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I.E.

MARÍA ANTONIA PENAGOS

SEDE MEGA COLEGIO GUÍA: 02

GRADO: 9 ÁREA/ Biología


ASIGNATURA:
DOCENTE: Sergio Martínez PERIODO 03
EJE(S) El origen de la vida en el planeta y el origen de las especies
TEMÁTICO(S)
OBJETIVO DE Reconocer la evolución biológica como una teoría para el origen de las especies.
APRENDIZAJE:
El origen de la vida en la tierra

el origen de la vida en nuestro planeta, la Tierra. La búsqueda de respuestas sobre cómo surgió
la vida es un misterio intrigante que ha llevado a la formulación de diversas teorías a lo largo del
tiempo. La incertidumbre que rodea el origen de la vida se debe a la falta de evidencia directa y al
hecho de que los eventos ocurrieron hace miles de millones de años. No obstante, la ciencia ha
propuesto varias teorías que intentan explicar este enigma. A continuación, exploraremos cuatro
de estas teorías principales:

Teoría de la Abiogénesis: Esta teoría sugiere que la vida surgió de manera espontánea a
partir de sustancias no vivas. A lo largo del tiempo, se ha argumentado que las condiciones de la
Tierra primitiva, rica en sustancias químicas, podrían haber propiciado la formación de moléculas
orgánicas simples, dando paso eventualmente a las formas de vida más complejas.
Panspermia: La hipótesis de la panspermia propone que la vida no se originó en la Tierra, sino
que llegó desde el espacio exterior. Según esta teoría, microorganismos o incluso formas de vida
más avanzadas podrían haber llegado a nuestro planeta a través de meteoritos, cometas u otros
cuerpos celestes.

Teoría Hidrotermal: Según esta teoría, la vida pudo haber comenzado en las profundidades
del océano, en entornos hidrotermales. Se argumenta que las condiciones extremas, como la
presión y la temperatura en estas áreas, podrían haber favorecido la formación de moléculas
orgánicas y proporcionado el ambiente adecuado para el surgimiento de las primeras formas de
vida.

Estas teorías ofrecen diferentes perspectivas sobre cómo la vida pudo haberse originado en la
Tierra. Cada una de ellas tiene sus propias fortalezas y limitaciones, y la investigación científica
continúa desentrañando este misterio que sigue inspirando la curiosidad humana. En nuestra
clase, exploraremos más a fondo cada una de estas teorías y discutiremos cómo la evidencia
científica ha contribuido a nuestra comprensión actual del origen de la vida en nuestro planeta.

Historia de las Teorías de cambio de las especies

Griegos: Los filósofos griegos discutieron conceptos que


implican formas de evolución. Un antecedente lo tenemos en la
pugna entre Parménides y Heráclito. Anaximandro (aprox.
610-546 a. C.) afirmaba que la vida se había desarrollado
originalmente en el mar y que posteriormente esta se trasladó a
la tierra, en tanto Empédocles (aprox. 490-430 a. C.) escribió
que los primeros seres vivos provenían de la tierra y las
especies surgieron mediante procesos naturales sin un organizador o una causa final.
Empédocles incluso parece haber sugerido una forma de selección natural, tal y como lo transmitió
Aristóteles, aunque él personalmente estaba en contra: «Así, cuando tales partes resultaron como si
hubiesen llegado a ser por un fin, sólo sobrevivieron las que por casualidad estaban convenientemente
constituidas, mientras que las que no lo estaban perecieron y continúan pereciendo, como los terneros de
rostro humano de los que hablaba Empédocles». Tales propuestas sobrevivieron hasta la época romana.
El poeta y filósofo Lucrecio, siguió a Empédocles en su obra maestra De rerum natura (Sobre la
naturaleza de las cosas) donde el universo funciona a través de mecanismos naturalistas, sin ninguna
intervención sobrenatural.4 Si la visión mecanicista se encuentra en estos filósofos, la teleológica ocurre
en Heráclito, quien concibe el proceso como un desarrollo racional, de acuerdo con el Logos. El
desarrollo, así como el proceso de convertirse, en general, fue negado por los filósofos eleáticos. Otros
filósofos, que llegaron a ser más influyentes en la Edad Media, creyeron que las especies o formas de
todas las cosas, no solo las cosas vivas, se fijaron por diseño divino.
Según Charles Singer, «Nada es más destacable que los esfuerzos de Aristóteles por mostrar las
relaciones entre los seres vivos en forma de scala naturæ». Esta scala naturæ, descrita en Historia
animalium, clasificaba los organismos en relación con una «escala de la vida» o «cadena de los seres»
jerárquica, situándose según su complejidad estructural y funcional, de manera que los organismos que
presentaban una mayor vitalidad y capacidad de moverse eran descritos como «organismos superiores».
Asimismo, Aristóteles creía que las características de los organismos vivos mostraban claramente lo que
él denominaba una «causa final», es decir, que habían sido diseñadas con un propósito. Con esto, él
rechazaba explícitamente la opinión de Empédocles respecto a que los seres vivos podrían haberse
originado por casualidad.

Filosofía cristiana y la cadena de los seres

A comienzos de la Baja Edad Media, en occidente el conocimiento


griego clásico se había perdido completamente. Juan Escoto Erígena y
algunos de sus seguidores parecen haber enseñado una especie de
evolución. No obstante, en el siglo XII el contacto con el mundo
islámico, donde los manuscritos griegos se habían conservado y
ampliado, permitió la traducción al latín de un gran número de ellos. De
este modo los europeos medievales tuvieron acceso a las obras de
Platón y Aristóteles, así como al pensamiento islámico. Los pensadores
cristianos de la escuela escolástica, especialmente Pedro Abelardo y
Tomás de Aquino, combinaron la clasificación aristotélica, las ideas
platónicas de la bondad de Dios y la presencia de todas las formas de
vida potenciales, en una creación perfecta, para organizar todos los
seres vivos, inanimados y espirituales en un enorme sistema
interconectado: la scala naturæ, también denominada «cadena de los
seres».
Dentro de este sistema se podía ordenar todo lo que existe, desde «lo bajo» hasta «lo alto», con el
infierno debajo y Dios arriba; debajo de Dios había una jerarquía angelical marcada por las órbitas de los
planetas, la humanidad en una posición intermedia, y los gusanos como los animales más bajos. En última
instancia, el universo era perfecto, y por tanto la cadena de los seres también lo era. No había eslabones
vacíos en la cadena, y ningún eslabón estaba representado por más de una especie. Por tanto, ninguna
especie podía moverse desde una posición a la otra. En esta versión cristianizada del universo platónico
perfecto, las especies no podían cambiar nunca, y permanecían inmutables de acuerdo con el Génesis.
Que los humanos olvidaran su posición en la cadena se consideraba pecado, ya fuera por comportarse
como animales situados más abajo en la cadena o por aspirar a un lugar más alto del que su Creador les
había asignado.

Se esperaba que las criaturas situadas en eslabones adyacentes se parecieran bastante, una idea
expresada en el dicho “natura non facit saltum” («la naturaleza no da saltos»). Este concepto básico de la
cadena de los seres influenció en gran medida en el pensamiento de la civilización occidental durante
siglos, y todavía tiene una cierta influencia en la sociedad de hoy en día. También formaba parte del
argumento teleológico del diseño, presentado por la teología natural. Como sistema de clasificación se
convirtió en el principal principio organizador, y el fundamento de una ciencia emergente, la biología, en
los siglos XVII y XVIII.

Teoría de la transmutación de las especies

Jean Baptiste Lamarck propuso, en su Philosophie Zoologique de


1809, una teoría de la transmutación de las especies.

Lamarck no creía que todos los seres vivos compartían un


ancestro común, sino que las formas de vida sencillas son creadas
constantemente por generación espontánea. También creía que
una fuerza vital innata impulsaba a las especies a ser más complejas a lo largo del tiempo, avanzando por
una escala

lineal de complejidad relacionada con la escala de la naturaleza. Lamarck reconoció que las especies
estaban adaptadas a su ambiente. Explicó este hecho diciendo que la misma fuerza innata que impulsaba
el aumento de la complejidad hacía que los órganos de un animal (o planta) cambiarán según el uso o
desuso de estos órganos, al igual que los músculos se desarrollan o atrofian según el ejercicio que hagan.
Argumentaba que estos cambios podían ser heredados por la generación siguiente, produciendo una lenta
adaptación al medio. Este mecanismo de adaptación secundario por la herencia de rasgos adquiridos
sería conocido como Lamarckismo e influiría las discusiones de la evolución hasta el siglo XX

El origen de las especies por selección natural y evolución biológica

Los patrones biogeográficos que observó Charles Darwin en lugares como las islas Galápagos durante el
viaje del Beagle hicieron que pusiera en duda la fijación de las especies, y en 1837 inició el primero de
una serie de libros de notas secretos sobre la transmutación. Las observaciones de Darwin le llevaron a
ver la transmutación como un proceso de divergencia y ramificación, en lugar de la progresión en escala
concebida por Lamarck y otros. En 1838 leyó la nueva sexta edición de Ensayo sobre el principio de la
población, escrito en el siglo XVIII por Thomas Malthus. La idea malthusiana de que el crecimiento de la
población lleva a una lucha por la supervivencia, combinada con el conocimiento de Darwin sobre
cómo seleccionan los ganaderos los rasgos interesantes, llevó al nacimiento de la teoría de la selección
natural de Darwin. Darwin pasó veinte años sin publicar sus ideas sobre la evolución. Sin embargo, sí que
las compartió con algunos otros naturalistas y amigos, empezando por Joseph Hooker, con quien discutió
sobre su ensayo no publicado de 1844 sobre la selección natural. Durante este período, utilizó el tiempo
que le quedaba del resto de su trabajo científico para refinar lentamente sus ideas y, consciente de la
intensa controversia en torno a la transmutación, acumular pruebas para apoyarlas.

A diferencia de Darwin, Alfred Russel Wallace, ya sospechaba la existencia de la transmutación de las


especies cuando empezó su carrera como naturalista. En 1855, las observaciones biogeográficas llevadas
a cabo durante su trabajo de campo en Sudamérica y la Insulindia ya le habían dado la confianza
necesaria en un patrón ramificándose de la evolución como para publicar un documento en el que
afirmaba que cada especie se originó en gran proximidad a una especie muy próxima ya existente. Como
en el caso de Darwin, fue la consideración de Wallace de cómo las ideas de Malthus se podían aplicar a
poblaciones de animales que lo llevó a conclusiones muy similares a las de Darwin sobre el papel de la
selección natural. En febrero de 1858, desconociendo las ideas no publicadas de Darwin, Wallace plasmó
sus pensamientos en un ensayo que envió a Darwin, pidiéndole su opinión. El resultado fue que
publicaron conjuntamente en julio siguiente un extracto del ensayo de 1844 de Darwin junto con la carta
de Wallace. Darwin también comenzó a trabajar con dedicación en El origen de las especies, que
publicaría en 1859.

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