Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Donatello:
(Donato di Betto Bardi; Florencia, 1386 - id., 1466) Escultor italiano. Junto con los arquitectos Leon
Battista Alberti y Filippo Brunelleschi y el pintor Masaccio, Donatello fue uno de los creadores del
estilo renacentista y uno de los artistas más grandes del Renacimiento. Su formación junto a Lorenzo
Ghiberti le dejó un importante legado técnico pero casi ningún vestigio estilístico, ya que desde sus
comienzos desarrolló un estilo propio basado en la fuerza emocional, y en un singular sentido del
movimiento.
Miguel Ángel:
(Miguel Ángel Buonarroti, en italiano Michelangelo; Caprese, actual Italia, 1475 - Roma, 1564)
Escultor, pintor y arquitecto italiano. Habitualmente se reconoce a Miguel Ángel como la gran figura
del Renacimiento italiano, un hombre cuya excepcional personalidad artística dominó el panorama
creativo del siglo XVI y cuya figura está en la base de la concepción del artista como un ser
excepcional, que rebasa ampliamente las convenciones ordinarias.
Durante los cerca de setenta años que duró su carrera, Miguel
Ángel cultivó por igual la pintura, la escultura y la arquitectura, con resultados extraordinarios en
cada una de estas facetas artísticas; en este sentido superó a los otros dos grandes maestros del
Cinquecento: Rafael Sanzio, centrado casi exclusivamente en la pintura, y Leonardo da Vinci, tan
polifacético y excelso como él pero parco en realizaciones efectivas. Sus coetáneos vieron en las
creaciones de Miguel Ángel una cualidad, denominada terribilità, a la que puede atribuirse la
grandeza de su genio; dicho término se refiere a aspectos como el vigor físico, la intensidad
emocional y el entusiasmo creativo, verdaderas constantes en las obras de este artista que les
confieren su grandeza y su personalidad inimitables. La vida de Miguel Ángel transcurrió entre
Florencia y Roma, ciudades en las que dejó sus obras maestras. Aprendió pintura en el taller
de Domenico Ghirlandaio y escultura en el jardín de los Médici, que habían reunido una excepcional
colección de estatuas antiguas. Dio sus primeros pasos haciendo copias de frescos de Giotto o
de Masaccio que le sirvieron para definir su estilo.
Julio II le pidió también que decorase el techo de la Capilla Sixtina, encargo que Miguel Ángel se
resistió a aceptar, puesto que se consideraba ante todo un escultor, pero que se convirtió
finalmente en su creación más sublime. Alrededor de las escenas centrales, que representan
episodios del Génesis, se despliega un conjunto de profetas, sibilas y jóvenes desnudos, en un todo
unitario dominado por dos cualidades esenciales: belleza física y energía dinámica.
En 1516 regresó a Florencia para ocuparse de la fachada de San Lorenzo, obra que le dio muchos
quebraderos de cabeza y que por último no se realizó; pero el artista proyectó para San Lorenzo dos
obras magistrales: la Biblioteca Laurenciana y la capilla Medicea o Sacristía Nueva. Ambas
realizaciones son en el aspecto arquitectónico herederas de la obra de Brunelleschi, aunque la
singular escalera de acceso a la biblioteca, capaz de crear un particular efecto de monumentalidad
en el escaso espacio existente, sólo puede ser obra del genio de Miguel Ángel. La capilla Medicea
alberga dos sepulturas que incluyen la estatua del difunto y las figuras magistrales del Día, la Noche,
la Aurora y el Crepúsculo. En 1534, Miguel Ángel se estableció definitivamente en Roma, donde
realizó el fresco del Juicio Final en la capilla Sixtina y supervisó las obras de la basílica de San Pedro,
en la que modificó sustancialmente los planos y diseñó la cúpula, que es obra suya. Su otra gran
realización arquitectónica fue la finalización del Palacio Farnesio, comenzado por Antonio da
Sangallo el Joven.
Rafael:
(Raffaello Santi, también llamado Rafael Sanzio o Rafael de Urbino; Urbino, actual Italia, 1483 - Roma,
1520) Pintor y arquitecto italiano. Por su clasicismo equilibrado y sereno basado en la perfección de
la luz, la armonía en la composición y el dominio de la perspectiva, la obra de Rafael Sanzio
constituye, junto con la de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarrotti, una de las más excelsas
realizaciones de los ideales estéticos del Renacimiento.
Su padre, que fue el pintor y humanista Giovanni Santi, lo introdujo
pronto en las ideas filosóficas de la época y en el arte de la pintura, pero falleció cuando Rafael
contaba once años; para ganarse la vida, a los diecisiete años trabajaba ya como artista
independiente. No se conoce con exactitud qué tipo de relación mantuvo Rafael con Perugino, del
que unos lo consideran discípulo y otros socio o colaborador. Sea como fuere, lo cierto es que superó
rápidamente a Perugino, como se desprende de la comparación de sus Desposorios de la Virgen con
los de este último. Desde 1504 hasta 1508 trabajó fundamentalmente en Florencia, en donde recibió
la influencia del arte de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel. De entre sus obras de este período (El
sueño del caballero, Las tres Gracias), las más celebradas son sus variaciones sobre el tema de
la Virgen María y la Sagrada Familia. Los personajes sagrados, dotados de cautivadores toques de
gracia, nobleza y ternura, están situados en un marco de paisajes sencillos y tranquilos,
intemporales. En estas telas, Rafael da muestras de su inigualable talento para traducir a un lenguaje
sencillo y asequible los temas religiosos. Su maestría en la composición y la expresión y la
característica serenidad de su arte se despliegan ya en plenitud en la Madona del gran duque, La
bella jardinera o La Madona del jilguero, entre otras obras.
Leonardo da Vinci:
Considerado el paradigma del homo universalis, del sabio renacentista versado en todos los ámbitos
del conocimiento humano, Leonardo da Vinci (1452-1519) incursionó en campos tan variados como
la aerodinámica, la hidráulica, la anatomía, la botánica, la pintura, la escultura y la arquitectura,
entre otros. Sus investigaciones científicas fueron, en gran medida, olvidadas y minusvaloradas por
sus contemporáneos; su producción pictórica, en cambio, fue de inmediato reconocida como la de
un maestro capaz de materializar el ideal de belleza en obras de turbadora sugestión y delicada
poesía.
En el plano artístico, Leonardo conforma, junto con Miguel Ángel y Rafael, la
tríada de los grandes maestros del Cinquecento, y, pese a la parquedad de su obra, la historia de la
pintura lo cuenta entre sus mayores genios. Por los demás, es posible que de la poderosa fascinación
que suscitan sus obras maestras (con La Gioconda a la cabeza) proceda aquella otra fascinación en
torno a su figura que no ha cesado de crecer con los siglos, alimentada por los múltiples enigmas
que envuelven su biografía, algunos de ellos triviales, como la escritura de derecha a izquierda, y
otros ciertamente inquietantes, como aquellas visionarias invenciones cinco siglos adelantados a su
tiempo. Juventud y descubrimientos técnicos: Leonardo nació en 1452 en la villa toscana de Vinci,
hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco después con un artesano de la región), y
de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estado como
Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El
Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el
Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de
las cortes no tenía límites. A pesar de que su padre se casaría cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en
total, con los que Leonardo entablaría pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos
matrimonios, por lo que el pequeño Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se
manifestó tempranamente: ya en la infancia dibujaba animales mitológicos de su propia invención,
inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su
primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa
con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por sorpresa. Consciente del talento
de su hijo, su padre le permitió ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio. A lo
largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido
como artista libre, Leonardo aprendió pintura, escultura y técnicas y mecánicas de la creación
artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de
cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de
Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuolo, en donde Leonardo hizo sus primeros
estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego. Joven
agraciado y vigoroso, Leonardo había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy
probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el
ángel, de finos y bellos rasgos. Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana pericia de
su pincel no tardaron en superar a las de su maestro. En el Bautismo de Cristo, por ejemplo, los
inspirados ángeles pintados por Leonardo contrastan con la brusquedad del Bautista hecho por
Verrocchio.
Ángeles atribuidos a Leonardo en el Bautismo de Cristo (c. 1475), de
Andrea del Verrocchio
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países
Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda
penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otros
cuadros de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La
adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la
destreza en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el
extraordinario manejo de la técnica del claroscuro. Florencia era entonces una de las ciudades más
ricas de Europa; las numerosas tejedurías y los talleres de manufacturas de sedas y brocados de
oriente y de lanas de occidente la convertían en el gran centro comercial de la península itálica;
allí los Medici habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que
contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más
que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más
próspero.
Primer período milanés (1482-1499): En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el
hombre fuerte de Milán, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius
ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos
irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para
multiplicar la fuerza humana) y la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período
de pleno desarrollo; siguiendo las bases matemáticas fijadas por Leon Battista Alberti y Piero della
Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al
tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes. Estimulado por la dramática peste
que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó
espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la
artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua
ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante
dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en un modelo en
barro, destruido poco después durante una batalla.
Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que hacia
1496 concluyó su tratado De la divina proporción, ilustrado por Leonardo. Ponderando la vista
como el instrumento de conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo
que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura
para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este modo el dibujo se convertía en el
instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes
el texto estaba para explicar el dibujo, y no al revés, razón por la que Leonardo da Vinci ha sido
reconocido como el creador de la moderna ilustración científica. El ideal del saper vedere guió todos
sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados
inconclusos que serían luego recopilados en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño.
Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica y
aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de
salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril neoplatonismo.
Aunque no parece que Leonardo se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller
milanés se creó poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio
de Predis, Andrea Solari y su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de
acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona
Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli.
El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y
dibujos, que el discípulo se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios,
se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende
que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regida por las leyes de la Iglesia, se
confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir, antes
de expirar, los sacramentos.