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FRITHJOF SCHUON Y LAS GRANDES FIGURAS


ESPIRITUALES DEL SIGLO XX

Mateus Soares de Azevedo

Entre los pilares más importantes de la sabiduría espiritual en el


siglo XX, Frithjof Schuon (1907-1998) y Shri Râmana Maharshi (1879-
1950) ocupan con toda evidencia un lugar eminente. Ambos fueron
“universalistas”, convencidos de la “unidad transcendente de las
religiones”, de la que Schuon fue por su parte el intérprete explícito.
Ambos expresaron la forma más pura –pero también la más
intrínsecamente ortodoxa- de la gnosis perenne, cada uno a su manera.
Ambos atrajeron a admiradores y buscadores espirituales venidos de
todos los horizontes religiosos. Schuon fue de hecho un sabio en su
doble vocación de puro metafísico en la línea de Shankara, Pitágoras y
Platón y de maestro espiritual de sapiencia extraconfesional,
profundamente animado por al amor a todas las religiones auténticas,
pero desprovisto de todo apego a sus aspectos formalistas, a todo
“nacionalismo” religioso. Schuon se dedicó a transmitir la Luz incolora,
la Verdad que transciende las formas1.
Con toda evidencia, hay que tomar nota deciertas distinciones en
cuanto a la envergadura, la integralidad y la universalidad de las
doctrinas metafísicas expuestas por Schuon y el Maharshi, así como en
relación con los métodos de realización que recomendaron. Estas
distinciones se abordarán a lo largo de este artículo.
Al hacer hincapié en el “filósofo” germánico (en el sentido original
de “amante de la sabiduría”), que fue también un poeta y un pintor
inspirado –como lo indican ampliamente sus producciones en estos dos
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campos- y el sabio hindú, no queremos ignorar la inmensa importancia


(muy particularmente en el campo de la metafísica tradicional, del
simbolismo religioso y de la crítica a las desviaciones modernas en
todos sus aspectos) del extraordinario metafísico y esoterista francés
René Guénon (1886-1951).
Guénon fue en cierto sentido el fundador de la escuela
tradicionalista y perennialista, “escuela” cuya plenitud final e integral
está representada por las obras de Schuon. Si Guénon es sin disputa el
iniciador de este fenómeno único, mar de luz intelectual y espiritual sin
precedentes en una época casi enteramente impermeable a la
intelectualidad y espiritualidad verdaderas, Schuon constituye su
conclusión y su fase de plenitud. El esoterista francés fue la semilla, y el
metafísico germánico la flor y el fruto. Guénon fue el pionero y Schuon
la terminación; Guénon fue como un río, y Schuon como un océano, tan
profundas y ricas son la doctrina metafísica que expuso, la guía
espiritual que prodigó y las poesías y pinturas que produjo.
Como jefes de escuela de la corriente tradicionalista y
perennialista, Guénon y Schuon tuvieron dos brillantes continuadores
en las personas del filósofo y crítico de arte suizo alemán Titus
Burckhardt (1908-1984), compañero desde la infancia y brazo derecho
de Schuon, y el erudito de cultura enciclopédica Ananda Kentish
Coomaraswamy (1877-1947), cuyas obras son, en cierto modo,
complementarias de la aproximación rigurosa y matemática de Guénon.
Al pasar revista a las grandes figuras espirituales de nuestro
tiempo, deseamos tener en cuenta a los ilustres representantes de
todas las grandes religiones. A través del universalismo de Schuon, los
mensajes esenciales de estas figuras, desconocidas las unas de las
otras, aparecen como reunidos –a la vez que cada uno de los místicos
presentados a continuación aporta el color de su propia religión de
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origen-, mientras que Schuon revela su unidad interior con la Luz


incolora de la Sophia Perennis.
Tomando como punto de partida el cristianismo occidental,
nuestro pensamiento se dirige hacia dos herederos espirituales del gran
San Francisco de Asís, ambos capuchinos: el Padre Pio da Pietrelcina
(1887-1968) y la Hermana Consolata Betrone (1903-1946).
El Padre Pío fue estigmatizado2, enseñó y practicó la invocación
del Santo Nombre y fue director espiritual de miles de católicos; es en
este sentido como Schuon pudo escribir a uno de sus corresponsales
italianos de los años cincuenta, Guido de Giorgio, que el Padre Pío era
“una protección, si no mucho más” para el mundo cristiano. La hermana
Consolata (heredera, en cierto sentido, de la gran figura del siglo XIX,
Santa Teresa de Lisieux3) fue un alma piadosa y consagrada a Dios que
recibió directamente de Cristo la enseñanza de la vía de la oración
jaculatoria y de la perpetua invocación del Santo Nombre, vía que
Schuon consideraba la quintaesencia de toda espiritualidad.
El Papa Pío XII (fallecido en 1958) también debe encontrar un
lugar aquí, sobre todo teniendo en cuenta las cobardes calumnias de
las que ha sido víctima por parte de los enemigos de la tradición (pues
fue el último pontífice tradicional de la Iglesia católica), cuya arma
principal es la falsa alegación según la cual fue indiferente a los
destinos de los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial 4.
La verdad es que, en comparación con muchos dirigentes de esa
época, que no hicieron prácticamente nada por los judíos, Pío XII actuó
claramente a su favor durante la guerra5.
En el mismo momento en que el antisemitismo estaba en su
apogeo, fue él quien declaró con valentía: “¡Todos somos semitas!”.
Hacía referencia, con esta fórmula, a la tradición abrahámica
monoteísta, que es común a los judíos, los cristianos y los musulmanes.
A este respecto, es importante recordar que en 1942 miles y miles de
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judíos encontraron refugio en los conventos, los monasterios y las


escuelas bajo los auspicios del Santo Padre. La propia Ciudad del
Vaticano acogió a muchos, y Castelgandolfo, la residencia de verano de
los papas, albergó a más de 15.000 judíos. En 1944, Pío XII hizo
colocar el sello papal en la entrada de la principal sinagoga romana
antes de que la ciudad fuese invadida por las tropas nazis, y lo hizo con
el fin de proteger los objetos sagrados que contenía. Además, en 1946,
el gran rabino de Roma abrazó el catolicismo con todos los miembros
de su familia y citó como una de las razones de esa espectacular
conversión la defensa de su pueblo que hizo Pío XII durante la guerra.
Asimismo, el rabino tomó el nombre cristiano de Eugenio, nombre de
pila de Pío XII. Hay más pruebas de las necesarias para mostrar que
las acusaciones tramadas contra él no tienen ningún fundamento
concreto y que de hecho sólo tienen una motivación ideológica y
política, la de atacar a la Iglesia tradicional a través de Pío XII, esa
Iglesia tradicional que fue destruida por el Vaticano II y sus secuelas6.
Pío XII, papa que fue tan ortodoxo y tradicional en materias
doctrinales, rituales y morales, y hombre tan profundamente caritativo y
humilde, estaba dotado de un don muy particular para enseñar y
transmitir un vasto corpus de guía espiritual de una envergadura
temática muy extensa. Era también profundamente consciente de la
dignidad, no sólo de su función pontificia, sino también de su vocación
humana como representante de Dios en la tierra. Esto se puede ver en
las fotografías que nos muestran sus gestos llenos de dignidad (se
podría utilizar el término hindú de mudrâs), muy particularmente cuando
da su bendición a los fieles, gestos que si siquiera son superados por
los mayores maestros hindúes y budistas7.
Podemos considerar ahora el mundo del Islam. En esta área
espiritual la mayor figura del siglo XX es sin duda la del Shaykh argelino
Ahmad al-‘Alawî (1869-1934), que está directamente vinculado con el
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fenómeno guenoniano y schuoniano por cuanto él mismo fue un


maestro de gnosis cuyo método espiritual era el del Recuerdo de Dios.
También se interesaba profundamente por las otras religiones, sobre
todo por el cristianismo. Se dice que en un momento dado el Shaykh al-
‘Alawî contaba con más de 200.000 discípulos en todo el mundo
musulmán, lo que hizo que su orden espiritual (su “cofradía”) hiciera
sentir su influencia incluso en el orden cultural y político. ¡Qué contraste
con los dirigentes del tipo pseudoislámico, como Khomeini y Gadhafi
(falsos místicos), Saddam Husein y Hafez al-Asad, que, siendo
secularistas antimusulmanes, han explotado la religión sin vergüenza
para sus propios fines personales y políticos! Schuon conoció al Shaykh
al-‘Alawî en persona. He aquí las páginas maravillosas que le dedica:
“La idea que constituye la esencia secreta de cada forma
religiosa, la que, por la acción de su presencia interior, hace que cada
una sea lo que es, es demasiado sutil y demasiado profunda para ser
personificada con igual intensidad por todos cuantos respiran su
atmósfera. Tanto mayor es la fortuna de tomar contacto con un
verdadero representante espiritual de una de estas formas (mundos que
el Occidente moderno no logra comprender), tomar contacto con
alguien que representa en sí mismo, y no solamente por su pertenencia
a una determianada civilización, la idea de la que ésta vive desde hace
siglos.
“Conocer a tal persona es como encontrarse cara a cara, en
pleno siglo XX, con un santo medieval o un patriarca semita, y ésta fue
la impresión que nos produjo el Shaykh Al-Hajj Ahmad Bin-‘Alîwa, uno
de los más grandes maestros del sufismo, que murió hace unos pocos
meses en Mostagán.
“Con su chilaba parda y su turbante blanco, con su barba
plateada y sus largas manos cuyos gestos parecían grávidos por el flujo
de su baraka (bendición), exhalaba algo del ambiente arcaico y puro de
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Sayyidnâ Ibrâhîm al-Khalîl (‘Abraham el Amigo [de Dios]). Hablaba con


voz baja y suave, una voz de cristal astillado de la que, fragmento a
fragmento, dejaba caer sus palabras; había un tono resignado y
desapegado en esa voz, y parecía que los pensamientos que transmitía
no eran más que exteriorizaciones muy frágiles, muy transparentes, de
una inteligencia demasiado consciente de sí misma para dispersarse en
la corriente de las contingencias. Sus ojos, que eran como dos
lámparas sepulcrales, parecían perforar todos los objetos y ver en su
cáscara externa solamente una única nada, más allá de la cual siempre
veían una única realidad: el nfinito. Su mirada era muy directa, casi dura
por su enigmática inmovilidad, y sin embargo llena de caridad. A
menudo las largas hendiduras de los ojos se agrandaban súbitamente,
como captadas por un espectáculo maravilloso. La cadencia de los
cantos, de las danzas y de las encantaciones rituales parecía
perpetuarse en él mediante vibraciones sin fin; su cabeza se movía a
veces con un balanceo rítmico mientras su alma estaba sumergida en
los insondables misterios del Nombre Divino, oculta en el dhikr, el
Recuerdo... De su persona se desprendía una sensación de irrealidad,
tan remoto era, tan inaccesible, tan difícil de aprehender en su
simplicidad del todo abstracta... Estaba rodeado, a la vez, de toda la
veneración que se debe al santo, al jefe, al anciano y al moribundo”8.
Siguiendo nuestra peregrinación espiritual hacia Oriente,
encontramos en la India un gran precursor de Râmana Maharshi, pero
también de los perennialistas, en la persona de Shri Ramakrishna
(1836-1886), conocido con el nombre del Paramahamsa (el Cisne
supremo), la más alta designación que existe para un místico en la
tradición hindú. Ramakrishna fue un anunciador del universalismo tal
como fue expuesto más tarde por Guénon y Schuon. Sólo
mencionaremos aquí una manifestación de su unicidad absoluta y de su
importancia: en diferentes períodos de su vida, practicó, con toda
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profundidad y sinceridad, dos religiones no hindúes, a saber, el


cristianismo y el Islam, reconociendo con ello su plena validez; así es
como manifestó, por participación directa y personal, el concepto
metafísico de la “unidad transcendente de las religiones”, tesis que fue
desarrollada posteriormente por Schuon en un influyente libro con este
mismo título.
Como lo expone William Stoddart en su excelente libro El
Hinduismo9, Ramakrishna fue la primera autoridad espiritual de los
tiempos modernos que produjo una enseñanza explícita de esta idea.
Fue también un practicante del método espiritual de la invocación del
Nombre de Dios, método considerado tradicionalmente –como Schuon
lo subraya- como el más apropiado para el fin del Kali Yuga, que parece
(pero Dios es más sabio) corresponder a nuestra época. Ramakrishna
forjó una expresión que más tarde Schuon volvería a utilizar en diversas
formas: “Dios y Su Nombre son idénticos”.
No podemos dejar la India sin mencionar al gran bhakta (amante
de Dios) Swami Ramdas (1884-1963). Como el “Peregrino ruso” en el
siglo XIX, Ramdas viajó como monje itinerante a través de todo el
subcontinente indio, invocando sin cesar el Nombre de Dios, en el que
tenía una fe inquebrantable como vía privilegiada de acceso a Dios.
Durante su única visita a Occidente tuvo la ocasión de conocer a
Schuon, que le hizo una fuerte impresión. Tras su encuentro, Ramdas
escribió respecto a Schuon: “La alta e imponente silueta del Santo sufí
nos dominaba a todos, un verdadero príncipe entre los Santos”10.
Finalmente, en el mundo primordial de la tradición chamanista de
los indios de América, hay que mencionar a la extraordinaria figura del
santo sioux oglala, jefe y hombre medicina Hehaka Sapa/Black Elk
(1862-1950). Hombre de profunda contemplatividad, recibió la gracia de
un gran número de visiones del mundo espiritual y explicó a las nuevas
generaciones de indios el significado de su religión y la utilidad de sus
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antiguos ritos. En una serie de penetrantes ensayos, particularmente en


El sol emplumado11, Schuon muestra su comprensión y su amor por el
patrimonio espiritual de los indios de las Llanuras de América del Norte
y destaca su universalidad y su convergencia con las otras grandes
religiones, subrayando con ello su verdad y su ortodoxia intrínsecas. De
manera muy significativa, Black Elk acabó su vida no sólo venerado
como una figura profética por los indios, sino también considerado un
santo por los misioneros cristianos que le habían enseñado el amor a
Jesucristo, amor que él integró en cierto sentido en su religión de origen
de la Danza del Sol y del Calumet sagrado.
*
El universalismo de Guénon y Schuon encuentra también
precursores en la historia espiritual, y con mucha anterioridad al siglo
XX. Podríamos mencionar, entre otros nombres posibles, a Muhyi-d-Dîn
ibn ‘Arabî (fallecido en 1240) y al cardenal Nicolás de Cusa, en el
cristianismo occidental (1401-1464). Ibn ‘Arabî es citado muy a menudo
por el fragmento de uno de sus poemas, en el que canta la perspectiva
de la “religión del corazón”, que Frithjof Schuon identifica con la Sophia
Perennis:
“Mi corazón se ha abierto a todas las formas; es un pasto para
las gacelas, un convento para los monjes cristianos, un templo para los
ídolos, la Kaaba del peregrino, las tablas de la Tora y el libro del Corán.
Practico la religión del amor; en cualquier dirección que ella avance, la
religión del amor es mi religión y mi fe”.
Esta es, sin duda alguna, a la vez una confesión de universalidad
y de amor a Dios hecha por el más grande de los gnósticos
musulmanes.
Por su parte, el cardenal Nicolás de Cusa compuso, entre otras
obras, un comentario del Corán, así como un diálogo imaginario entre
los discípulos de diversas tradiciones titulado De Pace Fidei, en el que
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intenta promover un entendimiento entre las diferentes fes religiosas del


mundo.
*
En la perspectiva y el contexto que aquí son los nuestros,
queremos, sin embargo, centrarnos más particularmente en Schuon12 y
en el Maharshi, pues cada uno de ellos constituye el modelo ejemplar y
la cumbre de la espiritualidad en este siglo.
En lo que respecta al Maharshi, conviene subrayar ante todo el
hecho de que no fue un maestro espiritual en el sentido estricto del
término, y ello por la razón de que fue un fard, un espiritual solitario, por
utilizar un término del sufismo. Esto significa que fue uno de esos
santos que no tienen un maestro espiritual que les enseñe la Vía, sino
que obtienen su estado excepcional por la gracia o por la iluminación
divina directa13. Al no haber sido discípulo de un maestro, tampoco fue
él mismo maestro de discípulos. Así, pues, en rigor no enseñó un
método espiritual. Su preocupación constante y reiterada fue la
búsqueda del Sí, “¿Quién soy?”, pregunta con la que mostraba la vía
del Sí, lo Divino que es nuestro verdadero Centro14. En el caso del
Maharshi, lo Divino estaba, por decirlo así, en su poderosa presencia
espiritual. Dicho de otro modo, la “vía espiritual” del Maharshi consistía
en su sola presencia; con su darshan ofrecía su bendición a todos los
que buscaban su baraka (otro término sufí que es aplicable aquí); era
un contemplativo nato y un gnóstico nato, sin duda alguna el fenómeno
espiritual más extraordinario que la India haya producido en el siglo XX.
Este sabio, que vivió en o cerca de la montaña sagrada de
Arûnachala, en Tiruvannamalai, India del Sur, tenía la costumbre de
ofrecer su bendición mediante su silencio contemplativo, no sólo a los
discípulos del Sanâtana Dharma (hinduismo), que acudían a él desde
todos los horizontes de la India, sino también a europeos y americanos,
ya fueran católicos, protestantes o judios, a budistas y musulmanes, e
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incluso a visitantes sin afiliación religiosa. Este aspecto de la vida del


Maharshi podría considerarse problemático dado que, en la medida en
que no exigía explícitamente de sus visitantes una afiliación tradicional
(cuya función es garantizar una estructura o un marco para la vía
espiritual), sus discípulos no hindúes permanecieron en su mayoría
privados de un soporte ritual y doctrinal y no recibieron ninguna
preparación con miras a alcanzar un estado sólido y permanente en la
vía espiritual.
Muy probablemente, esto es lo que Schuon tenía presente
cuando incluyó el siguiente poema en su largo ciclo de poemas:

Ein Weiser sagte: fragt euch –Wer bin Ich?


Dies ist kein Weg. Der Weise meinte sich,
Beschrieb sein Geisteswesen, gottgeschenkt;
Es ist nicht euer, weil ihr Gleiches denkt.

Man kann nicht ohne Gott die Welt verbrennen


“An seiner Frucht wird man den Geist erkennen”15.

Sea lo que fuere, Schuon dedicó un pasaje importante de


Perspectivas espirituales y hechos humanos a Ramana Maharshi:
“En Shrî Râmana Maharshi encontramos la India antigua y
eterna. La verdad vedántica –la de las Upanishads- está reducida a su
expresión más simple, pero sin traición alguna: es la simplicidad
inherente a lo Real, no la simplificación artificial y completamente
exterior que proviene de la ignorancia.
La función espiritual del ‘acto de presencia’ encontró en el
Maharshi su expresión más rigurosa. Shrî Râmana era como la
encarnación, en el fin de los tiempos y frente al activismo moderno, de
lo que la India tiene de primordial y de incorruptible. Manifestó la
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nobleza del ‘no actuar’ contemplativo frente a una moral de la agitación


utilitaria; y mostró la implacable belleza de la verdad pura frente a las
pasiones, las debilidades y las traiciones.
La gran pregunta ‘¿Quién soy?’ aparece en él como la expresión
concreta de una realidad ‘vivida’, si puede decirse así, y esta
autenticidad da a cada palabra del Maharshi un perfume de inimitable
frescor, el de la verdad que se encarna sin rodeos.
Todo el Vedânta está contenido en la pregunta de Shrî Râmana:
‘¿Quién soy?’. La respuesta es lo Inexpresable”16.
*
Por lo que respecta al propio Frithjof Schuon, el método espiritual
que enseñó está lejos de ignorar la cuestión de la afiliación tradicional
puesto que, para él, el sine qua non para recibir una guía espiritual era
el compromiso de practicar con sinceridad y discernimiento una religión
ortodoxa. Entre los que vivieron de su enseñanza encontramos
musulmanes, cristianos (católicos, ortodoxos y protestantes
tradicionales), judíos, budistas y miembros de la religión de la Danza del
Sol y del Calumet sagrado.
Aquellos cuyo destino fue tener la ocasión de poder conocer a
este hombre extraordinario17 -un hombre que fue considerado por
muchos como la encarnación por excelencia del “hombre tradicional” y
del sabio, tal como lo han visto todas las civilizaciones que han
informado la vida humana desde hace milenios- salían invariablemente
de su conversación con él como si caminaran sobre las nubes, aunque
la mayoría de las veces el contenido de lo que recibían en esa
conversación sólo pudieran asimilarlo tras semanas e incluso meses de
reflexión.
Discernimiento implacable, infinita nobleza, sincera cortesía,
sensatez sin fallos: éstas son las expresiones utilizadas invariablemente
por los que tuvieron el privilegio de mantener estos encuentros. A cada
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pregunta que se le hacía –ya se tratara de filosofía, de religión, de


mística, de estética, e incluso de la vida contemporánea o de un
problema personal-, aunque fuese de lo más simple, le concedía una
atención sostenida y una respuesta brillante. Evidentemente, no podía
sufrir a los pedantes ni a los presuntuosos, y tampoco las preguntas
estúpidas. La extraordinaria discriminación de Schuon era como una
espada mágica, como la de Sire Galaad, el invencible guerrero de la
Tabla Redonda, que, de la manera más eficaz y más espontánea,
cortaba el nudo gordiano de nuestras ilusiones. Uno llegaba a su
domicilio como un pobre huérfano, y salía de él como si volara por los
aires. Una profunda gratitud era el sentimiento dominante en todos los
que fueron marcados por la inteligencia y el amor de Schuon, y es con
la expresión de este sentimiento como quisiera concluir esta incompleta
apreciación de un sabio que muchos consideran el más grande de
nuestra época.
Con la muerte de Frithjof Schuon el siglo XX quedó privado, en
su crepúsculo, de su inteligencia más penetrante y más inspirada:
filósofo, pintor y poeta cuya lucidez, con la verdad y la belleza
permanente de la Sophia Perennis, hizo frente a nuestro tiempo,
obsesionado con banales trivialidades. Con sus escritos nos enseñó, a
sus lectores, a pensar con objetividad, a ver las causas de las cosas en
sus efectos lejanos y a prever los efectos lejanos en las causas
presentes. El hombre nos ha dejado, pero sus libros, sus poesías y sus
pinturas permanecen. Paradójicamente, su mensaje resulta cada vez
más pertinente a medida que pasa el tiempo, como para confirmar su
unidad, precisamente, con la filosofía perenne, que él encarnó tan
vigorosamente. Su mensaje se encuentra así a disposición de todos los
que, sean de Oriente o de Occidente, están en busca de la causa
profunda de las cosas, están animados de un verdadero deseo de
descubrir el “porqué” del mundo y de los hombres y están en busca de
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certeza y serenidad, los únicos fundamentos de la paz del espíritu que


tanto falta en el mundo actual, hecho de agitación y de angustia.

[NOTAS]
1. En el mundo cristiano se podría considerar que Schuon se
sitúa en la línea de los gnósticos (pero no en el sentido herético y
sectario de la palabra), tales como San Juan Evangelista, San
Clemente de Alejandría, Angelus Silesius y el Maestro Eckhart. En el
Islam, pertenece al linaje de Rumî y del Shaykh al-‘Alawî.
2. El Padre Pío es el único sacerdote estigmatizado de la historia
de la Iglesia católica (San Francisco también llevó los estigmas de
Cristo, pero no era sacerdote). Es interesante observar que el Padre
Pío fue de la misma generación que Guénon y que su rostro revela un
marcado parecido con el de Schuon.
3. Schuon apreciaba a Santa Teresa de Lisieux a causa de su
total confianza en Dios, su profunda humildad, su “sensatez” espiritual y
su vía, que consistía en ofrecerlo todo a Dios, placeres y penas.
4. Hay que suponer que la razón por la que fue atacado
recientemente está precisamente ligada al hecho de que fuera el último
representante del Papado tradicional, y por eso mismo el blanco
privilegiado de los enemigos de la Iglesia tradicional.
5. Podemos citar los dirigentes populistas Getulio Vargas en
Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina, e incluso hasta cierto punto
Franklin Delano Roosevelt en los Estados Unidos, que estuvo en
desacuerdo, hasta 1942, con las peticiones de Pío XII a favor de que se
acogiera a un mayor número de refugiados judíos procedentes de
Europa.
6. Añadamos a este respecto lo siguiente. En 1937, dos años
antes de convertirse en papa, cuando era secretario de estado del
Vaticano, colaboró con el papa Pío XI en la redacción de la encíclica Mit
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Brennender Sorge, que condena vigorosamente la ideología racista


nazi. Y cuando algunos críticos alegan que la encíclica no era bastante
fuerte, hay que recordar que hasta casi el final de la guerra las propias
organizaciones judías no fueron plenamente conscientes del hecho de
que las persecuciones nazis perseguían el exterminio integral del
pueblo judío. Además, en lo que respecta a Pío XII, a veces tuvo
necesidad de moderar su voz o de mantener un prudente silencio para
no agravar peligrosa o cruelmente la situación. De modo muy revelador,
las principales fuentes de estos ataques –por supuesto disfrazados- son
los modernistas y los revolucionarios que tomaron el control del
Vaticano en tiempos de Juan XXIII, de Pablo VI y del Concilio Vaticano
II, el cual llevó a cabo el establecimiento de una nueva religión, la
religión del Hombre y del Mundo, en total oposición a la antigua religión
perenne de Dios y la Eternidad. A pesar de que algunos lo designan
como un “conservador”, es desgraciadamente indiscutible que esta
toma de control por parte de los “revolucionarios” sigue manteniéndola
Juan Pablo II. En palabras del cardenal Suenens, el Vaticano II fue “la
Revolución francesa en la Iglesia”, y según el célebre teólogo –y
después cardenal- Yves Congar, fue como una “Revolución de Octubre
de 1917”. Estos dos “cardenales” fueron la encarnación de las
posiciones antitradicionales y antiespirituales de nuestro tiempo, y estos
representantes oficiales optaron por describir voluntariamente (¡y por
una vez correctamente!) los “cambios” ocurridos en la Iglesia de la
manera que acabamos de citar. A algunos de nuestros lectores les
interesará saber que Pío XII concedió un día una audiencia privada a
Titus Burckhardt en su residencia de Castelgandolfo, conversación
durante la cual hablaron de arte sagrado y de la Edad Media. El Papa
debió ciertamente de apreciar la conversación y la presencia de un
representante eminente de la corriente espiritual de Guénon y Schuon –
al igual que Burckhardt apreció su conversación con el Papa-, pues las
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últimas palabras del Papa en la conversación fueron las siguientes: “Yo


le bendigo, y a sus colegas, a su familia y a sus amigos”. Este es
realmente un lazo maravilloso y bendito entre el catolicismo tradicional y
los representantes de la philosophia perennis.
7. El gesto consistente en juntar las manos para orar es un
mudrâ típicamente cristiano.
8. “Râhimahu ‘Llâh”, en Cahiers du Sud (agosto-septiembre de
1935), citado por Martin Lings, Un santo sufí del siglo XX, José J. de
Olañeta, Editor, 2001, pp. 112-113.
9. El Hinduismo, José J. de Olañeta, Editor, 2002, p. 90.
10. World is God, Anandashram, South India, p. 107 [vid. “Visita
a un Santo sufí”, en este mismo volumen].
11. José J. de Olañeta, Editor, 1992.
12. Conviene añadir aquí que Guénon y Schuon pertenecen al
mismo espíritu –aunque tengan funciones y estilos diferentes-, el de la
metafísica tradicional, la ortodoxia intrínseca y universal y la crítica
devastadora del mundo moderno, de su cultura, su arte y sus ciencias,
que rechazan por materialistas, relativistas, triviales y nocivas para el
hombre y su ambiente. Como hemos dicho más arriba, Guénon y
Schuon son los dos jefes de escuela de la corriente tradicionalista y
perennialista, y la diferencia que se menciona se refiere al hecho de
que el esoterista francés fue como la encarnación de la doctrina
intelectual o metafísica, mientras que Schuon fue un maestro de
intelectualidad y de espiritualidad a la vez. Guénon nunca deseó tener
discípulos. El propio Schuon lo explicó muy bien: “La obra de Guénon
es ‘teórica’ ya que no considera directamente la realización espiritual. El
papel de René Guénon fue el de enunciar unos principios más que el de
enseñar su aplicación”. Y añade: “Guénon fue como la personificación,
no de la espiritualidad como tal, sino de la certeza metafísica...”
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(“L’œuvre”, en Études Traditionnelles, número especial René Guénon,


París, julio-noviembre de 1951).
13. Independientemente de este aspecto, Guénon también puede
considerarse un fard.
14. Este aspecto fundamental del mensaje del Maharshi
converge perfectamente con la enseñanza de Schuon, ya que
constituye de hecho su finalidad. Se podría decir que este mensaje
corresponde a la sexta de las “estaciones de la sabiduría” descritas por
Schuon en el libro del mismo título: “(...) El Sujeto es el infinito Sí, y el
objeto es lo que lo vela, esto es, la consciencia limitada u objetivada. En
este último conocimiento, ya no hay discernimiento, no hay más que
Luz pura (...)” (Las estaciones de la sabiduría, José J. de Olañeta,
Editor, 2001, p. 162) [Nota del editor francés].
15. “Un sabio dijo: pregúntate: ‘¿quién soy?’/Pero esto no es una
vía espiritual. El sabio se refería a sí mismo,/describía su estado
espiritual, concedido por Dios;/Este estado no es el tuyo, sólo porque
pienses lo mismo./ No se puede vencer al mundo sin Dios./’Por sus
frutos conoceréis al Espíritu’”.
16. José J. de Olañeta, Editor, 2001, p. 162.
17. Esto puede percibirse en ese espejo de sí mismo que
constituyen las palabras que escribió sobre los sabios y santos de
diversas tradiciones que hemos reproducido aquí.

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