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EL ÁRBOL EN LA CIUDAD – EL BOSQUE URBANO

ARBOLADO URBANO
Carrera de Técnico en Jardinería
Facultad de Agronomía. UBA
Ing. Agr. Esp. Gabriela Benito- Tec. Jardinería Marcela Palermo
Año 2021
Introducción
"La sustitución de la naturaleza por la ciudad descansaba, en parte, en una ilusión ---o,
incluso, en una serie de ilusiones--- sobre la naturaleza del hombre y de sus
instituciones: la ilusión de autosuficiencia e independencia y la ilusión de la posibilidad
de una continuidad física sin una renovación consciente" (Mumford, 1956).

Originalmente la ciudad fue considerada una estructura antagónica con el medio


natural. Su inserción geográfica, el manejo de sus recursos energéticos, la
administración de sus espacios públicos fueron enfocados por la concepción
hegemónica del desarrollo que suponía que los recursos naturales eran inagotables y los
impactos negativos sobre el ambiente eran poco significativos o totalmente asimilables.
Bajo el manto protector de la ciudad, aparentemente tan inmutable, dichas ilusiones
animaron hábitos de depredación y parasitismo que llegaron a socavar las bases de toda
la estructura social y económica, una vez asolado no sólo el paisaje circundante sino
también el de regiones distantes. Muchos de los elementos proporcionados por la
naturaleza, necesarios tanto para el equilibrio físico como mental, empezaron a escasear
dentro de las ciudades (Mumford, 1956). Esta ignorancia de los procesos físicos y
ecológicos en la ciudad obedece a muchas causas, entre otras a que la planificación y el
diseño han respondido a criterios exclusivamente ingenieriles, con olvido de los
ecológicos y geográficos (Gómez Mendoza, 2003).
Algunos de los problemas que afectan a la racionalidad de nuestras ciudades derivan del
hecho de que cuando los profesionales encargados de pensarlas adquieren el hábito del
proyecto sólo se forman para dar respuesta a los problemas del pasado, sin pensar en
el gran desafío de lograr una ciudad con adecuada convivencia entre el desarrollo
urbano y la naturaleza.
Ian McHarg (2000) expresaba en su libro Proyectar con la Naturaleza, que desde el siglo
XIX, “la tarea del diseño y de las obras públicas se encomendó en exclusiva a aquellos
que, por instinto y formación, son más propensos a abrir y coser el paisaje y la ciudad
sin sentir remordimientos: los ingenieros”. Se tenían en cuenta casi únicamente
consideraciones de eficiencia y costo-beneficio, en detrimento de otras de distinta
índole. Pero prescindir de los procesos naturales no significa que se eviten, que
desaparezcan: antes bien, en nuestros entornos urbanos aparecen procesos y
ambientes naturales y naturalizados, muchas veces fuera de conocimiento y de control.
Desde la creación de la ciudad moderna hacia finales del siglo XVIII y durante todo el
XIX, se introdujo a la vegetación de manera planificada, sistematizada y organizada
como un proceso restaurador ante la destrucción que la misma ciudad hacía de la
naturaleza. En este contexto el arbolado fue promovido como elemento organizador y
democratizador del paisaje asociado al concepto de vida al aire libre.
Sin embargo, la mayoría de las urbes modernas han crecido acelerada y
desordenadamente adaptándose al crecimiento demográfico y a los sistemas de
producción y consumo, esto presenta paisajes de composición heterogéneos, donde las
personas interactúan generando fenómenos económicos, sociales y ecológicos, que en
muchos casos expone a las comunidades urbanas a riesgos ambientales que amenazan
su salud y bienestar. Todos estos procesos sumamente costosos y drásticos conllevan
consecuencias físicas y sicológicas para los seres humanos.
Las ciudades han creado medioambientes modificados en los cuales las comunidades
naturales de plantas generalmente no tienen tiempo de adaptarse, ya sea por sus
suelos, su clima, su atmósfera. Arborizar la ciudad, incorporar árboles en sus calles,
plazas y parques es una herramienta útil para moderar algunos de estos aspectos
negativos de la vida urbana. La riqueza de una ciudad, desde todos los puntos de vista
es la de sus espacios colectivos, la de los lugares donde se desarrolla o simplemente se
recuerda la vida cotidiana. Hacer estos espacios agradables y confortables es una misión
fundamental para todo gestor público. La diversidad y riqueza del arbolado urbano crea
un tipo de paisaje que lo distingue y caracteriza, generando un paisaje cultural que debe
resguardarse. “Los paisajes culturales representan la obra combinada de la naturaleza y
el hombre. Ilustran la evolución de la sociedad y los asentamientos humanos en el
transcurso del tiempo, bajo la influencia de las restricciones físicas y/o las oportunidades
presentadas por su ambiente natural y las sucesivas fuerzas sociales, económicas y
culturales, tanto internas como externas”.

Infraestructura verde de la ciudad


En el año 2015, la Organización Mundial de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la Agenda
2030 de Desarrollo Sostenible. Una guía formada por 17 Objetivos de Desarrollo
Sostenible que ofrecen a los países miembros un compromiso por la mejora de la vida
en nuestro planeta. En este sentido, los espacios verdes urbanos son una pieza clave
para la consecución de los ODS; en particular el ODS 11 (Ciudades y Comunidades
sostenibles) donde resaltan la importancia de los espacios verdes para mejorar el nivel
de vida en las ciudades, aumentar la cohesión de la comunidad y garantizar el desarrollo
sostenible; como así también los objetivos 3 (Salud y Bienestar); 13 (Acción sobre el
Clima) y 15 (Vida de Ecosistemas terrestres).
La infraestructura verde, la vegetación en las ciudades, tiene múltiples beneficios que
han sido objeto de reivindicación y estudio a lo largo de la evolución del urbanismo
actual y que se han ido enriqueciendo y concretando por el aporte de investigaciones
desde campos de estudio próximos a la ecología y las ciencias ambientales. La presencia
de vegetación en las ciudades se ha asociado así a la calidad ambiental, convirtiéndose
en un factor de la calidad de vida, entendiéndose como aquella que: “...involucra la
satisfacción de necesidades del ser humano, sus satisfactores tienen una perspectiva
espacial y ambiental, lo que significa que para alcanzar la satisfacción de estas se
involucra el medio físico natural y humano en un tiempo dado” (Olave et al, 1993).
A escala de paisaje los tipos de infraestructura verde corresponden a humedales,
bosques, corredores ribereños y líneas de costa. Estos tipos de infraestructura verde son
los que permitirían mantener o restaurar procesos ecológicos clave para el
funcionamiento a largo plazo de los territorios y maximizar los beneficios sociales que
se obtienen de ellos. A estas escalas la infraestructura verde puede ayudar a mantener
o restablecer la integridad de paisaje, que corresponde al estado situación donde se
hacen compatibles y maximizan la salud de los ecosistemas y el bienestar social
(Hellmund y Smith, 2006). En ambientes urbanos la necesidad de mantener ecosistemas
en buen estado y funcionales que sostengan las actividades humanas es mucho mayor,
y no solo en el sentido de actuar como soporte físico de instalaciones e infraestructura
sino también como fuente de recursos naturales y como sumidero de energía y
materiales; todo lo cual contribuye en último término al bienestar económico, social y
sicológico de las personas (Vásquez, 2016).
La resiliencia de las ciudades ante el cambio climático y los fenómenos climáticos
extremos asociados dependerá del mantenimiento de los procesos ecológicos. Resulta
esencial asegurar una conectividad urbana y periurbana para mantener procesos
ecológicos como la sucesión y la transición.
Entre estas infraestructuras, el bosque urbano funciona como un sistema diseñado a
partir de la articulación de los muchos componentes vegetales de una ciudad: arbolado
de alineación, espacios verdes de parques, jardines, reservas o zonas silvestres se
interconectan para formar una red eficiente que se extiende hacia las zonas periurbanas
y rurales. La continuidad de este conjunto genera funciones ecosistémicas que derivan
en múltiples servicios ambientales que hacen sostenible la vida urbana: "biodiversidad
y vida silvestre, mejoramiento de la calidad del aire, provisión de agua limpia,
recreación, protección ante desastres, mitigación de efectos de isla de calor y belleza
escénica" (Benedict and McMahon, 2006).
La eliminación de las barreras físicas y legales de los bosques urbanos y periurbanos es
no solo la mejor forma de asegurar que todas las personas tengan acceso a un entorno
saludable, sino que es un principio mediante el diseño y la planificación (Nilsson et al,
2011).
Esta influencia positiva de la vegetación sobre el ambiente y el microclima de las áreas
urbanas, considera al árbol en forma individual y como componente del bosque urbano.
Al transpirar agua, alterar las velocidades del viento, sombrear superficies y modificar el
almacenamiento e intercambio de calor entre superficies urbanas, los árboles afectan el
clima local y consecuentemente el uso de la energía en edificios, así como el confort
térmico humano y la calidad del aire (Nowak et al, 1997).
Las masas arbóreas en la naturaleza están relacionadas con el movimiento del agua
desde la atmósfera a la tierra y el proceso contrario, es decir, están relacionados con los
procesos físicos y biológicos de los cuales dependen las formas de vida. La urbanización
progresiva del suelo se relaciona con muchos conflictos del hábitat contemporáneo,
afectando las condiciones naturales de una cuenca y su ciclo hidrológico, modificando
los ambientes naturales, impermeabilizando y compactando el suelo, alterando las vías
naturales de drenaje y aumentando la cantidad y concentración de contaminantes en el
agua. Las inundaciones por ejemplo, agravadas por la incapacidad de los suelos
pavimentados para absorber las lluvias, son un ejemplo potente de esta interacción.
Muchas veces el control de estas áreas inundables devuelve a las urbanizaciones tierras
que pueden ocuparse para el desarrollo de espacios recreativos, o que permiten
rediseñar el entramado urbano abriendo nuevas áreas de conexión entre espacios
aislados (Benito, 2009).
Árbol y ciudad
En términos de tiempo biológico, las ciudades aparecieron por primera vez hace menos
de 10000 años, mientras que las plantas con flores son el producto de un proceso
evolutivo que comenzó en la era mesozoica hace 200 millones de años. Los árboles han
estado expuestos a más de 100 millones de años de presión selectiva para adaptarse a
los medioambientes naturales; sin embargo, su supervivencia en las ciudades está sujeta
a muchas presiones ambientales a las cuales no han estado previamente sometidos
(Hough, 1995).
Los árboles en la ciudad son individuos que se desarrollan fuera de su ecosistema
natural. No es fácil ser árbol de ciudad, no cualquier especie tolera la polución, la poda,
la agresión por parte de los vecinos y hasta la vandalización. El hombre ha trasladado los
árboles de su sitio original a la ciudad, un medio adverso y negativo para su sobrevida,
donde encuentra pocos alicientes para su desarrollo. Su inclusión en la ciudad debe estar
comprometida con el respeto de su identidad biológica, para garantizar su salud y su
aporte ornamental.
La perspectiva que aborda la arboricultura urbana moderna no consiste sólo en concebir
ambientes armónicos en los cuales se inserte arquitectura, pavimento, vegetación y
mobiliario sino que incluye también su gestión a futuro, la integración de las nuevas
intervenciones en los distintos periodos de la historia, el contexto y la estrategia urbana
de la ciudad (Bonells, 2003). Para que esto pueda desarrollarse, es determinante el
cuidado a cargo de profesionales especializados capaces de poner en práctica nuevas
estrategias transdisciplinarias para su planificación y gestión.
Definir las diferentes opciones del arbolado de una ciudad permite por lo tanto un
tratamiento adecuado. Se define como arbolado en espacios públicos a los árboles,
palmeras y arbustos manejados como árboles, que conforman el arbolado de alineación
y de los espacios verdes así como los implantados en bienes del dominio público como
escuelas, hospitales, museos, etc. Su ubicación plantea diferentes problemáticas que
implican la selección de la especie adecuada para cada locación y la poda aplicada según
variados objetivos. Su mantenimiento obedece a las diferentes gestiones pudiendo ser
exclusivamente de acción del estado o mixto cuando el frentista colabora en el
mantenimiento del ejemplar. En algunas ciudades la gestión del arbolado en espacios
privados también se ve ordenada por la legislatura de la región.

Servicios ambientales y beneficios del arbolado urbano


Los árboles urbanos pueden mitigar potencialmente la degradación ambiental a través
de una gama de beneficios o servicios ambientales como se ha denominado en los
últimos años. Sin embargo, su situación en medio antrópico presenta muchas veces
inconvenientes o como se denomina últimamente diservicios si no son correctamente
gestionados, por lo cual debe analizarse todo proyecto antes de tomar decisiones que
afectarán en muchos casos a más de una generación, ya que por su longevidad,
atravesarán varias gestiones gubernamentales (Roy et al, 2012).
Una buena trama arbórea aumenta el bienestar y mejora la calidad de vida de los
habitantes, a través de las siguientes acciones:
I) Reducir drásticamente las pérdidas de suelo causadas por la erosión. Cuando el árbol
desarrolla su sistema de raíces, sobre todo en áreas verdes abiertas, su patrón de
distribución genera una trama que va “sosteniendo” el suelo, impidiendo su pérdida,
sobre todo en áreas con pendientes pronunciadas.
II) Aumentar la infiltración de agua en el suelo, especialmente en períodos intensos de
lluvia. El 30 % del agua proveniente de una precipitación puede ser interceptado por el
canopeo arbóreo de la ciudad. Al interceptar y retener o disminuir el flujo de la
precipitación pluvial que llega al suelo, los árboles urbanos (conjuntamente con los
suelos) pueden jugar una importante función en los procesos hidrológicos urbanos.
Pueden reducir la velocidad y volumen de la escorrentía de una tormenta, los daños por
inundaciones, los costos de tratamiento de agua de lluvia y los problemas de calidad de
agua. Al reducir la escorrentía, los árboles funcionan como estructuras de retención /
detención que son esenciales en áreas construidas donde hay extensas superficies de
suelo impermeables. La escorrentía disminuida debido a la intercepción de la lluvia,
puede también reducir los costos de tratamiento de aguas de tormentas en muchas
comunidades (Livesley et al, 2016).
III) Reducir la evaporación del agua del suelo durante la estación cálida: los árboles
también tienen una marcada influencia en la radiación solar que llega al suelo, pudiendo
reducir la radiación solar en 90% o más.
IV) Regulación de la iluminación natural y control de la radiación ultravioleta en climas
con importantes niveles de radiación solar. Aquellas que conservan el follaje en invierno
permiten filtrar el recurso lumínico en un rango que varía entre 15–42% en calzada y 5–
10% en vereda. Las especies caducifolias ofrecen mayores variaciones: 4–53% (Morus
alba) y 42–81% (Fraxinus spp.) (Martínez et al., 2006).

V) Disminuir significativamente la temperatura: en los centros urbanos suele ser entre


0,6 y 1,3º C más elevada que en las zonas rurales por el “efecto isla de calor”. Esto se
produce en gran medida por el efecto de la transpiración vegetal y por la proyección de
sombra. Los árboles urbanos intervienen en la modificación del clima, principalmente
por tres efectos (Akbari, 2002):
- A través del sombreado: las copas de los árboles interceptan la radiación solar evitando
el calentamiento de las edificaciones, asfalto y pavimentos. Este efecto beneficioso de
enfriamiento en verano podría suponer mayor consumo invernal en calefacción, por lo
que se deben emplear árboles caducos que no generen sombra en invierno.
- Evapotranspiración: La evaporación de grandes volúmenes de agua tanto del suelo
como de la transpiración de las hojas, requiere energía calorífica capturada del
ambiente, produciéndose un descenso de la temperatura en su entorno. En este sentido
los árboles se comportan como grandes aparatos de refrigeración.
- Reducción del viento: Las copas de los árboles reducen la velocidad del viento,
minimizando las pérdidas de calor de las edificaciones. Este efecto es especialmente
importante en los climas fríos, generando importantes ahorros en calefacción. En los
climas con vientos veraniegos secos y calurosos, el arbolado reduce la infiltración del
viento hacia el interior de las edificaciones, evitando con ello su calentamiento.

La capacidad del arbolado para la modificación del clima urbano, sobre todo para la
reducción de las altas temperaturas de las ciudades de climas cálidos, depende
fundamentalmente del grado de cobertura arbórea, es decir del porcentaje de superficie
situada bajo la proyección de la copa de los árboles, así como de la tipología y densidad
de las copas.

VI) Como todos los vegetales, los árboles remueven el dióxido de carbono del aire,
reduciendo los impactos de la generación excesiva de gases de efecto invernadero y el
consecuente calentamiento global. Los árboles tienen dos mecanismos de acción para
la reducción del CO2 atmosférico. Por un lado, el secuestro y almacenamiento de CO2
de manera directa en la biomasa foliar y leñosa, y por el otro la menor demanda de
energía que requieren las edificaciones rodeadas por árboles plantados con la
orientación correcta, lo que reduce las emisiones de las viviendas por menores
consumos de energía (Nowak et al, 2007; Harris, 2004).
Aunque los árboles remueven el CO2 de la atmósfera, las relaciones entre el manejo de
árboles urbanos y los niveles de CO2 son complejas. En muchas actividades de
mantenimiento de árboles se usan combustibles fósiles que emiten CO2 a la atmósfera.
Una vez que los árboles mueren, el carbono almacenado será liberado de regreso a la
atmósfera vía su descomposición. Los árboles ubicados impropiamente alrededor de los
edificios, pueden incrementar las demandas de energía y, en consecuencia, las
emisiones de CO2. De esa manera, cuando se evalúa la influencia global de los árboles
sobre los niveles del CO2 atmosférico, deben ser considerados numerosos factores, tales
como el uso de combustibles fósiles en el manejo de la vegetación, el ciclo del carbono
del árbol y las emisiones de CO2 de los vegetales.
Por otro lado, algunos árboles emiten a la atmósfera compuestos orgánicos volátiles
(COV), tales como el isopreno y monoterpenos. Estos compuestos son sustancias
químicas naturales de las que se obtienen aceites esenciales, resinas y otros productos
de las plantas; pueden ser útiles en atraer polinizadores o repeler depredadores. Las
emisiones de COV de los árboles varían con las especies, temperatura del aire y otros
factores ambientales y pueden contribuir a la formación de O3 (ozono).
Con respecto al aporte de oxígeno al medio urbano, si bien se suele considerar al
arbolado como un productor valioso de este gas imprescindible para la vida, no es un
beneficio ecológico significativo dada la concentración de alrededor de un 20 % del
mismo en la atmósfera (Nowak et al, 2007).
VII) Reducir significativamente los niveles de ruido. Los árboles pueden disminuir la
contaminación por ruido de cinco maneras diferentes: por absorción, por desviación,
por reflexión, por refracción o por enmascaramiento. En aéreas cercanas a autopistas y
vías de gran tránsito, constituyen una pantalla acústica invalorable. Las hojas y ramas
reducen el sonido transmitido, principalmente dispersándolo, mientras el suelo lo
absorbe. La vegetación también puede ocultar ruidos generando sus propios sonidos,
por el viento que mueve las hojas de los árboles o las aves que cantan en la cubierta
arbórea. Estos sonidos pueden hacer que los individuos estén menos conscientes de los
ruidos ofensivos, ya que el hombre es capaz de filtrar los ruidos indeseables mientras se
concentra en los sonidos más deseables y escuchará selectivamente los sonidos de la
naturaleza más que los sonidos de la ciudad.
VIII) Reducir considerablemente la contaminación atmosférica, ya que fijan además
partículas en suspensión. Los árboles remueven la contaminación de gases del aire,
primariamente tomados a través de los estomas de las hojas, aunque algunos gases son
removidos por la superficie de la planta. Una vez que están dentro de las hojas, los gases
se difunden dentro los espacios intercelulares y pueden ser absorbidos por películas de
agua para formar ácidos o reaccionar en las superficies internas de las hojas. Los árboles
también eliminan contaminación interceptando partículas transportadas por el aire.
Algunas partículas pueden ser absorbidas dentro del árbol, aunque la mayoría de las
partículas interceptadas son retenidas en la superficie de la planta. Las partículas
interceptadas, más adelante pueden volver a estar suspendidas en la atmósfera, lavadas
por la lluvia, o caer al suelo con las hojas y ramillas. En general, la capacidad de la
vegetación urbana para filtrar contaminantes del aire depende en gran medida de una
serie de factores como la humedad del suelo, el índice de área foliar (LAI), el período
foliar, la concentración de contaminantes en la capa de mezcla de la atmosfera, o la
meteorología. Consecuentemente, la vegetación es a menudo solamente un sitio de
retención temporal para las partículas atmosféricas (Nowak et al, 1997; Escobedo et al,
2011). Por otro lado, el diseño de las plantaciones puede interferir en un eficiente flujo
de aire en las alineaciones urbanas y resultar paradójico en cuanto a su función
descontaminante (Vos et al, 2013).
IX) Cumplir diversas funciones de tipo arquitectónico: da privacidad, enfatiza vistas u
oculta aquellas que son desagradables y reduce la luz intensa.

X) Funcionar como defensa dando seguridad al tránsito peatonal y vehicular, ya que


refuerzan aspectos funcionales e infraestructurales, subrayando curvas, apoyando
cambios de alineaciones, desvíos o bifurcaciones del camino, aviso de intersecciones.
XI) El uso volumétrico de las masas actúa como refuerzo y contraste del volumen de las
edificaciones; articulan edificios distantes, aportan valor estético al contexto espacial.
Presentan variedad individual y colectiva que contrastan con el medio ambiente
tecnológico. Marcan los ritmos de vida en las distintas estaciones.

XII) Proporcionar elementos naturales y hábitats para la vida silvestre en los


alrededores urbanos. La creación y enriquecimiento del hábitat usualmente aumenta la
biodiversidad y complementa muchas otras funciones benéficas de los bosques
urbanos. Debido al aumento de la conciencia ambiental y el interés por la calidad de
vida, es posible que se incremente la significancia de los beneficios ecológicos con el
tiempo.
XIII) Son portadores de mensajes estéticos o simbólicos, incorporados a lo largo del
tiempo en el acervo cultural de la humanidad. Constituyen un valor patrimonial para la
ciudad. Los árboles y bosques urbanos, proveen experiencias emocionales y espirituales
significativas que son extremamente importantes en la vida del ciudadano y pueden
conducir a un fuerte arraigo a lugares particulares y a los árboles.

Por otra parte, la disminución de la presión (estrés) y el mejoramiento de la salud física


de los habitantes de las ciudades han estado asociados con la presencia de árboles y
bosques urbanos. Numerosos estudios han mostrado que los paisajes con árboles y otra
vegetación, producen estados fisiológicos más distendidos en el hombre que los paisajes
que carecen de estas características naturales. De acuerdo con Calaza Martínez (2016)
“Un sistema verde bien planificado en número de espacios verdes, superficie adecuada,
tamaño, diseño, con elevado porcentaje de vegetación e incorporando las
particularidades de diseño o inconvenientes que limitan el uso de cada sector territorial
puede ayudar a minimizar problemas de salud en los residentes. El diseño de espacios
verdes debe ser inclusivo, atractivo y verde. La actividad física se relaciona directamente
con la salud, y ésta con el uso de espacios verdes”, según un extenso trabajo de
investigación donde analiza la relación entre infraestructura verde y salud.
Adicionalmente, la sombra de los árboles reduce la radiación ultravioleta y de esa
manera puede ayudar a reducir problemas de salud (cataratas, cáncer de piel) asociados
con el incremento en la exposición a la radiación ultravioleta.

A su vez, por su complejidad y las condiciones a las que se ven sometidos en la ciudad,
pueden generar graves inconvenientes como:
-Interferencia con fachadas de viviendas, aceras, vías y señales de tránsito, luminarias,
etc.
- Daños a bienes o personas ya sea por caídas o fracturas de algunas de sus partes
(ramas, ejes, frutos) si su estabilidad es deficiente debido a defectos como pudriciones,
cavidades, malas prácticas de poda, etc.
- Daños en infraestructuras: levantamiento de aceras, interiores de viviendas, muretes,
pavimentos, etc.
- Excesiva sombra o falta de luz en determinadas posiciones, que puede generar
incomodidad al ciudadano.
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