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Universidad Alberto Hurtado

Departamento de Sociología.
Sociología del Conocimiento
Profesor Juan Miguel Chavez
Ayudante José Norambuena

“La identidad de la vulnerabilidad: Marcos de conocimiento


para la situación de calle”

Francesca Roco
Golam Berlagoscky
Damián Céspedes
Matías Salas

18 de junio, 2023
La identidad de la vulnerabilidad: Marcos de conocimiento para la situación de calle

En el último tiempo se ha configurado un incremento parcial de las personas que viven en situación
de calle, fenómeno el cual se ha visto repercutido e incrementando por la irrupción del covid-19 que
generó una crisis en que los sistemas interdependientes de salud, trabajo, vivienda, entre otros, que
se mostraron sumamente afectados. En esa línea, el Segundo Catastro Nacional de Personas en
Situación de Calle del año 2020, se estipula que existen para ese año alrededor de 12.255 personas
que viven en situación de calle a lo largo de todo el territorio chileno, siendo la Región
Metropolitana la que contiene la mayor parte de estos con un total de 5.729 individuos del total.
Además, particularmente se deja de manifiesto que del total nacional, el 84% de estos corresponde a
hombres, mientras que sólo un 16% a mujeres, siendo un 69,9% del total sujetos que rondan entre
un rango etario de entre 25 a 59 años (Ministerio de Desarrollo Social, 2021).

La situación de calle es un apéndice de la pobreza en que la situación de vulnerabilidad se expresa


en las carencias de necesidades básicas y un lugar digno para habitar, lo cual se ha producido por
diversos factores en los cuales los individuos se ven envueltos, quedando obligados a tener que
residir en las calles. Entendida como un fenómeno de carencia material relacionado con procesos de
exclusión, vulnerabilidad y de desvinculación social, la situación de calle surge como una
problemática social que integra una profundización en aspectos más extremos de lo que es la
pobreza. Esta preocupación lleva a considerar diversas dimensiones sobre cómo considerar la
situación de calle en la sociedad en términos de la producción de su conocimiento. Esto considera
aspectos claves para el entendimiento de la propia problemática ya que dada su diversificación en
cuanto a su concepto se llevarán a cabo diferentes experiencias y desarrollos de la situación de calle
para diferentes sujetos de la sociedad.

Para abordar las diferentes perspectivas de la situación de calle vale acotar la importancia del
espacio público como un lugar que conforma relaciones y acogida, lo cual se puede observar en los
datos del catastro nacional anteriormente mencionado del año 2020, en donde el 56,2% del total de
personas en situación de calle a nivel país, lo que equivale a más de la mitad de las personas en
situación de calle, pernoctan en lugares de espacio público. Asimismo, Berroeta y Vidal indican que
en relación a los “Usos y significados del espacio público en situación de calle” (2013), en el
espacio público las personas se conocen e interactúan con frecuencia, identificándose individual y
colectivamente con los lugares utilizados con anterioridad, existiendo usos individuales y grupales,
casuales o intencionales, que de cierta manera se despliegan en un trasfondo ideológico que norma
y restringe estas prácticas.

De la misma forma, en la literatura se recalca esta noción del espacio público, donde este tiene una
gran importancia y relevancia social, al ser el lugar donde sucede la vida pública y adscrita poseer el
símbolo dentro del territorio. De este modo, aquí los grupos sociales se logran integrar y
constituyen un ámbito en donde se genera la ciudadanía. Así, los actores sociales se reconocen en el
espacio público, logrando la identificación de sus experiencias con las del colectivo (Guadarrama &
Pichardo, 2021). A su vez, de igual manera el espacio público es el terreno común donde las
personas llevan a cabo las actividades funcionales y rituales que unen a una comunidad (Carr,
Francis, Rivlin & Stone, 1992, como se citó en Berroeta & Vidal, 2013). Este factor es de
relevancia para la interacción y formación de la comunidad que otorga el espacio público.
De lo anterior, tomando en consideración la relevancia del espacio público para los individuos en
situación de calle, corresponde dar cuenta de espacios que tienden a ser incorporados por grupos
minoritarios, los cuales buscan apoderarse de ciertas zonas de Santiago, a partir de diferentes
motivos que los mueven a adquirirlas, entre estos, alojamiento. Así, de esta forma, se logra
desarrollar acciones identitarias del mismo grupo con actos en los que los individuos se reconocen y
se hacen parte.

En esa línea, la sociología del saber se interrelaciona en la conexión del comprender que el
conocimiento es producido por las modificaciones que los sujetos son capaces de realizar en la
realidad misma. Según Scheler (2000) estas intervenciones sin carecer de intencionalidad e
intereses reales no están exentas de regulaciones normativas que son impuestas por el mismo
espíritu. La construcción de un mundo intersubjetivo entonces, es mediada por la interacción
regulada de los sujetos establecidos en la sociedad, esta construcción abre puertas a preocupaciones
específicas sobre las constituciones identitarias que no sólo estén definidas a un solo sistema que
pueda universalizar a los sujetos sistemas únicos de construcción.

Desde allí se centra la atención en quienes construyen subjetivamente el fenómeno a partir de la


configuración de personas en “situación de calle”, considerando los distintos agentes que circundan
su situación. Para esto observamos la localización de la Avenida Libertador Bernardo O’Higgins,
más conocida como Alameda, en un tramo aproximado que va desde las afueras de los terminales
de buses (sur) hasta plaza Italia, concentrando variadas carpas improvisadas en un terreno de
“parque”. Esta zona se ha convertido en una suerte de “hogar provisorio” para adultos, niños, niñas
y adolescentes, naturalizando este espacio como un lugar de vivienda con carpas, significando una
resistencia a la precarización de las condiciones de vida empobrecidas bajo niveles de
vulnerabilidad. En ese sentido, el análisis del presente trabajo relaciona teorías respecto de
distribución espacial, ordenamiento físico, uso del suelo, dinámicas de movilidad y
comportamientos de apropiación (simbólica) de espacio públicos, privatizando su uso en torno a
actividades socio-individuales de individuos en situación de calle que se sitúan en el territorio
descrito anteriormente.

Las personas en esta situación nos hacen cuestionarnos por su forma de habitar, en donde se puede
considerar la noción de habitus presentado por Bourdieu (1998), el cual nos posiciona en el
desarrollo de una identidad del sujeto a partir del estudio de la interacción entre las prácticas
sociales que se sitúan en el lugar (campo) y las creencias que se tienen en torno a este. El hecho de
habitar en estos lugares han establecido formas de vida que son resultado de una extrema
desigualdad y exclusión, así como también de la complejización de la vulneración de derechos,
presentándose irrupción de factores de deterioro biológico en términos de salud, concretizando una
subcultura urbana contextualizada del lugar, en un intento por afirmar una propia identidad
construida por la vida de las personas en situación de calle (Correa, 2007). La construcción de un
otro a partir de la alteridad es algo que no se puede obviar considerando que el espacio en el que
instalan su privacidad es público, por lo que la percepción de estas personas también es importante
analizarla para dar conclusiones completas.

En ese marco es sustancial considerar la idea de la dimensión social del espacio público, la que
destaca principalmente por ser una arista de entendimiento del espacio público, en que “se
reivindica el sentido de apropiación del espacio público por parte de los habitantes de una
comunidad social y ello implica la importancia que le otorgan en cuanto a su valoración, en cuanto
a las normas que los resguarden y, en definitiva, en cuanto a la manera como lo asumen como
propio” (Garriz & Schroeder, 2014, p.28). Es por ello que el espacio público también adquiere
pautas en las que los individuos se desenvuelven y ven con cierta normalidad que tales sucesos
ocurran en un determinado lugar, desde esta perspectiva la “situación de calle” es configurada desde
ausencias y carencias que predominan en estas pautas. Sin embargo, Garriz & Schroeder (2014)
manifiestan que los diversos espacios son atravesados por acciones que pueden resultar funcionales
o disfuncionales para las pautas imperantes (p.28). La contraposición de pautas de personas en
"situación de calle" significarán desde esta perspectiva una disfuncionalidad para la normatividad,
dejando fuera y excluyendo de estas a las personas vulnerables, permitiendo de esta manera un
posible marco normativo que enjuicie y reprima esta identidad del otro marginal.

La preocupación por una conceptualización de la situación de calle y cómo abordarla para enfrentar
esta problemática desde diversas perspectivas exige la necesidad de que el presente trabajo se
enmarque en proponer una evaluación del proceso de construcción del conocimiento de la situación
de calle con el objetivo de considerar estas distintas construcciones con una mirada crítica en las
conformaciones que configuran esta problemática en el campo social chileno actual.

¿Cómo se está produciendo el conocimiento sobre la situación de calle en Chile?

La construcción de conocimiento alude principalmente al proceso mediante el cual las personas


adquieren, organizan y generan información y entendimiento sobre el mundo que les rodea. Por lo
que se generan diferencias en cómo ciertos fenómenos son adquiridos por diversas instituciones o
personas naturales, para describirlo y tratarlo. El entendimiento parte por la idea de que existe algo
en el ámbito social que hay que conocer y desde el cual las personas buscan las herramientas para
definirlo, y así poder concebirlo y conceptualizarlo con la finalidad de facilitar su entendimiento y
su reconocimiento posterior. Es por esto que se comprenden a partir de distintas aristas los
fenómenos, en función de la relevancia de estos para las personas que conforman el grupo social.

El fenómeno de las personas en situación de situación de calle, ha sido tratado desde diversos
grupos de estudio que han trabajado su conceptualización, la cual varía de acuerdo con los
propósitos de estas agencias, lo que determina que la construcción de su conocimiento se conforme
a partir de distintas organizaciones, instituciones y sujetos que poseen herramientas específicas que
les permitirán adecuar su concepto de pobreza y situación de calle para determinados fines, los
cuales están ligados con los lineamientos valóricos y morales de las agencias productoras de
conocimiento. Es de este modo que la preocupación por las personas en situación de calle se hace
transversal para la sociedad actual, ya que su constructo se evidencia en las distintas formas en las
que las fuentes de producción de conocimiento se aproximan a este fenómeno. Desde su medición
hasta su protección, la situación de calle adquiere significado desde los grupos que la
conceptualizan en el mundo social.

Construcción de una noción negativa de las personas en situación de calle


Podemos hablar de una construcción psicosocial normativa del conocimiento en la percepción que
se tiene de las personas en situación de calle como individuos que no encajan en el grupo social y
que, por ende, son estigmatizados, excluidos y concebidos de manera negativa. En esta noción
entran en juego las normas y valores que moldean y restringen las prácticas de las personas
pertenecientes a un grupo social, configurando su actuar y estableciendo ciertas expectativas y
pautas de comportamiento a seguir. En este sentido, las normas y valores como elementos
fundamentales de los sistemas estructurales de la sociedad, en base a la Teoría de Sistemas de
Parsons (1988), influyen en la personalidad de los individuos, pues tanto el sistema cultural como el
sistema social están relacionados con el sistema de la personalidad, de manera que los individuos se
conforman en tanto se encuentren insertos en el grupo social, comportándose de acuerdo a aquellos
valores y normas sociales que regulan su conducta. En este sentido, los individuos del sistema
social y sus “relaciones con sus situaciones incluyendo a los demás actores están mediadas y
definidas por un sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos” (Parsons, 1988).
Así, estas normas y valores forman parte de los saberes y experiencias compartidas por el grupo
social, generando patrones de comportamiento aceptados socialmente, y a su vez definiendo
aquellos comportamientos cuestionados por la comunidad.

En el caso de la sociedad chilena, la idea de encontrarse en situación de calle se presenta como un


acontecimiento preocupante, porque además de reflejar la pobreza existente, esto no se enmarca
dentro de aquello que es aceptado como un modo de vida válido. Merton (1987) plantea que toda
sociedad promueve ciertas metas y promueve también ciertos medios para alcanzarlas, ante lo cual
los individuos adaptan su conducta. De esta manera, esta forma de vida en situación de calle se
encuentra muy alejada de las metas presentes en la generalidad de la sociedad, pues se promueven
históricamente otros fines, como por ejemplo trabajar para lograr la independencia económica y
tener un inmueble, esto es, una casa o un edificio, los cuales son aceptados y validados como
espacio habitacional. En este sentido, siguiendo a Merton (1987), se presentan ciertas metas
culturales para los miembros del grupo social, y además se establecen los medios para alcanzar
dichas metas, los que en nuestra sociedad corresponden a los medios institucionalizados. En este
sentido, “la estructura cultural define, regula y controla los modos admisibles de alcanzar esos
objetivos. Todo grupo social acopla sus objetivos culturales a reglas, arraigadas en las costumbres o
en las instituciones” (Merton, 1987).

De esta manera, la vida en sociedad desde esta noción funcional está marcada por pautas de
conducta que rigen y orientan el comportamiento de los sujetos, en tanto se contemplen las
consecuencias de su acción en el resto de los individuos del grupo social. En el caso de las personas
en situación de calle, es posible afirmar que estas no se encuentran actuando dentro de los marcos
de los patrones de comportamiento esperados por la sociedad chilena, ni tampoco se encuentran en
una posición de poder contemplar las consecuencias de su actuar hacia el resto del grupo social, por
lo que son concebidos como personas desadaptadas, que no actúan respecto al resto de la población.
Esta noción de la vida social, desde una corriente funcionalista enfocada en las consecuencias de la
acción, se plasma también en la idea del individuo funcional que se transmite y fomenta a través de
diversos medios. Los medios de comunicación masiva transmiten mensajes que son repetitivos, que
también siguen ciertas pautas y se condicen con las normas sociales y los valores culturales.
Pensemos por ejemplo en las emisoras de radio que transmiten programas en la mañana o en la
tarde, con temáticas sobre la ida al trabajo o la vuelta a casa. Esto mismo se manifiesta también en
los matinales o programas matutinos de la televisión nacional, o en los programas noticiosos de
televisión donde también se manifiesta esta idea en el orden en que se emiten, comenzando la
sección de noticias temprano en la mañana, donde muchas personas se sientan a tomar desayuno
para luego ir al trabajo o la escuela. Desde el orden hasta el contenido de los mensajes transmitidos
por estos medios indican lo programadas que están las actividades en el grupo social, las cuales
están establecidas de acuerdo a pautas de comportamiento estructuradas en función de roles sociales
en gran parte funcionales. Bajo esta noción funcionalista, el individuo es adaptado o es funcional en
la medida en que está adecuado a la función social que le corresponde.

La sociedad moderna funciona de acuerdo a la idea del trabajo para la obtención de bienes,
posicionando la actividad del trabajo como algo fundamental para el funcionamiento de la sociedad.
Se presenta en varios aspectos de la vida cotidiana la idea funcionalista de que diferentes actores o
grupos cumplen distintas funciones que contribuyen en conjunto al funcionamiento armonioso del
todo el grupo social, sin embargo desde esa noción se deja fuera a todo el resto de individuos que no
cumplen un propósito funcional para la sociedad, como vendrían a ser el caso de las personas en
situación de calle que no pueden realizar un aporte funcional a la sociedad, por lo que terminan
siendo excluidos y discriminados. Esto se relaciona también con la idea de productividad
transmitida, que es considerada útil para el progreso económico de los países, bajo una noción
neoliberal. En este sentido, esta idea funcional vendría a configurar el conocimiento en tanto se
presenta en un nivel más personal, psicológico, como también en un nivel más social.

Desde una perspectiva psicosocial, las situaciones sociales tienen poder para modificar las
representaciones mentales y la conducta de los individuos, grupos y naciones (Zimbardo, 1997), por
lo que se puede afirmar que los procesos políticos, económicos, sociales e históricos influyen y
dirigen a los individuos por un cauce conductual restringido. En este sentido, la situación
sociocultural chilena, que se caracteriza por presentar en gran medida el aspecto funcional en los
modos de vida del grupo social, tiene un fuerte poder sobre las distintas nociones que se poseen en
la sociedad, y en este sentido, puede dar pie a la construcción de una concepción negativa de las
personas en situación de calle. Esto evidencia cómo se construye conocimiento desde un modelo
funcionalista en la sociedad chilena, lo que permea la noción que se tiene de aquellas personas que
ocupan la calle para vivir, en especial de aquellas personas que se apropian de lugares transitados
como la Alameda de Santiago centro.

Esta noción negativa que se tiene sobre estas personas puede variar en tanto los medios de
comunicación ejercen su poder a través de noticias que generan desconfianza e inseguridad hacia
estas personas, problematizando su presencia en el territorio y generando fenómenos de
discriminación y marginación social. De esta manera se producen una serie de actitudes de
exclusión, tratos denigrantes, despectivos y humillantes. Algo que refleja todo esto es la represión
policial que viven estas personas, a través de la cual son violentadas, viviendo situaciones en las
cuales se vulneran sus derechos, se las agrede verbal y físicamente, se les quitan sus posesiones, en
ocasiones se les destruyen estas, todo a fin de expulsarles del lugar en el que se encuentran.
También se presenta violencia psicológica plasmada en miradas despectivas, como también en el
hecho de ignorar o hacer caso omiso de la existencia.
En este sentido, la violencia que se despliega hacia estas personas producto de la estigmatización es
tanto física como psicológica, y a la vez simbólica en tanto esta es implícita y se basa en la matriz
de relaciones de poder y dominación presentes en las relaciones sociales. El poder simbólico
mencionado por Bordieu (1997), es un concepto aplicable al fenómeno descrito en tanto abarca el
problema de producción de conocimiento que se genera en esta situación. En este sentido, la
violencia simbólica que se presenta recurre a estructuras de conocimiento: las estructuras sociales
que forman y configuran nociones como las que se tienen sobre las personas en situación de calle.

“La dominación, incluso cuando se basa en la fuerza más cruda, la de las armas o el
dinero, tiene siempre una dimensión simbólica, y los actos de sumisión, de
obediencia, son actos de conocimiento y reconocimiento que, como tales, recurren a
estructuras cognitivas susceptibles de ser aplicadas a todas las cosas del mundo y,
en particular, a las estructuras sociales. Estas estructuras es-tructurantes son formas
históricamente constituidas” (Bordieu, 1997).

De este modo, existen estructuras que determinan estas pautas de conducta, que están basadas en
ciertas ideologías e intereses implícitos. Según Martín-Baró (1990), la violencia tiene un carácter
ideológico, primero, en tanto expresa o canaliza unas fuerzas e intereses sociales concretos en el
marco de un conflicto estructural de clases, y segundo, en tanto tiende a ocultar esas fuerzas e
intereses que la determinan. De este modo, la violencia como concepto no puede ser considerada en
abstracto como buena o mala, sino que “la bondad o maldad de la formalidad violenta proviene del
acto que la sustantiva, es decir, de lo que un acto en cuanto violento socialmente significa e
históricamente produce. Y aquí es donde aparece con toda claridad el carácter ideológico de la
violencia” (Martín-Baró, 1990). En este caso, esos intereses y ese carácter ideológico vendría a ser
una construcción de conocimiento sustentada en gran parte en el modelo funcionalista predominante
a mediados del siglo XX, que conforma una estructura estructurante que rige el actuar y pensar de
los individuos de la sociedad.

Una visión funcionalista de la sociedad enfatiza en que esta se caracteriza por armonía y equilibrio,
siendo compuesta por funciones distribuidas, que se evidencian concretamente en la división social
del trabajo que hace que la sociedad esté cohesionada. Según esta lógica somos seres
interdependientes, en el sentido de que cada uno no puede desempeñar todas las funciones, sino que
hay cosas que nosotros no hacemos que los otros sí, de modo que todos nos debemos al otro y eso
asegura que estemos integrados como sociedad. No obstante, el problema es pensar que la sociedad
es un todo organizado armónico, cuando en la realidad empírica y lo que conocemos de la sociedad
es que no es un orden basado en la armonía y el equilibrio, sino que es un orden basado en la
imposición y la opresión, tal como es el caso del sometimiento de las personas en situación de calle
(Martín-Baró, 1990).

Construcción de una noción de caridad desde la institucionalidad


Desde una perspectiva gubernamental, el término de personas en situación de calle ha adquirido una
gran relevancia, ya que desde la misma Constitución se establece que debe ser el Estado el cual
otorgará derechos y servicios básicos, donde las personas nacen libres e iguales en dignidad y
derechos. Es por esto, que las instituciones del gobierno deben instaurar políticas públicas que
vayan dirigidas a problemáticas emergentes en la sociedad. En ese sentido las personas que viven y
realizan su vida diaria en el espacio público acarrean distintas aristas, entre las que una de estas
corresponde al entendimiento que el Estado les otorga para su caracterización, es decir, el concepto
que se ha creado por parte de la institucionalidad para comprender este fenómeno. Si bien, esta
situación en la actualidad se instaura de manera sumamente fácil, en el sentido de que los conceptos
de vivir en situación de calle ya son socialmente compartidos y reconocidos, ya que anteriormente
han sido creados por la realización de diversas fuentes de información para la facilitación de su
entendimiento. Resulta relevante comprender cómo este fenómeno se ha instaurado en el gobierno
para su comprensión y posterior entrega de elementos para combatirlo.

Principalmente el gobierno comprende la situación de calle en torno a los derechos sociales y


exclusión, reconociendo que es relevante abordar esta problemática desde una perspectiva integral,
que a su vez es compleja y dada por múltiples factores, es importante abordar las causas y factores
estructurales y sociales que afectan a las personas y familias que experimentan la situación de calle
(Hidalgo, 2016). El estado entonces considera que el vivir en un espacio propio con los elementos
necesarios de servicios básicos es relevante para el desarrollo individual de las personas, pues el
hecho de no contar con un hogar genera un proceso de deterioro tanto de la salud física, como
mental, al punto de llegar a producir efectos directos en la disminución de la esperanza de vida
(Ministerio del desarrollo social). Es por lo cual Chile en el año 2000 se suscribe a la Declaración
del Milenio, por lo que se adhiere a los principios que convocan a los países a promover la
democracia y fortalecer los derechos y respeto de todos los derechos humanos y las libertades
internacionalmente reconocidos”. Así, el país busca establecer a las personas como sujetos de
derecho y que el estado es el principal precursor de proporcionarlos, donde los sujetos tengan la
posibilidad de acceso a derechos económicos, sociales, civiles y políticos.

En segunda instancia, desde el sentido gubernamental se caracteriza a estas personas en términos de


exclusión social la cual adquiere un sentido de “una situación concreta fruto de un proceso
dinámico de acumulación y combinación de diversos factores de desventaja o vulnerabilidad social
que puede afectar a personas o grupos, generando una situación de imposibilidad o dificultad
intensa de acceder a los mecanismos de desarrollo personal” (Aguirre, 2017). Esta característica es
esencial para la institucionalidad por el hecho de que construye la visión que esta entidad tiene para
conceptualizar a las personas que viven en la calle, además de que tienen como propósito en sus
programas sociales buscar restablecer a estos individuos para que logren alinearse y romper con su
vida diaria en el espacio público.

Dado esto, la situación de calle en Chile se ha concentrado en la elaboración de políticas públicas


para suscitar este fenómeno. Este carácter problemático para la sociedad se crea como conocimiento
por el hecho de que en Chile se busca generar las condiciones para que los sujetos de derechos se
desenvuelven, por lo que al verse vulnerada esta situación, genera en los afectados condiciones
negativas para conllevar las diversas necesidades. Entonces, se comprende a este fenómeno de vivir
en la calle, como una situación en que la institucionalidad no está cubriendo y condiciona a los
individuos a la exclusión social. En base a esto, pese a que Chile suscribió un pacto internacional de
derechos económicos, sociales y culturales, el país no cuenta con un marco jurídico que establezca
el derecho a la vivienda.

Sin embargo, pese a que este fenómeno ha ido en aumento en los últimos años, la institucionalidad
ha buscado las condiciones para combatirlo. Es por esto, que el año 2011 se crea el Plan nacional de
calle, el cual tiene como propósito una política la cual vaya en contra de la situación de calle,
promoviendo y previniendo a estos grupos que viven estas circunstancias, para la eliminación de
barreras que excluyen a los sujetos. Además de otros programas como: el Programa de la noche
digna, que busca proteger la vida de las personas en situación de calle, esencialmente en épocas
donde la temperatura el sumamente baja, otorgando albergues con servicios de salud y
alimentación, junto con ello la creación del programa de apoyo a niños, niñas adolescentes en y
adultos en situación de calle (Aguirre, 2017).

En consecuencia, el conocimiento de la situación de calle se construye desde la institucionalidad


gubernamental del país desde criterios de pobreza en base a la carencia de recursos para sustentar
necesidades y derechos básicos necesarios para que un sujeto se desenvuelva en la sociedad. A su
vez, el Estado se considera parte fundamental para cubrir estos derechos y lo ha suscitado en
distintas declaraciones que lo avalan. El conocimiento entonces recae en el constructo de
compatriotas los cuales han perdido la igualdad de derechos los que han causado una exclusión
social que se potencia con la inaccesible labor de un estado incapaz para la generación de
condiciones óptimas para su desenvolvimiento.

El conocimiento de la perspectiva organizacional de la sociedad civil

Enfocándonos en la producción, difusión y utilización del conocimiento en el caso de las


organizaciones civiles no gubernamentales (ONG), fundamentalmente en la ayuda que brindan a las
personas que se encuentran en situación de calle, estas nos proporcionan una perspectiva sobre
cómo se construyen las percepciones, concepciones y nociones conforme al conocimiento de esta
problemática social, y cómo de esta manera influyen las respuestas y acciones tomadas por las
mismas organizaciones de corte no gubernamental. En ese marco, las representaciones y constructos
sociales de estos organismos juegan un papel fundamental, determinando en ocasiones las formas
en que las mismas ONG diseñan la implementación de sus programas de cooperación, construyendo
de igual manera las percepciones (y estereotipos) que se tiene en torno a tal “figura” de una persona
en situación de calle. En ese sentido, Paula Rosa examina las organizaciones de la sociedad civil y
las categoriza en relación a tres tipos: tradicionales, de promoción de derechos, y de
emprendimientos sociales. Las primeras se constituyen, en general, religiosas, dedicadas a la
atención de necesidades primarias; las segundas se orientan a la promoción de derechos sociales; y
las terceras buscan colaborar con el aprendizaje de oficios para las personas (Rosa, 2017).

En su mayoría estas colectividades se construyen entorno a brindar una pronta asistencia en la


satisfacción de ciertas necesidades de protección social como la -higiene, vestimentas, alimentación,
medianamente en servicios de salud, educación y vivienda, en centros de acogida y/o albergues,
además de labores de capacitación y/o reinserción social- a personas en situación de calle,
configurando así un circuito socio-asistencial que incluye organizaciones religiosas, organizaciones
no gubernamentales, organismo comunitarios autoconvocados y grupos autogestionados. Estas son
organizaciones que brindan algún tipo de cooperación, y parten de la categorización de supuestos de
que la persona tiene que saber sobre su situación y que el intercambio con otros contribuye a la
construcción de autonomía. Lo anterior tiene referencia a una vulneración de derechos que se ve
expresada en la imposibilidad de acceso pleno a ámbitos de salud, educación, vivienda, seguridad,
no garantizados plenamente por el estado, quedando en manos de organizaciones civiles
estructuradas entorno a una articulación solidaria de colaboración en la medida de lo posible, según
su propio saber al respecto, a partir de un reconocimiento de ese otro que constituye la persona en
situación de calle.

Respecto a eso, Berger y Luckmann (1995) en “La construcción social de la realidad” exploran
cómo el conocimiento y la realidad son productos sociales construidos a través de la conjetura de
las mismas interacciones y por medio de los procesos sociales per se. Refieren que el conocimiento
no es algo que sea innato y que se encuentre dado, sino que más bien es creado y compartido por las
personas en su interacción social misma bajo la cotidianeidad. Sostienen que el conocimiento y la
realidad son socialmente construidos a través de un continuo proceso de interacción mediante la
interpretación en la atribución de significados sociales que las personas hacen del contexto (normas,
valores y creencias compartidas en una sociedad). Asimismo, con relación a nuestro fenómeno
social de estudio, podemos expresar que las personas en situación de calle enfrentan problemáticas
de exclusión social, que en ciertas ocasiones son cubiertas de manera parcial por las ONGs, basado
en especiales marcos conceptuales de conocimientos preestablecidos que buscan situar un prototipo
de personas sin hogar, relevando influencias sociales y culturales que moldean el propio
conocimiento que se va construyendo dentro de las ONGs, afectando a su vez intervenciones que
influyen en la forma en que se aborda y se entiende el fenómeno.

En cuanto a eso, se puede entrever como las ayudas que brindan estas organizaciones de la
comunidad civil están basadas en ayudas que no son del todo estructurales con relación a la
atenuación de la problemática contingente en torno a lo que subyacen las personas en situación de
calle. En otras palabras se identifica como el accionar de estas colectividades están moldeadas en
base a su propio conocimiento, que en ocasiones se entrecruza con la información estatal de la
gubernamentalidad, y que a su vez, no son del todo elementales en el sentido de lograr brindar una
solución clarificadora que posibilite cambios profundos en materia de vulnerabilidad social de
personas sin hogar. Aun así, la configuración contemporánea de los Estados democráticos no se
concibe sin la participación de las organizaciones civiles, asumiendo en ocasiones un papel
protagónico en la defensa de derechos de los más necesitados (Seoane et. al, 2003).

La relevancia de las organizaciones de la sociedad civil en Chile se estipula en un informe del


Centro de Políticas Públicas UC, contabilizando para el año 2020 la existencia de 319.819
organizaciones de la sociedad civil inscritas en diversos padrones (2020). La relevancia que van
tomando las ONG es que forman parte de las primeras de las organizaciones de base y todas
aquellas prácticas de carácter voluntario en las que se defienden intereses públicos y se satisfacen
necesidades sociales a través de la gestión colectiva de sus propios miembros. Las iniciativas
populares de este tipo abarcan el conocimiento en relación a acciones de autoayuda emprendidas
por voluntarios y por organizaciones de base territorial y comunitaria (Ziccardi, 2004).

La calle, el lugar que yo habito. Conocimiento autoproducido por las personas en situación de
calle.

El conocimiento que se desprende desde las propias experiencias de quienes atraviesan por la
situación de calle no sólo se entiende como una problemática que apunta a la carencia de
disposiciones materiales de subsistencia, sino que dentro de su propia dinámica adquiere su
significación (Cabrera, 2018). Las diversas experiencias situacionales a las que las personas en
situación de calle deben enfrentarse una vez están en este circuito son tremendamente variadas y
exigentes en términos de exposición y contacto con la ciudad, el entorno público, la desconfianza
con el otro y la vulnerabilidad. En este aspecto, la exigencia de un conocimiento práctico que pueda
resolver estas circunstancias adquiere la necesidad de producirse en un contexto exigido por
factores que puedan perjudicar varios aspectos de la vida de las personas en situación de calle.

En consideración de esto, son una amplia gama de exigencias las que configurarán un conocimiento
subjetivo de acuerdo a cada experiencia situacional en las personas en situación de calle, sin
embargo son las mismas necesidades a cubrir para una persona en situación de hogar que una en
situación de calle. Las necesidades materiales por un lado se transforman en una forma de habitar la
propia situación de calle, las noches configuran determinantemente la construcción de un
conocimiento orientado a la supervivencia de las personas ya que es la condición material por
defecto que carecen, un techo para pernoctar. Las decisiones en este aspecto para que las personas
puedan determinar cuál es el lugar en donde pernoctar es un elemento constituyente de la
configuración de un concepto propio de la situación de calle y no generalizado (Cabrera, 2018).
Este último punto es sustancial ya que la pobreza se resignifica desde el ámbito subjetivo y
vivencial, reconstruyendo identidades, valores y proyecciones vitales (Romero, 2022).
Este mismo marco de decisión frente a la adversidad que representa el encontrarse en la situación de
calle hace reflexionar sobre que el sin-horgarismo no es un fenómeno unicausal pues también
responde a aspectos que se encuentran intervinculados en las trayectorias vitales tales como el
género, la edad, la etnia, educación, migración, salud física, entre otros aspectos en donde existe
una negación de DDHH y de ejercicio de ciudadanía (Romero, 2022). En este aspecto, las
principales fuentes de conocimiento se encuentra también determinadas por una interseccionalidad
de factores que definirán el cómo enfrentar la realidad de la situación de calle, así es que dentro de
estos contextos es que existe una serie de problemáticas que son transversales a la situación de calle
tales como el alcoholismo, abuso de sustancias y la violencia.
La evaluación de esta producción de conocimiento por ende, en marcos de supervivencia, deberá
prestar atención a estos factores anteriormente mencionados por lo que el conocimiento dentro de
los mismos circuitos de situación de calle o sin hogar al considerar necesidades básicas como la
alimentación por ejemplo, definirán estos marcos del conocimiento. De este modo es que las
necesidades sortean el modo en que las personas decidirán cómo conseguir el pan de cada día, si es
mediante vías del trabajo, a través de la limosna, del hurto o del priorizar otras necesidades y pasar
hambre. Estas modalidades de subsistencia para un aspecto del vida de la persona en situación de
calle también construyen el conocimiento al interior de estás dinámicas, diversos serán los modus
operandi u organización para autosustentarse, esto es, desarrollar una “racionalidad práctica”
(Zabala, 2022) mediante la cual las personas que habitan la calle se desenvolverán.
Una ejemplificación de la producción de este conocimiento se puede encontrar en las
investigaciones desarrollada por Virginia Romero en México, la cual desde las micro-realidades
como el caso que Romero analiza metodológicamente con una descripción densa en donde
considera el mecanismo de la limosna como una forma de vida en la situación de calle en donde
cada uno de los factores que se adscriben a la situación de la persona sin hogar la de otros factores,
como el de ser padre, que generarán otro tipo de conocimiento del cómo habitar la calle y cómo
generar recursos, los cuales se demuestran a través de la participación en trabajos muy esporádicos
y la limosna.
La producción del conocimiento entonces, en este determinado grupo social que se encuentra
directamente en la situación de calle está también condicionado por los espacios en los cuales se
desenvuelven, pues las conceptualizaciones de lo que es el habitar la calle escucha lo que se ha
encontrado fuera de de los parámetros institucionales y de las discriminaciones de otras personas,
pues al ser un fenómeno interseccional para las personas en situación de calle, el conocimiento se
configurará también desde los diversos espacios y los lugares en los cuales se desarrollen, en este
aspecto se consideran los “no lugares” como espacios en los cuales todo resulta transitorio, lo que
quiere decir que para la conformación de un conocimiento en los marcos de situación de calle nos
encontramos con una caracterización de su entorno que es efímera, ya que lo que hoy pueden
considerar seguro o un “dia de buena suerte” al otro día pueden ser sumamente cambiantes. Es así
cómo se articulan los “no lugares”, sin embargo desde la propia experiencia de quienes habitan la
calle un “no lugar” puede verse como una posibilidad un día y ser expulsado de ese mismo lugar
otro día, es por esto que una plaza, un banco o un espacio baldío significan para el conocimiento
interno de quienes se encuentran en situación de calle una “no opción” o una nueva posibilidad.

De este modo es que la construcción del conocimiento dentro del mismo grupo de quienes
experimentan la pobreza extrema al vivir en circunstancias de exposición y vulneración también
construyen un tipo de conocimiento que se transforma en una racionalidad práctica como se
mencionó párrafos atrás, en este sentido la configuración del conocimiento adquiere una perspectiva
que aborda y contempla las micro-realidades que constituyen sus marcos de decisiones y acciones,
para lo cual la misma calle les dispondrá como también les privará de una serie de conceptos y
herramientas para generar un conocimiento que esté en función de resolver exigencias de
necesidades básicas como el pernoctar, convencer a alguien para obtener alimento, algún dinero,
conversar con desconocidos o incluso llegar a inventar trabajos en el espacio público.

Conclusiones

A modo de conclusión, en primera instancia es posible considerar que a partir del fenómeno social
como el anteriormente expuesto, se proporcionan distintas aristas las cuales determinan en cada
caso específico la propia configuración de la producción de conocimiento en torno a la problemática
de las personas que se encuentran en situación de calle. Por lo que se presentan diferenciaciones
esclarecedoras en la forma de entendimiento del fenómeno, así como también la comprensión de
este conocimiento, en tanto el modo de afrontarlo dependiendo de la perspectiva en que este se
observe, y por tanto desde allí se utiliza una formulación especializada en relación al saber de cada
perspectiva. Entonces, consideramos que es relevante para la comprensión completa del fenómeno,
que este se considere de forma interseccional, en donde estas aristas se complementen para dar un
mejor y complejo al entendimiento de la situación. En esa línea, y según la literatura de referencia,
se relaciona lo expuesto por Emilio Lamo de Espinoza, quien expone que formas sociales de
saberes diversos situados contextualmente deberán de generar conocimientos sumamente variados
en su propia especialización y que, por tanto, esos conocimientos lo son solo contextualizados en
función de las formas sociales específicas en las cuales estas mismas emergen (1993).
Desde esto se puede mencionar que las distintas maneras de actuar frente a la problemática de la
situación de calle, pese a provenir desde distintas agencias, organizaciones e instituciones que
afrontan el problema de manera diferente, coinciden en una noción que problematiza y otorga una
valoración negativa a las personas que se encuentran en situación de calle, noción que es traspasada
y agudizada por los medios de comunicación que inducen una sensación de inseguridad frente a esta
situación. Esto indica que nos encontramos frente a un problema estructural, que se conoce y
reconoce por y desde las normas sociales y culturales del grupo social chileno. En este sentido, se
evidencia desde las distintas perspectivas presentadas anteriormente, que por parte de las
instituciones y ciertas organizaciones, tanto estatales como independientes, se busca afrontar el
problema desde miradas asistencialistas basadas en posturas caritativas que no logran solucionar el
problema habitacional, sino que más bien mantenerlo al ofrecer alternativas para sacar a las
personas en situación de calle de los lugares en los que se instalan, incorporando un
aproximamiento hostil en cuanto a las necesidades básicas que estas personas tienen, no pudiendo
ofrecer una solución que mejore de raíz el problema habitacional o que ayude a sopesar la pobreza
en el país. En este sentido, aproximarse desde la caridad a las personas en situación de calle no
reducirá su exclusión y marginalización, ya que no los sacará de la situación en la pobreza en la que
se encuentran, por lo que la mayor aproximación a encontrar soluciones más concretas para estas
personas se presenta desde la noción que tienen ciertas organizaciones como algunas ONGs que no
se aproximan tanto desde una mirada asistencialista, sino que desde un trabajo conjunto en los
territorios, donde se rompa con esta marginación y exclusión, y se pueda lograr integrar a estas
personas al grupo social.
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