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Historias, anécdotas y mucho aprendizaje.

De París y Nueva York a


Latinoamérica, con amor y orgullo.

“Cuando eres un niño aprendes a leer,


después en la vida, lees para aprender”.

Tamara González Litman


EL ARTE DE LA PACIENCIA Y LOS ERRORES

Edición digital julio 2020

Todos los derechos reservados

Registro 1-2020-92453

Este libro no podrá ser reproducido ni total, ni parcialmente, sin previa


autorización escrita del autor.

© 2020, Tamara González Litman © 2020, Manual de moda.


Prólogo 4

Capítulo 1: Finge hasta que lo logres, se vale llorar 8

Capítulo 2: “¡Te van a matar!” 17

Capítulo 3: El temido showroom, ¿sabes jugar el juego? 24

Capítulo 4: Cara Delevingne ama un buen ‘Fashion nerd’ 32

Capítulo 5: Kenzo, Tokio, París, Medellín 42

Capítulo 6: Cuentos y otras historias de Nueva York y París 47


Recuerdo que en los primeros meses de universidad en Francia sufría y
me ‘pordebajeaba’ a mí misma por no tener la cultura de moda que tenían
mis compañeros de clase. Ellos estaban siempre al día, todo lo sabían.
Quién había vestido a quién y para qué evento, cómo se llamaban las
modelos, hasta quién había dirigido el último video de Lady Gaga, era
impresionante para mí en ese entonces cómo ellos podían saber tanto.

Con el tiempo me di cuenta que todo era cuestión de experiencia, ellos


llevaban 5 años más que yo en la industria en Francia, yo apenas
empezaba. En revancha, yo me sabía los nombres de todas las top models
colombianas, y las últimas reinas de belleza del Valle del Cauca y de
Colombia, porque eran las vivencias que yo tenía. En ese momento no
entendía la importancia del auto respeto, que el camino de ellos no era
más o mejor que el mío solo porque fuera en la capital de la moda. Ellos
habían nacido allá y yo acá.

Ahora entiendo perfectamente que en el fondo, era más afortunada yo de


tener el contraste de los dos mundos, de hablar idiomas de más, de haber
podido vivir de primera mano y en versión ‘platanizada’ la organización,
no de uno sino de decenas de presentaciones y desfiles en mi infancia, de
poder hacer casting de modelos en la empresa de mi familia, de entender
las funciones reales de un diseñador en una marca comercial y sobre todo,
de poder comparar y saber que si bien Francia es la cuna de la industria,
cada país y cada región tiene sus propios métodos, sus propios ídolos y lo
más importante, su propio mercado. No me puedo imaginar eventos de la
magnitud de un desfile de Etam en París o uno de los famosos desfiles de
Marc Jacobs en su tiempo en Louis Vuitton, en Bogotá, ni muchos menos
en mi Cali. No habría a quién invitar ni cómo pagarlo y por sobre todo, no
tendría sentido en absoluto, ni un objetivo más allá del show; de la misma
manera que imaginarse un Colombiamoda en París sencillamente marca
error en mi cabeza, es una feria única y espectacular que fusiona el B2B
con el B2C y lo social, creo que un francés se infartaría.

Pero quizás la máxima validación de la importancia y el valor de la


diferencia y el amor por lo nuestro, por nuestra historia y nuestros
procesos llegó hoy, mientras escribía esta introducción del libro. Hoy que
escuché el primer podcast de Hermès, dónde Pierre-Alexis Dumas, el
director artístico de la casa y tátara bis nieto de Thierry Hermès, fundador
del imperio de lujo, contaba su experiencia y su infancia en la sede de la
casa de lujo en el número 24 del Faubourg Saint-Honoré, en París, dónde
se instaló desde 1937.

En Francia, los niños normalmente no van al colegio los miércoles y


Pierre-Alexis contaba con orgullo como él anhelaba que llegaran los
miércoles para ir a trabajar con su papá a Hermès, donde más allá de la
tienda, en el tercer piso por la escalera en espiral, se encontraban los
artesanos con sus capas blancas y dónde él era libre de crear y jugar. En
una escala muy diferente me trajo a la mente mis recuerdos de infancia,
cuando caminaba por entre las máquinas de coser en la empresa de mi
familia de la mano de mi abuelo, mientras él me explicaba con orgullo
todos los procesos desde que llegaban las telas hasta que salía la prenda
final, todo antes de poder ir a jugar a la oficina de la diseñadora con todas
las muestras que traían de las ferias.

No hay experiencias más o menos valiosas que otras por el renombre de


las marcas, las experiencias valen por su representación y su impacto en
nuestras vidas. De seguido nos deslumbramos con los grandes nombres, y
este libro es enteramente dedicado a eso, a mis historias y tropiezos con
personas que han escrito sus nombres en los libros de la historia moderna
de la moda, pero eso no me hace sentir ni más ni menos persona. Sé de
dónde vengo y valoro mi experiencia en Colombia tanto, como todo lo
vivido en el extranjero porque la magia de esta industria no conoce
barreras ni fronteras.

Sentía la misma emoción a mis ocho años en los desfiles de la empresa de


mi familia, o en el reinado nacional a mis 13 años, que cuando conocí a
Peter Dundas. Quizás conocer a Hubert de Givenchy o trabajar con
Riccardo Tisci fueron experiencias de otro nivel, pero la felicidad era la
misma. Y hoy 14 años después de empezar mi carrera, todavía me
emociono en los desfiles, todavía cada que puedo me meto en las plantas
de producción y disfruto de la misma manera un recorrido por Fabricato
que un backstage en Paris Fashion Week.

“Eres lo que haces, no lo que dices que vas a hacer”, Carl


Gustav Jung
No sé cuántas veces cometí errores, errores de todo tipo que me
llevaron a ser quien soy hoy en día, y sigo haciendo errores, pero cada vez
menos graves. Nunca se para de aprender, y nunca se para de hacer
errores, pero lo importante es aprender de ellos.

Junio 6 2010. Hay cosas que no se enseñan en ninguna universidad, cosas


que solo el tiempo y las experiencias logran forjar. Desde siempre he sido
una apasionada por el trabajo, siempre disponible y lista, me gusta hacer
trabajo de más, en la mayoría de los casos no es reconocido ni apreciado,
pero lo hago por mí.

“Lo recuerdo como si fuera ayer, era mi primer día de


pasantía en Nueva York y me enviaron a la tienda a
comprar limones y endulzantes porque venían los
compradores de Saks al showroom, naturalmente siendo la
nueva pasante era mi función organizar las mesas y el
espacio. No sabía hacer café, ni servir “mesas de moda”.
Organicé las cosas de la mejor manera posible, solo para darme cuenta
que hay una diferencia “abismal” entre Sweet and low y el Splenda, dos
endulzantes sin calorías. Compré Splenda en lugar de Sweet and low y eso
me valió mi primer regaño. Puse la otra mejilla y continué con mi serie de
errores.

Según mi jefe debía saber etiqueta para trabajar en la industria de la moda,


y entender que se sirve por la derecha y se recoge por la izquierda, que el
agua va a la derecha del café y que nunca, jamás, en la vida, se debe
interrumpir a un comprador una vez ha empezado la presentación pues
puede perder el hilo, y eso sería fatal. A menos que sea él o ella quien
hable, no se les puede hablar.

“No entiendo cómo estás estudiando moda en Francia y no


sabes el mínimo de las reglas”, fueron las palabras de mi jefe
en ese entonces, para ser más exacta.

Ese día le regalé a la moda mis primeras lágrimas, hasta este punto, mi
trabajo en Hermès y mis pasantías habían estado muy separadas del estrés
real de la industria, y a decir verdad en el colegio de moda nunca lloré, tal y
como dijo Drew Elliott, la universidad de moda es un período de
descubrimiento y experimento y la disfruté al máximo. Ese día, mi primer
día de pasantía en Nueva York, a la hora del almuerzo frustrada,
sintiéndome la persona más incapaz del planeta, corrí al Central Park, que
estaba a dos cuadras de la oficina a llorar en una banca del parque
mirando la piedra en la que Charlotte se tomó las fotos de compromiso
con Trey MacDougal en Sex and the city. 15 minutos para recobrar la
compostura y volver al trabajo.

Nueva York era muy diferente que la industria en Francia, donde las
personas eran más importantes y más sencillas, pero como todo en la vida
es estrategia, aprendí, me adapté y para el final del verano, tenía
completamente dominado el arte “finge hasta que lo logres”. Aprendí el
montaje de los showrooms y la organización, al punto que terminé
enseñándole a las nuevas pasantes qué hacer y qué no, para evitar
desastres universales como el de comprar Splenda en lugar de Sweet and
low.

Durante el verano y mi tiempo en Kaufman, hice una linda amistad con


todo el equipo, pero particularmente con los que llevan magia en sus
dedos como les digo yo, el equipo de muestras: el cortador y las dos
costureras, todos latinos, todos increíblemente talentosos, todos con unas
trayectorias increíbles en la industria. Durante casi cuatro meses, todos
los días a las 8 de la mañana yo llegaba a la oficina con dos bandejas de
Starbucks, una para los diseñadores, la presidenta y el jefe de mercadeo y
otra para ellos tres y yo, les compraba café y les suplicaba que me contaran
sus historias. Uno de ellos José se había iniciado en la industria como
mensajero y fue aprendiendo el arte, hasta convertirse en uno de los
cortadores de vestidos de alta moda más solicitados de Nueva York.
Trabajaba 4 días en Kaufman y un día se dedicaba a atender casos urgentes
de otras marcas.
Él hizo sus primeros pasos en el corte de vestidos de gala ni más ni
menos que en Oscar de la Renta, a quien en sus palabras “le debía no solo
las enseñanzas, sino la oportunidad de demostrar su talento”.

Un día llegué a la oficina feliz con mis dos bandejas de café, cuando José
me dijo - “Sube a donde los jefes, deja el café y vienes rápido, tengo algo
para ti”, así hice, más rápido que rápido llegué a donde él con los ojos
saltones de la curiosidad. José sacó una carpeta negra de su maleta y me la
dio, me dijo - “es para tí, guárdalos”, la abrí con mucho cuidado y adentro
estaban doce bocetos de Oscar de la Renta, trazados por él mismo, todos
firmados, e impecablemente terminados, fue un momento único. Tener un
pedacito de magia en mis manos, un pedacito de historia, de genialidad.
Esos bocetos han sobrevivido a más de 5 trasteos, han vivido en tres
continentes, y siguen vivos, cuidadosamente guardados en el archivo de
mi oficina, quizás algún día los enmarcaré.

En octubre de ese mismo año, volví a trabajar con KF, porque así los
primeros días hubieran sido duros, ese verano fue uno de los mejores de
mi vida, esta vez el trabajo era en París, en el showroom propio de ventas
después de la semana de la moda, en donde fui ascendida de pasante a
coordinadora del showroom y mano derecha de la vicepresidente de la
empresa.

El imaginario y la emoción de ser “ascendida” duró poco y fue solo un


título que decoraba mi hoja de vida a mis escasos 19 años, pues las labores
eran ‘todero’. Durante una semana, Shanna, mi pasante y yo teníamos que
coordinar las citas, vestir a las modelos con los looks exactos que los
clientes escogían, planchar la ropa después de cada salida de las modelos,
y hacer lo imposible desde las 8 de la mañana que llegaba el primer cliente
hasta las 12 de la noche que se iban los últimos, porque así de intensas son
las jornadas en París. Lejos del glamour de las fiestas, de los after party de
los desfiles y de las cenas privadas, los mortales trabajan de sol a sol por
dos o tres semanas sin parar en cada temporada.

Los dos primeros días del showroom fueron un sueño, para empezar, los
diseñadores habían alquilado un apartamento dentro de un hotel de 6
estrellas (sí, existen), en Trocadero, la plaza justo en frente de la Torre
Eiffel, dónde teníamos la vista más encantadora de todo París: una línea de
árboles sin hojas, propios del otoño, daban paso a la maravillosa Torre
Eiffel que nos deleitaba cada hora desde las 7 hasta las 12 de la noche con
sus destellos.

En ese hotel tradicionalmente instalaban sus showrooms, Kaufan Franco,


Carolina Herrera, Donna Karan, y Oscar de la Renta, con quien tuve el
placer de desayunar una mañana, porque así somos los latinos, nos
reconocemos en donde estemos.

‘Oscar’ como lo llamaban mis jefes era un amigo cercano a ellos, tanto así
que cuando me vio en el restaurante privado del hotel, me preguntó si yo
era una “Kaufman girl”, por mi forma de vestir, con piezas de la marca de
pies a cabeza. Ese día solo estábamos los dos en el restaurante porque al
parecer, la gente prefiere dormir que comer, pero ese no era mi caso, al
menos no en fashion week, y cuando me preguntó “are you a Kaufman
girl”, le respondí en español con una sonrisa nerviosa; vi sus ojos brillar
con asombro por mi respuesta en español. Mi latinidad, mi origen y mi
idioma, me dieron el ticket para desayunar con este genio de la moda,
pupilo ni más ni menos que de Cristóbal Balenciaga. Naturalmente lo dejé
hablar, el leía su periódico, algo que disfrutaba mucho, igual que yo, pero
en un momento, no me aguanté y le conté la historia de los bocetos que
tenía de él y se rió, era tan sencillo y tan impecable que la fama jamás se le
subió a la cabeza. Con mi curiosidad comiéndome por dentro le pregunté
cómo había sido aprender de un genio como Cristóbal y me respondió:

“…como tu felicidad al recibir mis bocetos, cien veces más”.

Por nuestro showroom en los primeros días pasaron personalidades


de la industria, editores de revistas y algunas princesas árabes que
llegaban a hacer compras con sus asistentes, todo como salido de un
cuento de hadas (de moda). Vi pasar a los compradores de todas las tiendas
más importantes del mundo y celebramos con los clientes y champaña
todas las ventas, pero el cuarto día todo cambió; después de 16 horas de
trabajo, y justo cuando terminaba de planchar el último de los 45 vestidos
en seda pura con Shanna, nos sentamos en la sala a mirar el menú del
room service. Uno de los diseñadores entró a la sala en ese preciso
instante y dijo, “no las trajimos a París a que hagan visita y pidan
domicilios, necesito todo planchado”, unas palabras que nunca olvidaré. Él
dijo eso y se fue, sin darse cuenta que todo estaba impecable, y que
además habíamos reparado todos los botones que se habían caído y
cambiado todas las etiquetas de referencias que ya se veían usadas. Nos
dejó esa frase en el aire, sin pensar que llevábamos 18 horas despiertas
trabajando sin parar.
Me demoré exactamente un minuto en coger mi celular y salir del hotel. La
frustración era tal que en pleno otoño, salí en pantuflas a la calle y sin
abrigo. Crucé la calle y corrí hacia la plaza a llamar a mi mamá. Sí, como
una niña chiquita, no me pude contener y a mis 19 años tuve que llamar a
mi casa a desahogarme, y a escuchar palabras de aliento del otro lado del
teléfono a 8645 kilómetros de distancia, para poder seguir. La tentación de
dejar todo tirado e irme era muy alta, estaba decepcionada y herida,
llevaba 5 meses trabajando con ellos gratis, porque las pasantías en ese
entonces eran por intercambio de créditos en el colegio. Ellos conocían ya
mi trabajo y llevábamos un récord de ventas en esa semana que nunca
habían visto, los clientes se iban felices y nos felicitaban por la labor, todo
estaba impecable, para eso estaba yo ahí, y no podía creer que mi propio
jefe hubiera sido tan cruel e inoportuno, sin siquiera tomarse la molestia
de verificar las prendas antes de hablar.

Después de una breve terapia telefónica de 10 minutos con mi mamá, me


sequé las lágrimas y regresé, abandonar todo y renunciar no era una
opción para mi. Revisé de nuevo toda la colección, me aseguré que
estuviera impecable, tomé fotos de todo y le mandé un mensaje al
diseñador “¡Listo” terminamos, todo en orden y en perfecto estado para
mañana!”, él respondió “gracias, eres la mejor”. Y el mundo siguió girando.
No sé si en todas las industrias pasa lo mismo, porque solo he trabajado en
moda, pero es imperativo saber bajar la cabeza y aprender a controlar las
emociones, tener claras las metas a futuro y saber que todo lo que
hagamos son peldaños en la escalera profesional cargada de aprendizajes
valiosos. Ese día me prometí a mi misma que sin importar el cargo que
tuviera, iba a mantener la humanidad, pues no solo “la letra con sangre
entra”, sino que “por las buenas” todo funciona mejor. A la fecha, nunca he
hecho llorar a ninguna persona de mi equipo, nunca he tratado mal a
ninguna persona de los equipos en los que he trabajado y sobre todo,
siempre he cuidado de mis equipos como si fueran mis hijos, recibiendo
yo las críticas pero hablando con ellos de manera civilizada, sin insultos,
sin lágrimas, sin heridas, sin abusos.

En Nueva York y en París, en el Central Park y en la Torre Eiffel, dejé


mis primeras y únicas lágrimas de tristeza, impotencia y desconcierto que
jamás he derramado por la moda, el resto han sido de felicidad, porque
por eso también se vale llorar.
Noviembre 18 de 2011. Una noche que nunca olvidaré.

En París, entre las casas de costura se celebra una festividad que se


llama la Sainte Catherine. Cuenta la historia que antiguamente el 25 de
noviembre, todas las casas de costura de la ciudad hacían sombreros
extravagantes y espectaculares para las mujeres solteras de 25 años. Estas
mujeres, vestidas impecablemente se iban al mercado con los sombreros
para que los hombres supieran que ellas estaban disponibles y listas para
casarse.

La tradición solo fue conservada en las Casas de costura en París y todos


los años, los talleres de Alta costura realizan sombreros para las mujeres
solteras de 25 años que trabajan en las empresas. Ellas son invitadas a un
baile en la alcaldía, en compañía de los “Nicolás”, los hombres solteros de
30 años.

En el interior de las empresas, esta celebración es una gran fiesta.


Particularmente en Givenchy, era una fiesta de disfraces, la mejor fiesta de
disfraces que he ido en mi vida. En Chanel por ejemplo, lo celebran con
una fiesta de gala. Cada casa tiene su estilo propio.
En esa noche, la noche del 18 de noviembre 2011, era la fiesta de la Sainte
Catherine en la oficina, (solo se celebra el 25 do noviembre en la alcaldía,
en las empresas, se hace antes de la fecha), mi primera fiesta de Sainte
Catherine. Esa noche estábamos terminando de preparar el muestrario de
la pre-colección que viajaba al día siguiente al Showroom de Milán para la
semana de ventas, justo antes del inicio de la fiesta.

Yo trabajaba en frente del taller de Alta Costura y para ese entonces ya era
muy familiar con el equipo, tenía carta blanca para entrar y usar algunas
de las máquinas, porque ya había pasado mi período de prueba, confianza
y entrenamiento. Esa noche, el jefe comercial fue a mi oficina a pedirme
un favor, pues a uno de los pantalones que debía viajar a Milán se le había
dañado el dobladillo y necesitaba ser arreglado, todos sabían que yo me
escapaba de seguido a la Alta Costura y que tenía acceso al taller, por eso
naturalmente acudió a mi. Era un pantalón de traje en una lana ligera, gris
claro medianamente entubado y con dobladillo guarda polvo. En la
lavandería sin querer habían perdido el quiebre de la pierna y por ende la
forma del dobadillo.

La operación era sencilla, era cuestión de vapor y plancha. Entendiendo la


delicadeza del asunto, crucé el pasillo a la Alta costura, prendí la plancha
de vapor, y cogí lo que pensé era un papel seda.

Instalé el pantalón en la mesa de planchar y puse el papel seda encima,


siempre la lana fina se vaporiza con papel seda en los quiebres para no
marcar ni brillar la tela. Pasé la plancha, prendí el vapor y cuando iba a
quitar el papel seda, estaba completamente adherido al pantalón. ¡No era
papel seda, era entretela de seda! No es por ser dramática pero creí que
era el fin del mundo.

Llamé rápidamente al jefe de proyectos especiales de Alta Costura, que


estaba trabajando en su oficina en una capa para Beyoncé y le pedí ayuda,
cuando llegó estaba doblado de la risa, pues al parecer es un error normal
que cometemos las personas mortales que no trabajamos en la Alta
costura. La entretela de la Alta costura es tan fina y delicada que realmente
se confunde con el papel seda. Con mucho amor y paciencia él fue por
hielo a la cocina y con vapor frio y hielo empezó a despegar el papel
mientras yo secaba la tela para que no se fuera a estresar la fibra o peor, ¡a
encoger! A mitad de la operación alguien tocó la puerta, abrí y era uno de
los diseñadores, Nick, había venido a buscar el pantalón.

Le conté con lo que había pasado pero le dije que la yo estábamos


arreglando y su única reacción fue taparse los ojos y gritar lo que yo ya
sabía, ¡Te van a matar! Después del shock, entró al taller y se sentó
compasivamente a vernos trabajar, era puro apoyo moral.

La historia tiene un final feliz, las manos mágicas de Kamel, salvaron la


prenda con un intenso trabajo en equipo. Cuando subí el pantalón a la
oficina con Nick, confesé lo sucedido, todos lo inspeccionaron y no
encontraron pegotes ni errores. Me salvé, ¡Me salvaron! Aprendí la mayor
lección de cuidado, compañerismo y manejo de la angustia y la celebramos
vestidos de perro caliente para la Sainte Catherine. Yo tenía 20 años, y
todavía puedo cerrar los ojos y ver el pantalón de lana en la mesa de la
plancha en la Alta costura, con la entretela pegada.

Esa noche “los 18”, las 18 personas que confirmábamos el equipo de


Givenchy hombre, nos vestimos literal de perro caliente en comparsa,
(foto en la portada del libr0). Bailamos, cantamos y celebramos la vida, yo
celebré mi suerte.

Como si esta lección de amor y compañerismo no fuera suficiente mi jefa


me reiteró que éramos una familia unos meses después.
El mundo de las casas de moda en París es muy pequeño, al cabo de
dos años todo el mundo sabe quién es el otro y sobre todo, sabe quienes
son las personas de vital importancia. Mi ex jefa es una de ellas, es una
mujer que a la fecha es conocida por su ojo clínico en los fittings, ella es
capaz de transformar una tela en una obra de arte con una horma nunca
antes vista en tres alfileres, es realmente impresionante, quizás de todas
las personas, haber trabajado con ella es lo que más atesoro, pero esa es
otra historia.

Usualmente almorzábamos juntas todos los días, pero en una misma


semana me canceló dos almuerzos por que tenía “una reunión”, en el
momento pensé que era un tema personal o que realmente estaba
ocupada en algo más, no le di importancia, hasta que el lunes siguiente en
medio del almuerzo me confesó:

“Chanel quiere que me vaya a trabajar con ellos”.

Inmediatamente sentí un nudo en la garganta y lo primero que salió de mi


boca fue “por favor no, yo no quiero trabajar en Chanel, donde sea menos
Chanel”, una respuesta que ni ella (ni yo) nos esperábamos pero fue tal la
espontaneidad que ella se quedó sin palabras. Después de cinco minutos
de un silencio angustiante me dijo “no voy a irme, no puedo dejar a
Riccardo”, mi alma volvió al cuerpo.
Chanel es una de las marcas más prestigiosas en la industria y entre las
casas de moda es conocida por su orden y rigidez en los procesos. Cada
trabajador tiene una función específica y todo funciona como un reloj
suizo. Givenchy no era así, éramos un equipo de 18 personas que
estábamos todo el tiempo juntos solucionando situaciones, diseñando,
aportando, creando, haciendo. Era una libertad y un placer indescriptible.
Nadie conocía la descripción de su cargo ni importaba, todos hacíamos lo
que fuera necesario y un “no”, no era aceptado. ¿Quién quisiera dejar de
ser parte de este universo de retos, aventuras y familia?

En la semana siguiente empezaron a llegar regalos y regalos de Chanel a la


oficina, tristemente los devolvimos todos para conservar la integridad.
¡Qué gran lección que me dejó esa experiencia! la forma en la que las
marcas coquetean con los talentos es un cortejo exquisito, de una finesa y
una altura sin par, pero más allá, me enseñó lo que significa la palabra
fidelidad, lealtad, familia laboral y equipo. Yo sabía que a dónde ella se
fuera yo me iría con ella, éramos un dúo inseparable, tanto en el ámbito
personal, como en el laboral, aun a pesar de nuestra diferencia de edad de
casi 30 años, éramos un equipo ella y yo, pero a la vez éramos parte un
equipo aún más grande que no podíamos dejar ni a Riccardo (Tisci), ni a
los otros 16 miembros del equipo.

Muchas veces me preguntan si el mundo de la moda en París es frío y yo


no sé ni por dónde empezar, cada cual habla de su experiencia, pero en la
mía, nunca había tenido una familia tan grande y una red de apoyo tan
calurosa como en mis años en la ciudad luz.
Los equipos son la esencia de las marcas, de los negocios y si bien
nadie es irremplazable, si hay personas que dejan vacíos muy grandes en
las estructuras. La fidelidad debe ser mutua, pues trabajar con el
sentimiento de apoyo y confianza, es impagable. Sentirse realmente parte
de algo tan grande, tan único, tan especial, una parte de la historia, es
sencillamente indescriptible.
El showroom (en Givenchy) era un espacio muy privado. Al igual que la
Alta costura, era reservado a unos pocos y por suerte yo me incluía entre
ellos.

Por ser Francia el país de la libertad, y tratarse de la industria de la moda,


imponer un uniforme en la oficina no era muy viable, pero todos sabíamos
cuál era el código: vestirse de negro ó con prendas de Givenchy. Siempre
me ha gustado jugar el juego, siendo muy observadora y cuidando cada
paso, pero sin perder mi espontaneidad. Sabía que si iba al Showroom
debía estar siempre bien presentada por si llegaba alguna visita especial o
comprador, eso sirvió para que nunca me quitaran el acceso y qué suerte,
porque ahí pasaron muchos de mis momentos de ensueño y experiencias
que uno no cree que le puedan pasar.

El showroom está ubicado en un edificio espectacular en la esquina de la


Avenue Montaigne. Por un lado mira directamente a la Torre Eiffel sin
interferencias, salvo en verano cuando los arboles frondosos decoran la
imagen. Por el otro frente está el Teatro de Champs-Elysées y el
imponente Hotel Plaza Athénée. En el piso tres exactamente es Givenchy.
Una espectacular escalera de piedra y mármol, con baranda en hierro
forjado negro, al mejor estilo francés lleva directo a la imponente puerta
negra con la placa dorada que lee GIVENCHY en mayúscula y brillante.

Los primeros días perdía el aliento al entrar, no lo puedo negar. Era


intimidante, emocionante y sobretodo increíble para mi pensar que estaba
ahí. Después ya era costumbre ir al showroom, pero honestamente nunca
lo di por sentado, siempre sabía lo afortunada que era.

Del otro lado de la puerta negra se exhibía la magia. La entrada era un


pasillo largo y ancho con paredes inmaculadamente blancas y piso de
madera natural, “parquet espina de pescado”, tallado e instalado a mano.
Un trabajo artesanal perfecto.

En frente de la entrada, en ese largo pasillo estaba la recepción, igual que


todas las recepciones en la oficina, era un escritorio compacto de mármol
y madera negra con letras doradas, todo era impecable.

El gran salón de exhibición quedaba detrás de la recepción, era un espacio


rectangular de unos 300 metros cuadrados, con ventanas francesas del
piso al techo, una pared de espejos y un balcón sobre la Torre Eiffel. Este
espacio se adecuaba colección a colección según las necesidades: durante
las ventas tenía una instalación de mesas y racks, mientras durante los
desfiles privados, y atenciones especiales funcionaba con dos grandes
salas en cuero negro y metal cromado. La otra mitad del espacio, cruzando
el pasillo de entrada, eran oficinas, cocina, espacios para fotos y una parte
del archivo.
El lugar era silencioso, refinado, y con el particular olor de las velas Figuier
de Dyptique que decoraban y perfumaban todos los espacios de la oficina,
se sentía casi como un museo. Era un poco frío y gótico moderno, a la
imagen de Riccardo Tisci.

Mi trabajo oscilaba en gran parte entre el estudio de diseño y el


showroom, teníamos piezas limitadas de cada muestra y en muchas
ocasiones las compartíamos con el departamento comercial y la prensa,
que se instalaban precisamente en el showroom.

En ese entonces producíamos dos sets de colección, es decir, dos


muestras de cada referencia, una para uso interno y uno para uso de la
prensa, préstamos a estrellas, revistas, VIPs, etc. Debíamos trabajar en
equipo y para ello yo necesitaba ir al menos tres veces por semana al
showroom, a veces iba por muestras ó en ocasiones iba para comparar las
muestras originales con las primeras contra muestras de producción y
validar la fidelidad de los colores, tamaños, materiales, etc.

Un día llegué al showroom en busca de una camiseta, me acuerdo que era


febrero, el recepcionista me saludó como cualquier otro día, tenía que
medir dos camisetas para verificar el fit antes de validar la tabla de
medidas de producción. Entré al gran salón donde estaba la colección
exhibida y vi que había una persona viendo las prendas, me quité el abrigo
y empecé a trabajar.

Usualmente cuando había clientes o VIPs en el showroom, siempre


estaban acompañados, o al menos había una mesa servida con café y Coca
Cola zero, pero esa vez no había nada, entonces asumí que la persona en el
showroom conmigo era un empleado, o quizás un diseñador. Él estaba de
espaldas, vestido de negro y con una camiseta de Givenchy (¡nuestro
uniforme!), de hecho teníamos puesta los dos la misma camiseta ese día,
cosa que era habitual en la oficina, así que seguí con mi labor pensando
que era alguien de otro departamento, o alguien nuevo. Él se volteó, lo
saludé, le sonreí y seguí.

Después de ver que yo no le hablaba, él se acercó a mi y me preguntó si yo


estaba ahí para la cita del fitting, le dije que no, que de seguro ya venían.
Seguí buscando la camiseta que necesitaba, y él al darse cuenta que no lo
reconocí me empezó a preguntar de mi trabajo y de cómo era trabajar con
“Ricky”, como llamaban sus amigos a Riccardo Tisci.

Hablé con él unos minutos, incluso tomé de sus manos una prenda que él
estaba viendo y que yo necesitaba, empaqué las prendas y salí. Cuando
pasé por la recepción le dije a Romain, el encargado del showroom que
había una persona esperando a alguien para una cita de un fitting en el
gran salón. Entró y salió pálido, me dijo ¡Es Kanye West! Había entrado por
el ascensor de servicio, seguramente para no ser reconocido, yo seguía sin
saber quién era, tomé mis bolsas y salí mientras Romain empezó a llamar
frenéticamente al equipo que tenía cita con él.

¡Conocí a Kanye West sin saber que era Kanye West! A mis 20 años, no
sabía de la existencia del rapero, ni su nombre me sonaba conocido.
Después de eso, me juré poner más cuidado cada que iba al showroom,
pero sin éxito. Me cruce a Peter Dundas que se estaba midiendo un traje y
le dije que si no le importaba me lo tenia que llevar porque lo necesitaba
para un fitting y después a Pedro Almodovar que se estaba midiendo en la
sala VIP un pantalón para una premier lo hice esperar por una muestra. La
farándula y la discreción nunca fueron aliados míos, pero han hecho
historias divertidas de contar y sobre todo, experiencias; hasta las estrellas
y artistas son humanos como nosotros y a veces solo aprecian ser tratados
como tal, sin interés, sin excesivo respeto, solo como personas normales.

El encuentro más emocionante de todos los que tuve en el showroom


fue con Hubert de Givenchy, el fundador de la Casa. Él no iba de seguido a
la oficina, era consultado en temas particulares de imagen, pero no tenía
participación real en los procesos.

Exactamente el 4 de septiembre de 2014 Monsieur de Givenchy estaba en


el showroom en una sesión de fotos para un proyecto especial de archivo.
Normalmente estas situaciones se manejaban de manera muy privada y
nadie en la Casa sabía que él vendría. Llegó directo al Showroom y estaba
en uno de los salones de atrás, un espacio de fotos, preparándose para su
sesión.

Ese día yo llegué al showroom de urgencia porque necesitaba enviar una


pieza de la colección a uno de nuestros talleres como muestra para el
lanzamiento de una prenda VIP, tomé el traje del showroom y me fui a las
oficinas de atrás para hacer la remisión de salida en préstamo y
empacarlo.

(Mi oficina quedaba a dos cuadras del showroom, pero siempre


llevábamos prendas y materiales de un lugar a otro y por temas de imagen,
todas las prendas debían ser transportadas empacadas y no a la vista.
Debíamos ser lo más privados posible con las piezas y la información).

Abrí la puerta de la oficina donde estaban las bolsas y donde siempre


preparaba mis prendas y ahí estaba él. Me demoré dos segundos en
reaccionar. Contrario al caso con Kanye, sabía perfectamente quien era él
y tenía perfectamente claro en la cabeza mi entrenamiento para tratar con
VIPs, pero una cosa es una persona famosa de Hollywood o un cantante, y
otra es ver a uno de los únicos grandes modistos de antaño que quedaban
vivos, un genio creativo, el que vistió a Audrey y a Katherine Hepburn, el
que creó la Bettina blouse, que vivía por sus clientes y que drapeaba de
manera perfecta sus creaciones, mi ídolo.

En dos segundos más, reaccioné, me disculpé y cuando estaba cerrando la


puerta, escuché en el francés más perfecto y delicado:

“Buenas tardes, ¿quién eres?, ¿para dónde vas?”.

Mi corazón se detuvo por unos segundos más, respiré volví a abrir la


puerta y en mi mejor francés le respondí, “disculpe Monsieur, me
equivoqué de salón, no sabía que estaba aquí”. Entré a la oficina, colgué el
traje en el rack y me acerqué a saludarlo formalmente, me dijo que llevaba
10 minutos esperado a la persona que lo iba a preparar para la sesión de
fotos. Me contó que la casa había cambiado mucho desde que él se fue,
pero que estaba muy contento que se mantuviera la ubicación inicial.
Entre su acento, entonación y tempo perfecto al hablar, su imponente
presencia, aún a su edad y sus ojos brillantes, yo estaba hipnotizada. No
podía creer que eso me estaba pasando a mí.

Mientras aterrizaba mi mente, escuché una tímida carcajada, él estaba


viendo una foto de la campaña de las camisetas de rotweillers de Givenchy
que teníamos en esa oficina y bromeó que en su época él tenía labradores,
de los cuales todavía habían fotos en el taller de alta costura porque eran
las mascotas de la oficina, pero que la Casa era más severa ahora; creo que
él conoció en ese momento mi sonrisa más genuina cargada de amor,
admiración y respeto.

En ese instante entró la encarada de heritage (patrimonio), me miró con


asombro y no entendió porqué yo estaba ahí. Le conté, se rió y me invitó a
quedarme un poco más. Fue realmente un momento mágico. Vivir en
carne propia una parte de la historia de esta industria que me apasiona.
Me erizo y se me arruga el corazón de solo acordarme. 6 años después y el
recuerdo sigue vívido en mi cabeza. Monsieur de Givenchy falleció 4 años
después de mi encuentro con él, pero esa tarde será por siempre uno de
los recuerdos profesionales más lindos y dulces que tenga.

Después tuve otros encuentros que fortalecieron mis valores, y algunas


aventuras que me enseñaron varios trucos de costura, aunque el que
nunca olvidaré es el traje sobre medida de LeBron James, con un largo de
pantalón de 130 cm (un hombre muy alto usa hasta 109 cm de largo).
Para mi lo más importante de todas las aventuras y experiencias, es y ha
sido capitalizar aprendizajes para la vida, no solo de mis compañeros de
trabajo, mentores y los equipos, sino de todas las personas que se cruzan
por los caminos.

“Con humildad y sencillez las puertas se abren solas, tanto


para nosotros los mortales, como para los famosos”.
Septiembre 28, 2014. Givenchy era una empresa pequeña, una marca
grande pero con una estructura reducida detrás. En el departamento de
hombre éramos los 18, y en la división de mujer debían ser una cuarentena
de personas.

Usualmente cada BU, (Business Unit) ó unidad de negocios, es decir,


hombre, mujer, accesorios y Alta costura, manejaba sus colecciones
separadamente pero en los desfiles de seguido debíamos colaborar pues
siempre habían algunos looks de mujer en los desfiles de hombre y
viceversa.

En el otoño del 2014, en medio de la preparación para la presentación de


Spring Summer 15, el equipo de desarrollo de productos de Givenchy
mujer, llamó a mi jefa en busca de ayuda para desarrollar un proyecto
especial: chaquetas en cueros exóticos, una cápsula de lujo con piezas que
rondaban los 80.000 euros en valor cada una. Naturalmente mi jefa aceptó
y durante un mes alternamos nuestro trabajo en el departamento de
hombre, con el desarrollo de las cinco piezas especiales para mujer.
“Siempre me consideré una persona fría, de hecho todavía lo
hago. Mis amigos y colegas de trabajo no me creían cuando
decía que era colombiana, que era Latina por que ‘no me
veía latina’ o porque ‘mi color de piel no era latino’, y para
acabar ‘mi actitud tampoco lo era’, estigmas. Vengo de una
familia con un origen étnico y cultural muy variado; mi
familia materna es de Polonia, Rusia y Alemania, mientras
por el lado paterno vienen de Europa mediterránea y
Colombia, donde nací y crecí. Por si las dudas hace poco me
hice el test de ADN para revelar mis ancestros y
efectivamente soy un 8% colombiana, en mi cabeza a esa
cifra le falta un 0, porque mi amor por este país, sin
importar si encajo o no en los estereotipos, es 100% real. Pero
más allá de todo esto, hay algo muy latino, muy colombiano,
muy de mi casa que sí tengo muy marcado en mi y que me
abrió las puertas de los lugares más secretos y complejos de
París, algo que nos hace únicos a los nacidos en este lado del
mundo: una sonrisa honesta, un interés genuino en la gente y
la amabilidad”.

Hasta este entonces, solo había trabajado con los talleres parisinos
de Givenchy hombre, aquí es importante aclarar que las grandes casas de
moda tienen aliados, no todo es hecho in-house o en talleres propios.
Nosotros por ejemplo teníamos un pequeño taller con tres máquinas en la
oficina para muestras rápidas y retoques, pero realmente hacíamos las
muestras directamente con nuestros fabricantes en Francia, Italia,
Portugal y Turquía, usualmente era prohibido ingresar prendas de mujer u
hombre al taller de Alta costura, algo que agregaba una capa más de estrés
al episodio del pantalón aquel.

Durante los desfiles reforzábamos nuestros aliados con talleres de alta


moda en París, según las necesidades. Habían dos específicamente que
eran mi adoración; Jean Pascal Montaigne que trabaja los cueros y las
pieles como nadie y Mr. Smith, el mejor sastre inglés que he conocido en
mi vida. Ambos hombres en sus 50 ó 60 años, con talleres pequeños y un
equipo altamente capacitado, tenían fama de ser muy estrictos y
complicados para trabajar, pero por cosas del destino, por mi latinidad, mi
edad ó simplemente por fortuna, hicieron clic conmigo, siempre me
ayudaban a solucionar todo lo que necesitaba, aún si eso implicaba dejar
de lado una línea entera de producción de Dior para ingresar una de
nuestras prendas, ó incluso, retrasar un pedido urgente de uniformes de
Louis Vuitton para el desfile final de Marc Jacobs en Louis Vuitton, eso
pasó. Ese gigante favor me lo hicieron. Mis ‘contactos’ adorados eran
especializados en sastrería y pieles para hombre, no tenía contactos en los
talleres de mujer, pero debo admitir que fue un proceso y un reto
fascinante, empezar nuevamente desde cero.

A tres semanas del desfile, me reuní con Luccia, la mano derecha de


Riccardo, quien me explicó el proyecto, me dio los bocetos y las gracias.
Ella es una de esas personas a las que no se les puede molestar con
preguntas insignificantes como ¿para cuándo lo necesitas? ó ¿tienes algún
taller que me recomiendes? Eso lo debía solucionar yo.

Hice unas cuantas llamadas hasta que un contacto me dio un dato,


Madame Pelluse, el secreto mejor guardado de Hermès, una señora de 83
años con magia en los dedos y una forma única de trabajar el cuero, ella
era la única que me podía ayudar con mi tarea. La llamé, me dio cita, fui a
su taller, que en realidad era su casa y le conté del proyecto. Antes de
terminar de hablar me dijo NO, firme y rotundamente, no tengo tiempo.

En eso se paró de la mesa para abrir la puerta, era el equipo de Dior que
llegaba con dos bolsas llenas de pieles para hacer una piezas especiales del
desfile que era 2 días antes que el nuestro.

No sabía qué hacer, cómo la iba a convencer, cómo conquistar a este


personaje que tenía cuatro veces mi edad, 10 veces mi astucia y al menos
100 veces mi conocimiento de la industria.

Esperé con paciencia, sin sacar el celular, sin ser irrespetuosa, sin
interrumpir y sin mirar lo que estaba haciendo ella con el equipo de Dior.
Cuando se fueron, unos 40 minutos después, me miró y me dijo, ‘te dije
que no te puedo ayudar’. De la nada, llegó a la oficina una persona del
equipo de ella, vio la piel que yo tenía en mi bolsa y la inspeccionó, él miró
a Madame Pelluse con ojos de asombro, ella revisó la piel y aceptó el reto,
‘UNA sola prenda te puedo hacer’, salté de la silla, la abracé, le dejé toda la
información y salí con una sonrisa de oreja a oreja. No sabía cómo iba a
hacer las otras cuatro, pero aseguré la más importante.

Esa misma tarde, Madame Pelluse me llamó, necesitaba que fuera a su


taller porque tenía unas dudas de montaje y acabados, agarré mis cosas y
salí de la oficina dirección al taller, en el camino pasé por un mercado
orgánico que estaba vendiendo pollos campesinos, con un letrero grande
‘receta de la campaña francesa’, paré y compré varias cosas, pollo con
papas, unas botellas de agua, una ensalada grande, algunas frutas y
nueces. Llegué a la casa de Madame Pelluse y antes de que me pudiera
mostrar los cortes, le pregunté ¿Ya comieron? me miró con asombro. Me
excusé, entré hasta la cocina, dejé las bolsas y empecé a organizar la mesa
para servirles comida.

Eran las ocho de la noche, llevaban ella y su equipo trabajando desde las 7
de la mañana sin parar, sin comer más que picadas. El resto es historia.
Comimos todos juntos y trabajamos toda la noche, salí del taller a la 1 de la
mañana, feliz después de haber hecho un curso intenso en pieles, montaje
y corte, y lo más importante, con el contrato firmado por las 4 prendas que
faltaban, eso sí con el compromiso que yo les ayudaría a hacerlo porque les
faltaban manos.

Con ella aprendí a hacer moldería para cuero, a cortar las pieles sobre
mármol, pero no sin antes dejarlas reposar y aclimatarse.

Fue un proceso fascinante, después de dos semanas de trabajo arduo,


compartiendo mi tiempo entre la oficina, la validación de las muestras de
pre-producción de la pre-colección de hombre y el taller de Madame
Pelluse.
Llegó el día del desfile, todas las piezas que nos habían encargado a
nosotras estaban ya en sus looks impecables, pero habían tres piezas
faltantes, tres piezas que eran responsabilidad de otro equipo y que
estaban en camino del aeropuerto al lugar del show porque acababan de
llegar de Italia.

Los nervios y el estrés se podían cortar con tijeras en el ambiente del


backstage. Las modelos estaban en proceso de maquillaje y peinado,
mientras nosotros, conscientes de la situación sabíamos que tres de esas
modelos no tendrían prendas qué desfilar.

Una de las modelos cuyo look no había llegado era Cara Delevingne, gran
personalidad en la industria de la moda actualmente y más en ese
entonces. No ‘sacar’ a Cara en el desfile no era una opción, pero los looks
ya habían sido arreglados y acoplados al cuerpo de cada modelo y sobre
todo los zapatos. Los cambios no eran muy posibles en ese momento, pues
aunque todas las modelos son la misma talla, las piezas son casi hechas a la
medida.

Exactamente cinco minutos antes de empezar, cuando ya las luces se


habían vuelto tenues, los acomodadores instalaban en el público a los
últimos invitados y las modelos estaban formadas, llegó la moto. Las
modelos se vistieron en tiempo récord y todo siguió como si nada.

Cara desfiló su look tal y como estaba previsto, llevaba un vestido blanco
de encajes y bordados con un forro en seda brillante. Cuando ella volvió al
backstage después de su salida, entró rápido y se formó inmediatamente
para la pasada final con todas las modelos, la gran finale que antecedía el
saludo de Riccardo al público, pero cuando volvió a entrar, gritaba e
imploraba que le quitaran el vestido. Al ponérselo, en el afán, el cierre
había pisado un poco del encaje y estaba atascado, no abría. En medio de
la desesperación y de los gritos de ayuda, cogí mi tijera de costura y con
cuidado, logré abrir el cierre en dos. Cuando le quité el vestido, Cara tenía
todo el cuerpo rojo y con ronchas.

Después de unos años en la industria ya sabía reconocer un problema de


pH ó acidez en la tela, cogí un pañito húmedo, le eché un poquito de
desmaquillante (para regular el pH de la piel) y entre una asistente y yo le
pasamos los pañitos por todo el cuerpo. En cinco minutos estaba como si
nada, agradecida y tranquila, como nunca antes la había visto.

Esa noche pudimos haber cortado el vestido, pero hubiéramos perdido


una muestra, tampoco podía hacerla esperar a ella más tiempo con la
picazón que había soportado durante más de 15 minutos, sabía que el
cierre era la parte más fácil de reponer entonces pasé la tijera por entre
los dientes del cierre invisible y el mundo siguió girando.

Las modelos alrededor miraban asombradas, pero ese es el efecto de una


tela con pH muy bajo en una piel sensible. Ese día todas aprendieron una
lección técnica del textil que no olvidarán. Y yo, aprendí a guardar la
calma, aún frente a una top model con alergia, inquieta y desesperada,
bajo la mirada de sus amigas de la talla de Kendall Jenner y Rose
Huntington Whiteley.

La industria de la moda está llena de imprevistos, pero el valor de un buen


equipo está en la reacción, en jugársela realmente todo por el todo, cada
presentación, cada desfile, cada exhibición de tienda, cada foto en una
página web o en redes es una ficha del gran rompecabezas que es una
marca, todo cuenta, nada puede ser tomado con poca importancia y esa es
la necesidad de mantener a los equipos motivados y conectados con la
marca. Equipos balanceados, funcionales y unidos. Y sobre todo
conservando la sonrisa y la amabilidad latina que nadie me quitará en esta
vida, ni por que solo sea 8% colombiana, ni porque esté con Madame
Pelluse, con Cara, Kendall ó Rosie.

Como ritual mi jefa y yo teníamos la costumbre de salir a comer, solas


las dos después de los desfiles; una buena cena, buen vino, y después una
pasada rápida por el after party del desfile antes de irnos a dormir. El
cuerpo no daba para más. En la cena, le conté lo que había pasado con los
vestidos y con Cara, porque ella ese día estaba en el público, y se rió, me
dijo que si seguía dañando los vestidos no me iban a volver a invitar a los
desfiles de mujer.

Al día siguiente llegué a la oficina y me encontré un ramo de 70 rosas


blancas en mi escritorio con una nota del puño y letra de Riccardo que
decía GRAZIE T, y lo único que podía pensar era ¿gracias? Gracias le tenía
que dar yo a él, a Luccia, a mi jefa, al equipo de Givenchy mujer que confió
sus piezas en mi, a Madame Pelluse por su ayuda y por sus enseñanzas, no
podía creer que ese fuera mi trabajo. Aprender, conocer gente increíble,
crear sin límites y encima de todo recibir flores y las gracias.
En otro de esos giros espectaculares del destino coincidí con Kenzo
Takada (el creador de la marca Kenzo) en Colombiamoda, precisamente
hace un año en 2019, porque en nuestro país también se cuenta la historia
antigua y moderna de la moda.

El modisto fue invitado a Medellín por Avon como parte de la promoción


de una nueva paleta de colores y fragancias. Yo en mi afán habitual no
había leído bien que él iba a estar en el evento cuando me enviaron el
comunicado de prensa sino que pensé que era solo la colección firmada
por él.

Colombiamoda en la mente de muchos es un evento de moda, donde todo


el mundo está bien vestido, como una pasarela eterna de tres días, llena de
modelos, personas bonitas y fashionistas. Para mí Colombiamoda es una
de las semanas de trabajo más intensas del año con días de 19 ó 20 horas y
ni un segundo que perder.

En el primer día de feria, llegué al que creo era el primer desfile de la


semana, me senté en mi asiento y estaba frenéticamente revisando mi
celular, los mensajes y los correos mientras empezaba el show, en un
momento alcé la cabeza para ver si ya estaba lleno el espacio, buscando
saber si ya iba a empezar el desfile, cuando lo vi a él, estaba sentado
exactamente en frente mio del otro lado de la pasarela.
En los parlantes repetían, ‘favor no caminar en la pasarela’, pero no pude
contenerme, me crucé la pasarela y fui a saludarlo, sin querer, lo puse en
evidencia, nadie lo había reconocido hasta que yo fui al ataque. Ahora me
arrepiento un poco.

Kenzo ha vivido toda su vida en Francia, por lo que el francés es su lengua


natural, el inglés no le gusta y su español es limitado a las frases de
cordialidad, saludar y despedirse.

Lo saludé, me tomé una foto con él, algo que jamás en la vida había hecho
con un famoso, y me regresé a mi asiento con el corazón que se me salía
de la emoción, porque así soy yo, la historia y los grandes creadores me
emocionan más que cualquier persona famosa del mundo.

Después del desfile fui a buscarlo y le pedí una entrevista para


FashionNetwork, me preguntó si iba a ir a su charla, claramente no sabía
que él iba a hacer una charla pero mentí, le dije que sí y nos fuimos
caminando y hablando juntos con su asistente hacia el edificio del evento.
Empecé cordial, con las preguntas que necesitaba para mi artículo,
hablando sobre su colaboración con Avon y su paso por Colombia, pero
después no me pude resistir a preguntarle cómo era realmente el París de
los años 60, si era igual de maravilloso que lo que decían o si era un
espejismo.

“Era mejor de lo que cualquier libro pueda escribir”, fue lo


que me dijo, y era justo lo que esperaba escuchar.
Seguimos hablando y decidí preguntarle por su relación de amistad con
Yves Saint Laurent, aunque me confesó que era más cercano a Pierre
(Pierre Bergé, el compañero de vida de Yves Saint Laurent), todos en
primer nombre, porque claro, ¡eran amigos! Kenzo me confirmó las
inseguridades de Saint Laurent, su sed de perfección y su sufrimiento ante
los errores.

“Una vez estábamos en Marruecos con unos amigos y nos


invitaron a comer a la casa de Yves y Pierre, el cocinero se
enfermó y fue Yves quien preparó todo. La casa estaba
perfectamente arreglada, flores, jarrones, todo impecable, y a
la hora de servir, Yves nos dijo que mejor saliéramos a
comer. El miedo que todo no fuera perfecto no lo dejaba ser.
Dejamos toda la comida en la casa y nos fuimos a un
restaurante”, relató Kenzo en un audio que por fortuna tengo
grabado preciosamente.

Siempre me ha gustado leer las biografías de los diseñadores, es como una


manía o una fijación, nunca lo sabré. De las vidas que más me han
impactando han sido la de Donna Karan y la de Yves Saint Laurent, quizás
porque son las más cercanas, las más humanas, por eso cuando Kenzo me
contaba las historias, con las que juntos desde el auditorio de Plaza Mayor
en Medellín nos transportamos al Marruecos de los años 60, el mundo a
mi alrededor se congeló. Yo estaba en éxtasis.
Cuando llegué a Marrakech la primera vez, exactamente dos años
antes de conocer a Kenzo y después de haberme leído todos los libros de
Pierre Bergé e Yves Saint Laurent, entendí con solo atravesar las puertas
del aeropuerto lo que ellos describían en todos sus escritos.

El país de los contrastes, de las mezclas, de la nostalgia y la esperanza,


respirar Marrakech es un éxtasis cultural empañado por una tristeza
inexplicable que se desdobla en un sentimiento que enamora.

A Yves Saint Laurent lo sentía cercano, por alguna razón, y después de


años de admiración entendí por qué. Él también, gravitaba entre dos
mundos, el mundo de la moda y el mundo real. Por su familia y su
compañero de vida, estuvo siempre ligado a los negocios, a los números,
era un costurero aterrizado, sensato, sin excesos en sus decisiones,
precursor del ready to wear, pero su cabeza era una mente creativa.

La dualidad en mi opinión es inviable, siempre hay un lado que es más


fuerte y al que le debemos dar más cabida, pero él no lo logró y
desafortunadamente vivió una vida de angustias, lejana, pero con la que
todos los creativos se pueden relacionar en algún momento.

Las experiencias no siempre son positivas o felices, pero siempre nos


dejan enseñanzas. Los aprendizajes no vienen solo de la imitación y la
admiración, sino también de la capacidad que tenemos como seres
humanos de aprender de los caminos, pasos, errores y fortalezas de los
demás. Desde chiquita siempre mis papás me inculcaron una frase, “el
pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla”, y siento, ahora
que miro atrás, que esta puede ser una de las razones por las que me
apasiona tanto la historia moderna de la moda, más allá de los desarrollos,
las creaciones y las colecciones, me apasiona y me intrigan las personas
que construyeron ese pasado en el cual nos paramos hoy en día como un
trampolín hacia el futuro.

No necesité viajar, ni estar en la ciudad luz, Nueva York o Londres para


conocer un parte de ese pasado que me intriga y me hace vibrar desde
siempre, el París de Yves y Karl. Merci Monsieur Kenzo y Colombiamoda,
por permitirme completar un rompecabezas que no sabía tenía una pieza
faltante. Jamás me imaginé conocer a Kenzo, mucho menos sentarme a
hablar con él. No sabía que era amigo personal tan cercano de Saint
Laurent y nunca pensé verlo en Colombia, pero eso fue lo mejor, el
destino.
Con Nueva York tengo una relación de amor y odio, es el epicentro de la
nueva generación de diseñadores, es la casa de Studio 57, y el catalizador
de los períodos dorados de Londres y París, mezclado exquisitamente con
la influencia de Wall Street, es la capital de la moda como negocio.

En el imaginario, es la ciudad perfecta para mi, pero en la práctica, no era


lo suficientemente romántica y pura para ganarse mi corazón. Además de
mis prácticas en Kaufman Franco, la ciudad me regaló a Donna Karan y a
Francisco Costa, dos encuentros absolutamente inesperados y que
humanizaron la industria en un momento de mi vida donde me parecía
muy cruel.

Nueva York es agitado, es competitivo, las personas compiten entre ellas,


es una competencia de marcas pero también de humanos, quién es más
que el otro, quién tiene más contactos que el otro, quién vacaciona dónde,
quién llegará más lejos y quién sale en ‘page 6’. Donna Karan y Francisco
Costa no eran así.

A Donna la conocí en un evento religioso, ella estaba sentada dos


filas adelante de mi y en un impulso que hoy catalogo como una locura, fui
a saludarla, sin conocerla, después de un ayuno de 24 horas, el día más
importante en nuestra religión. Me presenté, me dio su correo, le dije que
me encantaría trabajar con ella, me dijo que le escribiera y se despidió
cordialmente.

Nunca le escribí, quizás mi yo interno sabía que si trabajaba con ella no iba
a ser capaz de dejarla y me quedaría estática, cohibiéndome a mí misma de
las experiencias que viví. Ella es la personificación de mi estética. Su forma
de ser, de crear, su carácter, sus colores, su lógica, todo resonaba conmigo,
pero nunca tuve el honor de trabajar con ella. Después leí su autobiografía
y entendí que no estaba en las cartas del destino que se cruzaran nuestros
caminos. La Donna con la que yo soñaba era la diseñadora de los años 90,
no la mujer de los 2010.
Varios años después de aquel verano en Nueva York que cambiaría
mi vida para siempre, regresé a la gran manzana por unos días y quise ver
al equipo de latinos que me había acogido en Kaufman, José, María y Belcy.
Para ese entonces, José estaba trabajando con Zac Posen, Belcy seguía en
Kaufman y María estaba trabajando en Calvin Klein, bajo la dirección
directa de Francisco Costa, en el taller de desarrollo.

Al día siguiente de nuestro encuentro, María me invitó a almorzar


con ella porque quería presentarme a otras personas del equipo, me hizo
subir a la oficina y ahí estaba el magnífico diseñador brasileño, con una
paz y un ambiente tan tranquilo que no parecía Nueva York, en ese
momento estaban planeando la apertura de una nueva línea y una tienda.
Aunque no tuve la oportunidad de hablar mucho con él, ver el ambiente de
trabajo que manejaba en Calvin Klein, era satisfacción suficiente para
entender que no todas las marcas estadounidenses debían ser
‘descartadas’ en el universo creativo y pertenecer únicamente a los
negocios, sino que los puntos medios existían, él era romántico en su arte
y muy calculador con la perfección de sus diseños, me regresó la paz.

En París las cosas eran diferentes, la ciudad era más grande pero
parecía una aldea, cerca de las casas de moda giraba el universo entero. No
conocí el ‘otro París’, sino hasta que dejé de vivir allá pues mi vida
transcurría entre los tres o cuatro barrios donde pasa la acción, nuestra
acción, desde las casas de moda, hasta los barrios enteros de insumos y
telas, mi amado Sentier.

Bastaba con ir a Colette en un viernes en la tarde y con un poco de suerte


se podía ver a Karl haciendo sus compras. O pasar por el afamado café La
Perla o Café Marly para ver a unas cuantas personalidades de la industria.
Durante Fashion Week los bares y clubes más tradicionales como Silencio y
Le Baron estaban llenos de estrellas y con entrada libre, pero eso si, el
‘bouncer’ en la entrada tenía mejor gusto que un stylist de moda y decidía
según los looks quien entraba y quien no.

París respira moda, respira a la industria en una forma en la que solo París
puede hacerlo, desde los presidentes, los financieros y los inversionistas,
hasta los creativos y sus equipos, la industria está viva en la ciudad luz, se
ve en las calles, se respira en el ambiente, tanto así que una noche, al salir
de la oficina pedí un taxi para irme a mi casa, y me recogió un conductor
muy querido y bien hablado, en la mitad del camino empezó a ponerme
conversación, preguntándome si trabajaba en Givenchy y si me gustaba la
moda, para luego confesarme que él fue el asistente personal y chofer de
John Galliano en sus días de Dior, me contó sobre cómo eran sus días y
cómo al mejor estilo de Miranda Priestley en el Diablo se viste de Prada, él
le enviaba mensajes de texto a las otras asistentes y al equipo cuando ya se
estaban acercando a la oficina.

Para este punto ya es claro que una de mis actividades favoritas es indagar,
conocer historias y vivir por medio de las personas esta industria que me
vibra desde lo más profundo de mi ser. Y por eso, amaba hablar con las
personas del aseo en la oficina, Asma y Josué, una pareja de esposos
portugueses que había hecho una pequeña fortuna limpiando las oficinas
de las casas de moda en París.

Como me gustaba trabajar hasta tarde en la soledad de la oficina para


avanzar con los archivos y reportes, a veces salía a las 8 o 9 de la noche y
aprovechaba para hablar con ellos. Ellos iban todos los días a Givenchy y
limpiaban todos los espacios para que al día siguiente encontráramos todo
impecable; también limpiaban Dior, Saint Laurent y Balenciaga, pues en
aquel entonces las cuatro oficinas quedaban en un radio de 5 cuadradas.

Asma y Josué, me contaron que tenían un pequeño pavilion, algo así como
un mini palacio en Asnières, una localidad fronteriza con París donde se
instaló en su momento Louis Vuitton con su primera fábrica. Ahí ellos
criaron a sus hijos que eran mayores que yo y para ese entonces vivían uno
en Portugal y el otro en Londres, siendo profesionales y con importantes
cargos en empresas de desarrollo inmobiliario y finanzas. Ellos seguían
limpiando oficinas con la frente en alto. Limpiaban desde las 5 de la tarde
hasta las 12 de la noche y tenían todos los días libres para disfrutar la vida
que habían construido, además como ya habían constituido una empresa,
su paga era muy buena, mejor de lo que muchos se imaginarían.

Esta pareja de portugueses adorables, me regalaban de vez en cuando


unos 10 minutos de su tiempo, mientras limpiaban la oficina en medio de
mis interminables revistas, dibujos, muestras de telas, archivos, prendas
de vestir e hilos, y me contaban como eran las oficinas de las otras casas,
los espacios, la decoración, y sobre todo los talleres de costura. Siempre
me decían que ninguno era tan lindo como el de Givenchy, pero el estudio
de creación de Balenciaga era el más organizado de las cuatro. Las oficinas
de Dior eran sin duda las más lujosas y los pisos antiguos de Saint Laurent
se llevaban los elogios, sobre todo después de la llegada de Hedi Slimane.

Para la gente normal esta información era irrelevante, cuando yo le


contaba a mis asistentes lo que me habían dicho Asma y Josué, se reían y
no entendían mi fijación con los espacios, con las oficinas y la gente, no
entendían el privilegio que tenían de estar ahí. No sabían que ese
momento, también pasaría a la historia, con o sin ellas y que esas casas de
moda, esas oficinas, que hoy ya no se encuentran en ese lugar, son
historia, son los recintos donde Stefano Pilati, Nicolás Ghesquière,
Alexander Wang, John Galliano, Riccardo Tisci y Hedi Slimane hicieron sus
aportes a la moda de los años 2010 y más, donde crearon, donde nacieron
las colecciones, donde murió y renació como el Ave Fénix la Alta Costura
de Givenchy, las blusas de Balenciaga, la renovación de Dior y el cambio de
nombre de Yves Saint Laurent a Saint Laurent.
Un día le pregunté a mi jefa, por qué yo, por qué me contrató a mi, y
me dijo, ‘porque tus ojos brillaban apenas entraste a la oficina, estaban
inquietos, mirabas todo y para todos lados, eras curiosa’. La hoja de vida es
importante, los idiomas son un plus muy grande, los estudios y la
experiencia son una combinación ganadora, pero candidatos calificados
hay muchos. Así como las marcas deben tener claro su ADN y esa mezcla
que las hace únicas, los seres humanos, los profesionales, todos tenemos
una combinación que nos hace únicos en el ámbito laboral y la debemos
identificar. No basta con ir a las mejores escuelas, haber trabajado en las
mejores casas y hablar una cantidad de idiomas. La personalidad es una
pieza clave para saber si encajas o no en la maquinaria perfecta en la que
quieres entrar que sea en París, Nueva York, Medellín o donde el destino te
lleve.

Me encanta ser colombiana, ser latina, ser una mezcla de todo, no cumplir
con los estereotipos latinos pero si tener esa esencia dentro de mi, porque
contrario a lo que nos hacen creer, ser latino no cierra puertas, las abre.

De los errores se aprende, con paciencia. Los errores son grandes tesoros
que debemos guardar en nuestras hojas de vida personales en nuestra
biblioteca de experiencias, porque sin ellos, estaríamos dejando de lado
una parte importante de la vida. Tener mentores, ser curioso, poner
atención al mundo que pasa alrededor nuestro y sobre todo ser agradecido
con las experiencias, es lo que yo llamaría ‘la receta’, pero no del éxito,
porque esa palabra tiene una definición muy diferente para cada persona,
la receta de unas buenas bases, de una buena formación, el primer escalón
para entrar, mantenerse y disfrutar de esta industria.
Manual de moda
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