Está en la página 1de 10

Lectura y deseo de comunidad

Marina Garcés

Es interesante ver cómo en un momento de destrucción de la vida


colectiva y de acoso a las personas como el que estamos viviendo,
la lectura y quizás más aún la escritura, reaparece como una
práctica que hace comunidad o, más bien, que organiza y articula
comunidades muy concretas: grupos de lectura, bibliotecas
populares, colecciones digitales, puntos de intercambio de libros,
librerías pequeñas, especializadas y alternativas, proyectos
editoriales independientes vinculados a grupos de aficionados a
determinadas corrientes o prácticas literarias, blogs, plataformas,
etc. Al mismo tiempo, en las instituciones tradicionales (escuelas,
universidades, espacios familiares) cada vez se lee menos, o con
mayor dificultad.

Esta efervescencia responde a un deseo de comunidad y de


cooperación que se expresa hoy en muchos ámbitos de la vida:
económico, cultural, alimentario, educativo, tecnológico… En este
sentido, hay un fenómeno en estas comunidades de lectura-
escritura que se da en continuidad con todos estos mundos y
prácticas.

Pero más allá de esta constatación, la cuestión es: ¿en qué


sentido puede hacer comunidad la lectura? Creo que la
especificidad de la lectura es que hace comunidad desencajando
toda comunidad. No es un juego de palabras: como intentaré
explicar, la lectura es la experiencia de una desviación tanto del
yo como del nosotros que amenaza la forma en que éstos
funcionan socialmente.

Creo que la especificidad de la lectura es que hace


comunidad desencajando toda comunidad.
Por un lado, la lectura expone el Yo a una experiencia de
la soledad que no tiene nada que ver con el aislamiento del
individuo, ya sea el del individuo-víctima, aislado en su fracaso, ya
sea el del individuo triunfador, aislado en su éxito. La soledad del
lector es una soledad buscada, plena y muy acompañada. Por eso,
por otra parte, la lectura expone el nosotros a una experiencia de
la complicidad que no depende de ninguna comunidad
preexistente, identificable o representable. Leer es entrar, pues,
en una soledad que inventa sus propios cómplices: autores,
personajes, amigos, interlocutores, y que no puede dejar de
hacerlo. Cada libro abre un mundo de afectos, dentro y fuera de él,
de ideas que conectan con otros, etc, desencajando los mapas
identitarios, políticos, afectivos, ideológicos, estéticos,
lingüísticos …
Desde esta insólita relación entre soledad y complicidad, la
experiencia de la lectura desplaza la dualidad individualismo –
comunidad hacia la relación inseparable entre soledad y
complicidad. Así, como veremos, nos permite pensar la potencia
de unas comunidades indomables, no normalizables ni
normativitzables y buscar estrategias concretas para combatir los
múltiples esfuerzos que el poder siempre ha dedicado a neutralizar
este potencial incontrolable de las comunidades de lectores.

Individualismo y comunidad
Individuo y comunidad son conceptos complementarios. El deseo
de comunidad es la otra cara del individualismo. Siempre han ido
juntos, desde el cristianismo hasta la formación de las sociedades
modernas. La nostalgia de la comunidad (la comunidad como
solución, resolución o reconciliación) es la idea de lo perdido o de
aquello a recuperar que acompaña a los hijos de Dios, cada uno de
ellos expuesto a la mirada del Padre, en su peregrinar por la vida
terrena, y es también la que acompaña la errancia del individuo
moderno.

Tengo la impresión de que hoy tendemos a reproducir este


esquema, que estamos volviendo a mirar hacia una de las
ficciones más antiguas de Occidente, la comunidad perdida, para
encontrar una salvación: la salvación a través de la presencia y de
la pertenencia, del organicismo y de la transparencia. Este
esquema es una trampa que nos hace pasar de la crítica al
individualismo a la entrega acrítica a la idea de comunidad (si el
individuo es el problema, la comunidad es la solución, lo que el
individuo sufre, la comunidad resolverá). Así, el verdadero
problema queda tapado con una solución en falso que bloquea la
crítica imprescindible a las formas como se ha encarnado política
y culturalmente el ideal de comunidad a lo largo de nuestra
historia no demasiado lejana, así como en nuestro presente.

¿Cómo vivir juntos, de tal manera que este vivir sea digno y
justo para todos?

Tanto la categoría de individuo, como su pareja, la de comunidad,


cierran con respuestas política y socialmente codificadas la
verdadera pregunta, que no es cómo ser comunidad sino “¿cómo
queremos vivir juntos?”. ¿Cómo vivir juntos, de tal manera que
este vivir sea digno y justo para todos? El reto es mantener abierta
esta cuestión, no para recrearse en ella, sino para experimentar
desde ella, para seguir viviendo, respirando y abriendo nuevas
posibilidades de vida. Tengo el convencimiento de que la lectura
es una de las prácticas que hace posible que esta cuestión se
mantenga abierta y viva, no porque se escriba y se lea sobre el
tema, lo que llega a muy pocos, sino porque la lectura misma es
una práctica que rompe el código, que interfiere y sabotea tanto el
individuo como la comunidad, en tanto que unidades de
movilización, de representación y de identificación. ¿Quién soy yo
cuando leo? ¿Quiénes somos nosotros cuando leemos? ¿Dónde
estamos y en qué tiempo? ¿Con quién? La soledad y la
complicidad de la lectura rompen los contornos reconocibles y por
tanto controlables tanto del yo individual como del nosotros
comunitario.
Lectores indomables
La lectura no es sólo el acceso a un conjunto de obras, contenidos
y referencias. Pienso que sobre todo es un hábito, una gramática
de gestos que de alguna manera le cambia el paso, o el compás, a
la vida personal y colectiva. Estos hábitos se contagian,
normalmente de manera irreversible, cuando un maestro que
desatiende sus funciones institucionales pasa bajo mano un libro y
le dice a un estudiante “toma, es para ti”, o cuando un amigo o un
primo mayor te deja sus libros preferidos, o cuando vemos pasar a
alguien que no sabemos por qué nos atrae en su manera de coger
un libro entre las manos, sentarse en un banco o en un asiento del
metro y torcer ligeramente la cabeza… A mí, esta reflexión sobre
la lectura me lleva a la proximidad física de dos de los lectores
que me han marcado y que me han contagiado su gramática de
gestos más profundamente: mi abuela materna y mi abuelo
paterno.

Mis propios gestos, mis propios hábitos, me han llevado a las


interminables noches de mi abuela, que siempre dormía o leía,
nunca lo sabíamos, con la luz encendida y un libro sobre el pecho.
Era una muchacha muy joven cuando la guerra interrumpió sus
estudios de arte y el franquismo le hizo 7 hijos. Autodidacta a
partir de este momento, nunca dejó de leer, de todo, ni una sola
noche, aún lo hace hoy con 90 y muchos años, pero mientras
ejerció de madre de familia numerosa y con dificultades
económicas, tuvo que hacerlo fuera de hora, fuera de la vista, en
horas “fuera de servicio”, por decirlo de alguna manera. Me cuenta
que de pequeña hacía lo mismo encerrándose en el water sin tener
ninguna necesidad de ir, para que la dejaran leer tranquila el
montón de hermanos que tenía, así que, cerca de ella, aprendí que
la lectura tiene que ver con algún tipo de desviación respecto a
los espacios visibles y respecto a las funciones de la vida social y
familiar.

Mi abuelo paterno no usaba la invisibilidad de las noches, pero sí


la invisibilidad, o el secreto, de su “despachito” privado. El
despachito, así lo llamaba, no era el despacho donde ejercía de
abogado ni ningún otro aposento familiar. Era una habitación
oscura al fondo del pasillo, siempre cerrada, donde todos,
especialmente los niños, teníamos prohibido entrar, aunque todos,
imagino, lo intentamos a escondidas alguna vez … Era el lugar
donde leía y escribía poesía y donde guardaba su biblioteca, la
buena, que no enseñaba ni lucía. En este caso, su desviación lo
era tanto respecto al espacio familiar como al profesional. Ni
padre, ni marido, ni abogado… ¿quién era y con quién estaba lo
que leía y escribía encerrado allí dentro?

El lector, estando fuera “fuera de servicio”, ya no es sólo un


individuo. Y las compañías que se busca ya no son ninguna
comunidad reconocible

Estamos intentando pensar la relación entre lectura y comunidad y


yo os conduzco hacia las noches incansables de una madre de
familia numerosa o al despachito secreto de un abogado-poeta de
Barcelona… Dos gestos singulares, invisibles. Y es que en estas
noches y en estos lugares secretos encuentro el sentido profundo
de la lectura como interrupción que nos pone necesariamente
“fuera de servicio” y en relación con “otras compañías” que no son
las que nos sitúan y nos hacen funcionar socialmente. El lector,
estando fuera “fuera de servicio”, ya no es sólo un individuo. Y las
compañías que se busca ya no son ninguna comunidad
reconocible. Por ello, la lectura es asocial. Como la comunidad de
los amantes, que destruye la sociedad, como decía
enigmáticamente M. Blanchot. Y a la vez, no deja de ser
extremadamente colectiva.

Por eso la lectura es tan peligrosa. Reinventa la comunidad


desencajándola, haciéndola irrepresentable, incontrolable,
imposible de conducir y de monitorizar. Porque los lectores son
aquellos que no tienen miedo de estar solos (por la noche o en una
habitación oscura o en medio de la calle más ruidosa) y que son
capaces de inventar y de ir a encontrar sus propios cómplices.
Neutralizar la lectura, controlar las
comunidades
Si Spinoza decía que no sabemos qué puede un cuerpo, ahora
podríamos decir también que no sabemos qué puede un lector. De
ahí que el poder, desde siempre, haya inventado maneras de
controlar tanto los cuerpos como los lectores. Las maneras como
el poder neutraliza la lectura se pueden resumir, básicamente, en
tres: por destrucción, por descuido y por codificación.

La destrucción del poder indomable de la lectura pasa por formas


clásicas como la condena al analfabetismo, la censura, las listas
de libros prohibidos, pero también a través de formas más
sofisticadas, como la violencia mercantil que condena tantos
libros a no existir, a no ser visibles o a desaparecer y tantos
lectores a no poder acceder a ellos.

La distracción, en segundo lugar, es un mecanismo de


neutralización de la lectura más imperceptible y subjetivo.
¿Cuánta gente siente hoy que, a pesar de desearlo, no puede leer?
Leer se convierte en un lujo escaso, en una situación excepcional
en competencia con muchas otras fuentes de estímulos: tv,
nuevas tecnologías, actividades, etc. Pero no se trata de una
competencia, solamente, sino de una guerra por el monopolio de la
atención que pasa hoy por privilegiar la cultura de la
interactividad. Si no se está activo y comunicado, no está pasando
nada. Esto está clarísimo en la manera como nos solicitan los
medios y las nuevas tecnologías, pero también en los nuevos
métodos educativos, tanto en la escuela como, cada vez más, en
la universidad. La cuestión es: tener la gente ocupada y activa
para que no haga nada de imprevisto, mantenerla atenta,
monopolizar sus focos de atención. La cuestión es, pues, no dejar
a la gente en paz, para que no pueda pensar, para que no pueda
irse, para que no pueda hacer suyas las noches ni sus lugares
secretos.
Si los dos mecanismos anteriores son de impedir o dificultar la
lectura, hay una tercera vía para neutralizar sus efectos
indomables que es codificarla, codificar cómo leer. Entonces, la
lectura misma es domesticada y se convierte, a su vez, en una
poderosa herramienta de domesticación. Las maneras como esto
sucede las conocemos muy bien:

1. Reconducir lectura al libro sagrado, a la transmisión de un


dogma (religioso, científico, político), monopolizado por su corte
de intérpretes (sacerdotes, academias, partidos, organizaciones
…).
2. Presentar la lectura como el acceso al conocimiento de un
corpus literario y el reconocimiento de un estatus social y cultural.
Leer significa, entonces, ilustrarse. Así es como una determinada
concepción de la cultura y de la educación han domesticado la
lectura y su función social.
3. Encerrar la lectura en el ámbito especializado y rígidamente
compartimentado de la literatura experta, convertida hoy en el
todo de la vida académica, en el todo de lo que se enseña, se lee
y se escribe hoy en las universidades. La vida académica queda
así debidamente aislada, también, del contagio del poder
indomable de la lectura.
4. Finalmente, la incorporación de la lectura a los productos de
temporada, a las modas y a la venta rápida de mercancías para el
consumo masivo. El libro se incorpora entonces al ritmo cada vez
más vertiginoso del consumo, gregario y a la vez individualizado,
de novedades que nos dan la pauta de lo que debemos leer en
cada momento.
En los cuatro casos, una forma codificada de lectura sirve para
gestionar y encerrar la experiencia que podemos hacer de la
comunidad. La comunidad indomable de los lectores, de los que
saben estar solos y encontrar sus propios cómplices, queda
neutralizada entonces como comunidad religiosa o política; como
comunidad cultural y de clase; como comunidad científica o,
finalmente , como comunidad de los consumidores, unidos por el
hecho de estar consumiendo los mismos productos al mismo
tiempo. Son cuatro experiencias de la comunidad previsible y
controlable, que dirigen la complicidad y neutralizan la soledad.
Fomentar la lectura es, de alguna manera, intentar sabotearlas,
hacerlas imposibles, vaciarlas, desencajarlas.

Algunos objetivos, algunos infinitivos


Quizás hoy no basta con dejar la luz encendida por las noches o
con tener una habitación secreta. Sabemos que las hay, que
siempre habrá luces encendidas por la noche y que la ciudad está
llena de lugares secretos que alguien ha hecho suyos para ir a
leer. Pero las fuerzas que se emplean hoy en la destrucción,
distracción y codificación de la lectura son muchas y muy
sofisticadas. La determinación personal e irreductible de los
lectores necesita alianzas más fuertes. Quizás estamos en un
momento en que necesitamos estrategias colectivas para poder
estar solos, para poder hacernos dueños de nuestra soledad y
poder, así, inventar nuestros cómplices. Desde aquí, tiene sentido
defender una apuesta colectiva por la lectura y desarrollar
estrategias situadas que nos hagan capaces de atravesar los
intentos de destruirla, de distraerla y de codificarla. Para orientar
de alguna manera estas estrategias, creo que debemos situar, al
menos, cuatro objetivos imprescindibles.

1. Des-saturar. Éste debe ser el primer objetivo de toda apuesta


que se proponga hacer posible la experiencia de la lectura. Des-
saturar la atención (vaciar de actividad, de programación, de
interacción); des-saturar los tiempos y los lugares (abrir espacios
en blanco donde poder estar sin funcionar, ya sean bibliotecas,
aulas o plazas okupadas a cielo abierto), y des-saturar, finalmente,
la mente. Es decir, aprender a relacionarse con el no-saber, a
hacerle lugar. Recordemos, es muy antiguo: no lee quien sabe,
sino quien no sabe, por muchos conocimientos que tenga.
2. Interpelar. Contaba Kafka a su amigo Oskar Pollack en una
carta que la lectura es un puñetazo que sacude el mar helado que
llevamos dentro. Sea de manera dulce o violenta, la lectura
sacude, calienta el frío, derrumba los muros de la indiferencia.
Leer es dejarse tocar por aventuras que no hemos vivido, por
amores que no hemos tenido, por ideas que nos asaltan y que nos
desplazan, por presencias que hacen nuestra vida diferente. Esto
es lo que, normalmente, no dejamos que nos pase, ni leyendo, ni
viviendo con los otros. Desde las aulas, las bibliotecas o desde la
amistad, tenemos que usar la lectura como una herramienta de
interpelación y no como una fuente de reconocimiento,
autocomplacencia o legitimación.
3. Compartir. Quizás éste es uno de los verbos que ha tenido más
fortuna en los últimos tiempos. Núcleo de las prácticas
cooperativistas, desde sus formas más clásicas hasta la influencia
del actual movimiento por la cultura libre, compartir ha pasado a
ser una de las actividades que irriga, con más fuerza la red 2.0,
también en sus versiones comerciales y monopolistas. Pero,
¿basta con compartir para hacer comunidad? ¿Y en qué consiste
compartir? Muchas de las realidades colectivas que se basan hoy
en día en la práctica del compartir tienden a la creación de grupos
autorreferentes: es decir, grupos que se reconocen en torno a
unos gustos, productos o ideas muy determinados e intercambian
lo que ya esperan y saben que les interesa. La experiencia de leer
rompe precisamente la autorreferencia: la del que escribe,
exponiéndose y dándose a no sabe quién, la del lector
compartiendo y haciendo suyo este gesto. Antes lo decíamos: las
complicidades del lector son incontrolables, por eso la lectura es
una buena base desde donde llevar la práctica del compartir más
allá de las identidades previsibles y de la autorreferencia.
Compartir es cruzar mundos y referencias, contaminar
expectativas, darse a quien no toca, cuando y donde no toca.
4. Cuidar y persistir … en los efectos causados por los tres
anteriores. Para hacer posibles las comunidades indomables de
lectores, para hacer sostenibles nuestra soledad y las
complicidades que nacen con ella, no nos pueden valer los
inventos de un día, los proyectos que sólo empiezan, la cultura de
la innovación permanente. La aventura y la experimentación
necesitan duración.
Una mañana cualquiera en una escuela de mi
ciudad
Hace poco, una amiga me contó que en la escuela donde van sus
hijas habían puesto en marcha una nueva medida pedagógica.
Ante los malos resultados educativos de una escuela social y
culturalmente complicada, y ante la impotencia a la hora de
mejorar por la vía de los recursos y el apoyo institucional, los
maestros habían decidido poner a todos los niños de la escuela a
leer, todos a la vez, de 9 a 10 cada mañana, empezar el día, desde
P3 hasta 6 º, leyendo. Me gusta pensar, por la mañana, cuando yo
también estreno el día, en el gesto silencioso, o quizás no tanto,
de todos estos niños y niñas leyendo juntos. Me gusta imaginar
qué libros deben tener entre las manos. Pero todavía me gusta
más no poder saberlo, no tener ni idea. Como no sé qué leía mi
abuela en sus noches, o mi abuelo en su despachito secreto. Es
este no-saber el desencaja los contornos de mi ciudad y la hace, a
momentos, más respirable.

También podría gustarte