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Traductores del exilio

Argentinos en editoriales españolas:


traducciones, escrituras por encargo y conflicto lingüístico
(1974-1983)
Alejandrina Falcón
Estudios Latinoamericanos

DIRECCIÓN

Walther L. Bernecker
Sabine Friedrich
Gian Luca Gardini
Silke Jansen
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Ilse Logie (Universiteit Gent)
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Ana Peluffo (University of California, Davis)
Juan Valdez (Mills College, Auckland)
José del Valle (City University of New York, CUNY)

Vol. 56
Alejandrina Falcón

Traductores del exilio


Argentinos en editoriales españolas:
traducciones, escrituras por encargo y conflicto lingüístico
(1974-1983)

Iberoamericana - Vervuert - 2018


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Centro de Estudios de Área
Sección Iberoamérica
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Diseño de cubierta: Carlos Sampayo (guión) y José Muñoz (dibujos): Sudor Sudaca. "Solos
para siempre" (página 6). Tomado de Fierro, 2 (octubre 1984). (c) Muñoz y Sampayo.

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Para mis padres, Leticia y Ricardo
Índice

Introducción ................................................................................................................... 11

Agradecimientos............................................................................................................... 27

I. Representaciones del exilio


1. El exilio entre la historia y la literatura ..................................................... 30
2. Los debates sobre el exilio literario en la Argentina .............................. 38
3. Bajo el signo de la traducción: horizonte material de las metáforas 47

II. Los trabajos del exilio ..................................................................................... 61


1. Un círculo burocrático: “No autorizado a trabajar en España”......... 63
2. El campo editorial español: exiliados, mano de obra disponible ...... 65
3. El ideologema de los exilios cruzados........................................................ 76

III. Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones


y otras escrituras por encargo ...................................................................... 91
1. Literatura de consumo en Martínez Roca Editores .............................. 93
2. Bolsilibros, un pulp fiction español con argentinos ............................... 102
3. Rocco Sarto en el país del horror: dictadura y política-ficción ......... 106

IV. El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra .......... 111


1. Historia de una editorial: Bruguera y el lugar del exilio ................. 112
2. El boom de la novela negra en España........................................... 115
3. Traductores y traductoras de la Serie Novela Negra ............................. 117
4. La voz y su huella, o cómo borrar la pista latinoamericana ............... 121
5. ¡Disparen sobre Bruguera! Recepción de traducciones
latinoamericanas en la revista Gimlet ........................................................ 131
V. La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos 137
1. Un estado de la cuestión traductográfica, 1974-1983 .................... 139
2. Figuraciones del traductor y de la traducción en la prensa ............. 144
3. Variaciones críticas: del escarnio a la institucionalización............... 146

VI. El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes: debates sobre


la lengua de traducción en la “patria común” .............................. 165
1. Disonancias: los traductores también toman la palabra ................. 166
2. España para muchos, un español para todos .................................. 173
3. Congresos sobre traducción: la lengua amenazada, 1980-1982...... 182
4. Hacia un español neutro: el Congreso “Salamanca 80” ................. 185
5. Traductores latinoamericanos, convidados de piedra
en el festín del idioma ................................................................... 187

VII. Testimonios del presente: el traductor exiliado


como figura plural ......................................................................... 191
1. El problema de la ejemplaridad y las listas de traductores .................. 192
2. Contratar argentinos: solidaridad y ¿un buen negocio? ...................... 198
3. Trayectorias de traductores, un haz de temas y problemas ................. 201
4. Lenguas de trabajo y formación profesional ........................................... 210
5. Aprendizajes del exilio: traductólogos e historiadores
de la traducción................................................................................................ 213

Conclusiones................................................................................................................... 217

Anexos ............................................................................................................................... 225

Bibliografía ...................................................................................................................... 241

Índice onomástico ........................................................................................................ 265


Introducción

Los intelectuales hacemos lo que podemos; Héctor Tizón trabaja en


changas que le permiten subsistir; Daniel Moyano trabajaba en una
fábrica; Antonio Di Benedetto lo hace en una revista médica; Blas
Matamoro escribió un libro de cocina que le redituó lo suficiente,
mínimamente, para poder desenvolverse; David Viñas logró una
cátedra, pero en Copenhague, y yo estuve largo tiempo colocando
carteles en gasolineras: hice 3.800 kilómetros y coloqué 780 carteles.
(Horacio Salas: “El exilio no es dorado”, 1985)

Este libro puede leerse como una contribución a la historia cultural del exilio
argentino en España y como un estudio sobre las prácticas de traducción e importación
literaria en el campo editorial hispanoamericano de las últimas décadas del siglo XX.
Ambas tramas confluyen en la historia que las anuda: la de los exiliados argentinos
que aportaron sus saberes y su fuerza de trabajo a la industria editorial española entre
1974 y 1983. La investigación que le dio origen partió de una serie de preguntas
referidas a las condiciones sociales de existencia y de producción literaria de nove-
listas, poetas, periodistas y traductores exiliados en España entre 1974 y 1983. ¿Qué
profesiones, oficios o labores les permitieron sobrevivir y seguir produciendo?
¿Qué lugar ocuparon en el mundo cultural de la transición democrática española?
¿De qué modo quedaron registradas esas actividades en las representaciones del exilio
acuñadas por ellos y por la sociedad receptora, durante y después del exilio? Estas fue-
ron las primeras preguntas. La hipótesis, el intento de respuesta, fue que la dinámica
propia del exilio en España generó, en numerosos casos, una “caída” de los intelectua-
les en el trabajo manual, como relata el poeta Horacio Salas en la entrevista citada en
epígrafe; y, en otros, simultánea o alternativamente, promovió la ocupación en oficios
vinculados con la actividad editorial y el mundo del libro.
La presencia de mano de obra latinoamericana en las editoriales españolas no
ha sido sistemáticamente estudiada ni recogida en las múltiples narrativas que con-
forman la memoria colectiva de la edición hispanoamericana. Poner de manifiesto
esa presencia explorando el conjunto de temas y problemas que gravitaban en torno
a ella es uno de los propósitos de este libro. El otro es contribuir al conocimiento
sobre la historia y la sociología de la traducción editorial en el ámbito de habla his-
pana construyendo una biografía colectiva de importadores literarios, y explorando
12 Introducción

el abigarrado mundo de los trabajadores editoriales que en el exilio intervinieron


en la producción de literatura traducida y de literatura popular con seudónimo
extranjero. Al rescatar escrituras marginales e indirectas, como las escrituras seudó-
nimas por encargo y la traducción editorial, mi intención última ha sido promover
una reflexión sobre las condiciones de producción literaria en el exilio que nos per-
mita trascender los enfoques circunscritos a figuras de notables y visibilizar prácticas
dominadas en la jerarquía de las prácticas literarias. Silenciadas, menos prestigiosas
que las escrituras directas, ellas iluminan el carácter siempre social de la literatura,
dimensión colectiva especialmente ausente de las mitologías retrospectivas y las
representaciones legadas por los escritores exiliados de cierto renombre.

1. Perspectivas y enfoques adoptados: tres pilares para un objeto


Los libros, escribe Robert Darnton, son muchas cosas: “objetos manufacturados,
obras de arte, artículos de intercambio comercial y vehículos de ideas. De suerte que
su estudio se derrama sobre numerosos campos tales como la historia del trabajo, el
arte y el comercio” (2008: 273). Por ello, la participación de latinoamericanos en la
producción de libros en España constituye una plataforma adecuada para abordar
la problemática planteada por la integración social en el exilio: desde los avatares de la
búsqueda de trabajo y la dificultosa profesionalización de escritores e intelectuales en
el extranjero hasta el problema de la adecuación lingüística, pasando por las redes de
contactos disponibles y los saberes volcados o adquiridos en su paso por la industria
del libro. Fueron tres los aportes disciplinarios que hicieron posible la construcción de
este objeto: la investigación académica sobre exilio político en la Argentina y América
Latina; los estudios de traducción con perspectiva descriptiva y sociohistórica; y los
estudios sobre el libro y la edición que adoptan una escala de análisis transnacional.

1.1. Exilios: primeras coordenadas


En las últimas dos décadas la emergencia de un campo de investigación sobre
exilio político de América Latina tuvo como correlato la multiplicación de estudios de
casos con sólido fundamento empírico en un área hasta entonces fuertemente domi-
nada por la bibliografía ensayística de carácter testimonial y por indagaciones en el
territorio de la crítica literaria (Roniger 2014: 14-44). Las investigaciones pioneras
sobre el exilio argentino en Cataluña (Jensen 2004; 2007), Madrid (Del Olmo Pin-
tado 1989), México (Yankelevich 2009) o Francia (Franco 2008a) sentaron las bases
para el actual desarrollo de un campo que no ha cesado de crecer y diversificarse. Si
bien los estudios de casos demuestran que las dinámicas del exilio variaron según
Alejandrina Falcón 13

los países de acogida, es posible caracterizarlo genéricamente como un movimiento


migratorio masivo, no organizado y con modalidad de diáspora.
Promediando los años setenta, en la Argentina se inició un proceso de radicali-
zación ideológica, violencia política y sucesivas crisis económicas y sociales, en cuyo
marco la represión ejercida desde el aparato estatal y paraestatal tuvo como conse-
cuencia la muerte, la cárcel y el exilio de miles de argentinos. El exilio político tuvo
como punto de partida la preservación de la vida y las condiciones de libertad. Como
tal, se inicia en torno al año 1974, durante el gobierno de Isabel Perón, cuando la
organización paraestatal Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) persiguió y ase-
sinó a líderes políticos, activistas sindicales y estudiantiles, profesores universitarios,
profesionales, artistas y periodistas, constituyendo así la antesala represiva del golpe
de estado cívico-militar que se avecinaba. En marzo de 1976 el gobierno dictatorial y
autoritario encabezado por el general Videla instauró una política represiva de magni-
tud inédita, cimentada en decenas de miles de asesinatos, torturas, secuestros y desa-
pariciones. Destinada a eliminar de manera sistemática toda manifestación de disenso
y toda acción tendiente al ejercicio de la crítica, la represión fue condición de posibi-
lidad para impulsar un plan económico de achicamiento del estado y destrucción de
su tradición intervencionista, en pos de la especulación financiera y el beneficio de los
grandes capitales internacionales.
En ese marco, la migración política se extendió en el tiempo pero registró flujos
de distinta intensidad. Las salidas del país se concentraron entre 1974 y 1978, regis-
traron un pico en 1976, año del golpe de estado. La salida del país tuvo lugar por
distintas vías y medios, hacia destinos diversos. Fueron varias las sedes de exilio en
América: México, Venezuela, Brasil, Colombia, Perú, Cuba, Estados Unidos, entre
otras; y también numerosas en Europa —España, Francia, Italia, Bélgica, Alemania,
Suecia, Dinamarca, Suiza, Países Bajos— e Israel.
España constituyó la sede más nutrida de exilio. La elección de este destino se
debió tanto a la cercanía lingüística y cultural, como a los vínculos creados por las
grandes migraciones de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, reactivados por
el entonces reciente exilio republicano español (Mira 2004: 87). Madrid y Cata-
luña fueron las regiones de mayor concentración de argentinos. Si bien muchos
simplemente recalaron en Barcelona porque los barcos llegaban a ese puerto, la
compulsión o el azar no excluyeron la evaluación del destino conforme a posibili-
dades laborales o familiares. Se trató de una población mayormente compuesta por
adultos jóvenes, de entre 25 y 45 años, procedentes de sectores medios con niveles
culturales altos (Yankelevich/Jensen 2007: 246). Aunque los niveles de formación
indican la presencia de categorías profesionales correspondientes con el perfil de las
capas medias intelectuales, muchos debieron sobrevivir de la venta ambulante, la
artesanía, las promociones domiciliarias y la subcontratación por terceros; algunos,
14 Introducción

con el tiempo, lograron dar continuidad a su labor profesional o bien insertarse en


el mundo editorial y periodístico, y aun obtener cargos en la universidad (Yankele-
vich/Jensen 2007: 247). Tras la puesta en marcha de los primeros mecanismos de
inclusión, los exiliados participaron en las campañas de denuncia a la dictadura,
militaron por los derechos humanos y dieron continuidad a prácticas políticas pre-
vias. Se organizaron en asociaciones, como la Casa Argentina, el Centro Argen-
tino, la Comisión Argentina pro Derechos Humanos (CADHU) o el Club para la
Recuperación de la Democracia, en Madrid; y la Casa Argentina de Cataluña y la
Comisión de Solidaridad con Familiares de presos políticos, desaparecidos y muer-
tos en la Argentina (COSOFAM), en Barcelona. De esas formas de organización
surgieron publicaciones con perfiles diversos: Palabra Argentina y El Mangrullo, de
corte asociativo, y revistas de discusión política como Resumen de Actualidad Argen-
tina editada por el Club para la Recuperación de la Democracia de Madrid (Mira
y Baeza 2005) y Testimonio Latinoamericano inscripta en la órbita del Peronismo
Intransigente. También se sumaron a organismos locales vinculados con prácticas
de solidaridad internacional, como la ONG Agermanament1 liderada por Josep
Ribera y la Lliga del Drets dels Pobles, cuyos canales de comunicación habían sido
estrenados por exiliados chilenos y uruguayos desde 1973 (Jensen 2006: 135-144).
La llegada de argentinos a España coincide con el cambio de régimen político que
tuvo lugar entre la muerte del dictador Franco, en noviembre de 1975, y la aproba-
ción de la Constitución Española a fines de 1978. La transición democrática suele
definirse sin embargo como un proceso extendido en el tiempo que “tiene su origen
en la incorporación de la economía española en el capitalismo internacional en la
década del sesenta y en la formación, por aquellas misma fechas, de movimientos de
resistencia política y sindical con capacidad real de movilización, y que culmina con
el ingreso de España a la Unión Europea en 1986” (Ramoneda 2007: s/p). Desde
esa perspectiva, la transición propiamente dicha habría comenzado con la profunda

1
En cuya revista homónima fue publicado un registro de exiliados latinoamericanos en
Cataluña, organizado por actividad profesional: “Entre las figuras de la cultura latinoamericana,
pertenecientes a distintas generaciones, establecidas en Cataluña, pueden citarse: Escritores:
Eduardo Galeano, Griselda Gambaro, Cristina Peri Rossi, Vicente Zito Lema, Carlos Rama,
Alfonso Alcalde, Luis Luchi, Alberto Szpunberg, Eduardo Mignona, María de la Luz Uribe,
Mario Seer, Leonardo Castillo, Marcelo Cohen, Mario Trejo, Carlos Moreira […] Ángel
Rama, Andrés Ehrenhaus; […] Periodistas: Ana Basualdo, Carlos Alfieri, Carlos Tarsitano,
Ernesto Dip Ayala [sic], Rodolfo Vinacua, Homero Alsina [sic], Héctor Borrat, Luis López”
(Agermanament 1979: 37). El listado es extenso, obviamente incompleto, e incluye también
las siguientes categorías profesionales: “artistas plásticos”, “médicos/psicólogos”, “psicoanalistas
y psiquiatras”, “músicos”, “actores y cantantes”, “publicistas”, “juristas” (entre los que figura
David Tieffenberg, presidente de la Casa Argentina en Barcelona), “arquitectos” y “fotógrafos”.
Alejandrina Falcón 15

transformación de la sociedad iniciada en la década anterior a la llegada de los exilia-


dos. El desarrollo económico de los años sesenta, el auge del turismo internacional
y la inmigración interna hacia las grandes ciudades; el crecimiento de esas ciudades
y el incremento de la conflictividad social; la organización de las reivindicaciones
colectivas y la progresiva conquista de derechos, la liberalización de las costumbres y
el paulatino fin de la censura previa, todos ellos fueron factores centrales en el pro-
ceso de apertura democrática, pese a la pervivencia del “poder represivo del tándem
ideológico-político formado por el aparato del estado franquista y la Iglesia católica”
(Ramoneda 2007: s/p). Algunos aspectos de este período marcarán la vida del exilio
de manera peculiar: la crisis económica imperante al promediar la década del setenta,
la renovación política y el despertar cultural. En el plano político, la aprobación de la
Constitución española a fines de 1978 conllevó una reestructuración de la problemá-
tica del plurilingüismo español en la agenda pública.2 El intento de resolver el con-
flicto sobre la compleja definición de España como Estado Nación multicultural, y
hallar un modelo apropiado para su organización administrativa, dio como resultado
el surgimiento del Estado de Autonomías: un marco político y jurídico que procuraba
conjugar los reclamos de unidad cultural y política en España con las exigencias de
los nacionalismos catalán, vasco y gallego (del Valle 2007). La llegada de argentinos
a Madrid y a Barcelona coincide, entonces, con un momento de gran visibilidad de
los debates lingüísticos en la esfera pública. Todo ello contribuyó al “descubrimiento”
de una nueva España, multilingüe y pluricultural: la metrópoli no era la homogé-
nea comunidad cultural y lingüística imaginada desde América y proyectada desde
España. Quienes vivieron y desarrollaron sus trayectorias profesionales en Barcelona
se vieron confrontados a una lengua nueva y a una situación cultural en plena ebulli-
ción nacionalista. El siguiente recuerdo del escritor y traductor Marcelo Cohen trans-
mite con viveza el clima de aquellos años en la capital catalana:

[M]e acuerdo de que en el comienzo, una tarde, vi desde una ochava que una
manifestación por la autonomía de Cataluña confluía con otra por la libertad
de los pájaros que se vendían en las ramblas y otra más de Comisiones Obreras,
y de que esa misma noche, en las ramblas, me arrastró un tropel de travestis
que desfilaba entre dílers, solapados carteles de las Brigadas Rojas e impunes
puestos callejeros de siete y medio […]. Me acuerdo de que una revista cul-
tural en la que escribía cambió de orientación cuatro veces en medio año: de

2
Tras declarar la organización del Estado en autonomías, la Constitución Española de
1978 decretaba en su artículo 3 que el “castellano” es la lengua “española oficial” del Estado
y que las demás lenguas españolas (catalán, eusquera y gallego) son cooficiales en el Estado y
oficiales en las respectivas comunidades autónomas.
16 Introducción

la autonomía obrera a la afirmación de géneros al anarquismo surrealista a la


ética foucaultiana. Me acuerdo de que cada semana se publicaban traducciones
recientes de libros relegados durante años, de Dylan Thomas a Alfred Döblin,
de Gérard de Nerval a Debord. Me acuerdo del erotismo que embriagaba cual-
quier emprendimiento editorial, cotidiano, periodístico, político o recreativo,
como ir a un concierto de rock (2006: 38).

Así la presencia de latinoamericanos exiliados o emigrados en España fue con-


comitante con aquella ebullición política y cultural, recordada como un momento
de grandes esperanzas colectivas —seguido de un profundo “desencanto”, cifra de
los años ochenta—. Como por entonces Barcelona recuperaba un lugar central en el
espacio internacional de la edición hispanoamericana, esa concomitancia se convirtió
en colaboración.

1.2. Nomadismo político y actividad editorial


El cambio producido en el tratamiento del exilio fue paralelo a un movimiento
transdisciplinario en virtud del cual historiadores y otros analistas de las ciencias
sociales comenzaron a interesarse por los fenómenos transnacionales en general y, en
particular, “por los grandes movimientos migratorios y especialmente por las redes
políticas, sociales y culturales que la migración y otros procesos transnacionales han
generado en América Latina, más allá de las fronteras nacionales” (Roniger 2014: 16).
Esta descripción es consistente con el despliegue de una perspectiva transnacional en
los estudios sobre el libro y la edición, un campo disciplinar que en los últimos diez
años también ha registrado un importante crecimiento. En su artículo “El libro y la
edición en Argentina. Libros para todos y modelo hispanoamericano”, el antropólogo
Gustavo Sorá (2011) reconstruye el proceso de constitución disciplinar de los estu-
dios sobre el libro y la edición en la Argentina, cuyo momento fundacional sitúa en
2006: inicialmente producidos por fuera de la práctica académica, los estudios de edi-
ción habrían comenzado “una nueva época” con la publicación de Editores y políticas
editoriales en Argentina, 1880-2000 (De Diego 2006) en la colección “Libros sobre
libros” del Fondo de Cultura Económica. No obstante este prometedor comienzo,
Sorá advertía en 2011 la necesidad de introducir una escala transnacional de análisis
en la escritura de la historia editorial local. Consecuentemente, propone estructurarla
en torno a tres factores fundantes, dos de los cuales reflejan el peso de la dimensión
transnacional en la constitución del campo editorial argentino en el siglo XX: el rol
activo de numerosos extranjeros en el desarrollo de las artes y los oficios vinculados
con el mundo del libro, el despliegue de proyectos editoriales que desde principios del
siglo promovieron la política del “libro barato” y la activa participación de argentinos
en la creación de redes de interdependencia entre los distintos mercados iberoame-
Alejandrina Falcón 17

ricanos (Sorá 2011: 125). La importancia asignada al cambio de escala se tradujo en


un renovado interés por exilios, migraciones y diásporas; en particular, por el rol del
“nomadismo político” y el papel de exiliados o emigrados en la constitución de redes
de interdependencia en el mercado editorial iberoamericano o mundial (Scarzanella
2016; De Diego 2015; Dujovne 2014).
La adopción de una escala transnacional de análisis en la historia y la sociolo-
gía de la edición hispanoamericana no solo otorgó relevancia disciplinaria a la rela-
ción entre exilio y mercado editorial (Fávaro Reis/Pellegrino Soares 2015), también
impulsó fuertemente la investigación sobre el rol de la traducción y de los traductores
en la constitución, interacción y unificación de los espacios culturales nacionales. Dos
obras gravitaron sobre este fenómeno: Traducir el Brasil. Una antropología de la circu-
lación internacional de las ideas de Gustavo Sorá (2003) y La Constelación del Sur. Tra-
ductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX de Patricia Willson (2004a).
Ambas coinciden en tratar la cultura y la literatura nacional a través del prisma de la
traducción de libros y de las operaciones sociales que dan forma a la importación,
circulación internacional y recepción local de obras e ideas. Constituyen, por tanto, el
momento fundacional de los estudios sobre el libro y la edición desde una perspectiva
transnacional en la Argentina, y el punto de partida interdisciplinario para la escritura
de una historia de la traducción en el exilio.

1.3. Historia de la traducción en Argentina y América Latina


En un artículo dedicado a las divergencias y convergencias de las corrientes teó-
ricas predominantes en la disciplina conocida como estudios de traducción, Patricia
Willson concluía su reflexión con un llamado programático:

La producción de discurso teórico sobre la traducción no puede estar escindida


del saber ya construido sobre la práctica en su dimensión histórica. Pienso en
el saber construido sobre “la traducción en la Argentina”. Aunque el objetivo
último sea la crítica, o aun el ensayo especulativo, lo cierto es que está aún pen-
diente el trabajo de repensar, desde la perspectiva de la traducción, la circulación
de la literatura extranjera en la literatura nacional, desde los orígenes mismos,
desde los coloniales (2004b: 11).

Exactamente diez años más tarde, Andrea Pagni (2014a) elaboró un balance
bibliográfico que venía a renovar las expectativas de quienes abogaban por una histo-
ria de la traducción y de los traductores en Argentina y América Latina. Caracterizada
por la diversificación de sus objetos de estudio, de los períodos y de las áreas geográ-
ficas indagadas, la historia de la traducción en América Latina ha desarrollado sus
horizontes más allá del estudio de las grandes traducciones producidas por grandes
18 Introducción

nombres de la cultura letrada (Bastin 2006). Atenta a la literatura popular, a todos los
géneros literarios, a las traducciones en la prensa periódica, a las seudotraducciones,
ha comenzado a interesarse por la multitud abigarrada de traductores e intérpretes
anónimos. Por cierto, la escritura de una historia de la traducción en América Latina
no ha de consistir en la mera descripción de traducciones y relevo de información en
fuentes que den cuenta de un escenario en el que culturas en pie de igualdad, lenguas
o textos se cruzan o entrelazan, y que el historiador traduciría ya en el catálogo de
nombres, biografías o títulos de obras traducidas, ya en la gesta “visibilizadora”
de individualidades menores o mayores a consagrar. ¿Qué función tiene la traducción
en el sistema cultural en que se inscribe? ¿Qué materiales selecciona la cultura receptora
para su traducción? ¿Cómo, por quiénes y con qué fin son traducidos esos materiales?
¿Qué normas rigen la traducción en los distintos circuitos de producción? ¿Cuál es la
recepción de las traducciones y de qué manera las traducciones se integran a otras for-
mas de producción textual? Tales son algunas de las preguntas que han de guiar el tra-
bajo de historiar la traducción en América Latina, como ha señalado Gertrudis Payàs:

Hacer historia de la traducción como la pretendemos hacer significa no sólo


indagar el dónde, cuándo, quién y cómo de la producción de traducciones como
sucesos históricos sino penetrar el imaginario de la cultura en la que la traducción
opera, y poner de manifiesto los mecanismos que la vinculan a este imaginario
para comprender las funciones que se le han encomendado. La traductología
contemporánea, con su reconocimiento de la historicidad de la traducción y de
las funciones desempeñadas por ella en la cultura, se acerca entonces a la historia
intelectual, a la historia del libro y la lectura, y a la crítica cultural (2007: 2).

La investigación plasmada en este libro aspira a inscribirse en esta renovada agenda


de temas y problemas, al tiempo que reconoce como antecedentes específicos aquellos
trabajos de historia de la traducción centrados en procesos exiliares y/o en figuras de
exiliados, problemática que ha comenzado a captar el interés de los estudiosos, como
lo prueban no solo publicaciones recientes (Loedel 2013; Banoun/Enderle-Ristori/
Le Moël 2011; Ruiz Casanova 2008) sino también la gran cantidad de ponencias
presentadas en 2015 en el primer congreso internacional dedicado al tema: “Transla-
tion in Exile”, conjuntamente organizado por el Center for Literature in Translation,
la Universidad Libre de Bruselas y la Universidad de Gante, en cooperación con la
Universidad de Santiago de Compostela y la Universidad Federal de Santa Catarina.
A continuación, se desarrollan los principales argumentos de dos trabajos sobre
exilio y traducción cuyos contrastados puntos de vista han contribuido a elaborar mi
propia perspectiva y reflexión. Los estudios seleccionados abordan casos nacionales
paradigmáticos: el caso del exilio alemán (1933-1945) y el caso del exilio republicano
Alejandrina Falcón 19

español (1936-1975). Se presentan aquí tan solo aquellos aspectos metodológicos


y conceptuales que permiten extraer pautas para el abordaje del sintagma “exilio y
traducción” en el caso argentino. El primer antecedente se inscribe en los estudios
sobre transferencias culturales, desarrollados en Francia por Michael Werner y Michel
Espagne, y orientados a explorar todo tipo de intercambios culturales desde la pers-
pectiva de los fenómenos de reapropiación y resemantización de los bienes culturales
importados en el contexto receptor (Espagne 2013). Se trata de una compilación de
ensayos titulada Migration, exil et traduction. Espaces francophone et germanophone,
XVIIIe-XXe siècles, una obra editada por Bernard Banoun, Michaela Enderle-Ristori y
Sylvie Le Moël. De entrada, los autores intentan definir sus categorías de análisis:
traducción, migración y exilio. En cuanto a la primera, se preguntan cómo funciona
la noción de “traducción” en los estudios sobre transferencias culturales. La respuesta
es compleja, sostienen, porque las definiciones metafóricas suelen convivir con defi-
niciones en “sentido estricto”, es decir, como práctica discursiva operada por agentes
sociales, individuos e instituciones, entre dos lenguas naturales y dos culturas:

El uso del término “traducción” suele considerarse metafóricamente, en especial


en el estudio de las transferencias culturales, en los que el sentido propio (un
texto pasa de una lengua a otra) puede quedar oculto tras un sentido figurado
(un hecho cultural se transpone de un espacio o código cultural a otro) (Banoun
2011: 13).

La impronta espacial de la metáfora está vinculada con la etimología misma de


la palabra “traducción”,3 como queda expresado en las diversas metáforas espaciales
usadas para caracterizar la traducción:

Pasaje, circulación, desplazamiento, migración de los textos, o aun travesía de


una orilla a la otra, como en el antiguo y célebre juego de palabras sobre la par-
tícula über en el verbo übersetzen: cuando no es separable, significa “traducir”;
cuando es separable, “hacer pasar a la otra orilla” (Banoun 2011: 12).

El interés de esta perspectiva radica en la explícita distinción de los usos detectados


y en la toma de distancia respecto de las asociaciones metafóricas. Banoun vindica

3
Según Theo Hermans, en ciertas lenguas europeas, el término “traducción” conlleva una
carga metafórica visible en la etimología de la que deriva: la latina. En latín, “transferre” signi-
fica “llevar” o “transportar a través”, “relocalizar”. A su vez, el término latino “translatio” traduce
la palabra griega “metáfora”; es decir, significa “traducción” y también, como término teórico,
“metáfora” o “desplazamiento” (Hermans 2004).
20 Introducción

la especificidad de la traducción como práctica discursiva, más allá de la propensión


corriente a referirse a ella como metáfora de otra cosa:

Una transferencia cultural es una suerte de traducción puesto que corresponde al


pasaje de un código a un nuevo código. Ahora bien, aunque las costumbres socia-
les en el sentido más amplio del término constituyen códigos culturales, la lengua
sigue siendo el código paradigmático. La historia de las traducciones, tanto en
sentido propio como en sentido figurado, es por tanto un elemento importante
en las investigaciones sobre el pasaje entre culturas (2011: 13).

Así, establece las coordenadas a partir de las cuales aborda los fenómenos de tra-
ducción y las trayectorias de traductores en el exilio: no propone una reflexión “teórica
o lingüística sobre el acto de traducción” (2011: 14) sino un estudio de las condi-
ciones materiales de la práctica y de las condiciones de existencia de los traductores
emigrados; su abordaje se funda en una concepción materialista de los textos, atenta a
sus desplazamientos en el espacio y al de sus productores; por tal razón, la historia de
las traducciones “en sentido propio” está emparentada con la historia del libro.
El segundo antecedente son los trabajos sobre la historia de la traducción en el exi-
lio del comparatista español José Francisco Ruiz Casanova. Su pensamiento sobre el
tema puede leerse en el libro Dos cuestiones de literatura comparada: traducción y poesía;
exilio y traducción (2011) y en un artículo titulado “Exilio y Traducción” (2008), cuya
argumentación seguiremos aquí. Su perspectiva es relevante porque permite marcar
un contraste con la perspectiva de Banoun: por un lado, Ruiz Casanova articula el
sintagma “exilio y traducción” en términos tales que el problema de la lengua lite-
raria adquiere una densidad explicativa inédita; por otro, convierte en categorías de
análisis los usos metafóricos de sendas nociones, por lo que constituye un produc-
tivo contrapunto respecto del enfoque antes expuesto. Ruiz Casanova postula que las
traducciones realizadas por españoles en el exilio constituyen producciones cultura-
les pasibles de ser integradas al corpus de las traducciones nacionales. Advierte, por
cierto, la complejidad del planteo y formula una serie de preguntas necesarias para el
tratamiento del tema:

Puestos a preguntarnos por enigmas, ¿qué literatura se ve completada por la labor


de los traductores exiliados en Hispanoamérica tras la Guerra Civil española? ¿La
del país de acogida? ¿La del país de nacimiento, si se salva la censura o se pacta
implícitamente con ella? ¿Establecen las traducciones un puente entre las litera-
turas nacionales hispanoamericanas y la peninsular o, por el contrario, subrayan
la propia censura y sus efectos y denuncian el atraso que padece la literatura
peninsular en lo que respecta al conocimiento de obras y autores extranjeros?
(2008: 4).
Alejandrina Falcón 21

Si tal como proponen los estudios descriptivos y polisistémicos, las traducciones


cumplen su función en la cultura receptora —es decir, en el contexto en que se pro-
duce la selección de los materiales a traducir— (Even-Zohar 1999; Hermans 1999),
la identidad nacional del traductor plantea un primer escollo teórico y metodológico
en el caso de importadores exiliados: ¿es transferible la identidad nacional del agente
al producto de su práctica cuando ésta se inscribe en un sistema cultural extranjero?
Ruiz Casanova halla una respuesta en la generalización y sustancialización de las cate-
gorías de análisis, tanto de la categoría “traducción” cuanto de la categoría “exilio”. La
operación discursiva es la siguiente: por un lado, la generalización se manifiesta en el
axioma según el cual todo exilio es “exilio en la lengua”; el exilio, dice, “no es en esen-
cia un asunto territorial sino pura y principalmente lingüístico” (2008: 3). Por otro,
la operación de sustancialización, más aún de consustancialización, se manifiesta en la
asociación ontológica de los dos términos del sintagma:

Pero cuando se trata de Exilio y Traducción ni podemos ceñirnos a una literatura,


ni a una lengua ni a un espacio, pues, en realidad, estamos apuntando a una cate-
goría esencial y primigenia del mismo acto lingüístico que llamamos Traducción:
la traducción implica siempre, de un modo u otro, un arte o una experiencia
personales del Exilio (Ruiz Casanova 2008: 3).

La generalización y la consustancialización de ambas categorías obliteran la histo-


ricidad de las traducciones y habilita una conclusión incompatible con una perspec-
tiva descriptiva y sensible al contexto:

[Las traducciones] son también la vía que reintegra al transterrado su identidad


lingüística y, desde este punto de vista, la ilusión de comunicarse con aquellos
que hablan su misma lengua. Es más, en el caso de la traducción, el paso de un
texto de su lengua original a la del traductor en el exilio supone vencer ilusoria-
mente las resistencias de su condición física; la traducción cumple, de este modo,
con un fundamento cuasi alquímico que restaura a quien padece exilio (escritor
o lector) el orden de lo natural (2008: 2).

Esta conclusión no puede sino derivar de la esencialización de un vínculo histó-


rico y, por tanto, contingente, que por definición requiere una reflexión situada. De
hecho, puesta en el contexto de los exilios latinoamericanos de los años setenta, tal
afirmación no es válida en absoluto porque el escaso prestigio de las variedades ame-
ricanas de castellano las excluía de la textura de las traducciones que realizaban los
exiliados en España, y las borraba de los soportes impresos destinados a difundirlas en
España y aun en América Latina.
22 Introducción

En este trabajo se considera que, entre “exilio” y “traducción”, no hay una relación
de equivalencia metafórica sino de inclusión material. Los términos “exilio” y “traduc-
ción” serán considerados como prácticas situadas: práctica política y tecnología de un
poder dictatorial, el primero; práctica discursiva operada por un sujeto social entre
dos lenguas o dos variedades de una misma lengua dotadas de prestigio diferencial, la
segunda. En tanto prácticas, habrán de dar origen a representaciones colectivas hete-
rogéneas y contrapuestas, entre las que se registrarán representaciones metafóricas.
Pero, desde nuestra perspectiva, la primera implica a la segunda, pues la traducción
constituyó entre 1974 y 1983 una opción laboral, una práctica profesional, desarro-
llada en el marco de la industria editorial durante el exilio geográfico de ciertos agentes
culturales argentinos instalados en España, especialmente en la ciudad de Barcelona.

2. Importadores literarios argentinos en España: una biografía colectiva


Las categorías “importación literaria” e “importadores literarios” aquí adoptadas
proceden del ensayo “Cosmopolis et l’homme invisible. Les importateurs de littéra-
ture étrangère en France, 1885-1914” (2002), del sociohistoriador Blaise Wilfert. Allí
Wilfert introduce el término “importación” para designar al conjunto de prácticas
que intervienen en el proceso de circulación de obras literarias de un campo nacional
a otro. La denominación “importadores” se aplica a los intermediarios —individuos
e instituciones— activos en el proceso de importación de las obras: editores (y edito-
riales), directores de colección, escritores, traductores, prefacistas, correctores, agentes
literarios, críticos, cosmopolitas —viajeros y exiliados— o aun historiadores de la
literatura. Todos ellos participan en la producción de valor de las obras literarias intro-
ducidas en un nuevo espacio receptor. Wilfert postula la necesidad de interrogar la
identidad social de tales agentes importadores en el marco de una biografía colectiva.
En sintonía con su propuesta, este libro explora el mundo de los importadores
literarios argentinos en España mediante el seguimiento de dos problemas íntima-
mente relacionados con la identidad social de los agentes: la adquirida condición de
trabajadores editoriales y el problema de la lengua, asunto que configuró la identi-
dad exiliada en todos los planos de la vida en el exilio: privada (incluso amorosa4),
pública (y aun como militantes5), profesional y literaria. La sensibilidad lingüística

4
Veáse el texto de Daniel Schiavi, “Despertar en Barcelona”, en el que identifica a las muje-
res argentinas que se adaptaban lingüísticamente con “malinches” y traidoras: “Las palabras se
iban y el lunfardo llenaba los agujeros. Rantifusa. Ella era de Lanús pero ahora decía: ‘Oie, tú
qué hostias, noi’” (1998: 622).
5
Véase, por ejemplo, el informe de la psicoanalista Carmen Morera en “Las formas men-
tales del exilio”, publicado en El Porteño: “La adopción de la lengua española como requisito
Alejandrina Falcón 23

movilizó asimismo una crítica al centralismo de las instituciones normativas, como


el mercado o la Real Academia, y reactivó memorias discursivas vinculadas con la
historia de esa crítica, como el debate en torno al “idioma nacional argentino” plan-
teado, entre otros períodos, a fines de la década del veinte con motivo de la polémica
literario-editorial por el “meridiano intelectual” (Falcón 2010 y 2011). La reedición
del debate sobre el idioma de los argentinos se verá especialmente plasmada en la
discusión sobre la lengua de las traducciones. Así, en el exilio se constituye una
escena de traducción que puede ser reinscrita en las coordenadas de la historia de
la traducción argentina. Cuando planteamos que entre 1974 y 1983 se constituye
una escena de traducción nacional en el exilio, pensamos en una doble inscripción
en esa historia: como producto material de escenas anteriores, vía la reedición y
manipulación de traducciones argentinas de los años cuarenta, cincuenta, sesenta
y setenta; y como un nuevo capítulo de esa historia: las traducciones realizadas por
argentinos exiliados y emigrados en Barcelona.
Este libro constituye una reelaboración de mi tesis doctoral, cuyo contenido he
difundido parcialmente en artículos publicados en revistas académicas. El tiempo
transcurrido desde el comienzo de mi investigación en 2007 me ha permitido revisar
hipótesis, reordenar materiales, modificar mi visión sobre ciertos temas, y acceder a
nueva bibliografía y a nuevas fuentes. Sin embargo, sigue en pie el deseo de que el
lector perciba la íntima cohesión de los capítulos que lo componen.
El capítulo 1 introduce el elenco de temas y problemas que signa la discursividad
exiliar, y procura sentar de manera gradual las bases conceptuales para el estudio de la
actividad de traducción e importación literaria en el contexto del exilio en Cataluña.
En primer lugar, se analiza críticamente la construcción de la categoría “exilio” en dos
marcos disciplinares a fin de contrastar sus perspectivas teóricas y metodológicas: el
de la historia reciente y el de los estudios literarios. En segundo lugar, se interpretan
los usos de esta categoría en el discurso de los actores —intelectuales, escritores y tra-
ductores— que participaron en las discusiones públicas sobre el vínculo entre exilio
y literatura en la Argentina, y se sitúan las condiciones de emergencia de las repre-
sentaciones metafóricas predominantes en la década del noventa. En tercer lugar, se
reconstruye en diacronía la evolución e involución de ciertas metáforas —“el escritor
es siempre un exiliado”— y la emergencia de la figura del traductor exiliado en la
producción ensayística de Juan Martini y Marcelo Cohen, dos escritores argentinos
emigrados en Barcelona con activa participación en el mundo editorial español desde
mediados de los años setenta.

para vivir en España era para muchos de nosotros la garantía de un olvido que no queríamos
permitirnos: el de la lengua argentina con sus propias leyes, tomando el ‘vos’ como pilar de
donde sosteníamos nuestra identidad de luchadores en el exilio” (1983).
24 Introducción

El capítulo 2 caracteriza la presencia de emigrados latinoamericanos en el


mundo del trabajo, describe la situación laborar inicial y las condiciones de inser-
ción en la industria del libro. Tras delinear las características salientes del campo
editorial español de la transición democrática, reconstruye los principales focos de
trabajo editorial y algunas de las redes de contactos que abrieron las puertas de las
editoriales. A fin de comprender la posición que los exiliados ocuparon en el campo
editorial de la época, se examina el ideologema de los exilios cruzados, representa-
ción que establece una homología entre la labor cultural y editorial realizada por
exiliados republicanos en América Latina a fines de 1930 y el desempeño editorial
de los exiliados argentinos llegados a España a mediados de la década del setenta.
Los capítulos 3 y 4 exploran casos concretos de inserción editorial, atendiendo en
especial a su relevancia en términos cuantitativos (cantidad de colaboradores argenti-
nos) y cualitativos (ejemplaridad de los problemas traductológicos presentados). En
el capítulo 3 se estudia la producción de traducciones y escrituras por encargo de
novelas populares firmadas con seudónimos extranjeros en las editoriales Martínez
Roca y Bruguera. El capítulo 4 destaca y analiza pormenorizadamente un caso de
importación de género: la colección Serie Novela Negra de la editorial Bruguera. Esta
colección fue privilegiada porque condensa de manera ejemplar la problemática de
la escena de la traducción argentina en España, expuesta en esta Introducción. Su
estudio fue abordado desde la perspectiva de la producción de traducciones y de la
recepción de la colección entre especialistas locales en novela negra.
El capítulo 5 profundiza el tema de la recepción y crítica de traducciones, en
general, y de aquellas realizadas por argentinos, en particular. En él indagamos de
qué modo la crítica cultural y la crítica de traducciones constituye un indicador de la
valoración social de la práctica traductora y de sus agentes. Tres cuestiones dominan el
análisis en ese capítulo: las representaciones sobre la traducción y el traductor en este
período de la cultura española, el proceso de institucionalización del campo de la tra-
ducción y el papel específico de los traductores-importadores exiliados en ese marco.
El capítulo 6 analiza la intersección de tres series discursivas centradas en el
problema de la lengua. Por un lado, el tema de la lengua de traducción como com-
ponente de la tópica traductiva del período, descrita en el capítulo precedente; por
otro, el problema de la variedad de lengua en tanto formante estable de la discur-
sividad exiliar rioplatense; por último, y no menos importante, la cuestión de la
calidad de las traducciones en el marco de una problemática más vasta, centralísima
en el discurso social del período. Mi propósito es exhibir, en fuentes documentales
diversas, aquellos momentos en que las tres series se cruzan, es decir, revelar el entra-
mado en que confluyen el tópico de la “crisis idiomática” peninsular, el problema
de la lengua de traducción y la esporádica pero definida voz de los traductores
latinoamericanos.
Alejandrina Falcón 25

El capítulo 7 tiene una función integradora. Por un lado, analiza trayectorias


de traductores exiliados o emigrados en busca de rasgos comunes y singularidades,
a fin de mostrar la multiplicidad de recorridos profesionales, la peculiaridad de sus
“posiciones traductivas”; por último, se detiene en los aprendizajes del exilio, en
particular aquellos ligados con la reflexión teórica e histórica sobre la traducción en
Hispanoamérica. En el final de este libro figuran dos Anexos con títulos de traduc-
ciones publicadas por argentinos en Barcelona. El primero presenta una selección
de las traducciones realizadas por los actores mencionados en este libro. El segundo
contiene el catálogo de traducciones de la colección Serie Novela Negra (1977-
1982) dirigida y prologada por Juan Martini.
Agradecimientos

La investigación que dio origen a este libro me puso en contacto con quienes
vivieron en Barcelona en aquellos años. Estoy en deuda con ellos porque, al aceptar
compartir sus memorias sobre los trabajos del exilio, al recibirme con interés en Bue-
nos Aires o en Barcelona, y dialogar largamente, propiciar encuentros, aportar datos
valiosos, hicieron de mi investigación una experiencia vital completa. Agradezco a
Ana Basualdo, Ana María Becciú, Nora Catelli, Marcelo Cohen, Américo Cristófalo,
Andrés Ehrenhaus, Alicia Gallotti, compañera de Alberto Speratti, Ana María Garga-
tagli, Eduardo Goligorsky, Juan Martini, Daniel Schiavi y Marcial Souto, con quienes
pude conversar de viva voz, ya sea en persona o telefónicamente. A quienes respon-
dieron cuestionarios y correos: Celia Filipetto, Ana Goldar, Jonio González, Ricardo
Pochtar, Horacio Vázquez-Rial, in memoriam. A Mirta De Paola y Enrique Gracia
Trinidad por los datos aportados sobre Luis De Paola. A Elvio Gandolfo, sus recuer-
dos de Andrómeda y Adiax. Los hermanos Di Masso, Pablo y Gerardo, me dieron la
dicha de los descubrimientos tardíos y el placer de leerlos. A Roberto Bein, por res-
ponder con paciencia a mis preguntas, aportar documentos y enseñarme tantas cosas
desde 1998. Agradezco a José Muñoz y a Carlos Sampayo por autorizar gentilmente la
reproducción de una viñeta de Sudor Sudaca; y a Diego Rey por mediar en el intento.
Sin duda este trabajo nunca hubiera llegado a buen puerto sin las instituciones
y las personas que me apoyaron en todos estos años. Esta investigación contó con el
respaldo institucional del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(Conicet), gracias a cuyas becas de posgrado pude realizar entre 2008 y 2013 mi tesis
doctoral en el marco del Programa de Doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Buenos Aires. En el plano personal, mi mayor agradecimiento,
que nunca será suficiente, es para Patricia Willson, directora, maestra y amiga querida,
por transmitirme el deseo de investigar y escribir sobre la historia de los traductores y
las traducciones. Agradezco a Sylvia Saítta, codirectora y sólido apoyo de mi trabajo
de investigación. A mi jurado de tesis: Silvina Jensen, Alejandro Cattaruzza y Andrea
Pagni, editora de este libro y codirectora de la colección de “Estudios latinoamerica-
nos”, por sus continuos aportes y su ayuda sostenida en el tiempo. A Santiago, por
nuestra vida juntos.
I. Representaciones del exilio

El escritor es siempre un exiliado. El uso que un escritor hace de la


lengua es un uso asocial, transgresor, disidente, que lo sitúa en una
frontera. Escribir es la primera forma del exilio: su origen, su definición
y su naturaleza.
(Juan Martini: “Naturaleza del exilio”, 1993)

Los que vivimos fuera del lugar donde nacimos, y no por nuestra
voluntad, padecemos —o me pregunto ¿somos beneficiarios?—
de algunas fabulaciones inconmensurables y completamente
inidentificables con las realidades miserables y sin grandeza con que
nos desarrollamos en la vivencia cotidiana.
(Antonio Di Benedetto: Cuentos del exilio, 1983)

¿Qué es el exilio? Esta pregunta, que funda y motiva el presente capítulo, proba-
blemente no pueda responderse sin otra pregunta: ¿para quién? A juzgar por la biblio-
grafía —testimonial, historiográfica o filosófica—, el interrogante podría tener tantas
respuestas como puntos de vista aborden el objeto. De ahí que a menudo se hable
de “exilios”, en plural, o de “formas de exilio”. La diversidad de perspectivas abarca
un vasto espectro, que va de la antropología cultural al psicoanálisis, pasando por la
filosofía, el derecho o la literatura. Cada perspectiva pone distinto foco sobre la mul-
tiplicidad de experiencias de la alteridad y la extraterritorialidad, y cada una diseña
distintas figuras del extranjero, el emigrante y el inmigrante, el refugiado o el exiliado.
El propósito de este capítulo es poner en evidencia el carácter problemático, y aun
controvertido, de los usos de la categoría “exilio” en registros testimoniales y académicos.
No propongo elaborar una síntesis de perspectivas ni aportar una definición alterna-
tiva o normativa, y mucho menos exponer desgloses semánticos o lexicológicos que
poco dicen de los usos sociales y de los motivos e intereses, siempre contingentes,
que los rigen. Mi propósito específico es describir e interpretar, en el corpus de testi-
monios y debates producidos desde fines de los años setenta hasta el presente, las repre-
sentaciones dominantes del exilio argentino y examinar sus formulaciones metafóricas.
Este capítulo está organizado en tres partes. En primer lugar, se analiza la cons-
trucción de la categoría “exilio” en dos marcos disciplinares a fin de contrastar sus
30 Representaciones del exilio

perspectivas teóricas y metodológicas: el de la historia reciente y el de los estudios


literarios. En segundo lugar, exploramos los usos de esta categoría en el discurso
de los actores —intelectuales, escritores y traductores— que participaron de las
discusiones públicas sobre el vínculo de “exilio y literatura” en la Argentina. En esa
instancia procuro situar sincrónicamente las representaciones metafóricas en el con-
texto de los debates acontecidos en los primeros ochenta, a fin de exhibir el carácter
argumentativo, polémico y no universal de las representaciones metafóricas. En ter-
cer lugar, analizo en diacronía la evolución e involución de ciertas metáforas —“el
escritor es siempre un exiliado”— y la emergencia de la figura del traductor exi-
liado en la producción ensayística de Juan Martini y Marcelo Cohen, dos escritores
argentinos emigrados en Barcelona con activa participación en el mundo editorial
español desde mediados de los años setenta.
Este recorrido analítico pretende sentar de manera gradual las bases conceptua-
les para el estudio de la actividad de traducción e importación literaria en el con-
texto del exilio en Cataluña. La elección de este recorrido analítico, y su aparente
desvío, obedece a la convicción de que el objeto de estudio “exilio y traducción” no
es un objeto dado de antemano. Por el contrario, requiere ser construido en función
de los contextos de manifestación concreta de las prácticas referidas en el sintagma.
Esos contextos, no solo implicarán prácticas escriturarias, sino también el universo
discursivo que las expresa y modela bajo la forma de representaciones sociales más
o menos consensuadas, más o menos polémicas, pero siempre incrustadas en un
marco de diálogo que, extendido en el tiempo, constituye lo que aquí llamaremos
la “discursividad exiliar”.

1. El exilio entre la historia y la literatura


Esos puntos de vista pueden ser analíticos y estar inscriptos en un marco dis-
ciplinar específico, por ejemplo, la historia política y social del exilio, los estudios
migratorios o los estudios sobre el libro y la edición, que hoy asumen una perspectiva
transnacional y por tanto se interesan por la función de los exiliados en la constitu-
ción de redes editoriales a escala regional y mundial. También pueden ser nativos, es
decir, proceder de lo que los actores dicen que es o fue el exilio para ellos o para otros,
bajo la forma de testimonios, ensayos, cartas, debates, entrevistas, novelas o poemas,
y por tanto constituir las fuentes primarias con las que trabajan los estudiosos del
fenómeno. Pero además podrán ser disciplinares y nativos, como ocurre en aquellos
estudios que incorporan el punto de vista de los actores a la perspectiva del investi-
gador, por ejemplo, en los estudios que hacen de la formulación metafórica del exilio
una pieza de su andamiaje explicativo.
Alejandrina Falcón 31

1.1. Una práctica represiva: el exilio-dictadura


La emergencia de investigaciones históricas sobre exilio argentino está estrecha-
mente relacionada con el proceso de institucionalización de la historia reciente. Este
proceso se inscribe a su vez en una “hegemonía socio-discursiva” (Angenot 2010) cuya
tópica dominante gira en torno a la recuperación de la memoria del pasado reciente,
con eje en el período dictatorial y pre-dictatorial. Esa tópica, registrada desde princi-
pios de la década de 1980, adquirió vigor a mediados de la década de 1990. Se trata
de un “giro hacia el pasado” en virtud del cual las identidades colectivas e individuales
se construyen en torno a lo acontecido en ese pasado signado por su carácter “trau-
mático” (Franco 2008b: 171; Jensen 2011: 5). Por lo demás, las problemáticas de la
historia reciente se inscriben en distintas formaciones de la discursividad social. Hugo
Vezzetti ha descrito con claridad esta división del trabajo discursivo, y la consecuente
lucha simbólica por imponer los sentidos y los usos legítimos de ese pasado:

Por una parte, hay una memoria de los crímenes masivos, bajo una forma jurí-
dica basada en la investigación y la prueba, a partir de la vía abierta por el Juicio
a las juntas. Por otra, hay una memoria de familiares y grupos allegados […].
Finalmente, están las memorias ideológicas, facciosas incluso, de grupos que rea-
firman identidades y afiliaciones del pasado; unos sostienen el relato de la “guerra
antisubversiva” y reproducen la imagen que la dictadura proporcionaba de sí
misma, otros, con variantes, reivindican el relato combatiente de la aventura
revolucionaria. No hace falta decir que esas memorias habilitan diversas com-
binaciones y gradaciones en narrativas amasadas con la fuerza de las pasiones
políticas, públicas y privadas (2004: 47).

En el marco del proceso de institucionalización de la historia reciente, devenida


objeto de estudio legítimo para las ciencias sociales en general y para la historia en
particular, a partir de los años noventa un núcleo de historiadores emprendió la
reconstrucción de la historia de la emigración política correspondiente al período
1974-1983. Las investigaciones por entonces surgidas fueron construyendo la cate-
goría “exilio” a partir de una serie de rasgos colectivamente aceptados o discutidos:
el exilio argentino es definido como un proceso migratorio de corte específicamente
político y colectivo pero no organizado a la manera del exilio republicano espa-
ñol. Se lo considera una práctica represiva prevista por la Doctrina de Seguridad
Nacional, “junto con la desaparición forzada y sistemática de personas, el asesinato,
la tortura y cualquier forma de ejercicio de la violencia política” (Franco 2008a:
17). Consecuentemente, en un primer momento, el exiliado fue caracterizado como
“víctima” de una práctica represiva estatal (Yankelevich 2007: 207). Esta caracte-
rización sería posteriormente criticada y reelaborada para evitar la fijación de una
32 Representaciones del exilio

figura de “exiliado-víctima” como individuo meramente afectado o pasivo, en detri-


mento de su condición de actor social y político (Franco 2011: 311). De ahí que
estas investigaciones estudien de cerca las prácticas militantes en el exilio y, en par-
ticular, la militancia en derechos humanos y denuncia de la dictadura y actividades
de solidaridad (Franco 2011; 2008a).
Si bien la hegemonía memorialista manifiesta en la “explosión de memorias”
generó un marco propicio para la reemergencia de la discusión pública sobre el pasado
reciente, y aun para su abordaje académico, el exilio constituyó, durante años, una
suerte de tabú discursivo. Marina Franco sostiene que

[d]urante muchos años el tema permaneció en un cierto “olvido” porque las


voces legítimas que podían evocar públicamente el pasado represivo no parecían
incluir a los emigrados y porque la investigación profesional consideraba la cues-
tión poco relevante o no abordable. En esos silencios y “olvidos” se anudan las
dificultades colectivas para pensar nuestro pasado reciente y el lugar específico del
exilio en esa historia (2008a: 17).

Así, pese a confluir con el desarrollo de los estudios de la memoria y la historiogra-


fía dedicada al pasado dictatorial, el exilio político no siempre constituyó un objeto de
investigación destacado o siquiera visible (Jensen 2011).
En cuanto a la memoria colectiva, el relativo silencio que pesó sobre el tema
fue interpretado como repercusión duradera de la estrategia discursiva de la dic-
tadura, que adjudicó a los exiliados la responsabilidad por la violencia política al
tiempo que los acusaba de montar en el extranjero una “campaña anti-argentina”;
silencio y olvido social que también explicaría la estigmatización de los exiliados
tras el retorno, entre cuyos efectos figura la obliteración discursiva de la condición
de emigrado político (Franco 2011: 309-311). Por cierto, no todo fue silencio.
Pese a su delgadez y su carácter elusivo, la puesta en discurso del “tema del exilio”
en la Argentina reciente tiene una historia propia que podría graficarse mediante
una periodización aproximada: el período 1982/1983-1987 habría constituido el
tiempo fuerte del debate público sobre la emigración política y “la coyuntura en
la que se articularon todas las narrativas que traman hasta el presente la memoria
del exilio” (Jensen 2005: 170-171). En la década de 1990, se habría profundizado
el sesgo “literario” de los discursos sobre el exilio. Según Silvina Jensen, este sesgo
puede leerse en la progresiva confinación del tema en suplementos culturales y en
la correlativa focalización en figuras de la cultura. La preponderancia adquirida por
la impronta “literarizante” habría desplazado la discusión del eje exilio-dictadura al
eje exilio-literatura, favoreciendo así una aproximación despolitizada del exilio, que
siguió vigente durante casi una década:
Alejandrina Falcón 33

La segmentación de las prácticas represivas y la consideración del exilio como una


situación no incluible en la “Doctrina de la Seguridad Nacional” fueron la expre-
sión de una mirada no política del exilio. Desplazado de una lógica represión-
víctima, el exilio político fue asimilado a los exilios metafóricos, el destino del
intelectual incomprendido o los viajes románticos (Jensen 2005: 7).

En síntesis, el exilio habría estado sub-representado en la construcción de las


memorias sociales fuertes sobre el pasado reciente en la Argentina; y paralelamente,
como correlato de su despolitización, se registraría una sobre-representación de la
figura del exilio como asunto de “notables”, especialmente escritores y artistas.
Los historiadores del exilio político reconocen, sin embargo, que la polisemia del
término o “la porosidad de las fronteras que separan sus usos literales y metafóri-
cos” puede enriquecer la perspectiva histórica, siempre y cuando se tenga “claro cuál
es nuestro bagaje analítico y cuáles las preguntas que nos guían” (Jensen 2011: 2).
En ese sentido, Luis Roniger identifica la tendencia a generalizar sobre la condición
humana a partir de la experiencia exiliar con la perspectiva de los estudios culturales
y fenomenológicos. Y coincide con Jensen en señalar que poco dicen estas generaliza-
ciones sobre la “singularidad del exilio como fenómeno socio-político contextualizado
históricamente” (Roniger 2014: 19). Es decir, si bien los historiadores constatan la
presencia de representaciones metaforizantes, las preguntas que los guían no con-
ducen a situar, comprender y explicar las metáforas en circulación, ni a indagar los
posibles motivos por los que los actores las acuñan, reproducen y hacen circular; ni
a indagar cómo y por qué llegan a ser aceptadas o aun utilizadas entre los estudiosos
de la cultura y otros lectores especializados. Por tanto, no acometen la tarea de poner
en perspectiva histórica el contenido cultural, social o político de las metáforas que
constituyen representaciones del exilio.

1.2. Una práctica literaria: el exilio-literatura


Hasta aquí nos referimos al “exilio metafórico” sin entrar en detalles sobre las
metáforas concretas que vendrían a expresarlo ni situar a sus principales enunciadores.
Entre las más frecuentemente transitadas por escritores argentinos, figuran “el escritor
es siempre un exiliado” (Martini 1993a: 552-554), “el escritor se exilia en la lengua” y sus
variantes “la patria del escritor es la lengua” o “el meollo del exilio es la lengua” (Martini
1993b; Cohen 2006: 35-57), “el exilio es traducción” (Matamoro 1985: 97-99). Por
cierto, estas y otras representaciones metafóricas del exilio pueden rastrearse en la
historia de la literatura universal, como demuestra el comparatista Claudio Guillén
en El sol de los desterrados: literatura y exilio (1995), una obra que recorre las figuras
del exilio desde los cínicos y estoicos, pasando por Ovidio, Dante o Shakespeare hasta
las migraciones, los éxodos, los exilios o las diásporas contemporáneos. La tradición
34 Representaciones del exilio

de exilios literarios estudiada por Guillén constituye una referencia casi obligada en
los discursos metaforizantes del corpus testimonial argentino, persistencia que revela
la intención universalizante de las metáforas: la internacional de la literatura apela a
consignas literarias universales. Por ese motivo, también Guillén se plantea la pregunta
por la delimitación de la categoría en estudio:

Lo propio de nuestro tiempo es la variedad referencial de la palabra exilio, quiero


decir, la diversidad de realidades que denota, y aún más los grados diferentes de rea-
lidad que lleva implícito, entre la metáfora pura y la experiencia directa. ¿Es exilio
lo que siente el hombre cuya relación con el mundo no es sino extrañeza, ruptura y
soledad? ¿No es superficial el no querer distinguir ese sentimiento de las condiciones
que se le imponen a quien abruptamente se encuentra transportado o expulsado a
otra sociedad, con diferentes presupuestos cotidianos, otro sistema de convencio-
nes, otros modos de comunicación y hasta otro idioma? ¿O consiste lo superficial en
no comprender lo que tienen en común esas situaciones aparentemente dispares, es
decir, en no percibir la profundidad real y subyacente de la metáfora? (1995: 145).

Podría responderse que quizá no se trate de que uno u otro enfoque sea más
o menos superficial, sino de que uno y otro ponen en juego saberes disciplinares,
enfoques y objetivos de indagación muy diferentes. El problema podría radicar, antes
bien, en la confusión de ambas perspectivas. Si, tal como sostiene Bernard Lahire, “las
presentaciones y las concepciones que los escritores elaboran respecto de la actividad
literaria y de sí mismos en esa actividad solo pueden verdaderamente comprenderse
mediante el esfuerzo de articularlas con las condiciones de vida materiales y relacio-
nales, literarias y extraliterarias de sus portadores”, entonces la pregunta por las pre-
sentaciones metafóricas del exilio debe abordarse desde una perspectiva analítica que
considere en cada caso “la situación de quienes sostienen esos discursos y el contexto
preciso de enunciación” (Lahire 2006: 161. Trad. A.F.).
Porque el exilio es un objeto esencialmente interdisciplinario, para el estudioso de
la literatura, la caracterización que ofrecen los historiadores interesa en tanto exhibe
hasta qué punto el criterio de delimitación de la categoría determina las preguntas a
formular, de modo tal que su definición no puede emanar de deslindes semánticos o
terminológicos previos sino tan solo de su puesta en juego contextual. Sin embargo, a
diferencia de la perspectiva historiográfica, una mirada atenta al fenómeno de la litera-
tura del exilio no puede eludir el intento de comprensión de la dimensión metafórica.
Y esto por dos motivos: por un lado, porque los escritores son los principales enuncia-
dores del discurso metaforizante; por otro, porque un rasgo destacado de los primeros
estudios sistemáticos sobre literatura del exilio en los años setenta es la incorporación
de las representaciones metafóricas a las categorías de análisis.
Alejandrina Falcón 35

Un primer contrapunto con el modo como el enfoque antes reseñado construye


la categoría exilio puede hallarse en una obra pionera, y fundamental, sobre el campo
cultural argentino durante la dictadura: ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Inte-
lectuales y escritores en Argentina (1970-1986) de José Luis De Diego (2003). Allí la
motivación política no constituye un criterio nítido para definir el exilio: “Decir que
la mayoría de los exiliados se fue por causas políticas es afirmar lo obvio, es aceptar
una categoría que, por demasiado general, no permite ordenar el corpus” (2003: 156).
Se trata de una primera inversión respecto del planteo historiográfico: lo inespecífico
en la categoría es “lo político”. Esta laxitud conceptual constituye, para el autor, un
primer problema metodológico. Pues lo “político” no podría constituir un rasgo sus-
tancial para definir el exilio sin entrar en tensión con la tesis según la cual “la literatura
argentina es consustancial a la experiencia del exilio” (2003: 153). Las pruebas aporta-
das para fundamentar esta sustancia compartida son conocidas: la literatura argentina
cuenta con una vasta casuística de escritores cuya biografía registra alguna clase de ale-
jamiento físico del territorio nacional, por ejemplo, Borges, Cortázar, Puig, Saer, entre
otros; grandes obras de la literatura argentina o bien fueron escritas en situación de
exilio, por ejemplo, Facundo de Sarmiento; o bien tematizan el destierro, por ejemplo,
El gaucho Martín Fierro de José Hernández; por último, un argumento metaliterario:
los “constructores” del canon, primeros historiadores y críticos de la literatura argen-
tina —Ricardo Rojas con su Historia de la literatura argentina— refrendan retros-
pectivamente la consustancialidad postulada al atribuir la fundación de la literatura
nacional a los emigrados políticos de la Generación del 37. Esta constante histórica
de alejamiento de las fronteras nacionales permitiría probar, pese a la diversidad de
causas que motivan los desplazamientos geográficos, la consustancialidad del vínculo
en cuestión. Tras establecer el linaje de “escritores exiliados” y la tradición de “litera-
tura del exilio”, De Diego introduce la problemática específica del exilio político en la
década del setenta, y amplía así su tesis inicial: la literatura argentina es consustancial
a la experiencia del exilio, pero esa consustancialidad se habría manifestado con inédita
crudeza entre 1974 y 1983, incrementada a causa de las condiciones políticas y sus
efectos particularmente adversos en el campo cultural (2003: 153-154).
De la polisemia registrada en el corpus testimonial que construye y analiza, De
Diego desprende la existencia de dos usos del término “exilio”: un uso literal y otro
metafórico. El discurso literario sobre el exilio presentaría, así, una peculiaridad que
explica la polisemia, a saber, el añadido de una dimensión metafórica que torna com-
pleja e imprecisa la definición: “El término ‘exilio’ tiene un alcance cuyos límites se
confunden y desdibujan toda vez que conviven con usos metafóricos” (2003: 153). El
autor procede entonces a sentar las bases del “marco interpretativo adecuado para la
situación histórica a considerar” (2003: 153). Este marco interpretativo procede, aun-
que el autor no lo explicite —lo había hecho en otro texto (De Diego 2000)—, de un
36 Representaciones del exilio

ensayo del escritor argentino Juan Martini, titulado “Naturaleza del exilio” (1993a)
y publicado en los noventa, década que coincidiría con la despolitización del exilio
en las cronologías establecidas por Jensen. El esquema de interpretación propuesto es
básicamente binario: pares asociados por relaciones de oposición o asociación semán-
tica. El “exilio literal” sería el exilio en su dimensión espacial. En ese sentido, entraña
un “sistema de adaptaciones lingüísticas, simbólicas y cotidianas” (2003: 139). El
“exilio metafórico”, en cambio, sería del orden del “sentir”; constituiría la formulación
subjetiva de una impresión relativa a la posición del escritor en un colectivo social
abarcador: “sentirse exiliado de un sistema, una cultura, una comunidad” (2003:
139). Se trataría, pues, de una auto-percepción, que en el caso de escritores deviene
rasgo inherente en virtud del estatuto marginal atribuido a la literatura en la sociedad.
Hasta aquí podría decirse que se describen representaciones nativas. Sin embargo,
el desarrollo argumental subsiguiente parece indicar que se asigna un valor explicativo
a la formulación metafórica nativa. El desarrollo argumental destinado a caracterizar
el “exilio metafórico” consta de cuatro premisas, constituidas por metáforas, y una
conclusión: 1. todo hablante tiene por patria la lengua; 2. el escritor tiene por patria
la lengua; 3. la relación del escritor con esa patria-lengua es peculiar, pues tiene una
conciencia de la lengua que ningún otro hablante tiene (se trataría de una relación
única); 4. el uso que un escritor hace de esa lengua, con la que tiene una relación
privilegiada, es por definición transgresor, ya no solo con motivo de la relación pri-
vilegiada/consciente con esa lengua, sino en virtud de la posición marginal que la
condición de escritor le otorga en la sociedad. Esa marginalidad es transgresora de
la norma social por definición.
A partir de estas premisas, De Diego/Martini concluyen que el escritor tiene dos
patrias. La primera es la patria colectiva y geográfica, aquella en la cual el escritor es
un ciudadano como otros; se trata de la patria de la lengua compartida, la de la cultura
particular en que se socializa y se constituye como escritor. La segunda patria es una
patria interior. Solo la clase de los escritores la “habitan”. Es la “patria del lenguaje”. La
exposición adquiere cierta complejidad a la hora de explicar la relación entre “patria
interior” y “exilio literal”. Es entonces cuando el exilio, como categoría analítica, se
convierte en metáfora. Si la literatura es por definición transgresora, la escritura litera-
ria y, por extensión, su agente viven un autoexilio permanente: “el escritor es siempre
un exiliado”, tal como sostiene Martini en la cita consignada en epígrafe.
La postulación de una duplicidad del exilio entre los escritores sin duda sirve
argumentalmente para apoyar la tesis de la consustancialidad entre literatura argen-
tina y exilio: la versión metafórica apoya la tesis consustancialista porque la condición
transhistórica o a-histórica del “exiliado literario” no requiere de contextualizaciones
socioculturales o políticas sistemáticas. Si el escritor es un exiliado se exilie o no, la
clase de los productores culturales identificada como escritores será siempre idéntica
Alejandrina Falcón 37

al conjunto de los escritores exiliados. Tal identidad prueba —equivalencia obliga—


la tesis consustancialista y elude la distinción analítica más compleja entre escritores
emigrados previos al golpe de Estado (los “quedados”), exiliados políticos, viajeros
literarios, emigrados económicos o profesionales, distinción necesaria para reconstruir
las redes de contactos y solidaridad laboral, como veremos en el siguiente capítulo. Si
bien la amplitud semántica destinada a subsumir en la categoría “exilio” la heterogé-
nea casuística de desplazamientos geográficos es funcional a la tesis de la consustancia-
lidad, no permite explicar las diferencias cualitativas entre modalidades migratorias.
En síntesis, la articulación de los dos sentidos atribuidos al exilio literario —el
metafórico y el literal— constituye la clave del marco interpretativo que José Luis
De Diego y otros estudiosos del exilio literario harían suyo (Chiani 2001: 2; Boc-
chino 1997: 63-79). Dos son, a mi juicio, los problemas planteados por la perspectiva
que incorpora la visión de los actores al marco explicativo de la situación histórica a
considerar. Por un lado, esa perspectiva se desentiende del presupuesto —que hoy
quizá parezca evidente pero que sin duda constituyó una conquista de las primeras
investigaciones sobre el exilio político de los setenta— según el cual las dinámicas
político-culturales y literarias del exilio varían según los países de acogida (Mira 2004:
87). En segundo lugar, y no menos importante desde la perspectiva de una sociología
histórica de la cultura, restringe el estudio de la producción literaria en el exilio a
escrituras directas en las que la función autor está claramente definida. El universo de
prácticas literarias que en este libro propongo explorar involucra una multiplicidad
de agentes —individuos e instituciones— y modalidades escriturarias que no pueden
ser explicadas ni subsumidas bajo la sola óptica de una literatura nacional compuesta
por escritores potencialmente exiliados que escriben ficción, poesía o ensayo. Los tra-
ductores literarios, los escritores por encargo que firmaban con seudónimo sus novelas
populares de tres pesetas, los escritores inéditos en la Argentina hasta fechas recientes
—como Susana Constante, Clara Obligado o Ana Basualdo—, todos ellos estuvieron
sujetos a lógicas de mercado, es decir, a lógicas de producción literaria heterónomas,
totalmente ajenas a la idea de autonomía literaria que subtiende las metáforas del exi-
lio acuñadas por escritores notorios, tal como veremos más adelante.
Sea como fuere, ninguno de los dos enfoques contrapuestos en este capítulo con-
templó la posibilidad de interpretar la condición metafórica como una representación
sectorial de experiencias sociales concretas, es decir, como una figuración abstracta
de condiciones materiales de existencia y de producción pasibles de ser rastreadas en
los discursos y reconstruidas a partir del análisis de prácticas literarias desplegadas en
coordenadas precisas. Ya sea que se hable ecuménicamente de “formas de exilio” o
que se piense el exilio desde esquemas binarios —literal/metafórico; nacional/cosmo-
polita; político/despolitizado; heterónomo/autónomo—, ninguno de estos enfoques
se ha detenido a analizar el contenido material de esas metáforas del exilio: ¿qué nos
38 Representaciones del exilio

dicen esas representaciones metafóricas del exilio del “exilio literal”, de la emigración
concretamente vivida, de las prácticas colectivas desarrolladas en dinámicas político-
culturales específicas?

2. Los debates sobre el exilio literario en la Argentina


Si consideramos las metáforas del exilio como figuraciones sectoriales, y aun pro-
fesionales, con intenciones universalizantes y carácter deíctico, estas no pueden ser
comprendidas y explicadas sin remitir a los discursos que las ponen a circular en con-
diciones precisas de enunciación. El propósito de los siguientes apartados es, enton-
ces, demostrar que el “exilio metafórico” no constituye simplemente una subcategoría
dentro de las “formas de exilio”, sino que integra una tradición discursiva particular a
la que no se acogen por igual todos los escritores e intelectuales.1 Veremos que, en la
discursividad exiliar argentina, la metáfora del exilio emerge como contra-argumento
de choque en la polémica sobre “los escritores de adentro y de afuera”, acontecida
durante y después de la dictadura, en los años ochenta; su uso se cimentaría en los
noventa, tal como sostiene Jensen, y su frecuencia disminuiría sensiblemente con el
giro material de los estudios literarios y la emergencia de los estudios sobre edición y
traducción, que despertaron el interés por las actividades profesionales de los exilia-
dos, en particular por sus actividades editoriales y de traducción.

2.1. La metáfora como argumento


Para el caso argentino, la metáfora “el escritor es siempre un exiliado” —y sus
variantes más o menos célebres— tuvo una función persuasiva y pragmática en el
marco de los debates públicos sobre exilio y literatura. En tanto fragmento de una
argumentación más extensa, la metáfora fue discutida, objetada, apelada en los deba-
tes librados entre escritores e intelectuales durante la dictadura y la transición demo-
crática argentina. Existieron contra-argumentos o anti-metáforas del exilio entre los
escritores. Por tal motivo, para vislumbrar su carácter contencioso es preciso insertar
las representaciones metafóricas en una perspectiva diacrónica que permita enmarcar-
las en los debates públicos sobre el exilio argentino.

1
En el capítulo “Exilio intelectual: expatriados y marginales” de su libro Representaciones
del intelectual, Edward Said da cuenta clara de la imagen del intelectual como exiliado metafó-
rico: “[S]i bien es cierto que el exilio es una condición real, desde el punto de vista que a mí me
interesa ahora es también una condición metafórica. Con ello quiero expresar que mi diagnós-
tico del intelectual se deriva de la historia social y política de desplazamientos y emigraciones
[…] pero no se limita a ella” (1996: 63).
Alejandrina Falcón 39

Para rastrear las metáforas en torno a las cuales se estructuraron algunos argumen-
tos y muchas discusiones, es preciso volver a recorrer las polémicas sobre el exilio lite-
rario. Mi propuesta es analizarlas en el marco de una iniciativa editorial del exilio en
México: el dossier “Argentina desde adentro y desde afuera” publicado en 1981 por la
revista Controversia (Gago 2012). Si bien no se trata de una revista del exilio argentino
en España, la elección de este soporte como marco de lectura obedece a dos motivos
precisos. En primer lugar, Controversia fue la revista argentina del exilio que mejor
reflejó la discursividad exiliar pues publicó más o menos todas las polémicas intelec-
tuales en torno al tema, en el marco del diálogo sostenido con los intelectuales no exi-
liados.2 En segundo lugar, porque, con este dossier, los editores de la revista reunieron
en un mismo soporte y marco de lectura los textos de la “Polémica Heker/Cortázar”,
una entrevista a David Viñas, un poema de Antonio Marimón y el muy discutido
artículo del periodista y director del suplemento cultural del diario La Opinión, Luis
Gregorich: “La literatura dividida”. Por consiguiente, el dossier de 1981 constituye
una plataforma adecuada para observar, en sincronía y diacronía, el panorama de los
debates, es decir, permite ampliar el marco interpretativo de los argumentos pun-
tualmente esgrimidos al poner en diálogo, por contigüidad espacial, las opiniones de
Heker y Cortázar con las declaraciones de Viñas o Gregorich y el poema de Marimón.
El primer elemento a destacar es que el dossier pone en escena, de entrada, dos de
las macrometáforas más productivas y discutidas del período. Una de ellas condensa
imágenes positivas en las que el exilio puede ser pensado como un valor para intelec-
tuales y escritores; la otra participa del imaginario de la “devastación cultural” de la
Argentina bajo la dictadura. La primera habla del exilio como lugar de traducción;
la segunda, de la dictadura como lugar del silencio. La primera anuncia la imagen
pletórica del escritor “exiliado en la lengua”, que se reconoce “apátrida consecuente”
(Cohen 1986), condenado a la multiplicidad y a la universalidad, pese a la pérdida. La
segunda es figura del páramo expresivo, del “genocidio cultural”, y proyecta la imagen
de una Argentina silenciada, monolingüe, provinciana y nacionalista: “El silencio —
dirá Viñas— es la metáfora de Argentina” (Colominas 1981: 38). Ambas metáforas
ponen en juego imágenes en que la toma de la palabra —su apropiación o expropia-
ción— constituye el eje de la relación exilio-país. Si bien el dossier de Controversia
presenta artículos polémicos, la primera metáfora del “exilio como traducción” surge

2
Sueltos o en las secciones fijas “El exilio y el retorno” y “Polémicas”, Controversia publicó
entre 1980 y 1981 escritos sobre el exilio de Héctor Schmucler, León Rozitchner y Carlos
Ulanovsky (nº 4); el controvertido artículo “El privilegio del exilio” de Rodolfo Terragno (nº 4)
y las sucesivas réplicas de Bayer y Terragno (nº 7 y 11); ensayos de Carlos de Sá Rêgo y Rodolfo
Saltalamacchia (nº 5), Mario Molina y Vedia (nº 7), Cortázar, Heker, Marimón, Gregorich y
Colominas (nº 11).
40 Representaciones del exilio

de una voluntad conciliadora de sus editores. La voluntad de conciliación y diálogo


fue reforzada por la inserción en gran formato del poema de Antonio Marimón titu-
lado “Los amigos”. Al sugerir que un lazo amistoso subtiende la “suave guerra de
posiciones”, el poema de Marimón viene a suturar las perspectivas encontradas, la
“brecha”, que el dossier difunde (Marimón 1981: 35).
La primera metáfora sobre el exilio como traducción surge en la presentación del
dossier –sin firma pero a cargo de los editores– titulada “Entre Cortázar, Heker, Viñas
y Gregorich”. En ella se hace expresa tanto la voluntad de conciliar cuanto la “necesi-
dad de aproximar vivencias, relacionar experiencias, ir reencontrándonos, superar la
brecha entre aquí y allá” (Controversia 1981: 33). Los desacuerdos, dicen los edito-
res, son innegables; pero esos desencuentros ideológicos tienen una explicación; y esa
explicación es expresada por medio de la metáfora de la traducción:

Nos interesa [el debate sobre el exilio] por creer que muchas de las definiciones
políticas e ideológicas tan abundantes hoy entre nosotros son sobre todo traduc-
ciones de la relación personal, existencial que tenemos con la tierra lejana. Y tal vez
sea ese texto subyacente, íntimo, que busca consciente o inconscientemente un
mayor enlace o una mayor distancia con lo argentino, el discurso político más
decisivo y el menos incorporado a cada una de nuestras discusiones (Controversia
1981: 33. El subrayado es nuestro).

La breve presentación sostenía que, para la “generación escindida”, el debate lite-


rario sobre “los de adentro y los de afuera” tenía un interés ideológico tan relevante
como las adscripciones políticas, las reflexiones sobre el pasado reciente, las revisiones
históricas y las discusiones sobre el futuro del país, pues la discusión entre escritores
también ponía de manifiesto disidencias entre exiliados en general. Y las disidencias
procedían de las diferentes traducciones personales del exilio, del subtexto de la íntima
relación que cada exiliado tenía con la “tierra lejana”.
Por cierto, esta primera macrometáfora del “exilio como traducción” solo se refería
al conflicto de interpretaciones sobre el significado de la experiencia del exilio entre
emigrados.3 En cambio, la segunda imagen, aquella que acuñaba Viñas al sostener que
“el silencio es la metáfora de la Argentina”, se refería a “un problema de más vastos
y profundos alcances: la diferente y contradictoria relación con el país por parte de
los que viven en el mismo y los que viven en el exterior” (Controversia 1981: 33). El
“problema más vasto” al que aludían los editores es aquel que define los términos de

3
Otras polémicas en torno al exilio reflejan el conflicto de interpretaciones sobre su sentido
y valor, por ejemplo, el intercambio publicado en Controversia entre Osvaldo Bayer y Rodolfo
Terragno sobre el “exilio privilegio” o “exilio dorado” (Franco 2008c).
Alejandrina Falcón 41

la discusión entre Liliana Heker y Julio Cortázar. No voy a glosar su contenido —ya
reseñado por otros— sino hacer una lectura transversal de esos textos a fin de recoger
los argumentos más significativos. Si bien el cruce de opiniones entre Heker y Cor-
tázar se desarrolló en las páginas de la revista cultural El ornitorrinco (Buenos Aires
1976-1985), fundada por Abelardo Castillo y Heker, el puntapié del debate lo dio un
texto de Cortázar titulado “América Latina: exilio y literatura”. En su origen, se trató
de una ponencia presentada ante un público de intelectuales latinoamericanos y fran-
ceses durante el coloquio Littérature latino-américaine d’aujourd’hui, realizado del 29
de junio al 9 de julio de 1978 en el Centro Internacional de Cerisy-la-Salle, Francia.
Una interpretación benévola del ensayo de Cortázar sin duda requería reponer las
condiciones de enunciación que imponía el coloquio: el objetivo de su alocución era
invertir la noción de exilio como disvalor. Dejar que predominara entre los exiliados
políticos la visión negativa del exilio —según Cortázar, de cuño romántico— equi-
valía a sumirse colectivamente en el sentimiento de pérdida, desasosiego y derrota.
Su propuesta era promover el abandono de esa posición “típicamente” melancólica.
Había que ponerse manos a la obra para hacer del exilio un lugar de trabajo y de
transformación: el lugar del obrar productivo.
Dirigida al colectivo de exiliados, la prédica se presentaba como un mensaje de
consuelo y optimismo: “actuar sobre los exiliados que podrían estar atravesando
momentos depresivos” (Cortázar 1980: 135); aspiraba a tener un alcance masivo y
apuntaba a un interlocutor empático: “Quisiera que lo dicho aquí se difunda masi-
vamente entre los exiliados; pero no solo entre los latinoamericanos sino también
entre los otros, puesto que el exilio ya es un drama planetario” (1980: 135). Dirigida
al restringido mundo de los escritores, la exhortación proponía hacer del exilio una
“beca full-time”4 para escribir y aprovechar aquello que, a juicio de Cortázar, “todo
escritor honesto” debía admitir: el desarraigo favorece la escritura en virtud de la revi-
sión y recuperación de sí mismo que promueve, una suerte de “auto-análisis” a través
de la distancia —en la soledad de ese “cuarto de hotel metafórico”— (1980: 126). Es
entonces cuando Cortázar establece el vínculo entre el exilio “compulsivo” y el “mara-
villoso viaje cultural” (1981: 34). Sin embargo, el desliz que le costaría las críticas
posteriores se produce en el momento en que dictamina que el exilio es el único lugar
legítimo de producción literaria para los escritores latinoamericanos procedentes de

4
En “El exilio mexicano de Aníbal Ponce”, publicado en el nº 1 de Controversia, Oscar
Terán utilizaba la figura del “exilio beca” para describir el alejamiento del Perú impuesto en
1919 por el gobierno de Leguía a Mariátegui. Por cierto, a diferencia de Cortázar, Terán no
universalizaba esta figura: “Cuando se haga la taxonomía del destierro latinoamericano, se des-
cubrirá que no posee una forma cristalizada y única, sino que se organiza según figuras arbores-
centes sujetas a determinaciones novedosas” (Terán 1979: 28).
42 Representaciones del exilio

países sometidos a dictaduras, pues “las dictaduras latinoamericanas no tienen escrito-


res sino escribas” (1981: 34). El exilio se convierte así en el lugar del obrar productivo
y en el único territorio posible para la creación literaria; lo demás, decía Cortázar, no
era sino dictado y vasallaje. No es difícil imaginar que leída por fuera de aquel peculiar
escenario francés, sin el pathos que le imprime esa intención pedagógico-terapéutica,
por fuera de los supuestos compartidos y las cotidianas vivencias con los exiliados
ahí presentes, desgajada de las intervenciones posteriores, por cierto, más matizadas
—como la de Noé Jitrik—, la ponencia de Cortázar en el coloquio de Cerisy-la-Salle
podía resultar ofensiva para aquellos escritores no exiliados que de pronto se vieron
convertidos en escribas de dictadores.
Liliana Heker le responde en las páginas del Ornitorrinco. Su cuestionamiento
apuntaba primeramente a la estrategia discursiva generalizadora, al tono hiperbólico,
a la abusiva retórica de Cortázar: los “recursos lírico-demagógicos”, la exageración, el
patetismo y el dramatismo (1981: 35). Destinados a propiciar la empatía y la solida-
ridad internacional, tales recursos eran correlato o instrumentos de un movimiento
textual de abstracción y generalización, que Heker interpretaba como negligencia y
maniqueísmo: al barrer de un plumazo todo atisbo de resistencia cultural en el país,
todo signo de oposición a la dictadura, Cortázar no hacía sino transmitir una visión
superficial de la realidad argentina. La segunda clave de la discusión es el cuestiona-
miento a la eficacia de las acciones de denuncia internacional de la dictadura que
numerosos escritores llevaban a cabo desde el exterior. Según Heker, menguaba la
eficacia de esas acciones la ausencia de un público nacional, pues ese debía ser el
destinatario natural de toda denuncia. Y, por añadidura, decía Heker, los portavoces
literarios habían roto su relación con la lengua nacional, la lengua que el “público
quiere leer” (1981: 35).
En este punto, el texto de Heker entra en diálogo con los argumentos del ensayo
de Luis Gregorich, “La literatura dividida”, originalmente publicado en el diario
Clarín en 1981. Según Gregorich, los escritores que se quedaron en la Argentina
corrían con la ventaja de no haber perdido el “contacto inmediato con su lengua
y su gente”; los escritores exiliados, en cambio, estaban “separados de las fuentes
de su arte” (1981: 39). No menos dramático y retórico que Cortázar, Gregorich
machacaba: “¿Qué harán, cómo escribirán los que no escuchan las voces de su pue-
blo? […]. Los lectores, aunque más tímidamente que en el pasado, leen a quienes
les hablan en su propio idioma” (1981: 39). El pronóstico de una desnacionali-
zación literaria del escritor exiliado será el desencadenante de la metáfora como
contra-argumento: la figura del exiliado ontológico —“el escritor es siempre un exi-
liado”— y la del “exilio en la lengua” constituyen argumentos de choque contra las
acusaciones de Luis Gregorich, como veremos al analizar el ensayo presentado por
Alejandrina Falcón 43

Juan Martini en el célebre Coloquio de intelectuales argentinos de 1984 organizado


en la Universidad de Maryland por Saúl Sosnowski.
Hay una tercera clave de lectura para la discusión Heker/Cortázar. Se trata de la
crítica de Heker a lo que podría calificarse de apropiación terminológica: la condición
de exiliado político que algunos emigrados, como Cortázar, se arrogaban a su juicio
ilegítimamente. Heker de algún modo denuncia que el escritor no es siempre un exi-
liado. Con este cuestionamiento, la autora introduce la dimensión problemática que
el uso “poético” entraña:

¿Exilio? Es válido suponer que al referirse a sus primeros 25 años en Europa, Cor-
tázar está utilizando el “término” exilio en sentido poético. […] Tal vez Cortázar
quiso decir que, de un exilado en sentido poético, se convirtió “en los últimos
años” en un exilado en sentido político. Pero no lo dice. Hago hincapié en esto.
Porque varios de los malentendidos del artículo se sustentan en el sentido ambi-
valente que se le da al término “exilado” (1981: 35).

En síntesis, Heker pone de manifiesto el carácter retórico-argumentativo, por


tanto discutido y discutible, del uso de la figura del exilio metafórico: “una necesi-
dad a ultranza de hacer causa común con los exilados […] valiéndose de recursos
más pasionales que científicos” puesto que “literariamente el recurso no es más cri-
ticable que cualquier otro: un hombre puede sentirse un exilado mientras camina
entre una multitud por la calle Florida” (Heker 1981: 35). Es decir, en “sentido
poético”, como metáfora, el exilio puede representar infinidad de situaciones sin
vínculo alguno con las prácticas represivas operadas por las dictaduras de América
Latina, sin vínculo alguno con la intervención política del escritor exiliado, sin rela-
ción siquiera con la práctica literaria. En este sentido, del análisis semántico reali-
zado por Heker se deducen dos figuras históricas del “escritor exiliado”, concentradas
en la figura de Cortázar: la del escritor que asume la representación del colectivo
de exiliados políticos y la del escritor emigrado —el exiliado poético— por moti-
vos profesionales, literarios o personales con antelación o paralelamente a la exis-
tencia de contingentes exiliados por motivos políticos. Si la función representativa
de Cortázar es más o menos clara, ¿qué será esa otra figura, la del exiliado “poé-
tico”, que se funde o confunde con aquella función de representación colectiva?
En el capítulo “Los exiliados boomistas” del libro El exilio es el nuestro, Carlos Bro-
cato señaló esta función argumentativa de la metáfora pero la vinculó con la llamada
“jerarquía del sufrimiento”:

Los que se habían quedado en el país sufrían la dictadura; los que se habían ido
decidieron que sufrían más que ellos. ¿Cómo simbolizar ese “más”? La metáfora
44 Representaciones del exilio

es el procedimiento constitutivo del pensamiento mágico. Entonces metafori-


zaron su situación para que fuese más severa, más dura que la de aquellos que
andaban por las calles de la Argentina (1986: 104).

Brocato plantea además la necesidad de historizar el uso del término “exiliado” que
la generación de los escritores del Boom hizo propia: “Los escritores de la nueva narra-
tiva latinoamericana que empezaron a residir en Europa a partir de fines de la década del
50 fueron configurando un exilio equívoco” (1986: 117). No voy a desarrollar aquí esta
figura del “exiliado boomista”, pero sí diré que su análisis es fundamental a la hora de
reconstruir en diacronía el uso del término “exilio”, y vincularlo con las cambiantes con-
diciones de profesionalización de los escritores latinoamericanos emigrados en España
antes o después de la llegada masiva de contingentes exiliados en los setenta.
En síntesis, al postular una “mitificación del exilio”, Heker, Gregorich y Bro-
cato coinciden en cuestionar la visión del país en que se funda esa construcción. La
postulada “mitificación”, según los denunciantes, requería de la macrometáfora del
“genocidio cultural”, ya mencionada. Fundada a su vez en la macrometáfora del silen-
cio, contrapartida del exilio como lugar de denuncia, como espacio discursivamente
“lleno”, la grandilocuente figura del “genocidio cultural” anulaba todo rastro de aque-
llo que Brocato denominó “resistencia molecular” y que también recibió el nombre
de “cultura de las catacumbas”, “resistencia cultural” o, en términos de Beatriz Sarlo,
formas de la “disidencia intelectual” que fueron como “la gimnasia del preso que lo
prepara para huir de la cárcel o para conservarse allí más o menos entero” (Chacón/
Fondebrider 1998: 27). Por cierto, también borraba la realidad de los vínculos inte-
lectuales, literarios o comerciales existente entre las distintas sedes de exilio y el país,
como por ejemplo prueba el intercambio sostenido entre los editores de Controversia
y la revista Punto de Vista.
Tales atisbos de discusión sobre el sentido y la función de los usos y apropiaciones
literarias del exilio, permiten concluir que 1) la figura del escritor exiliado fue recibida
como una representación compleja que contenía en una misma figuración situaciones
exiliares percibidas como diversas por los actores del período; tales representaciones
no fueron ni compartidas ni consensuadas ni aceptadas de manera unánime por el
conjunto de los escritores argentinos; y 2) que el desglose semántico operado por los
críticos de la postulada “mitificación” del exilio señala la existencia de una suerte de
apropiación terminológica, percibida como tal en su contexto de uso y aparición. De
ahí que el marco interpretativo de la situación histórica a considerar requiera profun-
dizar el análisis de estas percepciones pues también ellas constituyen representaciones
sociales de la figura del escritor exiliado, visibles en la discursividad social del período,
formantes de la discursividad exiliar; y sin duda alguna, componentes necesarios para
devolver todo su espesor histórico a los procesos de metaforización.
Alejandrina Falcón 45

2.2. Dos tradiciones discursivas


El precedente análisis de la discursividad exiliar procuró poner en evidencia el
carácter discutible-discutido de la atribución metafórica de la categoría “exiliado”
entre escritores argentinos migrantes. Es decir, intenté mostrar que no se trata de una
categoría que permita describir y explicar la situación de todos los escritores argenti-
nos desplazados. No me propuse hacer una valoración, sino sencillamente señalar que
no estamos ante dos formas de exilio sino, fundamentalmente, ante dos tradiciones
discursivas sobre la relación entre exilio y literatura, tradiciones discursivas que entra-
ñan posiciones estético-ideológicas positivamente asumidas y que apuntan a construir
posiciones literarias diferenciadas.
Veamos cuál es esta doble tradición. Como señalamos, la revista Controversia pro-
porciona múltiples claves de lectura sobre la discusión pública en torno al exilio. De
ahí que ambas tradiciones discursivas hayan quedado registradas como tales en sus
páginas. Por un lado, existe una línea discursiva representada por los textos de Héctor
Schmucler (1980: 4-5), Osvaldo Bayer (1980; 1981) —por mencionar dos nombres
que típicamente figuran en las listas de escritores exiliados— o Rodolfo Saltalamac-
chia (1980). Por otro, existe lo que podríamos llamar la “tradición Savater-Ciorán”,
en la que de un modo u otro se inscriben todos los discursos sobre el exilio argentino
que sustentan la consustancialidad transhistórica de literatura y exilio.
En cuanto a la primera tradición discursiva, su planteo general no es metafó-
rico. Y presenta dos características que centran el exilio en una dimensión político-
colectiva, geográfica y temporal concreta. Por un lado, esa línea discursiva define al
exiliado como emigrado político: “Entiendo por exiliados a aquellos que, por una
u otra razón política, salieron del país porque les resultaba insoportable continuar
en él. No incluyo, por tanto a esa corriente permanente de emigración que padece
la Argentina desde hace años y que no responde a causas directamente políticas”
(Schmucler 1980). Por otro, señala el problema ético de la representación del colec-
tivo exiliado: ¿cómo y quién daría voz a esta experiencia colectiva? Saltalamacchia
plantea el problema de la representación del exiliado anónimo, es decir, de aquellos
que carecían de la legitimidad simbólica necesaria para hacer oír su voz en el espacio
público y que, por tanto, no tendrían acceso a la tribuna como sí lo harían escritores
e intelectuales. Saltalamacchia no se refiere, por cierto, a una representación estelar,
destinada a dar visibilidad a las denuncias por los derechos humanos desde el exilio,
como hacía Cortázar, sino a la pregunta por la autoría del relato del exilio que pri-
maría y quedaría en la memoria histórica del período de la dictadura. Propone un
memorial colectivo del exilio:

[L]a mayor parte de los militantes no son escritores y no siempre podrán, o


se animarán, a narrarnos su experiencia en la revista. ¿Qué hacer frente a todo
46 Representaciones del exilio

esto? Quizá pueda alentarnos el saber que los militantes brasileños enfrentaron la
misma tarea y tuvieron éxito. Parte de ese esfuerzo se plasmó en un libro titulado
Memorias del exilio. Dicho libro nos puede servir de guía metodológica (Saltala-
macchia 1980: 3).

En cuanto a la segunda tradición discursiva, la del “exilio metafórico”, es aque-


lla que ante todo se desentiende de la embajada de representación de un colectivo
nacional. No asume sino la representación del gremio universal de los escritores e
intelectuales en sentido amplio. Se trata de la tradición que Savater atribuye a Cio-
rán en “El hijo pródigo. Entrevista a Fernando Savater”. Publicada por Controversia
en el nº 7 de 1980 junto con un texto de Osvaldo Bayer, será introducida por una
breve nota de los editores destinada a destacar el carácter polémico, cuestionable o
pasible de discusión, de las posiciones de Savater y Bayer: “Las ópticas de ambos
colaboradores difieren radicalmente y el interés que merecen no implica de nin-
gún modo la identificación de la revista con lo afirmado” (Controversia 1980: 6).
La entrevista a Savater permite poner el foco en el problema medular del “exilio
metafórico” o “existencial” desde la perspectiva de la postulada “despolitización”
del exilio en esta clase de discursos: la asunción de la voz de los exiliados o la
representación del exilio colectivo que esas figuras optaron por asumir, o no, en sus
intervenciones públicas. La vertiente Savater-Ciorán se funda en la desvinculación
del escritor de su colectivo nacional de origen, cuya voz colectiva no asume. La
justificación es el destino apátrida de los literatos o la pertenencia a la patria de los
escritores, la internacional de los intelectuales. Así lo expresa Savater:

Precisamente una de las teorías que me parecen más interesantes sobre el exilio
es la que sostiene Ciorán. […] Ciorán se niega a unirse a los exiliados rumanos y
se considera instalado en su ser apátrida. En no tener más patria que el lenguaje,
que tampoco es suyo pues coge un lenguaje, el francés, que no es el suyo, para
poder instalarse con plenitud en el desarraigo (1980: 6).

En consecuencia, la hipótesis de una consustancialidad entre literatura y exi-


lio es válida siempre y cuando se reformule para una sola tradición discursiva. Es
decir, la división entre exilio geográfico y exilio metafórico es válida para aquellos
escritores que refrendan las teorías “que sostiene Ciorán”. Estas teorías constituyen
una declaración de autonomía literaria y una defensa del carácter transnacional o
mundial de la institución literaria en detrimento de toda función social de repre-
sentación política del literato respecto de sus colectivos nacionales de origen. Las
metáforas del exilio estructuran, en esta tradición discursiva, la construcción de un
relato auto-referencial en el cual los escritores se presentan e imaginan a sí mismos
Alejandrina Falcón 47

como inscriptos en una historia de exilios “voluntarios” independiente de los avata-


res de la historia política y social, una tradición de extraterritorialidad5 compartida
con pares conspicuos como Dante, Joyce o Beckett, por citar aquellos nombres que
saturan los testimonios. La división analítica entre exilio literal y exilio metafórico
podría revisarse en favor de la constatación, en la perspectiva de los actores, de
cuando menos dos tradiciones discursivas: una que limita el exilio a los tiempos
de la política nacional, y por tanto lo concibe como una emigración motivada por
los efectos de la dictadura sobre la ciudadanía —como expulsión de la ciudada-
nía—; otra que se acoge a la tradición discursiva metafórica sobre el modelo del
exilio literario-voluntario-ontológico de escritores desnacionalizados o transnacio-
nales, y de ese modo procura operar en mayor o menor medida una separación del
polo nacional del campo literario nacional de origen (Casanova 2002: 7-20) en
nombre de la autonomía de la institución literaria.
Hasta aquí nuestro propósito ha sido sentar las bases para el estudio en contexto
del sintagma “exilio y literatura”. Mostramos que la división analítica entre exilio
metafórico y exilio literal constituía menos un marco explicativo que un indicio de
la existencia de una tradición discursiva particular que postula el valor de la “mirada
exterior” en la creación literaria, como reivindicación de la autonomía relativa de la
literatura como institución. Señalamos que esa división analítica no genera de por
sí información sobre el exilio de escritores en contextos socioculturales precisos. Y
postulamos que esa información es necesaria a la hora de generar datos sobre el fun-
cionamiento del campo literario fracturado durante la dictadura por dos motivos:
la reconstrucción de las condiciones de producción literaria permite establecer los
niveles de concreción material de la autonomía añorada en cada contexto exiliar y,
por tanto, restituir el horizonte contingente de las representaciones metafóricas.

3. Bajo el signo de la traducción: horizonte material de las metáforas


En este apartado final vamos a sentar las bases de la tesis que este libro sostiene,
a saber que las metáforas del exilio, en tanto representaciones sociales situadas en un

5
Los libros Extraterritorial de George Steiner (1972) y Minima Moralia de Theodor W.
Adorno (1951) constituyen obras de mención obligada en esta tradición discursiva: “Pero el des-
tierro no es necesariamente un obstáculo. Hay un libro de George Steiner, Extraterritorialidad
(sic), que sostiene que el carácter de la literatura del siglo XX es el exilio. Hay exilios compul-
sivos, como los escritores alemanes que tuvieron que huir del nazismo, o los españoles tras la
guerra civil, o el caso de Nabokov, que se tuvo que ir de Rusia a escribir en francés y después en
inglés” (Matamoro 1985: 98). Y sigue la lista de escritores célebres emigrados: Conrad, Joyce,
Beckett, Ionesco, entre otros.
48 Representaciones del exilio

horizonte de producción concreto, pueden leerse como efectos o rastros discursivos


de prácticas de escritura y reescritura desarrolladas por escritores, traductores y otros
agentes del campo cultural en el marco de su exilio o emigración en España, o más
específicamente en el marco de su inserción en el medio editorial español entre los
años 1974 y 1983. A tal fin vamos a analizar los usos metafóricos del exilio en los
ensayos de dos escritores radicados en Barcelona que se desempeñaron como traba-
jadores editoriales, en funciones de importadores literarios: Juan Martini, director
de una colección de literatura extranjera, y Marcelo Cohen, traductor literario.

3.1. Juan Martini en la “módica Babel”


Como señalamos en el comienzo de este capítulo, el esquema interpretativo pro-
puesto por José Luis De Diego, y asumido por otros estudiosos e investigadores, se
fundaba en las reflexiones que Martini plasmaba en “Naturaleza del exilio”, un ensayo
publicado en 1993 en Cuadernos Hispanoamericanos y en Primer Plano, el suplemento
de cultura de Página/12 dirigido por Tomás Eloy Martínez. Allí Martini decía:

Quien escribe renuncia al orden establecido, infringe leyes, rompe pactos, queda
fuera de la comunidad y en las fronteras de la lengua común. El escritor es, lisa y
llanamente, un traidor. […] Es, cuando toca, en un segundo exilio, el exilio lla-
mado geográfico, donde la formulación poética acerca de la escritura como única
patria o como patria real del escritor alcanza una consistencia concreta, material,
donde se disuelve la metáfora y se corporiza la certeza (1993b).

Si bien estas reflexiones puntuales pueden ser metonímicamente elevadas a marco


interpretativo, el ensayo “Naturaleza del exilio” integra un conjunto más vasto de
ensayos dedicados a su experiencia política y sobre todo profesional en Barcelona.
Periodizar los temas y problemas elaborados en esas intervenciones sucesivas tiene,
por tanto, interés explicativo: la ausencia, evolución y progresiva desaparición de las
metáforas en la ensayística de Juan Martini sobre el exilio confirma la cronología
propuesta por los historiadores, según la cual el tiempo fuerte de debate político sobre
el tema se sitúa en los primeros ochenta y el proceso de despolitización —vaciado de
la dimensión colectiva, represiva y traumática, estelarización de exiliados notables,
reducción a figuras de escritores y artistas, metaforización, confinamiento de la temá-
tica a los suplementos de cultura— se produce conforme avanza la década del ochenta
hasta los noventa. Me interesa mostrar cómo se manifiesta este proceso discursivo de
metaforización y ontologización del exilio en un corpus compuesto por cuatro ensa-
yos de Martini: el primero es de 1984; el segundo, de 1988; el tercero, de 1993 y el
último del año 2012.
Alejandrina Falcón 49

El primer ensayo fue leído en 1984 durante el Coloquio de intelectuales argenti-


nos realizado en la Universidad de Maryland y organizado por Saúl Sosnowski. Tam-
bién participaron León Rozitchner, Tomás Eloy Martínez, Noé Jitrik, Tulio Halperín
Donghi, Beatriz Sarlo, José Pablo Feinmann, Liliana Heker, Luis Gregorich, entre
otros. Este coloquio fue clave en la construcción de un debate público sobre el exi-
lio en la incipiente transición democrática argentina. La confrontación de ideas nos
remonta a un momento de la discursividad exiliar en que los intelectuales intervi-
nientes, y entre ellos los críticos literarios y escritores, eran ellos mismos actores del
período que procuraban interpretar, es decir, nos remite a un momento en que el
exilio aún se inscribe como experiencia vital y objeto de discusión a un mismo tiempo
(Sarlo 1988: 103).
Si quisiéramos postular un texto fundacional, generador de discursividad en
torno al vínculo entre exilio reciente y literatura argentina, deberíamos volver sobre
el artículo “La literatura dividida” de Luis Gregorich, que operó como grado cero
de la discusión y fue el puntapié polémico que forzó la puesta en marcha de un
movimiento crítico superador de la inflexión querellante que impregnó la discusión
sobre literatura emigrada. Y ese momento crítico superador de la confrontación
polémica se manifestó de manera notoria en el coloquio de Maryland. Fue enton-
ces cuando se sentaron las bases de dos lecturas que desarticulaban la oposición
maniquea entre “los de adentro y los de afuera”, en torno a la cual giraron los llama-
dos debates intelectuales sobre el exilio. Una de esas lecturas ha sido la explicación
propuesta por Beatriz Sarlo: las acusaciones recíprocas de traición o colaboración
perdían de vista que el exilio debía pensarse como práctica represiva y como una
de las fracturas de la doble fractura impuesta al campo intelectual durante la dic-
tadura.6 Esta lectura se enlazaría con la perspectiva historiográfica actual, según la
cual las expresiones singulares del exilio difícilmente puedan comprenderse aisladas
de explicaciones históricas que contemplen la dimensión social, política y colectiva
del fenómeno. La otra lectura superadora es, desde mi perspectiva, el proceso meta-
forizador en germen en el texto leído por Juan Martini, una línea vocera de cierta
tradición discursiva sobre exilio literario, centrada en exponer los efectos del exilio
en la práctica literaria y en la trayectoria de escritores, para cuya fundamentación
sus enunciadores contaban con una tradición discursiva milenaria sobre la que ins-
cribir los argumentos esgrimidos en los debates locales. Esta segunda lectura fue

6
Conforme a la ya clásica expresión de Beatriz Sarlo: “Hasta 1975, los intelectuales habían
tenido la experiencia de poder hablar más allá de los límites del propio campo”. Expulsados de
la intervención pública a partir de 1976, el campo intelectual quedaba así doblemente fractu-
rado: entre los intelectuales exiliados y los que siguieron en el país; y entre el campo mismo y el
campo popular (1988: 99-100).
50 Representaciones del exilio

recuperada por los estudios literarios que entre finales del siglo xx y principios del
xxi integraron al marco interpretativo las metáforas del exilio ontológico.7
La ponencia leída en Maryland por Juan Martini, “Especificidad, alusiones y saber
de una escritura”, responde a la consigna propuesta por los organizadores: “¿Cómo
se relacionó la literatura argentina con la realidad entre 1973 y 1983?”. En el pri-
mer apartado, Martini expone su concepción del vínculo entre literatura y realidad
(1988a: 125-126). Señala que el grado de referencialidad de la literatura argentina
durante la dictadura, su remisión a la historia reciente, fue variable. No obstante,
observa dos puntos de anclaje de la literatura a esa realidad circundante, que cobran
todo su valor para pensar la literatura del exilio: citando a Cortázar, postula que la len-
gua contribuye a localizar una literatura y a separar zonas culturales; la lengua opera
como puente con la “realidad circundante”; el segundo punto de anclaje es aquel que
vincula la lengua, no ya con un arbitrario repertorio de signos, sino con la tradición,
que en el decir de Borges sería “un modo de sentir la realidad” (1988a: 126). El pro-
ceso por el cual la lengua inscribe la obra literaria en una realidad social determinada,
dice Martini, se afirma o refuerza por ser la lengua elemento constitutivo de una tradi-
ción literaria nacional o regional, por tanto, el puente de la lengua literaria determina
que “ninguna escritura qued[e] a la deriva en medio de un mar irreal” (1988a: 126).
En cuanto al tema del compromiso político del escritor, Martini es contundente:
el debate que, desde los años cincuenta, sitúa el problema literario en la pregunta por
la utilidad de la literatura, y más específicamente por su función social y política, ha
caducado (1988a: 127-128). La escritura sería un acto de libertad: “Solo el ejerci-
cio de esa libertad compromete al escritor con la historia. Solo una escritura capaz
de resistir mandatos extraliterarios dará cuenta cabal del mundo en que fue escrita”
(1988a: 127). La propuesta de Martini era “descomprometer” y “desresponsabilizar”
al escritor, librarlo del mandato de producir obras con significado político explícito:
“Nuestros gestos políticos son, deben ser, los de todo ciudadano situado en una con-
creta realidad” (1988a: 127-128). En la tercera sección, tocante a la relación entre
escritura y exilio, Martini remite directamente al artículo de Luis Gregorich para refu-
tar sus argumentos: “La literatura argentina tiene un solo cuerpo, caótico, polémico,
escindido, enfermo, admirable. Sostener la hipótesis de una escisión, ahora, me parece
vano y disolvente” (1988a: 128). Dos aspectos interesan a Martini en el artículo de

7
A principios de los ochenta, en la revista Punto de Vista, María Teresa Gramuglio reconocía
la existencia de usos metafóricos, pero aseveraba que el exilio literario de los setenta tenía como
“denominador común la violencia generalizada” y no un eventual exilio ontológico, figura que a
sus ojos tenía “implicaciones más ricas” (1981: 13-16), paradigmáticamente expuestas por Juan
José Saer en sus ensayos “La perspectiva exterior: Gombrowicz en la Argentina”, “Caminaba un
poco encorvado” y “Exilio y literatura” (2014).
Alejandrina Falcón 51

Gregorich: la reformulación cualitativa de la problemática del exilio en la literatura


argentina, mediante la cual el periodista alentaba a “medir la importancia del exilio
por la importancia de las obras literarias de los escritores exiliados”; y su pronóstico de
que quienes “escribían fuera del país perderían el sustento de sus escrituras” (1988a:
129). Recordemos la cita de Gregorich:

¿Qué será ahora, qué está siendo ya de los que se fueron? Separados de las fuen-
tes de su arte, cada vez menos protegidos por ideologías omnicomprensivas,
enfrentados a un mundo que ofrece pocas esperanzas heroicas, ¿qué harán, cómo
escribirán los que no escuchan las voces de su pueblo ni respiran sus penas y
alivios? Puede pronosticarse que pasarán de la indignación a la melancolía […].
Sus textos, desprovistos de lectores y de sentido, recorrerán un arco que empezará
elevándose en el orgullo y la certeza y que terminará abatido en la insignificancia
y la duda (1981: 39).

En respuesta a las cuitas nacionalistas de Gregorich, Martini esgrime la tradición


universal de los escritores exiliados. Sarmiento, Joyce, Beckett, todos ellos escribieron
lejos de la voz de sus pueblos:

Escribir fuera del país natal equivale, quizá, a escribir descentrado. […] Puede ser
fértil, para un escritor, perder de vista aquello que cree que le pertenece —una
geografía, una historia o un idioma— porque su escritura pierde también lazos
espontáneos y debe entonces trazar y anudar otros: en este acto, en esta crisis
existe la posibilidad de que se originen escrituras imprevistas (1988a: 129).

En síntesis, en 1984, predominaba la declaración de autonomía literaria, la reivin-


dicación de la irreductible singularidad del hecho literario y de la productividad de la
“crisis de descentramiento”, y la idea fuerte de que la tradición literaria —y no la sola
lengua— anclaba fatalmente la escritura en una realidad nacional. Este entramado de
ideas constituía un contra-argumento destinado a desarticular el planteo populista y
nacionalista según el cual los escritores exiliados corrían el riesgo de desvincularse de
su medio “natural”: la realidad nacional y la “voz del pueblo”. De ese modo, la adhe-
sión a la tradición autónoma de los grandes escritores universales permitía a Martini
refutar la necesidad del anclaje territorial de la producción literaria, y así desbaratar la
“disolvente”, y poco oportuna, oposición entre “los de adentro y los de afuera”.
La “crisis de descentramiento”, denominador común de la “escritura exiliada”,
pasaría al título de la ponencia que Martini leyó en el coloquio realizado del 28 al 31
de octubre de 1987 en Eichstätt, Alemania, cuyas actas fueron compiladas en Lite-
ratura argentina hoy. De la dictadura a la democracia por Karl Kohut y Andrea Pagni,
52 Representaciones del exilio

en 1989. Así, tres años después de Maryland, presenta su ensayo “Exilio y ficción:
una escritura en crisis”, en el que retoma ciertos motivos de 1984 pero reorganiza
el material e introduce nuevos temas. Esos nuevos temas nos sitúan de lleno en una
coyuntura precisa, en condiciones materiales de producción literarias singulares: Bar-
celona en los años 1974 y 1978. La estrategia discursiva de Martini en el coloquio
de Eichstätt ha variado levemente respecto de la de Maryland en 1984. El texto abre
sobre un escenario de escasa autonomía para el escritor profesional, que a su vez apa-
rece dominado por una problemática colectiva: la búsqueda de trabajo en Barcelona,
en España, a mediados de los años setenta:

Barcelona no era ya la amable cuna —ni siquiera la tolerante cama— de los


autores latinoamericanos. Habían quedado atrás sus maternalismos deslumbra-
dos por el paso y los libros de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Car-
los Fuentes, Julio Cortázar y José Donoso, y la hasta entonces progresiva capital
de Cataluña iniciaba su decadencia posfranquista para sumirse en la miopía del
nacionalismo (1989: 141).

La obertura de “Exilio y ficción: una escritura en crisis” articula así tres grandes
temas del exilio en España: la búsqueda de trabajo y la relación con el mercado edi-
torial; la recepción colectiva de los exiliados; y la muy distinta posición relativa de los
escritores argentinos recién llegados a Barcelona, despojados del prestigio y de las bue-
nas colocaciones alcanzadas por los representantes del gerenciado boom de la literatura
latinoamericana (Catelli 2010). Los tres tópicos son complejos y se entreveran, pero la
operación discursiva de Martini en 1987 es de claro anclaje del relato del exilio en un
contexto cultural atravesado por problemáticas históricamente identificables: la crisis
económica española, el nacionalismo catalán, el lugar de los emigrados recientes en
ese panorama. En este ensayo de 1987 aún no se registra el recurso a la metáfora. Por
el contrario, el relato de la búsqueda laboral ocupa gran parte del texto y se menciona
la relación específica de los escritores con esa búsqueda:

De todas maneras, no vivimos mal en Barcelona. Y hubo, desde luego, atenuan-


tes. Los escritores fuimos consiguiendo trabajos relativamente dignos y discreta-
mente remunerados, publicamos nuestros libros, y gozamos de una indulgencia
y de un asilo que —en circunstancias como aquellas— no fue tan penoso como
puede parecer describirlo (1989: 142-143).

La mención del hallazgo de “trabajos dignos” nos introduce, así, en la cuestión


de la profesionalización del escritor y sus oficios secundarios o tareas extraliterarias
realizadas para la industria editorial. Martini, como muchos exiliados vinculados con
Alejandrina Falcón 53

el mundo de las letras, el periodismo o la producción de libros, obtuvo trabajos más


o menos estables, más o menos de ocasión, en editoriales catalanas y madrileñas: fue
redactor de artículos para enciclopedias, hizo informes de lectura, tradujo un libro y
escribió muchísimas novelas de género por encargo, fue editor de colecciones y aun
publicista. Su historia laboral, en este sentido, transitó por caminos similares a los que
tomaron otros tantos exiliados políticos, viajeros culturales y emigrados económicos
radicados en España en aquella época.
Así pues, en la ensayística de Martini, la “crisis de descentramiento”, que dará
origen a la metáfora, no adviene sino después de haberse procurado “el dinero nece-
sario para guarecer[se] en esa ciudad que resultaría tan extraña como familiar” (1989:
141). Ese dinero provenía sustancialmente de tres prácticas íntimamente ligadas con
el problema de la variedad de lengua en el contexto del exilio en Barcelona: la traduc-
ción propiamente dicha, la escritura por encargo y la dirección de una colección de
literatura extranjera en la que predominó la manipulación lingüística de traducciones
de origen argentino o realizadas por argentinos exiliados, como veremos en el capítulo
4. El conjunto de estas prácticas, realizadas para la industria del libro local entre fines
de los setenta y principios de los ochenta, confrontaron a los exiliados argentinos con
el imperativo económico de operar formas de traducción intralingüística, es decir, de
escribir o traducir en una variedad de lengua ajena como parte del proceso de inte-
gración a la sociedad y al mercado de trabajo del país receptor. Sin duda, todo ello
condujo a la aguda reflexión sobre la lengua y su relación con el mercado, significa-
tivamente más desarrollada entre los exiliados radicados en España en virtud de una
coyuntura editorial en la que la industria librera recuperaba momentáneamente su
dominio sobre los mercados de lectura hispanohablantes y a la vez disponía de mano
de obra latinoamericana emigrada para producir libros. De ahí que los ensayos de
Martini mencionen, como tantos otros, el problema de la variedad de lengua como
componente central de la tópica exiliar en España:

Otro tema que me incitaba desde el punto de vista lingüístico: el diálogo —entre
comillas— de dos variantes tan singulares del castellano como son el argentino
y el español, y también el diálogo —entre comillas— con personajes de otras
lenguas. Este amplio cruce de lenguas y de traducciones es para mí uno de los
temas principales de Composición de lugar, en tanto pienso que la identidad es
apenas una lengua (1989: 145).

Como puede observarse, los ensayos de 1984 y 1987 aún no dan cuenta de la
metáfora, sino que por el contrario se concentran en los tópicos recurrentes del exilio
en España: el trabajo, la variedad de lengua, las dificultades de la escritura en un con-
texto de escasa profesionalización.
54 Representaciones del exilio

En 1993 aparece el ensayo “Naturaleza del exilio” en el número de Cuadernos


Hispanoamericanos, compilado por Sylvia Iparraguirre, y en el suplemento de cultura
de Página/12. El enfoque, esta vez, sí ha variado drásticamente. Aforístico y fragmen-
tario, inscripto en la poética adorniana de Minima Moralia —referencia obligada de
la tradición metaforizante—, “Naturaleza del exilio” abre de lleno sobre una figura
auto-consagratoria: “El escritor es siempre un exiliado” es la primera y grandilocuente
frase de este ensayo. Por cierto, Martini retoma, de manera dispersa, como mezclando
las pistas, el hilo del relato de su experiencia catalana, ahora haciendo casi exclusivo
hincapié en el problema de la lengua y la traducción intralingüística:

La lengua es el corazón delator. ¿Qué culpa, qué crimen, en este caso, oculta la
lengua? El crimen que la constituye: es decir, su razón de ser, y su diferencia. […]
El español traducido al español. El castellano traducido al castellano. El lenguaje
de los españoles traducido al lenguaje de los argentinos. […] Vivir en Barcelona
es vivir en una módica Babel donde todas las lenguas son el español. Barcelona es
una ciudad en la cual buena parte de los nativos hablan un español mal traducido
del catalán y donde los llamados charnegos por los nacionalistas catalanes (para
referirse despectivamente a los inmigrantes de otros pueblos de España) hablan
el español de sus pueblos (andaluces y murcianos, por ejemplo) o un español a su
vez mal traducido de sus lenguas maternas (vascos y gallegos, por ejemplo). Entre
todos ellos se filtran y coexisten, además, los usos llamados americanos —ameri-
canismos— del español (1993b).

Más allá de las metáforas sobre el “exilio en la lengua” que el texto va hilvanando,
esta cita contiene la información necesaria para comenzar a desentrañar las claves de
la dinámica cultural y socioprofesional del exilio argentino en España y, más espe-
cíficamente, en Barcelona. Pues el marco interpretativo de la situación histórica a
considerar es, antes que el barniz metafórico universalizante, las restricciones lingüís-
ticas impuestas por la industria editorial, la situación sociolingüística de Cataluña en
el posfranquismo, la omnipresencia de la traducción interlingüística en las prácticas
cotidianas de los españoles bilingües, y la omnipresencia de operaciones de traducción
intralingüística en la vida privada, profesional y artística de los argentinos exiliados
en aquella “módica Babel” en la que el catalán convive con todas las variedades del
castellano y con “traducciones” de otras lenguas co-oficiales e internacionales. Esa
es la “naturaleza del exilio” de los argentinos radicados en Barcelona, y el horizonte
material y cultural de las metáforas que hacen de la lengua el meollo del exilio. Si hubo
“exilio en la lengua” sin duda no fue una experiencia limitada al rubro de los grandes
escritores: traductores, redactores, correctores, periodistas, actores, profesores de espa-
ñol para extranjeros —como graciosamente cuenta Cortázar en Un tal Lucas— y toda
Alejandrina Falcón 55

la gama de los profesionales de la lengua y la escritura se vieron compelidos a producir


en una variedad de lengua ajena.
Otro giro drástico daría la discursividad exiliar en Argentina a mediados de
la década del 2000. El mismo “giro material” que a la par llevaría a estudiosos de la
literatura del exilio a proponer un nuevo marco para el estudio de la figura de los escri-
tores e intelectuales exiliados: los estudios sobre edición desde la perspectiva transna-
cional, descritos en las páginas liminares de este libro. En consonancia con este giro
material, las últimas referencias públicas de Martini al exilio claramente se orientan
a la tematización de la cuestión editorial y al abandono de las figuraciones metafori-
zantes, como prueba la publicación de un brevísimo ensayo titulado “El exilio (1975-
1984)” cuyo copete resume la nueva tendencia de los relatos sobre el exilio: “Un sutil
texto de Juan Martini acerca de los ‘trabajos’ del exilio” (Martini 2012).

3.2. Marcelo Cohen y la figura del traductor exiliado


Este giro de la discursividad exiliar en el presente no solo contribuyó a visibilizar
las tareas editoriales realizadas por numerosos argentinos en España sino que puso en
escena una figura inédita, la del traductor exiliado. La emergencia de esta figura tam-
bién se encuadra en un fenómeno cultural con repercusiones disciplinares: la escalada
de interés, en la agenda cultural y académica globalizada, por la traducción. En ese
marco, entre 2006 y 2015, el escritor y traductor Marcelo Cohen publicó, una y otra
vez, en diversos formatos, con leves variantes, un ensayo autobiográfico cuya temática
ha venido elaborando desde principio de la década ochenta. Alternativamente titulado
“Pequeñas batallas por la propiedad de la lengua” (2006) o “Nuevas batallas por la
propiedad de la lengua” (2008; 2014), se registran cuando menos cinco publicaciones
del mismo texto y al menos dos presentaciones en eventos internacionales. La persis-
tencia en su divulgación constituye un indicador, no solo del valor que le adjudica su
autor, sino de que la discusión propuesta en él halla en el presente un terreno propicio.
El ensayo tiene por tema el exilio o, cuando menos, el exilio constituye el escenario
sobre el cual se recorta la novedosa figura, en cuya voz Cohen hace encarnar el testi-
monio de una experiencia exiliar que se quiere atípica, un relato alternativo al “relato
clásico”. Para ello, propone un doble movimiento: por un lado, desmontar los lugares
comunes de ese relato-tipo cuestionando sus pilares —preservación de la identidad
nacional, resistencia o adaptación cultural, retorno como horizonte—; y, por otro,
generalizar la importancia de una problemática literaria pero íntimamente asociada
con las políticas editoriales globalizadas y sus efectos sobre la producción de escrituras
directas y traducciones literarias: la lengua en el exilio, la lengua de traducción. Así,
la consigna “el meollo del exilio es la lengua” se afianzará como marca del giro discur-
sivo en torno al rehabilitado tema del exilio en los años 2000. Por cierto, no todo es
56 Representaciones del exilio

innovación en este ensayo. El texto también pone en escena una figura bien conocida:
la del literato como exiliado vitalicio. En ese sentido, si el diseño de una figura de
traductor exiliado sitúa el ensayo en una perspectiva novedosa, sin antecedentes en los
abordajes literarios del exilio, el transitado tópico del escritor como exiliado vitalicio
lo inserta en una de las tramas discursivas analizadas en este capítulo.
La figura del traductor exiliado que este ensayo construye registra dos momentos:
el traductor en su exilio catalán es, en un primer momento, portavoz de un colectivo
nacional —el de los argentinos exiliados—, y por ello opera condicionado por un
imaginario nativo en el cual el problema de las variedades de lengua en contacto no
cesa de evocar las históricas querellas en torno al “idioma de los argentinos”. Estas
evocaciones querellantes son interpretadas como síntomas de una crisis de identidad
colectiva producida por la emigración. Esa crisis reedita imaginariamente históricos
debates culturales y literarios, que funcionan como otros tantos símbolos identitarios
e inscriben la tradición cultural propia en el presente exiliar:

Como se ve, yo estaba inmerso en una lucha por la propiedad de la lengua,


y en los dos sentidos de la palabra propiedad. No sólo se trataba de dirimir
a quién pertenecía esa lengua sino quién la usaba mejor. Inevitablemente
estaba repitiendo el rencor de Sarmiento (“los españoles traducen poco, mal
y no saben elegir”) y los sarcasmos de Borges para con el doctor Américo
Castro. La disputa era acre, diaria, avinagrante, más trabajosa que el deber de
cultivar la memoria de un ambiente patrio, y las insignias de un pasado, para
que el relato que dictaba la idea del exilio no se rompiera en simples episodios
sin ilación (2006: 43-44).

Pero, en un segundo momento, el viajero Marcelo Cohen, devenido hombre de


letras y traductor profesional, percibe que el ideologema del exiliado medio, es decir,
la “obsesión” por poner fin al exilio-práctica-dictatorial y preservar la identidad, debe
ser desmontado. A partir de ese momento, el “yo” autobiográfico desdobla su “otro”.
Por un lado, se diferencia y opone a un “otro-exiliado” que habría trocado un ideal
revolucionario por una reivindicación chauvinista, negándose así a la experiencia mul-
tiforme del exilio-libertad, del exilio-don. Y, por otro, se opone al “otro-castellano”,
encarnado en las instituciones normativas y el mercado editorial que impone una
variedad de lengua dominante:

Lo único que sabía era que mi voz pugnaba contra la gravosa atmósfera del
español peninsular. Yo era un extranjero en una lengua madre que no era mi
lengua materna. Desde el punto de vista de la lengua madre, con su larga
prosapia de integrismo, su centralidad imperial y teológica restituida por el
franquismo, su estolidez pulida por la Academia y su agonía en la tecnocracia,
Alejandrina Falcón 57

eran los latinoamericanos los que “decían mal”; los argentinos, en especial,
voseábamos y, como ya dije, rezumábamos unos argentinismos que en la indus-
tria editorial estaban malditos. Editores y correctores nos trataban con afable
socarronería. Los españoles y yo decíamos cosas muy diferentes con casi las
mismas palabras (2006: 43-44; 2008: 4).

En síntesis, el paso de un “nosotros”, es decir, de una representación colectiva


cuyo portavoz es el joven traductor-exiliado, al traductor-autor que constituye una
lengua propia y un proyecto individual, encarna en una crítica a la noción de iden-
tidad y a su correlato lingüístico: la defensa de la variedad rioplatense (2006: 45).
De ahí que Marcelo Cohen resuma el problema del poder y de la ideología en el
control que la sociedad ejerce desde la lengua: “El lenguaje es el instrumento más
eficiente de control de las conductas y la sociedad” (2008: 3). El vaciado político
de las condiciones de emigración se explica aquí: al escritor apátrida-consecuente
le competen menos las políticas de un Estado autoritario que aquellas políticas glo-
balizadas de la lengua pasibles de incidir en su proyecto creador y profesional a un
mismo tiempo. Por tal motivo, puede postular que “el meollo del exilio”, del exilio
literario, claro está, es la lengua; pues conquistarla para un proyecto estético propio
constituye la posibilidad de tomar distancia tanto de los deberes político-colectivos
del exilio-heteronomía, como de aquellos que impone el mercado peninsular, igual-
mente heterónomos.8
Marcelo Cohen no solo reedita con variaciones libertarias un problema de larga
tradición, el del “idioma de los argentinos” (2006: 44-45), sino que presenta un
problema específico de la escritura literaria por encargo: qué hacer con un modelo
de lengua cuya norma está supeditada a criterios mercantiles, es decir, cómo ser
autónomo y publicable en España a un mismo tiempo. Así, el texto va delineando
tres tipos lengua: 1) en el polo nacionalizado, la variedad rioplatense, represen-
tada en la figura del exiliado típico entregado a un nacionalismo lingüístico cuasi
“fascista” (2008:9); 2) en el polo del mercado, la norma española y un español
internacional creado por el estilo de las traducciones fluidas, que a su vez comienza
a producir escrituras directas fácilmente traducibles; 3) en el polo autónomo, la len-
gua experimental del escritor-traductor que renueva los lugares comunes, las pala-
bras de la tribu global, para crear un espacio de reunión más genuino.

8
Sylvia Saítta sostiene que hacia fines de los años ochenta el grupo generacional “Shanghai”,
nucleado en torno a la revista Babel —cuya “propuesta sostiene la autonomía literaria tanto de
la política como del mercado en contraposición a […] la literatura de los setenta”—, ve un
referente en Marcelo Cohen y en otros escritores de la generación anterior “cuya literatura no
formó parte del corpus setentista” (Saítta 2004: 247).
58 Representaciones del exilio

A medida que el relato autobiográfico se acerca al presente de la enunciación, el


“otro” pasa a ser centralmente el mercado editorial —encarnado en el problema del
panhispánico, el planchado de traducciones y la literatura “internacional”—. Libre ya
de las dependencias nacionales, afirmado “el carácter vitalicio del exilio” (2006: 44),
constituido en escritor reconocido y devenido traductor “bidialectal”, como veremos en
el próximo capítulo, su discurso puede revelar el eje real y actual del debate, que, como
ya he señalado, coincide con el momento de la enunciación. Pues este curioso interés
por el exilio del traductor se origina menos en la preocupación memorialista por reeditar
un debate sobre el exilio, o por rescatar el problema de la inserción profesional de los
letrados argentinos desterrados, cuanto en la intención de poner de relieve las actuales
condiciones de producción y circulación de las obras literarias de los escritores periféri-
cos dependientes del meridiano editorial español-transnacional y, en especial, destacar
los problemas literarios ligados a las diferencias lingüísticas que lo confrontan con los
intereses del mercado editorial bajo su forma actual (Cohen 2008: 10).
De ahí que el sintagma exilio y traducción aparezca como una suerte de artefacto
destinado a introducir un problema más actual: por un lado, cómo rejerarquizar o
reconvertir prácticas de subsistencia propias de la profesionalización del escritor —
como la traducción— en prácticas literarias legítimas, pasibles de incrementar el capi-
tal simbólico propio y contribuir al proceso de consagración en curso; y, por otro, qué
hacer con la lengua exigida por el mercado a la hora de construir escrituras directas e
indirectas pasibles de sustraerse a las políticas culturales dominantes, sujetas a la lógica
del capitalismo y sus avatares glotopolíticos. La solución propuesta es la vindicación
de la intraducibilidad de las obras como lugar de resistencia del escritor:

La condición básica de las obras de literatura internacional es que son eminen-


temente traducibles. Creo que como réplica a esta trampa, en su cíclica revuelta
contra los sometimientos y condiciones, hoy el espíritu negativo de los escritores
se empeña en asimilar la literatura independiente, es decir la literatura a secas,
con una resistencia del texto a ser traducido (Cohen 2008: 10).

En cuanto al segundo término del sintagma, es decir, el rescate de la traducción


como lugar de una lucha, como intercambio desigual en que pueden leerse los pro-
cesos de dominación literaria velados por la noción aséptica de “globalización”, todo
ello, en suma, no puede sino remitirnos a un hecho fundamental: en los años de
producción del ensayo de Cohen, estaba en el aire La República Mundial de las Letras,
una obra clave y harto debatida por los críticos y escritores dedicados a reflexionar
sobre la internacionalización de la literatura, la importación literaria, la relación entre
mercado y autonomía literaria, la función de los “hombres traducidos” en dicha auto-
nomía (Casanova 2001: 331-382), entre otros temas de candente actualidad.
Alejandrina Falcón 59

Antes que una reflexión sobre el exilio político, sobre su lugar en la memoria
colectiva, “Pequeñas batallas por la propiedad de la lengua” y sus múltiples versiones
aparecen como un efecto discursivo de una tópica literaria actual. Y, por eso, remite
a una de las problemáticas que hoy en día interpela a la crítica literaria, es decir,
la articulación entre literatura y mercado editorial en el proceso de globalización
económica y cultural. Todo ello permitiría responder, en parte, a la pregunta que
ha guiado el presente análisis, a saber: ¿por qué, a partir de 2006, es decir, veinte
años después de finalizado el último exilio argentino, un escritor-traductor que ha
emigrado sin exiliarse escribe, reelabora y da amplia difusión a una serie de textos en
los que por primera vez articula de manera explícita su “exilio” con la práctica de la
traducción literaria? En este ensayo, Marcelo Cohen recorre un arco problemático
en que lengua nacional, traducción y exilio parecen enlazarse firmemente a la eterna
y misma discusión del exilio literario. Por tales motivos, el uso del tema del exilio en
su argumentación exigía un vaciado previo de todo pathos y una no-alineación con
las representaciones politizadas y agonísticas propias del primer período pos-exiliar,
analizadas en este capítulo. Este ensayo autobiográfico halla un terreno fértil en un
presente en el cual la hegemonía discursiva memorialista —criticada pero explotada
por Cohen— y el auge de la traducción en la agenda cultural vuelven legible la
articulación exilio y traducción, en la que ciertos significantes del pasado traumático
retornan despojados de antiguos conflictos. No obstante ello, el ensayo de Cohen
hunde sus raíces en la experiencia exiliar de los años setenta y ochenta en Barcelona,
e ilumina una escena que sin duda no lo tuvo como único actor: la escena de tra-
ducción en el exilio estuvo poblada de hombres y mujeres que aportaron su fuerza
de trabajo a la industria editorial española y lidiaron de modos muy diversos con la
problemática que el ensayo de Cohen ha dejado claramente delineada. En los capítu-
los siguientes, procuro reconstruir la biografía colectiva de esos traductores del exilio.
II. Los trabajos del exilio

El sudaca fue abandonado una vez asentado (es un modo de decir),


aportó sus brazos a la desocupación y la tristeza reinante e invasora y
agregó su propia derrota a una derrota que no le pertenecía, porque
tampoco le había pertenecido el triunfo. Los sudacas llegamos después
del boom económico, junto con la crisis del petróleo. Es como si
hubiéramos ahuyentado a uno y traído a la otra.
(Carlos Sampayo: Sudor Sudaca, 1990)

Estamos atribuyendo ahora a los argentinos en exilio aquellos rasgos de


laboriosidad, ambición, eficacia y hasta trepismo que se aplicaban en
mi infancia a los catalanes trasladados a la Argentina.
(Esther Tusquets: “Réquiem por una utopía”, 1982)

Cuando los empleados de A.Q. Ediciones y Distribuciones llegaron, el 15 de


marzo de 1977, a la sede de la editorial en la calle de Orense los esperaba una escena
inusual pero no del todo imprevista: las puertas de la redacción estaban cerradas. Unos
días antes Agustín de Quinto, gerente y propietario, había presentado el expediente
de suspensión de pagos. Todo parecía anunciar la quiebra que poco después dejó sin
empleo a decenas de trabajadores. Uno de ellos, Alejandro Víctor Safián, argentino,
de 36 años, radicado en España desde 1976, demandó a la empresa por despido injus-
tificado. El 4 de octubre de 1977 la Magistratura del Trabajo nº 15 de Madrid falló a
su favor: dictaminó la improcedencia del despido y exigió la inmediata readmisión en
su puesto, así como el pago de los sueldos que había dejado de percibir el 31 de marzo
de ese año. Es probable que la sentencia nunca se cumpliera, porque De Quinto y su
empresa desaparecieron del mapa editorial y periodístico dejando muchas deudas y
aún más demandas.
En marzo de 1979, la revista del exilio en Madrid Resumen de Actualidad Argentina
publicó una noticia trágica bajo el titular “El exilio que mata”: se trataba del suicidio
de Alejandro Safián tras “dos años sin hallar empleo”. La muerte del periodista fue
leída en clave política y comunicada en los términos de la campaña de denuncia
contra la violación sistemática de los derechos humanos, que los argentinos llevaron
a cabo en los distintos puntos de la geografía del exilio. Así, el 24 de enero de 1979,
62 Los trabajos del exilio

la Unión de Periodistas Argentinos Residentes en España (UPARE) publicó en el


periódico El País un comunicado en el que proponía una explicación social, política y
económica de la muerte de Safián:

El permiso de trabajo, la residencia y el trabajo estable fueron sus eternos ausen-


tes. Él lo comprendía, entre otras cosas, porque desde que llegó a Madrid todo el
mundo le hablaba del paro, de “la cantidad exorbitante de emigrados surameri-
canos” y de otras cuestiones de menor cuantía (UPARE 1979).

El comunicado de la UPARE apuntaba a transmitir al pueblo español, “activa-


mente solidario con nuestra lucha”, que la Junta Militar argentina era la principal
responsable de la “muerte violenta” del periodista pues el exilio debía considerarse una
“prolongación de la violación sistemática de los derechos humanos” (UPARE 1979).
La precariedad laboral de los exiliados y todos los padecimientos causados por el des-
arraigo debían, por tanto, computarse entre los crímenes de la dictadura.
De la vida de Alejandro Safián no quedan más rastros que estos jirones de noti-
cias olvidadas. Su historia, sin embargo, condensa las diversas tramas que componen
la historia del exilio latinoamericano en España. En primer lugar, pone en escena,
dramáticamente, el cúmulo de dificultades materiales y emocionales que jaquearon
al colectivo exiliado en su búsqueda de inserción profesional, y nos acerca así a un
mundo de vivencias en el que “ser exiliado” era todo menos una metáfora. En segundo
lugar, sitúa la escena en coordenadas en las que la llegada masiva de latinoamericanos
que huían de la represión política y cultural impuesta por las dictaduras del Cono
Sur coincidía con la crisis económica mundial, que afectó seriamente a la economía
española e hizo zozobrar a la industria de la edición, sector que recibió mano de obra
latinoamericana.
El propósito de este capítulo es caracterizar la presencia de emigrados latinoame-
ricanos en el mundo del libro español. En la primera parte, describimos la situación
laboral inicial y las condiciones de inserción en la industria del libro. Tras delinear las
características salientes del campo editorial en esos años, procuramos reconstruir algu-
nas de las redes de contactos que abrieron las puertas de las editoriales. En la segunda
parte, proponemos sentar las bases para comprender la posición que los exiliados
ocupaban en el medio editorial de la época. A tal fin, analizamos el ideologema de los
exilios cruzados, representación que establece una homología entre la labor cultural
y editorial realizada por exiliados republicanos en América Latina a fines de 1930 y
el desempeño editorial de los exiliados argentinos llegados a España a mediados de la
década del setenta. Ese lugar común discursivo, tan transitado como indiscutido en
la actualidad, tiende a invisibilizar la desigualdad de las condiciones materiales y sim-
bólicas de sendos contingentes exiliados en sus respectivas sedes receptoras.
Alejandrina Falcón 63

1. Un círculo burocrático: “No autorizado a trabajar en España”


Como evocaba con ácido humor Carlos Sampayo, guionista de la historieta Sudor
Sudaca, la llegada de latinoamericanos a la península coincidió con la crisis del petró-
leo declarada en 1973. En España, como en otras partes del mundo, la crisis se tradujo
en un fuerte incremento de la desocupación y un descenso abrupto del nivel de vida:
“La crisis económica fue especialmente inoportuna. España vivía unos años de creci-
miento espectacular que se detuvo de pronto” (Ferrer 2008: 186). En esa coyuntura,
la llegada primero pausada y luego masiva de latinoamericanos no pasó inadvertida.
Algunas voces se alzaron para denunciar que España no estaba en condiciones de sol-
ventar esa presencia tan “inoportuna” como la crisis que lo agobiaba.
Los exiliados políticos en España no gozaron, como tales, de la protección del Estado
pues España no adhirió a la Convención sobre el Estatuto de Refugiados hasta julio de
1978, año en que incluyó el derecho de asilo en su texto constitucional, aunque postergó
su aplicación hasta 1984. La política migratoria vigente impuso restricciones en materia
de residencia, derecho al trabajo y revalidación de títulos universitarios y profesionales
hasta 1985 (Yankelevich/Jensen 2007: 232-233). Si bien desde 1969 la ley española1
eximía a los trabajadores hispanoamericanos, portugueses, brasileños, andorranos y fili-
pinos de la necesidad de proveerse de un permiso de trabajo, los exiliados quedaron
atrapados en un círculo burocrático: para obtener la residencia legal necesitaban la exen-
ción del permiso de trabajo, requerimiento que a su vez exigía contar con un permiso
de residencia. Por eso, muchos permanecieron en el territorio con un visado de turista,
que debían renovar en la frontera francesa cada tres meses. Sus pasaportes llevaban un
sello distintivo: “No autorizado a trabajar en España”. Por añadidura, el 10 octubre de
1978, un decreto del Ministerio del Interior y una circular de la Dirección de Asuntos
Culturales del Ministerio de Asuntos Exteriores ponían fin a la protección de los traba-
jadores emigrados al derogar la ley 118/1969, que les garantizaba igualdad de derechos
laborales. En el perentorio plazo de noventa días a partir de esa fecha, los extranjeros que
no tuvieran permiso de residencia o de trabajo serían declarados fuera de la ley y expulsa-
dos del territorio. Según Carlos Rama, uno de los correlatos de estas disposiciones fue el

1
Ley 118/1969 “Sobre igualdad de derechos sociales de los trabajadores de la Comunidad
Iberoamericana y Filipina empleados en el territorio nacional” del 30 de diciembre 1969, regla-
mentada en la orden de febrero de 1970. Su único artículo estipulaba que los trabajadores his-
panoamericanos, portugueses, brasileños, andorranos y filipinos que “residan y se encuentren
legalmente en territorio español, se equiparan a los trabajadores españoles en lo que respecta a
sus relaciones laborales, cualquiera que sea la forma de su regulación, eximiéndoles del pago de
los derechos derivados de su condición. Asimismo, se equiparan en cuanto a su inclusión en los
regímenes general y especiales de la Seguridad Social y en cuanto a los beneficios y ayudas del
Fondo Nacional de Protección al Trabajo” (Ley 118/1969 BOE 1969: 20501-20502).
64 Los trabajos del exilio

incremento del núcleo de emigrados que vivían clandestinamente: “Los trabajadores por
cuenta propia, los trabajadores a domicilio, los artistas, los intelectuales, los estudiantes,
que son trabajadores eventuales, etcétera, que no pueden justificar un trabajo regular, ni
un contrato de trabajo con terceros en una empresa [son empujados] al trabajo en negro,
a ser explotados en forma inmisericorde por el patronato, y a la inseguridad social”
(Rama 1979: 172). Según datos de la época, el 75 por ciento de la colonia argentina en
España se encontraba en situación de subempleo y solo un 13,5 por ciento trabajaba en
sus ocupaciones anteriores (Garzón Valdés 1983: 184).
La inserción en el mercado laboral no resultó, por tanto, sencilla ni en todos los casos
satisfactoria. El grueso del colectivo argentino debió sobrevivir de la venta ambulante,
del artesanado, de las promociones domiciliaras, entre otros trabajos de ocasión. Algu-
nos profesionales, como los periodistas, los médicos, los psiquiatras, los psicoanalistas,
los dentistas y los arquitectos, hallaron tierras fértiles para desplegar sus carreras. Pero
fue muy común, sobre todo en los primeros tiempos del exilio, realizar tareas que no se
vinculaban con la orientación profesional previa. Sin embargo, para intelectuales, escri-
tores, traductores y editores, entre la continuidad profesional y los trabajos manuales
más precarios, existió un abanico de actividades que en no pocos casos favorecieron el
desarrollo o la adquisición duradera de un oficio vinculado con la lengua y la literatura,
el periodismo y la edición. Entre esas actividades destacan la enseñanza de idiomas y las
clases de español para extranjeros, los talleres de lectura y escritura,2 el trabajo editorial,
la escritura por encargo, la práctica de la traducción y, en menor medida, el interpreta-
riado en organismos internacionales. Desde la perspectiva de los emigrados, estas ocu-
paciones constituían un modo “relativamente digno” de ganarse la vida (Cohen 2008:
3; Martini 1989: 142), no ajeno a los intereses intelectuales y literarios de aquellos que
contaban con una formación en carreras humanísticas, un buen dominio de lenguas
extranjeras y/o un saber previamente adquirido en los medios de prensa y en las edito-
riales argentinas (Vasallo 2013: 174). De hecho, algunos traductores ya tenían en curso
encargos de editoriales españolas cuando se instalaron en Barcelona; otros, traían en la
valija cartas de recomendación de algún escritor o editor conocido. En este sentido,
la cercanía lingüística y cultural no fue el único estímulo para radicarse en España; tam-
bién pesaron factores económicos y profesionales: la existencia de una industria editorial
en lengua castellana, capaz de absorber mano de obra intelectual, disponible y calificada,
no fue ajena a la elección de la sede de refugio.

2
Desde las páginas de El Viejo Topo, Marcelo Cohen promovía la experiencia de los talleres
literarios, práctica instalada en Argentina (1977: 63). En “Talleres literarios, origen y trayecto-
ria”, Clara Obligado, escritora argentina radicada en Madrid, recuerda que los primeros talle-
res literarios españoles fueron creados por jóvenes exiliados latinoamericanos, y señala que un
penoso olvido colectivo ha desdibujado ese origen (2014: 105).
Alejandrina Falcón 65

2. El campo editorial español: exiliados, mano de obra disponible


La inscripción de los argentinos en el tejido editorial se produjo en un momento
de grandes transformaciones en el sector.3 Entre 1956 y 1967, se crearon empresas
fundamentales en el desarrollo del mercado cultural y en la ampliación del público
lector español: en 1967 Carlos Barral funda Barral Editores, cuyo papel en la difusión
del Boom de la Literatura Latinoamericana fue capital. Paralelamente, en Madrid,
comenzaron a funcionar Alianza y Alfaguara, Ariel y Taurus.4 En la última etapa del
franquismo, entre 1968 y 1975, se gestaron emprendimientos editoriales cultural-
mente vanguardistas y políticamente progresistas, en los que predominaron líneas
editoriales modernizadoras, orientadas a una selección de calidad y a una renova-
ción temática, genérica y estilística del repertorio de la literatura nativa e importada:
Lumen, Tusquets Editores, Anagrama y el colectivo Distribuciones de Enlace, que
reunió ocho editoriales —Barral Editores, Edicions 62, Laia, Cuadernos para el Diá-
logo, Fontanella, Anagrama, Lumen y Tusquets— y editó una colección común,
Ediciones de Bolsillo.5 En 1976 se crea la editorial Crítica, que viene a plasmar el

3
De Diego ha descrito la estructura del campo tomando como parámetro la antigüedad de
las editoriales activas y segmentando el período en tres etapas: el auge editorial de mediados del
sesenta; el período de auge de las editoriales familiares que sobrevivieron al franquismo; y la emer-
gencia de las editoriales pequeñas e independientes a finales de la dictadura franquista (2008).
4
Sobre el papel de esas empresas en el desarrollo de un mercado cultural en España, José-
Carlos Mainer escribía: “A finales de la década del setenta el circuito cultural de alta calidad (el
público high brow) estaba ya asentado. Citaré a título de síntoma lo que significaba desde 1959
el catálogo de Seix-Barral, para quienes buscaran un escaparate de la narrativa europea y un índice
de novedades hispánicas, y lo que desde 1956, suponía el de la madrileña editorial Taurus. La
presencia de Alianza Editorial fue la reválida de la expansión de aquel público” (1982: 12).
5
Sus jóvenes editores, procedentes de la burguesía catalana, colaboraron en la renovación
cultural de la transición impulsando estas empresas editoriales. Así explicaba Esther Tusquets
el propósito inicial de Lumen: “La política editorial de Lumen es limitarse a la obra litera-
ria (novela, poesía, ensayo sobre literatura), libros ilustrados y libros infantiles, con las únicas
exigencias de la calidad”; Beatriz De Moura calificaba de renovador el proyecto de Tusquets
Editores: “Hemos desarrollado ampliamente, o realizado por fin, proyectos que antes habrían
sido impensables, como la colección de pensamiento libertario Acracia y la colección erótica
La Sonrisa Vertical”, que derivó en la creación de un premio a la literatura erótica, obtenido
en 1979 por la argentina Susana Constante con La educación sentimental de la Señorita Sonia,
y reeditado en 2013 por Ricardo Piglia en la Serie del Recienvenido del FCE. En cuanto a la
editorial Anagrama, Jorge Herralde describía una línea progresista y renovadora: “Mi polí-
tica editorial estriba en potenciar dos colecciones recientes. Una es La Educación Sentimental
que se ocupa de temas de vida cotidiana, sexualidad, feminismo, etcétera, desde perspectivas
a menudo provocadoras dado el actual contexto social y cultural”, y asimismo desarrollar las
66 Los trabajos del exilio

fenómeno de auge del libro político durante la transición. Después de 1975, comienza
el proceso de concentración y transnacionalización de las empresas locales, que aca-
baría de tomar forma plena en la década del noventa.6 Ese pasaje produjo una pro-
funda transformación en el rol del editor, concebido hasta entonces como productor
cultural, y reemplazado luego por expertos en mercadotecnia (Schiffrin 2000). La
concentración editorial produjo, a su vez, una reestructuración de las posiciones de
los actores en el campo editorial: la emergencia del agente literario —cuyo máximo
exponente fue Carmen Balcells— ha sido explicada como reacción de los autores ante
la progresiva preeminencia de criterios exclusivamente comerciales en la producción
literaria (De Diego 2008: 9).7 Los reclamos de los escritores quedaron plasmados en
diversos congresos y reuniones del gremio. Entre las peticiones figuraban la protección
de los escritores jóvenes en un contexto de creciente mercantilización de la cultura, en
cuyo marco “el editor busca exclusivamente su máximo beneficio al mínimo coste” y
a “menudo prefiere nombres consagrados o traducciones extranjeras” (Claudín 1978:
64). La protección de la actividad literaria planteaba asimismo el problema de la ense-
ñanza de la literatura y la promoción de la lectura, la creación de un sistema de biblio-
tecas, la regulación de la relación contractual entre editores y escritores profesionales;
en particular, se reclamaba mayores controles de tiradas, la no manipulación de los
textos y la gestación de políticas estatales de intercambio internacional y traducciones.
La reunión del PEN Club Internacional en 1978, cuyo anfitrión fue el Centre Català
del PEN, dejó particularmente en evidencia dos cuestiones centrales en la cultura
española de la transición: la posición de las literaturas “de ámbito restringido”, es
decir, las literaturas periféricas nacionales, como la catalana, y la particular situación
de los escritores latinoamericanos dentro del estado español, cuya problemática estaba
signada por su estatuto legal incierto.
Paralelamente, también fueron años de luchas y transformaciones en el mundo de
los traductores editoriales, figura nodal en la cadena de producción del libro, y parti-
cularmente relevante en la industria editorial española, cuya posición semiperiférica en
el sistema mundial de las lenguas de traducción hacía de ella una forzosa importadora

colecciones literarias y de “temática universitaria: antropología, lingüística, psiquiatría, ciencias


políticas” (AAVV 1979).
6
La trayectoria de las editoriales que nacieron o siguieron activas en el territorio español
durante el franquismo y pervivieron hasta nuestros días ilustraría el proceso de concentración
editorial por el cual las empresas familiares pequeñas y de avanzada pasaron a manos de unos
pocos grupos transnacionales (De Diego 2015b: 259-292).
7
Los agentes literarios introdujeron cláusulas contractuales que modificaron la relación
autor-editor, hasta entonces informal y escasamente mediada. Esto implicó el fin de los contra-
tos indeterminados, la parcelación de los derechos de autor por países o áreas idiomáticas, entre
otras transformaciones (De Diego 2008: 8).
Alejandrina Falcón 67

de literatura extranjera (Heilbron 1999).8 A mediados de la década del setenta se inicia


la larga batalla por los derechos laborales de los traductores, que comenzaron a con-
gregarse en asociaciones y gremios, cuya visibilidad fue creciendo en el transcurso de
la década. Las voces de los traductores se tornaron poco a poco audibles en aquellos
años y su acción colectiva condujo lenta pero sostenidamente a la refacción de la Ley
de Propiedad Intelectual española en 1987.
Un factor relevante, con incidencia directa en la edición de libros, fue el progre-
sivo desmantelamiento de la censura sobre los bienes culturales: a fines de la década
del sesenta, la sanción de la Ley de Prensa e Imprenta (14/1966) promovida por el
ministro de Información y Turismo Fraga Iribarne conllevó el fin de la censura previa
y de la consulta obligatoria (Abellán 1980).9 Sin embargo, la modernización y trans-
formación de la sociedad española, que había propiciado el cambio político y cultural,
aún tenía zonas de sombra: en 1976 los secuestros de ediciones, el procesamiento de
editores y libreros, los atentados contra librerías y otras restricciones a la libertad
de expresión aún afectaban gravemente a la actividad editorial, que por añadidura
carecía de apoyo contundente del Estado y a duras penas capeaba los efectos de la
crisis. Un actor central en la actividad editorial transnacional, Ángel Rama, constataba
en 1977 los daños producidos por la crisis económica en ese sector:

Pánico en las editoriales españolas ante las actuales dificultades económicas del
país: todas han recortado sus planes para el año próximo e incluso Siglo XXI sus-
penderá por seis meses toda nueva producción. Son datos de Tusquets, Salinas,
Castellet, quienes pilotean barcas endebles, pero también las grandes —Planeta,
Bruguera— están reduciendo personal y disminuyendo la producción de sus
colecciones poco redituables (Rama 2008: 144).

Ese estado de cosas no había cambiado, al parecer, cuando en 1979 la revista


Camp de l’Arpa hizo pública una encuesta dirigida a los editores y asesores literarios
de Anagrama, Lumen, Tusquets, Argos-Vergara, Destino, Planeta, Siglo XXI, Seix-
Barral, Bruguera, Laia, Grijalbo, Alfaguara, Edhasa y Plaza & Janés. El diagnóstico
de “crisis” seguía en pie: todas las respuestas revelaban una común preocupación

8
Según datos del Instituto Nacional del Libro Español (INLE) correspondientes a 1979,
el total de libros publicados en España en el curso de ese mismo año fue de 25.076. De ellos,
8.079, es decir, el 32% de los libros publicados eran traducciones (Salabert 1980a).
9
Esta relativa apertura permitió el avance de una cultura democrática gracias a la pro-
gresiva aparición de revistas y publicaciones que no pertenecían a la prensa oficial: Cuadernos
Para el Diálogo, Triunfo, El Ciervo, Destino, Sábado Gráfico, Cambio 16, Doblón, La Actualidad
Española, El Viejo Topo, Reporter, Primera Plana, Qué, El Europeo, Argumentos, Interviú, entre
muchísimas otras (Menéndez Gijón 2004: 21).
68 Los trabajos del exilio

ante las dificultades generadas por la falta de apoyo oficial, el escaso desarrollo
bibliotecológico, entre otras trabas al crecimiento de la industria librera. Un factor
central en el hundimiento de algunas editoriales, o en la obligada reconfiguración
de sus proyectos, fueron los efectos de la crisis económica en América Latina y la
consecuente pérdida parcial de esos mercados: las exportaciones descendieron un
18% por la devaluación de las monedas americanas, lo que a su vez incrementó el
costo de los libros que importaban de España. Al final del período, se produjeron
las ventas de editoriales medianas y pequeñas, que poco a poco se fusionarían en los
grandes grupos nacionales y transnacionales.
La circulación internacional de editores y editoriales contribuyó a la unificación
del campo editorial hispanoamericano y al afianzamiento de las redes editoriales trans-
nacionales creadas gracias a la circulación de individuos, instituciones y catálogos.10
De esas redes también procederían los contactos que estuvieron en el origen de la
inserción de exiliados y emigrados en el tejido editorial del período. Por un lado,
retornan desde México y Argentina empresas de origen peninsular o creadas por espa-
ñoles exiliados, como la editorial Grijalbo —de cuyo riñón surgió Martínez Roca
Editores, una editorial comercial que daría trabajo a gran cantidad de argentinos—.11
Por otro lado, se instalan en España editoriales argentinas especializadas en ciencias
sociales, literatura y humanidades: Paidós abre su filial catalana en 1979; Minotauro
se instala en 1977; Argonauta, propiedad de Mario Pellegrini, se instala en 1978; la
editorial Adiax, dirigida por Jorge Sánchez, migra a Barcelona en 1981. También sur-
gen nuevos proyectos editoriales dirigidos por argentinos residentes en Europa, como
Mario Muchnik; en 1977, Víctor Landman funda Gedisa en Barcelona; en Madrid,
Mario Valotta crea un pequeño sello bautizado Zero Zyx (Cedinci, Fondo FA-90).

10
En 1983, el editor y agente literario Ramón Serrano Balasch incluso propondría, como
solución a la “crisis de las estructuras de la industria editorial española” económicamente sumer-
gidas por la inflación y el derrumbe de los mercados americanos, la creación de un Mercado
Común Hispanoramericano del Libro, basado en acuerdos internacionales para la libre circu-
lación del libro y de los capitales, para la libertad de establecimiento y prestación de servicios,
para la creación de políticas culturales comunes y de intercambio tecnológico y ayudas (Serrano
Balasch 1983).
11
En este proceso de retornos, podría inscribirse la temprana instalación de Edhasa en
1946. Edhasa (Editora y Distribuidora Hispanoamericana S.A.) inicia actividades en Barcelona
de la mano de López Llausás, editor de Sudamericana; funciona inicialmente como distribui-
dora de las empresas argentinas Sudamericana y Emecé Editores, y de las mexicanas Fondo de
Cultura México y Hermes, a su vez distribuidora de Sudamericana en México (López Llovet
2004: 43). Años más tarde inicia actividades productivas en Barcelona con la colección de
ciencia ficción Nebulae, que se nutrirá del fondo de la editorial Minotauro argentina, y la
publicación del Diccionario de Pompeu Fabra (Carrasco 2007: 201).
Alejandrina Falcón 69

El siguiente listado de editoriales en las que trabajaron exiliados y emigrados argen-


tinos, extenso y aun así probablemente incompleto, revela que su presencia se constata
en toda la trama editorial. Comenzando por aquella AQ Ediciones y Distribuciones
contra la que había litigado Alejandro Safián, pueden mencionarse Alba, Alfaguara,
Alianza, Anagrama, Argos-Vergara, Ariel, Asesoría Técnica de Ediciones, Barral Edi-
tores, Bruguera, Ceres (Bruguera), Círculo de Lectores, Crítica, Dopesa, Ediciones
Orbis, Ediciones 29, El Aleph, Folio Ediciones, Forum, Gedisa, Gustavo Gili, Gra-
nica, Grijalbo, Guadarrama, Icaria, Labor, Lumen, Martínez Roca Editores, Métodos
Vivientes, Montesinos, Mundo Actual De Ediciones, Noguer, Planeta, Plaza & Janés,
Península (Edicions 62), Salvat, Seix-Barral, Siruela, Taurus, Tusquets, Vergara Edi-
tor, Vicens-Vives, entre otras. Fue igualmente significativo, en el reclutamiento de
colaboradores latinoamericanos, el papel de las editoriales de origen argentino, filiales
transplantadas o dirigidas por argentinos, como las ya mencionadas Muchnik Edito-
res, Paidós, Editorial Argonauta, Minotauro, Adiax, Zero Zyx, entre otras.
Los exiliados y emigrados que trabajaron para estas y otras editoriales generalmente
lo hicieron como colaboradores free lance o, en menor medida, como empleados de
plantilla. Realizaron casi todas las tareas editoriales concebibles, desde la corrección
ortotipográfica y estilística hasta la dirección de colecciones, pasando por el diseño de
portadas, los informes de lectura y la asesoría literaria. Sin embargo, la escritura y la
reescritura por encargo figuran entre las prácticas que mayor número de argentinos
involucraron. Los exiliados redactaron y revisaron, por lo general de manera anónima
o seudónima, artículos de diccionarios, enciclopedias y fascículos; tradujeron litera-
tura “culta” y literatura popular de masas, ciencias sociales y humanas, y best-sellers de
toda clase; prologaron libros traducidos; adaptaron traducciones de origen latinoa-
mericano y clásicos de la literatura mundial para colecciones infanto-juveniles; escri-
bieron novelas populares por encargo —cultivaron notoriamente la ciencia-ficción, el
policial y el thriller erótico—; redactaron libros por encargo sobre bricolaje, cocina,
razas de perros, personajes célebres, sexualidad humana, vida extraterrestre, yoga, espi-
ritualidad, drogas y un extenso etcétera.
La colaboración in situ, asidua y numéricamente relevante, de argentinos en las edi-
toriales comenzó a producirse cuando el desembarco de las multinacionales estaba aún
en ciernes, es decir, cuando las editoriales pequeñas y grandes aún podían identificarse
como empresas familiares, endebles sociedades que encarnaban proyectos culturales
progresistas. El trato directo propio de las estructuras medianas y pequeñas facilitó la
búsqueda informal o la propuesta espontánea de trabajo. Pero no solo esa “escala huma-
nizada” del contacto cara a cara o apenas mediado con los editores locales constituyó un
factor decisivo para obtener trabajos. Los contactos entre exiliados o emigrados de dis-
tintas diásporas, las redes más o menos informales de ayuda mutua y la llamada cadena
migratoria definieron las posibilidades y las modalidades de inserción.
70 Los trabajos del exilio

2.1. Redes de contactos


A través de la actividad editorial se configuró un espacio de encuentro, conviven-
cia y sociabilidad transnacional antes que meramente nacional. Por ello, para recons-
truir las redes de solidaridad laboral que facilitaron la inserción en las editoriales,
es preciso tener en cuenta la presencia previa de otros contingentes de exiliados al
momento de producirse la llegada masiva de argentinos, a partir de 1976. Estableci-
dos en su mayoría desde comienzos de los años setenta, chilenos y uruguayos contri-
buyeron a ampliar la red de contactos locales y, de algún modo, allanaron el camino
de ingreso a la industria del libro (Catelli 2015: 130). Un papel relevante tuvieron en
ese sentido conocidos escritores chilenos y uruguayos, como Jorge Edwards, Mauricio
Wacquez y Cristina Peri Rossi. Sin duda, a la variable regional también debe añadirse
la dimensión generacional. Las redes de solidaridad laboral entre exiliados contaron
con la acción decisiva de emigrados que pertenecían a una generación anterior a la
de aquellos que llegaban con el exilio masivo —se estima que la edad promedio de
la población exiliada era de 25 a 45 años—, y que se habían instalado en Europa antes
del advenimiento de las dictaduras en el Cono Sur: es el caso de los escritores perte-
necientes a la generación del Boom —García Márquez, Fuentes, Cortázar y Donoso
habían nacidos entre 1914 y 1928, es decir, tenían alrededor de cincuenta años en
1976—. No es por tanto casual que uno de los primeros testimonios impresos que
señala la existencia de una red de editores y escritores latinoamericanos emigrados en
Barcelona aluda particularmente a la idea de un “recambio generacional”: en Historia
personal del Boom José Donoso da cuenta en esos términos de las etapas migratorias
que permiten comprender la progresiva construcción de la red argentina y latinoame-
ricana de contactos editoriales en la capital catalana:

Se viene mezclando con este grupo inicial [los escritores del Boom establecidos
en Barcelona en la década del sesenta] una nueva generación bastante más joven
que comienza a brillar después del boom. Son pocos los que viven en Barce-
lona —los chilenos Mauricio Wacquez y Hernán Valdez; los colombianos Rafael
Humberto Moreno Durán y Oscar Collazos; el argentino Alberto Cousté y su
mujer Susana Constante; algunos editores argentinos que han logrado posicio-
nes estratégicas, como Mario Muchnik, Paco Porrúa y Santiago [sic] Rodrigo—
(Donoso 1984: 148).

Por cierto, las “posiciones estratégicas” alcanzadas por los cuatro editores
mencionados no fueron conquistadas en el mismo período ni de idénticos modos:
Mario Muchnik —hijo de Jacobo Muchnik, fundador de Fabril Editora— ya era un
editor profesional con amplio conocimiento del oficio cuando en 1974 comenzó a
instalar sus negocios en Barcelona (Muchnik 1999a y 2000); Francisco “Paco” Porrúa
Alejandrina Falcón 71

también contaba con una vasta trayectoria editorial en la Argentina cuando en 1977
decidió radicarse en Barcelona para trabajar en Edhasa y continuar con el proyecto
de la editorial Minotauro12 en esa ciudad; Ricardo Rodrigo, en cambio, inicia
su trayectoria editorial en 1971 como colaborador de Carlos Barral y luego como
corrector tipográfico de Bruguera, donde llegaría a ser editor literario (véase capítulo
4). De hecho, también Rodrigo evoca la dimensión transregional de la convivencia
entre exiliados al mencionar a los “latinoamericanos de Castelldefels” que estuvieron
en el origen de sus contactos con el medio editorial, cuando “Barcelona era la gran
capital latinoamericana del exilio”.13
Algunas de las figuras que operaron como nodos de la red de contactos editoria-
les pudieron ser identificadas: el escritor Alberto Cousté; el poeta, traductor y edi-
tor Marcelo Covián; el periodista Ernesto Ayala Dip; los editores Ricardo Rodrigo
y Mario Muchnik; la periodista y escritora Ana Basualdo; y el escritor y editor Juan
Martini son algunas de las figuras cuyos nombres saturan los relatos sobre la búsqueda
laboral en los primeros tiempos del exilio en Barcelona. El testimonio de los actores
es fundamental para comprender el papel de esos primeros contactos en el posterior
desarrollo de trayectorias editoriales, literarias y/o académicas. Veamos algunos ejem-
plos. Al igual que Juan Martini y Marcelo Cohen, Nora Catelli, crítica y catedrática de
prestigiosa trayectoria, reflexionó sobre la experiencia del exilio en escritos ensayísti-
cos, periodísticos y académicos en los que sin cesar reordena motivos apenas variados:
la inserción profesional, la pérdida y recuperación de un lugar en la universidad, los
contactos entre literatura española, argentina y catalana, la traducción, la perspectiva
periférica (Catelli 1999, 2001, 2002, 2003, 2004, 2012, 2015). Sus ensayos cons-
truyen la experiencia de un exilio singular: el de una “pequeña sociedad letrada” que
puja, en circunstancias poco propicias, por acceder a la dignidad de elite intelectual en

12
Francisco “Paco” Porrúa, conocido por su “descubrimiento” de Cien años de soledad
de García Márquez en Sudamericana, creó la editorial Minotauro en los años cincuenta, tras
adquirir los derechos de cuatro libros de ciencia ficción: dos de Ray Bradbury, uno de Theodore
Sturgeon y otro de Clifford Simak. Paralelamente Porrúa fue lector de Sudamericana hasta
que en 1962 López Llausás lo nombró director literario. En 1975 ese puesto es ocupado por el
crítico y traductor Enrique Pezzoni.
13
Rodrigo relata su encuentro con argentinos radicados en Barcelona: “Carlos Sampayo,
Marcelo Covián, Alberto Cousté, que fue finalista de Premio Barral de ese año. Fui con él a
la cena del premio y allí conocí a Julio Cortázar, que era miembro del jurado. Él conocía mi
historia política” (Mora 2007). En entrevistas previas, Rodrigo omitió la mediación argentina a
la hora de presentar la nómina de egregios contactos locales que lo habrían puesto en la senda
del “somni català”: “Tuve suerte: conocí a Carlos Barral, a Carmen Balcells, a Gabo, a Mario
Vargas Llosa y a los protagonistas de lo que ya era el floreciente boom latinoamericano, que
había nacido en una Barcelona efervescente” (Amiguet 2006).
72 Los trabajos del exilio

el exilio. Al igual que Martini y Cohen, Catelli ha contribuido a revelar y a cimentar


una memoria del exilio en clave editorial y lingüística, es decir, una memoria exiliar
anclada en la “cuestión editorial” y en el problema de los contextos de aceptación de la
variedad americana de la lengua castellana en los soportes impresos. En “Incorporar lo
otro”, un ensayo netamente autobiográfico, describe sus primeros años en Barcelona
y da cuenta de las redes de solidaridad laboral:

Entre 1976 y 1997, año en que volví a la universidad —en este caso a la de Bar-
celona, gracias a la extraordinaria generosidad de Jordi Llovet— trabajé de profe-
sora de inglés en una academia, de secretaria bilingüe en una empresa de sulfato
de aluminio que sirve para depurar el agua y de secretaria de Jorge Edwards en
una editorial de libros de venta a domicilio. Desde 1980 hice, como free-lance,
las siguientes cosas: coordiné una enciclopedia —que no salió— para México,
redacté fascículos, corregí traducciones, traduje, escribí centenares de biografías
para anuarios, actualicé diccionarios y trabajé como redactora-asesora en una
revista femenina. Empecé a escribir crítica en El Viejo Topo, en 1978, gracias a
un amigo argentino que ya vivía en Barcelona, Ernesto Ayala-Dip, y en La Van-
guardia de Barcelona, gracias a Ana Basualdo, que me presentó al por entonces
coordinador del suplemento, Robert Saladrigas (Catelli 2003: 8)

Esta cita permite localizar algunos de los nombres de una red constituida por lati-
noamericanos emigrados, compatriotas exiliados y catalanes bien posicionados en el
mundo cultural. La mención de la revista El Viejo Topo, creada en 1976 como tribuna
de las izquierdas, es igualmente significativa porque en ella escribieron numerosos exi-
liados. Miguel Riera, cofundador y futuro director de esta revista-editorial, también
dio trabajo a exiliados en la editorial Montesinos, en la que Marcelo Cohen fue asesor
literario.
Desde una posición marginal respecto de esa sociedad letrada que procuró con-
quistar posiciones de relativo prestigio en el mundo cultural del exilio y del posexilio
catalán, Jorge Grant, poeta y narrador prácticamente inédito, recuerda con lujo de
detalles cómo surgían las primeras propuestas de trabajo en el fragor de una búsqueda
laboral movida por la desesperación y la pobreza:

En 1978, viéndolo todo negro porque no encontrábamos colocación y se nos


escapaba en diarrea la poca guita que habíamos traído, llamaba una y otra vez a
los pocos contactos que nos quedaban porque a los demás ya los habíamos visi-
tado y les habíamos agotado la paciencia y las provisiones. En una de esas —fue
una mañana gris, me acuerdo, en una cabina telefónica de la avenida del Hospital
Militar [Barcelona]— Marcelo Covián, para quien hacía lotes de corrección en
Grijalbo, me contó que [Mario Muchnik] estaba por lanzar una colección de
Alejandrina Falcón 73

libros de cocina y andaba buscando un redactor. “¿Te ves capaz de hacerlo? Mirá
que tiene que ser castizo”. Castizo o no, el hambre no es castiza y le dije que así
fuera Goliat en el valle de Ela. Me presenté y me tomaron... como redactor que
les mentí que sería y que no fui. Mi mujer redactaba las recetas de cocina con
el brazo de Santa Teresa, prácticamente durmiendo, pero, eso sí, las pasaba en
limpio a máquina y las corregía yo. Pagaban un sueldito y tenían dos por uno
cantando se van las penas (Grant 2004).

Por medio de Covián llegó Grant a establecer contacto con la familia Muchnik,
con Carlos Rama, David Tieffenberg y otros escritores del PEN Club Latinoameri-
cano en España (Grant 2004).14
El relato de Grant, procedente de su correspondencia personal, interesa por múlti-
ples motivos: porque muestra de qué modo los recién llegados dependían, y a menudo
siguieron dependiendo, de quienes ya ocupaban lugares estratégicos en el medio; por-
que revela el lugar de las mujeres en la secreta división del trabajo una vez que el
encargo entraba en la vida doméstica; porque vincula directamente el problema de
la variedad de lengua con las condiciones de trabajo impuestas por las editoriales en
España, ya que redactar o traducir en una variedad de lengua no materna se converti-
ría, aun cuando el editor fuera de origen argentino, en una práctica habitual y en un
tópico central de la discursividad exiliar.
Mario Muchnik ofrece en sus memorias una versión levemente diferente del epi-
sodio relatado por Grant, que no fue ni el primero ni el único argentino contratado o
reclutado informalmente por él. En un capítulo dedicado a sus colaboradores, Much-
nik se detiene en particular en sus empleados argentinos, en sus historias de vida y
aun en sus características físicas y personales: su primo, Pablo Muchnik —“raptado
y torturado por la dictadura militar. [E]n 1977 comenzaban él, Graciela y los tres
chicos, una nueva vida en Barcelona, la ciudad en donde mi padre y yo teníamos
nuestros intereses” (2000: 86)—; Jorge Grant —“reclutamos a Jorge Grant como
corrector de pruebas de una serie de recetarios” (2000:187)—. A partir de 1977,
tras montar una red de distribuidores, Muchnik incorpora a “Carlos Moreira, otro
argentino, bajito éste pero no menos poeta que Grant” (2000: 186-189). Incluso el
contador de Muchnik era exiliado, “un argentino taciturno si bien cordial, silencioso
y ordenado [que] decidió un buen día ser maestro” (2000: 189); se trata de Alejandro
Sarbach, estudiante de sociología exiliado en 1977, luego doctorado en Filosofía por

14
También por intermedio de Covián llegaron a las oficinas de Muchnik Eduardo Galeano,
Vicente Zito Lema y Alberto Szpunberg. A diferencia de Grant, venían con un proyecto edito-
rial concreto: poner “en circulación en el mercado español material de la revista Crisis” (Grant
2004), cuyo último número había salido en Buenos Aires en agosto de 1976.
74 Los trabajos del exilio

la Universidad de Barcelona. Por lo demás, en los años setenta y ochenta, Muchnik


encargó traducciones para su empresa a exiliados o emigrados chilenos y argentinos,
como Jorge Edwards, Mauricio Wacquez, Federico Gorbea, Eduardo Goligorsky,
Marcelo Cohen y Matilde Horne.
Otro nodo de la red de contactos editoriales fue Ana Basualdo, escritora y perio-
dista vinculada con el diario La Vanguardia, que llegó a Barcelona el 8 de noviembre
de 1975, días antes de la muerte de Franco.15 Al igual que Catelli, el poeta Alberto
Szpunberg la relaciona con la obtención de un trabajo editorial:

Ana Basualdo me mandó a ver a un catalán de una editorial, Gustavo Gili. […] Y
yo en lugar de la traducción del francés al español, hice la traducción del francés al
argentino. Y eso no funcionó. Empecé entonces a hacer muñequitos, artesanías de
madera; tenían forma de huevo, con patitas y un cartelito con un mensaje. Iba a
vender al lado de la catedral, donde había muchos artesanos (Szpunberg 1999: 173).

La imprevisión lingüística, tópico fundamentalmente vinculado con la práctica de


la traducción y la escritura por encargo, revela aquí el carácter azaroso de los inicios en
la actividad traductora. Ese trabajo no profesionalizado en un principio, y a menudo
solo ocasional, podía alternar, como recordaba Szpunberg, con la venta callejera o el
artesanado. Sin embargo, la traducción es la práctica editorial que ha dejado más hue-
llas constatables del paso del exilio latinoamericano por el mundo del libro español en
las últimas décadas del siglo xx.

2.2. La traducción como práctica solidaria


Los encargos de traducción no fueron esporádicos. Un recorrido por los catálogos
editoriales del período permite reconocer nombres de traductores de origen argen-
tino, chileno o uruguayo. Una primera explicación para este fenómeno es que “dar
a traducir” constituía un gesto de solidaridad, pues las traducciones garantizaban la
supervivencia inmediata, como queda expresado en este testimonio:

Cuando llegué empecé a trabajar como traductor en la Editorial Salvat, con un


viejo republicano, muy solidario con todos nosotros, tanto argentinos como uru-
guayos y chilenos. Porque nosotros nos encontramos acá en España con com-

15
En Argentina, Ana Basualdo había sido redactora de la revista Panorama de la editorial
Abril. En Barcelona colaboró para numerosas publicaciones españolas como Destino, Triunfo,
El Viejo Topo, Quimera, El País, Cuadernos Hispanoamericanos y coordinó el suplemento cultu-
ral del diario La Vanguardia. Su posición en el medio periodístico explica su lugar clave en la
red de contactos.
Alejandrina Falcón 75

pañeros chilenos y uruguayos, algunos de los cuales habían estado exiliados en


Buenos Aires, escapando de sus respectivas dictaduras. Este hombre nos daba,
nos ayudaba muchísimo. Era el jefe de traducción de Salvat y las traducciones
eran una forma de ayudarnos a ir tirando y él lo manifestaba así. Era muy cons-
ciente de lo que estaba haciendo (Entrevista a A.A., Barcelona, 8 de mayo de
1996. Citado en Jensen 2006: 136).

Este relato sintetiza los temas tratados hasta aquí: por un lado, confirma la impor-
tancia de las redes de solidaridad laboral tramadas por emigrados y exiliados; por
otro, muestra la constitución de un espacio editorial transnacional gestado a partir
de la incorporación de colaboradores procedentes de otras diásporas conosureñas y,
finalmente, exhibe la solidaridad de algunos editores locales a través del encargo de
traducción.
Juan Martini también menciona la singular práctica solidaria, y lo hace por par-
tida doble: como solicitante de trabajo y como dador de trabajo. Pues uno de los efec-
tos de las cartas de recomendación —una de Juan José Saer para Jordi Martí y otra de
Franco Basaglia— que llevó consigo al exilio habría sido su primera y última incursión
en la traducción interlingüística: La otra locura: mapa antológico de la psiquiatría alter-
nativa, publicado por la editorial Tusquets en 1982. Se trata de una traducción indi-
recta —el italiano es la lengua mediadora— de una compilación sobre antipsiquiatría,
temática en boga en el período de la transición española. La traducción solidaria en
el caso de Martini procede de la propietaria de Tusquets Editores, Beatriz de Moura:

Se le ocurre a Beatriz, a mí jamás se me hubiese ocurrido traducir. [S]é un poquito


más de italiano, mis abuelos eran italianos, yo fui a la Dante en Rosario. Y Beatriz
muy solidaria me dijo: “mirá lo que yo tengo en este momento para ofrecerte, si te
interesa este libro que vamos a publicar, que lo traduzcas”. […] Y lo traduje, me
animé a traducirlo, no era muy técnico, salvo algún artículo (Entrevista personal.
Buenos Aires, agosto de 2010. El subrayado es nuestro).

Pero no solo editores catalanes “dieron una mano” a los exiliados mediante el
encargo de traducciones, también los compatriotas argentinos ubicados en posiciones
estratégicas sostuvieron esta singular “política de traducción”:

[Ricardo Rodrigo], en ese momento, fue muy solidario; él recibía a todo el


mundo, escuchaba mucho, muy inteligente, tenía una inteligencia, una intui-
ción, él escuchaba: [le decían] “yo puedo traducir del inglés, del alemán”… A lo
mejor ese día, esa semana, no, pero te llamaba o te hacía llamar y te encargaba
una traducción. Él era un tipo solidario, él dio laburo (Entrevista personal, Bue-
nos Aires, agosto de 2010).
76 Los trabajos del exilio

Las recomendaciones boca a boca eran la modalidad más habitual de contacto


laboral. Pero las intercesiones y solicitudes de ayuda también llegaban por otras vías:
las cartas de presentación al portador o las recomendaciones epistolares desde el exte-
rior eran moneda corriente. Así como Martini llevó consigo al exilio las cartas de Saer
y Basaglia, años más tarde él mismo recibiría en su despacho de Bruguera corres-
pondencia con pedidos de ayuda, como revela esta carta en la que Cortázar solicita
trabajo de traducción para Rodolfo Mattarollo, abogado defensor de presos políticos
y miembro fundador de la CADHU, exiliado en París:

Dos líneas para preguntarte si llegado el caso podrías darle una mano como tra-
ductor (inglés/francés) a nuestro compatriota Rodolfo Mattarolo [sic], a quien
le vendría más que bien completar su magro presupuesto actual con alguna tarea
de ese tipo. Desde luego no te sientas obligado a nada, pero si por ahí te hiciera
falta un refuerzo en el campo de la traducción, creo que Mattarolo no te vendría
mal. Por las dudas aquí van sus señas: 16, rue Jean Zay. 94120 Fontenay Sur Bois
(Cortázar 2012: 356).

Traducir por necesidad no es ciertamente una novedad entre personas con conoci-
mientos de idiomas, pero dar a traducir por solidaridad pareciera un gesto poco habi-
tual entre editores. Este gesto también revela que, al encargar traducciones a los recién
venidos, los “editores solidarios” tomaban a conciencia traductores apenas preparados
para la tarea, a riesgo de obtener un producto fallido. La imagen del “editor solidario”
entra por tanto en conflicto con la imagen del “editor solo interesado en el rédito”,
predominante en la prensa cultural de la época, como veremos en los capítulos 5 y 6.
Ahora bien, registrar la presencia de exiliados latinoamericanos en la industria del
libro no equivale a comprender el lugar que, como colectivo, les fue deparado. Hemos
visto que la inserción en el mercado laboral, en general, y editorial, en particular, no se
produjo sin tensiones ni sobresaltos. A continuación, procuramos reconstruir la posi-
ción de los exiliados y emigrados latinoamericanos en el campo editorial del período
explorando los ecos discursivos de esas tensiones tal como quedaron registrados en la
prensa y en otras fuentes documentales.

3. El ideologema de los exilios cruzados


En el capítulo 1, planteamos que la discursividad exiliar se compone de un elenco
de temas y problemas ineludible a la hora de escribir una historia social y cultural
del exilio. José Luis De Diego, por ejemplo, ha identificado al menos seis tópicos
que saturan los testimonios de escritores e intelectuales: el desarraigo, la problemática
laboral, las dificultades de integración cultural, el “presentismo absoluto”, el privilegio
Alejandrina Falcón 77

o no del exilio y el problema de la lengua (2003). Entre los tópicos específicos del
colectivo exiliado en España, es posible señalar asimismo uno de gran circulación y
productividad en la construcción retrospectiva de una memoria colectiva del exilio en
clave editorial (Lago Carballo/Gómez Villegas 2007: 12 y 136-139) y de memorias
particulares de escritores exiliados o emigrados (Matamoro 1982; Ehrenhaus 2011):
la figura de los exilios cruzados. Esta figura establece un paralelismo entre la labor cul-
tural realizada por exiliados españoles en tierras americanas a fines de 1930 y el papel
de los exiliados latinoamericanos en el campo cultural español entre los años setenta
y principio de los ochenta. Antiguas y recientes publicaciones destinadas a operar un
rescate histórico del llamado “aporte del exilio republicano a la industria editorial
latinoamericana” sostienen la idea de un viaje de ida y vuelta:

En esta historia de viajes entre un lado y el otro del Atlántico que podríamos
visualizar como una parábola se produjo un nuevo bucle. Los libros de las edi-
toriales iberoamericanas en cuya fundación habían intervenido decisivamente
exiliados españoles comenzaron a llegar a España de forma regular. Simultánea-
mente se estaba produciendo un proceso análogo de implantación de editoriales
argentinas en España (Lago Carballo 2007: 12).

La imagen de los exilios cruzados no es tan solo una construcción retrospectiva,


sino que se registra nítidamente en el discurso público de la época, en particular entre
intelectuales, escritores, traductores y editores, como bien muestran las palabras de
Esther Tusquets en el fragmento citado en epígrafe. Reconstruir su contexto discur-
sivo de emergencia y circulación quizá nos permita dar con un marco explicativo más
preciso.
Como toda representación social, la figura de los exilios cruzados alterna con otras
representaciones, que la objetan, atenúan o impugnan. De hecho, a fines de los años
setenta, numerosas voces se alzaron para denunciar la desigualdad de condiciones y
posibilidades materiales de sendos contingentes exiliados. Contundente fue la versión
propuesta por Cristina Peri Rossi16 en su ensayo “Estado de exilio”, aparecido en la
revista Triunfo en febrero de 1978. Tras describir el populoso recibimiento de los
barcos que llegaban a América Latina transportando exiliados republicanos —escena
ilustrada con fotografías del puerto de Veracruz en 1939—, Peri Rossi afirma que los

16
Cristina Peri Rossi llegó a Barcelona desde Montevideo en 1972. Su amiga y editora
Esther Tusquets le dio sus primeros trabajos en Lumen a comienzos del exilio. Fue traductora
literaria en Lumen, Montesinos, Bruguera y Anagrama. Tradujo, entre otros textos: Infancia de
Prévert (Lumen 1979), La Fanfarlo y otros cuentos de Baudelaire (Montesinos 1981), Historias
dulces y amargas de Maupassant (Bruguera 1982).
78 Los trabajos del exilio

españoles “rápidamente se integraron a los nuevos países, donde obtuvieron docu-


mentos, trabajo y, especialmente, la posibilidad de vivir, y de expresarse libremente, de
enseñar y de escribir la contrahistoria” (1978: 24). La llegada de los latinoamericanos
a España tiene en su descripción muy distinto color:

Treinta y cinco años después comienza el éxodo a la inversa. Argentina, Chile,


Uruguay, diasporados a causa de las terribles dictaduras fascistas que padecen,
arrojan a España un contingente cada día mayor de exiliados y de emigrantes.
Las puertas de casi todos los países están cerradas, o los admiten con cuentagotas
[…]. Casi nunca hay banderas en los puertos para esperarlos, a veces ni una
mano se alza para saludarlos. Son cientos de miles y al descender del barco se
pierden por las calles de Barcelona, en sórdidas pensiones. Al otro día comenzará
la tenaz —y a veces oprobiosa— lucha por conseguir el sustento. Ese es el estado
de exilio. Se desembarca como se nace: sin casi nada (Peri Rossi 1978: 24).

Lejos de ser una reflexión aislada, el ensayo de Peri Rossi se inscribía en el proceso
de visibilización de las condiciones migratorias del contingente latinoamericano, en
general, y de sus capas intelectuales, en particular. Como señalamos en el comienzo de
este capítulo, la situación de los latinoamericanos en España se hizo particularmente
visible con motivo de los decretos de expulsión de octubre de 1978. Esa visibili-
dad llegó, en efecto, a su ápice cuando se anunciaron los decretos promovidos por el
Ministro del Interior Rodolfo Martín Villa. La amenaza de expulsión dejó expuesta
la problemática laboral de los emigrados y puso en evidencia una compleja trama de
valoraciones y creencias en torno a la presencia de inmigrantes de América Latina. A
raíz de esos decretos, la prensa española publicó numerosos artículos de fondo, soli-
citadas de apoyo y denuncias de la situación del colectivo latinoamericano: “La larga
noche de los refugiados políticos” o “Deberes españoles con el exilio americano” son
tan solo algunos de los titulares más expresivos.17 Todos ellos giraban en torno a una
pregunta: ¿tenía la España democrática una deuda histórica con la América Latina
sumida en el terror de las dictaduras?
Entre los intelectuales, escritores y traductores, la reacción a los decretos quedó
institucionalmente plasmada en la creación de un PEN Club Latinoamericano en
España. La iniciativa se hizo pública en la Conferencia Internacional del PEN realizada en

17
Véase “Los refugiados políticos en España, fuera de la ley” (Pereda 1978); “Una política
equivocada. ¿Qué hacer con los sudamericanos? (Marsal 1978); “La ‘Entesa’ defiende los dere-
chos de los exiliados” (Anónimo 1978a); “Un deber nacional” (Anónimo 1978b); “La larga
noche de los refugiados políticos” (Anónimo 1978c); “21 argentinos deben abandonar España.
Inquietud entre los exiliados latinoamericanos por un decreto que regula su estancia” (Anónimo
1978d); “Deberes españoles con el exilio americano” (Anónimo 1978e).
Alejandrina Falcón 79

Barcelona entre el 11 y 13 de octubre de 1978, es decir, un día después de la publicación


de los decretos de Martín Villa. Con el apoyo del entonces presidente del PEN Club
Internacional, Mario Vargas Llosa, del PEN Club de España y del Centre Català del
PEN,18 se constituyó una comisión organizadora integrada por Jorge Edwards, Marcelo
Covián, Carlos Meneses, Homero Alsina Thevenet y Carlos M. Rama, quien dirigió
la sección latinoamericana del PEN y fue la cara visible de la defensa de escritores,
traductores e intelectuales latinoamericanos. La comisión organizadora produjo un
contundente manifiesto titulado Al Pen Club Internacional y a la opinión pública, en el
que se denunciaba la “aberrante” situación legal y laboral de la comunidad intelectual
latinoamericana en España, y se aludía concretamente a la situación de los trabajadores
editoriales: “Se da el caso de traductores y correctores sin contrato de dependencia a los
cuales les resulta imposible obtener el permiso de trabajo, documento imprescindible
para poder normalizar su estatuto legal” (Rama 1979: 174). Carlos Rama recordaba que
España se podía permitir editar 24 mil títulos anuales porque América Latina ofrecía
una masa de lectores en lengua española capaz de consumir libros de industria española,
valiosos artículos de exportación que en 1978 habían representado “un volumen de mil
millones de dólares de divisas”. Una preguntaba se imponía: “Si América da lectores y
recursos a la industria española, ¿en qué medida se insertan los escritores, traductores y
editores latinoamericanos en la vida cultural española? En especial: ¿cuál es la situación
de aquellos que hoy residen en España?” (1979: 164).
Durante los meses de octubre de 1978 y febrero de 1979, se constituyeron comi-
siones de defensa de los refugiados políticos, se presentaron anteproyectos de ley, se
realizaron conferencias de denuncia; organismos internacionales, intelectuales y escri-
tores de diversas procedencias dieron su apoyo unánime a los latinoamericanos resi-
dentes en España (Rama 1979: 169-170; 1980: 66). Sin embargo, algunos firmantes
de solicitadas consideraron oportuno marcar la diferencia entre la defensa de los inte-
lectuales en el exilio y el apoyo a “decenas de miles de huéspedes poco deseables”. En
esta línea se inscribe un artículo que ha calado en la memoria del exilio: “Emigración
hacia España. La deuda inoportuna”, en el que Carlos Barral vertía argumentos que
sin ambigüedad daban razón a los decretos de Martín Villa:

18
Àlex Broch, secretario del Centre Català del PEN Club Internacional y cronista de este
evento para la revista Camp de l’Arpa, explicaba la decisión: “Es preciso señalar que la solidari-
dad que estos dos centros manifestaron en relación a los escritores latinoamericanos es un acto
de reconocimiento a la acogida que los países de estos escritores tuvieron, por causas parecida,
con los exiliados del estado español cuando llegaron después del 39. La llamada acuciante de
estos intelectuales latinoamericanos que actualmente se encuentran en una difícil situación
no fue comprendida de manera igual por todas las delegaciones presentes que objetaron la
posibilidad y el peligro de que aumentaran o proliferaran centros del PEN en el exilio según
la situación política de cada país” (1978: 65).
80 Los trabajos del exilio

Los años setentas venían a cobrarnos las cuentas de los años cuarenta. Intelectuales
competentes, escritores profesionales, científicos y creadores, llegaban a nuestras ciu-
dades con las manos vacías, con la voluntad de sobrevivir y de fundar aquí una vida
nueva. […] Evidentemente, en esa ola migratoria se mezclan los profesionales de
indiscutible carrera con los vividores del caldo urbano de las grandes capitales, “rotos”
y “chantapufis” como ellos mismos dirían. Llegaron y están llegando chapuceros de
todos los oficios, desocupados profesionales, pícaros, hampones y hasta delincuentes,
como dice el ministro del Interior; falsos perseguidos políticos, indistinguibles de
los verdaderos, y emigrantes aventureros que ni siquiera se atribuyen esa condición,
decenas de miles de huéspedes poco deseables, necesitados de medios de sobrevi-
vencia, dispuestos a realizar trabajos de fortuna en cualesquiera condiciones, con
evidente daño para un mercado laboral ya gravemente estrangulado (Barral 1978).

Barral justifica la desigualdad de condiciones materiales de sendos contingentes


explicando que muchos latinoamericanos eran “falsos perseguidos políticos”, y no
respetables integrantes de una “sociedad letrada” merecedora de asilo y protección.
La deuda de la España democrática con América Latina era legítima pero no todo
“sudamericano” parecía tener derecho a reclamarla. Esta tensión en la valoración de
la presencia latinoamericana en España se expresó en distintos niveles, como prueba
el intercambio que a principios de 1981 sostuvieron Enrique Tarín-Iglesias y, una vez
más, la editora Esther Tusquets con motivo del artículo “¡Vienen los sudamericanos!”,
un panfleto escrito por Tarín-Iglesias a raíz de un hurto perpetrado en el autobús por
un ladrón presumiblemente latinoamericano. Este mínimo episodio desencadenó una
virulenta reflexión que claramente trascendía su causa aparente y, antes bien, ponía
en evidencia cierto descontento letrado ante la “calidad” de los nuevos inmigrantes:

[H]ace años, los sudamericanos que nos visitaban eran licenciados en Dere-
cho —en buen número habían estudiado en nuestras universidades— médicos,
empresarios, domadores de caballos, artistas de circo, cantantes de boleros, poe-
tas, escritores, indianos que retornaban al hogar. Ahora, no: son en buena parte
[…] fauna impresionante de delincuentes. Me acordé también, inmediatamente,
de las usuales campañas contra las supuestas infracciones de los derechos huma-
nos que dicen que se conculcan en países sudamericanos. Pero bien ¿y mis dere-
chos humanos de viajar en autobús? (Tarín-Iglesias 1981).

Al artículo de Tarín-Iglesias respondieron diversos sectores del exilio, y en particu-


lar figuras del mundo editorial que mantenían vínculos fluidos con latinoamericanos
de Barcelona, como Esther Tusquets, que se presentó como portavoz de los agraviados
en un artículo rotundamente titulado “Desacuerdo Total. Manuel Tarín-Iglesias o la
impunidad del insulto” (1981).
Alejandrina Falcón 81

Este puñado de intervenciones públicas es representativo, obviamente no de lo


que pensaba todo “el pueblo español” —siempre solidario, como insistían en mar-
car los exiliados críticos de las políticas migratorias gubernamentales—, pero sí de la
heterogeneidad de representaciones existentes sobre la “cuestión latinoamericana”.
Salvando las distancias ideológicas, las voces de Barral y Tarín-Iglesias coincidían
en manifestar cierta decepción ante el desembarco de inmigrantes latinoamericanos
cuyo perfil colectivo no coincidía con la noble imagen de las elites letradas españolas
desterradas en América ni con aquella proyectada por la aristocrática minoría de
escritores del “boom”, difundidos por el propio Barral y financiados por Balcells
(Vila-Sanjuán 2003: 129; Catelli 2010). Más allá de las solicitadas de apoyo y de las
declaraciones de hermandad cultural, ambas visiones condensaban “un sentimiento
flotante” (Martini 1989: 141).
En síntesis, aquello que los efectos discursivos de los decretos de 1978 permiten
analizar, más allá del modo en que estas medidas afectaran de manera concreta a los
emigrados en general, y a los colaboradores editoriales en particular, es ante todo la
desigualdad que la representación especular obtura. Aun cuando los dichos de Barral
y Tarín-Iglesias no hicieran materialmente mella en la vida de la pequeña “sociedad
letrada” en el exilio, la reconstrucción de la presencia argentina en el mercado del
libro no puede ignorar la circulación de tales representaciones en el discurso social
de la época. No puede ignorarlas porque constituyen un indicador de la desigualdad
simbólica que traduce el dispar capital social y económico disponible. Retomando la
pregunta de Carlos Rama sobre la situación de los escritores, traductores y editores
latinoamericanos insertos en la industria editorial española, no son pocos los aspectos
que distinguen la posición en el campo editorial de los emigrados de la década del
setenta de la de los españoles exiliados en América en la década del cuarenta. Entre
esos rasgos diferenciales podrían mencionarse, como rasgo estructural, el tiempo de
permanencia en el exilio, la relación con los medios de producción, la posición que
ocuparon los exiliados y emigrados entre las elites culturales locales.
En el caso del exilio republicano en Argentina, el sector editorial generó
ciertamente posibilidades de empleo para los emigrados españoles; pero las tra-
yectorias de los gerentes y colaboradores españoles más destacados de las edito-
riales relacionadas con aquel exilio —Losada, Emecé, Sudamericana y otras más
pequeñas— revelan una sólida relación con representantes argentinos del poder
político, económico y cultural, como prueba el vínculo estable con la elite de
la colectividad española —a través de la Institución Cultural Española, dirigida
entre 1938 y 1943 por Rafael Vehils, director y accionista de la CHADE— (Espó-
sito 2010) o aun la omnipresencia de miembros del grupo Sur en todos sus pro-
yectos y prácticas editoriales (Willson 2011). Es sabido que la editorial Losada,
por ejemplo, constituyó una fuente de trabajo durable y un importante espacio
82 Los trabajos del exilio

de sociabilidad para los exiliados republicanos (Schwarzstein 2001: 147). Pero,


cuando en agosto de 1938, Losada, alejado ya de Espasa-Calpe, funda la editorial
que lleva su nombre, incorpora intelectuales españoles de gran prestigio y extensa
trayectoria en cargos directivos, dirección de colecciones, entre otras posiciones
destacadas. Sin ir más lejos, en el grupo fundador figuran Guillermo de Torre y
Amado Alonso, ambos con posiciones centrales en el campo cultural y académico
de la época (Willson 2004: 239-240; López García 2015a: 76-77). Por su parte, la
editorial Emecé, creada en 1939 por Mariano Medina del Río y Arturo Cuadrado,
contó con capitalistas argentinos directamente vinculados con el poder econó-
mico, como los Braun Menéndez, una tradicional familia de la oligarquía argen-
tina (De Sagastizábal 1995: 83). Por último, la editorial Sudamericana, creada en
1938, tuvo como primer gerente a Julián Urgoiti y luego a Antonio López Llausás,
como gerente ejecutivo (López Llovet 2004: 30). El primer directorio de esta edi-
torial estuvo integrado por notorios representantes del poder económico y finan-
ciero: Jacobo Saslawski, directivo de la casa Dreyfus; Alejandro Shaw, banquero;
Federico de Pinedo, ministro de hacienda del gobierno de Justo; y Luis Duhau,
ministro de agricultura y presidente de la Sociedad Rural Argentina.
Por cierto, no solo estos “exilios editoriales” se diferencian por el hecho, espectacu-
lar, de que los exiliados y emigrados españoles fueran accionistas, gerentes, directores
de las grandes empresas que contribuyeron a fundar —y no anónimos colaboradores
free lance, sin papeles ni derechos sociales—; también el problema de la variedad len-
gua, en el plano de las representaciones sociolingüísticas, y el modo en que cada exilio
fue construido a posteriori, en el plano de la elaboración colectiva de las memorias
sociales, constituyen elementos diacríticos que obligan a abordar cada exilio en su
género, tal como se intenta mostrar a continuación.

3.1. La clave comparada: el coloquio “Los dos exilios”

Un coloquio celebrado en febrero de 1983 en el Instituto de Cooperación Ibe-


roamericana de Madrid materializó, y puso a prueba, el ideologema en cuestión. El
evento titulado “Los dos exilios” reunió actores del mundo literario y editorial hispano-
americano que vivían o habían vivido exiliados: tres españoles y tres latinoamericanos.
Como representantes del exilio español fueron invitados el escritor y editor Manuel
Andújar, que en México había trabajado en la editorial Fondo de Cultura Económica;
los escritores y traductores Francisco Ayala y Rosa Chacel, radicados sucesivamente en
Brasil y Argentina, ambos traductores de Sudamericana y otras editoriales argentinas.
El exilio latinoamericano estuvo representado por la uruguaya Cristina Peri Rossi, el
argentino Daniel Moyano y el chileno Óscar Waiss.
Alejandrina Falcón 83

El contenido de las seis intervenciones muestra de qué modo los intelectuales de


uno y otro exilio caracterizaron la experiencia en términos de posibilidades laborales y
difusión de sus obras. Los exiliados españoles del cuarenta se describieron a sí mismos
en una posición satisfactoria en sus sedes de refugio —México, Argentina y Brasil—,
y destacaron las posibilidades económicas y los contactos laborales previos; sus relatos,
indirectamente transmitidos por William Lyon, el periodista que cubría el evento,
revelan satisfacción con sus condiciones de existencia en exilio:

[Ayala] recordó que los intelectuales tuvieron “un sitio de privilegio y mucha
más suerte que los que quedaron en España”. También destacó la importancia
de factores económicos en el recibimiento de exiliados en un país: si hay trabajo
que ofrecer, se tiene la impresión de que ese país trata bien a los recién llegados.
Más que tener gratitud a un país en particular, Ayala está agradecido “a perso-
nas que me ayudaron” […]. En cierto modo, la novelista española Rosa Chacel
también desmitificó su exilio en Brasil y Argentina: “Tenía muchas amistades
allí, tenía una vida intelectual”, manifestó. “De momento podía trabajar y existir
y no quería volver a aquella España, no sentía nostalgia. Mi exilio fue tan feliz y
afortunado que es casi vergonzoso”, dijo (Lyon 1983).

En cuanto a los latinoamericanos, las intervenciones de Peri Rossi, Moyano y


Waiss pusieron el acento en el anonimato y el desconocimiento del público español, la
desprotección legal y el insatisfactorio desarrollo profesional. Las declaraciones de los
escritores latinoamericanos parecían constituir ante todo una denuncia de las adver-
sas condiciones de inserción en el ámbito cultural. La reconstrucción notoriamente
antitética de sendas memorias colectivas, aun incipiente en el caso latinoamericano,
opone rasgos bien definidos: en el caso de los exiliados españoles, se habrían presen-
tado a sí mismos como editores, escritores e intelectuales dotados de un capital social y
simbólico suficiente para gozar de prestigio público y circulación editorial inmediata.
La autodescripción de los emigrados argentinos insinúa diferencias posicionales sobre
todo legibles en el plano de los recursos disponibles para la producción y circulación
de sus obras en el mercado editorial local.
Otro elemento que permite problematizar la homología postulada, y así abordar
cada “exilio editorial” en su género, se sitúa en el plano de las creencias lingüísticas
y atañe a la valoración de la variedad de lengua hablada y escrita por sendos contin-
gentes emigrados. Se trata de un punto por demás importante si consideramos que
el ideologema de los exilios cruzados establece una relación no problemática, hori-
zontal y simétrica allí donde existe una relación problemática, vertical y asimétrica:
el antiguo vínculo colonial entre España y los países de habla hispana, cuyas conse-
cuencias glotopolíticas han sido estudiadas en las últimas décadas (del Valle 2007).
84 Los trabajos del exilio

En el plano de la valoración de la diferencia lingüística, los intelectuales, académicos,


editores y trabajadores de la edición españoles radicados en Argentina después de
1939 a menudo fueron vistos como agentes depuradores del idioma. Aun cuando
figuras públicas, como Ernesto Sábato, lo cuestionaran, esa representación se tradu-
cía en prácticas editoriales concretas, como asignar a nativos españoles las tareas de
corrección estilística y ortotipográfica.19 En un ensayo pionero sobre la presencia
de exiliados españoles en el mundo cultural argentino, Blas Matamoro, desde su pro-
pio exilio madrileño, escribía: “El periodismo argentino fue un lugar de acceso a escri-
tores y redactores españoles, que servían, con el rigor de su castellano a encuadrar el
idioma manifiesto de un país poblado de inmigrantes de otras lenguas” (Matamoro
1982).20 Por el contrario, la valoración de la variedad de lengua hablada por el colec-
tivo argentino en España se inscribía en la difundida creencia de que las variedades
del español de América constituían una “deformación” histórica del castellano penin-
sular, representación social que históricamente halló soporte ideológico erudito en las
escuelas filológicas de corte purista, descritas por María López García en su exhaustivo
estudio sobre la variedad rioplatense (2015a; 2015b),21 cuyo correlato en la recepción
de traducciones latinoamericanas analizamos en los capítulos 5 y 6.
Una prueba parcial e indirecta de la vigencia de tal representación sociolingüís-
tica en el periodo del exilio puede hallarse en “Los argentinos aquí”, un artículo de
Mariano Aguirre, coordinador de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Su
contenido es de particular interés porque alude a las polémicas declaraciones de figu-
ras como Barral o Tarín-Iglesias, y da cuenta del “sentimiento flotante” del que, según
Martini, aquellas declaraciones se hacían eco:

19
Escribe Sábato: “[N]o puede sino indignar que […] algunas de nuestras grandes edi-
toriales insistan en mantener correctores hispánicos, que se pasan poniendo ‘chaqueta’ donde
un argentino escribe ‘saco’. Y que se llegue al colmo [de que la editorial Estrada encomiende]
el prólogo y los comentarios de una edición escolar de Juvenilia a un profesor español, nada
menos que Américo Castro, enemigo declarado y áspero de nuestra modalidad idiomática”
(1982: 135).
20
Dora Schwarzstein reproduce un testimonio que exhibe una valoración diferencial de
sendas variedades de lengua. Se trata de los argumentos del diputado socialista Nicolás Repetto
en un discurso destinado a promover el ingreso de científicos españoles a la Argentina en la
década del cuarenta: “España podría ofrecernos —alegaba Repetto— valores capaces de ejercer
en nuestro medio la función depuradora del idioma” (Schwarzstein 2001: 63).
21
Se trata de “la tendencia hacia la perspectiva diacrónica y con un prescriptivismo que
veía la lengua regional como una deformación, expresados en las posturas de Ramón Menéndez
Pidal y Américo Castro. De este modo, las representaciones que veían la variedad como un
desvío se fosilizaban, al margen de la práctica distanciada del ideal lingüístico, y a la sombra
de las instituciones vinculadas con el corte peninsular de la lengua” (López García 2015a: 77).
Alejandrina Falcón 85

Y como los españoles tampoco son todos los españoles, están los que matizan,
los que más allá de la pronunciación rara de las palabras o la presentación del
pasaporte en vez del DNI se arriesgan a confiar en unos argentinos y rechazar a
los que abusan de la solidaridad. […] Y están los otros, muchos disfrazados de
progresistas, que ante la crisis económica y política española no dudan en buscar
chivos expiatorios y transforman a todos los argentinos en nuevos judíos, miem-
bros de una resucitada invasión árabe, gitanos encubiertos, y sacan a relucir su
racismo y anacrónica hispanidad, convirtiendo automáticamente a todo argen-
tino —y latinoamericano— en un ladrón, secuestrador de futbolistas, terrorista
y violador de la lengua española (Aguirre 1981).

Ahora bien, el “sentimiento flotante” captado en los diversos testimonios cita-


dos tuvo plasmaciones bien concretas en distintos productos culturales del período.
Un caso testigo, que constituye una prueba ya no indirecta sino palmaria del exiguo
prestigio adjudicado a la variedad de lengua hablada por los argentinos en el exilio,
fue la puesta en escena televisada de la obra teatral de Bernard Shaw Pigmalión, adap-
tada por José Antonio Páramo y traducida del inglés por José Méndez Herrera. La
adaptación optaba, exitosamente a juicio de algunos críticos, por sustituir el slang y
el cockney londinenses por una variedad de lengua rioplatense salpicada de “lunfardo
porteño” (Pérez Ornia 1979). La representación literaria y audiovisual de la fonética y
del léxico porteño como habla de despreciables sectores populares, como “lengua del
arroyo”, bien podría no constituir una marca de época —es decir, no estar atravesada
específicamente por el exilio latinoamericano en España— si no fuera porque los
actores destinados a encarnar los personajes cuya degradación social se manifestaba
en el habla eran dos argentinos exiliados, Marilina Ross y Luis Politti, que en abismo
actuaban su propia marginalidad, el único papel estelar que parecía caberles.
Por cierto, no todos los comentaristas españoles vieron en esta transposición inter-
semiótica una elección natural del “equivalente” lingüístico de la degradación social
que Shaw condenaba. El sociólogo Armando de Miguel asociaba, en un artículo de
denuncia, aquella representación degradada del habla de los argentinos en la televisión
española con la exigencia de poseer la nacionalidad española para obtener cargos en
la universidad, cuestión por entonces candente que perjudicaba “muy directamente a
los hispanoamericanos, generalmente muy preparados, que ahora acuden a nosotros
en trance de exilio político” (De Miguel 1979):

Hemos tenido que ver por la tele una vergonzosa versión del Pigmalión (por otra
parte bien representada) en la que el acento de clase baja que hay que corregir
es el de Buenos Aires. Por lo visto el porteño es mal castellano y el madrileño el
castellano a imitar. La realidad es que el castellano madrileño de la tele es una
minoría en la comunidad hispánica. Provincianos somos (De Miguel 1979).
86 Los trabajos del exilio

En síntesis, esta neta diferencia en la valoración de la lengua —“depuración” vs.


“violación”— estuvo en el centro del problema de las variedades de lengua en traduc-
ción, correlato de la situación social de los exiliados en España. Las distintas etapas de
“aceptación, fastidio, rivalidad o rechazo locales, ante la lengua de esa nueva sociedad
letrada”, como señaló recientemente Nora Catelli (2015), han quedado nítidamente
plasmadas en un coloquio que tuvo lugar en Barcelona, ya no en la década del exilio,
sino en un período posterior, en los años noventa, en los que se consolidó el proceso
de construcción de una memoria exiliar centrada en el problema de la lengua.

3.2. La reducción lingüística: el coloquio “Los pelos en la lengua”


Para obtener una visión panorámica y a la vez retrospectiva de la problemática
lingüística —nuevo capítulo de la histórica reyerta en torno al “idioma de los argen-
tinos”—, vamos a proyectarnos más allá del período del exilio y dar un salto hacia
mediados de los noventa. Los días 13, 14 y 15 de febrero de 1995 en el Centro de Cul-
tura Contemporánea de Barcelona se desarrollaron unas jornadas sugestivamente titu-
ladas “Los pelos en la lengua”. Organizado por la representante del Consulado General
de la República Argentina, Estela Peláez, el evento reunió al colectivo de “intelectuales
argentinos residentes en Barcelona”. Fueron invitados como ponentes antiguos exilia-
dos que permanecieron en Barcelona como residentes estables, emigrados de décadas
previas al exilio y emigrados en décadas posteriores al exilio: Nora Catelli, Ana Tebe-
rosky, Dante Bertini, Ana María Gargatagli, Carlos Sampayo, Daniel Alcoba, Edgardo
Dobry, Teresa Martín Taffarel, Francisco Porrúa, Horacio Vázquez-Rial, Enrique
Lynch, Marcelo Cohen, Zulema Moret, Jorge Grant, Antonio Tello, Neus Aguado,
Mario Satz, Marcial Souto, Silvia Kohan, Andrés Ehrenhaus y Flavia Company, escri-
tora bilingüe castellano-catalán, hija de residentes argentinos en Cataluña. Cada jor-
nada fue convocada en torno a un eje temático diferente: cultura, literatura y lengua.
Los ponentes habían sido invitados sin distinción de modalidad migratoria, todos
unidos en el ambivalente rótulo identitario del “intelectual argentino en Barcelona”.
Esa ambivalencia venía inscripta, de hecho, en el título mismo del evento, que anclaba
el carácter foráneo de la identidad “intelectual argentino” ya no en la dimensión
política inherente al exilio sino en la diferencia lingüística: “Los pelos en la lengua”.
La elección del título impone un primer interrogante: ¿los pelos en la lengua de
quién? La locución “no tener pelos en la lengua” expresa el decir frontal y franco
de quien no teme decir verdades a nadie. Si seguimos el hilo de esta figuración, el
intelectual argentino en Barcelona sería el “pelo” en la lengua madre: aquel que
incomoda el monólogo peninsular; un pelo en la lengua como un palo en la rueda.
Sin embargo, en vista de lo discutido en la reunión de los días 14 y 15 de febrero,
la lengua de los argentinos en Barcelona aparece más bien como una lengua sin
Alejandrina Falcón 87

derecho a la frontalidad, más bien vacilante, que se justifica por aquello que no
puede decir del todo: su natalidad, su naturalidad diferente y, sobre todo, su escasa
rentabilidad en el mercado del trabajo.
Del evento quedan apenas algunos testimonios de expositores, recuerdos disper-
sos, dos o tres títulos de ponencias consignados en bio-bibliografías y un solo texto
completo asequible, el de Antonio Tello. Ningún archivo oficial lo ha registrado y tan
solo contamos con una noticia periodística para darnos una visión de conjunto. Se
trata del artículo “¿Lejía o lavandina? Los intelectuales argentinos residentes en Barce-
lona analizan durante tres días su situación” de Xavi Ayén, publicado el 16 de febrero
de 1995 en el suplemento cultural de La Vanguardia. De aquello que el periodista
recoge interesa la selección de temáticas: los diferentes motivos para emigrar, la rela-
ción de los emigrados con el trabajo, la relación con Europa, la relación con España.
En cuanto a la relación con Europa y España, entre las representaciones estables de
la discursividad exiliar, habría dominado aquella pasible de expresar un vasto abanico
de motivos migratorios, es decir, no la controvertida y politizada figura de los exilios
cruzados, sino la del “viaje invertido de los abuelos inmigrantes”, ambas de rigor en
los setenta y ochenta. En su ponencia, Edgardo Dobry, emigrado en 1986, habría
dado cuenta de ese tópico discursivo al sostener que “los argentinos somos europeos
nacidos en el exilio. Ir a Europa es volver” (Ayén 1995). Se trata de la consabida
figura del argentino “más europeo que latinoamericano”, que “pertenece” a la cultura
central y a la vez goza de la distancia crítica que le otorga su perspectiva periférica, la
“mirada exterior”. En lugar de una no pertenencia, la imagen construye una doble (y
más noble) pertenencia: la del europeo de vieja cepa. Lejos había quedado, en 1995,
el pesaroso tono del coloquio realizado el 24 de febrero de 1983 en el Instituto de
Cooperación Iberoamericana, en el que Peri Rossi y Moyano pedían por una mayor
inclusión de los escritores exiliados, y aun más lejos esa imagen doliente del argentino
venido con el exilio masivo, sufrido y a la deriva, compuesta por Ferran Monegal en
1976: “Si se cruza usted con un hombre cansado, cabizbajo y macilento, que arrastra
los finales de palabras con cierta melancolía, salúdele. Es un argentino”, palabras que
el escritor y traductor Eduardo Goligorsky aún recordaba con emoción —“hasta las
lágrimas”— en un texto de 1984 sobre el fin del exilio y la compleja decisión del
retorno, cuyo significativo título marca aún más la distancia con las representaciones
exiliares acuñadas en los noventa, y recuerda el lema encarnado en el tópico de “los
exiliados cruzados”: “Expatriación: calvario de ida y vuelta” (Goligorsky 1984).
En cuanto al segundo tema de discusión, el de la “relación con el trabajo”, la
figuración del exilio en su versión década del noventa entra en tensión con una
visión mucho menos apologética de la identidad migrante exiliar y pos-exiliar: la
del argentino mano de obra editorial. Este aspecto nos interesa en particular por-
que recupera la experiencia de los años del exilio propiamente dicho. Las mesas
88 Los trabajos del exilio

dedicadas al tema de la literatura y la lengua contaron con ponencias de Marcelo


Cohen (14.02.95) y Andrés Ehrenhaus (15.02.95), ambos llegados a Barcelona en
los setenta. Ayén nos informa indirectamente sobre lo dicho en esa ocasión: “El
núcleo del debate lingüístico fue: ‘¿Debemos escribir lejía o lavandina, tal como lo
aprendimos?’. Para el escritor Marcelo Cohen, ‘lo que requiera el texto, porque yo
soy lejía y lavandina al mismo tiempo’” (Ayén 1995). Es decir, Cohen habría rei-
vindicado la adopción de una identidad lingüística doble, una suerte de bidialecta-
lismo. Tras casi dos décadas de experiencia lingüística en Cataluña, es probable que
quienes habían concurrido aquella semana al Centro de Cultura Contemporánea de
Barcelona conocieran muy bien la relación y la diferencia entre bilingüismo y diglo-
sia. En su intervención, Ehrenhaus introdujo esa diferencia: “El traductor Andrés
Ehrenhaus —escribe Ayen— se confesó ‘un traidor remunerado, dedico seis horas
diarias a trasladar textos a ese pastiche híbrido dictado por las editoriales. Contribuyo
a eso y me autocensuro. Por eso escribo, para cohabitar con el traidor que llevo den-
tro’” (Ayén 1995). El tono jocoso no ocultaba que, para los traductores de libros, el
bidialectalismo podía ser una definición subjetiva —“yo soy ‘lejía’ y ‘lavandina’”—
pero no una opción profesional, ámbito en el cual, bilingüe o no, los contextos de
aceptación de variedades regionales de la lengua castellana en los soportes impresos
no contemplaban preferencias subjetivas: en ellos la lengua es “dictada”. Con esta
nueva versión de la figura del “exiliado escriba” y del “traductor-traidor”, Ehrenhaus
introducía una de las claves de aquello que distinguía, para exiliados y emigrados
argentinos, la escritura directa de la escritura en traducción, a saber que la segunda
presenta una dependencia mayor de las leyes del mercado puesto que obedece a
un encargo editorial. Por lo demás, lo expuesto en las jornadas con relación a la
“cuestión lingüística” permite situar etapas en la elaboración de argumentos con-
temporáneos, y demuestra que la actual vinculación entre el “exilio y traducción” en
textos posteriores de Cohen (2006; 2008; 2014) y Ehrenhaus (2011; 2012) son pro-
ducto de un largo y procesado refinamiento de posiciones sostenidas en el tiempo.
Sea como fuere, sendas representaciones —la del argentino emigrado como “ame-
ricano de cepa europea” y la del argentino emigrado como “escriba del mercado”—
solo en apariencia entraban en tensión. La función ennoblecedora de la inversión
“argentinos exiliados en España” por “europeos exiliados en América” no acaba de
ocultar el deslizamiento del término “exilio” hacia el de “migración económica”: el
fenómeno inmigratorio masivo mayoritariamente procedente de Europa entre fines
del xix y las primeras décadas del xx, que opera como referente de “europeos exiliados
en América”, obedecía fundamentalmente a motivos económicos.22 Si los exiliados en

22
Explica Fernando Devoto: “Para el período de la inmigración de masas, desde las últimas
décadas del siglo xix hasta la Primera Guerra Mundial, la cuestión de definir qué es un inmi-
Alejandrina Falcón 89

las décadas del setenta y del ochenta se veían y solían ser vistos en el espejo del exilio
republicano español (Tusquets 1982), y eran mencionados en los medios impresos
como representantes de una deuda moral y material que España debía saldar (Barral
1978), en la década del noventa el colectivo de “intelectuales argentinos en Barcelona”
proponía un espejo público en el que los aspectos económicos parecían signar la iden-
tidad migrante. Y, en este sentido, las intervenciones de Cohen y Ehrenhaus, ambos
trabajadores editoriales profesionalizados, venían a ratificar ese desplazamiento: la len-
gua del mercado es una de las claves interpretativas del “exilio en la lengua”. La síntesis
contundente de estas nuevas representaciones pos-exiliares procede de las ponencias
de Ana Teberosky y Daniel Alcoba:23

La psicóloga Ana Teberosky reveló las fuentes del sustento de gran cantidad de
la emigración argentina: se dedican a trabajar “como ‘negros’ de la escritura en
editoriales y medios de comunicación”. Así, se dio algo tan extraño como es que
un poeta, Daniel Alcoba, se felicitara de que las editoriales españolas funcionen
como “fábricas de coches”. Y es que eso “garantiza el trabajo” (Ayén 1995).

Así pues, la descripción de este evento permite hipotetizar que la memoria del “exi-
lio editorial” en Barcelona, que en fechas recientes comenzó a cimentarse en ensayos
y artículos periodísticos de algunos de sus representantes conspicuos (Cohen 2006,
2008 y 2014; Ehrenhaus 2011 y 2012; Gargatagli 2012; Catelli 2012 y 2015; Mar-
tini 2012) se construyó sobre el recuerdo de un período pos-exiliar, los años noventa,
cuando el proceso de reducción del “exilio” al problema de la lengua literaria ya estaba
prácticamente consumado. Se trata de una memoria centrada en el tema lingüístico-
editorial, que se permite decir “sin pelos en la lengua” aquello que en los años setenta
y primeros ochenta era apenas un murmullo textual.

grante parece a primera vista bastante sencilla. Se trataría de los europeos más o menos pobres,
campesinos, varones, mayoritariamente analfabetos, que arribaban a nuestro país para ‘hacer
la América’, en su propia perspectiva, y para poblar el desierto, en la perspectiva de las elites
argentinas. Cuanto mayor fuese esa capacidad de trabajo, principal virtud que se les asignaba,
mayor sería su valor” (2003: 21).
23
Daniel Alcoba es una figura por demás interesante en una biografía colectiva del exi-
lio, pero sin duda también merecería un estudio de caso. Exiliado primero en París, migra a
Barcelona donde se establece y adopta la ciudadanía hispano-catalana. En Barcelona reconvierte
su trayectoria de periodista, iniciada en Buenos Aires, y se vuelca a la traducción y a la escritura
de ficción política, género policial y “simbolismo psicológico”. Alcoba es el padre de la escritora
franco-argentina de origen platense Laura Alcoba, que tan poderosamente narró en El azul
de las abejas el vínculo epistolar con su padre preso, desde su propio exilio adolescente en los
suburbios parisinos.
90 Los trabajos del exilio

El evento “Los pelos en la lengua” constituye, por tanto, una pieza clave para
comprender el uso laxo de la categoría “exilio” en testimonios recientes y para
apuntalar nuestra interpretación de las metáforas del “exilio en la lengua” como
figuración de condiciones de producción literaria exiliares, que afectaron funda-
mentalmente a los trabajadores editoriales, entre los que sin duda destacan los
traductores, correctores y escritores por encargo. Nos permite asimismo situar en
coordenadas precisas un problema consustancial a la práctica de la traducción lite-
raria editorial en comunidades hablantes extendidas, como la hispanohablante: el
conflicto entre variedades de lengua en la práctica de la traducción, producido por
los condicionamientos lingüísticos que el mercado del libro impone para maximizar
la difusión de los textos traducidos.
III. Vivir de la Olivetti: traducciones,
seudotraducciones y otras escrituras por encargo

Debo decir que para un exiliado poder vivir de la traducción o de


escribir por encargo era como una especie de milagro laico. ¿Cuántos
habían pensado alguna vez que podrían vivir del teclado de la Olivetti
inicial y luego, claro, del ordenador, de la computadora? Ese momento
de la conversión, cuando uno comprende que está pagando las cuentas
con lo que sale de ese teclado, es tan alentador que los malos salarios
quedaban más o menos relativizados por la posibilidad de hacer lo
que a uno le gustaba. Ser free-lance y escribir, o traducir, que a fin de
cuentas no es más que otra manera de aplicar la capacidad de escribir a
un texto que llega de un contexto diferente.
(Pablo Di Masso: Entrevista personal, 2016)

Entre 1974 y 1983 las editoriales catalanas publicaron numerosas traducciones


de latinoamericanos emigrados —argentinos, chilenos, uruguayos, en su mayoría—.
Entre aquellas que editaban literatura, se reiteran ciertos nombres de traductores lati-
noamericanos, claro indicador del “efecto red” propio de la dinámica laboral del tra-
ductor de libros en general. Si recorremos los catálogos de las pequeñas editoriales
de vanguardia de la época, veremos que Anagrama publicó traducciones de Ricardo
Pochtar —célebre por su traducción de El nombre de la rosa de Umberto Eco publicada
por Lumen—, Mario Merlino, Roberto Bein, Cristina Peri Rossi y Marcelo Cohen.
Para Tusquets tradujeron los argentinos Marcelo Covián y Federico Gorbea, la pareja
de escritores Susana Constante y Alberto Cousté —con la co-traducción de Zona de
Apollinaire— y Cohen; también tradujeron para Tusquets los uruguayos Homero
Alsina Thevenet y Carlos M. Rama, que estuvo a cargo de la edición y traducción de
Guerra de clases en España, 1936-1939 de Camillo Berneri para la serie Los Liber-
tarios. Y fue Beatriz De Moura quien encargó una traducción sobre antipsiquiatría,
temática por entonces en boga, al escritor Juan Martini, que había llegado a Barcelona
con una carta de presentación firmada por Franco Basaglia.1 Para Lumen, la editorial

1
Martini había editado un libro de Basaglia en Editorial Encuadre, impulsada por él en
Rosario entre 1971 y 1975. En agosto de 1974 publicó La institución en la picota de Franco
Basaglia y Franca Basaglia Ongaro, libro compilado, traducido y comentado por los psicó-
logos María Elena Petrilli y Mauro Rosetti; el diseño de tapa era de Roberto Fontanarrosa y
Marcelo Muntaabski.
92 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

de Esther Tusquets, tradujeron otros tantos latinoamericanos: entre los uruguayos,


Cristina Peri Rossi, Homero Alsina Thevenet, Beatriz Podestá Galimberti; entre los
argentinos, el poeta Mario Trejo, el guionista Carlos Sampayo y Ricardo Pochtar. En
Montesinos Editores, grupo editor de El Viejo Topo, trabajó Marcelo Cohen como
director de colección, y tradujeron los rioplatenses Álvaro Abós, Cristina Peri Rossi,
Homero Alsina Thevenet así como el escritor chileno Mauricio Wacquez.
La presencia de agentes vinculados con las editoriales argentinas Sudamericana y
Minotauro a través de las publicaciones de Edhasa en España constituye otro ejemplo
notorio. El caso de Minotauro, pionera en la edición de ciencia ficción en la Argentina,
tiene una particularidad: a la migración de su editor y principal traductor, Francisco
Porrúa —y sus seudónimos Luis Domènech, Ricardo Gosseyn, Francisco Abelenda—,
se añade la migración de algunos de sus principales traductores antes y durante el
período del exilio: Carlos Peralta, Matilde Horne o Marcial Souto. El proyecto editorial
de Minotauro ha marcado la memoria de la emigración argentina en Barcelona, y su
prestigioso director suele mentarse como ejemplo de gran editor. El trabajo con las tra-
ducciones, en particular, es presentado como modelo de cuidado y respeto de los textos:

Paco no solamente lee todos los libros que publica y los analiza para el autor; sino
que además traduce, o corrige él mismo las traducciones. Para cada traductor
medita qué libro es más adecuado. Recomienda tomarse tiempo, adelanta dinero
si hace falta y después de leer el texto hace una prolija lista de divergencias. Son
solo algunas de sus costumbres (Cohen 2003).

En el imaginario del “exilio editorial”, Minotauro no solo fue un foco de trabajo para
algunos rioplatenses emigrados sino un verdadero proyecto de traducción, ligado a la tra-
dición argentina de importación de ciencia ficción. Una tradición que, a partir de 1981,
también estuvo representada en España a través de la colección Fénix del sello Adiax,
continuador de Andrómeda. Tanto Andrómeda como Adiax estuvieron bajo la direc-
ción literaria de Jorge A. Sánchez, activo importador —editor, antólogo, prologuista y
traductor— de ciencia ficción hacia finales de los años setenta en Buenos Aires. En 1981,
Sánchez se trasladó a Barcelona, en parte siguiendo al dueño de Adiax. En Argentina
trabajó con traductores como Elvio Gandolfo y Matilde Horne, pero también editó las
dos antologías de ciencia ficción publicadas en la colección Biblioteca Total del Centro
Editor de América Latina, un proyecto editorial que sobrevivió a los embates de la repre-
sión durante la dictadura argentina. Otro caso de gran interés es la editorial Argonauta.
Creada por Mario Pellegrini, hijo del mítico editor y traductor Aldo Pellegrini, en Buenos
Aires, y transplantada a Barcelona en los años setenta, constituye un caso particular pues
era una editorial pequeña pero con un selecto fondo de obras literarias, con presencia de
traductores emigrados, entre los que figura Ana Goldar, exiliada en Barcelona desde 1975.
Alejandrina Falcón 93

Ahora bien, la presentación de listados de editoriales receptoras y la constitución


de nóminas de colaboradores argentinos o funciones ocupadas no bastan por sí solas,
como hemos visto en el capítulo anterior, para comprender la posición que los exilia-
dos ocuparon en el campo editorial de la transición española. Si bien es innegable que
algunos argentinos estuvieron vinculados con las elites culturales locales y lograron
hacerse un lugar en las editoriales más prestigiosas del período, sería un error consi-
derar que solo tradujeron literatura de “calidad” o ensayos de pensadores, filósofos o
cientistas sociales del siglo xx, entre otros productos de la llamada “alta cultura”. La
inspección de catálogos de traducciones indica que en los primeros años del exilio no
predominó la traducción de obras selectas o siquiera de obras literarias. Por el contra-
rio, primaron los encargos de libros de los más diversos géneros y temáticas: desde los
géneros literarios populares —policiales, novelas del Oeste, novela erótica o de terror y
ciencia ficción— hasta libros de autoayuda, vida extraterrestre, actividad paranormal,
sexualidad humana, razas de perros, cocina, drogas o delincuencia juvenil. Toda esta
producción tenía especial cabida en los catálogos de dos editoriales que, en la memoria
del exilio, constituyen el contrapunto de la seriedad, unidad temática y distinción de
Minotauro: Bruguera y Martínez Roca. La presencia de traductores y traducciones
de origen latinoamericano en general, y argentino en particular, en ambas editoriales
fue particularmente notoria, y por ello constituyen los dos casos testigo que explora-
mos en este capítulo y en el siguiente.
A continuación, profundizaremos el análisis de esta clase de producción editorial a
fin de exhibir el funcionamiento de una serie de prácticas escriturarias de escaso presti-
gio literario y alto poder explicativo de la posición inicial de los emigrados en el campo
editorial durante el período en estudio. Se trata de la escritura de libros por encargo
firmados con seudónimos extranjeros: con menor frecuencia reveladas públicamente,
ausentes de la memoria editorial construida a posteriori, pero tan secretas como puede
serlo un secreto a voces, esas prácticas permiten analizar de qué modo algunos intelec-
tuales, escritores y periodistas argentinos incursionaron en modalidades de escritura por
encargo que los vinculan directamente con toda una tradición de escritores españoles
que durante el franquismo vivieron de la producción de obras seudónimas.

1. Literatura de consumo en Martínez Roca Editores


Desprendida de Grijalbo Editores en la década del setenta y adquirida por Planeta
en los noventa, Martínez Roca Editores es un buen reflejo de la producción editorial
española de corte popular y gran éxito comercial. Su nutrido catálogo, ordenado en
innúmeras colecciones, se caracteriza por la diversidad temática —ficción, autoayuda,
esoterismo, naturismo, salud— y genérica —ciencia ficción, terror, novelas románticas,
94 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

de aventuras, literatura erótica y literatura infantojuvenil—. Entre mediados del 1970


y 1983, para la editorial tradujeron los argentinos Horacio y Margarita González
Trejo, Horacio Vázquez-Rial, Mario Trejo, Mario Sexer, Gerardo Di Masso y Silvia
Tarditti Di Masso, Jorge Binaghi, Eduardo Videla, Celia Filipetto, Juana Bignozzi y
Carlos Peralta, traductor estable de Minotauro. No todos registran, por supuesto, el
mismo volumen de traducciones en el catálogo de Martínez Roca. Horacio González
Trejo2 y Juana Bignozzi tradujeron a destajo obras de temas muy variados, conforme
al ecléctico catálogo de la editorial. A juzgar por los títulos de los libros traducidos,
se trataba de traducciones alimentarias, en consonancia con el perfil eminentemente
comercial de la empresa.3 Algunos emigrados desempeñaron varias funciones en
Martínez Roca. El escritor y traductor Eduardo Goligorsky, por ejemplo, fue asesor
externo, seleccionó títulos, escribió novelas con seudónimo y, en los noventa, dirigió
la colección Campo de Agramante.
La trayectoria de Goligorsky permite observar la dinámica de los contactos y el
funcionamiento de las redes editoriales transnacionales que favorecieron la inserción
laboral en España. Por comenzar, antes de salir del país, Goligorsky ya trabajaba para
editoriales extranjeras. En Buenos Aires, traducía para Pomaire y dirigía para Granica
la colección política Libertad y Cambio. En Barcelona, no solo siguió trabajando
para Granica, que también se había trasladado a esa ciudad, sino que en un primer
momento ingresó a Pomaire como contratado. Para la editorial Bruguera, gracias a
Ricardo Rodrigo, dirigió la colección de Clásicos del Erotismo.4 Los contactos con
Martínez Roca también se habían establecido con antelación a su partida, a través
de un agente literario de la editorial, Nicolás Costa, que le había propuesto hacer
traducciones para España desde Buenos Aires, tentándolo con la posibilidad de cobrar
en divisas americanas: “En aquella época —evocaba Goligorsky— era un lujo porque

2
En 1980, este escritor y traductor argentino residente en España desde 1972 publicó en
la revista Triunfo un artículo a doble página titulado “La traducción o el oficio de la traición”.
Pese a su previsible título, el ensayo es a primera vista bastante heterodoxo, adelanta no pocos
de los argumentos versionados posteriormente por Marcelo Cohen, y describe el mundo de las
editoriales que publicaban “libros para porteras”. Véase el capítulo 6.
3
En torno a 1980, para Martínez Roca, el latinista argentino Jorge Binaghi tradujo Los
médicos también odian de Richard Hirschhorn y La adolescente precoz de Eva Jones; Gerardo Di
Masso tradujo Adúlteros felices de Ellen Roddick y Fugitiva de Julia Sorel; Horacio González
Trejo hizo la traducción de La edad de oro de la ciencia ficción de Isaac Asimov y otros autores
anglosajones.
4
Entre 1977 y 1978, editó seis volúmenes todos ellos traducidos por el argentino Ricardo
Pochtar y la uruguaya Beatriz Podestá Galimberti. Entre los autores figuran Pietro Aretino, el
Conde de Mirabeau y el Marqués de Sade, cuyo libro La filosofía en el tocador fue traducido
por Pochtar.
Alejandrina Falcón 95

te pagaban en dólares” (Entrevista personal, octubre 2010). Así, tras desvincularse de


Granica, trabajó para Pomaire, Bruguera y Martínez Roca hasta jubilarse. La figura
de Goligorsky interesa también en tanto portador de un habitus editorial adquirido en
sus años de formación como traductor y escritor por encargo en la Argentina, durante
los cincuenta y sesenta, cuando por motivos de censura y motivos comerciales se volcó
a la escritura seudónima de novelas de género policial (véase capítulo 7). Esos antece-
dentes favorecieron su inscripción en Martínez Roca.
En efecto, Martínez Roca contaba con tres colecciones en las que publicaba un
tipo de literatura muy popular y de gran éxito comercial en el período de la transi-
ción española: las novelas de adolescentes recluidas en reformatorios, sumidas en la
droga y el alcohol. Esta literatura dio asimismo lugar a una modalidad de escritura
seudónima llamada “seudotraducción”, una práctica que indirectamente ilumina el
funcionamiento de las normas de traducción en este período y el modo como los
argentinos las adoptaron.

1.1. Excurso sobre la seudotraducción


Una “seudotraducción” o “traducción ficticia”, según la denominación de Gideon
Toury (1999; 2004),5 es un texto nativo que ha sido presentado como un texto de
origen foráneo, es decir, que ha sido “disfrazado” de traducción. Según Christine
Lombez (2005), los motivos del disfraz pueden ser varios y aun solaparse entre sí:
motivos psicológicos —para ser reconocido como escritor—, ideológicos —a fin de
comunicar contenidos polémicos o mensajes cifrados—, literarios y estéticos —para
importar nuevos patrones literarios supuestamente pertenecientes a otra tradición—
y, por supuesto, motivos comerciales. Esta práctica suele situarse en el plano de las
mistificaciones literarias y su interés teórico radica en que revela el estatuto problemá-
tico de la distinción entre “texto original” y “texto derivado”, es decir, entre original
y traducción (Robinson 1998: 183-185). Julio-César Santoyo identifica dos grandes
tipos de seudotraducción o “falsificación traductora”: la “explícita o transparente” y
la “implícita u opaca”, en la cual “en ningún momento se asegura que se trate de una
traducción ni en ella consta el nombre del traductor: es la información peritextual la
que confunde al lector y lleva a suponer o deducir la condición de texto traducido”
(Santoyo 2012: 358). En ese mismo sentido, David Martens sostiene que, al cons-
tituirse como simulacro literario, las seudotraducciones son un punto de encuentro
privilegiado para las poéticas de la ironía y de la traducción. Mediante la ilusoria

5
Según Douglas Robinson (1998), Anton Popovic fue el primero en introducir en los estu-
dios literarios el término “traducciones ficticias”, definidas como “cuasi-metatextos”, es decir,
textos que son aceptados como un metatexto.
96 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

puesta en escena de las características formales de la traducción y de sus protocoles


paratextuales convencionales, plantean el problema de la identidad de la traducción
por vía de la ironía (Martens 2010: 195; Martens/Vanacker 2013).
Quienes han estudiado la censura editorial, teatral y cinematográfica en el ámbito
de la traducción en España (Rabadán y Merino 2002; Merino 2008) han constatado
que entre las décadas del cuarenta y del setenta la seudotraducción implícita fue
una práctica editorial más que corriente en las editoriales españolas que publicaban
literatura popular,6 conocida como “literatura de quiosco”: la novela rosa, la novela
policial y, en particular, la novela del Oeste (Santamaría López 2008). Si bien la
escritura de novelas por encargo firmadas con seudónimo extranjero7 fue una prác-
tica literaria muy importante en la cultura impresa de la etapa franquista, no se
trató de un fenómeno circunscrito al período 1936-1975 sino que siguió vigente en
el período democrático. Esta práctica con sólida tradición local fue notoriamente
cultivada por exiliados argentinos en la editorial Martínez Roca y Bruguera, cuando
los escritores españoles comenzaban a desertar la escritura seudónima por encargo
y, en algunos casos, a publicar novelas con sus nombres reales, como fue el caso
de Francisco González Ledesma, prolífico autor de novelas del Oeste, policiales,
eróticas, bajo el seudónimo de Silver Kane. Así reconstruye González Ledesma la
protohistoria de este fenómeno editorial:

Ante todo situémonos en los años 40 y procedamos a recoger los restos del
naufragio. Después de la guerra civil, una parte de la intelectualidad espa-
ñola estaba en el exilio, pero otra parte no menos importante había sufrido
en el interior la “depuración” y la cárcel, lo que significaba, en el mejor de
los casos, falta de oportunidades para ganarse el pan de cada día. Eso hizo
que personas que a veces habían desempeñado importantes cargos durante la
República pasaran a desempeñar pequeños cargos en editoriales que luchaban
por la supervivencia. Correctores de estilo, asesores literarios, guionistas y, por

6
En las primeras décadas del siglo xx, destacan las editoriales Calleja, Sopena y El Gato
Negro, esta última creada en 1910 por Joan Bruguera. En el período de posguerra, Molino,
Clíper y Bruguera son los referentes editoriales en materia de novela popular (Moret 2002:
96-105).
7
Además del detalladísimo trabajo de José Miguel Santamaría López (2008), sobre la uti-
lización del seudónimo durante el franquismo también puede consultarse “El pseudónimo y la
censura en la narrativa del Oeste” de Carmen Camus (2007). Los motivos para la utilización
de seudónimo en la novela popular del período aparecen sobre todo ligados a la necesidad de
dar un tinte anglosajón a las versiones nativas de géneros reconocidamente foráneos. El temor a
la censura no parece haber sido un motivo de peso considerando que los censores conocían los
nombres reales detrás de los seudónimos.
Alejandrina Falcón 97

supuesto, escritores de novelas por pasillo estrecho a cuyo fondo había un edi-
tor y —lo más importante— una oficina de Caja. Sin ellos no hubiera podido
darse la moderna novela popular, que creó unos profesionales y unas bases para
lo que hoy llamamos novela negra. Las personas dedicadas a este menester, que
entonces consideraban transitorio, pero que en muchos casos duró el resto de
sus vidas, se dividían en tres grandes apartados: a) los que escribían novelas
rosa, cuyo arquetipo podría ser Corín Tellado […]; b) los que escribían novelas
del Oeste, cuyo arquetipo podría ser Marcial Lafuente Estefanía […]; c) los que
escribían novelas policiacas (1987: 10-13).

La síntesis de González Ledesma ilustra vívidamente el modo en que la llamada


“disponibilidad de los intelectuales” españoles que no partieron al exilio incidió en el
desarrollo de estas prácticas tan íntimamente vinculadas con la producción y el con-
sumo de literatura popular de masas durante el franquismo y los primeros años de la
democracia española. Inversamente, fueron argentinos en el exilio los que tomaron
la posta de la actividad seudotraductora durante la transición.

1.2. “Las novelas de las niñas”: seudotraducciones a granel


En las colecciones de Martínez Roca figuran numerosas novelas firmadas con seu-
dónimo extranjero, escritas por argentinos exiliados, todos ellos intelectuales, perio-
distas, poetas o narradores: el ya mentado Eduardo Goligorsky, Ernesto Frers, Álvaro
Abós,8 Vicente Zito Lema, Alberto Szpunberg,9 Alberto Speratti o Alicia Gallotti. Las
seudotraducciones más significativas proceden de las colecciones Fontana Joven, Fon-
tana Joven y Romántica y Unicornio, dedicadas a la difusión en lengua castellana de
novelas sobre adolescentes marginales y descarriadas, todas ellas de presumible origen
norteamericano, y destinadas a un público joven o adolescente.
En 1976, Martínez Roca publicó en Barcelona la primera edición de Nacida
inocente. El drama de los reformatorios juveniles de Gerald Di Pego y Bernhardt J.
Hurwood, traducida por J. A Bravo. Convertida en best-seller de los años setenta y
ochenta, beneficiada por su versión fílmica con papel estelar de Linda Blair, bajo un

8
En 1980, junto con Jorge Bragulat y Hugo Chumbita, Álvaro Abós fundó la revista del
exilio Testimonio Latinoamericano, en cuyos cinco primeros números Goligorsky y Frers pole-
mizarían con motivo del artículo de Chumbita “Peronismo, un enigma europeo”. Sobre esta
polémica y el perfil general de la revista, véase Jensen (2007b).
9
Vicente Zito Lema había sido director editorial de la revista argentina Crisis, que dejó de
publicarse en agosto de 1976, y en cuyas páginas también había colaborado Alberto Szpunberg.
En el exilio ofició de abogado en la asesoría jurídica creada por la ONG Agermanament para
ayudar en forma gratuita a los exiliados latinoamericanos.
98 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

barniz de denuncia social, la novela apelaba al morbo lector encadenando escenas


de maltrato, violación y adicciones múltiples. La contraportada de la traducción de
Nacida Inocente, atribuida a Jaime Sanmartí Argelich, ex-profesor-tutor del Instituto
Ramón Albó de Protección de Menores de Barcelona,ponía en evidencia el carácter
testimonial y la intención realista de la obra:

Humillación y soledad son las constantes que enmarcan la forma de vivir y de


ser de los menores recluidos en Centros-Reformatorios. Esa sociedad que salda
sus cuentas con la represión, aún sin violar la ley, y se mal responsabiliza de unos
seres que no son queridos por nadie, los abandona poniéndolos en manos de
ineptos y sensibloides profesionales de la marginación. […] No es falso ni exage-
rado lo que nos cuenta el autor de este libro. Es una cruel realidad de la que todos
deberíamos sentirnos responsables (Di Pego/Hurwood 1976).

La historia de la miserable vida de Chris Parker fue por sobre todo un éxito de
ventas, que Martínez Roca no quiso dejar escapar. Así nació la saga de “Nacida Ino-
cente”. Primero llegaron Chris (2ª Parte) y Escapa Chris (3ª Parte), de Paul May; luego
El regreso de Chris (4ª Parte), El corazón de Chris (5ª Parte), Un amor para Chris (6ª
Parte), Chris y su destino (7ª Parte); Los caminos de Chris (8ª Parte); La esperanza de
Chris (9ª Parte) y La granja de Chris (10ª Parte). A partir de 1978, Paul May, iniciador
de la saga, se encargaría de contar “qué ocurre con Chris Parker cuando abandona el
reformatorio” a “los cientos de miles de lectores que se conmovieron con las experien-
cias de aquella joven, ‘nacida inocente’” (May 1978: Contraportada). En la 3ª parte,
“la novela más cruda y estremecedora de la serie Nacida Inocente, un éxito mundial
que denuncia el drama de los adolescentes marginados”, Chris Parker “solo quiere
disfrutar de la libertad” (May 1978: Contraportada). Realismo, rebeldía, oposición
al orden establecido y consumo masivo parecen conjugarse en este producto de la
cultura popular de los primeros ochenta, y signan la producción y difusión de estas
novelas en apariencia destinadas a un público joven.
Esta saga tiene el interés de revelarnos una práctica editorial usual que en este caso
tiene como protagonistas a escritores argentinos: la escritura por encargo de novelas
firmadas con seudónimo extranjero. Entre Gerald Di Pego y Paul May, la traducción
se ha convertido en seudotraducción. Pues Paul May no es sino uno de los seudóni-
mos de Ernesto Frers, convocado por Martínez Roca para dar continuidad al éxito
comercial de la novela originalmente traducida por J.A. Bravo. Pero esta saga no solo
interesa porque ilustra una práctica editorial, cuyo autor real era un escritor exiliado,
sino porque además contiene rastros de sus secretas condiciones de producción. Pues
si el seudónimo extranjero opera como máscara destinada a dar verosimilitud al origen
foráneo de la saga, la lengua “de traducción” funciona aquí como doble máscara: se
Alejandrina Falcón 99

trata del remedo estereotipado de la lengua de las traducciones peninsulares recreada


según el oído de un escritor de origen rioplatense. En efecto, la saga de Chris Parker
tiene el inconfundible fraseo de las traducciones españolas que aún no recurrían al
“español neutro”, promovido a partir de los años ochenta y noventa. En la novela
Escapa Chris (3ª parte) pueden leerse fragmentos del siguiente tenor: “Allá vosotras.
—Chris sacudió su larga cabellera—. Cuando seamos mayores de edad y vosotras aún
estéis en chirona, yo iré a llevaros cigarrillos” (Frers 1978: 15).
Se trataba, por tanto, de una doble impostura: no solo Paul May usufructuaba la
tradición local del seudónimo extranjero, sino que presentaba una doble falsa autoría al
remedar una voz peninsular ajena a la variedad natal del autor. Si consideramos que Mar-
tínez Roca también editaba la saga de Chris Parker en Buenos Aires, desde la perspectiva
de un lector rioplatense, este fraseo típico de las traducciones españolas no podía sino
apuntalar la verosimilitud de esta ficción traductora. El enrarecimiento de las tramas fue
percibido por algunos de sus lectores, que mencionan la progresiva extravagancia de los
episodios posteriores a Nacida Inocente. Esta intuición lectora no estaba errada: la saga,
tras su apariencia de realismo y denuncia social, se fue tornando parodia; y esa parodia
se denunciaba a sí misma en un curioso epígrafe: “La gente no debe mirar hacia atrás”.
Procedente de una tradición literaria ajena al producto presentado, el epígrafe
alude solapadamente a la escena de escritura por encargo. Pues se trata de una breví-
sima cita de Matadero Cinco o La cruzada de los niños de Kurt Vonnegut, una novela
que por entonces estaba disponible en el mercado, ya que en 1977 Bruguera había
reeditado la traducción de Margarita García de Miró, originalmente publicada por
Grijalbo en 1970. Fuera de su marco de origen, el escueto epígrafe parece referir a
las aventuras de Chris en el camino de su liberación. Sin embargo, si se repone el
contexto original del fragmento, hallaremos el guiño del escritor por encargo, como
una puesta en abismo de su propia escritura a sueldo de una novela cuya trama se
ha tornado absurda:

La gente no debe mirar hacia atrás. Ciertamente, yo no volveré a hacerlo. Ahora


que he terminado mi libro de guerra, prometo que el próximo que escriba será
divertido. Porque éste será un fracaso. Y tiene que serlo a la fuerza, ya que está
escrito por una estatua de sal, empieza así: Escuchen: Billy Pilgrim ha volado fuera
del tiempo... y termina así: ¿Pío-pío-pi? (Vonnegut 1977: 34).

La irónica exhibición del artificio escriturario —tanto la impostura lingüística


como las referencias literarias paratextuales que cifran la distancia cultural entre el
productor y su producto— también se manifiesta en la trama mediante una referencia
a la literatura sobre reformatorios, otra puesta en abismo que señala las condiciones de
circulación y consumo de esta clase de literatura comercial:
100 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

La habitación que Chris compartía con la pequeña Carrie Watts no era tan mala
como la literatura al uso supone que son las habitaciones de una escuela-reforma-
torio para jovencitas descarriadas. En cierto sentido, algunas personas considera-
ban a “El Pesebre” una institución modélica en su género (May [Frers] 1978: 15).

La saga continuó sin consignación de nombre de autor extranjero, es decir, sin


seudónimo ni registro de autoría. Su autor, Ernesto Frers, figura como tal en la base
de datos de ISBN español pero no en las portadas de los libros. Frers siguió escri-
biendo libros por encargo para Martínez Roca, con seudónimo y con su propia firma;
también lo hizo en la colección Los Basureros del Espacio de Bruguera, una colección
imaginada por él en 1986 para la que escribió nueve novelas con el seudónimo Rick
Solaris (Canalda 2006).
La invención de sagas para usufructuar y prolongar éxitos de venta de obras extran-
jeras traducidas constituyó una práctica regular en las colecciones de Fontana Joven,
Nueva Fontana y otras similares de Martínez Roca. Muchas de ellas tuvieron como
seudotraductores a exiliados o emigrados argentinos: Álvaro Abós, Eduardo Goligorsky,
Ernesto Frers, Vicente Zito Lema, Alejandro Vignatti o Alberto Szpunberg. En 1978,
la novela Sara T. Retrato de una joven alcohólica de Robin S. Wagner —“Sí. Sara bebe.
Tiene que hacerlo, pase lo que pase. Tiene grandes problemas… y solo tiene 15” (Wagner
1977: Contraportada)—, también traducida por J. A. Bravo, tuvo su saga correspon-
diente bajo la rúbrica “Robert Rose”, seudónimo que albergó a dos escritores argentinos:
Álvaro Abós, uno de los tres editores de la revista Testimonio Latinoamericano, para los
primeros números, y Eduardo Goligorsky, luego del retorno de Abós al país en 1983.
Soy alcohólica. Sara T. (2ª parte) y sus prolongaciones duraron hasta entrados los años
ochenta. Estas seudotraducciones, familiarmente llamadas “las novelas de las niñas” por
los miembros de la editorial, según relata Goligorsky, contribuyeron al crecimiento eco-
nómico de Martínez Roca (Entrevista personal, octubre 2010).
También el escritor y periodista Alberto Speratti escribió seudotraducciones firma-
das con el seudónimo Tom Green en la colección Fontana Joven y Romántica, y con
el seudónimo Jonathan Gibb en la serie La Brigada Juvenil de la colección Unicornio
(Entrevista personal a Alicia Gallotti, Barcelona, 2010). En 1979, bajo el seudónimo
Alvin Piatock, Vicente Zito Lema —abogado, escritor y periodista exiliado primero
en Barcelona y luego en Holanda— escribió La loca. Una joven en el infierno psiquiá-
trico, para la colección Fontana Joven, y para esa misma colección el poeta Alberto
Szpunberg escribió con el seudónimo Al Merkell la novela titulada Una muchacha
llamada Lil. Una joven inmersa en un mundo en el que imperan la corrupción y la delin-
cuencia, y extrañamente parece haber utilizado el mismo seudónimo para publicar en
1981 Su fuego en la tibieza en una colección de poesía editada por el Ayuntamiento de
Alcalá de Henares (Base de datos del ISBN español).
Alejandrina Falcón 101

1.3. Blasfemos y eróticos: el destape español por encargo


En Martínez Roca el “destape” —ese redescubrimiento social del cuerpo y la
sexualidad que iba parejo al destape político y a la liberalización de las costumbres
tras cuatro décadas de férrea dictadura franquista— trajo sexo, drogas y…extrate-
rrestres. A principios de los setenta se produjo una verdadera explosión de litera-
tura ufológica que se tradujo en la publicación de numerosas obras nativas y foráneas
sobre la temática. El noventa por ciento de la literatura OVNI fue difundida por
empresas de trayectoria, como Plaza & Janés, Pomaire, Edaf, Planeta y Fundación
Anomalía (Martínez 2013). En este filón, Martínez Roca halló materia prima para
la publicación de libros que atractivamente mezclaban secretos de estado, encuentros
con humanoides y abducciones inexplicables. El narrador argentino Mario Sexer10 se
especializó en esta temática. Sexer produjo por partida doble, como traductor y como
seudotraductor. Tradujo Cuando los ovnis aterrizan de Hans Holzer (1979) y Fuego
del cielo: el enigma de las personas que arden súbitamente del inglés Michael Harrison
(1980), sobre el fenómeno de la combustión humana espontánea. Firmó seudotra-
ducciones con un seudónimo de resonancias foráneas y esotéricas, Marius Alexander.
Como Marius Alexander escribió tres libros: Todos somos extraterrestres (1978), La
gran hecatombe (1980), El enigma de las desapariciones (1981), Guía extraterrestre del
planeta Tierra (1982). El contenido de esos libros por momentos parece lindar con lo
blasfemo y atentar contra no pocos dogmas de la iglesia católica. Así se promocionaba,
por ejemplo, Todos somos extraterrestres en 1978:

Adán fue bisexual. Los ángeles (¿extraterrestres?) tienen sexo. Jesucristo fue pro-
ducto de una mutación genética dirigida por extraterrestres. El pecado original
fue un cruce genético. La Biblia oculta huellas de una presencia extraterrestre.
[…] Quizá usted no esté de acuerdo con las conclusiones del autor, pero le será
difícil encontrar una grieta en sus impecables razonamientos (Alexander [Sexer]
1978, Contraportada).

Por cierto, como casi todos los escritores por encargo, Sexer alternaba seudónimos
en función de la materia y la necesidad de crear un verosímil autoral. Por ejemplo,
como Kenneth Sullivan rubricó sus Ejercicios para vivir mejor (1980) pero utilizó el
seudónimo presumiblemente chino Wang Kien para publicar El Horóscopo chino de los
doce animales, editado por Bruguera.

10
Jorge B. Rivera relaciona su novela La perinola, un experimento formal con textos radio-
teatrales, con “los ‘recortes’ de radioteatro, guiones de cine, protocolos policiales, correspon-
dencia cursi, etc., que incluye Manuel Puig en Boquitas Pintadas o en The Buenos Aires affair”
(Rivera 1989).
102 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

En Martínez Roca, tanto los géneros populares —la literatura erótica, las novelas
policiales, de aventura y del Oeste— como las publicaciones de divulgación histórica,
biografías de celebridades, autoayuda, sexualidad, esoterismo, vida extrarrestre y otros
—razas de perros o jardinería— aparecen directamente vinculados con la escritura
por encargo y seudónima. Claro que no todos esos libros por encargo se firmaban con
seudónimo extranjero ni todos se hacían con fines meramente alimenticios. Algunos
emigrados incluso adquirieron cierto renombre en estos rubros, como Alejandro Vig-
nati, multifacética figura que ingresó a la editorial como solapista, y Alberto Speratti,
que publicó dos novelas policiales en Martínez Roca.11

2. Bolsilibros, el pulp fiction español con argentinos


El procedimiento utilizado para “las novelas de las niñas” no era, por cierto, un
invento de Martínez Roca. Desde la década del cuarenta, Bruguera lideraba la edición
de literatura popular, en particular de historietas o tebeos; en 1946 comienzan a edi-
tarse los bolsilibros de Bruguera, cuyo pequeño formato favoreció la difusión masiva y
a bajísimos precios de novelas del Oeste, de terror, ciencia ficción, románticas y poli-
ciales. Los bolsilibros fueron soporte de seudotraducciones, práctica ligada a los pro-
cesos de importación de géneros populares de masas pero también, como explicaba
González Ledesma, a la vacancia de escritores e intelectuales españoles disidentes que
no habían salido al exilio. En los setenta y ochenta, los Bolsilibros de Bruguera convo-
caron secretas plumas argentinas: Juan Martini, Manuel González Cremona, Ernesto
Frers y Pablo Di Masso compartieron catálogo con los principales autores de la novela
popular española: Corín Tellado (o Ada Miller), Francisco González Ledesma (como
Silver Kane) y Juan Gallardo Muñoz (como Curtis Garland).
Martini recuerda haber vivido durante todo un año de la escritura seudónima
de thrillers eróticos. Fueron al menos seis las “novelitas” que escribió para Bruguera.
Si bien realizó una sola traducción interlingüística,12 puede ser considerado un
activo productor de seudotraducciones, en continuidad con la tradición española
eminentemente representada por Bruguera, a menudo a través de su sello Ceres. Con

En “Herejías en español. La otra novela policíaca” Paco Ignacio Taibo II traza la genealo-
11

gía de la novela negra en español, y encomia la obra de este escritor exiliado: “Alberto Speratti
escribe en España dos novelas excelentes: El asalto al Banco Central (1981), con técnica de
reportaje y El crimen de la calle Legalidad (1983, Martínez Roca), una sorprendente inmersión
en la España de los años 50, con una logradísima variación de personajes-narradores y una
excelente construcción de tipos y ambientes” (1987: 39).
12
Se trata de una traducción indirecta del italiano: Antonin Artaud et al. (1982), La otra
locura: mapa antológico de la psiquiatría alternativa. Barcelona: Tusquets.
Alejandrina Falcón 103

los seudónimos Alvin Jones y Luca Ferrari, Martini escribió para tres colecciones
catalogadas como ficción erótica, todas ellas productos típicos del “destape” español:
Sexy Thriller, Especial Venus y Temas de Evasión.13 Bajo la rúbrica “solo para adultos”
y “venta prohibida para menores de 18 años”, las tapas de estos pequeños libros de
bolsillo exhibían mujeres y hombres en poses eróticas, semidesnudos, ataviados con
collares de balas, blandiendo armas...
Conforme a la división del trabajo genérico, Martini alternó seudónimos, y usó
otros tantos para textos ensayísticos o de divulgación: Martin J. Smith, Jorge Ramírez14
y Pierre Girault. Este último, de claro origen galo, es el ficticio autor de Sexualidad
sana, libro publicado en 1976 en la colección Pronto y Fácil de Bruguera. Según la
base de datos del ISBN español, la obra de Girault como experto “sexólogo” es tan
escueta que se reduce a este único libro. Sin embargo, ha dejado otros rastros de su
fingida experticia en una serie de informes periodísticos publicados en Crónica Negra
de Bruguera, una colección de estética ultra sensacionalista que prometía crímenes abo-
minables, reprobables asesinatos rituales y sexuales, robos, estafas, cataclismos, incendios
y otras tantas manifestaciones del mal sobre la tierra. El n° 6 incluye la crónica de un
caso “psiquiátrico-policial” ocurrido en un lejano suburbio llamado Argentina: El sátiro
de Villa Urquiza es el nombre de la abyecta historia de Manuel Cabrera y de su vínculo
con el psiquiatra argentino Tomás Fase. Así, el título de la crónica, que también es el del
libro, y la explícita localización del caso en la ciudad de Buenos Aires ubica al afrance-
sado sexólogo Pierre Girault en la geografía natal de su creador, Juan Martini.
Martini no fue por cierto el único argentino embarcado en la escritura seudó-
nima de novelas “para adultos” y otros géneros populares. En la colección Temas de
Evasión colaboró otro argentino, cuyo nombre no debería omitirse en una biografía
colectiva de traductores y seudotraductores: Juan Manuel González Cremona, quien

13
La colección Sexy Thriller se inició a principios de 1978 y duró solo 42 números.
Publicaba novelas de corte policial llenas de violencia y escenas de contenido erótico. Para esa
colección Martini escribió La última virgen bajo el seudónimo de Luca Ferrari (nº 18), Las
herederas ardientes (nº 24), Doce mujeres (nº 38), La droga del deseo (nº 42), todas ellas con el
seudónimo Alvin Jones. La colección Especial Venus tuvo 89 números y se publicó bajo el sello
editorial Ceres, de Bruguera, con frecuencia semanal entre 1978 y 1980. En ella se reeditó La
droga del deseo de Martini (como Alvin Jones). La colección Temas de Evasión llegó a tener 267
títulos. Se trataba de novelas con argumentos policiales o sentimentales con tintes eróticos. Bajo
el seudónimo Alvin Jones, se publican las siguientes novelas de Martini: Entre dos fuegos (nº 78),
Fotos de mujer (nº 91), Solo un juego (nº 105) Peligro: explosivas (nº 108) y Peligroso (nº 119).
14
En 1976, la colección Libro Amigo publica en la colección Historia General y Mundial
su ensayo Rescate. El golpe israelí en Uganda firmado con el seudónimo Martin J. Smith. En
1978, incursiona en la historia española con un seudónimo “español” Jorge Ramírez: Las fami-
lias más poderosas de España para la colección Bruguera Círculo (nº 19).
104 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

bajo el seudónimo Roy Callaghan escribió Al sexo vivo, Crónicas de amantes, Lecho
compartido, Travesuras de alcoba y, bajo el seudónimo Falco Guarnieri, Otra forma
de amar.15 Exiliado en Barcelona desde 1976, González Cremona fue un prolífico
trabajador editorial. Más allá de la escritura alimentaria de estos y otros libros por
encargo, firmados con los seudónimos Ana Velasco, Anthony Logan, Eric Sorens-
sen, John Stuart, Pablo De Montalbán y Ronald Mortimer, González Cremona tra-
bajó como guionista de historietas —El Corsario de Hierro, El Acordeón, ¡Zas! y Can
Can— e incursionó en una práctica directamente relacionada con la traducción: la
adaptación a historieta de autores clásicos en la colección Joyas Literarias Juveniles
de Bruguera. Esta colección fue creada en 1970; duró, con periodicidad quincenal
y luego semanal, hasta 1983; y publicó 269 números en total. González Cremona
se incorporó a la plana de guionistas en 1977 con la adaptación de Las aventuras de
Tom Sawyer, de Mark Twain. A partir de 1978, se convirtió en el principal guio-
nista de la colección y prácticamente monopolizó la adaptación de traducciones,
tarea antes realizadas por diversos autores españoles.16 Entre otros autores, Cremona
adaptó obras de Julio Verne, Emilio Salgari, Dickens, Walter Scott, Pushkin, Conan
Doyle, Hugo, Twain, Pérez Galdós y Pushkin. El nº 169, su adaptación de La Com-
pañía Blanca de Conan Doyle, fue el último volumen de la serie.
En el ocaso de los bolsilibros, a principios de los años ochenta, Ceres lanza dos
colecciones: Héroes del Espacio y La conquista del Espacio, ideadas por Ernesto
Frers. En ellas colaboró copiosamente Juan Manuel González Cremona, bajo el
seudónimo Eric Sorenssen, y también Pablo Di Masso, en cuyo recorrido nos con-
centramos a continuación.

2.1. Trayectoria de un “mercenario de la tecla”


La historia de los trabajadores editoriales del exilio no podría ser cabalmente
reconstruida sin reparar en la trayectoria de uno de los más prolíficos escritores por
encargo: el periodista y artista plástico rosarino Pablo Di Masso, traductor en 1980
de Marxismo y literatura de Raymond Williams y secreto autor de más de doscientas
novelas publicadas en bolsilibros de Bruguera y Ceres. En la breve autobiografía que
acompañó un texto suyo sobre el Corto Maltés, Di Masso describía su propio itinera-
rio internacional por el mundo de la escritura por encargo y el periodismo:

15
Como Roy Callaghan también escribió en la colección Especial Venus de Ceres
(Bruguera), entre 1979 y 1980: Amor, asignatura pendiente, Quiero ser tuya, Jaque al sexo, Amor
desnudo, Desnuda ante el amor, Lonja de sexos, Playas calientes.
16
Monopolio antes detentado por Juan Antonio Vidal Sales y sus seudónimos, ya que
adaptó 138 números. Cremona adaptó sesenta obras correspondientes a los números 195-196,
199, 200, 203-205, 207-238, 253, 255, 257, 258, 260, 261, 263-269.
Alejandrina Falcón 105

Soy rosarino, eso dicen mis huellas digitales, y he trabajado en varias revistas de
este lado del océano como colaborador, redactor, jefe de redacción y director,
según se terciara: Playboy, Co&Co, Vivir en Barcelona, Hombre Magacine, Gas-
tronomía y Enología, Bel Canto, Viajeros, Imaginem... y algunas otras de las que
prefiero no acordarme. Al principio de mi aterrizaje en Barcelona escribí durante
varios años novelas de bolsillo: policiales, de guerra, del oeste, románticas, eró-
ticas, de espionaje, de deportes... en plan mercenario de la tecla y he sido, y soy
ocasionalmente, traductor del inglés y el francés (Di Masso 2001).

Cuando en 1978 Pablo Di Masso llegó a Barcelona, no tardó en reactivar los


contactos editoriales gestados durante un viaje previo, en 1973, en el que había traba-
jado como traductor para varias empresas. Como autor declarado o como “negro” de
colegas que le pasaban trabajos a medio hacer, Pablo Di Masso trabajó para Edicions
62, Bruguera, Martínez Roca, Publicaciones Heres, Granica, Ceres, Planeta, Tusquets,
Versal, Ediciones B, entre otras editoriales. Si bien los primeros encargos se inscribían
en el rubro de la traducción de ciencias sociales y humanas (véase Anexos), la veta
laboral que cobró fuerza en su trayectoria profesional fue la escritura de novelas popu-
lares de todos los géneros.
Durante los años en que vivió de la escritura a sueldo, sus condiciones de trabajo
estaban relativamente pautadas porque las normas editoriales de producción de esta
literatura eran claras: entregaba una novela por semana, que debía tener “80 páginas,
escritas a doble espacio y con copia en papel ligero (era la época de la máquina de
escribir…) y dependiendo de la neurosis de cada cual era necesario completar entre
doce y quince páginas por jornada” (entrevista vía mail, 2016); por cada novela le
pagaban 4500 pesetas —el precio de un bolsilibro oscilaba entre las 40 y las 60 pese-
tas—, y más o menos una vez al mes, firmaba contrato por las cuatro o cinco novelas
entregadas. Estas condiciones materiales se redoblaban de directivas orientadas al per-
fil del público lector previsto: no más de ocho personajes, mucha acción y diálogos
entretenidos, “como para que el empleado nocturno de un estacionamiento no se
duerma” (entrevista vía mail, 2016).
A diferencia de los escritores de Martínez Roca, la distancia del productor con su
producto no era tal que no pudiera reconocerse, de algún modo familiar, en su escri-
tura: Di Masso había sido un lector adolescente de bolsilibros y, en los ochenta, ya
contaba con una vasta formación literaria, especialmente atenta a la literatura anglo-
sajona contemporánea. Esas lecturas estaban en la base de su dominio de los géneros
más diversos, en los que prolíficamente incursionó oculto tras un seudónimo: Rocco
106 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

Sarto.17 Las novelas de Rocco Sarto figuran en todas las series de bolsilibros de Ceres/
Bruguera: Metralla, Temas de Evasión, Especial Eros, Especial Venus, Sexy Thriller,18
Punto Rojo Policiaco, Héroes del Espacio y La conquista del Espacio.19 Pero la fami-
liaridad del productor con su alter ego Rocco Sarto no solo procedía de los recuerdos
familiares condensados en su nombre o de las lecturas acumuladas que de algún modo
volcaba en las tramas de aventuras varias. Rocco Sarto también, y ante todo, fue el
inesperado vocero de la denuncia de los crímenes de la dictadura, y lo hizo cruda-
mente, sin eufemismos ni metáfora.

3. Rocco Sarto en el país del horror: dictadura y política-ficción


La figura del traductor exiliado que Marcelo Cohen describe en la versión de Peque-
ñas batallas por la propiedad de la lengua publicada en 2006 aún no era la expurgada
apostilla a la discusión sobre la lengua que pasó a ser en las posteriores ediciones de
2008 y 2014. El traductor exiliado de aquella primera versión se hacía una pregunta
incómoda, tabú, sobre su posición frente a la violencia política, la tortura y la represión:

[M]e acuerdo de una amiga que en una reunión de solidaridad con las Madres de
Plaza de Mayo topó con uno de los tres tipos que se habían turnado para tortu-
rarla mientras comían ravioles. Me acuerdo de haber debatido con un amigo si,

17
En el fondo de su exotismo, este seudónimo condensaba recuerdos familiares y evocacio-
nes de cinéfilo empedernido. Rocco Sarto es una cruza de “Rocco y sus hermanos”, el film de
Visconti que narra la historia de dos hermanos emigrados, con el recuerdo de dos costureras, las
hermanas Sartori, que acompañaron su infancia. Por lo demás, Rocco Sarto tuvo su traducción
intersemiótica en un dibujo de Di Masso titulado: “Rocco Sarto Tiene sus Propias Neurosis”,
de 2006: http://www.aerolatino-geba.com.ar/pablodimasso/rocco-sarto.html
18
Para Temas de Evasión: La garra del deseo, Sexo mágico, Atletas del sexo, El cuerpo y el delito,
Una extranjera en mi cama, Fiebre en el paraíso, Adorable viciosa; para Especial Eros: Furia en la
carne; para Especial Venus: Olimpiada sexual y Sexo trágico; para la colección Sexy Star: En busca
de tu piel, La promesa de tu cuerpo, Prisionera de la madrugada, Morbo Club, Lujuria en el trópico,
Demencia carnal, Hembra tropical.
19
Para las dos primeras series escribió: Asalto al Planeta Negro, Demencia celeste, Detrás del
firmamento, El defensor anónimo, El investigador, El nuevo génesis, El planeta de los condenados,
El secuestro del “Columbia”, El universo misterioso, Filibusteros del espacio, Guerrero del futuro, La
extraña alienígena, La galaxia del adiós, La huella del invasor, La jungla del olvido, La memoria del
futuro, La otra cara del nirvana, La semilla del horror, Los cruzados del tiempo, Mundo mutante,
Prisioneros del enigma, Proa al futuro, Punto de encuentro, Salto al vacío, Vagabundo del tiempo,
Viaje sin final. Para Punto Rojo Policiaco, escribió: Días violentos, Un caso particular, El hombre
de la calle, Una sonrisa antes de morir.
Alejandrina Falcón 107

en caso de llegar a un plan de impunidad y secreto perfectos, habríamos matado


a ese tipo (Cohen 2006: 39).

Este fragmento fue borrado de las versiones subsiguientes, quizá debido al vio-
lento efecto de lectura causado por el contraste de banal liviandad e incorrección polí-
tica, totalmente injustificado en un ensayo que condenaba los “excesos de la memoria”
y procuraba construir un relato despolitizado del exilio. Sin embargo, ese recuerdo
borrado pone en palabras y escenifica una fantasía —la idea de venganza personal, de
justicia por mano propia— que contraviene el discurso público de los organismos
de Derechos Humanos, centrados en consignas como “aparición con vida”, “memoria,
verdad y justicia”, “juicio y castigo a los culpables” (Jelin 2005).
Sin embargo, entre fines de 1982 y principios de 1983, una novela popular de
circulación masiva, y por eso de algún modo secreta, viene a plasmar esas fantasías
privadas de venganza: En el país del horror de Rocco Sarto. Publicada por Bruguera/
Ecsa en una colección de aventuras primero llamada Tam Tam y luego Bolsilibros
Acción, la novela contiene todos los ingredientes de una novela de aventuras: un esce-
nario exótico, situaciones no cotidianas, una misión, un héroe, innúmeros riesgos y
peligros, un amor perdido, un nuevo amor redentor y mucha acción. El argumento es
el siguiente: Gaspar Yáñez, un periodista francés nacido en las Antillas, vive y trabaja
como traductor en un país latinoamericano en el que gobierna una feroz dictadura.
Agobiado por la represión y el terror, Yáñez proyecta salir del país con su mujer Teresa
y su pequeña hija Dolores:

Se sentía como un esclavo en libertad. Desde que aceptara el trabajo de periodista


y se trasladara allí, habían sucedido muchas cosas a su alrededor como para no
alertar sus sentidos. Un golpe militar, represión y desaparecidos. Presos políticos
y censura, carestía de la vida, salarios congelados y desesperación. La receta uni-
versal para Latinoamérica, con una precaria denuncia internacional, la infruc-
tuosa acción de los organismos que luchaban por los derechos humanos y la
suficiencia asesina de un grupo de señores uniformados que se creían los nuevos
Mesías del horror (Sarto 1983: 6).

Con el firme objeto de “escapar del miedo y la paranoia que reinaba por
doquier”, “[s]alir de esa atmósfera oprimente y aterrorizadora” y “[d]ejar de oír
día tras día los horrores cometidos por las bandas parapoliciales y paramilitares”,
Yáñez procura aceptar todos los encargos de traducción que pudiera darle su amigo
y editor Aldo Favaro, quien “dirigía una pequeña empresa editorial que publicaba
novelas de todo tipo y que Yáñez se encargaba de traducir del francés al castellano”
(Sarto 1983: 7). El encargo más reciente le interesaba particularmente: se trataba de
108 Vivir de la Olivetti: traducciones, seudotraducciones y otras escrituras por encargo

una novela de “política-ficción”, un género que según él ya nadie cultivaba porque


“había sido superado dramáticamente por la realidad” (Sarto 1983: 6). Mientras
Yáñez se hacía estas reflexiones metaliterarias y terminaba un encargo de último
momento y suma urgencia —“Vosotros los editores necesitáis todo para ayer, siem-
pre con prisas” (Sarto 1983: 8)—, una banda parapolicial allanaba su casa y secues-
traba a su mujer e hija. El primer capítulo cierra con el hallazgo de la casa saqueada
y la comprobación de la desaparición forzada. En el segundo capítulo, el narrador
adopta la perspectiva de Teresa, detenida clandestinamente: detalla las condiciones
de detención ilegal, describe ferozmente la escena de la tortura, relata el modo en
que su cuerpo es arrojado desde un helicóptero al río.
La descripción de las atrocidades cometidas por la dictadura, a esa altura del
relato, no deja dudas al lector: En el país del horror tiene poco de ficción y mucho
de crudo testimonio. Los capítulos siguientes relatan los avatares de una venganza
premeditada, calculada, impulsada por el horror de la pérdida, cuyo resultado será
la justicia por mano propia. Yánez, el intérprete vengador, recorre una ciudad fan-
tasmalmente similar a Barcelona —cuyas calles, hospitales, plazas y parques son los
suyos— pero poblada de militares y parapoliciales latinoamericanos, “la jauría que
se cebaba en [el país] y en su pueblo” (Sarto 1983: 5), esa “jauría con licencia para
torturar, para mutilar, para destrozar quirúrgicamente cada partícula sensible con
la impunidad que da el poder, el poder de facto” (1983: 20). Tras ajusticiar, uno a
uno, a los asesinos de su mujer e hija, el traductor abandona el país del horror y se
exilia en Francia, para empezar una nueva vida.
En el país del horror de Rocco Sarto abre así nuevas líneas para explorar la lite-
ratura producida durante la dictadura argentina, adentro y afuera del país. Por un
lado, permite revisar una clave de lectura que marcó, en la inmediata posdictadura,
la recepción crítica de la producción literaria argentina entre 1976 y 1983, a saber
que la alusión, el desvío, la figuración metafórica, constituyeron la estrategia lite-
raria característica para expresar el vínculo entre literatura y política en esta etapa
(Sarlo 1984: 3-4).20 Por cierto, esa revisión requiere de la ampliación del corpus
“literatura del exilio” o “literatura de la dictadura” a producciones que, más allá de
la discusión estética, revelan el acercamiento de los escritores argentinos a ciertas

20
Beatriz Sarlo inauguraba esta clave de lectura con su análisis de la novela de Héctor Tizón
La casa y el viento (1984). Como tal, es inaplicable a El viejo soldado (2002), novela que Tizón
también escribió en el exilio pero decidió no publicar por considerarla un texto menor y de
urgencia. El argumento tiene no pocos puntos en común con En el país del horror: un exiliado
en Madrid, que procura sobrevivir a la cotidiana y humillante búsqueda de trabajo, acabará
como escriba a sueldo de las memorias facciosas de un soldado franquista, a quien asesina en un
acto de justicia por mano propia.
Alejandrina Falcón 109

zonas de la cultura y de la literatura popular de masas, y aun más generalmente, a la


literatura de “género”.21 Por otro, y de manera correlativa, promueve la exploración
de una narrativa del exilio en España atenta a la representación de las condiciones
socio-profesionales de los exiliados. Pues existe un corpus aún poco explorado de
novelas y relatos producidos por exiliados o referidas al exilio de los setenta, en los
que se articula la problemática lingüística y el carácter político del exilio a través de
la representación literaria del trabajo de traducción y de escritura a sueldo de géneros
de literatura popular en las editoriales catalanas de la transición democrática: nove-
las de aventuras, bélicas o policial negro,22 género particularmente ligado al trabajo
editorial de los exiliados, como veremos en el capítulo siguiente. La representación
no eufemizada de la violencia política es, en todas ellas, la clave de lectura más clara.

21
Sarlo destacaba otros rasgos específicos del planteo ficcional de la “cuestión argentina”
y de su función de “crítica del presente” en la narrativa de la dictadura: la interrogación sobre
procedimientos literarios relativos al tratamiento de ese presente, la crítica del realismo y el
acercamiento a ciertas zonas de la cultura popular (1987: 37-43).
22
Pueden mencionarse en esta línea los relatos de Barrio Chino de Juan Martini. Sin
embargo, la elaboración literaria de las prácticas editoriales descritas en este capítulo es palmaria
en Los sentidos del agua (1992) y en el cuento “Versión de un relato de Hammett” publicado en
La mujer ducha (2001) de Juan Sasturain, cuyas tramas policiales ponen en escena la picaresca
de traductores y seudotraductores argentinos en Cataluña.
IV. El caso Bruguera:
importadores argentinos de novela negra

Hugo señaló las hojas escritas, el título que las encabezaba con gruesos
trazos de marcador negro: Perdónanos nuestros pecados. Un relato inédito
de Dashiell Hammet. Versión española de Rodrigo de Hoz.
— No entiendo cómo hay editores tan ingenuos… ¿Cuántos cuentos
supondrán estos gallegos que ha escrito Hammett?
— Muchos. En los viejos Leoplán de los cincuenta hay montones que
jamás se reunieron en libros. Han gustado más algunos de los falsos
que los verdaderos… ¿Qué te parece el nombre del traductor?
(Juan Sasturain: “Versión de un relato de Hammet”, 2001)

“Fue el martes 17 de octubre de 1978. Lo recuerda bien porque se encontró


allí, a primera hora, con Pacho Soulé y hablaron de todo esto”: así comienza “Vía
Layetana”, un brevísimo relato de Juan Martini que pone en escena un ritual del
exilio, la visita periódica a la Jefatura de Policía de Barcelona para renovar el permiso
de residencia. En la puerta lateral de la Jefatura, un frío amanecer de octubre, dos
argentinos y un peruano mantienen un diálogo en apariencia anodino, repasan las
noticias del día, comentan la elección de Karol Wojtyla, discuten la correcta transli-
teración de su nombre y, como al pasar, evocan los decretos de expulsión anunciados
por el ministro del interior Martín Villa:

—Pero parece que ahora quieren echarnos a todos de este país —dijo.
—Sí, respondió Pacho Soulé. Sobre todo a los que no tienen papeles.
—Yo tengo —repuso el Bulldog. Sacó su carnet de la Federación Catalana de
lucha y se lo mostró (1999: 136).

“Vía Layetana”, excepcional registro literario del clima generado por el anuncio de
los decretos, integra Barrio Chino, una compilación de relatos escritos entre 1960 y
1980. Aunque publicado en 1999, Barrio Chino está anclado en la geografía del exi-
lio, comenzando por su título: el “Barrio Chino” es el nombre que los viejos catalanes
daban al actual Raval, barrio popular del distrito quinto de Barcelona, devenido esce-
nario privilegiado de la novela negra en castellano, desde Tatuaje del español Manuel
Vázquez Montalbán hasta Los sentidos del agua del argentino Juan Sasturain. Más allá de
112 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

su contundente localización, la estructura misma1 de este tardío producto de la literatura


argentina del exilio condensa la singular convergencia que este capítulo propone explo-
rar: la afluencia de latinoamericanos en el campo cultural y en las editoriales catalanas
y su relación con el proceso de importación de la novela negra en España. En este capí-
tulo vamos a analizar ese proceso tal como se manifestó en la Serie Novela Negra de la
Editorial Bruguera. Este caso testigo será abordado desde la perspectiva de una práctica
editorial propia de mercados cuyos dominios lingüísticos se extienden sobre muchas
naciones: la adaptación intralingüística de traducciones. En el área hispanohablante la
reedición de traducciones y su adaptación intralingüística no es, por cierto, patrimonio
de los editores españoles. Las editoriales argentinas también han utilizado, y a menudo
adaptado, traducciones españolas para abaratar costos. En las primeras décadas del siglo
xx, las grandes colecciones de literatura traducida nutrieron sus catálogos con traduc-
ciones de origen español, desde la Biblioteca de La Nación hasta la Editorial Claridad,
pasando por la comercial Tor (Willson 2004a; 2008; Abraham 2012; Cámpora 2017).
Desde fines de los años sesenta, la reedición y adaptación de traducciones españolas será
una marca de la política de traducciones en el Centro Editor de América Latina (Falcón
2017), un proyecto editorial contemporáneo de la colección Serie Negra de Bruguera.
Por consiguiente, no pretendo revelar aquí la originalidad de una práctica consuetudi-
naria sino mostrar la dimensión no meramente comercial que pone en juego: si bien
las prácticas de manipulación no son específicas de los años setenta y ochenta, en este
período adquieren un sentido específico, que hace de ellas traducciones del exilio.
Relevante en términos cuantitativos y cualitativos, la serie fue privilegiada por
sobre otras colecciones de Bruguera porque condensa las problemáticas dominantes
de la escena de traducción argentina en España y porque permite inscribir sus traduc-
ciones en una historia de la traducción editorial argentina e hispanoamericana. Por lo
demás, sus traducciones fueron ampliamente promovidas, comentadas y criticadas en
la prensa de la época, fenómeno que me ha permitido reconstruir la siempre elusiva
instancia de recepción de traducciones.

1. Historia de una editorial: Bruguera y el lugar del exilio


Cuando a mediados de los años setenta Bruguera comenzó a incorporar trabaja-
dores latinoamericanos, la editorial ya contaba con tres décadas de existencia. Es pre-

1
El libro tiene dos partes. La primera reúne cuentos que pueden encuadrarse en el género
negro. La segunda, titulada “Migraciones”, tematiza la vida del contingente exiliado en breves
relatos por los que transitan figuras del mundo editorial, como el argentino Pacho Soulé, olvi-
dado autor del logo de la colección Serie Novela Negra.
Alejandrina Falcón 113

ciso, por tanto, situar en qué momento de su vasta trayectoria vinieron a inscribirse.
Distintas fueron las etapas de su desarrollo pero todas ellas estuvieron fuertemente
marcadas por las circunstancias políticas y económicas nacionales e internacionales.
Por eso, no sorprende que también el fenómeno de los exilios políticos del Cono Sur
repercutiera en su trayectoria.
La casa Bruguera comenzó como una empresa familiar derivada del sello El Gato
Negro, fundado en 1910 por Joan Bruguera Teixidó. Tras ser temporalmente colecti-
vizada durante la Guerra Civil Española, con el ascenso del franquismo y el inicio del
férreo sistema de censura previa, los hijos de Bruguera Teixidó retomaron el control
de la empresa y cambiaron su nombre por el de Editorial Bruguera. Como señala-
mos en el capítulo anterior, en la década del cuarenta la empresa pasó a liderar la
edición de literatura popular, en particular de tebeos y bolsilibros. En la década del
cincuenta, la empresa multiplica su volumen de negocios, diversifica su producción
y se expande a nivel nacional: “Bajo la empresa Bruguera, se agruparon una planta
industrial (en Parets del Vallès), una división publicitaria (Nueva Línea), una librería
(Proa), una distribuidora (Libresa), una división para el mercadeo (Ibis), sellos filia-
les (Ceres), varias sucursales en el territorio español” (Cuadrado 2000: 187). En los
años sesenta Bruguera adquiere una planta en Buenos Aires, que llegó a tener setenta
trabajadores. Con el tiempo también instaló delegaciones en Bolivia, Brasil, Colom-
bia, Costa Rica, Chile, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala,
Lisboa, México, Panamá, Paraguay, Perú, Portugal, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela
(Cuadrado 2000: 187). La década del setenta marcó un nuevo giro en su trayectoria:
aumentaron las ediciones y el número de colecciones pero disminuyó la producción
de bolsilibros. En 1974 Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía ganaron un litigio
contra la editorial por el incumplimiento en la liquidación de derechos autorales. Ese
fue un hito en la historia de la lucha de los trabajadores contra una empresa que llegó
a tener una firma industrial con casi dos mil trabajadores (Vila-Sanjuán 2003: 90)
cuyo crecimiento obedeció al “sistema de explotación” de los autores y a la “dinámica
de apropiación de originales”, que se reeditaban una y otra vez en distintos soportes y
colecciones sin pagar derechos (Ortega Anguiano 2003). La década del ochenta marcó
el fin de Bruguera. En 1982, afectada por el hundimiento económico de América
Latina y por el elevado costo de sus imprentas, Bruguera declaró la cesación de pagos
e inició el último tramo de su existencia. Tras el fracasado intento de vender la edito-
rial al empresario uruguayo Leo Antúnez, la editorial cerró en 1986. La empresa fue
adquirida por el Grupo Z y su fondo fue transferido a Ediciones B.
A la luz de la trayectoria descrita, es tentador interpretar que la inserción de
exiliados y emigrados argentinos en la editorial coincidió con su “decadencia”. Sin
embargo, más preciso sería situar esa presencia en un momento de renovación, y aun
concebirla como promotora de un cambio que no pudo durar. Así lo interpreta Sergio
114 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

Vila-Sanjuán al sostener que, entre finales de 1970 y principios de 1980, Bruguera


provocó una revolución en el terreno del libro de bolsillo e imprimió “aires nuevos a
su trayectoria gracias a un personaje verdaderamente singular” (2003: 89). Ese perso-
naje es Ricardo Rodrigo, el presidente del multimedio RBA. En 1971, Rodrigo llegó a
Barcelona con su familia, procedente de Argentina, tras años de estancia en Cuba. En
un primer momento trabajó para Carlos Barral como corrector y solapista, hasta que
en 1973 pasó a integrar la planta de trabajadores de Bruguera con un puesto fijo de
corrector tipográfico y funciones de revisor de novelas del Oeste, románticas, libros
de cocina, entre otros (Vila-Sanjuán 2003: 90). Desde entonces su carrera editorial fue
en continuo ascenso: “En tres años me valoraron tanto a mí —recuerda el editor—,
un desconocido inmigrante argentino, como para ascenderme de último corrector a
director editorial de la floreciente Bruguera” (Amiguet 2006), cargo en el que per-
maneció cinco años. Así, en una “floreciente” Bruguera, Rodrigo promueve o apoya
la creación de colecciones que vinieron a dar un giro a la política editorial de una
empresa fundamentalmente asociada con la edición popular de masas: la colección
Libro Amigo; la Serie Novela Negra, incluida en esa colección; Narradores de Hoy,
ideada por Juan Martini, la Colección de Literatura Universal Bruguera (conocida
como CLUB Bruguera), la colección Clásicos del Erotismo, dirigida por Eduardo
Goligorsky, entre otras. Todas ellas, muy presentes en la formación de lectores de lite-
ratura en España y América Latina, difundieron en ediciones de bolsillo lo último en
literatura latinoamericana y lo mejor de la “literatura universal” en traducciones que
rotaban de una colección a otra, y que a menudo procedían de catálogos de editoriales
hispanoamericanas, pues la selección de autores obedecía ante todo a las posibilidades
de contratación de las obras. Según Nora Catelli, “Bruguera se desplazó parcialmente
de lo popular y masivo hacia la cultura alta, a pesar de que en 1975 existían, además de
editoriales españolas medias muy prestigiosas (Seix Barral), pequeñas casas medianas
de gran nombre: Lumen (hoy Random House Mondadori), Anagrama (hoy casi del
todo Feltrinelli), Tusquets (hoy Planeta)” (Catelli 2015:130). Un análisis diacrónico
de los catálogos de la editorial confirma esta interpretación.
Singular bisagra entre la producción de literatura popular de masas y el giro hacia
la “cultura alta” fue la creación de una serie de policial negro, concebida con el pro-
pósito de difundir ese género en España y a la vez legitimarlo rescatándolo de los
prejuicios letrados que lo definían como “literatura menor” o “subliteratura”. La idea
de la colección habría sido de Ricardo Rodrigo, que en 1976 le propuso a Francisco
Bruguera crear una colección especializada. El nuevo proyecto fue bautizado Serie
Novela Negra, aunque algunos números salieron bajo la rúbrica “Novela Policíaca”.
La serie integraba la colección de bolsillo Libro Amigo, y por tanto tenía doble nume-
ración; entre 1977 y 1982, se publicaron 84 números. Juan Martini, hasta entonces
colaborador free lance, fue invitado a dirigirla:
Alejandrina Falcón 115

Yo llego en diciembre de 1975 —recuerda el escritor—. Y cuando lo conozco a


Rodrigo empiezo a trabajar. Uno de los primeros trabajos en Bruguera fue hacer
esos articulitos de enciclopedias que se venden en fascículos semanales. Hasta
que un buen día, Rodrigo me llama; él había leído un par de novelas mías, en ese
momento recién empezaba a publicar novelas, había publicado una novela poli-
cial que publicó Tusquets para el Círculo de Lectores, eran dos novelas policiales.
La primera era una novela policial [El agua en los pulmones], la segunda era una
parodia policial con temas de traducción [Los asesinos las prefieren rubias]. Y me
llama Rodrigo […] y me cuenta que él quería hacer una colección de policiales,
y si me animo a presentar un proyecto de novela negra (Entrevista personal,
Buenos Aires, agosto de 2010).

La convocatoria aparece, en este relato, directamente vinculada con su condi-


ción de lector, cultivador y experto en novela negra. Como director de colección, no
solo seleccionó los títulos sino que prologó los cincuenta primeros números. Pero
Martini tuvo, como hemos visto, otra función importante: dar trabajo en Bruguera
a compatriotas emigrados. La Serie Novela Negra constituye una viva prueba de esta
práctica. La inspección del catálogo revela que en efecto muchos de ellos desempe-
ñaron tareas de traducción. Incluso el célebre logo de la serie fue diseñado por un
argentino: Omar “Pacho” Soulé, personaje de “Vía Layetana”, ilustrador de nume-
rosas cubiertas de Bruguera. Ahora bien, aunque el papel de Rodrigo y Martini fue
capital en el funcionamiento de la Serie Novela Negra, tanto la colección como sus
impulsores venían a inscribirse en procesos colectivos que los trascendían y abarca-
ban: por un lado, la progresiva y exitosa implantación del género negro en España
—tras algunos intentos fallidos años antes, como la serie negra de Distribuciones de
Enlace— y, por otro, la presencia numéricamente relevante de artistas, escritores y
traductores latinoamericanos en Barcelona.

2. El boom de la novela negra en España


La Serie Novela Negra de Bruguera no constituyó un hecho aislado sino que
se inscribe de manera destacada en un auténtico movimiento de importación y
producción de género negro en España. Por ello, esta colección debe ser leída en el
marco del llamado “Boom de la novela negra” acontecido en la peculiar coyuntura
cultural y política de la transición democrática española, que signó la aparición y las
características principales de la novela negra en España en los setenta: “A partir de
1975, se produce en España una inflexión importante en el relato policial que per-
mite hablar de la existencia de una novela criminal española [y del] predominio del
uso de un discurso realista y crítico del relato negro frente a la fórmula racionalista
116 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

de la novela-enigma” (Valles Calatrava 2002: 146). La progresiva instalación del


género negro se vio favorecida por el crecimiento exponencial de la producción edi-
torial, a su vez enmarcado en el proceso por el cual “España adquiría un estatus de
modernidad económica, política y social, homologado en Europa” (Balibrea 2002).
La progresiva constitución de un campo para este género se tradujo en múltiples
acciones destinadas a construir su valor en el espacio receptor.
En 1975 la revista cultural Camp de l’Arpa, dirigida por Vázquez Montalbán,
publica la primera Convocatoria del Premio Círculo Negro de Novela Policíaca aus-
piciada por Los Libros de la Frontera. Sin embargo, el premio quedó desierto: aún
faltaban cultivadores nacionales del género, no así lectores disponibles; la emergencia
de un nuevo público lector se manifiesta con la aparición de numerosas colecciones
especializadas, tales como Novela Negra, Etiqueta Negra, Alfa 7, La Negra, Crimen
& Cía, Cosecha Roja, entre otras (Valles Calatrava 2002: 146). Acompañando la
difusión editorial del género, entre 1979 y 1983 se publican importantes dossiers
en las principales revistas culturales españolas. En marzo de 1979, el nº 60-61 de
Camp de l’Arpa reúne a Víctor Claudín, Miguel Vidal-Santos, Javier Coma, Juan
Martini, Homero Alsina Thevenet y Osvaldo Soriano en torno al tema de la novela
policial y negra. En marzo de 1980, El Viejo Topo publica un menos voluminoso
pero muy trascendente dossier dirigido por Javier Coma. Escriben algunos de los
futuros integrantes de la revista Gimlet, y todos ellos debaten en mesa redonda sobre
“Marxismo y Novela Negra”, con presencia de Martini (1980b). Osvaldo Soriano
participa de la encuesta destinada a seleccionar las mejores novelas y novelistas del
género. Paralelamente, en el nº 48 de El Viejo Topo de 1980 Nora Catelli escribe
un artículo titulado “El fascinante asesino Ripley ataca de nuevo”, en el que señala
la emergencia de un “nuevo tipo de lector de novela negra” en el marco del “‘movi-
miento’ del mundo editorial español y su público, ese público todavía incalificable
desde el punto de vista sociológico”. Al mencionar a “los cada vez más solemnes y
académicos aficionados al género”, Catelli también daba cuenta de la emergencia de
la figura del “especialista” en novela negra (1980: 66). Correlato de esta especializa-
ción es sin duda la aparición de la revista Gimlet en 1981. A la par de esta revista,
se creó una Asociación de Amigos del Cine y la Novela Policíaca “El Círculo Negro
Gimlet”, que organizó viajes a convenciones del género, como el festival de novela
y cine policial de Reims, en Francia. Estas y otras acciones convivieron con abun-
dante publicidad editorial en los medios de prensa y revistas culturales, así como
con la organización de jornadas, como las Jornadas Bruguera del mes de marzo de
1979. Se trató de un evento público con espectáculos diversos y gran convocatoria
realizadas en pleno Barrio Chino de Barcelona. Participaron en mesas redondas
Vázquez Montalbán, Barral, Maruja Torres, Muñoz Suay, Román Gubern y los rio-
platenses Homero Alsina Thevenet, Juan Carlos Onetti, Osvaldo Soriano y Juan
Alejandrina Falcón 117

Martini. Estos emprendimientos colectivos permiten constatar la existencia de un


sólido y multiforme movimiento de importación destinado a introducir el género
en la península. La presencia de uruguayos y argentinos entre los nombres asociados
a estas acciones constituye un claro indicador de que el “Boom de la novela negra”
en España incorporó productivamente la afluencia de latinoamericanos en el campo
cultural y en las editoriales catalanas en ese período. En Bruguera ambos fenómenos
vinieron a confluir notoriamente en la serie que dirigía Martini.

3. Traductores y traductoras de la Serie Novela Negra


En la sección “El cronista accidental” que animó entre 2010 y 2012 para el blog de
la librería porteña Eterna Cadencia, Martini evoca una vez más su rol en la colección
y hace una inédita mención a los traductores de novela negra:

Publiqué —hasta que en 1983 me fui de la editorial— 82 novelas y escribí los


prólogos de las primeras 50. Me di el gusto de editar […] lo mejor de la novela
negra hasta ese momento […]. Entre los autores en lengua castellana estuvieron
Osvaldo Soriano, Mario Lacruz y Juan Madrid, entre otros. Entre los traductores
argentinos se puede recordar a J.R. Wilcock, Homero Alsina Thevenet y Marcelo
Cohen (Martini 2011).

Como suele ocurrir con la memoria de hechos lejanos, este recuerdo es parcial
y fallido. Pero curiosamente los errores o “lapsus” que esta cita contiene concentran
datos significativos sobre la reciente construcción de una memoria del exilio en
clave editorial. En primer lugar, la tajante distinción entre “traductores argentinos”
y “autores en lengua castellana” se funda en un primer olvido, el de la radicalidad de
las prácticas editoriales al uso en Bruguera. Por un lado, Martini clasifica a los tra-
ductores por criterio de nacionalidad (“traductores argentinos”) en un contexto en
el que cualquier huella de identidades lingüísticas no hispánicas debía ser borrada o
asimilada a la representación literaria de sectores populares o marginales de la socie-
dad española, como demuestra la ya mencionada adaptación televisiva de Pigmalión
de Bernard Shaw difundida en 1979;2 y, por otro, define la autoría en escrituras

2
No solo el “porteño” era asimilado a la lengua vulgar, también el cheli madrileño o “quin-
qui” de los años setenta. Entre los escasos prólogo de traductor en esta colección, el de Josep
Elías a su versión de Por amor a Imabelle de Chester Himes (n° 48) ilustra el problema de la
traducción de sociolectos. Para asegurarse “un cierto equivalente al castellano” de la “lengua de
los negros de Harlem”, Elías recurre al argot de “nuestros mal llamados bajos fondos” y cons-
truye una lengua de traducción “basada en similitudes sociológicas cuyo denominador común
118 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

directas por criterio lingüístico general o panhispánico (“escritores de lengua cas-


tellana”) allí donde la variedad de lengua es más significativamente indicio de una
identidad lingüística nacional, es decir, de una singularidad: la presencia de Triste,
solitario y final de Osvaldo Soriano en el catálogo de la serie implicaba la poderosa
irrupción del rioplatense, del “idioma de los argentinos”, meticulosamente borrado
de las traducciones.
En segundo lugar, el listado de traductores –Wilcock, Alsina Thevenet, Cohen–
también parece fundado en un olvido, pues en rigor el crítico Alsina Thevenet no es
argentino sino uruguayo; y Wilcock, fallecido en 1978, no tradujo para la colección
sino que su traducción de La Bestia debe morir de Nicholas Blake fue reeditada dos
años después de su muerte en el n° 42 de la Serie Novela Negra, tras ser cedida por
Emecé, la editorial argentina que la encargó en la década de 1940 para el primer
número de la colección El Séptimo Círculo. Sea como fuere, esta lista de traductores
nos dice, pese a su brevedad, o quizá a causa de su brevedad, mucho sobre el lugar
del traductor en la cultura impresa: el agente importador llamado aquí muy genéri-
camente “traductor argentino emigrado” solo puede ser integrado como sujeto de un
relato o —en palabras de Martini— solo “puede recordarse” en la medida en que su
nombre constituya previamente una marca registrada en otro rubro, o pueda ser aso-
ciado en la memoria cultural a un “nombre de autor”. De ahí la preferencia por tres
nombres más o menos célebres en detrimento de la precisión clasificatoria.
Ahora bien, la inclusión equívoca de Rodolfo Wilcock sería irrelevante aquí si no
pusiera en evidencia una práctica editorial que ha marcado la historia de la traducción
hispanoamericana: la rotación de traducciones de una colección a otra, la reedición
de títulos publicados por otras editoriales y la adaptación de las traducciones cuando
proceden de otras áreas lingüísticas. Difundidas en el mundo editorial hispanoha-
blante durante todo el siglo xx, en Bruguera estas prácticas eran parte constitutiva
de su política de reaprovechamiento de materiales disponibles. En consonancia con
esta costumbre, no todas las traducciones publicadas en las colecciones dirigidas por
argentinos, y en particular las de la Serie Novela Negra, eran obras inéditas en caste-
llano, ni todas fueron realizadas in situ y ad hoc para Bruguera. El catálogo de la serie
negra se constituyó con una treintena de traducciones cuyas primeras ediciones fue-
ron publicadas en Buenos Aires entre 1940 y 1975 por las editoriales argentinas Fabril

es la picaresca, la sordidez, la violencia impuesta como únicas formas de vida permisible para
los ambientes marginados” (Elías 1980: 9). Acompaña este intento mimético del quinqui de los
años setenta un glosario de setenta y siete términos, realizado con “asesoramiento léxico” de un
informante: Manuel Sánchez Torres, alias El Palomo. Similar problema plantea la traducción
del argot catalán en El procedimiento de Jaume Fuster, también traducida al castellano por Josep
Elías. Sobre este tema, véase (Linder 2014).
Alejandrina Falcón 119

Editora —colección Los libros del Mirasol—, Emecé —colección El Séptimo Cír-
culo, Grandes Maestros del Suspenso y Grandes Novelistas—, Corregidor y Tiempo
Contemporáneo —colección Serie Negra dirigida por Ricardo Piglia—. Ciertos
números figuran en coedición con Emecé. Algunas de estas traducciones fueron reali-
zadas por reconocidos traductores argentinos, como Eduardo Goligorsky —radicado
en Barcelona—, Rodolfo Wilcock, Estela Canto y Floreal Mazía; otras consignan
nombres menos célebres pero igualmente presentes en la cultura traductora argentina:
Aurora Merlo, María Teresa Segur, Héctor Casali, Joaquín Urrieta, Marcos Guerra,
Selva Pino, Adriana T. Bó, Federico López Cruz, Inés Oyuela de Estrada, Nora Bigon-
giari, Manuel Barberá, Teresa Navarro Velasco, Marta King, Daniel Landes, Víctor
Iturralde Rúa y Marta Isabel Guastavino.
En cuanto a los colaboradores in situ, el catálogo de la colección se constituyó
con numerosas traducciones realizadas ad hoc por argentinos, que en ciertos casos
ya contaban con experiencia profesional en Argentina y, en otros, comenzaron a
traducir en Barcelona: la profesora de latín y traductora profesional Ana Goldar
(nº 1, 4, 8, 9), Eduardo Goligorsky (nº 2), Susana Constante (nº 3), el periodista
rosarino Rodolfo Vinacua (nº 6), la poeta y traductora Ana Becciú (nº 12 y 17);
la traductora uruguaya Beatriz Podestá (nº 14); el crítico uruguayo Homero Alsina
Thevenet y el novelista Horacio Vázquez-Rial (nº 25); el traductor de Minotauro,
Carlos Peralta (nº 51) y su hija Tabita Peralta (nº 75), el escritor y futuro traductor
profesional Marcelo Cohen (nº 60) y la escritora Marta Eguía (nº 65). En el nº 29,
de 1979, se publicó a Osvaldo Soriano con Triste, Solitario y Final, el primero de los
cuatro únicos títulos de autores hispanohablantes.3
La colección publicó entre diez y catorce traducciones por año. En 1977, sobre un
total de catorce traducciones publicadas, ocho eran de argentinos emigrados y cuatro
eran reediciones de editoriales argentinas. En 1978, sobre un total de diez traduccio-
nes publicadas, dos eran de emigrados, seis eran reediciones de editoriales argentinas y
dos de la editorial Alianza de Madrid. Entre 1979 y 1980, no se registran traducciones
hechas por argentinos emigrados pero el número de reediciones de origen argentino se
mantiene elevado. En 1981, se registran tres traducciones de emigrados —una de ellas
en tándem— y cinco reediciones. Así, el trabajo de los emigrados se concentra en los
primeros años de la colección, que en ciertos casos coinciden con los primeros tiem-
pos del exilio, es decir, con los años de mayor incertidumbre laboral. A partir de 1980,
se multiplican los nombres de traductores locales: Jordi Martí, Josep Elías, Enrique
Murillo, Antonio-Prometeo Moya, Marta Sánchez Martín o Pilar Giralt.

3
Fueron cinco los autores de lengua castellana publicados en la colección: Osvaldo Soriano
(nº 29); Carlos Pérez Merinero (nº 63 y nº 78); Andreu Martin (nº 67); Mario Lacruz (nº 68)
y Juan Madrid (nº 82).
120 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

Si bien el fondo de traducciones procedentes de las editoriales latinoamericanas


es sistemáticamente reutilizado, se registra un fenómeno de retraducción por demás
significativo. La novela Luces de Hollywood de Horace McCoy (nº 13) y los relatos
incluidos en Viento Rojo (nº 52) y Peces de colores (nº 54) de Raymond Chandler
(nº 52), retraducidos por Pilar Giralt y Antonio-Prometeo Moya en 1980 y 1981
respectivamente, ya habían sido traducidos en Buenos Aires por Rodolfo Walsh y
Floreal Mazía para la editorial Tiempo Contemporáneo entre 1970 y 1975. A la luz
de la política de reaprovechamiento sistemático de traducciones de origen latino-
americano en Bruguera, cabe preguntarse por qué se optó por una retraducción y
no por la habitual reedición adaptada a la variedad de lengua “española”. El motivo
más verosímil nos introduce de lleno en la historia de la traducción en la Argentina:
en tanto que las traducciones de Emecé y Sudamericana —casi todas producidas
en las décadas del cuarenta y cincuenta— no presentan rasgos lingüísticos marca-
damente rioplatenses, las traducciones procedentes de la Serie Negra que Ricardo
Piglia creó y dirigió para la editorial Tiempo Contemporáneo se inscribían en una
tendencia, iniciada en algunas editoriales de los sesenta, en virtud de la cual las
prácticas de traducción promovían el recurso a una variedad de lengua rioplaten-
se.4 Entre los traductores que optaron por traducir en una variedad local figuran
precisamente Rodolfo Walsh y Floreal Mazía (Falcón 2016). Se trataba, por tanto,
de versiones rioplatenses cuya radicalidad lingüística debió de dificultar la práctica
de adaptación, motivo por el que pudo haberse optado por volver a traducir esas
obras en vez de reeditarlas con adaptaciones. A medio camino entre la usual adap-
tación lingüística no declarada y la ocasional retraducción, la versión española de
El Simple arte de matar (n° 41) de Chandler fue la única obra publicada en esta
colección que oficializó el procedimiento adaptador: la página de legales consigna
“The simple art of murder. Traducción: Versión española de Jaume Prat sobre tra-
ducción de Floreal Mazía”.

4
Para el caso argentino, en la década del sesenta y principios de los setenta, conviven
cuando menos dos paradigmas de traducciones: las traducciones respetuosas del modelo
pluri-normativo del español gestadas por el grupo Sur (Willson 2004a) y aquellas claramente
signadas por la novedosa introducción de la variedad rioplatense en el cuerpo de los textos
traducidos, gestadas por iniciativa de jóvenes traductores como Ricardo Piglia y Susana
“Pirí” Lugones. La editorial Jorge Álvarez fue pionera en la publicación de obras traducidas
en variedad de lengua local. Tras el cierre de Jorge Álvarez en 1969, la editorial Tiempo
Contemporáneo dio continuidad a esta tendencia emergente y, por entonces, integrada a las
prácticas modernizadoras de renovación del repertorio de obras importadas: la recepción de
literatura norteamericana y géneros tradicionalmente concebidos como “menores”, la ciencia
ficción, la novela negra, la literatura infantil (Falcón 2016).
Alejandrina Falcón 121

4. La voz y su huella, o cómo borrar la pista latinoamericana


La práctica de traducción propiamente dicha y la corrección de estilo posterior al
proceso traductor apuntaban centralmente a erradicar del cuerpo de las traducciones
—ad hoc o reeditadas— cualquier argentinismo, americanismo o catalanismo.5 La estra-
tegia traductora predominante en la Serie Novela Negra fue de rigurosa aclimatación
en un sentido hispanizante. Todas las traducciones fueron adaptadas al español penin-
sular, o a un remedo de español peninsular, o a lo que los correctores en muchos casos
argentinos y en muchos otros catalanes imaginaban que era el “español peninsular”.
Esas reediciones manipuladas constituyen fuentes privilegiadas para rastrear las huellas
de esas prácticas aclimatadoras. El cotejo entre las versiones argentinas reeditadas por
Bruguera y las traducciones porteñas originales prueba la existencia de una actividad
de corrección sostenida pero no sistemática, destinada a introducir en los textos y para-
textos traducidos rasgos morfosintácticos y léxicos propios de una variedad europea del
castellano mediante el borrado previo de aquellos rasgos más visibles que remitirían a
la configuración histórica del español de América: loísmo, pronombres personales de
segunda persona del singular y segunda del plural, tiempos verbales y términos inusuales
en la península. Una muestra de las operaciones realizadas sobre las diferencias dialec-
tales entre el español de América y la variedad europea puede hallarse en la traducción
de Aurora C. de Merlo de El hombre enterrado de Ross Macdonald, que fue publicada
por primera vez en 1971 en la colección Grandes Novelistas de Emecé. La editorial
Bruguera la reedita en 1977 en el nº 11 de la Serie Novela Negra. En el plano morfosin-
táctico, se registran alteraciones de las fórmulas de tratamiento de segunda persona del
plural (“ustedes” por “vosotros”), del sistema verbal (pretérito indefinido por pretérito
compuesto); del sistema pronominal, es decir, la sustitución del pronombre acusativo
“lo” por “le” en función de objeto directo; se modificaron las formas de los diminutivos
regionalmente marcadas (por ejemplo, “palitos” por “palillos”);6 también se realizaron

5
Según diversos testimonios, Bruguera no habría contado con pautas escritas para colabo-
radores. Sin embargo, sí pudimos acceder a las “Indicaciones para colaboradores” que Paidós
Ibérica distribuía entre sus trabajadores en las décadas del setenta y del ochenta. En ellas se
condenan expresamente los argentinismos, dato indirecto de la significativa presencia argen-
tina entre los colaboradores: “Se evitará en lo posible […] localismos y acentuación familiar
argentina de verbos (mirá; movete, etc.) a menos que el tema tratado lo exija”. En el Apéndice 7
titulado “Errores más comunes en el uso del castellano y argentinismos”, se prohíbe el siguiente
léxico: ambo, achuras, birome, banana, barra, chalina, lapicera, mucama, manteca, nafta, piza-
rrón, pibe, pollera, playo, piloto, tubo, tapado.
6
Otro ejemplo, entre muchos posibles, procede de la adaptación de la traducción de Sangre
Española de Raymond Chandler, realizada por Estela Canto en 1974 para la Serie Negra diri-
gida por Ricardo Piglia en Tiempo Contemporáneo: el título del relato “Pasarse de vivo” se
122 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

cambios léxicos, tales como “maníes” por “cacahuetes” o “pitadas” por “pipadas”. Otra
clase de modificaciones visibles es la no aclimatación de la onomástica en general y de los
topónimos en particular. Por ejemplo, allí donde la versión de Merlo dice “Los Ángeles”,
la edición de Bruguera repone “Los Angeles”. Las adaptaciones de cronotopo y las modi-
ficaciones lingüísticas sobre la variedad de lengua diseñan así una estrategia mixta entre
la aceptabilidad en la cultura meta (segunda, en el caso de las reediciones argentinas) y
la adecuación a la cultura fuente norteamericana.
La existencia de tales prácticas aclimatadoras no hace sino poner de manifiesto, a
través de la traducción, que la desigualdad de las lenguas y de los grupos humanos que
las hablan también se verifica en el interior de una misma lengua a través del conflicto de
normas regionales. Si la traducción, concebida como un intercambio desigual, consti-
tuye por definición el escenario de un conflicto que la trasciende, resta saber qué factores
sociales y culturales incidieron en el borrado de la americanidad lingüística en una colec-
ción tan fuertemente marcada por la presencia de argentinos exiliados. Para comprender
y explicar la manipulación de traducciones producidas en América Latina en el contexto
preciso del exilio en España puede ser momentáneamente útil suspender los juicios de
valor y poner entre paréntesis las causas comerciales. Si bien la motivación comercial
parece obvia, no constituye la única variable explicativa si consideramos que, antes de
la crisis de los mercados americanos advenida en los años ochenta, la industria editorial
española exportaba más del 40% de su producción hacia América: “El segundo puesto
en el ranking exportador lo ocupaba Bruguera, con cuatro filiales en América Latina y
una cifra de exportación media que en los años sesenta y setenta rondaba el 50 por 100”
(Fernández Moya 2009: 72). Esto significa que, a través de sus filiales de distribución,
Bruguera reintroducía en el mercado americano —y, por tanto, destinaba a su público
lector— traducciones realizadas y ya consumidas en ese mismo ámbito lingüístico.
Retendremos, entonces, otras dos variables explicativas de los fenómenos antes des-
critos. La primera atañe directamente al lugar concedido a la traducción y al traductor
en una colección dedicada a un género a menudo considerado menor. Para explorar este
aspecto, analizaremos los prólogos de Martini en los primeros cincuenta números de la
serie. La segunda se refiere al peso de la sanción social que la violación de la norma podía
entrañar, como señala Gideon Toury en sus reflexiones sobre las normas de traducción.
Para explorar este aspecto, analizaremos los comentarios que la crítica especializada en
género negro disparó contra la colección de Bruguera desde las páginas de Gimlet.

adaptó como “Pasarse de listo”; además se registran trueques léxicos y morfosintácticos del
siguiente tenor: “rajemos” por “larguémonos”, “celeste” por “azul”, “chofer” por “chófer”, “rojo”
por “colorado”, “palito” por “palillo”, “sin ruido” por “silencioso”, “tocó” por “pulsó”, “canti-
dad” por “gran mata”, “bata de estar” por “batín”, “lo siguió” por “le siguió”, “contra la pared”
por “junto a la pared”, “largó el trabajo” por “dejó el trabajo”, “puchos” por “colillas”.
Alejandrina Falcón 123

4.1. Cincuenta prólogos y un leitmotiv: “la violencia criminal del mundo en


que vivimos”
Ricardo Rodrigo convocó a Martini para armar y dirigir la serie con el firme pro-
pósito de presentar la novela negra al público español y hacerlo de la mano de un
conocedor del género. Por ello, no solo le encargó la selección de los materiales sino
también la redacción de breves introducciones. Martini prologó cincuenta números:
desde el nº 1 de 1977 —Dinero Sangriento de Dashiell Hammett en traducción de
Ana Goldar— hasta el nº 50 de 1980 —La Sangre de los King de Jim Thompson en
traducción de Enrique Hegewicz, seudónimo de Enrique Murillo—. Esas introduc-
ciones proponían ir más allá de la mera presentación erudita de corte bio-bibliográfico;
fueron concebidas como una reflexión sobre los alcances literarios, sociológicos y polí-
ticos del género negro en su contexto de producción, importación y recepción. En el
prólogo tardíamente programático del nº 9 de la serie se hace explícita esa intención:

[N]o me ha parecido adecuado presentar una serie negra […] sin intentar una
explicación, por breve que haya sido, de los presupuestos y de la intencionalidad
de un género que respira con audacia el aire que le toca. Por eso he señalado una
y otra vez la argumentación sociológica implícita en la novela negra en general
y en cada una de sus tendencias y representantes en particular. He dicho, por lo
tanto, que la novela negra —como toda literatura— parte de una determinada
concepción del mundo, del sistema de relaciones y de los fenómenos sociales
(Martini 1977c: 5-6).

En esa misma introducción se exponen los criterios de selección de los títulos por
venir así como la intención de rescatar a la novela negra del prejuicio que la minoriza
y erigirla en signo de los tiempos:

Continuaremos […] con otros escritores cuyo nivel y actualidad eximirán a esta
colección del riesgo de representar solo una recuperación, con toda la justicia que
pueda entrañar, para ofrecer una visión amplia de las posibilidades de un género
cuya vigencia se mantiene inalterable. “Escribir novelas policiales cuando se vive en
una época policial (prohibición, gangsterismo) no es trabajar en un género menor
y sub-literario, sino escribir las novelas más necesarias y hablar de las cosas más
urgentes”, sostiene Robert Louis refiriéndose a Hammet. Salvando todas las dis-
tancias, tal vez resulte oportuno recordar la necesidad de continuar profundizando,
para revelarlas, en las características de la época actual (Martini 1977c: 5-6).

El género negro es testimonio de la violencia “criminal del mundo en que vivi-


mos”, escribirá una y otra vez Martini; a través de esta literatura es posible elaborar
124 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

“los motivos y los significados profundos, sociales, de esa violencia” (1977b: 5). Tales
son las consignas que recorren las cincuenta introducciones de Martini, y que per-
miten sostener la hipótesis de que la intervención editorial de los exiliados también
contribuyó a difundir una reflexión sobre la política y la violencia por otros medios,
como hemos mostrado en el capítulo anterior.
El anclaje de la Serie Novela Negra en la coyuntura no solo se manifiesta, en
estos prólogos, en la convicción de que la “literatura solo puede definirse en térmi-
nos sociales” (Martini 1978b: 7), sino concretamente en el modo como interactúa
con los debates culturales de la transición española. Martini usaba aquellas breves
páginas —nunca más de cinco carillas— como tribuna para continuar o dirimir
discusiones, y dialogar con la producción bibliográfica más o menos reciente sobre
el género. En el nutrido sistema de notas al pie, y aun en el cuerpo de sus breves
prólogos, son constantes las remisiones al contexto de producción de la colección:
hay referencias a la escena editorial española del momento, a la publicación de los
dossiers de Camp de l’Arpa o El Viejo Topo, y a libros recientes sobre novela negra
publicados al “amparo del auge editorial del género” (Martini 1980d: 6). También
se registran referencias bibliográficas que remiten a la escena cultural y editorial
argentina de los años sesenta y setenta: Martini remite a los ensayos de Piglia, de
Borges, y a obras de referencia editadas en la Argentina durante esos años. Este sis-
tema de referencias, que dialoga con dos escenarios nacionales diferentes, es corre-
lato del propósito introductorio y pedagógico de los prólogos: su autor comparte
la información que maneja, revela sus fuentes, sugiere bibliografía para que sus
lectores “vayan y busquen”, corroboren, discutan, refuten.
En cuanto al criterio de selección de los títulos —objetado por algunos críticos
catalanes, como veremos luego—, parece adecuarse al propósito de introducir al
público español en el conocimiento de los “clásicos” del género negro:

Hemos comenzado por aquellos autores que merecen particular consideración


[…] por haber trazado las líneas fundamentales del relato hard-boiled (como se le
llamó en sus orígenes, al amparo de la revista Black Mask y de su director, Joseph
T. Shaw). [C]on este criterio hemos seleccionado una serie de autores y obras que
pretenden ser una muestra suficientemente representativa de la novela negra en
sus manifestaciones sobresalientes (Martini 1977b: 6).

Una de las ideas rectoras de la colección era, efectivamente, incluir en la progra-


mación obras de “indiscutible calidad” que pudieran resultar “difíciles de encontrar
en las librerías españolas” (Martini 1978a: 5). Ahora bien, esas ediciones “difíciles
de encontrar” no son sino las ediciones argentinas reeditadas por Bruguera para el
mercado español. Si bien Martini no menciona el origen nacional de esas ediciones,
Alejandrina Falcón 125

lo repone implícitamente de dos maneras: por un lado, a partir del sistema de notas al
pie y citas internas antes descrito, en el que no pocas referencias remiten a ediciones
y a bibliografía argentina; por otro, la alusión al origen argentino (o “no español”)
de estas ediciones “difíciles de encontrar” está cifrada en la fórmula “países de lengua
castellana”. Así, en la presentación de La dalia azul de Chandler —guión traducido
por Horacio Vázquez-Rial y Homero Alsina Thevenet, autor asimismo de una extensa
nota introductoria—, Martini menciona cuatro proyectos editoriales argentinos dedi-
cados al género negro, antecedentes directos de la colección de Bruguera:

La difusión de la obra de Chandler aún es incompleta, a pesar de su consagración,


en los países de lengua castellana, donde se ha incidido siempre en la edición y
reedición de solo algunas de sus novelas. […] Las editoriales argentinas Séptimo
Círculo, Tiempo Contemporáneo, De La Flor y Rastros, entre otras, publicaron
en años pasados diversos volúmenes de cuentos, correspondencia y escritos inédi-
tos, pero su difusión ha resultado en la mayoría de los casos limitada (1978b: 8).

En la presentación de Bay City Blues de Chandler —reedición adaptada de la


traducción argentina de D. Prika editada por Emecé en 1975—, Martini escribe: “La
editorial argentina Tiempo Contemporáneo publicó versiones en castellano de estos
libros, bajo los títulos de El simple arte de matar, Sangre española, Viento rojo y Peces
de colores respectivamente” (1979: 6). Aunque numerosos prólogos consignan de este
modo la precedencia de importación y consumo de novela negra en Argentina, en
ninguno de ellos Martini aclara o siquiera sugiere que se trata de las mismas traduc-
ciones que el lector del prólogo tiene en sus manos.
En síntesis, las traducciones preexistentes, realizadas en América Latina y reeditadas
en España, son eufemísticamente llamadas “ediciones de circulación restringida” o
“ediciones desconocidas por el público español”. De este modo, se revela y oculta a
un mismo tiempo el carácter doblemente foráneo de los textos presentados, ya que la
interfase latinoamericana duplica la distancia con la cultura literaria norteamericana.
Si en cierta medida parece comprensible el ocultamiento del proceso de reedición
y manipulación de traducciones argentinas, más oscuro resulta el hecho de que la
traducción, como tal, no se mencione sino en escasísimas ocasiones a lo largo de
los cincuenta prólogos destinados a introducir un género extranjero. Pese a la
intención pedagógica, Martini omite explicitar que el texto presentado constituye
una traducción; aun menos frecuente es la mención de las lenguas fuente: inglés,
francés, italiano y catalán. El lector debe deducir el carácter foráneo del texto, ya
de la biografía de los autores presentados, ya de las tramas plagadas de referencias
culturales extranjeras. Así, la traducción recibe el elíptico nombre de “edición para
el público español”; las versiones reeditadas y adaptadas se ocultan, por su parte, tras
126 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

la denominación “ediciones restringidas”: no se menciona su origen nacional ni se


comunica al lector que la traducción que se apresta a leer es precisamente una de ellas
con nuevo formato y nueva marca editorial. Estas formulaciones elusivas y eufemísticas
revelan dos cuestiones: por un lado, la existencia de un tabú discursivo en torno a lo
argentino y a lo latinoamericano; por otro, la traducción es vista como una operación
editorial sin especificidad. Al omitir toda referencia a la fuente lingüística y cultural
foránea, incluyendo la interfase latinoamericana, Martini equipara “traducción” a
“edición para el público español”. Se trata de una práctica editorial más, sin espesor
propio ni agente específico, como puede leerse en un pasaje referido a la compilación
de cuentos El Gran Golpe de Hammet: “Nos ha parecido razonable —sostiene
Martini— aceptar el riesgo y publicar estos relatos tal como llegaron, en su momento, a
los lectores de Black Mask” (Martini 1977c: 7). Como sin duda no llegaron al público
estadounidense de las décadas del veinte y del treinta en traducción de Ana Goldar,
una profesora argentina de latín exiliada en Barcelona desde 1975, debemos concluir
que la mediación y su agente debían permanecer innominados.
Aunque culturalmente extendido, el “silenciamiento de la traducción” no carac-
teriza a todo el período ni afecta a todo traductor, colección o lengua fuente. De
hecho, Bruguera fue una de las primeras editoriales españolas que consignó el nom-
bre de los traductores en la tapa, cumpliendo así de manera pionera con la Reco-
mendación de Nairobi, suscrita por España en noviembre de 1976 con motivo de
la Conferencia General de la Unesco. La colección Libro Amigo, que subsume a la
Serie Novela Negra, practicó la mención del nombre del traductor en tapa cuando
se trataba de obras literarias canónicas o de clásicos de la literatura mundial, siempre
que los traductores fueran figuras de cierto renombre. La Serie Novela Negra, en
cambio, nunca consignó el nombre del traductor en la portada. Es lícito conjeturar
que la transparencia de la mediación en esta serie estuvo sobredeterminada por el
género traducido, concebido como popular y subliterario, y quizá también por la
identidad social de sus traductores.
Hubo solo dos excepciones a la regla: Martini saca de las sombras al traductor
de género negro en las introducciones a los volúmenes n° 43 y n° 47. En 1980 se
publica por primera vez en castellano 1280 almas de Jim Thompson; el breve pró-
logo que precede la versión es de los pocos que señalan abiertamente que se trata
de una obra traducida. Más aún: el director de la serie hace gala de una conciencia
traductora inédita explayándose sobre las dificultades de la práctica y la responsa-
bilidad del traductor en el proceso de toma de decisiones (Martini 1980c: 6). Esta
efusiva mención de la tarea del traductor, que no tiene antecedentes en sus prólogos,
quizá pueda explicarse si reponemos un nombre: Antonio-Prometeo Moya. Se tra-
taba de una traducción “confesable”: directa, hecha ad hoc e in situ, por un genuino
representante de la lengua castellana.
Alejandrina Falcón 127

La segunda excepción significativa es la introducción a la versión castellana de


una obra escrita en catalán. Desde su tribuna de cinco carillas, Juan Martini tam-
bién intervino en la “cuestión catalana”. Y lo hizo con motivo de la publicación
de El procedimiento, traducción castellana de la novela De mica en mica s’omple la
pica de Jaume Fuster. Fuster fue, junto con Manuel de Pedrolo, uno de los más
destacados representantes de la novela negra en catalán. De mica en mica s’omple la
pica fue escrita en 1972; su traducción al castellano, ocho años después, tuvo las
características de un acontecimiento editorial y literario. De ahí que las referencias
a la traducción, a su función cultural y política, sean profusas en ese prólogo, que
sin duda constituye una fuente valiosa para rastrear huellas de la relación que los
argentinos radicados en Barcelona establecieron con las circunstancias políticas y
culturales de Cataluña (Martini 1980d: 5-9).

4.2. De Wilcock a Borges pasando por Piglia: reediciones, algo más que un
inmenso borrador
Cuando los actores evocan las prácticas de manipulación vigentes en las edito-
riales españolas de aquella época, resuena en sus dichos cierta desesperanza y una
valoración profundamente negativa de la circulación internacional de traducciones, a
juicio de ellos convertidas en “un inmenso borrador que podía corregirse, plagiarse,
editarse, peninsularizarse y enviarse otra vez a la Argentina” (Gargatagli 2012: 33).
Sin embargo, la circulación internacional de traducciones no solo hizo de ellas un
mero objeto de plagio sino que, al reeditarlas, los actores involucrados en el armado,
selección y prologado del material doblemente importado, también construyeron
mediante esas prácticas nuevos sentidos, que entrañaban una reflexión sobre lo social,
lo político, lo propio y lo otro. Es posible recuperar, mediante el cotejo de versiones y
comparación de paratextos, la huella borrada de las operaciones sociales inscriptas en
la materialidad de las obras, marcas que revelan la producción de esos nuevos sentidos,
efectos de lectura, relectura, disidencia o diálogo con la propia tradición de traducción.
Mediante el análisis de la operación de marcado y desmarcado (Bourdieu 2002:
5-6) de una traducción originalmente publicada en Argentina, veremos de qué modo
la manipulación de traducciones argentinas “clásicas”, como las traducciones de la
colección El Séptimo Círculo,7 materializó la lectura de una época “negra”, de derrota

7
“Clásicas” en dos sentidos: producidas durante la llamada “edad de oro” de la edición y
de la traducción argentinas, y escritas en una lengua cuyo decoro, llaneza y sobriedad remite al
ideal “clásico” de escritura, opuesto al proyecto encarnado por la colección Serie Negra dirigida
por Piglia para Tiempo Contemporáneo, cuya apuesta al género negro de origen norteameri-
cano se acompañó de estrategias de traducción aclimatadoras, implementadas en particular por
Rodolfo Walsh, Floreal Mazía, Roberto Jacoby, Juana Bignozzi y el propio Piglia (Falcón 2016).
128 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

política, muerte y exilio. El caso elegido para ilustrar esta reelaboración es, una vez
más, la reedición de La Bestia debe morir de Nicholas Blake, traducida en la década del
cuarenta por el poeta y escritor Rodolfo Wilcock.
En febrero de 1980, Bruguera publica el nº 42 de la colección Serie Novela Negra:
La bestia debe morir de Nicholas Blake. El libro fue editado en Barcelona, adaptado
en el departamento de corrección de Bruguera y prologado por el director de la colec-
ción. Si bien, como apunta Bourdieu, a menudo “los textos viajan sin sus campos de
producción”, la página de legales arroja datos explícitos sobre su origen: la edición es
de Bruguera, el prólogo es propiedad de Juan Martini, el diseño de tapa es de Raúl
Pascuali; todos ellos “impresos” en los talleres de Parets del Vallès de Barcelona; la
traducción, en cambio, es propiedad de Rodolfo Wilcock; la versión procede de El
Séptimo Círculo, de la editorial Emecé, sita en Buenos Aires; la fecha de la primera
edición es 1949 (una errata, pues la primera edición es de 1945). Estos datos, quizá
poco significativos para un lector peninsular ajeno a los debates literarios rioplatenses,
bastan para identificar la operación de desmarcado y marcado de que fue objeto la
traducción de Wilcock: una serie titulada “novela negra”, incluida en la colección de
bolsillo Libro Amigo, de una editorial especializada en literatura popular, de quiosco,
como fue históricamente Bruguera hasta la llegada de Ricardo Rodrigo, reeditaba en
el puesto cuarenta y dos el primer número de una colección argentina dedicada al
“policial clásico”, dirigida por Borges y Bioy Casares, dos prestigiosos escritores reco-
nocidos en una editorial que solo aspiraba a publicar “literatura seria”.8 Esta flagrante
contradicción se extiende a los paratextos. La notícula bio-bliográfica, impresa en la
página precedente a la de legales, es una versión abreviada y retocada de la “Noticia”
original, probablemente redactada por Borges y Bioy Casares en 1945:

El poeta inglés Cecil Day-Lewis nació en 1904. Descendiente por línea materna
de Oliver Goldsmith, se educó en Oxford9 […]. Dentro del género de la novela
policiaca, es el creador del singular detective Strangeway [la versión de Borges y
Bioy, menos explicativa, decía: “Bajo el seudónimo de Nicholas Blake ha publi-
cado las novelas policiales”]. […] Según Howard Haycraft, “es de los pocos escri-
tores que concilian la excelencia literaria con el arte de urdir misterios perfectos,
y se trata, por tanto, de un maestro del género policiaco” [la versión de Borges y
Bioy decía: “Trátase de un maestro del género policial”] (Blake 1980: s/n).

8
Emecé habría tardado “un año en aceptar la idea de la colección Séptimo Círculo, cuyo
éxito ha sido enorme, porque decían que la literatura policíaca no era cosa digna de una edito-
rial seria” (Borges citado en Lafforgue/Rivera 1996: 123).
9
Para destacar el prestigio de los autores anglosajones seleccionados, Borges y Bioy “pon-
drán especial énfasis en señalar que Nicholas Blake es el seudónimo del poeta británico Cecil
Day Lewis” (Lafforgue/Rivera 1996: 17).
Alejandrina Falcón 129

La “Presentación” de Martini lleva un subtítulo “Las advertencias de Berkeley y


Blake”; el contenido resumido es el siguiente:

En los últimos años de la década de los cuarenta, dos de los mayores escritores ingleses
de novelas policíacas anunciaron el fin de una época dentro del género: aquella que
había sido protagonizada por la novela policíaca clásica […]. [Berkeley], precisamente
advirtió: “Estoy personalmente convencido de que la vieja novela con un puro y simple
enigma criminal, que se apoya únicamente en la intriga […] tiene los días contados;
[esa] novela atraerá al lector más por su psicología que por su matemática” […]. Nicho-
las Blake (pseudónimo del escritor inglés Cecil Day Lewis) fue también contundente y
certero en su previsión, y contribuyó al advenimiento de la que a su vez se llamó novela
criminal. […] Abandonados los presupuestos de la novela-problema no se trata aquí
de averiguar quién es el asesino. Lo que resta es saber entonces si le [sic] matará o no.
[L]a voluntad estilística y reflexiva de Blake en esta obra que parece ceñirse, palabra por
palabra, a su propio convencimiento de la caída en desgracia de la novela-problema
y a lo anunciado por Anthony Berkeley con elocuente lucidez (Martini 1980b: 5-6).

Más allá de las consabidas manipulaciones lingüísticas,10 la operación de desmar-


cado y re-marcado realizada por Martini en la edición de la traducción de Wilcock
induce a tratar su reedición como una retraducción; pues aquello que Martini le hace
decir al prologarla la convierte en un nuevo texto en el que se inscriben nuevos sen-
tidos y otra lectura del género, acordes con las nuevas condiciones de producción. La
función originalmente adjudicada a la novela de Blake/Wilcock como texto represen-
tativo de una de las variantes del género ha cambiado. Martini no podía desconocer
la posición inicial de la traducción y del traductor en la colección de Borges y Bioy.
En 1945, al ser colocada como primer número del Séptimo Círculo, la obra de Blake
inauguraba una colección que venía a decretar la dignidad literaria de la novela de
enigma clásica. Al declarar en 1980 que La bestia debe morir anuncia “la caída en des-
gracia de la novela-problema”, Martini le hace decir a Wilcock aquello que Wilcock
y el Séptimo Círculo venían precisamente a negar: la función social y política de la
literatura.11 Inscrita en la colección de Borges y Bioy, la traducción de Wilcock era

10
Por ejemplo, la versión de 1945 registra voseo verbal: “Esa tarde recibí una rápida visita
de James: ‘solamente para saber cómo seguís’” (Blake 1945: 13), borrado en la edición de 1978,
que a su vez registra un caso de leísmo del acusativo masculino, obviamente ausente en la ver-
sión de 1945: “Voy a matar a un hombre. No sé cómo se llama, no sé dónde vive, no tengo idea
de su aspecto. Pero voy a encontrarle, y le mataré” (Blake 1978: 7).
11
La “caída en desgracia de la novela-problema” tiene como correlato, en los demás pró-
logos de Martini, el triunfo de la novela negra como “literatura social”, como género realista,
comprometido con su tiempo.
130 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

expresión de la gratuidad de la producción literaria encarnada en el modelo inglés


del policial de enigma; reinscrita en Bruguera y prologada por Martini, anunciaba
la renovación del género como “novela criminal” y “psicológica” —dos atributos no
muy caros a Borges—, camino de la entronización del policial duro americano en la
España posfranquista. Ahora bien, esa toma de posición tampoco constituye una mera
estrategia comercial sino la continuación de un diálogo, desde el exilio, con el radical
emprendimiento editorial de Ricardo Piglia, director de la Serie Negra de Tiempo
Contemporáneo, cuyos fundamentos sintetizaba en 1979:

Los relatos de la serie negra (los thriller como los llaman en Estados Unidos) vienen
justamente a narrar lo que excluye y censura la novela policial clásica. Ya no hay mis-
terio alguno en la causalidad: asesinatos, robos, estafas, extorsiones, la cadena siempre
es económica. […] Allí se termina con el mito del enigma, o mejor, se lo desplaza.
En estos relatos el detective (cuando existe) no descifra solamente los misterios de la
trama, sino que encuentra y descubre a cada paso la determinación de las relaciones
sociales […] Nacido en una coyuntura histórica precisa, literatura social de nota-
ble calidad, el género cristaliza y culmina en la década del treinta (Piglia 1979: 9).

De ahí que la manipulación de la traducción de La bestia debe morir y su anexión


al proyecto de Martini en Bruguera pueda leerse como una operación literaria en la
que confluyen dos tradiciones de traducción (Berman 1989: 679) argentina: la de los
años cuarenta, a través del Séptimo Círculo, y la de los años setenta, a través de Tiempo
Contemporáneo, una pasada por el filtro de la otra. Diez años después de Piglia, más de
treinta después de Borges y Bioy, Juan Martini corta, pega y relee su tradición literaria en
una colección peninsular, desde el exilio. Aspira, como otros en Argentina y España, al
reconocimiento literario del género negro entre los lectores comunes y los intelectuales,
lectores profesionales: “[S]e asiste a la promoción, jerarquización y moda de un género
literario considerado inferior; cuando este género inferior es elevado a aceptable objeto
intelectual para y por intelectuales” (Martini 1980d: 6).
Sin embargo, en todos los casos parece mantenerse una suerte de homología estruc-
tural entre la posición de los importadores en cada campo de producción y el valor
adjudicado a la variedad de género “policial”: de enigma o negro. Si los desinteresados
y distinguidos importadores argentinos de novela policial en los años cuarenta, Borges
y Bioy, difunden desde Buenos Aires el policial de enigma a fin de crear un espacio
para la lectura de sus propios textos en discusión con la tradición de la literatura psico-
lógica-realista y “una respuesta formal de espaldas a lo real peronista” (Willson 2007:
22), los importadores de la novela negra en Bruguera, anónimos ejecutantes de una
práctica alimentaria, están sometidos a la misma ley de producción que los autores de
género negro estadounidense y sus personajes, tal como describe Piglia:
Alejandrina Falcón 131

Los novelistas de la serie negra ejercen un tipo de retórica que los liga —más allá
de la conciencia que tengan— a un manejo de la realidad que llamaría materialista:
basta pensar […] en la compleja relación que establecen entre el dinero y la ley
[…], el crimen, el delito, está siempre sostenido por el dinero: asesinatos, robos,
estafas, extorsiones, secuestros, la cadena es siempre económica (a diferencia, otra
vez, de la novela de enigma, donde en general las relaciones materiales aparecen
sublimadas: los crímenes son “gratuitos”, justamente porque la gratuidad del móvil
fortalece la complejidad del enigma) (en Lafforgue/Rivera 1996: 52-53).

Si bien el “crimen”, la “estafa”, la “traición” encarnados en las reediciones manipu-


ladas de origen latinoamericano puede tener una explicación económica —industria-
lización de la literatura, explotación del traductor sin derechos laborales ni sociales,
normas lingüísticas sujetas a criterios comerciales, etc.—, la función de relectura de
una tradición de traducción y la función testimonial atribuida al género permite
introducir otra explicación: la importación literaria operada por argentinos exiliados
tuvo también un signo político, es decir, constituyó una reflexión sobre lo político
por medio de cierta literatura que, en abismo, representaba la violencia de que eran
doblemente objeto como exiliados políticos y mano de obra inmigrante. En síntesis,
parafraseando a Piglia, la importación de novela negra practicada por exiliados polí-
ticos latinoamericanos entrañaba, “más allá de la conciencia” que tuvieran de ello sus
agentes, una reflexión sobre la propia compleja relación con la ley y el dinero, entre las
necesidades económicas y la gratuidad (o el compromiso) de la literatura.

5. ¡Disparen sobre Bruguera! Recepción de traducciones latinoamericanas


en la revista Gimlet
La Revista policiaca y de misterio: Gimlet constituye una plataforma privilegiada
para observar cómo fue percibida la presencia latinoamericana en el campo de la lite-
ratura policial, cómo fueron retratados sus editores y traductores, qué despertaban en
el público lector, especializado o no, los ecos de una variedad de lengua ajena. Dirigida
por Vázquez Montalbán, Gimlet duró un año y tres meses, y sacó catorce núme-
ros. Fue presentada en Barcelona el 23 de febrero de 1981; su último número apa-
reció en abril de 1982. En ella colaboraron Josep Martí Gómez, Javier Coma, Romà
Gubern, Perich, José Luis Guarner, José María Latorre, Salvador Vázquez de Parga,
Andreu Martín, Juan Madrid, Xavier Domingo, Néstor Luján, Ricardo Muñoz Suay,
Fernando Savater, Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Josep Maria Carandell, Cristina
Fernández Cubas e Isabel Coixet, entre otros. Contaba con algunas secciones estables:
“Detectando detectives” de Sánchez de Parga o “Diccionario de la novela negra” de
132 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

Javier Coma y Sánchez de Parga; la sección “Libros”, dedicada a reseñas de novedades,


también estuvo a cargo de Coma. Desde esta sección salieron los más severos cuestio-
namientos a la colección que dirigía Martini. Las críticas iban esencialmente dirigidas
a las prácticas de traducción y a la selección de títulos.
En el nº 1 de 1981, Coma estrena la sección lamentando el tardío descubrimiento
de Jim Thompson entre los críticos literarios. En el nº 5 de 1981, arremete contra
Bruguera por publicar La bestia dormida de Fredric Brown por fuera de su colección
de género negro; cuestiona la traducción del título —sin mencionar el nombre del
traductor, Leoncio Sureda— y la selección de títulos de la colección: “Fredric Brown
merece estar presente en la mencionada colección con honores muchos más elevados
que varios de los novelistas hasta ahora elegidos” (Coma 1981a: 22). En el nº 7 ini-
cia su reseña criticando la traducción de los títulos de James M. Cain. El “error” de
traducción se debía, según Coma, a la “utilización, en antiguas versiones latinoame-
ricanas, del título dado a la película correspondiente en aquellas latitudes” (1981b:
22). En el nº 8, con motivo de la reciente publicación de obras de Patricia Highsmith,
Coma critica la nueva colección Club del Misterio de Bruguera por su “selección
de novelas donde priva la reedición a ultranza”, y pone en duda la credibilidad de la
“traducción brugueriana” (1981c: 22). En el nº 13 celebra la aparición del estudio
“riguroso y documentado” de su colega de redacción Salvador Vázquez Parga, Los
mitos de la novela criminal, “en un país donde se editan novelas sin los más mínimos
datos sobre las mismas y sus autores” (1982: 32). Sin duda, los cincuenta prólogos de
Martini no parecían constituir una excepción a sus ojos.
Este no tan sutil bombardeo tiene sin duda varias explicaciones. Una de ellas
podría involucrar un conflicto de intereses ligado al no reconocimiento de “experticia
legítima”. En el marco de un dossier tardío sobre novela negra organizado por la revista
Cuadernos del Norte en 1987, Coma publicó un artículo desesperanzado y demoledor,
titulado “Disparen sobre el especialista”. Allí denunciaba el desconocimiento en mate-
ria de policial negro dominante en el mundo editorial, en los suplementos de prensa
y en las revistas literarias españolas en esos diez años de asentamiento del género. Y
concluía con un lamento que parecía explicar el encono: “Ninguna editorial me ha
pedido nunca que profesionalmente sugiera obras para una colección del género en
castellano” (1987: 28). 12
Volviendo a la revista Gimlet, en términos generales la línea editorial en mate-
ria de traducciones parece resumirse en otra sección, algo inestable, titulada “Las
grandes colecciones”. En el nº 2, Vidal-Santos inaugura la sección, destinada a dar

12
En 1985 Coma asume la dirección de Seleccions de la Cua de Palla, sucesora de La Cua
de Palla, primera colección de novela policíaca en catalán, editada por Edicions 62 y dirigida
por el escritor Manuel de Pedrolo entre 1963 y 1969.
Alejandrina Falcón 133

cuenta de los antecedentes y actualidad de las colecciones de género policial y negro


en la península, y deja asentada su posición sobre la traducción de literatura extran-
jera, a saber, su total y absoluta inutilidad: “Lo más recomendable cuando uno se
enamora de la literatura criminal es aprender inglés, en primer lugar, y francés” en
su defecto (1981: 67). La recomendación pone de manifiesto la valoración de la
práctica traductora en general, es decir, el desconocimiento de su función no solo
democratizadora —en especial considerando el vasto público consumidor de este
género, no necesariamente culto ni conocedor de lenguas extranjeras— sino tam-
bién de renovación del repertorio de opciones literarias para virtuales cultores loca-
les del género. La convicción de Vidal-Santos permite medir la profunda distancia
sentida respecto de las variedades no peninsulares de la propia lengua, expresada en
la preferencia por la lectura en otros idiomas antes que en variedades no natales,
en particular de las variedades no prestigiosas surgidas en el proceso de expansión
del castellano en América a partir de fines del siglo xv. Su opinión sobre la reedición
de traducciones sudamericanas no dice otra cosa:

En cuanto a ediciones más o menos recientes, indignación página tras página por
las traducciones o versiones sudamericanas, generalmente argentinas o mejica-
nas. [H]ay quien, poniendo una cubierta más o menos atractiva, vende ediciones
traducidas a (sic) Sudamérica y someramente revisadas pretendiendo hacer creer
al lector que se trata de versiones originales. Y no son los editores modestos quie-
nes tal fraude practican (1981: 68).

La voluntad de abolir toda mediación podría indicar que el umbral de tolerancia


para producir textos a partir de lenguas o variedades de lengua distintas de la len-
gua del original era, en este período, muy bajo. Siguiendo a Gideon Toury, puede
decirse que el extremo valor atribuido a la proximidad respecto de la norma inicial
de adecuación a las normas lingüísticas y culturales fuente está en consonancia con la
prohibición de toda traducción mediadora —en este caso, intralingüística—, por eso,
dice Toury, “si se realizan traducciones indirectas, este hecho será disfrazado, cuando
no abiertamente negado” (1999: 242).
Todo ello explica el intento de borrar las huellas del crimen denunciado desde las
páginas de Gimlet. El “disfraz” aquí es el barniz leísta, los trueques léxicos, los reto-
ques morfosintácticos y el conjunto de modificaciones introducidas en el cuerpo de
las traducciones indirectas y aun en las directas producidas por argentinos, en cuyo
caso el “disfraz” linda con la parodia, como vimos al analizar seudotraducciones en
el capítulo anterior. La contrapartida del disfraz es el juicio severo, la “indignación”,
el “apocalipsis”, el “fraude”, el “pecado” de la intolerable americanidad de esas tra-
ducciones. Ese es el tenor de los epítetos con que la crítica española recurrentemente
134 El caso Bruguera: importadores argentinos de novela negra

estigmatizaba en las páginas de la prensa aquello que trágicamente ningún esmerado


corrector de Bruguera y ningún crítico de Gimlet lograría borrar jamás, a saber que las
huellas lingüísticas al parecer indelebles a oídos españoles revelan la mediación cultu-
ral argentina, revelan la interfase latinoamericana. Las traducciones denostadas dicen
ante todo la precedencia de una tradición de importación de novela policial y negra
en América Latina, tal como más tarde describiría Jorge Lafforgue:

[U]na observación no meramente vanidosa: si los antecedentes del género en la


Argentina muestran una precedencia con respecto a su desarrollo en los restantes
países de habla española; y si en esta misma área idiomática resulta imposible
hallar un “clásico” equiparable al maestro de Ficciones; también cabría señalar que
la “serie negra argentina” supo mostrar un espectro lo suficientemente amplio y
variado como para que sus vientos soplaran fuerte allende las fronteras (fenó-
meno al que contribuyó la diáspora generada por la dictadura militar). […] Por
ejemplo, Martini dirigió en Barcelona la serie Novela Negra de la colección Libro
Amigo de Editorial Bruguera; bajo el número 549 de esta misma colección apa-
reció la novela ganadora del Premio Ciudad de Barbastro 1977: El Cerco (Laffor-
gue/Rivera 1996: 112).

Curiosamente los críticos de Gimlet nunca mencionaron los nombres de quienes


armaban la colección de novela negra en Bruguera, tan notoria por ese entonces;
tampoco registran el dato de que el director fuera uno de los productores latinoame-
ricanos de novela negra en castellano.
Coronando este recorrido por la crítica de traducciones en Gimlet, en octubre de
1981 se publica en la sección estable Asesinato de un clásico un virulento relato de
Maruja Torres titulado “Traducido por…” (1981: 46). Escrito en lo que a oídos de su
autora debía parecer un popurrí de variedades sudamericanas, la trama de esta seudo-
traducción pone en escena la fantasía de los críticos españoles de Gimlet, la sanción
simbólica capital: el asesinato en serie de traductores de novela negra de origen latino-
americano. ¿El sospechoso? Un “español que había arribado a Buenos Aires”. ¿El arma
homicida? La “cuchilla que usaba para rasurarse Martín Fierro”. La respuesta no tardó
en llegar. En el nº 11 de la revista, en el año 1982, la carta de un lector significativa-
mente llamado Roberto Ganducci, de Madrid, llama al orden a Maruja Torres: “Si no
fuese por las traducciones argentinas —dice— los españoles no hubieran podido leer a
Henry Miller hasta 1977. Las editoriales sudamericanas traducen al castellano que allí
se habla, no al de Maruja Torres” (1982: 87). Hasta aquí, asistimos a una defensa inta-
chable de la obra hispanoamericana en materia de traducción literaria. Sin embargo,
para nuestra sorpresa, el lector indignado prosigue su defensa proponiendo desviar la
sanción a quien no maquille, o no maquille en grado suficiente, la mediación cultural:
Alejandrina Falcón 135

Que Maruja critique a las editoriales españolas que compran traducciones suda-
mericanas y no tienen ni el prurito de adecuar el idioma a las formas peninsulares,
pero las ediciones hechas allí se hacen para que las lean los de allí y a su modo.
Espero que una rectificación salve las ediciones de Tiempo Argentino (sic), Alfa
Argentina, Sudamericana, etc. Que se meta con Bruguera, pero que no pretenda
que Floreal Mazzia (sic) o Rodolfo Walsh (justamente reconocido como los dos
mejores traductores y adaptadores de la novela negra al lenguaje argentino) tra-
duzcan a un castellano de España. Lo contrario sería darle la razón a aquel lamen-
table artículo de Francisco Umbral en El País (Ganducci 1982: 87).

Ganducci, a diferencia de los críticos de Gimlet, no llegó siquiera a notar el dis-


fraz lingüístico en las traducciones de Bruguera, no lo notó o no le importó notarlo.
Como sea, la elíptica mención del “lamentable artículo de Francisco Umbral”13 nos
introduce en el tema que trataremos en el próximo capítulo: la recepción y la crítica de
traducciones en revistas literarias y suplementos culturales en este período.

13
Francisco Umbral fue escritor, ensayista y asiduo colaborador del diario El País desde
su creación en 1976. En sus columnas periódicas escribió sobre los temas centrales de la tran-
sición y no omitió mencionar en reiteradas ocasiones la cuestión latinoamericana. Acuñó el
término “latinochés” para referirse a los inmigrantes de América Latina (Umbral 1981b). El
término vino a sumarse al apelativo “sudacas”, descrito por Carlos Sampayo: “’Sudaca’ es un
metaplasmo de difícil traducción a otras lenguas y tono inequívocamente peyorativo. Como
toda injuria dirigida a un colectivo humano fue parcialmente recuperado por sus denominados
[…]. En la particular escala de valores xenófobos de España, está por encima que Moro y que
Negro, pero por debajo de Guiri, y naturalmente, muy por debajo de Español, que es un tér-
mino conflictivo y parcialmente aceptado” (Sampayo/Muñoz 1990: s/p).
V. La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y
sudamericanos

Los traductores son un gremio natural de desesperados fácilmente


explotables, del que forman ocasionalmente parte escritores con vocación
o con afición a traducir o que, en estado de necesidad, son también
fácilmente explotables.
(Carlos Barral: “Traductores traidores”, 1981)

Siempre importa quién habla cuando se habla de traductores y de traducciones.


Con brutal sinceridad, Carlos Barral, gran editor de la transición, nos lo recuerda.
Barral abogaba por un mandarinato de la traducción, y dividía al gremio en traduc-
tores de “literatura de kiosco” y “traductores de alta literatura”. Esta división elitista
tuvo, en este período, el consenso de los lugares comunes. Las imágenes negativas
del traductor cunden entre editores, críticos y aun traductores literarios, que no
dudan en cuestionar públicamente el obrar de “esos seres de la máquina portátil”
(González Trejo 1980). Pero tampoco los mandarines de la traducción se salvaron
de aquel desdén. Un ejemplo, entre otros, puede hallarse en las memorias editoriales
de Esther Tusquets:

Traductores supuestamente avezados, traductores de renombre, no conocen el


idioma del que traducen, o no conocen el idioma al que traducen; ignoran pala-
bras, que no se molestan en buscar en el más vulgar de los diccionarios, donde las
encontrarían (porque yo las encuentro); ponen en negativo frases positivas o a la
inversa, se saltan párrafos enteros. Y cuanto peor es el traductor más se obstina en
corregir al autor, en mejorar el texto original: explica lo que en éste no se explica,
cambia una puntuación insólita, una adjetivación audaz, por otras adocenadas.
Elude traducciones que podrían ser perfectamente literales por otras plagadas de
casticismos (alguien le debe de haber dicho que la traducción tiene que sonar
como si el libro hubiera sido escrito directamente en castellano, sin advertirle que
Flaubert o Joyce no son Baroja, ni Rimbaud tiene mucho que ver con Machado).
Y, sobre todo, las malas traducciones están plagadas de lo que llamo “frases impo-
sibles”, frases que nadie jamás, ni en un arrebato de locura, se le ocurriría decir.
Frases que nadie ha dicho nunca (Tusquets 2005: 68).
138 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

La valoración es negativa en toda la línea. Aislada de su contexto material, la


identidad del traductor se define por el error, el desconocimiento y la falla, sea cual
fuere su grado de experticia, por lo demás siempre “supuesta” e ilegítima: cual-
quiera, incluso el editor, podría haber traducido mejor. Se omite reflexionar sobre
las condiciones de trabajo impuestas por la industria editorial; no se menciona la
responsabilidad de las políticas editoriales en la difusión de la creencia según la cual
“la traducción tiene que sonar como si el libro hubiera sido escrito directamente en
castellano”. Y, por cierto, tampoco se registra duda alguna respecto de la variedad
regional de ese castellano de traducción.
Así, a juzgar por las expresiones de Barral y Tusquets, los traductores literarios que
habían cosechado —o pronto cosecharían— cierto prestigio tampoco eran exceptua-
dos de la descalificación pública, puesto que tan solo entre 1978 y 1980, entre los
traductores de la editorial Lumen, dirigida por Tusquets, figuran grandes nombres de
la traducción, intelectuales y escritores hoy prestigiosos, como el multipremiado José
María Valverde, Julián Ríos, Cabrera Infante, Carlos Manzano, todos ellos traductores
de Joyce; Ana María Matute, Marta Pessarodona, Pere Gimferrer, Carlos Barral, Ana
María Moix, Jordi Llovet y la misma Esther Tusquets, entre los escritores peninsulares;
Beatriz de Moura, editora de Tusquets Editores y cuñada de la autobiógrafa; el prolí-
fico traductor español Andrés Bosch y Formosa Feliu, traductor del alemán al catalán
y castellano, distinguido con el Premio Nacional de Traducción en 1994; y numerosos
traductores, escritores, poetas latinoamericanos, como Cristina Peri Rossi, Ricardo
Pochtar, Marcelo Covián, Sergio Pitol, Homero Alsina Thevenet, Federico Gorbea,
Mario Trejo y Carlos Sampayo.
La “confesión” de Tusquets y la “clasificación” de Barral no son sino en apariencia
declaraciones espectaculares, y la singular posición de sus enunciadores en el mundo
cultural no nos releva de mostrar hasta qué punto se trataba de juicios cotidianos que
integran el sentido común de la época. Ambas declaraciones se inscriben en el habi-
tual discurrir sobre el trabajo de los traductores, notoriamente plasmado en la prensa
periódica. Es posible, sin embargo, contrastar esta visión cotidiana del menoscabo de
la práctica y sus agentes con evidencia que indica un proceso contrario, de realce de su
valor y función cultural en el marco de la apertura democrática.
Este capítulo profundiza el análisis de la crítica de traducciones, iniciado en la fase
final del capítulo anterior. El propósito aquí es reconstruir el contexto de la “escena de
traducción argentina en el exilio” analizando la instancia de recepción de traducciones
y el incipiente proceso de institucionalización y profesionalización de la práctica. El
objetivo específico de este capítulo es dar cuenta del modo en que los emigrados y
exiliados que trabajaron para la industria del libro intervinieron en el movimiento de
la crítica de traducciones y en la reivindicación de un estatuto material y simbólico
para la práctica y sus agentes. Dos hipótesis han guiado el análisis. La primera sostiene
Alejandrina Falcón 139

que, lejos de la invisibilidad ahistóricamente postulada, en este período los críticos de


libros traducidos emitían juicio en sus reseñas sobre el proceso de traducción, aunque
esa valoración oscilaba entre dos polos: un valor positivo relacionado con la apertura
cultural que, tras décadas de censura y rancio nacionalismo, la traducción venía a
obrar; y un valor negativo, anclado en la representación dóxica que ve en la traducción
una degradación del original. Esta oscilación permitiría postular que se trató de un
período de mutación y ambivalencia en la apreciación pública de la práctica y en las
acciones implementadas para regularla, mejorar las condiciones laborales, profesiona-
lizar e institucionalizar el medio de los traductores.
El estudio de la crítica literaria en la prensa cultural permite rastrear ambas ten-
dencias. Por un lado, se registra un discurso público que por momentos reconoce la
importancia de la traducción pero valora negativamente o no registra siquiera a sus
agentes. El lenguaje que lo expresa está impregnado de juicios negativos que lindan
con la violencia verbal. Se trata de un tipo de discurso público que sin duda ya no
sería aceptable: en el marco del actual auge de la traducción en la agenda cultural y
académica, pocos podrían pronunciarse en los términos en que se expresaban públi-
camente los críticos de los suplementos culturales y las revistas literarias españolas
de aquella época, aun cuando las condiciones del ejercicio de la práctica solo hayan
cambiado de manera parcial y despareja en todo el área editorial hispanohablante.
Por otro lado, se registra un movimiento de concientización profesional, manifiesto
en prédicas y acciones concretas en favor de la agremiación y regulación de la situa-
ción legal del traductor de libros. La prensa del período registra el surgimiento de
una comunidad discursiva de traductores en la esfera pública: primeras reuniones de
traductores en Madrid, asociacionismo, gacetillas que difunden reclamos gremiales,
entre otras acciones. Esta segunda tendencia, que convive en tensión con la primera,
desembocó en el proceso de institucionalización de la práctica, a través de la creación
o el afianzamiento de asociaciones profesionales; y de la disciplina traductológica, a
través del desarrollo de la formación profesional en instituciones académicas de for-
mación e investigación.

1. Un estado de la cuestión traductográfica, 1974-1983


Un panorama sobre la historia de la traducción en este período será necesario para
establecer el escenario en que se inscribe la presencia de exiliados entre los traducto-
res españoles a mediados de los años setenta y primeros ochenta. El panorama de los
temas y problemas destacados por los estudiosos constituirá un punto de referencia
de mi análisis de las representaciones de la traducción y del traductor en la prensa
cultural. Fundamental a la hora de elaborar este panorama es el artículo pionero de
140 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

Valentín García Yebra “La traducción a fines de siglo xx. Realidades y perspectivas”,
publicado Traducción: Historia y Teoría (1994). Otra fuente de información relevante
es la más reciente y voluminosa Historia de la traducción en España (2004) dirigida
por Francisco Lafarga y Luis Pegenaute. Esta obra contiene dos capítulos de especial
interés para una historia de traductores argentinos del exilio: “De la Guerra Civil al
pasado inmediato” de Miguel Ángel Vega y “La situación actual” de Luis Pegenaute.
Todas estas fuentes coinciden en caracterizar la situación traductográfica de la tran-
sición española a partir de los siguientes rasgos: el gran volumen de traducciones
literarias, la consecuente discusión pública sobre la calidad de esas traducciones, la
escasa valoración social de la práctica, las deficientes condiciones profesionales de
los traductores y el registro de un proceso de institucionalización del campo, entre
cuyos elementos se destaca la consolidación de asociaciones gremiales y centros de
formación académica. Estos elementos se relacionan de manera causal: en esta etapa,
que García Yebra enfáticamente denomina “edad de la traducción”, la calidad de las
traducciones constituyó una problemática candente a raíz del “espectacular avance
numérico” de la actividad traductora (García Yebra 1994: 152). Este incremento en
la producción de traducciones habría contribuido a impulsar acciones destinadas a
garantizar un “estándar de calidad”, como la promoción de la enseñanza de la tra-
ducción o la propuesta de una colegiatura. Aunque España se posicionaba como el
segundo o tercer país productor de traducciones, según García Yebra, solía decirse
que el volumen de traducciones registrado entre las décadas del setenta y del ochenta
había crecido más que el de los “buenos traductores”. La explicación clásica para este
fenómeno es “la infravaloración, fundada en la falsa idea de que la traducción es un
trabajo intelectual de ínfima categoría. En general, los españoles estiman más una
obra original mediocre […] que una traducción excepcional” (García Yebra 1994:
153). En el capítulo “De la Guerra Civil al pasado inmediato” de la Historia de la
traducción en España, Miguel Ángel Vega relaciona el cuestionamiento de la jerarquía
intelectual de la traducción —la “falsa idea” de su ínfimo valor intelectual— con una
incipiente reflexión sobre la invisibilidad del traductor en ese período. La reflexión
sobre la “invisibilidad” del traductor habría generado una conciencia social y pro-
fesional, que derivó en la promoción de acciones públicas y colectivas destinadas a
revertir los efectos directos de esa depreciación profesional. Vega sitúa el afianza-
miento del proceso de organización del campo y acción colectiva alrededor de los
años ochenta (2004: 559). En síntesis, el giro en la valoración de la práctica y su
agente estuvo vinculado —en una relación de causa y efecto— con un proceso de
institucionalización y profesionalización del ámbito de la traducción.
Ciertamente, durante la transición democrática, surgieron o se consolidaron en
España instituciones que propiciaron la profesionalización de la actividad. Por un
lado, los años setenta suponen la aparición de los primeros centros de enseñanza de
Alejandrina Falcón 141

traducción en España, proceso vinculado con un factor clave para entender el incre-
mento de interés por la traducción: el acercamiento de España a la Unión Euro-
pea, que por entonces era el Mercado Común Europeo.1 Por otro, en cuanto a la
consolidación de la conciencia y la identidad profesional, suele mencionarse la tem-
prana formación de un cuerpo profesional, la Asociación Profesional de Traductores
e Intérpretes (APETI), creada en Madrid en 1954.2 También se registra la creación en
1983 de la Sección Autónoma de Traductores de Libros de la Asociación Colegial de
Escritores de España (ACE Traductores). Como parte de este proceso de constitución
de un campo, deben considerarse asimismo la creación de premios nacionales de tra-
ducción, como el Premio de Traducción Fray Luis de León, otorgado entre 1956 y
1983; y la organización de los primeros eventos colectivos, como jornadas y congresos
de traducción, nacionales e internacionales. Las revistas especializadas en traducción
surgen en los noventa, aunque puede considerarse como antecedente el boletín de
APETI, primer órgano de difusión gremial. Por último, ya a fines de los ochenta,
la creación de la casa del Traductor de Tarazona en 1988 también se inscribe en este
proceso de institucionalización del medio de los traductores en España.
Otro dato general relevante para este panorama traductográfico que condiciona la
escena de traducción en el exilio es el origen de las obras literarias traducidas y lo que
Vega ha llamado la “estética traductográfica” dominante. En cuanto al origen, se registra
la predominancia del inglés por sobre otras lenguas de traducción, en consonancia
con la progresiva consolidación de su posición hipercentral en el sistema mundial de
las traducciones (Heilbron 2010; Calvet 2007). El Instituto Nacional de Estadística
proporciona datos elocuentes al respecto: en 1979 se habrían hecho en España 3114
traducciones del inglés, 1760 del francés, 716 de alemán, 608 del italiano, 36 del

1
García Yebra menciona la fundación y consolidación de cinco instituciones educativas:
el Centro Universitario de Cluny, vinculado con la Facultad de Filosofía y Letras del Instituto
Católico de París, fundado en 1959-1960 y dedicado a la formación de intérpretes; la Escuela
Universitaria de Traductores e Intérpretes de la Universidad Autónoma de Barcelona, creada en
1972; la Escuela de Traductores e Intérpretes de la Universidad de Granada, creada en 1979;
el Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores de la Universidad Complutense
de Madrid, fundado en 1974. En 1982 sus promotores crearon la Fundación Alfonso el Sabio,
de cuyo seno nació el Centro Español de Investigación sobre la Traducción, proyecto fracasado
por falta de financiamiento, que no obstante señala la emergencia de estudios traductológicos
en España (1994: 164-167).
2
Un dato comparativo respecto de la situación del asociacionismo a escala europea y mun-
dial: la Société Française des Traducteurs se creó en Francia en 1947; entre 1950 y 1960 ya se
habían constituido asociaciones profesionales de traductores en la mayoría de los países euro-
peos y en otros continentes. La Fédération Internationale des Traducteurs de la Unesco se fundó
en París en 1953 y agrupó 35 asociaciones nacionales (García Yebra 1994: 161).
142 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

portugués (García Yebra 1994: 158). Según García Yebra, 1524 habría sido el número
de traducciones del inglés realizadas en 1967. Es decir, las traducciones de esa lengua se
habrían duplicado en este período, demostrando así “la pujanza de la lengua inglesa y
de la cultura que se expresa en ella” (1994: 158). La predominancia de traducciones del
inglés en la península sigue registrándose en décadas posteriores. Este dato es relevante
si se considera el actual proceso de entropía traductiva, por el cual el incremento en el
volumen de traducciones va paradójicamente en detrimento de la diversidad cultural.
En cuanto al segundo aspecto, el de la “estética” de las traducciones españolas
entre la posguerra y el período del exilio argentino, Vega sostiene:

[T]oda la traductografía española se ha hecho y se ha juzgado desde la estética


de lo que Venuti llama la fluidez, es decir, desde la estética ortodoxa que exige
transparencia del traductor. La estética imperante en la traductografía española
se sitúa en las antípodas de aquel principio de “alienación” lingüística que Rosen-
zweig exigía a toda traducción, incluso de una carta comercial. Los españoles,
que siempre hemos adaptado a nuestra idiosincrasia, incluso las grafías y foné-
ticas extranjeras […] hemos optado también por la naturalización del producto
literario ajeno (Vega 2004: 567).

La reflexión de Vega sobre el “método de traducción” español, que está en la base de


las adaptaciones y manipulaciones analizadas en capítulos anteriores, exhibe por omi-
sión un dato más: los estudiosos de la traducción en España, con escasas excepciones,3
no han considerado el problema de las variedades internas del castellano como una
cuestión central de la historia de la traducción hispanoamericana, contrariamente a lo
que sucede en América Latina. Si bien la Historia de la traducción en España (2004)
procura dar una visión representativa de su multiculturalidad al dedicar la segunda
parte de la obra a la historia de la traducción en las culturas catalana, gallega y vasca,
esa visión más vasta no se detiene en la circulación internacional de las traducciones
hacia los mercados de América Latina, donde las estrategias de traducción aclimatado-
ras tienen efectos opuestos a la fluidez, es decir, donde se convierten en traducciones
exotizantes. Tampoco se detiene en un dato aún más relevante: la cantidad ingente
de traducciones producidas en América Latina e incorporadas a los catálogos de las
editoriales españolas a finales del período estudiado, fenómeno que sin embargo dio
mucho que hablar por aquellos años, como veremos en este capítulo.

3
En la última década, Juan Jesús Zaro, catedrático de la Universidad de Málaga, ha desa-
rrollado proyectos de investigación sobre la historia de las traducciones españolas en América
Latina desde una perspectiva editorial. Su interés por la traducción de clásicos y su circulación
transatlántica lo ha llevado a explorar la problemática lingüístico-identitaria, especialmente
candente en Argentina y México (Zaro 2013a; 2013b).
Alejandrina Falcón 143

Antes de concluir este somero panorama, quisiéramos señalar dos cuestiones


relacionadas con la posición de aquellos traductores argentinos emigrados que par-
ticiparon tanto en el proceso de asociacionismo —Andrés Ehrenhaus o Mario Mer-
lino— cuanto en la crítica de traducción en revistas culturales —Marcelo Cohen o
Nora Catelli—. La primera cuestión se refiere al contenido de un debate librado en
fechas recientes entre asociaciones de traductores peninsulares. Pese a ser una discusión
relativamente actual, los argumentos esgrimidos pueden rastrearse hasta el período
delimitado en nuestro corpus; el problema en torno al cual se constituye la contienda
es el modo en que los traductores adquieren y legitiman socialmente sus saberes. La
problemática del ejercicio profesional de la traducción condujo, y aun hoy en Argen-
tina lo hace, al debate sobre la regulación de la práctica por un colegio profesional. Los
partidarios de una colegiatura reivindican la obligatoriedad de contar con un título
universitario específico para ejercer como traductor. De este modo, se regularía la
profesión y pondría fin a la competencia desleal y al “intrusismo”. Sus detractores, en
cambio, consideran que la “idiosincrasia de la labor traductora, sobre todo la literaria,
hace que no se deba cerrar las puertas de su ejercicio a ninguna persona, independien-
temente de si cuenta o no con un título universitario, siempre y cuando sea digno
hacedor de su oficio” (Pegenaute 2004: 595-596). Las asociaciones representantes de
sendas posiciones fueron, respectivamente TRIAC (Traductors i intèrprets Associats
pro Col·legi) y ACE Traductores (sección autónoma de traductores de libros de la
Asociación Colegial de Escritores de España). Esta última habría intervenido en el
debate mediante un documento en el cual se argumentaba lo siguiente:

La pluralidad de la traducción literaria y de libros hace que sea un terreno mul-


tidisciplinar en el que cabe hallar personas que cuenten con licenciaturas muy
dispares o que sean, sencillamente, autodidactas. El único modo de justificar la
competencia necesaria para llevar a cabo este quehacer es el producto presentado.
Por otra parte, el amplio bagaje cultural que se hace necesario para traducir lite-
ratura exige una interrelación entre la traducción, la filología y las humanidades
en general (Pegenaute 2004: 595-596).

En el capítulo 7, dedicado a la figura del traductor argentino exiliado, mostraremos


que la posición de ACE Traductores en esta discusión coincide con la posición inicial
de numerosos traductores argentinos, en su mayoría autodidactas: “La traducción es
—escribe Andrés Ehrenhaus— mal que le pese a muchos, una profesión de aquellas
que todavía se aprende mejor en la calle que en ningún ámbito académico” (2012:
194-195). Sin embargo, la creación de instituciones académicas destinadas a enseñar
a traducir extendió el campo laboral de los traductores autodidactas o de oficio, y creó
un nuevo mercado para sus saberes específicos. La participación rentada de promotores
144 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

del autodidactismo en instituciones académicas, muchas nacidas en el período de


la transición y desarrolladas entre las décadas del ochenta y el noventa, exhibe una
suerte de paradoja: si ningún buen traductor se “hace” en una academia pero todo
“buen” traductor puede enseñar en una, entonces la traducción es una práctica que
puede enseñarse en instituciones pero no aprenderse en ellas. No pocos argumentos
del debate sobre la colegiatura, librado en España décadas atrás, siguen vigentes en la
actual discusión sobre la Ley del Traductor en la Argentina (Fólica 2017).

2. Figuraciones del traductor y la traducción en la prensa


Pese al diagnóstico de “invisibilidad” registrado en las fuentes secundarias, el
análisis de revistas y suplementos culturales revela que la traducción y sus proble-
mas fue un asunto harto discutido entre 1974 y 1983. En las páginas de la prensa
periódica, se comentan libros traducidos, se hace crítica de traducciones, se relatan
experiencias traductoras, se reivindican derechos, se debate con editores, se denun-
cia a correctores, se insulta a traductores, se exige flexibilidad lingüística y también
mano dura lingüística. Todo ello a un mismo tiempo y, a menudo, en un mismo
medio de comunicación. Es cierto que la crítica de traducciones solía ser valorativa
y fundarse en lugares comunes, como señalaba García Yebra (1994: 167); pero en
ocasiones también daba lugar a comentarios elaborados que revelaban un progresivo
desarrollo de la reflexión crítica sobre la práctica y sus agentes. La mención de la
traducción y del traductor en las reseñas bibliográficas no siempre se restringe a dos
líneas anodinas o casuales al final de las reseñas. Por el contrario, llama la atención
el nítido registro de la presencia del traductor detrás de los “errores” vislumbrados
y cierta virulencia intencionada en el lenguaje adoptado por algunos críticos para
referirse a ellos. Por lo demás, veremos que el comentario negativo de traducciones,
por infundado y banal que pareciera en ocasiones, cumplía una función nada banal:
cuestionar el avance y aun el predominio de una lógica netamente mercantil sobre
la producción y circulación de los bienes culturales.
En cuanto a los tópicos dominantes, la calidad de las traducciones aparece como
tema recurrente, cuando no exclusivo, en la masa de textos que mencionan a la tra-
ducción y al traductor en la prensa. Si bien en el plano de lo explícitamente enunciado
los términos más virulentos van dirigidos al traductor como individuo, subyace en
esas condenas ad hominem la idea de una asociación inherente y espuria entre tra-
ducción e industria editorial. Sin embargo, paradójicamente, la tarea del traductor es
comentada o condenada sin evaluar su posición en la cadena de producción del libro
y, por tanto, sin considerar la virtual sucesión de “manipulaciones” obradas por el
conjunto de los agentes que intervienen en las diferentes etapas de la producción de
Alejandrina Falcón 145

traducciones: desde el editor al armador, pasando por el revisor técnico y los distintos
niveles de correcciones estilística. Dada su alta dependencia de los ritmos y condi-
ciones de producción editorial, los libros “mal traducidos” ponían en evidencia los
efectos de la mercantilización de los bienes culturales, especialmente dañosos para la
literatura, concebida como una actividad noble cuya autonomía respecto de instan-
cias heterónomas —la censura política o las leyes del mercado— constituía un valor
incuestionable. De ahí que en los casos en que la traducción literaria aparece asociada
con figuras de probidad incuestionada, es decir, desinteresados agentes de “la cultura”
—traductores nacionales prestigiosos como José María Valverde, Julián Marías, Esther
Benítez, Consuelo Berges, entre otros— la descalificación merma.
Correlato de esta concepción sacralizada de la escritura directa, y sobre todo
de la autoría en literatura, es la identificación del crítico con el autor del texto
fuente. En ese sentido, pese a ser la crítica y la traducción dos prácticas dominadas
en la jerarquía de las prácticas literarias —la doxa, recordemos, también dice que
“el crítico es un escritor fracasado”—; pese a constituir ambas el oficio secundario
de tantos escritores incompletamente profesionalizados, pese a realizarse ambas a
cambio de dinero, la solidaridad del crítico de traducciones editoriales iba siem-
pre dirigida al autor extranjero, representante de “la literatura”, en detrimento
de la figura del traductor local, representante del mercado. El ideologema “nin-
guna traducción puede dañar una obra genial” viene a expresar esa concepción
romántica de la obra literaria como encarnación del genio creador que subtiende
el descrédito de traductores y traducciones, según Lawrence Venuti (1992). Pero
no solo la precaria crítica de traducciones constituye un indicio de la visibilidad
relativa de la práctica; su inscripción en la materialidad misma de los medios
de prensa también lo es. Las principales revistas culturales catalanas —Camp de
l’Arpa, El Viejo Topo o Quimera, entre las que tuvieron colaboradores latinoameri-
canos asiduos— destinaron un lugar al nombre del traductor en la diagramación
de las secciones fijas dedicadas a reseñas de libros.4 Por eso, es difícil concluir que
la invisibilidad o transparencia de la traducción constituyera un rasgo marcado
en aquellos años, si por “invisibilidad” entendemos la ausencia de registro en
soportes, reseñas y comentarios, y no un efecto de transparencia textual. Por el
contrario, se verifica una poderosa conciencia impresa de la mediación traductora,
y que a menudo las voces que la expresaron procedían del colectivo emigrado, en
el cual como se ha visto la industria española reclutó no pocos traductores.

4
Desde fines de los setenta, algunos grandes periódicos se habían comprometido a men-
cionar el nombre del traductor en las reseñas de libros. Este compromiso no siempre se sostuvo
como demuestra la controversia registrada en las páginas de El País entre el escritor-traductor
Manuel Serrat Crespo y el periodista Rafael Conte (de la Serna 1988).
146 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

El criterio de selección de las reseñas que a continuación analizamos apunta a


exhibir la vinculación entre la crítica de traducciones y la presencia de emigrados
rioplatenses en la prensa española, en particular catalana. Ese cruce, como vimos en el
capítulo sobre importación de Novela Negra, puede leerse en las páginas de Camp de
l’Arpa, El Viejo Topo, Quimera, Triunfo, La Vanguardia o El País, en las que se reiteran
nombres de intelectuales y escritores latinoamericanos: Horacio Vázquez-Rial, Susana
Constante, Antonio Tello, Cristina Peri Rossi, Homero Alsina Thevenet, Ángel Rama,
Ernesto Ayala Dip, Marcelo Covián, Ana Basualdo, Nora Catelli, Ana María Gargata-
gli, Marcelo Cohen, Juan Martini, Álvaro Abós, Eduardo Goligorsky, entre otros. En
esas revistas también se publicaron dossiers temáticos sobre traducción5 y dossiers sobre
literatura traducida a cargo de escritores latinoamericanos: Marcelo Cohen contri-
buyó a la importación de literatura anglosajona e italiana con “En busca de Salinger”
(1977), “La soledad en las colinas: sobre Césare Pavese” (1978) y “En la cabeza de un
alfiler: sobre los cuentos de William Faulkner” (1979); Horacio Vázquez-Rial escribió
sobre literatura rusa en “Dostoyevski y Gorki: realismo ante el capitalismo y realismo
ante la revolución” (1980) y Cristina Peri Rossi, traductora de Clarice Lispector y
Fernando Gabeira, impulsó la difusión de la literatura del Brasil con un trabajo pano-
rámico titulado “Introducción a la literatura brasileña” (1979). Entre las traducciones
literarias realizadas por argentinos en Camp de l’Arpa, por ejemplo, figuran tres poe-
mas de Cesare Pavese en traducción realizada por Ernesto Ayala Dip (“La casa”, del
italiano, y “Último blues, para ser leído algún día”, del inglés) y Horacio Vázquez-Rial
(“A C. de C.”, del inglés), así como un avance de la traducción de Zona de Guillaume
Apollinaire, realizada por Susana Constante y Alberto Cousté, acompañada de un
ensayo de Constante sobre Apollinaire.

3. Variaciones críticas: del escarnio a la institucionalización


La mención de la traducción y del traductor en los medios impresos españoles
entre 1974 y 1983 podría organizarse en cinco grandes grupos textuales: reseñas de
libros, noticias sobre cuestiones gremiales e institucionales, testimonios de traductores
—entrevistas, textos de opinión, ensayos autobiográficos, cartas de lectores—,
dossiers sobre literatura traducida y ensayos teóricos sobre la traducción, a menudo
acompañados de fragmentos de traducciones. Mediante un recorrido analítico

5
Por ejemplo, el dossier “Traducción/Transcreación”, publicado en el nº 9-10 de la revista
Quimera (1981), que reunía novedosas reflexiones sobre la práctica: “De la traducción como
creación y como crítica” del poeta concreto brasileño Haroldo de Campos, traducido por Julián
Ríos, y “Transjugando desde el otro hombre”, de Gérard de Cortanze, poeta, crítico y traductor
francés de la obra de Vicente Huidobro en 1976, traducido por Martín Caparrós.
Alejandrina Falcón 147

ilustrativo de estos tipos textuales, intentamos reconstruir el estado de cosas en el


campo de las traducciones. El relevo de discursos y contra-discursos, recurrencias
tópicas, representaciones dóxicas e imágenes innovadoras, permitirá establecer un
mapa de la discursividad traductiva.

3.1. Reseñas y comentarios de traducciones


En el marco de la tipología textual sugerida, el primer grupo se compone de rese-
ñas de obras literarias: extensas, en secciones móviles o columnas fijas en los gran-
des periódicos; breves, en secciones fijas de comentario de libros, en particular en
revistas culturales como Camp de l’Arpa (sección “Los libros”), El Viejo Topo (sección
de reseñas) y Quimera (sección “Fichas de lectura”). En este tipo de textos podrán
relevarse concepciones dóxicas de la traducción, comentarios polémicos y reflexiones
argumentadas. Se advierten asimismo casos de recurso al cotejo con el texto fuente
como método analítico. Las reseñas de libros traducidos pueden clasificarse a su vez
en dos clases: 1) comentarios sin mención de la traducción o del traductor; en estos
casos puede hablarse de “invisibilidad” en los términos de Vega, pues la mediación
no es percibida o explicitada en la reseña;6 y 2) comentarios de libros traducidos
con mención de la traducción, por lo general juicios de valor que versan sobre la
calidad del producto. Esta clase de reseñas tiene a su vez dos modalidades: aquellas
que cuestionan la calidad de las traducciones sin argumentos probatorios y aquellas
que cuestionan la traducción fundamentando la crítica, y en ciertos casos recurriendo
al cotejo como método demostrativo. Sin embargo, obviamente estas modalidades
nunca aparecen en forma pura.
Comenzaremos por un texto que proporciona un indicio indirecto del clima de
recepción de traducciones y del horizonte de producción crítica de la época. Se trata
de una reseña laudatoria a una traducción de Ángel Crespo, 7 titulada “Una gran
traducción del Dante” y firmada por el ensayista e historiador del arte Ángel González
García. Allí puede leerse:

6
Un ejemplo de esta clase de textos es una reseña de La ventana siniestra, de Raymond
Chandler, en traducción del argentino Eduardo Goligorsky. Escrita por Fernando Samaniego
y titulada “Un detective privado llamado Marlowe”, ni el texto de la reseña ni la ficha técnica
mencionan el nombre del traductor ni el dato de que se trata de una reedición: “La traduc-
ción de la novela coincide con la publicación, por la misma editorial, de una biografía del
autor escrita por Frank MacShane” (Samaniego 1977). En realidad, aquello que coincide con
la publicación de la biografía de Chandler es la reedición y no la traducción, publicada por
primera vez en 1962 por la Compañía General Fabril Editora, la editorial de Jacobo Muchnik.
7
Reseña de la traducción Dante Alighieri, Comedia. Purgatorio. Traducción, prólogo y
notas de Ángel Crespo, Barcelona, Seix Barral, 1976.
148 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

En 1973 Ángel Crespo sorprendía nuestro razonable escepticismo de lectores una


y otra vez traicionados o estafados con una espléndida traducción del Infierno del
Dante […]. Claro que, si nos empeñamos, encontraremos en esta traducción [del
Purgatorio] de Ángel Crespo más de un desmayo, pero al fin son disculpables
en un trabajo que cuenta como no pequeño mérito haber conservado fielmente
algo que casi siempre se le escamotea a Dante: la desenvoltura y ferocidad de su
lenguaje (González García 1976).

Este comentario constituye la explicitación de una expectativa de lectura. Esa


expectativa se presenta como un prejuicio “razonable” que anticipa un engaño fun-
dado en la repetición de una experiencia negativa, el “una y otra vez” de la estafa que
por motivos diversos denunciaban los críticos de la revista Gimlet (véase Capítulo 4).
Ese horizonte de lectura diseña a su vez un primer perfil de crítico de traducciones:
no un lector atento que escribe su lectura, sino un consumidor autorizado al reclamo.
Pues, si la “traición” es una falta a un compromiso de lealtad, voluntaria o no, la
“estafa” constituye un delito contra la propiedad mediante engaño y con ánimo de
lucro. Y ¿qué título de propiedad ha adquirido el crítico para considerarse víctima
de tal delito? El crítico-lector es “estafado” en virtud de su autoridad delegada sobre la
autoría primera —la autoría como propiedad intelectual y moral—. Es decir, el crítico
no es solo un lector profesional, sino que se ha identificado con la autoría primera,
y hace las veces de vicario del autor y albacea de su obra, con facultades judiciales
y funciones policiales: se “empeña” en el hallazgo de pruebas del delito, está al ace-
cho del defecto y “disculpa” o atenúa la pena si las circunstancias —un “no pequeño
mérito”— lo justifican. Si bien el crítico se mantiene fuera de la esfera de la estafa, no
requiere credenciales ni pruebas textuales para alegar “grandeza” o “desmayos” en una
traducción. Sin embargo, se intuye que la traducción de Ángel Crespo es “espléndida”
porque coincide con la lectura del crítico, a saber, su convicción de que el original
fue escrito con “desenvoltura y ferocidad”. El argumento de autoridad —la propia,
la delegada— fundado en juicios impresivos —“esplendor”, “desenvoltura” o “fero-
cidad”— sustituye aquí todo sistema probatorio basado en ejemplos textuales y cate-
gorías de análisis claras. Sea como fuere, la explicitación de ese horizonte de lectura
revela una nítida conciencia de la mediación: no hay “invisibilidad” de la traducción
sino una visibilidad selectiva manifiesta en la expectativa de la falla. Esta parece ser
una entrada posible al universo de la crítica de traducciones en el período.
En la línea de las reseñas críticas con mención de la traducción, cuestionamiento de su
calidad pero ausencia de argumentos y citas probatorios, se sitúan los textos del periodista
de El País, crítico de cine y cineasta Augusto M. [Martínez] Torres. La presentación de
estas reseñas tiene el interés añadido de estar referidas a la importación de género policial
a través de la creación de colecciones dedicadas al género negro, como la colección Serie
Alejandrina Falcón 149

Novela Negra de Bruguera, el caso testigo desarrollado en el capítulo anterior. Así, en


1978, reseñando una obra de Boris Vian, M. Torres lamentaba que “en la actualidad se
le sig[a] conociendo mucho más por haber escrito Escupiré sobre vuestra tumba que por
cualquier otro de sus trabajos, como una vez más prueba el hecho de que la mal editada y
peor traducida versión castellana se haya agotado, sin necesidad de la menor publicidad,
en muy poco tiempo” (Torres 1978); y, en 1979, en una reseña dedicada a analizar las
estrechas “relaciones entre ‘cine negro’ y ‘novela negra’”, M. Torres, especialista en cine,
aborda el caso de la transposición cinematográfica de La jungla de asfalto de W. R. Burnett,
de cuya traducción en la Serie Negra de la editorial Planeta opinaba:

[L]a reedición realizada hace unos meses tiene especial interés por aparecer en
una etapa de máxima difusión de la “novela negra” en nuestro país y tratarse de
una obra clave de un autor de primera línea que hoy está demasiado olvidado.
Aunque es una pena que se haya empleado la misma apresurada, inconsistente y
casi ilegible traducción que se hizo hace años para esta reedición (Torres 1979).

Sabemos que “una vez más” la traducción constituye un engaño: “mal editada
y peor traducida”, “discutible la selección de títulos”, “apresurada, inconsistente y
casi ilegible traducción”. Pero no sabemos aún cuál es el fundamento del (dis)valor,
es decir, en qué consiste esa ilegibilidad de los textos, su inconsistencia. Si seguimos
leyendo, un atisbo de respuesta llega cuando M. Torres analiza los motivos por los
cuales hasta entonces han fracasado todos los intentos de importar el género negro en
España. Mientras que las novelas de Agatha Christie se reeditaban sin cesar, explica
Torres, dos colecciones de novela negra dejaban de publicarse antes de lograr el obje-
tivo: la Serie Negra de Distribuciones de Enlace y las Selecciones del Séptimo Círculo,
de Alianza Editorial. Y aquí el crítico arriesga una respuesta:

Se objetará que las traducciones eran malas y discutible la selección de títulos.


Ahora, por motivos difíciles de explicar porque la selección de títulos sigue bor-
deando el caos y las traducciones siguen siendo malas, finalmente parece haber
aparecido un público consumidor de la colección Novela Negra de Editorial Bru-
guera (Torres 1979).

En vista del origen argentino de las traducciones del Séptimo Círculo, dirigida por
dos escritores argentinos (Borges y Bioy) que se preciaban de cuidar las traducciones;
y, puesto que, hasta 1979, la Serie Novela Negra de Bruguera ya había reeditado
numerosas traducciones argentinas, entre las cuales no pocas también procedían del
fondo de la editorial argentina Emecé, es lícito conjeturar que “malas” aquí significa
no adecuadas a la “estética traductográfica” tal como la caracteriza Miguel Ángel Vega:
150 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

conforme a las normas de la cultura receptora, que a fin de cuentas, desde la perspec-
tiva del reseñista, era la española. Por cierto, esta es solo una hipótesis; y es muy pro-
bable que esa clase de juicios no tuvieran mayor fundamento que el consenso tácito de
los lugares comunes, y por tanto no tuviera ni requiriera justificación para los lectores.
Hasta aquí, el análisis de los textos conduce a un dato sobre la posición del crítico
frente al mercado: a fines de los setenta el crítico literario en los medios de prensa
no aparece aún como un mero publicista al servicio de empresas editoriales, es decir,
no formula argumentos de venta —más bien lo contrario—. El crítico parece querer
el “bien” de la literatura, defender una moral de las obras más allá de la propaganda
comercial. De hecho, se adivina una controversia con el polo editorial, pues en este
caso el cuestionamiento apunta al proceso de importación en su conjunto, no al tra-
ductor individual —se mencionan traducciones, no traductores—. En efecto, la tra-
ducción no tiene otro agente que el aparato editorial, es decir, “traduce Bruguera”,
“traduce Alianza”. Se trata de un ejemplo de máxima asociación de la práctica de la
traducción con el empresariado que la encarga y financia. Esta asociación directa quizá
deba leerse como un efecto de “importación” masiva de un género, operación asociada
antes con el aparato importador en su conjunto que con figuras de traductores-con-
sagradores individuales. En el caso de la importación de novela negra en España, los
traductores no parecen haber tenido un peso nominal que ameritara su identificación
individualizada, como se ha visto en el capítulo precedente.
Un caso inverso, es decir, un caso en que posibles, y aun probables, decisiones edi-
toriales son adjudicadas en bloque al traductor individual, puede hallarse en la reseña
del escritor argentino Marcos-Ricardo Barnatán a la traducción de la obra completa
de Hölderlin8 titulada “La realidad enigmática de Hölderlin”. El traductor, compa-
triota del crítico, es el poeta argentino Federico Gorbea, radicado en Cataluña, futuro
traductor de Villon (Ediciones 29 1979), Prévert (Lumen 1979), Mallarmé (Plaza &
Janés 1982). La falla señalada aquí apunta a la selección del material traducido:

[En la obra completa] aunque no tan completa como su título anuncia, se ha publi-
cado por fin la versión castellana de la inmensa mayoría de los poemas de Hölder-
lin, dispersos hasta ahora en las traducciones de Cernuda (Visor. Madrid, 1974),
Silvetti Paz (Sudamericana. Buenos Aires, 1972) y Mínguez (Plaza & Janés. Barce-
lona, 1975), entre otros acercamientos parciales a la obra del gran poeta alemán. La
tarea no es fácil, y tan solo el esfuerzo de la empresa puede justificar la ausencia de
algunos de los poemas de la locura hölderliniana que, pese a estar harto ordenados,
reproducidos e incluso traducidos, nuestro nuevo traductor olvida (Barnatán 1977).

8
Se trata de la obra Poesía Completa. Edición bilingüe de Friedrich Hölderlin traducida por
Federico Gorbea en 1977 para Ediciones 29.
Alejandrina Falcón 151

Este fragmento exhibe dos cuestiones relevantes: 1) se atribuye la selección de los


materiales al traductor; sin embargo, de los datos consignados en la reseña no puede
deducirse si se trató de una propuesta del traductor al editor o de un encargo edito-
rial y, en caso de ser un encargo editorial, en qué momento del encargo intervino el
traductor; la respuesta a esas preguntas no tiene, en verdad, ninguna importancia.
Lo relevante es que el crítico no las haya planteado, como si desconociera el fun-
cionamiento del proceso de producción editorial;9 2) pese a mencionar la figura del
traductor, el nombre propio es sustituido por un sintagma elusivo “nuestro nuevo
traductor”, que evoca el hastiado “una y otra vez” de la estafa.
La pregunta que se impone es: ¿por qué atribuir la selección de los materiales
al traductor? Respuesta verosímil: porque es incompleta. En las críticas analizadas
hasta aquí, la figura del traductor se deduce por sustracción, emerge allí donde algo
falla en la lectura; porque la “materialidad” del traductor se pone paradójicamente
de manifiesto en las incómodas pruebas de la defección del original, en las señales de
su ausencia. Prueba de ello es que la conciencia omniexplicativa de la figura del tra-
ductor-que-siempre-falla —en este caso falla por “olvido”, condescendientemente
“perdonado” conforme a las funciones vicarias del crítico— convive y contrasta con
el borrado total de la mediación traductora a la hora de ponderar la escritura del
autor fuente: “El poeta escribe aún versos luminosos que triunfan, como la primavera,
desintegrando las sombras, derritiendo el hielo negro del invierno” (Barnatán 1977).
Aquí caben dos interpretaciones. O bien el crítico está leyendo el original. O bien el
rastro del traductor pierde consistencia allí donde los “versos luminosos” del autor
triunfan. Este caso confirma nuevamente la hipótesis: el problema no es la “invisibili-
dad” de la práctica y su agente, sino el registro selectivo de su presencia.
Ahora bien, no solo la omisión o la sola identificación en la falla señalaban
cierto desdén social por la figura del mediador cultural que es el traductor, también
términos lindantes con la injuria caracterizan su mención en las páginas de la prensa
del período. Un notorio caso de deslizamiento hacia el agravio aparece en la reseña de
Ramón Alpuente, alias “Moncho” Alpuente, escritor, músico de rock y periodista
de El País. El título de su reseña, más que elocuente, “Boris Vian, ¿traducción o

9
En 1982, en el nº 18 de la revista Quimera, la sección “Cartas al director” publica un
descargo de la editorial Icaria en respuesta a la crítica negativa del escritor-traductor argen-
tino Horacio Vázquez-Rial sobre una compilación de textos de Paul Eluard, El poeta y su
sombra. Vázquez-Rial objetaba la selección de poemas y algunos contenidos del aparato crí-
tico. La respuesta de los editores de Icaria ilustra nuestra discusión: “Hemos respetado ente-
ramente los criterios de la edición francesa (Editions Seghers, 1963-79) y la nota editorial a
la que alude su colaborador corresponde a aquella. No hay duda que siempre es arriesgada,
y a veces ciertamente discutible, la publicación de antologías no preparadas por el autor” ni,
por cierto, por el traductor.
152 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

venganza?” pone en clave irónica las ideaciones que asociaban la traducción con
diversas formas del mal, la falla moral o el crimen:

Boris Vian odiado y menospreciado por los críticos de su tiempo y alabado por
los críticos de este tiempo, en muchas ocasiones los mismos (Vian murió en
1959; los críticos han sobrevivido), Boris Vian, que se burlara incluso de su pro-
pia muerte, ha sido burlado entre nosotros con una burla desmañada y estúpida,
una broma pesada sin gracia alguna. La broma ha consistido en la edición de un
libro biográfico con antología de textos que, bajo el título de Boris Vian por Jean
Clouzet, se acaba de poner a la venta bajo la responsabilidad de una editorial que
hasta ahora había mantenido una envidiable línea de inquietud e interés hacia
áreas ignoradas (Alpuente 1976).

Novedosa, y algo paranoica, es la idea de que una traducción pueda constituir,


no ya la consabida traición, sino una “venganza” del traductor, en este caso, contra
un Boris Vian marginal y heroicamente negado a integrar los “paraísos de purpurina”
de los “sancta sanctorum apolillados” de la crítica oficial (Alpuente 1976). Pero eso
no era todo: Alpuente redobla la apuesta de la descalificación al describir al traductor
de Vian, o mejor dicho a su traductora, ya no como un traidor, un estafador o un
simulador, sino sencillamente como un imbécil que ha producido un “monumento a
la imbecilidad”, una “burla desmañada y estúpida”. Alpuente registra por cotejo una
serie de calcos léxicos, de los que fácilmente se deduce desconocimiento de algunas
expresiones en francés. El descubrimiento lleva al crítico a considerar que los textos de
Vian fueron “ferozmente masacrados por una traducción en la que todo aparece tras-
tocado e incluso las palabras más evidentes adquieren curiosos significados” (Alpuente
1976). Si bien el cuerpo de la reseña no lo menciona, la autora del “monumento a la
imbecilidad” es María Luz Melcón, alias Mary Luz Melcón, escritora asturiana que en
1976 apenas tenía un antecedente comprobable como traductora de libros: Novalis,
Hoffmann, Jean-Paul: Alemania romántica II de Marcel Brion, traducción publicada
por Barral Editores en 1973. En 1971, Melcón había ganado el I Premio Barral de
Novela por su obra Celia muerde la manzana (Barral Editores 1972);10 si bien el pre-
mio fue otorgado ex aequo, la dotación económica fue para el otro ganador, Haroldo
Conti. El encargo de una traducción para Barral Editores en 1973 tiene, así, toda
la apariencia de un premio consuelo. Este dato podría parecer una mera curiosidad
pero no lo es: constituye un indicio claro de la responsabilidad de los editores en la

10
El jurado que seleccionó su novela estuvo compuesto por “literatos de tanta relevan-
cia como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan García Hortelano, José María
Castellet, el mismo Carlos Barral […]. Celia muerde la manzana supuso para mí entrar por la
puerta grande en el ámbito de la literatura española” (Ordaz 2009).
Alejandrina Falcón 153

contratación de traductores inexpertos y, a la luz de las declaraciones de Tusquets y


Barral consignadas al inicio de este capítulo, pone de manifiesto el doble discurso de
las patronales respecto de los “malos traductores”.11
Las reseñas abordadas hasta aquí revelan una serie de cuestiones importan-
tes para caracterizar la crítica de traducciones en este período. En primer lugar,
en cuanto a la forma, el lenguaje para referirse a las traducciones es lícitamente
agresivo; los juicios no requieren argumentaciones, descripciones, explicaciones
literarias, teóricas o históricas. El crítico denuncia “errores de traducción” pero se
abstiene de “investigar sobre los mecanismos que han llevado” a producirlos, como
reconoce Alpuente (1976). En segundo lugar, en cuanto al agente, los críticos de
traducciones no parecen ser especialistas en idiomas, en traducción o siquiera en
literatura extranjera. Los agentes de la crítica se reclutaban legítimamente en el
mundo del cine, la historia del arte o el rock. Se deduce que tanto los traducto-
res como quienes comentan obras traducidas podían prescindir de una formación
específica. Esta no es, sin embargo, la única figura de crítico de traducciones regis-
trada en nuestro corpus. Las reseñas de libros en revistas culturales proporcionan
ejemplos de críticas de traducciones producidas por agentes culturales vinculados
con el ámbito de la traducción, la filología o la literatura extranjera. Nos servire-
mos aquí de una muestra extraída de la sección “Los libros” de la revista Quimera.
Se trata de un comentario de Nora Catelli sobre la traducción de La copa dorada de
Henry James, traducida por Andrés Bosch en 1981 para Planeta:

En cuanto a la traducción es preciso decir que es verdaderamente lamentable:


apresurada, poco cuidadosa, áspera en la resolución de la enrevesada y ardua
frase de James. El traductor se obstina en acabar con la tan mentada ambigüedad
jamesiana zanjando sus oscuridades con tajantes inventos. Dos ejemplos servi-
rán para ilustrar las consecuencias de un trabajo caracterizado por el apresura-
miento: La desesperada reflexión de Maggie, al final del libro: “It’s terrible —her
memories prompted her to speak. I see it’s always terrible for Women—”, se
convierte en un lacónico: “La vida (?) siempre es terrible para las mujeres”. […]
La traducción perjudica seriamente al texto y convierte su lectura en un ejercicio
incómodo, merced a unas dificultades que no provienen de James y sí más bien
de ese cúmulo de factores (apresuramiento, pobreza de medios y falta de recono-
cimiento del papel y la jerarquía del traductor) que convierten casi en un milagro
la aparición, en nuestro medio, de una “buena traducción” (Catelli 1981: 61-62).

11
La reseña de Alpuente demuestra, asimismo, que ningún premio literario, aun otorgado
por el más eximio jurado, garantizaba la “calidad” de una traducción o su identificación como
“buena traducción”; y prueba que el ideologema “los mejores traductores son los escritores” no
siempre resiste un análisis descriptivo.
154 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

Si bien el texto de Catelli confirma el horizonte de expectativas antes registrado


—el “milagro” constituye un acontecimiento que revierte el “una y otra vez” de la
estafa—, introduce una novedad al proponer una explicación de los “mecanismos”
productores de “malas” traducciones: racionalización de la “ardua frase de James”,
“apresuramiento, pobreza de medios y la falta de reconocimiento del papel y la
jerarquía del traductor”. Al propugnar la rejerarquización de la práctica traductora
y fundamentar el comentario mediante cotejo y ejemplos textuales, la traducción es
tratada como “texto” susceptible de análisis e interpretación como cualquier “ori-
ginal”. De ese modo, Catelli no solo propugna la rejerarquización de la práctica
traductora sino que también realza el papel del crítico de traducciones al funda-
mentar sus juicios en un análisis textual. El papel del crítico se rejerarquiza porque
de algún modo se produce “desde adentro”: ese querer el bien de la literatura, que
trasluce en los textos antes analizados, se ha extendido a la traducción literaria.
Clamar por la rejerarquización de la práctica implica reconocerla como una prác-
tica literaria, dominada quizá, pero ya no como un mero subproducto comercial.
Podría decirse que Catelli introduce una novedad: el “deseo de traducción” en el
comentario crítico. Por cierto, la posición de Catelli no era episódica sino producto
de una reflexión sostenida sobre la teoría y la historia de la práctica; en la década del
noventa, ese interés quedaría plasmado en una antología pionera de textos hispano-
americanos sobre la traducción, compilada y comentada en colaboración con Ana
María Gargatagli: El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traducción en España y
América: relatos, leyes y reflexiones sobre los otros (véase capítulo 7).12
Antes de abordar este segundo tipo textual identificado en el corpus, parece nece-
sario relativizar las posiciones aquí descritas para evitar componer un panorama sim-
plificado e ingenuo del horizonte en que se desarrolla la crítica de traducciones en
general, y la crítica de la variedad de lengua en particular; no se trata de un terreno
dicotomizado entre detractores de la “mala” traducción y defensores de los “pobres
traductores buenos”, como los llamaba García Márquez en 1982, seres dignos de con-
miseración y tutela. Tampoco se trata de que los traductores fueran pasivos blancos
del desdén de los críticos literarios. Las representaciones dóxicas sobre la traducción
a menudo proceden del centro del campo. En este sentido, ilustrativo resulta un artí-
culo publicado en mayo de 1978 en la revista literaria Camp de l’Arpa, cuyo autor,
hoy consagrado traductor, por entonces iniciaba su trayectoria. El artículo de Miguel
Sáenz, titulado —¿por quién?— “Se necesitan traidores, escritores fracasados, alca-
huetes (con conocimiento de alemán)” (Sáenz 1978: 20-24), comienza constatando

12
La inquietud compartida por los vínculos culturales entre América y España no era ajena a su
condición de exiliadas, según expresó Catelli en su participación como homenajeada del ACNUR el
Día Mundial del Refugiado, dedicado en 2002 a las “mujeres refugiadas” (Catelli 2002).
Alejandrina Falcón 155

un problema editorial. Como el artículo denuncia un vacío en la importación de


literatura alemana, era lícito esperar de él una reflexión sobre el aparato importador
en su conjunto y las múltiples instancias responsables de la selección de la literatura
extranjera: críticos literarios especializados o profesores de literatura alemana, direc-
tores de colección, editores y editoriales, viajeros, intelectuales exiliados, hablantes
bilingües, es decir, una reflexión sobre el estado de las transferencias culturales entre
España y Alemania. En su lugar, hallamos una explicación reductiva que atribuye un
poder inmenso a un solo agente: el traductor. ¿Pero qué responsabilidad tenían los
traductores en esta ocasión? La más ontológicamente improbable: los traductores de
alemán tienen la culpa de no existir. Escribe Miguel Sáenz:

La culpa es de los traductores. O más bien de su ausencia: no hay traductores


de alemán. Y eso que los editores tienen la equivocada creencia […] de que el
traductor de alemán, por lo general, sabe alemán, a diferencia de lo que ocurre
con tanto pretendido traductor de inglés… Hacen falta traidores (según el clá-
sico dicharacho), escritores frustrados (como digo yo) o proxenetas (como decía
Goethe). Los salarios de hambre de las editoriales pueden ser una explicación de
la actual penuria pero no son la única explicación. (¿Es seguro que, si pagasen
bien, comenzarían a aparecer de repente?) (1978).

Este artículo, destinado a describir el campo de la literatura alemana en lengua


española e introducir algunas reflexiones sobre la propia traducción de El rodaballo
de Günter Grass, condensa diversas representaciones dóxicas sobre la traducción e
interviene en una discusión clave en ese momento: la relación entre los “salarios de
hambre” y la calidad de las traducciones. En primer lugar, en cuanto a las represen-
taciones de la práctica, desde su título, el ensayo interpela por las imágenes elegidas
para definir al traductor: traidores, escritores fracasados y alcahuetes. Estos términos
confirman el grado de agresividad lícito en la expresión pública de la imaginería sobre
la traducción; es decir, no transgreden el umbral de lo discursivamente aceptable e
imprimible. Algunos autores han explicado estas descalificaciones alegando una ana-
crónica distancia irónica (Peña Martín 2010). Sin embargo, la puesta en circulación
de representaciones colectivas que asocian la práctica traductora con formas delictivas
—la estafa, el proxenetismo—, fallas morales —la traición, el engaño— y minusvalías
intelectuales —la imbecilidad, la estupidez— no puede ser explicada como hecho
aislado u opción individual; es preciso, antes bien, reinscribirlas en el imaginario que
permite deducir una concepción de la traducción. Si bien las múltiples representacio-
nes de la traducción atraviesan la historia de la práctica desde Cicerón, no todas lo
hacen a un mismo tiempo. Como señala Antoine Berman (1999: 20-21), las metáfo-
ras e imágenes de la traducción tienen su propio horizonte histórico, y a él se refieren.
156 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

No se trata, por tanto, de hacer acopio de esas representaciones como si estuvieran


al margen de toda contingencia, sino que es preciso insertarlas en sus condiciones
sociales de emergencia y posibilidad. Proponemos, entonces, atender al hecho de que,
en el contexto de la crítica del período, un titular en el cual se aglomeran tres imáge-
nes en extremo negativas del traductor resulta editorialmente factible y socialmente
enunciable, tanto para los colaboradores cuanto para los lectores de una de las revistas
literarias más importantes de la transición. Para comprender la dimensión de este
hecho, y su naturalización, basta pensar que nada semejante podría haberse enunciado
públicamente si se hubiera tratado de autores de escrituras directas: poetas, novelistas,
ensayistas. Ahora bien, remitir las representaciones del traductor a sus condiciones de
enunciación o reenunciación —en el caso de imágenes con tradición discursiva—,
también implica establecer la identidad diferencial de sus enunciadores: ¿qué distin-
gue a la autora del “monumento a la imbecilidad” de un traductor con autoridad sufi-
ciente, aun en el inicio de su trayectoria, para firmar un artículo poblado de imágenes
en apariencia auto-deslegitimantes que no afectan, no obstante, la credibilidad de su
propia enunciación? La dirección de la crítica, por comenzar. En el caso de Sáenz, la
virulencia verbal procede del centro del campo literario —Camp de l’Arpa— hacia
su periferia —la oscura masa de “pretendidos” y anónimos traductores, de donde se
presume proceden mayoritariamente los “malos” traductores que impostan conoci-
mientos de idiomas—. Al postular la inexistencia de traductores de alemán, Sáenz no
describía un estado de cosas sino que llevaba a cabo un gesto polémico, en su máxima
expresión: el borrado del adversario. En efecto, en 1981, la misma Camp de l’Arpa
publicó una bibliografía de las traducciones de Thomas Mann. Ese material consti-
tuye una prueba contundente de la existencia de traductores literarios de alemán en el
período de producción del artículo firmado por Sáenz.13
Se trata, por tanto, de una crítica endogámica que muestra la participación activa
de los traductores en la difusión de representaciones polémicas sobre la práctica y sus
congéneres, o más específicamente la participación activa de ciertos traductores, con
cierta posición dentro del campo emergente de la traducción, con cierto acceso a los

13
A continuación, los nombres de traductores de alemán consignados en Camp de l’Arpa:
Juana Moreno, María José Sobejano, Francisco Payarols, Francisco Ayala, Alberto Luis Bixio,
José María Carradell, Mario Verdaguer, Martín Rivas, R. Crespo Crespo, cuyas traducciones
fueron publicadas por editoriales catalanas aunque no todos ellos fueran traductores españoles;
nombres a los que podrían sumarse los del prestigioso Julián Marías, Carlos Gerhard, Alberto
Clavería, Mariano y Rafael Orta Manzano, y aun José María Valverde, entre los traducto-
res españoles del alemán al castellano; entre los traductores españoles del alemán al catalán,
en 1978, ya podía registrarse el nombre de Jordi Llovet, cuya traducción al catalán de Die
Verwandlung [La transformació] de Kakfa estuvo en el inicio de su extensa trayectoria como
traductor del alemán, del francés y del inglés al catalán.
Alejandrina Falcón 157

medios impresos. En su investigación sobre los importadores de literatura extranjera


en la Francia de entreguerras, Blaise Wilfert detecta esa descalificación de los propios
congéneres: “los traductores y los importadores más dotados no cesaban de quejarse
de la escasa calidad de los trabajos de los demás, y a toda costa procuraban desolidari-
zarse de ellos afirmando, contra toda norma profesional independiente, que un buen
traductor debía ser primero un buen escritor francés” (Wilfert 2002: 37). El gesto de
poner en duda la competencia de los traductores de inglés —sin distinción, sin nom-
bres propios—, de negar de plano la existencia de traductores de alemán —es decir,
dar a entender que los realmente existentes no son traductores o no saben alemán—,
y compararlos a todos con delincuentes o marginales sociales indica que el fenómeno
percibido por Wilfert se da también en la España de los últimos setenta. Aquello en lo
que se diferencia, y que contradice la representación del escritor como traductor egre-
gio, es la imagen según la cual la práctica de la escritura indirecta adviene allí donde
ha fracasado una vocación literaria o no se ha cumplido su total profesionalización,
entendiendo entonces “fracaso” en términos económicos.
El segundo punto relevante en el artículo de Sáenz es el que introduce la pregunta
retórica: “¿Es seguro que, si pagasen bien, [los traductores de alemán] comenzarían a
aparecer de repente?” (1978: 23). Esta pregunta permite conectar este texto con tres
cuestiones muy presentes en el debate público: la relación entre “mala calidad” de las
traducciones, profesionalización y condiciones laborales del traductor de libros, y la
necesidad de impulsar la creación de centros académicos de formación profesional.
Antes de abordar esta discusión a través de sus textos, proponemos reformular la pre-
gunta de Sáenz: ¿de qué modo se relacionan las representaciones colectivas de las prác-
ticas con las condiciones sociales en que éstas se desenvuelven? O, más claramente,
¿cómo podía un colectivo de “proxenetas”, “traidores”, “ladrones”, “simuladores” e
“imbéciles” adquirir el estatus social de “trabajadores intelectuales” que paradójica-
mente se reclamaba para ellos?

3.2. Institucionalizar para existir: asociacionismo y derechos de los traductores


Simultáneamente a las críticas centradas en valoraciones negativas, aparecen en
las secciones culturales de los grandes periódicos de Barcelona y Madrid, como La
Vanguardia o El País, artículos dedicados a informar sobre la situación profesional
de los traductores. La prensa dio cuenta del proceso de institucionalización en curso
comunicando el trabajo de las asociaciones gremiales; la convocatoria a congresos,
jornadas y seminarios nacionales e internacionales; el surgimiento de academias uni-
versitarias o la concesión de premios de traducción. También se publicaron textos en
primera persona referidos a la experiencia profesional de traductores destacados, tales
como Consuelo Berges, Esther Benítez, José María Valverde o Julián Marías, quien
158 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

en una conferencia realizada en el Instituto de Lenguas Modernas y Traductores de la


Universidad Complutense lamentaría “el hecho de que los intelectuales españoles ya
no se interesen, desde hace años, por la traducción” (Marías 1976). La retransmisión
en la prensa del discurso “institucionalizante” elaborado por traductores activistas es
indicio de un renuevo del interés por la traducción, que sin embargo convive con
la agresividad verbal y la crítica impresionista de las reseñas publicadas en esos mis-
mos medios. Esa duplicidad quizá pueda explicarse si consideramos que el principal
argumento del discurso descalificador sostiene que la explotación editorial, la falta
de legislación y la desprotección social resultante, aunadas a la escasa conciencia pro-
fesional derivada del marcado individualismo del medio, constituyen motivos de la
abundancia de “malos” traductores y, por ende, de la difusión de “malas” traducciones.
En primer lugar, se registran textos informativos sobre la situación profesional
y gremial. En 1976, un artículo titulado “Los traductores, una profesión indefensa”
anunciaba un evento internacional que sería clave para la futura sistematización de las
reivindicaciones gremiales:

Los traductores son, tradicionalmente ya, un gremio maltratado de nuestra cul-


tura. A expensas de la voluntad de los editores, considerados en su mayoría como
trabajadores eventuales, en condiciones de trabajo primitivas y que favorecen el
destajismo, y mal pagados en su mayoría, su mayor problema es, seguramente,
no tener un status profesional claro. Este va a ser uno de los temas a tratar por
la conferencia de la Unesco, que dentro de pocos días se celebrará en Nairobi
(R.M.P. 1976).

En 1976 se hace pública la llamada “Recomendación de Nairobi”. En efecto, entre


las acciones internacionales que repercutieron en el discurso público sobre la traduc-
ción en España figura la Recomendación sobre la Protección Legal de Traductores
y Traducciones y los medios prácticos para mejorar la situación de los traductores
aprobada por la Conferencia General de la Unesco, en Nairobi el 22 de noviembre
de 1976. Se trata del primer documento sobre la situación legal y profesional del tra-
ductor en el que una organización internacional expone al mundo las problemáticas
dominantes en el medio y recomienda a los estados miembros bregar por su resolución
mediante regulaciones oficiales14. La mayoría de los artículos dedicados a la cuestión
profesional replicarán las recomendaciones de la Unesco, entre cuyos considerandos

14
La Unesco reconoce no obstante que “los principios de esa protección ya figuran en la
Convención Universal sobre Derecho de Autor y si bien el Convenio de Berna para la Protección
de las Obras Literarias y Artísticas, y las legislaciones nacionales de algunos Estados Miembros
también contienen disposiciones específicas relativas a esa protección, la aplicación práctica de
esos principios y disposiciones no siempre es adecuada” (Recomendación de Nairobi 1976).
Alejandrina Falcón 159

figuran la relación entre calidad de las obras traducidas, protección legal del traductor
y representación gremial: “la protección de los traductores es indispensable para que
las traducciones tengan la calidad que exige el cumplimiento eficaz de su función al
servicio de la cultura y el desarrollo” (Unesco 1976). El abanico de recomendaciones
va desde el derecho de copyright o propiedad intelectual hasta el requerimiento de
que las traducciones no sean manipuladas sin autorización del traductor, pasando por
la exigencia de una publicidad proporcional a la acordada al autor del original. La
noticia también informaba sobre la existencia en España de una asociación de traduc-
tores e intérpretes, dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores y fundada bajo
los auspicios de la Federación Internacional de Traductores: la Asociación Profesional
Española de Traductores e Intérpretes (APETI). Nacida en 1954 y presidida por Mar-
cela de Juan, APETI promovió la rejerarquización de la práctica. Su función principal
era representar al gremio en las reuniones internacionales y alcanzar la agrupación de
los profesionales y su profesionalización. En 1972, esta asociación había iniciado una
nueva etapa bajo la dirección de Consuelo Berges, Soledad Ortega y Esther Benítez.
Esa nueva etapa coincidió con la “entrada masiva de jóvenes traductores que, de algún
modo, gremializan la asociación, bajan sus pies al suelo y comienzan a sistematizar los
problemas y reivindicaciones profesionales del grupo, aunque sin demasiados logros
por la misma dispersión del personal” (R.M.P. 1976).
El año 1978 también registró un acontecimiento visibilizador de la práctica en la
prensa: la feria del libro de Madrid. En ese contexto, un artículo informa de la renova-
ción del directorio de APETI, a cuyo frente queda Víctor Sánchez de Zavala, profesor
de Prácticas de la Traducción en la Escuela Universitaria de Traductores de la Complu-
tense. “Traducciones sí, traductores no” (Sánchez de Zavala 1978) es el significativo
título del artículo, en el cual el flamante secretario general cuestiona el tratamiento
de la feria en una nota publicada días antes en El País. Sánchez de Zavala denunciaba
que, al reseñar las actividades de la feria y pese a la importancia de las traducciones en
ese evento, la periodista había mencionado tan solo un nombre de traductor entre los
treinta y un libros traducidos que cita. El único nombre consignado era, por supuesto,
el de una traductora célebre, Consuelo Berges. La denuncia interesa porque cuestiona
la estelarización de la práctica, es decir, el hecho de que el prestigio del agente deba ser
condición para la mención de la autoría en traducción.
Más allá de la mención del nombre, la estelarización del traductor tenía un corre-
lato no menor: el desigual cobro de regalías procedentes del reconocimiento legal de
los derechos de autor sobre la traducción editada. En efecto, antes de 1987, año que
en se modifica la Ley de Propiedad Intelectual, “solo algunas vedettes de la traduc-
ción —comenta Emilio Muñiz, secretario general de APETI en 1980— reciben en
España un porcentaje sobre la venta de ejemplares y las sucesivas ediciones, como es
práctica habitual en otros países. […] La mayoría ceden en el contrato con el editor
160 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

los derechos sobre la traducción que les corresponden y en su calidad de coautores”


(Carrasco 1980b). Esta situación se ha modificado solo relativamente en España desde
la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual en 1987.
La feria del libro de 1978 sin duda constituyó un momento de visibilización
de los debates sobre el estatuto del traductor, pues también en torno a ella gira el
artículo de Bel Carrasco “Los traductores exigen reconocimiento profesional”. Entre
las principales denuncias gremiales de este período figuran, en el plano laboral,
un régimen de trabajo injusto, contratos inexistentes o deficientes; la ausencia de
derecho a la seguridad social y a vacaciones pagas; se denuncian asimismo plazos
de cobro irregulares, tarifas exiguas, por debajo de la tarifa mínima aceptada —en
1978, APETI recomendaba dos mil cien pesetas por folio traducido, aunque no solía
pagarse más de doscientas pesetas por término medio15—, y se exige representación
de los traductores en el Instituto Nacional del Libro Español (INLE). En cuanto a
la demanda de reconocimiento público, se cuestiona el tratamiento que los críticos
literarios y periodistas dan a la traducción, del que hemos dado aquí algunas
muestras significativas. Sin embargo, explican los traductores entrevistados por
Carrasco, esta falta de “reconocimiento oficial —la Ley del Libro nombra solo de
pasada la figura del traductor— no es más que el reflejo de un estado de opinión,
tanto del público lector como de los críticos” (Carrasco 1978). Se cuestiona, así,
el efecto de las representaciones de la práctica sobre sus condiciones laborales. Sin
embargo, si bien el traductor no se menciona en el contenido de todas las críticas,
hemos visto que es alto el porcentaje de mención en las fichas técnicas, cuando
menos si se compara con la situación actual en la prensa cultural argentina.
Los pasos de APETI, germen del desarrollo gremial en la España de los ochenta
y noventa, no solo llegan a las páginas de los periódicos a través de entrevistas reali-
zadas en ocasión de algún evento público, sino que los periodistas también acusan
recibo y comentan el boletín de la asociación, su órgano de comunicación oficial.
Así en febrero de 1978 La Vanguardia publica en su sección “Libros” un artículo
titulado “Quién escribe los más de los libros que leemos”, cuyo autor reconoce ser
él mismo traductor ocasional —aunque vele su nombre firmando con la sola inicial
“M”—. El artículo sintetiza los argumentos dominantes en este período: según el
Index Translationum de la Unesco, España era en 1975 “la segunda potencia del
globo” en cuanto a volumen de traducciones. Por consiguiente, el traductor ha
de ser considerado un agente de importancia e imprescindible para acceder a la

15
A título comparativo, consideremos por ejemplo que, entre 1978 y 1979, un kilo de pan
valía entre 46 y 52 pesetas; un kilo de azúcar costaba 41,50 pesetas hasta noviembre de 1978.
Entre 1977 y 1978 los volúmenes de la colección Serie Novela Negra de Bruguera se vendían al
precio de 100 o 150 pesetas, según el número de páginas.
Alejandrina Falcón 161

literatura traducida. Sin embargo, 1) los editores incumplen la recomendación de


mencionar su nombre en la portada, 2) los críticos no comentan adecuadamente la
traducción ni destacan el trabajo del traductor, 3) el traductor no va a “la parte en
los derechos, como va el autor” ni percibe derechos por ulteriores ediciones, ni tiene
“potestad de control sobre éstas (antes habría que saber qué editores firman contra-
tos con el traductor)”, 4) no tiene acceso a la mutual de escritores por la informa-
lidad legal de sus condiciones de trabajo. Este artículo temprano también reitera el
argumento, de vasto consenso pese a las dudas de Sáenz, según el cual la “calidad”
de las traducciones está relacionada con la “conquista de derechos” de los traduc-
tores, e introduce una idea aún no registrada aquí: la traducción tiene una función
estilística y literaria en la formación de los escritores nacionales y en la producción
literaria vernácula en general (M. 1978). Tres figuras editoriales se vislumbran en
este texto: el traductor improvisado —derivado del llamado “amateurismo” y aun
“intrusismo”— que nivela para abajo las tarifas o malogrando las conquistas sec-
toriales al aceptar encargos bajo cualquier condición; el traductor destajista, figura
antagónica respecto del traductor como “trabajador intelectual”, estatuto al que se
aspiraba. La última figura, relevante en este período, es la del corrector editorial,
sobre la que volveremos al analizar un ensayo de Marcelo Cohen.
Ahora bien, las reivindicaciones de los traductores no se producen en el vacío,
sino en el marco de otros debates en torno a las políticas que el Ministerio de Cultura
habría de implementar en adelante para mejorar las condiciones en el sector librero:
fin de la censura oficial, desarrollo bibliotecológico, reforma de la ley del libro, entre
otras cuestiones. En 1978, el Instituto Nacional del Libro Español llevó a cabo una
consulta entre los principales partidos políticos nacionales y regionales a fin de inda-
gar sus propuestas respecto de los pasos a dar en materia de renovación cultural.16 A
grandes rasgos, todos los representantes coincidieron en una serie de puntos, entre los
que sorprendentemente figuraba la situación legal del traductor.
Dos años más tarde, en 1980, los artículos dedicados a la cuestión profesional
registran leves cambios en la situación de los traductores de libros. Por ejemplo,
Juana Salabert constataba que la mención del traductor en la portada, recomendada
por la Unesco en 1976, comenzaba a concretarse: “Afortunadamente asistimos hoy
a un revival de la traducción, propiciado en parte por las reivindicaciones de los
traductores, enmarcados en el seno de APTI (Asociación Profesional de Traductores
e Intérpretes), y en parte por el interés de importantes editoriales, como Bruguera,

16
A la consulta respondieron la Unión del Centro Democrático, a través de Ricardo de
la Cierva; la Comisión de Cultura del PSOE; Manuel Fraga Iribarne, por Alianza Popular;
José Sandoval, por el PCE; Josep María Ainaud de Lasarte, de Convergencia Democrática de
Cataluña; Tierno Galván, por el Partido Socialista Popular; y el senador Justino de Azcárate.
162 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

Alianza y Alfaguara, por citar algunas” (Salabert 1980a). Con todo, entre conquis-
tas y retrocesos, los últimos años de la década del setenta habrían sido escenario de
promoción del “traductor-intelectual” con formación específica y derechos labo-
rales, figura defendida por los miembros de la junta directiva de APETI en 1978
(Carrasco 1978); esta figura venía a reemplazar la del escarnecido traductor no pro-
fesional y sin calificación, claramente descrito por Emilio Muñiz: “Hay que romper
con la imagen del traductor bohemio con el mazo de cuartillas bajo el brazo y el
estómago vacío” (Carrasco 1980b).
A fines de 1982, la sección “Cultura” del diario catalán La Vanguardia dedica una
página completa a dos ensayos respectivamente titulados “La traducción, un oficio
disparatado”, de Marcelo Cohen, y “Sobre la lectura y la escritura”, del poeta Alejan-
dro Amusco, artículo breve cuyo copete reza: “La lectura y la traducción son activida-
des tan complejas como la escritura”, asociando así de manera novedosa la actividad
del crítico y la del traductor como prácticas iluminadoras de los mecanismos de pro-
ducción literaria. El primero, más extenso y dividido en diez apartados numerados,
tiene la doble virtud de sintetizar todos los temas analizados hasta aquí e introducir
dos cuestiones aún no tratadas en textos anteriores: una lectura “teórica” inédita, plas-
mada en la referencia a “La tarea del traductor” de Walter Benjamin, y un problema
de traducción también novedoso. Su redacción parece motivada por la elaboración del
proyecto de reforma de la Ley de Propiedad Intelectual, finalmente aprobada en 1987,
cuatro años más tarde. El copete anuncia: “Está a punto de ser presentado un proyecto
de ley que regularía la concesión de regalías a los traductores sobre las ediciones de sus
trabajos. Buen momento para ordenar una serie de reflexiones acerca de esta profesión
tan erróneamente considerada en nuestro medio” (Cohen 1982). Este artículo no solo
puede considerarse un punto en la trama de discursos públicos sobre traducción, sino
también un eslabón casi inicial en la serie de intervenciones del propio Cohen sobre
el tema (véase capítulo 1 § 4.2 y capítulo § 5.2). En este sentido, “La traducción, un
oficio disparatado” reúne elementos de todas las tipologías textuales reseñadas aquí.
La referencia a “La tarea del traductor” de Benjamin sitúa de entrada el tratamiento
de la traducción por fuera de la problemática sociológica de la recepción y circulación
internacional de las obras, y más allá de la dimensión institucional antes analizada, clave
en los discursos de la época. Su esfera propia es, antes bien, la discusión estética, lite-
raria, filosófica. De ahí que el primer señalamiento de Cohen sea que la relación entre
literatura, traducción e industria cultural es una relación problemática. La traducción
profesional o la situación del traductor profesional no constituyen un problema propia-
mente “literario”. Traducir profesionalmente, dice Cohen, es “una impostura”. Y son
las condiciones de trabajo del traductor las que han llevado al desplazamiento del eje
literario al comercial. El problema de la traducción editorial radicaría en que no puede
reproducir las condiciones de creación de las escrituras directas, pues obedece a una
Alejandrina Falcón 163

lógica de producción mercantil que introduce una serie de agentes indeseados en la


producción del texto literario traducido. Dicho de otro modo, la traducción industrial
no recrea la unicidad creadora de la fuente “original” sino que la atomiza al imponer
una trinidad productora regida por intereses no coincidentes: el traductor, el editor y
el corrector de estilo. Para Cohen, el producto de esta suerte de autoría compartida no
puede ser llamado “literatura”. De ahí que el problema de la autoría en traducción no
sea tanto un asunto literario cuanto un problema institucional, en el que los agentes en
pugna pretenden imponer normas relativas a ámbitos e intereses ajenos al ámbito lite-
rario, negando así la autonomía de la creación literaria en pos de criterios heterónomos,
como el comercial. El ensayo de Cohen también interviene en la discusión sobre qué ha
de ser la crítica de traducción. Denuncia la falta de “cautela” de los críticos, entre los que
incluye al editor y al corrector de estilo, primeros lectores de la traducción:

El miedo del traductor al crítico aún no está generalizado pero empieza a crecer.
Como el escritor, el traductor no debería requerir otra defensa que su texto. Pero
en el reino de la industria editorial el texto raras veces es suyo por completo […].
El crítico, a todo eso, debería ser cauto. Una cuestión de conciencia: el análisis de
una traducción, la menor alusión a ella. Debería exigir la lectura previa de todo el
original. De lo contrario, ¿a qué hablar en nombre de la literatura? (Cohen 1982).

Si bien Cohen describe típicamente las difíciles condiciones de trabajo de un tra-


ductor de libros —“Se traduce a trescientas o cuatrocientas pesetas el folio, sin pagas,
seguridad social ni vacaciones”—, sostiene que el problema más importante radicaba
en la falta de “flexibilidad” del “marco que rodea” al traductor. ¿En qué consistía esa
falta de flexibilidad? He aquí la novedad que introduce este texto en la discusión
pública sobre la traducción:

Ser flexible, por ejemplo, significaría entender que el registro del español actual
es afortunadamente amplio —que incluye, entre otras cosas, términos que en un
país son arcaísmos y en otros coloquialismos— y que hacer un uso privado del
idioma no necesariamente es catastrófico si con ello el traductor se acerca a la
atmósfera del original […]. Quiero decir que, en el circuito traductor-editorial-
crítico, el debate pocas veces se centra en el sentido. Con más frecuencia gira en
torno a la norma, convirtiendo a la literatura en una cuestión jurídica. El proceso
es lógico, porque seguimos en el terreno de la industria (Cohen 1982).

Su conclusión gira en torno al argumento dominante en este período, aquel que


vincula “calidad” con estatuto profesional del traductor. Sin embargo, la respuesta que
aporta a esta discusión también es peculiar y versa sobre preocupaciones recurrentes
en sus reflexiones a lo largo de los años, como se ha visto en el capítulo 1 y 2:
164 La crítica de traducciones: traidores, proxenetas y sudamericanos

En estos días se habla de presentar al Parlamento un proyecto de ley que regula-


ría la concesión de regalías a los traductores sobre las ediciones de sus trabajos.
Sería un buen paso adelante, pero no el definitivo. La calidad de las traducciones
no mejorará hasta que la concepción del idioma se despegue del periodismo,
la publicidad y los manuales, y los responsables de ediciones comprendan que
corregir una traducción sin remitirse al original es una falta de decoro, o una
forma del delirio. Finalmente, habría que pensar en una estrategia por la que el
reparto de originales entre traductores se lleve a cabo según las características de
unos y otros. Un traductor, después de todo, es un buen lector, virtud esta que
también habría que exigir a los editores (Cohen 1982).

Así, ambos artículos configuran un traductor-lector cuya labor es en esencia litera-


ria aunque se halle materialmente condicionada por factores heterónomos impuestos
por la industria productora de libros. Sin duda, este ensayo enhebra y reelabora todos
los temas vistos hasta aquí. Pero el modo en que modula los leitmotiv de la época
sugiere que Cohen recupera para el discurso público algo de la voz heterogénea del
traductor latinoamericano emigrado.
VI. El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes:
debates sobre la lengua de traducción en la “patria común”

Estos seres de la máquina portátil son como traspuntes invisibles que


ejercen su oficio callado y silencioso hasta que un día algún crítico
desmenuza dos o tres páginas de traducción y lo vapulea. Así, el creador
oculto que creía realizarse en un oficio parecido a la literatura comete
su más profunda traición: se olvida de sí mismo y cede el paso, presta
sus palabras, en general embellecedoras, a la didascálica función de la
literatura de las multinacionales de la cultura de Occidente.
(Horacio González Trejo: “La traducción
o el oficio de la traición”, 1980)

El Diccionario de traductores coordinado por Esther Benítez a principio de los


años noventa fue creado con el propósito de destacar el “noble oficio literario” de esos
“auténticos creadores y transmisores imprescindibles de cultura”: los traductores y las
traductoras de España (1992: 7). El criterio de selección fue el siguiente: debía tratarse
de traductores vivos “de cualquier lengua extranjera a las cuatro lenguas españolas
—castellano, catalán, gallego y vascuence— con independencia de su nacionalidad;
entraban, pues, los hispanoamericanos o posibles extranjeros que tradujeran a lenguas
españolas y trabajaran para nuestras editoriales” (Benítez 1992: 7). La selección de
traductores obedeció, por tanto, a un doble criterio taxonómico. Por un lado, el criterio
era político: la lengua meta del traductor debía figurar entre las “lenguas nacionales”
declaradas oficial y cooficiales en el artículo 3 de la Constitución Española sancionada
en 1978. Por otro, el criterio era comercial: el traductor debía haber mantenido una
relación contractual con alguna de las empresas de la industria editorial local. Este
sencillo criterio político y comercial soslayaba, sin embargo, su carácter problemático
en el plano cultural y literario; pues, como se ha visto en los capítulos precedentes, la
variedad regional de la lengua de traducción constituye, en el área hispanohablante,
una de las diferencias específicas —el rasgo diacrítico— que permitiría distinguir,
dentro del género “traductores literarios que traducen al castellano”, traductores
“hispanoamericanos” de traductores “peninsulares”, en virtud de los rasgos distintivos
determinados por la configuración histórica del español americano (Ramírez
Luengo 2007). Sin embargo, el criterio clasificatorio no da cuenta de tal diferencia
específica. Por el contrario, la coordinación disyuntiva “hispanoamericanos o posibles
166 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

extranjeros” tiende a situar fuera de la categoría “extranjeros” a los “traductores


hispanoamericanos”, sin duda en virtud de una postulada identidad lingüística. El
criterio ecuménico que rige la creación de este repertorio desvía, así, el foco de uno
de los problemas clásicamente adheridos a la variedad interna de la lengua castellana,
a saber: el carácter conflictivo de la identidad lingüística en la traducción literaria
hispanoamericana. Es decir, no se trata de una mera diferencia lingüística sino de
una diferencia lingüística conflictiva, que ha generado profusa discursividad sobre
la “propiedad de la lengua”. Si nos atuviéramos a este criterio clasificatorio, ideado
en 1992, y universalizáramos sus consecuencias, deberíamos deducir que durante los
años setenta y ochenta en la república mundial (española) de la traducción literaria
todo traductor hispanoamericano sin pasaporte español —“con independencia de
su nacionalidad”— obtenía carta de ciudadanía por el mero aporte de su fuerza
de trabajo a la industria local. Pero esto, como hemos visto, nunca ocurrió.
El objeto de estudio en este capítulo se produce en la intersección de tres
series discursivas. Por un lado, el problema de la lengua de traducción como com-
ponente de la tópica traductiva del período, descrita en el capítulo precedente; por
otro, el problema de la variedad de lengua en tanto formante estable de la discursivi-
dad exiliar rioplatense; por último, y principalmente, la cuestión de la calidad de las
traducciones en el marco de una problemática más vasta, centralísima en el discurso
social del período: la situación sociolingüística en la España posfranquista de las auto-
nomías. Mi propósito es exhibir, en fuentes documentales diversas, aquellos momen-
tos en que las tres series se cruzan, es decir, revelar el entramado en que confluyen el
tópico de la “crisis idiomática” peninsular, el problema de la lengua de traducción y la
esporádica pero definida voz de los traductores exiliados.

1. Disonancias: los traductores también toman la palabra


A mediados de los años setenta se vuelve frecuente hallar en la prensa diaria artí-
culos que dan voz a traductores y traductoras, ya sea mediante entrevistas o bien en
ensayos autobiográficos (Valverde 1976; Marías 1976; Benítez 1977). El año 1980
registra un pico de interés por la palabra de figuras señeras de la traducción en España.
Meses antes del Primer Simposio de Traductores, El País publica una cantidad inusual
de artículos sobre traductores renombrados: en enero, una semblanza de Esther Bení-
tez; en febrero, un ensayo autobiográfico de Consuelo Berges y en junio una entre-
vista conjunta a Berges y Francisco Torres Oliver (Salabert 1980a); la entrevistadora,
Juana Salabert, publica días después otra entrevista conjunta, esta vez a Javier Marías y
José María Valverde (Salabert 1980b). También la revista Triunfo publicó entrevistas a
Consuelo Berges y Víctor Sánchez de Zavala. Esos artículos dan voz a los traductores,
Alejandrina Falcón 167

a sus creencias y experiencias de trabajo. Es decir, dicen algo de su “posición traduc-


tiva” (Berman 1995: 74-75) y, por tanto, constituyen un momento de visibilidad del
traductor por excelencia.1 Sin embargo, entre los ensayos biográficos y las semblanzas,
destaca un tipo textual que no solo cede la palabra a los traductores célebres sino que
habilita a los traductores menos conocidos a pronunciarse y responder a las habituales
críticas: las cartas al director y las cartas abiertas. En ellas han quedado plasmados,
por ejemplo, la puja de una traductora latinoamericana con el editor español que ha
traicionado su confianza o el disgusto de un traductor español con el crítico literario
que ha menospreciado su trabajo. Es decir, las cartas permiten reponer una escena que
no suele dejar huellas escritas, una escena que transcurre a puertas cerradas en los
despachos editoriales: los traductores responden, se defienden, hacen oír su disenso
mediante argumentos que grafican el carácter conflictivo de su situación laboral y los
efectos nunca anodinos de las representaciones negativas de la práctica. En síntesis,
introducen la perspectiva de los traductores sobre los temas y problemas analizados en
el capítulo anterior desde la perspectiva de los críticos.
En primer lugar, comentamos un intercambio epistolar que da cuenta del módico
poder de decisión del traductor sobre su producción. En segundo lugar, exponemos el
caso de una réplica de desagravio ante una crítica virulenta. A través de sendos inter-
cambios epistolares, proponemos profundizar el análisis del problema de la variedad
de lengua en traducción. El primer caso es el contencioso “Peri Rossi vs. Herralde”.
El intercambio se produjo en la sección “Cartas al director” de la revista literaria Qui-
mera. En el número del 15 de enero de 1982, la revista publica una carta con fecha del
9 de diciembre de 1981. Su autora es Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya exiliada,
ya mencionada en capítulos anteriores. El conflicto gira en torno a la traducción de
un título. La carta de Peri Rossi comienza así:

Hace ya casi un año, el editor Jorge Herralde, de la editorial Anagrama, me pidió


que hiciera la traducción al castellano del libro de Fernando Gabeira titulado
Que es isso, companheiro. Al aceptar el trabajo y al entregarlo convine con él
que nos pondríamos de acuerdo acerca del título. [C]on asombro de mi parte,
sin embargo, descubrí, hace un mes, que Jorge Herralde había hecho publicar
en la revista dominical del diario El País un adelanto del libro editado con el
título escandaloso de ¡A por otra, compañero! […] Mis esfuerzos por eliminar mi
nombre han sido inútiles, por lo cual me veo obligada a desvincularme de esta
maniobra desaprensiva e inescrupulosa. […] Quiero dejar testimonio de la forma

1
Pero también confirman que los traductores son grandes difusores de representaciones
dóxicas sobre la traducción: el escritor-traductor es una combinación ideal, traducir es un acto
de humildad, traducir es un buen ejercicio literario para el escritor, traducir es casi un acto de
creación.
168 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

completamente indecorosa e irrespetuosa con que ciertos editores tratan al libro,


al autor (qué opinará Fernando Gabeira de este título, por ejemplo), al traductor
y al lector […]. El escritor tiene una responsabilidad, el traductor también la
tiene. ¿Cuál será la responsabilidad del editor? (Peri Rossi 1982).

Este conflicto entre el iniciador del encargo, Jorge Herralde, y la traductora de


Gabeira evidencia que las decisiones últimas en materia de traducción recaían en el edi-
tor, lo cual ponía en cuestión el fundamento de aquellas críticas orientadas a adjudicar
al traductor todas las responsabilidades sobre el producto final. De hecho, la carta de
Peri Rossi invierte la dirección del prejuicio al centrar la discusión en la responsabilidad
de los editores. Sin embargo, la clave de este texto no radica en esa evidencia sino en un
detalle solo en apariencia menor; o, mejor dicho, en la omisión del detalle que contiene
esa clave. La traductora materializa esa omisión mediante el recurso a una figura retórica:
la preterición. De entrada, Peri Rossi anuncia que no discutirá precisamente aquello que
motiva su deslinde de responsabilidad respecto del título elegido:

No voy a discutir la incorrección gramatical “a por”, de uso tan difundido y de


fonética tan desagradable: en el diccionario de dudas y dificultades de idioma,
de la editorial Sopena, de reciente aparición, “a por” aparece como solecismo y
yo, como hispano-hablante y como escritora, lo considero un barbarismo […].
Es posible que Jorge Herralde haya pensado que con esa expresión digna de un
estadio o de un grupo de gamberros el libro sería más “comercial”. Pero no se
puede confundir la literatura con los negocios (Peri Rossi 1982).

Tres cuestiones deben retenerse en este comentario: la denuncia a la injerencia


de criterios comerciales en la producción literaria, ya registrada en las reseñas de
obras traducidas; el recurso a tres fuentes de legitimación con omisión de uno cen-
tral: Peri Rossi recurre a la autoridad del Diccionario Sopena de Dudas del Idioma,
a su intuición como hablante nativa del castellano y a su condición de escritora;
pero renuncia a fundamentar la crítica en su condición de traductora latinoame-
ricana y omite mencionar la variedad de lengua de la que es “hablante nativa”;2

2
Como tantos otros escritores latinoamericanos exiliados o emigrados, los textos de Peri Rossi
revelan un alto grado de conciencia lingüística, comprensión de la desigualdad estatutaria de las
variedades regionales y de sus implicaciones identitarias en el exilio. Prueba más que elocuente de ello
es el poema “Elogio de la lengua” publicado en Estado de exilio (1973-2003): “Me vendió un cartón
de bingo / y me preguntó de dónde era. / “De Uruguay”, le dije. / “Habla el español más dulce del
mundo”/ me contestó mientras me iba / blandiendo los cartones / como abalorios de la suerte. / A
mí, esa noche, / ya no me importó perder o ganar. / Me di cuenta de que estaba enganchada a una
lengua / como a una madre, / y que el salón de bingo / era el útero materno” (Peri Rossi 2005: 335).
Alejandrina Falcón 169

contradiciendo el diccionario, la construcción “a por” es desestimada como sole-


cismo y declarada barbarismo.3
En marzo de 1982, en el nº 17 de Quimera, Jorge Herralde responde a la acusación
de “incorrección sintáctica”. El editor se vale de la autoridad del diccionario del lexi-
cógrafo Martínez Amador, el Mega Gramatical y Dudas del Idioma también publicado
por Sopena, cuya definición de “a por” cita en la “Carta al director”. Según Martínez
Amador, la construcción “a por” habría sido cuestionada por la RAE a raíz de su ori-
gen vulgar; Martínez Amador, por su parte, alega a su favor el haber sido utilizada por
grandes escritores españoles, como Unamuno. Herralde reproduce la crítica de Martínez
Amador a la Academia: “No siempre el pueblo ha de corromper el idioma”, transcribe.
Es decir, indirectamente, acusa de elitista a Peri Rossi, que veía en el “a por” una “expre-
sión digna de un estadio”. Así, Herralde refuta dos argumentos de un solo tiro: no se
trata de una maniobra comercial, sino de un uso lingüístico que hace del prestigioso
editor catalán tanto el usuario de un castellano popular cuanto un émulo de Unamuno,
indiscutido representante de la literatura culta en castellano (Herralde 1982).
¿Qué hace de esta polémica algo más que otra anécdota del profuso anecdota-
rio traductor? En principio, aquello que elude plantear. La discusión metalingüística
parece girar, ante todo, en torno al registro sociolectal en detrimento de su compo-
nente regional no manifiesto. Los contrincantes coinciden en omitir la clave de lectura
que daría coherencia a esta polémica pública. Volvamos sobre los argumentos: Peri
Rossi se había declarado contraria a calificar el sintagma “a por” como un solecismo,
es decir, una incorrección sintáctica; ella, en tanto “hispanohablante”, lo considera un
barbarismo, es decir, una palabra o expresión extranjera. Pero ¿en qué región hispano-
hablante “a por” no tiene frecuencia de uso? El Diccionario Panhispánico de Dudas de
la RAE lo menciona de entrada: “El uso de esta secuencia preposicional pospuesta a
verbos de movimiento como ir, venir, salir, etc., con el sentido de ‘en busca de’, se per-
cibe como anómalo en el español de América, donde se usa únicamente por: ‘Voy por
hielo y cervezas a la tienda’ (Victoria Casta [Méx. 1995]). En España alternan ambos

3
El Diccionario Panhispánico de Dudas de la Real Academia Española la explica del siguiente
modo: “2. a por. El uso de esta secuencia preposicional pospuesta a verbos de movimiento como
ir, venir, salir, etc., con el sentido de ‘en busca de’, se percibe como anómalo en el español de
América, donde se usa únicamente por: ‘Voy por hielo y cervezas a la tienda’ (Victoria Casta [Méx.
1995]). En España alternan ambos usos, aunque en la norma culta goza de preferencia el empleo
de por: ‘¿Qué haces ahí? ¡Vete por el medicamento, por Dios!’ (Aparicio Retratos [Esp. 1989]); ‘—
¿Te vas? [...] — Sí, bajo a por tabaco’ (Martín Gaite, Fragmentos [Esp. 1976]). En realidad, no hay
razones para censurar el uso de a por, pues en la lengua existen otras agrupaciones preposicionales,
como para con, de entre, por entre, tras de, de por, etc., perfectamente normales. La secuencia a por
se explica por el cruce de las estructuras ir a un lugar (complemento de dirección) e ir por algo o
alguien (‘en busca de’), ya que en esta última está también presente la idea de ‘movimiento hacia’”.
170 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

usos, aunque en la norma culta goza de preferencia el empleo de por”. Es decir, “a por”
es un barbarismo en la variante regional nativa de la traductora, la rioplatense, entre
cuyos hablantes no estaba “tan difundido”. La discusión habría tomado otros rumbos,
insospechables, si Peri Rossi, como hablante nativa de una variedad regional ameri-
cana, hubiera señalado la ajenidad del uso en esa variedad del castellano, más allá de
sus connotaciones populares; pues es muy probable que este rasgo sobredeterminara
la impresión de ajenidad. De haber sido así, en vez de acusar a Peri Rossi de elitista,
Herralde tendría que haber sencillamente llevado la discusión al problema de las varie-
dades de lengua que podían o no tener cabida en las traducciones de Anagrama, o aun
mencionado la presencia de colaboradores latinoamericanos en las filas de la editorial.
Sea como fuere, ninguno de los contendientes menciona la connotación regional de
la construcción, y los motivos de esa omisión no se explicitan, permanecen en un
silencio tabú. Es más: Peri Rossi procura una defensa que elude todos aquellos aspec-
tos de su identidad menos prestigiados socialmente: no argumenta como traductora
sino como escritora; tampoco lo hace como latinoamericana, sino como “hispanoha-
blante” que condena un uso vulgar de la “lengua común”. En cuanto al argumento
referido a la responsabilidad del editor en el tratamiento de las traducciones, Herralde
corta de raíz la discusión: el catálogo que desde 1969 ha venido construyendo basta
para demostrar su trayectoria como “editor de calidad”.
En síntesis, este intercambio polémico ilustra el carácter colectivo de la produc-
ción de traducciones y, por tanto, exhibe la problemática definición de la autoría de
los libros traducidos, más allá de la dimensión legal sobre la propiedad intelectual;
prueba asimismo el incierto cumplimiento de las Recomendaciones de Nairobi por
parte de los editores catalanes y revela la presencia de ciertos tabúes discursivos: la ile-
gitimidad de defenderse públicamente como traductora latinoamericana parece cons-
tituir un indicio de ello. Es cierto que la diferencia entre lo públicamente enunciable
y la experiencia privada de la lengua no es empíricamente comprobable; pero sí puede
colegirse de indicios dispersos en otros textos de Peri Rossi, como el poema XXXIII
del poemario Estado de Exilio (2005: 320):

Bautizan todas las cosas


con nombres que recuerdan
que vienen del otro lado del mar
pedazos de un lenguaje otro
distinto del que se habla,
y en sus casas,
las plantas, los muebles,
los ceniceros y los gatos
tienen otros nombres.
Alejandrina Falcón 171

Así, el clivaje entre la lengua privada —idioma de la memoria y la intimidad— y la


lengua pública —de la cotidiana sociabilidad exogámica— es un rasgo de la identidad
migrante que Peri Rossi calla en la carta abierta a Herralde pero dice, sin pelos en la
lengua, en el poema.
La segunda polémica fue desencadenada por una carta a los lectores titulada “Tra-
ductores de Bukowski vs. Paco Umbral”. Cronológicamente anterior a la discusión
entre Peri Rossi y Herralde, contiene alguna de las claves explicativas del silencia-
miento de la cuestión latinoamericana en las traducciones de Anagrama. Veamos,
pues, el primer texto de nuestro segundo caso. En el nº 54-55 de Camp de l’Arpa se
publica sin firma “Carta abierta a Don Francisco Umbral de uno de los traductores
de Bukowski”. Su autor, José Manuel Álvarez Flórez, expone más o menos todos los
tópicos del discurso sobre la traducción relevados en capítulos anteriores:

En el diario [El País] en que alude usted al editor Sr. Herralde, incluye un parén-
tesis que afecta a mi honra como trabajador, a mi trabajo […]. Nos, los que
tenemos la dicha y la desdicha de ganarnos la vida traduciendo al español de otras
lenguas, somos, no hay duda, una casta maldita. Todo conspira a convencernos
de que no existimos. Ni aun cuando se nos ataca y desprecia como desde su
olimpo hace usted, Don Francisco, se nos admite dignos de nombre y apellido
(Martínez Flórez 1978).

Además de mencionar la consabida precariedad laboral y el maltrato de la crí-


tica, el autor de la carta denuncia el hábito de atribuir la traducción a la editorial
que la encarga: “Para usted los libros no los traducen los seres humanos […]. Tra-
duce Alfaguara, una entidad del cielo de los nombres”; pone en evidencia la falta de
pruebas textuales para fundamentar las críticas: “no aporta más argumentos que esas
taxativas palabras” (1978). Hasta aquí, el reclamo es bien conocido. Sin embargo,
la carta introduce una reivindicación novedosa para la fecha, vinculada con “la falta
de flexibilidad” en el modo de pensar la lengua de traducción, tal como señalaría el
argentino Marcelo Cohen en 1982:

Y esto de los pueblos hispanos me trae a las mientes otra cuestión que no quiero
dejar de mencionar. Me refiero a lo de las traducciones argentinas. En la República
Argentina se han hecho también traducciones respetables y buenas y excelentes, lo
mismo que en el resto del mundo de habla hispana. No acepto, ni me parece razo-
nable, que una parte de ese ámbito lingüístico, que no es la más pujante lingüísti-
camente en este momento, pues parece que en ella retrocede la lengua común, se
declare pontífice máximo y norma suma. Hay detrás de ello, aparte de los intereses
de la competencia comercial, un trasnochado imperialismo que en nada beneficia a
la comunidad general de los hispanohablantes (Martínez Flórez 1978).
172 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

¿Qué había motivado esta furiosa carta? En 1978 Francisco Umbral, el “cronista de
la transición”, escribía la columna titulada “Diario de un snob”, desde cuyas páginas
lanzaba anatemas contra las traducciones en general y contra las sudamericanas en par-
ticular. El 6 de septiembre de 1978, en un artículo titulado “Bukowski”, Umbral lanzó
el dardo que desencadenó la furia de Álvarez Flórez: “Y Jorge Herralde, el editor de
Bukowski en España (muy mal traducido), me escribe una carta” (Umbral 1978a). Más
allá del exabrupto, Umbral despliega toda una reflexión sobre la traducción. Su premisa
es que la literatura española está “imitando, no ya a los franceses, como ha sido costum-
bre reverenda de nuestros ancestros, sino a los anglosajones, pero a los anglosajones de
hace medio siglo (que es lo que suele llevar de arrastre la cultura española respecto de la
europea)” (Umbral 1978a). Y culpa a la traducción por la excesiva “influencia” nortea-
mericana entre los narradores españoles: “Parecemos escritores anglosajones traducidos
por un traductor aburrido y mal pagado —dije en el paraninfo salmantino—, y Fray
Luis y Unamuno, tan castellanos de su castellano, me hacían eco” (Umbral 1978a).
La referencia a escrituras directas formateadas por la lectura de traducciones señala ya
la idea de la lengua de traducción como generadora de una mala mezcla, que opone el
castellano de los genuinos castellanos a una lengua juzgada por su valor de cambio —la
del traductor “mal pagado” (Umbral 1978a)—. Este comentario añade a la valoración de
la traducción como mero producto del mercado una representación que aún no hemos
explorado: la imagen de la traducción como invasión de lo foráneo, como irrupción nega-
tiva de lo extranjero en el espacio literario nacional. El rasgo de interés es, sin duda, que
también la invasión es doble: no solo las traducciones introducen un producto foráneo
anglosajón sino que, por añadidura, algunas de ellas proceden del mercado de ultramar,
cuya lengua es de por sí una versión incorrecta del castellano de los verdaderos castellanos:

Siempre he sido enemigo de las traducciones, pero, asimismo, tengo que decir,
a la inversa, que a un gran escritor no hay traductor que lo mate: Miller es tan
bueno en inglés como en argentino, con naftas y plomeros, como en castellano,
correctamente traducido por Alfaguara. Bukowski es literariamente, una mala
bestia (Umbral 1978a).

Esta cita evidencia una lógica agonística según la cual es posible ser “enemigo” de
la traducción, como si se tratara de un frente de guerra entre un bando nacional y un
bando invasor.
La “Carta abierta a Don Francisco Umbral” de José Manuel Álvarez Flórez no
puede sino evocarnos aquella que cinco años más tarde Roberto Ganducci escribiría
para reivindicar a los traductores de Tiempo Contemporáneo, Rodolfo Walsh y Flo-
real Mazía. Ganducci se referiría entonces a otro virulento artículo de Umbral sobre
las traducciones hispanoamericanas:
Alejandrina Falcón 173

[L]a nueva Alfaguara —escribía Umbral en 1977— está editando en caste-


llano (no en hispanoamericano, con plomeros, naftas y pancetas) algunas obras
de Henry Miller. […] Como no dominábamos el inglés, había que leer, ya
digo, un Miller que se encontraba con el plomero desayunando huevos con
panceta y que luego iba a ponerle nafta al coche, pero, así y todo, Miller fue
para nosotros mucho más que una experiencia literaria: fue, en aquella España
del franquismo próspero, un ventarrón de libertad. [M]e quedaba en la cama
camastrona, sin nada que hacer, leyendo a Miller en aquellas asquerosas edi-
ciones suramericanas, robadas en cualquier parte y como pasadas por todos los
retretes públicos de Madrid (Umbral 1977b).

Los textos de Umbral son sin duda insoslayables a la hora de reconstruir la valora-
ción pública de las variedades lingüísticas del castellano en la traducción literaria durante
esos años. Que Ganducci aún los mencionara en 1982 indica que los dardos de Umbral
daban en algún blanco significativo. Sin embargo, es preciso destacar que, entre 1977 y
1982, había pasado agua bajo el puente que unía ambas orillas lingüísticas.

2. España para muchos, un español para todos


Tras la muerte de Franco, con motivo de los debates sobre la redacción de la
nueva carta magna, la problemática del multilingüismo español se había desplazado
del ámbito cultural al ámbito político (Monteagudo 2007: 188). Entre 1978 y 1979,
paralelamente al desafío implicado por la aprobación de la Constitución, y previa-
mente a la aprobación de los primeros estatutos de autonomía, el gobierno central
dictó decretos de bilingüismo que permitieron la introducción progresiva y generali-
zada de la lengua catalana, vasca y gallega en los centros de enseñanza (Monteagudo
2007: 188). En Cataluña, a principios de los ochenta, comienza la etapa de la transi-
ción lingüística conocida como “proceso de normalización” del catalán, que en abril
de 1983 adquiriría estatuto jurídico al ser aprobada por el Parlamento de Cataluña la
Ley de normalización lingüística.
Paralelamente, a lo largo de la década del ochenta, mientras el Partido Socia-
lista Español se veía enfrentado al reto de conducir el país “hacia las autopistas de
la modernidad [,] España pasó a formar parte de la OTAN y de la organización
que hoy es la Unión Europea, pasos que acercaron al país a los centros de deci-
sión del mundo occidental” (Valle 2007). En ese contexto sitúa José del Valle la
progresiva emergencia de una construcción discursiva destinada a promover una
nueva imagen de la lengua española como “patria común”. La remozada imagen
del castellano apuntalaba las políticas lingüísticas que el Estado español comenzó
a promover para garantizar su inclusión en el proceso de globalización económica,
174 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

“la creciente participación española en los principales foros de la política interna-


cional (muy especialmente su intervención en las políticas de área y en proyectos de
integración regional) y en la pugna por los tesoros del mercado económico global”
(Valle 2007). El momento clave de este cambio de imagen para la lengua castellana
puede fecharse en 1991 con la creación del Instituto Cervantes —destinado a la
promoción internacional del español— y la renovación y modernización de la Real
Academia. Distanciándose de su lema “limpia, fija y da esplendor”, la Academia
adopta uno más acorde con su nuevo rol de custodia de la unidad idiomática: “la
lengua, patria común”. Este giro cultural y lingüístico, de carácter político y econó-
mico, también podrá registrarse en el discurso sobre la traducción y los traductores.
A continuación, procuro mostrar que a comienzos de los años ochenta ya podía
perfilarse un antes y un después en cuanto a la valoración de la variedad de lengua
de las traducciones. Comenzaba a recorrerse el camino hacia la entronización de un
ideal panhispánico para los libros traducidos.

2.1. Diagnósticos: crisis idiomática y retroceso de la “lengua común”


Si bien en la actualidad el problema de la lengua en traducción ha quedado
reducido a la oposición, algo maniquea y deshistorizada, entre traducciones espa-
ñolas y traducciones latinoamericanas, o bien centrado en la crítica del “español
neutro” en el marco de la hegemonía de criterios mercantiles sobre los literarios
(Fólica/Villalba 2011), en el período de la transición democrática española se ins-
cribía en el complejo contexto sociolingüístico antes descrito, cuya problemática
abarcaba desde la candente cuestión del multilingüismo peninsular hasta la situa-
ción cultural en el posfranquismo, pasando por las críticas a la cultura de masas
o la crisis del mercado editorial hispanoamericano. Si revisamos la polémica entre
José Manuel Álvarez Flórez y Paco Umbral a la luz de esta complejidad contextual,
veremos que los denuestos de Umbral refractan los debates lingüísticos de la época
y que la respuesta del traductor de Bukowski también alude a ellos: por un lado, el
argumento según el cual “la lengua común retrocede” parece referirse a los debates
sobre la normalización de las lenguas de la península. El avance del catalán, del
gallego y del vasco ponían en cuestión la idea de “lengua común” en el territorio
español; por otro, la alusión a la “pujanza del ámbito lingüístico” hispanoameri-
cano anuncia el progresivo giro de España hacia los países americanos de habla
hispana con miras a la (re)conquista de esos mercados de lectura. En el período en
estudio, este giro también podrá comprobarse en torno a una serie de congresos
dedicados a la traducción y a la lengua.
En 1976 ambas cuestiones convergían en el omnipresente fantasma de la crisis
de la lengua nacional. La preocupación por el destino del castellano en la península
Alejandrina Falcón 175

incluía diagnósticos sobre su progresivo “deterioro” y discusiones en torno a la


responsabilidad que cabía a los medios de comunicación masivos y a la industria
cultural en ese “estropicio idiomático” (de la Serna 1976). Entre los sectores de
la sociedad y de la industria cultural más a menudo responsabilizados figura el
sector editorial —y, por tanto, sus agentes: editores, traductores y correctores—,
fundamentalmente acusado de inundar el mercado lector con traducciones cuyo
nivel de lengua se consideraba inaceptable. Se decía que la lengua española, y
por extensión sus hablantes, estaban desprotegidos. Esta representación no solo
funcionaba como espejo de los discursos a favor de la normalización de las lenguas
regionales, censuradas y desprotegidas durante la dictadura franquista, sino que
además constituía un argumento contra la imagen del español como “lengua del
imperio”, tal como demuestra Umbral en su artículo “Lengua y democracia” de
1981: “Lo de la lengua como compañera del Imperio es algo que pudiera haber
figurado en el diccionario de tópicos de Flaubert. El colonizador castellano está
siendo hoy colonizado por el inglés, como ayer por el francés y siempre por el
catalán o el gallego” (Umbral 1981a).
Como remedio a la crisis lingüística se propusieron acciones institucionales
orientadas a la protección del castellano. Un punto de partida adecuado para
explorar la relación entre esta cuestión y aquella que atañe específicamente a
la lengua de traducción son las declaraciones de Lázaro Carreter, por entonces
miembro de la Real Academia Española de la Lengua:

Entre las muchas cosas que nos faltan, es muy notable la ausencia de una política
idiomática. Y se ha llegado así a una situación que justifica el caos en que nos
hallamos, y que tiene dos manifestaciones principales: a) El absoluto desinterés
por emplear un lenguaje correcto, compatible con la naturalidad y la llaneza.
[…] b) La falta de sensibilidad ante el hecho de que el idioma forma parte de
nuestro común, patrimonio cultural, de que en él está acuñada nuestra personali-
dad como nación. […] Son muchos los problemas que hoy plantean los idiomas
de España, merecedores de una atención general y de que sean inscritos en la
agenda política de cuestiones pendientes. Por lo pronto, el de su convivencia y
libre desarrollo sin interferencias mutuas. También, el de la co-oficialidad de las
lenguas regionales, y el de la situación del castellano como lengua común (parece
que esto último se da por descontado, pero ¿es así?). Estas cuestiones requieren
un debate que El País podría abrir porque en su solución racional nos va más de
lo que parece a simple vista (Carreter 1976).

Teniendo presente el panorama trazado por Carreter, observemos dos posiciones


divergentes respecto de la diversidad interna de la lengua, su “naturalidad” y sus efec-
tos en la traducción.
176 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

2.2. Figuras de la invasión: de la Serna y de Paola


En agosto de 1976, El País publica dos artículos que polemizan en silencio:
“El idioma en peligro” de Alfonso de la Serna (1976), y “El castellano, en vivo y
en directo” del poeta argentino radicado en Madrid, Luis de Paola (1976).4 En “El
idioma en peligro”, de la Serna, diplomático de trayectoria y por entonces director
general de Relaciones Culturales, se hace eco de las preocupaciones idiomáticas de
Carreter: “El País se ha mostrado inquieto últimamente por el estado de nuestro
idioma, y alguna pluma que calza muchos puntos en materia lingüística, como la
del profesor Lázaro Carreter, nos ha hecho graves advertencias al respecto” (de
la Serna 1976). A la zaga del académico, de la Serna denuncia la “degradación
cultural” y el “estropicio idiomático”: “[M]e atrevería a afirmar que la lengua
castellana en España se encuentra en un periodo de aguda crisis; casi de peligrosa
decadencia, podríamos decir, si nos fijamos en algunos aspectos del habla coti-
diana” (de la Serna 1976). El “idioma español” se ha empobrecido y esa penuria
se registra en los medios de comunicación —impresos o radiofónicos—, en el
lenguaje de los políticos y en las declaraciones públicas en general, en el abuso
de tecnolectos, entre otros males. De la Serna enumera las causas que a su juicio
dieron origen a la crisis idiomática: la penuria de maestros y profesores producida
por la guerra civil; los escasos ingresos de estos últimos en la posguerra; la explo-
sión demográfica y el desarrollo socioeconómico posteriores, que desbordaron
“todas las capacidades de escuelas, colegios y universidades” (de la Serna 1976);
la inestabilidad de los planes educativos; el excesivo interés en las enseñanzas téc-
nicas en detrimento de las humanidades, y los efectos de la censura en el acceso a
“lecturas estimulantes” (de la Serna 1976). La generación formada en tal estado de
cosas habría quedado inerme, al borde del analfabetismo, totalmente incapaz de
defenderse frente a dos enemigos peligrosos: los tecnolectos y las traducciones. Si
bien las causas alegadas para la crisis lingüística son internas, el enemigo viene de
afuera: “El lenguaje esotérico —a veces verdadero ‘argot’ profesional— de los téc-
nicos y las traducciones brutales. Ambas penetraciones se han producido a través
de lo que ahora llamamos ‘medios de comunicación de masas’” (de la Serna 1976).
El mal procede del exterior y se “derrama” sobre una generación de hablantes sin
recursos defensivos, entre cuyos miembros se reclutan los agentes importadores:

4
En la Argentina, Luis de Paola estuvo vinculado con el Fondo Nacional de las Artes y
colaboró con la revista El Escarabajo de Oro (1960-1975), dirigida por Abelardo Castillo. Vivió
en Chile desde 1968 hasta 1973. En 1975 viajó a España con una beca del ICI y, tras el golpe
de estado en Argentina, decidió no regresar al país. Vivió en Colmenar Viejo, cerca de Madrid,
hasta su muerte en diciembre de 2008. En Madrid colaboró en diversas revistas literarias y
periódicos.
Alejandrina Falcón 177

Y así, las traducciones incultas y apresuradas de noticias de agencias extranjeras


y de libros editados a la ligera, hechas por improvisados traductores que no solo
conocen imperfectamente la lengua extraña, sino —lo que es casi peor— tam-
bién la lengua propia, derraman cataratas de expresiones, giros y frases enteras de
suma incorrección sobre el lenguaje cotidiano de los españoles. [E]l pernicioso
aluvión de unas atroces traducciones de idiomas extranjeros, hechas atolondrada-
mente a tanto la línea, para engrosar negocios editoriales más o menos pingües.
Y me avergüenzo, ante esas traducciones, como ciudadano de un país que poseyó
[…] la gloriosa Escuela de Toledo (de la Serna 1976).

La penetración de traducciones de “idiomas extranjeros” —¿concesión a las


traducciones de otros idiomas peninsulares o mera redundancia?—, vehiculizadas
por “agencias extranjeras” y “medios de comunicación de masas” asolan a una
ciudadanía incapaz de “detenerlas, analizarlas, filtrarlas, incorporarlas al idioma
de una manera sencilla, juiciosa y en armonía con las tradiciones y el genio de
nuestra lengua” (de la Serna 1976). Aquello que realmente preocupaba a de la
Serna era la falta de una elite nacional de traductores capaz de dominar el material
extranjero, esto es, pasarlo por el tamiz nacionalizado de un proyecto cultural con-
servador de las tradiciones lingüísticas locales. De ahí su referencia a la Escuela de
Toledo, de gloriosa memoria nacional, y a la Revista de Occidente, que contaba con
un grupo de traductores que “enorgullecerían a cualquier nación”: Manuel Gar-
cía Morente, José Gaos, Emilio García-Gómez, Benjamín Jarnés, Fernando Vela,
León Felipe, Julio y José Gómez de la Serna, Consuelo Berges, Ramón Gómez de
la Serna o Luis López-Ballesteros. A falta de tales elites traductoras protectoras
del idioma, “la lengua de Cervantes” estaba “a punto de convertirse en un pobre
lenguaje al borde de la germanía, el ‘patois’ o el ‘pichinglis’” (de la Serna 1976).
De la Serna propone dos soluciones para el aparente peligro que amenazaba al
idioma castellano: por un lado una “reflexión nacional sobre el problema” y, por
otro, disciplinar el idioma, siguiendo el “admirable ejemplo francés”,5 a través de
instancias de vigilancia, control y autocontrol: “departamentos de ‘corrección de
estilo’ en las redacciones de agencias, periódicos, radios y televisiones; haciéndo-
nos cada uno de nosotros, en fin, vigilante de este tesoro común que, con vanidad

5
En 1980, en “La agonía del español”, José Ventura Olaguibel insistía en el ejemplo a
seguir: “Francia, por ejemplo, dispone ya de una ley promulgada el último día del año 1975,
para proteger al francés del abusivo dominio que otras lenguas extranjeras ejercen sobre él. Y, a
mayor abundamiento, para completar la lucha contra la abulia lingüística de las instituciones
francesas, se presentó a la Asamblea Nacional, el 21 de octubre de 1980, una proposición de ley
para obligar al uso del francés en toda actividad subvencionada directa o indirectamente por el
Estado” (Ventura Olaguibel 1980).
178 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

vacía, llamamos ‘la lengua de Cervantes’” (de la Serna 1976). En lo referente al


trabajo realizado en los departamentos de corrección de las editoriales españolas,
lo expuesto en nuestro capítulo 4 permite afirmar que efectivamente cumplían
la función de “nacionalizar” las traducciones o, por lo menos, adaptarlas a la
variedad de lengua madrileña cuando éstas provenían de otras regiones de habla
hispana. No obstante, también vimos que ni la manipulación de traducciones ni
las pautas editoriales que excluían americanismos y catalanismos consiguieron
aplacar la difundida convicción de su “mala calidad”.
Los sintagmas “reflexión nacional”, “idioma nacional”, “orgullo nacional”,
“vergüenza como ciudadano”, “naturalidad de la lengua”, se oponen a la imagen
de la lengua artificial de los anglicismos tecnológicos y de la lengua apátrida de
las traducciones; la lengua en proceso de corromperse en “patois” es una mezcla
de todas las influencias foráneas —técnica, tecnológica y literaria— y, quizá, de
todas las variedades de la lengua. Con todo, de la Serna concluye asegurando no ser
un “purista del idioma”, ni un “reaccionario ante la vitalidad del lenguaje diario”
ni “un academicista”: “Mas no, amigo mío; lo que le pasa a la lengua castellana
no es un fenómeno de vitalidad —de la que toda lengua debe gozar si no quiere
morir—, pero sí de anarquía. Pongamos orden” (de la Serna 1976). El texto de de
la Serna puede considerarse un buen ejemplo de representación de la traducción
como “invasión de lo foráneo”, motivo registrado ya en los primeros artículos de
Umbral. Sin embargo, a diferencia de aquel, cuya preocupación giraba en torno a
la lengua literaria, la imagen de la “penetración” y de la “invasión” se relaciona aquí
con la lengua hablada, cuyo “deterioro” se incrementaba debido a la influencia de
la lengua escrita vehiculizada por las traducciones. El campo semántico dominante
hace de la traducción una suerte de caballo de Troya introducido en el territo-
rio nacional por un enemigo interno —el traductor inculto, semianalfabeto, mal
pagado, explotado, ignorante— que atenta contra la noble tradición de la “lengua
de Cervantes”. El imaginario de la invasión contrasta, sin embargo, con otra figura
vigente, derivada de una visión menos conservadora y ranciamente nacionalista de
las relaciones interculturales, aquella según la cual España comenzaba a salir de “su
inanidad cultural gracias básicamente a las traducciones”, como escribía Joaquín
Rabago en “El Ministerio de Cultura, contra los traductores” (1978).
De la Serna por cierto no se equivocaba al afirmar que el diario El País, creado en
1976, había abierto sus páginas a la discusión idiomática —tal como lo hizo a la cues-
tión traductora—; pero no solo dio lugar al debate sino que singularmente dejó que
sonaran voces distintas, menos solemnes y alarmadas. Así una semana después de la
publicación del artículo “El idioma en peligro”, un argentino, el poeta Luis de Paola,
publicó un ensayo que parece responder punto por punto al diagnóstico catástrofe del
director general de Relaciones Culturales. Ya desde el título —“El castellano, en vivo y
Alejandrina Falcón 179

en directo”— resuenan dos provocaciones: el anuncio de una argumentación fundada


en la experiencia lingüística directa, no académica, y el recurso legítimo a un léxico
procedente de la tecnología de las telecomunicaciones, denostado por de la Serna. En
unas pocas carillas, de Paola comunica la experiencia de una diferencia lingüística y
literaria, un uso variado de la “lengua común” pero también una manera diferente de
pensarla: el humor.6 Parte, no obstante, de un presupuesto afín a de la Serna, la lengua
es expresión de una comunidad nacional:

“Habla, si quieres que te conozca” (Gracián). Un idioma es algo más que una
convención oral: es el carácter de un pueblo. […] Pero la verdad es que exis-
ten tantos idiomas castellanos como países y hasta regiones que lo practican, y
palabras que en uno tienen un significado en otro pueden ser su opuesto. Cono-
cer tres países hispanohablantes es descubrir tres temperamentos, tres escalas de
sonido, tres maneras de representar el mundo verbalmente. Argentina, Chile y
España, por orden cronológico, me lo han confirmado (de Paola 1976).

Así comienza la respuesta del argentino emigrado a las alarmadas palabras de


Alfonso de la Serna. Punto por punto, el artículo rebate el diagnóstico apocalíptico
plasmado en “El idioma en peligro”. Ningún académico o “filo-académico ortodoxo”
—léase de la Serna7— puede entender la lengua viva de la gente sencilla, dice de Paola,
“porque es evidente que la vitalidad de nuestro idioma sobrepasa las posibilidades de
todo control académico” (1976). Así, las academias no comprenden la lengua viva y
los diccionarios solo pueden acoger idiomas muertos; en vez de seguir el ejemplo fran-
cés, bueno sería, entonces, emular a los ingleses que “optaron por no tener academia
de la lengua” (1976). Tras dar múltiples ejemplos léxicos de la variedad interna del
castellano, De Paola destaca el caso argentino: “El idioma de los argentinos, defor-
mado y enriquecido por el cosmopolitismo inmigratorio, tal vez sea el que más se ha
desprendido del cordón umbilical ibérico” (1976). Más aún, la Argentina ha cum-
plido tan cabalmente el corte con la madre patria que tiene una Academia Porteña del
Lunfardo. Y así, exhibiendo el potencial literario de una “lengua especializada en la

6
Sobre el valor del humor en la construcción identitaria nacional, escribía Ventura
Olaguibel: “Tiene este viejo país que se llama España pocas riquezas comparables a la de su
lengua. Quizá no posea ninguna de más valor que ella, como no sea ese universo de los valores
en que entran el acendrado espíritu del honor o la más solemne de las carencias del humor”
(Ventura Olaguibel 1981).
7
De Paola sin duda alguna alude a de la Serna cuando dice: “No soy un antiacadémico,
pero si fuera filoacadémico ortodoxo difícilmente comprendería a la almacenera de mi
barrio cuando vocifera, bajo una montaña de cajas de fideos, porque se gana poca ‘pasta’”
(de Paola 1976).
180 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

infamia y sin palabras de intención general”, como describía Borges al lunfardo,8 de


Paola produce un singular ejercicio literario: una traducción intralingüística. Se trata
de una versión en variedad peninsular del poema lunfardo “Gaby”, publicado en la
Crencha engrasada (1928) de Carlos de la Púa, seudónimo de Carlos Raúl Muñoz del
Solar, alias el Malevo Muñoz:

Gaby Gaby
de Carlos de La Púa Traducción de Luis de Paola

Es al bardo que quieras trabajarme cachuso Es en vano que quieras convencerme de viejo
cuando nadie ha podido engrupirme potriyo. cuando nadie ha podido engañarme de joven.
Al naipe de tu cuore le doy remanye de uso Al naipe de tu corazón lo descarto por usado
y mi carpa truquera vale un zarzo con briyo. y mi juego bien vale un garito brillante.
Ventajera que en todos los afanos de lujo Ventajera que en todos los atracos de lujo
vas cargada con el loco y de alivio en la cana, quedas con el botín, sobornas policías,
es al bardo que quieras en el carro que empujo co- es en vano que quieras en el carro que empujo
locar el bagayo de tu pinta bacana. poner el cargamento de tu aspecto de dama.
Es al bardo que vengas con macanas bonitas Es en vano que vengas con mentiras bonitas
esperando un jotraba que manqué refulero. esperando de un robo que me salió muy feo.
Para mí, con estuche no valés cinco guitas. Para mí, con tu adorno no vales cinco céntimos.
Repasada por todos, garroneada por muchos, Poseída por todos, explotada por muchos,
no tendrás la aliviada de mi amor cadenero no tendrás el alivio de mi amor protector
por un taura principio de desdén a los puchos. porque yo me respeto: desdeño desperdicios.

La versión del poema de Carlos de la Púa no solo es la respuesta jocosa a las solem-
nes alarmas de Alfonso de la Serna. Con su traducción intralingüística, de Paola da en
el blanco del discurso denostador, pues desmonta los lugares comunes relevados aquí
y allá, una y otra vez, en la prensa. En efecto, el ejercicio de la versión intralingüística
viene a probar aquello que Borges enunciaba ya en 1926 comentando una traducción
venezolana de Poe:

Alguien objetará que la versión de Pérez Bonalde, por fidedigna y grata que sea,
nunca será para nosotros lo que su original inglés es para los norteamericanos.
La objeción es difícil de levantar, también los versos de Evaristo Carriego pare-

8
Cuyo origen “técnico” destacaba en El idioma de los argentinos: “El lunfardo es un vocabula-
rio gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y de la ganzúa. Imaginar que esa lengua
técnica […] puede arrinconar al castellano es como trasoñar que el dialecto de las matemáticas o
de la cerrajería puede ascender a único idioma” (Borges/Clemente 1998: 15). José Gobello rechaza
la definición borgeana: “El lunfardo no tiene como característica principal el origen delincuente
sino su procedencia de los dialectos septentrionales de Italia” (Gobello/Olivieri 2005: 11).
Alejandrina Falcón 181

cerán más pobres escuchados por un chileno […]. Es decir, a un forastero no le


parecerán más pobres; serán más pobres. Su caudal representativo será menor
(Borges 1997: 256).

El juego de variantes que es toda traducción “bien podría hacerse dentro de una
misma literatura. ¿A qué pasar de un idioma a otro?” (Borges 1997: 259).
Así, el valor de la intervención del poeta de Paola es múltiple. En primer lugar,
aporta la única muestra concreta de una traducción intra-lingüística literaria regis-
trada en nuestro corpus documental;9 en segundo lugar, constituye la más temprana
huella impresa de intervención de un argentino emigrado en las discusiones lingüís-
ticas españolas del período; en tercer lugar, de manera pionera, de Paola interpretaba
la problemática lingüística en contexto exiliar a luz de la historia de las relaciones cul-
turales entre España y América Latina, evocando en particular los debates en torno al
“problema de la lengua”.10 Por último, constituye una visión de la traducción que deja
entrever la inquietante posibilidad de que la “invasión” no solo procediera de “idiomas
extranjeros”: la versión intralingüística de Luis de Paola revelaba que la traducción
también anidaba en el corazón lunfardo de la “lengua de Cervantes”.
Los dos artículos están pensados en clave nacional y agonística: el “idioma espa-
ñol” en peligro, invadido, penetrado; desprotegida su noble tradición; el “idioma de los
argentinos”, enriquecido por sucesivas migraciones, “deformado”, asentado en la tradi-
ción de la mezcla y así liberado del “cordón umbilical ibérico”. No se registran respuestas
a este ejercicio intralingüístico por parte de los lectores del diario; ningún filo-académico
recogió el guante del juego de variantes propuesto por de Paola en la noble tradición
del Malevo Muñoz y Borges; por el contrario, los denunciantes de la “crisis idiomática”
continuaron con sus prédicas y hallaron en el gremio de los traductores tierras fértiles
para hacer fructificar sus propuestas de saneamiento y control de la lengua.

9
Otros escritores exiliados afirmaban haber practicado este juego de variantes como “metá-
fora del exilio”. Blas Matamoro alude a esa práctica: “Una experiencia muy interesante es la de
tomar cuentos escritos en argentino y traducirlos: resultan otros cuentos que ya no ocurren en
la Argentina. […] Entonces, en vez de ser una metáfora de un argentino ante las mutaciones
de su país, se convirtió en una metáfora del exilio, de gente habitando una ciudad extraña. Esa
era mi lectura; ahora ese cuento leído en la Argentina hoy, es descifrado como una alegoría de
la situación argentina” (Matamoro 1985: 99).
10
Alude significativamente a la polémica por el “Meridiano Intelectual” impulsada por las
vanguardias culturales porteñas de los años veinte y treinta, cuyos principales argumentos apun-
taban contra el expansionismo editorial y la política de captación de los mercados de lectura
americanos por parte de las editoriales españolas del período (Falcón 2010), disputa plasmada
no solo en las revistas culturales Martín Fierro y La Gaceta Literaria de Madrid, sino en la tex-
tura misma de algunas traducciones de la época (Pagni 2014b).
182 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

3. Congresos sobre traducción: la lengua amenazada. 1980-1982


Quienes diagnosticaban la crisis idiomática recomendaban con insistencia el con-
trol de calidad de las traducciones. Los representantes de la asociación APETI y los
periodistas de El País dedicados a cubrir las acciones públicas del gremio se hicieron
eco de estos reclamos. Al analizar los textos dedicados a la “cuestión profesional” en el
capítulo anterior, señalamos que la amplia cobertura del proceso de institucionaliza-
ción en la prensa incluía noticias sobre las primeras reuniones públicas de traductores:
jornadas, simposios y seminarios. Pero dejamos pendiente la descripción de los temas
tratados en ellos. Entre las temáticas abordadas en esas reuniones puede aislarse aque-
lla referida a la lengua o, mejor dicho, a la relación entre la “corrupción” de la lengua
y la calidad de las traducciones. Esta inquietud se hizo especialmente visible en la
agenda temática de tres eventos públicos: el Primer Simposio Internacional sobre
la Traducción, realizado en la fonoteca de la Biblioteca Nacional de Madrid en 1980;
un seminario desarrollado en Toledo, en 1981; y el Primer Congreso Iberoamericano
de Traductores, en la Biblioteca Nacional y en el Instituto Francés de Madrid, en
1982. Todos ellos tuvieron alcance internacional, fueron organizados por APETI y
contaron con la participación de representantes del poder político y de instituciones
como la Real Academia Española de la Lengua.
En una breve nota titulada “Comienza el simposio internacional de traductores”
(Anónimo 1980c), la redacción de El País comunica el inicio en Madrid del Primer
Simposio Internacional sobre la Traducción, “para el que se han trasladado a esta ciudad
especialistas de todo el mundo. El encuentro, que durará tres días, tendrá como ejes
de discusión los siguientes temas: problemas de la traducción entre las lenguas de la
Península Ibérica, la traducción poética y otros temas” (Anónimo 1980c). Las lenguas
oficiales del simposio, se informaba, serían todas las peninsulares —castellano, catalán,
gallego y eusquera— además del inglés y el francés.11 Al término del simposio, un nuevo
artículo de Bel Carrasco dio cuenta de lo acontecido en las tres jornadas de ponencias
y discusiones. Su título claramente alude al foco de la preocupación: “Los traductores
españoles alertan sobre el progresivo deterioro del castellano. Comenzó en Madrid el
Simposio Internacional sobre la Traducción”. Y el contenido no hace sino desarrollar
la idea del título: “Los traductores españoles, que participan desde ayer en Madrid en
un simposio internacional sobre el trabajo que realizan, han lanzado ‘una llamada de
alerta y alarma’ ante ‘el creciente deterioro de la expresión en lengua castellana’, que ellos

11
La comisión organizadora del simposio estuvo conformada por APETI; y la comisión de
honor, presidida por el ministro de Cultura, estuvo conformada por Jesús Aguirre, duque de
Alba; Dámaso Alonso, presidente de la Academia; Hipólito Escolar, director de la Biblioteca
Nacional; Emilio García Gómez, Jorge Guillén y Tierno Galván, alcalde de Madrid.
Alejandrina Falcón 183

relacionan con la situación anormal que vive el traductor en nuestro país” (Carrasco
1980a). La “alarma” de los ponentes se fundaba en la convicción de que las traducciones
transmitían un modelo de lengua y que los traductores inciden en la formación lin-
güística de los lectores: “El creciente deterioro de la expresión en lengua castellana, que
tiene mucho que ver con la situación anormal del traductor, verdadero coautor de una
tercera parte de la literatura que se publica en castellano, escrita originalmente en otras
lenguas, y modelo, para bien o para mal, del estilo de un sin número de lectores de todas
las edades” (Carrasco 1980a). En el horizonte de las conclusiones del simposio pesaba,
por cierto, el proyecto de ingreso de España a la Comunidad Económica Europea, pues
cuando eso ocurriera serían necesarios en los principales organismos de esa institución
cerca de trescientos traductores de castellano.
En 1981 tuvo lugar una segunda reunión de traductores e intérpretes, un semi-
nario sobre traducción organizado por el Instituto Francés de Madrid, que contó con
la esperable colaboración de APETI y el Departamento de Francés de la Universidad
Complutense. Si bien la convocatoria apuntaba a explorar y analizar la heterogenei-
dad de problemas con que se enfrentan los profesionales de la traducción, en especial
aquellos relativos a la traducción científico-técnica y literaria, El País insiste en cubrir
el evento traductológico desde la sola perspectiva de la “calidad de las traducciones”,
punta del iceberg, como se ha visto, de la mentada “crisis idiomática”. Así, en el artí-
culo “García Hortelano denuncia el descuido de las traducciones en España” (Anónimo
1981a), la redacción del diario da prioridad en la noticia a las declaraciones de este
novelista, traductor de Céline, Vian y Walser: “‘La industria cultural en nuestro país ha
descuidado hasta límites verdaderamente impúdicos las traducciones literarias’, dijo el
novelista […]. García Hortelano añadió que, sin embargo, esta situación tiende hoy a
ser corregida, y pidió al mismo tiempo una mayor consideración para los traductores
profesionales, ‘que deben tener’, dijo, ‘la categoría de autor’” (Anónimo 1981a).
Si la situación comenzaba a ser corregida o no, es difícil deducirlo de lo escrito en la
prensa, en cuyas páginas seguirán publicándose hasta el final del período las sempiternas
quejas sobre la baja calidad de las traducciones en España y el poder corruptor de la len-
gua que vehiculizan. Aquello que sí parece comenzar a modificarse es el horizonte de la
valoración pública de la variedad interna de lengua. El primer indicio de ello es indirecto
y se relaciona sobre todo con una ampliación de los actores intervinientes en los eventos
públicos y con un cambio en la nomenclatura: el “idioma nacional” pasará a ser la “len-
gua común de todos los hispanohablantes”. En efecto, en 1982 la prensa comunica la
organización de un nuevo evento: el Primer Congreso Iberoamericano de Traductores.
El artículo “El I Congreso Iberoamericano de Traductores estudia la calidad e influen-
cia de la traducción”, publicado a fines de 1982, refleja una proyección de la “crisis
idiomática” desde el plano nacional hacia el plano internacional, es decir, “iberoameri-
cano”. En esa ocasión se abordaría, desde la perspectiva de los traductores, el tema de
184 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

la relación entre la traducción y la calidad de la lengua en los países hispanohablantes


a fin de “determinar el grado de responsabilidad que tienen las malas traducciones en
el deterioro progresivo del idioma, tanto del literario como del que utilizan los medios
de comunicación, y buscar la manera de poner remedio a esta situación lamentable”
(Anónimo 1982). Los nuevos actores intervinientes eran representantes de asociacio-
nes de traductores e instituciones universitarias de Argentina, México, Colombia, Perú,
Chile, Cuba, Brasil, Puerto Rico, Venezuela, Ecuador, Guatemala; codo a codo con los
oradores españoles, todos ellos reflexionarían sobre su parte de responsabilidad en “la
calidad de la traducción y su influencia en la lengua hablada y escrita” a fin de promover
“la cooperación iberoamericana en el campo de la traducción” y reivindicar “el papel
creador de la labor del traductor, el valor de la lengua como vehículo cultural y la defensa
de la unidad del español” (Anónimo 1982).
En síntesis, el Primer Simposio Internacional de 1980 giraba en torno a los “pro-
blemas de la traducción entre las lenguas de la península Ibérica”, es decir, planteaba
vía la traducción una reflexión sobre el multilingüismo en el territorio nacional, en
el marco de la integración de España al Mercado Común Europeo; a fines de 1982,
el Primer Congreso Iberoamericano de Traducción pondría en cambio el foco de la
reflexión colectiva en la dimensión transnacional del castellano, en su carácter de
lengua compartida por numerosas naciones, en el marco de la relación cultural y
comercial con los mercados hispanoamericanos. Esta ampliación de la convocatoria,
el nuevo reparto de “responsabilidades” y compromisos, de algún modo tornaba
“políticamente incorrectos” los prejuicios lingüísticos y denuestos a las traducciones
americanas exhibidos públicamente por Paco Umbral a fines de los setenta. De
hecho, a fines de 1980, el “cronista de la transición” daría insólitas muestras de
haber aggiornado su visión de las variedades internas de la lengua, en un artículo
titulado “El Español”:

[E]l centro de gravitación de nuestra lengua se ha desplazado hace tiempo de


Madrid a cualquier capital americana, fenómeno que se verá corroborado y
extendido en el futuro por razones meramente demográficas. […] Ha pasado
el tiempo del purismo —dice Dámaso—. […] Frente a la gravitación yanqui,
la América insurgente levanta ya el farallón cuajado del castellano. A ver España
(Umbral 1980).

¿Se trataba acaso del mismo Umbral que distinguía traducciones “en castellano
(no en hispanoamericano, con plomeros, naftas y pancetas)” de “asquerosas traduc-
ciones” hispanoamericanas pasadas por “todos los retretes de Madrid”? Los tiempos
habían cambiado, y con ellos las ideas o, cuando menos, las reglas y condiciones de
su expresión pública.
Alejandrina Falcón 185

4. Hacia un español neutro: el Congreso “Salamanca 80”


La evolución de la representación de la lengua de traducción en este período
puede rastrearse en los cambios de opinión de Paco Umbral. El giro registrado
en sus artículos permite marcar dos tiempos: un primer Umbral que critica las
variedades de la lengua de las traducciones de manera brutal e irreflexiva, y un
Umbral que, tras ser invitado al congreso “Salamanca 80”, vierte en la prensa los
argumentos propios la ideología lingüística panhispánica o proceso de internacio-
nalización de la imagen del español en el marco de la proyección de los intereses
económicos de España en los mercados de habla hispana: América Latina y Esta-
dos Unidos. El congreso “Salamanca 80” fue un publicitado evento destinado a
reunir en la Universidad de Salamanca a los directores de Televisa México, los
miembros más ilustres de la Real Academia Española de la Lengua y escritores
principalísimos, como Paco Umbral. El evento fue anunciado y luego comentado
por numerosos periódicos, tanto madrileños como catalanes (ABC, El País, La
Vanguardia). Así se anunciaba en las páginas de El País:

Medio centenar de académicos, escritores, intelectuales y periodistas espa-


ñoles y latinoamericanos se reunirán en Salamanca, a partir del próximo
domingo, para participar en un congreso dedicado a la lengua española y a su
empleo en los medios de comunicación. Este encuentro ha sido organizado
en colaboración con la Universidad salmantina por la cadena de televisión
mexicana Televisa, que conmemora así el décimo aniversario de su programa
24 horas (Rosell 1980a).

El objetivo primordial del congreso era el desarrollo de una política del idioma
en los medios de comunicación de toda el área de habla hispana, comenzando por el
estudio de las posibilidades de conservación y perfeccionamiento de la lengua espa-
ñola concebida como “vínculo de unión” entre los millones de hispanohablantes. La
buena nueva que “Salamanca 80” traía era que el futuro de la lengua de Cervantes
estaba en Hispanoamérica, tal como titulaba exultante El País: “A partir del siglo xxi,
el centro idiomático de la lengua española será casi totalmente americano y su término
exacto será lengua hispanoamericana”. Con estas afirmaciones del entonces presidente
de la Real Academia de la Lengua, Dámaso Alonso, quedaba inaugurado el encuentro
“Salamanca 80” (Rosell 1980b).
Ahora bien, pese a ser la calidad de la futura “lengua hispanoamericana” un
tema clave del congreso, en “Salamanca 80” poco o nada se habló de traducción,
y mucho se dijo en cambio sobre la importancia de la “unidad del español”. Bajo
el lema unamuniano “mi patria es allí donde resuene soberano mi verbo”, durante
tres días se congregaron miembros de la Academia Mexicana de la Lengua, de la
186 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

Real Academia Española de la Lengua, “literatos, filólogos, novelistas, catedrá-


ticos, corresponsales, reporteros”12 —y sorprendentemente ningún traductor—
“unidos todos por un solo ideal: velar por el futuro de nuestra lengua” (Actas de
Salamanca 80: 11). La “unidad del idioma” fue sin duda el sintagma más citado en
las jornadas: “La unidad del idioma en la Televisión”, “¿Existe unidad en el idioma
español?”, “El idioma español como vínculo de unión”, “La literatura en la televi-
sión al servicio de la unidad del idioma”, “Acción deseable de los medios de difu-
sión para preservar la unidad del idioma y fomentar su conocimiento”; estos son
solo algunos de los títulos de las mesas en torno a las cuales se reunieron españoles
e hispanoamericanos para llegar a una conclusión esperable: la unidad del idioma
es un bien preciado; España y América debían preservar “los más altos valores
de la cultura hispánica”, “los más altos, únicos e irrepetibles valores de la cultura
común” y asumir “en su entera magnitud y con plena responsabilidad la preser-
vación de los tesoros culturales heredados, comenzando por la lengua común”
(Actas de Salamanca 80: 273). De la traducción poco pero algo se dijo; de manera
previsible se habló de su calidad: “el problema, en definitiva, es sencillamente un
problema de buena traducción cuando es obra extranjera, o de buena redacción
cuando la obra es de producción nacional” (Actas de Salamanca 80: 117). Pero
puesto que la “bondad” de una traducción puede entrar en conflicto con la noción
de “variedad regional” de la lengua, y puesto que por esa misma razón ciertos bie-
nes culturales que circulan en toda el área hispanohablante deben ser “traducidos
al peruano, al chileno o al argentino” (Actas de Salamanca 80: 117), los congre-
gados propusieron una solución acorde al imperativo de la “unidad en la diversi-
dad”: “Ahí ya estamos ante la necesidad evidente de crear —y tampoco creo que
sea tan difícil, porque nuestros escritores nos lo dan prácticamente acuñado— un
lenguaje tipo para este importantísimo menester de la intercomunicación cultural
en el área hispanoamericana” (Actas de Salamanca 80: 117).

12
La asistencia estaba compuesta por académicos y algunos escritores de renombre,
aunque finalmente no fueron todos los que la prensa había anunciado: “Entre los asistentes
a este encuentro ‘Salamanca 80’ se encuentran numerosos académicos y escritores españo-
les y latinoamericanos, como el presidente de la Academia de México, Fernando Lázaro
Carreter, Gonzalo Torrente Ballester, Carlos Fuentes, Camilo José Cela, Miguel Delibes,
Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Francisco Umbral. Entre los periodistas inscritos se cuenta
con Luis María Ansón, Torcuato Luca de Tena, Emilio Romero, Jesús Hermida y otros”
(Rosell 1980a). No figuran en actas las ponencias del uruguayo Onetti ni del mexicano
Fuentes, quien parece haber dejado su lugar a Juan José Arreola (Actas de Salamanca 80).
Alejandrina Falcón 187

5. Traductores latinoamericanos, convidados de piedra


en el festín del idioma
Pese a ser los actores principales del futuro de la lengua, los traductores hispano-
americanos no fueron invitados a opinar en “Salamanca 80”. No obstante, lejos de
la invisibilidad presupuesta, que los invisibiliza más allá de toda prueba, hemos visto
que sus opiniones, creencias, denuncias, fueron vertidas en notas, ensayos, artículos y
aun jocosas versiones intralingüísticas durante el período del exilio: desde 1976, con
los juegos de variantes de Luis de Paola, hasta fines de 1982, con el ensayo de Marcelo
Cohen, que denunciaba la falta de flexibilidad editorial en materia lingüística. En
1988, haciendo un balance del período, una vez más, Cohen preguntaba:

¿Sería malo para el escritor español situarse periódicamente fuera de la corriente


que lo acuna, ser excéntrico? ¿Sería nocivo para la lengua peninsular un nuevo
pacto con las ramas latinoamericanas, de las que cautelosamente quiso alejarse
en los últimos diez años? (Ya se había alejado antes, mucho antes; después de la
muerte de Franco empezó a hacerlo francamente) […]. Los americanismos nunca
fueran tan censurados en España como hoy en día, nunca al menos desde que
Borges ofreciera consuelo a las tribulaciones del doctor Américo Castro (1988).

La reiteración del tema a fines de los años ochenta deja entrever que, más allá de lo
discursivo, las representaciones de la lengua literaria legítima y las condiciones mate-
riales de producción de traducciones poco habían cambiado en materia de “flexibili-
dad” idiomática. Ahora bien, el tema que Salamanca 80 dejaba planteado, el de “una
lengua tipo” que evitara pasar por retraducciones regionales de los bienes culturales
—como ocurría a fines de los setenta en la Serie Novela Negra, estudiada en el capí-
tulo 4—, desaloja de la escena principal al enfrentamiento entre variedades y pone en
primer plano el de la uniformidad de la lengua, aquello que Horacio González Trejo
llamaría “la poliesterización de la lengua” (1980: 51).
Unos meses antes del encuentro de Salamanca, en abril de 1980, González Trejo,
escritor y traductor argentino, residente en España desde 1972, publicó en la revista
Triunfo un extenso artículo a doble página titulado “La traducción o el oficio de la
traición” (1980). Pese a su ya inevitable título, el ensayo es a primera vista bastante hete-
rodoxo. Podría decirse que se trata del único testimonio directo de un “mal traductor”,
mudo actor principal de todo lo dicho y escrito sobre traducciones en la época. Acabado
destajista y asumido como tal, González Trejo reconocía sin pesar: “traduzco desde hace
más de una década y creo que más de cien libros han pasado por mi Studio 46” (Gonzá-
lez Trejo 1980: 51). Algunos editores, relataba, requerían abiertamente “traductores de
tercera que no precisan más que una leve mirada de los correctores de la plantilla”; solo
188 El corazón lunfardo de la lengua de Cervantes

querían editar libros “para porteras” y él satisfacía sin culpa la demanda: “¿Pensáis que
renuncié? No, era un lujo que no podía permitirme […]. ¿Debía sacrificarme en mérito
de una cultura superior? A estas horas ni siquiera podría escribir estas líneas” (González
Trejo 1980: 51). Vale la pena mencionar que González Trejo fue principal traductor de
la editorial Martínez Roca, cuya línea editorial parece describir en su ensayo, sin nom-
brarla, claro está: “La literatura de portería, según el mentado editor, es una especialidad
ampliamente difundida. Perversión y drogas […], ingenuas ideas políticas y morales,
gangsters y bellas muchachas que hacen fortuna, búsqueda del yo […], productos, pro-
ductos, productos” (González Trejo 1980: 51).
Así, González Trejo coincide con Marcelo Cohen, cuyos argumentos anticipa en
más de un aspecto; coincide en particular respecto del carácter no literario de la prác-
tica tal y como se dan sus condiciones de realización: “una cosa es traducir y otra muy
distinta es desempeñar el oficio. El oficio está determinado a priori” (González Trejo
1980: 50). Sin embargo, a diferencia de Cohen, no parecía condenar las posibilidades
de supervivencia que la lógica del destajismo le brindaba. Pero González Trejo, el “mal
traductor” asumido, introduce una relativa novedad en el tópico de la traducción como
traición; el traductor que trabajaba a destajo para la potente industria editorial española
no traicionaba al original, ni al lector, ni a la literatura, se traicionaba a sí mismo, trai-
cionaba su pulsión traductora, su inicial convicción de que traducir es potencialmente
hacer literatura, como queda expresado en el texto citado en epígrafe. Estos argumentos
permiten entender los términos en que se planteaba, más allá de los discursos públicos,
la relación entre un “lenguaje tipo” impuesto por las editoriales, las instancias de correc-
ción —propuestas por de la Serna para proteger la lengua de agresores externos— y el
trabajo concreto de los traductores hispanoamericanos en el contexto de emigración.
En “La traducción o el oficio de la traición”, González Trejo denuncia tempra-
namente la bestsellerización de la literatura a través de la lengua “internacional” de
traducción, es decir, la uniformización producida por la industria editorial cuando
procura dotar las traducciones de “un único lenguaje, de un mismo acento”:

Así es como surgen infinitas paradojas en torno a la traducción, paradojas que


suponen en primer lugar una invención de material adecuado al consumo estan-
darizado y de bajo coste: lo que podríamos llamar la poliesterización del lenguaje.
Porque lo que el público suele ignorar es que la lengua también puede adquirir
un carácter neutro cuya accesibilidad es posible […]. El traductor debe ajustarse
a un esquema de redacción y de sintaxis que es, casi siempre, previo a la obra a
traducir. […] Simplemente se trata de inventar un lenguaje neutro, un español
que cabalga entre una asimilación general más o menos aceptada en las diversas
formas de su habla según regiones y alguna ligera concesión a un casi siempre
sospechoso estilo sudamericano (González Trejo 1980: 51).
Alejandrina Falcón 189

Un último tema ocupaba a González Trejo en este ensayo: el rol del corrector de
estilo, figura mencionada pero apenas explorada:

No importa [si falla], incluso no importa si acierta: en la máquina de montaje


espera paciente el corrector de estilo, otro asalariado. El corrector cargará con
la tarea de unificación del lenguaje, de su formulación en una misma cadencia,
estilo esencia. […] Por unas pesetas el millar de palabras el corrector dará su
versión definitiva de Mailer, de Asimov, de Nabokov, etcétera (González Trejo
1980: 51).

Es solo aparente la ironía según la cual la versión definitiva de las traducciones


industriales se debía a la mano del corrector antes que a la del traductor. La costum-
bre de reutilizar catálogos argentinos o mexicanos, y las consecuentes prácticas de
adaptación intralingüística de traducciones latinoamericanas, que hemos estudiado a
lo largo de este libro, indican que la historia de la traducción editorial hispanoameri-
cana en este período no puede escribirse con prescindencia de la fantasmal figura del
corrector de estilo, cuya función tantas veces era desempeñada por otros traductores.
La presencia de exiliados y emigrados latinoamericanos en la industria del libro entre
mediados de los años setenta y principios de los ochenta, también comprobada capí-
tulo a capítulo, indica que la historia de la traducción en España tampoco debería
escribirse con prescindencia de la figura del traductor exiliado, convidado de piedra en
el festín retórico de la “unidad del idioma” pero testigo privilegiado de las condiciones
de trabajo en las editoriales peninsulares.
VII. Testimonios del presente.
El traductor exiliado como figura plural

En lugar (o además) de emplear las bibliografías para la extracción


de datos sobre traductores y traducciones y empeñarnos una vez
más en la dudosa empresa de “visibilizar” la traducción —dudosa
por lo que implica de ceguera a todo lo que no lleve a poner a la
traducción en un pedestal—, podemos abrir esos densos volúmenes
desenfocando la lente, dispuestos a captar en ellos los movimientos,
cruces, afloramientos o inmersiones de traducciones y traductores.
(Clara Foz y Gertrudis Payás, 2011)

En este capítulo final damos consistencia a la figura colectiva del traductor exi-
liado articulando diferentes voces sobre los temas tratados en los capítulos pre-
cedentes: las modalidades de inserción o reinserción profesional en el exilio, las
prácticas “non sanctas” para la industria editorial, el problema de la lengua de tra-
ducción, las formas de agremiación y la formación de los traductores, entre otros.
La elección del título obedece al tipo de fuentes primarias privilegiadas: entrevistas
abiertas, encuestas, testimonios y ensayos autobiográficos de reciente producción.
Casi todas esas fuentes datan de la primera década del 2000 hasta nuestros días.
Reflexionar sobre su actualidad me ha parecido pertinente, y aun necesario, porque
los materiales utilizados para la elaboración de este capítulo son contemporáneos al
proceso de investigación y, por tanto, están ligados a sus condiciones de producción
en un contexto de progresiva visibilidad de la traducción y del exilio en el discurso
público y en la práctica académica.
La escritura de la historia de la traducción a menudo aparece vinculada con una
acción o voluntad “visibilizadora”. Esta suerte de activismo intelectual tiene, por lo
demás, una peculiaridad relativa a la división del trabajo investigador: en virtud de la
jerarquía interna a la práctica, los testimoniantes suelen ser traductores prestigiosos, ya
sea que desempeñen funciones docentes o encarnen figuras destacadas de la profesión.
En consecuencia, el principio de autoridad determina, en algunas publicaciones, el
valor de la fuente, cuyo contenido de verdad no es interrogado a la luz de las herra-
mientas críticas y las mediaciones teóricas disponibles en la disciplina. Un ejemplo
de este rasgo es la declaración de intenciones plasmada en el prefacio a De oficio, tra-
ductor. Panorama de la traducción literaria en México, una compilación de entrevistas
192 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

publicada en 2010: “De sus bocas hemos podido conocer —escriben sus editores— la
historia reciente de la traducción en México. […] Sabemos ahora que este libro es
una forma de rendirles homenaje, de tributarles honores a ellos: nuestros héroes del
oficio” (Santoveña/Orenzans/Leal Nodal/Gordillo 2010: 8). Que la reconstrucción de
una historia reciente de la traducción pueda coincidir con la restitución de una verdad
producida en el testimonio de héroes de un noble oficio revela una frágil reflexión
sobre el carácter “interesado” de toda auto-representación identitaria. Frente al abor-
daje espontáneo de tales fuentes orales en nuestro campo, subrayamos la necesidad de
explicitar las condiciones de tratamiento de los testimonios orales o recientes. Reque-
ridos por el silencio informativo de las fuentes impresas tradicionales —traducciones,
diccionarios de traductores, catálogos, bases de datos, paratextos, crítica, etcétera—,
las técnicas de producción de la fuente —entrevistas y encuestas— imponen una
reflexión metodológica referida a su tratamiento e interpretación.
Ahora bien, además de las fuentes orales “producidas”, otra clase de fuentes pre-
sentó un problema metodológico: los testimonios impresos recientes. Entre 2007 y
2013, a la zaga de “Pequeñas batalla por la propiedad de la lengua” y sus sucesivas
versiones (Cohen 2006, 2008, 2014), se registró un renuevo de producción discursiva
sobre “traducción y exilio” a través de ensayos y textos periodísticos escritos por anti-
guos exiliados (Ehrenhaus 2011 y 2012; Gargatagli 2011 y 2012; Catelli 2012, 2015;
Martini 2012). La pregunta por el modo en que esos testimonios recientes debían
ser tratados se impuso porque los “vectores de memoria” de la traducción argentina
en Barcelona no siempre hacían explícita su condición de testigos y, por tanto, no
presentaban esos materiales como testimonios, sino que en algunos casos intervenían
en la discusión traductora en calidad de estudiosos legitimados para la producción de
fuentes secundarias. Esa condición mixta de actores-testimoniantes y productores de
conocimiento en el área de esta investigación constituyó un dilema a la hora de situar
el “interés material y/o simbólico de tomar posición sobre el tema de la traducción” y
del exilio en nuestros días (Gouanvic 1998: 144).

1. El problema de la ejemplaridad: las listas de traductores


El objetivo de construir una biografía colectiva de importadores literarios bien
puede prescindir de nombres propios si esa prescindencia no implica anular la pre-
gunta por la identidad social de los importadores —¿se percibían y eran percibidos
como una pequeña sociedad letrada en el exilio o como obreros semicalificados de los
que se podía prescindir sin reservas? ¿Se identificaban como argentinos, militantes,
trabajadores intelectuales en condiciones precarias? ¿Predominaban las mujeres, los
estudiantes, los escritores jóvenes?—, por la función específica del traductor en el
Alejandrina Falcón 193

proceso de traducción —traductor con poder de consagración, traductor académico


o mediadores ordinarios (Casanova 2002: 17-19; Sapiro 2008: 203-205)—, por la
valoración social de su práctica, entre otros temas y problemas relevantes. La pregunta
“¿quiénes eran?”, aun planteada en términos individuales o aun nominales, también
ilumina zonas de lo social: basta con intentar reconstruir una trayectoria de traduc-
tor para comprender que su estatuto en la cultura impresa es marginal. Poca es, en
efecto, la información que puede extraerse sobre la identidad de un traductor a partir
de catálogos editoriales, soportes de traducciones, reseñas y críticas de traducciones,
diccionarios de traductores hispanoamericanos, bases de datos especializadas, como el
Index Translationum, o más generales, como el ISBN español, catálogos de bibliotecas
españolas y argentinas, entre otras fuentes tradicionales. La metodología del relevo de
información en tales fuentes preexistentes, de origen español o argentino, presentó
dos obstáculos principales vinculados con el lugar del traductor en la cultura impresa,
en general, y con la búsqueda por criterio “nacional” en una investigación cuyo objeto
tenía dimensiones “transnacionales”, en particular: los soportes de traducciones y
demás materiales consultados rara vez arrojan información sobre el origen regional de
un traductor “hispanoamericano”, y aún menos sobre la identidad de “exiliado” o emi-
grado político. Así pues, dada esta limitación de las fuentes disponibles, fue necesario
generar la fuente mediante distintas técnicas de producción de datos, como entrevistas
y cuestionarios. A medida que los contactos se establecían y que la red de informantes
comenzaba a tramarse, pude confirmar o desechar nombres de posibles traductores y
escritores por encargo emigrados o exiliados en España. A menudo los mismos infor-
mantes me proporcionaron listas de nombres. Una de ellas, por ejemplo, consignaba
nombres más o menos visibles tales como Susana Constante, Marco Galmarini, Ana
Goldar, Eduardo Goligorsky, Matilde Horne (Matilde Zagalsky), Francisco Porrúa (y
sus seudónimos) y Ricardo Potchar. Otra, más detallada, compilaba bajo el título “Tra-
ductores y escritores por encargo (Barcelona)”, los nombres de Matilde Horne, Alberto
Speratti, Alicia Galloti, Ernesto Frers, Alejandro Vignati, Horacio González Trejo,
Ana Basualdo, Alberto Szpunberg, Marco Galmarini, Mario Sexer, Marcelo Cohen,
Álvaro Abós, Marcial Souto, Alberto Cousté, Marcelo Covián, Horacio Vázquez-Rial,
Juan Manuel González Cremona, Mario Muchnik. Por último, otra lista, provista
por Andrés Ehrenhaus, registraba: Mario Merlino, Celia Filipetto, Silvia Komet,
Daniel Najmías, Jonio González, Carlos Vitale, Edgardo Dobry, Alejandra Devoto.
Algunos nombres se repetían, otros sin duda faltaban: Juan Martini, Ana Becciú,
Roberto Bein, Pablo Di Masso, Martha Eguía, Rodolfo Vinacua, Jorge Binaghi, Car-
los Sampayo, Carlos Peralta, Eduardo Videla, entre tantos otros traductores y seudo-
traductores argentinos exiliados o emigrados que trabajaron en el mercado editorial
catalán en aquella época. Sin embargo, ni presencias ni omisiones constituían el núcleo
de la información que esas listas contenían. Las listas de traductores provistas por los
194 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

actores exigían analizar el valor y la función que daríamos a los testimonios —orales
o impresos recientes— en la fase de descubrimiento y en el desarrollo de la investiga-
ción. ¿Por qué? Porque al investigar esos nombres y establecer contacto con algunas
de las personas físicas a las que representaban, se puso de manifiesto que no todos
eran exiliados o emigrados de la dictadura. Muchos sí lo eran, por cierto. Y habían
llegado a partir de 1974 a Barcelona como represaliados de la Triple A o emigrados de
la dictadura a partir del Golpe de 1976. Pero otros habían llegado en esas fechas por
motivos ajenos a la situación política, y anunciaron de entrada no ser “exiliados en
sentido estricto” sino emigrados que habían decidido “no regresar por el momento”,
como Ricardo Pochtar; algunos habían emigrado años antes del golpe, como Marcelo
Covián, Carlos Sampayo y Alberto Cousté, y se consideraban en ciertos casos “auto-
exiliados”; otros habían llegado en los primeros ochenta pero no registraban trabajos
editoriales ni traducciones en España hasta finales de la década, como Jonio González;
y otros, por último, habían emigrado en plena democracia, después de 1983, como
Edgardo Dobry, radicado en Barcelona en 1986, o Alejandra Devoto, que llegó a
España en 1985 y comenzó a trabajar como traductora algunos años después. El caso
más llamativo es el de Marcial Souto, cuyo nombre vuelve en todas las listas pese
a no haberse instalado de manera estable en Barcelona hasta mediados de los noventa.
En síntesis, la diversidad de motivos para emigrar no coincidía con el recorte
cronológico de mi objeto de investigación; esto imponía una revisión de las moda-
lidades de exposición de los datos: ¿cuál era el valor informativo de esos listados de
“traductores exiliados” producidos por los testimoniantes? ¿Tenía sentido consig-
narlos sin antes interpretar los motivos de su construcción en el presente, sin inscri-
birlos en un contexto pasible de explicarlos? Este escollo metodológico, derivado del
trabajo con testimonios orales, planteó la pregunta por el modo en que debíamos
llevar adelante la doble tarea de historiar una escena reciente de la traducción argen-
tina y dar al traductor exiliado un lugar como sujeto en ese relato, conforme a la
conocida prédica de Antoine Berman (1995: 73). Pues, para dar cuenta de la rela-
ción compleja entre “exilio y traducción”, ¿alcanzaba con establecer una abultada
nomenclatura de traductores? ¿No era acaso necesaria la reconstrucción del elenco
de temas, problemas y prácticas pasibles de transferir la identidad social “exiliados
argentinos en España” a una nomenclatura de traductores o traducciones? Las lis-
tas —de nombres, de obras, de editoriales— a menudo son presentadas como dato
duro, como si constituyeran una garantía contra la interpretación sin base empírica;
sin embargo, la ilusión de objetividad que las listas-dato generan oculta que el dato
supone una operación de reconstrucción retrospectiva, siempre, de algún modo,
interesada. Por consiguiente, “quién define quién es qué” forma parte de la infor-
mación procesada en el dato. El carácter testimonial de las fuentes obliga a redoblar
el esfuerzo de abordarlas críticamente.
Alejandrina Falcón 195

Ahora bien, la confección de listas por parte de algunos actores aportaba una infor-
mación suplementaria respecto de cómo estos concebían la entidad “exiliado político”.
Las listas dejaban traslucir las distinciones que algunos no establecían, y que otros ya no
establecían —a más de treinta años de la finalización del exilio—, entre exiliados polí-
ticos, emigrados económicos, viajeros literarios o académicos trasladados. Es decir, las
listas de traductores revelaron la representación del exilio que no primaba hoy: una prác-
tica represiva o un efecto de prácticas represivas, limitada a la temporalidad de la historia
política argentina y restringida al período iniciado en 1974 y finalizado en 1983, con el
inicio de los retornos.1 Esa indistinción debía ser interpretada. Pues porque no todos eran
exiliados, porque no todos llegaron al mismo tiempo, en las mismas condiciones mate-
riales, vitales, emocionales; ni todos tuvieron similares “recomendaciones” laborales, o
iguales contactos previos, o idéntica inserción o posición en el campo cultural de partida
y/o de llegada, ni circularon por los mismos circuitos de sociabilidad; y porque esas
distinciones repercutían en las posiciones socio-profesionales progresivamente conquis-
tadas —o jamás conquistadas—, es que algunos ayudaron a obtener trabajos editoriales
a otros, y algunos los consiguieron antes que otros, en áreas más o menos afines a su
formación previa, cuando la tenían; en ámbitos más o menos prestigiosos, y aun dignos
o indignos de ser recordados en un testimonio, de ser mencionados en las solapas de esos
libros futuros en los que algún gestor cultural convertiría esa experiencia exiliar, quizá
traumática, en preludio de trayectorias literarias o intelectuales visibles, para algunos;
de olvido duradero o desconocimiento público, para otros; y de “doble no pertenencia”
literaria para tantos (Saítta 2007: 25).
Un caso paradigmático de esta inevitable selectividad de la memoria puede hallarse en
un artículo de Nora Catelli publicado en 2012 bajo el título “Traslados, exilios y debates”:

Hubo y hay al menos tres generaciones de traductores latinoamericanos en la


España de los últimos cuarenta años. Los que habían llegado antes de nuestros
golpes de Estado, desde José Donoso, María Pilar Donoso y Alberto Cousté
a Marcelo Covián o al evanescente Federico Gorbea. Los exiliados que eran
además narradores, poetas, dramaturgos, humoristas, periodistas o profesores:
esa lista extensísima en la que no se puede prescindir de Mario Merlino, Rodolfo
Vinacua o Susana Constante. Los que todavía no tenían oficio, porque llegaron

1
La vuelta de la democracia en la Argentina instauró condiciones para el retorno y dio lugar
a una nueva etapa en la discusión sobre el exilio. No solo las páginas de las revistas del exilio,
como Testimonio Latinoamericano o Resumen de Actualidad Argentina, en 1983 se poblaron de
titulares que anunciaban “el exilio ha terminado”; también escritores, traductores y otros agen-
tes culturales reflexionaron sobre el tema en las páginas de la prensa española. Por ejemplo, el
suplemento cultural de La Vanguardia publicó en junio de 1983 un artículo de Marcelo Cohen
titulado “Regreso a Buenos Aires” y otro de Ana Basualdo, “El exilio y el tiempo”.
196 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

casi en la adolescencia o en la primera juventud y se convirtieron en traductores


y correctores en España, aunque conservasen el oído doble y, por ello, fuesen
doblemente conscientes de que la traducción es elección y en su caso lo sería,
siempre, entre dos léxicos, dos argots, dos organizaciones de la frase, dos espí-
ritus del lugar: Gerardo Di Masso, Andrés Ehrenhaus, Jonio González (Catelli
2012. El subrayado es nuestro).

La selección de nombres de traductores y las prácticas de traducción que se les


adjudica nos permiten de entrada reflexionar sobre los usos del pasado orientados
por el auge actual de la traducción y la “gesta visibilizadora” del traductor editorial.
En primer lugar, el testimonio de Catelli eufemiza involuntariamente las prácticas
de traducción de los latinoamericanos en España al sugerir que tenían algún poder de
“decisión” en la elección de la variedad de lengua, cuando en los hechos esta acti-
vidad dependía de encargos editoriales regidos por condicionamientos normativos
propios de los circuitos comerciales de producción de traducciones y otros textos por
encargo. El análisis de lo discutido en las jornadas “Los pelos en la lengua” (capítulo
2) o en la crítica de traducciones de la época (capítulos 5 y 6) reveló que la conciencia
lingüístico-literaria de los traductores argentinos no tuvo correlato práctico en las
“decisiones” traductoras individuales, cuando menos no a una escala significativa en
términos de representatividad. La idea según la cual “la traducción es decisión” con-
trasta fuertemente con la figura del traductor como “escriba a sueldo” perfilada por
Horacio González Trejo en 1980, por Marcelo Cohen en 1982 y por Andrés Ehren-
haus en 1995, quien por entonces ya decía dedicar “seis horas diarias a trasladar textos
a ese pastiche híbrido dictado por las editoriales” (Ayén 1995). Parece contundente,
en este sentido, la conclusión distanciada de Gerardo Di Masso: “Los traductores
latinoamericanos traducimos en español (cogemos el autobús, comemos fresas, melo-
cotones y albaricoques, insultamos diciendo gilipollas, cabrón e hijoputa, y cosas por
el estilo que tanto molestan en Argentina cuando compran una novela de Anagrama
o Tusquets)” (Entrevista vía mail, 2016).
En segundo lugar, el ensayo de Catelli produce una reformulación de lo enun-
ciado por Donoso en 1984 (capítulo 2): allí donde Donoso hablaba de tres genera-
ciones de emigrados, Catelli reescribe “tres generaciones de traductores emigrados”.
Esta extrapolación genera una suerte de anacronismo. Pues si el criterio generacional
resultó útil a la hora de reconstruir aquellos eslabones de la cadena migratoria que
incidieron en la inserción editorial, aplicado a la práctica de la traducción este crite-
rio presenta un problema: ¿qué valor fundamenta la ejemplaridad de las trayectorias
traductoras destacadas? ¿Qué parámetros permiten medir la representatividad de José
Donoso y Pilar Donoso como traductores de libros? ¿Qué vuelve “imprescindible”
la mención de Rodolfo Vinacua o Susana Constante? ¿Por qué ellos? ¿Por qué no
Alejandrina Falcón 197

Eduardo Goligorsky, Horacio Vázquez-Rial, Ana Goldar, Pablo Di Masso o Ana


Becciú, cuyas trayectorias traductoras también resultan iluminadoras desde múlti-
ples perspectivas? ¿Por qué no Horacio González Trejo, que confiesa ser un destajista
acabado, con un volumen inmenso de traducciones sobre los temas más variados?
Los nombres en una lista remiten ante todo al gesto de su consignación, selección y
jerarquización, y en última instancia a las limitaciones inherentes al ejercicio de la
memoria; por ello, también es preciso cotejar las listas —en especial las testimoniales,
cuya dominancia afectiva es ineludible— con los catálogos de libros traducidos y
otras fuentes pasibles de funcionar como contextos de referencia para su interpreta-
ción. En ese sentido, el artículo de Catelli nos informa menos sobre quiénes fueron
los traductores exiliados o emigrados de imprescindible mención, cuanto sobre las
actuales condiciones de elaboración de una memoria del exilio nítidamente atrave-
sada por la recuperación de la problemática profesional en desmedro de la dimensión
política del exilio. La gesta visibilizadora del traductor de libros, paralela al creciente
interés por el mundo de la edición y la traducción, sin duda está en el origen de este
ensayo, que se impone ambiguamente como producción erudita y testimonial a un
mismo tiempo. Por cierto, solo su dimensión testimonial permite explicar la selec-
ción de ciertos nombres y la omisión de otros. Pues, si indagamos en la trayectoria
de los traductores mencionados, hallaremos un recorrido profesional, literario y sub-
jetivo que no necesariamente explica la ejemplaridad postulada —cuyo fundamento,
por lo demás, debería determinarse a priori: ¿estética, numérica, vivencial?— pero sí
justifica, y aun exige, su inclusión en la biografía colectiva.
Concretamente, al menos tres de los traductores mencionados fueron traductores
ocasionales; aquellos que llegaron a profesionalizarse no siempre lo hicieron en el
rubro de la traducción literaria ni en el período del exilio propiamente dicho. Veamos
algunos ejemplos. Entre las obras traducidas por Pilar Donoso figura La letra escarlata
de Nathaniel Hawthorne, traducida en tándem con José Donoso, quien a su vez no
parece tener en su haber otras traducciones de libros. De Pilar Donoso, las bases de
datos y catálogos de acceso público registran globalmente escasas traducciones edi-
toriales, entre las cuales figuran títulos tales como Tus zonas erróneas, El éxito en la
empresa: cómo conseguirlo y conservarlo, y unas pocas traducciones literarias. Si conti-
nuamos indagando los nombres consignados, veremos que entre los libros traducidos
en España por la escritora Susana Constante figuran algunas obras literarias de autores
de gran prestigio como Apollinaire o Virginia Woolf, pero asimismo autores de diversa
calidad, como Stephen King, y sobre todo títulos del siguiente tenor: Manual de la
buena cocina (Folio, 1982), Wushu!: gimnasia china para la salud de la familia (Círculo
de Lectores, 1982), Gran manual del hogar moderno (Círculo de Lectores, 1985). En
ese perfil de títulos se inscriben las traducciones que Gerardo Di Masso hizo para
Martínez Roca entre finales de los setenta y los primeros ochenta; en cuanto a Rodolfo
198 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

Vinacua, profesor y periodista rosarino exiliado en Barcelona,2 los catálogos y bases de


datos públicos no registran más traducciones de libros que aquella realizada para una
colección de literatura popular, la Serie Novela Negra, dirigida por su coterráneo Juan
Martini en Bruguera: Marcada por la sospecha, de Charles Williams, editada en 1978
(véase capítulo 3), y la traducción parcial de los siete volúmenes del Almanaque de lo
insólito: 150 predicciones, curiosidades, hechos misteriosos, utopías, conducta humana, de
Irving Wallace y David Wallechinsky, publicados por Grijalbo entre 1977 y 1978. Así,
sin proponérselo, el artículo de Catelli nos pone sobre la pista de un dato que el Index
Translationum confirma: la importancia cuantitativa de traducciones no estrictamente
literarias realizadas en los primeros años del exilio, conforme a la función alimentaria
que la práctica venía a cumplir.

2. Contratar argentinos: ¿un buen negocio?


El fenómeno de la “traducción solidaria”, analizado en el capítulo 2, es solo una
de las caras de la relación entre los emigrados y la industria del libro español. La otra
cara son las condiciones en que ese trabajo se realizaba. Interrogados sobre sus con-
diciones laborales y tarifarias, los traductores entrevistados dieron versiones diversas.
Sobre las condiciones tarifarias en la editorial Minotauro, trasladada a Barcelona en
1977, los traductores rioplatenses emigrados que trabajaron con Paco Porrúa en esos
años recuerdan que solía pagar una tarifa más alta que la media (Castagnet 2017: 302-
303). No obstante, la ausencia de contratos y nitidez en la liquidación de derechos de
traducción tuvo repercusiones públicas al revelarse las condiciones de vida de Matilde
Zagalsky, más conocida como Matilde Horne, en sus años de retiro. Horne había tra-
ducido al español, entre otros incontables títulos memorables, las últimas dos partes
de la trilogía de El señor de los anillos, que reportó millonarias ganancias editoriales en
las que no tuvo participación alguna (Collera 2007; García 2008).
En cuanto a Bruguera, si bien parece predominar el recuerdo de condiciones laborales
iguales a las de cualquier traductor del período, algunos entrevistados sostuvieron que
la editorial prefería tomar traductores argentinos, a quienes podía pagar menos
que a los españoles, y poner luego un corrector de estilo español (también mal pagado,

2
Para una semblanza de Vinacua, véase “Rodolfo Vinacua, profesor y periodista” de
Alfredo Abián publicada en El País con motivo de su muerte: “Su vida profesional, en su
Argentina natal, tuvo como eje la ciudad de Rosario. Allí estuvo vinculado al mundo editorial
y al periodístico, desempeñando desde la corresponsalía del prestigioso diario La Opinión, de
Jacobo Timmerman, hasta la de la agencia Efe. Pero a este viejo socialista, cuya familia no fue
ajena en sufrimientos a las miserias políticas, humanas y sociales vividas en la última dictadura
argentina, su país pronto se le quedó pequeño, incluso espiritualmente” (Abián 1990).
Alejandrina Falcón 199

según el testimoniante). Como no han quedado fuentes documentales que permitan


confirmar o descartar esas versiones, no se ha podido establecer si las tarifas para cola-
boradores latinoamericanos eran más bajas o iguales a las de los traductores locales,
aunque la mayoría de los traductores consideraron que eran iguales para todos. Sin
embargo, evocando sus condiciones de trabajo en Bruguera, la poeta y traductora Ana
María Becciú aporta un dato singular:

Yo hablaba con Rodrigo y con Martini. Me daban las novelas para traducir. Me
acuerdo que me dieron la primera. Fijaban una tarifa. No me daban mayormente
instrucciones de ninguna clase. Yo hice el primer trabajo. Luego iba a una ven-
tanilla y me daban un cheque […] Siempre me pagaban más de lo convenido.
[…] Luego hice el cálculo. Siempre redondeaban por arriba. Pasó varias veces,
hasta que al final voy a la ventanilla y le digo a la chica que me pagaba: “¿Me
puede decir si me pagan más, parece que me pagan siempre más, me puede decir
por qué?”. Entonces se fue para atrás, volvió, y me dijo: “Sí, sí, ya sé por qué: es
porque con usted no hay que usar al revisor; entonces se le paga a usted el servicio
del revisor” […]. Claro, en mi caso, decían que no había que revisarlo. Entonces
me daban la parte del revisor (Entrevista personal. Gerona, marzo de 2012).

El testimonio de Becciú indicaría la existencia de una desigualdad tarifaria pero


no vinculada con el origen nacional del traductor sino con la “calidad” del trabajo:
posiblemente una traducción “fluida” y sin regionalismos. Así, contrariamente a
los testimonios según los cuales Bruguera prefería pagar menos a los argentinos, el
relato de Becciú viene a apuntalar una representación de algún modo contraria a la
anterior, o compensatoria: el trabajo de los argentinos “gustaba”, era valorado. Esta
imagen es recurrente en los testimonios,3 como prueban las siguientes palabras de
Eduardo Goligorsky:

[E]n Martínez Roca, siempre me preguntaban si conocía algún otro argentino


que pudiera cumplir las funciones que Frers, o que cumplía Abós o que cum-
plía yo mismo, escribiendo, les gustaba […] A todos se les hacía hacer una
prueba. Pero les gustaba, no sé si la agilidad, el ingenio, no sé, y estaban muy
contentos por razones comerciales también (Entrevista personal, Barcelona, 22
octubre de 2010).

3
La figura del argentino “muy preparado” se registra notoriamente en la prensa del período,
así como la idea de que “[a] los profesionales de los países hermanos se los ve más como compe-
tidores que como colaboradores” (De Miguel 1979). Y coincide con la descripción que Donoso
hace de los argentinos en El Jardín de al lado: “Pero pronto llegaron otros exiliados, los variopin-
tos argentinos, ideológicamente contradictorios pero inteligentes y preparadísimos” (1981: 32).
200 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

Horacio Vázquez-Rial reitera esta referencia a la calificación de los argentinos para


las labores editoriales:

En el medio intelectual, la cosa pasaba por una realidad incuestionable: darnos


trabajo era buen negocio porque sabíamos hacerlo mejor que los jugadores loca-
les. Yo mismo no me improvisé como corrector ni como traductor. Había sido
corrector de Clarín, de Paidós, del Diario de Sesiones del Congreso, y traducía
habitual y anónimamente para Editorial Abril. Sabíamos idiomas, cosa para la
que España nunca fue una nación dotada. Y no nos daba miedo intelectual hacer
lo que hacíamos (Comunicación personal, 30 de octubre de 2010).

El testimonio de Vázquez-Rial introduce un tema clave: el de la posesión de cierto


habitus favorable al despliegue de prácticas editoriales, todo ello ligado tanto a la
experiencia profesional en Argentina cuanto al dominio de idiomas, tema que reto-
maremos más adelante. Si bien los ejemplos destinados a ilustrar el sistema de redes
(capítulo 2) ponían en escena casos de traductores improvisados u ocasionales, lo
cierto es que la situación profesional de los traductores argentinos es más compleja.
De hecho, Goligorsky, Vázquez-Rial, Becciú o aun la plana de traductores de Mino-
tauro —Matilde Horne, Carlos Peralta, Francisco Porrúa y Marcial Souto, este último
desde la Argentina— no se ajustan en absoluto a la figura del improvisado en el oficio.
En este sentido, una muestra de la diversidad de trayectorias y grados de profesiona-
lización permitirá revisar algunos de los temas y problemas abordados en este libro
desde la perspectiva de los actores.
Antes de recorrer algunos casos significativos por la diversidad de visiones que
presentan, conviene revisar la clasificación generacional y añadir una distinción ligada
a la experiencia previa en traducción: estaban aquellos que se improvisan traducto-
res y aquellos que contaban con experiencia en traducción. A su vez, entre los que
contaban con experiencia previa, es posible distinguir entre traductores ocasionales,
traductores profesionales y traductores literarios que “traducen para sí” (una expe-
riencia posible de la traducción literaria y, sobre todo, poética). Aunque este criterio
tiende a superponerse con el criterio generacional, parece el más adecuado para ana-
lizar el peso real de las trayectorias de aquellos cuyos nombres suelen trascender en
las listas acuñadas en el presente. Dado el perfil de los traductores emigrados, el peso
y desarrollo de esas trayectorias podría evaluarse en función de dos parámetros: uno
cuantitativo, vinculado con la función alimentaria de la práctica, y otro cualitativo,
ligado a su función literaria o aun político-ideológica. Asimismo, debería contarse
con la variable temporal y espacial, pues la evolución de la posición del traductor
en el mundo de la traducción editorial y el tipo de textos y lenguas traducidos en su
práctica registró variaciones vinculadas con el factor tiempo y con el desplazamiento
Alejandrina Falcón 201

de un espacio nacional a otro. Es decir, las trayectorias de los traductores del exilio
deben confrontarse con el caudal y tipo de experiencia profesional previa, el quiebre o
no del recorrido profesional anterior al exilio (censuras, cesantías) o posterior al exilio
(subcalificación, destajismo); con las mejorías o caídas del estatus profesional (si ya era
traductor, un parámetro será la posición de sus lenguas de traducción en el mercado
mundial de la traducción, el prestigio literario de los textos traducidos, la posibilidad
de elegir los materiales, las afinidades temáticas o estéticas con los encargos), y, por
supuesto, con el tiempo que han permanecido en el medio de la traducción editorial,
de la enseñanza o la investigación sobre el tema. Así, entre los traductores de Barce-
lona podrían detectarse dos grandes grupos: los que llegaron en los primeros setenta,
como emigrados por motivos varios, y los que llegaron aproximadamente a partir de
1974, por motivos vinculados con la situación política de la Argentina, sujetos todos
a cuatro situaciones profesionales:
1) Quienes comenzaron su carrera profesional como traductores en Argentina
entre 1940 y 1970, y contaban con numerosas traducciones hechas antes de
salir del país: Eduardo Goligorsky, Carlos Peralta, Francisco Porrúa, Matilde
Horne, Ana Goldar, entre otros.
2) Quienes habían traducido ocasionalmente en Argentina pero se profesionali-
zarían en Barcelona entre 1970 y 1980 —si se considera el caudal de obras tra-
ducidas antes de llegar a España—: Horacio Vázquez-Rial, Susana Constante,
Alberto Cousté, Ana Becciú, Roberto Bein, Celia Fillipetto.
3) Los traductores que comenzaron a traducir en Barcelona, entre fines de los setenta
y los años noventa: Pablo Di Masso, Gerardo Di Masso o Marcelo Cohen, para
los setenta y ochenta; Andrés Ehrenhaus o Nora Catelli, para los noventa.
4) Por último, los monotraductores, como Juan Martini, y los traductores de
libros ocasionales o esporádicos, Rodolfo Vinacua, Carlos Sampayo, Alberto
Szpunberg, entre otros.

3. Trayectorias de traductores, un haz de temas y problemas


Algunos testimonios sostienen que la figura del traductor exiliado se define por un
aprendizaje peculiar: borrar las huellas de la lengua propia; ese extrañamiento forjaría
su identidad y explicaría por qué la historia de la traducción en España no los recuerda.
Esta idea, que no es del todo falsa, tampoco es totalmente cierta. Conviene, para mati-
zarla, oponerle una serie de objeciones. La primera es que la experiencia del “extraña-
miento lingüístico” no comenzó con el exilio ni terminó con él, puesto que los contextos
de aceptación de la variedad rioplatense en la historia de la traducción argentina, y aun
en las escrituras directas (Carricaburo 1999), han variado notablemente con el tiempo.
202 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

La segunda objeción es que esta exclusión no siempre fue vivida como un “aprendizaje”
ni como una pérdida o una ganancia ligada a la condición o identidad de exiliados.
Así como los catálogos de traducciones resultaron fundamentales a la hora de
interpretar las listas de nombres, variar el elenco de los actores generalmente con-
sultados, es decir, ampliar la base testimonial, adquiere relevancia cuando se trata de
evitar el sesgo mitificante de la identidad traductora. La figura del traductor aparece
en muchas entrevistas menos como una identidad clara y distinta que como un haz
de temas y problemas. Hubo, como sostiene Berman (1995: 74-75), tantas posiciones
traductivas como exiliados traductores o, mejor dicho, como exiliados que tradujeron.
En los hechos, casi todos se adecuaron a las normas de los distintos circuitos de circu-
lación de traducciones, que era lo que se requería para introducirse en el oficio y, sobre
todo, para ganarse el pan del exilio. Pero cada cual se posicionó frente a esos hechos, y
al elenco temático que de ellos derivaban, de maneras diversas, conforme a su historia
personal, política, profesional, artística, a sus creencias literarias y lingüísticas, a su
percepción de la cultura de acogida y de la cultura de origen.

3.1. Eduardo Goligorsky, el traductor polemista


La figura de Eduardo Goligorsky está estrechamente vinculada con la traducción
de género policial y con la escritura seudónima en Argentina y en España. En 1952
Goligorsky inicia su carrera como traductor de historietas del King Features Syndicate
—Flash Gordon, Jim de la Jungla, entre otros— y más tarde comienza a traducir para
la mítica colección Rastros, creada por la editorial Acme de Modesto Ederra en 1944.
En la década del sesenta, incursionó en la escritura seudónima de thrillers, práctica al
parecer motivada por un conato de censura cuando trabajaba para Malinca, propiedad
del exiliado catalán Joan Merli. Desde entonces, publicó más de veinte novelas policiales
con distintos seudónimos: Roy Wilson, James Alistair, Dave Target, Mark Pritchart,
Ralph Nichols, Ralph Fletcher, Mitch Collins, Buró Floyd, Dave Merritt y Lee Arriman
(Lafforgue y Rivera 1996: 24). En 1973 dirigió para Granica la colección Los libros
de la calle Morgue, luego llamada Circe, y la colección Ultimátum. En el tránsito de
Buenos Aires a Barcelona, la trayectoria de Goligorsky en el mundo del libro no registra
marcadas discontinuidades, pues mantuvo sus posiciones como director de coleccio-
nes y traductor de literatura popular de masas; siguió escribiendo libros por encargo
con seudónimo, como se ha visto en el capítulo 3. Cultivador de literatura de género
—ciencia ficción4 y terror5—, ensayos políticos y traductor del inglés, Goligorsky no

4
Junto con Alberto Vanasco publicó Memorias del futuro (Minotauro 1966) y Adiós al mañana
(Minotauro 1967), cuentos reunidos en A la sombra de los bárbaros, reeditados por Acervo.
5
En 1978, Bruguera publica su libro Pesadillas, curioso caso de solidaridad editorial y
de restitución del nombre propio de una obra seudónima con motivo del exilio. En efecto,
Alejandrina Falcón 203

parece haberse planteado el problema de la variedad de lengua como tema de reflexión


vinculado con su identidad de expatriado ni como obstáculo para su inserción en el
mercado laboral. De hecho, tanto en su escritura directa como en sus traducciones,
antes y después de salir del país, optó por una escritura sin rasgos regionales marcados:

A diferencia por ejemplo, dicen o es así, que Rodolfo Walsh cuando traducía
ponía “esa piba que vino” o “la mina” o esas cosas, bueno, yo siempre procuré
que las mujeres usaran falda y no pollera: usar una terminología neutra, más
en Argentina. Por ejemplo, Pomaire traducía en Argentina pero se vendía aquí
[España], entonces tenía ya en Argentina que cuidar lo que yo creía que era espa-
ñol. [...] A ver, como ensayista, en Argentina, no: pensaba en argentino. Pero
nunca usé lunfardo, creo que siempre fui bastante neutro en todo, no usaba
ni juegos de palabras. [El tema de la lengua] no es un tema que… o sea: yo fui
siempre, desde ese punto de vista, nulo; más que neutro, nulo (Entrevista personal,
Barcelona, 22 de octubre de 2010).

Su “nulo” apego a la identidad lingüística nativa no fue obstáculo para intervenir


de manera continua y notoria en todos los debates del exilio, en especial con los redac-
tores de Testimonio Latinoamericano.6 Así, a modo de hipótesis, su posición frente a la
lengua podría explicarse atendiendo a sus convicciones europeístas, antinacionalistas y
liberales “a ultranza”, reiteradas en sus posicionamientos públicos, especialmente visi-
bles con motivo del debate sobre Malvinas y sobre la cuestión catalana, como revela su

Pesadillas es un libro de relatos reeditado en Barcelona con el fin de obtener el permiso de tra-
bajo en España como escritor, puesto que “había muchos traductores, entonces daban permiso
de trabajo para gente que hace cosas que aquí no hay. […] La abogada me dijo ‘pídalo como
escritor’, porque en Argentina yo tenía libros publicados y necesitaba un libro aquí también.
Entonces Bruguera me publicó unos cuentos de terror, Pesadillas que había publicado con
seudónimo en Argentina y aquí aparecieron con mi nombre” (Entrevista personal, Barcelona,
22 de octubre de 2010).
6
Golirgorsky intervino en Testimonio Latinoamericano con los artículos “Las ambigüedades
de la eurofobia” (nº 2), “Réplica. Rescatar el pacto económico y social” (nº 5) y en particular
en el debate sobre Malvinas con un artículo titulado “Réplica. Ahorrar sangre de gaucho” (nº
15/16). A su vez, la redacción reseñó Carta abierta de un expatriado a sus compatriotas, una
compilación de ensayos que Goligorsky publicó en Sudamericana (1983). Bajo el título “El
argentino a pesar suyo”, los redactores comentan: “Eduardo Goligorsky reniega de su condi-
ción de argentino […]. Goligorsky no perdona a nadie. Sus propuestas, planteadas desde un
liberalismo a ultranza, articulan un discurso que puede ser útil en el debate actual acerca del
autoritarismo […]. Pero no quisiéramos dejar pasar la oportunidad de insistir en un aspecto
del fenómeno contemporáneo que el individualismo liberal, la visión europea de Goligorsky le
impide apreciar: el imperialismo, el factor de dependencia” (Anónimo 1983: 28).
204 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

polémico libro Por amor a Cataluña: con el nacionalismo en la picota (2002). De hecho,
los ensayos publicados antes, durante y después del exilio, así como la crítica social
plasmada en sus relatos de ficción, configuran un traductor polemista.

3.2. Ana Goldar, de Virgilio a Chester Himes


Diferente fue el recorrido profesional de Ana Goldar como traductora de libros.
En 1974 Goldar era profesora titular de la cátedra de Latín I en la Facultad de Filo-
sofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Tras ser cesanteada bajo la gestión
del interventor de la Universidad de Buenos Aires, Alberto Ottalagano, durante
la cual fueron despedidos miles de profesores universitarios, Goldar sale del país
en 1975 y se instala en España. Elige Barcelona como lugar de residencia porque
allí había una industria editorial importante: previamente, en los sesenta y setenta,
Goldar había traducido para editoriales argentinas y tenía en su haber selectas tra-
ducciones de literatura latina editadas por el Centro Editor de América Latina.
Entre ellas, se destacan sus versiones de Horacio, Virgilio y Petronio, publicadas en
1970 en la colección Capítulo Universal/Biblioteca Básica Universal, dirigida por
Luis Gregrorich con asesoría literaria del eminente crítico y traductor Jaime Rest
(Falcón 2017).7 En Barcelona tradujo sobre todo obras de ficción para varias edito-
riales, entre ellas Noguer, Bruguera, Lumen, Muchnik, Tusquets o Folio Ediciones;
y colaboró como lectora en Bruguera, Península y Taurus. Sus lenguas de traducción
son notoriamente numerosas: francés, inglés, italiano y portugués, además de latín
y griego clásicos; nunca incursionó, sin embargo, en la traducción del catalán. Por
breve tiempo, entre fines de los setenta y los primeros ochenta, Goldar participó de
las actividades gremiales y asociativas que se desarrollaron inicialmente en Madrid.
En este caso, el exilio sí parece haber marcado un quiebre en la trayectoria acadé-
mica y profesional: una posición de máxima jerarquía académica en la Universidad
de Buenos Aires, y un desempeño inicial como traductora de lenguas de máximo
prestigio lingüístico-literario, gira en Barcelona hacia el trabajo editorial precario y
la traducción de literatura popular, como el policial o la ciencia ficción —Goldar
traduce a Hammett, Himes, Ambler, Le Guin, Asimov, aunque por cierto también

7
La participación de Goldar en la escritura de los fascículos dedicados a la literatura latina
revela una “posición traductiva” en que la práctica de la traducción se acompaña de una produc-
ción intelectual propia sobre el tema. Esos fascículos son Los orígenes de la literatura latina: la
comedia, de Alicia Entel, María Elena Sanucci de Ferrero y Ana Goldar; La lírica latina: Catulo
y Horacio, de Lucía Golluscio y Ana Goldar; El apogeo de la prosa latina, de María Elena Sanucci
de Ferrero, Jorge Binaghi, Ana Goldar y Lucía Golluscio; La poesía narrativa: Virgilio, de María
Elena Sanucci de Ferrero, Ana Goldar y Jorge Binaghi, este último también emigrado. Sobre la
colección Capítulo Universal/Biblioteca Básica Universal, véase Falcón (2017).
Alejandrina Falcón 205

tradujo a autores canónicos como Henry James, Joseph Conrad o Leonardo Scias-
cia—. La ruptura de la continuidad profesional en el exilio tiene un curioso corre-
lato en otra discontinuidad, que quiebra la unidad de su producción simbólica en el
tiempo y en el espacio: Ana Goldar dejó de firmar sus obras como tal a fines de los
ochenta. En adelante, Ana Poljak sería el nombre con el cual rubricaría sus traduc-
ciones de Arendt, Lispector, Grimal, Kipling, Dickens, Melville, y aun la reedición
en los años noventa de sus de traducciones de Sciascia, publicadas a fines de 1970
por Bruguera, cuando aún era Ana Goldar.8
En cuanto a la dimensión lingüística, para Goldar el tema de la variedad de
lengua no constituye un problema vinculado con su identidad de exiliada. Con
términos técnicos adecuados a su formación académica, sostiene que al traducir es
“el texto original” el que determina la “selección de léxico adecuada a los tonos de
formulación”. Sí recuerda, por cierto, que los editores no querían americanismos
en las traducciones: “En todas las editoriales alguien, en algún momento, decía que
era necesario no emplear americanismos. Asimismo, en algunas editoriales cuyos
responsables eran argentinos, se exigía que los traductores no empleasen palabras
o expresiones malsonantes o desconocidas para los oídos argentinos” (Comuni-
cación vía mail, marzo de 2012). Ana Goldar nunca realizó seudotraducciones
ni escribió libros por encargo con seudónimo ni desargentinizó traducciones; de
hecho, recuerda haber exigido que se editara con otro nombre alguna traducción
suya desvirtuada por la mano del corrector de estilo de la editorial. Pero Ana Pol-
jak, en los primeros noventa, realizó para Mario Muchnik una traducción indirecta
del inglés de una novela china: Sorgo rojo (Red Sorghum =红高粱家族) de Yan
Mo. La negativa de Goldar a publicar un texto suyo desvirtuado por un tercero y
la paralela aceptación de una traducción indirecta permite abordar un tema recu-
rrente en los testimonios: el umbral de aceptación, entre los argentinos exiliados o
emigrados, de las prácticas editoriales que algunos luego consideraron “espurias”.
Las entrevistas revelaron que la posición de los traductores respecto de esas prácti-
cas no era en absoluto unánime: algunos las rechazan con gran solemnidad, otros
tratan el tema con humor e ironía.

8
Una ruptura cualitativa y cuantitativa en su biografía como traductora, pues la “ilu-
sión biográfica” presupone, según Bourdieu, la existencia de “instituciones de totalización y
unificación del yo”. Una de las más evidentes es el nombre propio, que asegura al individuo
biológico “constancia a través del tiempo” y “unidad a través del espacio” (Bourdieu 1997).
Así, la unidad del nombre propio permite establecer una conexión sincrónica entre la suma
de producciones simbólicas marcadas por una misma firma de autor, y analizar en diacronía
cómo ha incidido esa firma en otras operaciones de marcado paratextual en el mercado en
que ese nombre propio ha circulado.
206 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

3.3. Horacio Vázquez-Rial, un traductor enemigo de los nacionalismos


Una trayectoria que ilumina esta cuestión es la del escritor Horacio Vázquez-
Rial, que llegó a Barcelona en noviembre de 1974. En una estadía anterior en esa
ciudad, en 1970, Vázquez-Rial había tramado las redes de contactos y amistades
literarias —Juan Marsé, Vázquez Montalbán— que luego le facilitarían el acceso
a sus primeros trabajos en el exilio: el de corrector free lance para Seix-Barral y,
después de 1975, el de redactor y colaborador en La Gaya Ciencia, la editorial
creada por Rosa Regás. En 1976, el escritor entra en contacto con la editorial Bru-
guera, para la cual traduce La dalia azul, de Chandler, junto con el crítico uruguayo
Homero Alsina Thevenet, y novelas de ciencia ficción. También traduce para Mar-
tínez Roca y otras editoriales. Vázquez-Rial ya había trabajado en el medio editorial
antes de exiliarse: había sido corrector de Clarín, Paidós y del Diario de Sesiones
del Congreso, así como traductor para Editorial Abril. Para ilustrar su visión de las
prácticas de manipulación de traducción, Vázquez-Rial evocaba su experiencia en
Edhasa, con el editor Francisco “Paco” Porrúa:

Un día apareció en Barcelona el mítico Paco Porrúa, a dirigir Edhasa, que era
la filial de Sudamericana en Barcelona. Me lo presentó Carlos Peralta […].
Empecé a trabajar con él y me propuso una tarea más que curiosa, que reflejaba
el insalvable estado de cosas en el terreno cultural entre Argentina y España.
Así como nosotros traducíamos al español de España, los exiliados españoles
que habían hecho la misma tarea allí (Rosa Chacel, Paco Ayala), se habían
visto obligados a traducir al argentino. Hablo de traducciones clásicas, de las
que ahora recuerdo La peste y El extranjero de Camus, hechas por la Chacel, y
Carlota en Weimar de Mann, hecha por Ayala. Mi tarea consistía en españolizar
las traducciones argentinas de los españoles para el público local. ¡La locura! Y
fijate: un editor y un corrector argentinos, aunque Paco nació en Galicia pero
se fue a los dos años, españolizando las traducciones de españoles hechas allá
(Comunicación personal, 30 de octubre de 2010).

Esta nueva versión de los exilios cruzados no constituye un juicio de valor ni


entraña, para el escritor, lamento alguno. Nacionalizado español, al igual que Goli-
gorsky, y tan “enemigo de los nacionalismos” como aquel, para Vázquez-Rial la varie-
dad de lengua no constituye el “meollo” del exilio:

Yo he escrito mucho como argentino, en argentino, y mucho como español,


en español. Con temas argentinos y temas españoles. […] Pasé de exiliado a
inmigrante, sin dejar nunca de pertenecer a España. No vivo nada de esto como
un conflicto, ni lo viví nunca. Cuando te cuento lo de Edhasa, por ejemplo, te
Alejandrina Falcón 207

cuento un hecho gracioso, no un cuestionamiento de identidad. Tengo auténtica


fobia a los nacionalismos. Soy un individualista radical y rechazo las identidades
colectivas (Comunicación personal, 30 de octubre de 2010).

Este testimonio confirma la relación, percibida ya en el caso de Goligorsky, entre cier-


tas posiciones ideológico-políticas y las creencias lingüísticas de los traductores exiliados.

3.4. Ana María Becciú o la vindicación feminista en traducción


Otro caso significativo es el de Ana María Becciú, poeta y traductora. Becciú se
exilió en Barcelona de 1976 a 1979, año en que fijó residencia en Francia y obtuvo un
puesto como traductora itinerante de las Naciones Unidas, gracias a las mediaciones
de Julio Cortázar. Su trayectoria como traductora en Europa parece ascendente en tér-
minos de prestigio y remuneraciones: comienza traduciendo policiales para Bruguera;
pasa a traducir temáticas afines a sus intereses, como la temática feminista; y final-
mente concursa un puesto de intérprete itinerante de las Naciones Unidas. Sus inicios
en la traducción de libros datan de 1974, en Buenos Aires, cuando Alberto Manguel
le propuso continuar una traducción que él tenía en curso junto con Amalia Castro.
Al llegar a Barcelona, por intermedio de amistades literarias, relaciones personales y
vínculos trabados en reuniones del medio cultural catalán, se generaron los contactos
necesarios para obtener esos primeros trabajos editoriales:9 traducciones del inglés,
luego del francés, e informes de lectura para la editorial Tusquets, Noguer y Bruguera.
Si Ana Goldar representa a la “traductora académica”, Becciú podría encarnar a la “tra-
ductora comprometida”10 y aun a la “traductora feminista”. Su compromiso político

9
Becciú destaca que se movía en un ambiente de intelectuales y artistas, y que su deuda es
con cierta elite de la cultura catalana: “Si yo tengo algo que decir de los catalanes, que el reco-
nocimiento de estos catalanes, este mundo que es el mundo que yo frecuentaba, que es el mundo
literario artístico, editorial, intelectual, me dieron la oportunidad de hacer lo que yo quería, lo
que yo ambicionaba hacer, me dieron trabajo, y, ¿cómo decirte? Respetaban el trabajo, escucha-
ban” (Entrevista personal, Gerona, marzo de 2012).
10
La traductora explicita: “Éramos gente muy preocupada por la política” y el traducir
no quedó fuera de esa preocupación: por ejemplo, su traducción de Un hombre que sobra de
Claude Lefort, hecha en 1979 para Tusquets Editores, le habría permitido pensar la situación
política en Argentina: “Todo lo que había ocurrido durante el nazismo —y en ese momento
particularmente— era algo que me concernía particularmente porque a diferencia de los que
se habían quedado en la Argentina nosotros sí sabíamos lo que estaba pasando en Argentina.
La gente allá no lo sabía o fingía no saberlo; entonces ese libro que describía perfectamente lo
que era el estado totalitario en Argentina […]. En ese libro se describe el nazismo pero ade-
más se describen los crímenes de Stalin, es decir que describe el estado totalitario” (Entrevista
personal, Gerona, marzo de 2012).
208 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

y de género se manifiesta con claridad en los títulos de las traducciones que realizó:
numerosos ensayos feministas, temática clave en el período de la transición, y artículos
para la combativa revista Vindicación feminista.11 Pero fue su traducción y prólogo del
escandalosísimo Scum: manifiesto de la Organización para el Exterminio del Hombre,
de Valérie Solana, aquello que le dio cierta visibilidad como traductora12 y le valió la
crítica del cronista de la transición, Paco Umbral.13
Como poeta y traductora, Becciú sostiene haber hecho de la traducción una
labor literaria e intelectual —siempre vinculada con sus propios compromisos
ideológicos, más allá de los fines económicos—. Defensora de la función literaria
de la traducción, rechaza las prácticas de manipulación al uso en el período de su
estancia en Barcelona:

11
Becciú participa sobre todo en los primeros años la revista: “Carmen Alcalde, sentada
a esa mesa, me cuenta que estaban por crear una revista feminista, la primera revista femi-
nista de España, que si quiero yo formar parte del grupo para ocuparme de todo lo que es
lenguas extranjeras, escritos en otros idiomas, traducir y escribir notas sobre… porque yo
sabía mucho de feminismo norteamericano, leía escritoras de los años sesenta, setenta; yo las
leía en inglés y había tenido acceso a eso. Se formó la revista que se llamó con un título tre-
mebundo Vindicación feminista, que dio miedo a mucha gente, y ahí nos lanzamos […]. Yo
presenté allí un libro con Sylvia Plath, Kate Millet, teórica del feminismo, Anne Sexton, una
cantidad de poetas, Adrienne Rich, un montón de poetas de esa época” (Entrevista personal,
Gerona, marzo de 2012).
12
Recuerda Becciú que “la revista Interviú, sacó un artículo tremebundo sobre el libro,
aterrador, bien sensacionalista, ¡con fotos mías! Una de ellas decía debajo: ‘lo hice por
dinero’. Estábamos en ese nivel. Yo no podía creerlo, me acuerdo que… escandaloso, es
decir, tratando de decir ‘yo soy la traductora’. Ellos pusieron ‘lo hice por dinero’, segura-
mente les debo haber dicho: ‘es mi trabajo, yo vivo de mi trabajo, ¿no? Lo hice porque es
mi trabajo hacerlo’. […] Al prólogo ni lo leyeron, porque si lo hubieran leído, hubieran
entendido algo, describía lo que era el libro, pero al mismo tiempo daba el sustento ideo-
lógico de ese libro, no era simplemente un burdo ataque para castrar a todos los hombres
del mundo, no: era un libro que precisamente en la tónica anarquista y antifascista de la
década del sesenta, del setenta, de una mujer que se había peleado a muerte con un tipo
como Warhol […] y terminó en la cárcel; y terminó siendo ‘la mujer que disparó contra
Andy Warhol’” (Entrevista personal, Gerona, marzo de 2012).
13
En “Dulce Valérie”, Umbral citaba irónicamente el prólogo de la traductora: “Y dice
Ana Becciú, amor, sobre este Manifiesto: ‘La metáfora, fundada en los términos del horror,
del grito general alojado en la garganta de la humanidad’. ¿En la garganta? Más bien en la
vagina, Ana, amor. Y Vivían Gornik, amor, dice en una Introducción: ‘El Manifiesto de
Valérie Solanas es la voz de alguien que nunca más podrá satisfacerse con otra cosa que no sea
sangre’. Estas son las feministas, desocupado lector, estas son las jeunnes [sic] feuilles [sic] en
fleur con las que nos ha tocado dialogar” (Umbral 1977a).
Alejandrina Falcón 209

Una vez cuando me llamaron [de Bruguera], me dijeron que tenían otros trabajos
para darme, además de las novelas policiales, que podía ser interesante, y creo
que fue el propio Martini el que me dijo “está bien, apúntate a esto, porque aquí
hay mucho trabajo con esto, sería genial que pudieras hacerlo”: eran correccio-
nes. Cuando me dijeron qué era, les dije que no. Era españolizar traducciones
argentinas. Yo me acuerdo que le dije a Martini: “¿pero vos estás loco? Vos creés
que yo voy a españolizar a Aurora Bernárdez, pero ni loca”. Seguramente alguien
la españolizó, seguro, pero no fui yo. En todo caso me negué y a partir de ahí
me empezaron a llamar menos hasta decir que me dejaron de llamar (Entrevista
personal, Gerona, 2012).

Como en los casos anteriores, su perspectiva sobre la lengua de traducción y sobre


las manipulaciones de traducciones argentinas se vincula con su peculiar posición
escrituraria, literaria e ideológica. Reconstruida desde el presente, esta “posición tra-
ductiva” parece teñida por los vínculos personales, tramados en un período posterior
al de su estadía en Barcelona, con Aurora Bernárdez y Julio Cortázar. Becciú sitúa,
sin embargo, su “conciencia de traducción” como una reflexión independiente de la
práctica profesional, anterior aun y derivada de un vínculo entre lectura, escritura y
traducción poética caracterizado como “indisociable”:

Porque yo empecé desde muy temprano a traducir poesía, para mí. Cuando
empecé la facultad de Letras, traducía poetas griegos, para entenderlos; traduje
poesía italiana, para entenderla, porque yo no sabía italiano; traducía poetas nor-
teamericanos y norteamericanas, para leerlos mejor; sabía mejor inglés y podía
traducir del inglés. Entonces siempre, para mí, fue la práctica de la traducción…
estaba ligada al quehacer de la poesía. La lectura y el quehacer de la poesía. Los
maestros eran Alberto Girri y ese tipo de gente, y ese tipo de gente siempre tra-
ducía. Entonces nuestros modelos eran… nosotros no podíamos concebir llevar
una actividad como poetas si no hacíamos traducción de autores (Entrevista per-
sonal, Gerona, marzo de 2012).

3.5. Andrés Ehrenhaus, de ghost translator a gremialista


Una trayectoria por demás diferente a la de Goldar y Becciú es la del narrador
Andrés Ehrenhaus, estrechamente ligada en sus inicios a la figura de Marcelo Cohen.
Se trata de un perfil de traductor exiliado más cercano al descrito por Alberto Szpun-
berg o Juan Martini: un traductor improvisado que “se anima” frente a un editor
solidario que “se arriesga”. Este rasgo azaroso y no vocacional en sus principios marcó
los inicios de la trayectoria de este escritor, traductor y gremialista. Así describe sus
inicios en la práctica, tardíos respecto de los casos antes expuestos:
210 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

Cuando llegué aquí [Barcelona] hice de todo, bueno, estudiaba y mil cosas.
Muchos de nosotros nos metimos a dar clases de idioma. El idioma que domi-
nábamos. La mayoría de inglés, francés. Algunos que ya tenían un poquito
más de carrera hecha en ese ámbito, empezaron a traducir, por ejemplo Mar-
celo, Marcelo Cohen. Pero había otros, sobre todo alrededor de Minotauro.
Gente que había venido de Argentina con una relación ya de traductores con
Paco, por ejemplo Marcial Souto. […]. Yo empecé a traducir como negro para
Marcelo. Precisamente creo que lo primero que hice fueron unos cuentos de
Scott Fitzgerald para Bruguera. Dos o tres cuentos los traduje yo, como negro.
Marcelo me lo propuso y yo estaba dando clases con él en un lugar […] y me
dijo por qué no me ponía a traducir. […] Entonces él me introducía en alguna
otra editorial explicando un poco esto: que yo ya había trabajado con él y que
él podía dar garantías de mi capacidad como traductor (Andrés Ehrenhaus.
Entrevista personal, Barcelona, octubre de 2010).

Ehrenhaus deja constancia de una modalidad de la “traducción solidaria” entre tra-


ductores: el ghost translator o negro. Esta práctica, habitual en el oficio, es importante
porque reintroduce el problema de la atribución de traducciones y pone en primer plano
el complejo funcionamiento de la autoría en traducción. Los cuentos de Scott Fitzgerald
que, como ghost translator, tradujo se publicaron en El precio era alto, obra compilada en
dos tomos y prologada para Bruguera por Marcelo Cohen en 1982.
A partir de esa primera y secreta colaboración, Ehrenhaus comienza a traducir
para Minotauro, luego para Península, una editorial del grupo del El Viejo Topo,
donde también trabajaba Cohen. Paralelamente incursionó en la traducción técnica
a través de empresas de servicios editoriales. Una de las peculiaridades del recorrido
profesional de Ehrenhaus es que su prolongada actividad gremial lo llevó a integrar la
junta directiva y a ocupar la vicepresidencia de la Sección de Traductores de la Aso-
ciación Colegial de Escritores de España (ACE Traductores) entre 2006 y 2010, en
el mismo período en que Mario Merlino fue su presidente. Ehrenhaus ha publicado
entre 2011 y 2012 dos ensayos en los que evoca de su labor como adaptador de tra-
ducciones argentinas al español peninsular en la década del noventa, dando cuenta así
de la vigencia de esta práctica en las editoriales peninsulares.

4. Lenguas de trabajo y formación profesional


La relación con las lenguas de traducción y la enseñanza de la traducción consti-
tuye un elemento clave en la caracterización del perfil de los traductores argentinos
exiliados o emigrados en Barcelona. En casi todos los casos mencionados tratamos
con traductores autodidactas. Un caso excepcional es el de Celia Filipetto. Traductora
Alejandrina Falcón 211

titulada, docente de traducción y allegada a las instituciones gremiales de Barcelona,


su trayectoria en el campo de la traducción indicaría que se trata de nuestra primera
y casi única figura de “traductora-traductora”.14 Un rasgo que también distingue su
recorrido es que incursionó en la traducción del catalán, para cuyo desempeño oficial
obtuvo un título de intérprete jurado de catalán otorgado por el Ministerio de Asun-
tos Exteriores de España en 1991.
Contrariamente a lo que podría esperarse, no fueron muchos los argentinos resi-
dentes en Barcelona que tradujeron asiduamente del catalán, y por lo general comen-
zaron a hacerlo con asiduidad en los años noventa: Filipetto, Marcelo Cohen, Gerardo
y Pablo Di Masso atestiguan traducciones periodísticas y literarias desde esa lengua.
Pese al gran número de “figuras de la cultura latinoamericana” establecidas en Cata-
luña, la interacción con lo catalán no retuvo la atención de los estudiosos del exilio
literario. Si bien este tema no puede ser desarrollado cabalmente en estas páginas, es
pertinente señalar que la interacción con la lengua y la cultura propia de Cataluña
tuvo una manifestación literaria tan destacable como olvidada: el primer traductor al
castellano del hoy célebre escritor catalán Quim Monzó fue nada menos que Marcelo
Cohen, un traductor de la periferia traduciendo a un escritor periférico. En 1981 Ana-
grama publica su primera traducción de Monzó: Melocotón de manzana, una compila-
ción de los dos primeros libros de relatos del autor; luego vendrían otras traducciones
de Monzó y Sergi Pàmies (Herralde 2007: 25-26).
Por cierto, las lenguas de traducción predominantes fueron el inglés y el francés,
en primer lugar; el italiano, el alemán y el portugués, luego. Por lo general, conoci-
mientos previos de idiomas estuvieron en el origen de las trayectorias traductoras.

14
En 1973, Filipetto se recibe de traductora pública en idioma inglés en la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la UBA; entre 1974 y 1978 se desempeña como Ayudante
de Primera de la asignatura Lengua Inglesa II, en la carrera de Traductores Públicos de esa
facultad. Antes de emigrar, ya se dedicaba a la traducción de manera profesional, y tenía en su
haber traducciones juradas y no juradas del y al inglés; y traducciones no juradas del italiano.
Al llegar a Barcelona, en 1979, fue secretaria bilingüe en diversas empresas. Y se inició en
el campo editorial gracias a Rafael Andreu, encargado de edición de Martínez Roca, que le
tomó una primera prueba de traducción: “Tenía experiencia profesional —relata Filipetto—
como traductora jurídica y jurada. Lo poco que había hecho de traducción literaria eran las
prácticas de la facultad. Me faltaba mucho oficio. La prueba que hice no me salió demasiado
bien, pero Andreu consideró que mi nivel de inglés era bueno, que redactaba aceptablemente
bien en castellano y me ofreció mi primer libro, un texto de divulgación” (entrevista en
línea, 12.04.2008). En esos primeros años, Filipetto colaboró para Martínez Roca, Granica
y Forum, donde tradujo primero libros de autoayuda y divulgación científica, y más tarde
novelas, ensayos y cómics. Nunca realizó trabajos de escritura por encargo ni seudotraduccio-
nes, pese a su cercanía con la editorial Martínez Roca.
212 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

El autodidactismo marcará la posición, sostenida en el tiempo, de los traductores


respecto de la enseñanza de traducción, en la que sin embargo muchos acabaron
incursionando. Por ejemplo, respecto del proceso de institucionalización del campo
de la traducción y el debate por la colegiatura, analizado en el capítulo 5, los tra-
ductores argentinos residentes defendieron la posición autodidacta, que signa sus
propias trayectorias. Los traductores más visibles consideran que la traducción es
una profesión que se aprende “mejor en la calle” (Ehrenhaus 2011: 194-195). Sin
embargo, dado el perfil sociocultural de los exiliados, puede afirmarse que “la calle”
es el capital cultural disponible y el capital social adquirido gracias a las redes de
contactos creadas en el medio cultural receptor. El dominio de idiomas, el nivel
de formación escolar, las destrezas retóricas y escriturarias, la flexibilidad lingüística
para adecuarse a la norma foránea o “neutra”, todos ellos fueron factores decisivos
a la hora de ingresar en la práctica sin la intervención de la “academia”. La figura
del autodidacta en traducción no presupone una carencia de formación sino, por
el contrario, un voluminoso capital cultural y una biografía a su favor: colegios
bilingües, academias de idiomas, hogares bilingües o plurilingües en “lenguas litera-
rias”, como el francés, el inglés o el alemán. En este sentido, se interrogaba Ricardo
Pochtar en un texto previsiblemente titulado “La traición del traductor”:

¿Cómo se aprende a traducir? La existencia secular de unas instituciones


llamadas “escuela de traducción” no indica necesariamente que la respuesta
a esa pregunta sea algo fácil, o adquirido. La organización burocrática del
saber, de su enseñanza, suele crear no pocos equívocos. ¿Cómo se entiende
el aprendizaje de la traducción? Hay aprendizaje del o los idiomas desde los
que se acabará traduciendo y se supone que ha habido también aprendizaje
del idioma propio, que suele ser al que se traduce lo que ya estaba escrito en
esos idiomas aprendidos. Por supuesto, hay otras situaciones —bilingüismo,
“polilingüismo”— en que no se da esta secuencia: el aprendizaje es simultá-
neo y, sobre todo, espontáneo (Pochtar 2009).

De esta cita se desprende que la traducción presupone una serie de aprendiza-


jes y conocimientos incorporados, es decir, un capital cultural acumulado que no
se adquiere literalmente “en la calle” y que constituye la condición de posibilidad
para iniciarse en la práctica prescindiendo de la “organización burocrática” del saber.
En síntesis, el traductor argentino en España es producto de la convergencia de dos
factores. Un capital cultural previo, inherente a la identidad social de origen pero
disponible en las nuevas circunstancias vitales, viene a confluir con el marco institu-
cional adecuado para activarlo y rentabilizarlo: las empresas editoriales de la industria
española necesitadas de mano de obra calificada y disponible a un mismo tiempo.
Alejandrina Falcón 213

5. Aprendizajes del exilio: traductólogos e historiadores de la traducción


Los argentinos en España no solo tradujeron, corrigieron y “desargentinizaron”
traducciones argentinas para sobrevivir; no solo escribieron críticas de traducciones,
ensayos sobre traducción; no solo participaron, integraron o aun presidieron asocia-
ciones de traductores; sino que a medida que estudiaban, se formaban y devenían
los intelectuales y expertos que llegaron a ser, algunos también se interesaron por
lo que hoy llamamos estudios de traducción o traductología, y por la historia de la
traducción hispanoamericana. Roberto Bein,15 Nora Catelli y Ana María Gargatagli
constituyen los casos más notorios de esta proyección en el tiempo de lo adquirido en
la escena de traducción exiliar.
Tras desempeñarse como traductor del alemán en diversas editoriales catalanas y
llevar adelante estudios de posgrado en interpretación, Roberto Bein, sociolingüista
hoy especializado en políticas lingüísticas, al regresar a Buenos Aires introdujo la
teoría de la traducción en los programas de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires e inauguró en 1998 la cátedra de traductología en el
Instituto Superior de Enseñanza en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”. Por su
parte, Ana María Gargatagli y Nora Catelli se volcaron al estudio de la historia de la
traducción en Hispanoamericana. Como ya se ha mencionado, en 1998 publicaron
en colaboración una voluminosa antología comentada de textos españoles e hispa-
noamericanos sobre traducción: El tabaco que fumaba Plinio. Escenas de la traduc-
ción en España y América: relatos, leyes y reflexiones sobre los otros, libro de mención
obligada en los estados de la cuestión sobre historia e historiografía de la traducción
en el área hispanoamericana.
Ahora bien, en el marco del auge de la traducción como tema y problema en la
agenda cultural y académica, en 2012 se publicó una compilación de ensayos cuyo
propósito era describir el estado actual del campo de las traducciones a escala regional:
La traducción literaria en América Latina (Adamo 2012). En ese libro figuran dos ensa-
yos de argentinos exiliados en Barcelona en los años setenta: “Traducción argentina en
España. Hacia una poética de la experiencia”, de Andrés Ehrenhaus, y “Escenas de la
traducción en la Argentina”, de Ana María Gargatagli. El enorme interés del ensayo
de Gargatagli radica en que pone en perspectiva histórica la escena de traducción en el

15
Figura de “traductor-traductólogo” por excelencia, en Barcelona Roberto Bein se des-
empeñó como traductor de alemán para diversas editoriales españolas (véase Anexo 1). En la
Escola D’estiu de Rosa Sensat, renovador emprendimiento pedagógico catalán nacido en 1965
y denominado como tal a partir de 1980, siguió cursos de didáctica de la lengua y la litera-
tura catalana; en los ochenta cursó el interpretariado de alemán, por entonces posgrado del
Traductorado de la Universidad Autónoma de Barcelona. Al regresar al país, se familiarizó con
la teoría y la historia de la traducción (Entrevista personal, diciembre 2001).
214 Testimonios del presente. El traductor exiliado como figura plural

exilio. Nos detendremos, por tanto, en este texto pues articula su posición de experta
en el campo de la historia de la traducción con elementos testimoniales.
El panorama histórico que diseña Gargatagli en este ensayo se funda en una pre-
misa: “Se dice que las traducciones de Sur fueron las mejores. Lo sorprendente no es
la calidad. Lo definitivo es que se trata, en cierta manera, de las primeras traducciones
argentinas” (2012: 25). Exceptuando las traducciones de “autor”, dice Gargatagli, “el
uso de un idioma impersonal para traducir, diferente de la escritura literaria o de los
usos coloquiales, implicó la posibilidad de que ser hondamente otro fuera el resultado
de un intenso trabajo sobre la lengua que sigue siendo hasta ahora la función de la
traducción argentina” (2012: 36). La calidad de las traducciones argentinas de los
años treinta habría revelado que traducir producía efectos literarios: “La generaliza-
ción de estos procedimientos en las editoriales nacionales, numerosísimas a partir de
los años 30, terminó por definir un método de traducción que fue la práctica habitual
de una extensísima lista de profesionales, entre ellos casi todos los escritores argen-
tinos” (2012: 36). Así, el carácter nacional de las traducciones de la Editorial Sur se
fundaría en dos variables interrelacionadas: la lengua desnacionalizada –signo de aper-
tura a lo extranjero, de cosmopolitismo– y la consecuente “calidad” derivada de este
método, bien “argentino” sin ser etnocéntrico. La marca de identidad nacional sería
un “método” que hace de toda traducción, mediante sutiles estrategias de fluidez, una
obra literaria nacional y abierta a lo extranjero a un mismo tiempo; más aun, nacional
porque abierta a lo extranjero. La esencialización de la tradición de traducción (Ber-
man 1989: 679) argentina como cosmopolita, abierta a lo otro, no nacionalista ni
etnocéntrica se construye, por un lado, considerando un solo período de esa tradición
y, por otro, contra el centralismo peninsular, adaptador, etnocéntrico y, por tanto,
provinciano —lo que Amado Alonso, siguiendo a Saussure, llamaba “espíritu de cam-
panario”—. Se trata de un argumento de larga tradición en los debates culturales entre
argentinos y españoles, que no puede ocultar su sesgo polémico antes que descriptivo.
Y este sesgo quizá proceda del carácter veladamente testimonial del ensayo: Gargata-
gli señala como momento de quiebre de esta tradición-de-traducción argentina las
manipulaciones que esas mismas traducciones sufrieron en España, a partir de 1976,
cuando “las traducciones nacionales pasaron a ser un inmenso borrador que podía
corregirse, plagiarse, editarse, peninsularizarse y enviarse otra vez a la Argentina […]
o cuando correctores españoles siguieron desargentinizando versiones argentinas que
se vendían después en la Argentina” (2012: 33). Desde la perspectiva de Gargatagli
la escena de traducción en el exilio, descrita en este libro, no constituiría sino un
momento negativo del virtuoso método que signaría la historia de las traducciones
y los traductores argentinos. Esta reflexión interesa no solo porque sienta la posición
reprobatoria de Gargatagli frente a las prácticas consideradas “non sanctas” —en la
línea de Ana Goldar y Ana María Becciú—, sino porque el ensayo autobiográfico de
Alejandrina Falcón 215

su connacional, Andrés Ehrenhaus, publicado en esa misma compilación, revela un


dato de algún modo censurado: no solo los editores y correctores españoles “desargen-
tinizaron” aviesamente traducciones argentinas, sino que muchos argentinos, como
Ehrenhaus, hicieron de esa labor su pan del exilio.
El riesgo de censurar la autoría argentina de las prácticas “non sanctas” vuelve a
asomar en las páginas del ensayo de Gargatagli cuando, procurando mostrar la buena
salud de las pequeñas editoriales porteñas que hoy día publican narrativa en traduc-
ción, pone por ejemplo, “y entre muchísimos, las traducciones recientes de Eterna
Cadencia: Cuentos siniestros de Kobo Abe (Ryukichi Terao), Estuve en Lisboa y me
acordé de ti, de Luis Ruffato (Mario Cámara), El precio era alto de Francis Scott Fitz-
gerald (Marcelo Cohen)” (2012: 47). Así, irrumpe, como retorno de lo reprimido,
el ensayo de Ehrenhaus en el texto de Gargatagli: su lapsus introduce la dimensión
histórica borrada. Pues El precio era alto de Fitzgerald no prueba la buena de salud de
las editoriales porteñas actuales, sino la tenacidad de las prácticas de reedición y rota-
ción internacional de los catálogos en un mundo editorial globalizado. Editada por
Bruguera, traducida y prologada en 1982 por un joven Marcelo Cohen, con ayuda de
su aún más joven ghost translator Andrés Ehrenhaus, la mención de esta novela ilustra
cuando menos dos de las problemáticas centrales en este libro.
La primera, de orden metodológico, es el escaso poder explicativo de las listas
de nombres y obras para dar cuenta de las prácticas editoriales y su devenir his-
tórico. Un análisis descriptivo de esas prácticas permite, por el contrario, cuando
menos restituir para una historia de la cultura las huellas borradas de los produc-
tores de libros y sus condiciones de trabajo editorial en el exilio. Las manipulacio-
nes, las traducciones indirectas “camufladas”, las seudotraducciones y la práctica
del ghost translator son los reductos de una presencia silenciada, que hoy retorna
en el testimonio de sus ejecutantes.
La segunda cuestión que este lapsus exhibe es, inversamente, el modo como el
nombre propio oculta y revela a un mismo tiempo la dimensión procesual de toda
trayectoria. Como señalamos para el caso de Ana Goldar/Poljak, el nombre propio
o marca de autor “Marcelo Cohen” es aquello que permite establecer una conexión
sincrónica entre la suma de producciones simbólicas marcadas por su firma: en el pre-
sente sus novelas, cuentos, ensayos e innúmeras traducciones se interlegitiman en los
paratextos y bio-bliografías. Es claro que hoy la consignación en el paratexto de una
traducción de la marca “Marcelo Cohen” es garantía de prestigio y buenas ventas; pero
en el pasado ese nombre estaba en construcción, como lo estaba no solo su propia
trayectoria sino el valor mismo del nombre del traductor en la cultura impresa hispa-
noamericana. Todo ello debe tenerse en cuenta a la hora de reconstruir el entramado
colectivo en que nombres propios y prácticas del exilio se fueron encumbrando, en
ciertos casos, y olvidando en otros.
Conclusiones

En este libro intentamos responder a una serie de preguntas referidas al exilio y


sus representaciones en el campo de la literatura y la traducción. Algunas de esas pre-
guntas preceden la construcción de nuestro objeto de estudio y, por tanto, están en
el origen de la investigación; otras se impusieron al detectar, en testimonios, ensayos
y ficciones, la recurrencia de temas y problemas que no habían sido suficientemente
tratados o bien solían explicarse con argumentos que no nos satisfacían; no pocas, por
último, son preguntas formuladas por otros investigadores, hipótesis o interrogantes
que hicimos propios y desplegamos como tales.
Al reconstruir la tópica exiliar en España a partir de la multiplicidad de discursos
que la componen —el polémico, el traductor, el periodístico o el de las reconstruc-
ciones retrospectivas de los “testimonios del presente”—, pudimos observar la circu-
lación, reproducción y transformación de dos ideologemas: en primer lugar, el lugar
común discursivo que instaura la metáfora del “exilio en la lengua” y la del “exilio
como traducción”; en segundo lugar, la figura de los exilios cruzados, es decir, aquella
representación colectiva que interroga la relación existente entre el exilio argentino
en España y el exilio republicano español en América. Ambos están estrechamente
vinculados, y aquí haremos un último despliegue analítico para mostrar de qué modo
en su articulación originan las dos grandes tramas que recorren este trabajo.

1. “El exilio en la lengua”: más allá de la metáfora y la despolitización


El abordaje inicial del ideologema “el escritor es siempre un exiliado (en la len-
gua)” y sus variaciones, registrado como categoría nativa y como marco explicativo,
condujo al planteo de una primera pregunta: ¿cómo abordar el tema del exilio lite-
rario sin concentrarnos en figuras de escritores de renombre ni recurrir a los lugares
comunes que contribuyen al silenciamiento de su dimensión colectiva y traumática?
Es decir, ¿cómo demostrar, desde el interior de una disciplina que tuviera a la lite-
ratura como objeto, que el exilio no solo es mero asunto de notabilidades? Ese fue
nuestro punto de partida y la condición de posibilidad de la construcción de una
escena de traducción en el exilio.
En el primer capítulo, establecimos un contrapunto teórico entre dos ramas fun-
damentales de la investigación sobre el exilio. Por un lado, los estudiosos de la litera-
tura argentina que sostenían la tesis de la consustancialidad entre literatura y exilio.
Por otro, los historiadores del exilio político, que suelen ver en las representaciones
218 Conclusiones

metaforizantes el mero correlato de un proceso de despolitización. Ese contrapunto


esquemático entre estudios literarios y perspectiva historiográfica tuvo por finalidad
demostrar la potencialidad explicativa de los estudios de traducción, en particular
de sus paradigmas sociohistóricos y sociocríticos. El recurso a la noción de importa-
dores literarios y a la de biografía colectiva permitió articular ambas posiciones pues
contribuyó a reponer aspectos sociales y aun políticos inscriptos en el ejercicio de la
actividad literaria y editorial en el exilio, e incluir a numerosos actores relegados, rara
vez mencionados y en muchos casos condenados a la doble no pertenencia literaria
nacional, dado que la gran mayoría de los traductores, seudotraductores y aun editores
mencionados aquí son o fueron también escritores, ensayistas y poetas.
La primera conclusión es, por tanto, de orden metodológico o aun teórico: es
posible pensar la dimensión colectiva de la “literatura del exilio” indagando prácticas
literarias consideradas menores y reconstruyendo los derroteros profesionales de esos
operarios de la importación literaria en España que fueron los traductores y escritores
por encargo del exilio argentino. La posibilidad de escribir sobre el exilio literario por
fuera del contrapunto “representaciones metafóricas vs. despolitización” deriva así de
la ampliación del abanico de actores y de la indagación de otras prácticas pasibles de
integrar un objeto de estudio literario.
En el primer capítulo, tras proponer una relectura de los debates sobre el exilio, se
mostró la existencia de dos tradiciones discursivas diferenciadas que permitían afirmar
que la integración de la metáfora como categoría de análisis y la tesis de la consustan-
cialidad consecuente no era la única entrada posible al tema. Así pues, para ampliar
el objeto intentamos instalar una pregunta allí donde se afirmaba un estado de cosas:
¿cuál era el contenido cultural de las representaciones metafóricas? ¿Qué dicen las
metáforas del exilio ontológico, concebidas como representaciones nativas, de su hori-
zonte de producción, es decir, de la experiencia vital, profesional, de las prácticas
privadas y públicas, de sus enunciadores? Este libro muestra que las metáforas del
exilio pueden leerse como efectos discursivos de las prácticas escriturarias y editoriales
desarrolladas por escritores, traductores y otros agentes culturales en el marco de su
inserción en el campo editorial catalán entre los años 1974 y 1983.
Tras describir el contexto de inserción profesional de los exiliados y el estado del
campo editorial del período, abordamos las traducciones y otras formas de escrituras
por encargo desde la perspectiva de las normas que determinaron su modalidad de
inscripción en la cultura española de la transición. El análisis de las seudotraducciones
de Martínez Roca y de las traducciones de la Serie Novela Negra de Bruguera mostró
que esas normas podían leerse en las huellas materiales que dejaron las prácticas en los
soportes impresos que llegaron hasta nosotros, en el presente. El borrado de las marcas
lingüísticas que denunciaban la presencia de argentinos en el mundo editorial de la
época es resultado de prácticas institucionalizadas y normadas (las pautas editoriales
Alejandrina Falcón 219

que proscriben argentinismos y catalanismos son su concreción institucional), y obe-


dece por tanto a representaciones de la identidad social de los importadores argentinos
en el mercado de trabajo español, pues pone en escena aquello que la traducción viene
a mostrar de manera ejemplar: la desigualdad de las lenguas y de los grupos humanos
que las hablan, conforme a la postulación de Casanova. Concluimos entonces que el
sostenido borrado de la variedad de lengua americana en traducciones reeditadas y
ad hoc, la eliminación de todo rastro de una identidad regional foránea, es indicio de
la posición dominada de los exiliados en el campo editorial y la vez paradójico signo
de una presencia numérica contundente en ese mercado; el exilio latinoamericano se
hacía sentir en las dos grandes capitales de la edición por partida doble: en la presencia
física de los agentes emigrados y en la reedición de materiales procedentes de la cultura
de esos emigrados. La crítica de traducciones permitió acceder a ciertas representacio-
nes de esa doble presencia, a través de la valoración de la variedad de lengua.
El evento “Los pelos en la lengua”, organizado por el consulado argentino de
Barcelona en 1995, permitió observar que la reducción del exilio al tema de la
lengua y a la problemática editorial fue contemporánea del proceso de “despoliti-
zación” o descontextualización del exilio de la historia de la dictadura, observado
por Silvina Jensen. Sin embargo, aunque la situación descrita en ese evento podría
inducir a caracterizar nuestra escena de traducción con la fórmula de José Luis
Abellán, según la cual la despolitización del exilio era consecuencia de la profesio-
nalización de los exiliados (1998: 37), lo cierto es que la oposición despolitización
vs. profesionalización no basta para describir la complejidad de lo real ni el sentido
político que ciertas prácticas editoriales adquirían en un contexto a priori signado
por las causas eminentemente políticas de la presencia argentina en España. Es
decir, la “profesionalización” puso a los exiliados argentinos en contacto con otras
zonas de la política y otras formas de intervención pública, además de aquella
que se vinculaba con la realidad nacional propia. Vislumbramos tres modos de
intervención a través de la traducción y la importación de literatura que permiten
revisar la aplicabilidad de la tesis de Abellán al caso argentino.
En primer lugar, en el contexto español de los debates sobre el multilingüismo,
cuestionar las ideologías y las políticas lingüísticas dominantes respecto del estatuto
del castellano en y fuera de España entrañaba un claro gesto político. Las prácticas que
ponían en evidencia la diferencia lingüística (las traducciones, las seudotraducciones)
y los discursos que venían a expresar esa diferencia (la crítica de traducciones) esta-
ban en relación con la agenda española en materia de políticas lingüísticas: el debate
sobre el problema lingüístico iba mucho más allá de cuestiones meramente textuales,
pues este período estuvo signado, en su primera fase, por el debate político sobre el
multilingüismo peninsular y, en su segunda fase, por la ideología lingüística del pan-
hispanismo, fundada en el ideologema el “español como lengua común”, orientada a
220 Conclusiones

la captación de los mercados de lectura americanos por la cual España se volvía hacia
América Latina a fin de instalar sus industrias culturales y dominar las políticas de
edición, de traducción, de circulación internacional de las ideas y los textos.
En segundo lugar, los prólogos de Juan Martini a los cincuenta primeros núme-
ros de la Serie Novela Negra muestran que la operación de importación de género
negro tuvo un sentido político. Más allá de su función literaria o estética, o aun de
mero entretenimiento, la función asignada al género negro es también política: ser
testimonio de la violencia “criminal del mundo en que vivimos y de desentrañar
los motivos y los significados profundos, sociales, de esa violencia” (1977: 5. nº 6).
En una colección poblada de rioplatenses emigrados y exiliados, el género negro se
torna cifra de una época y portador de una denuncia, que ingresaba a la Argentina a
través de esos prólogos y esas traducciones que las filiales distribuidoras de Bruguera
ponían a circular por América Latina. La hipótesis según la cual la intervención
editorial de los exiliados tuvo un signo político, o cuando menos constituyó una
reflexión sobre la violencia política por otros medios, adquiere contundencia inédita
en algunas de las casi doscientas novelas populares de bolsillo escritas por Pablo Di
Masso y firmadas por Rocco Sarto.
En tercer lugar, a través de la traducción y la importación literaria, los argentinos
trabajaron para el proceso de modernización sociocultural de la España posfranquista,
no solo aportando mano de obra calificada sino teniendo una participación activa en
la renovación cultural: fueron críticos literarios en las revistas culturales y políticas más
importantes, aportaron sus saberes lingüísticos y técnicos al mundo de la edición para
la difusión de contenidos renovadores de las mentalidades, creencias y costumbres en
una sociedad que salía de una experiencia de décadas de autoritarismo; y esa función
política del traducir se manifiesta en las temáticas de claro contenido renovador como
los derechos de la mujer en una sociedad represiva y patriarcal, tal como lo prueban
las incursiones traductoras en materia de feminismo, pero también de antipsiquiatría,
entre otras problemáticas de candente actualidad.
Por último, en el plano de los procesos de institucionalización del campo de la
traducción en España, hemos demostrado que los traductores exiliados hicieron oír
su voz en lo relativo a los derechos de los trabajadores editoriales y participaron en
asociaciones gremiales.

2. Los exilios cruzados: espejos que deforman


La decisión de construir una biografía colectiva de importadores nos condujo
a buscar un modelo fáctico de investigación sobre exilios colectivos con inserción
editorial. Ese modelo fue paradigmáticamente hallado en el caso del exilio español
Alejandrina Falcón 221

en América, pues la voluntad de rescate cultural de la obra del exilio republicano


produjo numerosos antecedentes, plasmados en trabajos académicos y homenajes.
Dos antecedentes significativos contribuyeron a instalar la serie de preguntas que
estructuró la segunda trama de este libro: Un viaje de ida y vuelta y el artículo
“Exilio y Traducción” de Ruiz Casanova, citado en la Introducción. La primera
publicación hacía referencia al contenido del ideologema, que luego hallaríamos
en testimonios y fuentes del período. No obstante ello, en sus páginas apenas se
mencionan argentinos que colaboraron en el proceso de renovación cultural de la
España democrática, y es nula la referencia a su desempeño en el rubro de la traduc-
ción, seudotraducción, dirección de colecciones, corrección o diseño de tapas. Ese
notorio silencio motivó nuestro intento de reconstruir esa otra cara velada del “ida
y vuelta” e impulsó la voluntad de comprender los modos de concreción históricos
de ese “ida y vuelta”: ¿se replicó en el campo español de la edición de la década del
setenta lo ocurrido en Argentina y en México tras la derrota de 1939? ¿Qué lugar
encontraron los intelectuales rioplatenses, discípulos de los republicanos españoles,
en el mundo editorial y cultural de la transición española?
Aunque esta pregunta introdujo la riqueza de un contrapunto iluminador, la
comparación como herramienta de análisis no implicó aceptar el contenido especu-
lar de la imagen. Esta figura, al igual que la metáfora del exilio en la lengua, tiene
una función eufemizante que debe ser contrastada con las experiencias concretas
de los emigrados. Un modo de abordar críticamente esta cuestión fue analizar la
posición de los actores en cada campo receptor. Una de las conclusiones a las que
arribamos es que la especularidad contenida en el ideologema de los exilios cruza-
dos, registrado entre actores e investigadores, de algún modo constituía un espejo
deformante que obturaba condiciones de trabajo desiguales. Los rasgos distintivos
son numerosos, pero al menos cuatro pueden ser retenidos.
El primero permite sostener que aquello que ambos exilios tuvieron en común
fue una situación de disponibilidad de los intelectuales, en sentido amplio, que
veían clausurados por motivos políticos sus respectivos espacios de producción y
circulación. La industria editorial, que en condiciones normales acoge a intelectua-
les en sus filas, en situación de exilio constituye una fuente de trabajo imprescin-
dible. Las editoriales catalanas reclutaron agentes con experiencia, y otros carentes
de ella, en una coyuntura en la que las pequeñas editoriales progresistas, siempre al
borde la quiebra, estaban estructuradas de modo tal que permitieron la inserción de
los recién llegados. La traducción tuvo, en particular, una función solidaria, pues
mediante esos encargos los exiliados y emigrados podían “ir tirando”. En este sen-
tido, se concluye que sí se cumplieron las proclamas de solidaridad, y que los inte-
lectuales del setenta tuvieron un lugar, más o menos satisfactorio según los casos, en
el agitado mundo cultural de la transición.
222 Conclusiones

No obstante, en segundo lugar, se registra una disimetría respecto de la tenencia


de los bienes de producción1 y de las posiciones académicas en materia de legislación
lingüística. Los focos laborales estudiados en este libro apuntaron a probar que la
homología estructural implícita en el ideologema de los exilios cruzados obtura la
diferente posición en la jerarquía interna de los campos. La situación de los seudotra-
ductores de Martínez Roca y Bruguera ilustra a las claras esta posición desigual. En
efecto, la incursión de los intelectuales, periodistas, poetas y escritores, como Abós,
Zito Lema, Sexer, Frers, Goligorsky, Martini, Szpunberg, Speratti, González Cremona
o Di Masso en la escritura de novelas populares y de gran difusión comercial, ya sea
novelas para adolescentes, novelas eróticas, de ciencia ficción, aventuras, policiales, o
adaptación de clásicos, se inscribe en la tradición de producción de literatura popular
masiva propia de los escritores españoles que no fueron al exilio y, por tanto, indica
antes bien una homología estructural entre exiliados argentinos y los “exiliados inter-
nos” del período franquista. La situación de los escritores mencionados corresponde
significativamente a la descripción proporcionada por Francisco González Ledesma
en Cuadernos del Norte (1987), en la cual exhibe la incidencia de la vacancia de los
intelectuales en el proceso de producción y desarrollo de los géneros populares masi-
vos bajo el franquismo. Durante la transición democrática española, los argentinos
siguieron esa tradición y aun llegaron a monopolizarla, como revela el caso de Gon-
zález Cremona, quien pasó a ser prácticamente el único adaptador de clásicos en una
colección que antes de 1977 contaba con numerosos adaptadores españoles. No obs-
tante ello, algunos cultores argentinos de literatura popular de masas, como Eduardo
Goligorsky, contaban con un saber hacer adquirido en las editoriales argentinas desde
década del cincuenta, experiencia que volcaron en el nuevo contexto.
Además de la posición en el campo, la relación con los medios de producción,
la posición respecto del poder legislador sobre la norma, ambos exilios editoriales
se diferencian en la centralidad que adquirió en el caso argentino el problema de la
lengua y las diferentes valoraciones de la variedad foránea.2 El estudio de las prácti-
cas de manipulación y de las representaciones de la traducción, del traductor y de la
lengua de traducción en la prensa apuntó a probar que en el contexto de los exilios

1
Ya se ha señalado que no pocos editores españoles radicados en Argentina, durante
y después de la Guerra Civil española, eran dueños de los medios de producción o socios
capitalistas de las grandes editoriales del período y estaban vinculados directa o indirectamente
con sectores de la oligarquía argentina y con las elites culturales locales.
2
Lo cual no implica que los traductores españoles en América no hayan tenido que adaptar
o moderar las marcas dialectales natales cuando trabajaban para editores argentinos o mexi-
canos, sino que ese tema no constituyó un símbolo de su exilio en América Latina (excepto en el
caso de escritores catalanes y gallegos), como sí lo fue para los argentinos en España, como bien
prueba la imagen reiterada según la cual el “meollo del exilio es la lengua”.
Alejandrina Falcón 223

latinoamericanos de los años setenta, la afirmación de Ruiz Casanova según la cual


las traducciones son “la vía que reintegra al transterrado su identidad lingüística”
y la traducción es “un fundamento cuasi alquímico que restaura a quien padece
exilio (escritor o lector) el orden de lo natural” (Ruiz Casanova 2008) no es válida
en absoluto. Lejos de reintegrar su identidad al exiliado, la traducción fue la prác-
tica a través de la cual esa identidad era enajenada, extrañamiento que condujo a la
tematización y aguda reflexión sobre el estatuto simbólico de la variedad de lengua
propia. Por cierto, la problematicidad de la identidad lingüística estuvo directa-
mente vinculada con factores ligados a la identidad social, al estatus profesional, a
la marginalidad cultural y a las ilusiones literarias perdidas.
Si las distintas formas de escritura por encargo para la industria del libro fueron
percibidas como prácticas “dignas” o aun como “milagro laico”, en términos de Mar-
tini, Cohen o Di Masso, también se vivieron como “traición” a las propias conviccio-
nes literarias o profesionales, como señalaba González Trejo al decir que el traductor
prestaba “sus palabras, en general embellecedoras, a la didascálica función de la lite-
ratura de las multinacionales de la cultura de Occidente” (1980: 51). Por eso, lo que
en cada caso particular significó “traducir en el exilio” dependió de cómo se percibía o
resolvía esa tensión entre la posibilidad de vivir de la escritura (o reescritura) y las con-
diciones de producción, sujetas a variables tales como el género traducido (literatura
popular o culta), la trayectoria del traductor (ocasional, inexperto, experto, destajista),
la política editorial, el perfil editor, el origen nacional del contingente exiliado, su
estatuto legal en el país de acogida, el prestigio social atribuido a su lengua o variedad
de lengua, las creencias lingüísticas dominantes y la “educación idiomática” en la dife-
rencia, la tradición de relaciones culturales entre el país de origen y el contexto exiliar,
su grado de conflictividad, así como a la historia de los debates lingüístico-literarios
que signaban imaginariamente esas relaciones.
Para el caso argentino, el diseño de una figura plural de traductores exiliados tuvo
en cuenta las condiciones del trabajo editorial en la cultura receptora, en la cual el tema
de la lengua constituía una problemática cultural dominante y a la vez un aspecto más
de la problemática profesional y laboral de los exiliados. En esa figura plural, procura-
mos hacer confluir varios debates en curso a fines de los setenta: el del estatuto legal del
traductor literario en España, su profesionalización y la emergencia de asociaciones gre-
miales específicas; pero también la problemática de la precariedad laboral del exiliado
latinoamericano en España, entre otros temas desarrollados en este libro.
Al estudiar la conjunción entre exilio y traducción, nuestro propósito también ha
sido rescatar la obra de los argentinos emigrados, dar a conocer sus trabajos del exilio.
Pero no postulamos a priori el lugar que ocuparon en el proceso de inserción profe-
sional ni el valor literario de las obras importadas. Tan solo nos interesó mostrar que
la traducción tuvo diversas funciones tanto o más relevantes, para pensar el exilio,
224 Conclusiones

que su función literaria: tuvo una función alimentaria, solidaria, de revisión de la tradi-
ción de importación nacional, de apropiación de ciertos rasgos de la cultura receptora.
No todos los traductores e importadores literarios continuaron en la profesión; y solo
algunos casos particulares derivaron, a partir de mediados de los ochenta, en trayec-
torias traductoras —vocacionales y profesionalizadas a un mismo tiempo— sobre las
que puedan aplicarse los conceptos bermanianos de “pulsión traductora”, “proyecto” y
“obra” de traducción (Berman 1995). La disponibilidad de los intelectuales y agentes
de la cultura en contexto de exilio predispuso a su inserción en la industria librera; la
participación de argentinos y otros emigrados latinoamericanos en las filas editoriales
peninsulares estuvo dominada en la gran mayoría de los casos por la necesidad de
trabajo y, por tanto, gobernada por las leyes de ese mercado. En ese sentido, centrar-
nos exclusivamente en las facetas ligadas a la nobleza o distinción de la producción
literario-editorial, o bien plantearnos el carácter imprescindible de ciertas figuras sin
explicitar el fundamento del valor que apuntala esa ejemplaridad, habría implicado ya
distorsionar el peso real de ciertas trayectorias, en detrimento de otras menos visibles
pero igualmente ejemplares; ya desestimar una serie de prácticas reveladoras de la posi-
ción concreta de los emigrados en el campo cultural receptor y su función como mano
de obra disponible y calificada a un mismo tiempo. La incursión casual, momentánea
o duradera en la práctica traductora, las restricciones lingüísticas, la solidaridad con los
recién llegados, la explotación de los recién llegados, son todas ellas facetas, por momen-
tos en tensión, de la relación surgida del cruce material entre exilio y traducción.
En la materialidad de las obras producidas, más allá de su valor estético, ha que-
dado impresa la voz colectiva del exilio. Para que esa voz sea significativa y audible es
necesario, sin embargo, medir aquella empresa traductora o seudotraductora desde
una perspectiva nueva, que apunte a resolver el enigma de su origen y producción:
las traducciones del exilio no fueron un “inmenso borrador”, sino el producto de lo
elaborado, de lo pensado, en situación de emigración a través de un trabajo positivo.
Así, los prólogos, los diseños, las correcciones, las traducciones, aun escritas en una
variedad de lengua ajena, dieron voz a los exiliados y cuerpo al trabajo anónimo rea-
lizado por ellos en el exterior, objetivado en los libros españoles destinados también
al mercado latinoamericano. Si la memoria del exilio editorial queda anclada en el
borrado de la identidad lingüística, es decir, en la condena de la destrucción de las
redes lingüísticas vernáculas en las traducciones argentinas, los traductores e importa-
dores literarios que en el exilio trabajaron para la industria cultural no habrán dejado
ningún rastro; y habrán sido entonces doblemente borrados: por la memoria cultural
española, que no ha registrado el aporte de los exiliados y emigrados argentinos en sus
historias de la traducción y la edición en España, y por la memoria del exilio, que no
los reconoce porque en sus producciones no resuena el tono familiar del “idioma de
los argentinos” y, por tanto, los excluye de la historia cultural propia.
Anexo 1

Traducciones realizadas por argentinos exiliados


y emigrados en Barcelona

La selección de los materiales no es exhaustiva sino representativa de las trayecto-


rias de cada traductor y de las materias editadas entre 1976 y 1984, aproximadamente,
excepto en el caso de aquellos exiliados que se iniciaron tardíamente en la traducción
editorial pero cuya presencia en el medio no puede omitirse. Seleccionamos un máximo
de quince traducciones por traductor con el criterio de mostrar la variedad de títulos
y el perfil traductor de cada uno. Indicamos de qué lenguas traducían en el período
estudiado. Las fuentes consultadas son el Index Translationum, el ISBN español y los
catálogos de la Biblioteca Nacional de España y de la Biblioteca de Cataluña. Consig-
namos la fecha de la primera edición en función de los datos provistos por estas bases de
datos, no siempre certeros, y de la información procedentes de los mismos traductores.

Becciú, Ana María


Traductora de inglés y francés
Miller, Wade (1977): Paso fatal. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.
Solanas, Valérie (1977): SCUM: Manifiesto de la Organización para el Exterminio
del Hombre, Barcelona: Ediciones de Feminismo (Vindicación Feminista). Con
prólogo de la traductora y presentación de Carmen Alcalde.
Himes, Chester (1978): Un ciego con una pistola. Barcelona: Bruguera. Serie Novela
Negra.
Rich, Adrienne (1978): Nacida de mujer. Barcelona: Noguer.
Wallace, Irving (1978): Almanaque de lo insólito. Barcelona: Grijalbo.
Lefort, Claude (1980): Un hombre que sobra. Barcelona: Tusquets Editores.

Bein, Roberto
Traductor de alemán
Klaus, Georg (1978): El lenguaje de los políticos. Barcelona: Anagrama.
Hesse, Hermann (1978): Leyendas medievales. Barcelona: Bruguera.
Reich, Wilhelm (1978): Escucha hombrecito. Barcelona: Bruguera.
Simmel, Johannes M. (1978): Un autobús grande como el mundo. Barcelona: Bruguera.
—(1978): ¡Mamá no debe enterarse!. Barcelona: Bruguera.
226 Anexos

Franke, Herbert W. (1978): Ypsilon minus. Barcelona: Bruguera.


Hofmann, Albert (1979): LSD. Como descubrí el ácido y qué pasó después en el
mundo. Barcelona: Gedisa.
Reich, Wilhelm (1980): Psicología de masas del fascismo. Barcelona: Bruguera.
— (1980): El asesinato de Cristo. Barcelona: Bruguera.
Stierlin, Heinz (1981): La primera entrevista. Barcelona: Gedisa.

Binaghi, Jorge
Traductor de inglés, italiano y latín
Battaglia, Dino (1978): El hombre de la legión. Barcelona: Grijalbo.
Toppi, Sergio (1978): El hombre del Nilo. Barcelona: Grijalbo.
Brown, Rita Mae (1979): Frutos de rubí. Barcelona: Martínez Roca.
Hirschhorn, Richard (1980): Los médicos también odian. Barcelona: Martínez
Roca.
Jones, Eva (1980): La adolescente precoz, Barcelona. Barcelona: Martínez Roca.
Coradeschi, Sergio (1981): La obra pictórica completa de Klimt. Barcelona:
Noguer.
Bobbio, Norberto (1982): El problema de la guerra y las vías de la paz. Barcelona:
Gedisa.
Pasolini, Pier Paolo (1984): Amado mío. Barcelona: Seix Barral.
Cicerón (1985): La república. Barcelona: Ediciones Orbis.

Cohen, Marcelo
Traductor de inglés y catalán
Rasmussen, Anne Marie (1976): Erase una vez: las memorias increíbles de la primera
esposa de Steven Rockefeller. Barcelona: Dopesa.
Masani, Zareer (1976): Indira Gandhi. Barcelona: Dopesa.
Himes, Chester (1981): Empieza el Calor. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.
Ballard, James Graham (1981): La exhibición de atrocidades. Barcelona: Minotau-
ro. Traducción con Francisco Abelenda (seudónimo de Francisco Porrúa).
Dos Passos, John (1981): Paralelo 42. Barcelona: Bruguera.
Monzo, Quim (1981): Melocotón de manzana. Barcelona: Anagrama.
Fitzgerald, Francis Scout (1982): El precio era alto. Barcelona: Bruguera. Selec-
ción y prólogo del traductor.
Henry, O. (1982): Cómo asaltar un tren. Barcelona: Bruguera.
Saki (1982): El desván y otros relatos. Barcelona: Bruguera.
Marlowe, Christopher (1983): La trágica historia del Doctor Fausto. Barcelona: Icaria.
Alejandrina Falcón 227

Constante, Susana
Traductora de inglés, francés e italiano
Wade Miller (1977): Nadie es Inocente. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.
Lapassade, Georges (1978): La bio-energía. Barcelona: Granica.
Heyer, Georgette (1979): Matrimonio de conveniencias. Barcelona: Argos Vergara.
Holt, Victoria (1979): El jinete del diablo. Barcelona: Grijalbo.
Hill, Carol De Chellis (1979): Una mujer descasada. Barcelona: Grijalbo.
Garrity, Joan (1979): La mujer sensual: el primer manual para la hembra que toda
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Jong, Erica (1979): Poesías: Frutas y verduras. Vidas a medias. Raíz de amor. Barce-
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Sorzio, Angelo (1980): Frutas y verduras en conserva. Barcelona: Círculo de Lecto-
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Apollinaire, Guillaume (1980). Zona: antología poética. Barcelona: Tusquets. Tra-
ducción con Alberto Cousté.
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Barcelona: Editorial Planeta.

Cousté, Alberto
Traductor de inglés
Sorzio, Angelo (1980): Frutas y verduras en conserva. Barcelona: Círculo de Lecto-
res. Barcelona: Círculo de Lectores. Traducción con Susana Constante.
Apollinaire, Guillaume (1980): Zona: antología poética. Barcelona: Tusquets. Tra-
ducción con Susana Constante.
Miłosz, Czesław (1981): Otra Europa. Barcelona: Tusquets.
Knight, Stephen (1982): Réquien en Rogano. Barcelona: Bruguera.

Covián, Marcelo
Traductor de inglés
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Bakunin, Mihail (1976): La anarquía según Bakunin. Barcelona: Tusquets [traduc-
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Vonnegut, Kart (1977): La Pianola. Barcelona: Grijalbo.
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Rice, Anne (1977): Entrevista con el vampiro. Barcelona: Grijalbo.
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Talese, Gay (1981): La mujer de tu prójimo. Barcelona: Grijalbo.
Warhol, Andy (1981): Mi filosofía de A a B y de B a A. Barcelona: Tusquets.
Cohen, Herb (1983): Todo es negociable, Barcelona. Planeta: 1983.
Styron, William (1983): Tendidos en la oscuridad. Barcelona: Plaza & Janés.
Walpole, Horace (1983): El castillo de Otranto. Barcelona: Forum.

Di Masso, Gerardo
Traductor de inglés
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Roddick, Ellen (1980): Adúlteros felices. Barcelona: Martínez Roca.
Sorel, Julia (1980): Fugitiva. Barcelona: Martínez Roca.
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Brancato, Robin F. (1981): En busca de Jim. Barcelona: Martínez Roca.
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Alejandrina Falcón 229

Holzer, Hans (1982): Interpretación de los sueños. Barcelona: Martínez Roca.


Diagram Group (1983): Cuide a su gato. Barcelona: Granica.
— (1983): Cuide a su perro. Barcelona: Granica.
— (1983): Cómo sujetar un cocodrilo. Barcelona: Granica.
Treat, Lawrence (1984): Crimen y entretenimiento (1-2). Barcelona: Granica.

Frers, Ernesto
Traductor del inglés
Ross, Monica/Simmons, Van D. (1981): Testimonio de un divorcio. Barcelona: Po-
maire.
Brandom, Walter Lee (1982): Querida hija. Barcelona: Granica.

Galmarini, Marco
Traductor de inglés y francés
Flandrin, Jean-Louis (1979): Orígenes de la familia moderna. Barcelona: Crítica.
Hindess, Barry/Hirst, Paul Q. (1979): Los modos de producción precapitalistas. Bar-
celona: Península.
Granoff, Wladimir/Perrier, François (1980): El problema de la perversión en la
mujer. Barcelona: Crítica.
Abraham, Georges/Pasini, Willy (1980): Introducción a la sexología. Barcelona:
Crítica.
Rémond, René (1980): El antiguo régimen y la revolución, 1750-1815. Barcelona:
Vicens-Vives.
Delfaud, Pierre (1980): Nueva historia económica mundial. Siglos XIX-XX. Barce-
lona: Vicens-Vives.
Derreau, Max (1981): Geografía humana. Barcelona: Vicens-Vives.
Vovelle, Michel (1981): Introducción a la historia de la Revolución Francesa. Bar-
celona: Crítica.
Abercrombie, Nicholas (1982): Clase, estructura y conocimiento. Barcelona: Península.

Goldar, Ana (Poljak)


Traductora de inglés e italiano
Hammett, Dashiell (1978): El gran golpe. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.
McCoy, Orase (1978): Di adiós al mañana. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.
Ambler, Eric (1979): La máscara de Dimitrios. Barcelona: Bruguera.
Sciascia, Leonardo (1979): Cándido o Un sueño siciliano. Barcelona: Bruguera.
Miller, Henry (1979): Cartas a Anaïs Nin. Barcelona: Bruguera.
230 Anexos

Asimov, Isaac (1980): Lucky Starr: el ranger del espacio. Barcelona: Bruguera.
Himes, Chester (1980): Todos muertos. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.
Scerbanenco, Giorgio (1980): Los milaneses matan en sábado. Barcelona: Bruguera.
Sciascia, Leonardo (1980): El archivo de Egipto. Barcelona: Bruguera.
Soldati, Mario (1980): La esposa americana. Barcelona: Bruguera.

Goligorsky, Eduardo
Traductor de inglés
Elliot Locke, Summer (1977): Junto a los ríos de Babilonia. Barcelona: Pomaire.
Alther, Lisa (1977): Kinflicks. Erotismos familiares. Barcelona: Pomaire.
Kosinski, Jerzy (1978): El pájaro pintado. Barcelona: Pomaire.
Taylor, Bernard (1979): Macabro amor. Barcelona: Pomaire.
Golding, William (1980): Oscuridad visible. Barcelona: Pomaire.
King, Stephen (1981): La zona muerta. Barcelona: Pomaire.
— (1982): Ojos de fuego. Barcelona: Mundo Actual de Ediciones.
Bach, Richard (1984): Ilusiones. Barcelona: Pomaire.

González Trejo, Horacio


Traductor de inglés
Belos, W. Lovelage (1976): King Kong. Barcelona: Editorial Argos Vergara.
Bennett, Arnold (1977): Hilda Lessways. Barcelona: Editorial Argos Vergara.
Benetar, Judith (1979): Manicomio. Barcelona: Martínez Roca.
Asimov, Isaac (1980): La edad de oro de la ciencia ficción. Barcelona: Martínez Roca.
Glut, Donald F. (1980): El imperio contraataca. Barcelona: Argos Vergara.
Iverson, Jeffrey (1980): Más de una vida. Barcelona: Martínez Roca.
Miller, Tony, Volver a vivir (1980): Barcelona: Martínez Roca.
Le Carré, John (1980): La gente de Smiley. Barcelona: Argos Vergara.
Roth, Philip (1980): Cuando ella era buena. Barcelona: Bruguera. Traducción con
Margarita González Trejo.
Wallace, Irving (1980): El premio Nobel. Barcelona: Grijalbo. Traducción con
Margarita González Trejo.

Gorbea, Federico
Traductor de alemán, inglés y francés
Villon, François (1976): Poesía. Barcelona: Ediciones 29.
Poliakov, Léon (1979): Historia del antisemitismo, 2. De Mahoma a los marranos.
Barcelona: Métodos Vivientes.
Alejandrina Falcón 231

Valensin, Doctor (1979): La vida sexual en China comunista. Barcelona: Grijalbo.


Apollinaire, Guillaume (1981): Obra completa poética de Guillaume Apollinaire.
Barcelona: Ediciones 29.
Hölderlin, Friedrich (1981): Obra poética completa. Barcelona: Ediciones 29.
Mallarmé, Stéphane (1982): Mallarmé: Poesía. Barcelona: Plaza & Janés Editores.
Segal, Patrick (1982): Yo camino. Barcelona: Granica.
Raynal, Henry (1984): A los pies de Omphalos. Barcelona: Tusquets Editores.

Martini, Juan
Traductor de italiano
Artaud, Antonin et al. (1982): La otra locura: mapa antológico de la psiquiatría
alternativa. Barcelona: Tusquets.

Muchnik, Mario
Traductor de italiano e inglés
Canetti, Elias (1976): El otro proceso de Kafka. Sobre las cartas a Felice. Barcelona:
Métodos Vivientes. Traducción con Michael Faber-Kaiser.
Sontag, Susan (1981): La enfermedad y sus metáforas. Barcelona: Muchnik.
Berlin, Isaiah (1981): El erizo y la zorra. Barcelona: El Aleph.
Calvino, Italo (1983): Orlando furioso. Barcelona: El Aleph.

Peralta, Carlos
Traductor de inglés e italiano
AAVV (1976): Otros tiempos, otros mundos. (Antología). Barcelona: Asesoría Técnica
de Ediciones.
Grossbach, Robert/Simon, Neil (1978): La chica del adiós. Barcelona: Grijalbo.
Kaplan, Helen Singer (1978): Manual ilustrado de terapia sexual. Barcelona: Gri-
jalbo.
Fruttero, Carlo/Lucentini, Franco (1981): La mujer del domingo. Barcelona:
Bruguera.
Grey, Zane (1981): El valle de los caballos salvajes. Barcelona: Bruguera.
Himes, Chester (1981): El gran sueño de oro. Barcelona: Bruguera. Serie Novela
Negra.
Davies, Stan Gebler/Moore, Robin (1981): Nos han robado un misil. Barcelona:
Bruguera.
Francis, Dick (1982): Carrera de ratas. Barcelona: Bruguera.
232 Anexos

Peralta, Tabita
Traductora de francés
Atger, Jean (1976): Padres, educación y sexo. Barcelona: Asesoría Técnica de Ediciones.
Winer, Richard (1976): El triángulo del diablo. Barcelona: Asesoría Técnica de Edi-
ciones.
Magis, Jean-Michel (1976): El sexo y sus perversiones. Barcelona: Asesoría Técnica
de Ediciones.
Lallier, Antoine (1976): El sexo, el placer y vuestra salud. Barcelona: Asesoría Téc-
nica de Ediciones.
De Villefranche, Georges (1980): La astrología esotérica recobrada. Madrid: Luis
Cárcamo.
Vian, Boris (1982): Que se mueran los feos. Barcelona: Bruguera. Serie Novela Negra.

Pochtar, Ricardo
Traductor de inglés, francés e italiano
Chorier, Nicolas (1977): Sátira de Luisa Sigea. Barcelona: Bruguera. Clásicos del
Erotismo.
Sade, marqués de (1977): La filosofía en el tocador. Barcelona: Bruguera. Clásicos
del Erotismo.
Maffesoli, Michel (1977): Lógica de la dominación. Barcelona: Edicions 62.
Kropotkin, Piotr Alekseevich (1977): Obras. Barcelona: Anagrama.
Ingrao, Pietro (1978): Las masas y el poder. Barcelona: Editorial Crítica.
Levy-Bruhl, Lucien (1978): La mitología primitiva. Barcelona: Edicions 62.
Dadoun, Roger (1978): Cien flores para Wilhelm Reich. Barcelona: Anagrama.
Hobsbawm, Eric (1979): Trabajadores: estudios de historia de la clase obrera. Barce-
lona: Editorial Crítica.
Catalano, Franco (1980): Metodología y enseñanza de la historia. Barcelona: Edicions 62.
Melotti, Humberto (1981): El hombre entre la naturaleza y la historia. Barcelona:
Edicions 62.
Mounin, Georges (1982): Diccionario de lingüística. Barcelona: Labor.
Lewis, C. S. (1982): Crítica literaria: un experimento. Barcelona: Antoni Bosch Editor.
Russell, Bertrand (1982): ¿Tiene el hombre futuro? Barcelona: Bruguera.

Sampayo, Carlos
Traductor de italiano e inglés (guiones de cómics)
Crepax, Guido (1981): Valentina con botas. Barcelona: Lumen.
—(1982): Valentina en la estufa. Barcelona: Lumen.
Alejandrina Falcón 233

Battaglia, Dino et al. (1984): Casanova. Barcelona: Lumen.


Crepax, Guido (1985): Diario de Valentina. Barcelona: Lumen.

Sexer, Mario
Traductor de inglés
Holzer, Hans (1979): Cuando los ovnis aterrizan. Barcelona: Martínez Roca.
Harrison, Michael (1980): Fuego del cielo. Barcelona: Martínez Roca.
Graves, Tom (1981): Radiestesia práctica. Barcelona: Martínez Roca.

Trejo, Mario
Traductor de francés
Crepax, Guido (1979): Historia de O. Barcelona: Lumen.
Postma, Lidia (1981): El jardín de la bruja. Barcelona. Lumen: 1981. (Posible tra-
ducción indirecta del francés; lengua de origen: neerlandés).
Pigeat, Henri (1985): La televisión por cable empieza mañana. Madrid: Tecnos.

Vázquez-Rial, Horacio
Traducción de inglés, francés e italiano
Giannaris, George (1976): Mikis Theodorakis. Barcelona: Dopesa.
Archer, Jules (1976): Wall Street, fascismo en la Casa Blanca. Barcelona: Dopesa.
Chandler, Raymond (1978): La dalia azul. Barcelona: Bruguera. Serie Negra de
Bruguera. Traducción con Homero Alsina Thevenet,
Kuttner, Harry (1978): Mutante. Barcelona: Bruguera.
Evans, Richard (1978): Conversaciones con R.D. Laing. Barcelona: Gedisa.
Bonnet, Monique y Gérard (1979): La comunicación con el bebé. Barcelona: Ge-
disa.
Commoner, Barry (1980): Energías alternativas. Barcelona: Gedisa.
Winnicott, D.W. (1980): Psicoanálisis de una niña pequeña. Barcelona: Gedisa.
Ayensu, Edgard (1981): Selvas: las últimas reservas de vida de nuestro mundo. Barce-
lona: Folio/Círculo de Lectores.
Strayer, Joseph (1981): Sobre los orígenes medievales del Estado moderno. Barcelona:
Ariel.
Carr, Raymond (1982): España 1808-1975. Barcelona: Ariel.
Naipaul, V.S. (1983): El curandero místico. Seix Barral: Barcelona.
Stanton, Robert/Vidal, Gore (eds.) (1983): Conversaciones con Gore Vidal. Barce-
lona: Edhasa.
Sontag, Susan (1984): Contra la interpretación. Barcelona: Ariel.
Vinacua, Rodolfo
Traductor de ingles
Wallace, Irving/Wallechinsky, David (1977): Almanaque de lo insólito. Barcelo-
na: Grijalbo. Varios traductores: José Manuel Álvarez Flores, Roser Berdagué,
Esther Rippa, et al.
Williams, Charles (1977): Marcada por la sospecha. Barcelona: Bruguera. Serie No-
vela Negra.

Zagalsky Matilde (seudónimo Matilde Horne) y Porrúa Francisco (seudónimos


Lluís Domènech; Francisco Abelenda)
Traductores del inglés
Lem, Stanislav (1977): Solaris. Barcelona: Minotauro. (Traducción de 1974, tra-
ducción indirecta del inglés).
Aldiss, Brian W. (1977): Frankenstein desencadenado, Buenos Aires, Minotauro-
Edhasa, 1977. Traducción con Francisco Abelenda.
Tolkien, J. R. R. (1979): El señor de los anillos. II. Las dos torres. Barcelona, Mino-
tauro-Edhasa. Traducción con Lluís Domènech.
Le Guin, Ursula K. (1979): El nombre del mundo es Bosque. Buenos Aires: Minotauro.
Tolkien, J. R. R. (1980): El señor de los anillos. III. El retorno del rey, Barcelona,
Minotauro-Edhasa, 1980. Traducción con Lluís Domènech.
Le Guin, Ursula K. (1983): Los desposeídos. Barcelona: Minotauro.
— (1983): Los libros de Terramar. I. Un mago de Derramar. Barcelona: Minotauro,
1983.
Anexo 2

Traducciones y traductores de la Serie Novela Negra

A continuación, presentamos un listado de las traducciones y los traductores de


la colección estudiada en el capítulo 3. Consignamos, en cada caso, si la traducción
pertenece a un traductor argentino emigrado o a una reedición, a menudo estilística-
mente modificada, de traducción argentina.

Serie Novela Negra de la Colección Libro Amigo (1977-1982)


Dirección: Juan Carlos Martini

Referencias:
Autor, Título, Serie, nº, Editorial, Ciudad, Año / Idem referencias de edición origi-
nal si la hay. Nombre del traductor (reedición o traductor emigrado) [Versiones
rioplatenses previas no reeditadas].

Dashiell Hammett. Dinero Sangriento. Novela Negra 1, Barcelona, Bruguera, 1977.


Traductora: Ana Goldar (argentina emigrada).
Raymond Chandler. La Ventana Siniestra. Novela Negra 2, Barcelona, Bruguera,
1977 / Fabril Editora, Libros del Mirasol, 1962. Traductor: Eduardo Goligorsky
(argentino emigrado).
Wade Miller. Nadie es Inocente. Novela Negra 3, Barcelona, Bruguera, 1977. Tra-
ductora: Susana Constante (argentina emigrada).
Horace McCoy. Di Adiós al Mañana. Novela Negra 4, Barcelona, Bruguera, 1977.
Traductora: Ana Goldar (argentina emigrada).
David Goodis. Viernes 13. Novela Negra 5, Barcelona, Bruguera, 1977. Traductora:
Georgina López.
Charles Williams Marcada por la Sospecha. Novela Negra 6, Barcelona, Bruguera,
1977. Traductor: Rodolfo Vinacua (argentino emigrado).
Gil Brewer. Un Asesino en las Calles. Novela Negra 7, Barcelona, Bruguera, 1977 /
Buenos Aires, Granica, 1974. Traductor: Julián Kepler (reedición).
Chester B. Himes. Todos Muertos. Novela Negra 8, Barcelona, Bruguera, 1977.
Traductora: Ana Goldar (argentina emigrada).
Dashiell Hammett. El Gran Golpe. Novela Negra 9, Barcelona, Bruguera, 1977.
Traductora: Ana Goldar (argentina emigrada).
236 Anexos

Giorgio Scerbanenco. La Cueva de los Filósofos Novela Negra 10, Barcelona, Bru-
guera, 1977. Traductor: Alberto Nicolás.
Ross MacDonald. El Hombre Enterrado. Novela Negra 11, Burguera, 1977 / Eme-
cé, 1971. Traductora: Aurora C. Merlo (reedición).
Wade Miller. Paso Fatal, Novela Negra 12, Barcelona, Bruguera, 1977. Traductora:
Ana Becciú (argentina emigrada).
Horace McCoy. Luces de Hollywood. Novela Negra 13, Barcelona, Bruguera, 1977.
Traductora: Pilar Giralt. [Versión rioplatense: Tiempo Contemporáneo, 1970.
Traductor: Rodolfo Walsh].
Charles Williams. El Arrecife del Escorpión. Novela Negra 14, Barcelona, Bruguera,
1977. Traductora: Beatriz Podestá (uruguaya emigrada).
Ross MacDonald. El Caso Galton. Novela Negra 15, Barcelona, Bruguera, 1978
(Sin mención del nombre de traductor: Víctor Iturralde Rúa). / Fabril Editora,
Buenos Aires, 1961; CEAL, Buenos Aires, 1971; Barcelona, Bruguera, 1978.
Traductor: Víctor Iturralde Rúa (reedición).
Dashiell Hammett. Cosecha Roja. Novela Negra 16, Barcelona, Bruguera, 1978 /
Alianza Editorial, 1967. Traductor: Fernando Calleja (reedición).
Chester B. Himes. Un Ciego con una Pistola. Novela Negra 17, 1978. Traductora:
Ana María Becciú (argentina emigrada).
Dashiell Hammett. El Halcón Maltés. Novela Negra 18, Barcelona, Bruguera, 1978
/ Madrid, Alianza Editorial, 1968. Traductor: Fernando Calleja (reedición).
Dashiell Hammett. La Llave de Cristal. Novela Negra 19, Barcelona, Bruguera, 1978
/ Madrid, Alianza Editorial, 1968. Traductor: Fernando Calleja (reedición).
Raymond Chandler. Playback. Novela Negra 20, Barcelona, Bruguera, 1978 / Co-
rregidor, Buenos Aires, 1977. Traductora: María Teresa Segur (reedición).
Ross MacDonald. El Martillo Azul. Novela Negra 21, Barcelona, Bruguera, 1978
/Emecé, Grandes Novelistas, Buenos Aires, 1977. Traductor: Aníbal Leal (ree-
dición).
Raymond Chandler. Asesino en la Lluvia. Novela Negra 22, Barcelona, Bruguera,
1979. / Emecé. El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1975. Traductor: D. Prika
(reedición).
Geoffrey Homes. Eleven mi Horca. Novela Negra 23, Barcelona, Bruguera, 1978. /
Acme Agency, Buenos Aires, 1949. Traductor: Héctor Casali (reedición).
Ross MacDonald. La Bella Durmiente. Novela Negra 24, Barcelona, Bruguera,
1978/ Emecé, Buenos Aires, 1974. Traductora: Aurora C. Merlo (reedición).
Raymond Chandler. La Dalia Azul. Novela Negra 25, Barcelona, Bruguera, 1978.
Traductores: Homero Alsina Thevenet y Horacio Vázquez-Rial (rioplatenses
emigrados).
Alejandrina Falcón 237

Raymond Chandler. Bay City Blues. Novela Negra 26, Barcelona, Bruguera, 1979 /
Emecé, Buenos Aires, 1975. Traductor: D. Prika (reedición).
Ross MacDonald. El Otro Lado del Dólar. Novela Negra 27, Barcelona, Brugue-
ra, 1979 / Emecé, El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1968. Traductor: Daniel
Landes (reedición).
Boris Vian. Escupiré sobre vuestra Tumba. Novela Negra 28, Barcelona, Bruguera,
1979. Traductor: Jordi Martí.
Osvaldo Soriano. Triste, Solitario y Final. Novela Negra 29, Barcelona, Bruguera,
1979 (en castellano).
James Hadley Chase. El Secuestro de miss Blandish. Novela Negra 30, Barcelona,
Bruguera, 1979 / Sudamericana, Buenos Aires, 1973. Traductor: Joaquín Urrie-
ta (reedición).
J.P. Manchette. Un Montón de Huesos. Novela Negra 31, Barcelona, Bruguera,
1979. Traductora: María Teresa Labourdette.
David Morrell. Primera Sangre. Novela Negra 32, Barcelona, Bruguera, 1979 / Bue-
nos Aires, Emecé, 1973. Traductora. Elisa Lopez De Bullrich (reedición).
Raymond Chandler. La Dama del Lago. Novela Negra 33, Barcelona, Bruguera,
1979 / Emecé, Buenos Aires, 1961. Traductor: Marcos Guerra (reedición).
Dick Francis. Golpe Final. Novela Negra 34, Barcelona, Bruguera, 1979 / Emecé, El
Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1977. Traductora: María de Vértiz (reedición).
Chester B. Himes. Corre, Hombre. Novela Negra 35, Barcelona, Bruguera, 1979.
Traductor: Antonio Prometo Moya.
James Hadley Chase. Peces sin Escondite. Novela Negra 36. Coedición: Emecé Bue-
nos Aires, 1978/Barcelona, Bruguera, 1979. Traductora: Selva C. Pino.
Kenneth Fearing. El Gran Reloj. Novela Negra 37. Barcelona, Bruguera, 1979. Tra-
ductor: Antonio-Prometeo Moya.
Ross MacDonald. El Escalofrío. Novela Negra 38. Coedición: Barcelona, Bruguera,
1980 / Emecé, El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1965. Traductora: Adriana
T. Bó (reedición).
James M. Cain. El Cartero llama dos veces. Novela Negra 39. Coedición: Barcelona,
Bruguera 1979 / Emecé, Buenos Aires, 1945. Traductor: Federico López Cruz
(reedición).
James Hadley Chase. Un loto para miss Quon. Novela Negra 40. Coedición: Bar-
celona, Bruguera 1980 / Emecé, Buenos Aires, 1964. Inés Oyuela de Estrada
(reedición).
Raymond Chandler. El Simple arte de matar. Novela Negra 41, Barcelona, Brugue-
ra, 1980. Versión española: Jaume Prat, sobre la traducción de Floreal Mazia,
Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1970 (reedición).
238 Anexos

Nicholas Blake. La Bestia debe Morir. Novela Negra 42, Barcelona, Bruguera, 1980
/ Emecé, Séptimo Círculo (nº 1), Buenos Aires, 1949. Traductor: Rodolfo Wil-
cock (reedición).
Jim Thompson. 1280 Almas. Novela Negra 43, 1980 Barcelona, Bruguera. Traduc-
tor: Prometeo Moya.
James Hadley Chase. Una Radiante Mañana Estival. Novela Negra 44, Barcelona,
Bruguera, 1980. / Editorial Alianza, Selecciones del Séptimo Círculo, El libro
Policiaco de Bolsillo, 1975, Madrid. Traductora: Marta Zubizarreta de Balsabil-
vaso (reedición).
Ross MacDonald. La Mirada del Adiós. Novela Negra 45, Barcelona, Bruguera,
1980 / Emecé, El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1970. Traductora: Nora Bi-
gongiari (reedición).
Raymond Chandler, Sangre Española. Novela Negra 46, Barcelona, Bruguera, 1980
/ Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1974. Traductora: Estela Canto (re-
edición).
Jaume Fuster. El Procedimiento. Novela Negra 47, Barcelona, Bruguera, 1980. Tra-
ductor: Josep Elías.
Chester B. Himes. Por Amor a Imabelle. Novela Negra 48, Barcelona, Bruguera,
1980. Traductor: Josep Elías.
James M. Cain. El Estafador. Novela Negra 49, Barcelona, Bruguera, 1980. / Eme-
cé. El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1946. Traductor: Manuel Barberá (ree-
dición).
Margaret Millar. Pagarás con Maldad. Novela Negra 51, Barcelona, Bruguera. /
Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1952. Traductora: Lucrecia Moreno de Sáenz
(reedición).
Jim Thompson. La Sangre de los King. Novela Negra 50, Barcelona, Bruguera, 1980.
Traductor: Enrique Hegewicz (Seudónimo de Enrique Murillo).
Raymond Chandler. Viento Rojo. Novela Negra 52, Barcelona, Bruguera, 1980.
Traductor: Antonio-Prometeo Moya. [Versión rioplatense: Tiempo contempo-
ráneo, Buenos Aires, 1972. Traductor: Rodolfo Walsh].
Chester B. Himes. El Gran Sueño de Oro. Novela Negra 53, Barcelona, Bruguera,
1981. Traductor: Carlos Peralta (argentino emigrado).
Raymond Chandler. Peces de Colores. Novela Negra 54, Barcelona, Bruguera, 1981.
Traductora: Pilar Giralt. [Versión rioplatense: Tiempo Contemporáneo, Buenos
Aires, 1975. Traductor: Floreal Mazía].
Ross MacDonald. El Enemigo Insólito. Novela Negra 55, Barcelona, Bruguera, 1981
/ Alianza-Emecé, Buenos Aires, 1968. Traductora: Mary Williams de Barra (re-
edición).
Alejandrina Falcón 239

Boris Vian. Con las Mujeres no hay Manera. Novela Negra 56, Barcelona, Bruguera,
1981. Traductor: Josep Elías.
James M. Cain. Pacto de Sangre. Novela Negra 57, Barcelona, Bruguera 1981 /
Emecé Colección del Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1946. Traductora: Teresa
Navarro Velasco (reedición).
Margaret Millar. Más allá hay Monstruos. Novela Negra 58, Barcelona, Bruguera,
1981/ Alianza-Emecé, Buenos Aires, 1975. Traductora: Marta Isabel Guastavi-
no (reedición).
James Hadley Chase. Acuestála sobre Lirios. Novela Negra 59, Barcelona, Bruguera,
1981 / Emecé, Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1975. Traductor: Kicsi Schwartz
(reedición).
Chester B. Himes. Empieza el Calor. Novela Negra 60, Barcelona, Bruguera, 1981.
Traductor: Marcelo Cohen (argentino emigrado).
J.P. Manchette. Dejad que los cadáveres se bronceen. Novela Negra 61. Barcelona,
Bruguera, 1981. Traductor: Antonio Álvarez de la Rosa.
Raymond Chandler. El Largo Adiós. Novela Negra 62, Barcelona, Bruguera, 1981 /
Barral Editores, Barcelona, 1972. Traductor: José Antonio de Lara.
Carlos Pérez Merinero. Días de Guardar. Novela Negra 63 (en castellano).
Patricia Highsmith. Mar de Fondo. Novela Negra 64, Barcelona, Bruguera, 1981.
Traductora: Marta Sánchez Martín.
Kenneth Fearing. La Muchacha más Solitaria. Novela Negra 65, Barcelona, Brugue-
ra 1981. Traductora: Marta Eguía
Raymond Chandler. El Lápiz y otros cuentos. Novela Negra 66, Barcelona, Brugue-
ra, 1981. Traductora: Pilar Giralt.
Andreu Martín. Por Amor al Arte. Novela Negra 67, Barcelona, Bruguera, 1982 (en
castellano).
Mario Lacruz. El Inocente. Novela Negra 68, Barcelona, Bruguera, 1982 (en caste-
llano).
Raymond Chandler. Adios, Muñeca. Novela Negra 69, Barcelona, Bruguera, 1982 /
Barral, Barcelona, 1972. Traductor: Josep Elías.
Ross MacDonald. Dinero Negro. Novela Negra 70, Barcelona, Bruguera, 1982 /
Emecé, El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1967. Traductora: Marta King (re-
edición).
James Hadley Chase. Con las Mujeres nunca se sabe. Novela Negra 71, Barcelona,
Bruguera, 1982 / Emecé, El Séptimo Círculo, Buenos Aires, 1961. Traducción:
Kicsi Schwarcz. (reedición).
Patricia Highsmith. El Cuchillo. Novela Negra 72, Barcelona, Bruguera, 1982. Tra-
ductor: Ernesto Rúiz Ibáñez.
240 Anexos

Roger L. Simon. La Gran Maquinación. Novela Negra 73, Barcelona, Bruguera,


1982. Traductor: Antonio Samons.
Bill Ballinger. Retrato de Humo. Novela Negra 74, Barcelona, Bruguera, 1982 /
Ediciones Picazo, 1971. Traductor: Mario Montalbán.
Boris Vian. Que se mueran los Feos. Novela Negra 75, Barcelona, Bruguera, 1982.
Traductora: Tabita Peralta Lugones (argentina emigrada).
Jaume Fuster. Tarde, Sesión Continua. Novela Negra 76, Barcelona, Bruguera, 1982.
Traductor: Xavier Gispert.
Raymond Chandler. El Sueño Eterno. Novela Negra 77, Barcelona, Bruguera, 1982.
Traductor: José Antonio Lara.
Carlos Pérez Merinero. El Ángel Triste. Novela Negra 78 (en castellano).
Wade Miller. Arma Mortal. Novela Negra 79, Barcelona, Bruguera, 1982. Traduc-
tor: Alberto Clavería Ibáñez / Buenos Aires, Emecé, 1964. Traductora: Adriana
T. Bó (reedición).
Raymond Chandler. La Hermana Pequeña. Novela Negra 80, Barcelona, Bruguera
/ Barral Editores, 1973. Traductor: Juan Viñoly.
Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Asesino de Policías. Novela Negra 81, Barcelona, Brugue-
ra. Traductor: Antonio Samons García.
Juan Madrid. Un Beso de Amigo. Novela Negra 82, Barcelona, Bruguera, 1982 (en
castellano).
Dick Francis. Cortina de Humo. Novela Negra 83, Barcelona, Bruguera. Traductor:
Benito Gómez Ibáñez
Isaac Asimov. Asesinato en la Convención. Novela Negra 84, Barcelona, Bruguera.
Traductor: Antonio-Prometeo Moya.
Bibliografía

Fuentes primarias citadas

Publicaciones periódicas
ABC, Madrid
Agermanament, Barcelona
Camp de l’Arpa, Barcelona
Clarín, Buenos Aires
Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid
Cuadernos del Norte, Madrid
Controversia, México
El Ciervo, Barcelona
El Ornitorrinco, Buenos Aires
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El Periodista, Buenos Aires
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La Capital, Rosario
La Nación, Buenos Aires
La Vanguardia, Barcelona
Página/12, Buenos Aires
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Quimera, Barcelona
Resumen de Actualidad Argentina, Madrid
Testimonio Latinoamericano, Barcelona
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Colección Especial Venus. Ceres/Bruguera
Colección Héroes del espacio. Ceres/Bruguera
Colección La conquista del espacio. Ceres/Bruguera
Colección Sexy Star. Ceres/Bruguera
Colección Temas de Evasión. Ceres/Bruguera
Colección Tam Tam. Ceres/Bruguera

Entrevistas, en Buenos Aires y Barcelona


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Ana María Becciú, Gerona, marzo 2012
Andrés Ehrenhaus, Barcelona, septiembre 2010/febrero 2012
Eduardo Goligorsky, Barcelona, octubre 2010/marzo 2012
Juan Martini, Buenos Aires, agosto 2010
Roberto Bein, Buenos Aires, diciembre 2011

Por vía telefónica y electrónica


Ana Goldar, marzo 2010
Gerardo Di Masso, abril 2016
Horacio Vázquez-Rial, octubre 2010/marzo 2012
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Índice onomástico

A Binaghi, Jorge 94, 193, 204, 226


Abós, Álvaro 92, 97, 100, 146, 199, 222, 243 Borges, Jorge Luis 35, 50, 56, 124, 127, 128-
Academia Española de la Lengua 23, 56, 169, 130, 149, 180-181, 187, 253
174-175, 182, 185-186 Brocato, Carlos 43-44, 243, 245
Academia Mexicana de la Lengua 185-186 Bruguera, editorial 9, 24, 67, 69, 71, 76, 93-
Academia Porteña del Lunfardo 179 96, 99-107, 111-118, 119, 122, 124-126,
ACE Traductores 141, 143, 210 128, 130-132, 134-135, 149-150, 160-
Adiax, editorial 68-69 161, 198-199, 202-207, 209-210, 215,
Agermanament, revista 14, 97, 241 218, 220, 222
Alcoba, Daniel 86, 89
Alcoba, Laura 89 C
Alonso, Dámaso 182, 184-185, 250 Camp de l’Arpa, revista 67, 79, 116, 124, 145-
147, 154, 156, 171, 241
Alsina Thevenet, Homero 14, 79, 91, 92, 116-
119, 125, 138, 146, 206, 233, 236, 249 Canto, Estela 119, 121, 238
Álvarez, Jorge, editorial 120 Carreter, Lázaro 175-176, 186, 245
Álvarez Flórez, José Manuel 171-172, 174, Castro, Amalia 207
Anagrama, editorial 65, 67, 69, 77, 91, 114, Castro, Américo 56, 84, 187,
167, 170-171, 196, 211 Catelli, Nora 27, 52, 70-72, 74, 81, 86, 89,
Andújar, Manuel 82 114, 116, 143, 146, 153-154, 192, 195-
198, 201, 213, 245, 246, 254
APETI 141, 159-160, 162, 182-183.
Chacel Rosa 82-83, 206
Argonauta, editorial 68-69, 92
Centro Editor de América Latina (CEAL) 92,
Ayala Dip, Ernesto 14, 71, 72, 146
112, 204
Ayala, Francisco 82-83, 156, 206
Ciorán, Emil 45-46
Cohen, Marcelo 14, 15, 23, 27, 30, 33, 39,
B 48, 55-59, 64, 71-72, 74, 86, 88-89,
Balcells, Carmen 66, 71, 81 91-92, 94, 106-107, 117-119, 143, 146,
Barral, Carlos 65, 71, 79-81, 84, 89, 114, 161-164, 171, 187-188, 192-193, 195-
116, 137-138, 152-153, 264 196, 201, 209-211, 215, 223, 226, 228,
Basualdo, Ana 14, 27, 37, 71, 72, 74, 146, 239, 246, 254,
193, 195, 244 Coma, Javier 116, 131-132, 146,
Bayer, Osvaldo 39, 40, 45-46, 245, 257 Constante, Susana 37, 65, 70, 91, 119, 146,
Becciú, Ana María 27, 119, 193, 197, 199- 193, 195-197, 201, 227, 235, 246
201, 207-209, 214, 225, 236, 242 Controversia, revista 39-41, 44-46, 241, 245-
Bein, Roberto 27, 91, 193, 201, 213, 225, 248, 251, 257
242 Cortázar, Julio 35, 39-43, 45, 50, 52, 54, 70-
Benítez, Esther 145, 157, 159, 165-166, 244, 71, 76, 207, 209, 246, 248
245 Cousté, Alberto 70-71, 91, 146, 193-195,
Berges, Consuelo 145, 157, 159, 166, 177, 201, 227
245 Covián, Marcelo 71-73, 79, 91, 138, 146,
Bernárdez, Aurora 209 193-195, 227
Bignozzi, Juana 94, 127, Crespo, Ángel 147-148
266 Índice onomástico

D Goligorsky, Eduardo 27, 74, 87, 94-95, 97, 100,


De La Púa, Carlos (Malevo Muñoz) 180 114, 119, 146-147, 193, 197, 199-203, 206-
De Moura, Beatriz 65, 75, 91, 138 207, 222, 230, 235, 242, 244, 247-248
De Paola, Luis 27, 176, 178-181, 187, 247 González Cremona, Juan Manuel 102-104,
Di Benedetto, Antonio 11, 29, 247 193, 222
Di Masso, Gerardo 27, 94, 196-197, 201, González Ledesma, Francisco 96-97, 102,
228, 242 222, 248
Di Masso, Pablo 27, 91, 94, 102, 104-106, González Trejo, Horacio 94, 137, 165, 187-
193, 197, 201, 211, 220, 222-223, 228, 189, 193, 196-197, 223, 230, 248
242-243, 247 González, Jonio 27, 193-194, 196
Dobry, Edgardo 86-87, 193-194 Gorbea, Federico 74, 91, 138, 150, 195, 230
Donoso, José 52, 70, 195-197, 199, 247 Granica, editorial 69, 94-95, 105, 202, 211,
Donoso, María Pilar 195-197 Grant, Jorge 72-73, 86, 248
Gregorich, Luis 39- 40, 42, 44, 49-51, 246, 248
E Grijalbo, editorial 67-69, 72, 93, 99, 198
Edhasa, editorial 67-68
Edward, Jorge 70, 72, 74, 79 H
Eguía, Martha 119, 193, 239 Heker, Liliana 39-44, 49, 248
Ehrenhaus, Andrés 14, 27, 77, 86, 88-89, Herralde, Jorge 65, 167-172, 211, 248
143, 192-193, 196, 201, 209-210, 212-
213, 215, 242, 247 I
Elías, Josep 117-119, 238-239, 247, 249, 258 Instituto Cervantes 174
Emecé, editorial 68, 81-82, 118-121, 125,
128, 149 L
Lafuente Estefanía, Marcial 97, 113
F Landman, Víctor 68
Filipetto, Celia 27, 94, 193, 210-211, 228, Llovet, Jordi 72, 138, 156
247 Losada, editorial 81-82
Frers, Ernesto 97-100, 102, 104, 193, 199, Lugones, Susana “Pirí” 120
222, 229, 243 Lumen, editorial 65, 67, 69, 77, 91, 114, 138,
150, 204
G
Gallardo Muñoz, Juan 102 M
Gallotti, Alicia 27, 97, 100, 242 Manguel, Alberto 207
Galmarini, Marco 193, 229 Martí, Jordi 75, 119, 237,
Gandolfo, Elvio 27, 92 Martín Villa, Rodolfo (ministro del
García Márquez, Gabriel 52, 70-71, 152, 154, interior) 78-79, 111
247, 250 Martínez, Tomás Eloy 48-49
Gargatagli, Ana María 27, 86, 89, 127, 146, Martínez Roca 9, 24, 68-69, 93-102, 105,
154, 192, 213-215, 246-247. 188, 197, 199, 206, 211, 218, 222
Gedisa, editorial 68-69 Martini, Juan 23, 25, 27, 29-30, 33, 36, 43,
Gimlet, revista 9, 116, 122, 131-135, 148, 241 48, 49, 50-55, 64, 71-72, 75-76, 81, 84,
Giralt, Pilar 119-120, 236, 238-239 89, 91, 102-103, 109, 111, 114-118,
Goldar, Ana (Poljak) 27, 92, 119, 123, 126, 122-130, 132, 134, 146, 192-193, 198-
193, 197, 201, 204-205, 207, 209, 214- 199, 201, 209, 220, 222-223, 231, 235,
215, 229, 235, 242, 248 242-243, 247-249
Alejandrina Falcón 267

Matamoro, Blas 11, 33, 47, 77, 84, 181, 249 RBA, editorial 114, 244
Mazía, Florial 119-120, 127, 135, 172, 237-238 Resumen de Actualidad Argentina, revista 14,
Merlino, Mario 91, 143, 193, 195, 210 61, 195,
Minotauro, editorial 68-69, 71, 92-94, 119, Ríos, Julián 138, 146
198, 200, 210, Rodrigo, Ricardo 70-71, 75, 97, 114-115,
Montesinos, editorial 69, 72, 77, 92 123, 128, 199, 244, 250
Moya, Antonio-Prometeo 119-120, 126, 237, Ross, Marilina 85
238, 240, 249
Moyano, Daniel 11, 82-83, 87 S
Muchnik, Jacobo 147 Sábato, Ernesto 84, 250
Muchnik, Mario 68-74, 193, 204-205, 231, Sáenz, Miguel 154-157, 161, 251
247, 250 Saer, Juan José 35, 50, 75-76, 249, 251
Muñoz, José 6, 27, 135 Safián, Alejandro 61-62, 69
Salas, Horacio 11, 151
O Sampayo, Carlos 6, 27, 61, 63, 71, 86, 92,
Obligado, Clara 37, 64, 250 135, 138, 193-194, 201, 232, 251
Onetti, Juan Carlos 117, 186 Sánchez, Jorge 68, 92
Ornitorrinco El, revista 42, 241 Sarlo, Beatriz 44, 49, 108-109
Sarmiento, Faustino 35, 51, 56
P Sarto, Rocco (Pablo Di Masso) 9, 106-108,
Paidós, editorial 68-69, 121, 200, 206, 243 220, 243
Peláez, Estela 86 Sasturain, Juan 109, 111, 251
Pellegrini, Mario 68, 92 Savater, Fernando 45-46, 131, 251
PEN Club 66, 73, 78-79, 245 Schmucler, Héctor 39, 45, 251
Peralta Lugones, Tabita 119, 232, 240 Sexer, Mario 94, 101, 193, 222, 233, 242
Peralta, Carlos 92, 94, 119, 193, 200-201, Soriano, Osvaldo 116-119, 237,
206, 231, 238 Soulé, Omar “Pacho” 111-112, 115
Peri Rossi, Cristina 14, 70, 77-78, 82-83, 87, Souto, Marcial 27, 86, 92, 193-194, 200, 210
91-92, 138, 146, 167-170, 250 Speratti, Alberto 27, 97, 100, 102, 193, 222
Piglia, Ricardo 65, 119-121, 124, 127, 130- Sudamericana, editorial 68, 71, 81-82, 92,
131, 250 120, 135, 150, 203, 206
Pochtar, Ricardo 27, 91-92, 94, 138, 194, Szpunberg, Alberto14, 73-74, 97, 100, 193,
212, 232, 250 201, 209, 222, 251
Politti, Luis 85
Pomaire, editorial 94-95, 101, 203, T
Porrúa, Francisco 70-71, 86, 92, 193, 198, Tarín-Iglesias, Enrique 80-81, 84, 251-252
200-201, 206, 226, 234, 246 Tellado, Corín (Ada Miller) 97, 102-103, 113
Tello, Antonio 86-87, 146
Q Terragno, Rodolfo 39-40, 245, 257
Quimera, revista 74, 145-157, 151, 153, 167, Testimonio Latinoamericano, revista 14, 97,
169, 241 100, 195, 203,
R Tiempo Contemporáneo, editorial 119-121,
Rama, Ángel 14, 64, 67, 146, 250 125, 127, 130, 135, 172,
Rama, Carlos M. 14, 63-64, 73, 79, 81, 91, Tizón, Héctor 11, 108
250, 260 Torres, Maruja 116, 131, 134, 148, 251
268 Índice onomástico

Trejo, Mario 14, 92, 94, 138, 233 Videla, Eduardo 94, 193
Triunfo, revista 67, 74, 77, 94, 146, 166, 187, Viejo Topo El, revista 64, 67, 72, 74, 92, 116,
Tusquets Editores 65, 67, 69, 75, 105, 114- 124, 145-147, 210,
115, 138, 153, 196, 207 Vignatti, Alejandro 102, 193
Tusquets, Esther 61-65, 77, 80, 89, 91-92, Vinacua, Rodolfo 14, 119, 193, 195-196,
137-138, 252 198, 201, 234-235, 243, 248
Vindicación Feminista, revista 208
U
Umbral, Francisco 135, 171-175, 178, 184- W
186, 208, 243, 252 Wacquez, Mauricio 70, 74, 92
Unesco 126, 141, 158-161, 143 Waiss, Óscar 82-83
Unión de Periodistas Argentinos Residentes en Walsh, Rodolfo 120, 127, 135, 172, 203, 236,
España (UPARE) 62, 252 238
Wilcock, Rodolfo 117-119, 127-129, 238,
V 242, 249
Valverde, José María 138, 145, 156-157, 166,
252 Z
Vargas Llosa, Mario 52, 71, 79, 152 Zagalsky, Matilde (seudónimo de Matilde
Vasallo, Marta 64, 252 Horne) 193, 198, 234
Vázquez Montalbán, Manuel 111, 116, 131, Zero Zyx, editorial 68
206 Zito Lema, Vicente 14, 73, 97, 100, 222
Vázquez-Rial, Horacio 27, 86, 94, 119, 125,
146, 151, 193, 197, 200-201, 206, 233,
236, 242, 249

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