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CARTOGRAFÍAS.

COORDENADAS DE UN MUNDO QUE CAMBIA

Estado de guerra permanente en el Alto


Karabaj
Por Philippe Descamps*
La región del Alto Karabaj sufre desde el 27 de septiembre los combates más intensos de
las últimas dos décadas. A pesar del llamado a un cese el fuego de los tres países que co-
presiden el Grupo de Minsk que busca una solución pacífica del conflicto (Rusia, Estados
Unidos y Francia), el presidente de Azerbaiyán dice estar determinado a mantener la
ofensiva hasta reconquistar los territorios controlados por Armenia desde el derrumbe de la
Unión Soviética. Este artículo, publicado en diciembre de 2012, veinte años después de la
toma de Chouji por las tropas armenias, el 9 de mayo de 1992, anunciaba la precariedad del
cese el fuego en las montañas del Alto Karabaj. Ya en ese entonces, el rearme rápido de
Azerbaiyán desde 2010 hacía temer la reanudación del combate con consecuencias
incalculables para todo el Cáucaso, y para los pueblos armenios y azerbaiyano, que pagan
un fuerte precio por el impasse político y diplomático.
No mire más de quince segundos. Después, tiene que bajar la cabeza.” Una tronera de
hormigón permite observar furtivamente una hilera de alambrados de púa y, a menos de
doscientos metros, la primera línea de soldados azerbaiyanos. En el fondo de esta trinchera
del sector de Askeran, del lado armenio, todo recuerda una escena de la Primera Guerra
Mundial: modestas casamatas, bolsas de arena, una pequeña estufa a leña para el invierno y
algunas pocas latas de conserva oxidadas para indicar cualquier intrusión nocturna. Los tres
soldados de este puesto tienen 20 años. Son de Ereván. El oficial a mando encuentra el
frente relativamente calmo el día de hoy.

“Ayer el enemigo violó dieciocho veces el cese el fuego y nosotros, una vez –asegura el
teniente general Movses Hakobian, ministro de Defensa del Alto Karabaj–. A lo largo de
los trescientos kilómetros de la línea de frente, cuando aparece una cabeza, tiran. Todos los
días estamos en guerra.” A principios de junio [de 2012], los intercambios de tiros
provocaron ocho muertos en dos días. Después del último cese el fuego, firmado en Moscú
el 16 de mayo de 1994, las líneas no se movieron y las tropas se atrincheraron. En ese
entonces, las autoridades de Bakú aceptaron la detención del combate para evitar una
derrota. Los armenios acababan de arrebatar el control de la antigua región autónoma del
Alto Karabaj y de vastos territorios adyacentes, es decir alrededor del 13% del territorio de
la ex república soviética de Azerbaiyán. Desde entonces, soldados y tiradores de elite se
espían día y noche, a veces a menos de cien metros unos de otros.

Las escaramuzas marcan el ritmo a los encuentros internacionales. Estos últimos meses se
multiplicaron, ya que Rusia organizó varias cumbres entre los presidentes armenio y
azerbaiyano. La alianza entre Armenia y Rusia por un lado, y los lazos estrechos entre el
Azerbaiyán turcófono y Turquía por el otro hacen de este conflicto un foco de tensión
internacional importante.

Una República que nadie reconoce

En 1905, en 1918 y, después, entre 1991 y 1994, tres guerras enfrentaron a los montañeses
armenios y a los “tártaros” de los valles, llamados actualmente azeríes. A modo de protesta
contra su incorporación a Bakú, en 1921, por una decisión del partido bolchevique, los
armenios del Alto Karabaj fueron los primeros en sacarse de encima a la URSS en 1988.
Luego, siguió la ola nacionalista de los países bálticos hasta el estallido de la Unión
Soviética. En un territorio apenas más grande que Luxemburgo, este polvorín inquieta tanto
a Washington como a Moscú. En junio pasado [de 2012] , durante el último G20 en
México, Barack Obama, Vladimir Putin y François Hollande confesaron su impotencia
recordando que “los dos países en conflicto no deben retrasar la toma de decisiones
importantes, necesarias para alcanzar una reglamentación durable y pacífica”. Estados
Unidos, Rusia y Francia presiden conjuntamente el Grupo de Minsk, encargado desde 1992
de encontrar una salida a este conflicto.

Mientras esperan ser invitados un día a la mesa de las negociaciones, los militares del
Karabaj quieren impresionar. El 9 de mayo, en la capital, Stepanakert (Khankendi, para los
azerbaiyanos), se organizó un gran desfile para festejar la toma de Chouji, antigua plaza
fuerte de la artillería azerbaiyana. En mayo de 1992, este episodio de armas le había
permitido a los rebeldes tomar el control del corredor de Latchline (nombrado Berdzor por
los armenios) y unir el Karabaj a Armenia. En el imaginario de muchos armenios del
mundo, esta victoria contra los azerbaiyanos, asimilados a los “turcos”, suena todavía como
una revancha histórica.
Después de haber reclamado en un primer momento su adhesión a la Armenia soviética, los
armenios del Karabaj en 1991 finalmente optaron por la independencia. Esto permitió
presentar el conflicto como una lucha de liberación nacional, y no como un enfrentamiento
entre dos países por un territorio. Esta pequeña república de ciento cuarenta mil habitantes
posee su propia Constitución, su Parlamento, su bandera, su ejército, sus instituciones y su
gobierno. Pero en realidad sigue estando estrechamente ligada a su “gran hermana”. Todo
se decide en Ereván.

Sentado entre dos prelados de la Iglesia armenia y al lado de Bako Sahakian, el presidente
de la “República del Alto Karabaj” que ningún país reconoce, el presidente de Armenia,
Serge Serkissian, aplaudía el desfile de carros, drones y misiles de última generación desde
la tribuna oficial. La demostración apuntaba a hacer comprender que el “pueblo de las
montañas” no renunciará jamás a su derecho a la autodeterminación. “Podemos decir que
desde hace veinte años el Alto Karabaj registra muchos éxitos en la instalación de
instituciones democráticas según los criterios internacionales –afirma Sahakian, que fue
reelegido en julio último–. Tarde o temprano, la comunidad internacional reconocerá
nuestra independencia. No queremos revivir la época tan amarga de la guerra. Pero nuestra
prioridad sigue siendo la seguridad del país. Estamos listos para defendernos, incluso
llevando a cabo acciones preventivas.”

Desde el fin de los combates, Stepanakert/Khankendi cambió mucho. La vitrina de la


“causa armenia” ha sido renovada. Los edificios públicos y los inmuebles modernos
conforman una pequeña ciudad provinciana (cincuenta mil habitantes) mucho más atractiva
que las ciudades industriales de la Armenia postsoviética. Las jóvenes mujeres con sus
vestidos coloridos descienden por la avenida principal, a veinticinco kilómetros del frente,
para recorrer los negocios con toda despreocupación. El ingreso anual por habitante (2.200
euros) supera el de la mayoría de las regiones de Armenia. Stepanakert mantiene un ejército
de quince mil hombres, paga pensiones, construye rutas y puentes, asume los gastos de
salud y de escolaridad, controla un gran número de empresas. Y Ereván paga… Armenia se
hace cargo de dos tercios del presupuesto.

“Terapias de choque” más que “choque de civilizaciones”

“Azerbaiyán tiene el petróleo, los armenios tienen la diáspora”, solía decir el ex presidente
del Karabaj, Arkady Ghougassian. Una parte importante de la ayuda enviada por las
comunidades armenias de todo el mundo llega aquí. Es la mitad de las donaciones
administradas por el fondo armenio de Francia, indica Michel Tancrez, su representante en
Stepanakert: “En el año 2000, durante nuestra primera campaña, alrededor del 15% de las
familias francesas de ascendencia armenia conocían el Karabaj. Hoy, todo el mundo está
sensibilizado, y alrededor de un cuarto de la gente hace donaciones”. Como el maná
petrolero, esta prodigalidad tiene su costado perverso. El periodista Ara K. Manoogian
denuncia regularmente derroches y desvíos (1). Tancrez prefiere una lítote: “Los más
dinámicos en el plano político son también los más dinámicos en el plano económico”.

El ambiente es distinto en Chouji, la antigua capital histórica. La catedral restaurada simula


un aparente esplendor recuperado. Pero la mayoría de los habitantes vive en inmuebles
destartalados de estilo brejneviano. A 1.300 metros de altitud, la calefacción central no
funciona más por falta de mantenimiento. Todos se las arreglan con una estufa a gas o a
leña cuyo tubo de salida pasa por la ventana. Muchos edificios ofrecen muestras de la
dureza de los combates de 1992. Las casas azerbaiyanas fueron destruidas. Las dos grandes
mezquitas y el antiguo bazar fueron librados al abandono. La población, de alrededor de
diez mil habitantes, que antes de la Primera Guerra Mundial estaba mezclada, era
mayoritariamente azerí bajo el régimen soviético. La ciudad abriga ahora alrededor de tres
mil armenios, de los cuales muchos han huido de Sumgait, los suburbios de Bakú, después
de los pogromos de febrero de 1988.

“Hay mucha desocupación”, asegura preocupado Lavrent Ghoumanian, herido varias veces
y condecorado: “A los veinte años participé de manera activa en todos los combates –
explica–. Ahora tengo cuarenta años y no tengo trabajo. Esta sensación de inutilidad es dura
de soportar para mis hijos”. El repliegue sobre sí mismo aumentó con la aplicación de las
“terapias de choque”, que fueron fuente de desesperación en los países de la ex Unión
Soviética, mucho más que un pretendido “choque de las civilizaciones”. “Bajo el
nacionalismo yace la cara oculta del iceberg social”, estima el abogado Sevag Torossian
(2).

Las relaciones de vecindad desmienten los esquemas simplistas. La Armenia cristiana está
militarmente aliada con la Rusia ortodoxa y los países musulmanes de Asia Central dentro
de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). Mantiene relaciones
cordiales con el Irán chiita, a su vez muy desconfiado del Azerbaiyán chiita, que es muy
cercano a la Turquía sunnita y a la Georgia cristiana, en conflicto abierto con los rusos…

Irán le permitió a Armenia romper el bloqueo azerbaiyano-turco para importar


principalmente gas y petróleo. A Teherán le preocupa el discurso identitario de Bakú,
porque una importante comunidad azerí de quince millones de personas reside en el
noroeste de Irán. Armenios e iraníes temen sobre todo los lazos cada vez más estrechos
entre Israel y Azerbaiyán, sellados en febrero con un acuerdo de venta de armas de 1.200
millones de euros (3). Bakú obtuvo material sofisticado –en particular, drones– a cambio de
su petróleo y algunas otras ventajas: dirigentes estadounidenses sospechan que los israelíes
“compraron un aeródromo” en el sur de Bakú para su proyecto de bombardeo de las
instalaciones nucleares de Irán (4). Los armenios temen que un ataque de esa naturaleza sea
la señal de una ofensiva en el Karabaj.

Descendiendo hacia el oeste, dos infraestructuras son prueba de la situación particular de


este territorio, separado de Armenia por un relieve que obliga a franquear pasos viales a
más de 2.300 metros de altura. Antes de la guerra, una línea de ferrocarril unía Stepanakert
y su desembocadura natural hacia la llanura de la Kura, y más lejos Bakú. De esta línea no
quedan más que los escombros; el resto fue desmontado. No muy lejos de la antigua
estación, el aeropuerto de Stepanakert fue inaugurado hace más de un año, pero todavía está
esperando los primeros aparatos provenientes de Ereván. Las fuerzas azerbaiyanas
prometieron abatir todo avión que se presentara para recordar que en las proximidades, en
el pueblo de Khodjali, muchos civiles azerbaiyanos fueron muertos durante la primera
ofensiva armenia de gran amplitud, el 26 de febrero de 1992.
El balance de la guerra es muy duro. A los más de veinte mil muertos hay que agregar los
heridos, los inválidos y los numerosos refugiados. Según el Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), 570 mil personas fueron desplazadas al
interior de Azerbaiyán, que tuvo que acoger además a 220 mil refugiados que venían de
Armenia (5). “Visité los campos de refugiados. Por haber conocido los de Palestina, puedo
decir que los de Azerbaiyán no tienen nada que envidiarles”, relata la senadora francesa
Nathalie Goulet (6). Armenia, por su lado, recibió a 300 mil armenios que vivían en
Azerbaiyán.

El gran éxodo económico de los armenios

Al llegar a las alturas de Agdam, se entra en los territorios que no pertenecían a la antigua
región autónoma: un sector “ocupado”, según el vocabulario de la “comunidad
internacional”. Desde 1993, el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones
Unidas (ONU) pidió “que las fuerzas de ocupación de que se trate se retiren inmediata,
completa e incondicionalmente del distrito de Agdam y de todas las otras zonas
recientemente ocupadas” (7). Este glacis militar librado a la desolación comprende decenas
de pueblos y varias ciudades fantasmas, como Fizuli, Djebrail o Agdam, antiguo centro
comercial neurálgico de la región. Sólo algunas tierras desminadas fueron recuperadas por
agricultores y sobre todo por pastores armenios. Decenas de miles de casas y centenares de
edificios, si bien no fueron destruidos durante los enfrentamientos, fueron sistemáticamente
saqueados después. Muebles, maderas, techos, canalizaciones, cables eléctricos, todo lo que
podía ser reutilizado fue robado; lo que podía quemarse se fue en humo. Sólo quedan restos
de paredes.

Los armenios que desean ocupar tierras abandonadas por sus habitantes buscan argumentos
legítimos para poder hacerlo: invocan la historia… antigua. A siete kilómetros al norte de
Agdam, encontraron un sitio importante del período helenístico, pronto rebautizado
Tigranakert . “Un zorro cavó una madriguera –cuenta el guardián del sitio recordando su
descubrimiento, en 2005–. Por ese agujero se podía ver una pared. Yo se lo mostré a
Hamlet Petrossian, el director del Instituto de Arqueología. Cavaron y encontraron los
vestigios de una basílica armenia del siglo VI”. Un gran recinto del siglo I antes de nuestra
era también fue recuperado. Es una prueba de que se trata de una ciudad fundada en la
época de Tigran II el Grande (95-54 a.C), en el apogeo de la Armenia antigua.

Las discusiones en torno a la integridad territorial de Azerbaiyán tropiezan también con la


cuestión de los monasterios, como el de Dadivank. Se llega por una mala ruta que circula
por las gargantas de la Tartar (o Trtu). Recostado contra la montaña, data de la Edad Media
y alberga khatchkars (piedras esculpidas) del siglo XIII. Pero está situado en el distrito del
Kelbadjar, administrado por Bakú antes de su conquista por los fedais armenios, en abril de
1993.

La ruta del Norte, que atraviesa el distrito de Kelbadjar, al igual que el corredor de
Latchina-Berdzor en el centro, era estratégica en el plano militar. Se volvió central en el
plano económico gracias a que comenzó la explotación de minas en Drmbon, muy cerca del
lago artificial de Sarsang, a principios de los años 2000. Todo el distrito de Martakert
rezuma oro, cobre y molibdeno. Primer empleador del Alto Karabaj, la empresa Base
Metals se comprometió a refaccionar la ruta, que permitiría transportar el mineral a las
fábricas armenias de Vardenis, a menos de cien kilómetros. Los trabajos comenzaron en la
primavera pasada.

El anuncio de estas inversiones suscitó la protesta de Azerbaiyán, que teme ver el statu quo
prolongarse indefinidamente. Su presidente, el autócrata Ilham Aliev, pretende aprovechar
el auge petrolero para recuperar terreno: “Vamos a continuar con nuestros esfuerzos
diplomáticos, pero al mismo tiempo aprovecharemos todas las ocasiones posibles para
recuperar nuestra integridad territorial” (8). Los gastos militares de Azerbaiyán se
quintuplicaron desde 2004, para alcanzar los 2.500 millones de euros en 2011, contra 335
millones de euros de Armenia (9). Este desequilibrio creciente de la relación de fuerzas
alarma a la “comunidad internacional”, mientras que el perfil de una verdadera
negociación, presentada a fines de 2007 bajo el nombre de “principios de Madrid”, aparece
todavía muy endeble. El grupo de Minsk se fijó como objetivo una solución pacífica que
descanse sobre la restitución de todos los territorios ocupados y el derecho al retorno, a
cambio de una larga autonomía local para los armenios, con una garantía de seguridad que
incluya una operación de mantenimiento de la paz y un corredor de unión con Armenia.

La solución jurídica deberá tener en cuenta la geografía, particularmente de la cadena del


Pequeño Cáucaso que atraviesa la región. Al norte de la zona controlada por los armenios
se elevan altas montañas de más de 3.000 metros. Éstas cortan el Alto Karabaj de la región
de Chahoumian que también quiso adherirse a Armenia; controlada por Bakú fue
abandonada sin duda durante mucho tiempo debido a su población armenia. Estas montañas
aíslan sobre todo el sector de Kelbadjar. El gobierno de Stepanakert alienta a los armenios a
instalarse allí. Alrededor de 15 mil personas habitan esta zona tapón y la vecina de Berdzor-
Latchina, mientras que los otros territorios conquistados permanecieron desiertos.

El presidente Aliev acepta la idea de un estatuto transitorio (de cinco años) para los distritos
de Kelbadjar y de Latchina, donde admite el principio de un corredor (10). Asegura
también estar preparado para acordar cierta independencia a los territorios de la antigua
región autónoma. Pero para él está fuera de consideración transigir sobre la integridad
territorial y sobre el retorno de las personas desplazadas, incluso a Chouji.

Para los dirigentes de las dos partes, el camino del compromiso parece tanto más difícil de
encontrar cuanto que el conflicto les ha permitido acaparar el poder. “Tanto en Azerbaiyán
como en Armenia, la cuestión karabaj se volvió el centro de gravedad de toda la vida
política parlamentaria y gubernamental –explica Francois Thual–. Sigue siendo ineludible y
es el origen de todas las tensiones de política interior” (11).

Desde la evicción en 1998 del presidente Levon Ter Petrossian, acusado de haber
perjudicado los intereses armenios al aceptar una solución gradual, todas las palancas del
poder político, incluso económico, están retenidas en Ereván por hombres del Karabaj. El
actual presidente, Serge Sarkissian, fue ministro de Defensa y sabe muy bien que el statu
quo tiene también un precio muy alto para los armenios. Después del fracaso de su tentativa
de acercamiento a Turquía, ya no puede esperar aflojar el bloqueo y reducir la presión
internacional sin enfrentar los bloqueos de un sistema que él mismo encarna.
Polo de investigación científica y potencia industrial en la división del trabajo soviético, la
sociedad armenia ha sufrido sucesivamente los traumatismos del terremoto (que causó
varias decenas de miles de muertos en 1998), de la guerra y de la ruina de la URSS.
Mientras que los oligarcas hacen alarde de su opulencia y su arrogancia en los medios de
comunicación que controlan, la mayoría de los conglomerados han cerrado definitivamente,
más del tercio de las tierras agrícolas se hicieron baldíos y el país esta limitado a vender su
subsuelo minero a los rusos que mejor paguen. Para las legislativas de mayo de 2012, todos
los candidatos mantenían un discurso de halcones. Pero muchos armenios ya no votan…

Los veinte años de independencia quedarán marcados como los de una tragedia silenciosa:
el gran éxodo económico. Se estima que entre 700 mil y 1 millón 300 mil armenios
abandonaron el Cáucaso desde el final de la década de 1980 (12). Sólo Rusia acoge en
promedio treinta y cinco mil más cada año (13). La población de residentes permanentes
estaría reducida a 2 millones 800 mil personas. La política de natalidad no corrige sino
marginalmente unas perspectivas demográficas muy sombrías.

Entre vecinos, una confianza imposible

Para encontrar una nota de esperanza, de vuelta a Ereván, hay que dirigirse a una plaza de
la avenida General, en el centro de la ciudad. Desde hace varios meses, jóvenes activistas
desafían a la policía para denunciar la privatización de ese espacio público y los permisos
acordados a los comerciantes. Pretenden demostrar que lo mismo ocurre con todos los
bienes comunes en todo el país, mientras que la retórica nacionalista desvía la atención.

Nacido en la diáspora francesa e instalado en Shouchi desde hace ocho años, el joven
Armen Rakedjian cree que el futuro reside en la aparición de una sociedad civil, que está
tratando de organizar a su escala con una asociación local de ayuda mutua. Para el futuro
inmediato, dice, es necesario empezar por construir un mínimo de confianza en uno mismo
y en los demás: “En mi barrio, a una familia le mataron el hijo los azerbaiyanos hace un
año. No puedes explicarle a esta familia y a sus parientes que los azeríes son buenos
vecinos con los que tienes que hacer las paces”. El primer signo de distensión sólo puede
venir del frente: completar el intercambio de cadáveres y prisioneros, hacer retroceder las
líneas, establecer un mecanismo de vigilancia del cese del fuego, aceptar comunicarse por
otras vías que no sean las conferencias diplomáticas.

1. Véase el sitio www.thetruthmustbetold.com

2. Sévag Torossian, Le Haut-Karabaj armenien. Un Etat virtuel ?, L’Harmattan, París,


2005.

3. Associated Press, 26-2-2012.

4. Mark Perry, “Israel’s secret staging ground”, Foreign Policy, Washington, DC, 28-3-
2012.
5. “Les réfugiés dans le monde, cinquante ans d’action humanitaire”, Alto Comisionado de
las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Ginebra, 2000.

6. Journal official du Sénat, París, 15-4-2010.

7. Resolución 853 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, 29-7-1993.

8. Discurso por los veinte años de la Independencia, Bakú, 17-10-2011.

9. Stockholm International Peace Research Institut (SIPRI).

10. Discurso ante la comunidad azerí del Alto Karabaj, Bakú, 6-7-2010.

11. Francois Thual, La Crise du Haut-Karabakh. Une citadelle assiegee ?, Presses


Universitaires de France – Institut de Relations Internationales et Stratégiques, París, 2002.

12. “Migration and human development: Opportunities and challenges”, Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo, Nueva York, 2009.

13. Según el anuario estadístico de Rusia, cuatrocientos cincuenta mil armenios migraron a
la Federación entre 1991 y 2009.

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