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AYUDA DEL CIELO

CARLOS VIVAS

El propósito de la vida es descubrir tu don.

Tu misión de vida es desarrollarlo.

El significado de la vida está en regalar tu don”. DAVID VISCOTT

A Dios, por darme una segunda oportunidad y permitirme escribir


esta historia y compartirla con el mundo.

A la vida misma porque cada día es una aventura.

A mis padres y a mi hermana por estar ahí para mí, a través de los
momentos más intensos de mi vida, y por ser una fuente de amor,
compasión y bondad para mí.

A ti, lector, por creer en mi historia y ser parte de mi viaje de vida.

Gracias desde el fondo de mi corazón.

Bendiciones a todos.

NOTA DEL AUTOR

Todos venimos a este mundo a vivir una vida con un propósito.


Cada persona nace con talentos especiales y dones únicos que
distinguen a unas de otras.

Ayuda del Cielo es una historia real sobre mi Experiencia Cercana a


la Muerte y de cómo me dio una nueva perspectiva acerca de la
vida.

En este libro, yo explico cómo morí y fui al cielo, a quién conocí allí y
lo que a ahí pasó y me cambió la vida para siempre. Es un mensaje
de amor, fe y despertar interior.
Escribí este libro porque sentí la urgencia de compartir mi mensaje
con el mundo. Escuché tantos testimonios sobre personas que
tuvieron un impacto en sus vidas con mi historia que me di cuenta
de que no quiero morir con esta música dentro de mi corazón. Yo sé
que necesito compartirlo con mucha gente y luego de escuchar mi
testimonio muchos me han contactado y me han invitado a compartir
mi mensaje en diferentes lugares, como en grandes iglesias, retiros
espirituales, seminarios, bodas, convenciones, hospitales, hospicios,
escuelas, fiestas de cumpleaños, excursiones, festivales, viajes de
campamento, pódcast, programas de radio, redes sociales y
muchos sitios más.

Después de dar mis presentaciones en una variedad de lugares, me


quedó claro que mi mensaje influyó en la vida de otras personas, no
solo en la mía. En muchos casos, después de compartir mi mensaje,
las reacciones de la gente fueron abrumadoras para mí. Sentí la piel
de gallina en todo mi cuerpo después de ver algunas reacciones en
la gente como llorando luego de escuchar mi historia y otros solo
querían abrazarme y llorar.

En algunas situaciones, las personas estaban temblando y saltando


después de escuchar mi historia. Incluso yo conocí a una mujer que
quedó tan impresionada después de escuchar mi historia que ella
tuvo un ataque epiléptico y tuve que llamar al 911. Los paramédicos
llegaron al lugar y la calmaron. Cuando ella quedó completamente
estabilizada, me agradeció que le contara mi testimonio.

Esas fueron las principales razones por las que quería escribir este
libro.

Al principio, no sabía cómo iba a hacerlo, pero medité y oré al


respecto y finalmente encontré la determinación de compartir mi
historia con tanta gente como pude.

Aunque estas son mis historias de la vida real, mi mensaje no es


sobre mí, se trata de todos nosotros, cómo todos llegamos a este
mundo para vivir una vida con un propósito. Mi deseo de todo
corazón es que disfrutes de este libro si estás tratando de encontrar
el propósito de tu vida, buscando la esperanza, o trabajando para
perdonar a las personas que te han marcado, y estás tratando de
corregir y sanar las heridas del pasado. Este libro te ayudará, a
encontrar las pistas de tu propósito.

El beneficio de escribir este libro es traer esperanza y claridad, más


aún, ¡es servir de autoayuda! Creo que este libro te pondrá en el
camino para buscar tu propio despertar interior.

Quiero darles a las personas la oportunidad de recordar sus propias


experiencias y ver lo que aprendieron de ellas y como estas
transformaron sus propias vidas.

Si esto me pasó a mí te puede pasar a ti. Uno nunca sabe...

Con todo mi corazón

Carlos Vivas
PARTE 1

DE REGRESO A LA VIDA

CAPÍTULO 1

COMPARTIENDO MI HISTORIA

A veces nos involucramos en la misma rutina todos los días y no


apreciamos la belleza de la naturaleza que nos rodea. Nosotros no
nos detenemos a mirar los árboles, los pájaros o el cielo. Un día en
junio de 2020, salí del trabajo alrededor de las 5:00 p.m. y mientras
caminaba a mi auto en el estacionamiento de la empresa observé
todo a mi alrededor. El clima era de treinta grados centígrados, con
un cielo azul perfecto. Era un hermoso día soleado con una brisa
tranquila que me tocaba la cara. Sentí la necesidad de llegar a casa,
cambiar mi ropa, y dar un paseo por las montañas cerca de mi casa.

Sin embargo, una vez que llegué a casa me sentí cansado y no


estaba muy seguro si ir o no. Entonces me dije a mí mismo,
“¿Sabes Carlos? Déjame mirar por la ventana chequear el clima una
vez más y ver si vale la pena ir a ejercitar mis piernas”. Así que miré
por la ventana y estaba soleado y hermoso y decidí que tenía que ir
afuera.

Sin embargo, mientras me arreglaba, escuché a mi voz interior decir,


“Carlos, estás muy cansado. No deberías ir de excursión a una
montaña o ir a pasear. Lo que debes hacer es darte una ducha e ir a
descansar y a dormir. Has estado trabajando mucho últimamente y
necesitas descansar”.

Me sentí como un niño que quería desobedecer a sus padres y me


dije en mis pensamientos: “Espera, ¿qué?”. Le dije a mi voz interior:
“ Pero mira, hay cielos azules y afuera todo está agradable, soleado
y cálido”. Mi voz interior dijo, “No. Hoy te vas a acostar temprano ¡y
eso es todo!”.
Me di cuenta de que mi voz interior tenía razón.

Mi espíritu quería salir a caminar y subir montañas y disfrutar de la


naturaleza, pero mi cuerpo decía que necesitaba descansar.
Entonces, eso fue lo que hice. Yo tomé una ducha. Conseguí algo
ligero para comer y luego me fui a la cama.

Después de dar vueltas y dar vueltas en la cama y desear estar


afuera, finalmente, comencé a quedarme dormido cuando escuché
una fuerte notificación en mi celular. Tomé mi teléfono, encendí la
pantalla y comencé a revisar los mensajes de notificación.

Tenía un mensaje en Instagram. En una nueva alerta, vi que un viejo


amigo mío estaba en vivo en un programa por Instagram. Su
nombre es Juan Alfonso Baptista. Él es un actor colombo-
venezolano muy famoso, con quien solía trabajar hace mucho
tiempo cuando era productor de televisión en Venezuela. Seguimos
siendo buenos amigos, aunque no nos habíamos visto hacía más de
veinte años.

Empecé a ver su programa en vivo y lo vi disculparse con su


audiencia. Él dijo: “Bueno, oh, Dios mío, lo siento mucho por todas
las personas que están viendo el programa ahora, pero mi invitada
el día de hoy no apareció. Recuerden que este es un programa en
vivo así que cualquier cosa puede pasar; sé que esto nunca había
pasado antes y no sé qué decir por lo que acaba de suceder.
Promocioné este programa especial durante unas dos o tres
semanas, pero mi invitada, la actriz programada para hoy, no
apareció, no llamó, ni siquiera dejó un mensaje diciendo que no
podía participar en mi programa. Bueno, de seguro tuvo un
inconveniente o contratiempo porque sé que ella es una actriz muy
ocupada, pero en realidad no sé qué pasó. Yo la estaba llamando,
pero ella nunca contestó su teléfono. He estado haciendo este
programa en vivo durante mucho tiempo y la gente siempre viene y
lo pasamos super bien”.

Mientras lo observaba, sentí pena por él, porque sé que él es muy


dedicado y respetuoso con su trabajo y con todos sus invitados, y
ese era un programa en vivo. Dijo que siempre tiene a actores,
actrices y cantantes que llegan al estudio una hora antes del
momento en el que comienza el programa, solo para verificar el
audio y responder cualquier pregunta que tenga el invitado. Pero
ese día no tuvo ninguna señal del invitado. Esta era una actriz muy
famosa de telenovelas. Realmente se estaba disculpando y diciendo
que tendría que improvisar. Juan dijo: “Bueno, tengo un programa
de dos horas, veamos qué podemos hacer”.

En este punto, yo estaba en el otro lado del mundo en mi habitación


en Atlanta, mirándolo, tras la pantalla de mi celular y pensé: “
Déjame enviarle un mensaje para saludarlo y darle unas cálidas
palabras de aliento, que todo irá bien”. Entonces, le envié un
mensaje a él a través de mensajes de Instagram en vivo, todos los
mensajes que la audiencia enviaba se mostraban en su pantalla
para que todos pudieran verlos.

Luego al ver mi mensaje, dijo: “Oye, no puedo creerlo. Un viejo


amigo mío me acaba de enviar un mensaje en el chat en vivo. Dios
mío, ¡Está viendo mi programa! ¡Qué sorpresa! “Hola Carlos, ¿cómo
has estado hermano? Mucho tiempo sin verte”. “Oye Juan, yo estoy
bien, ¿y tú?”, le respondí. “Me ha ido bien, Carlos. Gracias por
preguntar. Oye, tengo una pregunta para ti... ahora, aquí... en vivo al
aire, ¿y si te conviertes en mi personalidad del día y te entrevisto?”.

En este punto, me presentó a todos los que miraban su programa,


explicando que éramos buenos amigos, aunque tuviésemos mucho
tiempo sin hablarnos. En ese momento él comentó en su programa:
“Me encantaría entrevistarte y contarles a todos sobre la historia de
tu vida. Después de todo, este programa de entrevistas se trataba
de eso: llegar a conocer gente y aprender sobre las lecciones que
aprendieron en la vida”.

Estaba totalmente sorprendido, e impactado, no sabía que decir y


no estaba preparado para esto. Esto solo salió de la nada. Entonces
le respondí, “Espera. ¿Qué dices? ¿Estás loco, amigo mío?”, me reí.
“Mi vida no es tan interesante. No sé si a la gente le gustara mi
historia, o se van a quedar dormidos; no estoy listo ni preparado
para esto. En realidad, yo estaba solamente listo para ir a dormir”.
Me reí de nuevo, de una manera nerviosa, y luego dije: “Gracias por
la oportunidad, amigo mío, pero no lo creo”. Luego me respondió:
“Vamos, Carlos, déjame entrevistarte, por favor, vamos amigo”.

Respiré profundo y le dije: “Bueno... está bien. Estoy en mi cama


ahora, pero déjame ponerme una camisa y arreglarme”. Unos
minutos más tarde le envié un mensaje diciendo que estaba listo
para transmitir. Ahora podría compartir la pantalla. Él dividió su
pantalla en dos y así de repente ya estaba en vivo al aire con él. Me
dio la bienvenida a su programa y me presentó de nuevo al público
que miraba.

Él dijo: “Buenas tardes, damas y caballeros. Bienvenidos a mi


programa. Este es mi amigo, Carlos Vivas”. Continuó describiendo
cómo solíamos trabajar juntos y empezó contando la historia cuando
yo era productor de televisión y lo exitoso que fue nuestro el último
programa donde trabajamos juntos, hacía ya veinte años atrás.

Luego comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida, la entrevista


había empezado. Me sentía muy cómodo porque la forma en que
condujo el programa fue muy amable. Yo no me sentí como si
estuviese en una entrevista, en absoluto. Me sentí como si estuviese
conversando con un viejo amigo, tomándonos un café en una
cafetería, teniendo una conversación sobre las vueltas del destino.
Conversamos un buen rato y le hice un resumen de mi vida y le dije:
Al final, todo eso fue lo que me pasó en todos estos años desde la
última vez que nos vimos. Entonces me preguntó:

“Ahora Carlos ¿cuánto tiempo has estado viviendo en Estados


Unidos?”.

“Bueno, amigo, desde hace más de veinte años”.

“Wow, eso es mucho tiempo, hermano, y cuéntame sobre tu


trabajo”.
“Bueno”, le dije: “sabes que me preocupo por la gente. Estudié y
obtuve una certificación para trabajar cuidando a personas de la
tercera edad, fue mi primer trabajo como PCA (Asistente de Cuidado
Personal), para cuidar personas mayores, personas que necesitan
ayuda en sus hogares. Creo que fue el mejor trabajo de mi vida
porque sientes el amor que los pacientes te dan a ti y viceversa. En
este trabajo, conocí gente increíble en sus años dorados
y escuchaba sus historias, experiencias y anécdotas de vida. Fue
simplemente increíble tener el placer de compartir con ellos y
escuchar todas sus experiencias.

“La mayoría del tiempo, me sentí en ese trabajo como si yo fuera la


única persona que ellos tenían en el mundo porque las familias
simplemente dejaban a sus mayores allí y en su mayoría, no diré
que todas, no los visitaban a menudo y mis pacientes se ponían
muy tristes. Me gustaba animarlos y levantarles el espíritu
hablándoles, y llevándolos a dar un paseo por un parque, o
simplemente siendo un buen oyente. Sabes que eso es todo lo que
necesitan; simplemente estar allí para ellos y ser amados por
alguien que los cuide. Ellos se sienten como niños otra vez, niños
que necesitan nuestra atención, cuidado, y apoyo. Todo esto les
ayuda a ellos a sentirse mejor y más importantes al saber que
alguien se preocupa por ellos.

“Ahora trabajo como gerente de control de calidad para una


compañía de servicios y ya llevo más de diecisiete años trabajando
para esta compañía. me gusta el trabajo, tú sabes; paga las
cuentas”, dije.

“¿Qué más has estado haciendo todos estos años en Atlanta,


hermano? Por ejemplo, ¿qué haces en tu tiempo libre?”, preguntó.

“Bueno, en mi tiempo libre, he estado haciendo algunas carreras de


obstáculos. Se llaman carreras espartanas y son carreras de
obstáculos que puedes hacer individualmente o en grupo, pero lo
divertido es ir con un grupo, como por ejemplo, un grupo
de entrenamiento militar o bootcamp. Yo Solía ir con un grupo de
diez personas a entrenar para esto. Por ejemplo, para mi primera
carrera el entrenador de bootcamp, Tyler Moore, nos entrenó a mí y
a mi grupo todos los días, cinco veces a la semana, una hora al día
durante unos cinco meses para estar en forma, correr mejor y
superar todos los obstáculos en un tiempo más rápido.

“El día de la carrera, continué explicándole, “vas con tu equipo y


tienes treinta obstáculos que cruzar. Puedes ayudar a cada
integrante de tu equipo a pasar los obstáculos si uno de tus
compañeros de equipo no puede hacerlo solo, esto ayuda a cruzar
los obstáculos más rápido y trabajar en equipo para terminar en un
tiempo decente” ”.

Juan Alfonso dijo: “Oh, wow. Me gusta el trabajo en equipo. Ayudar


unos a otros para superar todos los obstáculos. Y, ¿supongo que
disfrutas toda esa adrenalina en esa carrera?”.

“¡Dios mío, sí! ¡Me encanta eso!”, dije.

“Está bien, ¿qué más has estado haciendo, Carlos?”.

“Bueno, ahora estoy escribiendo un libro”, dije.

“¿Ah, de verdad? Eso es genial. ¿Qué tipo de libro estás


escribiendo, Carlos? Te cuento que aquí en mi programa
también entrevisto a autores, por lo que es una agradable sorpresa
para mí que tú también te estés convirtiendo en uno. Entonces,
dime, ¿de qué trata tu libro?”.

“Bueno, mi libro trata sobre una experiencia cercana a la muerte que


tuve hace cinco años”, dije.

Juan Alfonso, con la boca abierta y una mirada de sorpresa en su


rostro, dijo:

“Dios mío, Carlos, ¿tuviste una experiencia cercana a la muerte?,


¿pero qué te pasó?, ¿cuándo sucedió eso? Gracias a Dios estás
bien y aquí con nosotros para compartirnos tu experiencia e historia.
Sería increíble si nos la contaras. Cuéntanos ¿qué te pasó?”.
Le dije: “Mira, amigo, mi historia es un poco larga te aviso por
si quieres que profundice y comparta toda la historia: no quiero
tomar demasiado tiempo en tu programa en vivo. Ya hablamos por
un tiempo y no sé cuánto tiempo tienes extra para estar al aire”.

“Oh, no te preocupes, Carlos”, dijo. “Tenemos más de dos horas


restantes de nuestra transmisión, así que relájate y tomate tu
tiempo”.

“OK, bueno, aquí vamos”, dije mientras comenzaba a describir mi


experiencia cercana a la muerte.

Hablé durante una hora y, en medio de mi historia, Juan empezó a


emocionarse y vi lágrimas brotar de sus ojos. “Dios mío, Carlos. Tu
historia, me conmovió y me tocó el corazón. Qué historia tan
hermosa”, dijo. “Estoy asombrado, Carlos. Toda esta entrevista llegó
de la nada. Mira lo que pasó. Mira la forma en que la vida nos hizo
una jugada. La actriz programada hoy nunca apareció. Ella nunca
llamó para cancelar. Es como si ella hubiera desaparecido. Esto
nunca había sucedido antes en mi programa y entonces llegaste sin
estar planeado, a través de un mensaje en mi Instagram y esto
acaba de suceder”

Continuó él: “¿Sabes? Nosotros, como humanos, creemos que


tenemos todo bajo control y creemos que lo tenemos todo planeado
en nuestras vidas. Entonces, la vida sucede y estos asombrosos
eventos toman lugar sin que hubiésemos planeado. ¿Sabes,
Carlos? Planeé este programa especial sobre esta actriz durante
mucho tiempo, promocionándolo para que suficientes personas
estén en línea hoy viéndolo. Pero la vida dijo: 'Espera un minuto.
No, déjame cambiar las circunstancias y el huésped. Este mensaje
es más importante de transmitir, porque la gente necesita escuchar
su mensaje sobre el amor, la vida, el propósito y el perdón”.

Y agregó: “¿Sabías que esta plataforma está abierta en todo el


mundo y que personas de todo el mundo estaban mirando y
escuchando tu historia? Recibí mensajes desde todas partes: gente
de toda Sudamérica, Europa, Estados Unidos y otros países. Todos
estaban esperando a la actriz. ¿Y adivina qué? La vida la reemplazó
y te puso en su lugar para que la gente de todas partes pudiera
escuchar tu historia. ¡Eso es increíble!”.

La entrevista terminó alrededor de las 9:30 de la noche y Juan dijo


que me llamaría después que terminara el programa para poder
agradecerme personalmente por ser un invitado inesperado y haber
salvado sus dos horas de programa. Sin embargo, Juan no me
llamó hasta casi la 1:00 de la mañana.

“Hola Carlos”, dijo. “Estoy muy agradecido por enviarme un


mensaje, aparecer en mi programa en vivo y permitirme
entrevistarte. ¡Todo salió genial! Tu historia, créeme, va a tener un
impacto muy grande y va a ayudar a mucha gente”.

“Bueno, sí. Espero que mi historia pueda conmover a algunas


personas y algunos corazones.

“¿Sabes Carlos? Tú tienes un regalo de Dios”.

“¿Tengo un regalo? ¿De qué estás hablando?”.

“Sí. Tienes el don de la palabra. Cuando tú estabas hablando, todo


el mundo estaba en silencio. Toda la audiencia te estaba
escuchando contar tu historia. Que historia tan interesante tienes.
¿Sabes? Tenías básicamente hipnotizados a todos por lo que
estabas diciendo. Y lo segundo que quiero decirte es que después
de tener una entrevista con un actor, actriz o cantante y termina la
entrevista, todas las personas en las redes sociales simplemente se
van. ¿Adivina qué pasó cuando terminaste? Todos permanecieron
en línea por otra hora porque querían saber más sobre tu historia.
Entonces, déjame decirte algo, mi amigo. Necesitas difundir esta
historia. Este mensaje no es para ti. Este mensaje es para
humanidad. Este mensaje es para las personas que necesitan
escucharlo. Las personas necesitan esperanza en sus vidas y en su
creador. Así que, por favor, comparte tu historia, porque es una
historia maravillosa”.
Esta, mis amigos, es mi historia…
CAPÍTULO 2

EL DIAGNÓSTICO

Mi historia comienza cuando yo tenía catorce años de edad, un niño


normal y corriente que asistía a una escuela católica en Venezuela.

Yo tenía una complexión delgada, y me consideraba sano de salud


disfrutando de la vida, como cualquier otro adolescente de esa
edad. Un día normal en mi vida consistía en ir a la escuela de 7:00
a.m. a 1:00 p.m. Normalmente, yo disfrutaba de una larga caminata
a casa, hacer mi tarea y después de eso ir a clases de natación y
taekwondo. Luego, cuando terminaba mis clases, me iba a casa, me
duchaba, cenaba, miraba algo de televisión y me acostaba
alrededor de las 9:00 p. m.

Esa era mi rutina diaria.

Un día caminando hacia la escuela me comencé a cansar mucho y


no sabía por qué. No presté atención, en ese momento, a lo que me
estaba pasando, pero día tras día me encontraba muy debilitado.

No quería decirles nada a mis padres porque no quería que se


preocupasen por mí. En ese momento, mis padres se habían
separado y divorciado. Ahí ya había suficiente tensión como estaba.

En aquel entonces yo vivía con mi mamá. Ella era muy estricta


conmigo, porque quería lo mejor para mí, Yo tenía que sacar buenas
notas para ella todo el tiempo y ella nunca me dejaba perder un día
de escuela. Ella quería que tuviera una asistencia perfecta. ¡Ella
incluso siempre iba a mi escuela para ver mis calificaciones! Ella
siempre estaba hablando con todos en mi escuela desde el director
hasta mis maestros sobre cómo me iba en clases. Esto era
vergonzoso para mí.

Todos mis amigos solían decirme: “Amigo, tu mamá siempre viene a


la escuela a ver cómo estás. Wow, eso pone mucha presión sobre ti,
¿verdad?”.

Solía pensar… bueno, así es como ella actúa. No podía hacer nada
para cambiar su forma de ser. Como mi madre era tan estricta y
seguía sintiéndome mal, pasé como un mes sin decirle nada. Yo
preferí permanecer en silencio, así que simplemente me aguanté.

Entonces, una mañana, mientras esperaba en la parada del autobús


para ir a la escuela, tuve un pequeño desmayo, lo que significa que
me desvanecí un poco y casi me caí al piso. De alguna manera
pude ponerme de pie de nuevo, pero en ese momento sabía que
tenía que decirle algo a mi mamá. Ese día después escuela, me fui
a casa y esperé a que mi mamá volviera del trabajo Tenía mucho
miedo de hablar con ella porque sabía cómo era.

Ella era una madre soltera y tenía suficiente estrés criándome ella
sola, yo sabía que ella quería lo mejor para mí. Y me imaginé que
ella pensaría que no quería ir a la escuela. Y ese día, todo el día,
ensayé lo que le iba a decir y la forma en que le daría mi mensaje.
Quería que ella entendiera que me estaba pasando y me ayudara.

Finalmente, después de esperar ansiosamente todo el día por este


momento, llegó a casa cansada después de un largo día de trabajo.
Cuando la vi tomé una respiración profunda. Conté en mi mente,
“cinco, cuatro, tres, dos, uno” y le dije: “Mamá, tenemos que hablar.
Por favor, sé que estarás ocupada preparando la cena, pero
créeme, siéntate, tengo que decirte algo, no me he sentido muy bien
últimamente”.

“¿Qué está sucediendo?”, preguntó.

“Bueno”, le expliqué, “me he sentido mareado durante semanas, y


esperaba que los síntomas desaparecieran en unos días, pero ese
no fue el caso. Todavía me siento con muy poca energía en mi
cuerpo y creo que es hora de ir a un médico para un chequeo y ver
lo que está pasando conmigo”.
Ella inclinó la cabeza para ver mi cara. y me miró con rostro de
preocupación Entonces ella me dijo, “Está bien, tenemos que ir al
médico, no nos podemos quedar dormidos con eso”.

Para resumir, visitamos más de diez médicos, pero ninguno de ellos


sabía lo que yo tenía. Los últimos tres médicos recomendaron a mis
padres me llevaran a ver a un especialista, específicamente un
hematólogo, un médico que se especializa en analizar sangre del
cuerpo.

Para mis padres, eso era la última opción porque era el médico más
caro de toda la ciudad y yo no tenía seguro médico en ese
momento. Al final, no tuvimos otra opción que ir a ver a este médico.

Cuando lo fuimos a visitar por primera vez, me sentí ansioso y mi


pierna temblaba mientras esperaba escuchar lo que tenía que decir
sobre mis síntomas y que estaba causando todo este malestar.

Llegamos al mediodía. Cuando entramos al edificio conseguimos su


oficina, era amplia y se componía de tres salas de espera con unas
20 sillas. Chequeamos nuestra cita con la secretaria del doctor y ella
nos mandó a sentar y esperar a nuestro turno para ver al médico.

Después de tomar asiento, nos percatamos del número de


diplomas, de sus cursos y las especializaciones que había hecho a
nivel mundial. Eso nos impresionó mucho. ¿Tres salas llenas de
diplomas y reconocimientos de tantos países? Mientras
observábamos y leíamos estos diplomas, nos dimos cuenta de que
era muy famoso y, lo más importante, estaba bien formado en su
campo de investigación y tratamiento.

Esperamos al médico durante aproximadamente una hora, cuando


de repente apareció, se presentó con nosotros y entró a su oficina.
Tenía unos sesenta y cinco años, uno setenta de altura, con
cabellos blancos y muchas arrugas. Él fue muy educado y amable.
Finalmente, me pidió que entrara en su consultorio para
examinarme, poder tomar mi presión arterial y hacer un chequeo de
todos mis signos vitales.
Después de terminar, me dijo que haría una serie de análisis de
sangre y trataría de determinar lo que estaba pasando conmigo.
Tenía un laboratorio en otra habitación, al lado de su oficina, donde
su esposa era la doctora a cargo. Tomó muestras de sangre de mi
pulgar y se fue al laboratorio. Volví a la sala de espera para
sentarme con mis padres.

Minutos más tarde, volvió con los resultados y dijo que no lo


convencieron las pruebas que me había tomado” No puedo creer
esto”, dijo y agregó que necesitaba toma otra muestra de sangre,
esta vez de mi brazo. Volví a la oficina, sacó la sangre y se fue.
Regresé nuevamente a esperar con mis padres.

Esta vez, cuando el médico regresó, dijo: “Lo siento, pero esa
muestra tampoco me convenció. Eres demasiado joven para esto.
Déjame tomar una muestra de sangre final, pero esta vez entra a mi
consultorio, quítate la camisa y siéntate en la camilla”.

Después de unos minutos, entró al consultorio con una enfermera.


Me dijeron que me diera la vuelta, que me relajara y que
comenzarían el procedimiento de prueba tomando una muestra de
sangre de mi espalda.

Me acosté en la camilla en el consultorio del médico, mirando a la


pared, y sentí al doctor frotando un trozo de algodón con alcohol en
toda mi espalda.

Luego, dijo: “Relájate, todo estará bien. Solo respira hondo y


después de eso, comienza a respirar lentamente”.

De repente, sentí que inyectaban algún líquido en cinco áreas de mi


espalda; no sabía qué era o por qué lo estaba haciendo.

¡Resultó que era anestesia! No lo supe en ese momento, pero antes


de esto el doctor había hablado con mis padres mientras yo estaba
en la camilla del consultorio, quienes aprobaron y firmaron todo el
papeleo requerido para realizar este procedimiento.
Gracias a Dios no sabía lo que estaba haciendo. Si lo hubiese
sabido, yo habría estado súper nervioso, y tal vez hubiera salido
corriendo despavorido de la oficina del doctor.

Mientras me ponía las inyecciones, el médico volvió a hablar y dijo:

“Por favor, no te muevas. Relájate. Esto será rápido. ¿Okey? El


medicamento que te acabo de administrar comenzará a reaccionar y
surtir efecto en quince a veinte minutos, así que por favor quédate
en esta camilla y espera un rato. Volveré dentro de quince a veinte
minutos”.

Finalmente, después de que pasaron veinte minutos, escuché al


doctor entrando en la habitación con la enfermera. Él dijo: “Ya estoy
aquí. Esta es la última prueba, por favor. Quédate tranquilo y no te
muevas, ¿de acuerdo? Todo va a estar bien”.

Entonces, ¡escuché un taladro! Era un taladro microscópico como


los que usan los dentistas. Yo estaba acostado de lado, mirando a la
pared. No podía ver lo que el doctor estaba haciendo. Escuché el
ruido del taladro tallando en mi espalda baja, mientras el doctor
perforaba algo en mi columna vertebral. Era muy ruidoso, como si
taladraran un trozo de madera, pero afortunadamente no sentí nada
gracias a los efectos de la anestesia. En ese momento el doctor
comenzó a tomar una muestra de algo de mi espalda baja.

Mis padres sabían sobre el procedimiento, pero ninguno me lo dijo.


Luego que el doctor terminó de tomar sus pruebas, me explicó la
complejidad de este examen y me dijo que, si yo hubiera sabido lo
que hacía, lo más probable es que me hubiese movido y terminar
parapléjico si algo salía mal. Por esa razón, prefirieron no decirme;
para que no me pusiera nervioso.

Una vez finalizado el examen, el médico dijo:

“Está bien, terminé. Solo tomó cinco minutos este pequeño


procedimiento”. Volvió a frotarme la espalda baja con alcohol y me
puso un vendaje.
Al terminar, me dijo: “Está bien, ya puedes levantarte, ponerte tu
camisa e ir al área de la sala con tus padres hasta que los llame
para darles los resultados de la prueba. Ahora voy a entrar al
laboratorio a hacer el análisis de sangre y cuando termine, te
llamaré, ¿de acuerdo?”.

“Está bien, doctor, muchísimas gracias”.

El médico se fue al laboratorio y esperamos ansiosamente los


resultados. Unos cuarenta minutos después, una enfermera
finalmente nos dijo: “Ya el médico está listo para hablarles y darles
los resultados finales del análisis”.

Los tres entramos a su consultorio, mis padres se sentaron frente al


escritorio del médico y yo me paré detrás de ellos.

Esperamos unos cinco minutos y luego el médico tocó la puerta tres


veces y entró en su oficina llevando un vaso de cristal con lo que
parecía una solución transparente, con algo que parecía un algodón
rojo flotando en su interior.

El doctor se sentó en su silla roja de cuero y dijo: “Bueno, familia,


obtuve los resultados y este vaso de cristal tiene la muestra de la
médula ósea de Carlos. Yo tengo que ser sincero. No les tengo
buenas noticias. Practiqué una serie de análisis a la sangre de su
hijo para ver si estaba equivocado, pero la última prueba muestra
que la médula ósea habla por sí misma”.

Hubo un silencio en la sala, nos miramos unos a otros con cara de


confusión e incertidumbre. Entonces, el médico me miró y dijo: “Lo
siento Carlos, pero solo tienes tres meses”.

Respondí: “¿Tres meses? ¿Tres meses para qué?”.

Él respondió: “Tres meses de vida. Tienes un cáncer terminal, lo


siento mucho. Ustedes esperaron demasiado tiempo para venir y
hacerle un chequeo a su hijo. La enfermedad está demasiado
avanzada en su cuerpo. Si ustedes hubiesen llegado a tiempo,
habría sido tratable, pero vinieron demasiado tarde. Ahora es una
enfermedad terminal llamada leucemia”.

Como pueden imaginar, había mucha tensión en el consultorio.


Mientras mis padres comenzaron a llorar desconsoladamente, me
paré en la parte de atrás, mirando la escena como salida de una
película de terror. Me sentí terrible porque no quería causar este
dolor a mis padres, y estaba tratando de digerir las malas noticias
que acabábamos de recibir.

Yo también estaba enojado, muy enojado. Me preguntaba por qué


me estaba pasando esto a mí. Yo era una buena persona. Seguí
tratando de entender y procesar esta noticia en mi mente, pero
estaba en shock. Me sentí congelado. Las únicas palabras que
escuché del médico fueron: “Lo siento. Lo siento mucho. No hay
nada más que hacer”.

Entonces, de repente, escuché un susurro en mi oído derecho. Era


una suave voz que me decía: “Él no tiene la última palabra. ¡La
última palabra la tengo yo! No te preocupes”.

Miré a mi alrededor para ver quién había dicho eso. Pensé que se
trataba de mi imaginación. De repente, sentí como si alguien me
inyectara una medicina tranquilizante, como un Valium. La paz se
apoderó de mi cuerpo. Por primera vez, yo sabía en mi corazón que
escuchaba la voz de Dios. Vi todo en cámara lenta. Me sentí
tranquilo, pero también me sentí emocionado. Yo sabía que todo iba
a estar bien. Las palabras que esa voz me dio fueron la
confirmación que necesitaba.

Empecé a llorar porque estaba muy enojado y me enfrenté al


médico.

“Disculpé, doctor”, le dije señalando su rosto, “pero yo no me voy a


morir en tres meses. No, no, no, y absolutamente no”.

Mi mamá me miró, volteó a ver el rostro del médico y le dijo: “Doctor,


no sé cómo va a hacer, pero usted va a salvarle la vida a mi hijo”.
El médico respondió: “Lo siento, pero eso no es posible”.

Mi mamá se puso de pie, se inclinó sobre el escritorio, agarró el


médico por su camisa con cuello en V y le dijo: “Míreme a los ojos y
dígame que se puede, usted que ha viajado por todo el mundo para
estudiar este tipo de enfermedades, usted sabe que hay algo que
puede hacerse. ¡Salve a mi hijo!” El médico se echó hacia atrás y
dijo: “Lo siento, señora, pero no hay nada más que podamos hacer
para salvar la vida de su hijo”.

Mi mamá dijo: “Doctor, míreme a los ojos y dígame la verdad.


Simplemente no quiere decírmelo, ¿verdad? ¿Usted tiene hijos e
hijas, no es así? Sé qué usted haría cualquier cosa en este mundo
para salvar la vida de sus propios hijos. Iría hasta el fin del mundo
para encontrar una cura, ¿no? Bueno, mírame entonces y dígame
que podemos salvar la vida de mi hijo”.

El médico nos miró a los tres y, después de unos segundos de


silencio, dijo: “Está bien, tengo dos opciones, pero no les puedo
prometer nada, ¿de acuerdo? Por favor siéntese”, le dijo a mi
madre, “yo se los puedo explicar”. Ella soltó su camisa, miró a mi
papá y luego miró al médico y dijo: “Está bien, estoy lista para
escuchar cómo usted puede ayudarnos”.

“La primera opción es viajar a Houston, Texas, y hacer un trasplante


de médula ósea”, el médico nos explicó. “De esa manera podemos
tomar la médula ósea moribunda y trasplantar una nueva médula
ósea, buena y sana, de un donante de órganos. Tan pronto como la
médula ósea comience a funcionar en el sistema de su hijo, el
recuento de glóbulos blancos comenzará a aumentar en su cuerpo y
él podría volver a estar saludable”

“Está bien, pero doctor, ¿Cuánto costará esa cirugía?”, preguntó mi


mamá.

El médico dijo: “Bueno, la operación es muy costosa, puede que


tengan que vender su casa, sus autos y todo lo que posee para
cubrir los costos de esta cirugía. Recuerda, tenemos que encontrar
el donante de órganos primero. Luego pagar los boletos de avión,
hotel, mi alojamiento, más el alojamiento de su familia por todas las
semanas que necesitamos quedarnos en Houston. Esto incluye
pagar los gastos del donante de órganos, los gastos de hospital,
más la cirugía. Será mucho dinero”.

Mi mamá miró al techo, respiró hondo y dijo: “Está bien, doctor, si


vendo mi casa, mis autos y todo eso ¿Cuáles son las posibilidades
de salvar la vida de mi hijo?”. El médico dijo: “Es una probabilidad
del cincuenta por ciento. no sabemos cómo reaccionará su cuerpo
cuando le trasplantemos la nueva médula. Puede ser que lo tome o
puede rechazar la médula ósea. No hay garantías de que podamos
salvar la vida de su hijo con esta cirugía”.

Entonces, mi mamá lo miró y dijo: “Está bien, ¿qué me está


queriendo decir? ¿Que necesito vender todo lo que tengo y
quedarme sin hogar? Le juro por Dios que eso mismo haré. Sin
embargo, paralelamente me está diciendo que no puede
prometerme nada. Eso significa que mi hijo puede morir durante la
cirugía, o inmediatamente después de la cirugía”.

El médico dijo: “Sí, señora. Esa es una posibilidad”. Entonces, mi


mamá respondió: “Está bien. definitivamente no me gusta esa
opción”. Volvió a respirar hondo y preguntó: “¿Cuál es la segunda
opción?”.

El médico dijo: “Bueno, la segunda opción es viajar a Europa,


específicamente a París, Francia, e ir a un laboratorio donde hay
una fórmula en la que estoy trabajando con otros médicos para
ayudar a detener esta enfermedad. Esta fórmula, cuando se toma
junto con la vitamina C, puede afectar la médula ósea y tal vez
hacer que funcione de nuevo, haciendo que comience a producir
glóbulos blancos. Es básicamente hormonas de crecimiento
masculino sintético. Tal vez funcione. Si probamos eso con su hijo,
él será un caso de prueba. Si estás de acuerdo con eso, entonces
podemos empezar. con todo el papeleo. Deberá volar a Francia y
traer la medicina de vuelta aquí a Venezuela para el tratamiento”.
Luego agregó: “¿Quieres el trasplante o hacer que tu hijo sea un
conejillo de indias? al menos estarías haciendo algo, y no se
quedarían de brazos cruzados, hay esperanza, pero tendrá que
firmar un montón de papeleo para liberarme de cualquier
inconveniente causado por estas dos opciones”.

Mi mamá dijo: “Quiero hacer algo. Él no va a morir porque no hice


nada. Entonces, probemos el tratamiento con la fórmula que viene
de Paris”. En ese momento terminamos de hablar con el médico y
salimos del consultorio completamente aturdidos después de
escuchar el diagnóstico del doctor.

Para ese momento, mi mamá trabajaba para la Fuerza Aérea de


Venezuela. Ella habló con uno de sus supervisores y le contó sobre
el tratamiento experimental. El capitán de la Fuerza Aérea le dijo:
“No te preocupes, tengo que ir a Francia de todos modos. Traeré la
medicina de regreso, pero necesito el permiso y el dinero para
comprarla y será un placer ayudarles”.

Entonces, semanas después él viajó a Francia. Tardó varias


semanas antes de traer la medicina. Durante esas semanas el
doctor me dio un tratamiento con vitamina C y un cóctel de
medicamentos mezclados en una bolsa intravenosa conectada a
una vena en mi brazo.

Después de semanas de espera, la medicina llegó, y volvimos al


consultorio del médico, para que pudiera explicarnos la dosis y
cómo sería el tratamiento. El doctor dijo que debía tomar una pastilla
al día con el cóctel de medicinas que había estado tomando. Me
advirtió que me prepararse para muchos posibles efectos
secundarios como mareos, pérdida de apetito, malestar general,
acné y una veintena más de síntomas. Mis padres y yo aceptamos
el reto no teníamos nada que perder, al menos estamos haciendo
algo y comencé a tomar la fórmula.

Durante el siguiente mes y medio, fui al médico cada semana para


obtener algunas muestras de sangre para comprobar si la fórmula
estaba funcionando. Semana tras semana, íbamos al laboratorio a
sacar mi análisis de sangre y hacerme un chequeo.

Después de un mes de tratamiento, la medicina estaba trabajando


muy lentamente. El nivel de recuento de glóbulos blancos continuó
disminuyendo. Después de cada visita, mi mamá llegaba a casa y
comenzaba a llorar. Me sentí terrible porque no quería verla llorar.
No me gustó el hecho de que nada estaba funcionando y no
podíamos hacer nada más si no esperar para que funcionara.

Después de un mes y medio de tratamiento, sin ninguna buena


noticia, comencé a pensar para mis adentros: “Debería haber otra
forma de mejorar”.

Empecé a pensar y a pensar. De la nada, me vino a mi mente que


yo tenía un tío que tenía una empresa de bienes raíces y era el
miembro de la familia más adinerado que conocía. Cuando mi
mamá llegó a casa del trabajo esa noche, le dije que tenía una idea

“Mamá, ¿por qué no le preguntamos al tío César si puede


prestarnos el dinero para que yo tenga la cirugía en Houston?
Podemos trabajar para pagarle por el resto de nuestras vidas”.

“Pues, ni lo intentes, por favor. Tú no lo conoces”.

“¡Pero mamá! ¡Él puede ayudarnos! ¡Por favor!”.

“Lo siento, hijo, pero esa ni siquiera es una opción”.

Esa noche, mientras estaba acostado en la cama, no podía creer lo


que mi mama me había dicho. Aquello me puso muy triste…

La siguiente mañana, después que mi mamá se fuera a trabajar,


estaba solo en casa, cuando pensé: “Espera un segundo, la única
persona que va a morir soy yo. Tengo que hacer todo lo que sea
posible para salvarme a mí mismo”.
Decidí llamar a mi tío sin permiso de mis padres. Tenía mucha
esperanza y fe, creyendo que él me ayudaría. Con felicidad y gozo
en mi corazón, tomé un respiro de esperanza y marqué su número.

Sonó varias veces hasta que tomó la llamada. Lo saludé y le


pregunté por mi tía y mis primos. Después que me dijo que todos
estaban bien, le dije: “Bueno tío, te estoy llamando porque necesito
un gran favor de tu parte y no puedo pensar en nadie más que
pueda hacérmelo, excepto tú”.

Mi tío dijo: “Está bien, Carlos, ¿en qué te puedo ayudar?”.

Le conté la historia de mi enfermedad terminal y cómo la única


forma en que podía sobrevivir era viajando a Houston, Texas, para
un trasplante de médula ósea. Continué diciendo: “Entonces, pensé
que podrías prestarnos el dinero para cubrir todos los gastos de la
cirugía”. Y le dije: “No te preocupes por el dinero porque te lo
devolveremos tío, mi mamá, mi papá y yo trabajaremos todas
nuestras vidas para devolverte todo el dinero que nos prestarás.
Puedes confiar en nosotros”.

Con emoción anticipada, pensé que diría: “No te preocupes, sobrino,


yo te ayudaré”. Sin embargo, las cosas no resultaron como yo
esperaba.

Respiró hondo y dijo: “Lo siento, Carlos, pero yo no puedo ayudarte.


Que Dios te ayude”. Luego, colgó el teléfono.

Tan pronto como me dijo esas palabras, me quedé petrificado. No


podía creer que había tenido el corazón tan frio para negarse a mi
pedido así, como si nada.

Recuerden, yo tenía 14 años, y en mi condición escuchar sus


palabras fue terrible para mí. En ese momento, caí de rodillas,
comencé a llorar y a orar a Dios. Le dije: “Dios, por favor ayúdame.
No tengo a nadie más a quien pueda acudir en busca de ayuda, solo
te tengo a ti. Tú eres mi única esperanza. Por favor, Dios, cúrame de
esta enfermedad. Solo tú puedes hacer un milagro en mi vida. Solo
tú tienes el poder de sanar a los enfermos. Solo tú sabes en mi
corazón que quiero vivir para ayudar a la gente. Por favor, dame otra
oportunidad, otra oportunidad de vivir. Desde el fondo de mi
corazón, Dios, te pido ayuda. Dios, por favor, ¿puedes oírme?”.

Mientras oraba y lloraba y le pedía ayuda a Dios, de repente sentí


un calor sobre todo mi cuerpo, se me puso la piel de gallina, toda
erizada. Poco a poco, un calor calentó todo mi cuerpo y
especialmente mi corazón. Yo sabía que algo estaba pasando en
ese momento. Yo no sabía qué era o qué pasaba, pero sabía que
era una señal. Comencé a sentirme esperanzado de nuevo y me
invadió una sensación de bienestar.

A partir de ese momento y ese mismo día, comencé a orar


constantemente y a declararle a Dios que ya estaba sanado de mi
enfermedad. No había duda en mi corazón, Dios me estaba
curando.

Di gracias a Dios por mi rápida recuperación y me visualicé


caminando afuera en un parque, en perfecto estado de salud,
divirtiéndome, caminado en un día soleado, disfrutando de la
naturaleza y dando gracias a Dios porque ya estaba curado.

Comencé a pensar en el futuro y todas las cosas que quería hacer


cuando fuera grande. Empecé a sentirme mejor y mejor cada día.
Fueron pasando los meses y al cabo del tercer mes estaba
completo el tratamiento. Después de todas mis oraciones, era hora
de que el doctor me hiciera todas las pruebas para ver cómo mi
cuerpo había respondido al tratamiento.

Ese día en el hospital me hicieron muchas pruebas. Tomaron


tomografías computarizadas y resonancias magnéticas. Luego de
estos exámenes y al tener los resultados, el doctor nos llamó a su
consultorio para darnos la respuesta final del tratamiento. Mi mamá,
mi papá y yo teníamos tantas esperanzas de que todo fuese
diferente esta vez... Estábamos muy nerviosos esperando el
veredicto médico. Apenas entramos a la oficina del doctor, él nos
dijo que tomáramos asiento. Tenía los resultados en su mano en un
sobre de manila amarillo. Tan pronto como nos sentamos, abrió el
sobre y comenzó a leer los resultados de todas las pruebas.

El resultado final fue que estaba completamente curado. No había


rastro de la enfermedad en ninguna parte de mi cuerpo. ¡Estaba
libre de leucemia!

En este momento, los rostros de mis padres se iluminaron de


felicidad y le dijeron al médico que, dados los resultados, ¡no había
duda de que estábamos ante un milagro!

Mi mamá comenzó a decir: “Gracias Dios. ¡Esto es un milagro!”.

Su cara resplandecía de alegría, de sus ojos brotaban lágrimas de


felicidad. Igualmente, mi padre estaba muy feliz y no paraba de
sonreír de emoción.

Pero algo pasaba que no lográbamos entender… La cara del


médico estaba muy seria, sin rastros de emoción. En realidad, era
un rostro triste. Mi mamá le preguntó: “Pero doctor, esto es un
milagro. ¿Qué pasa? ¿Por qué carga esa cara tan triste?”.

“Lo siento, señora”, contestó, “pero en nuestro campo médico no


podemos usar esa palabra. Para la ciencia no existe tal cosa como
un milagro. Desafortunadamente, tengo más noticias para usted. Su
hijo estaba bajo un tratamiento muy intenso que alteró
químicamente todas las células de su cuerpo y de su sistema
inmunológico de tal manera que se curó muy rápido. Pero cuando
hemos tenido tales casos de recuperación rápida solo han sido
momentáneos. Se llama remisión. Esto significa que la enfermedad
desaparece, pero nuestra experiencia, en otros casos nos ha
demostrado que la enfermedad siempre regresa semanas más tarde
y con más fuerza. En la mayoría de los casos, vuelve peor que
antes del tratamiento haciendo imposible ayudar al paciente”.

Mi mamá se puso a llorar y dijo: “Pero doctor, ¡es un milagro! Dios


salvó a mi hijo”.
El médico respondió: “Está bien, señora, el tiempo nos dirá si tengo
la razón. Ojalá que no, y que Dios haya escuchado sus oraciones”.

En ese momento me paré detrás de mis padres, escuchando el


diagnóstico y viendo las caras de todos y en verdad no podía creer
lo que había dicho el doctor. Estaba completamente en estado de
shock, hasta que pensé para mis adentros:

“¡No! ¡Esto es lo que dice el doctor no Dios! ¡Rechazo por completo


su diagnóstico del futuro y declaro que estoy completamente sanado
de esta enfermedad!”.

De repente, se me puso la piel de gallina una vez más y el calor se


apoderó de mi cuerpo. Entonces, escuché un susurro en mi oído
que decía: “No. Él está equivocado. Esto nunca te volverá a pasar”.

Sentí que mi corazón se calentaba de emoción al escuchar estas


palabras y supe dentro de mí, que Dios ya había realizado un
milagro de sanación en mi vida y que nunca más sufriría de esta
enfermedad otra vez.

Desde ese momento en adelante, siempre me he sentido saludable


gracias a Dios. Desde ese día yo estaba agradecido por el milagro
que Dios había realizado en mi vida. A partir de ese momento
comencé a compartir mi historia con mucha gente para traer
esperanza y fe a cualquier persona que lo necesitara. Así como Él
me había salvado la vida, podía salvar a cualquier otra persona que
sinceramente y desde el fondo de su corazón le pidiera ayuda a
Dios como yo lo hice para obtener un milagro de sanación.
CAPÍTULO 3

EN CAMINO A LA ISLA

Un sábado por la tarde en mayo de 2015, me senté en el sofá de mi


sala de estar en Atlanta, viendo las noticias. Estaba mirando todas
las noticias terribles que hay por el mundo, con tantas historias
sobre lo mal que todo se estaba volviendo, no quería arruinar mi día
con todas esas malas historias, así que apagué la televisión. Me
senté, me acomodé en mi sofá y miré mi ventana.

El día era hermoso y, por alguna razón, empecé a hacer preguntas


existenciales. Supongo que en algún momento de nuestras vidas
nos hacemos estas preguntas. No sé si fue la noticia, o lo qué
estaba pasando, pero de repente tuve algunas preguntas para Dios.

No es que yo estaba dudando de Él, pero comencé a preguntar:


“Dios, si eres real, si realmente existes, respóndeme estas
preguntas. ¿Por qué hay tanta gente sufriendo en todo el mundo?
¿Por qué hay tantos desastres naturales en el mundo: terremotos,
tsunamis, tornados y todo tipo de fenómenos naturales?

¿Por qué mueren tantas personas buenas e inocentes? ¿Por qué,


Dios?, ¿Por qué? ¿Por qué hay tanto odio entre los seres humanos?
¿Por qué hay tantas enfermedades terminales y no curables? ¿Por
qué el cáncer afecta a tantas personas en todo el mundo? Tiene que
haber una respuesta a mis oraciones. Por favor, Dios, si tu están ahí
afuera, si puedes escucharme en este momento, quiero entender lo
que está pasando con la humanidad”.

Miré por la ventana de mi sala al jardín y vi la hierba verde afuera,


bajo el cielo soleado, hermoso, los pinos, los pájaros volando, y las
flores por todas partes; era un día hermoso de primavera. Estaba
pensando en cómo la vida puede ser más agradable, simplemente
disfrutando de las pequeñas cosas que tenemos frente a nosotros.
Mientras miraba por la ventana, escuché sonar mi teléfono celular
en la cocina. Corrí a contestar el teléfono. La llamada era de uno de
mis mejores amigos, Jorge Mario, que es como un hermano para
mí. Su familia casi me adoptó como su hijo cuando llegué a Atlanta
hacia más de veinte años. Siempre han sido tan amables conmigo,
son una familia muy linda.

Jorge Mario llamó para ver cómo estaba, y me preguntó si tenía


planes para el día feriado conmemorativo a los militares caídos en
guerra. En Estados Unidos, este día se celebra a finales de mayo y
ya estaba a la vuelta de la esquina.

“Bueno, ¿sabes qué, Jorgito? Realmente no tengo nada planeado.


¿Tienes algo en mente?

Él dijo: “Sí, tengo un plan. ¿Y si vamos a Florida a disfrutar del clima


y la playa? Vas todo el tiempo Carlos, así que tu conoces mejor la
zona. Podemos encontrar un buen lugar para quedarnos por el fin
de semana. Mi familia viene de vacaciones y me encantaría
llevarlos, además de otro amigo, Enrique, que le gustaría venir con
nosotros”.

Dije: “Está bien, ¡hagámoslo entonces! Déjame empezar a buscar


alojamientos cerca de la playa y cuando tenga todo listo podemos
reunirnos y planear mejor el viaje”.

Jorge dijo: “¡Está bien! Suena como un buen plan”.

Pasaron los días y llegó el fin de semana. Finalmente llego el


viernes y mis amigos, Jorgito y Enrique, los padres de Jorge, Nancy
y Víctor estaban listos para partir. Nos fuimos de Atlanta alrededor
de las 6:00 p. m. y con todo el tráfico del fin de semana nos llevó
tiempo salir de la ciudad. Finalmente, después de seis horas de
manejo, llegamos al hotel.

Esa noche, cansados después de estar tantas horas en la carretera,


nos registramos y nos acostamos al pasar la medianoche.
La siguiente mañana, todos nos despertamos alrededor de las 7:00
am, cansados, pero emocionados. Después que todos se ducharon
y se vistieron, bajamos las escaleras para tomar nuestro desayuno
continental de cortesía, que fue muy bueno. Todo estuvo delicioso.

Después del desayuno, todos estábamos listos para ir a la playa.


Nosotros cinco nos montamos en el coche. Conduje porque conocía
la zona. En la primavera y el verano, iba a la playa dos fines de
semana al mes para relajarme del trabajo y de mi rutina diaria.

Llegamos a la primera playa, pero como era un día de vacaciones,


estaba llena. Así que conduje hasta una segunda playa y luego una
tercera. También estaban llenas.

Me detuve, miré a todos y dije: “Bueno, muchachos, parece que


todo el mundo vino a la playa este fin de semana festivo, pero no se
preocupen tengo una idea. Vamos a un lugar no muy lejos de
distancia, una hermosa isla en Panamá City Beach llamada Shell
Island. Podemos ir al puerto y tomar un bote que nos lleve a la isla.
La mayoría de la gente no conoce esta isla, así que tengo la
sensación de que no estará tan llena con el público habitual de
playa”.

Todos estuvieron de acuerdo. Condujimos hasta el puerto más


cercano. Sabía su ubicación porque estuve allí muchas veces.
Cuando llegamos al puerto, no vi a nadie en el estacionamiento. Fue
extraño ver el lugar vacío. Les dije a todos que esperaran en el auto
mientras yo revisaba el lugar. Caminé a la oficina principal para ver
qué estaba pasando. El hombre de la recepción me dijo que estaban
cerrados por reformas. Me sorprendió mucho porque esa marina
siempre estaba abierta y llena de gente en esta época del año.

Regresé al auto y les dije a todos: “Bueno, chicos, el puerto está


cerrado por reformas, pero no se preocupen. Sé de otro”.

Manejamos a un segundo puerto, en la entrada a Panamá City


Beach, pero también estaba cerrado. En ese momento no sabía a
cuál otro puerto ir.
Empecé a sentir como si algo, o alguien, estaba tratando de decirme
que no fuera a ningún lado. Pero de todos modos seguí
intentándolo. Miré mi teléfono celular personal y le pregunté a
Google: “Hola Google, llévame a otro puerto”.

El asistente de Google respondió: “No tienes permiso para navegar


en internet ahora”.

Miré la pantalla del teléfono y era un fondo azul. y unas letras


blancas, diciendo que no tenía permiso para navegar en internet.

Entonces tome mi otro teléfono celular de trabajo, que funcionaba


con una compañía telefónica diferente a mi otro teléfono. Volví a
preguntarle a Google: “Hola Google, llévame a otro puerto”. Google
dijo: “No tienes permiso para navegar en la Internet”.

Eso me sorprendió. Dos teléfonos diferentes, con dos proveedores


de telefonía diferentes, pero ambos me dieron el mismo mensaje.

En ese momento, les pregunté a mis amigos si alguien podía mirar


con su teléfono. Dijeron: “Sí, claro, lo buscaremos”.

Comenzaron a buscar en línea otro puerto cerca de nosotros y


descubrimos que el único puerto disponible temprano esa mañana
estaba en St. Andrews State Park.

“Okey. Conduzcamos hasta allí”, dije.

Estaba a punto de salir a la calle principal del estacionamiento, pero


había un automóvil que se acercaba muy rápido en el carril cerca de
mí.

Pensé: “¿Debería ir ahora o no?”. Algo dentro de mí respondió: “No.


Que pase primero y luego te vas”. Gracias a Dios dejé pasar el auto.
Después de que nos pasó, menos de cinco segundos después,
tomé un desvío para entrar al parque nacional y tan pronto como lo
hice, escuchamos un fuerte estruendo. Era el coche que había
dejado pasar. Se estrelló contra dos autos porque estaba
conduciendo tan rápido que no vio el semáforo. Se atravesó con la
luz roja y causó un accidente. Vi todo esto en mi espejo retrovisor.
Estaba agradecido de haber dejado pasar primero a este tipo que
andaba con tanta prisa.

Continuamos rodando a lo largo de la orilla del mar. Las nubes


estaban oscureciendo y escuchamos el estruendo de los truenos.
Todos nos miramos, Jorge, Enrique, Nancy, Víctor y yo, porque los
truenos eran muy fuertes. Segundos después, vimos un rayo que
partió del cielo y golpeó las aguas oceánicas.

En ese momento, Jorge me miró y dijo: “Oye, Carlos, ¿no crees que
deberíamos volver a Atlanta? Este clima está empeorando. Mira las
nubes. Tal vez se acerca una gran tormenta y no vamos a poder
disfrutar la playa con este mal tiempo. ¿No crees que será mejor
volver a casa?”.

Miré a Jorge y le dije: “Bueno, amigo mío, ¡bienvenido a Florida!


Aquí el clima siempre cambia mucho. Una hora hace sol, la hora
siguiente está nublado y lluvioso, y luego soleado de nuevo. Todo
está bien. No hay nada que temer; todo estará bien”.

Unos quince minutos después llegamos al parque. Era mi primera


vez en ese lugar. Había una gran fila de autos para entrar.
Finalmente, llegamos a la entrada de la puerta de seguridad.

Compramos nuestros boletos y nos indicaron que subiéramos al


autobús de enlace al puerto donde el barco nos llevaría a Shell
Island. Tomamos los boletos y volvimos al auto para agarrar todas
las cosas que necesitábamos para pasar el día en la playa.

Pensamos que el clima eventualmente se despejaría, así que


tomamos nuestras sombrillas, carpas, sillas, hielera, parlantes,
comida, bebidas, bloqueador solar y toallas.

Los autobuses de enlace funcionaban a una hora programada y


nuestro bus salía a las 9:00 a.m. Hicimos fila para abordar el
autobús y entonces Jorge dijo: “Oye Carlos, tengo que ir al baño.
¿Crees que tengo tiempo para ir?”. Le dije: “Sí, claro, pero daté
prisa”.

Diez minutos después, el conductor dijo: “Buenos días a todos.


Bienvenido al Parque Estatal St. Andrew. Este bus los llevará al
puerto. Tan pronto como lleguemos abordaremos el ferry a Shell
Island. Suban a bordo ahora, ¡gracias!”.

Todos empezaron a abordar el autobús. La mayoría de la gente eran


personas jubiladas que vivían en Florida. El resto de los pasajeros
eran turistas de todo los Estados Unidos.

Cuando el autobús se comenzó a llenar, le dije al conductor que


teníamos que esperar a mi amigo Jorge. Esperamos quince minutos
y nunca apareció.

Noté que la gente en el autobús se estaba impacientando, así que le


pregunté al papá de Jorge si podía ir a ver si le pasaba algo a su
hijo. Mientras se acercaba al baño, pudo escuchar a Jorge gritar:
“Hola. ¿Hay alguien afuera? Alguien acaba de cerrar la puerta del
baño. Por favor, ayúdame. Déjame salir de aquí. Necesito tomar mi
autobús”.

El padre de Jorge, desesperado y nervioso al escuchar su hijo


atrapado en ese baño, le gritó: “Oye hijo, ¿Estás bien? Soy yo, tu
padre. No te preocupes. Voy por ayuda. Déjame ir a la oficina
principal. Volveré pronto. Tranquilízate, por favor, todo estará bien.
Voy a buscar una manera para sacarte de ahí”.

Corrió a la oficina y encontró al gerente en la portería de la entrada


principal. Después de explicarle lo sucedido, el gerente dijo que él
no sabía ¿Cómo habrá sucedido eso? ¡Qué cosa tan extraña!”.

Una vez más, sentí una vocecita adentro diciéndome que no fuera.
La sensación en mi estómago se sentía como una señal de que algo
malo pasaría si íbamos. Estaba nervioso.
Finalmente, el conserje vino con una llave maestra y abrió la puerta.
Jorge salió y abrazó a su padre. Su padre le preguntó: “¿Estás
bien?”. Jorge respondió: “Sí. Estoy bien. Gracias”. “Gracias al
conserje, hijo. Él fue el héroe que te sacó del baño, Jorge. Gracias a
él”.

Se rieron un poco y el papá de Jorge dijo: “Está bien, apúrense,


arriba. Corramos al autobús antes de que perdamos el viaje”.
Finalmente llegamos al autobús y partimos. Entonces el conductor
dijo, con un tono de voz misterioso: “¿Están listos para emprender
una aventura al máximo e ir a una famosa isla del Golfo de México?
En Panamá City Beach disfrutarán de las aguas cristalinas más
hermosas de Florida y una increíble variedad de animales marinos.
Y si tienen suerte, podrán ver y detectar manatíes, delfines o una
mantarraya. Vamos al puerto y dejemos que comience la aventura”.

Cinco minutos después, llegamos al puerto. Miré a través de la


ventana del bus cuando llegamos. Mientras admiraba a mi
alrededor, miré la hierba verde, la arena blanca y resplandeciente, y
el profundo océano azul; entonces me di cuenta de lo hermosa que
es la vida.
CAPÍTULO 4

ANTES DE LA TORMENTA

El conductor del autobús dijo: “Su atención, por favor. ¿Puedo tener
su atención? Bien, chicos, les diré el horario del autobús. Los barcos
que salen de la isla y los buses están todos conectados. Esto
significa que cada hora, a partir de ahora y hasta las 5:30 p.m., un
barco volverá de Shell Island. Por lo tanto, asegúrese de llegar a
tiempo. Les advierto que si pierden el último barco no será nada
divertido porque tendrán que permanecer en la isla hasta el día
siguiente. No hay electricidad, ni baños, ni un refugio para quedarse,
tampoco agua potable o de manantial y además hace frío y viento.
Les deseo a todos un fantástico Día de los Caídos en Shell Island.
¡Disfruten su estadía!”.

Mis amigos y yo comenzamos a alejarnos del autobús. Llevamos


nuestras sillas, toallas, toldo, hielera, sombrillas, salvavidas, comida
y agua. Después caminamos hasta el puerto, directo al muelle de
madera donde nos esperaba el barco que debíamos abordar. Tan
pronto como lo abordamos, el conductor del bote nos dio la
bienvenida y nos pidió que tomáramos asiento.

Luego nos explicó las normas de seguridad que debíamos observar


a bordo del barco y navegamos hacia aguas abiertas, rumbo a la
isla de Shell Island.

El cielo estaba azul y despejado. Las aguas, algo azules, de color


turquesa. El paisaje era hermoso. Me senté junto a una ventana
abierta y la brisa fresca y el agua salada bañaba mi rostro. Fue un
buen viaje. Unos veinticinco minutos más tarde, el barco comenzó a
acercarse a Shell Island.

El clima se veía bueno, con cielo azul y soleado. Las aguas eran
cristalinas. Era un pedacito de paraíso frente a Florida, en pleno
Golfo de México, con aguas color esmeralda, arenas blancas puras
y un hermoso pedazo de tierra en medio del océano. Había algunas
palmeras y poca vegetación ya que era muy caliente. Por eso
tuvimos que traer todo con nosotros y garantizar que al menos
tuviéramos un poco de sombra durante nuestro día de playa.

Mientras nos acercábamos al lado de la bahía, noté que había


muchas familias disfrutando el día en ese lado de la isla. Así que le
pregunté al conductor del bote si podía llevarnos a la parte trasera
de la isla, del lado que tenía el mar abierto hacia el océano.

Él dijo: “Esta es la parte más segura del parque. Si quieres ir al otro


lado tendrás que ir por tu cuenta, porque yo no iré para allá”.

“Está bien”, dije, “está bien. Solo preguntaba. ¡Gracias!”.

Tan pronto llegamos, puse mis pies descalzos sobre la arena. Eso
fue una sensación relajante que me hizo sentir que finalmente
estaba de vacaciones. Empecé a caminar y conduje a mi grupo más
allá de la piscina natural que hay junto a la bahía, donde muchas
familias pasaban el día con sus hijos. Pensaba que el otro lado de la
isla, donde estaba el océano abierto, sería un buen lugar para poder
acampar ya que no estaría tan lleno.

Arrastramos todo por la arena: nuestras sillas, sombrillas, hieleras, y


todo lo que habíamos llevado con nosotros. Tuvimos que atravesar
la playa, pasando entre las familias.

Cuando pasé frente a un padre que miraba a cinco niños jugando en


la arena, este me llamó y me dijo: “Discúlpeme, señor. ¿Adónde van
con todas esas cosas? Este es el final del área de la bahía. Aquí
están todas las familias”.

Le respondí: “Ya, señor, pero nosotros vamos al otro lado de la isla”.

Él respondió: “No vayan, por favor, es mejor que se queden de este


lado, donde estamos todas las familias”.

“Señor, ¿por qué no quiere que vayamos?”, le pregunté.


“Porque este lado es más seguro. Además, en el otro está haciendo
mucho viento. Las olas están enormes. Hoy el océano está muy
peligroso”.

Le dije con voz segura: “Señor, no se preocupe. He estado viniendo


a esta isla durante años y nunca me ha pasado nada malo. Además,
pertenecí a un equipo de natación durante varios años. Soy un buen
nadador. Sin embargo, muchas gracias por su consejo.
Intentaremos ser cuidadosos. Así que, no tema, estaremos bien.
Gracias por preocuparse”.

Después de decirle esto al hombre, seguí caminando con mis


amigos hacia el otro lado de la isla, al que llegamos después de
unos diez a quince minutos. No había nadie más allí, solo nosotros.

Pensé que era porque el océano estaba agitado, con grandes las
olas y fuerte viento. Caminamos un poco mientras buscamos un
buen lugar para acampar y finalmente encontramos uno donde
desempacamos todas nuestras cosas, incluidas las toallas, el toldo,
las sillas, la hielera, el altavoz, los salvavidas, las tablas de surf y la
comida. Para completar el campamento, traje una gran carpa azul,
lo suficientemente grande como para acomodar a diez personas.
Empecé a abrirla con mis amigos y en ese momento el viento
empezó a soplar realmente fuerte. La carpa se abrió como un
paracaídas y no había manera de poner a tierra la carpa. Lo
intentamos durante más de una hora, pero el clima no nos estaba
ayudando.

Después de muchos intentos de asentar la carpa, todavía el viento


estaba soplando muy fuerte. El padre de mi amigo, el señor Víctor,
dijo: “Escuchen chicos, ¿por qué no van y consiguen algunas rocas
en esa pequeña colina cerca de nosotros”.

Jorge y yo pensamos que era una gran idea. Entonces, fuimos a la


colina y reunimos algunas rocas para poner en una pila en cada
poste de la carpa. Esa era la única manera que el toldo se
mantuviese en su sitio.
Ahora el toldo, con la ayuda de esas rocas, estaba instalada
fuertemente en la arena y se veía bien y firme. Jorge, Enrique,
Nancy, Víctor y yo armamos nuestro campamento para el día, con
las sillas, comida, bebidas y el resto del equipo que llevábamos con
nosotros.

Pasamos las siguientes horas relajándonos frente a la playa. El


tiempo comenzó a pasar más rápido mientras estuvimos sentados
dentro de la carpa, jugando y contando historias. Alrededor de las
3:00 p.m., comencé a cansarme y me quedé dormido. Una hora
después, desperté y vi a los demás empacando y preparándose
para dejar el lugar.

Ahora eran las 4:00 p.m. y todos en el grupo querían caminar y dar
una vuelta por la isla antes de que saliera el ultimo barco a las 5:30
p.m. Uno de mis amigos me preguntó si quería ir con el grupo a
pasear por la isla.

Le dije: “No, gracias, pero me quedaré en el campamento para


cuidarlo todo. Vayan y diviértanse. No se preocupen por el
campamento. Estaré aquí”.

Se marcharon y, unos diez o quince minutos después, comencé a


aburrirme. Hacía demasiado calor, sol y humedad.

“Aquí hace demasiado calor”, me dije a mí mismo. “Voy a tener que


refrescarme. Nadaré cerca de la playa, frente a el campamento
durante un rato y luego regreso”.

Corrí hacia el agua refrescante. A pesar de que el clima estaba


caliente, el agua estaba fría. ¿Sabes? Toma un minuto para que la
temperatura de tu cuerpo se aclimate con la del océano, así que
comencé a caminar más y más profundo.

Entonces, mientras caminaba, caí varias veces en algunos agujeros


en la arena. Fue un poco extraño para mí. Jamás había visto esos
agujeros en aquella playa.
Pensé que era un fenómeno de la naturaleza que se produjo ese día
bajo el agua, así que no le presté demasiada atención y seguí
avanzando antes de nadar durante unos quince minutos. Cuando
levanté la vista, vi a Enrique caminando hacia la playa donde yo
estaba nadando. Caminaba a solas, sin el resto del grupo.

“Oye, ¿qué pasa?”, le grité. “¿Por qué volviste?”.

“Regresé en caso de qué algo te suceda”, gritó de regreso. “No


quiero dejarte solo aquí”.

“Está bien. No te preocupes, hermano”.

Se metió en el agua y nadó conmigo durante unos diez minutos.


Finalmente, se salió del agua y comenzó a alejarse. Desde la playa
me dijo: “Oye, el sol está muy caliente y está quemando mi piel.
Estoy tan blanco que me siento como un fantasma. Necesito
ponerme un poco de protector solar para no freírme como un
camarón al sol. Voy al campamento, ya regreso”.

Levanté un pulgar hacia arriba y se marchó. Continué nadando


durante unos diez minutos más.

Después de ello, pensé: “Está bien, ya nadé lo suficiente. Mejor


regreso a la carpa con mi amigo”.

Comencé a caminar hacia la playa y cuando el agua me llegaba por


la cintura, noté algo raro. Cada vez que daba un paso hacia la orilla,
sentía que algo empujaba mis piernas hacia el océano. El nivel del
agua comenzó a subir rápidamente, como si un gigante estuviera
llenando el océano de agua. Apenas subió y me cubrió, salté para
tomar un poco de aire y apenas lo hice, una fuerte corriente
submarina tiró de mí. ¡Era como un remolino que me succionaba de
regreso al océano!
CAPÍTULO 5

LAS AGUAS TEMPESTUOSAS

Una poderosa corriente bajo el agua comenzó a empujarme hacia el


océano. Traté desesperadamente de nadar, pero la playa era difícil
de ver. La marea subía y bajaba y yo no sabía qué estaba
sucediendo.

Déjame decirte algo. En ese entonces, yo no sabía qué era una


corriente de resaca, pero lo aprendí de la peor manera. Esta era una
corriente de agua muy fuerte. La cual me alejaba directamente de la
orilla, cortando a través de la línea de olas rompientes como un río
corriendo hacia el mar. Era más fuerte cerca de la superficie del
agua. Si te atrapa una corriente y no entiendes lo que sucede o no
tienes las habilidades necesarias para escapar, puedes entrar en
pánico y cansarte muy rápido cuando trates de nadar directamente
en contra del flujo de agua.

Entonces, ¿adivina lo qué me pasó? Yo era uno de esos tipos que


no sabían qué hacer porque me desesperé. Traté de luchar contra la
corriente y volver a la playa.

Pero esta corriente era tan fuerte que, en cuestión de segundos, me


arrastró hacia el océano, muy lejos de la orilla…

Créanme, nadé durante cinco años en un equipo de natación


cuando era un niño. Pensé que sabía nadar en el océano, pero eso
estaba lejos de la verdad. Estaba luchando contra la corriente para
volver, pero aquello me era imposible. Nadé y nadé y nadé. Cada
vez que levantaba la cabeza para ver lo cerca que estaba,
descubría que me estaba alejando más y más de la isla…

Eso me hizo luchar contra la corriente todavía más, hasta que


comencé a darme cuenta de que estaba perdiendo la esperanza. La
corriente me estaba llevando hacia atrás. Aun así, continué
luchando durante unos veinte minutos, hasta que mis piernas
sufrieron calambres. Llegué al punto en que comencé a entrar en
pánico. Me di cuenta de que el final de mi vida se acercaba… El
escenario era perfecto. Yo estaba demasiado lejos, en medio del
océano, rodeado de agua helada y grandes olas. Nadie me
observaba. La resaca me estaba succionando cada vez más lejos
en el océano. Estaba drenando toda mi energía.

Cuando comprendí lo que me pasaba, pensé: “¿Sabes qué? ¡Esto


es el fin!”.

El miedo invadió todo mi cuerpo y todos mis pensamientos, bañando


mis ojos de lágrimas. Sabía que no había forma de escapar de
aquello y regresar a la orilla con vida. Nadie me estaba mirando, así
que tenía cero esperanzas de ser rescatado.

Entonces me dije a mí mismo: “¿Sabes qué, Carlos? Antes de morir


haré una cosa más”.

Lloraba desconsoladamente y apenas podía mantenerme a flote.


Estaba completamente agotado, pero en una situación así, cuando
te estás muriendo, tu cuerpo produce una gran cantidad de energía
por no querer morir. Entonces tomé una respiración profunda y
comencé a orar…

“Gracias, Dios, por todo lo que me diste en esta vida. Te doy gracias
por mi familia. Gracias por mi mamá, mi papá, mis hermanos y
hermanas, mis amigos y todos los que han caminado a mi lado
durante mi vida. Gracias por todo lo que me has dado. Realmente
quiero darte las gracias desde el fondo de mi corazón. Lo siento si
hice algo mal. Creo que hice lo mejor que pude en mi vida, pero
estoy listo para ti, si quieres llevarme ahora, Dios”.

Durante la agonía de lo que pensé que eran mis últimos momentos,


Escuché una voz tranquila detrás de mí susurrar: “Pide ayuda”.

“Disculpé”, dije mirando a mi alrededor. “Un momento, ¿qué?”.

Miré por todas partes, pero no vi a nadie.


Entonces lo escuché de nuevo. “Pide ayuda”, dijo la voz. Pensé:
“¿Esto es una broma? ¡Pero si nadie está mirando hacia acá! ¡No
tengo esperanza!”. Volví a escuchar la voz por tercera vez, y me
dijo: “¡Te dije que pidas ayuda!”. Pregunté: “¿Quién está detrás de
mí?”.

Luego, el viento comenzó a soplar junto a mi oído y yo solo escuché


el silencio.

Entonces, me dije a mí mismo: “Está bien. Bueno, ya que esto será


lo último que haga en mi vida, pediré ayuda con todo mi corazón.
Aunque creo que nadie me escuchará, si muero, al menos sabré
que hice algo para tratar de ser rescatado”.

Entonces, comencé a gritar: “¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Por favor ayuda!”.


Después de varios minutos, vi a alguien en lo alto de una colina en
la roca. ¿Adivina quién era? Sí, me froté los ojos, ¡no podía créelo!
Con lágrimas de emoción en los ojos y felicidad en mi corazón, vi
que era uno de mis amigos. Era Enrique, así que empecé a gritar a
todo pulmón: “¡Enrique! ¡Oye! ¡Ayúdame! ¡Por favor! ¡Oye!”. Al
verme él saltaba y me gritaba: “¡Carlos, por favor, aguanta! ¡Iré por
ayuda! ¡Voy a llamar al 911!”.

Lo vi correr tan rápido como pudo hacia el campamento. Unos


pocos minutos más tarde, ya estaba de vuelta en la cima de la
colina y llevaba un salvavidas. Me gritó y empezó a tirar el
salvavidas inflable desde el acantilado, pero el viento trabajaba en
su contra. Cada vez que lanzaba el salvavidas hacia mí, este volaba
de regreso a él.

Cuando finalmente se dio cuenta de que no estaba funcionando,


gritó otra vez: “¡Epa, Carlos, por favor aguanta! ¡Volveré, voy por
más ayuda!” dijo.

Estaba tan lejos que apenas escuché lo que dijo mientras corrió al
otro lado de la playa. Déjame decirte que esta isla es un pedazo de
tierra en medio del océano y no es tan grande. Mi amigo corrió hacia
el lado de la bahía, el lado tranquilo y sin olas, donde estaban todas
las familias con sus hijos. Gritó por ayuda y mucha gente de ese
lado de la isla comenzó a correr hacia el otro lado de la isla, hacia
donde estaba yo.

Ellos seguían a mi amigo hasta la cima de una colina desde donde


me podían ver mejor. Algunos muchachos también corrieron y
comenzaron a trepar por una elevada roca para ver dónde yo estaba
en el océano.

Todo el mundo gritaba: “Por favor, aguanta. ¡Por favor aguanta!”.


Seis diferentes hombres saltaron desde lo alto de las rocas a las
aguas profundas y tormentosas para tratar de salvarme. Cada uno
comenzó a nadar en mi dirección hasta darse cuenta de que estaba
demasiado lejos para alcanzarme.

El clima no ayudó. Hacía mucho viento y el agua estaba muy fría.


Las olas eran grandes y la gente que saltó para rescatarme
comenzó a darse cuenta de que no había manera de rescatarme en
esas circunstancias. Ninguno quería arriesgar su propia vida para
salvarme. Uno a uno, se comenzaron a regresar y justo frente a mis
ojos vi mi esperanza desvanecerse.

Mientras los observaba a todos nadando de regreso a la orilla, me


dije a mi mismo: “Está bien. Eso es todo. Estoy listo, pero lucharé
hasta el final. No me voy a rendir tan rápido”. Apenas lo pensé, vi a
un adolescente muy pequeño nadando en mi dirección. Me gritó:
“¡Oye, no te preocupes! ¡te sacaré de aquí! ¡Vine a salvarte!”.

Pensé: “¡Oh, Señor! Dios ten piedad. Mira a este chico”.

Pude ver que era un tipo pequeño, mientras que yo soy un tipo
grande. Pensé: “No hay forma ni manera de que este chico
adolescente, me vaya a salvar a mí, y logre el salvarse el de este
remolino”.

Le grité: “¡Oye! Está bien. Por favor, vuelve. Eres demasiado


pequeño. Soy un tipo grande y no quiero que mueras conmigo, ¡así
que por favor regresa!”.
No me escuchó. Él gritó de vuelta, “No, ¡yo vine a salvarte!”.

Sabía que no podría llegar a donde yo estaba, así que le grité de


nuevo: “¡Por favor, regresa! Por favor escúchame: ¡Regresa!”.

De repente, se dio cuenta de que él también estaba en la corriente


de resaca. Empezó a gritar:

“¡Oh, no! ¡También me atrapó! Me está jalando hacia el océano. Voy


a morir. ¡Oh no!”.

Grité: “Oh, Dios mío, ¡te dije que te regresaras!”.

En lugar de tratar de agarrarlo, comencé a gritarle.

“Vamos. ¡Tú puedes salir de la corriente de resaca! Vamos, hombre.


¡Tú puedes hacerlo! Vamos. ¡Vamos! Nada lejos de la corriente”.

¿Adivina qué? Lo hizo. Milagrosamente escapó y se fue de vuelta a


la seguridad de la orilla.

Mientras todo esto sucedía, yo seguía luchando contra el agua,


tratando de mantenerme a flote sin ahogarme.

Después de tanto luchar, mis piernas y brazos comenzaron a


acalambrarse. Sentí una sensación helada. Empecé a temblar y me
di cuenta de que se me agotaba el tiempo.

En ese momento, pensé: “Está bien, Carlos. Esto es real. Estoy


llegando al final. No tengo suficiente energía para seguir nadando y
mantenerme a flote”. En ese momento, me sentía impotente y sin
esperanza. Pensé, bueno, ha llegado el momento de decir adiós.
Miré al cielo y dije muy fuerte: “¡Por favor, Dios, ¡ayúdame! ¡Me rindo
ante ti!”.

De repente, las olas se volvieron un poco más agresivas. Los


niveles del agua subieron más y el agua se sentía cada vez más
fría. Traté de mantenerme a flote, pero los calambres en mis piernas
y los brazos comenzaron a doler demasiado. En este punto, me era
difícil seguir nadando. Las olas subían demasiado alto y se
estrellaban contra mí, una y otra vez, hasta que una ola grande y
pesada cayó sobre mí y me empujó hasta el fondo del océano. Di
vueltas sin rumbo y de pronto todo se puso negro.

Mi desmayo solo duró lo que parecieron unos segundos. Abrí los


ojos, todo estaba en silencio excepto por el sonido de las burbujas
de agua. En ese momento, había sufrido tanto peleando contra la
corriente que ya no me importaba. Entonces, algo comenzó a
suceder. Vi una enorme sombra acercarse y dar vuelta en círculos a
mi alrededor. La sombra pasó debajo de mí y siguió moviéndose en
círculos. De repente, algo me empujó hacia arriba hasta alcanzar la
superficie. ¡No podía creer lo que vi! Era un gran delfín gris. Pensé
que estaba soñando. Me levantó del agua y me mantuvo a flote. Fue
un momento increíble que jamás olvidaré. Quedé boquiabierto.
Estaba maravillado con lo que veía. Miré fijamente a los ojos del
delfín y me cuestioné.

“¿Cómo puede ser esto posible? ¿Cómo me escuchó?”.

No me quedaba energía… Este delfín había llegado justo a tiempo.

Lo miré directamente a los ojos con una expresión de


agradecimiento y lo agarré por la aleta y lo sostuve por unos diez
minutos. En este punto, todos desde la orilla estaban gritando y
mirando. Podían ver todo lo que estaba pasando.

Diez minutos después, llegó un pequeño bote de pesca. Cuando


estaba como a quince pies de distancia, el pescador me gritó:
“¡Oye!, ¡Vine a rescatarte, pero las olas del mar están demasiado
grandes y fuertes No puedo acercarme ti, porque puedo golpearte
con mi bote y noquearte! Lo único que puedo hacer es lanzarte una
soga. Tan pronto como la atrapes, puedes jalarte a ti mismo hacia el
bote, ¿está bien?”.

Asentí. “Muy bien”.


Agarré la cuerda y comencé a jalarme hacia el bote. Cuando me
acerqué al bote, sostuve la cuerda con fuerza y el dolor de los
calambres se volvió intenso. No podía moverme porque estaba
helado y rígido.

El pescador me gritó una vez más: “¡Oye! ¡Oye! ¿Qué estás


haciendo? ¡No te quedes ahí! Vamos. Tú necesita subir al bote.
¡Muévete hasta la parte trasera del barco! Ahí hay una escalera a
nivel del agua. Súbelas y vente a bordo. Tenemos que irnos de aquí
lo antes posible.

Le dije que me estaba congelando y que tenía calambres. Él


respondió que su barco se estaba hundiendo. Le pregunté: “¿Qué
quieres decir con que se está hundiendo?”.

Él dijo: “Tenía una bomba de motor eléctrico que sacaba el agua de


mi bote, pero de repente dejo de funcionar. El barco se me está
inundando de agua. Date prisa y sube a bordo”.

Apenas escuché la desesperación de su voz, me vino la energía. No


sé de dónde, pero me moví lo más rápido que pude para subir al
barco. No sé cómo lo hice, pero subí las escaleras y me lancé en el
bote. Tan pronto subí a bordo, vi que estaba lleno de agua, como
una piscina. Lo miré con mayor temor. Él dijo: “Exacto. El bote está
lleno de agua”.

Mientras recuperaba el aliento, le pregunté:

“¿Tienes un balde para vaciar el agua?”

“No. Yo no tengo ninguno en mi bote. ¿Podrías sentarte? Voy a


intentar salir de aquí lo más antes posible,” dijo señalando un
asiento en el barco. Me senté. Todo el cuerpo me temblaba. Volvió a
mirarme y dijo: “No te preocupes. Ya estás a salvo”.
CAPÍTULO 6

UNA LUZ EN EL OCÉANO

Mientras navegábamos de regreso a la isla, el pescador comenzó a


hacerme preguntas como cuál era mi nombre y si estaba bien
después de lo que me había pasado en la playa? Le expliqué que
solo estaba nadando cerca de la orilla cuando una fuerte corriente
me jaló hacia el océano, donde comenzó mi batalla contra la
corriente de la resaca. No sabía que se trataba de una corriente
mortal. Él me explicó que esas corrientes son frecuentes durante
ciertas horas del día cerca de las orillas y que nunca más debo
nadar a solas de nuevo, aunque sepa nadar.

Mientras me hablaba, miraba hacia el horizonte... Entonces miró


hacia atrás detrás del bote y me dijo con cara de sorpresa: “¡Oh,
Dios mío! No vas a creer quién está siguiéndonos”.

“¿Quién?”, pregunté.

Empezó a gritarme: “¡Mira detrás de ti! Mira ¡detrás de ti!”.

A pesar de que mi cuerpo estaba rígido y todavía temblaba, me


estiré para mirar hacia atrás y no podía creer lo que vi. Era el delfín
quien me había salvado. Nos estaba siguiendo, saltando detrás del
barco.

El pescador, impresionado por lo que hacía el delfín y sabiendo lo


especial que era ese momento, sacó su teléfono celular y lo grabó
en un video.

Entonces, el pescador me dijo: “Te llevaré a un lugar seguro en el


otro lado de la isla, en la bahía. El mar está calmado allí y el nivel
del mar está a la altura de tus rodillas. Voy a dejarte ahí.

“¿Puedes caminar?”, preguntó. “Tendrás que caminar a donde están


los demás, no muy lejos de donde yo te dejaré”.
“Sí. Está bien. Puedo caminar. Apenas toque tierra firme, estaré
completamente bien”, dije.

“Yo iría contigo,” dijo. “Pero necesito reparar mi barco”.

Finalmente, llegamos al lado tranquilo de la isla. Miré la playa. No


había nadie allí, porque todos todavía estaban en el otro lado del
océano, donde habían ido a rescatarme. Este lado de la isla estaba
vacío, sin gente y sin las familias. Con mi rostro lleno de lágrimas y
mi corazón agradecido, me despedí del hombre que salvó mi vida.
Le agradecí por rescatarme del mar y el pescador me dijo: “¡Dios te
bendiga!”.

Me ayudó con cuidado a bajar del barco y esperó que yo empezara


a caminar hacia la orilla. Entonces me gritó: “¿Estás bien? ¿Puedes
caminar hasta la costa?”.

“Sí. Puedo”, dije. Cuando se fue me despedí con la mano y grité:


“¡Gracias!”.

Mientras caminaba hacia la orilla, sentí que algo me seguía y me


tocó la pierna derecha. Miré atrás y para mi sorpresa, ¡era el delfín
que me había salvado!

Él estaba detrás de mí. Tan pronto como lo vi, exclamé: “¡Oh, Dios
mío!”. Me cubrí el rostro con las manos y comencé a llorar. Yo no
podía creerlo. Fue un momento muy mágico. Estaba muy
agradecido de estar vivo. Quité las manos de mi cara y comencé a
caminar. Él permaneció a mi lado, mientras yo continué avanzando
hacia la orilla. Finalmente, llegué a la playa, caí de rodillas y oré.

Dije: “Oh Dios. Padre, gracias por salvarme la vida. Yo necesito


decirte algo que en este momento siento y viene del fondo de mi
corazón. Si me salvaste con este delfín, es porque quieres algo de
mí. No sé qué quieres. Tal vez tienes un nuevo propósito para mi
vida. Pero, te lo digo: Carlos acaba de morir en el océano y la
persona que está saliendo de las aguas, bueno, esa serás tú a partir
de este momento... Quiero que bajes a la tierra y tomes mi alma,
que tomes el control de mi cuerpo, entres en mí, y hagas lo que
quieras hacer. No mañana. No luego. ¡Quiero que te hagas cargo
ahora! Te prometo que, de hoy en adelante, tú dirigirás esta nueva
vida”.

Mientras estaba de rodillas, pude escuchar un trueno en la distancia.


El cielo se oscurecía como si se avecinara una gran tormenta. Vi
relámpagos a mi alrededor y una delicada neblina de lluvia comenzó
a caer. El agua de lluvia comenzó a deslizarse por todo mi cuerpo.
Yo no sabía en ese momento cuánto impactaría en mi vida esa
promesa. Solo lloré como un bebé, pensando que debería estar
muerto en lugar de a salvo en la orilla. Un delfín, un pescador y Dios
me habían salvado la vida.

Lo único que se cruzó por mi mente fue gratitud hacia cada buena
persona presente en mi vida, cada amigo y cada miembro de mi
familia. Mi vida pasó ante mis ojos en segundos. Estaba de vuelta,
pero ahora no iba a perder el tiempo en pequeñeces. Me
comprometí a pasar más tiempo con mi familia y amigos. Quería
disfrutar cada momento de mi vida a partir de ese momento Prometí
ayudar a tantas personas como pudiera. De ahora en adelante,
quería inspirar a otros. Quería hacer una diferencia en sus vidas y
animarlos a ser mejores padres, mejores hermanos y hermanas,
mejores hijos e hijas, y mejores vecinos. Quería compartir mi amor y
bondad con el mundo.

En ese momento, mientras pensaba y reflexionaba sobre mi vida,


me entregué completamente a Dios. Sabía que mi vida, después de
este encuentro con el delfín, ahora tendría un propósito. Lo que Dios
quería era que ese propósito se lograra. Varios minutos después
que le dije estas palabras a Dios, la gente llegó del otro lado de la
isla y corrió hacia mí para ver cómo estaba. Todo el mundo empezó
a preguntarme: “¿Estás bien? ¿Qué te pasó?”. Personas que no
conocía comenzaron a abrazarme y lloraron, “¡Ay, Dios mío! ¡Ay,
Dios mío! Sobreviviste. ¡Estás vivo!”.

Eso es todo lo que escuché de todos. Sentí que me abrazaban y un


inmenso sentimiento de protección y amor envolviéndome. Me sentí
inmensamente feliz en mi corazón por esta nueva oportunidad, por
este nuevo comienzo.

La gente empezó a preguntarme si estaba bien y si necesitaba un


médico. Les dije a todos que estaba bien. Yo solo quería volver a la
oficina en el Parque Estatal St. Andrews, y hablar con las
autoridades. Quería decirles lo que me pasó y asegurarme de que
estuvieran conscientes y alertas. Lo que me acababa de pasar le
podía pasar a cualquiera en esa isla.

Posteriormente, tomamos el bote de regreso al parque y fui a la


oficina principal donde compré mi boleto. Pedí hablar con los
encargados del parque. Les expliqué todo lo que me pasó. Se
disculparon por no tener salvavidas de ese lado de la isla, pero me
dijeron que ellos se encargarían de que otro incidente así no
volviera a ocurrir en la isla. Fueron muy amables conmigo y estaban
felices de verme vivo y en buenas condiciones.

Mis amigos y la gente que llegó de la playa caminaron desde la


oficina del parque hasta el estacionamiento. Uno de mis amigos me
preguntó qué quería hacer a continuación. Le dije que de veras
quería ir a una iglesia. Sabía que lo que me había pasado era un
milagro y necesitaba darle las gracias a Dios.

Tomé mi celular y comencé a buscar en línea la iglesia católica más


cercana. Criado bajo la religión católica, sentía un fuerte deseo de
encontrar una cerca. Le pregunté al asistente de Google, “Hola
Google. Llévame a la iglesia católica más cercana”. Google me
respondió: “La iglesia católica más cercana a su actual ubicación es
la Iglesia Católica Saint Bernadette”.

Les dije a mis amigos: “Vamos a esa iglesia”.

No sé cómo voló el tiempo, pero cuando llegamos a St. Bernadette


ya eran las 9:00 p.m. horas. Salimos del auto y caminamos hacia la
puerta de entrada. Para nuestra sorpresa, la encontramos cerrada.
Al caminar alrededor de la iglesia, hallamos una capilla en medio de
un jardín. Era una especie de cueva. Dentro de ella, en el fondo,
había una estatua de la Virgen María de Fátima. En el interior de
esta capilla había más de una docena de velas encendidas. Afuera
había tres estatuillas que representaban a los tres pastorcitos que
vieron a la Virgen a principios del siglo XX, cuando se inició la
historia de la Virgen de Fátima.

“Quiero darle las gracias”, dije, “a todos los que vinieron conmigo,
por seguirme y darle gracias a Dios por el milagro que todos
presenciamos. Ahora, es tiempo de orar y “dar gracias”.
Quedémonos aquí, frente a esta pequeña capilla, ya que no todos
cabemos dentro. Hagamos un círculo y oremos en el jardín frente a
la capilla”.

Eso fue lo que hicimos. Oramos durante más de veinte minutos,


dándole gracias a Dios por salvarme la vida por medio de aquel el
hermoso delfín. Al terminar nuestras oraciones, todos nos
abrazamos. Agradecí a todos por venir a la iglesia y regresamos al
estacionamiento. Todos subimos a nuestros autos y, uno a uno, nos
marchamos y conduje nuestro auto de regreso al hotel.

Tan pronto como llegamos al hotel, tenía mucha hambre y estaba


agotado luego de toda esa experiencia durante el día, ya estaba
listo para acostarme e irme a descansar. Pero antes de eso busque
algo de comer, me bañe y me fui a la cama a dormir. Había sido un
día muy extenuante, emotivo y lleno de aprendizaje espiritual.
CAPÍTULO 7

SUEÑO INESPERADO

Ese día, el día de mi experiencia cercana a la muerte, mi vida


cambió para siempre. Cuando me fui a la cama esa noche, pensé
que el día había terminado y podría descansar. Nunca pensé que
Dios todavía tenía un mensaje para mí. Esa noche tuve un sueño.
No fue un sueño normal. Fue un sueño vívido, en 3D, con una
respuesta, un mensaje y un gran significado. En mi sueño, abrí los
ojos y me encontré en el tercer piso de un crucero caribeño. Estaba
sentado en una larga mesa de comedor con todos los compañeros
de trabajo de mi oficina. Todos estaban almorzando, pasando un
buen rato, contando historias y riendo. Yo miraba el océano frente a
mí. Era alrededor del mediodía. El sol estaba justo encima del
barco. Observé el océano azul e inmediatamente comprendí que
algo andaba mal. Yo no sabía qué era. Empecé a mirar en todas
direcciones para ver lo que estaba sucediendo. Analicé el horizonte
y entonces pude ver algo que se acercaba a nuestro barco, desde
muy lejos. Me di cuenta de que era una enorme ola oceánica que
venía directo hacia nosotros. ¡Era un tsunami!

Miré con el rostro lleno de horror. Tomé una respiración profunda y


en voz alta pero tranquila, dije: “Oh, no. Miren eso. Miren todos al
océano. ¡Es un tsunami! ¡Y se dirige a nuestro barco!

No hay a donde huir. Estamos en medio del océano”.

Alguien en la mesa me preguntó: “Entonces, ¿qué debemos


hacer?”.

“No hay nada que podamos hacer,” dije. “Solo esperar a que la gran
ola nos golpee. Lo único que podemos hacer es adoptar la posición
de choque y orar a Dios para que nos salve. Crucen sus brazos,
protéjanse la cara y esperen el impacto”.
En ese momento, comencé a escuchar gente orando, otros llorando,
y algunos preguntando, “¿Por qué nosotros?”. Todo lo que
podíamos hacer era esperar, esperar, y esperar. Diez, veinte, luego
treinta minutos pasaron. Pero nada sucedía…

Entonces me dije a mí mismo: “Muy bien. Entonces, ¿qué es lo que


está pasando? ¿Qué sucede? ¿Dónde está el tsunami? Llevamos
esperando mucho tiempo y nada…”.

En ese momento, alguien apareció. Estaba parado detrás de mí y


tocaba la parte superior de mi brazo. Entonces me dijo: “Hey,
Carlos, despierta”.

“¿Qué?”, pregunté. “¿Despertarme? ¡No! No quiero despertarme”.

“¿Por qué no quieres despertar?”.

“Porque morí”.

“¿Porque moriste?”, repitió.

“Sí,” respondí. “Yo morí”.

“¿Cómo moriste?”.

“Pues, vino un tsunami y mató a todos a bordo de este barco”.

“Tú no moriste, Carlos. Vamos. Abre tus ojos”.

“No voy a abrir los ojos”.

“¿Por qué Carlos?”.

“Porque estoy muerto”.

“No estás muerto y conmigo nunca morirás”.

“¿Qué? ¿Quién eres?”.


Tenía miedo, pero me intrigaba ver quién me hablaba. En ese
momento, abrí los ojos muy lentamente y miré detrás de mí. Todo lo
que pude lograr ver fue un hombre grande, alrededor de 6'5”,
vestido con una túnica blanca. No podía ver todo su rostro, solo
hasta la barbilla. Un halo de luz blanca lo rodeaba. Pensé: “¿Es este
Jesús?” y algo dentro de mí dijo, “Sí, ¡es Él!”.

En ese momento, Él dijo: “Está bien, Carlos, cierra tus ojos otra
vez”.

Luego me agarró y me abrazó por mí espalda. Después de unos


segundos, me dijo: “Bueno, Carlos, ya puedes abrir tus ojos”.

Aunque tenía miedo, lentamente abrí los ojos. Sorprendido, vi que


estaba en medio de lo que parecía un enorme campo de golf con
increíble césped verde, cielos azules y miles de personas, todos
ante Jesús y mi persona. Estábamos parados en la cima de una
colina. Toda esa gente estaba parada a lo largo de la colina. Jesús
estaba parado detrás de mí y yo estaba delante de él.

Las primeras palabras que salieron de mi boca fueron: “¡Oh, Dios


mío! ¡Estoy muerto!”.

“No, Carlos”, dijo Jesús. “Tú no estás muerto”.

“De acuerdo”, dije. “Entonces ¿por qué toda esa gente anda vestida
con túnicas blancas como tú? Todo esto luce tan hermoso y
perfecto. Este es el cielo”.

“Sí. Es el cielo, Carlos. Cálmate. Todo está bien. Solo quiero darte la
bienvenida”.

“¿Darme la bienvenida? ¿Darme la bienvenida a dónde?”.

“Darte la bienvenida al cielo y a nuestro grupo, Carlos. A partir de


este momento eres parte de mí y de mi grupo. A partir de este
momento, empezarás a caminar conmigo y con ellos. A partir de
este momento, estarás salvando vidas conmigo”.
“¿Salvar vidas?”, pregunté. “¿Quién, yo? No sé cómo salvar vidas”.

“No te preocupes. Te enseñaré cómo. Ahora quiero que recorras el


cielo conmigo”.

Mientras comenzamos a caminar, mis ojos miraron hacia el


horizonte y vi a miles de personas que simplemente seguían de pie
allí.

“Jesús, tengo una pregunta,” dije.

“¿Sí, Carlos?”.

¿De dónde vienen todas esas miles de personas?”.

“Vienen de todo el mundo,” contestó.

“¿Qué religión practican?”, pregunté.

“Carlos, en el cielo no hay religiones. Lo único que encontrarás en el


cielo es amor. El amor es lo único que encontrarás aquí. ¿Sabías
que el amor es la más poderosa fuerza energética del universo y
que el amor es la fuerza que unirá a toda la humanidad en una
sola?”.

En ese momento, apareció en el cielo un grandioso atardecer, con


brillantes colores anaranjados y amarillos; Jesús miró hacia el cielo.
Él sonrió y me miró. Luego me abrazó y continuamos conversando
hasta que desperté.

El incidente del delfín y el sueño sucedieron durante el fin de


semana, de sábado a domingo, durante mi estancia en el hotel de
playa en el estado de la Florida en la Ciudad de Panamá City
Beach. Me conmovieron tanto estos incidentes y estaban tan frescos
en mi mente que no podía esperar para ir a trabajar el lunes y
contarles mis compañeros de trabajo esta increíble historia
milagrosa.
Estaba tan emocionado de estar vivo, de haber sido rescatado por
un delfín y, por si fuera poco, de haber conocido a Jesús.

Aproximadamente a las 7:30 a.m. del lunes, estaba de vuelta en mi


oficina compartiendo mi historia con mis compañeros de trabajo.
Para mi sorpresa, algunos de ellos comenzaron a reírse.

Miré a todos con una cara seria y les dije: “Ustedes piensan que
estoy bromeando, ¿verdad, muchachos? Ustedes no creen nada,
pero está bien. Yo sé lo que vi. Sé que fue real. Lo sentí en cada
fibra de mi alma y eso es suficiente para mí”.

Mi jefe entró en mi oficina y dijo: “Yo estaba parado detrás de ti y me


detuve para escuchar tu historia. Te creo Carlos. Déjame decirte que
estos tipos se están riendo porque no cree en nada”.

“¿Qué quieres decir?”, le pregunté.

Me devolvió la mirada y dijo: “Carlos, ellos son unos ateos. Soy


cristiano y creo en Dios, pero ahora quiero que vayas a tu
computadora y busques en Google cuántas veces los delfines
rescatan y salvan a la gente en las playas y en los océanos
alrededor del mundo”.

Yo dije: “Espera. ¿Qué? Vamos. Yo nunca escuché eso antes”.

“Adelante,” respondió. “Busca en línea”. Así lo hice. Me senté en mi


computadora y escribí la pregunta en el buscador de Google. Las
respuestas llegaron de inmediato. Encontré muchos casos
reportados en todo el mundo. Los delfines, estos mamíferos
inteligentes, ayudan a los humanos a salir de situaciones peligrosas,
no solo te rescatan cuando te estás ahogando, sino también alejan a
los tiburones si están cerca de ti. Estos mamíferos protegen la vida
de humanos en peligro por los tiburones depredadores”. Había
decenas de artículos que encontré en referencias históricas de hace
cientos de años.
Entonces, mi jefe me pidió que buscara cuántas personas mueren
tras quedar atrapados en una corriente de resaca. Miré y según la
Asociación de Salvamento de Vida de los Estados Unidos, las
corrientes de resaca son una de las principales causas de los
rescates que los socorristas hacen en las playas y provocan más de
cien muertes por ahogamiento cada año en Estados Unidos.

Finalmente, me dijo que buscara cuántos delfines mueren. cada año


en todo el mundo a manos de los humanos. Según el Animal
Welfare Institute, más de 100.000 delfines, pequeñas ballenas y
marsopas (pequeños cetáceos) son asesinados mundialmente en
cacerías cada año, muchos son convertidos en cebo. Eso me
sorprendió. No podía creer que los humanos traten de esa manera a
estos hermosos mamíferos, sabiendo que son tan amables con
nosotros. Lo sabía de primera mano, me habían salvado a mí, sin
haber sido de su misma especie fueron unos ángeles en el océano
los cuales aparecieron en el momento justo en que más los
necesite.
PARTE 2

SEÑALES DE VIDA

CAPÍTULO 8

MI PRIMERA REVELACIÓN

Pasaron unos días y el miércoles después de mi experiencia


cercana a la muerte, mi jefe me envió a la casa de un cliente para
arreglar una lámpara. Dijo que uno de nuestros empleados la había
roto al realizarle una limpieza de casa. Nuestro miembro del
personal movió una lámpara muy alta en su sótano y le rompió un
pedazo. Mi jefe me preguntó si yo podía arreglarlo. “Claro,” le dije.
“Déjame ir y echar un vistazo”.

Fui a la casa, ubicada en la ciudad de Stone Mountain, cerca de


Atlanta, a solo treinta minutos de mi oficina. Cuando toqué el timbre,
el cliente salió a la puerta. Yo me presenté y ella se alegró de que
hubiera llegado tan rápido. Ella dijo: “Carlos, la lámpara está en el
sótano. Estoy cocinando un poco de pasta y salsa ahora mismo y no
puedo salir de la cocina. Déjame decirte cómo llegar al sótano y a la
habitación donde está la lámpara”.

Caminó conmigo desde su sala hasta la puerta del sótano, la abrió y


me dijo:

“Solo baja las escaleras hasta el sótano. Enciende las luces y


camina derecho, pasando cuatro puertas. Al final del pasillo, en la
última habitación, encontrarás en la esquina, contra la pared, una
lámpara alta, pintada de color dorado. Podrás ver lo que le paso a la
lampara cuando la veas. Ahora necesito volver a mi cocina mientras
arreglas mi lámpara, ¿de acuerdo?”.

“Sí, señora”, le dije. “Está bien”.


Bajé las escaleras. Cuando llegué al sótano, caminé hasta la última
habitación, tal como ella indicó. Pasé cuatro puertas antes de llegar
y encender la luz. Vi la lámpara en un rincón de la habitación. Era
una lámpara alta, color dorado, de estilo italiano, con pantalla color
crema, y un pequeño pedazo roto.

Revisé la lámpara y supe que podía arreglarla. Subí las escaleras y


dije: “Señora, arreglar esta lámpara me llevará al menos cuarenta y
cinco minutos porque es un trabajo muy detallado. Voy a tener que ir
a mi auto y buscar mis herramientas, puedo empezar a trabajar en
ello de inmediato. Tan pronto como termine, se lo haré saber, ¿de
acuerdo?”. La mujer dijo: “Está bien, solo avísame cuando hayas
terminado y bajaré”.

Recuperé mis herramientas y trabajé en la lámpara. Cuarenta y


cinco minutos después, la lámpara estaba arreglada. Fui a buscar a
mi cliente y regresé con ella al sótano. Ella inspeccionó la lámpara y
le gustó. “¡Oh, Dios mío!” dijo. “Se ve maravillosa mi lampara,
bueno, supongo que todo está bien ahora. Muchas gracias, Carlos”.

Ambos sonreímos y salimos de la habitación. Caminamos por el


pasillo y cuando pasamos por la primera habitación, ella apagó la
luz. Al pasar por la segunda habitación, ella apagó la luz. Pasamos
por la tercera habitación y de nuevo, ella apagó la luz. Cuando
finalmente pasamos por la última habitación, la cuarta, ubicada al
pie de la escalera del tercer piso, mi cliente entró a la última
habitación para apagar la luz y justo antes de que ella lo hiciera,
miré a mi izquierda y vi un gran cuadro en la pared. Esta pintura era
alrededor de siete pies de alto por cinco pies de largo. No podía
creerlo. La pintura ilustraba todo mi sueño y todo lo que me había
pasado apenas unas noches antes.

El cuadro estaba dividido en dos partes. La parte superior de la


pintura era una escena de un enorme jardín estilo campo de golf.
Tenía césped verde, terreno plano, cielos azules y una imagen de
Jesús de pie en medio del jardín. A su alrededor estaban cientos de
personas vestidas con túnicas blancas, al igual que en mi sueño.
Jesús sostenía un paraguas rojo en su mano que estaba abierto y
colocado sobre su cabeza. En la parte inferior de la pintura había
una playa, y Jesús aparecía allí de nuevo, de pie, con el agua hasta
la cintura, ¡y adivinen qué! Detrás de él estaban varios delfines
saltando en el fondo.

En esa parte de la pintura, Jesús estaba esperando que todos los


cuerpos de la parte superior de la imagen en el cielo bajaran la
colina a la playa de la parte inferior de la pintura. Ellos estaban
metiéndose uno a uno en el agua para ser bautizados por Jesús.

Tan pronto como vi y contemplé esta imagen, comencé a llorar y


pensé, “Oh no. Esto es abrumador”. Le pregunté a Dios, en voz alta:
“Oye, espera, ¿qué estás tratando de decirme?”.

En ese momento, mi cliente me habló desde arriba, “Epa, Carlos.


¿estás bien?”. Dije: “Sí, estoy bien”. Pero ella bajó las escaleras de
todos modos para ver qué pasaba.

Me miró y me preguntó: “¿Estás bien? ¿Qué sucede? ¿Qué está


pasando contigo?”.

Estaba completamente abrumado. Lágrimas de alegría rodaban por


mis mejillas. Miré a mi cliente y le dije: “Esto es imposible. Toda esta
pintura es casi exactamente igual a la del sueño que tuve el
domingo pasado. Disculpe, señora, pero ¿dónde obtuvo esta
pintura?”.

Confundida, me dijo: “Bueno, hace tres años un amigo de mi familia


vino al sótano con este gran lienzo y comenzó a hacer esta pintura
para nosotros. Cuando la terminó, dijo que era un regalo para mi
familia. El lienzo era tan grande que no tengo ningún otro espacio en
mi casa donde colocarla. El único lugar donde esta imagen podría
quedar bien es aquí en esta pared del sótano. Toma, déjame
encender más luces. ¿Te gustaría tomarle algunas fotos?”. Dije: “Sí,
seguro. Gracias, señora”. Estaba realmente complacido con su
generosidad al dejarme tomar un par de fotos. Al terminar le
agradecí de nuevo antes de dejar su casa.
Unos días después, le conté mi historia a un amigo mío y quedó
fascinado con mi testimonio. Él dijo: “Carlos, por favor, tienes que ir
a la iglesia y contarles tu testimonio a todos”. Le dije: “No, ¿estás
loco? Nadie me va a creer. Prefiero guardarme esta historia para mí
y para todas las personas que estaban en la playa ese día. No lo
haré”.

Mi amigo insistió varias veces, hasta que le dije: “Está bien, pero
solo una vez, ¿de acuerdo?”.

Él dijo: “Perfecto”.

Ese domingo fui a su casa. Vivía a una hora de distancia. Era un


buen paseo a través las montañas. Cuando llegué a su casa, él y su
esposa me estaban esperando y juntos buscamos una iglesia
cercana a su casa.

“Ok, Google, llévame a la iglesia católica más cerca de aquí”. El


asistente de Google respondió: “La iglesia católica más cercana en
esta zona está en San Miguel Arcángel”.

Nos montamos en mi auto y conduje hasta allí. Era un domingo en


la tarde y cuando llegamos la iglesia parecía cerrada.

Conduje alrededor de la iglesia buscando una señal o algunos


autos, pero lo único que vimos fueron las luces encendidas dentro
de la iglesia. Curiosamente, no había coches en el estacionamiento.
En ese momento, vimos a un hombre. Ni siquiera sé dónde salió,
pero corría hacia la iglesia y abrió una de sus puertas. Le dije a mi
amigo: “Vamos a seguirlo”.

Estacioné mi auto y corrimos hacia la misma puerta que el hombre


había abierto para entrar en la iglesia.

Apenas entramos, buscamos al hombre que habíamos visto entrar


al edificio antes que nosotros, pero no pudimos encontrarlo. No
vimos a nadie. Para nuestra sorpresa, descubrimos que la iglesia
estaba en construcción. No había sillas ni bancos en la iglesia. Era
una gran sala vacía y alfombrada con un altar al final. Una imagen
de Jesús colgaba sobre el altar.

Mi amigo dijo: “Oremos al menos ya que estamos aquí”. Estábamos


a punto de orar cuando el hombre apareció de nuevo. Parecía estar
trabajando en la iglesia. Él dijo: “Hola, chicos, buenas noches.
¿Puedo ayudarles en algo?”.

Mi amigo dijo: “Sí, solo queremos orar. ¿Está bien, aunque solo esté
en construcción?”.

Él sonrió y dijo: “Bueno, chicos, bienvenidos a la Iglesia San Miguel


Arcángel. Tenemos una capilla con asientos que no está en
construcción. Ustedes pueden orar allí”.

Lo seguimos mientras abrió la puerta de una pequeña y hermosa


capilla. Parecía nueva. El olor a pintura fresca era muy fuerte para
mi nariz. Había sillas y una imagen de Jesús, perfecta para la
oración. Nos sentamos y oramos durante unos diez minutos.
Cuando terminamos nuestras oraciones y salimos de la capilla, el
señor de la iglesia nos estaba esperando.

Él dijo: “Bueno, ustedes tienen suerte porque llegaron el día antes


de que esta iglesia abra de nuevo. Déjenme explicarles: Esta capilla
está conectada a la nueva iglesia a través de un pasillo. La
inauguración es mañana. Déjame comprobar si la puerta del pasillo
está abierta para que puedan ver lo hermosa que es”.

Nos llevó por el pasillo y encontramos las puertas abiertas. Nos


indicó que entráramos. Tan pronto como las puertas se abrieron,
revelaron una enorme estatua de San Miguel Arcángel. Fue
increíble. Estaba asombrado de ver al Arcángel en todo su
esplendor. Mi amigo y yo nos arrodillamos y oramos por unos pocos
minutos.

Cuando terminamos de orar, el hombre nos preguntó: “Y ahora,


chicos, ¿qué piensan hacer?”.
Le dije: “Señor, se está haciendo tarde. Así que nos iremos a casa”.
Él dijo: “Espera un momento. Sé que se está haciendo tarde, pero
mañana es la inauguración de la nueva iglesia. Hay un grupo de
jóvenes ensayando una obra de teatro que presentarán durante la
ceremonia de apertura. ¿Quieren verla?”.

¿Por qué este chico le emocionaba tanto mostrarnos lo que su


grupo preparaba? Aunque yo estaba súper cansado, no quería
hacerle sentir mal, así que le dije: “Está bien, está bien. Llévenos allí
para conocer su grupo”.

Había una veintena de jóvenes practicando para su actuación al día


siguiente. Mi amigo y yo nos sentamos y los observamos. Pasaron
unos minutos y sentí mi interior voz diciendo: “Vamos, Carlos. Es
hora de contarles a estos chicos tu historia, para que puedan
inspirarse, motivarse, fortalecer su fe, y desempeñarse mejor
mañana”.

Después de escuchar eso en mi mente, me dirigí al hombre que nos


trajo allí y le pregunté: “Disculpe, ¿usted cree que será posible que
yo le dé un testimonio inspirador a su grupo antes de que me
vaya?”.

El hombre dijo: “¡Sí! Claro, de todos modos, mi grupo necesita tomar


un descanso en unos minutos antes de repasar la obra nuevamente.
En ese momento, podrás darles tu testimonio”.

Estuve de acuerdo y después de unos cinco minutos, nos llamó a


todos. Se pararon en un círculo a mi alrededor, colocó una silla en el
medio del círculo y me dijo que cuando estuviera listo podría
contarles mi testimonio.

Cuando todos se acomodaron, comencé mi historia.

Mientras les contaba lo que pasó, pude ver en sus rostros la intriga y
el suspenso en cada uno. Yo estaba en la mitad de mi historia,
cuando una chica de diecisiete años se puso de pie y levantó la
mano. Ella dijo: “Disculpe, discúlpeme, señor. Lamento interrumpir
su historia, pero quiero hacerle una pregunta. ¿Cómo estaba Jesús
de pie con usted?”.

Dije: “Él estaba detrás de mí y yo estaba delante de Él y me


sostenía, dándome una especie de abrazo por detrás. ¿Por qué
quieres saber eso?”.

Ella dijo: “Bueno, tengo algo que le dejará boquiabierto”. Podría ser
una coincidencia, o podría ser una señal, o una confirmación de su
historia. No lo sé, pero ustedes pueden juzgar por sí mismos”.

Le pregunté: “¿De qué se trata?”. Ella dijo: “Espere un minuto; ya


verá. Deje que le enseñe”. Era una chica delgada, de unos 5'5” pies
de altura, con el pelo largo. Ella giró la cabeza hacia un lado y
lentamente se dio la vuelta para mostrarme una foto impresa en la
parte de atrás de su camiseta.

Ella tiró de su cabello hacia un lado y mientras revelaba el diseño,


yo escuché a todos los presentes tomar un aire de aliento. Sus
bocas y ojos se abrieron de par en par cuando reveló la parte de
atrás de la camiseta. Era una imagen de Jesús sujetando a un
hombre por la espalda. Jesús, estaba vestido con una túnica santa
blanca, tenía una luz brillante detrás de él. El hombre al que
sostenía era un hombre blanco, con cabello castaño, de unos
veinticinco años, con una expresión en su rostro de rendirse en el
dolor. El hombre sostenía un martillo en una mano y un gran clavo
en la otra. Estaba vestido con jeans azules y una camiseta morada,
se estaba desmayando, pero Jesús estaba detrás de él agarrándolo
y sosteniéndolo con compasión en su rostro. Debajo de sus pies
había un pequeño río de sangre que brotaba de detrás de Jesús. Al
lado de la imagen había hermosas flores blancas llamadas lirios.

Todos miramos la imagen. Fue un impresionante momento religioso.


La pintura era de Thomas Blackshear llamada “Forgiven”
(“Perdonado”), pero yo no sabía eso en ese momento. La pintura
representa a un hombre que ha ido tan lejos como puede por su
cuenta y ahora busca perdón, consuelo, alivio, gracia y misericordia
del Mesías, Jesús Cristo. (Blackshear y Lessin, 1996).
Los jóvenes me miraron como diciendo: “¿Tú y esta chica con la
camiseta se conocen?”. Respondí en voz alta: “No, esta es la
primera vez que la veo. Supongo que esto es una confirmación de
toda la historia para ustedes chicos, así que crean lo que estoy
diciendo”.

A partir de ese día, comenzó una nueva etapa de mi vida. Todos los
días, pequeños milagros comenzaron a aparecer en mi vida. Al
principio tuve miedo porque todos estos eventos eran difíciles de
digerir. Con el tiempo, comprendí que siempre necesitaba recordar
la promesa que hice en la playa: le dije a Dios que lo haría.
entregarle mi vida a Él y desde ese momento Él sería el capitán de
mi alma.

Los milagros continuaron, a la derecha y a la izquierda, y me


demostraron que todo lo que estaba pasando era real. Necesitaba
continuar con el plan que Jesús compartió conmigo en el cielo:
ayudar a las personas cambiar sus vidas.

Nunca me dijo cómo hacerlo, pero yo sabía que tendría que nutrir
ese propósito de la mejor manera posible. Mi camino tenía una
nueva visión. Con felicidad en mi corazón, le mostraría a la gente lo
importante que es el amor en nuestras vidas y cómo usarlo para
sanar.
CAPÍTULO 9

MADRE TERESA DE CALCUTA

Dos meses después de mi encuentro con el delfín, alrededor de la


primera semana de julio, todos disfrutaban del clima al aire libre. Los
niños se divertían afuera. Yo también disfrutaba el clima cálido, pero
en ese día de verano no sabía que tendría un nuevo encuentro. Esta
vez, sería un encuentro sagrado que conectaría la experiencia que
tuve en el cielo con mi propia historia. Parecía ser un mensaje de la
divinidad para avisarme que todo lo que me estaba pasando tenía
una secuencia y un significado. Pero no estaba preparado para lo
que me esperaba.

Era viernes por la tarde. Salí de mi oficina alrededor de las 2:00 p.m.
y como se acercaba el fin de semana, decidí parar en el
supermercado para comprar algo de comida para el fin de semana.
Conduje veinte minutos hasta la tienda de comestibles, estacioné mi
auto y comencé a caminar hacia la entrada principal de la tienda.

De repente sonó mi teléfono. Lo tomé y contesté la llamada. Era mi


hermana Jennifer, que vive en Florida. Ella es maestra en una
escuela primaria. “Hola, Jenny, buenas tardes, ¿Cómo estás?”.

Jenny respondió: “Estoy bien. Tengo un descanso, así que estoy


llamando para ver cómo va tu día y si tienes algo planeado para el
fin de semana”.

“Mi día va bien, gracias y no, no tengo planes para el fin de semana,
aparte de quedarme en casa, cocinar, descansar y ver películas.
Eso es todo, nada especial. ¿Y tú?”.

“Bueno, ya sabes, como maestra de escuela, tengo mucho trabajo


que me mantendrá ocupada todo el fin de semana. Debo corregir
todos los exámenes que les hice a mis alumnos la semana pasada,
además debo hacer mi agenda para la semana y mi plan escolar
para la próxima semana. Pero si vas a estar en casa viendo
películas el fin de semana, quiero recomendarte una película que sé
que disfrutarás”.

“Claro”, le dije. “¿Cómo se llama la película? ¿Y de qué se trata?”.

“La película se llama “Las cartas”. Se trata de la Madre Teresa de


Calcuta y cómo escribió unas cartas a Dios para expresarle sus
sentimientos. Este es un caso real y no vas a creer lo que ella
escribió en esas cartas. Sé que disfrutarás de la película”.

Le dije: “De acuerdo, suena bien”.

Recordaba haber escuchado historias sobre la Madre Teresa


cuando estudié en mi escuela primaria católica. Según su biografía,
la Madre Teresa (1910–1997), fue una monja católica romana que
dedicó su vida al servicio de los pobres y desvalidos alrededor del
mundo. Pasó muchos años en Calcuta, India, y en 1950 fundó las
Misioneras de la Caridad, una congregación religiosa formada
dentro de la Iglesia Católica.

Esta organización brindó ayuda a los más vulnerables y


desfavorecidos en la sociedad, aquellos a quienes la sociedad a
menudo no considera. La dedicación desinteresada de la Madre
Teresa al trabajo de caridad abarcó todo el mundo. En 1971 fue
galardonada con el Premio de la Paz Papa Juan XXIII, y en 1979
recibió el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, la Madre Teresa
optó por no asistir al tradicional banquete ceremonial y en su lugar
pidió que los fondos fueran donados a los pobres en la India. Seis
años más tarde, fue reconocida por el presidente Ronald Reagan,
quien le otorgó la Medalla Presidencial de la Libertad.

Recordé lo increíble que fue la Madre Teresa como ser humano y a


través del teléfono le dije a mi hermana que alquilaría la película tan
pronto como llegara a casa. Me intrigaba saber qué tipo de cartas
que le había escrito a Dios. En este punto, continuamos
conversando mientras caminaba hacia la tienda. Tan pronto como
me acerqué a la entrada principal de la tienda, las puertas de vidrio
se abrieron frente a mí y no pude creer lo que vi…
Mis ojos se abrieron de par en par. Me quedé boquiabierto y mi
teléfono se deslizó en mi mano. ¿Adivina quién estaba saliendo de
la tienda? Exclamé: “¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Esto es no está
pasando!”.

Cogí mi teléfono y le dije a mi hermana: “No vas a creer quién está


saliendo de la tienda en este momento, pero no tengo tiempo para
decirte. Ahora mismo te vuelvo a llamar”.

Luego, colgué el teléfono y vi como tres monjas vestidas como la


Madre Teresa de Calcuta salieron de la tienda. Todo esto sucedió
exactamente al mismo tiempo que mi hermana estaba hablándome
de la película Madre Teresa. Me sentí sumergido en la Dimensión
Desconocida…

Me paré frente a las monjas católicas y les dije: “Disculpen,


disculpen. Buenas tardes. Es un placer conocerlas. Mi nombre es
Carlos; ¿Puedo hacerles una pregunta, por favor?”.

Las tres monjas dijeron, al mismo tiempo, “Sí”.

Yo continué: “¿Son de la congregación de la Madre Teresa?”.

Una de ellas respondió: “Sí”.

“¿Son de Calcuta, India?”.

“Sí”.

Le pregunté si estaban de vacaciones en Atlanta y una de ellas me


dijo que vivían en Atlanta. Entonces, continué haciéndoles
preguntas: “¿Viven en Atlanta? ¿Dónde?”.

“En Little Five Points, Atlanta, en las Misioneras de la Caridad de


Grace House”.

Una vez más quedé boquiabierto. Estaba sin palabras, no podía


creer lo que estaba pasando. Sacudí la cabeza y les dije: “Yo he
vivido en Atlanta durante más de veinte años y nunca había sabido
que ustedes estaban aquí. ¿Cuánto tiempo llevan aquí?”.

Una de las monjas dijo: “Soy la Madre María. Déjame contarte


nuestra historia”. Agregó que recientemente el Boletín de Georgia
había publicado un artículo contando cómo las Misioneras de la
Caridad habían llegado oficialmente a Atlanta en 1993 y
comenzaron a trabajar con la Arquiepiscopal.

Las Misioneras de la Caridad dirigen la Casa Don de la Gracia para


mujeres con SIDA, que se inauguró en 1994 después que varios
voluntarios ayudaran a renovar la vivienda de dos pisos. Es un lugar
seguro para las mujeres que alguna vez estuvieron sin hogar. Vino
la Madre Teresa a Atlanta a mediados de junio de 1995 para marcar
la inauguración oficial de la casa.

Además del trabajo en la casa, las hermanas vestidas con sari


blanquiazul ayudan a las familias en el Colony South Trailer Park y
son catequistas en la Misión San Felipe de Jesús, ambas en la zona
de Forest Park en la ciudad de Atlanta. También ayudan a los
refugiados en la zona de Clarkston GA, proporcionando programas
extracurriculares, campamentos de verano y clases de inglés.

Después que la hermana María me contó esta historia, le pregunté


si podía visitarlas. Ella me dijo que sí y dijo que estaban buscando
voluntarios para ayudar con un campamento de verano.

Ella dijo que si quería visitarlas debía buscar su dirección y teléfono


en línea. Me sugirió que llamara primero para asegurarme de que
estuvieran antes de yo ir.

Le dije a la hermana María que tenía un sábado libre en dos


semanas y que entonces iría a verlas.

¡Después de este encuentro quedé asombrado! Debía estar


soñando. Primero, mi hermana me llama para recomendarme una
película sobre la Madre Teresa, y luego al entrar a la tienda y me
consigo con tres de monjas de la Madre Teresa que me invitaron a
visitarlas en su centro de Atlanta. Era increíble.

Dos semanas después, le conté a otra amiga, Valentina, sobre mi


encuentro con las monjas. Después de escuchar mi historia, ella me
preguntó si podía venir conmigo. Ella estaba muy intrigada por
conocer este centro que ni siquiera sabíamos que existía.

Llegó el fin de semana y Valentina y yo manejamos treinta minutos


al centro. Era una hermosa casa amarilla de dos pisos, con
molduras de techo blancas, muchas ventanas, y un hermoso jardín
frente a la casa, lleno de flores: rosas, margaritas y otros tipos de
flores amarillas. En medio del jardín había una gran estatua blanca
de la Virgen María con dos ángeles blancos a cada lado.

Valentina y yo caminamos hasta la puerta principal y tocamos dos


veces. Esperamos unos tres minutos, pero nadie vino a la puerta.
Pensé que no había nadie adentro, así que caminé alrededor de la
casa para ver si estaban afuera. Entonces, vi un joven en una
escalera pintando el costado de la casa. Él me vio venir. Guardó su
rodillo de pintura y nos preguntó si necesitábamos ayuda. Le dije
que estábamos buscando a la hermana María. Él dijo: “Oh, sí. La
Hermana María. Deme un minuto para llamársela”.

Valentina y yo nos quedamos afuera de la casa esperando a la


hermana María. Después de unos cinco minutos, ella apareció con
otras dos hermanas a su lado.

“Hola, Carlos”, saludó la hermana María. “Gracias por venir. Me


alegro de que hayas venido a visitarnos. ¿Quién es tu amiga?”.

“Gracias, hermana María. Le prometí que vendría hoy y aquí estoy.


Esta es mi amiga, Valentina. Ella realmente quería venir conmigo a
conocerlas y visitar el centro. Ella es una admiradora de la vida y los
milagros de la Madre Teresa”.

“Wow, eso es genial, Valentina”, dijo la religiosa. “Gracias por venir”.


Valentina dijo: “Es un placer y un honor estar aquí, honrando el
legado de la Madre Teresa”.

“Déjenme darte un recorrido. Carlos, temo que voy a tener que


dejarte aquí en el patio. Puedes sentarte en una silla y esperarnos.
Tu amiga Valentina y yo entraremos a la casa. Sin embargo, dado
que este es un centro para mujeres, no permitimos que los hombres
entren en la casa. El propósito de este centro es para atender a
mujeres con sida. Voy a mostrarle a Valentina cómo trabajan las
otras hermanas dentro de la casa y la cocina. Entonces, saldremos
y les daré a ambos un recorrido en las afueras de la casa”.

Les dije que las esperaría afuera y entraron a la casa durante unos
quince minutos. Cuando salieron, la hermana María nos dio a
ambos un recorrido por sus jardines, sus aulas y su pequeña capilla.

Al terminar, la hermana María me dijo: “Carlos, yo quiero


presentarles a nuestra Madre Superiora. Ella es la rectora de
nuestra comunidad local. Ven conmigo a su oficina. Ella te está
esperando allí”.

La hermana María, Valentina y yo caminamos hacia la parte trasera


de la casa, donde estaba la oficina de la Madre Superiora. Estaba
justo detrás del centro de mujeres, en un segundo edificio anexo,
donde las hermanas tienen sus apartamentos y donde estaban las
aulas y las oficinas administrativas.

Tan pronto como entré en la oficina de la Madre Superiora, ella me


recibió con una sonrisa muy grande y se presentó:

“Tú debes ser Carlos, ¿verdad?”.

Le dije que sí y ella continuó: “Las hermanas me hablaron de ti. Pero


dime Carlos, un joven como tú, ¿qué te motiva a visitar un lugar
como este?”.

“Madre superiora,” le dije, “estudié toda mi niñez en una escuela


católica y solíamos leer mucho sobre la Madre Teresa de Calcuta y
todo el bien que trajo a la humanidad a través de su obra social”.

La madre superiora dijo: “Oh, es bueno escuchar eso, pero Carlos,


dime... ¿alguna vez has sentido un llamado para ayudar a los
pobres? ¿Alguna vez has escuchado, en lo profundo de tu corazón,
la llamada de Jesús?”.

“Por supuesto, Madre, pero para ilustrarles esto les tengo una
historia para que entiendan qué es lo que hago aquí”.

Luego, le conté mi historia sobre el delfín y lo que sucedió en la


iglesia cuando conté mi historia por primera vez y sobre la chica que
se paró y me pidió que describiera mi sueño y le diera algunos
detalles sobre mi encuentro con Jesús, la misma niña de pelo largo
y negro que llevaba una camiseta con la foto de Jesús llamado
“Perdonado”, de Thomas Blackshear, en el reverso.

Apenas le dije esto a la Madre Superiora, saqué de mi bolsillo una


estampa con la mencionada imagen de Jesús. Cuando se la mostré
ella casi se desmaya. Abrió los ojos lo más que pudo y dijo: “Oh,
Dios mío, ¡esto es un milagro!”.

“¿De qué habla, madre?”, pregunté.

Ella me miró con lágrimas en los ojos y me dijo:

“Carlos, ahora sé lo que haces aquí, hijo mío. Ahora está claro para
mí que Jesús te envió aquí para darnos una señal y confirmar un
evento para el que estamos preparándonos”.

Luego, comenzó a orar en voz alta y cuando terminó la primera


oración llamó a todas las monjas:

“¡Hermanas, hermanas!” ella gritó. “¿Pueden venir todas a mi


oficina, por favor?”.

En ese momento yo estaba totalmente confundido porque no sabía


lo que ella quería decir.
Le dije: “No, madre. Jesús no me envió aquí. Vine porque conocí a
la hermana María y a otras dos hermanas en la tienda de
comestibles y me invitaron aquí”.

Ella agitó la mano y dijo: “No, Carlos”. Luego, de nuevo gritó:


“¡Hermanas! ¡María! ¡Hermana María! Por favor, llame a todas las
hermanas y tráigalas a todas a mi oficina”.

Una por una, las hermanas comenzaron a llegar a la oficina hasta


que entró la última.

Entonces la Madre Superiora dijo: “Las llamé a todas a mi oficina


porque quiero que vean con sus propios ojos la imagen que Carlos
trajo consigo. Él acaba de compartir una historia en la que soñó que
estaba con Jesús y que se le apareció como en este cuadro que él
está a punto de mostrarles”.

Luego me pidió que les mostrara a todos la imagen de Jesús que yo


había traído conmigo. Lentamente la saqué de mi bolsillo y se la
mostré a las hermanas que estaban reunidas en aquel lugar. Todas
ellas se emocionaron al ver la foto.

La Madre Superiora dijo: “Así es. Este es un claro mensaje, es el


mensaje que hemos estado esperando. Por esta razón, hermanas,
ahora vamos a orar”.

Rezaron un rosario durante varios minutos. Cuando terminaron, la


madre superiora me miró directo a los ojos y dijo:

“Mira, Carlos, aunque yo trate de explicártelo cien veces, no me vas


a creer ni entender qué es lo que te digo, así que quiero que
descubras lo que te acabo de decir por ti mismo”.

Me entregó unas tijeras y me pidió que abriera una caja grande que
estaba en el suelo detrás de mí. La abrí con mucho cuidado. No
sabía lo que había dentro. Estaba nervioso y emocionado al mismo
tiempo. Apenas la caja quedó abierta, vi lo que había dentro.
¿Adivina qué era?
Saqué una camiseta de la caja y todas estaban impresas con la
misma imagen de Jesús de mi sueño y de la camiseta de la chica en
la iglesia.

Entonces la Madre Superiora dijo: “Carlos, tú no sabes, pero en dos


semanas tenemos un retiro espiritual aquí para niños pequeños y
adolescentes. Oramos y le pedimos a Dios una señal de que el
retiro sería un éxito. Y entonces apareces tú con esa imagen. La
misma imagen que elegimos como tema o símbolo del retiro
espiritual… Cada día estoy más sorprendida cómo Dios obra en
formas misteriosas”.

Después de dejar el centro de la Madre Teresa, me quedé


asombrado y empecé a reflexionar sobre lo sucedido. Pensé que
esto no solo era un mensaje para las monjas, sino también para mí.
Debía seguir por este camino. Día a día todo lo que yo se supone
que debo hacer se irá desplegando ante mis ojos. Es otra
confirmación de que lo Divino está conmigo y contigo también, a
toda hora. Necesito confiar en mi viaje espiritual. Necesito creer,
desde el fondo de mi corazón, y empezar a manifestar más
escenarios como este, donde quiera que vaya.
CAPÍTULO 10

CUARENTA DÓLARES

Una de las estaciones climáticas más agradables del año, para mí,
es el otoño. Es cuando los árboles en Georgia cambian de color, de
verde a naranja, amarillo y rojo; además, llega la brisa del frío al sur
de Los Estados Unidos.

Una mañana de domingo de otoño, un año después de mi


experiencia con el delfín, recibí una llamada de la misma familia que
fue conmigo a Shell Island, la misma que vivió la odisea de mi
rescate y la historia del delfín.

Ellos me invitaron a desayunar esa mañana en un restaurante


italiano, no muy lejos de mi casa. Querían verme alrededor de las
9:00 a.m. y dijeron que me extrañaban y querían que pasáramos un
rato juntos.

Fui a verlos al restaurante y lo pasamos genial; el desayuno fue


delicioso Mientras estaba allí, recibí un mensaje de otro amigo mío,
Austin, que estaba revisando el manuscrito de mi primer libro. Me
dijo que nos viéramos esa noche a las 7:00 p.m en un restaurante,
que estaría con sus compañeros de cuarto, Chelsi y Noland.

Austin es uno de mis amigos que más disfruta leyendo libros. En su


casa tiene una enorme estantería repleta de una gran variedad de
libros y siempre está leyendo algo. También es una persona muy
metódica y analítica. Quería echarme una mano y ayudarme a hacer
de mi libro una realidad. Estaba tratando de actuar como un editor.
Después de todo, yo no había tenido una buena experiencia con
algunos de los editores que conseguí en línea. Solo fueron
estafadores que se aprovecharon de mí. En vez de ayudarme y
darme algún consejo sobre la producción de mi libro, simplemente
tomaron mi dinero y convirtieron mi manuscrito en un desastre. Eso
me desilusionó y desanimó extremadamente en cuanto a convertir
mi libro en realidad.
Sabía que Austin era diferente. Él me ayudaría. Yo sabía esto
porque tiene un gran corazón y es el tipo de persona que no tiene
filtro y te dirá lo que piensa. Él siempre dice que ser honesto con
otra persona le ayuda darse cuenta de lo que están haciendo para
que puedan cambiar para mejor. Austin estuvo en el ejército y sirvió
al país durante varios años en Irak. Es una persona íntegra y
honorable, una persona que me muestra verdadera amistad
dándome buenos consejos sobre la vida, y una persona a quien le
confiaría mi libro.

Sabía que me diría lo que realmente pensaba al respecto—que


sería honesto. Eso era lo que realmente necesario en ese momento.

Austin quería que le diera la primera parte del manuscrito esa tarde,
para que pudiera empezar a leerlo y darme su punto de vista al
revisar mi historia. Quería reunirse conmigo en un famoso
restaurante japonés de sushi para cenar. Nunca había oído hablar
de ese restaurante.

Después de terminar mi llamada con Austin, confirmando que nos


veríamos a las 7:00 p. m., seguí desayunando con mis amigos.
Entonces Jorge me preguntó si yo tenía algún plan ese día.

Le dije que al mediodía tenía una meditación de una hora con


algunos amigos, pero después de eso, estaría libre hasta las 7:00
p.m., cuando me vería con Austin y sus compañeros de cuarto para
cenar. Era domingo y quería salir con mis amigos.

“Mira, Jorge, tengo casi todo el día libre para hacer lo que sea
después mediodía. ¿Qué hay de ustedes?”, les pregunté a todos.

Ellos me contestaron que estaban igual que yo, con el día libre.

Empecé a buscar en mi teléfono algo divertido que pudiéramos


hacer. Descubrí que un festival nativo americano, el Pow Wow,
estaba en la ciudad solo por ese fin de semana, ya que solo venían
una vez al año. Decidimos ir al festival. Estaría abierto al público
todo el domingo, de 9:00 a.m a 6:00 p.m en Stone Mountain Park,
un parque recreativo al este de la ciudad de Atlanta, así que
tendríamos mucho tiempo para disfrutarlo. Decidimos vernos allí a
las 1:30 p.m.

Primero, sin embargo, fui a mi meditación de baño de sonido. Esta


básicamente era una experiencia meditativa donde los asistentes
son “bañados” con ondas sonoras. Varias fuentes producían las
ondas, incluyendo instrumentos curativos como gongs, cuencos
tibetanos, percusión, campanadas, maracas, diapasones, incluso la
propia voz humana (Gould, 2021). Pasé un tiempo maravilloso y
relajante.

Después de la meditación, tenía unos minutos libres, así que


busqué el restaurante donde después me encontraría con Austin.
Encontré su ubicación por Internet y comprendí que estaba a la
vuelta la esquina de donde estaba. Pensé, “¡Qué casualidad que
este lugar está a la vuelta de la esquina! ¡Eso es genial!”.

Decidí verlo para saber dónde iría. Aparqué afuera, caminé hasta la
entrada principal, abrí la puerta del restaurante y vi un gran cartel
con el menú, junto a una mujer sentada en un escritorio. Ella dijo:
“Lo siento, señor, pero en este momento estamos cerrados al
público. Reabriremos para la cena, de 5:00 a 10:00 p.m”. Era la
anfitriona del restaurante. Preguntó amablemente si tenía alguna
pregunta. Quería saber qué tipo de restaurante era. Le dije que era
muy bonito.

Ella dijo: “Este es un restaurante de sushi muy exclusivo y único


porque tenemos varios chefs ubicados en diferentes áreas del
restaurante. Podrán probar un pequeño menú especial de cada chef
en las diferentes estaciones. Por esto nuestros precios son un poco
diferentes de cualquier otro restaurante. El plato regular de la cena
tiene todo incluido por cuarenta dólares. Usted tendrá la oportunidad
de probar cada comida de cada chef”.

“Oh, wow. Gracias. ¡Eso es genial!”, dije.


En ese momento pensé que ese restaurante era demasiado lujoso
para mí. Me dije a mí mismo:

“Espera un minuto. Ni siquiera me gusta el sushi tanto como para


pagar cuarenta dólares por algo que nunca como. Creo que esta vez
pasaré y le diré a Austin que lo veré después de la cena”.

Tan pronto como llegué al festival para encontrarme con mis otros
amigos, aparqué mi coche y llamé a Austin. “Mira, hermano, te veré
después de la cena, no estoy de ánimo para sushi hoy”, me reí. “Te
veré en un café cerca del restaurante”.

“Carlos, ¿estás seguro?”, me preguntó. “Este es el mejor


restaurante de sushi que conozco en la ciudad y disfrutarás mucho
de la cena. Además, tenemos que celebrar que finalmente vas a
dame el manuscrito de tu libro para que le eche un vistazo y te
ayude con tu viaje de publicar tu libro”.

“Sí, hermano, estoy seguro”, le dije. “Déjame ser honesto, vivo con
un presupuesto muy ajustado y no puedo permitirme pagar una
cena elegante como esa. Algún día, de alguna manera, tendré la
oportunidad de regresar a comer en ese restaurante contigo, pero
hoy no, hermano”.

“¿Estás seguro?”, me preguntó mi amigo.

“Sí, estoy seguro”, le dije.

Colgué el teléfono y caminé hacia el área del festival donde compré


mi boleto. Llamé a mis amigos para ver dónde estaban. Como
llegaron antes que yo, ya me estaban esperando en el área de la
arena. Dijeron que tenían un asiento reservado para mí. Jorge me
preguntó:

“¿Cuánto tiempo te quedarás con nosotros en el festival, Carlos?”.

“Bueno”, dije, “estoy invitado a una cena, pero no tuve el lujo de


gastar $40 en sushi con mi salario”. Jorge me sugirió que me
quedara con ellos hasta que llegara el momento de reunirme con
Austin y sus amigos para tomar un café.

Fui con ellos y nos lo pasamos de maravilla escuchando a la música


nativa americana, grupos de baile y narración de cuentos. Fue un
evento maravilloso que todos disfrutamos.

Al final de la tarde, cuando el festival llegó a su final, mis amigos me


preguntaron si tenía hambre. Eran las 6:00p.m., casi la hora de la
cena, y estaban pensando en cocinar una cena en casa. Me
invitaron a unirme a ellos, pero rechacé cortésmente. “Está bien,
Carlos, no te vamos a cobrar cuarenta dólares,” dijo Jorge. “Solo te
cobraremos veinte dólares por nuestra cena”. Comenzó a reírse y
agregó: “Solo bromeo, hermano”.

“Ah, ¡por un segundo me asustaste!” dije riendo con él.

Estábamos saliendo del festival, caminando hacia el


estacionamiento, cuando de repente comenzó a soplar un viento
muy fuerte en toda el área. Era otoño, por lo que volaban hojas
secas por todas partes. Cuando vi lo que sucedía, comencé a
caminar aún más rápido hacia mi auto. Mientras andaba, el viento
trajo una pelota hecha de papel que voló hacia mí y aterrizó frente a
mis zapatos.

Mis amigos, quienes estaban detrás de mí, me preguntaron: “¿Qué


es esa pelota de papel que está a tus pies, Carlos?”.

“Ni idea”, dije. “Déjame echarle un vistazo”.

Me agaché y tomé el papel. Estaba arrugado y tenía el tamaño de


una pelota de golf. Al abrirlo resultó ser una página de cuaderno con
algo adentro.

Yo estaba en shock.

“¡Un momento! ¿Qué? ¡No es posible! ¡De ningún modo!”.


Mis amigos detrás de mí comenzaron a preguntarme qué estaba
pasando. Me pidieron que les dijera qué había en el papel.

“No lo van a creer, muchachos”, les dije. Dentro del papel había dos
billetes de veinte dólares entrecruzados. No diez dólares. No treinta
dólares. No cincuenta dólares. Exactamente cuarenta dólares, la
cantidad exacta de dinero que necesitaba para ir al restaurante de
sushi, cenar y entregar mi manuscrito a mi amigo Austin.

Me di la vuelta y con la boca bien abierta, les mostré los cuarenta


dólares a mis amigos.

“Oh, supongo que Dios quiere que yo cene sushi”, dije. Mis amigos
se rieron y les divirtió mucho ese milagro.

Entonces ellos comenzaron a gritar:

“¡No es posible! ¡De ningún modo!” saltando y riendo como locos.


Después de tan inusual incidente, abracé a mis amigos, me despedí
de ellos y me metí a mi auto, llamé a Austin y le conté lo que me
acababa de pasar. Él tampoco podía creerlo.

“¿Hablas en serio?”, me preguntó. “Bueno, vamos. Mis compañeros


de cuarto y yo esperaremos a que llegues para ordenar la cena y así
poder comer juntos. Luego podrás venir a casa con nosotros.
Prepararé un café y comenzaré a revisar tu manuscrito. Ahora estoy
aún más intrigado por la magia que te trajo el dinero. Si vienes con
nosotros, podré revisar tu escrito”.

Déjame quiero decirte que la cena estuvo increíble. Fue el mejor


sushi que jamás había comido. Tuvimos un gran encuentro y yo me
sentí muy feliz. Dios había encontrado otra manera de hacer posible
lo imposible.
CAPÍTULO 11

El ACUARIO

El 17 de enero de 2018, una fría mañana de invierno, desperté


alrededor de las 5:00 a.m y seguía en mi cama cuando de repente
escuché mi voz interior diciéndome: “Carlos, hoy tienes que irte a la
playa y disfrutar del océano. Es sábado por la mañana y puedes
llegar temprano a la playa. Es hora de ir”.

No escuché, pensé que podría dormir más y me cubrí con las


mantas. Quería continuar durmiendo, pero mi voz interior era muy
insistente: “Ve a la playa”, decía. “Ve a la playa. Ve. Ve. Ve”. El
mensaje fue tan persistente que me levanté, caminé a mi sala de
estar, me senté frente a mi computadora, la encendí y comencé a
buscar donde quedarme en la playa. En Florida, a solo cinco horas
de Atlanta, está una hermosa ciudad frente al mar y destino de
vacaciones.

En el noroeste de Florida la playa más cercana a la que puedo viajar


es Panamá City Beach. Mucha gente va allí por sus famosos
kilómetros de arena blanca y playas, frente a las aguas cristalinas
del Golfo de México. Cuando llegas allí, te sientes como si
estuvieras en una isla en el Caribe.

Empecé a buscar y buscar, tratando de elegir entre docenas de


hoteles y de hallar una buena oferta. Mientras revisaba las
diferentes páginas, una mostraba una oferta especial para ese fin de
semana.

Hice clic en ella y abrí la página. Era un buen hotel con una
habitación grande, una cama enorme y un balcón frente de la playa,
piscina infinita y un desayuno continental. Se veía perfecto.

Antes de reservar un hotel, siempre reviso las reseñas en línea ya


que nunca parecen fallar. Me gusta viajar fuera de la ciudad los fines
de semana de primavera y verano y, créeme que confío mucho en
las reseñas del público porque la mayoría de las veces dicen la
verdad.

Después de revisar las reseñas del hotel, ya estaba listo para ir.
Reservé una habitación, subí a mi auto y conduje cinco horas a la
playa de Panamá City Beach

Apenas llegué a Florida, coloqué música relajante, bajé la ventana


de mi auto y dejé que la cálida brisa acariciara mi rostro. Fue una
linda sensación. El viaje de cinco horas llegaba a su fin y mi sistema
de navegación GPS comenzó a anunciar que me acercaba a mi
destino.

Finalmente, vi el nombre del hotel a lo lejos y sabía que mi fin de


semana estaba por comenzar. Noté que el hotel estaba en la
carretera principal, frente a la playa, ante el mar y vi un gran
estacionamiento al que mi GPS me dirigió. Aparqué mi coche,
agarré mi billetera, mi teléfono celular y una botella de agua, y
estaba listo para salir de mi auto cuando de repente algo llamó mi
atención de reojo. Miré hacia afuera por mi espejo retrovisor y no
podía creer lo que vi. Quedé boquiabierto y respiré profundo.

¿Adivina qué era? ¿Tienes alguna idea? ¿No? Bueno, era un


enorme aviso a mostrando un vistoso delfín. ¡No podía creerlo!
Frente a mi hotel había un sorprendente acuario al que podría ver y
visitar. No hubiera salido mejor ni que lo hubiera planeado.

Sentí que una vez más estaba entrando en la dimensión


desconocida. Sabía que estaba allí porque algo venía en camino
hacia mí. No sabía qué venía, pero al mismo tiempo, estaba
intrigado y emocionado.

Entonces, ¿adivina lo que hice? En vez de caminar hasta el


vestíbulo del hotel y registrarme, crucé la calle y fui al acuario. Era la
mitad de la tarde, alrededor de las 4:00 p. m., y pensé que tal vez el
lugar podía estar cerrado. Llegué a la puerta principal, tiré de la
manija y descubrí que estaba abierta. Entonces, entré.
Desde la puerta principal, vi un gran vestíbulo donde había dos filas
que dirigían a las personas al mostrador de información y de ahí al
registro para comprar las entradas necesarias para entrar al acuario.
Mientras caminaba por el pasillo hacia el mostrador de información,
vi a una mujer agradable sentada detrás de una mesa. Ella me
preguntó si yo tenía alguna pregunta.

Dije, “Sí, sé que es algo tarde; pero ¿a qué hora cierra el parque?”.

Ella dijo: “Bueno, estamos cerrando ahora, pero volveremos a abrir


mañana por la mañana, a las 9:00 a.m”.

Dije: “¿En serio?”. “Sí”, dijo ella. “Lo siento. Estamos cerrando”.

Le di las gracias y cuando comencé a alejarme, me sentía muy


decepcionado. De repente, la escuché decir: “Disculpé, señor.
Discúlpeme. ¿Podría volver, por favor? Si lo desea, usted puede
comprar su boleto ahora para cuando el parque vuelva a abrir sus
puertas mañana por la mañana. Podrá ser uno de los primeros
visitantes en entrar y podrás disfrutar de aparcar a solas. Además,
tengo buenas noticias. Tenemos una oferta especial de invierno que
te voy a ofrecer y debes aprovecharla hoy porque solo es por tiempo
limitado. El especial tiene un cincuenta por ciento de descuento
sobre el precio regular del boleto para nadar e interactuar con los
delfines durante aproximadamente una hora. ¿Lo harás? ¿Te
interesa?”.

“¡Wow! ¿En verdad?”, pregunté muy asombrado. Por supuesto que


yo quería ese boleto, ¿Y adivina qué? ¡Lo compré!

Ella dijo: “Asegúrese de llegar a tiempo, para que pueda escuchar la


introducción del equipo que entrará con usted al tanque del delfín.
Además, necesitaremos explicarle cuál será el procedimiento de
seguridad antes que usted entre en el agua y tendrá que llenar
algunos trámites de seguridad y formularios legales. Recuerde que
los delfines son animales salvajes que entrenamos aquí, pero su
espíritu salvaje sigue corriendo por sus venas. Habrá otras personas
que irán al mismo tiempo que usted y compartirán su experiencia,
así que, por favor, llegue a tiempo, ¿de acuerdo?”.

“No se preocupe. No puedo esperar hasta mañana. Llegaré a


tiempo, estoy muy emocionado de poder interactuar con delfines”.

“Está bien, Carlos. Mi personal y yo estaremos aquí temprano


esperándote. Que tengas un muy feliz resto del día y nos vemos
mañana”.

Salí de allí con una cara feliz y un gran sentimiento de satisfacción,


finalmente, interactuaría con delfines después de mi última vez en
medio del océano. Estaba listo para esta aventura. Crucé la calle de
regreso a mi hotel, fui al área de la Recepción para chequear la
reservación de mi habitación para el fin de semana y no podía
esperar al día siguiente, para esta nueva aventura, estaba feliz y
contento por ver a los delfines otra vez.

Al día siguiente, estaba tan emocionado de ver delfines de nuevo.


¡Qué noche! Dormí como un niño esperando abrir un regalo de
Navidad en la mañana. Me di una buena ducha, me vestí y fui al
acuario justo a tiempo. Para mi sorpresa, tan pronto llegué, le
entregué mi boleto a una de las empleadas del parque y ella me
llevó desde la recepción del acuario a una gran sala de espera.

Ella dijo que tendría que cambiarme mi ropa y ponerme un traje de


baño. Ellos tenían un armario lleno de trajes de baño tipo buzo que
cubriría todo mi cuerpo en todas las tallas, así que me preguntó por
mi talla y me dio uno. Estaba listo para la acción.

Unos cinco minutos después, volvió a la sala y me dijo que tendría


que esperar a un grupo de personas que se estaban demorando, así
que me senté y esperé... y esperé... y esperé. Yo era el único en la
habitación.

Tras quince minutos de espera, una entrenadora de delfines entró


en la sala y me dijo:
“Hola, ¿tú eres Carlos?”.

“Sí”, le dije.

“Buenos días”, dijo ella. “Mi nombre es Jessica y voy a ser su guía
durante su experiencia con los delfines. Siento que lleve tiempo
esperando aquí, pero le tengo algunas novedades. El grupo que se
suponía que vendría y estaría con usted canceló su cita. Entonces,
usted estará a solas con los delfines y los entrenadores. ¿Le parece
bien?”.

“¡Absolutamente!” dije.

“Sé lo que está pasando”, pensé. “Esta es otra intervención divina


para que yo tenga una experiencia más privada y asombrosa con
los delfines”. Agradecí a Dios por esta fantástica oportunidad y
después de firmar todos los formularios de responsabilidad, la
entrenadora me llevó al tanque donde estaba el delfín. Ahí mismo,
en medio del anfiteatro, también había un fotógrafo profesional
incluido en la tarifa. “Espera, ¿qué?”, yo pensé. “¡Eso es genial!”.

Los entrenadores trajeron al delfín a mi lado y comenzó la sesión de


una hora. Los entrenadores me enseñaron todo sobre el estilo de
vida y las preferencias de los delfines. No estaba nervioso: le di de
comer, jugamos juntos, me dio un beso y lo acaricié. Él incluso me
dejó sostener su aleta dorsal mientras nadaba alrededor de la
piscina.

Sentí una fuerte conexión con el delfín. Me trajo recuerdos de


cuando me estaba ahogando en medio del océano, y la forma en
que su hermano delfín me salvó.

Sin ninguna duda, sabía que a partir de ese momento los delfines ya
eran parte de mi vida. Me sentí agradecido y honrado de estar con
una de las especies que me salvó. Este definitivamente fue uno de
los más divertidos y gratificantes días de mi vida.
En los últimos diez minutos que pasamos juntos escuché mi voz
interior diciendo: “Cuando termines el libro, el comunicado de prensa
y el evento de lanzamiento será aquí en este anfiteatro del acuario
con los delfines. Así que ve y dile a la gerencia”.

No podía creerlo y pensé: “De ninguna manera”. Mi voz interior sabe


cómo me resisto a este tipo de mensajes surgidos de la nada, por lo
que se vuelve persistente y más fuerte. Escuché a la voz volver a
decir: “Sí, estarás aquí”.

Después de tantas experiencias con estos mensajes, incluso


aunque a veces me siento tan extraño y no quiero hacer las cosas
que dice la mayor parte del tiempo, por lo general tiene razón. Todos
tenemos esa vocecita dentro de nosotros. Algunas personas la
llaman intuición y nos dice qué hacer y qué no hacer.

La mayor parte del tiempo, no escuchamos esta vocecita y, al final,


lo que sucede es lo que la voz dijo que sucedería. Siempre termino
diciendo: “¡Dios mío! Si tan solo le hiciera caso el consejo que me
dio mi voz interior, el resultado de cualquier cosa en mi vida sería
diferente, ¿verdad?”.

La voz siempre dice lo que se debe o no se debe hacer. Tenemos


que escuchar con atención y seguir nuestra intuición. Solo tenemos
que seguir nuestros corazones. Esta vez, escuché mi intuición.
Cuando mi delfín terminó la sesión, agradecí al fotógrafo y al delfín y
salí de la piscina.

Cuando salí del tanque, le agradecí a la entrenadora y le pregunté:

“Disculpe, Jessica, ¿puedo hablar con su gerente, por favor? ¿Solo


por un minuto? Solo necesito hacer una pregunta”.

Ella me miró preocupada y dijo:

“¿Pasa algo? ¿Está todo bien?”.


Le aseguré: “Sí, la pasé muy bien, solo necesito hablar con su
gerente. Todo estuvo genial con delfines, muchas gracias”.

“Está bien,” dijo ella. “Date una buena ducha para quitarte toda el
agua de la piscina mientras voy a buscar al gerente y nos vemos en
el vestíbulo”.

“Está bien”, le dije. “Me parece bien. Gracias, Jéssica”.

Me duché, me vestí y fui al vestíbulo. Jéssica estaba allí


esperándome. “Carlos, ahí estás. El gerente te verá en su oficina.
Por favor, sígueme y te llevaré allí”.

Luego me acompañó a la oficina del gerente donde me invitó a


sentarme. Jessica dijo: “Carlos, el gerente llegará pronto”. Cuando
me senté, comencé a mirar alrededor, era una gran oficina. El
interior estaba pintado de azul claro con fotos del océano, los
delfines y las ballenas. Una pared estaba llena de premios y fotos
familiares.

Dos minutos más tarde, entró la gerente, me presenté y le pregunté


su nombre.

“Martha”, dijo, “soy la gerente de operaciones del acuario”.

Era una mujer muy agradable, de unos cincuenta años, alrededor


5'7” de altura y rubia, con una gran sonrisa en su rostro. Parecía una
persona muy agradable.

Martha me preguntó: “¿La pasaste bien, Carlos? ¿Cómo puedo


ayudarle?”.

Me erguí en mi asiento y esperé no sonar demasiado raro. Y dije:


“Tengo una pregunta que hacerle, pero antes debo contarte mi
historia ¿Tienes diez minutos o está muy ocupada en este
momento?”.
Ella parecía muy curiosa y se recostó en su silla mientras dijo: “Sí,
por supuesto, adelante, soy todo oídos”.

Le conté toda la historia y ella escuchó cada palabra. Al final, ella


dijo:

“Wow, Carlos. Esa es una historia asombrosa”. Hizo una pausa,


luego recordó que yo tenía una pregunta para ella. “Entonces,
¿cómo puedo ayudarte? Todavía tienes una pregunta para mí, ¿no
es así?”.

“Sí, señora, así es”. Respiré hondo y dije: “No va a creerme, pero
cuando estaba en el tanque de la piscina con su delfín, recibí un
mensaje de mi voz interior que dijo tan pronto como mi libro esté
publicado, su lanzamiento será aquí. Yo no podía creerlo, pero eso
fue lo que escuché. Créame, yo tenía miedo de preguntarle, pero
algo dentro de mí insistió en que lo hiciera y me dije a mí mismo,
‘¿Qué tengo que perder? Nada, ¿verdad?’ Fue entonces cuando
tomé la decisión de buscarla y hacerle esta pregunta. He estado
escribiendo un libro sobre mi historia con el delfín y este sería
realmente un gran lugar para presentarla. ¿Qué le parece? ¿Cree
que pueda ser posible?”.

Ella me sonrió y dijo: “Después de escuchar tu historia, Carlos,


definitivamente me encantaría que presentaras tu libro aquí.
Avísame cuando esté terminado y listo para lanzamiento y haremos
un plan para hacer una presentación aquí mismo en el acuario.
Estaré encantada de ayudarte”. Tan pronto como ella dijo eso,
lágrimas de felicidad rodaron mis mejillas. Me quedé asombrado de
cómo Dios continuaba obrando de maneras misteriosas y cómo ser
obediente a mi interior voz me llevó a este punto, donde demostré
una vez más que seguir mi corazón y mi intuición es la mejor
manera de terminar con un gran resultado.

Nunca esperé nada como nadar con delfines o pidiendo lanzar mi


libro aquí. Yo era un completo extraño a esto. ¿Cómo me puede
estar pasando esto? Me sentí tan agradecido. Tenía un nudo en la
garganta. Fue tan fácil para ella decir que sí. Ahí mismo, en el acto,
supuse que Dios tenía un plan.

Cuando Martha me acompañó fuera de su oficina, puso su mano en


mi hombro y dijo: “Carlos, aquí todos somos creyentes. Entiendo lo
que está pasando y quiero apoyarte. Por cierto, este acuario tiene
una cadena en el Caribe, y estaremos encantados de poner su libro
aquí y en los otros acuarios también”.

Me sorprendió y sonreí tan ampliamente. “Gracias, oh, mi Dios.


¡Muchas gracias!”.

Salí de ese lugar con paz interior en mi corazón y un sentimiento


que, en esta vida, Dios tiene un plan y un propósito para todos, y
ese plan se desarrollará para cada uno de nosotros mientras
sintamos el poder en nuestro corazón y seguir nuestra voz interior e
intuición.

La vida es una manifestación de milagros, cada día y cada


momento. Si prestamos atención y miramos a nuestro alrededor
podremos presenciar milagros en todas partes…
CAPÍTULO 12

HOTEL DE PLAYA

El fin de semana del Día de los Caídos en 2018, quería volver al


hotel de playa donde me alojé después de mi experiencia cercana a
la muerte. Era el tercer aniversario ese fin de semana, así que viajé
de Atlanta a Florida el sábado por la mañana y me registré en el
mismo hotel esa tarde.

La empleada del mostrador, de una manera muy cortés, me saludó y


me dio la bienvenida, me preguntó si tenía una reserva. La tenía, así
que me preguntó si estaba listo para registrarme. Le di mi
identificación y mi tarjeta de crédito y ella comenzó a buscar mi
reserva en línea.

Miró hacia arriba y preguntó: “Disculpe, señor ¿Alguna vez se había


hospedado con nosotros?”.

“Sí, me quedé aquí hace tres años. No he vuelto desde entonces.


Tuve un accidente la última vez que estuve aquí”, le expliqué.

Ella me miró con ojos grandes y dijo: “¿Un accidente? ¿Qué


sucedió? ¿Puede decirme?”.

Dije: “Está bien. Sé que hay gente detrás de mí, así que lo haré.
Seré breve con la historia”.

Le conté la versión editada de mi historia y cuando estaba en la


parte donde caí de rodillas y comencé a orar, ella comenzó a
convulsionar y a tener un verdadero ataque. Tanto es así, que los
otros miembros del personal se acercaron y la sostuvieron sus
brazos y su cuerpo para que no se cayera.

Ella comenzó a sollozar. Estaba asustado. Yo no sabía lo que


estaba pasando ni lo que debía hacer. Me sentí mal porque mi
historia tenía ese efecto sobre ella. El personal la calmó y yo me
quedé allí, conmocionado. Se compuso y el resto del personal volvió
al trabajo. Yo todavía estaba de pie en el mostrador.

Ella dijo: “No sabes lo que me acabas de dar. Tú me has dado


esperanza. Has vuelto a confirmar que Dios está aquí conmigo. No
sabes quién soy, no solo soy una empleada. Soy la gerente general
del hotel. Estoy aquí en esta posición porque Dios me quiere aquí.
Soy graduada y siempre he sido una buena servidora y amable con
la gente. Fui ascendida por mi liderazgo, pasando por encima de
otras personas con calificaciones más altas que yo. Mis jefes dijeron
que mi moral y ética fue lo que me calificó para-ascender a estos
puestos superiores. Siempre recé a Dios para que estuviera
conmigo y yo haría lo mejor que pudiera, llevándome a posiciones
que nunca soñé que podría tener. Por eso estoy aquí como gerente
general. Ahora, por ser tan amable al contarme tu historia y
confirmarme lo que Dios hizo en mi vida, voy a hacer algo por ti. Te
voy a dar la mejor suite del hotel para tu estancia este fin de
semana. Quiero que tengas una estadía increíble con nosotros.
Cada vez que vuelvas aquí a la playa, quiero que te quedes con
nosotros. Aquí te cuidaremos”.

Esto me enseñó que nunca puedo sobreestimar el impacto que


tendré en otra persona y que es más importante ayudar a otros en
vez de guardármelo todo para mí mismo.

Sentí que contar mi historia no era suficiente. Quería que la gente se


lo tomara como algo personal y tuviera un recordatorio de los
mensajes de este testimonio de vida.

Entonces, busqué en línea la imagen de mi sueño, la pintura de


Thomas Blackshear, la misma imagen que la adolescente tenía en la
espalda de la camisa. Encontré esa imagen en una pequeña tarjeta
de oración del tamaño de una tarjeta de visita. Por un lado, Jesús
sostiene a un hombre y por el otro el otro lado es una oración de
perdón.

Siento que el perdón es muy importante. Sé que muchas personas


tienen traumas infantiles. Una gran manera de superar eso es a
través del perdón. No es para las otras personas; es para nosotros
mismos limpiar nuestros corazones y para difundir el mensaje de
esperanza. También quiero compartir una herramienta para la
libertad, para que todos podamos vivir una mejor vida y ser más
amables unos con otros. Sé que el perdón es una gran herramienta
que podemos usar para nuestra autocuración.

Una cosa que estoy haciendo para ayudar a otros es repartir esta
tarjeta de oración. Cada vez que cuento mi historia siento que estoy
plantando una semilla en el corazón de esa persona, y a partir de
ese momento, les toca a ellos conservar esa semilla viva y cuidarla
hasta que crezca y se transforme en un árbol maravilloso, grande,
fuerte y hermoso.

Durante esa estadía en el hotel, le di una tarjeta a todos los


empleados del servicio de limpieza.

Una mujer que conocí cuando regresé al final del verano, durante un
nuevo viaje, se me acercó en el pasillo y me dijo:

“¿Es usted el joven que me dio esa tarjetita, la tarjeta de perdón?”.

“Sí, soy yo. ¿Por qué?”.

“Bueno, cuando me usted me entregó la tarjeta de Jesús con el


mensaje del perdón me dijo que era para mí, me la entrego y
continúo caminando. La tarjeta significó mucho para mí, yo entonces
estaba pasando por un montón de momentos difíciles. Quiero darle
las gracias porque me dio esperanza cuando más lo necesite. Usted
era el mensajero; usted me trajo el mensaje que yo requería en ese
momento y el cual decía, que todo iba a estar bien.

Pude ver en las facciones de su cara que ella se sentia bien y se


sentía cómoda con su vida y con ella misma. Me sentí conmovido,
por lo que ella me dijo. Me alegra ser de utilidad para ayudar a las
personas a encontrar su luz interior. para que puedan volver a brillar.
CAPÍTULO 13

EL BRAZALETE AZUL

Dos semanas antes del fin de semana del Día del Trabajador de
2018, Steven, un viejo amigo a quien conocí en un retiro espiritual
en Atlanta años atrás, me llamó desde Michigan para decirme que
pasaría por Atlanta en camino a Sur Carolina y que le gustaría
quedar conmigo para tomar un café o almorzar y que también se
vería con otros amigos.

Le pregunté dónde se hospedaba y dijo “en un hotel en el centro


Atlanta”. Llevaba tiempo planeando un viaje al Sur. Le dije que podía
quedarse en mi casa si así lo deseaba, si no era demasiado tarde
para cancelar su reserva de hotel. Me dijo que verificaría la reserva
y me devolvería la llamada. Poco tiempo después, me devolvió la
llamada y me dijo que pudo cancelar su reserva y aceptó la oferta
de quedarse en mi casa. De esa manera, ahorraría algo de dinero
para sí mismo y estaba feliz por eso.

Dos semanas después, voló a Atlanta y yo fui al aeropuerto a


recogerlo. De camino a mi casa, nos detuvimos en un restaurante
italiano y compré una deliciosa pasta cuatro quesos.

Mientras esperábamos en el restaurante, empezamos a hablar


sobre cómo habían sido los tres años transcurridos desde la última
vez que nos vimos. Nos reímos de los viejos tiempos y,
naturalmente, y tuvimos una muy buena conversación.

Después de eso, nos fuimos a casa y planeamos un recorrido por la


ciudad para el día siguiente. Se acercaba el fin de semana y le dije a
Steven, “El verano está por terminar y lo que más me gusta hacer
cada año es disfrutar de estos últimos días de verano en la playa.
Planeemos un viaje a Florida para el fin de semana. No está muy
lejos de Atlanta, y créeme que vamos a pasarla bien”.
Ese viernes, nos despertamos temprano en la mañana y manejamos
a Florida. Cinco horas después, alrededor del mediodía, llegamos a
Panamá. City, un pueblo frente al mar y mi destino de vacaciones
favorito en el noroeste de Florida. Estaba lleno de turistas
disfrutando los últimos días del caluroso verano. Nuestro hotel
estaba justo en la playa. Nos registramos y corrimos a la playa. La
arena estaba tan blanca como la nieve y caliente porque el día
estaba claro con cielos soleados. En la playa, la arena era tan fina
que parecía como talco para bebés. Steven y yo saltamos al agua y
empezamos a nadar de inmediato. El agua era cristalina y cálida.
Nosotros comenzamos a disfrutar del clima, el agua y el sol, por el
resto del día.

Lo pasamos bien desde el momento en que llegamos allí. Era fuera


de lo común y podríamos relajarnos un poco. El último día de
nuestras minivacaciones en Florida, manejamos por la parte más
activa de la ciudad hasta el más famoso restaurante de la playa.
Este restaurante era como un resort, con una piscina en el centro y
un escenario al lado donde presentaban música en vivo y DJs.

Llegamos alrededor de la una y el restaurante tenía algunas sillas


justo frente a la playa. Desde allí se podía apreciar una vista
increíble, con aguas cristalinas color esmeralda, actividades
deportivas, y gente caminando por todos lados disfrutando del fin de
semana.

Después de que Steven y yo comimos pizza, fui a mi auto a buscar


dos sillas de extensión y una carpa de playa. Pensamos pasar el
resto del día en la playa. Abrí mi carpa y salté al océano. Disfruté del
agua durante aproximadamente un hora y media cuando mi amigo
me llamó.

“Carlos, vamos. Ven aquí. ¿Quieres algo para beber? Yo voy a


brindar”.

“De verdad”, dije, “solo quiero un refresco para mí, gracias”.


Steven dijo: “Oye Carlos, no me vas a creer, pero después de casi
dos horas vuelvo a tener hambre. Debe ser la deshidratación del
océano. Pidamos otra pizza pequeña”.

“Me parece bien, hermano. Si tienes hambre pide tu pizza”.

Steven dijo: “Volvamos al bar del restaurante en la playa y


pidámosla, por favor”.

Mientras esperábamos nuestra pizza, apareció un joven de unos


veinticinco años. Parecía que estaba un poco pasado de tragos por
la forma en que sus ojos estaban fuera de órbita. También pidió
pizza y luego nos saludó a Steven ya mí.

Se podría decir que era un buen muchacho. Podías sentir su buena


energía, además sonaba educado y tenía buenos modales.

Nos dijo: “Hola chicos. Un placer conocerlos. Mi nombre es Tyler y


vine con mi esposa e hijos. ¿Están disfrutando su estadía en la
playa? Steven y yo dijimos que sí. Tyler continuó: “Lo siento chicos,
van a pensar que estoy hablando demasiado, pero estoy feliz de
tener a mi familia conmigo aquí en la playa. Estamos de vacaciones
en este hermoso lugar”. Dije: “Bien por ti, Tyler”.

“Además”, siguió diciendo, “estoy celebrando mi graduación de la


escuela de ingeniería y me estoy tomando un descanso. Vine con mi
familia para disfrutar del último día feriado del verano, el Día del
Trabajador. Hasta ahora, ha sido genial. Aquí también tenemos una
casa familiar en la playa. Mi familia y yo siempre pasamos tiempo
aquí cada vez que tenemos una oportunidad. Déjenme decirles,
conozco esta ciudad como la palma de mi mano He estado viniendo
aquí desde que era un niño. Si ustedes necesitan alguna dirección o
necesitan ayuda para buscar algo para hacer y divertirse, como
karaoke, buenos restaurantes, discotecas y festivales, pregúntame,
porque conozco muchos lugares para harán de su estadía algo
increíble”.
La esposa de Tyler luego lo llamó desde la distancia. Ella dijo, “Oye,
vamos. Debemos volver a casa. Tenemos que asistir a una cena
más tarde. Vamos. Vamos, Tyler”.

Tyler dijo: “Bueno, chicos, tomen mi número de teléfono. Déjenme


saber si hay algo que necesiten”.

En ese momento, estaba pensando: “Este tipo es demasiado bueno.


¿Por qué insiste en ser nuestro amigo? Tal vez sea un traficante de
drogas y está tratando de vendernos algo”.

Le dije: “Tyler, date prisa antes de que tu esposa venga y te lleve por
la oreja, como a un niño”. Empecé a reír. “Tienes razón Carlos.
Parece como si supieras cómo se comporta mi esposa”, dijo y
también se comenzó a reír con nosotros. “Oye, tómame una foto y lo
adjuntas a mi número. De esa manera sabrás quién soy y no me
olvidarán, muchachos”, agregó. Luego él se rio de nuevo. Tomé la
foto para que pudiera irse con su esposa e hijos.

Al revisarla, dije: “Oh, wow. Te pareces a mi entrenador. ¿Cuál es tu


nombre de nuevo para ponerlo aquí?”. Él respondió: “Vamos,
hermano. Me llamo Tyler”.

Me reí y dije: “Espera, ¿qué? No vas a creer esto, pero ¿adivina


cuál es el nombre de mi entrenador? También es Tyler”. Él sonrió y
dijo: “¡De ninguna manera! ¿De veras?”. En ese momento,
escuchamos a su esposa gritar: “¡Tyler! ¡Tyler! ¡Tyler! ¡Tenemos que
irnos!”.

Él me dijo: “Me tengo que ir, muchachos. Mi capitán me está


llamando. Fue un placer conocerlos chicos”. Empezó a alejarse y
luego se dio la vuelta y dijo: “Oye, espera un minuto. Quiero darles
algo para la buena suerte.

Miré a Steven con una expresión que decía: “Ahora ¿qué?”. Le dije:
“No sé, hermano”. Tyler dijo: “Está bien. Extiende tu brazo para que
pueda poner esta pulsera de la suerte.
Extendí mi brazo y él sacó un brazalete de su muñeca. Me lo puso y
enganchó el brazalete azul en mi muñeca. Hizo lo mismo con mi
amigo.

Luego dijo: “Eso te traerá buena suerte en tu vida. mis amigos. Fue
un placer conocerlos. Dios los bendiga”, y comenzó a alejarse.

Ni siquiera podía hablar porque no entendía por qué este joven, que
vino a nosotros de la nada, a quien no conocíamos, habló con mi
amigo y conmigo durante diez minutos, y nos hizo el regalo de esas
pulseras. Estaba sin palabras. Él se alejó, sonriendo y agitando la
mano. Él dijo: “Adiós. Dios los bendiga chicos y buena suerte en sus
vidas”. Pensé, qué raro fue eso y comencé a reír.

El mesero vino con nuestra pizza. Steven y yo nos sentamos y lo


disfruté. Después de ese incidente, caminé a la playa y nos
relajamos en la arena durante una hora antes de regresar a Atlanta.
Todo el camino, desde Florida hasta Georgia, estuve pensando y
preguntándome sobre el significado de la pulsera azul. ¿Por qué
este hombre, que ni siquiera me conocía, me la dio?

Yo estaba pensando demasiado. Me pregunté, “¿Por qué? ¿Por


qué? Tal vez hay un hechizo en esto pulsera... ¡Dios mío! ¡Quizás
sea magia negra! Oh, Señor... O tal vez esta pulsera tenga un
mensaje para mí…”

Empecé a revisar el brazalete en busca de un mensaje, pero no


había ninguno, aunque llevaba una medalla de plata muy pequeña,
del tamaño de un pequeño botón. La medalla tenía una letra en un
lado y en el otro decía: “PV disfruta de la vida”.

Apenas regresé a casa, fui a mi computadora y busqué lo siguiente:


“Pulsera azul, con una letra en un lado, PV en el otro lado”. Presioné
el botón “enter” y esperé unos segundos a que apareciera la
respuesta. Mi conexión era lenta ese día, así que tuve que esperar
más que de costumbre.
Aparecieron diferentes respuestas, pero nada se acercaba a la
pulsera que usé. Entonces tuve la idea de buscar la misma pregunta
en imágenes. Escribí “pulsera azul con medalla de plata y las
iniciales PV” nuevamente en imágenes en la barra de búsqueda de
Internet, y después de muchas pulseras azules encontré una foto
que coincidía con mi pulsera. Presioné el cursor en la imagen y tan
pronto como la imagen se abrió con el brazalete azul, exacto al que
tenía puesto mi muñeca, apareció un mensaje debajo del brazalete.
Adivina ¿qué decía el mensaje?

Cuando comencé a leer el propósito del brazalete, casi me da un


ataque al corazón. Coloqué mi mano izquierda sobre mi pecho,
tomé una respiración profunda, y con los ojos bien abiertos leí la
descripción con incredulidad.

Ese era el regalo que recibí al azar de ese joven misterioso llamado
Tyler, quien me lo dio en la playa. Un joven a quien yo no conocía de
nada y que no sabía nada de mi vida me regaló esta pulsera como
símbolo de buena suerte.

Lo que descubrí después, llenó mis ojos de lágrimas de felicidad,


porque de alguna manera, recibí un mensaje del cielo, lo creas o no.
El mensaje en la pantalla de la computadora, justo debajo del
brazalete, decía: “Este brazalete se usa para contribuir a Save The
Dolphins” (“Salven a los Delfines”). El dinero recaudado con la venta
de esta pulsera (PV) será donado a la Oceanic Preservation Society,
la cual está dedicada a proteger nuestros océanos y el planeta,
abogando por la protección de los delfines”.

Mis ojos estaban bañados en lágrimas, las cuales se deslizaban por


mis mejillas. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Era otra
sincronicidad sobre mi historia de delfines, tal vez un mensaje de
Dios o del cielo diciéndome que mi propósito en la vida estaba muy
claro. Tal vez yo no quería escucharlo y tuvieron que enviar una
persona al azar a entregarme ese mensaje de esperanza, un
mensaje que se ha convertido en uno de mis propósitos en la vida,
ayudar a estos hermosos ángeles del océano. El mensaje del delfín
abrió mi corazón para tener fe de nuevo y saber que todo es posible
para quienes creen.
CAPÍTULO 14

MILAGRO EN EL RETIRO

En julio de 2018 fui al supermercado, como de costumbre, a buscar


mis víveres para la semana siguiente. Estaba comprando unas
verduras en la sección de productos agrícolas cuando, de repente,
escuché a alguien gritando mi nombre.

“¡Carlos! ¡Carlos!”.

Levanté la mirada y miré a mi alrededor, buscando a la persona que


me llamaba. Finalmente vi detrás de mí, corriendo a cierta distancia,
a mi amigo Oscar. Había pasado casi un año desde la última vez
que lo había visto. Finalmente, llegó hasta donde yo estaba y nos
saludamos.

“¿Qué tal, amigo? Tenía tiempo sin verte. Ando apurado, pero ¿qué
vas a hacer este fin de semana?”, me preguntó.

“Nada especial, Oscar”.

“Bueno, quiero invitarte a mi fiesta de cumpleaños este próximo fin


de semana. ¿Crees que puedes venir?”.

“Sí, claro. Eso está bien, hermano. Claro que estaré allí”. Entonces,
recordé que la última vez que supe de Oscar, él se había mudado a
una nueva casa y necesitaba pedirle la dirección. “Oye, solo dame
tu nueva dirección y estaré allí, ¿okey?”.

“Okey, seguro”, dijo. “Te enviaré un mensaje a tu teléfono. ¿Todavía


tienes el mismo número o lo cambiaste?”.

“Sigo con el mismo de antes. Puedes enviarme allí la dirección.


Gracias, hermano”.

“Okey, te veré allí. Que tengas un buen día y cuídate”.


“Okey. Cuídate”.

Pasaron los días y llegó el sábado. Desperté esa mañana, me


duché, tomé una taza de café y salí a caminar. Luego tomé mi
desayuno, y cuando miré el reloj, la mañana había pasado
rápidamente y ya era casi mediodía. Llamé a Oscar para comprobar
a qué hora quería que pasara por su casa. Me dijo que a cualquier
hora. Como no tenía nada más que hacer ese día antes de ir a la
fiesta, decidí irme más temprano. Salí en mi coche, me detuve en
una panadería y le compré un pastel de cumpleaños de chocolate.

Luego me presenté en su casa. Tan pronto como llegué allí, caminé


hasta la puerta principal y toqué el timbre. Yo estaba sosteniendo el
pastel de chocolate en mis manos cuando su mamá abrió la puerta.
Me miró sorprendida y exclamó: “Carlos, mi amor. ¡Qué sorpresa!
No sabía que vendrías hoy”. Me miró como si fuera un bebé. Ella
estaba feliz y me dio un gran abrazo.

Entré y caminé a la cocina con el pastel en mis manos y lo puse en


el mostrador. En la cocina, estaba la esposa de Oscar, su hermana y
sus dos hijos: José Samuel y Kamila, quienes ayudaban a su madre
con las decoraciones para la fiesta. Empezamos a hablar sobre
cómo nos iba a todos ese año y como todo había estado bien.

Entonces, poco a poco, los invitados de Oscar empezaron a llegar a


la fiesta. Sin embargo, yo no conocía a nadie, excepto la familia de
Oscar, porque él invitó a la mayoría de sus compañeros de trabajo y
amigos de casa.

Después de dos horas en la fiesta, Oscar me preguntó si yo podía


contarles a todos la historia de mi experiencia cercana a la muerte.

“Epa,” pensé, “esta es una fiesta. No es lugar para dar testimonios.


¿Y si nadie quiere escucharlo?

“No creo que este sea el sitio adecuado,” le dije a Oscar. “Hermano,
tal vez podría hacer esto en otro momento. Todo el mundo está
bailando y pasando un buen rato. ¿Por qué quieres que lo haga
aquí?”.

Oscar respondió: “No. No. Realmente quiero que cuentes tu historia,


por favor. Realmente me encanta esa historia y eres un buen
narrador. Sé que todos disfrutarán tu historia y el mensaje final.
Además, ese será el mejor regalo de cumpleaños que puedes
darme”.

“Está bien, está bien,” le dije. “Reúnelos a todos. Traigamos algunas


sillas para que todos se sienten en círculo en medio del salón
principal”.

Oscar agarró una copa de vino y con una cucharita comenzó a


golpearla. Esta sonó como una campana, llamando la atención de
los presentes antes de decirles que él quería que yo les contara mi
historia.

Poco a poco, todos los que estaban en el patio exterior comenzaron


a entrar a la casa. Ese salón era el lugar más amplio de la casa, por
lo que nos reunimos allí, pero comenzó a llenarse. Finalmente,
cuando todos se sentaron en círculo, el silencio invadió el lugar.

En ese momento, entré dentro del círculo y me dispuse a contarles


mi historia del delfín.

Para mi sorpresa, todos estaban ansiosos por escuchar mi


testimonio.

Empecé a hablar y a contarles a todos mi historia como si estuviera


en un viaje de campamento con unos amigos en medio del bosque,
alrededor de una gran fogata, y durante la siguiente media hora,
todos en la reunión me prestaron su atención.

Al culminar mi testimonio, escuché a alguien llorar. Miré a mi


alrededor preguntándome de dónde venía aquel dolor. Para mi
sorpresa, vi a una familia al final de un pasillo. Era una pareja con
sus dos hijos. El padre me saludó y me pregunté qué les pasaba.
Cuando él vio que yo caminaba hacia él, comenzó a secar las
lágrimas de su rostro. Caminé hasta él y le dije: “¿Está todo bien?
Lamento que mi historia les haya hecho llorar. No era mi intención
hacerles sentir mal, pero ya todo está bien. Como saben, al menos
mi historia tuvo un final feliz”.

El rostro del padre se llenó de felicidad y sonrió: “¡Sí! Tienes razón”,


dijo mientras algunas lágrimas de compasión y felicidad continuaban
cayendo sobre sus mejillas.

Luego me dijo: “Oye Carlos, esa fue una historia hermosa. Gracias
por compartirla. Ahora sé por qué Oscar estaba ansioso de que nos
contaras a todos tu historia en su fiesta. Fue muy emocional y tocó
cada fibra de mi corazón. Realmente resonó conmigo. Por cierto,
estoy tan emocionado que olvidé presentarme a mí mismo”.

Nos dimos la mano y dijo:

“Encantado de conocerte. Mi nombre es Sebastián y esta es mi


familia. Ellos son mi esposa y mis hijos. Ha sido un placer conocerte
y escuchar tu testimonio. Déjame decirte algo, Carlos. Como sabes,
tú puedes tocar el corazón de muchas personas si compartes tu
historia en lugares más grandes y ¿adivina qué? No sé si lo sabes,
pero soy uno de los organizadores de importante evento espiritual.
El retiro tendrá lugar dentro de dos semanas y realmente quiero que
vengas. Pagaré tu traslado si vienes y compartes tu testimonio”.

Al principio, no quería ir al retiro espiritual porque no sabía de qué


se trataba y tenía mucho trabajo aquel mes. Sin embargo, él insistió
y me explicó todos los detalles, por lo que yo terminé aceptando y
me ofreció toda la información.

Dos semanas después, aquel viernes sería el día que nos iríamos
para el retiro. Me encontré con Sebastián en una iglesia cerca de mi
casa. Había un autobús escolar donde se subieron cincuenta
hombres y a las 4:00 p.m. salimos para nuestra aventura de fin de
semana.
Los coordinadores trataron de hacernos cantar viejas canciones y
lograr que nos conociéramos. Pero éramos un grupo tan mixto,
desde adolescentes hasta adultos mayores, desde jardineros hasta
ejecutivos y abogados, padres de familia y solteros. Había gente de
todas las clases sociales, de cada color y cada raza. No nos
conocíamos y tampoco a los organizadores, así que realmente no
teníamos ganas de cantar.

El único denominador común era que todos queríamos ver si había


una oportunidad de recuperar nuestra fe en nosotros mismos, en la
vida, y tal vez incluso en Dios. Eso era lo que prometía la
experiencia del retiro: Poder sentir lo divino en el corazón y regresar
del retiro totalmente rejuvenecidos con el fin de poder comenzar una
nueva vida.

De camino al centro de retiros, dejamos la ciudad atrás y el autobús


se adentró en las montañas rumbo a un lugar apartado de toda
civilización. Era un lugar natural, rodeado de verdes montañas y
hermosos árboles altos por todas partes. Realmente no podría decir
donde estábamos. Me sentí tan incómodo porque estaba en un
lugar para a la que fui invitado, pero no sabía de qué se trataba.

No sabía en lo que me estaba metiendo, yendo en un autobús


escolar por horas con cincuenta desconocidos con quienes pasaría
los siguientes tres días. Me seguía preguntando: “¿Qué rayos estoy
haciendo aquí?”. Miré por la ventana preguntándome si algún otro
auto me rescataría y si debería comenzar a agitar mis manos. Tal
vez podría hacer un letrero pidiendo ayuda y lograr sostenerlo
contra la ventana o tal vez si el conductor parara, yo podría saltar
por la ventana. Mi mejor plan era llamar a un Uber o Lyft, los
famosos servicios de taxi. Sabía que ellos irían a cualquier parte a
recogerme y rescatarme. Noventa minutos después, arriba en las
montañas, llegamos al centro de retiro. Quedaba en medio de la
nada y cuando revisé mi teléfono, no tenía señal.

Estaba atrapado. Sentí que no había manera de escapar.


Entonces, seguí al grupo. Al entrar al edificio, tomaron todos
nuestros teléfonos móviles y relojes y los guardaron en bolsas con
cierre hermético. Nos dijeron que nos los devolverían al final del
retiro.

“Dios, mío, ¿qué estoy haciendo aquí?”, pensé.

Durante nuestra primera reunión, nos informaron sobre las reglas


del evento de tres días. Dijeron que ocurrirían muchos milagros y
abrieron el pequeño altar que contenía el Santísimo Sacramento, un
término devocional usado por los católicos para designar el lugar
que contiene el pan llamado el Cuerpo de Jesús. Suele estar
cerrado, pero me explicaron que permanecería abierto durante el
retiro y que por ello recibiríamos bendiciones adicionales.

Después de eso, nos mostraron nuestras habitaciones y nos dieron


treinta minutos antes de reunirnos en el comedor para cenar.
Entonces, comenzaría oficialmente el retiro.

Realmente no puedo contar todo lo que compartimos durante el fin


de semana, pero sí diré que cada uno de nosotros experimentamos
un crecimiento personal y espiritual en todos los ámbitos de nuestra
vida.

El segundo día, uno de los ejercicios consistía en sostener la Biblia


con una mano debajo y la otra arriba. Nosotros le íbamos a hacer
una pregunta a Dios en voz alta, frente a todos los demás
presentes, una pregunta que solo él nos contestaria.

Así que le pregunté: “Está bien, Dios, lo que quiero saber es si mi


libro tendrá impacto sobre la vida de las personas. ¿Me creerá la
gente?”.

Eso fue el sábado. El supervisor dijo: “Todos tendrán sus respuestas


mañana”.

Al día siguiente era domingo, durante la última actividad, nos


llevaron a un salón con cincuenta sillas esparcidas.
Nos dijeron: “Adelante, cada uno siéntese en cualquier silla”.

Sobre cada silla había un sobre Manila tamaño carta. Cada uno se
sentó y se nos indicó que lo colocáramos sobre nuestras piernas.

El director dijo: “Ahora, para que no piensen que planeamos algo de


antemano, cada uno tome su sobre y páselo a alguien cerca de
usted. No importa a quién, solo entréguenselo a otra persona”.

Seguimos sus instrucciones. Y al final nos pidió que abriéramos el


sobre de manila que cada uno tenía.

Él dijo: “Estas son las respuestas a las preguntas que ayer ustedes
le hicieron a Dios”.

Cuando abrí mi sobre, me quedé estupefacto.

Mi papel contenía una caricatura dibujada por niños de escuela


primaria. Mostraba el globo terraqueo del planeta tierra y en la parte
superior había gente sosteniendo un libro abierto. En el interior del
libro había dibujos del Espíritu Santo y Jesús, quienes parecían salir
del libro. A su alrededor, gente de todos los países del mundo,
corrían derramando ríos de corazones rojos extendiéndose por todo
el mundo. Parecía como si el libro estuviera derramando amor.

Al ver aquella imagen, se me aguaron los ojos. Sentí amor y un


profundo sentido de propósito. Sabía que tenía que seguir adelante
con este libro. Me di cuenta de que no era solo para mí, sino que era
un mensaje importante para que todos lo escucharan, más allá de
cualquier frontera.

Es un mensaje de amor, esperanza y felicidad para todos nosotros.

Cada uno de los cincuenta hombres presentes en el retiro recibió la


respuesta a sus preguntas. Nos sentimos muy honrados de
presenciar juntos estos milagros. Cada sobre contenía un mensaje
que tocó los corazones de todos nosotros de tal manera que no
necesitábamos más pruebas de que lo divino era real. Ese había
sido el propósito del retiro completo.

¿Puedes creer que al final del retiro todos lloramos de felicidad y


nadie quería irse? Fue una sorprendente experiencia de unidad,
amor y verdadera comunidad.

Era difícil creer que al principio yo hubiera estado listo para salir
corriendo y que los demás hubieran sentido lo mismo. Al final, nos
sentimos muy conectados y juntos compartimos esta increíble
experiencia. Cambió nuestras vidas y estábamos muy agradecidos.

En ese momento, mi pregunta quedó respondida. Eso era todo lo


que necesitaba saber. Estaba listo para comenzar a escribir mi libro
y contarle mi historia al mundo, aunque en ese momento no sabía
cómo lo haría. A partir de ese día, oré y medité para que ese libro se
hiciera realidad y comencé a investigar cómo podría comenzar a
hacer este libro.
PARTE 3

LECCIONES DE VIDA

CAPÍTULO 15

MANTENIENDO LA FE

Quiero compartir con ustedes la forma en que la oración opera en mi


vida. Creo que no solo debemos orar cuando tenemos un problema
o cuando necesitamos un milagro en nuestras vidas. En lugar de
esperar hasta el último minuto para buscar ayuda por medio de la
oración, creo que debemos orar todo el tiempo. No sabemos lo que
la vida nos traerá todos los días.

Cada día es un misterio; puede traernos un desafío.

Ten fe. Cada día es realmente una aventura porque no sabemos


qué va a pasar. En mi caso, desde que era un niño, mi mamá me
enseñó a orar. También lo aprendí en mi colegio católico.
Eventualmente, llegué a comprender que Jesús era mi amigo.
Siempre llevaba una tarjeta con la imagen de Jesús en mi bolsillo.

Él llegó a ser mi mejor amigo. Cada vez que alguien me molestaba o


trataba mal, yo me alejaba y miraba la imagen antes de tener una
charla interior con Jesús. A medida que crecí, dejé de depender de
la imagen, porque sabía que Jesús estaba en mi corazón. y que ya
no la necesitaba como herramienta.

Solo decía en mi corazón, “Jesús, necesito hablarte, por favor”.

Cuando yo oro, no me siento solo. Me siento rodeado de amor. Me


siento seguro y protegido. Cuando rezo, siento que me llegan
respuestas. Me siento escuchado y que la ayuda viene en camino y
llegará en el momento divino. Tal vez no sea la respuesta que
estaba buscando, pero de alguna manera siempre me favorece,
aunque no sepa cómo ni por qué.
Una de las oraciones más poderosas que dije fue cuando tenía
catorce años y me diagnosticaron leucemia. Yo Le pregunté a Dios y
Él me ayudó. Le hablé tan fuerte, como si estuviera hablando con mi
mejor amigo. En mi corazón, sentí que Dios me escuchaba. Le pedí
a Dios: “Quítame este cáncer” y pude sentir una respuesta de
inmediato; sentí una ola de calidez en cada cabello de mi piel
seguida por una sensación de paz que invadió cada célula de mi
ser. Supe en ese momento que al pedirle a Dios que me sanara de
esa manera, el milagro comenzaría a obrar dentro de mí.

Lo que estoy tratando de decir es que cuando oramos debemos


sentirlo en nuestro corazón. Debemos decirlo en serio, porque todo
lo que pidamos nos será dado. Debemos creer que recibiremos
bendiciones y protección.

La Biblia dice: “Pedid, y se os dará” (RV Mateo 7:7) y yo recomiendo


que “oremos sin cesar” (RV 1Tesalonicenses 5:17). Es entonces
cuando podemos tener una sensación de seguridad y paz interior.
La paz eventualmente llenará nuestros corazones emocionales y
nuestros cuerpos también. He visto suceder milagros asombrosos
con oraciones, situaciones que de repente cambiaron más allá de
todas las probabilidades. Una oración es una herramienta para la
vida, recuérdalo siempre.

En 2017, varios amigos me presentaron a una increíble mujer y


maestra. Su nombre era Joyce Rennolds. Era una valiosa oradora y
autora internacional considerada como “una en mil”. Ella siempre
traía inspiradores mensajes de motivación a cada clase, para sus
estudiantes y audiencias.

Ella me enseñó una herramienta que cambió mi percepción de vida:


el guion de vida. Este era un concepto nuevo para mí, pero es
bastante sencillo. Es como un diario de tu futuro. El primer paso es
encontrar un cuaderno. Abre la primera página y dedícate la página
a ti mismo.

Por ejemplo, yo escribí algo así: “Dedico este libro de guiones a mí


mismo, para alcanzar todas las metas de mi vida, para vivir una vida
maravillosa, para traer esperanza y nueva felicidad a mi vida, y
encontrar todas las razones para despertar cada mañana porque sé
que el futuro me traerá lo que quiero si pido por ello”.

La creación de guiones de vida es tan simple como escribir a mano


nuestras necesidades o deseos a Dios. Debes escribir tus metas y
aspiraciones en tiempo presente, porque es importante que
describas lo que quieres para tu vida, como si ya estuviera
sucediendo. Es como escribir un mensaje directo a Dios. Al
escribirlo, se vuelve más claro.

He tenido un gran éxito con esta técnica. Cierta vez escribí sobre
alguien que me trató mal. Escribí: “Querido Dios, estoy pidiendo
ayuda. Desde hoy, ahora, quiero que (nombre) me trate con respeto
y amabilidad. Sé que esta persona es capaz de esto. La estoy
pasando bien con esta persona. Estamos riendo juntos. Nos
respetamos y nos llevamos muy bien. Gracias, Dios”.

Comienza con algo pequeño, como tratar de encontrar un lugar para


estacionar en la tienda de comestibles y verás cómo funciona para
ti. Tú podrías escribir algo como, “Cuando llegue mañana al
supermercado, encontraré un espacio vacío cerca de la entrada”.

Si necesitas un coche o un compañero, puedes utilizar esta técnica.


Si quieres un automóvil, describe lo que quieres: la marca, color,
talla, marca y modelo que quieras, todo al detalle. Después lo
escribes, lo lees en voz alta. Díselo a todo lo existente.

Imagina que ya estás conduciendo este coche. Usa el poder de tu


imaginación para crearlo, tenemos un poder creativo que ni siquiera
aprovechamos.

Deberíamos escribir un guion de vida todos los días. La gente


planifica lo que va a hacer durante sus vacaciones, pero realmente
no nos sentamos a escribir sobre lo que genuinamente queremos
crear con nuestras vidas. ¿Qué es lo más significativo en tu vida?
¿Qué te haría verdaderamente feliz?
El mejor uso de esta técnica es crear una vida que nos permita ser
mejores personas. Podemos pedir más paciencia, más
comprensión, mejor comunicación y dejar de procrastinar y no dejar
para mañana lo que podemos hacer hoy.

Estas son las cosas que harán que nuestras vidas sean más
agradables. No es el coche ni el compañero, es la paz interior y el
servicio a la humanidad lo que nos dará la mayor satisfacción.
CAPÍTULO 16

ELIGIENDO LA ESPERANZA

Muchas personas atraviesan dificultades que desconocemos.


Nosotros no sabemos lo que pasa en sus vidas. A veces ellos
sonríen y ocultan sus sentimientos. Deben trabajar, jugar sus roles y
atender sus responsabilidades. Nunca sabes lo que otra persona
está pasando en su vida.

Yo también lo sentí cuando era adolescente. Muchos de mis amigos


en la escuela secundaria se sentían de la misma manera, como si
nadie los entendiera porque la mayoría de nuestras familias no
tenían tiempo para prestarle atención a nuestros problemas y
emociones a esa edad.

Sentíamos todo muy intenso porque no teníamos experiencias


pasadas con las que comparar nuestras situaciones y cada
problema parecía ser el fin del mundo.

Siempre alcanzo la conclusión de que mis problemas pasarán. Son


temporales. Todo en la vida es temporal. Nada es eterno. La vida es
bella. Tengo un futuro para planear y pensar y eso me da esperanza
a mí. Eso me hace centrarme en mi yo interior y decidir que no hay
que tirar la toalla solo por no saber cómo manejar un problema.
Siempre hay una solución. Sin embargo, a veces la vida se vuelve
borrosa. Podríamos escuchar a alguien decirnos: “Tuve
pensamientos suicidas ayer”, y pensamos es solo una idea
pasajera. A veces lo es, pero otras veces, es realmente una opción
considerada proveniente de una oscuridad que se activa dentro de
la persona que hizo esta declaración. Está una zona de peligro.

A veces en la vida, hay momentos en los que no vemos una salida


ante una situación. Las personas que están en el punto de quiebre
de sus vidas y están dispuestas a suicidarse, han concluido que el
suicidio es la única manera de salir de su problema. Es como si
saltaran en un agujero negro, pero cada vez que intentan salir del
agujero, en lugar de salir, terminan deslizándose más profundo y
Más adentro. La única manera de salir de un agujero oscuro es
actuando y pidiendo ayuda.

Ante todo, y con todo mi respeto, siento la necesidad de escribir


este capítulo, porque en cuatro oportunidades me han llamado
personas que eran suicidas para pedirme ayuda. No soy médico ni
consejero, de ninguna manera, ni experto en esta área. Créanme,
no sabía ni estaba preparado para enfrentar una situación como
esta antes de tiempo. No me sentía preparado para nada, pero la
vida es una serie de eventos que no siempre podemos controlar.

Yo siempre había escuchado historias sobre suicidios en los


programas de televisión o había leído acerca de ellas en el
periódico, pero nunca pensé que tocaría mi vida de aquella manera.
Mi corazón proporcionó las palabras y me guio en qué decirles a mis
amigos. Lo que me ayudó fue mi intuición. Me puse en sus zapatos
porque tenía que entender sus problemas desde su punto de vista.
Tuve que sentir el dolor que ellos sintieron para yo poderles ayudar
a encontrar la salida.

Después de mi experiencia cercana a la muerte y los otros eventos


milagrosos descritos en este libro, comencé a ayudar a la gente y a
ser amable con los demás a modo de estilo de vida. He ayudado a
muchas personas a superar una variedad de problemas, pero jamás
esperé recibir mi primera llamada telefónica de alguien listo para
acabar con su vida. Después de esa primera persona, otros tres me
han llamado. Esto es lo que mi corazón me dijo que les dijera:

“Hola. Buenas noches, mi amigo. ¿Cómo estás? ¿Estás bien? ¿Qué


te pasa? Es tarde en la noche, ¿está todo bien? ¿Necesitas ayuda
con algo?

Todos respondieron que querían quitarse la vida.

Entonces, me aseguré de que supieran que yo estaba con ellos y


comencé haciendo las siguientes preguntas:
1. ¿Qué te motivó a llamarme a mí y no a tus padres o alguien
más en tu familia?

Todos dijeron que el primer nombre que vino a sus mentes era
Carlos. Tenían miedo de hacer sentir mal a sus familias. Ellos
pensaron que sus familias no los tomarían en serio y que se
sentirían aún más rechazados. Querían saber mi opinión antes de
tomar el último paso. Algunas de las personas con las que hablé
habían tratado de hablar con sus familias, pero la conversación no
había ido bien.

2. ¿Por qué quieres quitarte la vida? ¿Qué te motiva a hacerlo?

Sus respuestas eran que estaban soportando demasiado dolor y


sufrimiento, y que no tenía ningún sentido seguir viviendo de esta
manera. Pensaban que no había otra solución. Depresión,
confusión, culpa, escape del dolor, problemas financieros.
problemas, problemas de relación, adicción, soledad extrema, y, por
supuesto, la falta de fe eran sus mayores preocupaciones. En fin,
cada uno de ellos sentía que no le importaba a nadie y prefería no
pedir ayuda. Todos sus problemas estaban interiorizados y no se
sentían confiados de compartirlos.

A cada uno le dije:

“Sé que no ves una forma de escapar, pero dame una oportunidad
de ayudarte y hacerte entender que esta no es una solución. Dame
la oportunidad de demostrarte que podemos solucionar el problema
que está enfrentando ahora. Empecemos de nuevo desde el
comienzo. Podemos empezar con una oración si quieres. Déjame
darte mi mano y déjame ayudarte a salir de esta. Juntos podemos
hacer nuestro mejor esfuerzo para arreglarlo. Te lo prometo. Jamás
dejaré de apoyarte. Aquí tienes un hermano y créeme que me
importas. Para eso estoy aquí”.

Ellos me dijeron que pensaban que a nadie le importaría si ellos


desaparecieran. Todos continuarían con sus vidas como de
costumbre. Les expliqué que el hecho de suicidarse crearía un
efecto dominó que impactará a todos a su alrededor durante el resto
de sus vidas. Les expliqué que necesitaban pensar en sus seres
queridos: sus familiares, mamá, papá, hermanos o hermanas,
amigos, compañeros de trabajo y todos los que siempre los
rodearon. Una piedra pesada quedaría en sus corazones para
siempre.

3. En todas las religiones que conozco, quitarse la vida es la lo peor


que alguien puede hacer. Es algo incorrecto. Es un pecado. Piensa
en ello.

Recuerda lo que dice uno de los libros más antiguos de la tierra, la


Biblia, dice en el versículo, 1 Cor:6:19, “el cuerpo no es nuestro”.

4. Luego, después de hablar mucho con mis amigos sobre sus


situaciones en la vida, cierro la conversación preguntándoles: “¿Qué
vas a hacer ahora?”.

Yo digo:

“Déjame decirte algo, eres valioso para este mundo. Estoy aquí
hablando contigo porque me preocupo por ti. Mucha gente te ama,
pero la gente está ocupada con sus vidas, y nadie puede estar
detrás de ti todo el tiempo, preguntándote si tienes un problema o
cómo te sientes. Creo que todos tenemos una razón por la que
existimos. Hay un propósito para cada persona. ¿Por qué quieres
perderte esta increíble oportunidad de ser quien quieres y hacer lo
que quieras? Incluso si no lo haces, al menos disfruta del paseo en
este fascinante juego de la vida”.

Creo que la vida es una experiencia hermosa para todos los


humanos. El ser humano necesita disfrutarse y apreciarse con
respeto. Nuestras vidas son una bendición. En lugar de acabar con
tu vida, busca otra solución: ahí es cuando los milagros pueden
ocurrir. La gente que pasa por eso siempre toca fondo.

Cuando sentimos miedo, nos congelamos. La vida no es fácil.


Tenemos que enfrentar desafíos y obstáculos todos los días y que
debemos superar, eso es parte de la experiencia de vida. La vida es
como una gran escuela donde venimos a aprender varias lecciones
que requerirán que seamos fuertes y tengamos fe en el futuro.

Algunos obstáculos en mi vida parecen ser tan grandes como El


Monte Everest. ¿Recuerdas cuando tenía cáncer terminal? ¿Cómo
creen que me sentí en ese momento cuando el médico me dio ese
diagnóstico?. Me sentí terrible, pero algo dentro de mí dijo, aunque
todo parece aterrador ahora, estará bien. Mi médico me dijo que no
me quedaba mucho tiempo de vida, pero al final vi una luz de
esperanza.

¿Cómo? Escuché mi voz interior y me hice una simple pregunta, ¿Y


qué pasa si ocurre un milagro? ¿Qué pasa si el médico se
equivocó? ¿Qué pasa si de alguna manera esto puede desaparecer
o evaporarse en la nada?

Las opciones siempre están disponibles, ¿Correcto? No tenía idea


de lo que haría, pero en el fondo de mí sabía que tenía que tomar
una acción. Cuando un problema comienza a escalar y a volverse
tan grande como un iceberg, realmente es nuestro miedo lo que
está creciendo: es la sensación de peligro lo que te paraliza hasta el
punto en que ni siquiera puedes moverte porque no puedes ver la
salida.

El resultado es que el problema no desaparecerá a menos que


nosotros no tomemos acción o no hagamos nada para resolverlo.
Para mí, la mejor manera de comenzar a enfrentar el problema es
escribirlo en el medio de una página y encerrarlo en un círculo.
Luego dibuja líneas, como un sol y escribe posibles soluciones en
torno al problema.

Yo luego voy a mi computadora y escribo mi problema en el


buscador. Créeme, encontrarás muchas historias y soluciones
adecuadas para tu problema.

Si crees que no puedes enfrentar el problema a solas, pide ayuda.


Ora y medita sobre cómo resolver este problema. A veces hablo con
personas mayores de setenta años, ochenta, o noventa. Siempre les
pregunto: “Si tuvieras mi edad, ¿qué harías?”. Ellos tienen mucha
experiencia de vida y han recopilado mucho conocimiento en el
camino. Me han dado la respuesta mágica que necesitaba para
resolver el problema.

Los mayores problemas en mi vida terminan siendo más pequeños


de lo que yo pensaba, solo era mi miedo que los había puesto más
grande de lo que realmente eran. Cuando pude ver el problema y
analizarlo en sí, no podía creer que tenía una solución sencilla.
Pasar por momentos difíciles es una forma de crecer. Los tiempos
difíciles son una oportunidad para nosotros de escuchar esa
pequeña voz dentro de nosotros, aquella que nos da los consejos
para alcanzar nuestras metas y convertirnos en mejores personas.
Intentamos superarnos y empezamos a tratar de darle sentido a lo
que esta voz está tratando de decirnos. A veces, no tiene ningún
sentido, pero todavía así tenemos que seguir ese instinto. Cuando
seguimos su guía, seguimos nuestro corazón, y todo cae en su lugar
en formas que nunca esperaríamos. Nuestra conciencia sabe qué
es lo correcto que hacer.

Cuando nos entregamos por completo a nuestra conciencia


superior, nos entregamos a Dios. Le entregamos nuestra vida y
sentimos la libertad y descansamos de siempre supervisar nuestras
vidas y armar un gran lío de todo. Cuando nos rendimos a la ayuda
de Dios, todavía tenemos que trabajar en nosotros mismos y dar lo
mejor de nosotros como personas, pero el sufrimiento se acaba
porque aceptamos la ayuda que siempre estuvo ahí. Éramos
demasiado tercos o ignorantes para verlo. Esta es una oportunidad
para que aceptemos el amor de Dios como la mano que nos guía en
nuestras vidas.

Cuando mis amigos me llamaron para pedirme ayuda, escuché a mi


voz interior. Y a través del uso de mi teléfono, sostuve sus manos y
les mostré que la vida es bella y que siempre hay una luz al final del
túnel, siempre hay esperanzas para resolver sus problemas. Lo más
importante en estas situaciones fue ellos aceptaron pedir ayuda y no
se hundieron solos en sus problemas.

Por favor, si estás pasando por un momento difícil, pide ayuda.


Créeme, siempre hay alguien que puede ayudarte. Manos a la obra.
Agarra el teléfono. Llama a alguien que conozcas que se preocupe
por ti: un amigo, colega, pareja, prima, tía o tus padres. Si no te
contestan, llama a la Línea Nacional de Prevención del Suicidio al 1-
800-273-8255 en los EE. UU. o visita su sitio web en
www.suicidepreventionlifeline.org.

Date otra oportunidad. Ten fe y confía en Dios. Él tiene un plan para


tu vida. Yo también estaré aquí en cualquier momento que me
necesites.

Confía en mí: Todo estará bien.


CAPÍTULO 17

AMOR Y GRATITUD

¡Hay tanta gente con un vacío en su interior! Es como una copa


vacía que continuamente intentamos llenar con alcohol, mucho
trabajo, drogas, relaciones locas, drama, y todo tipo de
distracciones. Esas cosas nunca llenarán la copa. Lo único que la
llenará es amor, amor verdadero, amor incondicional.

Hacer trabajo voluntario es mejor que cualquier medicamento o


terapia. Te llena de una satisfacción gratificante y es gratis, contiene
una magia que te espera a que la descubras. Cuando hacemos
voluntariado, lo hacemos simplemente para darle servicio a las
personas que necesitan de nuestra ayuda. Es una labor sin paga.
Es un trabajo que otras personas ni siquiera notan. No existen
premios solo eres tú y el trabajo. Te registras. Te comprometes. Te
presentas y el trabajo suele ser muy sencillo. Entonces sucede algo
extraño. Conversaciones que no han tenido lugar en otros sitios
comienzan a suceder. Surgen respuestas a nuestros problemas de
alguna manera.

Empezamos a sentirnos conectados, sintiendo que estamos dando


valor al mundo que nos rodea. Siempre que dejo una experiencia de
voluntariado, me voy con más de lo que llegué me voy con el
corazón lleno de alegría. Uno de los mejores ejemplos que te puedo
dar del trabajo voluntario fue algo que vi una vez. Un niño llamó a su
tía y le dijo que estaba harto. No podía seguir más. Iba a huir o
quitarse la vida. Ella lo calmó y le dijo: “Mira por tu ventana. ¿Qué es
lo que ves?”. Él describió lo que veía por su ventana en el área
alrededor su casa.

La tía le dijo:

“Está bien, ¿Me dices que vez una mujer mayor, la vecina, en el otro
lado de la calle? Ella tiene hojas secas del otoño que cayeron de los
árboles en su patio delantero. Ve a buscar tu rastrillo. No llames a su
puerta ni nada, solo ve allí y recoge todas sus hojas secas y las
echas en una bolsa de basura. Entonces llámame tan pronto como
hayas terminado”.

No tenía nada que perder. No tenía ningún sentido, pero él lo hizo


de todos modos. Terminó en poco tiempo y la llamó.

Él dijo: “¡Wow! No puedo creer de cómo me sentí al ayudar a mi


vecina a recoger sus hojas del piso ¿Cómo sucedió eso? Es una
cosa tan extraña. ¿Cómo puede hacer tal diferencia algo así de
simple y fácil? Me siento increíble, siento que ahora puedo hablar
con mi familia y arreglar las cosas. Mientras yo estaba rastrillando,
pensé en qué decirles. ¿Qué pasó?”.

Eso es servicio.

El servicio es una práctica espiritual que cualquiera puede hacer.


Cuando nos unimos a una organización en la que creemos
personalmente y nos comprometemos con un horario, se vuelve el
mejor regalo que podemos darle a los demás y a nosotros mismos.
Con el tiempo, la taza vacía que llevamos dentro de nuestra alma se
llena.

Cuando nosotros les ofrecemos un servicio a los demás, de alguna


manera se activa la regla de oro, y nos damos a nosotros mismos.
El mayor regalo que podemos dar a los demás, es el regalo de
nuestro tiempo.

Parte del trabajo voluntario que he hecho en el pasado es


alimentando a las personas sin hogar en los refugios de Atlanta,
trabajando con Toys for Tots, y ayudando en un hogar y
campamento de verano para niños refugiados. Trabajar en estos
lugares me dio un sentimiento de gratitud. Llenó mi corazón con
propósito, amor y satisfacción, que el dinero no puede comprar.

Si estás vacío por dentro, trata de ayudar en una organización sin


fines de lucro y verás qué es lo que te digo.
Te deseo lo mejor en tu camino hacia la autorrealización. A través
de mi viaje con leucemia y mi experiencia cercana a la muerte, me
di cuenta de que necesitaba abandonar mis viejos hábitos y crear
otros nuevos que verdaderamente llenaran mi propósito de vida y
alma. Eso no lo había sentido antes en mi corazón, pero ahora lo
veo y lo siento claramente dentro de mí.

La nueva forma en que veo todo es que debo respetar esta preciosa
vida que me ha sido dada.

Ahora conozco mi propósito. En lo más profundo de mi corazón,


puedo ver claramente que estoy aquí para ayudar a los demás. No
sé cómo lo haré, buscaré la manera y estoy abierto a hacer lo que
sea necesario. Seguiré a mi guía interior. Seguiré las señales que
me muestre. Escucharé a las personas que me envíen aquellos
mensajes que yo sienta que son los correctos.

Mi vida tiene un nuevo comienzo y veo las cosas de manera


diferente a nunca. No puedo perder más tiempo. Estoy redefiniendo
las prioridades de mi vida.

Cada vez que voy a la playa me siento increíble. Con el sonido de


las olas, la brisa en mi piel, la fragancia salada, y la arena bajo mis
pies, tengo una experiencia extrasensorial plena que satisface mis
sentidos. Descubrí que la gratitud es una de las mejores prácticas
que puedo hacer diario. Lo había escuchado en diferentes
tradiciones, religiones y culturas, pero realmente no había entendía
el concepto.

Cuando comencé a buscar y escuché a la gente hablar sobre la


gratitud, dijeron que cuando lo practicas, todo a tu alrededor
comienza a cambiar como por arte de magia. Es como si
emitiéramos una vibración de amor y agradecimiento al universo y
volviera a nosotros de forma inesperada. Yo creo que como
humanos tenemos energía vital.

Cuando empezamos a ser agradecidos por todo lo que tenemos hoy


en la vida, siento que enviamos una señal, una vibración a Dios y a
la misma creación diciendo, “Gracias. Estoy agradecido. ¡Envíame
más!”.

Estar vivo es un milagro y ahora que he pasado por estas


experiencias, veo que se me ha dado una segunda oportunidad de
vivir. Veo el valor que tiene mi vida y cómo cada día es una
oportunidad para mostrar gratitud por la vida que tengo. Cuando me
amo y amo mi vida, le muestro respeto a Dios, quien me creó.

Esta historia no termina aquí. Continúa contigo, querido lector.

Ahora tú tienes el poder del delfín dentro de ti. También irá contigo
dondequiera que vayas en la vida. Los delfines, recuérdalo, dan
amor, armonía y bondad a los demás. Seamos compasivos y
agradecidos con cada persona que se cruce en nuestro camino.

Recuerda disfrutar la vida de la mejor manera que puedas.

Te mando muchas, muchas bendiciones para tu vida y los mejores


deseos.

Que Dios Siempre te bendiga.

Sinceramente,

Carlos Vivas.
AGRADECIMIENTOS

Quiero dar gracias especialmente, primero a Dios, por darme la


vida. porque su Divina Presencia ha estado en mi vida, en cada
paso, cada capítulo, cada momento. Él ha cuidado de mí, incluso
cuando no lo reconocí y no pude ver ni entender lo que Él quería de
mí. Yo era escéptico. Yo era un aprendiz lento y Dios fue paciente
conmigo. Me envió tantos mensajes hasta que finalmente no pude
negar su presencia en mi vida. Su camino es el mejor a seguir, me
tomó años darme cuenta, pero ahora finalmente entendí de verdad.

Quiero agradecer a Dios por confiar en mí y dándome esta


oportunidad de mostrar a otros todas mis experiencias, para que
ellos también puedan aprender de ellas. Gracias por guiarme y
mostrarme lo que tengo que hacer. Gracias por traer luz, paz y
serenidad a mi vida.

Gracias por la vida misma, ahora entiendo un poco más sobre el


significado de la vida, sobre cómo encontrar tus dones y cómo el
propósito de la vida es regalar esos dones. A mi modo de ver,
tenemos que disfrutar del momento presente: cada segundo, cada
minuto, cada paso, y lo más importante, disfrutando de la compañía
de otros.

Gracias por cada amanecer y atardecer para bendecir el día, otro


regalo donde hago una pausa es el regalo que tenemos el cielo en
la tierra, aquí mismo, en frente de nuestros ojos, pero estamos
constantemente distraídos por el exterior, las noticias, la televisión,
el trabajo, las redes sociales y el estrés. Uno de los mejores
descubrimientos que encontré es desconectarme de toda distracción
y reconectarme con la madre tierra, con la hermosa naturaleza que
nos rodea.

Disfruta de la riqueza y belleza de la naturaleza pasando tiempo,


caminando y simplemente observando los milagros de la naturaleza
afuera. Solo siéntate en silencio junto a un río, una montaña, un lago
o frente al mar y observar la calma y la belleza de la naturaleza y
tomar una respiración profunda. Desde estas experiencias, tengo los
dones de gratitud y conciencia. He vuelto a priorizar toda mi vida.

Estoy agradecido por todo lo que tengo, todo lo que sé y todo lo que
está por venir. a lo largo de mi camino, en el camino de mi vida
futura.

Estoy muy agradecido con mi mamá, Amarillys, por ser una madre
soltera tan fuerte y por criarme a mí y a mis hermanos. Ella siempre
estuvo conmigo para ayudarme a ser una mejor persona en cada
etapa de mi vida. Fue estricta conmigo, pero así me preparó para la
vida. Ella me enseñó cosas valiosas sobre la vida. Todavía puedo
oír sus habituales dichos, como: trabaja por lo que quieras, en la
vida no hay nada gratis; tienes que hacer que las cosas sucedan; o
si no haces las cosas bien mejor no las hagas, la humildad puede
abrir todas las puertas; el respeto es la base de toda buena relación;
nunca cruces la línea o te arrepentirás; la integridad permitirá que
duermas bien cada noche de tu vida; no hay mejor lugar que el
hogar; la familia es la relación más duradera: el honor es lo principal
que aprendí de ella, cuando un hombre deja de ser humilde, lo
pierde todo. Por supuesto, cada problema se puede resolver con la
regla de oro: trata a los demás como quieres que te traten a ti.

Ella incluso me animó para seguir luchando por mis sueños. Cuando
ella estaba en su lecho de muerte, sus últimas palabras fueron:

“Soy tu mayor fan y siempre estaré contigo. Estaré mirando por


encima de ti y protegiéndote del otro lado, te estaré esperando,
desde cualquier parte del universo, Dios te bendiga”.

Ella cerró los ojos muy lentamente y se fue de este mundo, con una
expresión de paz en su rostro.

Gracias, Dios, por el regalo de mi madre y sus últimas palabras.

Gracias a mi papá, Carlos, por ser tan amable como la Madre


Teresa. Es el mejor papá del mundo. Él era Google incluso antes
que este existiera. Respondía todas las preguntas que yo tenía
desde la edad tres años hasta hoy. Aunque mis padres se
divorciaron cuando yo tenía seis años, mi papá siempre nos cuidó a
mí y a mi hermana. Él fue mi inspiración, fue un pilar para mí y el
resto de mi familia. Tenía un corazón humanitario para todo el
mundo. Realmente entendía a sus hermanos y amigos.

Muchas personas que conocían a mi papá lo buscaron por consejo.


Le encantaba trabajar. Decía: “Cada trabajo es honorable”. Él
también entendía el karma y siempre decía que “lo que va viene”.
Me enseñó mucho, incluso a mantener la mente ocupada en cosas
saludables para no ser distraído por cosas llamativas, y que tal vez
Dios te agarre por el cuello si te desvías del camino, pero recuerda
el dicho, Dios aprieta, pero no ahorca. Jesús nos enseñó en la
moderación en todas las cosas y ayudar al prójimo ya que así
nuestro corazón se llenará de amor y gratitud al mismo tiempo que
ayudamos.

Gracias a mi hermana Jennifer, por ser mi segunda mamá, después


de que mi madre se fue al cielo, caminando conmigo a través toda
mi vida, y cuidándome en cada momento de mi vida.

Gracias a mi cuñado Raúl Gil por todos sus consejos. Gracias a mis
hermosas sobrinas, Shannon. y Oriana, por ser las mejores sobrinas
que pude soñar tener.

Gracias a mi amigo Will, por estar siempre ahí como el hermano que
me dio la vida.

Gracias a la vida, por darme más hermanos que yo podría pedir en


William Nachreiner, Austin Thompson, Thomas Sawyer, Tyler Moore,
Jackson Fitzgerald, Brian Fehling, Daniel Magdziarz, Tom Noonan,
Dav Dau, Ramiro Salcido, Raúl Gil, José Luis Marín, Douglas Pina,
Pedro Peláez, Juan Alfonso Baptista, Oscar Feo, Sean Hartman,
Will Bailey, César González, Víctor Donado, Jorge Donado, René
Mey, Frankie Rodríguez, Alain Díaz, Guillermo Santana, Jesan
Lozada, y Álvaro Parra Pinto.
Gracias Úrsula, por estar en mi camino espiritual cuando comenzó y
continúa ayudándome en este largo viaje. Gracias a Cristal, por ser
mi mentora y mi guía.

Gracias a Haydée, Edgar, Sofia y Vanessa por dejarme ser parte de


su familia. Gracias a Joyce Rennolds, por ser un alma hermosa
quien iluminó mi camino espiritual como el maestro más dulce de
todos.

Gracias a Tatiana Da’ Gamma y Julia Chacón, por ser las personas
más lindas al inicio de mi carrera en televisión.

Gracias a Michelle Graupner, Lourdes Martínez, Yuly Rivas, Tatiana,


María De Ángel y Josibel, Gigi Dancourt, Adriana Feo, Krystel
Sánchez, Valentina Palacios, Justina M Grinholc, Gaby Méndez,
Génesis Méndez, Janet Vieira, Anilu Fiz y Valerie Alino, por ser las
hermanas que me dio la vida.

Gracias a mis madres espirituales, María Espinal, Luz María, Nancy


de Giménez, Miriam Carlotti, Ivonne Chirinos, Nancy Hamburger,
Angélica Ávila, Haydée Peláez, Teresa Ramos, Inés Baptista,
Marcella Morelli, Teresa Zoraida, Luisa, Gladys, Albertina Yokoshi,
Arianna Méndez, Rita Vieira, María Concepción Moleros, Julia
Chacón, Edivette, Yuraima Pineda, Cristal y Joyce Rennolds.

Agradecimientos especiales a: Willian Nachreiner, José Luis Marín,


Úrsula Lentine, Paulina Rangel, Nicole Domínguez, Brett Belcastro,
Miguel Corral, Rachel Mc Gehee, Julie Thomas, Eduardo Giménez,
Bert Rothkugel, James Hoskins, Linda Edwards, Shannon Lane
Corbertt, David Rogers, Ramiro Salcido, Will Bailey, Vanessa
Peláez, Nolan Ryan Byrnes, Tracey Owens Lowd, Bartolomé Pérez,
Nella Ancheta, Jenniffer Carrasquel, Corey Jacobs, Shannon Gil,
Jana Tarnovska, Vijaya Muntha, Alain Díaz, Orianna Gil, Maki
Manning, Jorge Cabrera Lima, Pilar Verdes, Daniel Magdziarz,
Amanda Hester, Sara Bremer, Buck Moore, Juliana Henao, Laura
Rachel, Eric Koester, Michael Barnhill, Melissa Oliver, Nicole Hardy
Mizoguchi, Rita Janeen Minster y Joyce Rennolds.
También me gustaría dar las gracias a la persona quien llegó a mi
vida para ayudarme a editar mi libro. Gracias a Sandy Huffman, por
ser la luz que iluminó mi camino a través de este proceso. A pesar
de que estábamos en diferentes estados y nos comunicamos a
través de llamadas Zoom, siempre estuviste allí cada vez que
necesitaba tu ayuda, gracias por ser un buen amigo y aportarme tus
conocimientos para hacer mi libro digerible para el público.

Por último, me gustaría agradecer a todas las personas que hicieron


este sueño posible y me ayudaron con la campaña de mi libro.

Ustedes son como estrellas brillantes en mi camino hacia la


creación de “Ayuda de Cielo”. No voy a nombrarlos a todos, pero
sepan que los amo ustedes mucho. Si empiezo a enumerar los
mensajes uno por uno, tendría que escribir un nuevo libro.

Un abrazo a todos y espero que hayan disfrutado de mi historia.

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