo en términos generales, la preocupación por los trabajadores era de un
carácter completamente diferente al manifestado por los reformadores liberales. Al contrario de la
preocupación de los “liberales reformistas” y también de los católicos sociales que perseguían el
mejoramiento obrero para evitar o aplacar la conflictividad social (y política), el interés del socialismo
argentino por los trabajadores era inherente a una doctrina de carácter político y filosófico que
planteaba, más allá de los problemas y limitaciones con que se encontraron en la práctica, no sólo el
mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de la clase obrera sino, en un proceso largo y
gradual, la misma toma del poder .

TEXTO ZIMMERMANN. Reforma política y reforma social: tres propuestas de comienzos de siglo

La historiografía política argentina se ha preocupado por destacar los vínculos entre las reformas
políticas de comienzos de siglo con las transformaciones sociales experimentadas en el país desde el
80. Estos vínculos entre transformación social y cambio institucional son también un punto de
partida para explicar los intentos por desarrollar un programa de reforma social de los grupos
liberales conservadores en el gobierno.

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El propósito de este trabajo es ilustrar esa vinculación entre reforma política y reforma social, a
través de las propuestas de tres personajes centrales de esos procesos: Joaquín B González, José N
Matienzo e Indalecio Gómez.

El intento de González de impulsar, tanto la reforma política como la reforma social, como un modo
de permitir la incorporación armoniosa al debate político de las nuevas fuerzas sociales y los nuevos
principios que estas encarnaban, sería reforzado por su proyecto de código laboral de 1904. El
proyecto de código laboral de 1904 representó el punto más alto de acercamiento entre el
liberalismo reformista de algunas figuras del oficialismo y el socialismo reformista del Partido
Socialista, o al menos de algunos de sus integrantes y adherentes. El proyecto establecía la jornada
máxima de trabajo de 8 horas (jornada semanal de 48 horas para adultos y de 44 horas para menores
entre 16 y 18 años); éste fue uno de los puntos que, dado su carácter adelantado en términos de
legislación comparada, produjo mayor oposición por parte de los grupos industriales; fijaba el
descanso dominical; regulaba estrictamente las condiciones de trabajo de mujeres y menores, y de
higiene y seguridad en los lugares de trabajo.

En los tres títulos finales del proyecto se buscaba establecer un sistema de relaciones laborales
estable que disminuyera o eliminara las posibilidades de conflicto social e incorporar a las
organizaciones representativas de los trabajadores al proceso de decisiones políticas que les
concernían. Por los mismos, se regulaba la organización de asociaciones profesionales industriales y
obreras, se creaba una Junta Nacional del trabajo como autoridad administrativa en el campo de las
relaciones laborales, y se establecían tribunales de conciliación y arbitraje para solucionar las
disputas laborales.

Respecto a la organización de asociaciones profesionales obreras, se establecía que solamente


obtendrían personería jurídica aquellas asociaciones que fueron reconocidas oficialmente a través de
la inscripción en el registro de la Junta Nacional del trabajo.

El segundo ejemplo de esta actitud de vinculación entre la reforma política y la reforma social es el
que José Nicolás Matienzo. Matienzo postuló la necesidad de una profunda reforma de las prácticas
políticas argentinas, reformas que cubrían desde una purificación de los mecanismos electorales,
pasando por la necesidad de fortalecer nuevamente el sistema federal, hasta su insistencia en
subrayar el carácter colegiado del poder ejecutivo. Matienzo, el primer presidente del Departamento
Nacional del Trabajo (DNT) creado en 1907, estableció numerosos puntos de contacto entre la
reforma política y la reforma social.

Matienzo presentó al congreso en su calidad y director varios proyectos legislativos sobre arbitraje y
conciliación de conflictos laborales, accidentes de trabajo, trabajo de mujeres y niños y pensiones de
ancianidad. La propuesta fue aceptada por los dirigentes industriales pero rechazada
terminantemente por las centrales obreras. Durante las grandes huelgas ferroviarias de 1907, sin
embargo, el gobierno impuso el arbitraje obligatorio por el DNT como forma de poner un final al
conflicto.

Si sus intentos por intensificar la acción estatal en el campo de las relaciones laborales no alcanzaron
mayores éxitos, las aspiraciones reformistas de Matienzo tendrían mayor peso en el campo político
institucional, y su crítica de las prácticas políticas argentinas encontraría una respuesta en los
cambios de 1912.

En 1910, Indalecio Gómez, asumió como ministro del interior. Desde el inicio de su gestión, Gómez
buscó un manejo directo de los problemas laborales interviniendo personalmente, en lugar de a
través del DNT, en varios intentos de conciliación y arbitraje. En las huelgas ferroviarias de fines de
1910 y 1911, el ministro del interior, intervino en forma directa como mediador, fallando a favor de

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las demandas de los trabajadores, lo que fue visto con poco agrado por los directivos de las
empresas, que solo se tranquilizaron a medida que Ezequiel Ramos Mejía se afianzó dentro del
gabinete.

Con el dictado de la ley se trató de restablecer la dignidad perdida, restituyéndose el nombre original
del Departamento Nacional del Trabajo. El proyecto de la Comisión, expuesto por Palacios, preveía el
traslado al Ministerio de Agricultura, aunque esto fue eliminado en la votación, permaneciendo en
Interior.

La ley sancionó la creación de tres secciones, Legislación, Estadística e Inspección y Vigilancia,


además de la creación de un registro de colocaciones " con el objeto de coordinar la oferta y la
demanda de trabajo", al igual que vigilar a las agencias particulares de colocaciones.

Si una característica de la gestión de Indalecio Gómez en materia de relaciones laborales fue el


introducir ese tipo de intervención personal directa que en las décadas siguientes sería ensayado con
distintos grados de éxito por tantos otros, otra característica fue el reavivamiento de los conflictos
entre el socialismo y el catolicismo social en términos del liderazgo en materia de reforma social. La
gestión de Gómez marcó el resurgimiento político del catolicismo social que había conseguido igualar
sino superar la alianza entre liberales reformistas y socialistas en la promoción de medidas de
reforma social. En primer lugar, la llegada de Gómez al Ministerio del interior introdujo un estilo de
intervención directa en los conflictos laborales que se convirtió en el principal punto de contacto del
gobierno con las asociaciones obreras. En segundo lugar, se produjo un indudable afianzamiento de
los dirigentes católicos dentro del DNT. Por último, los católicos sociales adquirieron mayor grado de
influencia también en el Congreso.

Algunas reflexiones sobre la vinculación entre estas propuestas de reforma política y Reforma social
en la Argentina de comienzos de siglo: en primer lugar, los tres casos examinados parecerían
confirmar el carácter fundamentalmente inclusivo de estas propuestas frente a las nuevas fuerzas
sociales, en lugar de la interpretación corriente que enfatiza el carácter represivo y exclusionista de
las actitudes gubernamentales durante el período. En segundo lugar, podría argumentarse que una
característica común a estas propuestas de reforma política de reforma social fue una dosis de
excesivo voluntarismo. En términos de la reforma social, las propuestas de los reformistas liberales
conservadores adolecieron de un similar optimismo: la sanción de legislación social y la incorporación
de los trabajadores al proceso político prometía una solución al conflicto social latente, que no
tomaba demasiado en cuenta las reacciones de estas fuerzas a esas propuestas, como quedó
suficientemente demostrado en los fracasos de Joaquín V González y su proyecto de código laboral o
de José Matienzo por montar un mecanismo de conciliación y arbitraje de los conflictos laborales.

Tercero, y en el mismo sentido, debe tenerse presente que una vez superados los obstáculos que el
anarquismo había puesto a esas propuestas de incorporación, obstáculos similares fueron colocados
por el sindicalismo revolucionario, que tras el centenario se convirtió en el rival más serio de los
socialistas en el movimiento obrero. El tipo de intervención personalista que introdujo Indalecio
Gómez se veía facilitado por ese clima intelectual que atendía rechazar todo mecanismo
institucionalizado de incorporación de los trabajadores, alternativa que como vimos parecían preferir
Joaquín V González y José N Matienzo. En ese sentido, Indalecio Gómez actuó como precursor de un
estilo de manejo de las relaciones entre el Estado y las nuevas fuerzas sociales que sería
perfeccionado en las décadas siguientes por el yrigoyenismo y el peronismo.

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