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Registro 1-2020-92453
Ese día le regalé a la moda mis primeras lágrimas, hasta este punto, mi
trabajo en Hermès y mis pasantías habían estado muy separadas del estrés
real de la industria, y a decir verdad en el colegio de moda nunca lloré, tal y
como dijo Drew Elliott, la universidad de moda es un período de
descubrimiento y experimento y la disfruté al máximo. Ese día, mi primer
día de pasantía en Nueva York, a la hora del almuerzo frustrada,
sintiéndome la persona más incapaz del planeta, corrí al Central Park, que
estaba a dos cuadras de la oficina a llorar en una banca del parque
mirando la piedra en la que Charlotte se tomó las fotos de compromiso
con Trey MacDougal en Sex and the city. 15 minutos para recobrar la
compostura y volver al trabajo.
Nueva York era muy diferente que la industria en Francia, donde las
personas eran más importantes y más sencillas, pero como todo en la vida
es estrategia, aprendí, me adapté y para el final del verano, tenía
completamente dominado el arte “finge hasta que lo logres”. Aprendí el
montaje de los showrooms y la organización, al punto que terminé
enseñándole a las nuevas pasantes qué hacer y qué no, para evitar
desastres universales como el de comprar Splenda en lugar de Sweet and
low.
Un día llegué a la oficina feliz con mis dos bandejas de café, cuando José
me dijo - “Sube a donde los jefes, deja el café y vienes rápido, tengo algo
para ti”, así hice, más rápido que rápido llegué a donde él con los ojos
saltones de la curiosidad. José sacó una carpeta negra de su maleta y me la
dio, me dijo - “es para tí, guárdalos”, la abrí con mucho cuidado y adentro
estaban doce bocetos de Oscar de la Renta, trazados por él mismo, todos
firmados, e impecablemente terminados, fue un momento único. Tener un
pedacito de magia en mis manos, un pedacito de historia, de genialidad.
Esos bocetos han sobrevivido a más de 5 trasteos, han vivido en tres
continentes, y siguen vivos, cuidadosamente guardados en el archivo de
mi oficina, quizás algún día los enmarcaré.
En octubre de ese mismo año, volví a trabajar con KF, porque así los
primeros días hubieran sido duros, ese verano fue uno de los mejores de
mi vida, esta vez el trabajo era en París, en el showroom propio de ventas
después de la semana de la moda, en donde fui ascendida de pasante a
coordinadora del showroom y mano derecha de la vicepresidente de la
empresa.
Los dos primeros días del showroom fueron un sueño, para empezar, los
diseñadores habían alquilado un apartamento dentro de un hotel de 6
estrellas (sí, existen), en Trocadero, la plaza justo en frente de la Torre
Eiffel, dónde teníamos la vista más encantadora de todo París: una línea de
árboles sin hojas, propios del otoño, daban paso a la maravillosa Torre
Eiffel que nos deleitaba cada hora desde las 7 hasta las 12 de la noche con
sus destellos.
‘Oscar’ como lo llamaban mis jefes era un amigo cercano a ellos, tanto así
que cuando me vio en el restaurante privado del hotel, me preguntó si yo
era una “Kaufman girl”, por mi forma de vestir, con piezas de la marca de
pies a cabeza. Ese día solo estábamos los dos en el restaurante porque al
parecer, la gente prefiere dormir que comer, pero ese no era mi caso, al
menos no en fashion week, y cuando me preguntó “are you a Kaufman
girl”, le respondí en español con una sonrisa nerviosa; vi sus ojos brillar
con asombro por mi respuesta en español. Mi latinidad, mi origen y mi
idioma, me dieron el ticket para desayunar con este genio de la moda,
pupilo ni más ni menos que de Cristóbal Balenciaga. Naturalmente lo dejé
hablar, el leía su periódico, algo que disfrutaba mucho, igual que yo, pero
en un momento, no me aguanté y le conté la historia de los bocetos que
tenía de él y se rió, era tan sencillo y tan impecable que la fama jamás se le
subió a la cabeza. Con mi curiosidad comiéndome por dentro le pregunté
cómo había sido aprender de un genio como Cristóbal y me respondió:
Yo trabajaba en frente del taller de Alta Costura y para ese entonces ya era
muy familiar con el equipo, tenía carta blanca para entrar y usar algunas
de las máquinas, porque ya había pasado mi período de prueba, confianza
y entrenamiento. Esa noche, el jefe comercial fue a mi oficina a pedirme
un favor, pues a uno de los pantalones que debía viajar a Milán se le había
dañado el dobladillo y necesitaba ser arreglado, todos sabían que yo me
escapaba de seguido a la Alta Costura y que tenía acceso al taller, por eso
naturalmente acudió a mi. Era un pantalón de traje en una lana ligera, gris
claro medianamente entubado y con dobladillo guarda polvo. En la
lavandería sin querer habían perdido el quiebre de la pierna y por ende la
forma del dobadillo.
Hablé con él unos minutos, incluso tomé de sus manos una prenda que él
estaba viendo y que yo necesitaba, empaqué las prendas y salí. Cuando
pasé por la recepción le dije a Romain, el encargado del showroom que
había una persona esperando a alguien para una cita de un fitting en el
gran salón. Entró y salió pálido, me dijo ¡Es Kanye West! Había entrado por
el ascensor de servicio, seguramente para no ser reconocido, yo seguía sin
saber quién era, tomé mis bolsas y salí mientras Romain empezó a llamar
frenéticamente al equipo que tenía cita con él.
¡Conocí a Kanye West sin saber que era Kanye West! A mis 20 años, no
sabía de la existencia del rapero, ni su nombre me sonaba conocido.
Después de eso, me juré poner más cuidado cada que iba al showroom,
pero sin éxito. Me cruce a Peter Dundas que se estaba midiendo un traje y
le dije que si no le importaba me lo tenia que llevar porque lo necesitaba
para un fitting y después a Pedro Almodovar que se estaba midiendo en la
sala VIP un pantalón para una premier lo hice esperar por una muestra. La
farándula y la discreción nunca fueron aliados míos, pero han hecho
historias divertidas de contar y sobre todo, experiencias; hasta las estrellas
y artistas son humanos como nosotros y a veces solo aprecian ser tratados
como tal, sin interés, sin excesivo respeto, solo como personas normales.
Hasta este entonces, solo había trabajado con los talleres parisinos
de Givenchy hombre, aquí es importante aclarar que las grandes casas de
moda tienen aliados, no todo es hecho in-house o en talleres propios.
Nosotros por ejemplo teníamos un pequeño taller con tres máquinas en la
oficina para muestras rápidas y retoques, pero realmente hacíamos las
muestras directamente con nuestros fabricantes en Francia, Italia,
Portugal y Turquía, usualmente era prohibido ingresar prendas de mujer u
hombre al taller de Alta costura, algo que agregaba una capa más de estrés
al episodio del pantalón aquel.
En eso se paró de la mesa para abrir la puerta, era el equipo de Dior que
llegaba con dos bolsas llenas de pieles para hacer una piezas especiales del
desfile que era 2 días antes que el nuestro.
Esperé con paciencia, sin sacar el celular, sin ser irrespetuosa, sin
interrumpir y sin mirar lo que estaba haciendo ella con el equipo de Dior.
Cuando se fueron, unos 40 minutos después, me miró y me dijo, ‘te dije
que no te puedo ayudar’. De la nada, llegó a la oficina una persona del
equipo de ella, vio la piel que yo tenía en mi bolsa y la inspeccionó, él miró
a Madame Pelluse con ojos de asombro, ella revisó la piel y aceptó el reto,
‘UNA sola prenda te puedo hacer’, salté de la silla, la abracé, le dejé toda la
información y salí con una sonrisa de oreja a oreja. No sabía cómo iba a
hacer las otras cuatro, pero aseguré la más importante.
Eran las ocho de la noche, llevaban ella y su equipo trabajando desde las 7
de la mañana sin parar, sin comer más que picadas. El resto es historia.
Comimos todos juntos y trabajamos toda la noche, salí del taller a la 1 de la
mañana, feliz después de haber hecho un curso intenso en pieles, montaje
y corte, y lo más importante, con el contrato firmado por las 4 prendas que
faltaban, eso sí con el compromiso que yo les ayudaría a hacerlo porque les
faltaban manos.
Con ella aprendí a hacer moldería para cuero, a cortar las pieles sobre
mármol, pero no sin antes dejarlas reposar y aclimatarse.
Una de las modelos cuyo look no había llegado era Cara Delevingne, gran
personalidad en la industria de la moda actualmente y más en ese
entonces. No ‘sacar’ a Cara en el desfile no era una opción, pero los looks
ya habían sido arreglados y acoplados al cuerpo de cada modelo y sobre
todo los zapatos. Los cambios no eran muy posibles en ese momento, pues
aunque todas las modelos son la misma talla, las piezas son casi hechas a la
medida.
Cara desfiló su look tal y como estaba previsto, llevaba un vestido blanco
de encajes y bordados con un forro en seda brillante. Cuando ella volvió al
backstage después de su salida, entró rápido y se formó inmediatamente
para la pasada final con todas las modelos, la gran finale que antecedía el
saludo de Riccardo al público, pero cuando volvió a entrar, gritaba e
imploraba que le quitaran el vestido. Al ponérselo, en el afán, el cierre
había pisado un poco del encaje y estaba atascado, no abría. En medio de
la desesperación y de los gritos de ayuda, cogí mi tijera de costura y con
cuidado, logré abrir el cierre en dos. Cuando le quité el vestido, Cara tenía
todo el cuerpo rojo y con ronchas.
Lo saludé, me tomé una foto con él, algo que jamás en la vida había hecho
con un famoso, y me regresé a mi asiento con el corazón que se me salía
de la emoción, porque así soy yo, la historia y los grandes creadores me
emocionan más que cualquier persona famosa del mundo.
Nunca le escribí, quizás mi yo interno sabía que si trabajaba con ella no iba
a ser capaz de dejarla y me quedaría estática, cohibiéndome a mí misma de
las experiencias que viví. Ella es la personificación de mi estética. Su forma
de ser, de crear, su carácter, sus colores, su lógica, todo resonaba conmigo,
pero nunca tuve el honor de trabajar con ella. Después leí su autobiografía
y entendí que no estaba en las cartas del destino que se cruzaran nuestros
caminos. La Donna con la que yo soñaba era la diseñadora de los años 90,
no la mujer de los 2010.
Varios años después de aquel verano en Nueva York que cambiaría
mi vida para siempre, regresé a la gran manzana por unos días y quise ver
al equipo de latinos que me había acogido en Kaufman, José, María y Belcy.
Para ese entonces, José estaba trabajando con Zac Posen, Belcy seguía en
Kaufman y María estaba trabajando en Calvin Klein, bajo la dirección
directa de Francisco Costa, en el taller de desarrollo.
En París las cosas eran diferentes, la ciudad era más grande pero
parecía una aldea, cerca de las casas de moda giraba el universo entero. No
conocí el ‘otro París’, sino hasta que dejé de vivir allá pues mi vida
transcurría entre los tres o cuatro barrios donde pasa la acción, nuestra
acción, desde las casas de moda, hasta los barrios enteros de insumos y
telas, mi amado Sentier.
París respira moda, respira a la industria en una forma en la que solo París
puede hacerlo, desde los presidentes, los financieros y los inversionistas,
hasta los creativos y sus equipos, la industria está viva en la ciudad luz, se
ve en las calles, se respira en el ambiente, tanto así que una noche, al salir
de la oficina pedí un taxi para irme a mi casa, y me recogió un conductor
muy querido y bien hablado, en la mitad del camino empezó a ponerme
conversación, preguntándome si trabajaba en Givenchy y si me gustaba la
moda, para luego confesarme que él fue el asistente personal y chofer de
John Galliano en sus días de Dior, me contó sobre cómo eran sus días y
cómo al mejor estilo de Miranda Priestley en el Diablo se viste de Prada, él
le enviaba mensajes de texto a las otras asistentes y al equipo cuando ya se
estaban acercando a la oficina.
Para este punto ya es claro que una de mis actividades favoritas es indagar,
conocer historias y vivir por medio de las personas esta industria que me
vibra desde lo más profundo de mi ser. Y por eso, amaba hablar con las
personas del aseo en la oficina, Asma y Josué, una pareja de esposos
portugueses que había hecho una pequeña fortuna limpiando las oficinas
de las casas de moda en París.
Asma y Josué, me contaron que tenían un pequeño pavilion, algo así como
un mini palacio en Asnières, una localidad fronteriza con París donde se
instaló en su momento Louis Vuitton con su primera fábrica. Ahí ellos
criaron a sus hijos que eran mayores que yo y para ese entonces vivían uno
en Portugal y el otro en Londres, siendo profesionales y con importantes
cargos en empresas de desarrollo inmobiliario y finanzas. Ellos seguían
limpiando oficinas con la frente en alto. Limpiaban desde las 5 de la tarde
hasta las 12 de la noche y tenían todos los días libres para disfrutar la vida
que habían construido, además como ya habían constituido una empresa,
su paga era muy buena, mejor de lo que muchos se imaginarían.
Me encanta ser colombiana, ser latina, ser una mezcla de todo, no cumplir
con los estereotipos latinos pero si tener esa esencia dentro de mi, porque
contrario a lo que nos hacen creer, ser latino no cierra puertas, las abre.
De los errores se aprende, con paciencia. Los errores son grandes tesoros
que debemos guardar en nuestras hojas de vida personales en nuestra
biblioteca de experiencias, porque sin ellos, estaríamos dejando de lado
una parte importante de la vida. Tener mentores, ser curioso, poner
atención al mundo que pasa alrededor nuestro y sobre todo ser agradecido
con las experiencias, es lo que yo llamaría ‘la receta’, pero no del éxito,
porque esa palabra tiene una definición muy diferente para cada persona,
la receta de unas buenas bases, de una buena formación, el primer escalón
para entrar, mantenerse y disfrutar de esta industria.
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