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Economía libre y orden social

Por Wilhelm Röpke

(Publicado el 24 de septiembre de 2009)

Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí: http://mises.org/story/3715.

[Publicado por primera vez el 11 de enero de 1954]

La mayoría de nosotros y todos nosotros la mayoría del tiempo consideramos


a la economía de mercado como un tipo definido de orden económico, una
especie de “técnica económica” opuesta a la “técnica” socialista. Para este
punto de vista es significativo que llamemos a su principio constructivo el
“mecanismo de precios”. Aquí nos movemos en el mundo de los precios, de
los mercados, de la oferta y la demanda, de la competencia, de los niveles
salariales, de los tipos de interés, de los tipos de cambio y demás.

Por supuesto, esto es correcto y adecuado hasta cierto punto. Pero hay un gran
peligro de dejar de lado un factor importante: la economía de mercado como
un orden económico debe corresponderse con cierta estructura de la sociedad
y un ambiente mental definido apropiado para ésta.

El éxito de la economía de mercado allá donde se ha restaurado en nuestro


tiempo (en la Alemania Occidental más notablemente) ha resultado, incluso en
algunos círculos socialistas en una tendencia a apropiarse de la economía de
mercado como un dispositivo técnico capaz de construirse en una sociedad
que, en todos los demás aspectos, es socialista.

Así la economía de mercado aparece como parte de un sistema social y


político integral que, en su concepción, es una maquinaria colosal altamente
centralizada. En ese sentido, siempre ha habido un sector de economía de
mercado incluso en el sistema soviético, pero todos sabemos que ese sector es
un simple aparato, un dispositivo técnico, no algo vivo. ¿Por qué? Porque la

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economía de mercado como campo de libertad, espontaneidad y libre
coordinación no puede prosperar en un sistema social que es justamente lo
opuesto.

Esto lleva a mi primera afirmación principal: la economía de mercado


descansa en dos pilares esenciales, no en un solo. No sólo asume la libertad de
precios y de competencia (cuyas virtudes los nuevos socialistas adeptos a la
economía de mercado ahora aceptan a regañadientes), pero descansa
igualmente en la institución de la propiedad privada. La propiedad debe ser
genuina. Debe comprender todos los derechos de libre disposición sin que
(como ocurría en la Alemania Nacionalsocialista y hoy día en Noruega) sea
una cáscara legal vacía. A estos derechos debe añadirse el derecho de legar la
propiedad.

La propiedad en una sociedad libre tiene una doble función. No sólo significa
que la esfera individual de decisión y responsabilidad esté, como hemos
aprendido como abogados, deslindada de la de otros individuos, sino
asimismo que la propiedad protege la esfera del individuo contra el gobierno y
su constante tendencia a la omnipotencia. Es tanto un límite horizontal como
vertical. Y es en esta doble función como debe entenderse la propiedad como
condición indispensable para la libertad.

Es curioso y triste ver cuán ciego es el socialista medio con respecto a las
funciones económica, morales y sociológicas de la propiedad y un más esa
filosofía social particular y el que la propiedad debe estar arraigada. En esta
tendencia de ignorar el significado de la propiedad. El socialismo ha hecho
enormes progresos en nuestro tiempo. Trazas de esto pueden descubrirse
incluso en discusiones modernas sobre los problemas de la empresa y la
gestión, que a veces dan la impresión de que el dueño de la propiedad es el
“hombre olvidado” de nuestra época.

El papel de la propiedad privada

Las construcciones intelectuales del “socialismo de mercado” son un buen


ejemplo de cómo sobrevienen las falacias más groseras si olvidamos las
funciones de la propiedad privada. Estas falacias pueden ser refutadas a un
nivel de análisis económico ordinario. Pero quiero sugerir que es el todo el
clima social, la forma de vida y los hábitos de planificación para la vida lo que
importa.

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Hay una ideología “izquierdista” definida, inspirada por un excesivo
racionalismo social, como opuesta a un “derechismo”, conservador,
respetuoso con ciertas cosas que no deben tocarse, pesarse o medirse pero que
son de máxima importancia. El papel real de la propiedad no puede entenderse
salvo que la veamos como uno de los ejemplos más importantes de algo de
mucho mayor significado.

Ilustra el hecho de que la economía de mercado es una forma de orden


económico que se relaciona con un concepto de la vida y un patrón socio-
moral que, a falta de un término apropiado en otro idioma podemos llamar
“buergerliche” en el sentido lato de esta palabra alemana, que está
completamente libre de las despectivas asociaciones del adjetivo “burgués”.

Esta fundación en la buergreliche de la economía de mercado debe ser


reconocida con franqueza. Aún más porque un siglo de propaganda marxista y
romanticismo intelectual ha sido asombrosa y alarmantemente exitoso en
difundir una parodia de este concepto. De hecho, la economía de mercado sólo
puede prosperar como parte de y rodeada por un orden social buergerliche.

Su lugar es una sociedad donde ciertas cosas elementales se respetan y


pernean toda la vida de la comunidad: responsabilidad individual, respeto a
ciertas normas indiscutibles, la honradez individual y un serio esfuerzo por
seguir adelante y desarrollar las propias facultades, independencia basada en
la propiedad, planificación responsable de la vida propia y de su familia,
ahorro, empresa, asumir riesgos bien calculados, sentido del trabajo, la
relación correcta con la naturaleza y la comunidad, el sentido de la
continuidad y la tradición, el coraje de afrontar las incertidumbres de la vida
por uno mismo, el sentido del orden natural de las cosas.

A quienes encuentran todo esto como despreciable y que huele a mentes


estrechas y a “reacción” debe pedírseles seriamente que revelen su propia
escala de valores y que nos digan que tipo de valores quieren para defenderse
del comunismo sin tomar ideas de éste.

Es otra manera de decir que la economía de mercado supone una sociedad que
es lo opuesto a una “proletarizada”, lo opuesto a una sociedad de masas, con
su falta de una estructura necesariamente jerárquica y su correspondiente
sentido de desarraigo. Independencia, propiedad, reservas individuales, bases
naturales de la vida, ahorro, responsabilidad, planificación razonable de la

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vida, todo eso esta ausente de ese tipo de sociedad. Lo ha destruido al menos
hasta el punto de que deja de dar carácter a la sociedad. Pero debemos darnos
cuenta de ésas son precisamente las condiciones para una sociedad libre
duradera.

Ha llegado el momento de ver claramente que esta es la división real entre


filosofías sociales. Aquí se produce en definitiva la encrucijada y no puede
eludirse el hecho de que los conceptos y patrones de vida que colisionan entre
sí en este campo son decisivos para el destino de la sociedad, y que son
irreconciliables.

Una vez que admitimos esto, debemos estar preparados para ver su significado
en cada campo y realizar las conclusiones correspondientes. Es realmente
remarcable ver lo lejos que hemos llegado en el hábito de pensar en un mundo
esencialmente no buergerliche. Es un hecho que incluso los economistas han
asumido, pues están entre los peores pecadores.

Encantados ante la elegancia de un cierto tipo de análisis, qué a menudo


discutimos sobre los problemas del ahorro y la inversión agregados, la
hidráulica del flujo de ingresos, la atracción por los grandes planes de
estabilización económica o seguridad social, las bellezas de la publicidad o los
créditos a plazo, las ventajas de las finanzas públicas “funcionales”, el
progreso de la gran empresa y todo lo demás, sin darnos cuenta de que, al
hacerlo, damos pos supuesta una sociedad que en buena parte esta privada de
esas condiciones buergerliche y de los hábitos que he descrito.

Es chocante pensar cómo muestras mentes se mueven en torno a una sociedad


proletarizada, mecanizada y centralizada. Se ha convertido en algo casi
imposible razonar en términos que no sean ingresos y gastos, entradas y
salidas, habiendo olvidado pensar en términos de propiedad. Por cierto que esa
es la razón principal para mi desconfianza esencial e insuperable en la
economía keynesiana y postkeynesiana.

De hecho es altamente significativo que la fama de Keynes venga de su


trillada y cínica cita de que “en el largo plazo, todos estaremos muertos”. Y es
incluso más significativo que tantos economistas contemporáneos hayan
encontrado este lema particularmente espiritual y progresista. Pero déjennos
recordar que es sólo un eco del lema de Antiguo Régimen en el siglo XVIII:
Apres nous le deluge. Y permítannos preguntar por qué es tan importante.

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Porque revela decididamente la no buergerliche, el espíritu bohemio de esta
tendencia económica y político-económica. Esta retrata la nueva
despreocupación pura, la tendencia a vivir al día y a hacer el estilo bohemio el
nuevo santo y seña para una generación más ilustrada.

Tener deudas se convierte en una virtud positiva, ahorrar, en un pecado


mortal. Vivir por encima de nuestros medios, como individuos y como
naciones es la consecuencia lógica. ¿Y esto que es sino Entbuergerlichung,
desarraigo, proletarización, nomadización? ¿Y no es esto precisamente lo más
opuesto a nuestro concepto de civilización derivado de la civis, el Buerger?

Ingeniárselas cada día, de un trabajo a otro, alardear de que “el dinero no


importa”, todo esto es, de hecho, lo opuesto un concepto y plan de vida
honrado, disciplinado y ordenado. Los ingresos de la gente que vive así
pueden haber convertido en buergerliche, pero su estilo de vida sigue siendo
proletario.

Un concepto creciente

Está claro que en el espacio de un artículo es imposible estudiar el impacto de


todo esto en todos los campos importantes. Me he ocupado de éste en relación
con la propiedad privada. Es aún más inquietante ver cómo este concepto ha
perneado más y más las políticas económicas y sociales de nuestro tiempo. Un
buen ejemplo es el Mitbestimmungsrecht (codeterminación: el derecho de
trabajadores y representantes de los sindicatos a participar en la
administración de empresas industriales y así asumir alguna funciones propias
de la propiedad) en Alemania Occidental.

Daré un ejemplo: el director de una gran central energética en Alemania me


comentaba lo tonto que se sentía días antes cuando, en las negociaciones
salariales con los representantes sindicales, tenía que tratar con las mismas
personas que, al mismo tiempo, se sentaban junto a él en reuniones con los
miembros del consejo de administración de las mismas centrales. Añadía que
la estructura de las empresas en Alemania Occidental se acerca cada vez más a
lo que Tito parece tener en mente. ¡Y esto ocurre en el mismo país que hoy
está considerado el modelo de una restauración exitosa de la economía del
libre mercado!

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Otro ejemplo de la gradual disminución del significado de propiedad y de sus
normas correspondientes, que puede observarse en muchos países es el
debilitamiento de la responsabilidad del deudor. Mediante procedimientos
legales laxos en relación con la ejecución y la quiebra, se acaba la mayoría de
las veces con la expropiación del acreedor (en nombre de la justicia social).
No es muy necesario recordar al respecto la expropiación de la desventurada
clase de propietarios de viviendas por el control de rentas y los efectos de la
fiscalidad progresiva.

Apliquemos ahora nuestras reflexiones a otro campo importante: el dinero.


Reconozcamos que el respecto por el dinero como algo intangible es, como
con la propiedad una parte esencial del orden social y de la mentalidad que
son los prerrequisitos de la economía de mercado.

Para ejemplificar mi posición, voy a relatar dos historias tomadas de la


historia financiera de Francia. A finales de 1870, Gambetta, líder de la
Resistencia Francesa después de la derrota del Segundo Imperio, abandona la
capital sitiada en globo dirigiéndose a Tours para crear un nuevo ejército
republicano. En su desesperada necesidad de dinero, recordó que sus
admirados predecesores de la Revolución habían financiado sus guerras
imprimiendo asignados. Pidió a los representantes del Banco de Francia
imprimir unos pocos cientos de millones en billetes. Pero se encontró con un
rechazo de plano e indignado. En ese tiempo, una demanda así era considerada
tan monstruosa que Gambetta no insistió. El instigador jacobino y dictaor
todopoderoso cedió ante la negativa terminante del representante del banco
central, que no habría aceptado ni siquiera una emergencia nacional suprema
como excusa para el delito de inflación.

Unos pocos meses después, se produjo en París la revuelta socialista conocida


como La Comuna. Las reservas de oro y las planchas de billetes del Banco de
Francia estuvieron a merced de los revolucionarios. Pero a pesar de su
necesidad de dinero y sus pocos escrúpulos políticos, resistieron a la tentación
de poner sus manos en ellas. En medio de una guerra civil, el banco central y
su dinero les resultaban sacrosantos.

El sentido de estas dos historias lo entiende cualquiera. Sin embargo, sería


violento preguntar qué ha pasado con el respeto al dinero en nuestros tiempos,
no sólo en Francia. Restaurar este respeto y la correspondiente disciplina en la
política monetaria y del crédito es una de las principales condiciones para un

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éxito perdurable de todos nuestros esfuerzos por restaurar y mantener una
economía libre y, por consiguiente, una sociedad libre.

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Wilhelm Röpke (1899-1966) fue educado en la tradición austriaca e hizo


enormes contribuciones al estudio de las instituciones políticas. Sus poderosos
escritos antikeynesianos en particular subrayan el extraordinario economista
que fue y hasta qué punto fue influido por Mises. Röpke defendía una moneda
sólida y el libre comercio y atacaba el estado del bienestar. Aunque algunos le
consideran dubitativo acerca de los mercados libres, era de hecho un
apasionado defensor del laissez-faire.

Este artículo fue publicado originalmente en The Freeman, el 11 de enero de


1954.

Published Fri, Sep 25 2009 5:23 PM by euribe

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