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Por eso no deberčan beber los pesos ligeros

Traducido por Sofía Belikov & Jasiel Alighieri


Corregido por Alexa Colton

—Vamos, vamos —dijo mi amiga, Tressa, tratando de sacarme de


la silla—. ¿De qué sirve hacer una lista de deseos si eres demasiado
cobarde para hacerlas?
—Cá llate —dije con la comisura de la boca mientras observaba
con aprensió n la situació n que tenía delante. Parecía una buena idea
sobre el papel, pero el hecho de comprometerme con ella me produjo
ná useas. Di un largo trago a mi cerveza, esperando que eso me ayudara
a calmar los nervios—. Dios, qué asco. —Hice una mueca mientras el
nauseabundo líquido pasaba por mi garganta—. No sé có mo la gente se
bebe esta mierda —me quejé , volviendo a dejar la botella contra la mesa
un poco má s fuerte de lo que debía.
—Te está s remoloneando, Ash. Ademá s, esta fue tu idea. Escoger
a cualquier desconocido e impresionarlo —bromeó Tressa—. Necesitas
aprovechar la oportunidad antes de que alguien má s lo haga, de otra
forma te quedará s sin nadie y tú ú nica opció n será el viejo Jones de allí
—añ adió , haciendo que nuestra amiga, Brittni, resoplara con fuerza.
—Ya basta —dije, dá ndole un codazo en el estó mago. Tressa tenía
un solo nivel de volumen: alto. Sus palabras viajaban de nuestra mesa
a muchos otros de los clientes habituales del ú nico bar de esta pequeñ a
ciudad. Joe’s era el ú nico club en Woodfalls, y el viernes era la ú nica
buena oportunidad de conocer a alguien si eras soltero y buscabas algo,
porque el sá bado era la noche del karaoke familiar.
—Ay, qué perra —espetó Tressa, frotá ndose el estó mago—. No es
como si el viejo cascarrabias pudiera escucharnos —agregó en voz alta,
mirando en su direcció n.
—Dios, cá llate, Tressa. Va a escucharte —dije, removié ndome en
mi asiento.
—Relá jate, reina del drama. Ni siquiera tiene puesto su audífono.
Mira —señ aló , lanzá ndome una traviesa mirada—. Oiga, señ or Jones,
tengo muchas ganas de darle una mamada —exclamó .
Se las arregló para conseguir la atenció n de al menos una docena
de tipos, incluyendo al señ or Jones, que se giró , estudiá ndonos con sus
ojitos negros brillantes. Sus cejas grises y tupidas se juntaron en una
ú nica ceja que parecía una oruga gigante en su frente.
Brittni volvió a resoplar mientras se estremecía de risa. Me retorcí
incó moda en el duro banco de madera, luchando contra el impulso de
señ alar a Tressa como si estuvié ramos en el jardín de infancia y nos
hubieran pillado lanzando bolas ensalivadas o algo así.
Tressa le devolvió la mirada, sonriendo socarronamente hasta
que el señ or Jones se volteó .
—Jesú s, chica, tienes suerte de que no aceptara tu oferta —dije,
reprimiendo mi propia risa.
—Oye, nunca sabes qué lleva dentro de esos overoles sucios y
viejos. —Tressa me guiñ ó un ojo.
—Qué asco —chillé .
Se encogió de hombros, despreocupada. No podía evitar admirar
su confianza en sí misma. No le preocupaba lo que la gente pensara de
ella. Decía cosas inapropiadas en voz alta, pero tambié n eran bastante
graciosas, incluso a pesar de que su novio intentaba mantenerla a raya.
Llevá bamos cuatro meses siendo amigas, pero ya me había encariñ ado
bastante con ella en ese corto período de tiempo. Tanto ella como
Brittni me recibieron en su círculo de amistades sin pensá rselo dos
veces. Se comportaban como si yo perteneciera a ese lugar. No porque
sintieran pena o lá stima como todos los demá s durante tantos añ os,
sino porque parecían quererme genuinamente. Brittni no era tan
extravagante o inapropiada como Tressa, pero tenía un sentido del
humor perverso y seco que mantenía a la gente en vilo. Y luego estaba
yo. No sabía muy bien que aportaba al grupo, pero por eso me
encontraba aquí. En algú n momento de los ú ltimos cinco añ os, había
olvidado quié n era realmente.
—Bien, ya es hora de dejar de dar rodeos. Levá ntate y ve a hablar
con ese moreno alto, que puede tener mis bragas cualquier día —exigió
Tressa, mirando al desconocido que estuvimos observando durante los
ú ltimos quince minutos.
—Tal vez debería hacer otra cosa de la lista —sugerí, sacando el
pedazo de papel arrugado y pú rpura de mi bolsa mientras intentaba
con desesperació n ignorar las mariposas que repentinamente decidieron
alojarse en mi estó mago. Alisé las arrugas a la vez que contemplaba los
elementos garabateados en el papel.
—Está s bromeando, ¿cierto? Este pueblo tiene una població n de,
como, menos diez, y é l es el tipo má s guapo que ha entrado aquí en una
eternidad. ¿Cuá ndo vas a tener la oportunidad de tener una noche de
sexo salvaje y caliente con un extrañ o como ese otra vez?
—A eso mismo me refiero. ¿No te parece un poco extrañ o que no
lo conozcamos? Este pueblo está bastante apartado. Puede que sea un
asesino. ¿Có mo sabes que no pondrá mi cabeza en un refrigerador o
algo parecido?
—Cariñ o, despué s de una noche con é l, querrá s un refrigerador
solo para enfriarte —alegó Tressa, mirá ndolo con abierta admiració n—.
Ademá s, si no vas tú , voy a reclamarlo yo —añ adió , acomodá ndose la
camisa para que la cima de sus pechos proporcionados se asomara por
encima de la pequeñ a camisola que llevaba debajo.
—Entonces, ¿no te importa el hecho de que no lo conozcas y que
posiblemente pueda despedazar tu cuerpo en millones de pedazos? Sin
mencionar lo que Jackson diría si se enterara —dije, recordá ndole a su
novio.
—Guau, en serio cá lmate, Ash. Solo trata de motivarte. Aparte, tú
tambié n fuiste una extrañ a al principio, y no mostraste tu verdadera
locura por un par de días —bromeó Brittni—. Ahora ve allí y ten sexo
con ese posible asesino.
—Ustedes dos está n locas —solté , bebiendo de golpe lo ú ltimo de
la cerveza que sabía a pipí de elefante, o al menos a lo que yo suponía
que sabía el pipí de elefante—. Bien, desé enme suerte —añ adí, saliendo
por fin de la cabina—. Si me despedaza, ninguna de ustedes se quedará
con esas botas mías que tanto les gustan —amenacé . Me dirigí a la
barra donde se encontraba el objeto de nuestro interé s. Teniendo en
cuenta mis piernas temblorosas, no era precisamente tan sutil como un
gato merodeando en la selva. Tressa tenía razó n. Hallar al candidato
perfecto para algo de una noche era casi imposible en un pueblo del
tamañ o de Woodfalls. Los extrañ os eran pocos. Sumá ndole el hecho de
que era hermoso, y su repentina aparició n era como un regalo de Dios.
No es que lucir bien fuera un requisito previo. Lo ú nico que pedía era
que no supiera nada de mi pasado. Quería una noche donde alguien me
quisiera a mí, no porque sintiera pena por mí.
—Hola, Joe, quiero un chupito —pedí, sentá ndome en el taburete
junto al tipo alto y oscuro.
—Claro, Ashton. ¿Có mo estuvo tu cerveza? —me preguntó Joe,
secando un vasito para chupitos con una toalla de algodó n que tenía
metida en su delantal.
—Sabía a orina —confesé .
Joe lanzó la cabeza hacia atrá s mientras soltaba una carcajada
ruidosa. —Bebes un montó n de orina, ¿no? —preguntó .
Abrí la boca para responderle con sarcasmo cuando el objeto de
mi fascinació n soltó una carcajada. Aprovechando mi oportunidad, me
bebí el bourbon que Joe había puesto frente a mí y me giré para mirar
al extrañ o junto a mí. El licor quemó mi garganta, dejando un ardiente
sendero hasta mi estó mago, pero fue eclipsado por el calor líquido que
me recorrió cuando mis ojos finalmente encontraron los suyos.
—¿Puedo invitarte otro? —preguntó suavemente en una voz
como de DJ que escuchabas en una solitaria noche de sá bado,
animando a los oyentes a llamar con sus canciones de amor favoritas.
—Claro. —Miré el vaso vacío mientras mi cuerpo respondía a su
voz má s sexy que el pecado. Me encantaban las voces profundas, o con
acentos, sobre todo britá nicos o australianos. Aunque ninguno podría
compararse a su voz rica y profunda, que parecía vibrar a travé s de mí.
Me di cuenta al instante que tenía un artículo menos que tachar de mi
lista de deseos. Tener una conversació n íntima con alguien con una voz
como la suya debería haber estado al principio de mi lista.
—¿Está s bien? —me preguntó , desconcertado mientras Joe ponía
otro chupito delante de mí. Iba a responder su pregunta, pateá ndome
mentalmente cuando me di cuenta de que estuve mirá ndolo fijamente
como si fuera un gran vaso de agua en un caluroso día de verano. De
hecho, estaba noventa y nueve punto nueve por ciento segura de que
me lamí los labios con anticipació n.
—Por supuesto. ¿Y tú ? —curioseé , tratando de sonar seductora,
algo que no salió muy bien—. Gracias por la bebida —añ adí, bebiendo
de la confianza que traía el trago en un intento de calmar mis nervios
exhaustos.
Su expresió n perpleja cambió al instante a una divertida mientras
notaba mis ojos hú medos como resultado de lo rá pido que me bebí el
chupito de whisky. —¿Otro? —preguntó mientras arqueaba las cejas.
—¿Por qué no? —respondí, aunque la habitació n ya giraba un
poco. Podía contar con una sola mano las veces que había bebido en mi
juventud. Todas se centraban en el momento en que mi vida se desvió
drá sticamente de su curso. Me comporté como una salvaje durante un
par de semanas hasta que me di cuenta que ahogar mis penas en el
alcohol solo me ponía enferma y, de todos modos, no solucionaba nada.
Despué s de eso, beber no era una opció n viable. Ni que decir tiene que
mi paso por la secundaria y la universidad fue bastante mediocre.
El tipo alto y oscuro de ensueñ o se rió suavemente junto a mí en
tanto le pedía a Joe otra ronda. Alzando su propio vaso, esperó hasta
que levanté el mío, y luego me guiñ ó un ojo antes de hacer un brindis.
—Maldita sea —jadeé . Tenía debilidad por los guiñ os. Algo en ello
hacía que mi estó mago se apretara en anticipació n y mi respiració n se
acelerara. Por no mencionar que tener al Señ or Sexualidad detrá s del
guiñ o hacía que otras á reas tambié n se tensaran, a la vez que otra zona
empezaba a palpitar. Tardé un instante en distinguir las palpitaciones
como deseo. Mi ú nico encuentro sexual había sido hace cuatro añ os,
luego del baile de graduació n, y no duró lo suficiente como para pasar a
la categoría de deseo. Fue el medio para un fin. Había querido sentirme
normal solo por una noche, y para el final del baile, coaccioné a Shawn
Johnson para terminar con mi estatus de virgen de una vez por todas.
Al principio se resistió a la idea, pero mis constantes coqueteos y mis
comentarios susurrados le confundieron lo suficiente como para ceder.
El acto duró menos de dos minutos y dolió mucho, pero al final me
alegré de haberlo hecho.
Por lo que fue iró nico que un guiñ o del Señ or Voz hiciera que me
cruzara de piernas en un intento de sofocar el dolor que lentamente
comenzaba a irradiar de entre mis piernas. Se las había arreglado para
excitarme má s en tres minutos de flirteo que Shawn con toda una tarde
de baile lento y besos duros y descuidados.
Me sacó de mis pensamientos una risa baja. Mierda, otra vez no,
pensé , palideciendo por dentro. Me atrapó mirá ndolo boquiabierta
como una adolescente enamorada otra vez. Bueno, contrólate, me
recordé a mí misma. Concéntrate en por qué estás aquí. Agradecí el
cá lido zumbido de otro chupito y la inusual confianza que lo
acompañ aba. Lamiendo la ú ltima gota de líquido á mbar de mi labio
inferior, miré con satisfacció n có mo sus ojos se posaban en mis labios.
Podía hacerlo.
—Sabes, si sigues guiñ á ndole así a las chicas, una de ellas va a
tomarlo como una invitació n —dije.
—Cariñ o, solo les guiñ o a las chicas en las que estoy interesado
—respondió suavemente, llevando el vaso a sus labios.
El deseo que había intentado controlar en vano se desplegó en mi
interior, haciendo que mis pezones se endurecieran bajo el sujetador de
encaje negro que tuve la extrañ a previsió n de ponerme esa noche. El
leve dolor entre mis piernas se transformó en una palpitació n constante
que ni siquiera mis piernas cruzadas podían aliviar.
—¿En serio? —pregunté , arqueando una ceja en lo que esperaba
fuera un gesto sensual.
—Es un hecho, cariñ o —susurró cerca de mi oído.
Cerré la boca para no avergonzarme al gemir mientras su cá lido
aliento movía el vello en la parte baja de mi cuello. Resistí la urgencia
de alejar mi cabello largo y oscuro para darle mejor acceso.
—Eres bastante engreído —dije cuando le hizo señ as a Joe para
otra ronda. La cabeza ya me daba vueltas, pero pensé que otro no podía
hacer dañ o.
—Engreído no, cariñ o, es confianza —respondió con voz ronca,
alcanzando nuestras bebidas con una mano cundo Joe las sirvió .
Me acerqué a é l para quitarle el vaso, pero antes de que pudiera
retirar mi mano con la bebida, enlazó mi meñ ique con el suyo. Mirando
nuestras manos ahora enlazadas, observé como levantaba lentamente
mi mano hacia su boca. Agarré el vaso con fuerza mientras é l rozaba
sus labios por mis nudillos antes de soltar mi mano.
De repente, la bebida me pareció diez veces má s pesada con la
sú bita ausencia de su mano. Me esforcé por mantener el vaso erguido
en mi mano temblorosa mientras lo llevaba a mis labios. Tragando el
contenido, puse el vaso en la mesa y vi sus facciones un poco borrosas.
—¿Está s bien? —preguntó mientras me balanceaba ligeramente
en mi taburete.
—Por supuesto. Hago esto todo el tiempo —mentí.
—Estoy seguro —se burló , señ alá ndole suavemente a Joe para
otra ronda.
—Puedes apost… —Mi ré plica se vio interrumpida cuando sonó
mi celular en mi bolso—. Tengo que usar el bañ o de mujeres. —Suspiré ,
yendo con paso inseguro cuando el suelo se inclinó ligeramente debajo
de mí—. Enseguida vuelvo.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó , alzando la ceja.
—Um, estoy bastante segura de que sé có mo hacer pis yo sola —
respondí, sintié ndome nerviosa.
É l se rió entre dientes. —Quise decir para llegar al bañ o. Parecía
que estabas un poco inestable allí.
—Estoy bien —aclaré antes de alejarme. Necesité toda mi fuerza
de voluntad para mantener el paso firme mientras me dirigía al bañ o
por los suelos de madera desgastados. Tressa y Brittni se encontraban
apoyadas en el mostrador del bañ o esperá ndome cuando entré . Todo
formaba parte del plan. Estaban aquí para la actualizació n.
—Y, ¿es un asesino en serie? —preguntó Brittni mientras yo me
dirigía a uno de los retretes.
—Esperen, tengo que hacer pis.
—Parece que le gustas —añ adió , abriendo el grifo para que yo
pudiera orinar en paz.
—Por supuesto que le gusta. Ella está buenísima —interrumpió
Tressa—. Apuesto a que ya está sufriendo de un caso de bolas azules —
agregó riendo mientras oía el golpe.
—¿Siempre tienes que ser tan grosera? —le preguntó Brittni con
asco mientras tiraba de la cadena y abría la puerta del excusado.
—É l no es el ú nico —murmuré , llenando la palma de mi mano
con jabó n antes de meterlas bajo el grifo que seguía abierto.
—Oh, ¿las cosas está n un poco hú medas abajo?
—Oh, Dios mío, Tressa, ¿en serio? —espetó Brittni, dá ndole otro
golpe.
—Esa es una forma de decirlo. Pongá moslo de esta manera, é l se
deslizaría con mucha facilidad, si sabes lo que quiero decir. —Me reí,
apoyando las manos en el mostrador cuando el suelo debajo de mí
seguía balanceá ndose.
—¿Está s bien, listilla? —preguntó Brittni, mirá ndome en serio por
primera vez desde que había entrado en el bañ o.
—Bien —contesté , apartando los ojos del lento balanceo del suelo.
—Ella está animada —cantó Tressa observando mis ojos vidriosos
y las mejillas sonrojadas.
—Claro que sí. —Reí a carcajadas, no del todo segura de por qué
me resultaba tan gracioso.
—¿Segura que está s lista para esto, peso ligero? —me preguntó
Brittni, poniendo sus manos sobre mis hombros para poder estudiarme
críticamente.
—Estoy bien, mamá —bromeé —. Decidí tomar la ruta de coraje
líquido.
—Entonces, ¿vas a seguir adelante? —preguntó ella, con cara de
preocupació n.
—Obvio, ese era el plan —reprendió Tressa.
—Lo sé , pero pensé que se acobardaría —replicó Brittni como si
no estuviera ahí.
—Oigan, estoy delante de ustedes —le dije, agitando las manos
con exuberancia como si estuviera tratando de aterrizar un avió n o algo
por el estilo—. Ademá s, tengo que hacerlo, está en mi lista —señ alé .
—Claro, tu lista. Sigo pensando que es ridículo que alguien de
nuestra edad tenga una lista de deseos.
—Se los dije un milló n de veces. Es para un estudio que estoy
haciendo para el programa de maestría en el que espero entrar —mentí,
sonrié ndole alegremente—. Es un estudio sobre vivir la vida al má ximo
en un límite de tiempo.
—Ya lo has dicho cien veces. Solo creo que un estudio sobre los
hombres que tienen los mejores pectorales o los ojos má s soñ adores
habría sido má s productivo.
—Eso es tan cliché y exagerado. Tener unos buenos abdominales
suele traducirse en “imbé cil engreído” —contesté , dispersando el brillo
de labios que me pasó Tressa—. Gracias —le dije, entregá ndoselo. Traté
de no centrarme en la ironía de que mis nuevas amigas no tuvieran
reparos en compartir su maquillaje conmigo. En casa, la mayoría de la
gente se negaba a tocar cualquier cosa que yo hubiera tocado. Eran
todos unos imbé ciles. Lo que yo tenía no era contagioso.
—Será mejor que vuelvas allí antes de que Señ or Bolas Azules
crea que lo dejaste —irrumpió Tressa, dá ndome en la espalda un ligero
empujó n hacia la puerta del bañ o—. Má ndanos un mensaje si resulta
ser un imbé cil.
—Y asegú rate de que se ponga un condó n —chilló Brittni.
Rié ndome de su consejo, me di la vuelta antes de salir del cuarto
de bañ o y tiré mis brazos impulsivamente alrededor de sus cuellos.
—Las quiero, chicas —dije, golpeando sus cabezas juntas.
—Vale, nosotras tambié n te queremos —se quejó Brittni, tratando
de quitar mis brazos.
—Sí, está borracha —comentó Tressa, frotá ndose la cabeza donde
había chocado con la de Brittni.
—Tal vez deberíamos quedarnos para asegurarnos de que no se
avergü ence —reflexionó Brittni.
—De ninguna manera, lo prometieron —les recordé —. Si hago
esto, voy a hacerlo sin una red de seguridad.
—Bien, pero má s vale que tu culo escuá lido nos envíe un mensaje
de texto mañ ana a primera hora, o enviaremos a las fuerzas armadas
para acabar con el Señ or Sexualidad —advirtió Brittni, dá ndome un
fuerte abrazo rá pido.
—No te preocupes, Brit, parece bastante inofensivo. Ademá s, yo
he tomado por lo menos veinte fotos en mi telé fono. Vamos a clavarle el
culo a ese hijo de puta en la pared si le hace dañ o —dijo Tressa detrá s
de mí mientras yo abría la puerta del bañ o.
—No se preocupen, mi cabeza va a lucir hermosa en las sá banas
—lancé por encima de mi hombro mientras me deslizaba por el lugar
hacia el bar—. Hola, forastero —dije, deslizá ndome audazmente en mi
taburete.
—Vaya —dijo el Señ or Atractivo cuando mi culo se equivocó al
sentarse en el centro del asiento y se tambaleó en el borde, haciendo
que las patas del taburete se tambalearan. Atractivo se acercó y me
agarró del brazo para estabilizarme.
—Está s caliente.
—Vaya, gracias —dijo riendo entre dientes.
—Quiero decir que tus manos está n calientes... no, quiero decir
que tu tacto está caliente... mierda. No importa —mascullé , mientras se
reía junto a mí.
—No es la primera vez que me llaman caliente, cariñ o.
—La vanidad no es una virtud —señ alé , recogiendo el vaso de
chupito que se había llenado má gicamente en mi ausencia—. Entonces,
¿qué hace el señ or Sé que estoy Caliente? —pregunté , dá ndome cuenta
de que en todo nuestro coqueteo olvidamos intercambiar nombres.
—Nathan —respondió , tendié ndome la mano para estrechá rsela.
—Ashton —le repetí mientras su mano envolvía la mía. Su toque
era seguro y sensual al mismo tiempo, haciendo que mi pobre mano se
sintiera despojada una vez que la soltó .
—Soy periodista independiente.
—¿Periodista independiente? ¿Qué implica eso? —le pregunté
intrigada.
—Muchos viajes y un don para poder desenterrar la verdad. He
tenido la suerte de poder elegir mis asignaciones —respondió , girando
en su taburete para mirarme. Sus rodillas chocaron con las mías, lo
que mi cuerpo percibió con agudeza cuando las piernas se acomodaron,
tocá ndose íntimamente—. De hecho, me dirijo a mi pró xima asignació n.
¿Y tú ?
—En este momento, estoy trabajando en el Smith's General Store,
en la esquina de Main y Stetson —respondí a la defensiva, esperando
sus juicios. No me molesté en mencionar la tinta apenas seca de mi
licenciatura en psicología humana, ni tampoco el hecho de que hasta
hace cuatro meses había estado planeando mis prá cticas en el hospital
local de mi ciudad. Eran datos necesarios que é l no necesitaba conocer.
—Creo que conocí a la propietaria cuando llegué . Fran, ¿verdad?
Ella es todo un personaje —contestó cá lidamente, sorprendié ndome.
—Sí, lo es. No dejes que su edad te engañ e. Es má s lista que la
gente de una cuarta parte de su edad. Esa tienda lleva en su familia
má s de cien añ os. Cada generació n ha pasado a la siguiente. Debería
haberla traspasado hace unos quince añ os, pero afirma que el infierno
se congelará antes de permitir que su “lloró n, inú til y vago sobrino la
lleve a la ruina”. Dice que se quedará hasta que exhale su ú ltimo aliento
o hasta que su sobrino decida ser un hombre. Pero no va a aguantar la
respiració n en esto ú ltimo... —Me puse a divagar. Obviamente, los
mú ltiples tragos habían convertido mi lengua en un lío que no paraba
de parlotear.
—Eso parece propio de la persona que conocí —comentó , riendo
suavemente—. Por lo tanto, ¿has vivido aquí toda tu vida? —preguntó a
la vez que Joe colocaba otra ronda frente a nosotros.
Pasando mi dedo por la pequeñ a base del vaso de chupito, sopesé
su pregunta, contemplando có mo quería responder. —No. Me mudé
aquí hace cuatro meses despué s de la muerte de mi padre —le mentí,
dá ndole la respuesta está ndar que le había dado a todos los demá s
cuando me mudé a la ciudad.
—¿En serio? —preguntó , estudiá ndome críticamente.
Me sorprendió un poco su respuesta. En otras ocasiones, cuando
se me escapó la mentira, solo me recibieron con simpatía. Siempre
sentía una punzada de culpabilidad por ello, pero sabía que al final era
necesario. —Fue muy repentino —respondí a la defensiva.
—Lamento tu pé rdida —contestó , ofreciendo por fin las palabras
que me había acostumbrado a escuchar.
—Gracias —le dije, sin saber si su simpatía era genuina. Tal vez
realmente era un psicó pata que viajaba por pueblitos coleccionando
cabezas y guardá ndolas en su maletero. Me tomé todo el contenido de
mi copa una vez má s. Mi cerebro se tambaleaba al borde de seguir
concentrado en los pectorales notablemente duros como una roca que
había debajo de su camisa y ahogarse en la fiesta del licor que fluía por
mi torrente sanguíneo. Mi lengua se entumeció mientras el zumbido en
mi cabeza se intensificaba, hacié ndome desear poder apoyarla en la
barra. Contemplé la posibilidad de subirme a la barra para tumbarme,
pero incluso eso me pareció demasiado trabajo. En su lugar, intenté
concentrarme en mi ú ltimo pensamiento coherente, sabiendo que tenía
algo que ver con mi cabeza.
—¿Vas a poner tu baú l en mi cabeza? —indagué , pudiendo hacer
funcionar mi lengua.
—¿Perdó n? —inquirió divertido.
—Espera. Quise decir, ¿vas a poner tu baú l en mí? —pregunté ,
aunque todavía parecía un poco fuera de lugar.
—¿Así es como lo llaman ahora los niñ os? —preguntó con abierta
diversió n.
—Espera. ¿Qué dije? —susurré , moviendo la cabeza en un dé bil
intento de despejarla.
—Bueno, cariñ o, me preguntaste si iba a meter mi baú l en ti. ¿Es
eso una invitació n?
—Bueno, mierda. Quería decir si vas a meter mi cabeza en tu
baú l —reformulé lentamente, asegurá ndome de que la colocació n de las
palabras era correcta.

—¿Solo la cabeza?
—A no ser que te quedes con todo el cuerpo, pero ¿no se te
llenará el maletero si te quedas con todo el cuerpo? —razoné , contenta
por haber podido formar una pregunta coherente aunque estuviera
relacionada con mi decapitació n.
—Soy má s bien un tipo de pechos —dijo, sonriendo.
La risa brotó de mí. —Por lo tanto, ¿tu baú l está lleno de bubis?
—le pregunté , rié ndome incontroladamente.
—¿Bubis? —resopló —. Hace como veinte añ os que no oigo esa
palabra.
—¿Veinte añ os? ¿Qué edad tienes? —le pregunté , riendo de nuevo
ante la idea de que mi aventura de una noche fuera con un hombre
mayor.
—Veintinueve. ¿Y tú ?
—¿Veintinueve? Eso no es viejo.
—¿Quié n dijo que soy viejo?
—¿No lo has dicho tú ? —le pregunté confundida sobre por qué
había pensado que era viejo.
—Solo he dicho que hace veinte añ os que no oigo que llamarlas
“bubis”. En realidad son má s bien diecisé is añ os para ser exactos.
—Por lo tanto, ¿“bubis” es una palabra para niñ os de trece añ os?
—Volví a reírme, sin sorprenderme en absoluto. Hacía añ os que era
conocida por partirme de risa con la elecció n de palabras. Era oficial.
Tenía la mente de un niñ o de trece añ os.
Luego de eso, la conversació n se tornó confusa mientras Nathan
pedía má s bebidas. Perdí la noció n de lo que decía mi mente de trece
añ os, pero estaba bastante segura de que le había pedido a Nathan que
me pusiera su baú l otra vez, que era lo que pretendía antes de que el
alcohol lo estropeara.
La cabeza grande contra la cabeza pequeña
Traducido por
CrisCras
Corregido por
Key

No pude evitar contemplar mis acciones de esa noche mientras


llevaba su cuerpo inmó vil hacia la pequeñ a cabañ a en el bosque. Si me
cayera un rayo en ese momento, podría ver có mo estaba justificado. En
el momento en que entré en el bar, parecía ignorar todas las reglas que
había establecido. Mis reglas eran tan simples que un maldito niñ o de
dos añ os podría seguirlas. Encontrar a mi objetivo, evaluar la situació n,
contactar con las partes implicadas… Nunca me desviaba de esta rutina
por una razó n. Tenía un trabajo que hacer. Un trabajo en el que era
bueno. Un trabajo libre de compromisos personales. Era una rutina que
me convenía. Por supuesto, la morena delicada que tenía en mis brazos
lo contradecía todo.
La moví un poco en mis brazos, reprimiendo una sonrisa a la vez
que ella dejaba escapar un ronquido fuerte mientras su cabeza rodaba
hacia atrá s sobre mi brazo. La acerqué a mi pecho de forma má s segura
en tanto la llevaba por la ú nica puerta de entrada hasta el interior de la
cabañ a. No quería admitirme cuá nto tiempo había invertido esa noche
en pensar có mo se sentiría ella presionada contra mí. Claro, llevarla así
no era el tipo de presió n que tenía en mente. Su delicada complexió n
hacía que fuera fá cil cargar con su peso, y ella tenía un cuerpo firme,
pude sentirlo incluso a travé s de la ropa. Sería jodidamente embarazoso
si se despertara en ese momento y viera la erecció n que tenía solo por
sostenerla. Incapaz de resistirme, inhalé su perfume embriagador una
ú ltima vez antes de colocarla delicadamente en la cama. Por un breve
momento de locura, consideré la posibilidad de arrastrarme a la cama
junto a ella. Hacía añ os que no sentía el impulso de quedarme en la
cama con una mujer durante má s tiempo del necesario para tener sexo
con ella. No podía llamarlo “hacer el amor” ya que nunca era tan íntimo
para ello. Demonios, ni siquiera era “follar”, ya que incluso eso requería
emoció n. Era solo sexo. Nada má s que dos cuerpos que se unen para
rascarse un picor.
Me aparté de la cama y salí de la habitació n antes de que pudiera
sucumbir al impulso. Ella era una tarea, no un medio para rascarse un
picor. Ademá s, era una idiotez mezclar negocios y placer, y un umbral
que nunca crucé . Era hora de que me marchara, de cualquier modo. Me
pondría en contacto con mi objetivo, y para mañ ana mi trabajo estaría
hecho. Sin embargo, en vez de dirigirme a la puerta principal, caminé
hacia el otro lado de la habitació n, en donde había una pequeñ a cocina.
No estoy seguro de por qué me tomé la molestia, pero llené un vaso de
agua y bajé el frasco de aspirinas de la parte superior de la nevera, en
donde se encontraba intercalado entre una bolsa de preparado de mini
donuts y una pila de revistas. Me concentré en mantenerme profesional
al volver a la habitació n, en donde la tentadora mujer de espíritu fuerte
seguía roncando. Ayudarla a superar su resaca haría mi trabajo má s
fá cil por la mañ ana. Ayudaría a agilizar el trabajo. Bajando la vista a su
cuerpo inconsciente, decidí que tambié n podría ponerla tan có moda
como era posible, así que dejé el agua y la aspirina sobre la mesilla de
noche y me puse a trabajar quitá ndole los pantalones vaqueros y la
camisa. No eres un pervertido, seguí dicié ndome. Solo tratas de ponerla
más cómoda. Por supuesto, habría que decirle eso a la otra parte en
particular de mi cuerpo que respondía a su piel suave y cremosa, y a
sus curvas brutales. Con una ú ltima mirada renuente y una disculpa a
mis chicos dolorosamente palpitantes, tiré del edredó n sobre ella y salí
de la habitació n.
Cerré la puerta de la cabañ a tras de mí y me dirigí con resolució n
hacia mi fiel Range Rover antes de que pudiera cambiar de opinió n y me
metiera entre las sá banas frescas con ella.
El viaje de regreso a mi hotel fue corto dado el tamañ o de la
ciudad. Dos señ ales de stop despué s de salir del camino de tierra que
conducía a la pequeñ a pero encantadora cabañ a de Ashton, entré en el
aparcamiento del ú nico hotel de la ciudad. En realidad era má s bien un
motel, pero supongo que creyeron que poner el título “hotel” en el cartel
lo hacía má s legítimo. Mientras el cuarto estuviera limpio y el personal
no se metiera en mis cosas, se ajustaba a mis propó sitos. Lo ú ltimo que
necesitaba era que alguna sirvienta entrometida revisara mis papeles y
averiguara por qué estaba realmente en la ciudad.
El hotel se hallaba tranquilo como un cementerio cuando salí del
Range Rover y lo cerré detrá s de mí. La hora tardía, combinada con el
silencio a mi alrededor, le concedía un aura de pueblo fantasma. Se
sentía extrañ o estar aquí afuera en medio de la nada. Desde que llegué
aquí me había estado preguntando por qué una chica rica como Ashton
eligió esta ciudad para esconderse. Habría esperado que le atrajeran las
luces deslumbrantes de Nueva York o la atmó sfera de fiesta de Chicago,
pero en cambio ella había elegido Woodfalls. Había visto su tipo durante
añ os: ricas, que se aburrían fá cilmente, con grandes complejos de diva.
Woodfalls era demasiado tranquilo para alguien así.
Empujé la puerta del hotel con un pie para abrirla luego de meter
la llave en la cerradura, asegurá ndome de que el cartel de “No molestar”
permaneciera en la puerta. Una vez que encendí las luces, el rostro de
Ashton me recibió desde mú ltiples fotografías que colgaban en la pared.
Cada foto la representaba en un entorno y una pose diferentes, todo por
cortesía de mi cliente. Al estudiar las fotos de ella sonriendo, no pude
evitar notar que las imá genes no hacían justicia a sus ojos. No pudieron
capturar el mismo brillo que yo había presenciado má s temprano esa
noche. Solo recordar có mo me había sonreído con sus ojos brillantes
hizo que la deseara incluso má s.
Es ridículo, pensé , sacudiendo la cabeza con disgusto. Retrocedí
hasta el borde de la cama y me dejé caer en el colchó n hundido. ¿Qué
demonios estaba haciendo? Desear a un objetivo era inaceptable. Me
contrataron para hacer contacto, observar e informar a mi cliente. Eso
era todo. No fui contratado para olisquear su trasero como un perro en
celo; no importa lo atractivo que pudiera ser.
Caminando hacia el bañ o, me quité la ropa con irritació n y puse
la manivela de la ducha en su posició n má s fría, con la esperanza de
que una ducha fría esclareciera mi sistema. Cinco minutos má s tarde,
estaba de pie con una toalla alrededor de mi cintura, mirando al traidor
entre mis piernas. No es como si estuviera sexualmente privado. Algo
sobre Ashton simplemente me atraía. Bueno, no solo algo. Era todo. Era
ardiente.
Mi telé fono mó vil vibró sobre la mesilla de noche, sacando mi
mente del desagü e, del que parecía que no podía salir. Era un poco
tarde para esta llamada, pero teniendo en cuenta que hoy olvidé hacer
el chequeo, no me sorprendía demasiado.
—Sí, señ or —respondí.
—¿La encontraste? —me preguntó la voz al otro lado, sin ofrecer
ningú n saludo.
Tenía las palabras de afirmació n en la punta de mi lengua, pero
sorprendié ndome a mí mismo, respondí de forma negativa: —Aú n no,
señ or. Sin embargo tengo una pista. Debería ser cuestió n de tiempo
antes de que la localice.
—La ú ltima vez que conversamos dio la impresió n de que estabas
siguiendo una pista.
—Es la misma pista —mentí—. Es solo cuestió n de tiempo antes
de ubicarla.
—Cuanto antes mejor —se quejó , colgando sin decir nada má s.
Devolví el telé fono a la mesilla y me deslicé de nuevo contra las
almohadas. Esto no tenía precedentes. Nunca mentí a un cliente. Había
estado tras la pista de Ashton durante tres semanas. Debería haberme
sentido feliz por cerrar el caso finalmente y regresar a mi apartamento
en Tampa para algo de tiempo de descanso y relajació n muy necesario.
Justo esa mañ ana había estado soñ ando con tomarme varios meses de
descanso para hacer algo de pesca y buceo. Este caso estaba listo para
ser resuelto en las pró ximas veinticuatro horas, pero ahora, de repente,
me eché para atrá s. Todo por ella. Desde el momento en que posé los
ojos en Ashton, estuve actuando como un completo idiota, dejando que
mi cabeza pequeñ a se impusiera a mi cabeza grande. Tan pronto como
entré en el bar esta noche, quedé fascinado por ella. Había examinado
la habitació n llena de humo, visualizá ndola con sus amigas, bromeando
y ocupando la esquina má s alejada. Fue obvio en el momento en que se
dieron cuenta de mi presencia, ya que sus voces surgieron en breves
rá fagas de charla excitada seguidas de murmullos. Me imaginé que era
solo cuestió n de tiempo hasta que me abordaran. Las escenas de bares
no tienen el estigma respecto al sexo sin ninguna razó n. Hace ocho
añ os, habríamos estado mis amigos y yo en la esquina má s alejada del
bar jugando a ese juego. Todos nosotros apostando por echar un polvo
esa noche. Casi siempre, nos íbamos a casa solos. É ramos jó venes,
tontos, maníacos enloquecidos por la testosterona que la mayoría de las
chicas no tocarían ni con un palo de tres metros.
Luego conocí a Jessica y me enamoré locamente. Ella me preparó ,
perfeccionó y me desafió para que fuera mejor. No le gustaba mucho la
escena de los clubes, por lo que me di por vencido sin una queja. Mis
amigos se enojaron, alegando que era un dominado pero no me importó .
¿Para qué necesitaba ya los clubes? Había hallado a la chica perfecta.
Un añ o despué s, me di cuenta de que la perfecció n no era má s que una
ilusió n. Me destrozó hasta el punto de que juré que nunca má s dejaría
que una mujer tuviera ese poder sobre mí. Volví a la escena de los bares
como un hombre cambiado. No podía preocuparme menos por tratar de
llamar la atenció n de cualquier chica. En vez de eso, hice que vinieran a
mí. Los muchachos pensaban que estaba loco, pero mi actitud distante
funcionaba mejor que cualquiera de los estú pidos chistes o cualquier
otra mierda que solíamos hacer. Siempre revelaba mis reglas para evitar
cualquier complicació n futura, y la mayoría de las veces, la relació n se
terminaba amistosamente. Solamente una me había insultado, pero me
mantuve firme con mi regla. Nada de compromisos. Lo tomas o lo dejas.
No perdí de vista al trío de la esquina a travé s del espejo del bar,
esperando a ver quié n hacía el primer movimiento. Tenía varios planes
de juego preparados. Si se me acercaba una de ellas, sugeriría comprar
una ronda para ella y sus amigas, para poder acercarme a mi objetivo.
Si se acobardaban y nunca hacían su movimiento, pediría una ronda de
cualquier manera y vería si podía entablar una conversació n así. Una
cosa era cierta. No me marcharía esta noche sin hacer contacto.
Pasaron cinco minutos hasta que el grupo de chicas hizo por fin
su movimiento. Para mi gran sorpresa, fue Ashton, en lugar de su muy
dotada amiga, la que se acercó a mí. Despué s de escuchar a su amiga
bulliciosa, habría apostado dinero a que ella sería mi primer contacto
con el grupo. La noche se perfilaba para estar colmada de sorpresas. Mi
buena suerte continuó cuando Ashton comenzó a coquetear torpemente
conmigo. Aprovechando la oportunidad, pedí una ronda de bebidas para
ver si eso aflojaba su lengua un poco má s. Para mi placer, el whisky no
solo aflojó su lengua, proveyé ndome informació n, sino que tambié n me
proporcionó un vistazo de algo má s. Su voz me inundó como una caricia
seductora, mezclada con una cuota de inocencia y sabiduría que dejaba
entrever un dolor interior oculto. Algo la preocupaba, pero, fuera lo que
fuera, no me concernía. No era mi trabajo rescatarla. Ella era solo una
tarea, nada má s.
Con cada ronda de bebidas, sin embargo, ese hecho siguió hasta
disiparse. Cuanto má s hablaba, má s atraído me sentía yo. Incluso su
torpe intento de hacer bromas sexuales era entrañ able y eró tico a la
vez. Cuando me preguntó si quería poner mi baú l dentro de ella, tuve
una erecció n y quise levantarla en brazos para subirla a la barra y
tomarla allí mismo en frente de todos.
Alcancé mi telé fono mó vil para ver la hora y me quedé asombrado
cuando me di cuenta de que había estado allí tumbado pensando en
ella durante la ú ltima hora. Estiré la mano y apagué el interruptor de la
luz, sumiendo la habitació n en la oscuridad. Mientras contemplaba mi
pró ximo movimiento, mi parte cuerda sabía que lo primero que debería
hacer por la mañ ana era llamar a mi cliente y entregar la localizació n de
Ashton, pero la parte un poco loca consideró la posibilidad de esperar
unos días a ver si podía averiguar por qué había huido. Lo irracional de
este pensamiento no me pasó desapercibido. No debería importarme
por qué se fugó . Me pagaron para que la localizara, simple y llanamente.
No era asunto mío hacer preguntas. El hecho de que tuviera el repentino
impulso de cazar a mi cliente en su lugar y enterrar mi puñ o en su cara
por herirla siquiera, me sacudió hasta la mé dula. Habían pasado añ os
desde que una mujer tuvo este efecto en mí.
Locura. Eso era todo. La entregaría mañ ana. Era la ú nica manera
de encarrilar mi mente. No tuve problemas para mantener a las mujeres
con las que salí a distancia durante los ú ltimos seis añ os. No iba a
arruinar eso por una chica a la que había seguido la pista durante las
ú ltimas tres semanas.
¿Qué pasó anoche?
Traducido por Eli Hart & Cynthia Delaney
Corregido por Jasiel Alighieri

Sentía la cabeza como si estuviera en el infierno con una manada


de elefantes con zapatos de claqué . Me quité la almohada de la cabeza y
miré a mi alrededor para ver que mi habitació n estaba vacía, pero
alguien golpeaba insistentemente la puerta principal.
—Oh, madre de todo lo sagrado, cá llense y dejen de golpear —
grazné mientras intentaba incorporarme. El sonido de mi propia voz me
hizo estremecerme y querer hacerme un ovillo mientras agujas de dolor
me atravesaban la cabeza. Me puse de pie a trompicones y recogí los
pantalones de yoga y la camiseta que había dejado a los pies de la cama
el día anterior. Casi me caigo al intentar poné rmelos antes de dirigirme
a la puerta de mi casa de alquiler. Abrí la puerta de golpe, dispuesta a
sacarle los ojos al culpable de los golpes.
—Has tardado bastante. Tenías que enviarnos un mensaje, zorra.
Está bamos muy preocupadas —gritó Tressa, haciendo que me tapara
los oídos con agonía mientras los ojos se me aguaban de dolor. Se me
revolvió el estó mago, haciendo evidente su propio disgusto. Pasando
por delante de mis dos asombradas amigas, tropecé contra los arbustos
que bordeaban la parte delantera de mi casa de campo y expulsé
todo el licor que consumí anoche. Los mú sculos de mi estó mago se
apretaron mientras seguía vomitando incluso cuando ya no quedaba
nada por salir. Iró nicamente, la ú ltima vez que me pasó esto, juré que
no volvería a vomitar. Las oleadas de ná useas no me eran extrañ as.
Había pasado má s tiempo arrodillada ante un retrete vomitando de lo
que me gustaba pensar. Por supuesto, las circunstancias eran diferentes
y los venenos en mi torrente sanguíneo en ese momento eran mundos
aparte. Si esto es lo que resultaba de una noche de copas, me rendía.
—Mierda, eso es mucho vó mito —dijo Tressa detrá s de mí a la vez
que Brittni me pasaba un trapo frío para limpiarme la cara—. Creo que
has bebido demasiado.
—Oh, ¿eso crees, sabia? —le espeté —. ¿Podemos usar nuestras
voces interiores? —pregunté , poniendo un dedo delante de mis labios
para enfatizar.
—¿Te duele la cabeza? —preguntó Tressa, rié ndose detrá s de mí,
mientras volvía a entrar en mi casa y me hundía en el sofá .
—Un dolor de cabeza, puedo soportarlo. Esto es una maldita
taladradora —murmuré , dejando caer la cabeza contra los cojines del
sofá —. Por favor, dime por qué me he bebido tantos chupitos —gemí.
—Y lo que es má s importante, ¿qué tal fue el sexo? —interrumpió
Tressa con impaciencia.
Mis ojos se abrieron de golpe al oír sus palabras. Me puse en pie a
trompicones y me lancé por el saló n hacia mi dormitorio. Recorrí el
cuarto con la mirada, revisando si había pasado por alto su presencia
en mi alocada salida de la habitació n.
—¿Esperas que salga arrastrá ndose de debajo de la cama o que
salte de tu armario? —me preguntó Brittni con sequedad, mirando por
encima de mi hombro el gran armario que servía de ú nico ropero en
toda la casa de campo. Me había encogido al principio cuando recorrí el
lugar antes de alquilarlo y me di cuenta de que no había armarios. No
entiendo có mo alguien puede funcionar sin armarios, pero el encanto de
la cabañ a se superpone a la falta de espacio de almacenamiento, y me
las he arreglado para que funcione.
—Eres muy graciosa —respondí, hundié ndome en la cama.
—Entonces, ¿el Alto, Oscuro y Sexy hizo el viejo sexo y adió s? —
preguntó Tressa, examinando mi habitació n con ojo crítico.
—No lo sé . No me acuerdo —admití mortificada. ¿Cuá nto había
bebido para no poder recordar si había tenido sexo?
—¿Quieres decir que no recuerdas que se haya ido, o que no
recuerdas haber tenido sexo?
—Las dos cosas —respondí dé bilmente, ahuecando mi palpitante
cabeza entre las manos mientras luchaba contra un nuevo ataque de
ná useas. Era oficial. Era una zorra. No solo ligaba con desconocidos en
un bar, sino que ademá s tenía sexo con ellos sin recordarlo.
—¿Qué es lo ú ltimo que recuerdas? —inquirió Brittni, sentá ndose
al otro lado de mí.
—Recuerdo haber hablado con ustedes en el bañ o y luego fui a
reunirme con é l. Tambié n recuerdo haber hablado con é l... Oh Dios —
grazné .
—¿Qué ? —preguntó Tressa.
—Estoy bastante segura de que le pregunté si iba a poner su baú l
en mi cabeza, o su baú l en mí o algo así —murmuré entre los dedos.
—¿Qué ? —espetó Tressa antes de reírse—. Bueno, esa es una
forma de decirle que está s interesada —jadeó .
—No lo decía en serio. El whisky me trabó la lengua. Quería
preguntarle si iba a meter mi cabeza en su maletero. Y dejen de reírse.
No es tan gracioso —refunfuñ é mientras Brittni se unía a sus risas.
—Dios mío, eso es un clá sico. ¿Có mo te respondió ?
—¿Có mo crees? —cuestioné , mirando a travé s de mis dedos que
cubrían mi cara.
—Bien, así que le pediste que te metiera el baú l —resopló ,
tratando de ahogar su risa—. ¿Qué má s?
—Bueno, despué s de eso se vuelve un poco confuso. Sé que pidió
má s rondas y en un momento dado creo que puedo haber sugerido strip
dardos. Dios, má tame ahora.
—Vaya, no te contuviste —bromeó Tressa, rié ndose de nuevo—.
Entonces, ¿hasta dó nde llegó la partida de dardos?
—No tengo ni idea. No puedo recordar nada despué s de eso. Por
lo que sé , probablemente corrí alrededor del bar con el culo al aire.
—Si lo hubieras hecho, mi madre se habría enterado, y no estaba
incluido en su lista de escá ndalos diarios, así que yo diría que está s a
salvo —me tranquilizó Brittni, sonriendo maliciosamente—. ¿Llevabas
eso puesto cuando te despertaste? —preguntó , señ alando la ropa que
me había puesto.
—No, llevaba el sujetador y las bragas —respondí, mirando la
camiseta que me puse al revé s.
—Hmmm, me cuesta creer que se haya molestado en ponerte el
sujetador y las bragas despué s de haberse divertido con tu cuerpo, así
que lo má s probable es que te hayas desmayado encima del Príncipe
Sexy. A juzgar por el vaso de agua y el frasco de aspirinas que hay en tu
mesa, é l tambié n es un Príncipe Azul —observó Brittni, señ alando mi
mesita de noche—. Toma esto —dijo, abriendo el frasco de aspirinas—.
Tal vez puedas preguntarle dó nde puso su baú l la pró xima vez que lo
veas —añ adió riendo.
—No puedo, solo estaba de paso. Es una especie de periodista y
pasaba de camino a su pró ximo reportaje —dije, tragando las pastillas
antes de volver a tumbarme en la cama—. Entonces, ¿no creen que me
acosté con é l? —pregunté , sin saber si me sentía aliviada. Claro, quería
tachar ese punto de mi lista, pero sentía que era un engañ o si no lo
recordaba.
—No sé . ¿Qué sientes ahí abajo? —indagó Tressa.
—¿Qué quieres decir? —pregunté , desconfiando de hacia dó nde
iba esto.
—O sea, ¿las cosas está n desastrosas ahí abajo? —respondió ,
señ alando entre mis piernas.
—Oh, Jesú s, Tressa, vamos —dijo Brittni.
—Vale, solo es broma. Supongo que no te ha metido el baú l en la
cabeza ni en ningú n otro orificio de tu cuerpo —confirmó , rié ndose de
nuevo.
—Ríete. El karma es una mierda —murmuré , ponié ndome los
brazos sobre los ojos en un intento poco entusiasta de bloquear la luz
del sol que se colaba a travé s de las cortinas transparentes sobre el
ventanal de la habitació n.
—¿No tienes que trabajar hoy? —preguntó Brittni, enderezando la
cama a mi alrededor.
—Sí, pero no hasta el mediodía —dije mientras la calma del sueñ o
me arrastraba hacia ella.
—No sé có mo decírtelo, cariñ o, pero son las once y cuarto —
señ aló .
—¿Qué demonios? ¿Es broma? —Me incorporé como un rayo en
la cama, mirando el reloj con consternació n—. ¿Có mo se ha hecho tan
tarde? —dije, ponié ndome en pie de un salto y corriendo hacia el bañ o.
—¿Por qué crees que nos asustamos cuando no tuvimos noticias
tuyas? A las diez y media ya me preparé para llamar a la caballería,
pero Brittni me convenció de que lo má s sensato era ver có mo estabas.
¿No se apagó tu telé fono por todos los mensajes que te enviamos?
—Joder, ni siquiera estoy segura de dó nde está mi bolso —dije,
escudriñ ando la habitació n en su busca—. Tal vez Nathan fingió estar
interesado para poder robarme mientras estaba borracha y desmayada.
“Nathan” probablemente ni siquiera era su verdadero nombre.
—Tranquilízate, chica. Tu bolso está en la silla —señ aló Brittni,
acercá ndose a la silla para tomar mi bolso—. El telé fono está aquí, pero
está tan muerto como el fallecido de la carretera que a Creepy Freddy le
gusta comer —añ adió , sosteniendo mi telé fono.
—Maldita sea, será mejor que lo cargue —dije, mirando de nuevo
el reloj.
—Ve a ducharte y te lo conectaremos —dijo Tressa,
empujá ndome hacia el bañ o—. Envíanos un mensaje cuando salgas del
trabajo — agregó mientras cerraba la puerta del bañ o tras de mí.
Treinta minutos má s tarde entré en el polvoriento aparcamiento
lateral de Smith's General Store. Cuando llegué a la ciudad hace cuatro
meses, supe que quería trabajar aquí. No porque tuviera un profundo
deseo de abastecer los estantes o embolsar alimentos, sino porque era
una pasada de otra é poca. Cuando tenía trece añ os, estaba obsesionada
con la serie de televisió n Gilmore Girls. La serie trataba de una joven
madre soltera que criaba a su hija adolescente y, aunque a veces se
adentraba en temas profundos, era la peculiaridad del pueblito lo que
me atraía. Estoy segura de que algú n psicó logo podría pasá rselo en
grande comparando mi apego a la serie con la pé rdida de mi madre.
Seguramente eso fue parte del problema, pero despué s de vivir toda mi
vida en una ciudad demasiado poblada de Florida, siempre anhelé un
pueblito. Un pueblo en el que las amistades fueran má s profundas que
los simples conocidos con los que ibas a la escuela. Quería amistades
que no se rompieran, sin importar los obstá culos que se interpusieran
en el camino. Quería un pueblo en el que, si te ponías enfermo, la gente
se preocupara de verdad. Tal vez incluso se preocuparan lo suficiente
como para pasar a verte, o te bombardearan con sopas y guisos, o quié n
sabe qué . El caso es que no te rehuirían, ni se negarían a acercarse a ti
porque pensaran que podrían contagiarse de algo. Antes de llegar a
Woodfalls, pensaba que un pueblo así solo existía en la televisió n, pero
hasta ahora este lugar ha estado a la altura de mis expectativas. Era
encantador y extravagante y, desde luego, no era perfecto, pero eso lo
hacía aú n mejor. Me enamoré al instante y pude tachar otro elemento
de mi lista de deseos.
—Te ves como algo que ni el gato querría arrastrar —me saludó
Fran al entrar en la tienda.
—Bueno, me siento como algo que ni siquiera el perro querría
enterrar —respondí, cogiendo un delantal del gancho que había detrá s
del anticuado mostrador donde se encontraba una caja registradora
antigua. No es que la utilizá ramos, Fran la conservaba por razones de
nostalgia. Incluso en el lento Woodfalls, teníamos cajas registradoras
computarizadas.
—¿Una noche dura? —preguntó con doble sentido, mirá ndome
críticamente. Fran era la ú nica persona que sabía por qué estaba aquí.
Sentía que era justo decirle la verdad, ya que un día podría volver a
desaparecer. A pesar de su cará cter combativo, sigue siendo una mujer
dulce. Si le preocupaba que yo trabajara aquí, nunca lo dejó traslucir, y
siempre me ha pagado en negro para no tener que registrarme. Era solo
una medida de seguridad porque no estaba muy segura de que alguien
viniera a buscarme. A decir verdad, ni siquiera necesitaba trabajar.
Tenía un fondo fiduciario que me habían entregado el día que cumplí
los veintiú n añ os. Los días previos a mi desaparició n, fui al banco cada
día y retiré la cantidad asignada que no levantaría sospechas. Aun así,
mi oportunidad fue breve, porque una vez que llegara el estado de
cuenta mensual, se sabría todo. Para cuando eso ocurriera, ya tendría
suficiente dinero para mantenerme có moda.
—No como crees —respondí, desempacando una caja de barras
de caramelo—. Salí con Tressa y Brittni —añ adí como explicació n de mi
aspecto resacoso.
—Ah, ya veo —dijo rié ndose—. Te pasaste de copas, ¿verdad?
—Unas pocas que podría haber manejado. La docena siguiente es
lo que me mató —dije, haciendo una mueca al recordar mi fiesta de
vó mitos anterior. Si no volvía a beber whisky, sería demasiado pronto—.
Pero al menos puedo tachar “emborracharme” de mi lista.
—No recuerdo que emborracharse estuviera en tu lista —chistó ,
levantando una pesada caja de conservas antes de depositarla frente a
la estantería donde había que desembalarla.
—Oh, no estaba, pero despué s del dolor que sentí esta mañ ana,
fue una anotació n de ú ltima hora porque nunca má s voy a ir allí —dije,
acercá ndome al mostrador para ayudarla a llevar las pesadas cajas a
los pasillos correspondientes—. Te dije que dejaras de arrastrar esas
cajas pesadas. Para eso me contrataste, ¿no? —la reprendí.
—Oh, cariñ o, he estado arrastrando cajas antes de que fueras
una idea. Te contraté para dejar de ser la vieja loca que habla sola todo
el día.
—Tonterías. Sé que el señ or James de la ferretería viene aquí a
diario solo para verte.
—Solo le gusta la cecina que tengo en stock —sonrió ella, sacando
un cú ter del bolsillo de su delantal y cortando con cuidado la cinta
adhesiva transparente que sellaba el cartó n.
—Te creo. No. Viene aquí porque quiere montarse en el tren de
Fran —repliqué , con sorna.
—Mué rdete la lengua, jovencita —me amonestó Fran. Se hizo la
escandalizada, pero yo sabía que no era así. Fran era una adicta a los
realities, especialmente a The Real Housewives. Decía que eran mejores
que las telenovelas—. Debería lavarte la boca —amenazó .
—No lo niegues. He visto có mo te mira cuando está aquí. Al igual
que te he visto a ti admirando su trasero —añ adí moviendo las cejas
hacia ella.
—Cariñ o, a nuestra edad, nuestros culos son o bien demasiados
huesudos o un desastre de carne flá cida. Por algo se nos va la vista a
medida que envejecemos.
Resoplé de risa ante su franqueza. Por eso me gustaba tanto
trabajar con ella, siempre era realista.
El tintineo de la campana sobre la puerta impidió cualquier otro
comentario. Fran se dirigió al almacé n para depositar las cajas vacías
mientras yo seguía reponiendo los estantes. Oí al cliente en el pasillo de
al lado y no me molesté en levantar la vista, pensando que era el señ or
James para volver a ver a Fran. Sin embargo, un instante despué s, una
sombra cayó sobre mí y me puse rígida momentá neamente cuando la
pesada colonia que llevaba el individuo se arremolinó a mi alrededor.
Era un olor que ya estaba impreso en mi memoria. Me giré con temor,
sabiendo exactamente quié n se alzaba sobre mí. Mi precaria postura y
el hecho de que mi cabeza no estuviera al cien por cien de vuelta a la
normalidad jugaron en mi contra cuando perdí el equilibrio y aterricé
con fuerza sobre mi trasero. El impulso de mi caída me hizo chocar
contra la pirá mide de latas que acababa de montar, hacié ndolas volar
en todas direcciones.
—Bueno, mierda —refunfuñ é cuando me encontré de espaldas a
sus pies. ¿No habría fin para avergonzarme frente a é l?
—Deja que te ayude a levantarte —dijo caballerosamente con la
misma voz sexy de anoche. Si había pensado que su voz solo sonaba
pecaminosa la noche anterior por la cantidad de alcohol que consumí,
estaba alucinando.
—Yo puedo —le respondí, levantá ndome con toda la dignidad que
pude reunir. Una vez parada, por fin le eché una mirada. Para mi
consternació n, me estudiaba de la misma manera desconcertante que la
noche anterior. Sin que el whisky me nublara el cerebro, no me parecía
tan simpá tico ser el objeto de su diversió n—. ¿Qué está s haciendo aquí?
—le espeté .
—¿Está cerrada la tienda? —preguntó , mirando a su alrededor.
—No me refiero a la tienda. Quiero decir, ¿qué haces todavía en la
ciudad? Creía que estabas de paso.
—¿Decepcionada? —preguntó —. Decidí, luego de nuestra amena
conversació n de anoche, que tal vez comprobaría todas las ventajas que
mencionaste de vivir en un pueblo pequeñ o. Hiciste que todo pareciera
tan atractivo que pensé , “oye, tengo que estar perdié ndome algo”. Pensé
que podría convertirlo en una historia. Ya sabes, toda una exposició n
sobre la vida en un pueblito y la diná mica que une a una comunidad,
algo así. Te arrastró hasta aquí, así que tiene que haber algú n tipo de
historia.
Bueno, diablos. Se quedaba por aquí gracias a mi cotorreo. Diría
que oficialmente tuve la peor aventura de una noche. No solamente me
desmayé antes del gran final, sino que ademá s le convencí para que se
quedara, quitá ndole el anonimato a todo el asunto de la aventura. Si el
suelo se abriera y me absorbiera en ese momento, habría sido má s
bienvenido que enfrentarme a mi fracaso delante de mí.
—¿Está s bien? —preguntó , agarrando mi codo como si quisiera
estabilizarme.
—Absolutamente. ¿Por qué ? —pregunté , extrayendo mi codo de
su agarre.
—Parecías un poco verde por un segundo.
—Supongo que me sorprendió volver a verte despué s de lo de
anoche... —dije, dejando caer mi voz.
—Ah, sí. Anoche fue é pica, como ninguna otra. Definitivamente
fue reveladora y educativa. ¿Quié n iba a saber que los dardos podían
ser tan divertidos? —comentó .
—Maldita sea, ¿jugamos a los dardos? —pregunté , dejá ndome
caer dé bilmente contra la estantería que tenía detrá s y tirando varias
latas en el proceso.
—¿Tienes algo en contra de las latas? —preguntó , agachá ndose
para recoger el desorden.
—¿Jugamos a los dardos? —repetí, sin querer seguir adelante. La
idea de quitarme la ropa delante de todos en el bar me helaba la sangre,
especialmente aquí en Woodfalls.
—Vale, jugar sería exagerar. Te encontrabas demasiado ocupada
quitá ndote la ropa para jugar a los dardos.
—Mierda, má tenme ahora —dije, cubrié ndome la cara con las
manos—. ¿Me está s diciendo que Joe y el señ or Jones me vieron
desnuda?
—¿El señ or Jones era el tipo gruñ ó n a un par de mesas de donde
tú y tus amigas estaban sentadas?
—Sí —dije dé bilmente, sintié ndome mal de nuevo. Era imposible
que esto siguiera siendo un secreto. Puede que Brittni haya bromeado
sobre la habilidad de su madre para olfatear los chismes, pero estaba
má s cerca de la verdad que no. Una vez que ella se enterara, la historia
circularía hasta que todos los residentes de Woodfalls se enteraran.
—Entonces no, ninguno de ellos te vio desnuda —dijo, sonriendo
perversamente.
—¿Qué ? —grazné , sin estar segura de haberlo oído bien.
—He dicho que no te vieron las bubis —respondió , recordá ndome
otro aspecto embarazoso de anoche. Me había olvidado por completo de
la conversació n sobre las tetas.
—No suelo ser así —aclaré .
—Curiosamente, anoche lo mencionaste varias veces, entre otras
cosas.
—Sabes, realmente no es muy caballeroso recordarle a una dama
una mala noche —le espeté .
—Nunca dije que fuera un caballero —respondió , girando sobre
sus talones para irse.
—Espera, ¿qué pasa con... ya sabes? —indagué , aborreciendo el
hecho de tener que preguntar.
—¿Quieres saber si hicimos el amor apasionadamente toda la
noche? —preguntó , dá ndose la vuelta y caminando hacia mí.
—Eh, sí —susurré mientras mi pulso tartamudeaba antes de
acelerar a toda velocidad en tanto esperaba su respuesta.
—¿No recuerdas mis manos por todo tu cuerpo, o la forma en que
gemiste cuando te besé aquí? —preguntó , acariciando seductoramente
mi cuello.
Lo ú nico que pude hacer fue negar con la cabeza. Me llevé el labio
inferior a la boca y lo roí antes de soltarlo bruscamente. Sus ojos se
oscurecieron al posarse en mis labios, ahora hú medos.
—O aquí —me preguntó , pasando el pulgar por mi labio inferior.
Mi cuerpo respondió al instante a su contacto. Conteniendo un
gemido, lo miré expectante, deseando que me recordara có mo se habían
sentido sus labios en los míos.
Respiré entrecortadamente cuando se inclinó hacia mí y rozó mi
oreja con sus labios. —Lá stima que te hayas desmayado antes de que
pudié ramos hacer algo —susurró —. Tal vez un día de estos podamos
ver lo que se siente —añ adió , mordiendo el ló bulo de mi oreja antes de
darse la vuelta bruscamente y alejarse.
Así de fá cil, me convertí en un charco de lujuria. Mi vergü enza de
anoche desapareció en un abrir y cerrar de ojos para ser reemplazada
por el arrepentimiento. Deseaba envolverme en su cuerpo cincelado y
atraparlo con fuerza entre mis piernas. Nunca en mi vida reaccioné tan
radicalmente ante alguien. Me sentí como una gata en celo, o como
mínimo, un adolescente cachondo.
La razó n tardó unos segundos en hacer acto de presencia.
—Contró late —murmuré finalmente para mis adentros cuando
me di cuenta de que seguía mirá ndolo—. Claro que estaba buenísimo,
pero en serio, no había nada especial en é l —mentí mientras me distraía
volviendo a apilar la pirá mide de latas que había derribado. El hecho de
que Nathan hubiera decidido quedarse aquí echaba por tierra cualquier
plan de salir juntos. Solo buscaba una aventura de una noche, no una
relació n, y definitivamente nada que llevara a ningú n tipo de apego. Mi
indulgencia de la noche anterior me había costado tal vez la noche má s
caliente en la cama que hubiera tenido, pero no era como si pudiera
rebobinar el tiempo.
La decisión
Traducido por
CrisCras Corregido por
Sofía Belikov

Ir a la tienda fue un error. Me desperté esa mañ ana con el plan de


llamar al cliente, pero mientras me duchaba, no podía sacarme de la
cabeza la imagen de Ashton. Contra mi mejor juicio, decidí dirigirme a
la tiendita en la que ella trabajaba. No tenía motivos para ir. Tenía toda
la informació n que necesitaba para cerrar el caso. Simplemente quería
echarle un vistazo una ú ltima vez antes de irme. Era algo puramente
egoísta, pero supuse que nadie saldría herido. Mi cliente tendría que
esperar un poco má s por el paradero de Ashton, pero unas pocas horas
nunca mataron a nadie.
Sintié ndome inquieto por mi decisió n de posponer la llamada,
decidí caminar hasta la tienda en vez de ir en coche para aclararme la
mente. El aire del exterior tenía una frescura que en Florida no se
sentía hasta mediados de diciembre. En realidad era un placer caminar
por la calle sin sudar un montó n por la humedad y me hizo plantearme
si debería colgar el equipo de buceo y encaminarme hacia el norte. Iba a
echar de menos bucear, pero puede que valga la pena la compensació n.
Había vivido en la misma ciudad de Florida durante toda mi vida, y solo
me quedaba por costumbre. Cuando era má s joven, viví en una casita
de una planta con mis padres, aunque en realidad no lo recordaba. El
verano en que cumplí siete añ os, el imbé cil de mi padre puso mi vida al
revé s cuando decidió que prefería follarse a su secretaria antes que vivir
con nosotros. Mi madre era demasiado orgullosa y se sentía demasiado
herida como para aceptar su dinero. Las facturas se acumularon y al
final nos vimos obligados a dejar la casa. Mis abuelos nos acogieron en
su casa, pero era demasiado pequeñ a, incluso para cuatro personas.
Fue solo por un corto período de tiempo, de cualquier modo, mientras
mi madre escatimaba y ahorraba cada centavo que podía. Una pequeñ a
herencia de una tía lejana se añ adió a nuestros fondos de reserva, y por
fin fue capaz de comprar un amplio remolque para que vivié ramos en é l.
Yo era lo suficientemente joven para encontrar la mudanza al parque de
caravanas emocionante y diferente a nuestro viejo barrio, formado
sobre todo de parejas de ancianos gruñ ones. Había muchos niñ os con
los que jugar, y durante el verano, el parque de caravanas abría la
piscina comunitaria. Estaba en el cielo. Fue añ os despué s cuando me di
cuenta de lo difícil que fue para mi madre perder nuestra casa.
Vivir en un remolque tenía sus desventajas. Parecía que cada vez
que nos dá bamos la vuelta, había algo que necesitaba ser reparado. Las
reparaciones siempre parecían irritar mucho los nervios de mi madre,
pero eran las tormentas de Florida lo que má s la preocupaban. Durante
la temporada de huracanes, veía las noticias sin parar a todas horas de
la noche siempre que había una tormenta sobre el océ ano. A los diez
añ os, le pregunté por qué vivíamos en un remolque y no en una casa si
le preocupaban tanto las tormentas. Sus ojos se llenaron de lá grimas
antes de que tragara con fuerza y me hiciera sentarme.
—Compré este remolque porque era todo el dinero que tenía.
Quería algo que fuera nuestro. Nadie será capaz de quitá rnoslo. Nunca
volveremos a quedarnos sin una casa —me dijo con acero en su voz. En
ese momento, odié al mentiroso de mierda de mi padre má s que a nada.
Se llevó lo ú nico que significaba má s para ella. Juré en ese momento
que un día le compraría una casa como la que perdió . Ese día nunca
llegó . Murió tres semanas antes de mi cumpleañ os veintitré s. No mucho
despué s de que Jessica hubiera desgarrado mi mundo en pedazos. En
cuestió n de días, perdí a las dos mujeres que amaba; una por traició n, y
la otra por la irresponsabilidad de un adolescente que decidió saltarse
un semá foro en rojo.
Empujé los recuerdos a los recovecos má s lejanos de mi mente.
Ahora no era el momento de ponerse sentimental con recuerdos que era
mejor olvidar. No quería recordar la manera en que mi madre había
trabajado hasta la extenuació n para mantenerme, demasiado orgullosa
para tomar el dinero de mi padre estú pido.
Para cuando llegué a la tienda, mi pasado estaba encerrado en la
cripta a la que pertenecía. Un solitario coche se hallaba desamparado
en el polvoriento aparcamiento cuando llegué a la tienda. Lo reconocí al
instante como el que estuvo estacionado frente a la cabañ a de Ashton
cuando la dejé la noche anterior. Abriendo la puerta, me convencí a mí
mismo de que verla una ú ltima vez me daría el cierre que necesitaba
antes de informar de su paradero.
Por supuesto, la cabeza pequeñ a se hizo cargo de nuevo y se alzó
ante la ocasió n tan pronto como posé mis ojos sobre Ashton, inclinada
apilando latas. Mis ojos siguieron las redondeadas curvas de su trasero
y bajaron por un par de piernas perfectamente esculpidas. No quería
nada má s que poner mis manos en sus caderas y tirar de ella para
pegarla a la parte de mí que estaba má s dura por la excitació n. Cuando
dejé la tienda quince minutos má s tarde, sentía dolor físico. No podía
recordar ni una vez en la que hubiera deseado a una mujer tanto como
la deseaba. Era tan, si no má s, atractiva como lo había sido anoche.
Sin el alcohol para desinhibirla, se puso tan roja como una quemadura
sol cuando me burlé de ella por su falta de recuerdos de anoche. Podría
haberme quedado allí todo el día hablando con ella, pero en algú n
momento, lo que empezaron como bromas juguetonas, se intensificaron
hasta una abierta lujuria. Arrastrar su delicado ló bulo en mi boca casi
fue mi perdició n, y tuve que esforzarme para alejarme de ella antes de
que la levantara en brazos y tomara lo que ofreció voluntariamente la
noche anterior.
Hizo falta todo el trayecto de vuelta al hotel para que todo lo que
provocó en mi cuerpo volviera a la normalidad. Una vez que mi mente
fue capaz de centrarse en algo má s que en có mo se sentiría deslizarse
dentro de ella, tomé una decisió n: olvidar mis normas esta vez y hacerla
mía. Lo haríamos una vez y el hambre reduciría. La atracció n magné tica
que tenía sobre mí desaparecería, y completaría el trabajo para el que
me contrataron. Necesitaba sacarla de mi sistema, luego la entregaría y
dejaría de ser mi preocupació n. Me sentí má s en control una vez que
tuve el plan desarrollado en mi cabeza, a pesar de la pequeñ a voz que
me decía que no estaba diciendo má s que estupideces.
Cačda libre
Traducido por aa.tesares
Corregido por Cotesyta

—Está s siendo bastante amistosa con los clientes —bromeó Fran


despué s de que Nathan saliera finalmente de la tienda, aparentemente
sin afectarle el hecho de que yo estuviera prá cticamente en estado
líquido por sus acciones.
—Lo conocí anoche —admití, segura de que no tardaría en atar
cabos.
—Ya veo. Bueno, cariñ o, creo que se han saltado la pá gina de los
rollos de una noche —dijo con ojos risueñ os mientras se acomodaba en
el taburete detrá s del mostrador.
—Ni siquiera llegamos a la categoría de “rollo de una noche”. Me
desmayé antes de que pudié ramos hacerlo, lo que significa que ese
punto sigue en mi lista —me quejé , apoyando los codos en el mostrador
para poder apoyar la barbilla en las manos—. Fui idiota al añ adir eso a
mi lista.
—No eres idiota. Solo eres alguien que intenta olvidar un pasado
difícil. No apruebo que te metas en la cama con un desconocido, pero
tambié n sé que toda mujer merece el derecho de tener al menos una
noche en la que un hombre la ame bien. Te mereces esa experiencia que
te haga doblar los pies, cariñ o, y a juzgar por su aspecto, el Señ or Voz
Sexy sería muy complaciente en esa categoría.
—Pero es demasiado tarde para eso. No puedo tener una
aventura de una noche con alguien con quien podría toparme al día
siguiente. Eso anula todo el propó sito. Sexo caliente sin ataduras,
¿recuerdas?
—Cariñ o, con un hombre así, una noche no te serviría de todos
modos. Vi la forma en que te miraba.
—Es un punto discutible —suspiré —. No estoy buscando una
relació n.
—Lo sé , cariñ o, pero no hay razó n para que no te permitas vivir
un poco —dijo, empujá ndome hacia el taburete que estuvo usando.
Sonreí con tristeza ante su observació n. Había llegado a conocerme bien
en poco tiempo y era capaz de darse cuenta de que estaba agotada sin
que yo dijera nada.
—Estoy segura de que alguien de tu edad debería decirme que
debo esperar hasta el matrimonio o algo así —dije secamente mientras
me hundía en el taburete.
Ella resopló con fuerza. —Dulzura, nunca he dado los consejos
tradicionales. Probablemente fueron mis palabras de sabiduría las que
enviaron a mi pobre Earl a una tumba temprana. Ese pobrecito nunca
supo lo que iba a salir de mi boca. Llevé a ese hombre a la locura con
mi boca picara cuando me cortejaba. Sus padres casi sufren un ataque
la primera vez que me llevó a casa. Estoy bastante segura de que su
madre remilgada le dijo que me dejara inmediatamente antes de que
manchara la sangre de su familia. Earl no quiso escucharlo. Lo tenía
enganchado con anzuelo, línea y plomada. Me propuso matrimonio tres
meses despué s de nuestra primera cita y nos casamos dos meses má s
tarde. Luego admitió que no podría haber esperado ni un momento má s
para tenerme. Resulta que mi forma de hablar le tenía en vilo durante
todo el tiempo que estuvimos saliendo —dijo rié ndose al recordarlo—.
Su madre se vistió de negro en la boda.
—Pícara —me burlé . Ella bromeaba sobre el tema, pero era obvio
que echaba mucho de menos a su marido a pesar de que hacía quince
añ os que se había ido. Envidié su historia de amor, sabiendo que algo
así no estaba en mis planes.
—No eres diferente a mí, jovencita. He visto có mo te miraba ese
guapo. Te mira como mi Earl me miraba a mí. Recuerda mis palabras:
Te desea como un condenado anhela la libertad.
—¿Me está s dando permiso para tener una aventura? —bromeé ,
usando el plumero que se guardaba bajo la encimera para quitar el
polvo alrededor de donde me encontraba sentada, así que al menos
estaba siendo un poco productiva.
—Te digo que te mereces vivir un poco —dijo, dá ndome un
abrazo con un brazo antes de volver a su despacho en el almacé n.
Contemplando sus palabras, tomé mi bolso de debajo del armario.
Rebusqué en é l hasta hallar la hoja de papel que buscaba. La extendí
sobre el mostrador y leí la larga lista. Había veintisiete cosas en el papel
y solo quince estaban tachadas. Me di cuenta de que no podría terminar
todo lo que había en la lista antes de que se acabara el tiempo. Tenía
contados mis días en Woodfalls. Pronto tendría que enfrentarme a la
mú sica y volver a mi antigua vida. Tal vez Fran tenía razó n. La lista no
estaba escrita en piedra. Un punto podía cambiarse fá cilmente por otro.
Me mordí indecisamente la uñ a del pulgar durante un momento antes
de coger finalmente un bolígrafo del vaso que había junto a la caja
registradora. Con los dedos temblorosos, taché “Aventura de una noche
con un desconocido” y escribí “Tener un romance con Nathan, el de la
voz sexy”. Esto era una locura. ¿Có mo había pasado de una noche a un
romance? ¿Cuá ndo me convertí en esta persona audaz? Supe muy bien
cuá ndo me convertí en ese tipo de persona, fue el día que aprendí que
la vida era corta y que había que aprovechar la oportunidad de vivir.
El resto de la tarde transcurrió rá pidamente mientras Fran y yo
continuá bamos reponiendo los estantes. Un flujo constante de clientes
entraba, sobre todo para comprar artículos que habían olvidado en su
compra semanal o mensual en la gran tienda junto a la autopista. Cada
uno de ellos pasaba unos minutos buscando sus artículos, y luego otros
diez charlando con Fran y conmigo si yo estaba cerca. Así funcionaban
las cosas por aquí. La mayoría de las conversaciones eran cotilleos, y el
destino quiso que yo fuera el tema principal. Parecía que se corrió la voz
de que había bebido lo suficiente como para hacer flotar un acorazado
con un completo desconocido. Gracias a la bocaza de Joe, todos sabían
de mi desastrosa noche. Al principio, me mortificaba que los tres mil
residentes probablemente supieran que había salido a coquetear con un
tipo que ni siquiera conocía, pero al cuarto cliente, me recordé a mí
misma que esa era la razó n por la que me había mudado aquí. Quería
esa sensació n de pueblito, lo bueno y lo malo. Fran fue un regalo del
cielo durante toda la tarde. Cuando las burlas se volvían demasiado
personales, les recordaba a los clientes cualquier acció n pasada de la
que no estuvieran demasiado orgullosos. Parecía que tenía los trapos
sucios de todo el mundo. Era una ventaja de ser tan vieja y de vivir aquí
tanto tiempo como ella. Vio a mucha gente pasar de niñ o a adulto en
este pueblo, y había sido testigo de muchas cosas que la gente ahora
querría olvidar.
Todavía me reía despué s de que le recordara a la entrometida
Chrissy Dean la vez que la pillaron con la mano de Michael Ridge en la
falda durante el baile de bienvenida en el noventa y nueve. Chrissy se
fue corriendo, susurrando que la gente tiene la memoria de un elefante.
—Fran, ¿có mo sabes toda esta mierda? —pregunté , cerrando la
puerta con llave y dá ndole la vuelta al cartel de “cerrado”.
—Cariñ o, hace añ os que me di cuenta de que en una ciudad de
este tamañ o hay que estar al tanto de las cosas. Cuando aparece un
escá ndalo, todos se olvidan de repente de sus propios pecados pasados.
Despué s de ver a un par de los residentes má s nuevos salir corriendo
por los chismes hace añ os, decidí que mi trabajo era recordarles a todos
que nadie es perfecto. ¿Te imaginas lo aburrido que sería si fuera así?
—preguntó , estremecié ndose mientras apagaba el interruptor de la luz,
sumiendo la tienda en la penumbra.
—A tu edad, ¿no deberías andar por el camino recto? —pregunté ,
saliendo con ella por la puerta trasera. La pregunta pretendía ser una
burla, pero había una capa de curiosidad debajo de ella. Lo que nos
ocurría despué s de morir era una pregunta persistente en mi cabeza.
Aunque sabía que algunos dirían que mi curiosidad era morbosa.
—Cariñ o, es demasiado tarde para mí. Me imagino que, o bien
Dios me dará un pase libre por mi encantadora personalidad, o me dará
una patada. Es demasiado tarde para arreglar las cosas.
—El cielo sería afortunado de tenerte —dije lealmente, caminando
con ella por el sendero empedrado.
—Sabes, cariñ o, no es necesario que me acompañ es a casa —me
recordó , de la misma manera que lo hacía cada noche—. Mi casa está a
menos de doscientos metros de la tienda, no a dos kiló metros —añ adió .
—Me gusta acompañ arte a casa, así que ya está —le dije, sin
mencionar el hecho de que me hacía sentir mejor vigilarla mientras
recorría el camino irregular en la oscuridad. Sabía que se enfadaría si
admitía que tenía miedo de que se tropezara o algo así. Sabía lo mucho
que significaba para ella su independencia.
—¿Quieres quedarte a cenar? —preguntó , abriendo la puerta de
su casa que nunca estaba cerrada.
—Esta noche no. Creo que me voy a acostar temprano.
—¿Tienes grandes planes para mañ ana?
—Bueno, como es domingo, y estamos cerrados, voy a tachar otro
punto de mi lista. Tengo que ponerme las pilas si quiero terminar todos
los artículos —dije con un ligero tono de pá nico en mi voz.
—Lo hará s. ¿Cuá l vas a hacer? —preguntó , aunque me di cuenta
de que ya lo sabía.
—El del miedo —respondí, mientras buscaba las llaves del coche
en el bolso.
Chasqueó la lengua con desaprobació n. Era el ú nico punto de mi
lista que no aprobaba. Podía soportar el rollo de una noche o su
sugerencia de un romance, pero conquistar mi miedo a las alturas era
otra historia.
—Sabes que tengo que hacerlo —le recordé .
—Hay muchas maneras de vencer ese miedo sin tener que saltar
de un maldito puente. Estoy segura de que tus gemelas se apuntan —
replicó , refirié ndose a Tressa y Brittni.
—Brittni sí. Tressa tiene un miedo mortal a las alturas y afirma
que no tiene ningú n deseo de vencer su miedo.
—Es una chica inteligente.
—No pensaste eso cuando le gastó una broma a tu cliente menos
favorito la semana pasada —lancé , encontrando por fin mis llaves.
—Bueno, eso es porque a veces esa Tressa actú a como si todavía
estuviera en el instituto. Ademá s, cualquiera con cerebro sabe que no
es la mejor idea envolver la taza del bañ o de una tienda con papel film.
La mayoría de la gente que usa nuestro bañ o tiene que ir de verdad, y
tener su orina encharcada en sus zapatos no es bueno. No podía
entender por qué había huellas de pies mojados saliendo de la puerta
del bañ o.
—Fue asqueroso —me reí—. Pero tienes que admitir que fue
bastante gracioso có mo la esposa del ministro, Shelly, salió corriendo de
la tienda pensando que le había errado al bañ o.
—Eso fue lo ú nico destacado de todo el incidente —contestó Fran,
rié ndose junto a mí—. Siempre está juzgando a los demá s cada vez que
se ven algo menos que perfectos.
—Exactamente, por eso Tressa tuvo la idea.
—Entonces, ¿me está s diciendo que Shelly era el objetivo todo el
tiempo? —preguntó , enarcando una ceja hacia mí.
—Um, sí —tartamudeé , sabiendo que acababa de delatar mi parte
en la broma.
—¿Y có mo sabía la querida Tressa que Shelly sería la que usaría
el bañ o?
—Puede que se lo haya dicho. Vamos, tienes que admitir que sus
comentarios catastró ficos cada vez que usa el bañ o se hacen viejos.
—¿Có mo sabías que sería ella la que sufriera la broma?
—Porque viene todas las semanas despué s de su té de damas... —
Mi voz se cortó mientras me alejaba de la puerta antes de que pudiera
implicarme má s—. Te veré el lunes —llamé por encima de mi hombro,
apurando el camino.
—Sabía que estabas involucrada —dijo ella antes de cerrar la
puerta de su casa.
Me reí de sus palabras mientras me acercaba a mi coche. Dejé el
bolso en el asiento del copiloto y me subí al volante. Daba marcha atrá s
cuando un movimiento a mi derecha me sobresaltó . Al girar la cabeza,
vi a un corredor solitario que avanzaba por la calle principal. Woodfalls
tenía su cuota de caminantes, pero nadie corría, y sin dudas, ninguno
como el que cruzaba la calle delante de mí. Normalmente, me habría
burlado de un hombre que corría sin camiseta, preguntá ndome qué
pretendía demostrar. Sin embargo, Nathan era una historia diferente,
con sus pectorales brillantes y sus abdominales duros como piedras.
Habría sido un pecado privar a la població n femenina de la oportunidad
de quedarse boquiabierta. Me senté inmó vil en mi asiento, observando
có mo pasaba por la ventanilla de mi coche. El corazó n me retumbó en
el pecho al ver có mo un hilillo de sudor se abría paso por los profundos
contornos de su bien musculada espalda, desapareciendo dentro de sus
pantalones cortos. Ya se había ido cuando me sacudí de mi estado de
comatosa aduladora lo suficiente como para conducir a casa. Me sentía
febril. Al mirarme en el espejo, vi que mi cara estaba sonrojada.
—Dios, eres un desastre. ¿Qué vas a hacer si alguna vez lo ves
desnudo? ¿Combustió n espontá nea? —le pregunté a mi reflejo.
***

El timbre de mi telé fono mó vil me despertó a la mañ ana siguiente.


Busqué a tientas en la mesita de noche para encontrarlo mientras
mantenía los ojos cerrados.
—Sí —grazné al telé fono, con la voz todavía pesada por el sueñ o.
—¿Tú tambié n está s enferma? —La voz de Brittni me respondió
con el mismo tono, aunque sonaba mucho peor.
—No, solo dormía. ¿Está s enferma? —Pregunté lo obvio. O estaba
enferma, o se había tragado una rana muy vieja.
—Sí, mi mamá hizo que el doctor Baker viniera a revisarme. Dijo
que le parecía una bacteria. Apuesto a que me contagié de mis malditos
alumnos —se quejó . Brittni era suplente en la escuela primaria a la vez
que trabajaba para obtener su título de maestra. Me resultaba iró nico
que insistiera en que quería ser maestra ya que no parecía gustarle
mucho los niñ os. Tressa me dijo que lo de la aversió n era en realidad
una actuació n. Puede que sea brusca, pero tiene unas habilidades locas
cuando se trata de enseñar, había afirmado.
—Bueno, mierda. Lamento que te sientas mal —ofrecí, tratando
de ocultar mi decepció n por no poder tachar un punto de mi lista.

—Siento haberte abandonado.


—No es gran cosa. Solo mejó rate —la tranquilicé .
—Vale. Iremos cuando vuelva de ese apestoso entrenamiento de la
semana que viene —prometió antes de colgar el telé fono.
Me senté , contemplando mi lista en mi cabeza para ver si podía
abordar uno de los otros puntos. Viniendo de Florida, donde hace un
calor tremendo, la mayoría de los elementos de mi lista se centraban en
actividades relacionadas con el invierno, con la obvia excepció n de la
actividad que posiblemente implicaba a Nathan. Una imagen mental de
un Nathan sin camiseta pasó por mi cabeza, hacié ndome saltar de la
cama bruscamente. No iba a quedarme deprimida todo el día. Ya era
bastante malo que los pensamientos sobre é l me mantuvieran despierta
la mitad de la noche.
Acomodé la cama a toda prisa y me puse unos pantalones cortos
y una camiseta con capucha. Diez minutos despué s de colgar el telé fono
con Brittni, me dirigí al puente de Mason, en el límite del condado. El
aire tenía un toque, dejando claro que el verano había terminado y el
otoñ o estaba a la vuelta de la esquina. Me sentí muy bien sabiendo que
era septiembre y que ya estaba refrescando. En Florida, pasarían varios
meses antes de ver temperaturas similares. Despué s de toda una vida
sin ver las verdaderas estaciones, deseaba que empezaran. Quería ver
los á rboles esté riles una vez que se desprendieran de todas sus actuales
hojas multicolores. Quería hacer un á ngel de nieve y construir un
muñ eco de nieve. Los tres eran elementos de mi lista de deseos que no
requerirían mucho esfuerzo mientras yo siguiera aquí. Solo necesitaba
el tiempo suficiente.
Llegué al puente Mason en menos de cinco minutos. En cuanto
frené junto a la carretera justo antes del puente, los nervios que había
mantenido a raya asomaron su fea cabeza. Sentada tras el volante, me
pasé las manos por los pantalones cortos en un intento de eliminar la
humedad que se acumuló en mis palmas. Podía hacerlo. Abriendo la
puerta del coche, me obligué a salir antes de acobardarme y volver a
casa. La fresca brisa que soplaba entre las ramas de los añ osos robles
que bordeaban las orillas del río me hizo sentir un ligero escalofrío.
Miré con recelo el puente que tenía delante. Era ahora o nunca. Me quité
la sudadera a pesar del frío y la dejé en el asiento del copiloto junto a la
toalla que había traído. Cerrando la puerta con determinació n, dejé
atrá s el coche y me dirigí al puente.
Las rodillas me temblaban má s y má s cuanto má s me acercaba a
la mitad del puente, y mi respiració n salía entrecortada como si hubiera
corrido un kiló metro. Mirando por encima de la barandilla, observé el
lento movimiento del río. A esta altura, el agua parecía má s oscura y
amenazante de lo que pensé . Me sentí mareada y ligeramente aprensiva
ante la idea de meterme en el agua con Dios sabe qué acechando a mi
alrededor. En Florida, es sabido que cualquier masa de agua puede
tener serpientes o incluso caimanes. La indecisió n me invadió mientras
me agarraba a la barandilla con los nudillos blancos. Cerré los ojos con
fuerza para evitar el mareo y me di una severa charla. Tenía que hacerlo
hoy. Era evidente, por el frío del aire, que el tiempo era limitado. Pronto
haría demasiado frío para saltar.
Decidida, mantuve los ojos cerrados mientras intentaba trepar
por la barandilla que seguía agarrando con las manos. La maniobra era
difícil con el agarre de muerte que tenía, pero despué s de unos cuantos
intentos fallidos, estaba de pie al otro lado de la barandilla. Por fin abrí
los ojos y solté lentamente una mano para poder girar y mirar hacia el
agua. Con la barandilla contra mi espalda, enfrenté mi mayor temor. El
aliento se me escapó de los labios mientras luchaba contra el pá nico.
—Esta es la peor parte —me dije. Si conseguía superar esto, la
caída duraría solo unos segundos. Endureciendo mi espalda, finalmente
me solté de la barandilla y me acerqué al borde del puente. El deseo de
volver a cerrar los ojos me invadió , pero luché contra é l. No había forma
de engañ ar a esta situació n. Con una ú ltima mirada de anhelo a la
barandilla detrá s de mí, salí del puente y grité , grité y luego grité un
poco má s.
Mis gritos llenaron el aire a mi alrededor mientras me sumergía
en el agua oscura. Tardé menos de un momento y, aunque seguía con
miedo, mis gritos fueron de repente má s estimulantes. Me sentía viva
mientras mi estó mago descendía por la caída libre. Por primera vez,
comprendí totalmente por qué los paracaidistas decían que saltar de un
avió n era un subidó n sin igual. Me di cuenta de que me decepcionó
cuando llegué al agua con los pies por delante y me hundí en el agua
helada. Quería má s. Quería volver a sentir la libertad de la caída.
Tratando de ser el héroe
Traducido por Diana
Corregido por Verito

Llevaba cinco kiló metros corriendo el domingo, contemplando mi


pró xima acció n con Ashton, cuando me topé con su coche a un lado de
la carretera cerca del puente Mason. Antes de que me diera cuenta de
por qué estaba allí, un grito desgarrador resonó en el aire. Corriendo
hacia el lugar de los gritos, llegué a la barandilla del puente justo a
tiempo para ver el chapoteo del cuerpo de alguien cayendo al agua. Sin
pensarlo, me lancé por encima de la barandilla y salté por el lado del
puente.
El agua me golpeó como agujas de hielo cuando me sumergí por
completo. Los añ os de buceo me hicieron dar patadas instintivas con
los pies mientras utilizaba los brazos para impulsarme a la superficie.
Me pasé las manos frené ticamente por la cara, limpiando el agua para
buscarla. El alivio me invadió cuando vi una cabeza movié ndose en el
agua a unos metros de mí.
—¿Qué diablos? ¡Me diste un susto de muerte! —gritó Ashton—.
Pensé que el puente se me caía encima o algo así.
—Bueno, pensé que te estaban asesinando por la forma en que
gritabas —contraataqué , aumentando mi propia ira—. ¿Qué demonios
haces?
—Estaba venciendo mi miedo a las alturas, seguido rá pidamente
por mi miedo a que se me cayera un puente encima —me respondió ,
girando hacia la orilla. Observé por un momento có mo se propulsaba
hacia la orilla con sus brazadas practicadas. Sacudiendo la cabeza con
desconcierto, la seguí, alcanzá ndola rá pidamente. Una vez que pudimos
ponernos de pie, recorrimos el resto del camino hasta la orilla. Ninguno
de los dos habló mientras los restos de adrenalina nos abandonaban y
nuestros cuerpos empezaban a temblar por el frío. La tensió n entre
nosotros se disipó cuando extendí la mano para sostenerla ya que se
tropezó con una raíz oculta bajo el agua.
—Gracias —dijo ella, soltando mi mano una vez que alcanzamos
la orilla.
—No hay problema. No todos los días tengo la oportunidad de
salvar a una dama que no necesitaba ser salvada —bromeé .
—Estoy segura de que lo que cuenta es la intenció n —bromeó en
tanto nos dirigíamos hasta la orilla. Nuestros pasos se hundieron ya
que el agua sobrante se filtró a lo largo de la parte superior de nuestros
zapatos.
—Díselo a mis zapatillas de correr arruinadas —dije, levantando
mi zapatilla llena de barro para que pudiera verla.
—¿Qué tal si te llevo en coche para compensar? Aunque quiero
que quede constancia de que no te pedí que te pusieras en plan hé roe
acosador y te lanzaras a por mí —bromeó .
—Es justo, pero la pró xima vez que decidas hacer un trabajo de
adrenalina, gritar menos podría ser ú til.
—Bien pensado —aceptó , abriendo la puerta del pasajero—. Ten,
puedes quedarte con la toalla, ya que yo tengo mi sudadera —añ adió ,
lanzá ndome una toalla doblada.
—Deberías haberte quitado la camisa mojada antes de poné rtela
—señ alé , levantando las cejas de forma sugerente mientras ella se ponía
la sudadera por encima de la camiseta mojada.
—No soy tan fá cil. Tienes que salvarme para poder mirar mis
tetas —bromeó , subié ndose al asiento del conductor.
Una risa sorprendida surgió en mi interior. Hacía tiempo que no
estaba con alguien tan descarada. Era diferente a las chicas refinadas y
aburridas con las que normalmente salía. Era má s abierta, con una
lengua má s afilada que me hacía pensar en otras cosas que me gustaría
que hiciera esa lengua.
—¿Es eso una invitació n? —pregunté , plegá ndome en el asiento
del copiloto.
—No estoy segura de tener planeadas má s actividades de alto
riesgo que requieran tus servicios.
—Tal vez podamos llegar a un acuerdo paralelo —dije, apoyando
mi brazo en el respaldo del asiento para que mis dedos estuvieran cerca
de su nuca sin llegar a tocarla. Reprimí una sonrisa cuando vi que un
escalofrío de conciencia recorría su cuerpo.
—¿Qué tienes pensado? —preguntó , encendiendo la calefacció n
mientras daba una vuelta en U en medio de la carretera.
—¿Por qué no me dejas que te lleve a cenar y así podemos
concretar los detalles? —respondí, pasando el dedo por el fino pelo de
su cuello que se había escapado de la bonita coleta que llevaba en la
parte superior de la cabeza.
—No hay muchas opciones para comer en Woodfalls, a menos que
no te importe el restaurante. Los mejores restaurantes está n en el
pueblo de al lado, a unos veinticinco minutos —dijo, apoyá ndose en mi
mano, que ahora le apretaba el cuello. Me puse duro al instante por el
suspiro de placer que escapó de su boca mientras le masajeaba con
suavidad el cuello.
—Deja que me preocupe por la cena —murmuré , metiendo el
dedo por el escote de su camisa mientras ella metía el coche en el
aparcamiento de mi motel. Apagó el coche, pero ninguno de los dos se
movió .
—Esto es una locura. Ni siquiera nos conocemos —dijo finalmente
con voz ronca, dá ndome a entender que estaba tan excitada como yo.
Aunque, a juzgar por su agarre mortal al volante, intentaba luchar
contra ello.
—Sal conmigo y nos conoceremos —le dije, deslizando mi mano
por la espalda de su camisa. Observé có mo se mordía el labio inferior
con indecisió n. Estaba má s celoso de un par de dientes de lo que jamá s
hubiera imaginado. Quería que fueran mis dientes los que mordieran
suavemente su labio—. ¿Todavía te preocupa que quiera meter mi baú l
en tu cabeza? —me burlé en voz baja, tratando de aligerar la tensió n
que irradiaba de ella.
—No estoy buscando una relació n seria —murmuró .
—A ver si entiendo. ¿Te parece bien salir conmigo, pero no
quieres que me encariñ e? —le pregunté , rié ndome de la ironía de la
situació n—. Cariñ o, tengo una regla estricta sobre los apegos, pero eso
no significa que no podamos divertirnos conocié ndonos. Ademá s, solo
estaré aquí una semana má s o menos.
—¿No vas a enamorarte de mí? —preguntó ella con seriedad. Si la
situació n hubiera sido diferente, se me habrían revuelto las tripas ante
su pregunta.
—Te prometo que no voy a enamorar de ti —dije solemnemente ya
que parecía muy seria—. ¿Qué tal si te prometo que solo planeo usarte
para tener sexo? —bromeé .
—Eso ayudaría —dijo, asintiendo con la cabeza en total acuerdo.
—Sabes que esta conversació n es un poco desastrosa —bromeé ,
arrastrando mi mano un poco má s abajo.
—Estoy bastante segura de que todo lo que hemos hecho hasta
ahora es un desastre —dijo, relajá ndose finalmente—. Será mejor que
sigamos estando coherentes.
—Entonces, dé jame entender esto ya que tiendo a ver las cosas
un poco analíticamente. ¿Está bien si salimos, pero aú n mejor si decido
que quiero ultrajar tu cuerpo a mi gusto, y luego me voy cuando haya
terminado? —pregunté .
—Exacto —contestó , temblando ligeramente mientras mi mano
seguía explorando.
—Te recogeré a las siete —anuncié , atrayé ndola hacia mí. Posé
mis labios contra los suyos por un momento, devorando el suspiro de
sorpresa que salió de su boca. Tiré del labio que me había atraído hacia
mi boca y le di un suave pellizco con los dientes. Sabía ligeramente a
una combinació n de brillo labial de cereza y enjuague bucal de menta,
pero era el calor lo que me atraía. Podría haber hecho un festín con sus
labios y su boca. Quería explorar cada centímetro de ellos. Despué s de
un momento, me obligué a apartarme y a abrir la puerta del coche.
Sus ojos me miraron de forma interrogativa cuando me quedé de
pie junto a su coche. —Lo siento, tu labio inferior me estaba volviendo
loco. Tenía que ver si sabía tan bien como parece —le expliqué .
—¿Y bien? —preguntó exasperada mientras empezaba a cerrar la
puerta.
—Cariñ o, sabía mejor de lo que mis fantasías má s salvajes
podrían haber conjurado —respondí, cerrando la puerta ante su cara de
asombro.
La cačda
Traducido por Genevieve
Corregido por Gaz
Holt

Volví a casa confusa despué s del beso estremecedor que me dio


Nathan. Estremecedor era tan cliché , pero el beso fue eso y má s. Nunca
un beso me afectó de tantas maneras diferentes. Los besos torpes que
había compartido con algunos chicos en la secundaria y la universidad
palidecían en comparació n. Era la diferencia entre pedir un filete en un
restaurante de cinco estrellas o pedir las empanadas de carne picada
que servían en la cafetería de la escuela. Sus palabras de despedida, sin
embargo, me afectaron má s. Con apenas unas pocas palabras me hizo
sentir deseable y apreciada, todo al mismo tiempo.
Detenié ndome frente a mi casa, me las arreglé para despejar la
confusió n de mi cabeza lo suficiente como para entrar. En el camino, el
aire frío traspasó mi ropa mojada, congelá ndome hasta los huesos y con
eficacia apagando los restos del fuego que é l había encendido dentro de
mí. Mis temblorosos dedos titubearon con la llave hasta que por fin fui
capaz de meterla en la cerradura. Al cerrar la puerta tras de mí, empecé
a desnudarme, dejando un rastro de ropa mojada tras de mí de camino
al bañ o. Necesité toda el agua caliente que el pequeñ o calentador de
agua podía reunir para combatir los escalofríos que se apoderaron de
mí. Solo cuando el agua empezó a enfriarse la cerré .
Salí de la ducha, envolviendo rá pidamente mi cuerpo con una
toalla y colocando otra al estilo turbante alrededor de mi cabeza.
Me estaba poniendo mis jeans ajustados y un jersey de puntos
cuando oí que mi televisor se encendió en la sala principal de la casa.
—¿Quieres pasar el rato? —me saludó Tressa con la boca llena de
empalagosa de pizza de queso—. He pensado que podríamos ver un par
de películas y cotillear.
El tentador olor de la pizza me recordó que me había saltado el
desayuno. —Claro —respondí, agarrando una porció n de pizza mientras
recogía mi ropa mojada del suelo. Sin dejar de masticar, la llevé al
lavadero que se había construido en la parte trasera de la cabañ a. Me
estremecí ante el rá pido descenso de la temperatura en el exterior y
metí la ropa en el cesto para poder volver a entrar.
—Es una locura lo rá pido que cambia el tiempo —comenté ,
volviendo a la cocina.
—Bienvenida a la vida del norte. Qué no daría yo por un clima
cá lido durante todo el añ o.
—Cré eme, no es tan glamuroso como parece. No hay temporadas
de las que hablar y los veranos abrasadores se llevan la diversió n de los
estados de clima cá lido. ¿Tambié n has traido chocolate? —le pregunté ,
cambiando de tema mientras me sentaba a su lado.
—Helado de chocolate con brownie —respondió ella, golpeando el
botó n en mi reproductor de Blu-ray.
—Mmm. ¿Qué películas trajiste de Netflix? —pregunté , cogiendo
otra rebanada de pizza.
—Esta semana fueron comedias.
—Suena bien —dije, recostá ndome en los cojines de mi sofá .
—Entonces, ¿vas a decirme có mo estuvo tu salto, o se supone que
debo actualizar mis habilidades para leer la mente?
Me tomé un momento para terminar mi segunda porció n de pizza
antes de responderle, sin saber la cantidad de informació n que quería
divulgar. —¿Qué te hace pensar que lo hice?
—Uh, tal vez porque dejaste ropa mojada en el saló n. Obvio. No
puedo creer que hayas sido tan tonta como para ir sola.
La miré cuestionablemente.
—Brittani me envió un mensaje de texto para advertirme sobre su
estreptococo, probablemente me contagiaré ya que la perra tomó un
trago de mi cerveza la otra noche. En fin, cué ntame.
—Hoy salté del puente —dije evasivamente.
—Entonces, ayú dame, te golpearé en la cabeza con este mando a
distancia si no contestas mi pregunta —amenazó , sostenié ndolo como
un arma.
—Vale, psicó pata. Salté , y fue aterrador, increíble y emocionante
todo en uno. Lo haría de nuevo si no se me congelara el culo despué s,
bueno eso, y si no tuviera miedo de que el puente se me cayera encima.
—¿Qué ?
—Parece que alguien con complejo de superhé roe tuvo la
impresió n de que me caí y necesitaba ser salvada.
—Dios mío, por favor, dime que fue el Señ or Sexy y Caliente quien
saltó para salvarte —preguntó Tressa, saltando en el sofá de la emoció n.
—¿Có mo sabías que sigue en la ciudad? —pregunté , sorprendida
de que esa fuera la conclusió n natural que buscara.
—Hola. Sí sabes que esto es Woodfalls, ¿verdad? Podría decirte
quié n cagó ayer y quié n estaba estreñ ido. Todo el pueblo está pendiente
del misterioso periodista que ha decidido quedarse en el culo del
mundo por un tiempo. Segú n una fuente muy fiable, es muy reservado y
ni siquiera deja que el servicio de limpieza entre a limpiar su habitació n.
Hace que le dejen las toallas y sá banas limpias por la mañ ana y deja las
sucias en la puerta de su habitació n —dijo emocionada—. Así que, ¿fue
tu caballero de brillante armadura?
—Guau, eres como Google, tu conocimiento no tiene límites —
bromeé , ignorando la forma en que mi ritmo cardíaco se disparó al
saber que se quedaba por un tiempo.
Ante mi comentario, se acercó y me golpeó con el mando.
—Perra, eso duele —me quejé , frotá ndome la pierna dolorida—.
Está bien —le dije cuando levantó el control remoto de nuevo—. Sí, fue
é l. Casi me mata de un susto, saltando así detrá s de mí. Estaba bajo el
agua cuando oí un chapoteo grande detrá s de mí. Estaba convencida de
que el maldito puente se venía abajo.
—Entonces, ¿me está s diciendo que este chico tambié n tiene un
complejo de hé roe? Dios, eso es intenso. Ahora estoy sú per apenada por
no haberlo abordado primero la otra noche. No me importaría un poco
de boca a boca si me entiendes.
—Tendría que estar en un pozo minero, a cientos de kiló metros
bajo la tierra para no captar tu insinuació n —le contesté secamente—.
Fue dulce, pero no estoy buscando una relació n intensa.
—Cariñ o, ni yo tampoco, pero eso no significa que no puedas
divertirte mientras tanto. Obviamente está jadeando tras de ti como un
perro. Utilízalo para el sexo alucinante y sigue adelante —sugirió ella,
agarrando una tercera rebanada de pizza.
—Suenas como Fran. ¿No se supone que las chicas de pueblos
tienen un mayor sentido de la moral o algo así?
—Cariñ o, es domingo. ¿Me ves en alguna iglesia? No. Mi falta de
moral fue expuesta hace muchos añ os. Eso y el hecho de que pude o no
haber corrompido a algunos de los chicos cuando era má s joven me
tiene en la lista de “tenemos que rezar por su alma” en las tres iglesias
de la ciudad. En serio, actú an como si estuviera mal visto bañ arse
desnudo en la piscina de bautismo —bromeó , guiñ á ndome un ojo.
—Por favor, dime que no lo hiciste —le pregunté , debatié ndome
entre la risa y el horror. No era una feligresa, pero estoy segura de que
de que eso estaba a la altura de orinar en agua bendita o algo así.
—Solo un par de veces.
—¿Un par de veces? —dije, finalmente cediendo a la tentació n de
reír.
—Vale, má s bien cinco veces, pero en serio, se repartió en las tres
iglesias. Así que, en realidad, fue má s bien una vez y media en cada
iglesia. No es gran cosa —dijo a la defensiva.
—Es una manera de verlo, supongo. Al menos difundiste el amor,
o las tetas, má s exactamente —bromeé , deliberadamente mirando su
pecho grande, que parecía no querer permanecer encerrado bajo la tela
de sus camisas.
—Verdad. Estos bebé s merecen ser compartidos —respondió ella,
ahuecando sus pechos para dar é nfasis.
—¿Significa eso que has decidido romper con Jackson de nuevo?
—pregunté , nombrando otra vez, a su novio recurrente, que me tenía
má s que un poco chiflada.
—Sí —dijo, pareciendo culpable—. No podía soportarlo má s. Su
estú pida madre no para de alimentar su cabeza con historias sobre
có mo debe actuar una buena chica. Lo tiene convencido de que va a ir
al infierno por meté rmela antes de casarse. Siempre le dice que somos
demasiado jó venes para el sexo y que no somos tan maduros como para
manejarlo. Juro que me siento como si estuviera de vuelta en la escuela
secundaria en lugar de mi ú ltimo añ o de universidad. Me gusta y todo,
pero necesita seriamente averiguar el tipo de hombre que quiere ser. O
es un hombre que tiene sus propias opiniones, o es un niñ o de mamá .
En cualquier caso, estoy harta de sostener sus manos en medio de su
culpabilidad. Se excita durante todo el acto, pero cuando termina, actú a
como si hubiera atropellado a un perro o algo así.
—Su mamá se volvería loca si supiera cuá ntos adolescentes eran
sexualmente activos en mi antiguo instituto, y era incluso peor en la
universidad. Ella debería estar feliz de que ustedes dos sean al menos
adultos. ¿Vas a dejarlo definitivamente esta vez?
—Creo que sí. Hay un chico en mi clase de psicología II que me ha
estado invitando a salir desde que empezó el semestre.
—Bien por ti —la animé , sin admitir que siempre cuestioné su
relació n con Jackson. Había visto la actitud endeble de é l sobre cosas
de primera mano. Ademá s, era un completo idiota cuando Tressa hacía
ciertas cosas, como asistir a fiestas má s cercanas a su universidad. Una
vez comentó que ella tenía suerte de que é l le permitiera hacer el viaje
de cuarenta y cinco minutos al campus a diario. Tuve que luchar contra
las ganas de no darle un puñ etazo en la garganta por eso.
—¿Eso crees? —me preguntó , sonando insegura por primera vez
desde que nos habíamos convertido en amigas.
—Por supuesto. Te mereces a alguien que no te menosprecie
constantemente cuando no esté tratando de tener sexo contigo.
—Tengo miedo —admitió —. Ya nos hemos separado un tiempo,
pero nunca he salido con otras personas, y hemos estado juntos casi
desde que é ramos estudiantes de primer añ o en la secundaria.
Asentí, ya sabiendo todo lo que estaba diciendo. Por lo que a mí
respecta, siete añ os de mierda eran siete añ os de má s. —Creo que está s
tomando la decisió n correcta. Mereces mucho má s de lo que un niñ o de
mamá está dispuesto a dar —le aseguré —. ¿Cuá ndo vas a salir con el
chico de tu clase?
—Se llama Michael, y el pró ximo sá bado. Vamos a ir a escuchar
una nueva banda que está causando furor. Se supone que deben ser
impresionante. Britt y tú deberían venir a verlos.
—Claro, porque llevar a dos mejores amigas en tu primera cita no
es ser aguafiestas. Ademá s, Brittni se va por la mañ ana a lo de las
prá cticas.
—No te hagas la listilla. Me refería a que ustedes tambié n fueran
a verlos. Tal vez podríamos ir esta noche antes de que Britt se vaya.
—Esta noche no puedo —le dije con la boca llena de pizza.
—¿Por qué no?
—Le dije a Nathan que saldría con é l esta noche.
—¿Me está s jodiendo? ¿Has sabido durante todo el tiempo que he
estado aquí que ibas a salir con el desconocido sensual y lo mencionas
ahora? —gritó , golpeá ndome de nuevo con el mando.
—Que Dios me ayude, si me golpeas con ese mando otra vez, lo
encontrará s metido en algú n sitio que no quieres.
—Oh, coqueta. Ahora, deja de insinuarte y sué ltalo —exigió ,
silenciando la televisió n como si mi noticia requiriera silencio absoluto
para ser revelada.
—En realidad no es nada del otro mundo. Creo que Nathan y yo
hemos acordado provisionalmente salir juntos con la posibilidad de que
se convierta en un romance sin ataduras —chillé . Nuestro acuerdo de
repente pareció absolutamente ridículo cuando el vapor y el calor no
estuvieron nublando mi juicio.
—Mierda, zorra —bromeó mientras yo la miraba—. Es una broma.
—Debo estar loca, ¿verdad? —Gemí, cubriendo mi cara con las
manos.
—Si eso es locura, dame un poco. Aceptaré un acuerdo sin
ataduras con é l cualquier día. Entonces, ¿a dó nde te lleva?
—No estoy segura —admití, levantá ndome del sofá para calmar
mis nervios con una cantidad de helado adormecedor de mentes—. Dijo
que se encargaría de ello cuando le señ alé que Woodfalls no es conocido
por sus opciones de restaurantes —añ adí, agarrando dos cuencos del
gabinete.
—Oye, eso no es cierto. Ahora que por fin han terminado el
McDonald's junto al instituto, somos completamente elegantes —se
burló .
—Tienes razó n. No hay nada de malo con mirar perdidamente los
ojos del otro con una hamburguesa con queso y patatas fritas en el
medio.
—Cariñ o, estoy segura de que no contemplará tus ojos —bromeó ,
mirando mi pecho.
—Deja de ser pervertida. Ademá s, mis tetas son mucho menos
grandes que las tuyas —contesté , dando un gran bocado al helado para
no tener que decir nada má s. Un momento despué s, grité de dolor
cuando el helado golpeó mi cabeza en el peor caso de congelació n del
cerebro.
—Joder, ¿nunca te enseñ aron a tomar bocados má s pequeñ os? —
preguntó Tressa, entregá ndome su vaso de agua—. Me siento como si
estuviera cuidando a Mackenzie y Matthew —bromeó , refirié ndose a sus
sobrinos gemelos de dos añ os.
La habría fulminado con la mirada, pero mi cabeza no había
superado la sensació n de pinchazo que estaba sufriendo. Despué s de
varios momentos, por fin pude reanudar la ingesta de mi helado en
pequeñ as porciones que Tressa se encargó de recordarme. Pasamos el
resto de la tarde riendo con las comedias que ella había traído. Aparté
los pensamientos sobre Nathan a los rincones má s recó nditos de mi
cerebro, pero de vez en cuando aparecían para fastidiarme a lo largo de
la tarde. Cuando Tressa recogió sus cosas para marcharse, abandoné
toda pretensió n de normalidad.
—Vas a estar bien —dijo, y me dio un fuerte abrazo de la manera
típica de Tressa.
—No estoy preocupada —mentí descaradamente con una sonrisa
falsa.
—Cierto. Tu cara siempre tiene un delicado tono verde —dijo ella,
riendo—. Vas a estar bien —repitió —. Simplemente disfruta del viaje —
añ adió , meneando sus cejas hacia mí sugestivamente—. Y lo digo en
todo el sentido de la palabra.
—No está s ayudando —me quejé , espantá ndola por la puerta.
—Espero toneladas de mensajes de texto y una llamada a primera
hora de la mañ ana —gritó a travé s de la puerta de mi casa mientras me
desplomaba contra ella. Era un desastre. Tenía que poner orden antes
de que Nathan se diera cuenta de mis complejos de adolescente.
La siguiente hora pasó en un frené tico torbellino de actividad
mientras mostraba comportamientos propios de alguien que no tenía
sus cosas claras. Decidí mantener mi atuendo informal y ponerme el
jersey de punto y los vaqueros que ya tenía puestos. A la vez que me
cepillaba el pelo, tuve un repentino ataque de pá nico al ver que mis
piernas no estaban recié n afeitadas. Me bajé los vaqueros hasta los
tobillos y me pasé la mano por las piernas, haciendo una mueca de
dolor por los cortos vellos que los cubría. Miré el reloj de la mesita de
noche. Las siete menos cuarto, mierda, tal vez tenía tiempo suficiente
para pasar rá pidamente una maquinilla de afeitar sobre ellas.
Con los vaqueros todavía en los tobillos, me dirigí cojeando al
bañ o, lo que no era la mejor idea con el cerebro tan agotado. Me di un
cabezazo contra el suelo de madera de mi habitació n que me dejó sin
aliento. Jadeando, hice un balance de las posibles lesiones mientras
ignoraba las motas de polvo que había debajo de mi cama y que ahora
tenía a la vista. Por supuesto, sería en ese momento cuando Nathan
decidió llamar a mi puerta principal.
Me puse en pie de un salto, olvidando una vez má s que mis
vaqueros seguían en los tobillos.
—Madre mía —refunfuñ é mientras quedaba por segunda vez
boca abajo con un fuerte golpe. Mis pulmones acababan de perdonarme
la ú ltima caída, y ahora se agarrotaban otra vez, hacié ndome jadear
como una víctima de ahogamiento. A medio camino entre reñ irme por
mi total imbecilidad y desear que mi suelo estuviera al menos
alfombrado en una situació n como é sta, oí que se abría la puerta de mi
casa.
—Ashton, ¿está s bien? —llamó la voz preocupada de Nathan.
Me encontraba en el infierno. Por un breve momento, contemplé
la posibilidad de deslizarme bajo la cama para esconderme.
—Estoy bien —respondí, usando el poco aliento que había logrado
recuperar. Intenté frené ticamente subirme los vaqueros por encima de
las piernas, aunque mi posició n boca abajo no ayudaba mucho.
—Pensé que alguien te estaba atacando —dijo la ú ltima voz que
quería escuchar en ese momento desde la puerta de mi habitació n.
Antes me había equivocado. Esto era un infierno. —Ese alguien
serían mis vaqueros. —Mi respuesta salió confusa gracias a mi apuro
mientras el calor llenaba mis mejillas.
—¿Está s bien? —preguntó , obviamente preocupado al ver mi culo
cubierto de bragas boca arriba mientras yo trataba en vano de ocultar
mi cara en el suelo de madera.
—¿Si por estar bien, te refieres a “me gustaría morir en este
momento”? Eso sería un sí rotundo —mi voz salió amortiguada debido
al suelo de madera contra mi cara.
—¿Quieres que te ayude? —preguntó . Ahora que sabía que no
había sufrido ningú n derrame cerebral ni me había abierto la cabeza de
par en par, se mostró completamente divertido.
—No, creo que puedo encargarme de esto —dije con sarcasmo,
dá ndome vuelta para poder subirme los vaqueros. Solo cuando estaba
en medio de la vuelta me di cuenta de que mi jersey se había subido
hasta el cuello, dejando al descubierto mi pecho cubierto de sujetador.
—Pensaba que íbamos a tardar en llegar a esto, pero oye, me
apunto —bromeó , apoyá ndose en el marco de la puerta.
—En serio, Dios debe odiarme —murmuré , abandonando los
vaqueros para poder bajarme el jersey—. Saldré en un minuto —dije,
tratando de salvar el mínimo de dignidad que me quedaba.
—¿Está s segura? No tengo ningú n problema en asistirte —dijo,
guiñ á ndome un ojo.
—Fuera —exigí, tratando de ignorar el calor que me recorría por
su guiñ o. Era injusto que incluso en la mortificació n su guiñ o tuviera el
poder de seducirme.
Se rió , cerrando la puerta de mi habitació n tras é l y dejá ndome
sola en mi miseria.
¿Aperitivo, alguien?
Traducido por Diana
Corregido por Dafne

Llegué a la entrada de Ashton con diez minutos de antelació n y


me debatí entre esperar en el coche unos minutos. Por regla general,
nunca iba temprano a una cita. Las mujeres apreciaban la puntualidad,
pero detestaban ser sorprendidas con una llegada temprana. Como con
todo lo relacionado con Ashton, todas mis reglas eran inú tiles. Deseaba
verla y no quería esperar.
Intenté al menos disciplinarme para caminar hacia la puerta
principal como si tuviera algú n tipo de control. Llamé a la puerta,
esperando que ella respondiera, pero me sorprendí cuando oí un golpe
sordo en el interior de la casa, como si algo se hubiera caído o hubiera
sido derribado. Siguiendo mi instinto, extendí la mano y probé el pomo
de la puerta. Al hallarlo abierto, empujé la puerta y entré . La adrenalina
me invadió cuando oí los forcejeos procedentes de la otra habitació n.
Llamar a Ashton fue solo una formalidad, ya que era imposible que yo
esperara a ver si alguien la atacaba o algo por el estilo. Su respuesta
amortiguada solo alimentó mi fuego mientras me preparaba para patear
el trasero de alguien. No sabía lo que iba a encontrar en su lugar.
Tal vez el mejor trasero cubierto de bragas que había visto me
recibió . Al ver que Ashton no estaba siendo atacada, me permití
disfrutar del espectá culo. Ofrecer mi ayuda hizo que su piel cremosa
adquiriera un tentador tono rosado que pedía ser tocado con mis manos
y labios.
Para cuando recuperó la compostura lo suficiente como para
echarme, yo me encontraba totalmente excitado y luchaba contra la
tentació n de alzarla en brazos y tirarme en la cama que prá cticamente
me llamaba.
Quince minutos despué s, Ashton salió de su habitació n con toda
la ropa en su sitio. —Ni una palabra —amenazó mientras yo apreciaba
su apariencia.
No pude evitar echar la cabeza hacia atrá s y reírme de su tono de
lucha. Estaba acostumbrado a salir con mujeres que eran aburridas en
sus formas refinadas. Rara vez perdían la calma y nunca decían nada
sin sopesar bien sus palabras. En algú n momento, me convencí de que
eso era lo que quería. Ser testigo de la verborrea de Ashton me dio una
idea de lo que me había estado perdiendo. En las ú ltimas cuarenta y
ocho horas, me había hecho reír má s que con todas las mujeres con las
que había estado juntas.
—No se me ocurriría nada que decir —le contesté , levantá ndome
del sofá .
Sonreí mientras ella exhalaba visiblemente aliviada.
—¿Lista para irnos? —le pregunté .
—Sí —respondió , obviamente lista para dejar atrá s la escena del
crimen.
Rié ndome del alivio evidente en su voz, puse inocentemente mi
mano en la parte baja de su espalda. El calor de su piel bajo el jersey
me hizo sentir poco menos que caballeroso mientras la guiaba hacia la
puerta. Mirá ndola de arriba abajo desde atrá s, me pregunté si su suave
piel se sentiría tan suave contra mis labios como lo había parecido unos
minutos antes.
Sin poder resistirme má s, giré su cuerpo con la mano hasta que
estuvo frente a mí.
Ella me miró con los ojos entrecerrados, y me di cuenta de que mi
contacto la afectaba de la misma manera que a mí. Sin pausa, aplasté
mis labios contra los suyos. A diferencia del beso de ese mismo día, este
no tenía nada de juguetó n. Necesitaba que supiera lo mucho que la
deseaba. La atraje entre mis brazos hasta que su cuerpo quedó pegado
al mío, devorando su suspiro de sorpresa cuando sintió mi excitació n.
Nuestras lenguas se fundieron en una danza tentadora. Cada caricia
hacía que el fuego de mi interior ardiera má s, consumié ndome. En una
parte má s racional de mi cerebro, me preocupaba estar hacié ndole dañ o
mientras la estrechaba aú n má s entre mis brazos, pero cuando intenté
retirarme, sus manos fueron a mi cabeza, tirando de mí. Esta vez fui yo
quien gimió de sorpresa cuando ella tomó el control del beso. Frotó su
cuerpo seductoramente contra el mío, apretando sus caderas contra el
bulto que quería salir de mis vaqueros. Puse mis manos firmemente
alrededor de su cintura y la apoyé contra la puerta para que pudiera
sentir exactamente lo que me estaba haciendo. Gimió de placer y subió
una pierna alrededor de mí, mantenié ndome inmovilizado contra ella.
Con una sola mano, sujeté su pierna y giré mis caderas, sonriendo con
satisfacció n mientras ella jadeaba contra mis labios con necesidad. Ella
estaba a punto de llegar al orgasmo y, por sus movimientos errá ticos,
pude percibir que la sensació n era nueva para ella. La necesidad de
enterrarme en su interior era abrumadora, pero ignoré mis propias
necesidades mientras me mecía contra ella de nuevo. Gimió contra mis
labios. Rompiendo el beso, pasé mis labios por su mejilla y por su cuello
hasta llegar a su oreja. Agarrando su culo con la mano que tenía libre,
la acerqué a mí todo lo que nos permitía nuestro estado de ropa.
—Dé jate llevar —murmuré en su oído, mecié ndome contra ella
una ú ltima vez. Los escalofríos irradiaron por todo su cuerpo a medida
que la liberació n se apoderaba de ella.
—Oh, Dios —suspiró una vez que el temblor de su cuerpo estuvo
bajo control—. Estoy segura de que debería estar mortificada por lo que
acaba de pasar, pero oh, Dios —repitió , dejando caer su cabeza contra
mi pecho mientras su cuerpo blando se dejaba caer contra el mío.
—Este puede ser el momento má s eró tico de mi vida —le dije,
dejando un beso en la parte posterior de su cuello expuesto.
—¿Có mo es eso posible? Tú no… uh —tartamudeó con vergü enza
y finalmente levantó la cabeza—. Podría-mo-mos ir a mi habita-bita-
ció n —ofreció , tropezando con sus palabras.
—Fue eró tico porque haces los ruidos má s asombrosos cuando
disfrutas de algo. Por muy tentador que suene tu dormitorio, creo que
dejaré que la intensidad del plato principal aumente, ya que el aperitivo
fue tan delicioso. —Exhalé en su oído antes de dejar un beso duro en
sus labios—. Ahora, vamos a comer antes de que acepte tu oferta.
Una primera cita del infierno
Traducido por florbarbero & Sofía Belikov
Corregido por Eli Hart

Mis piernas seguían temblando cuando Nathan me ayudó a subir


a su Range Rover. Me avergonzaba mi conducta lasciva, pero no podía
dejar de pensar en lo bien que se sentía su cuerpo contra el mío. Sus
labios me calentaban desde mi interior, mientras que sus movimientos
le hacían cosas a mi cuerpo que nunca había sentido. He visto muchas
películas y he oído hablar a muchas chicas de ello en los ú ltimos añ os,
pero estaba convencida de que glorificaban demasiado la sensació n de
un orgasmo. Es decir, en serio, ¿có mo podía ser tan fantá stico cuando
las chicas a menudo usan la misma palabra para describir un delicioso
bocado de comida o chocolate? Ahora sí lo sabía. Lo que acababa de
experimentar iba má s allá de la comida o el chocolate. Nada se le
comparaba.
—Entonces, ¿qué está s pensando? —bromeó Nathan, subiendo al
asiento del conductor.
Me sonrojé , dejando en claro de que trataban mis pensamientos.
Miré por la ventana deseando que mi rubor desapareciera.
—Cariñ o, no hay nada de qué avergonzarse —dijo, acariciando mi
rodilla antes de dejar su mano descansando allí.
El calor de su palma quemó a travé s de mis pantalones, haciendo
que me moviera ligeramente mientras el deseo volvía a invadirme poco
a poco. Me sorprendió que volviera a desearlo tan rá pidamente.
—Esto es nuevo para mí —admití, mordié ndome el labio.
—¿Eres virgen? —preguntó con franqueza a la vez que su mano
apretaba un poco mi rodilla.
—No —respondí, sintiendo como me sonrojaba de nuevo—. ¿Te
gustaría que lo fuera? —pregunté , curiosa de lo que pensaba.
—Sí, no, no lo sé . Si así fuera, cambiaría las cosas —admitió .
—¿Có mo es eso? —pregunté , má s curiosa aú n sobre todo esto.
—Es probable que no se sentaría bien tomar tu virginidad en este
arreglo “sin ataduras” que tenemos.
—Entonces, ¿por qué estabas indeciso hace un minuto? Primero
dijiste que sí, pero luego cambiaste a no.
—Eso fue por el imbé cil codicioso que hay en mí. Nada me
gustaría má s que ser la ú nica persona que ha tenido estas piernas
envueltas alrededor de é l —respondió , acariciando mi pierna con la
mano para enfatizar.
—Oh —dije, lamiendo mis labios que se hallaban repentinamente
secos ante sus palabras. Fue abrumador có mo unas simples palabras
me podían dejar retorcié ndome de anticipació n.
—Tienes que dejar de hacer eso mientras conduzco —me
reprendió .
—¿Hacer qué ?
—Morderte el labio. Sabes muy bien lo que haces —señ aló ,
apretando su mano en mi pierna.
El poder que parecía tener sobre é l en este momento me hizo
sonreír, pero me acomodé en mi asiento mientras se concentraba en la
carretera. Viajamos en silencio durante varios minutos, mientras el
deseo que ardía entre nosotros se calmaba.
—¿De dó nde eres, Ashton? —preguntó , rompiendo el silencio.
Pensé mi respuesta con cuidado antes de hablar. No sabía qué
parte de mi pasado estaba dispuesta a divulgar. —Florida —respondí
finalmente, ignorando el nudo de tensió n en mi estó mago.
—¿En serio? Yo tambié n. ¿De qué localidad? —preguntó para
crear conversació n.
Sentí que el interior del vehículo se cerraba a mi alrededor. Al
instante me arrepentí de mi sinceridad. Debería haberme inventado
otro estado. —Um, cerca de Palm Coast —mentí, nombrando una ciudad
a kiló metros de mi verdadera ciudad natal—. ¿Qué hay de ti? —
pregunté , rezando en silencio para que no dijera tambié n Palm Coast.
—Un lugar cercano a Tampa —respondió mientras yo soltaba un
suspiro reprimido
—Esa es una zona muy agradable —contesté , respirando má s
fá cilmente.
—Como todas las ciudades, tiene sus zonas buenas y malas. He
vivido en las dos.
Asentí como si pudiera entenderlo, cuando en realidad no podía.
Mi familia nunca había necesitado nada. Mi abuelo se hizo un nombre
con los programas informá ticos antes de que nadie se diera cuenta de lo
mucho que los ordenadores afectarían sus vidas. Mi padre siguió sus
pasos con el diseñ o de programas informá ticos antes de graduarse de la
escuela secundaria. El dinero nunca fue un problema para mí. Fui a las
mejores escuelas, salí con los chicos má s ricos y fui a la universidad
que elegí. Mi vida estuvo llena de privilegios. Aunque, ninguna cantidad
de dinero puede protegerte de lo duro que te puede tratar la vida.
—¿Tus padres todavía viven allí? —pregunté finalmente cuando el
silencio se extendió entre nosotros.
Negó con la cabeza. —No, mi mamá murió hace un tiempo —
respondió .
—Lo siento —dije, apoyando mi mano encima de la suya—. La
mía murió cuando yo tenía diez añ os —añ adí antes de poder detenerme.
—¿Diez? Eso es duro.
—Sí, fue un momento difícil para mí. Estaba tan llena de vida que
fue casi como si alguien apagara el sol cuando murió .
—¿Có mo murió ?, si no te importa que pregunte —preguntó .
—Cá ncer de ovario. No le gustaba ir al mé dico, iba solo cuando se
sentía muy mal. Cuando lo descubrieron, ya era demasiado tarde. Mi
padre la llevó al hospital cuando por fin confesó que algo andaba mal.
Nunca volvió a casa —dije, tratando de olvidar como mi padre se veía la
noche en que había vuelto a casa despué s de su muerte. Se veía como
si lo hubiera golpeado un tren. La luz de sus ojos se apagó esa noche y
no regresó sino hasta muchos añ os despué s.
—Mierda. Lo siento —dijo, volteando la mano para poder enlazar
sus dedos con los míos.
—Es la vida —dije, encogié ndome de hombros como si no me
importara, a pesar de que su muerte fue la que dio forma a la persona
que era. A menudo me pregunto si mi vida sería diferente si ella aú n
estuviera viva.
—Es una mierda, así de simple —dijo, viendo a travé s de mi
mentira.
—¿Y tu padre? —pregunté , cambiando de tema. Me sorprendió
que su mano se estremeciera en la mía antes de soltarla bruscamente.
Agarró el volante con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos
y su expresió n se volvió ilegible. Me sorprendió la tensió n que irradiaba
de é l.
—No estoy seguro. No hablo con el hijo de puta desde que nos
dejó a mi madre y a mí prá cticamente sin hogar para poder follar a su
secretaria a tiempo completo —escupió . El silencio llenó el vehículo. Me
pregunté indecisa si debía comentar algo o cambiar de tema—. Mierda,
¿de quié n fue la idea de hablar de la familia? —me preguntó con ironía
cuando parte de la tensió n comenzó a abandonarlo finalmente.
—Creo que ese honor recae en ti —dije, sonrié ndole dé bilmente.
—Bueno, esa fue una idea de mierda. Hablemos de algo má s
interesante.
—Suena como un buen plan —concordé —. ¿Siempre quisiste ser
periodista? —pregunté , hacié ndome cargo de la conversació n.
—En realidad no, se dio así. Cuando era má s joven, quería ser
policía. Ya sabes, atrapar a los malos y salvar el día. Cuando estaba en
la secundaria, descubrí que era bastante bueno escribiendo. Durante
un tiempo, me planteé la idea de ser periodista de investigació n, pero
nunca resultó . ¿Y tú ?
—¿Te refieres a si siempre soñ é con trabajar en un almacé n en el
medio de la nada? —bromeé —. En realidad quería ser psicó loga infantil
en un hospital —le contesté con sinceridad, ignorando los nudos que
regresaron con toda su fuerza en mi estó mago.
—¿Qué cambió ? —preguntó apartando los ojos de la carretera el
tiempo suficiente como para mirarme.
—La vida —respondí con sinceridad—. A veces la vida te lanza
una bola curva y, o bien te agachas para evitarla, o la golpeas con todas
tus fuerzas.
—¿Qué opció n tomaste?
—Ninguna de los dos. Elegí la opció n tres, que era alejarse.
—Nunca es demasiado tarde para volver atrá s y golpearla —dijo,
aparcando en el estacionamiento de un pintoresco restaurante italiano.
—No quiero golpearla —dije, tratando de mantener mi voz ligera.
—¿Entonces planeas trabajar con Fran hasta que te mueras? —
preguntó con un tono irritado.
—Realmente eso no es de tu incumbencia, ya que se supone que
esta es una relació n sin ataduras —solté .
—Infiernos, tienes razó n. Eso no es asunto mío —dijo, pasá ndose
los dedos por el pelo.
—Tal vez una relació n sin ataduras no es posible. Parece que no
podemos pasar una hora sin adentrarnos en tierra de nadie —señ alé ,
mirando por la ventana, esperando que arranque el vehículo de nuevo y
me lleve casa. Deberíamos reconocer que toda esta farsa fue un fracaso.
Me sobresalté cuando Nathan abrió la puerta y salió bruscamente
del vehículo. Rodeó el Range Rover hasta mi lado. Al abrir la puerta, se
acercó un poco má s, soltó el cinturó n de seguridad y giró mis piernas
en el asiento para que quedaran a horcajadas sobre é l.
—Podemos resolver esto —dijo.
—¿Seguro? —susurré mientras sus labios bajaban a los míos.
—Estoy seguro —dijo, tirando de mi labio inferior suavemente
con su boca antes de soltarlo—. Es como aprender a andar en bicicleta.
Por supuesto, nos vamos a caer un par de veces, pero lo importante es
que
sigamos intentá ndolo —añ adió , colocando sus labios firmemente sobre
los míos—. ¿Está s dispuesta a dar el paseo? —preguntó , retrocediendo.
—Siempre y cuando no te enamores de montar en esa bicicleta —
enfaticé .
—Cariñ o, no te voy a mentir. Voy a disfrutar los paseos en esta
bicicleta, probablemente má s que con cualquier otra bicicleta que haya
montado, pero no voy a enamorarme —aseguró envolviendo mis piernas
alrededor de su cintura—. La pregunta es: ¿te enamorará s tú del paseo
en bicicleta?
—No es posible que me enamore de ningú n paseo en bicicleta —
contesté sinceramente—. Ya no, de todos modos —añ adí, trabajando
para ocultar el dolor que las palabras me causaron en la voz.
Sus ojos se estrecharon ligeramente y parecía que quería decir
algo, en cambio, extendió su mano para ayudarme a salir del vehículo.
—Vamos a comer —fue todo lo que dijo.
—¿Có mo encontraste este lugar? —pregunté mientras mantenía
la puerta del restaurante abierta para mí.
—Le pregunté a Fran. Imaginé que no me guiaría mal. ¿Ya has
estado aquí?
—No, la verdad es que no me he aventurado a salir mucho de
Woodfalls desde que me mudé . Supongo que aú n no me he puesto al
día con la vida de pueblo. Aunque, ahora que estoy aquí, huele delicioso
—respondí mientras los olores de hierbas y especias seducían a mi
nariz.
—Así que, ¿por qué Woodfalls? —preguntó una vez nos sentamos.
—Quería algo completamente diferente a Florida. Los cambios de
temporada, la nieve y el patinaje sobre hielo, cosas como esas, así que
conduje hasta que me di cuenta de que estaba lo bastante al norte para
conseguir todo eso. Nunca volvimos a ir de vacaciones despué s de la
muerte de mi madre, así que si alguna vez vi la nieve, realmente no lo
recuerdo.
—¿No hubo vacaciones de esquí mientras ibas a la universidad?
—inquirió , tendié ndome un palito de pan de la cesta que la camarera
puso en nuestra mesa.
—¿Qué te hace pensar que fui a la universidad? —pregunté .
—¿Fuiste? —contrarrestó .
—Bueno, sí, pero es presuntuoso de tu parte pensar que fui.
Muchas personas no van a la universidad.
—¿Por qué te pones tan a la defensiva cuando te pregunto sobre
tu pasado? —preguntó .
Pensé en su pregunta por un momento antes de responder. —Es
solo que no me vuelve loca hablar de ello. No es una é poca de mi vida
de la que me guste hablar —expliqué , hacié ndole saber que entraba en
territorio prohibido de nuevo.
—Muy bien —dijo, alzando las manos en rendició n—. ¿Cuá l es tu
color favorito? —preguntó , cambiando de tema.
—Depende de mi humor. ¿Y tú ? —pregunté , agradecida de que
dejara pasar el tema sin darle importancia.
—Tendré que responderte lo mismo. Aunque ú ltimamente he
descubierto que me gusta bastante el rosa —dijo, incliná ndose sobre la
mesita redonda para pasarme el pulgar por el labio inferior para dejar
claro su punto—. Estoy seguro de que los distintos tonos de rosa será n
mis favoritos durante un tiempo —añ adió , bajando los ojos a mi pecho
para que quedara claro su punto de vista.
—¿Siempre te funcionan esas indirectas? —pregunté , tratando de
no sonrojarme ante su insinuació n.
—Dímelo tú —dijo, recostá ndose en su asiento con una pequeñ a
sonrisa.
—Ya veremos —respondí, rié ndome entrecortadamente.
—Ooh, buena respuesta. Bien, ¿perros o gatos? —me preguntó ,
cambiando de tema de nuevo.
—No estoy muy segura. Nunca tuve una mascota. Probablemente
escogería un gato. Siempre soñ é que mi padre me sorprendía con un
gatito o algo así para mi cumpleañ os —dije, sorprendida ante el tono
melancó lico en mi voz—. ¿Tú ?
—Tengo un gato que cuida mi vecino mientras estoy lejos, en mis
largos viajes. Es un gato genial, pero siempre se pone algo rencoroso
cuando lo dejo. Sé que no debo llegar a mi apartamento sin sorpresas y
un juguete —respondió con una calidez que me derritió por dentro.
¿Quié n habría sabido que un hombre que amaba los gatos podría ser
tan ardiente?
—¿Un juguete? —pregunté , intrigada—. ¿Los gatos juegan con
otras cosas aparte de hilos o una bola de papel?
—No juega con los típicos juguetes de gatos. Tiene un particular
fetiche por las tapas.
—¿Un fetiche por las tapas? —pregunté , arqueando las cejas.
—Como las de las botellas de laca —explicó .
Lo miré sin comprender, sin saber bien de qué hablaba, aunque
lucía bastante adorable tratando de explicarlo.
—Ya sabes, las tapitas que cubren las boquillas de los aerosoles
—dijo, apartando sus dedos al menos un centímetro para dar é nfasis. Al
ver mi diversió n, continuó —. En fin, le gusta cuando se las lanzas por el
suelo de cerá mica. Corre detrá s de é l y lo trae de vuelta como un perro.
Así que cada vez que me voy, me empeñ o en coger varias tapas para é l.
—¿De verdad acabas con tanta laca?
—Bueno, no. Supongo que se puede decir que le ahorro a otros
consumidores la molestia de quitar las tapas de sus frascos —dijo con
timidez mientras me reía.
—Así que, ¿lo que quieres decirme es que tu gato te ha convertido
en un ladró n de tapas?
—Bueno, si lo pones así, supongo que sí. ¿He mencionado que es
un gato genial?
—Suena genial —dije sinceramente. La idea de Nathan paseando
por el pasillo de belleza de una tienda, dejando atrá s una hilera de
frascos de laca para el pelo sin tapa me hizo gracia—. ¿A tu vecino no le
importa cuidarlo? —pregunté .
—No, ella dice que no es ningú n problema.
—¿Cuá ntos añ os tiene esta vecina?
—No lo sé , tal vez veinte —respondió mientras la mesera se
acercaba para tomar nuestras ó rdenes.
—Apuesto a que no le importa —dije secamente una vez que la
camarera hubo tomado nuestros pedidos. Intenté convencerme de que
no sentía celos. ¿Qué me importaba a mí si su vecina estaba interesada
en é l?
—¿Son celos los que escucho? —bromeó .
—Por supuesto que no. Siempre y cuando no esté en la bicicleta
mientras estoy yo, no me quejo —solté bruscamente.
—Eso es algo que me encantaría ver —dijo ansiosamente.
—Apuesto a que sí —dije, lanzá ndole un pequeñ o pedazo de pan.
—Por muy tentador que suene tenerlas a ambas en mi bicicleta,
me conformo perfectamente con montarla contigo —añ adió con una voz
tan ronca que me hizo descruzar las piernas con anticipació n—. Preveo
un largo viaje en nuestro futuro —agregó , apenas levantando la mirada
cuando la mesera puso las ensaladas en la mesa. Sentí que su pierna
rozaba la mía por debajo de la mesita antes de frotarse seductoramente
contra mí.
—¿En serio? —pregunté , tratando de mantener mi respiració n
calmada—. Pareces muy seguro de tus habilidades para montar en
bicicleta —respondí, sorprendié ndome por mi insinuació n.
—Cariñ o, te garantizo que nunca has dado un paseo en bicicleta
como el que te voy a llevar. Hará que lo que pasó antes en tu saló n
parezca un paseo en triciclo —susurró , frotando el pulso en mi muñ eca
con su pulgar.
Me sentí avergonzada por el recordatorio, pero sus palabras me
trajeron a la mente la imagen de nuestros cuerpos enredados, y lo que
me había hecho.
Como si percibiera mis pensamientos, sus ojos se oscurecieron de
deseo. Retiré mi mano de la suya y me concentré en comer mi ensalada
para poder controlar mis hormonas. Mis esfuerzos fueron inú tiles. Mi
apetito era inexistente a la luz de lo que podríamos estar haciendo. Al
mantener los ojos bajos y concentrarme en mi ensalada, sentí cierta
apariencia de normalidad. Me imaginé que Nathan tenía un problema
similar de concentració n cuando le oí aclararse la garganta dos veces
seguidas. Cuando lo hizo por tercera vez, levanté la vista. Me sorprendió
ver que su cara parecía ligeramente distorsionada. Sus labios parecían
hinchados como si alguien los hubiera inflado ligeramente. Sus mejillas
estaban hinchadas como si fuera una ardilla almacenando nueces para
el invierno. Intentó aclararse la garganta de nuevo, pero salió má s bien
un gorjeo.
Al fin me di cuenta de lo que estaba pasando y me puse en pie de
un salto. —¿Eres alé rgico a las nueces? —pregunté , pensando en la
ensalada que comíamos.
Trató de hablar de nuevo inú tilmente.
—¿Qué sucede? —preguntó la mesera, colocando nuestros platos
en la mesa mientras miraba con horror la cara rá pidamente hinchada
de Nathan.
—¿Hay nueces en la ensalada? —demandé .
—Anacardos triturados —dijo dé bilmente mientras yo ayudaba a
Nathan a ponerse de pie.
—Una advertencia habría estado bien —solté —. ¿Dó nde queda el
hospital má s cercano?
—A menos de cinco minutos —contestó uno de los otros clientes,
unié ndose a nosotros—. Puedes seguirme —dijo, agarrando su cartera y
a su hija.
—Gracias —dije, ayudando a Nathan a salir del restaurante.
—No hay problema. Mi hermana tambié n es alé rgica a las nueces.
Por lo general lleva un EpiPen a donde sea que vaya —dijo, mirá ndome
de forma interrogativa.
—¿Tienes un EpiPen en tu auto? —le pregunté a Nathan, quien se
retorcía por respirar. Sacudió la cabeza—. Eso no es muy inteligente —
espeté , ponié ndolo en el asiento del pasajero. Para el momento en que
estuve detrá s del volante, la señ orita del restaurante ya me esperaba
dentro de su vehículo en la salida. Una vez que encendí el auto, salió
rá pidamente del estacionamiento conmigo justo detrá s de ella.
Le eché un vistazo a Nathan mientras conducía, sin gustarme el
tono purpurino que su rostro había tomado. Apretando duramente el
volante, continué regañ á ndolo en mi estado de pá nico. Sabía que no era
el mejor momento para ridiculizarlo, pero mi frustració n por toda la
situació n me hacía divagar. Por suerte, los semá foros se encontraban de
nuestro lado mientras avanzá bamos a toda velocidad por la carretera.
Por fin vi el hospital a lo lejos. El semá foro justo antes del hospital se
puso en amarillo y todavía está bamos a má s de cien metros, pero las
dos pisamos el acelerador y nos saltamos el semá foro en rojo antes de
entrar a toda velocidad en el aparcamiento de ambulancias del hospital.
—Oiga, no puede aparcar aquí —dijo una enfermera mientras
abría la puerta.
—Mi amigo está teniendo una reacció n alé rgica —le espeté
mientras corría alrededor del vehículo para abrir su puerta.
La enfermera echó un vistazo a Nathan desplomado en el asiento
del copiloto antes de gritar instrucciones al resto del personal mientras
se abrían las puertas dobles de Urgencias. Los siguientes minutos
pasaron como un borró n mientras el personal mé dico bajaba al coche
de Nathan. Antes de que me diera cuenta, lo llevaban a Urgencias en
una camilla. Me quedé de pie en la zona de ambulancias, ahora vacía,
sin saber qué debía hacer. Un amable guardia de seguridad se apiadó
de mí y me indicó dó nde podía aparcar. Volví a ponerme al volante y
conduje el coche hasta el lugar adecuado. En medio de una nebulosa,
traté de concentrarme en cualquier cosa que no fuera mi aversió n a los
hospitales mientras me dirigía al mostrador de admisió n.
—¿Puedo ayudarla? —preguntó la recepcionista sin levantar la
mirada.
—Eh, sí, busco un amigo —dije, pensando que un compañ ero de
viaje en bicicleta no sería una gran explicació n.
—Nombre —dijo, luciendo aburrida.
—Nathan —contesté , zapateando impacientemente.
—No veo un paciente con ese nombre. ¿Está segura de que este es
el hospital correcto? —preguntó , dejando de teclear.
—Teniendo en cuenta que lo traje aquí hace cinco minutos y he
visto a los miembros de su personal llevarlo a travé s de esas puertas
dobles, diría que sí, estoy segura de que es el hospital correcto —le
respondí sarcá sticamente.
—¿Cuá l es su problema? —preguntó , ignorando mi sarcasmo.
—Reacció n alé rgica —dije, tratando de mantener mi voz calmada
mientras peleaba contra la urgencia de agarrar su bata cubierta de
Snoopys y sacudirla.
—Cortina cinco —informó , señ alando el otro lado de la habitació n
que estaba dividido por cortinas que colgaban del techo.
—Gracias —murmuré , corriendo.
Al entrar en la zona con cortinas, no me hallaba preparada para
el espectá culo que me esperaba.
Un mé dico de edad avanzada estaba escuchando atentamente los
pulmones de Nathan con un estetoscopio, pero fue la visió n de un
Nathan sin camisa lo que me detuvo.
Una noche en el hospital
Traducido por Cath
Corregido por Alessa
Masllentyle

Me habría hecho gracia la expresió n de Ashton cuando entró en


mi habitació n no tan privada si no fuera porque me sentía como un
completo imbé cil. Un imbé cil con los labios del tamañ o de rodajas de
sandía y las mejillas entumecidas por la rá pida hinchazó n que habían
sufrido. Sentí que el dolor estaba justificado por ser un imbé cil. En
primer lugar, por no revisar mi ensalada má s a fondo, y en segundo
lugar, por olvidarme de guardar un EpiPen de repuesto en la guantera.
—Tus pulmones parecen despejados, lo cual es una buena señ al.
No te preocupes por la hinchazó n. Bajará pronto. Tendrá s que pasar la
noche con nosotros para que podamos suministrarte líquidos —indicó
el mé dico, señ alando mi vía intravenosa.
—¿De verdad lo cree necesario? —exclamé .
—Ni siquiera es discutible —dijo al salir—. Una enfermera
debería estar aquí en breve para que podamos llevarte a tu habitació n
—lanzó por encima del hombro.
—¿Có mo está s? —preguntó Ashton, acercá ndose vacilante.
—¿La verdad o respuesta de macho? —pregunté .
—¿Por qué no vamos con la verdad?, ya que la verdad es que te
ves como una mierda? —dijo, deslizando la ú nica silla en el pequeñ o
cubículo hacia mi cama.
—No intentes cuidar mis sentimientos —intenté bromear entre
una tos á spera.
—Ni lo sueñ es, pero en serio, si no querías ir a dar un paseo en
bicicleta, solo tenías que decirlo —bromeó , entrelazando sus dedos con
los míos.
—Bueno, te prometí que sería un paseo que no olvidarías
fá cilmente —respondí con pesar.
—Bueno, lo lograste.
—Te lo dije —presumí, llevando su mano a mis labios para poder
darle un beso en los nudillos—. No tienes que esperar aquí. Puedes
llevar mi coche a casa y yo puedo coger un taxi por la mañ ana cuando
me den el alta.
—No seas tonto. No tengo ningú n sitio al que ir. Te haré compañ ía
hasta que te trasladen a una habitació n, y estaré aquí por la mañ ana
para recogerte. Ni se te ocurra discutir —exigió antes de que pudiera
volver a hablar.
—Ni se me ocurriría —dije, levantando las manos en señ al de
rendició n.
—Entonces, ¿hay alguna otra alergia que deba tener en cuenta?
—preguntó , levantando una ceja hacia mí.
—No lo creo. La verdad es que no le doy mucha importancia a los
anacardos. No es que sea un ingrediente comú n en nada. Fue una mala
suerte que el restaurante decidiera utilizar anacardos como aderezo.
Suelo llevar un EpiPen de repuesto, pero no he tenido una reacció n en
añ os. Sabes, podría culparte —bromeé .
—¿A mí? —preguntó , sonando sorprendida por mi acusació n.
—Claro que sí. Si no me estuvieras seduciendo en medio del
restaurante, habría prestado má s atenció n a lo que me metía en la
boca.
—Seguro que alguien con tu experiencia sabría qué llevarse a la
boca —dijo con picardía.
Su insinuació n no tan sutil reavivó mi excitació n de antes. Tuve
que ajustar la manta sobre mi regazo para ocultar la evidencia.
—Cariñ o, normalmente no hay problema —aseguré , solo para
atragantarme un poco con mis cuerdas vocales que aú n no cooperaban.
Se rió mientras yo tartamudeaba al toser. —Creo que tendrá s que
dejar tu coqueteo para otro día, cachondo —me sugirió , empujando mis
hombros suavemente hasta que me recosté contra la cama del hospital
que se encontraba ligeramente inclinada. Todavía tosiendo, asentí con
la cabeza en señ al de derrota. Esta noche, apenas he hablado y mucho
menos he actuado. Me habría sentido muy decepcionado por la forma
en que había transcurrido la noche si no tuviera la imagen mental del
aperitivo en su casa a la que recurrir.
Ashton se quedó conmigo durante las pocas horas que tardaron
en llevarme a una habitació n. Seguimos eludiendo los temas má s duros
y, en cambio, hablamos de las cosas que amamos. No me sorprendió en
absoluto que Ashton fuera brillante e intuitiva en la mayoría de los
temas. Sus ideas sobre la cultura pop fueron un buen cambio respecto
a las aburridas conversaciones a las que me hallaba acostumbrado. Era
refrescante hablar de nuestros gustos musicales, libros y películas. Sin
embargo, la suerte quiso que la medicina que me inyectaban empezara
a hacer efecto y mis pá rpados se volvieron pesados. Solo quise cerrarlos
un segundo, pero fue como si los hubieran pegado. Sentí que Ashton
me tapaba y se lo habría agradecido, pero los medicamentos y un dolor
repentino de cabeza me hundieron. Me pareció sentir su mano rozando
los planos de mi pecho, y luego bajando por mi estó mago. Tal vez fueran
los medicamentos, o podría haber estado soñ ando, pero en cualquier
caso, me gustó . Una cosa estaba clara: Ashton no era nada de lo que
esperaba. ¿Có mo iba a sacarla de mi sistema cuando todo en ella
parecía atraerme?
Anticipando el acto
Traducido por Nats & Jessy
Corregido por Alessandra Wilde

A pesar de que se había quedado dormido, me quedé con Nathan


tal y como le prometí hasta que le trasladaron a su habitació n. En ese
momento me permití pensar en lo asustada que había estado, creyendo
que iba a morir. Nos conocíamos desde hacía menos de cuatro días y no
sabíamos nada el uno del otro, pero me preocupaba por é l como si
hubié ramos sido amantes durante toda la vida. Era una locura sentir
algo má s que lujuria por alguien al que apenas conocía, pero todo en é l
me atraía, engañ á ndome para que creyera en los “y si…”. No se suponía
que tuvié ramos sentimientos ni ataduras, pero aquí estaba yo. Sabía
sin lugar a dudas que me engañ aba a mí misma. Lo má s sensato que
podía hacer era coger un taxi y no mirar atrá s. Sin dañ os, no hay faltas.
Estú pidamente, no hice ninguna de las dos cosas.
El viaje a casa pasó rá pidamente mientras intentaba clasificar y
categorizar mis sentimientos. Para cuando llegué me di cuenta de que
mis emociones mezcladas eran una acumulació n de estré s y ansiedad
por su reacció n alé rgica. Claro que me gustaba, pero seguía siendo solo
un ítem de mi lista. Tenía que cumplir nuestro trato, y mientras é l
pudiera mantener su palabra, podríamos divertirnos y luego seguir por
caminos separados.

***

El sonido de un nuevo mensaje en mi mó vil me despertó a la


mañ ana siguiente.
Sonreí cuando leí el mensaje de Tressa.
Dame todos los detalles, asquerosa.
No puedo. Haría falta una eternidad para escribir todos los
detalles.
Oh Dios mío, sucia asquerosa. ¿Demasiados detalles? Creo
que necesito una ducha fría.
No seas pervertida. Escribí, riendo.
Le dijo la sartén a la olla. Ahora suelta los detalles jugosos.
No puedo, tengo que hacer un recado. Te llamo cuando salga
del trabajo.
Estaba ansiosa por ir, y me apresuré al bañ o para prepararme.
Quería convencerme a mí misma de que mi hiperactividad era porque
tenía que apresurarme a recogerlo y llegar a tiempo al trabajo, pero la
verdad era que deseaba verlo. La atracció n magné tica que parecíamos
tener se burlaba de mí con insistencia. Imá genes del beso que habíamos
compartido anoche pasaron por mi cabeza mientras me duchaba. Lo
bien que se sentían sus manos sobre mi cuerpo cuando el suyo me
abrazaba. El deseo que fluía a travé s de mí era abrumador mientras
dejaba que la fantasía continuara. Mis manos siguieron el recorrido de
agua caliente cayendo por las curvas de mi cuerpo. Me sentí a mí
misma balanceá ndome cuando imaginé la lengua de Nathan sobre mi
piel.
—Vale, no tengo tiempo para esto —dije en alto, trayé ndome de
vuelta a la realidad. Puse el agua lo má s fría que pude para aclarar mi
cabeza y terminar con la ducha. El cuarto de bañ o estaba frío mientras
me envolvía con una toalla y corría a mi habitació n para vestirme.
Diez minutos má s tarde, sacaba la camioneta de Nathan de la
calzada, dirigié ndome al hospital. Mientras esperaba en un semá foro a
unos ocho kiló metros del hospital, la curiosidad pudo má s que yo, y no
pude evitar revisar su vehículo. La consola central no tenía nada má s
que calderilla y un contenedor para pastillitas de Tic Tacs, lo que me
pareció adorable. El semá foro cambió antes de que pudiera proseguir.
Solo cuando aparqué en el estacionamiento de visitantes del hospital fui
capaz de seguir indagando. Me decepcioné un poco cuando la guantera
no mostró nada má s que la tarjeta del seguro, del registro y el manual
del propietario. No sé qué esperaba encontrar. Quizá s una foto o algo
que me diera una idea de su vida.
Comencé a sentirme culpable por rebuscar entre sus cosas, sobre
todo considerando que fui yo la que puso las reglas de nuestra relació n.
Decidiendo darle un descanso, salí del coche y fui hacia la entrada del
hospital. La habitació n de Nathan estaba en la tercera planta. Cuando
llegué , me detuve frente a la puerta al escucharlo hablar.
—Era un callejó n sin salida —le oí decir. Me di cuenta por el
silencio que le siguió que hablaba por telé fono. Sintié ndome intrusiva,
empecé a retroceder cuando su siguiente comentario me detuvo en
seco.
—Podría durar varias semanas. Daré marcha atrá s para ver si
puedo pillar lo que me perdí.
Pasaron algunos segundos en silencio antes de que respondiera
de nuevo duramente.
—Claro que puedes hacer eso. No creo que consigan resultados
diferentes, pero es tu dinero.
Má s silencio.
—Creo que esa es una sabia decisió n. Te llamaré en un par de
semanas cuando tenga algo só lido que informarte —dijo Nathan.
Al abrir la puerta, me sorprendí de hallarlo ya vestido y sentado
sobre el extremo de su cama. Su expresió n era hosca hasta que me vio
en la puerta. Me sentía mal porque su jefe le estuviera dando un mal
rato.
—¿Tu jefe siendo un idiota? —pregunté , señ alando el telé fono en
su mano.
Nathan me miró con cautela por un momento antes de suspirar
profundamente.
—No está contento con la historia en la que estoy trabajando —
dijo, estudiá ndome intensamente.
—¿Eso significa que te marchas? —pregunté , actuando como si
no importara de todos modos.
Me sonrió , aliviado. —De tu vida no, cariñ o. Puede soportarlo —
añ adió con un repentino tono acerado.
—¿Te despedirá ? —pregunté .
—Si lo hace, hay otros trabajos. No me preocupa —aseguró ,
deslizando un brazo a mi alrededor y guiá ndome fuera de la habitació n.
—¿No tienes que esperar a que te den de alta?
—Ya me lo han dado. Podría haberme ido a casa anoche. Me
desperté a eso de las dos sintié ndome totalmente normal. Por supuesto,
el doctor me hizo esperar hasta que hizo su ronda esta mañ ana.
—Pobrecito —bromeé , presionando el botó n del ascensor.
—Por supuesto, maldita sea —gruñ ó , acercá ndome má s una vez
que entramos en el ascensor vacío—. Me quedé durante horas con solo
imá genes tuyas entretenié ndome, ya que la televisió n de mi habitació n
estaba rota.
—¿Es algo malo? —pregunté mientras me giraba para enfrentarle.
—Solo en el aspecto de que las malditas enfermeras sentían que
debían controlarme cada hora. No es algo decente excitarse cuando una
enfermera se cierne sobre ti, preguntando có mo te sientes.
—Pensé que a los chicos les gustaban las enfermeras —bromeé ,
estudiando sus labios que estaban a centímetros de los míos.
—No son nada comparadas contigo —dijo, dejando caer sus labios
calientes sobre los míos. Gemí contra ellos mientras el deseo que había
estado reteniendo desde anoche rugió en mí como un leó n hambriento.
Enredando mis dedos en su cabello, lo acerqué , incapaz de detenerme.
Sintiendo mi necesidad, me levantó en sus brazos para que mis piernas
se enredaran firmemente alrededor de su cintura. Jadeé al sentir su
dureza presionada contra la parte de mí que palpitaba de necesidad—.
Uno de estos días vamos a hacerlo sin ropa —susurró contra mis labios
cuando sonó el ascensor, anunciando la llegada a nuestro piso.
—Y quizá s incluso podemos añ adir una cama —dije, soltando mis
piernas de sus caderas cuando las puertas del ascensor se abrieron.
Nathan gimió con si mis palabras le provocaran dolor.
—Está s matá ndome despacio —dijo, ajustá ndose los pantalones.
No pude evitar reírme mientras caminaba a mi lado luciendo
incó modo.
—Jugar limpio puede ser una mierda —advirtió , entrelazando sus
dedos con los míos.
—Ooh, estoy temblando —me burlé .
—¿Me está s desafiando? —preguntó , con sus ojos brillando con
interé s.

—A por ello, grandote.


—Oh, está en marcha —dijo, arrastrá ndome para un beso duro
antes de ayudarme a entrar en su coche.
Sonreí ante su amenaza mientras se ponía al volante. Disfruté del
evidente poder que tenía sobre é l y me sentí aliviada de que no fuera
unilateral.
—¿Qué tal si vamos a comer ya que te estafé con la cena de
anoche? —preguntó , dando marcha atrá s en el estacionamiento.
—No puedo. Tengo que estar en lo de Fran a las once —respondí,
mirando el reloj del tablero que mostraba las diez y cuarto.
—Maldita sea, eso apenas nos da suficiente tiempo para llegar
allí, mucho menos detenernos para comprar algo de comer.
—Está bien. No tengo hambre —contesté sinceramente. Mi
apetito era impredecible ú ltimamente, y no era raro que me saltara una
comida o dos.
—¿A qué hora sales?
—A las seis —respondí.
—No puedes trabajar durante siete horas sin comer nada —dijo,
pareciendo disgustado antes de girar bruscamente el coche hacia un
restaurante de comida rá pida justo antes de la autopista—. Puedes
comer en el coche —insistió .
—Eres un poco prepotente, lo sabes, ¿verdad?
—Solo sé cuá ndo tengo razó n —dijo, entrando en la ventanilla de
pedidos—. ¿Qué te gustaría? —preguntó , cuando una voz nasal chilló
por el intercomunicador.
—Una hamburguesa y patatas estaría bien —repliqué —. Una
Coca para beber —añ adí.
—Dos nú meros cuatro con Coca para beber —pidió Nathan por la
ventanilla abierta.
—Se lo serviremos dentro de diez minutos, ¿les gustaría esperar?
—chilló la voz por el intercomunicador.
Nathan me miró inquisitivamente.
—Supongo que está bien. Llamaré a Fran y le diré que llegaré diez
minutos tarde.
—Esperaremos —avisó Nathan por el altavoz.
—Avancen, por favor.
Detenié ndonos en frente de la ventana para llevar, é l entregó un
billete de veinte a la cajera que parecía agobiada, a pesar de que el día
realmente no había hecho má s que empezar.
—Si se estaciona en uno de los espacios de allí, le llevaremos la
comida cuando esté lista —dijo, entregá ndonos las bebidas y el cambio.

—¿Le importará a Fran que llegues tarde?


—No, en realidad me contrató solo para que le hiciera compañ ía.
Intento aligerar su carga de manejar todo el trabajo duro, pero es un
viejo hueso duro de roer —respondí, tomando un sorbo de mi refresco.
—Parece que lo disfrutas —dijo.
—Sí. Es agradable ser responsable con algo que me hace sentir
normal —admití, momentá neamente olvidando con quié n hablaba.
Tenía una manera fá cil y relajada de hacerme divulgar informació n que
era mejor no contar.
—¿A qué te refieres con normal? —me preguntó , bebiendo de su
propia bebida.
—Oh, ya sabes como a veces la vida parece inconexa mientras
está s en la universidad. Ni eres un adulto en el mundo laboral, ni un
adolescente que puede contar con la ayuda de sus padres para resolver
todos sus problemas —mentí, cubriendo mi lapsus—. Es agradable ya
haber pasado todo eso.
—Debe de ser duro haber perdido a ambos padres. ¿Tienes má s
familia?
—No, solo soy yo —mentí de nuevo.
—Eso es duro —dijo, mirá ndome críticamente como si esperara
que tuviese un colapso repentino.
Me encogí de hombros.
—Intento no pensarlo —dije deliberadamente para que cambiara
de tema.
—¿No hay nadie en casa que te eche de menos? —persistió .
—¿Por qué ? ¿Has cambiado de opinió n sobre añ adir mi cabeza a
tu colecció n? —bromeé , esperando que captara la indirecta.
Daba la impresió n de que quería hacerme otra pregunta, pero
debió pensá rselo mejor.
—¿Te refieres a la de “bubis en mi baú l”? —preguntó mientras la
chica del restaurante se acercaba a la ventana abierta.
Me tragué una risa cuando la empleada nos miró como si
tuvié ramos dos cabezas o algo así antes de dejar la comida y salir
corriendo.
—Estoy bastante segura de que la hemos traumatizado —dije
mientras le entregaba una patata de la bolsa—. Cruza los dedos para
que no tome tu matrícula.
—No sería la primera vez —bromeó , conduciendo hacia la
autopista.
—Lo sabía. Eres como ese tal Ned Dundy.
—¿Quié n? —preguntó , tomando la hamburguesa que desenvolví
para é l.
—El asesino en serie que atraía a las chicas a su coche.
—¿Te refieres a Ted Bundy? —preguntó , rié ndose.
—Lo que sea. Fue mencionado en una de mis clases de psicología
junto con algunos otros tipos extrañ os.
—Tomé una clase en la universidad una vez que se concentraba
en el estudio de las conductas de los asesinos en serie. Era interesante
—replicó .
—No te está s ayudando —dije secamente.
—Confía en mí, cariñ o. Aprobarías los planes que tengo para tu
cuerpo. —Me lanzó una mirada sugestiva.
—Eres tan coqueto —bromeé , ignorando el efecto que tuvieron en
mí sus palabras jocosas.
—Solo soy sincero —dijo seriamente, tomando otro sorbo de su
Coca Cola.
—¿Ah sí?
—Puedes contar con ello.
—Este clima es increíble —comenté , cambiando de tema. Bajé mi
ventana levemente para dejar que fluyera la brisa fresca.
—Cierto. Es mucho má s agradable correr en temperaturas bajo
los cuatro o cinco en comparació n con los veintes y treintas —explicó .
—No sé nada sobre todo el asunto de correr, o nada que implique
ejercicio para el caso, pero coincido en que las bajas temperaturas
hacen que todo sea mejor —dije, arrugando la nariz con desdé n ante la
idea de correr.
—¿No haces ejercicio? —preguntó , mirá ndome como si estuviera
loca.
—Dios no. La vida es demasiado corta para algo tan desagradable.
—¿Desagradable? Eso es pura mentira. Es liberador y vivificante.
Por no mencionar que es una excelente manera de aclarar tu mente.
—Pasaré .
—¿Qué haces para relajarte entonces? —preguntó .
—Participo en un montó n de clubes swinger —contesté de forma
inexpresiva, riendo cuando é l cambio de direcció n ligeramente—. Es
broma. Ahora estoy abordando una lista de cosas que me gustaría
probar. Por ejemplo, saltar de un puente —le respondí vagamente, sin
ahondar en el título de mi lista.
—¿Qué má s? —preguntó en un tono familiar.
—Sobre todo las cosas que nunca tuve la oportunidad de hacer.
Hacer un á ngel de nieve, un paseo en canoa de noche, un picnic a la luz
de la luna, una pelea de bolas de nieve, cosas así. Quiero hacer tantas
cosas en mi lista como pueda.
—Todo eso suena bien, pero ¿por qué la prisa de hacerlas todas
ahora? Tienes toda la vida por delante.
—A veces la vida tiene una manera de impedirte hacer las cosas
que má s quieres —respondí evasivamente.
El silencio llenó el auto a continuació n de mis palabras. No fue un
silencio incomodo, claro está . Los dos nos sumimos en nuestros propios
pensamientos. Su presencia era reconfortante y se sentía bien, lo que
envió una bandera de advertencia a mi cabeza. Se suponía que nuestra
relació n se basaba en el sexo. Aunque la tensió n sexual continuaba
zumbando a baja frecuencia entre nosotros, la tímida amistad que
está bamos formando se hacía notar.
—¿Banda favorita? —preguntó Nathan, rompiendo el silencio.
—Imposible de responder. Primero que todo, hay demasiados
gé neros que escucho, por no mencionar que es como preguntarle a un
padre que elija cuá l es su hijo favorito —declaré .
—Vamos. Aun así, tienes que tener una favorita —persuadió —.
¿Qué tal si lo reducimos por las canciones?
—Eso es incluso peor. Cada canció n tiene un lugar y tiempo, y
depende de la importancia que tienen en tu vida en ese momento. ¿Qué
hay de ti? —pregunté , sonriendo cuando mencionó una canció n de una
banda de chicos.
—Oye, ríe todo lo que quieras, pero los Backstreet Boys eran
buenos.
—Simplemente no pareces del tipo Backstreet Boys —me reí—.
Ademá s, creo que ahora son como los Backstreet Men.
El resto del trayecto transcurrió a toda velocidad a la vez que
nombrá bamos las canciones y el significado que tenían para nosotros.
Treinta minutos má s tarde, está bamos debatiendo los pros y los
contras de las canciones de los añ os noventa, y lo que estaba de moda
en ese momento, cuando Nathan entró en el aparcamiento de tierra al
lado de Smith's General Store. Por primera vez esa mañ ana, hubo un
silencio incomodo entre nosotros. No sabía si me tocaba a mí mencionar
nuestro pró ximo intento de enrollarnos o si lo haría é l.
—Entonces, supongo que mejor entro —dije, extendiendo la mano
por la manilla.
É l se acercó y agarró mi muñ eca.
—Estaré aquí a las seis para recogerte —dijo, tirando de mi mano
hasta sus labios.
—Uh, no tienes que hacerlo. Puedo caminar a casa —comenté ,
insegura de cuá l era el título de nuestra relació n actualmente. No me
embarqué para conocerlo. Se suponía que iba a ser sexo, así de simple.

—Y un cuerno que puedes —replicó .


—Me pregunto si deberíamos terminar esto mientras podemos.
No estoy segura de que nuestro posible ligue está en las cartas. Es
como si el destino estuviera tratando de darnos una señ al. Pensé que tal
vez deberíamos escuchar. Solo estará s en la ciudad por unos días má s,
de todos modos —respondí, expresando mis preocupaciones.
—¿Está s tratando de terminar conmigo?
—Tendríamos que estar saliendo para terminar —contesté .
—Me parece justo. ¿Tratas de poner fin a nuestras hazañ as
sexuales antes de que hayan tenido la oportunidad de ser exploradas?
¿Me está s diciendo que ya no quieres ir a andar en bicicleta conmigo?
—persuadió , arrastrando su mano sobre mi rodilla.
—Por supuesto que no. Solo intentaba darte una salida —le dije,
mirando su mano con la respiració n contenida en tanto la subía má s
por mi pierna.
—No estoy buscando una salida —dijo, toda broma se había ido
de su voz—. Estaré aquí a las seis para recogerte —aclaró .
—Y ahí aparece ese lado mandó n otra vez —dije—. De verdad no
tienes que hacerlo. Tal vez deberías descansar esta noche y podemos
reunirnos mañ ana —razoné , intentando restablecer los límites.
—Dé jame ver si lo entiendo. Te pido ir a cenar, procedo a ser un
idiota por comer algo a lo que soy alé rgico, me llevas apresuradamente
al hospital, te sientas junto a mi triste culo hasta que tuvieron lista la
habitació n y luego procediste a manejar cuarenta y cinco minutos a la
mañ ana siguiente para recogerme, hacié ndote llegar tarde al trabajo y
sin embargo, crees que te lo pagaría hacié ndote caminar a casa despué s
de dejarte varada en tu trabajo. Eso no es ser mandó n. Eso es hacerse
cargo —dijo é l, dá ndole la vuelta a mi mano para plantar un beso en mi
palma—. Ademá s, no quiero estar lejos de ti tanto tiempo —agregó ,
colocando otro beso en el centro de mi palma.
Mi respiració n se aceleró ante el toque de sus labios.
—Está bien —contesté finalmente, obligá ndome a retirar la mano
para no llegar tarde al trabajo.
Cerrando la puerta del auto tras de mí, me alejé , a pesar de que
habría preferido mucho má s quedarme con é l. Estaba sorprendida de
mi reticencia a dejarlo. Incluso con mi paté tica experiencia en citas,
siempre fui desalentada por las limitadas habilidades de conversació n
que parecían tener los chicos con los que salía. Má s veces que no, las
conversaciones fueron poco naturales y con frecuencia unilaterales. En
general, un par de horas en la cita, estaba lista para terminarla y me
sentía ansiosa por escapar de su presencia. ¿Era así como se suponía
que tenía que ser una relació n? ¿De verdad las personas anhelaban la
compañ ía de su pareja hasta el punto de ser obsesivas por ello?
—Me alegra que hayas sobrevivido a tu salto —me saludó Fran
cuando entré a la tienda.
—Pan comido —respondí, ponié ndome un delantal.
—Pan comido, mi trasero —se quejó ella, fulminá ndome con la
mirada—. Tienes suerte de que no te rompiste tu maldita y tonta
cabeza.
—Podría ser una mejora —bromeé .
—No seas atrevida.
—Sí, señ ora —respondí, sonriendo.
—Y no me digas señ ora. Sabes que me hace sentir vieja —me
reprendió —. Ahora, cué ntame de tu cita con el Señ or Guapo.
—¿Có mo sabes que salí con é l? —pregunté , rié ndome de otro
apodo sié ndole otorgado a Nathan. Parecía que solo podíamos hablar de
é l en cuanto a adjetivos.
—Querida, ¿te olvidaste dó nde vives? Ademá s, tu hombre vino a
preguntarme acerca de los restaurants. Así que, cué ntamelo todo. Han
pasado añ os desde que he escuchado algo má s picante que Mitch Hick
tratando de manosear a Nancy Lewis durante la venta de pasteles. En
sus sueñ os, má s bien.
Reí ante sus palabras.
—No hay mucho que contar. Nathan acabó teniendo una reacció n
alé rgica a las nueces que pusieron en su ensalada y pasamos la noche
en el Hospital General del Condado.
—Pss. ¿Ni siquiera un beso? —preguntó ella, sonando sumamente
decepcionada.
—Bueno… —dije, ejem, y vacilé , sin saber cuá nto del beso en la
sala de estar estaba dispuesta a compartir—. Puede haberme besado un
par de veces.
—Detalles. Ahora —exigió . Se sentó en el taburete detrá s del
mostrador y espero a que continuara, con los ojos brillantes de interé s.
—Es posible que hayamos compartido el beso má s caliente de mi
existencia antes de que fué ramos a la cena de anoche —admití,
sonrojá ndome.
—No te detengas ahora —me alentó .
—Supongo que se podría decir que no estaba preparada para las
sensaciones que evocaría en mí —admití, tratando de describirlo de la
manera má s elegante posible. En los ú ltimos meses, aprendí que Fran
era má s franca que cualquier persona que había conocido. Entre ella y
Tressa, mi vida sexual o la falta de ella eran de conocimiento pú blico.
—Cariñ o, podría haberte dicho que besaría bien. Se nota con solo
mirarlo y escucharlo que é l sabía có mo tratar a una mujer.
—Es una contradicció n —admití, hundié ndome en el taburete de
repuesto detrá s del mostrador.
—¿A qué te refieres?
—A veces parece tan de su edad, sofisticado, maduro, en control,
pero cuando baja la guardia, parece má s joven. Es como si hubiera
crecido demasiado rá pido y olvidara divertirse —reflexioné .
—No te engañ es. Eres la viva imagen de como acabas de describir
a tu joven hombre. A veces pasa en aquellos que han sufrido una gran
pé rdida o que enfrentan circunstancias que ningú n niñ o debería tener
que enfrentar —dijo ella, mirá ndome deliberadamente.
—¿Está s segura que no eras psiquiatra en una vida pasada? —
bromeé .
Resopló ante mis palabras. —Nunca podría haber tolerado todo el
lloriqueo. Ahora volvamos al beso y esas sensaciones que “evocó ” en ti
—dijo, repitiendo mis palabras anteriores.
—Ponlo de esta manera. Fue caliente del tipo que te hace
enroscar la punta de los dedos, que te deja con la boca abierta, y el
cuerpo tembloroso.
—Ese es mi tipo de beso. Ese donde todo en tu interior se derrite
a la nada —dijo, mirando fuera de la tienda, perdida en los recuerdos.
—Exactamente —coincidí.
—¿Cuá ndo vas a verlo otra vez?
—Me recogerá despué s del trabajo —admití.
—Excelente —dijo, frotando las manos con alegría como si fuera
ella a la que estaban recogiendo.
Sonreí ante su entusiasmo a pesar de que mi estó mago estaba
lleno de mariposas. Tenía una buena idea de donde terminaríamos
Nathan y yo esta noche, y no podía evitar sentirme nerviosa. Despué s
de nuestros intentos fallidos hasta el momento, parecía destinado que
cuando por fin consumá ramos nuestra relació n, no estaría a la altura
de las expectativas. No podía dejar de preocuparme que fuera a verme
menos adecuada que las mujeres con las que se enrollaba en general.
Cuando se suponía que nuestra relació n fuera una aventura de
una noche, al menos me consolaba la idea que no tendría que verlo en
la mañ ana. Como estaban las cosas ahora, tendría que enfrentarme a la
vergü enza si é l encontraba el sexo insatisfactorio.
Estaba agradecida de que al menos tenía el día para reponerme.
Como cosa del destino, sin embargo, la tarde pasó volando, y antes de
darme cuenta, Fran daba vuelta el letrero de “abierto” a “cerrado”.
—Qué te diviertas esta noche —me dijo con un brillo en sus ojos
mientras la dejaba en su puerta principal.
—Gracias —murmuré , tratando de ignorar las mariposas en mi
vientre que no podían haber estado má s activas si hubieran estado
infladas en azú car.
Nathan estaba apoyado contra su vehículo esperá ndome cuando
me reuní con é l.
—¿Có mo estuvo tu día? —me preguntó cuando me detuvo frente a
é l.
—Como siempre. ¿Y el tuyo?
—Aburrido, pero intenté terminar un poco de trabajo cuando los
pensamientos de ti no se entrometían —dijo, sonrié ndome—. ¿Qué hay
de ti? ¿Pensaste algo en mí? —preguntó , acercá ndome má s por lo que
me quedé entre la brecha de sus piernas.
—No, en lo absoluto —mentí.
—Mentirosa —dijo, utilizando su mano para meterme el cabello
detrá s de mi oreja. Me estremecí cuando sus dedos rozaron mi sensible
oreja—. Apuesto que pensaste en mí tanto como yo en ti —susurró
mientras sus dientes pellizcaban suavemente mi oído.
—Lo que sea que te ayude a dormir por la noche, muchachote. —
Jadeé mientras su boca dejaba una estela de calor en mi cuello.
—Mmm, me gusta como sabes —murmuró , haciendo caso omiso
de mi broma. Movió el cuello de mi camisa a un lado para que pudiera
posar sus labios en la hendidura entre mi cuello y mi clavícula. Dejé
caer mi cabeza hacia atrá s, dá ndole libre acceso. No me importaba que
estuvié ramos al aire libre para que el mundo nos viera. Al menos, la
puesta del sol cooperó encubrié ndonos levemente en las sombras de la
tarde.
Un destino sorpresa
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Paltonika

—¿Está s lista para irnos? —le pregunté , finalmente obligá ndome


a separarme de su delicioso cuello.
—Ajá —respondió Ashton con los ojos casi cerrados. Se veía
positivamente devorable de pie ahí, lista y dispuesta en mis manos. La
urgencia de arrastrarla a la cama má s cercana que pudiera encontrar y
follarla era casi má s de lo que podía soportar, pero resistí por ahora.
Tenía planes para la tarde que, por desgracia, no incluía una cama
hasta mucho má s tarde. Fue solo despué s de que la dejé má s temprano,
que inventé el plan para darle una tarde inolvidable considerando mi
completo fracaso de anoche. Me aseguré que todo era parte del plan de
seducció n. Encantarla, enredarla y luego, entregarla. Era un imbé cil.
Mis planes para la tarde resultaron relativamente fá ciles, gracias
a unos pocos lugareñ os amables y una de sus mejores amigas que
estuvieron muy complacientes con mis peticiones. Para el final de la
tarde, Ashton sería un gatito en mis manos, y finalmente sería capaz de
sacarla de mi sistema. Siempre y cuando el clima se mantuviera así, la
noche sería perfecta. Por desgracia, mi paciencia era probada por bajas
nubes pesadas que se desplazaron en el horizonte a medida que el día
avanzaba.
—Será mejor que salgamos —dije, dejando un rá pido beso en
cada uno de sus pá rpados cerrados—. Esperemos que el clima coopere
—añ adí.
—¿Por qué , a dó nde vamos? —me preguntó , un poco confundida.
Todavía tenía los ojos nublados con pasió n, lo que ponía a prueba mi ya
inestable moderació n—. Pensé que regresaríamos a mi casa —agregó ,
sonando decepcionada.
—Tengo algo má s planeado —respondí, sonriendo debido a su
decepció n.
—Oh, está bien. Entonces, ¿a dó nde vamos? —repitió .
—Tendrá s que esperar y ver —susurré , bajando mi voz para que
sonara misteriosa. Puse mi dedo contra sus labios cuando intentó decir
algo má s—. Es una sorpresa.
—Odio las sorpresas —se quejó , subiendo al asiento del copiloto.
—Eres una chica, ¿có mo puedes odiar las sorpresas?
—Porque nunca sabes lo que va a suceder.
—De ahí la palabra sorpresa —bromeé .
—Por qué no me lo cuentas, y despué s fingiré estar sorprendida
—engatusó .
—Um, ¿qué hay de NO? —respondí, saliendo al sucio camino por
el que manejé hace un par de horas antes.
—Creo que tomaste el giro equivocado. Estoy bastante segura que
este camino pertenece al señ or James y no lleva a ningú n otro lugar —
señ aló cuando continué manejando despacio por las rutas en el camino,
intentando evitar las ramas de los á rboles a cada lado de la estrecha
carretera.

—Todo está bien —le aseguré , entrelazando nuestros dedos.


—Oh, mierda, este es el momento cuando por fin vas a agregar
mis bubis a tu maletero.
—Me atrapaste. Sorpresa —bromeé .
Los á rboles, rodeando el vehículo, se cerraron aú n má s a nuestro
alrededor, raspando los lados del Range Rover, en un intento de ú ltima
hora por mantenernos fuera antes de abrirse a un claro con un gran
lago que bordeaba la propiedad. Ashton se quedó sin aliento a mi lado
cuando vio la vista delante de nosotros. Tenía que admitirlo, hicimos un
gran trabajo creando el efecto que quería. El claro se hallaba iluminado
por mú ltiples faroles, que colgaban de las ramas bajas de los á rboles
imponentes. Velas en el suelo, parpadeando en jarrones y rodeando una
gran colcha extendida en el piso. Sonreí ante el efecto general. Tressa,
la amiga de Ashton, se superó a sí misma.
Me sentí reacio a usar su ayuda, con miedo a que le advirtiera a
Ashton sobre la sorpresa, pero demostró ser un regalo del cielo. Saltó
con entusiasmo ante la oportunidad de ayudarme a sorprenderla. Sus
ideas eran só lidas, y la dejé ejecutarlas.
—Las nubes como que quieren fastidiar todo mi plan para un
picnic bajo la luna, pero se entiende la idea —dije con orgullo.
—¿Qué tratas de hacer para mí? —preguntó , luciendo asombrada
ante la escena frente a nosotros.
—Imaginé que te debía esto por lo de anoche —dije, entrelazando
mis dedos con los de ella para poder arrastrarla hacia la manta que nos
esperaba y a la canasta de picnic colocada encima de esta—. De esta
forma, podemos tachar dos cosas de esa lista que tienes —añ adí en
tanto se veía completamente paralizada por las linternas.
—¿Dos? —preguntó con voz entrecortada.
—Un paseo bajo las estrellas —respondí, apuntando a la canoa de
aluminio que por fin fui capaz de localizar—, espero que las nubes nos
den un descanso —agregué con ironía.
—Esto es demasiado —comentó Ashton, sin lucir extasiada como
imaginé que estaría.
—¿A qué te refieres, cariñ o? —le pregunté , colocando las manos
sobre sus hombros.
Los ignoró . —Esto —dijo, señ alando al picnic—. Y eso —agregó ,
apuntando la canoa.
—¿Por qué es demasiado? —pregunté confuso. Claro, puede que
me haya pasado un poco con esta cita, pero el resultado final haría que
valiera la pena. En algú n lugar, entre la decisió n de no entregarla a mi
cliente de inmediato y hacerla mía, decidí que quería llegar a conocerla
mejor. Quería saber por qué huyó . Tenía que saber por qué sus ojos, de
vez en cuando, se nublaban con desesperanza, y lo que acechaba detrá s
de la pasió n que los encendía. Ella era como un raro tesoro que rogaba
ser descubierto y explorado.
—Porque, no somos pareja —dijo—. Ni siquiera somos amantes
aú n —añ adió entre dientes antes de girar e irse al vehículo.
—Oye, espera. Sé que no lo somos —dije, enganchando su mano
despué s de que dio unos pocos pasos—. Pero eso no significa que no
podemos llegar a conocernos el uno al otro y disfrutar del tiempo que
tenemos juntos —agregué , acunando su rostro con mis manos—. Solo
quería mejorar lo que hemos pasado aquí.
—Está s tratando de que me enamore de ti —dijo, con los labios
temblorosos. Parecía como si estuviera luchando por contener las
lá grimas.
—Ya he pasado por la ruta del desamor, y no tengo planes de
volver a recorrerla, pero eso no significa que no vaya a disfrutar de lo
que tenemos aquí. Tú misma tienes que admitir que la conexió n entre
nosotros es má s que lujuria —dije, acercá ndola—. Te propongo que lo
exploremos y lo disfrutemos. No hay razó n para apresurar nada de esto.
Podemos dejar que la anticipació n se acumule antes de dejar que por
fin se estrelle sobre nosotros. Me he tomado las pró ximas semanas
libres del trabajo. Pá salas conmigo —supliqué .
—Se suponía que esto era solo una aventura —dijo, sus ojos
brillando con lá grimas no derramadas.
—Y será solo eso. Pero no significa que no podemos divertirnos
descubrié ndonos el uno al otro a lo largo del camino.
—¿Y si te enamoras de mí?
—Sigues preguntá ndome eso. Confía en mí. Mi corazó n está
demasiado endurecido como para amar otra vez —confesé , pasando la
mano por el costado de su rostro. Acercá ndola a mí, puse mis labios en
los suyos, probando con mi lengua hasta que abrió la boca. Nuestros
labios se acariciaron entre sí hasta que la rigidez de nuestros brazos
desapareció y se derritió contra mí—. Dime que pasará s las siguientes
semanas conmigo —expresé , alejá ndola a pesar de sus protestas.
La respuesta fue un pequeñ o asentimiento antes de que llevara
mi boca de nuevo a la suya.
Atrapados en la lluvia
Traducido por *~ Vero
~* Corregido por
Alysse

Yo era un caso perdido. Lo supe en el momento en que llegamos


al claro y vi lo que é l había hecho. Sin quererlo o no, fue erosionando
poco a poco mi decisió n de tratar nuestra relació n de forma casual. Era
como si hubiera visto mi fachada despreocupada en la que contemplaba
las relaciones de una noche y trataba los amoríos como si estuviera
pidiendo el postre. De algú n modo, se había dado cuenta de que yo no
era ese tipo de persona. Se ofrecía a tomá rselo con calma y, obviamente,
planeaba cortejarme si la escena que tenía ante mí era un indicio. Era
como un cuento de hadas. ¿Qué chica no ha soñ ado con una noche
llena de velas con un hombre que le acelere el pulso y le haga palpitar el
corazó n? El problema era que yo no debería querer nada de eso. Mejor
dicho, no debería permitirme desearlo. Intenté alejarme, pero de alguna
manera, estar en los brazos de Nathan y que é l me rogara que me
quedara con é l durante unas semanas desmoronó mi decisió n.
—Vamos a comer —dijo finalmente Nathan, rompiendo el beso.
—Vale —le respondí, dejando que me lleve a la colcha pesada que
estaba tendida en el suelo en frente de nosotros. Me senté y observé en
tanto desempacaba la gran cesta de picnic, haciendo mi mejor esfuerzo
para ocultar mi sorpresa cuando cada nuevo artículo que sacaba de la
canasta parecía ser uno de mis favoritos. Había fresas cubiertas de
chocolate de la panadería Haley’s Delectable Eats, diversas variedades
de quesos y galletas, salsa de alcachofa y rodajas de pita y una botella
de mi vino favorito.
—Has hecho tu tarea —dije, tratando de ser indiferente. No
quería admitir lo que su atenció n al detalle significaba para mí.
—Pude haber tenido ayuda —se rió entre dientes, descorchando
el vino y sirvié ndome una copa.
—Me lo imaginaba —le dije, moviendo mis ojos por el lugar—.
¿Tressa?
—Ella misma. Aprovechó la oportunidad para ayudarme.
—Apuesto a que sí —le dije, sonrié ndole.
É l se echó a reír. —Es un personaje, sin duda. No creo que tenga
un hueso de timidez en su cuerpo. Tengo toda la informació n sobre su
ex y el nuevo chico con el que va a salir este fin de semana —dijo con
ironía, metiendo una galleta en su boca.
Me eché a reír. —Sí, Tressa no es tímida para nada. Y su ex es un
idiota —añ adí.
—Lo parece, y su madre tampoco parece muy ganadora. No estoy
seguro de lo que habría hecho a su edad si mi madre tratara de evitar
que tuviera sexo siempre —dijo justo cuando tomaba un sorbo de vino.
Sus palabras hicieron que el vino se fuera por el tubo equivocado y me
ahogara, casi cubrié ndolo en una combinació n de vino y saliva.
Nathan me golpeó en la espalda mientras tosía como una vieja
fumadora de ochenta añ os. —No está bien decir algo así cuando estoy
tratando de beber —le reprendí entre toses—. Tienes que dar una
advertencia.
—Lo siento —dijo, riendo de nuevo—. De todos modos, tu amiga
está mejor ahora. Al menos eso creo.
—Eso es lo que le dije. Hemos salido juntos un par de veces y é l
siempre fue muy prepotente con ella. Me molestaba que la tuviera tan
controlada. Ninguna chica merece ser tratada así.
—¿Parece que tienes experiencia personal en ese á mbito? —me
preguntó casualmente, aunque sentí algo má s en su tono.
—¿Yo? Por supuesto que no —le dije, tratando de alcanzar una
fresa de chocolate—. Puede que no haya salido mucho, pero nunca
dejaría que un tipo me tratara así. Si alguien intentara controlarme
como lo hizo Jackson con Tressa, lo habría mandado a la mierda al
instante —añ adí, mirá ndolo. Me sorprendí al ver que sus ojos se habían
estrechado y me estudiaba críticamente. Al instante me arrepentí de mi
franqueza. No necesitaba oír hablar de mi vida amorosa o la falta de
ella. Era como si hubiera erigido un cartel luminoso sobre mi cabeza
con la palabra "inexperta" en grandes letras rojas para que el mundo lo
viera.
El silencio entre nosotros se prolongó mientras é l apartaba sus
ojos de los míos y estudiaba el agua detrá s de mí. Tuve la incó moda
sensació n de que contemplaba lo que estaba haciendo con alguien con
mi experiencia de adolescente. Quizá habíamos llegado a un punto en el
que echaba de menos a las mujeres sofisticadas y experimentadas con
las que se encontraba acostumbrado a salir. Sentí que debía decir algo.
Ofrecerle algú n tipo de garantía de que no era una completa mojigata ni
nada por el estilo, pero mantuve los labios sellados, esperando a que é l
rompiera el silencio.
Despué s de lo que pareció una eternidad, por fin movió sus ojos
hacia mí. —Así que, ¿nunca has estado en una relació n de la que no
pudieras esperar a salir? —preguntó con intensidad.
—No —contesté , perpleja. Sabía que el hecho de tener veintidó s
añ os y no tener ninguna experiencia previa de la que presumir podía
interpretarse como algo inusual, pero no debía ponerme en evidencia—.
No es que sea una leprosa o algo así —dije finalmente con sarcasmo,
harta de la forma en que me miraba.
—Por supuesto que no —respondió —. Es simplemente extrañ o
que no tengas una relació n de mala muerte de la cual quejarte.
—¿Qué diablos significa eso? Tal vez estaba demasiado ocupada
como para tener una relació n real. Tal vez mi mirada estaba centrada
en terminar la universidad antes de tiempo, así que no invertí mucho
tiempo en tener citas —le contesté con sinceridad. Por no hablar de que
durante mucho tiempo mi ú nico objetivo era recuperar el añ o que me vi
obligada a repetir en la escuela secundaria. Ver a mis compañ eros de
clase graduarse sin mí había sido una píldora difícil de tragar, así que
me propuse obtener mi título universitario tan rá pido como era posible.
El tiempo libre se convirtió en una novedad una vez que entré en la
universidad y me sumergí en tantas clases como mi consejero estaba
dispuesto a permitirme. Incluso los veranos se mezclaban con el resto
del añ o escolar, ya que seguía adelante sin tomar ningú n descanso.
Seguí todo el añ o con el objetivo de graduarme un añ o antes. Mi duro
trabajo tambié n dio sus frutos. Tres añ os despué s de graduarme en el
instituto, ya tenía mi licenciatura en la mano, pero para entonces ya no
importaba.
—Ya veo —dijo Nathan, interrumpiendo mis pensamientos.
—¿Por qué es tan malo que nunca me hayan roto el corazó n? —
pregunté , harta de la forma en que estaba actuando.
—No lo es —respondió , tomando mi mano—. Solo me sorprendió
—añ adió , sonrié ndome.
—¿Y tú ? ¿Quié n te rompió el corazó n? —indagué .
—¿Qué te hace pensar que me han roto el corazó n?
—Bueno, por la forma en que actú as, para empezar. Ademá s de
eso, has mencionado el desamor un par de veces —dije, estudiando sus
rasgos que se habían endurecido a la luz parpadeante de las velas—. Si
te hace sentir incó modo, no tienes que hablar de ello —susurré .
—Su nombre era Jessica Swanson, y llegó a mi vida como un
maldito huracá n. No tenía pelos en la lengua y era muy mandona. Al
principio, me sentí halagado de que me eligiera la noche que la conocí
en una obra de teatro de la escuela. Ella me hizo crecer, ¿sabes? Me
hizo crecer y me enseñ ó a tomar mi futuro en serio. Se podría decir que
me preparó . Cuando ya llevá bamos varios meses saliendo, me enteré de
que su familia nadaba en dó lares. Era un mundo al que no pertenecía,
pero no me importaba. Me engañ é pensando que la amaba. La vez que
conocí a su familia fue un infierno. Su padre me interrogó durante
horas sobre mis planes de futuro. Fue entonces cuando me di cuenta de
por qué Jessica me presionaba tanto. En su familia, todo dependía de a
quié n conocías, de có mo llegar a la cima y de a quié n estabas dispuesto
a pisar para llegar allí —contó con voz dolorida. Permaneció en silencio
por un momento, y yo empezaba a pensar que había terminado cuando
volvió a hablar—: Tardé casi un añ o en darme cuenta de hasta dó nde
estaba dispuesta a llegar Jessica para asegurar mi futuro. Me refiero a
locuras que ni siquiera podrías imaginar. La atrapé en la cama con un
congresista que le doblaba la edad. Un jodido congresista. ¿Te imaginas
esa mierda? Ella tenía unas locas esperanzas de que yo tuviera una
carrera en la política o algo parecido, y así es como ella me ayudaría a
conseguirlo. Así es como lo justificó , por muy jodido que suene.
—Eso es muy jodido —le dije, comprendiendo sus obsesiones con
el amor.
Sus ojos estaban inexpresivos a la luz parpadeante de las velas, lo
que me dificultaba saber lo que pensaba. Tras unos largos minutos de
silencio, me sorprendió cambiando completamente de tema.
—¿A qué universidad fuiste? —preguntó en tono normal.
—A la Universidad de Florida Central. ¿Y tú ? —le pregunté ,
agradecida de que la rareza entre nosotros se disipara.
—A la Universidad Estatal de Florida —replicó —. Por supuesto,
varios añ os antes de que tú estuvieras en la universidad —agregó .
—Claro. Yo estaba como en la secundaria cuando estabas en la
universidad —dije, riendo mientras é l hacía una mueca.
—Eso suena mal. Tal vez dejemos de lado ese hecho a partir de
ahora —dijo, cuando el resto de la tensió n se evaporó .
—Pensé que todos los chicos querían salir con una chica má s
joven —bromeé , mordisqueando otra fresa con chocolate.
—Es cierto. Solo que no nos gusta hablar de las edades, al menos
de las nuestras. En cuanto a la chica, la pondríamos en una valla
publicitaria si eso nos hiciera quedar mejor —explicó , mirá ndome con
aprecio—. ¿Intentas volverme loco? —añ adió , mirando có mo me lamía
la comisura de la boca donde un pequeñ o trozo de chocolate amenazaba
con escaparse.
—¿Al comer una fresa? —pregunté cuando un estremecimiento de
emoció n me recorrió por la forma en que me estaba mirando.
—Comer es una cosa. Me refiero a la forma en que tu boca parece
acariciar cada bocado. Eso me vuelve loco. Nunca he estado celoso de
una fruta.
—No puedo evitarlo. Está n tan buenas, mmm —gemí, abriendo la
boca de par en par para tomar la fruta entera. Se sentó a mirarme un
momento mientras yo me reía. Finalmente, se inclinó y me atrajo hacia
é l, capturando mis labios con los suyos. Jadeé con aprobació n cuando
su lengua entró en mi boca. Mi deseo aumentó al instante, hacié ndome
agarrar su camiseta como una víctima que se ahogaba. Me sumergí en
el beso como si é ste fuera mi ú nica fuente de vida. Su pasió n parecía
corresponder a la mía mientras enredaba sus manos en mi cabello,
acercá ndome todo lo posible. Los restos de la cena se olvidaron cuando
se tumbó sobre el edredó n y yo me eché encima de é l sin romper el
beso. Cada centímetro de mí lo deseaba ahora. Me tensé contra é l, sin
saber có mo decirle lo que quería mientras mi necesidad de algo má s se
hacía insoportable.
—Tenías razó n, saben muy bien —dijo finalmente, respirando con
dificultad mientras rompía el beso y se sentaba de nuevo, acuná ndome
entre sus brazos. Me tragué la decepció n de que hubiera roto el beso.
Quizá no lo disfrutó tanto como yo. Por supuesto, cuando me cambió de
lugar entre sus brazos y mi trasero se hundió má s íntimamente en su
regazo, pude sentir cada centímetro duro de é l presionado contra mí,
hacié ndome saber cuá nto le había afectado el beso.
—¿Quieres probar otra vez? —le pregunté descaradamente,
metiendo una fresa má s pequeñ a en la boca. Quería ser seductora, pero
la fresa resultó ser má s jugosa de lo que esperaba. El zumo rojo brotó
de mi boca de la forma menos seductora imaginable, rociá ndole en la
cara—. Ups —dije, extendiendo la mano para limpiar el jugo de su cara,
luchando contra el impulso de reír.
—Delicioso —dijo, lamiendo una gota de sus labios, ganando toda
mi atenció n de nuevo. Tal vez era parcial, ya que había sido testigo de
primera mano de có mo se sentían, pero sus labios eran posiblemente
los má s eró ticos que había visto. Eran carnosos y tan suaves como
parecían, pero tenían el potencial de ponerse duros cuando má s lo
deseabas. Me incliné hacia é l, coloqué mis labios sobre los suyos y usé
la punta de mi lengua para extraer el ú ltimo jugo de fresa. Deseaba
explorar su boca con mi lengua. Gimió y, con un movimiento fluido, me
colocó a horcajadas sobre é l. Sus manos encontraron mis caderas y me
apretaron contra la dureza de sus pantalones. Me sentí poderosa por la
forma en que su cuerpo reaccionó a mi contacto. Me dio rienda suelta
mientras introducía mi lengua en su boca. El dolor entre mis piernas
alcanzó su punto má ximo. Se tragó mi gemido de placer, usando sus
manos para guiar mis caderas hacia donde quería. Respiré de manera
entrecortada mientras su mano se deslizaba por debajo de las capas de
ropa y llegaba a la piel desnuda. Acarició lentamente mi espalda,
sintiendo el calor de mi pasió n. Volví a gemir cuando pasó de la espalda
a los pechos, esperando con la respiració n contenida mientras jugaba
con el encaje de mi sujetador antes de echarse hacia atrá s—. Es hora
de la segunda parte de nuestra cita —avisó , retrocediendo.
—Idiota. Pensé que esto era la segunda parte —dije, frotá ndome
contra é l para enfatizar mi punto.
Cerró los ojos brevemente. —Estoy empezando a pensar que será s
mi muerte.
—Es tu culpa —le susurré al oído.
—Estoy tratando de mostrarte una cita apropiada, y todo lo que
puedo pensar es enterrarme dentro de ti.
—Lo apropiado es aburrido —comenté , movié ndome de nuevo.
—Maldita sea, mujer —gimió , tirando de mis caderas con fuerza
contra é l una ú ltima vez antes de levantarme bruscamente de su
regazo. Se levantó de un salto y me arrastró con é l—. Fase dos de la cita
—indicó , arrastrá ndome hacia la canoa en la orilla.
—¿Dó nde está el incendio? —me quejé , tratando de despejar la
niebla que sus besos habían provocado en mi cabeza.
—Ardiendo sin control dentro de mí. Si no te alejaba de la manta,
era hora de irse —indicó .
—Creía que está bamos aquí para eso —dije, mirando hacia atrá s
a la manta con nostalgia.
—Estoy al tanto de eso —murmuró , lanzá ndome una mirada
iró nica cuando empujó la canoa de la orilla del agua—. Sube —me dijo,
sosteniendo la canoa en su lugar.
—Prefiero volver a la manta. —Hice un puchero, mirando por
encima de mi hombro a la manta por ú ltima vez.
—Sube —se burló gruñ endo, hacié ndome reír.
Entrando en la canoa, me apoyé en las piernas, tratando de
recuperar el equilibrio del balanceo que había debajo de mí. Cuando por
fin dejó de balancearse por mi peso, me senté en uno de los estrechos
bancos de metal.
—Toma —dijo Nathan, dá ndome dos remos antes de subir a la
canoa. La canoa se balanceó peligrosamente por su peso antes de volver
a estabilizarse. Sentado en el banco de enfrente, Nathan cogió uno de
los remos. Lo utilizó para hacer palanca, empujando contra la orilla del
lago hasta que la canoa de aluminio se desprendió de la arena que nos
sujetaba. Una vez a la deriva, cogió el otro remo. No tardó en alejarnos
de la orilla.
Incliné la cabeza hacia atrá s, deseando que las densas y pesadas
nubes no obstruyeran la luna y las estrellas. Sin embargo, tenía que
admitir que las nubes desprendían un encanto diferente que era bello a
su manera. Era como si estuvié ramos flotando en un vacío misterioso,
envueltos en la oscuridad y la bruma. Cuando añ adí este momento a mi
lista, siempre me imaginé algo impresionante, pero el tiempo de hoy lo
convirtió en algo má s. Podría haberme quedado mirando las grandes
nubes hinchadas toda la noche si no fuera porque la brisa que soplaba
del agua me helaba hasta los huesos. Un violento escalofrío me recorrió
cuando una de las rá fagas atravesó mi ropa.
—Ven aquí —dijo Nathan, indicando el suelo de la canoa entre
sus piernas, donde había apilado un par de chalecos salvavidas para
que me encaramara a ellos.
Me moví con precaució n para no volcar la canoa. Con su ayuda,
me hundí en los chalecos salvavidas entre sus piernas y me sentí má s
caliente casi al instante. Me recosté contra é l, apoyando la cabeza en su
pecho para poder volver a mirar el cielo.
—Las nubes se ven sorprendentes —murmuré .
—Mucho —respondió , pasando una mano por mi mejilla. Incliné
la cabeza y vi que no se refería al cielo como yo. Me cogió suavemente la
cara con las manos, mantenié ndola ahí. Mi respiració n se entrecortó
cuando se inclinó para dejar caer un suave beso en mis labios. Mientras
que los otros besos que habíamos compartido encendían la lujuria que
sentíamos el uno por el otro, este beso era algo totalmente diferente. La
suavidad de sus labios acarició los míos en tanto su lengua se deslizaba
lentamente en mi boca. Exploró mi boca sin prisa, sin aumentar la
intensidad. Era como si intentara memorizar cada detalle y fuera
meticuloso con su misió n. La ternura de su boca hizo que me doliera el
corazó n y deseé que nunca terminara. Hasta que una gran gota de agua
cayó en mi mejilla, seguida rá pidamente por otra, y luego por otra—. Oh
demonios —dijo, apartá ndose mientras el cielo se abría sobre nosotros.
—¡Mierda! —dije mientras la lluvia helada se abría paso por la
espalda de mi chaqueta y por mi camisa.
Nathan cogió los remos y los clavó en el agua para impulsarnos
de vuelta a la orilla, pero la distancia parecía increíblemente lejana. Nos
íbamos a empapar como fuera. Volví a mi asiento con cuidado de no
volcar el bote y agravar nuestro dilema.
Ducha para dos
Traducido por Alessandra Wilde
Corregido por NnancyC

Hay un momento en la vida de todo el mundo en el que estoy


seguro de que se preguntan si el destino es en realidad un tipo que mira
desde el má s allá , esperando el momento adecuado para jodernos. Al
sentir las primeras gotas de lluvia sobre mi cabeza mientras estaba
inclinado disfrutando de los labios de Ashton me hizo creer que era una
de esas veces. Que el cielo se precipitara sobre nosotros de la nada me
convenció de que é l era un bastardo enfermo.
Observar a Ashton acurrucada en el pequeñ o asiento de metal,
tratando de mantenerse caliente a medida que la lluvia continuaba
cayendo a cá ntaros sobre nosotros, me hizo sentir como el imbé cil má s
grande de todos. Ahora era un cero de dos en el juego de las citas.
Un escalofrío gigante recorrió el cuerpo delicado de Ashton. Remé
con todas mis fuerzas, pero estas malditas canoas metá licas se movían
muy rá pido a travé s del agua. La lluvia hizo que los remos estuvieran
resbaladizos y mis manos se convirtieron rá pidamente en bloques de
hielo, ignoré la incomodidad física y nos llevé hacia adelante. Tenía un
objetivo: llegar a la orilla para que pudié ramos escapar de la lluvia
helada, tan pronto como sea posible.
En el momento en que la canoa golpeó el terraplé n de arena, la
lluvia caía como capas que nos rodeaban, dificultando ver. La ropa se
nos pegó a la piel, congelá ndonos hasta los huesos. Agarré la mano
congelada de Ashton para llevarla a tierra. Los dos temblá bamos de
forma incontrolable por el frío.
Sin soltarle la mano, corrimos hacia mi Range Rover, sin tener en
cuenta el suelo embarrado que se hallaba resbaladizo como aceite bajo
nuestros pies. En un momento me encontraba de pie con mi destino a
solo unos pasos de distancia, y al siguiente me encontraba de espaldas
y la lluvia continuaba golpeá ndome la cara. Ashton, que había estado
agarrando mi mano, se paró por encima de mí temblando de frío y de la
risa.
—¿Crees que esto es gracioso? —le pregunté , jalando su mano y
haciendo que caiga de culo junto a mí.
Sus ojos se llenaron de alegría a pesar de que ambos está bamos
congelados y cubiertos de barro. —¿Esta es la tercera fase de la cita,
hacer pasteles de lodo? —preguntó . Antes de que pudiera responder,
estampó un puñ ado de barro en mi cara.
—Oh, ahora es la guerra, nena —le dije, agarrando sus tobillos
mientras trataba de escabullirse—. Bienvenida al spa, señ ora, su bañ o
de barro está listo.
—Gah, no. —Se rió y se retorció mientras yo me encargaba de
cubrirla rá pido. Luchamos en el suelo mojado y cuando terminamos
parecíamos dos cerdos cubiertos de mugre.
A pesar de la lluvia torrencial y al hecho de que me congelaba las
bolas, no pude evitar unirme a su risa. Los dos está bamos empapados y
cubiertos de pies a cabeza con barro. PA pesar de las circunstancias, se
veía muy atractiva. Tal vez era el hecho de que podía reír a pesar de
todo, pero en ese momento, quería cogerla en mis brazos y no soltarla
nunca. Sin embargo, al final me vi obligado a actuar como un adulto
cuerdo cuando su risa y escalofríos le impidieron ponerse de pie. Sin
darle la oportunidad de protestar, la cogí en brazos y me la subí al
hombro mientras la llevaba con cuidado hasta el Range Rover. Todavía
se reía cuando deposité su cuerpo tembloroso en el asiento del copiloto
antes de apresurarme a ir al lado del conductor. Mis pies amenazaron
con hacerme caer otra vez cuando rodeaba la parte trasera del vehículo,
pero fui capaz de mantenerme de pie sujetá ndome. Maldije para el
momento que subí detrá s del volante, lo que hizo reír a Ashton con má s
fuerza.
—Ríete a carcajadas. No es como si estuvieras má s elegante —me
burlé gruñ endo. Mis dedos hacían todo lo posible para no cooperar a
medida que intentaba deslizar a tientas la llave en el contacto. Por fin,
despué s de varios intentos, logré poner en marcha el vehículo y encendí
la calefacció n al má ximo. El aire salió disparado hacia nosotros y subió
rá pidamente de temperatura. Sentimos un alivio inmediato. Dejé que el
vehículo se calentara durante unos minutos má s antes de dar la vuelta
y alejarme del claro.
—Mejor espera que no nos hagan detenernos. —Ashton soltó
unas risitas entre sus dientes que castañ eaban y salíamos a la calle
principal.
Me eché a reír, aliviado de que se sintiera lo suficiente bien para
bromear. —¿Por qué ?
—Porque pueden pensar que estamos en alguna cosa pervertida
de lucha libre en el barro.
—¿Lucha en el barro? ¿Ese es el tipo de cosas que te gustan? —
bromeé .
—Oh, sí. Ningú n fin de semana se sentía completo en la UCF
hasta que estaba en algú n tipo de foso de barro —dijo secamente.
—Tú , ropa escasa, barro, eso es algo que me gustaría ver —le dije,
guiñ á ndole un ojo.
—Hablas como un verdadero hombre —dijo cuando estacioné en
el camino de entrada—. Creo que me quedaré en el coche con el calor —
añ adió , no emocionada por salir a la calle de nuevo.
—Vamos a estar dentro antes de que te des cuenta —le aseguré —.
¿Dó nde está n tus llaves?
—En mi bolso —respondió , incliná ndose para recogerlo. Luego de
rebuscar durante unos segundos, por fin las encontró y me las entregó .
Estiré la mano despué s de apagar el motor y abrí la guantera para
sacar la caja que había colocado allí antes.
La mirada con los ojos abiertos como platos en la cara de Ashton
fue graciosísima al ver la caja de condones en mi mano. Sonriendo, abrí
la puerta y casi cambié de opinió n cuando una helada rá faga de viento
barrió dentro del vehículo.
—Mierda, está congelando aquí afuera —me quejé , haciendo una
mueca cuando la lluvia cayó sobre mí. Seguí maldiciendo cuando rodeé
el vehículo solo para encontrar que Ashton ya se dirigía hacia la puerta
principal—. Te habría cargado —le dije mientras se balanceaba de un
pie al otro.
—Está bien —dijo, temblando.
Abrí la puerta tan rá pido como pude y la metí dentro. Por
desgracia, no era mucho má s cá lido en la cabañ a de lo que lo era fuera.
—¿Dó nde está el termostato? —pregunté mientras se quedó en el
centro de la sala temblando de pies a cabeza.
—En mi habitació n.
Subí la calefacció n hasta que oí có mo se encendía y dejé la cajita
en su mesita de noche antes de ir al bañ o. Me di una ducha caliente
antes de volver a recoger a Ashton.
Estaba justo donde la había dejado, todavía temblando como una
hoja en un día de viento. —Vamos —le dije, dirigié ndola al cuarto de
bañ o. Un muro de vapor nos recibió cuando abrí la puerta. La calidez
envolvió nuestros cuerpos fríos como un manto. Los ojos de Ashton
estaban pesados por el agotamiento de los acontecimientos de la noche.
Se apoyó pesadamente en la puerta del bañ o y parecía a punto de caer.
—Quítate la ropa —dije, quitá ndome mi propia ropa con los
dedos entumecidos.
—En realidad no estoy de humor —bromeó . Sus labios eran de un
azul pá lido y su figura temblaba sin control.
—Muy gracioso —le dije, extendiendo la mano para ayudarla
cuando vi que el frío había inutilizado sus dedos. Le quité el jersey
fangoso y la camiseta de manga larga que llevaba puesta debajo y luego
diestramente desabroché el botó n de sus vaqueros.
—Puedo hacer eso —dijo, de pie en su sujetador y vaqueros en
frente de mí con los dientes castañ eando.
Me quité los pantalones embarrados y ella luchaba por quitarse
los suyos. Al final, despué s de varios intentos fallidos, se puso delante
de mí, pá lida, pero hermosa en solo su delicado sujetador de encaje y
sus bragas apenas presentes. Si no nos hubié ramos congelado y vuelto
azules por el frío, la podría haber mirado fijamente para siempre sin
cansarme.
—Sabía que eras la clase de hombre de bó xers —dijo con una voz
agotada cuando me paré frente a ella.
—Voy a meterte en la ducha caliente para entrar en calor y luego
puedes dormir —indiqué , llevá ndola a la ducha mientras la seguía por
detrá s. A medida que entramos juntos, ajusté la configuració n para que
no nos quemara y luego la atraje en mis brazos bajo el flujo en cascada
de agua. El temblor de su cuerpo pareció intensificarse por un momento
antes de que se apoyara en mí, suspirando cuando el calor comenzó a
penetrar en sus extremidades congeladas. Le di la vuelta en mi contra
para que pudiera sostenerse sin caer. Había perdido la cuenta del
tiempo que nos quedamos bajo el chorro de agua caliente. Antes de que
la temperatura del agua cambiara, me obligué a moverme. Alcanzando
detrá s de ella, le desabroché el sujetador y la eché un poco hacia atrá s
para que pudiera deslizarlo por sus brazos. Me obligué a no mirar, pero
no podía dejar de recorrer con mis ojos su cuerpo, observando sus
pezones turgentes y fruncidos antes de aplastarla de vuelta contra mí.
Controlar la reacció n de mi cuerpo al sostener el suyo en topless fue
una tarea gigantesca que fallé por completo. Prá cticamente se dormía
de pie, lo que hizo que mi excitació n pareciera casi sucia. Sintié ndome
un poco avergonzado, bajé la mirada para ver si ella era consciente de
mi respuesta. Me sorprendió hallarla mirá ndome con plena conciencia.
Sonreí en tono de disculpa—. Lo siento —dije, ya no siendo capaz de
ocultar la evidencia de mi deseo presionado contra ella.
—¿Por qué ? —preguntó , incliná ndose hacia adelante para lamer
una gota de agua de mi clavícula.
—Por desearte con tantas ganas durante un momento de mierda.
—Tomamos un paseo en canoa en la lluvia y nos congelamos. El
antes y el despué s, definitivamente lo compensan —dijo y vertí jabó n en
la esponja de bañ o. Manteniendo mis ojos en los de ella, poco a poco
empecé a lavar los ú ltimos restos de barro de su cuerpo—. No estoy
segura de que esos estuvieran cubierto de barro —expuso con una voz
afectada cuando pasé la esponja sobre sus senos.
—Solo trato de ser detallista —dije antes de dejar caer un beso a
su omó plato.
—Hmmmm, detallista. Bueno, ¿quié n soy yo para discutir? —dijo,
estirá ndose para rodear mi cuello. El movimiento hizo que sus senos
quedaran al ras de mi pecho. Incliné la cabeza y le di un beso a su otro
hombro—. El agua empieza a enfriarse —me dijo con pesar, girando la
boquilla hasta que el flujo de agua se detuvo.
Alcancé la cortina, cogí una toalla grande del estante y la envolví.
Sin romper el contacto visual, enganché mis dedos a cada lado de sus
bragas, tirando de ellas hacia abajo de sus caderas hasta que quedaron
a sus pies donde pudo sacá rselas. Sus ojos no se apartaron de los míos
mientras me quitaba los bó xers antes de coger una toalla. Cuando abrí
la puerta del cuarto de bañ o, el aire hú medo se coló en el pasillo. El
suelo de madera continuaba estando frío para los pies descalzos en el
camino hacia su cuarto, pero al menos la calefacció n había calentado lo
suficiente la casa mientras nos duchá bamos. Bajé la pesada colcha
sobre la cama y me volví hacia Ashton, que me observaba con atenció n.
Nuestros ojos permanecían bloqueados, ninguno de nosotros diciendo
una palabra. Agarré la toalla que ella sostenía alrededor de su cuerpo y
me detuve. Esperó un momento, la intensidad de nuestra mirada llegó
al punto de ebullició n antes de levantar los brazos, permitiendo que la
toalla cayera al suelo. Me permití el lujo de mirar su cuerpo totalmente
desnudo por primera vez. Cada centímetro de su piel me pedía que la
tocara, y ya no podía aguantarme. Masajeé suavemente uno de sus
pechos perfectamente esculpidos antes de dejar un beso rá pido justo
por encima de su pezó n erecto.
—Eso ha estado bien —dijo, rompiendo finalmente el silencio, y
haciendo que me excitara.
Finalmente, una noche para recordar
Traducido por Mel
Cipriano Corregido por
SammyD

Mi cuerpo estaba listo y no habría ninguna interrupció n en esta


ocasió n. Nathan y yo nos quedamos uno frente al otro, mientras sus
manos se movían suavemente sobre mi piel, hacié ndome cosquillas.
Siguió por mis brazos antes de levantar mis manos contra su pecho.
Imité sus movimientos, usando mis dedos para trazar los contornos de
sus pectorales firmes. Casi bailá bamos mientras continuaba por sus
abdominales gloriosamente cincelados. Mis ojos seguían una sola gota
de agua, viajando a lo largo de los surcos de su estó mago musculoso,
hasta llegar a su miembro totalmente erecto. Verlo por primera vez no
hizo má s que aumentar mi excitació n. El dolor familiar entre mis
piernas se extendió rá pidamente a nuestros movimientos, hacié ndome
anhelarlo aú n má s. Me acerqué a é l, gimiendo de placer cuando puso
su boca en mi cuello. Luego, sus labios se movieron a lo largo de mi
hombro y hasta mi oído.
—¿Te gusta eso? —preguntó , gimiendo a causa de mi aprobació n
entusiasta. Me giró lentamente y continuó besando mi espalda antes de
jalarme con fuerza contra é l. Sus manos ahuecaron mis pechos en
tanto se balanceaba lentamente contra mi culo, enviando calor líquido
corriendo por todo mi cuerpo.
—Dios —gemí, dá ndome la vuelta y empujá ndolo hacia la cama—.
Pó ntelo ahora. Te necesito.
—Lo sé , cariñ o. Yo tambié n te necesito, pero confía en mí. Voy a
darte el mejor paseo en bicicleta que hayas tenido —respondió , bajando
conmigo a la cama.
Se puso encima de mí, besando mi pecho y usando su lengua en
mi pezó n antes de tomarlo todo en su boca. Decidí instantá neamente
que me encantaba ser succionada de esa manera y quería má s. Con la
respiració n contenida, le rogué en silencio que se moviera má s abajo, y
por supuesto, é l obedeció .
—¿Quieres decir, aquí? —Besó mi estó mago—. ¿O aquí? —repitió ,
yendo un poco má s abajo.
La pasió n me consumía. Me moví contra é l, con ganas de má s,
pero no sabía có mo transmitir lo que necesitaba. Mi respiració n se hizo
fatigosa mientras é l movía su mano un poco má s al sur. Separé mis
piernas, permitié ndole el acceso a donde lo necesitaba, y frotó los dedos
contra mí. La sensació n fue como nada que hubiera experimentado. Mis
caderas subieron casi instintivamente, y mis movimientos se volvieron
frené ticos mientras seguía frotando sus dedos en mí. Me sentía como si
estuviera llegando a la cresta de una ola gigantesca. A medida que mis
sentidos llegaron al punto de erupció n, sentí su lengua hacer cosquillas
en el lugar donde sus dedos habían estado, por lo que me levanté
contra é l mientas los espasmos se hacían cargo de mi cuerpo.
Volvía lentamente a tierra cuando por fin habló .
—Está s tratando de matarme, ¿no es así? —dijo, retirá ndose
lentamente antes de acostarse sobre mí otra vez.
—¿Y por qué es eso? —pregunté cuando pude volver a hablar.
—Porque todo lo que haces es tan caliente. Me excitaba tanto
mirarte como hacé rtelo —contestó , pasá ndome la mano por el torso
hasta llegar a la cima de mi pecho. Dejó caer su boca en la mía, sin
decir una palabra má s. Su deseo se hizo evidente cuando su lengua le
hizo el amor a mi boca, entrando y saliendo, y haciendo que mi cuerpo
respondiera de nuevo. Podía sentirlo caliente y duro contra mi muslo y
mis caderas se levantaron de nuevo, con la esperanza de que entendiera
dó nde lo quería má s—. Nos vamos acercando, cariñ o —dijo,
arrastrando sus labios de los míos y bajando por mi clavícula hasta que
su boca estuvo totalmente cerrada alrededor de mi pezó n—. Dame un
segundo
—pidió , tomando la caja que había dejado en mi mesa antes. Me moví
contra é l, dispuesta a sentirlo dentro de mí cuando sacó un condó n de
su empaque.
Su boca encontró mi oreja mientras se acomodaba entre mis
piernas de nuevo. —Dime lo que quieres —susurró con voz ronca.
—A ti —dije, sin saber có mo decirle exactamente lo que quería.
—¿Dó nde? —susurró , tirando del ló bulo de mi oreja y haciendo
que me moviera debajo de é l.
—Ahí —dije, levantando mis caderas para dar é nfasis.
—¿Aquí? —me alentó , separando má s mis piernas para poder
instalarse completamente.
—Sí —me lamenté mientras se deslizaba dentro de mí.
—Dios, te sientes tan bien —dijo con esfuerzo mientras se movía
lentamente.
Incapaz de soportar má s la tortura, alcé mis caderas, tomá ndolo
por completo. Mis dedos arañ aron con fuerza su espalda, acercá ndolo
todavía má s. É l perdió todo el autocontrol cuando nuestros cuerpos
comenzaron a moverse juntos. Sus labios se encontraron con los míos
en medio de una respiració n dificultosa, y pude sentir la ola que se
formaba cuando gritó mi nombre.
—Oh, Ashton, mierda —gritó , movié ndose cada vez má s rá pido.
Parecía como si mi cuerpo fuera a explotar hasta que llegamos al
clímax, terminando juntos.
Me sentía completamente agotada, con todos mis miembros
hechos gelatina. —Mierda, ¿es siempre así? —le pregunté mientras é l
descansaba pesadamente sobre mí.
—Nunca ha sido así —respondió , apoyá ndose en un codo.
—¿En serio? ¿No está s tratando de hacerme sentir bien?
—En serio —dijo, depositando un suave beso en mis labios antes
de levantarse y dirigirse al cuarto de bañ o.
Unos minutos má s tarde, Nathan volvió y apagó la luz antes de
meterse en la cama. Me metí debajo de su brazo, con un suspiro de
satisfacció n mientras me acariciaba el pelo. Estaba un poco sonrojada,
recordando có mo había respondido tan completamente a su toque. No
había estado preparada para cuá n asombroso era hacer el amor y có mo
todo lo demá s perdía importancia. En lo ú nico que podía centrarme en
ese momento era en lo mucho que quería que é l siguiera tocá ndome.
La promesa
Traducido por Mel
Cipriano Corregido
por Gabbita

—Duerme —dije, cuando movió sus caderas en mi direcció n.


—No lo creo —suspiró .
—Está s agotada. Estará s dormida antes de que lo sepas. Solo
relá jate —intenté persuadirla.
Se movió de nuevo, y la apreté sostenié ndola.
—No estoy tan cansada. Podríamos si lo deseas —susurró en la
oscuridad. Podría haberle hecho caso si no hubiera sido por el bostezo
reprimido que escuché .
—Cariñ o, cuando volvamos a hacerlo, quiero que esté s totalmente
despierta. Ahora, a dormir —la animé .
Pensé que iba a discutir má s, pero se relajó contra mí. —Gracias
por una noche inolvidable —dijo.
Me reí entre dientes. —Cuando quieras. Muchas gracias por ser
como eres.
—Mmm-hmm —dijo, mientras el sueñ o la arrastraba.
Un momento má s tarde, su cuerpo quedó completamente relajado
en mis brazos, hacié ndome saber que se encontraba dormida. Seguía
demasiado lleno de adrenalina como para dormir. Desde luego, no tenía
mucha dificultad para sostener su cuerpo esbelto entre mis brazos, y no
me importaba mantenerme despierto para ello. Era igualmente hermosa
dormida y, con mucho, la mujer má s atractiva con la que había estado,
haciendo que todas las demá s palidecieran en comparació n. Su ingenio
y honestidad en la mayoría de las cuestiones me atraía, me daba ganas
de aprender todo lo relacionado con ella. No pude evitar desear que
confiara en mí lo suficiente como para contarme sus secretos. Sus
mentiras sobre que nunca tuvo una relació n seria me molestaron má s
de lo que esperaba. Supe que mi respuesta la confundía, pero luché
para controlar mi ira. El hecho de que sintiera que tenía que mentir me
hizo querer cazar a mi empleador y darle una paliza. ¿Qué le hizo para
que quisiera huir? Me quedé tumbado durante lo que me parecieron
horas, dá ndole vueltas a varios escenarios en mi cabeza, intentando
darle sentido a por qué ocultaba la verdad. Finalmente, el cansancio se
apoderó de mí, y dejé de intentar resolver el misterio por esa noche. Mi
ú ltimo pensamiento coherente antes de sucumbir al sueñ o fue que
pasaría un frío día en el infierno antes de permitir que alguien le hiciera
dañ o de nuevo.
El dča siguiente
Traducido por
Christicki Corregido por
AriannysG

A la mañ ana siguiente me desperté con el sonido de la puerta de


mi casa abrié ndose. Al ver que me encontraba sola, salté de la cama
como si alguien hubiera disparado un petardo. Todo lo que hicimos
anoche fue genial, pero salir con mi traje de cumpleañ os a plena luz del
día era otra cosa. Me apresuré a ponerme unos pantalones de yoga y
una camiseta color crema cuando Nathan entró . Como de costumbre,
las prisas nunca me favorecían, como demostraba mi cabeza metida
hasta la mitad de una de las mangas de la camiseta y mis pantalones
de yoga al revé s.
—¿Una nueva moda? —me preguntó , sosteniendo una bolsa de
panadería en la mano.
Lo miré a travé s de la apertura de la manga de la camiseta a la
vez que trataba en vano bajar el dobladillo de la camiseta para cubrir
mi pecho expuesto.
—Dé jame ayudarte —dijo, poniendo la bolsa en la parte superior
de mi tocador.
—Yo puedo —dije, retrocediendo avergonzada, pero, por supuesto,
calculé mal la distancia entre mi cama y yo y terminé cayendo de
espaldas sobre mi cama con un golpe brusco. Bueno, al menos no era
algo que no había visto antes. Iró nicamente, nunca fui tan torpe antes
de conocerlo. Era como si mi cerebro no transmitiera los mensajes
apropiados para mis miembros cuando é l se encontraba cerca.
—¿Segura? —preguntó , reprimiendo una carcajada—. Sabes,
cariñ o, no hay nada de qué avergonzarse —añ adió , sentá ndose en la
cama junto a mí—. Si ayuda, lo de anoche fue una de las noches má s
eró ticas de mi vida —confesó , pasando una mano por encima de mi
estó mago desnudo.
—¿Sí? —grité , finalmente, encontrando el cuello de mi camisa.
—¿Lo fue para ti? —preguntó en serio, dejando que sus dedos se
arrastraran a lo largo de mi caja torá cica.
—Por supuesto —respondí con entusiasmo y sin vacilaciones.
Aunque, estoy segura de que debería estar actuando como si no fuera
gran cosa—. Fue bueno —añ adí sin convicció n.
—¿Bueno? —preguntó , incliná ndose para besar mi estó mago.
—Muy bueno —murmuré mientras sus labios rozaron mi ombligo
antes de bajar.
—¿No fue eró tico? —preguntó , pasá ndome la lengua por la piel
justo por encima de la parte superior de mis pantalones.
—Sí, fue eró tico. —Jadeé mientras su lengua se abría paso por
debajo de mis pantalones.
—¿Lo má s eró tico? —insistió , bajá ndome apenas los pantalones.
—Sí —coincidí cuando pasó la lengua por la longitud de mi torso.
—Fantá stico —dijo, subié ndome los pantalones y ponié ndome de
pie con un movimiento fluido—. Vamos a tener que explorar esto má s
adelante. Tengo planes hoy para nosotros —avisó , dá ndole a mi trasero
un ligero empujó n hacia el bañ o—. Prepá rate, no hay que desperdiciar
el día —agregó .
—¿Qué ? —farfullé , confundida por el hecho de que en el lapso de
un momento, habíamos pasado de una charla sobre lo que era eró tico a
ser arrastrada a mis pies y a que me dijera que me preparara.
—Me dijiste que pasarías unas semanas conmigo, así que he
hecho algunos planes —dijo con una sonrisa diabó lica.
—¿Có mo sabes que no tengo que trabajar? —pregunté , poniendo
mis manos en mis caderas.
—Lo comprobé con Fran cuando llevé su cesta de picnic. Tuvo la
amabilidad de decirme tus días libres.
—¿Su canasta de picnic? —le pregunté —. No me sorprende. Eso
explica su comportamiento de ayer. Parecía como si se hubiera tragado
un canario la mayor parte del día —añ adí.
—Ha sido de gran ayuda.
—Seguro que sí. ¿Dó nde fuiste esta mañ ana?
—Fui a buscar las cosas que dejamos despué s de nuestro picnic
nocturno. Pensé en ganarle al señ or James en su propiedad para que
no viera el desastre que dejamos.
—¿Lo venciste? —le pregunté en voz baja, imaginando qué
conclusiones sacaría alguien al ver los restos de nuestra velada.
—Es curioso, no sabía que al señ or James le gusta pescar en su
propiedad cada mañ ana. Segú n é l, “al que madruga, Dios le ayuda”.
—Oh, Dios —murmuré —. Bueno, todo el mundo lo sabe ahora —
dije, flá cida contra de la puerta del bañ o.
—¿Y eso es malo? —preguntó , acercá ndose a mí y poniendo sus
manos en mis caderas.
—La gente va a hablar —le dije.
—La mayoría de la gente habla. Es por eso que tenemos lenguas
—bromeó —. ¿Te molesta que sea conmigo, o simplemente que la gente
sepa que tuvimos relaciones sexuales?
—El sexo —contesté , tratando de no sonrojarme—. Por el amor
de Dios. Tengo veintidó s y actú o como si “sexo” fuera una mala palabra.
—Cariñ o, somos dos adultos consientes. Pueden decir lo que les
plazca —dijo, posando un beso en mi mandíbula—. Ahora, date prisa y
alístate —ordenó , empujá ndome a travé s de la puerta del bañ o.
—No eres mi jefe —susurré , cerrá ndole la puerta en las narices—.
Tardaré todo lo que quiera —grité a la puerta por si acaso. Lo oí reírse
mientras salía de mi habitació n. A pesar de mis argumentos, me apuré
a realizar mis rituales matutinos. Me recogí el cabello en un moñ o
desordenado y me maquillé lo mínimo posible, solo con un lá piz de ojos
y una ligera capa de base. La ú nica tarea en la que no me apresuré fue
la de cepillarme los dientes. Hacerlo una vez no me pareció suficiente,
así que procedí a cepillarlos de nuevo despué s de haberme pasado el
hilo dental y haberme enjuagado la boca con enjuague bucal. Me pasé
la lengua por los dientes limpios y sonreí satisfecha antes de aplicarme
una capa de brillo de labios.
Cinco minutos despué s, salí de mi habitació n vestida con otro
jersey grueso y unos vaqueros ajustados.
Nathan tomaba un sorbo de café cuando entré en el saló n. Se
quedó parado con la taza a medio camino de los labios, estudiá ndome
intensamente.
—¿Qué ? —le pregunté , revisando rá pidamente que mi cremallera
estaba subida y que mi cabello no estuviera de repente erizado.
É l no respondió , sino que se acercó a donde yo estaba.
—No dijiste a dó nde íbamos, así que me imaginé que informal era
la mejor opció n... —Me callé cuando me rodeó el cuello con una mano y
arrastró mi boca hacia la suya. Abrí la boca ante sus exigencias, sin
saber qué significaba el beso. Si era posible, el beso se sentía diferente a
los otros que habíamos compartido. Se sentía casi crudo y primitivo la
forma en que asaltó mi boca. La respuesta de mi cuerpo era rá pida e
instantá nea.
—¿Qué fue eso? —le pregunté cuando se retiró , respirando con
dificultad.
—Esa fue mi manera de decirte que te ves positivamente deseable
vestida de esa manera.
—No es que me queje, pero me has visto en pantalones vaqueros
y un sué ter antes —señ alé .
—No con el pelo recogido y unos labios brillantes que tentarían a
cualquiera a probarlos —dijo.
—Es solo un moñ o desordenado. —Yo prá cticamente ronroneaba
mientras sus labios se movían a mi oído, haciendo que se me pusiera la
piel de gallina en los brazos.
—Cré eme, es muy sensual —dijo.
—Pues me alegra que te guste, y gracias por ponerme cachonda
ahora tambié n con tu asalto a mi boca —le dije mientras daba un paso
por detrá s de mí.
—Dilo otra vez —me susurró al oído, rodeando mi estó mago con
sus brazos para apretarme contra é l.
—¿Me alegra que te guste? —le pregunté , sonrié ndole a travé s del
espejo.
—¿Qué ? No. Que te he puesto cachonda —aclaró .
—¿Necesitas levantar tu ego? —bromeé .
—Levanta algo, cariñ o, pero no es mi ego —indicó —. Lo cual, por
el momento, tendrá que quedar en suspenso porque tengo planes para
nosotros.
—¿Estoy lo suficientemente abrigada?
—Sí, ya no hace tanto frío como ayer. Todos los lugareñ os con los
que he hablado hoy afirman que este es el ú ltimo día cá lido antes de
que se cuele el invierno. Supongo que esta tarde llegará un frente frío y,
despué s, el verano e incluso el otoñ o quedará n olvidados. No estoy tan
seguro de có mo pueden ser tan inflexibles al respecto, pero supongo
que si has vivido aquí toda tu vida, conocerá s el tiempo mejor que un
par de sureñ os. Creí que era mejor aprovechar la oportunidad mientras
la tuvié ramos —dijo, guiá ndome por la puerta principal.
El sol brillaba con fuerza cuando salimos. Disfruté de su calidez,
y despué s de la lluvia helada de anoche, el calor se sentía celestial.
Seguía habiendo una ligera brisa, pero no te atravesaba como ayer.
Estos eran los días para los que vivíamos en casa, pero eran escasos. La
humedad y los índices de calor constituían el ochenta por ciento del
clima de Florida.
—¿Qué te parece? —preguntó , señ alá ndome a dos bicicletas de
montañ a atadas a la espalda de su Range Rover.
—¿Vamos a dar un paseo en bicicleta? —susurré , caminando
lentamente hacia las bicicletas montadas. Estaba confundida por có mo
había descubierto otra grieta en mi armadura. Podría ser solo una
coincidencia. Nadie aquí sabía del ú ltimo paseo en bicicleta que había
dado. Era el ú nico recuerdo que me pertenecía solo a mí.
—Sé que no te gusta hacer ejercicio, pero supuse que un paseo
tranquilo en bicicleta no caería bajo esa regla —me sugirió , con el rostro
incierto—. Solo pensé que sería divertido despué s de todas las bromas
si realmente dá bamos un paseo en bicicleta juntos —añ adió con una
sonrisa torcida.
—No pasa nada. Es solo que hace mucho tiempo que no monto en
bicicleta —dije mientras los recuerdos de mi ú ltimo paseo en bicicleta
asaltaron mis sentidos. Me vinieron a la cabeza imá genes de mi madre y
yo pedaleando en nuestras bicicletas de playa de color rosa y morado.
Lucía impresionantemente guapa. Para nosotras era un ritual dominical
ir en bicicleta a la playa. Bajá bamos con ellas los escalones de madera
hasta la arena y recorríamos la orilla del agua mientras el viento nos
hacía volar el cabello. Despué s, pará bamos en el puesto de helados que
había cerca de la orilla. Las dos comprá bamos cucuruchos de chocolate
bañ ados en cá scara dura de cereza. Los recuerdos eran conmovedores,
por lo que rara vez los visitaba. La mayoría de las veces eran demasiado
dolorosos.
—Oye, ¿está s bien? —preguntó Nathan, arrastrá ndome lejos de
mis recuerdos.
—Claro —le contesté , plasmando una sonrisa en mi cara.
—Cuando tu sonrisa no llega a tus ojos, sé que no me dices la
verdad —comentó , estudiá ndome con atenció n.
—De verdad, no es nada —logré decir, aunque me inquietaba su
intensidad y su extrañ a habilidad para saber leerme tan bien.
—Me gustaría que confiaras en mí —murmuró , abriendo la puerta
del vehículo para mí.
—No hay nada que confiar. No estoy ocultando nada —le dije,
subié ndome.
Nathan seguía con el ceñ o fruncido mientras subía al vehículo a
mi lado.
—¿Está s esperando que un ex novio celoso aparezca de repente y
pinche tus neumá ticos? —bromeé , tratando de aligerar el ambiente.
—Pongá moslo así, no me sorprendería —comentó , tirando de su
Range Rover a la carretera principal.
—En serio, tienes que relajarte y confiar en mí cuando te digo que
un psicó pata no te va a rajar las ruedas. Entonces, ¿a dó nde vamos?
—Hay un sendero para bicicletas de montañ a no muy lejos de
aquí. Segú n Pam de la biblioteca, es una pendiente relativamente fá cil,
pero la vista es increíble.
—¿Conoces el nombre de pila de todos en la ciudad? —pregunté ,
preguntá ndome có mo alguien que solo había estado aquí durante seis
días había hecho amistad con la mitad de la ciudad. Por supuesto, era
el mismo tiempo que yo le conocía, y no se me escapaba el hecho de que
ya habíamos intimado. Solo se me ocurrió una palabra para describirlo:
encantador. Había conseguido encantar a la ciudad de la misma forma
que me había encantado a mí. Su sexy voz radiofó nica no le hacía dañ o,
por supuesto. Tenía el don de poner a una persona a gusto.
—Má s o menos —respondió mientras la tensió n lo abandonaba—.
Parece que todos te tienen bastante cariñ o.
—Eso es porque soy nueva. Soy una novedad en este momento —
le dije. No debería sorprenderme. Esto es lo que te da un pueblito. Es lo
que dije que quería—. Estoy segura de que ya te está n mirando como el
nuevo juguete.
—Solo me interesa ser tu juguete. —Me guiñ ó un ojo.
—Eso podría acabar mal para ti. Me encantaba jugar con mis
juguetes —dije antes de que la implicació n total de mis palabras pasara
por mi cabeza—. Quise decir que te cansarías de que jugara tanto
contigo —añ adí, enterrá ndome aú n má s en el infierno de insinuaciones.
—Cariñ o, puedes jugar conmigo todo lo que quieras. —Sonrió .
—Ya lo creo. —Me sonrojé , haciendo un esfuerzo por no mirar su
regazo.
—Es muy lindo có mo te sonrojas —dijo, acariciando con un dedo
mi mejilla.
—Parece que tienes ese poder sobre mí —admití.
—¿En serio? Entonces, ¿esto es solo para mí?
—No parezcas tan feliz. No me emociona que mis sentimientos
parezcan estar a la vista para que los veas —repliqué .
—Me gusta. No estoy seguro de recordar la ú ltima vez que estuve
con una mujer que se permitiera ser tan abierta. Te hace ú nica, por no
decir que me atrae de una manera inesperada —me aseguró , girando el
vehículo por una carretera con un cartel de madera tallada que tenía
grabadas las palabras “Parque Nacional”.
La carretera que conducía al parque nacional era de tierra y grava
y estaba llena de surcos. Avanzamos durante casi un kiló metro y medio
antes de que se abriera un pequeñ o aparcamiento en el que se hallaban
estacionados un camió n Ford naranja oxidado y un pequeñ o VW Bug
amarillo. Grandes robles daban sombra al aparcamiento con las ú ltimas
hojas de color naranja quemadas. A juzgar por la cantidad de hojas que
crujían bajo los pies mientras descargá bamos las bicicletas, no pasaría
mucho tiempo antes de que los gloriosos á rboles estuvieran totalmente
desnudos.
Un dča en los senderos
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vanessa VR

Ashton se quedó en silencio cuando acabé de bajar las bicicletas,


las que me tuvieron dudando todo el viaje. Sabía una vez má s que me
ocultaba algo, y sin embargo, me sentía impotente por có mo conseguir
que se abriera. Tal vez si hubié ramos estado saliendo por varios meses,
tendría el derecho a ser má s exigente, pero la relació n provisional que
teníamos no permitía eso. Mi objetivo de atraerla a mis brazos había
funcionado segú n el plan, pero lo que fue aceptable hace dos días ya no
era lo que quería. Sabía que estaba escalando una precaria pendiente
que podía colapsar sobre mí en cualquier momento. Lo má s inteligente
sería apegarse a las reglas que establecimos y disfrutar el momento. Por
desgracia, no era inteligente en lo que se refería a ella. Quería má s.
—¿Seguro que te parece bien esto? —pregunté , tendié ndole uno
de los cascos.
—Solo si juras que no te reirá s si caigo de culo, lo cual parece
probable ya que siempre parece suceder cuando está s cerca.
—Juro solemnemente que no me reiré si caes de culo —proclamé ,
levantando mi mano derecha para dar é nfasis.
—Listillo —se quejó , llevando su bicicleta hacia el sendero—. Ve
tú primero hasta que yo le coja el tranquillo —agregó , montada en su
bici.
—Estará s bien. Supuestamente, nunca olvidas có mo montar una
bicicleta —dije, pedaleando. Recorrí unos cien metros antes de echar un
vistazo detrá s de mí para asegurarme de que estaba bien. Parecía que
se le daba bien, así que obviamente todos sus temores eran en vano. No
fue hasta que capté la expresió n nublada en su rostro que supuse que
no disfrutaba del paseo en absoluto. Desacelerando hasta detenerme,
me senté a horcajadas en la bicicleta, esperando a que me alcanzara.
—¿Qué pasa? —preguntó , luciendo algo distraída.
—Cariñ o, quería hacer algo que disfrutaras. No era mi intenció n
que esto fuera algú n tipo de cá mara de tortura. Por qué no volvemos y
hacemos algo má s.
—No —dijo, en un estricto gesto inesperado—. Es decir, no quiero
dar la vuelta. De verdad, lo estoy disfrutando.
—Dulzura, tienes una extrañ a forma de mostrar el disfrute. Te ves
como si estuvieras sufriendo físicamente. En serio, no me molestará si
regresamos.
—No es eso. —Suspiró pesadamente antes de mirarme. Me quedé
sorprendido al ver sus lá grimas—. Es solo que, la ú ltima vez que monté
en bicicleta, fue con mi mamá justo antes de que muriera. Teníamos la
tradició n de ir a la playa en bicicleta todas las semanas y recorrer la
costa. La ú ltima vez que fuimos, ella estaba demasiado agotada para
llegar a casa, así que mi padre vino a buscarnos. Una semana despué s,
estuvo muy enferma para montar en bicicleta y, tres días despué s, fue
al hospital y ya no volvió a casa. Nunca lo supimos. Ese ú ltimo paseo en
bicicleta que dimos siempre se me ha quedado grabado. Ese día estaba
de un humor extrañ o. En retrospectiva, no puedo evitar preguntarme si
en aquel momento sospechaba que algo no iba bien —respondió , en
tanto una lá grima solitaria corría por su mejilla.
—Oh, Dios, nena. No me di cuenta —expresé , usando la yema de
mi pulgar para limpiar su lá grima—. Volvamos. Haremos algo má s —
añ adí, sin estar preparado para la reacció n que sus lá grimas tuvieron
en mí. Usualmente, veía las lá grimas como un arma que las mujeres
usaban fá cilmente en su arsenal para mantener a los hombres a raya.
En general, habría huido de la escena al primer indicio de lá grimas,
pero las de Ashton tuvieron el efecto contrario en mí.
—No quiero irme —insistió —. Es casi terapé utico. He mantenido
los recuerdos de ella a raya por tanto tiempo. Es bueno.
—Claro, ¿tanto que está s llorando? —pregunté con escepticismo.
—Lá grimas agridulces —aclaró , enjugando la humedad de sus
mejillas y dá ndome una sonrisa tentativa.
—¿Y hay una diferencia?
—Una gran diferencia, especialmente para mí, ya que nunca lloro
por otra cosa —admitió .
—¿Nunca?
—No desde que mi mamá murió . Vi el efecto de mis lá grimas en
mi padre y juré no volver a llorar.
La estudié durante un momento, deseando poder entenderla. Me
asombró la forma en seguía sorprendié ndome. Cuando me contrataron
por primera vez para encontrarla, había estudiado el paquete de fotos
que me había enviado mi cliente y no vi má s que una princesa mimada.
En ese momento, no me importaba por qué había huido. Casi supuse
que escapó para estar con otro hombre ya que lo vi demasiadas veces.
Todas las ideas preconcebidas que me había hecho antes de encontrarla
estaban equivocadas. Se suponía que sería yo quien la encantara, pero
de alguna manera, invirtió los papeles y yo era el encantado.
—Así que, deja de ser un cobarde y de intentar escabullirte del
paseo en bicicleta —dijo con picardía, poniendo los pies en los pedales y
arrancando.
Salí tras ella, rié ndome por el camino. Las lá grimas ya habían
terminado, lo cual era un alivio. Ashton siguió burlá ndose y bromeando
mientras subía por el sendero de lenta pendiente. Le permití tomar la
delantera por razones puramente egoístas, ya que su trasero se veía
increíble en el asiento de la bicicleta. Cuando llegamos a la cima, ella
respiraba con dificultad y parecía agotada. No pude evitar reprenderla
diciendo que si hacía ejercicio tendría má s resistencia.
—Anoche tuve suficiente resistencia —respondió .
Aunque dio lo mejor de sí misma, me di cuenta de que se cansó
má s de lo que estaba dispuesta a admitir. Al menos, el viaje de vuelta
por el sendero fue mucho má s fá cil.
—Culpo al paseo nocturno en canoa al que me llevaste anoche —
dijo, hundié ndose en el asiento del pasajero con gratitud.
—Probablemente tienes razó n —admití, sintié ndome culpable a
pesar de mi broma. Le tendí las llaves antes de cerrar su puerta, para
que aclimatara el Range Rover mientras yo cargaba las bicicletas.
El viaje de vuelta a casa de Ashton fue tranquilo. Descansó la
cabeza contra el asiento con los ojos cerrados casi todo el camino.
Sonreí brevemente por lo azorada que se veía. No mentía cuando dijo
que estaba agotada.
—Tengo algunas cosas que hacer esta tarde, pero pensé en venir
má s tarde, ¿si te parece bien? —pregunté , rompiendo por fin el silencio
cuando me adentré en su calzada.
—Claro —respondió , empujando con cansancio la puerta del
vehículo para abrirla.
—Creo que nos quedaremos en casa —agregué , riendo mientras
se tambaleaba un poco—. Será mejor que te eches una siesta. Parece
que te han arrastrado montañ a abajo.
—Tus halagos son asombrosos. Podría superarte cualquier día —
se jactó al mismo tiempo que reprimía otro bostezo.
Volví a reír. —Ve a echar una siesta y volveré má s tarde con algo
de cenar. Entonces podremos hablar de tus habilidades para montar en
bicicleta —sugerí, moviendo mis cejas.
—Genial, ahora que hemos dado un paseo en bicicleta de verdad, no puedo
decir si te refieres a “montar en bicicleta” —dijo, apuntando la parte trasera del
vehículo—, o “montar en bicicleta” —repitió , moviendo las caderas hacia delante y
hacia atrá s.
—Nosotros… —Cerró la puerta del vehículo antes de darme la oportunidad de
confirmar lo que ella ya sabía.
Todavía me reía cuando salí de la calzada, dirigiéndome hacia mi cuarto de motel.
Entonces me di cuenta de la realidad de la situació n. Era obvio, por la forma en
que se abrió a mí en la montañ a, que Ashton empezaba a confiar en mí. Hace dos
días me habría alegrado, pero ahora no podía evitar sentirme como un fraude.
Me metí en su cama con tantos pretextos falsos que ya no sabía cuá les eran
verdaderos y cuá les no. Un hecho sorprendente que ocupaba el primer plano de
mis pensamientos era que ya no me importaba por qué había huido. No iba a
revelar su paradero a nadie. También pensaba contarle por qué había venido
realmente a Woodfalls. Pero esta noche no. Quería al menos una noche má s con
ella antes de que tomara su decisió n. Lo má s probable es que huyera una vez
que lo supiera, y yo la dejaría ir. Al menos le debía eso.
Un dča libre por enfermedad
Traducido por Fiioreee & Nikky
Corregido por Itxi

Cuando me desperté de la siesta varias horas despué s, me sentía


como si me hubiera atropellado un camió n o algo así. Cada movimiento
que hacía era respondido por una punzada de dolor en los mú sculos
que ni siquiera sabía que tenía. Los mú sculos doloridos no eran mi
ú nico problema. Sentía la piel caliente y seca como si sufriera una
quemadura de sol. La verdad es que me sentía bastante mal. Como
guinda del pastel, un dolor de cabeza tambié n se hizo notar cuando me
senté a mirar el reloj.
Sabía que tenía que levantarme y prepararme, ya que Nathan iba
a venir, pero mi cuerpo se negaba a cooperar. Cada vez que me sentía
así, me entraba el pá nico. Fui testigo de los síntomas de primera mano
con mi madre. Vi có mo la consumieron hasta que me la arrebataron.
Luego yo misma sufrí dichos síntomas. Hace cuatro añ os, trescientos
cincuenta días. Entonces era una persona diferente. Hace cuatro añ os,
creía que podía vencerlo. Acepté la noticia cuando me dijeron que iba a
necesitar una histerectomía completa, aunque entonces tenía apenas
diecisiete añ os. Fingí que la caída del cabello no me molestaba mientras
la quimioterapia hacía estragos en mi cuerpo y me ponía má s enferma
de lo que jamá s hubiera imaginado. Toleré las miradas de pena de mis
compañ eros de clase y los desaires que recibí cuando tuve que repetir el
ú ltimo curso, ya que me perdí la mitad del añ o agarrada al retrete,
tratando de librar a mi cuerpo de las toxinas que me estaban metiendo.
Lo acepté todo porque creía que podía superarlo. Tenía las estadísticas
de mi lado. Lo habíamos detectado a tiempo. Los mé dicos confiaban en
que no acabaría como mi madre, en que teníamos un diagnó stico precoz
a nuestro favor, así que luché . Nunca me di por vencida, y cuando entré
en remisió n, creí todo lo que me dijeron. Se me consideraría curada
cuando permaneciera en remisió n durante cinco añ os. El tiempo inició
una cuenta atrá s mientras mantenía la marca de los cinco añ os en mi
cabeza.
Terminé mi ú ltimo añ o escolar como una solitaria; ya no era la
persona que era antes de saber que tenía cá ncer. Mis supuestos amigos
se habían graduado el añ o anterior y siguieron adelante con sus propias
vidas, todos contentos de no tener que enfrentarse a mí. El resto de los
estudiantes me evitaban como la peste, como si temieran contagiarse de
lo que yo tenía. La escuela se convirtió en una tortura, ya que evitaba
los actos escolares. No soportaba las miradas de compasió n. Habría
evitado por completo el baile de graduació n si mi padre no hubiera
intimidado al padre de Shawn para que é ste me llevara. Darle a Shawn
mi virginidad aquella noche fue mi forma rebelde de intentar sentirme
por fin normal, aunque no funcionó .
Con la secundaria por fin superada, me metí en la universidad,
con la esperanza de recuperar el tiempo perdido. La lucha contra el
cá ncer me hizo darme cuenta de lo frá gil que era la vida y me hallaba
ansiosa por empezar a sentirme viva. El momento llegó el día en que me
entregaron el diploma. Me faltaban doscientos días para llegar a los
cinco añ os, y confiaba en que lo lograría. Diez días despué s, me empezó
a doler el cuerpo y me sentía fatigada. No necesitaba que un mé dico me
dijera que el cá ncer volvió . Reconocía los síntomas. Ya había pasado por
eso. Ese fue el día en que escribí mi lista de deseos y empecé a hacer los
preparativos necesarios para irme. Algo que sabía sin lugar a dudas era
que no podía hacer pasar a mi padre por otra crisis de cá ncer. Había
visto morir a mi madre y, siete añ os despué s, tuvo que verme luchar
contra é l. Nunca olvidaré el dolor en sus ojos mientras se preocupaba
por que mi destino fuera el mismo que el de ella. Lloró cuando los
mé dicos le dijeron que yo estaba en remisió n, confesando que tenía
tanto miedo de perderme tambié n. No podía enfrentarme a decirle que
estaba enferma de nuevo. Sabía que lo destruiría, al igual que sabía que
ya no tenía la voluntad de luchar contra é l. El cá ncer no sería feliz
hasta que me llevara. Así que me fui.
Mi padre recibió una carta mía llena de mentiras una vez que me
fui. Le dije que estaba harta de su acoso, que me cansó que me tratara
como a una niñ a y que necesitaba tiempo para descubrir la persona que
debía ser, sin su intromisió n. Le dije que me asfixiaba y que no podía
seguir viviendo en la misma ciudad con é l. Sabía que mis palabras le
harían dañ o, pero esa era mi intenció n. Quería que me odiara, que
pensara que era una desagradecida para poder seguir adelante. El odio
era má s fá cil de superar que la pena.
Me estremecí ligeramente en la cama, seguramente por la fiebre,
pero tambié n por los recuerdos. Echaba de menos a mi padre. Echaba
de menos sus palabras sabias, su risa tonta y su gusto por llevarme a
ver viejas películas de ciencia ficció n. A veces era serio y otras veces
necesitado, pero el resto del tiempo era estupendo. Se me rompió el
corazó n al saber que no volvería a verle.
Seguía tumbada en la cama cuando Nathan llegó media hora
despué s con una pizza y una botella de vino en la mano.
—Está s enferma —me dijo, echando una mirada mientras abría la
puerta de entrada para dejarle pasar.
—Probablemente por la ducha exterior que nos dimos anoche —
bromeé .
—Mierda. Lo siento, cariñ o —dijo, dejando la pizza y el vino en mi
mesa de café .
—Yo siento haber estropeado nuestra cita. Parece que no
tenemos la mejor de las suertes con las citas. Entre mi estado de
inconciencia, tu reacció n alé rgica, un paseo en canoa bajo una lluvia
torrencial y ahora mi molesto resfriado, empiezo a pensar que alguien
está tratando de decirnos algo —contemplé , sentada en mi sofá .
—Solo intentan poner a prueba nuestra capacidad de resistencia
—dijo, colocando una colcha a mi alrededor del perchero que colgaba de
la pared.
Resoplé . —No lo sé . Creo que tal vez somos parte de una broma
có smica. Alguien se está riendo a nuestra costa.
Echó la cabeza hacia atrá s y se rió de mis palabras.
—¿Qué ? —pregunté .
—No bromeo. Tuve el mismo maldito pensamiento anoche
cuando el cielo se nos abrió encima. Pero no me importa. Los dioses
có smicos pueden lanzarnos todas las bolas curvas que quieran.
—Eres terriblemente engreído tentando al destino de esa manera
—dije, tratando de mantener mi voz ligera, aunque la idea me asustaba.
Sabía la ú ltima jugada que el destino podía utilizar y el resultado nos
cambiaría a ambos para siempre.
—Solo creo en forjar mi propio destino. La vida puede ser un
bastardo codicioso a veces, pero confío en que puedo manejar lo que sea
que me arrojen —aseguró , agarrando platos y copas de vino del ú nico
gabinete en mi cocina.
—No te tenía por un optimista. Te habría catalogado como un
pesimista con toda seguridad —dije.
—Mierda, soy cien por cien pesimista, pero eso no significa que no
crea que formo mi propio destino. Dé jame adivinar, eres cien por cien
optimista —comentó , entregá ndome una porció n de pizza.
—Antes sí. Ya no estoy tan segura de eso —reflexioné , mordiendo
la pizza, aunque no tenía mucha hambre—. He cambiado mucho en
este tiempo. Supongo que se podría decir que he crecido. Tal vez me
estoy volviendo aburrida y sosa en mi vejez.
—Interesante —reflexionó , dando un gran bocado a su propia pizza
—. ¿Aburrida? Está s lejos de ser aburrida. Puede que seas estoica, pero
no hay nada aburrido en ti.
—¿En qué sentido? —le pregunté , desconcertada por el hecho de
que me considerara estoica. Hasta donde yo sabía, estoico significaba
alguien que aguanta sin quejarse. Me molestaba un poco que me viera
así a pesar de las mentiras que le había contado. “Estoica” no sería la
palabra que usaría para describirme. “Mentirosa” era má s precisa, pero
por supuesto, é l no sabría eso de mí. Siempre había sido una persona
sincera. En realidad, todas las medias verdades y mentiras me habían
convertido en alguien a quien apenas reconocía ya. Me convencí de que
esa era mi intenció n desde el principio. Despué s de vivir tanto tiempo
bajo el microscopio, con todos conociendo cada uno de mis secretos, las
mentiras que decía ahora tenían la intenció n de protegerme.
—Tal vez sea porque siempre está s muy animada, aunque de vez
en cuando se te nota ese pequeñ o matiz de tristeza en los ojos. A veces,
es como si ocultaras algo o una parte de ti. Lo disimulas rá pidamente,
pero lo he visto —respondió , cogiendo otra porció n de pizza.
Esperé que me preguntara qué escondía. Su intuició n era muy
acertada y no pude evitar preguntarme si era el reportero que llevaba
dentro o simplemente un don que tenía. Me preparé mentalmente para
saber có mo iba a responder a esa pregunta, sabiendo que é l, má s que
nadie, no podía saber la verdad. No quería que me mirara con lá stima o,
peor aú n, que saliera corriendo en cuanto se mencionara la enorme
palabra con C.
La conversació n se desvaneció mientras yo seguía mordisqueando
mi trozo de pizza mientras é l devoraba la mitad del pastel.
—¿No tienes hambre? —me preguntó cuando dejé mi trozo de
pizza a medio comer sobre la mesa de café .
—En realidad no —respondí, acomodá ndome de nuevo contra los
cojines del sofá —. Sé que estoy siendo una persona deprimida. No
tienes que quedarte a hacerme compañ ía —añ adí, de mala gana.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó , inquisitivo.
—No, pero sé que no puede ser muy divertido pasar el rato con un
enfermo. Ademá s, ¿no se supone que ya estamos hartos el uno del otro?
Soy nueva en esto de las relaciones, pero ¿no se supone que deberías
estar dando algú n discurso sobre có mo necesitas tu espacio y que yo te
estoy acorralando con mi actitud pegajosa?
—En primer lugar, ¿es malo que esta situació n me excite? En
segundo lugar, he descubierto que no hay nada ordinario en nuestra
relació n. Disfruto estando contigo y no hay ningú n otro lugar en el que
preferiría estar. Ademá s, no estoy seguro de que puedas ser pegajosa ni
aunque lo intentes —respondió , recogiendo nuestras sobras de la cena
y los platos y depositá ndolos en mi cocina—. ¿Quieres má s vino o un
poco de agua? —preguntó , volviendo a recoger mi copa de vino medio
vacía.
—Agua estaría bien, pero no tienes que atenderme —aseguré ,
empezando a levantarme solo para que me empujara suavemente de
vuelta al sofá .
—Traerte un vaso de agua no me matará . ¿Por qué no buscas algo
para que veamos? —preguntó , dá ndome el mando a distancia.
—¿Seguro que quieres que me encargue del mando? —pregunté ,
encendiendo la televisió n—. Eso significa que te quedará s viendo mi
nuevo programa de chicas favorito que está lleno de estró geno hasta el
tope.
—¿Y qué programa sería? —interrogó , y me entregó mi vaso de
agua antes de colocarse en el sofá junto a mí.
—He estado viendo un reestreno de Sex in the City que ahora está
disponible —admití—. Está repleto de informació n ú til sobre el sexo
opuesto —añ adí con coquetería, aunque omití el hecho de que fue Sex
in the City quien me dio la idea de ligar con un desconocido en un bar.
Por supuesto, la escena del bar en Nueva York donde el espectá culo se
llevó a cabo fue muy lejos de Woodfalls.
—Los he visto todos. No está n tan mal, aunque Samantha es una
gran zorra y bastante odiosa. Siempre me ha gustado má s la morena —
dijo, rodeá ndome con un brazo y tirando de mí—. Pero olvidé có mo se
llama.
—Charlotte —respondí por é l.
—Eso es, Charlotte —aclaró .
—Entonces, ¿me está s diciendo que has visto todos los episodios?
¿Y las películas?
—Esas tambié n. La televisió n es mi placer culpable. Mi trabajo
requiere muchos viajes, así que transmito muchos episodios en mi iPad.
—¿Qué má s ves? —pregunté , cambiando al canal de demanda.
—Lo que sea, probablemente lo he visto. Sobre todo si está en el
cable. Esos son má s atrevidos, muestran tetas y demá s. Hay una nueva
en HBO que es absolutamente brillante sobre un canal de noticias. Hay
algunos en Bravo y otros canales que me gustan.
—Mientras tengan tetas, ¿no? —bromeé .
—Claro que sí —se rió .
—¿Programas de la CW? —pregunté .
—Lamentablemente, no. Me parece que soy demasiado viejo para
relacionarme con programas para adolescentes sobre vampiros u
hombres lobo —dijo, estremecié ndose con desagrado—. ¿Y tú ?
—Soy un poco novata. No vi mucha televisió n en la universidad, y
estaba demasiado preocupada en el instituto. Ahora estoy descubriendo
lo que me gusta. Soy un poco obsesiva cuando encuentro un programa
que me gusta. Me quedo despierta hasta tarde viendo cinco y seis
episodios hasta que he visto toda la serie —admití, comenzando un
episodio de Sex in the City donde lo había dejado.
—Eso tambié n se parece a mí —dijo, estrechá ndome entre sus
brazos antes de acercarse a apagar la luz de la mesa auxiliar.
Solo íbamos por la mitad del primer episodio cuando me quedé
dormida, acurrucada en sus brazos.

***

Me desperté a la mañ ana siguiente en mi cama, desorientada. No


tenía ningú n recuerdo de có mo llegué aquí, por no hablar de quitarme
la ropa. El otro lado de la cama se hallaba vacío, pero la huella de una
cabeza en la almohada me dejó muy claro que no había dormido sola.
—¿Có mo te encuentras? —preguntó Nathan, interrumpiendo mis
pensamientos cuando entró en mi habitació n con un frasco de
analgé sicos y un vaso alto de agua.
—Nada mal —mentí.
—Mentirosa —se burló , acercá ndose a tocar mi frente—. Estabas
bastante caliente cuando me desperté hace un par de horas.
—¿Te fuiste? —pregunté , mirando sus pantalones vaqueros y
camisa de franela que eran diferentes de lo que tenía en el día anterior.
—Sí, el frente frío del que todo el mundo hablaba ayer ha
avanzado definitivamente. Ahora dicen que podemos llegar a treinta
centímetros de nieve.
—¿En serio? Ni siquiera estamos en octubre —exclamé . Olvidando
que solo llevaba el sujetador y las bragas, me senté y recogí la manta
mientras se deslizaba hacia abajo dejando al descubierto mi sujetador
de encaje. Sus ojos se posaron en é l durante un segundo antes de
volver a mi cara. Me sonrojé . Mi confianza de la otra noche desapareció
hace tiempo, y no sabía bien cuá l era el comportamiento adecuado para
lo que ocurría entre nosotros.
—Toma —dijo, entregá ndome un par de pastillas.
—Gracias —dije, todavía apretando la manta contra mi pecho.
—Vas a tener que soltar tu agarre mortal a la manta para tomar
un trago —se rió .
—No, no —murmuré , metiendo las pastillas en la boca antes de
coger el vaso de agua con la mano libre.
—No tienes que ser tímida conmigo —afirmó , levantando mi
barbilla con sus dedos para que nuestros ojos se encontraran.
—Esta parte es nueva para mí —confesé .
—Tambié n lo es para mí, pero no voy a mentir, me gusta verte con
ese aspecto adormilado por la mañ ana —admitió .
—¿De verdad? —pregunté mientras un sentimiento cá lido que no
tenía nada que ver con mi fiebre se extendía por mí. Sabía que no debía
alegrarme. Debería mantenerlo a distancia, pero la idea de que quisiera
quedarse me hacía sentir cá lida por dentro.
—De verdad —respondió , incliná ndose para frotar sus labios
contra mi mejilla—. Hmm, te sientes má s caliente que antes —observó ,
poniendo su palma contra mi frente.
—Es solo un resfriado. Supongo que el picnic bajo la lluvia que
planeaste la otra noche no fue la mejor idea —dije, apartá ndome
ligeramente para soltar su mano. No quería darle importancia a mi
fiebre.
—Quizá debería llevarte al mé dico.
—Es solo fiebre. La gente la padece todo el tiempo —argumenté ,
conteniendo mi pá nico. Definitivamente no quería ir al mé dico.
—Supongo que tienes razó n —dijo, empujá ndome suavemente
contra las almohadas—. De todas formas, deberías descansar —añ adió ,
arropá ndome con las mantas.
—Debería llamar a Fran —protesté , alcanzando mi telé fono.
—Má s o menos ya se lo he dicho —dijo, con cara de vergü enza.
—¿Qué ? ¿Cuá ndo? —pregunté .
—Pasé por su tienda para abastecerme de algunas provisiones
por si realmente nieva. Le dije que tenías fiebre y me dijo que te dijera
que te quedaras en casa. Parecía muy preocupada por ti. Me dijo que si
nieva como piensan, que te tomes mañ ana libre tambié n, y que era una
orden, así que nada de discutir.
—Se hace la dura, pero no es má s que una blanda —dije,
tratando de sonar displicente. Podía imaginar por qué le preocupaba.
Fran era la ú nica persona en la que había confiado. Sabía que mi
secreto se encontraba a salvo con ella, aunque sabía que mi negativa a
ir al mé dico la preocupaba. Me sentí mal por el estré s que añ adía a sus
ya frá giles hombros, pero no lo suficiente como para que se confirmaran
mis temores. No quería hospitales con sus interminables pruebas,
pinchazos y toxinas venenosas. Esta vez quería hacer las cosas a mi
manera. Era mi decisió n, y pensaba mantenerla aunque algunas dudas
habían empezado a aparecer. Estaba bastante convencida de que el
hombre que se hallaba a mi lado tenía algo que ver con eso.
—Me gusta. Su actitud malhumorada es muy divertida.
—Sí, a mí tambié n me gusta, mucho —coincidí—. Me olvidé de
preguntarle ayer si pudo recuperar todo.
—Con la ayuda de algunos lugareñ os. No hace falta decir que le
debo una ronda a un puñ ado de tipos en lo de Joe. Resulta que fue má s
molesto de lo que pensé que sería —admitió —. Por no hablar de que
quizá me llamaron marica cuando vieron los faroles y los restos de las
velas.
—Ya lo creo. Algunos de esos tipos son bastante bruscos y
arraigados a sus costumbres. Lo mejor es ignorarlos —dije, reprimiendo
un bostezo.
—Oh, no los ignoré . Les dije que al menos tenía a la chica —contó
rié ndose mientras cerraba las cortinas.
—Eso les enseñ ará —anuncié , cerrando los ojos—. Gracias por
comprobar có mo estaba y por decirle a Fran que no iría hoy —añ adí,
luchando contra mi somnolencia. Supuse que estaría listo para irse
ahora que me había revisado.
Pero mis suposiciones eran erró neas. Entré y salí de un sueñ o
inducido por la fiebre la mayor parte del día, y é l siempre estaba allí
cuando me despertaba. Sabía que debía echarlo. Rompíamos todas las
reglas que había establecido, y al final nos complicaríamos las cosas,
pero no hallaba la voluntad de echarlo. Su presencia era extrañ amente
reconfortante, ya que me daba má s analgé sicos y agua cada vez que me
despertaba. Para cuando el sol se puso, mi fiebre había desaparecido y
estaba lista para comer el abundante estofado que me había preparado
en mi cocina.
—Un hombre que cocina es un tesoro inaudito —observé ,
equilibrando mi cuenco sobre mi regazo mientras mojaba un trozo de
pan francé s en el espeso caldo. Estaba sentada en el sofá , envuelta en
el mismo edredó n de la noche anterior, contenta de estar por fin fuera
de la cama. El alivio de que se me hubiera pasado la fiebre era tangible.
No estaba preparada para que se conocieran mis síntomas.
—¿Es eso lo ú nico que me convierte en un tesoro? —preguntó ,
sentá ndose y subiendo mis pies a su regazo.
—Hmmm, te lo informaré má s tarde —respondí, perdida en su
tacto. ¿Quié n iba a decir que recibir un masaje en los pies podía ser tan
sensual? Parecía que cuanto má s tiempo pasaba con Nathan, má s
cosas me daba cuenta de que solo faltaban en mi lista. Incluso algo tan
sencillo como que cocinara para mí me había hecho doler el pecho por
su dulzura. Había estado tan concentrada en experimentar cosas como
saltar de puentes y emborracharme que las actividades de contacto
humano real nunca se me habían ocurrido. Estaba tan empeñ ada en
mantener a todo el mundo a distancia que, en algú n momento, me aislé
por completo de las cosas que deberían haber importado. El hecho de
haber seguido los consejos de Fran y Tressa fue un alivio. Por supuesto,
sabía que una gran mayoría de las sensaciones y sentimientos que
experimentaba tenían mucho que ver con la persona con la que los
compartía.
—¿Te gusta eso? —me preguntó cuando suspiré de placer
mientras sus dedos amasaban la dureza de mi pie.
—Es justo —respondí, riendo cuando me hizo cosquillas en la
planta del pie.
—¿Justo? —gruñ ó , tirando de mi pie.
Puse mi cuenco vacío sobre la mesa. —No se puede ser bueno en
todo. Có mo vamos a meter tu cabeza por la puerta principal —me reí.
—Estoy lejos de ser perfecto —susurró .
—Nadie es perfecto —aclaré .
—¿Ni siquiera tú ?
—Ja, estoy lejos de ser perfecta —resoplé .
—¿Por qué dices eso? Por todo lo que he escuchado de Fran y tus
mejores amigas, prá cticamente flotas en una nube de oro tocando un
arpa. Cito: “es la persona má s buena que vas a conocer y si le haces
dañ o te corto las pelotas”.
—Dé jame adivinar, ¿Fran?
—¿Puedes creer que ella y Tressa me dieron má s o menos el
mismo discurso?
—Me emociona que piensen tan bien de mí, pero realmente no me
conocen desde hace mucho tiempo. Tengo la extrañ a costumbre de
decepcionar a la mayoría de la gente que conozco —admití. Al instante
me arrepentí de mis palabras. Sabía que sonaba como si estuviera
pintando un cuadro de desdicha de mí misma, y eso era lo ú ltimo que
quería—. Mierda, eso pareció sacado de las películas para adolescentes
—bromeé , tratando de quitarle importancia al momento.
—Tal vez no te ves con claridad, o tal vez te has puesto el listó n
tan alto que cuando no llegas a la marca piensas que has fracasado.
—Tal vez —acepté , aunque sabía que se equivocaba. Si conociera
los hechos, sabría cuá nto se equivocaba, pero de eso se trataba. Nunca
sabría los hechos, así que no había razó n para que me obsesionara con
ello.
—Bien, ahora que hemos aclarado que no somos perfectos, ¿qué
vamos a hacer con nuestros seres empañ ados? —preguntó , pasando su
mano por mi pantorrilla—. Tal vez deberíamos trabajar en perfeccionar
esto —añ adió , arrastrando su mano má s arriba de mi pierna.
—Es cierto, la prá ctica hace la perfecció n, ¿no? —acepté mientras
me llevaba a su regazo.
—Y Dios sabe que queremos la perfecció n en esto —dijo, dejando
caer sus labios sobre los míos. Cualquier otra conversació n se olvidó
mientras me perdía en el tacto de sus labios en tanto descubrían partes
de mi cuerpo que habían pasado por alto la primera noche que pasamos
juntos. Como ya no necesitaba el edredó n, lo aparté de mí para que
pudiera acceder má s fá cilmente a los lugares en los que má s deseaba
sus labios.
—Creo que te debe gustar —dijo cuando su lengua endureció mi
sensible pezó n.
Asentí, atrayendo su cabeza hacia mí.
—¿Y esto? —preguntó , recorriendo con sus labios mi estó mago.
Mi ú nica respuesta fue un jadeo cuando me bajó los pantalones por las
caderas. El deseo me recorrió como un tren desbocado mientras su
boca seguía bajando antes de posarse entre mis piernas.
La primera nevada
Traducido por Cath
Corregido por Danita

Estaba jodido y lo sabía. En el momento en que toqué a Ashton,


me di cuenta de que sacarla de mi sistema era má s fá cil de decir que de
hacer. En mi estupidez, me había convencido a mí mismo de que una
vez que la tuviera frenaría el deseo que crepitaba como un cable vivo
entre nosotros. Qué idiota. Despué s de acostarme con ella acurrucada
en mis brazos por tercera noche consecutiva, perdié ndome en su cuerpo
una vez má s, se había hecho evidente que sacarla de mi sistema era
como tratar de dejar el crack. Era una analogía iró nica, pero ella era mi
droga preferida. Todo en ella me atraía y nublaba mi mente má s que
cualquier droga. Cuando me encontraba con ella ya no era la misma
persona. La risa en mi vida habitual era esporá dica en el mejor de los
casos, y sin embargo, con Ashton era tan natural como respirar. Cada
nuevo descubrimiento que hacía sobre ella era tan encantador como el
anterior y me hacía querer seguir indagando hasta saber todo lo que la
hacía sentir. Me resultaba casi doloroso no conocer los secretos que
escondía detrá s de sus sonrisas y bromas. Necesitaba saber a qué nos
enfrentá bamos. La complejidad de nuestra relació n era desalentadora.
Hace una semana me habría resistido, pero ahora todo era diferente. En
una semana me había cambiado por completo.
Apreté mi brazo alrededor de su tenso vientre, atrayé ndola má s
có modamente entre mis brazos. Ella suspiró satisfecha mientras dormía
y, aunque hacía poco tiempo que le había hecho el amor, me excité de
inmediato con solo mirarla. Cada curva. Cada ligero vello de melocotó n
en su estó mago. Enterré mi cara en su pelo, inhalá ndola, sintié ndome
embriagado por su aroma. Me sentía có modo aquí. Tanto que me quedé
dormido, envuelto en la mujer de la que no debía enamorarme.
A la mañ ana siguiente me desperté con los chillidos excitados de
Ashton. Me senté con los ojos nublados y sonreí cuando la vi bailando,
literalmente, en la ventana principal. —¿Ganaste un auto nuevo o algo
así? —bromeé , saliendo de la cama para colocarme detrá s de ella.
—Está nevando —cantó , aplaudiendo con alegría.
—¿Supongo que te sientes mejor? —le pregunté , riendo ante su
entusiasmo.
—Mucho. Tenemos que salir a jugar en la nieve —dijo, sacando
frené ticamente ropa de abrigo de su armario.
—No creo que vaya a ninguna parte, cariñ o —aseguré , poniendo
mis manos sobre ella para frenar sus movimientos frené ticos.
—Oh, está s desnudo —dijo, afirmando lo obvio, mientras sus ojos
se dirigían hacia mi compañ ero matutino.
—Sí, má s o menos nos acostamos así —bromeé , mirando có mo
un delicado tono rosado subía por su cuello, manchando sus mejillas—
. ¿Te incomoda? —pregunté .
—¿Qué ? No, es como, ya sabes, “Ta-da. Aquí estoy”. Simplemente
me sorprendió —trastabilló .
—Bueno, para tu informació n, esto es bastante comú n para la
mayoría de los chicos por la mañ ana.
—¿En serio? Que desafortunado —dijo.

—Vístete —me reí—. La nieve está llamando tu nombre.


—¿Nieve? —preguntó , luciendo momentá neamente confundida—.
Claro, nieve —dijo finalmente, hacié ndome reír de nuevo mientras se
apresuraba a ir al bañ o con un brazo cargado de ropa.
Quince minutos má s tarde, está bamos frente a su casa viendo
có mo caían perezosamente grandes copos de nieve del cielo. El suelo ya
estaba cubierto por un centímetro de nieve, que hacía crujir la tierra
bajo nuestros pies. Todo estaba tranquilo y sereno.
—Es hermoso —exclamó Ashton en un tono silencioso mientras
los grandes copos se posaban en su rostro volteado. Giró lentamente en
círculo con los brazos extendidos.
—Seguro que en diciembre te sentirá s diferente —observé .
—No voy a estar aquí en diciembre para... —se interrumpió .
—¿En serio? Tenía la impresió n de que planeabas vivir aquí —le
dije, mirá ndola morderse el labio. Por su expresió n, me di cuenta de que
había metido la pata.
—Oh, no lo he decidido —contestó —. ¿Crees que caerá suficiente
para hacer un á ngel y un muñ eco de nieve? —preguntó , cambiando de
tema.
La estudié por un momento, debatiendo si debía seguir con el
tema. La alegría forzada en su voz me convenció de dejarlo estar.
—Al ritmo que está cayendo, seguro que al mediodía podrá s hacer
un á ngel de nieve decente, por lo menos. ¿Quieres ir a dar un paseo? —
pregunté , ofrecié ndole la mano.
—Sí —respondió , mientras regresaba parte de su emoció n de
antes.
—¿Está s lo suficientemente abrigada? —le pregunté antes de
dirigirnos al sendero que hay detrá s de su casa.
—Sí, apenas puedo caminar con todas las capas me obligaste a
usar —me recordó .
—Cré eme, me vas a agradecer por todas esas capas —le dije,
uniendo mis dedos enguantados con los de ella—. Ademá s, ayer mismo
tenías fiebre y un resfriado. Probablemente ni siquiera deberías salir.
—Estoy bien. Es imposible que me pierda la primera nevada.
—Eres terriblemente terca.
—¿Y? Tú eres mandó n, y lo paso por alto —me recordó .
—No soy mandó n. Simplemente me gusta que las cosas se hagan
como yo quiero y dirigir a los demá s para que las sigan —contesté ,
defendié ndome.
—Sí, eso no suena mandó n —bromeó ella, poniendo los ojos en
blanco—. ¿Siempre has “no mandado” a la gente? —añ adió .
—¿Me gustan las cosas a mi manera? Probablemente. Cuando era
má s joven y está bamos solos mi madre y yo, sentía la presió n de ser el
hombre de la casa. Mi madre siempre parecía tener el peso del mundo
sobre sus hombros, así que quería ayudar a aliviar parte de la presió n.
A los trece añ os, ya me había encargado de todo el mantenimiento de la
caravana en la que vivíamos. Me convertí en un experto en arreglar los
grifos que goteaban, volver a colocar los paneles sueltos y asegurarme
de que el techo no tuviera fugas durante la temporada de lluvias. Home
Depot1 se convirtió en mi patio de recreo los fines de semana, ya que
asistía a todos los talleres que ofrecían. Al ver mis intereses, creo que
mi madre tenía la idea de que de mayor sería arquitecto o contratista.
Creo que se decepcionó cuando le dije que quería ser periodista.
—¿Por qué iba a estar decepcionada?
—Creo que tenía la impresió n de que ser periodista era un trabajo
con el que no ganaría dinero. Quería que tuviera seguridad y dinero
para un día lluvioso. Añ os de vivir semana a semana la habían hastiado
y le daba poca importancia a los sueñ os. Con el tiempo, superó su
aversió n a mi elecció n de trabajo, pero no vivió lo suficiente como para
ver que llegaba a algo.

1Home Depot es una empresa minorista estadounidense de mejoramiento del hogar,


bricolaje y materiales de construcció n.
—Lo siento. Apuesto a que estaría orgullosa de tus é xitos si te
viera ahora —afirmó Ashton con seriedad.
—No estoy del todo seguro. Creo que estaría decepcionada con
algunas de las decisiones que he tomado.
—Creo que todo el mundo se siente de esa manera.
—¿Tú tambié n? —le pregunté , manteniendo mi voz casual.
—Por supuesto, pero no podemos complacer a todos. Lo ú nico
que podemos esperar es que aprendamos de las decisiones que hemos
tomado y que cualquiera a quien hayamos herido en el camino nos
perdone algú n día.
—Entonces, ¿crees que si alguien te traiciona, merece una
segunda oportunidad? —pregunté .
—Esperaría tener una segunda oportunidad, así que sí, me
gustaría darle a alguien otra oportunidad —replicó , con una intensidad
que coincidía con la mía.
—Me parece justo —le dije, obteniendo la respuesta que
esperaba. No sabía si eso se aplicaba a mí, pero tenía que esperar que
así fuera. Seguí retrasando el contarle la verdad, pero sabía que el
tiempo corría y que tendría que decírselo pronto.
—Ademá s de ser un manitas, ¿qué otra cosa te gustaba cuando
eras má s joven? —preguntó , mientras atravesá bamos la nieve.
—¿No te aburres de escucharme hablar? —pregunté .
—De ninguna manera. Me gusta escuchar tus historias. Ademá s,
no voy a mentir, podrías leer el diccionario y tu voz sexy como el pecado
lo haría atractivo.
—Ya he oído a mujeres decir eso sobre mi voz. ¿Qué es lo que la
hace tan atractiva, para que yo pueda aprovecharla? —bromeé .
—Cré eme, no tienes que esforzarte má s. Si fuera má s sexy, harías
que las mujeres se derritan allá donde fueras.
—¿Me está s diciendo que te derrito? —le pregunté , tirando de ella
en mis brazos—. Entonces, si te hablo má s bajo así, ¿te hace estar
hú meda en todas las zonas correctas? —insistí, bajando la voz a poco
má s de un susurro.
—El mero hecho de estar contigo lo hace —admitió , mordié ndose
el labio de una forma que me golpeó en el punto justo—. Por supuesto,
estoy segura de que no debo admitirlo.
—Cariñ o, el hecho de que seas tan abierta con lo que sientes es
una de las cosas que má s me gustan de ti. Tu rubor revela algo de eso
—le dije, frotando el pulgar enguantado sobre su mejilla—. Pero me
encanta que no intentes ocultarlo como la mayoría de las mujeres.
—¿Quieres decir que te encanta que tenga la capacidad de
conquista de un babuino? —se burló —. Yo mono, tú me gustas, ¿puedo
treparte? —añ adió , riendo a mitad de su discurso.
—Dios, solo tú podrías hacer que eso sonara caliente —le dije,
arrastrá ndola a mis brazos—. Y para que lo sepas, puedes treparme
cuando quieras —añ adí, colocando mi boca sobre unos labios helados.
Ella separó los labios ante mi insistencia, aferrá ndose a mí mientras yo
profundizaba el beso. Puse mis manos en sus caderas, arrastrando su
mitad inferior hacia mi cuerpo para poder enfatizar lo que sus palabras
me hacían.
—Malditas capas —se quejó , retrocediendo con irritació n.
Me tragué mi propio gemido cuando mi cuerpo se inclinó hacia el
de ella. —Podríamos volver a casa —sugerí—. Podría encender un fuego
en la chimenea —la seduje, capturando sus labios con los míos de
nuevo.
—Trato hecho —aceptó .
El ángel de nieve
Traducido por Snow Q
Corregido por Cami G.

La nieve de fuera fue la excusa perfecta para pasar todo el día


siendo perezosa. Prá cticamente no hicimos nada má s que ver la tele
hasta el anochecer. Las llamas de la chimenea creaban sombras que
bailaban en las paredes. Por una vez, no fui yo quien se quedó dormida
primero. Nathan dormía a mi lado en el gran camastro de sá banas que
habíamos tendido delante de la chimenea, donde acabá bamos de hacer
el amor. A estas alturas, negar que fuera solo sexo le restaría valor a lo
que habíamos compartido. Mi piel aú n sentía el hormigueo de su toque
mientras mi mente reproducía có mo me había mirado a la luz del fuego
en tanto se deslizaba dentro de mí. A diferente de las otras dos veces,
en las que toda nuestra atenció n se centró en alcanzar la ola de é xtasis,
esta vez nos tomamos el tiempo necesario para descubrir y disfrutar del
cuerpo del otro. Fue lento y delicioso. Exploré su cuerpo, descubriendo
lo que le gustaba. Gimió cuando mi mano se cerró en torno a é l,
acariciá ndolo. Permitió mi toque por algunos segundos antes de rodar
encima de mí y tomarme. Su ritmo era lento y seguro mientras me
llevaba al borde incontables veces, retirá ndose cada vez justo antes de
que estallara. Cada vez que estaba cerca, dejaba caer su boca sobre la
mía, tragá ndose mis jadeos y sú plicas de liberació n. Al final, su propia
fuerza de voluntad se desvaneció y nos llevó a los dos al límite al mismo
tiempo.
Con todo el é xtasis y el placer, mis emociones se enturbiaron má s
de lo que me importaba manejar. Mis sentimientos por é l empezaban a
eclipsar los planes que me había propuesto. No quería ser una de esas
mujeres que confunden la lujuria con el amor. Apenas le conocía, así
que no podía ser amor. Ademá s, siempre me había dicho a mí misma
que no creía en el amor instantá neo. Había visto eso es la universidad,
cuando miraba a mis compañ eros arrojarse unos a los brazos del otro,
profesando su amor despué s de solo un par de citas, y luego romper un
par de semanas má s tarde. Siempre parecía que era la chica la que lo
sufría má s, mientras que los chicos seguían adelante como si nada. Yo
no era ese tipo de chica y, sin embargo, no podía negar que no sentía
algo por é l. Quería estar con é l, confiar en é l. Quería destruir en mil
pedazos nuestro contrato sin compromisos. Pero sobre todo, no quería
dejarlo.
Salí silenciosamente de los brazos de Nathan. La direcció n que
mis pensamientos habían tomado me tenía completamente irritada. Mi
ropa reposaba en una pila en el suelo, donde la habíamos abandonado
en nuestra ansiedad por desnudarnos. Me las coloqué en conjunto con
mi abrigo y mi gorro tejido, y me dirigí afuera para aclarar mi mente.
El cuadro blanco que me encontré era hermoso a la luz de la
luna. Al menos un metro de nieve arropaba el suelo, y las ramas de los
á rboles sobre mi cabeza se hallaban todas cubiertas por copos de nieve.
Sonreí con deleite, saltando desde el pequeñ o porche frontal. Caminé
varios metros en direcció n a un espacio abierto y me arrojé hacia atrá s,
dejando que la nieve esponjosa amortiguara mi caída. Abaniqué mis
brazos a mi alrededor, creando el primer á ngel de nieve de mi vida. El
momento era agridulce. Hace solo unos días me preocupaba no poder
terminar todos los artículos de mi lista, pero ahora, gracias a Nathan,
me faltaban menos de siete metas para terminarla. Se me llenaron los
ojos de lá grimas. La cifra parecía tan definitiva y, por un momento,
deseé haberla puesto má s alta. Sabía que estaba haciendo el ridículo.
No es que la lista tuviera poder sobre el final de mi vida, pero en ese
momento lo parecía.
—Un penique por tus pensamientos —dijo Nathan, acostá ndose
en el suelo a mi lado. Sus palabras parecieron romper una presa dentro
de mí y las lá grimas que nunca me permití derramar fluyeron ardientes
y rá pidas por mis mejillas—. Oye, ¿qué sucede? —preguntó , sentá ndose
y llevá ndome a su regazo. Traté de responderle, decirle que
simplemente estaba siendo estú pida, pero las lá grimas hicieron
imposible el habla. Todo lo que había estado reprimiendo durante los
ú ltimos cuatro meses salió de mí como un torrente. Tenía que darle
cré dito a Nathan. No salió corriendo como la mayoría de los hombres
cuando se enfrentaba a un sollozo inconsolable. En vez de eso, me acunó
en sus brazos y me frotó la espalda. Por fin, las lá grimas disminuyeron
y el frío y la humedad de la nieve empezaron a filtrarse por nuestra
ropa. Me paré , manteniendo mis ojos alejados de los suyos, sabiendo
que é l querría respuestas, y me encontraba lista para contarle. Merecía
la verdad, pero antes de que lo hiciera, quería una noche má s en sus
brazos, donde no me mirara con desprecio por mi cobardía, o peor, con
lá stima.
Ninguno de los dos habló mientras entrá bamos a la casa. Nathan
retiró mi ropa hú meda de mi cuerpo para que el fuego me calentara la
piel. Despué s de quitarse su propia ropa, me tomó en sus brazos y me
cargó hasta la cama, donde se subió a mi lado. Me rodeó con sus brazos
y se puso de espaldas, arrastrá ndome para que me tumbara sobre é l
con mi cuerpo pegado al suyo. Desesperada por olvidar todo lo que se
interponía entre nosotros, enredé mis manos en su pelo y aplasté mi
boca contra la suya. La intensidad de mis sensaciones rugió a travé s de
mí al tiempo que buscaba y encontraba su lengua con la mía. Tal vez é l
sintió mi necesidad o su propio deseo era igual al mío, pero enredó sus
manos en mi pelo y me acercó aú n má s. Nuestros labios se estrellaron
con violenta intensidad mientras ambos saciá bamos nuestra hambre.
Mis movimientos en su cuerpo coincidían con nuestro beso, avivando el
fuego entre nosotros hasta un nivel frené tico. Queriendo má s, rompí el
beso y pasé mis labios por su mandíbula, mordisqueando su mentó n
cubierto por barba incipiente antes de bajar por su cuello y por sus
pectorales. Sus manos volvieron a agarrarme el cabello, pero yo tomé el
control por completo. Me sentí poseída, forzando sus dos brazos por
encima de la cabeza.
Mi boca siguió recorriendo su cuerpo y aú n no era suficiente.
Gimió , tratando de nuevo de utilizar sus manos en mí, pero las retiré
una vez má s. Continué bajando aú n má s con mi boca, encontrando el
destino que sabía que ambos queríamos. Le presté la misma atenció n
que é l antes a mí. No pude evitar sentirme satisfecha cuando gimió mi
nombre. Permití que me subiera de nuevo para sentarme a horcajadas
sobre su cuerpo, pero é se era todo el control que le daría. Era mi turno.
Lo guié dentro de mí, balanceá ndome hacia atrá s antes que me llenó
por completo. Yo controlaba el ritmo, y me maravillé ante el poder que
sostenía solo por mover mis caderas de uno u otro modo. Si me movía
rá pido, sus ojos se abrían de par en par, sin dejar de mirarme a la cara.
Si me movía má s despacio, sentía có mo se mantenía rígido dentro de
mí. Disfrutando mi poder, lo atormenté con mis movimientos, volviendo
a colocar mi boca en la suya. Su lengua entró en mi boca mientras yo
colocaba mis manos en su pecho. Marqué un nuevo ritmo que coincidía
con los movimientos de su lengua en mi boca. Cerca del límite, empujé
mi pelvis contra é l hasta que se enterró en mí má s profundamente que
nunca. Mi movimiento nos llevó al límite y é l gritó mi nombre mientras
me empujaba con fuerza contra é l una ú ltima vez.
Colapsé en su pecho, respirando pesadamente. Toda la energía
que había sentido hacía pocos momentos se había alejado como un
cometa en un día ventoso. —Lo siento —dije, tratando de recuperar el
aliento.
—¿Por qué ? Oh por Dios —respondió , trazando sus manos sobre
mi espalda desnuda.
—Así que, ¿te gustó ? —pregunté .
—“Gustar” no está ni siquiera cerca de ser la palabra correcta —
respondió —. Oye, no es para cambiar el tema luego de algo tan increíble
como eso, pero ¿quieres hablar sobre lo que sucedió allá afuera? —me
preguntó , sin dejar de frotar mi espalda.
—Esta noche no, ¿vale? —pregunté , alzá ndome en mis codos de
modo que pudiera mirarlo.
—¿Está s bien ahora? —inquirió .
Me tomé un momento para analizar su pregunta. Extrañ amente,
me sentía mucho mejor. Sabía que utilizar el sexo como una bandita no
atenuaría la verdad, pero en ese momento, me permití guardar mis
problemas en un cajó n. Un cajó n que podía esperar al menos otro día
para ser evaluado.
—Sí, estoy bien —respondí finalmente, recostá ndome nuevamente
sobre é l. Continuaba frotá ndome la espalda mientras mis parpados se
volvían pesados—. Ojalá pudié ramos dormir de este modo —murmuré ,
hacié ndome a un lado.
—Deja que me limpie, y tus deseos son mis ó rdenes —dijo,
levantá ndose de la cama.
Para cuando regresó , estaba má s dormida que despierta mientras
me jalaba a sus brazos y descabezaba mi cabeza en su pecho.
—Puedo sentir tu corazó n —murmuré , con los ojos cerrados.
Su respuesta vino desde lejos. Debía haberlo imaginado, porque
mientras el sueñ o me derribaba completamente, pareció que dijo: —Es
tu corazó n ahora.
Nathan se había ido de la cama cuando desperté a la mañ ana
siguiente. Estirá ndome antes de salir de la cama, lo oí hablando en tono
silencioso. Agarrando mi bata, salí para ver qué hacía. Lo encontré de
pie delante de la chimenea, de espaldas a mí. La mano que no sostenía
el telé fono, agarraba el marco de la chimenea con una intensidad que
me sorprendió . Detenié ndome en la puerta, logré captar el final de su
conversació n.
—Mañ ana es bastante pronto, necesito preparar algunas cosas —
espetó en un tono duro que nunca había escuchado en é l antes—. No,
mañ ana —repitió antes de finalizar la llamada.
—¿Todo en orden? —pregunté , deslizando mis brazos alrededor
de su cintura y descansando mi rostro contra su espalda.
—Está bien —respondió , colocando su telé fono en el marco de la
chimenea y colocando sus manos sobre las mías—. Solo que mi jefe está
siendo persistente.
—Pensé que te habías tomado algunas semanas libres.
—Sí, pero parece que no será como lo planeé .
—¿Te marchas? —Mi voz se quebró .
—No inmediatamente —dijo, girá ndose para envolverme entre sus
brazos—. ¿Qué te gustaría hacer hoy? —preguntó , cambiando el tema.
—¿Accederías a una cita doble? Tressa ha estado escribié ndome
toda la semana, rogá ndome para que la acompañ e a ella y al chico que
le gusta a un concierto de mú sica independiente en su campus. En ese
caso vas a estar atascado, pasando el rato con una multitud imbatible
—bromeé .
—¿Quiere que nos colemos en su cita? —preguntó , de forma
escé ptica.
—“Colarnos” no. Es una cita doble. Creo que está lidiando con los
nervios. Ha estado con Jackson por tanto tiempo que está nerviosa de
salir con alguien má s. ¿Te importa?
—Por ti, cualquier cosa —respondió , dejando caer un rá pido beso
en mis labios—. Tengo que ir a mi hotel por un par de horas, pero te
recogeré despué s. De esa forma, podemos ver una película mientras
estamos en la ciudad.
—Suena bien. Le escribiré para saber los detallas —contesté ,
recogiendo mi telé fono de la mesa de café —. ¿Podrá s sacar la Range
Rover? —añ adí.
—Debería, es un vehículo deportivo con tracció n en las cuatro
ruedas. Volveré en un par de horas —anunció , posando sus labios
tiernamente en los míos.
—Apresú rate —dije, ya extrañ á ndolo, a pesar de que todavía no
se había ido.
—Volveré antes de que lo notes —dijo, con la misma reticencia
que yo sentía.
Cerró la puerta suavemente detrá s de é l y me sentí despojada de
pie en mi sala de estar. Despué s de estar prá cticamente inseparables
por los ú ltimos cinco días, se sentía extrañ o estar sola. Pensamientos
absurdos, de seguro, pero los hice a un lado y me dirigí hacia mi bañ o
para prepararme.
Fase dos
Traducido por Mel
Cipriano Corregido
por Meliizza

Seguía pensando en la llamada telefó nica de antes, con mi cliente,


cuando llegué al hotel despué s de salir de lo de Ashton. Todo acerca de
la conversació n me había puesto los dientes de punta y me habían dado
ganas de atravesar algo con el puñ o, preferiblemente la cara del maldito
que me contrató . Me paseé por mi habitació n tratando de calmarme y
de elaborar mi plan que parecía estar fuera de control. Seguía seguro de
mi decisió n. Llamaría a mi cliente y daría a conocer su paradero, pero
quería que estuvié ramos preparados. La hora de los secretos ya había
pasado. Al final de la noche, Ashton conocería la verdadera razó n por la
que me encontraba aquí. Mi ú nica esperanza era poder demostrarle que
mis sentimientos por ella habían cambiado, y que no dejaría que nadie
le hiciera dañ o nunca má s. Sabía que mi plan era inestable. Ella podría
odiarme por mi traició n y marcharse sin mirar atrá s, pero era la ú nica
opció n viable.
Me quedé despierto casi toda la noche debatiendo có mo quería
manejar la situació n, antes de por fin llegar a esta conclusió n. Tanteé la
idea de no informarle a mi cliente y dejarlo sin nada. Sin embargo, eso
no resolvería el problema de Ashton. Si é l la quería de vuelta, tendría
que contratar a alguien para encontrarla. Ashton pasaría toda su vida
huyendo, nunca confiaría en nadie a menos que le pusiera fin a esto. Si
funcionaba, ella podría descansar de una vez por todas. Mañ ana por la
mañ ana nos enfrentaríamos a su demonio y lo enviaríamos de vuelta al
agujero al que pertenecía. Mi reputació n en mi campo quedaría por los
suelos, pero me importaba un bledo. Hacía mucho tiempo que no
disfrutaba de mi trabajo, de todos modos. Vaya, no estaba seguro de si
alguna vez lo había disfrutado.
La segunda fase de mi plan tambié n podría explotar en mi rostro,
pero era un riesgo que me encontraba dispuesto a tomar. Esperaba que
la sorpresa que tenía preparada para Ashton, aunque solapada, pudiera
servir como algo que la ataría. Algo que formaría un compromiso con
ella.
Echando un vistazo al reloj de la mesita de noche, me di cuenta
de que llegaba quince minutos tarde a mi cita. Salí corriendo de la
habitació n con la caja de suministros que había comprado en lo de Fran
el día anterior. Lanzando la caja en el asiento de atrá s, subí al auto a
toda velocidad y me dirigí hacia mi destino. Mientras entraba en el
estacionamiento de tierra, sonreí por primera vez desde que salí de la
casa de Ashton. La segunda fase del plan para hacerla mía me esperaba
detrá s de la puerta frente a mí.
Vilma
Traducido por Alysse & Adriana Tate
Corregido por Val_17

Dos horas má s tarde, estaba preparada y sentada en el sofá


viendo otro episodio de mi programa cuando llamó a la puerta una vez
antes de entrar. Aliviada de que hubiera vuelto, me puse en pie de un
salto cuando cruzó la habitació n y me estrechó entre sus brazos.
—Mujer, ¿qué clase de hechizo has lanzado sobre mí que no me
gusta estar lejos de ti ni siquiera unas horas? —dijo, regando de besos
mi cuello expuesto.
—Bueno, puede que te haya dado una poció n de amor —contesté
sin pensar. Al instante me arrepentí de mis palabras, deseando poder
recuperarlas. Mencionar "amor", por muy inocente que fuera, iba
completamente en contra de las reglas que habíamos establecido.
Se puso rígido por un momento y deseé poder morderme la
lengua. —Debe de estar funcionando porque me siento completamente
embriagado cuando estoy contigo —dijo finalmente, cogiendo mi cara
con las manos y depositando un beso en cada comisura de mi boca
antes de profundizarlo. Gracias a Dios que no se tomó en serio mis
palabras.
—Por cierto, está s increíble —alagó , rompiendo el beso—. ¿Te has
vuelto a recoger el pelo para volverme loco? —me preguntó , tocando un
mechó n que se había escapado de la elaborada trenza que me había
recogido.
—¿Por qué , está funcionando? —pregunté con falsa inocencia.
—Si tienes en cuenta la batalla interna que estoy librando: si
debo sacarte de aquí y dejar que otros chicos te miren embobados, o si
debo arrastrarte a la cama y mostrarte lo que me hace tu pelo recogido
—gruñ ó , acercá ndome.
—Creía que a los chicos les gustaba que las chicas llevaran el pelo
suelto.
—No con un cuello tan delicioso como el tuyo. Tu cuello pide ser
besado. Es tan apetecible como cualquier banquete y el doble de
atractivo —murmuró —. Ahora, deja de distraerme, tengo una sorpresa
para ti —añ adió , pareciendo repentinamente nervioso.
—¿Una sorpresa?
—Lo he dejado en el coche. Espé rame aquí —dijo, todavía
luciendo un poco raro.
Desconcertada por lo que podría ser la sorpresa, esperé en el
centro de la habitació n a que volviera.
—Vale, sié ntate en el sofá y cierra los ojos —pidió , abriendo un
poco la puerta principal para darme las instrucciones.
Me acomodé en el sofá , desconcertada y con los ojos cerrados. Le
oí empujar la puerta para abrirla y luego cerrarla.
—Vale, abre los ojos —dijo justo cuando oí un pequeñ o maullido.
—Oh, Dios —jadeé , tomando la bolita de pelusa en sus manos—.
¿Me has traído un gatito? —pregunté , en voz baja.
—Si no la quieres, me la quedo —aseguró Nathan, sentá ndose
frente a mí con la pequeñ a gatita naranja acunada en sus manos.
—Siempre he querido tener un gato, pero nunca parecía el
momento adecuado —dije, acariciando un dedo por el suave pelaje de
su cuello.
—Ahora me parece un buen momento —dijo, entregá ndola.
—Oh, Dios —repetí—. Es tan pequeñ a y esponjosa.
—Es la pequeñ a de la camada y la ú ltima en ser reclamada.
—No sé nada de gatos —objeté , sabiendo que no sería justo
llevá rmela cuando mi futuro era tan incierto y, sin embargo, la deseaba
con una pasió n repentina que me sorprendió . Tal vez fuera su suave
ronroneo o la forma en que se acurrucaba en mi regazo, pero ya la
sentía mía.
—Eso es lo maravilloso de Google. Cualquier pregunta que tengas
está al alcance de tu mano. Ya la han revisado y el veterinario le ha
dado el visto bueno.
—¿Cuá ndo preparaste todo esto? —pregunté , acariciando con
una mano el lomo de la gatita.
—Fui a recogerla ayer. Pasó la noche en el veterinario y está lista
para su nuevo hogar.
—¿Có mo debería llamarla? —pregunté , levantá ndola para poder
mirar su linda cara aplastada.
—Lo que tú quieras. Es toda tuya.
—¿Có mo se llama tu gato?
Se rió . —Pedro.
—¿Pedro?
—Sí, como Pedro Picapiedra. Soy un gran fan de los Picapiedra.
—He oído hablar de los dibujos animados, pero nunca los he visto
—admití.
—Eso me hace doler el corazó n —dijo, agarrá ndose el pecho
dramá ticamente—. Tendré que rectificar eso.
—Vale, ¿y có mo se llama la chica de la serie?
—La mujer de Pedro se llama Vilma.
—¿Vilma? —dije con incredulidad—. ¿Eres Vilma? —le pregunté a
la gatita, que emitió un maullido lastimero.
—A mí me parece que le gusta.
—Vilma será —dije, colocá ndola de nuevo en mi regazo.
—Voy a ir a buscar el resto de sus cosas; así podrá explorar la
casa y saber dó nde está su caja de arena —explicó Nathan, dando una
palmadita a Vilma en la cabeza antes de volver a salir.
Tuvimos un poco de tiempo antes de tener que irnos, así que
Vilma y yo pudimos conocernos. Era una gatita muy lista y demostró
que usaba su caja de arena en cuanto la puse en ella.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Nathan finalmente,
mirando su reloj.
—¿Está bien dejarla? —pregunté con preocupació n.
—Los gatos son increíblemente autosuficientes. Apuesto a que va
a dormir todo el tiempo que estemos fuera y luego nos mantendrá
despiertos la mitad de la noche tratando de jugar —afirmó , rodeá ndome
con sus brazos desde atrá s—. Ademá s, si no nos vamos, voy a tener que
cenar tu apetitoso cuello —dijo, dá ndome un beso allí.
—Mmm, no estoy segura de si debería sentirme halagada o no, al
ser comparada con la comida —dije riendo mientras me alejaba de sus
brazos—. Ademá s, ya me prometiste una película, así que tu comida va
a tener que esperar. Ya he mirado los horarios y he elegido la película
perfecta para que veamos —bromeé , recogiendo el bolso y el mó vil del
sofá . Pasé mi mano por la espalda de Vilma una ú ltima vez, donde se
hallaba acurrucada en un ovillo en mi sofá .
—Está bien. Se me ocurren un montó n de cosas que podría
hacerte en un cine oscuro —me lanzó , hacié ndome tropezar mientras
las imá genes de lo que podría hacer tambié n llenaban mi cabeza. Se rió
de mi expresió n, enlazando sus dedos con los míos—. Es una broma.
Estoy seguro de que el cine estará lleno hoy, pero es divertido pensar en
lo que podríamos hacer si tuvié ramos un cine para nosotros solos —
añ adió .
—¿Lo has hecho alguna vez? —investigué , con una curiosidad
morbosa por sus experiencias pasadas.
—¿En un cine? —preguntó , abriendo la puerta del vehículo.
Asentí, subiendo y abrochando el cinturó n de seguridad.
—No, y hasta ti, nunca se me había ocurrido —dijo, cerrando la
puerta ante mi expresió n de asombro.
El trayecto de sesenta kiló metros hasta el cine pasó rá pidamente
mientras Nathan me acribillaba a preguntas sobre mi infancia. Evitó
cualquier cosa dolorosa que implicara a mi madre y se centró en có mo
había sido la secundaria para mí. Evité mi enfermedad y le conté có mo
había sido antes de enfermar, cuando creía que mi mayor problema era
presentarme al equipo de animadoras. Continuaba respondiendo a sus
interminables preguntas cuando entró en el aparcamiento del cine.
—¿Qué película de chicas has elegido? —me preguntó .
—La del caballo —respondí inocentemente, señ alando un cartel
en el que una joven se abrazaba al cuello de un semental negro.
—¿De verdad? —preguntó .
—Claro, ¿por qué , no te parece bien? —pregunté , intentando no
soltar una risita y delatarme.
—Casi tan bien como hacerse una endodoncia —dijo, estudiando
el pó ster con atenció n, como si esperara hallar un demonio escondido
en é l o algo que al menos lo redimiera un poco.
Me doblé de risa al ver la expresió n de su cara. —Era una broma
—dije entre mis carcajadas—. Quiero ver la película de espías —añ adí
cuando por fin pude hablar con claridad.
—¿Te crees muy graciosa? —me preguntó , rodeá ndome con sus
brazos y dá ndome vueltas.
—Si hubieras visto tu cara —dije, riendo de nuevo—. Fue clá sica.
—Divertido para ti. Mientras tanto, me preguntaba si al sacarme
el ojo me harías seguir vié ndolo —comentó , dirigié ndose a la taquilla.
—Por suerte para ti, a mí tampoco me gustan las películas cursis
de ese tipo.
—Es un alivio —dijo, comprando dos entradas.
Para mi decepció n, la película que elegí estaba llena de gente.
Encontramos un par de asientos juntos, entre dos parejas de ancianos.
Nathan me sonrió con ironía mientras ocupá bamos nuestros asientos;
obviamente, é l tambié n estaba decepcionado.
Nathan me tomó de la mano durante toda la película, acariciando
sus dedos por el dorso de mi mano de una manera aparentemente
inocente, excepto por el hecho de que no podía evitar pensar en dó nde
má s me habían acariciado sus dedos. Sin embargo, al final me perdí en
los giros de la trama de la película.
—¿Qué te pareció ? —me preguntó una vez que los títulos de
cré dito se habían proyectado en la pantalla y se habían encendido las
luces de la sala.
—A pesar de la falta de caballos, estuvo bien —bromeé , bajando
las escaleras hacia la salida.
É l se rió . —Sí, me decepcionó bastante que no hubiera que salvar
ningú n caballo.
—Por no hablar de que apenas hubo bicicletas —bromeé
mientras é l volvía a reírse aú n má s.
—Cierto, y nada de maleteros con bubis —dijo en voz alta, lo que
le valió una mirada de la pareja de ancianos que se habían sentado a su
lado—. ¿Demasiado fuerte? —me preguntó mientras pasaban junto a
nosotros, evidentemente disgustados con nuestra conversació n.
—Tal vez un poco —me reí.
—¿A qué hora nos espera Tressa? —preguntó , mirando su reloj
mientras salíamos del teatro.
—Alrededor de las ocho —respondí, cerrando la cremallera de mi
chaqueta contra el viento—. ¿Crees que Vilma esté bien? —le pregunté ,
ya má s apegada a la gatita de lo que probablemente debería estar.
—Apuesto cien dó lares a que sigue durmiendo donde la dejamos
—me aseguró , tratando de alcanzar mi mano para ayudarme a pasar
sobre un montó n de nieve—. Son las seis, así que tenemos tiempo para
comer. ¿Tienes alguna preferencia? —preguntó , cambiando de tema.
—Casi cualquier cosa.
—¿Qué tal carne? —preguntó é l, buscando informació n en el GPS
de su telé fono.
—Está bien —accedí, subiendo en el auto.
—Genial. Esto dice que hay un restaurante especializado en
carnes a unas cuadras.
El restaurante estaba lleno, ya que era un sá bado por la noche,
así que decidimos comer en una de las pequeñ as mesas redondas de la
zona del bar.
—¿Qué puedo traerles para beber? —preguntó la camarera con
una corta falda.
—¿Me traes ron con coca cola? —pregunté .
—¿Identificació n? —preguntó , sin levantar la vista de su libreta.
Ignorando la sonrisa de Nathan, alcancé mi bolso y saqué mi
cartera. Ella lo miró brevemente antes de devolverlo. —¿Tú ? —
preguntó , girá ndose a Nathan.
—Vodka con hielo.
—Identificació n —repitió , hacié ndome reír.
—¿En serio? —preguntó Nathan.
—No te lo tomes como algo personal. Tengo que preguntá rselo a
cualquiera que se vea má s joven de cincuenta —dijo, sonrié ndonos por
primera vez.
—No le hagas caso. Cree que exuda madurez y sabiduría —le dije
secamente a la camarera.
—Comparado con los idiotas inmaduros con los que he salido, no
es algo malo. Si yo fuera tú , me quedaría con é ste. A mí me parece que
es un buen partido.
—¿Por qué de repente me siento en venta? —preguntó Nathan en
tanto la camarera se dirigió hacia la barra para poner nuestra orden de
bebidas.
—Bueno... —empecé a decir cuando mi telé fono sonó ,
hacié ndome saber que tenía un mensaje de texto. Era de Tressa,
comprobando si todavía íbamos. Era evidente que los nervios la
estaban dominando.
Nos vemos pronto, le respondí antes de guardar mi telé fono en
mi bolso.
—¿Tu amiga?
—Sí. Solo se aseguraba de que fué ramos —comenté cuando la
camarera regresó con nuestras bebidas y tomó nuestra orden.
—¿Qué pasó con tu otra amiga? ¿La que estaba en el bar contigo
la noche que nos conocimos?
—¿Brittni? Está en una conferencia de enseñ anza en Seattle
hasta el lunes.
—¿En serio? No habría creído que fuera una maestra.
—Dije lo mismo cuando me enteré , pero supuestamente, es como
la encantadora de niñ os o algo así. Personalmente, creo que los asusta
para que escuchen —bromeé —. Sin duda, ella es diferente. Creo que un
tipo le hizo dañ o hace unos añ os. Iró nicamente, fue cuando estaba en la
escuela en Seattle. Tressa me dijo que acabó trasladá ndose aquí al final
de su segundo añ o. Es un poco intensa, pero sigue siendo increíble —
dije, de repente sintié ndome incomoda por la forma en que me estaba
estudiando—. ¿Tengo algo en la cara?
—No, nada de eso. Simplemente me gusta la forma en que tu
rostro se ilumina cuando hablas de tus amigas. Es evidente que las
quieres mucho —respondió cuando la camarera volvió a la mesa con la
cena.
—Sí. Ambas me acogieron con los brazos abiertos —expliqué ,
indagando en mi cena mientras continuaba estudiá ndome—. ¿No tienes
hambre? —le pregunté .
—Antes tengo que decirte algo —anunció , con un aspecto má s
serio del que le había visto nunca.
—¿Bien? ¿Debería preocuparme?
—Primero, tengo que decirte lo que esta semana ha significado
para mí —dijo justo cuando sonó mi telé fono.
Hablando de ser salvados por la campana. No estaba segura de
querer escuchar lo que tenía que decir. Contesté al telé fono sin dejar de
mirar a Nathan. Tuve que tragarme un repentino nudo en la garganta
antes de poder hablar.
—Hola —logré decir.
—Necesito que vengas ahora —susurró Tressa en el receptor.
—¿Qué ? —pregunté , no muy segura de haber escuchado bien.
—Tienes que venir ya. La cita es un completo desastre. Necesito
que vengas a calmar las cosas —declaró .
—¿En serio? ¿Qué has hecho con mi amiga confiada que no tiene
miedo de nada? —pregunté y los labios de Nathan se arquearon ante mi
pregunta.
—Se ha ido —dijo entre dientes en el receptor—. Rá pido, por favor
—exigió antes de colgarme bruscamente.
—¿Qué fue eso? —preguntó Nathan.
—Tressa. Está totalmente asustada. Quiere que vayamos ahora.
¿Te importa? —le pregunté , tratando de ignorar a donde se había ido
nuestra conversació n antes de que mi telé fono lo hubiera interrumpido.
—Nop. Todavía le debo una por la otra noche —dijo, llamando a la
camarera para pedir la cuenta.
La camarera nos trajo cajas para llevar la comida con la cuenta,
sin comentar la partida repentina. Lo que Nathan había estado a punto
de decir quedó olvidado cuando nos dirigimos al pequeñ o club en el que
nos íbamos a encontrar con Tressa y su cita. Desde luego, no iba a
tocar el tema. Solo quería sacarlo de mi mente mientras nos abríamos
paso a travé s de la habitació n llena de humo en busca de Tressa.
—Ashton, por aquí —gritó una voz a nuestra izquierda mientras
está bamos a mitad de camino hacia la barra—. Qué bueno que llegaste
—dijo, dá ndome un exuberante abrazo que se veía demasiado forzado.
—¿Está s bien? —le susurré al oído.
—No. Soy un completo desastre. Estoy segura de que é l piensa
que soy idiota —susurró antes de liberarme—. Ashton, me gustaría que
conocieras a Travis. Travis va a la universidad conmigo. Travis, esta es
mi amiga, Ashton y su amigo, Nathan —señ aló de prisa, tratando de
hacer todas las presentaciones en un solo aliento.
—Encantado de conocerte, hombre —dijo Nathan, extendiendo su
mano para estrecharla con la de Travis.
—Lo mismo digo —contestó Travis, apretando la mano de Nathan
antes de soltarla y alcanzar la mía—. Ashton, he oído hablar mucho de
ti —dijo, deslizá ndose en la cabina junto a Tressa despué s de recorrer
mi cuerpo con la mirada antes de posarse en mis pechos. Puse los ojos
en blanco.
—¿En serio? —le pregunté , deslizá ndome al otro lado de Tressa.
—Sí, le estaba contando sobre tu lista de cosas por hacer antes de
morir —dijo Tressa, reprimiendo un grito cuando le di una patada por
debajo de la mesa. Inmediatamente se calló .
Travis, desafortunadamente, que no era consciente de mi silencio
insistente, lo retomó donde ella lo dejó .
—Me parece bastante jodido —señ aló , tomando un trago. Resistí
el impulso de patearlo tambié n—. Esperaba que estuvieras engalanada
de negro, toda mó rbida. No me malinterpretes, algunas chicas gó ticas
está n buenas —agregó .
—¿Es una lista de cosas por hacer antes de morir? —preguntó
Nathan, vié ndose confundido.
—Es para un trabajo que pienso escribir —mentí, deseando que la
tierra se abriera y me tragara.
—Sí, una especie de tesis —intervino Tressa, tratando de ayudar,
sabiendo que había metido la pata—. Entonces, ¿qué película vieron,
chicos? —preguntó mientras Nathan continuaba estudiá ndome.
Manteniendo mis ojos alejados de los suyos, entré en una larga
discusió n sobre la película, con la esperanza de evitar que la plá tica
volviera a mi lista. Dudaba que é l averiguara la verdadera naturaleza
del significado de la lista, pero una persistente voz en mi cabeza seguía
burlá ndose de mí, recordá ndome que é l era un periodista. Si intentaba
lo suficiente, sería capaz de conectar todos los puntos. Tenía que decirle
la verdad antes de que la descubriera.
—Mierda, creo que no necesitamos ir a verla —bromeó Travis
despué s de que terminé de describir la película.
—Ups, lo siento. Supongo que exageré un poco. —Me disculpé , a
pesar de que realmente no lo sentía. Siempre y cuando la conversació n
estuviera lejos de mi lista, estaba feliz.
—No pasa nada. Probablemente no la habríamos visto de todos
modos. Parece aburrida, es como una película para personas mayores.
Sin á nimos de ofender —dijo, girá ndose hacia Nathan.
—No me ofende —replicó Nathan secamente, hacié ndole señ as a
la mesera para pedir una bebida mientras yo reprimía una carcajada.
—Y, Travis, ¿cuá l es tu especialidad? —pregunté , cambiando el
tema.
—Soy estudiante de psicología. Mi padre es psiquiatra desde
siempre, y ahí es donde está n los dolares. El dinero casi compensa
tener que oír a la gente quejarse todo el día —respondió , tragando el
resto de su cerveza—. Oye, nena, ¿me traes otra brewski? —interrumpió
a la mesera mientras le tomaba el pedido de Nathan.
—Claro —dijo, dá ndole una mirada de “eres un completo idiota”.
No podía estar má s de acuerdo con ella. No podía creer que Tressa se
las había arreglado de alguna manera para encontrar un imbé cil má s
grande que Jackson.
A medida que avanzaba la velada, quedó claro que mis instintos
sobre Travis eran acertados. Era el típico bocazas que cree que todo lo
que dice es ingenioso o tiene una gran sabiduría. Apuntaba muy lejos
del blanco en ambas. Era como una cosa que nunca se callaba. Para
cuando íbamos por la tercera copa, había decidido que una depilació n
brasileñ a del bikini mientras me aplicaba descargas elé ctricas en los
ojos habría sido menos dolorosa.
—Tengo que ir al bañ o —anuncié a Nathan, dá ndole a Tressa una
mirada significativa.
—Oh, yo tambié n —coincidió ella, captando mi indirecta.
Travis dijo algo despectivo en voz baja mientras salía de la cabina
para darle el paso a Tressa.
Nos movimos entre la multitud, rodeando a un montó n de chicos
de fraternidad, que ya superaron la etapa de ebrios. Muchos de ellos
nos gritaron, pero los ignoramos mientras nos dirigíamos hacia el bañ o.
—¿Qué demonios? —Me giré hacia Tressa, que tenía un leve tono
verde—. Pensé que cuando llamaste nos apresurá bamos a asegurarnos
de que tu cita se desarrollara sin problemas. ¡Qué completo idiota!
—Lo sé —se lamentó —. En serio, é l nunca ha sido tan idiota en
clases. Te juro que debo tener una alfombra de bienvenida para idiotas
tatuada en mi frente. Parece que atraigo a este tipo de chicos. Quizá s
esto sea lo mejor que puedo conseguir —dijo, sonando al borde de las
lá grimas.
—¿Es una broma? Puedes hacerlo mucho mejor. Vale, no voy a
mentir. Parece que tienes una forma de hallar chicos que no coinciden
con tu personalidad, pero tenemos que cambiar eso. Primero lo
primero: tu cita con el Capitá n Idiota de ahí fuera ha terminado.
Me miró incré dula.
—¿Qué ? —le pregunté , cuestioná ndome si había pasado la línea
invisible de amistad y la había hecho molestar.
—Nada. Solo que nunca te había visto así. Generalmente pareces
tan ecuá nime. Casi eres una chica ruda.
—Cuando se trata de mis amigas, deberías saber, que puedo ser
una completa perra. Tenía que morderme la lengua cuando estuviste
con Jackson, pero sabía que había una historia allí. No le debes nada a
este mono-lame-bolas allá afuera. Yo…
Mis siguientes palabras fueron interrumpidas cuando ella lanzó
sus brazos alrededor de mi cuello. —Te quiero mucho. Me alegro tanto
de que te mudaras aquí —dijo, dá ndome un sonoro beso en la mejilla.
—Yo tambié n te quiero, pero no me columpio en ese á rbol —
bromeé , entrelazando mi codo con el de ella—. Vamos a sacarte de esta
cita del demonio.
Ninguno de los chicos hablaba cuando llegamos a la mesa. Tuve
la clara impresió n de que no fue así durante nuestra ausencia. A juzgar
por el ceñ o fruncido de Travis y la sonrisa de satisfacció n de Nathan,
algo había pasado en nuestra ausencia.
—Tenemos que irnos —le dije a Nathan, manteniendo mi brazo
enlazado con el de Tressa—. Tressa no se siente bien —mentí. Nathan
saltó sin dudar, obviamente ansioso por irse.
—¿Qué mierda? Tus amigos aparecieron y de repente está s lista
para largarte —espetó Travis, extendié ndose para agarrar su muñ eca—.
No estoy listo para que la noche acabe.
—Sí. Esto era una broma —dijo ella con algo del fuego que estaba
acostumbrada a ver mientras le quitaba la muñ eca de la mano.
Tressa y yo cogimos nuestros bolsos y nos dimos la vuelta para
irnos con Nathan siguié ndonos.
—Estoy orgullosa de ti —le dije, dá ndole un abrazo con un solo
brazo mientras nos dirigíamos por la pista de baile hacia la salida.
—Sí, pero ahora tengo que verlo dos veces por semana en clases.
Eso debería ser divertido —murmuró sarcá sticamente.
—Seguro va a ignorarte —le dije cuando alguien se paró en frente
de nosotras, interrumpié ndonos abruptamente. Me sobresalté al ver que
era Travis.
—Nena, no te vayas. Empezá bamos a divertirnos antes de que tus
amigos aparecieran —persuadió , disparando una mirada despectiva en
mi direcció n—. Qué date un rato —le suplicó , volviendo a agarrar su
mano.
—Mira, Travis, eres un chico agradable, pero no veo que las cosas
funcionen para nosotros —dijo Tressa, tirando de su mano.
—¿Por qué ? Porque tu puta amiga morbosa aparece y te convence
de que te vayas —gruñ ó , apretando el agarre en su muñ eca.
Su comentario pareció iniciar un efecto dominó . Tressa podía
permitir que los chicos la trataran como un felpudo, pero era evidente
que no lo toleraría má s. Le clavó la rodilla en la ingle al pobre bastardo,
justo cuando un puñ o salió de detrá s de nosotros, conectando con su
mandíbula. Travis cayó a nuestros pies en cuestió n de segundos luego
de que comenzara el enfrentamiento.
Lo curioso es que nadie a nuestro alrededor parecía perder el
ritmo mientras continuaban bailando alrededor de Travis tendido en el
suelo. No nos quedamos para las preguntas, ya que Nathan nos
impulsó a Tressa y a mí a salir del club.
—Amigo, tu puñ o salió de la nada —se jactó Tressa cuando
salimos a la noche fresca.
Nathan se limitó a asentir, sin decir nada. Me resultaba difícil
saber si estaba enfadado con Travis por su comentario o con é l mismo
por haberle pegado.
—Los dos estuvieron increíbles saliendo en mi defensa de esa
manera —comenté , tratando de suavizar las cosas.
—Como si fuera a dejar que un imbé cil hablara mal de una de
mis mejores amigas —aseguró Tressa, mirando a Nathan, que iba varios
pasos por delante de nosotros. Me lanzó una mirada interrogativa, pero
me encogí de hombros. Esta faceta melancó lica de é l era algo nuevo
para mí.
—Solo tienes que recordar esta actitud si é l trata de molestarte en
la escuela —le dije, actuando como si todo estuviera bien.
—Lo haré . Algo allá dentro me hizo reaccionar. Ya no voy a ser un
felpudo. Quiero una relació n en la que el chico esté dispuesto a golpear
a algú n tipo en la cara para defender mi honor —dijo, dejando claro que
Nathan no podía hacer nada malo a sus ojos ahora.
Tenía en la punta de la lengua decirle que é l y yo no teníamos
una relació n, que lo que teníamos no era má s que algo sexual. Podría
haberla aclarado, pero ni siquiera yo me encontraba segura de lo que
é ramos ahora. Habíamos sido inseparables durante los ú ltimos cinco
días, compartiendo historias, descubriendo el cuerpo del otro y, sobre
todo, formando un vínculo que creo que ninguno de los dos esperaba.
Quería que olvidara su historia pasada con el amor, pero tambié n, no
quería estar enferma, para que tuvié ramos una oportunidad de tener
una relació n real.
—Creo que deberíamos seguirte hasta Woodfalls —le dijo Nathan
a Tressa, abriendo la puerta del auto para ella—. No creo que Travis
vaya a ninguna parte pronto, pero preferiría que no estuvieras cerca si
trata de tomar represalias.
—No creo que lo haga, pero me hace sentir mejor saber que
ustedes me estará n siguiendo —respondió ella mientras é l cerraba la
puerta del auto y me llevaba hacia el otro lado del estacionamiento
donde habíamos aparcado.
—Eso fue dulce de tu parte —dije, subiendo al vehículo.
—Solo estoy tratando de limpiar mi conciencia, ya que soy el que
le dio un puñ etazo —murmuró arrepentido.
Esperé a que arrancara el vehículo y se incorporara a la autopista
antes de reconocer su comentario. Al principio, me debatí entre no
sacar el tema, ya que é l agarraba con fuerza el volante. —Me alegro de
que estuvieras ahí para ayudarnos con ese imbé cil —dije finalmente—.
Estoy segura de que todavía no sabe que lo golpeó —añ adí, recordando
la expresió n aturdida en el rostro de Travis.
—No debí haberlo golpeado. É l no es má s que un niñ o malcriado.
Ya he superado esta clase de mierda —susurró má s para sí mismo que
para mí—. Y, sin embargo, ojalá le hubiera dado una paliza —respondió
Nathan, cerrando la brecha entre el auto de Tressa y el de nosotros.
—Estoy segura que Tressa aprecia tu caballerosidad.
—No golpeé a ese lloró n de mierda por Tressa —dijo, finalmente
mirá ndome.
—¿No? —pregunté mientras se acercaba y me agarraba la mano.
—No, cariñ o. Lo golpeé por lo que te dijo. Si te digo la verdad,
quería clavarle los putos dientes en la garganta. Tuve que recordarme a
mí mismo que no es má s que un niñ o estú pido —dijo con el mismo tono
agudo en su voz. Me resultaba difícil calibrar si seguía enfadado con
Travis o si había algo má s que le preocupaba.
—É l no es mucho má s joven que yo —le recordé .
—Cré eme, me doy cuenta de eso, pero el nivel de madurez no está
ni cerca. A veces actú as como si fueras mucho mayor que Fran, como si
tuvieras un pie en la tumba. Claro que creo que Fran es má s honesta —
comentó con amargura, sin mirarme. En ese momento, supe que había
descubierto mi secreto.
Me aparté de é l, mirando por la ventana, obligá ndome a no llorar.
Esto no era una ruptura. Para ser una ruptura teníamos que ser algo
que no é ramos. Esto no era nada má s que una separació n de caminos.
Condujimos en silencio por varios kiló metros má s antes de que é l
hiciera la pregunta que má s había estado temiendo. —¿Tu lista es una
lista de cosas por hacer antes de morir?
—Sí —le respondí, todavía mirando por la ventana para no tener
que ver lo que pensaba.
—¿Está s enferma? —preguntó en voz baja.
—Sí.
—¿Cá ncer? ¿Como tu mamá ?
—Sí. A los diecisiete añ os tuve cá ncer de ovarios. Me extirparon
los dos ovarios en la primera operació n. Despué s, unos meses má s
tarde, me extirparon el ú tero. Estuve en remisió n hasta hace cuatro
meses —respondí con voz apagada.
—¿Te está s muriendo? —preguntó , sonando tenso.
—Lo má s probable —dije mientras una lá grima caliente corría
por mi cara.
—¿Qué dicen los doctores?
—No lo saben. Me fui sin decírselo a nadie. El cá ncer alejó a mi
madre de mi padre, y siete añ os má s tarde amenazó con llevarme a mí
tambié n. Luchamos contra é l. Perdí el pelo y casi la vida a causa de las
toxinas venenosas que me metían en el cuerpo para combatirlo. A mi
padre le pasó factura. No podía volver a hacé rselo, así que me fui —dije
mientras giraba el vehículo por el estrecho camino de tierra que llevaba
a mi casa.
Salté del vehículo en cuanto lo estacionó . No podía soportar la
opresió n ni un segundo má s. No podía ni quería mantener esta
conversació n encerrada en un espacio del que no podía salir.
Estaba a medio camino de la puerta de entrada cuando me agarró
la mano. —¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó , colocando sus manos
en mis hombros para mantenerme quieta.
—No quería tu compasió n —susurré , mirando a su cara por
primera vez.
—¿Compasió n? Cariñ o, no me das pena. Tengo demasiado miedo
para sentir algo. Tienes que ir al mé dico. ¿Y si te equivocas y no ha
vuelto?
—Ha vuelto. Lo siento.
—Má s razó n aú n para que vayas a un mé dico —suplicó —. ¿Por
qué huiste?
—Porque sabía que no podía batallarlo de nuevo. Se abalanzó y
arrebató a mi madre ante mis ojos e intentó hacer lo mismo conmigo.
No descansará hasta tomar lo que siempre quiso. ¿Por qué batallar algo
que nunca voy a ganar?
—Actú as como si fuera un ser vivo que vino a atraparte. Es una
enfermedad que puede ser combatida —dijo, sacudiendo mis hombros
ligeramente para dar é nfasis—. Tienes que luchar contra eso.
—¿Por qué ? —pregunté , esperando las palabras que solo é l podía
pronunciar que me harían al menos intentarlo.
—Porque yo…
Lo que sea que haya estado a punto de decir se cortó cuando
ambos vimos el sedá n negro que entró en mi entrada y se detuvo. El
corazó n se me subió a la garganta cuando vi al caballero, ligeramente
arrugado y de aspecto desaliñ ado, salir del vehículo.
Nathan murmuró algo a mi lado, pero yo estaba concentrada en
la persona conocida que tenía delante.
—Hola, bebé —saludó el hombre.
—Hola, papá —dije mientras é l se giraba hacia Nathan y decía—:
Quizá quieras decirme qué haces seduciendo a la persona que te
contraté para encontrar —dijo con desprecio en su voz.
La verdad sale a la luz
Traducido por Ann
Ferris Corregido por Eli
Mirced

—¿Te contrataron para encontrarme? —preguntó Ashton.


—Sí. Soy investigador privado —contesté , ignorando a su padre—.
Me contrataron hace un mes para localizarte e informar tu paradero.
—Sin embargo, é l se tomó su tiempo para contactarme, ya que
segú n el encargado del motel, ha estado en la ciudad desde hace má s
de una semana —bramó su padre.
Ella levantó la mano para silenciar a su padre. O sea, el cliente.
Ese fue un hecho que no supe hasta esta noche. Cuando aceptaba un
trabajo, no preguntaba ni no me importaba quié n era el cliente o por
qué quería encontrar a alguien. Completaba la tarea porque así era todo
esto. Los detalles no importaban. Lo había averiguado antes, mientras
nos encontrá bamos sentados frente al idiota bocazas en el bar, pero no
estuve completamente seguro hasta que Ashton me contó su secreto.
De repente todo tenía sentido. Por supuesto que tenía que ser su padre
quien me contrató . Nunca fue un ex amante despechado, como había
supuesto.
—¿Te contrataron para encontrarme? —repitió —. Y, sin embargo,
esperaste para decírselo a mi padre. ¿Por qué ?
Supe el momento en que ella lo descubrió porque sus ojos se
ensombrecieron con dolor y sus hombros se hundieron por la derrota.
—Querías tener sexo primero —dijo, degradando lo que
habíamos compartido—. Soy idiota —continuó con disgusto.
—No —exclamé —. Está s olvidando quié n comenzó este romance.
—Eso no es justo. Te olvidas de quié n acechaba a quié n. En el
bar. En el puente. ¡Me engañ aste hacié ndome creer que yo te interesaba
de verdad! —gritó , ajena al hecho de que sacaba los trapos sucios en
frente de su padre.
—Sí me interesabas —dije con los dientes apretados—. Todavía
me interesas —agregué , tratando de tocarla.
Ella vio mi mano extendida, vacilante, antes de apartarse.
—Tú tambié n me mentiste —le recordé —. Olvidaste decirme que
estabas enferma y que habías escapado de tu casa —la provoqué ,
dejando que mi propia frustració n me sobrepasara.
—Tienes razó n. No tengo derecho a juzgarte —dijo, limpiá ndose
una lá grima—. Sin compromisos, ¿verdad? Ese fue el trato. —Se dirigió
a la cabañ a.
Me quedé en el porche mientras sus palabras me golpearon como
un puñ o en el estó mago.
—Te daría una paliza por seducir a mi hija, si no estuviera
convencido de que solo lo hizo por mí —dijo su padre, entrando a la
casa.
Tenía su mano en el pomo de la puerta cuando mis palabras lo
detuvieron. —Está enferma —solté cuando la desesperació n se arrastró
hasta mi garganta.
—Lo sé —dijo, con los hombros caídos—. Lo supe en el momento
en que se fue. Siempre ha estado tan malditamente preocupada por lo
que su enfermedad me hará . En parte es culpa mía. Yo era un desastre
cuando perdimos a su madre. Ashton tuvo que recoger los pedazos y
volver a hacernos una familia, a pesar de que nos faltaba una pieza tan
importante. Por fin aprendíamos a vivir sin ella cuando Ashton enfermó
—añ adió , volvié ndose hacia mí.
—Está convencida de que el cá ncer no descansará hasta que se la
lleve —le dije, repitiendo sus palabras de antes—. No quiere luchar
contra esto.
—Entiendo porque piensa eso. Casi se la llevó la ú ltima vez. A
veces, cuando veía el dolor intenso que sentía, casi deseaba que el
cá ncer ganara para que no sintiera má s dolor.
—¿Qué va a hacer ahora? —le pregunté , asustado por la derrota
en su voz. La idea de que se la llevara a casa para que pudiera morir me
asustaba má s de la cuenta.
—Voy a dejarle la decisió n a ella, pero me voy a quedar a su lado
decida lo que decida.
—Tiene que hace que luche —dije con un tono de voz desgarrado.
—¿Por qué ?
—Porque la amo —admití, esperando que me dijera que estaba
loco.
—Lo sospechaba, por eso no te he metido las pelotas por la
garganta por tocarla —dijo, alejá ndose de mí—. A pesar de tu retraso, te
agradezco que hayas encontrado a mi hija —agregó , entrando en la casa
y cerrando la puerta tras é l.
Me quedé viendo la puerta por unos instantes, luchando contra la
urgencia de entrar hecho una furia y enojarme con Ashton por darse
por vencida. En su lugar, me obligué a alejarme. Volvería en la mañ ana
y le diría que nuestro acuerdo de sin compromiso estaba anulado, que
me encontraba cien por ciento comprometido. La haría entrar en razó n
para que supiera que estaría a su lado, luchando junto a ella. Mañ ana
todo se vería mejor.
Me equivoqué .

***

El coche de Ashton y el sedá n del aeropuerto no estaban cuando


llegué a la cabañ a a la mañ ana siguiente, despué s de una noche de
insomnio. Mis temores se confirmaron cuando me asomé a la ventana
del saló n y vi que todas sus pertenencias habían desaparecido. Se fue
sin decir nada. Tal vez nuestro romance no había sido nada para ella.
¿Era posible que mis sentimientos fueran totalmente unilaterales? Me
advirtió que no me enamorara de ella, afirmando que uno de nosotros
saldría lastimado. Teniendo en cuenta que era mi pecho el que se sentía
como si le hubieran arrancado un agujero, suponía que yo era el que
estaba en ese escenario.
Dejé su cabañ a dolido, reprendié ndome por permitir que otra
mujer arrancara mi corazó n y lo pisoteara. Por esto había puesto mis
reglas. Reglas que nunca debieron romperse. Volví al motel y comencé a
empacar metó dicamente mis cosas personales. Pospuse las fotos en la
pared para el final, con la intenció n de romperlas y tirarlas a la basura
puesto que ya no las necesitaba. No me atreví a hacerlo. Bajé cada foto
con un cuidado minucioso antes de guardarlas en mi maletín. Veinte
minutos despué s de entrar a mi habitació n, me hallaba en la carretera,
dirigié ndome a la ciudad. Veía ansioso el largo viaje a casa. Me daría
tiempo de volver a poner mi cabeza en orden.
Pasando por la ciudad, vi la tienda de Fran a la izquierda. Tenía
toda la intenció n de seguir conduciendo. No había ninguna razó n para
prolongar mi agonía, pero mi vehículo parecía tener una mente propia
cuando di vuelta en el aparcamiento de tierra. No fue hasta que estuve
de pie frente a la tienda que me di cuenta de que estaba cerrada porque
era domingo. Me volteaba hacia mi vehículo cuando una voz pronunció
mi nombre. Fran se acercó a mí, entrecerrando los ojos ante la luz
brillante del sol reflejá ndose en el suelo cubierto de nieve.
—Iba a ir a verte —dijo, llegando finalmente a mi lado.
—No me habrías encontrado. Voy saliendo.
—Entonces me alegro de que vinieras antes de irte. Ashton pasó
por aquí esta mañ ana cuando salía de la ciudad. Dejó algo para ti —
dijo, sacando una carta del bolsillo de su delantal.
—¿Lo sabías? —le pregunté , tomando el sobre.
—¿Lo del
cá ncer? Asentí.
—Sí. Ella me confió su secreto cuando solicitó el trabajo. Supongo
que trabajar en una tienda general en algú n pueblito estaba en su lista.
Me dijo que ni siquiera tenía que pagarle, que solo estaría agradecida
por poder tacharlo de su lista. Por supuesto, resulta que era yo la que
estaba agradecida —dijo con aspereza—. Me encariñ é con esa chica casi
de inmediato. La echaré de menos —añ adió , tragando saliva.
—Yo tambié n —coincidí, metiendo la carta en el bolsillo de mi
chaqueta—. Fue un placer conocerte, Fran —añ adí, estirando la mano
para estrechar la de ella.
—Yo no estrecho la mano con la familia —dijo, tirando de mí para
darme un fuerte abrazo—. Dale tiempo a mi chica. Ella te dirá cuando
esté lista para enfrentarse a sus sentimientos por ti.
Asentí, aunque dudaba.
—Vuelve a verme algú n día —dijo, girá ndose para marcharse—.
Y trae al apuesto padre de esa chica contigo —añ adió con una sonrisa.
Esperé a que volviera a su casa antes de dirigirme a mi vehículo
con la carta quemando un agujero en mi bolsillo. Pasé por el letrero de
bienvenida de Woodfalls, sin poder creerme que hacía poco má s de una
semana que había pasado por aquí la primera vez. Incorporá ndome a la
autopista, ignoré la carta en el bolsillo, que se burlaba de mí a cada
kiló metro que me distanciaba de Woodfalls. Varias horas má s tarde, por
fin me salí de la autopista y entré en un á rea de descanso situada en
medio de una zona boscosa. Metí la mano en mi bolsillo y saqué la
carta, abrié ndola lentamente.

Nathan:
¿Cómo se escribe una carta de Querido John a alguien que cambió
tu vida por completo en una semana? Pasé toda la noche preguntándome
cómo podría decirle lo mucho que lamento haberle ocultado la verdad.
Pensé que si mantenía las cosas casuales ninguno de los dos saldría
herido. Me equivoqué. Tenías razón sobre mí. Tenía tanto miedo de volver
a enfrentar la enfermedad. Tenía miedo de que si me decidía a luchar, al
final me ganaría de todos modos. Con lo que no contaba era con conocer
a alguien que me diera una razón para luchar contra ella. Alguien que
cambiaría mi forma de ver las cosas, alguien que me haría creer en el
amor incluso cuando me enfrentara a obstáculos descomunales. Voy a
luchar. Todo lo que pido es que si mis sentimientos no son unilaterales,
que esperes para buscarme. Espera a que pelee. Pienso vencerla otra vez,
pero si no lo hago, no puedo soportar que me veas morir. Si sientes algo
por mí, te pido que respetes mis deseos.
Te amo con todo mi corazón hoy, mañana, por el resto de mi vida,
Ashton Garrison
Yendo a casa
Traducido por Alexa
Colton Corregido por
gabihhbelieber

El viaje de vuelta a Florida fue agridulce para mí. Mi padre decidió


conducir conmigo, lo que nos dio la oportunidad de ponernos al día. No
fue hasta que pudimos hablar por fin que me di cuenta de lo mucho
que le había echado de menos. Me sorprendió saber que nunca creyó en
mi carta y que siempre había sabido que estaba enferma. Sabía que mi
ausencia le había dolido, pero no trató de hacerme sentir mal por ello.
Expresó que le alegraba que por fin pudiera hacer algo que me hiciera
feliz. Se esforzó por mantener una conversació n fluida para que cada
kiló metro que pusié ramos entre Woodfalls y nosotros no doliera tanto,
pero ninguna conversació n podía aliviar ese dolor. Despedirme de Fran
y Tressa había sido desgarrador, incluso con Fran intentando hacerme
reír a travé s de mis lá grimas coqueteando con mi padre.
—Por favor, asegú rate de llamar a Brittni. Estará destrozada por
no haber podido estar aquí cuando te fuiste —suplicó Tressa.
—Lo haré —prometí—. Alé jate de los imbé ciles. No te merecen —le
susurré mientras me abrazaba. Intentó limpiar las lá grimas de sus
mejillas sin é xito.
Me volví hacia Fran, que me tendió los brazos. —Gracias por todo
—le dije.
—Cariñ o, yo debería darte las gracias a ti —respondió —. Pero
quiero que hagas algo por mí. Lucha. Lucha con fuerza. Si alguien
puede vencer esto, sé que eres tú . Lo creo de corazó n.
Despué s de jurarles a las dos que volvería a visitarlas cuando “le
diera una paliza al cá ncer”, palabras de Tressa, no mías, cargamos las
cosas en mi coche y nos fuimos de la ciudad. Lo má s difícil fue irme sin
despedirme de Nathan. Las lá grimas habían caído en cascada por mis
mejillas mientras mi padre dirigía el coche hacia la autopista, dejando
atrá s Woodfalls y a Nathan. Escribir la carta había sido, por supuesto,
otro acto de cobardía por mi parte. La noche anterior estuve junto a la
ventana escuchando la conversació n de mi padre y Nathan. Mi corazó n
había tartamudeado antes de descontrolarse cuando Nathan me profesó
su amor. En ese momento, supe que intentaría luchar contra el cá ncer,
pero no podía pedirle que estuviera a mi lado si al final perdía.
En realidad, Vilma fue lo que terminó por distraerme de mi dolor.
Desde el primer momento me hizo saber que no le gustaba nada el
transportador que habíamos escogido para que viajara en é l. Apenas
habíamos recorrido diecisé is kiló metros por la autopista cuando por fin
cedí y la dejé salir. Al ponerla en mi regazo, me sentí aliviada cuando se
calmó inmediatamente, se acurrucó en mi regazo y se quedó dormida.
Fue el consuelo que necesitaba mientras acariciaba su espalda peluda.
El viaje a casa fue má s largo de lo que recordaba. Lo achaqué a
las frecuentes pausas de la gatita para ir al bañ o. Cuando llevá bamos
unos días en la carretera, ya estaba lista para llegar a casa. Me sentía
totalmente agotada, a pesar de no haber conducido yo, pero incluso ver
los distintos paisajes mientras conducíamos se había vuelto agotador.
Mi padre insistió en conducir todo el tiempo. Intenté discutir, pero la
verdad es que lo agradecí. Vilma continuaba durmiendo en mi regazo,
así que la dejé fuera de su transportador durante todo el viaje. Cada
kiló metro que nos separaba a Nathan y a mí me pesaba mucho. Parecía
imposible echar de menos a alguien tanto como yo a é l. Iba má s allá de
la conexió n sexual que compartíamos. Extrañ aba las conversaciones
que compartíamos y có mo parecíamos estar totalmente sincronizados
el uno con el otro. Tal vez todo eso había sido solo una ilusió n ya que é l
intentaba acercarse a mí, pero algo en mi interior me decía lo contrario.
Para cuando llegamos a casa, mi cerebro era un embrollo y ya no sabía
qué debía creer.
Llegamos a Florida en un cá lido día de veintisiete grados y eché
mucho de menos las temperaturas má s frescas de Woodfalls. Vilma y yo
nos instalamos en la casa de mi padre, ya que yo había dejado mi
apartamento cuando me marché hacía cuatro meses. Dejé mis cajas en
el almacé n, ya que no tenía sentido sacarlas hasta que supié ramos a
qué nos enfrentá bamos.
Dos días despué s de llegar a casa, estaba de nuevo en el ú nico
lugar que había deseado no tener que volver a visitar.
—Ashton, he oído que podemos tener un problema —dijo el
doctor Davis, entrando en la habitació n donde yo estaba sentada
encima de una mesa de examen cubierta de papel, vestida solo con una
bata.
—Creo que sí —respondí mientras é l se lavaba las manos en el
pequeñ o lavabo.
—¿Síntomas? —preguntó dá ndome la espalda.
—Fatiga, pé rdida de apetito, dolores y somnolencia —repetí como
un loro, movié ndome sobre la mesa.
—¿Y desde cuá ndo tienes estos síntomas? —preguntó , acercando
su estetoscopio a mi pecho.
—Cuatro meses y medio —admití, esperando su menosprecio.
—Ya veo —comentó —. ¿Está n igual o peor?
—Peor —respondí mientras me revisaba los ganglios linfá ticos con
los dedos.
—¿Fiebre?
—Una vez, pero creo que solo fue un resfriado —respondí,
luchando por no pensar en có mo Nathan me había cuidado durante la
fiebre.
—Posiblemente, pero podría ser un signo de algo má s serio, como
estoy seguro de que eres consciente —dijo, terminando su examen.
—Ha vuelto —declaré .
—No me gusta freír el huevo antes de romper el cascaró n, pero
tus síntomas son molestos. Tampoco me gusta el bulto que he notado
bajo tu brazo derecho. El primer paso es hacer un aná lisis de sangre y
una biopsia al bulto —dijo, acariciando mi pierna—. Vístete mientras yo
hago el papeleo. Ya hemos luchado antes, volveremos a hacerlo.
Asentí, aceptando sus palabras. De un plumazo, había aplastado
la pequeñ a esperanza que albergaba de estar equivocada. Sabía que los
aná lisis de sangre y la biopsia eran solo una formalidad.
—¿Vas a llamar a Nathan? —preguntó mi padre cuando le conté .
Negué con la cabeza, yé ndome a mi habitació n antes de que se
me saltaran las lá grimas. Me resultaba iró nico que durante añ os no
hubiera tenido problemas para mantener las lá grimas a raya y que
ahora, con la menció n de un nombre, fuera un desastre.
Mis predicciones se hicieron realidad cuando llegaron los
resultados de los aná lisis de sangre y la biopsia. Me quitaron el bulto de
debajo del brazo y me programaron para empezar la quimioterapia de
inmediato. El doctor Davis estaba seguro de que, a pesar de que el bulto
era grande, habían podido eliminar todas las cé lulas cancerosas, pero
quería tratarlo con una ronda agresiva de quimioterapia. De nuevo, mi
padre me preguntó si iba a llamar a Nathan, pero de nuevo me resistí.
Una semana despué s de volver a casa, estaba en la clínica recibiendo
mi primer ré gimen de quimioterapia. La amargura que esperaba sentir
cuando me inyectaron la aguja no sucedió . Mi deseo de luchar por
Nathan hizo que cada paso fuera mucho má s importante. En lugar de
ver la quimioterapia como un veneno, la veía como un salvavidas que
me ayudaría a alcanzar mi objetivo. Mi optimismo no cambió mientras
me arrodillaba ante el inodoro vomitando todo lo que comía. Fingí que
no me dolía cuando se me cayó el primer gran mechó n de pelo mientras
me cepillaba el cabello. No me permití pensar en có mo me había dejado
crecer el pelo durante los ú ltimos cuatro añ os, ni en có mo las manos de
Nathan se habían enredado en los mechones. Vilma se convirtió en una
fuente de consuelo que nunca hubiera creído posible. En octubre, ya no
tenía pelo y había perdido cinco kilos, lo que hacía que mis pó mulos
resaltaran de forma alarmante. El día de Acció n de Gracias lo pasé en el
hospital cuando mi sistema inmunitario decidió dejar de funcionar. Mi
estancia en el hospital transcurrió en una nebulosa llena de dolor en
tanto luchaba por seguir viva. En todo momento, mi padre no se separó
de mí. No mencionó llamar a Nathan esta vez, sabiendo que era lo que
yo había intentado evitar que ambos presenciaran. En un momento, en
mi estado de aturdimiento por los analgé sicos, soñ é que Nathan estaba
conmigo. Incluso a las puertas de la muerte, me decepcionó mucho que
el sueñ o tuviera que terminar. Me hallaba lo suficientemente consciente
cuando el doctor Davis le dijo a mi padre que se preparara para lo peor,
y aun así, luché , deseando que mi cuerpo no se rindiera. Quizá s fue el
sueñ o lo que me dio la voluntad de luchar con má s fuerza. Tres días
despué s de Acció n de Gracias, me encontraba lo suficientemente bien
como para que me sacaran de la UCI y me llevaran a la habitació n
normal.
—¿Có mo está mi paciente favorita? —dijo el doctor Davis al
entrar en mi habitació n el día despué s de que me trasladaran de la UCI.
—Solo lo dice porque soy la má s testaruda —bromeé dé bilmente.
—Eres un hueso duro de roer —dijo, sentá ndose en la silla junto
a mi cama—. Entonces, ¿có mo te sientes?
—Bien —mentí, sonriendo ligeramente.
Se rió . —¿Ahora “bien” significa ser atropellado por un camió n de
cemento?
Intenté encogerme de hombros, pero incluso eso era demasiado
doloroso.
—Haré que te aumenten los medicamentos para el dolor. No hay
razó n para que sufras innecesariamente —dijo, dá ndome una palmadita
en el hombro antes de levantarse—. Haz que la enfermera Ratchet me
llame si necesitas algo —añ adió , refirié ndose a la enfermera jefe que a
nadie le gustaba mucho.
—Eso requeriría que yo hablara con ella —bromeé , hacié ndole reír
mientras salía de mi habitació n.
—¿Có mo está s, calabacita? —preguntó mi padre, entrando en mi
habitació n con las manos llenas unos minutos despué s de que el doctor
Davis se hubiera ido.
—Bien —contesté , dá ndole mi respuesta está ndar—. ¿Qué es todo
eso?
—Me imaginé que unas cuantas comodidades de casa harían má s
fá cil tu estancia aquí —explicó , poniendo mi iPad en la bandeja de cama
rodante—. Traje algunos de esos pantalones de pijama con los que te
gusta dormir y unas cuantas camisetas que encontré en tu có moda —
añ adió , colocando la pila de ropa en la mesita de noche.
Mis ojos se centraron en la pila de ropa cuando vi una camiseta
azul marino que me resultaba familiar y que estaba enterrada en el
fondo de mi có moda. No me pasó desapercibido el hecho de que tuviera
que rebuscar para encontrarla, aunque si conocía el significado de la
camiseta, é l no lo demostró . No me pertenecía, pero eso no me impidió
cogerla cuando la encontré en el cesto de la ropa sucia al recoger mis
cosas en la cabañ a. En ese momento, la había apretado contra mi cara,
oliendo la colonia que Nathan llevaba con un toque de su masculinidad.
Cuando llegamos a casa, la guardé y solo me permití sacarla cuando el
dolor de echarlo de menos empezaba a abrumarme. Ahora todo en mí
anhelaba apretarla contra mi cara, pero sabía que suscitaría preguntas
si le pedía a mi padre que me la entregara. Por no hablar de que era
probable que pensara que soy un bicho raro si olía la camiseta.
—¿Có mo está Vilma? —le pregunté .
—Te echa de menos. Se me ocurrió traerla a hurtadillas, pero
pensé que la Enfermera Dictadora me cortaría la cabeza si lo intentaba.
—¿La alimentas dos veces al día?
—Sí, y le doy esas golosinas que compras y que tanto le gustan.
Ha estado durmiendo conmigo —confesó tímidamente.
—Me alegro. Le gusta acurrucarse —dije—. ¿No deberías estar en
el trabajo? —pregunté al caer en la cuenta de que se encontraba en mi
habitació n en pleno día—. ¿Papá ? —insistí ya que ignoró mi pregunta.
—Me tomé una licencia —admitió finalmente.
—Papá no tenías que hacer eso —protesté .
—Ashton casi te perdimos esta semana. ¿Có mo crees que me
habría sentido si estuviera en el trabajo y te pasara algo? La verdad es
que estoy debatiendo la jubilació n anticipada. De ese modo, puedo
ayudar a cuidarte.
—¿Y qué hará s cuando ya no necesite que me cuiden? —pregunté
mientras volvía algo de mi optimismo.
—Pescaré .
—¿Pescará s? —pregunté —. ¿Cuá ndo has querido pescar?
—Recientemente he descubierto que la pesca de altura es un
buen pasatiempo.
—¿Cuá ndo has ido a hacer pesca de altura? —le pregunté ,
escé ptica.
—He salido un par de veces con un amigo mío.
—No sabía que te gustaba pescar —dije.
—Eso es porque nunca le di una oportunidad. He descubierto que
puede ser muy relajante, casi como la meditació n sin toda la palabrería.
—¿Pero la jubilació n? ¿No te aburrirá s? Siempre has sido un nerd
de la informá tica.
—Estoy listo para un cambio, y la ventaja es que podrá s contar
conmigo —dijo.
—Papá , no quiero que te encadenes a mí —murmuré .
—Cariñ o, cuando estuviste enferma antes, de alguna forma acabó
tratá ndose de mí. Permití que mi dolor y el miedo a perder a tu madre
me nublaran los sentidos. Te agobié llevando mi dolor en la manga.
Aunque estabas enferma, seguiste consolá ndome. Esta vez es mi turno.
Voy a ser el fuerte —dijo, desplegando mi manta favorita de casa y
extendié ndola sobre mí.
Me conmovió su consideració n. Siempre había sido un buen
padre, asegurá ndose de que mis necesidades bá sicas fueran atendidas,
pero despué s de la muerte de mi madre, se cerró emocionalmente,
mantenié ndome siempre alejada. Era una sensació n agradable que se
mostrara tan atento.
—Gracias, papá —dije mientras me envolvía con la manta. Mi
escasa energía se esfumó y me quedé dormida mientras é l me pasaba
una mano por la cabeza sin pelo.
Esperando
Traducido por nelshia
Corregido por Chio
West

Golpeé impacientemente con los dedos la mesa esperando a que


apareciera mi cita para comer. La espera me había puesto de mal
humor y ya había alterado a la camarera, que seguramente me escupió
en la bebida. Ella debería estar acostumbrada a mis cambios de humor,
ya que el restaurante se había convertido prá cticamente en mi hogar
fuera de casa en los ú ltimos días. Estaba lo suficientemente lejos como
para no infringir té cnicamente las normas, pero lo bastante cerca como
para poder actuar en un momento dado. La agobiada camarera empezó
a acercarse nuevamente a mi mesa, pero la aparté como si fuera un
mosquito molesto. Pude oírla quejarse abiertamente a sus compañ eras,
que chasquearon la lengua con simpatía. Ellas habían sufrido mi mal
genio en algú n momento de mi vigilancia. Me habría disculpado, pero
en ese momento solo me importaba una cosa, y si mi cita para comer no
aparecía en los pró ximos minutos, tomaría el asunto en mis propias
manos.
Dos minutos má s tarde, me levantaba de la mesa con la intenció n
de irme cuando la persona que había estado esperando cruzó con prisa
la puerta del restaurante.
—Llegas tarde —le espeté , hundié ndome de nuevo en mi asiento.
—Lo siento, quería esperar hasta que se quedara dormida —se
disculpó Charles, el padre de Ashton, deslizá ndose en el asiento frente a
mí.
Mi expresió n se suavizó de inmediato. —¿Có mo está ? —pregunté
sinceramente, agitando la mano hacia la camarera para despedirla en
cuanto se acercaba a nuestra mesa. Ignoré sus miradas y los gruñ idos
mientras me concentraba en el hombre delante de mí.
—Está mejor —respondió en una voz llena de alivio.
—¿En serio? —cuestioné , liberando el aliento que ni siquiera fui
consciente de que estaba conteniendo.
—Sí. Su mé dico dijo que está en vías de recuperació n. Tiene una
ronda má s de quimioterapia y luego veremos.
—¿En serio está bien? —volví a preguntar, tragá ndome el nudo
repentino en la garganta. Los ú ltimos días fueron un auté ntico infierno.
Sin que Ashton lo supiera, yo había estado en el hospital esperando las
noticias de su padre. En un momento dado, cuando pensaron que no
sobreviviría, me quedé de pie junto a su cama, agarrando su mano
inconsciente con la mía. Le había pedido en silencio que no se rindiera.
—Sí. Y ya está recuperando parte de su energía —dijo riendo
suavemente.
—¿Qué significa eso? —pregunté .
—Metí esa camisa tuya en medio de una pila de ropa que llevé a
su habitació n. No podía quitarle los ojos de encima.
—Eres un viejo tonto entrometido, pero te quiero por ello —le
dije, sonrié ndole. Le agradecí a Charles que confiara en mí, que creyera
que mis sentimientos e intenciones hacia Ashton eran reales. Sugerí
pescar juntos como una forma de conocernos, y tal vez de aliviar parte
del estré s. En una de nuestras salidas de pesca, mencionó mi camisa que
Ashton había guardado. En ese momento, había estado luchando con
las dudas de que ella aú n sintiera algo por mí y empezaba a sentirme
como un tonto por vender mi apartamento y mudarme al otro lado del
estado para poder estar má s cerca de ella. A medida que octubre se
convertía en noviembre, su silencio había empezado a desanimarme.
—Así que se quedó mirando la camisa. Eso puede no significar
nada —espeté .
—¿Me está s diciendo que no conozco a mi propia hija? No seas
idiota, muchacho. Está perdidamente enamorada de ti.
—¿Le llevaste las flores que compré ? —indagué , volvié ndome a
sentar.
—Sí, aunque cree que son de mi parte —se quejó .
—Eso no importa mientras las tenga —dije cuando la camarera se
acercó a nuestra mesa cautelosamente—. Quiero el sá ndwich club con
patatas fritas —pedí, dá ndole mi orden antes de que pudiera preguntar.
Le sonreí ampliamente mientras le entregaba mi menú .
—¿Y usted? —le preguntó a Charles despué s de lanzarme una
mirada que indicaba que pensaba que estaba loco.
—¿Cuá ndo creen que van a darle el alta? —inquirí, sonsacá ndole
informació n.
—Su mé dico va a esperar hasta despué s del ú ltimo tratamiento
de quimioterapia. Quiere asegurarse de que su sistema inmunoló gico no
decida actuar de nuevo. Una vez que esté fuera de peligro, empezará a
recuperarse.
—¿Có mo se ve? —pregunté , incapaz de deshacerme de la imagen
de có mo había estado conectada a todas las má quinas la ú ltima vez que
la vi.
—Fuerte. Es obvio que le duele —dijo, levantando la palma de la
mano cuando lo iba a interrumpir—. Hablé con el doctor Davis antes de
irme, y me dijo que ya había dado la orden de subirle la dosis de los
analgé sicos —terminó antes de que pudiera decir nada.
—No debería tener tanto dolor —gruñ í apretando los dientes.
Suspiró , ya acostumbrado a mis arrebatos. —Estoy de acuerdo y
nos estamos ocupando de ella. Nosotros tambié n nos preocupamos por
su bienestar —me recordó —. Tienes que recordar que Ashton es muy
testaruda, y estamos haciendo lo posible por leer entre líneas.
Me desplomé en mi asiento mientras mi repentino estallido de ira
se disipaba. Sabía que tenía razó n. Había visto de primera mano lo
terca que podía ser Ashton. Me frustraba má s allá de las palabras que
no pudiera estar a su lado cuando má s me necesitaba.
—¿Có mo va la escritura? —preguntó , cambiando de tema.
—Nada mal. Resulta que tengo un don para escribir historias. The
Journal News acaba de comprar otra de mis historias y ofertó por la que
estoy escribiendo actualmente. Tambié n conseguí un par de trabajos de
escritura en línea. ¿Quié n iba a decir que una mentira sobre un trabajo
ficticio se convertiría en algo? Por supuesto, sé que tú has tenido algo
que ver. Gracias de nuevo, Charles.
—Todo lo que hice fue hacer una llamada a un amigo mío. El
resto fue todo tuyo.
—Seguro que hemos recorrido un largo camino desde que querías
meterme las pelotas por la garganta —bromeé .
—Le haces dañ o a mi chica y te conviene asegurarte que puedes
tragarlas —amenazó .
Asentí, volviendo a caer en el quid de la cuestió n. Ella me había
pedido que esperara y yo hacía lo posible por ser paciente, pero tenerla
tan cerca y no poder estar con ella me estaba matando.
Charles y yo terminamos el almuerzo en silencio. —Llá mame si
pasa algo —le pedí, dejando dinero sobre la mesa para cubrir la cuenta.
—Sabes que lo haré . ¿Vamos a pescar el domingo? —preguntó ,
ponié ndose el saco liviano.
—¿Crees que es prudente dejarla un día para ir a pescar?
—Muchacho, este viaje de pesca no es para mí. Supongo que no
te has mirado en un espejo ú ltimamente, pero cré eme cuando te digo
que tienes un aspecto horrible.
—¿Có mo está Vilma? —le pregunté , ignorando su observació n en
tanto salíamos juntos del restaurante.
—Extrañ a a Ashton, pero por lo demá s sigue actuando como si
fuera la dueñ a del lugar.
—Eso es típico de los gatos —comenté —. Nos vemos el domingo
siempre y cuando te parezca bien dejarla un día.
—El domingo estará dispuesta a cortarme la cabeza si no le doy
un respiro —contestó , antes de cruzar la calle.
Observé su espalda en retirada durante unos segundos mientras
desaparecía por las puertas del hospital. Mis pasos eran notablemente
má s ligeros al doblar la esquina del aparcamiento del hospital. Los
ú ltimos días fueron los peores de mi vida y me permitieron comprender
mejor por qué Ashton intentaba mantenerme alejado. Ahora sabía que
intentaba evitarme la angustia, pero subestimó mis sentimientos por
ella. Incluso despué s de dos meses de ausencia, ella seguía dominando
mis pensamientos. Era mi primer pensamiento por la mañ ana y el
ú ltimo por la noche. La nota que me había dejado no era má s que un
desastre hecho jirones de las innumerables veces que la había leído y
aun así, esperaba.
Di de comer a Fred cuando llegué a casa antes de tirarme a la
cama y dormir. Cuatro días de noches sin dormir finalmente me habían
afectado. Dormí el resto del día y toda la noche.
A la mañ ana siguiente me desperté renovado y llamé al hospital
para convencer a la enfermera de que me informara sobre el estado de
Ashton. Satisfecho por saber que estaba en vías de recuperació n, volví a
mis responsabilidades cotidianas, aunque la tarea de intentar apartar
mi mente de ella era imposible. El resto de la semana siguió la misma
rutina: despertar, llamar al hospital, fingir que era un humano normal.
Las ú nicas desviaciones de mi horario eran los días que me permitía
acampar en el restaurante para trabajar. Esos días era má s feliz. Sin
embargo, al estar cerca, empezaba a sentirme como un acosador loco.
La semana siguiente trabajaba en la cafetería, apurando el café
que las camareras mantenían lleno hasta el borde, cuando en un
momento de debilidad, confesé la razó n para estar constantemente allí.
La respuesta fue inmediata. Ya no era el cliente que intentaban
empeñ ar entre ellas. En cambio, todas las camareras se peleaban por
quié n me serviría despué s.
—Hoy le dan el alta, ¿no? —me preguntó Cathy, una de las
camareras má s veteranas, unié ndose a mí en el puesto que designaron
como mío. Era un lugar privilegiado porque estaba pegado a la gran
ventana de cristal que daba al hospital.
—Sí —dije, tomando un sorbo del café que acababa de servir—.
Pero Charles no sabe cuá ndo.
—¿Vas a hablar con ella? —curioseó , apoyando la cafetera en la
mesa.
—No, voy a respetar sus deseos.
—Esa chica no se da cuenta de lo bueno que tiene. Ya me
gustaría a mí tener un hombre suspirando por mí. Ven a buscarme si
alguna vez te cansas de esperarla —bromeó . Sabía que no hablaba en
serio. Nuestra historia era ya de dominio pú blico y todos nos apoyaban.
El día parecía pasar a cá mara lenta mientras esperaba ver a
Ashton al salir del hospital. Dejé mi telé fono sobre la mesa para que
Charles pudiera localizarme si algo había cambiado. Para cuando el sol
empezó a ponerse, era obvio que decidieron no darle el alta. Dejando un
par de billetes sobre la mesa, salí del restaurante con decisió n. Me harté
de esperar a que Charles se pusiera en contacto conmigo. Me enteraría
yo mismo de lo que pasaba. El miedo, por supuesto, me nublaba la
cabeza. ¿Y si había tenido una recaída y eso era el culpable del silencio?
Me hallaba a medio camino de la calle, de pie en la medianera,
esperando a que el trá fico amainara, cuando las puertas del hospital se
abrieron justo cuando el servicio de aparcacoches de cortesía acercó un
Towncar de color marfil a la acera. Mis ojos encontraron los de la frá gil
mujer que sostenía mi corazó n en sus manos. Vi que sus ojos se abrían
de par en par con la sorpresa y que lanzaba una pregunta a su padre,
que empujaba su silla de ruedas. Lo vi negar con la cabeza. Sus ojos
volvieron a encontrar los míos, ya no llenos de sorpresa sino de horror,
antes de alejarse rá pidamente. Se me cayó el corazó n a las rodillas al
ver có mo le indicaba a su padre que la ayudara a subir al coche. En
cuestió n de segundos, su coche se incorporó sin problemas al trá fico
que circulaba en sentido contrario. Me quedé allí, incré dulo, mientras
los coches pasaban zumbando a ambos lados, pero seguí inmó vil. En
todas las ocasiones en que había fantaseado sobre có mo sería nuestro
encuentro, ninguno de mis escenarios había salido así.
Me dirigí a mi vehículo, sin prestar atenció n al trá fico que me
rodeaba ni a los bocinazos o gestos obscenos. Me hallaba demasiado
ocupado tratando de analizar los hechos en mi cabeza, siendo el má s
evidente que yo era un tonto. Me puse a soñ ar con una relació n a causa
de una carta que, en retrospectiva, podría haber sido su forma de
dejarme ir con delicadeza. Obviamente, nunca esperó que yo cambiara
mi vida por ella. Ni siquiera podía culparla por mi estupidez. No me
pidió que vendiera mi apartamento y me mudara al otro lado del estado.
Todo lo que me pidió fue que le diera tiempo. Era obvio, por su mirada,
que no esperaba volver a verme. Nuestro tiempo en Woodfalls fue
exactamente lo que ella siempre dijo que era. Nos habíamos juntado sin
ataduras. Era el momento de aceptar que nunca sería nada má s. Era el
momento de seguir adelante.
Tratando de sanar
Traducido por
Mich Corregido por
CarolHerondale

Mis emociones eran un desastre cuando mi padre entró en


nuestro camino de entrada circular. El viaje a casa había transcurrido
en un tenso silencio. Ignoré las miradas furtivas que me dirigió durante
el trayecto. Estaba demasiado enfadada para reconocerlas.
Me molestaba que necesitara su ayuda para llegar a mi cuarto,
pero mi estancia en el hospital había agotado mis limitadas reservas de
energía hasta un nivel inexistente.
—¿Puedo ofrecerte algo? —preguntó , una vez que me encontraba
acomodada en mi cama con Vilma.
Sacudí la cabeza, ansiosa de que se fuera. Iba a decir algo, pero lo
pensó mejor y salió de mi habitació n. El sollozo que estuve conteniendo
desde que vi a Nathan surgió en el momento en que se cerró la puerta.
Quería maldecir al destino porque é l me hubiera visto en ese momento.
Me estremecí ante lo que debió ver. Era una dé bil cá scara de la mujer
que había sido en Woodfalls. Mi cuerpo era frá gil y estaba destrozado
por la enfermedad que me desgarró , pero, en vano, era mi cabeza lo que
má s me avergonzaba. Al salir del hospital, esperaba ir directamente a
casa, así que no vi ninguna razó n para ponerme un sombrero o uno de
los pañ uelos de seda que me había comprado mi padre. Sin mirarme al
espejo sabía có mo era mi cabeza, bastaba con pasar una mano por su
superficie para saberlo. Todo el pelo castañ o que le encantaba había
desaparecido. No quedaba nada por lo que pudiera pasar sus dedos. No
podía soportar ver la compasió n en sus ojos, así que le había ordenado
a mi padre que me trajera a casa.
Vilma se arrastró hasta mi pecho, frotando su pelaje contra mis
mejillas manchadas de lá grimas, tratando de consolarme. Le pasé la
mano por la espalda en tanto ella ronroneaba de placer. —No te importa
que yo sea un esqueleto calvo ¿verdad? —murmuré , mientras seguía
ronroneando con fuerza—. Hoy vi a nuestro amigo. Tenía un aspecto
increíble —le conté , mientras ella seguía frotá ndose contra mí como si
entendiera lo que decía—. Es aú n má s guapo de lo que recordaba —dije
en voz baja, sabiendo que era la ú nica en la que podía confiar. Seguía
tumbada encima de mí cuando acabé por quedarme dormida con los
pensamientos de Nathan dando vueltas en mi cabeza en un bucle
infinito.
A la mañ ana siguiente, cuando me desperté , me sentí un poco
má s humana. Juré en silencio que no volvería a llorar. Era inú til llorar
sobre la leche derramada. Así que me había visto en mi peor momento.
Me aseguraría de que la pró xima vez que me viera me pareciera a la
mujer que recordaba y no a la que había visto en el hospital. Estaría
má s fuerte y ya no estaría enferma la pró xima vez que me viera.
Mi padre preparaba mi desayuno cuando me reuní con é l. Me
miró con desconfianza, obviamente tratando de calibrar si le guardaba
rencor. —Así que le dijiste a Nathan que estaba en el hospital —declaré .
—Si —contestó , poniendo un plato con panqueques delante de
mí.
—¿Es tu compañ ero de pesca? —le pregunté cuando las piezas
del rompecabezas se unieron. Recordé una conversació n con Nathan en
la que me dijo que sus pasatiempos favoritos eran el buceo y la pesca
de altura.
—Sí —contestó , sentá ndose frente a mí con su propio plato.
—¿Por qué no me dijiste que eran amigos? —pregunté , mordiendo
mis panqueques. Realmente no tenía hambre, pero comer era lo ú nico
que me ayudaría a recuperar mi cuerpo.
Suspiró antes de responder. —Quería hacerlo, pero parecías tan
cerrada al tema.
—¿Cuá nto tiempo lleva aquí? —lo interrogué , reconociendo su
comentario con un pequeñ o movimiento de cabeza.
—Desde octubre.
—Así que, ¿ahora vive aquí? —pregunté , ignorando el aleteo en
mi corazó n.
—Sí, ¿vas a ir a verlo? —preguntó con indiferencia.
—No —le respondí, sin dejar lugar a discusiones mientras me
obligaba a terminar mi desayuno.
No volvimos a hablar de Nathan durante mucho tiempo. Llegó la
Navidad y se fue, y enero se convirtió en febrero. Mi cuerpo entró en
semi-remisió n y los mé dicos me asignaron un ré gimen de medicació n.
Volvieron a ser optimistas. Esta vez decidí no contar los días hasta
llegar a la marca de los cinco añ os. En lugar de eso, medí los días en
incrementos a medida que mi cuerpo empezaba a recuperarse y mi pelo
empezaba a crecer ahora que no recibía tratamientos de quimioterapia.
Tambié n me apunté a un gimnasio y poco a poco empecé a recuperar
mi cuerpo. Iró nicamente, el ejercicio que elegí fue correr, lo que, por
supuesto, me recordaba a Nathan cada vez que me subía a la cinta.
Cuando no ejercitaba, hacía prá cticas en el departamento de psiquiatría
del hospital local mientras esperaba a ingresar en el programa de
maestría que había solicitado. Mis días estaban llenos de trabajo para
mantenerme ocupada, pero por muy ocupada que me mantuviera, los
pensamientos sobre Nathan siempre estaban al acecho justo debajo de
la superficie. A medida que mi cuerpo se fortalecía, no los alejaba,
sabiendo que pronto lo volvería a ver. Era consciente de que dudaba de
mis sentimientos por é l por las cosas que mi padre había comentado,
pero al final, le demostraría lo que significaba para mí. Le diría que
luché la batalla por é l.
Debería haber esperado que el destino me arrebatara la alfombra,
ya que yo parecía ser una especie de broma có smica para é l, pero
cuando me golpeó , estaba completamente desprevenida. Iró nicamente,
fui yo quien abrió las compuertas.
—¿Có mo va la pesca? —le pregunté a mi padre por casualidad
durante el desayuno una mañ ana a finales de febrero.
—Bien. Nathan no puede salir tanto como nos gustaría, ahora que
está tan ocupado —comentó , sin mirarme.
—¿Ocupado? —indagué , sedienta por cualquier informació n sobre
é l.
—Sí, ha estado saliendo con una chica que conoció en el News
Journal —contestó , luciendo despreocupado mientras añ adía huevos a
mi plato.
—¿Saliendo? —pregunté , sin estar segura de haberle oído bien.
—Sí, supongo que por fin ha captado la indirecta de que has
seguido adelante.
—Claro —susurré dé bilmente, sin levantar la vista de mi plato.
Debería haber sabido que si seguía apartá ndolo, acabaría por hartarse
de esperar. Ni siquiera estaba segura de poder culparlo. Toda nuestra
relació n se basaba en la ú nica semana que compartimos. De repente,
me pareció completamente ridículo que una persona esperara casi seis
meses por alguien a quien no conocía tan bien. Lo má s probable era
que hubiera descubierto que lo que creía que era amor no fue má s que
lujuria durante una é poca de estré s. Acabé mi desayuno en una bruma
llena de agonía antes de excusarme de la mesa.
No lloré mientras caminaba lentamente hacia mi habitació n, ni
cuando empecé a vestirme, ni siquiera cuando saqué su vieja camiseta
azul marino con la que prefería hacer ejercicio.
—¿Está s bien? —me preguntó mi padre mientras me dirigía a la
puerta principal unos minutos despué s con mi ropa de correr.
—Estoy bien —mentí—. Voy a hacer ejercicio.
—¿Al gimnasio o la playa? —preguntó .
—La playa. ¿Por qué ? —pregunté , centrá ndome por fin en é l.
—Es que me preocupa cuando corres en la playa. ¿Tienes el gas
pimienta que te compré ?
Levanté mis llaves para que viera el gas pimienta de tamañ o de
viaje que estaba enganchado a ellas, sin mencionar el hecho de que
siempre dejaba las llaves en el coche.
—Ten cuidado —dijo, dá ndome un rá pido beso en la mejilla.
—Lo tendré .
Mi padre me sugirió otra playa que, segú n é l, estaba menos
concurrida. Me sentí aliviada al comprobar que el aparcamiento estaba
relativamente vacío y agradecí en silencio a mi padre que me hubiera
enseñ ado este lugar en particular hace unas semanas. Era ideal para
correr, ya que no había que preocuparse de esquivar a los que tomaban
el sol ni de vigilar a los niñ os pequeñ os que se lanzaban delante de uno.
Casi todas las propiedades que bordeaban esta playa eran de propiedad
privada, lo que mantenía la població n de la playa en un nivel bajo.
Guardé las llaves bajo el asiento del conductor y utilicé el teclado de la
puerta para cerrar el coche detrá s de mí.
Repetí las palabras de mi padre mientras bajaba la empinada
escalera que llevaba a la playa. Lejos de las miradas indiscretas, me
quedé un momento en la orilla, observando có mo las olas se estrellaban
contra la orilla. El hecho de saber que Nathan había seguido adelante
me paralizaba, y luché contra el impulso de hundirme en la arena y
llorar. En lugar de eso, hice lo siguiente mejor en lo que a mí respecta:
Salí a correr por la playa. Me esforcé má s que nunca, corriendo y
tratando de escapar de los recuerdos. Solo cuando mi visió n se vio
amenazada por las manchas negras, me permití frenar. Apoyando las
manos en las rodillas, jadeé , luchando por conservar mi desayuno. Una
vez que estuve segura de que no iba a morir por falta de aire en los
pulmones, me puse de pie. Tras echar un vistazo atrá s, me sorprendió
la distancia que había recorrido. Impresionante o no, eso no detuvo la
puntada que me surgió en el costado. Volví a caminar lentamente hacia
donde había empezado, observando las olas que llegaban a la arena.
Era agradable tener la playa completamente para mí, sobre todo porque
era un desastre de sudor. Tenía el pelo corto pegado a la cabeza y la
ropa empapada de sudor.
Apenas se me pasó por la cabeza ese pensamiento, apareció en el
horizonte un corredor solitario. Al menos era un compañ ero de carrera,
que seguro estaría tan concentrado en acabar su propio entrenamiento
que no se daría cuenta de mi aspecto. La distancia entre nosotros se
redujo y, al cabo de unos minutos, distinguí sus rasgos. Al detenerme
en la arena, vi có mo sus ojos se abrían de par en par al reconocerme y
se detuvo.
—Hola, Nathan —lo saludé , satisfecha de que mi voz no me
traicionara temblando.
—Ashton —respondió , con cara de haber sido golpeado por un
ladrillo—. ¿Qué haces aquí? —preguntó como si fuera el dueñ o de la
playa bajo mis pies.
—Me arreglo las uñ as —dije sarcá sticamente, de repente molesta
porque se le permitía seguir adelante, mientras que yo estaba atrapada
en el limbo—. ¿Qué te parece? —añ adí, indicando el sudor que goteaba
de mi cuerpo.
Pareció sorprendido por mi sarcasmo antes de que su propia cara
se endureciera. —Ya veo. Bueno, siento que te hayas visto obligada a
ponerme los ojos encima —dijo con la misma voz que le había oído usar
con Travis meses atrá s—. Sé que te gusta fingir que nunca hubo nada
entre nosotros —añ adió , dá ndose la vuelta.
Observé có mo empezaba a alejarse y la ira se arremolinó en mí
ante su descaro. É l era el que actuaba como si lo que tuvimos no fuera
nada. —Me parece muy iró nico que me lances esa frase cuando eres tú
quien ha pasado pá gina —le grité a su espalda. Sus pasos vacilaron y
luego se detuvieron, pero se mantuvo de espaldas a mí—. Sé que pedirte
que esperes era una petició n ridícula teniendo en cuenta que apenas
nos conocemos, pero esperaba que tus sentimientos fueran los mismos
que los míos —seguí gritando mientras é l se volvía lentamente hacia mí.
—¿De qué diablos hablas? —gritó —. No he hecho nada má s que
esperarte. Cambié de trabajo, vendí mi apartamento, me mudé al otro
lado del estado, todo para estar má s cerca de ti; todo por la posibilidad
de que finalmente me dijeras que la espera había terminado. Tuve que
mendigar como un perro las migajas de informació n de tu padre. Me vi
obligado a sentarme sin hacer nada en una cafetería en lugar de estar a
tu lado mientras casi morías. No hice nada má s que esperarte, y luego,
la ú nica vez que pude verte, te comportaste como si no estuviera allí.
Me trataste como a un tonto con el que tuviste una aventura de una
noche y al que preferirías no volver a mirar. Me pisoteaste el corazó n
como una perra despiadada y te fuiste —gritó , acortando la distancia
entre nosotros a pasos furiosos antes de detenerse justo en mi cara—.
¿Có mo puedes actuar como si lo que compartimos no fuera nada? —me
preguntó antes de acercarme para darme un beso duro. El tiempo dejó
de moverse cuando la familiaridad de sus labios se posó sobre los míos.
El beso estaba lleno de ira y dolor, pero no impidió que mi corazó n se
acelerara de emoció n—. ¿Por qué ? —susurró , retirá ndose finalmente,
pero sin soltar su agarre de mis hombros.
—Porque no podía soportar que me vieras así. Me avergonzaba.
No tenía pelo y me sentía má s dé bil que una mujer de ochenta añ os.
Quería evitarte el horror de mi aspecto. Tenía miedo de que la pasió n
que una vez sentiste por mí fuera reemplazada por la lá stima. No podía
enfrentarme a eso. Quería que me recordaras como era en Woodfalls —
expliqué mientras una lá grima escapaba de mis ojos desbordados—. No
quería que me vieras morir si el cá ncer me ganaba. Me habría matado
que tu ú ltimo recuerdo de mí fuera una cá scara de la antigua persona
que fui.
—¿Por qué no me llamaste cuando empezaste a mejorar? —
preguntó en voz baja cuando su ira se desvanecía.
—Por vanidad. Quería tener algo má s que un pañ uelo que me
cubriera la cabeza —contesté , frotando cohibida una mano sobre mi
pelo corto que había crecido en un tono má s oscuro que el anterior—.
Necesitaba sentirme normal —admití—. De todos modos, ya no
importa. Es demasiado tarde.
—¿Porque ya no me amas? —preguntó con voz resignada.
—Claro que no, idiota —grité mientras una nueva oleada de ira
volvía a brotar en mi interior—. Porque mi padre me ha dicho que
conociste a otra persona —dije sacudiendo los hombros de su agarre.
—Charles te dijo... —preguntó incré dulo antes de echar la cabeza
hacia atrá s con una carcajada.
—¿Qué demonios tiene de gracioso que me lo haya contado mi
padre? —espeté , luchando contra las ganas de quitarle la sonrisa de la
cara de un manotazo.
—Tu padre es un casamentero nato.
—¿Intentas decirme que fue é l quien los juntó ? —le pregunté ,
sintiendo el escozor de la traició n—. Me dijo que la conociste en el
trabajo.
—Tu padre no me juntó con nadie má s que contigo —indicó
suavemente, tomando mi mano entre las suyas.
—¿No está s saliendo con alguien? —curioseé cuando comprendí
lo que estaba sucediendo.
Negó con la cabeza. —Cariñ o, la ú nica persona con la que quiero
salir es la que está delante de mí.
—Mi padre nos tendió una trampa. ¿Así es como sabías que
estaría aquí hoy? —le pregunté , tratando de unir todas las piezas del
rompecabezas.
—No, pero sabe que corro aquí todos los días.
—Por eso me insistió con que viniera aquí. No es de extrañ ar que
fuera tan entrometido esta mañ ana —reflexioné —. ¿No estará s andando
en bicicleta con alguna chica del trabajo? —repetí, hundié ndome en el
alivio.
Volvió a reírse. —Eres la ú nica con la que quiero andar en bici,
cariñ o —dijo, acercá ndome tambié n y apoyando sus labios en los míos.
Nuestros labios se fundieron, llenos de ternura y de promesas de
que no habría ira ni dolor. El pasado se olvidó mientras nos perdíamos
en los brazos del otro, redescubriendo lo que nos había unido en primer
lugar.
—Por cierto, tu cabello es muy sexy —me susurró al oído—.
¿Deberíamos hacer saber a Charles que nos hemos encontrado, o mejor
hacemos que se retuerza?
—Bueno, todavía estoy enojada porque me mintió esta mañ ana,
pero por otro lado, me hizo enfrentar la situació n. No paraba de retrasar
el momento en que iba a contactar contigo. Primero, fue despué s de la
quimioterapia. Luego fue una vez que entrara en remisió n, y despué s lo
cambié a cuando ya no pareciera un bebé calvo. A decir verdad, creo
que tenía miedo de enfrentarme a ti. Tenía miedo de que no fuera como
antes. Antes todo pasó tan rá pido. Todas las decisiones que tomamos
fueron dictadas por la lujuria. Tenía miedo de que, una vez que nos
enfrentá ramos a la realidad, esa misma pasió n ya no existiera a la luz
de los problemas de la vida real.
—Así es el amor, cariñ o. Aceptamos lo bueno y lo malo.
—Esta vez quiero que nos lo tomemos con calma. Que nos
conozcamos de verdad y nos aseguremos de que lo que compartimos es
real. Esta vez, no quiero estar má s que comprometida —susurré a la vez
que nuestros labios se sellaban.
Traducido por Ann
Ferris Corregido
por Melii

—No puedo creer que te vayas.


—Papá , ya sabías desde hace dos meses que me iba a mudar hoy
—le dije, arrastrando una caja pesada por el pasillo, que resultaba
difícil porque Vilma se frotaba contra mis tobillos—. Ademá s, esta no es
la primera vez que he dejado la casa —agregué , limpiando una gota de
sudor de mi frente.
—Sí, pero no te habías ido a cientos de kiló metros —se quejó ,
vié ndome poner la caja cerca de mi maleta.
—Papá , sabes que no es permanente. Estaremos en Woodfalls
durante el verano —repetí, por lo que parecía la ené sima vez.
—Si hubiera sabido que me pagaría por jugar de casamentero
quitá ndome a mi bebé , me habría replanteado mis planes —murmuró
cuando sonó el timbre—. Ahí está el traidor —se quejó a la vez que yo
corría hacia la puerta principal.
—Hola —lo saludé , abriendo la puerta principal.
—Hola a ti, hermosa —dijo Nathan, atrayé ndome a sus brazos
para darme un beso rá pido—. ¿Có mo está el viejo? —me preguntó ,
echá ndose atrá s.
—Muy gruñ ó n. ¿Tienes su boleto? —le pregunté .
—Justo aquí —dijo, sosteniendo el billete de avió n que decidimos
comprar para mi padre, para que pudiera volar a Woodfalls y visitarnos
en julio.
—Papá , tenemos una sorpresa para ti —anuncié , volviendo a la
sala formal con el billete de avió n en la mano.
—Dé jame adivinar, decidieron hacer permanente la mudanza —
replicó con sarcasmo, mirando a Nathan.
—Papi. —Suspiré —. No seas cascarrabias. Te hemos comprado
un billete para que vengas a vernos a Woodfalls en julio. Así que ahora
puedes quitar esa mueca de tu cara.
—¿En serio? —preguntó , esbozando una amplia sonrisa—. Pensé
que tal vez ustedes dos querían alejarse de mí.
—Oh, papá —susurré , rodeá ndolo con mis brazos—. No vamos a
Woodfalls por eso —aclaré mientras Nathan se reía ligeramente detrá s
de mí. Me separé de mi padre para poder mirar mal a Nathan, pero
fracasé estrepitosamente cuando me guiñ ó un ojo. Mi interior aú n se
licuaba por su guiñ o. A juzgar por la sonrisa perversa de su cara, era
consciente de ello.
—Andando —soltó bruscamente, cogiendo mi caja del suelo y
dirigié ndose a su Range Rover. Lo seguí con Vilma en brazos mientras
mi padre arrastraba mis dos maletas. Coloqué a Vilma junto a su nuevo
mejor amigo, Fred, en la manta que Nathan había extendido en el
asiento trasero.
—Pó rtense bien —dije, acariciá ndolos a ambos.
Nathan ya había guardado mi equipaje en la parte trasera del
vehículo en el momento en que yo cerré la puerta del coche.
—Estoy deseando pescar contigo el mes que viene —dijo Nathan,
estrechando la mano de mi padre.
—Cuida de mi bebé —contestó mi padre, tirando de Nathan para
darle un fuerte abrazo.
—Cuenta con eso —dijo Nathan, rodeando el vehículo para que yo
pudiera decir adió s en privado.
—Te amo, papá —le dije, arrojá ndome en sus brazos—. Gracias
por ayudarme con todo este añ o —añ adí con seriedad.
—Siempre estoy aquí para ti. Si todo va como está previsto, para
el resto de mi vida, no la tuya —aseguró , apretando con fuerza antes de
liberarme.
—Lo sé —dije, sonrié ndole a travé s de mis lá grimas repentinas—.
Nos vemos el mes que viene —añ adí, abriendo mi puerta.
—Conduzcan con cuidado y llamen cuando lleguen a ese pueblo
—exigió antes de cerrar la puerta para mí.
—Lo haremos —respondimos Nathan y yo al cerrarse la puerta.
—¿Lista? —preguntó Nathan, saliendo del camino de entrada.
—Llevo dos meses preparada —le contesté .
—Yo tambié n, cariñ o —murmuró , sin perderse mi insinuació n—.
Estos han sido los tres meses má s largos meses de mi vida —agregó ,
lanzá ndome una mirada iró nica.
—Oye, para mí tambié n ha sido duro —señ alé —. Pero lo logramos
—confirmé , refirié ndome a mi plan de tomarnos las cosas con calma.
Habíamos decidido colectivamente que primero saldríamos juntos. Para
mí era importante que esta vez nos conocié ramos de verdad, ya que
nuestra anterior relació n se había construido a base de secretos. Había
anunciado que no creía que debíamos volver a acostarnos hasta que
llevá ramos tres meses juntos. Nathan se comportó como un buen chico
todo el tiempo. Diablos, a finales de marzo, deseaba haberme comido
mis palabras.
—Muchas duchas frías, eso es lo que me ha ayudado a superarlo
—insinuó Nathan.
Estuve dispuesta a ceder un par de veces, convencida de que
habíamos demostrado mi punto de vista, pero sorprendentemente, é l
me recordaba nuestro trato. Al principio, empecé a preocuparme de que
tal vez ya no me deseara tanto como antes, pero entonces se le ocurrió
la idea de que volvié ramos a Woodfalls para celebrar los tres meses. El
ofrecimiento me conquistó , y la idea de esperar hasta entonces casi
parecía valer la pena. Por fin haríamos el amor donde todo había
empezado.
—¿Tienes tu medicina? —preguntó .
—Sí —le respondí, palmeando mi bolso. Mi enfermedad ya no era
un tema tabú y, aunque estaba en semi-remisió n, habíamos hablado
abiertamente de la posibilidad de una recaída. Desde el principio de la
relació n, Nathan me había dicho con toda claridad que si yo recaía, é l
no se iría a ningú n sitio. Lo demostró acompañ á ndome a cada una de
mis citas con el mé dico y, a menudo, haciendo má s preguntas que yo.
De vez en cuando, me entraba un poco de pá nico de que estuvié ramos
gafando la enfermedad por hablar tanto de ella. É l me recordado con
amabilidad que incluso antes, cuando lo reprimí, volvió a aparecer. Es
mejor saber a qué nos enfrentamos que sorprendernos, había razonado.
—¿Cuá nto tiempo se tarda en llegar ahí? —le pregunté , revisando
el mapa del GPS mientras se unía a la autopista en direcció n norte.
—Un par de días, menos si no paro a por comida o gasolina —
bromeó , leyendo mis pensamientos.
—Ansioso, ¿verdad?
—Cariñ o, no seré feliz hasta que tus piernas rodeen mi cintura —
confesó , poniendo su mano en mi rodilla. Atormentarnos lentamente
resultó ser el tema de nuestro viaje. El deseo que reprimimos parecía
palpitar entre nosotros con cada kiló metro que nos llevaba a Woodfalls.
Parar por la noche era lo peor. Es como correr cuando se puede ver la
línea de meta, pero no está s seguro de poder llegar. Acordamos pedir
habitaciones contiguas, y costó toda mi fuerza de voluntad no colarme
en su habitació n. Solo la idea de reservarlo para la cabañ a me dio la
fuerza que necesitaba. Los días eran al menos má s fá ciles, ya que nos
distraíamos jugando a juegos tontos de coches. Otras veces le leía para
ayudarle a pasar las horas. Era el atardecer del tercer día cuando por
fin pasamos por delante del cartel de bienvenida de Woodfalls. Sonreí
con placer mientras pasá bamos por la tienda de Fran y el bar de Joe,
donde nos conocimos. Fran y yo habíamos mantenido la comunicació n
mediante el correo electró nico durante el ú ltimo añ o, y le emocionaba
volver a verme. Prefería charlar con Tressa y Brittni por telé fono, pero
aú n no les había dicho que iba a venir y había hecho jurar a Fran que
guardaría el secreto. Quería sorprenderlas.
Nathan se detuvo en la entrada conocida y mi corazó n se contrajo
de felicidad al ver la cabañ a. En ese momento, me alegré mucho de que
hubié ramos decidido esperar. Era justo que nos redescubrié ramos aquí.
Nathan desempaquetó rá pidamente el Range Rover mientras yo
acomodaba a los gatos en el interior.
Salí al porche para ver si Nathan necesitaba ayuda. Mi corazó n
comenzó a acelerarse cuando se acercó lentamente con la sonrisa que
aú n derretía todo dentro de mí. Parecía una eternidad desde la ú ltima
vez que estuvimos juntos en este lugar. La ú ltima vez que estuvimos
aquí, la traició n y las mentiras habían amenazado la tambaleante
relació n que teníamos. Ahora, la honestidad y el amor nos unían. Lo
que comenzó como un acuerdo sin compromisos se había convertido en
la historia de amor que pensé que nunca sería mía. No teníamos ni idea
de lo que nos deparaba el futuro, pero está bamos seguros de que,
mientras nos tuvié ramos el uno al otro, podríamos afrontar cualquier
cosa.
—¿Lista? —preguntó Nathan, tomando mi mano y guiá ndonos
hacia nuestro futuro juntos.
Justo cuando pensaba que las cosas iban
a mejor...
Dos añ os despué s de una devastadora
ruptura, Brittni Mitchell ha superado a
Justin Avery, o eso se dice a sí misma. Pero
cuando regresa a Seattle para asistir a la
fiesta de compromiso de su mejor amiga,
Brittni es víctima de una avería en el
ascensor que se produce en un momento
desastroso. Está atrapada con la ú ltima
persona a la que quiere enfrentarse y se ve
obligada a recordar el pasado que quiere
olvidar desesperadamente.
Va a tener que mirar atrás...
Cuando Brittni dejó su pequeñ a ciudad
natal para vivir una experiencia universitaria en la Universidad de
Washington, no entraba en sus planes tener una aventura con un chico
como Justin Avery. Entre los tatuajes que llamaban la atenció n de
Justin, su há bito de fumar y su actitud de chico malo, Brittni no tardó
en tacharlo de “señ or equivocado”. Pero su encanto era implacable, y la
decisió n de Brittni de dar una oportunidad a Justin se convirtió
rá pidamente en la peor elecció n que había hecho.
Para poder seguir adelante.
Ahora está atrapada con Justin, literalmente, y la complicada red
de malentendidos que ató la verdad durante dos añ os está a punto de
desenredarse.
Tiffany King, autora superventas del USA Today,
es una faná tica de la lectura de toda la vida que
ahora vive su sueñ o como escritora, tejiendo
historias romá nticas de gé neros Young Adult y
New Adult para que otros las disfruten. Tiene
un marido cariñ oso y dos hijos maravillosos
(cinco, si se cuentan sus tres gatos mimados).
Sus adicciones son: Su iphone y su ipad, el
chocolate, la Coca-Cola Light, el chocolate,
Harry Potter, el chocolate, los zombis y sus
programas de televisió n favoritos. ¿Quieres
saber cuá les son? Solo tienes que preguntar.

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