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O EL ANARQUISMO HUMANISTA
[ An arq u is m o e n P D F]
Publicación original: Editorial Anthropos, 1990
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En otro sentido tal vez no m enos im portante, pero un
tanto m enos evidente a prim era vista, resulta esta obra de
todavía m ayor interés. En los tiem pos postm odernos que
corren, que, de acuerdo con todos los indicios, em piezan ya
a ser post-postmodernos, resulta reconfortante y refrescan-
te, después del largo paréntesis, la parálisis escéptico-
desencantada, una vuelta a las raíces de la creatividad y el
encantam iento, un salto atrás para coger carrerilla y saltar
valientem ente hacia delante. «Prefiero soñar», había decla-
rado Mella, «que vivir una realidad que m e abruma». Tal vez
esta invitación al «sueño», a la «ilusión», no suponga que
seam os «ilusorios» sino ilusionados, simplem ente porque
«soñando la libertad» efectivam ente la hacem os m ás posible
y m ás próxim a.
Por supuesto que la inocencia perdida no puede ser recu-
perada. En este im portante sentido entre Mella y nosotros
m edia un abismo. No sólo no hay verdades redondas y sin
fisuras, como Mella adelantó, sino ni siquiera esperanza de
realizar libertades, am ordazadas y am enazadas desde todos
los frentes. Con todo, la apuesta desesperada, si cabe, por la
libertad no es sin em bargo un gesto inútil, aunque descon-
fiem os del logro, aunque tem am os que la conjunción liber-
tad-igualdad-solidaridad no pueda ser realidad nunca ni en
el presente ni en el futuro, por el hecho sencillo y solam ente
paradójico en apariencia de que la libertad se consigue, al
m enos parcialm ente, reclam ando la libertad, que así se crea,
recrea, y revitaliza proclam ándola.
Cuando Austin escribió hace ahora ya unos cuantos años
How to do Things w ith W ords (Cóm o hacer cosas con pala-
bras) puso en evidencia de m anera sagaz la fuerza creadora
e institucionalizadora de la palabra. Por lo dem ás, ya el viejo
sofista Gorgias se había percatado de los poderes incontro-
lables de la voz hum ana. Proclam ar la libertad, se podría
decir, es de alguna m anera constatar su ausencia, como la
sombra contrasta la luz evidenciando su falta. Proclam ar la
libertad es reclam arla, aclam arla, atraerla, traerla... Creer en
la libertad es crear la libertad (parafraseando algún aserto de
Unam uno en otro contexto).
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En el caso de R ICARDO M ELLA O EL ANARQUISMO
HUMANISTA la llam ada a la libertad por parte del libertario
gallego, como por parte de su estudioso y paisano contem -
poráneo Antón Fernández, opera a modo de conjuro para la
creación de la libertad. Una libertad sin fisuras, sin lím ites,
que quiere devolver al hom bre su protagonism o, haciéndolo
tan espontáneo y feliz com o perm itan las fuerzas de la natu-
raleza y los esfuerzos hum anos inteligentes para superar los
obstáculos tanto naturales como artificiales.
Pocas veces en la historia del pensam iento se había lleva-
do a cabo un derroche tan singular para atraer hacia el hom -
bre todos los bienes m ateriales y m orales: igualdad, libertad,
solidaridad, supresión de todo tipo de autoritarismos, ya
provengan directam ente del Estado, ya lo hagan de institu-
ciones m ás o m enos «dem ocráticas». Cada hom bre, y en
esto coincidirá el anarquism o de Mella con gran parte de las
éticas contem poráneas inspiradas en Kant, posee una digni-
dad singular que ningún tipo de intereses distintos sum ados
y conjuntados pudiera superar en im portancia.
Cada hombre es único, irrepetible, de valor incalculable,
con todo el derecho del m undo a gobernarse autónom am en-
te, sin la ayuda de dioses o sabios, reyes o normas, institu-
ciones o «m ayorías» que puedan im pedirle su total desarro-
llo, su satisfacción personal total e íntegra.
En una m ultitud de aspectos Mella adelanta posiciones
que hoy en día encuentran respaldo tanto en la psicología
del desarrollo m oral como en la filosofía. El hombre se desa-
rrolla, o debe desarrollarse cuando m enos, de morales hete-
rónom as hacia una m oral autónom a, en donde elige, solida-
riam ente con los otros, como apunta Piaget, com o m atiza
Haberm as completando los estadios 5 y 6 de Kohlberg, un
tipo de vida al m argen de las tutelas ancestrales, los m iedos
al castigo, a la represión, a la desaprobación de las autorida-
des o del grupo.
Por lo dem ás, com o se indica en R ICARDO M ELLA O
EL ANARQUISMO HUMANISTA, Spencer fue un im portan-
te inspirador de la utopía libertaria. La creencia en el pro-
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greso de la hum anidad, que Spencer hacía em anar del puro
desarrollo biológico como respuesta de adaptación a la vida
en sociedad, aparece nuevam ente en Mella m ás m atizada y
precisada, de modo que evolución y revolución coincidan, y
los esfuerzos de la naturaleza y la voluntad del hom bre se
aúnen para conseguir la concordia y la superación de ten-
siones entre solidaridad-libertad, e igualdad-autonom ía.
Cuando las trom petas un tanto apocalípticas de la postmo-
dernidad anuncian el final de todas las reconciliaciones es-
peradas a lo largo de los tiempos m odernos, cuando el es-
cepticismo y el nihilismo provenientes del no
cognoscitivismo ético quieren sum irnos en la perplejidad, y
en una fofa tolerancia en la que todo vale por igual, la gene-
rosidad y la m aleficencia, la autenticidad y el acom odo a las
circunstancias, la lucha por cam biar las estructuras y hacer-
las m ás justas y la «prudente» perm anencia y acoplam iento
al establishm ent, obras como la de Haberm as o Kohlberg,
por una parte, Baier o Nielsen, por otra, Warnock o Hare, en
m uchos otros sentidos, siguen alertándonos para que no
desalentem os en la lucha y el sueño de convertir al hom bre
en un anim al si acaso no racional pero al m enos razonador y
razonable. La lucha y el sueño de adaptar las estructuras y
las instituciones a los anhelos y deseos hum anos, y no a la
inversa.
Otro, nada desdeñable, supuesto, sueño o propósito de
Ricardo Mella, era utilizar el m étodo «científico», por decir-
lo laxam ente, para averiguar a través del estudio de la natu-
raleza hum ana sus necesidades y prioridades.
Por supuesto que puede parecernos excesivam ente, inge-
nuo, o incluso «falaz» un em peño tan pretencioso. Se dice, y
no sin falta de razón, que no sólo del es no se deriva el debe,
sino como agudam ente apunta Rubert de Ventós, m uchas
veces es del debe, o de nuestro sistem a de preferencias mo-
rales, de nuestros postulados axiológicos, de donde preten-
dem os derivar el es, anunciando y proclam ando una supues-
ta «naturaleza» hum ana que se acom ode a lo que desde
nuestros presupuestos valorativos deseam os que la «natura-
leza» sea. En cualquier caso, y con las debidas precauciones,
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no puede sim plificarse o m onopolizarse la relación es/ debe
en un solo sentido. Habría que hablar m ás bien de un siste-
m a de retroalim entación por el que preferimos m oralm ente
de acuerdo con los «hechos», y contemplam os los «hechos»
de acuerdo con lo que preferim os. El es configura el debe y el
debe configura el es. Pero en algún sentido hay unos datos
prim eros relativos a nuestro propio ser aquí en m edio de los
hombres, un «m ínim o derecho natural», por decirlo con
Hart, que hace conveniente y ajustado no perder de vista la
hum ana naturaleza o la hum ana condición.
En cualquier caso, m e gustaría añadir, que aunque, por
hipótesis, ninguno de los razonam ientos de Ricardo Mella
fuese vindicable, en sentido evidente y claro, aunque ningu-
na de sus afirm aciones relativas a la naturaleza fuese «cien-
tíficam ente» confirm able, contrastable o verificable, aunque
ningún tipo de argum entación lógica viniese en nuestra ayu-
da para presentar como plausibles sus afirm aciones, con
todo, y a pesar de todo, la obra de Ricardo Mella seguiría
siendo un ejercicio espléndido de libertad, singular y estim u-
lante.
Tal vez las arm onías deseadas/ deseables no sean sino
quim eras. Las relaciones entre los hombres, una lucha fra-
tricida inacabable. Posiblem ente Hobbes estaba m ás cerca
de la realidad, cuando narraba el supuesto estado de natura-
leza regido por los derechos naturales a la agresión y la rapi-
ña. En un punto, sin em bargo, se entrecruzan las líneas de la
concepción pesim ista de la naturaleza hum ana, ya iniciada
en el Protágoras de Platón y reform ulada m odernam ente
por Hobbes, y la concepción optim ista del hombre «natural»
que Ricardo Mella asum e. La diké, la justicia, y el sentido
m oral, que Herm es por orden de Zeus entregó a los hom -
bres, en el m ito platónico recogido en el Protágoras, pueden
llevar a cabo la reconciliación, de m odo que para Hobbes, se
consiga el pacto que garantice la convivencia arm ónica, de
m odo, para Ricardo Mella, que m ediante la «coacción m o-
ral» los hombres se unan con lazos de am istad que hagan
superfluas y nocivas las leyes y norm as no morales.
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No hace falta señalar las fuertes discrepancias entre la
concepción pesim ista y la concepción optimista de la natura-
leza hum ana. Para Hobbes los pactos sin la espada «no son
sino palabras», de donde deviene necesaria una absoluta
autoridad que imponga comprom isos por la fuerza. Para
Mella y la concepción optimista, m agníficam ente represen-
tada por Godwin, en el siglo XVIII, el poder no sólo no es
preciso para garantizar la m oral, sino que es precisam ente el
obstáculo para la realización de la libertad y la solidaridad
hum anas. No sólo, com o Russell m antiene, el Estado, o
cualquier tipo de gobierno, es un inevitable m al, sino que es
m al, evitable, y por añadidura es el m al por antonom asia. La
ley convierte a los hom bres en seres despersonalizados, los
anula m oralm ente, reduciéndolos a la condición de loros
parlantes que repiten las consignas recibidas, com o había
adelantado Godwin, pionero de las ideas libertarias. Todo
tipo de gobierno, de norm a im puesta, de autoridad, repetirá
y complem entará Mella, incluso la em anada de la «sobera-
nía popular» se convierten en enem igos m ortales del hom -
bre en cuanto individuo. Es cierto que se dan am bigüedades
y algunas contradicciones en La ley del núm ero de Ricardo
Mella, com o condenar al Parlam ento burgués por no repre-
sentar la voluntad real de las m ayorías, para concluir, incon-
sistentem ente, que las m ayorías no pueden decretar lo justo
y lo verdadero. Mas, si m iram os m ás allá de las aparentes
inconsistencias, encontrarem os que la crítica m ordaz de
Mella no carece de sentido, y que resulta apropiada. Ni po-
dem os ser gobernados por «delegación» de poder, que nos
convierte en m udos asistentes a una representación que
sim plem ente perm itimos m ás o m enos pasivam ente, ni pue-
de depender nuestro futuro, ni nuestras creencias, ni m u-
chos bienes culturales, morales, y de otra índole de lo que las
m ayorías decidan. Com o en buena m edida Godwin ya había
adelantado, la m ayoría no puede decidir acerca de lo benéfi-
co y lo dañino, lo bueno y lo m alo, lo justo y lo injusto, lo
verdadero y lo falaz. Ningún conjunto de hombres, como
expresam ente m anifiesta Godwin, puede decidir que en oca-
siones la sum a de dos más dos tenga com o resultado dieci-
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séis. Ningún grupo de hom bres, podríam os agregar, puede
decidir que la esclavitud es un bien, la enferm edad una ben-
dición, el ultraje y la calum nia favores.
Existe en Godwin, como en Mella, com o en tantos otros
pensadores de inclinaciones diversas que com parten un m í-
nim o «naturalism o» en com ún, la creencia de que hay ver-
dades decretadas por la propia condición y las necesidades
derivadas de seres humanos y sociales que no pueden ser
discutidas ni refutadas ni en el parlam ento ni en ningún otro
lugar. Verdades que tienen un cierto carácter perm anente, al
m enos tan perm anente com o la hum ana condición. Y esto es
así, y hasta tal punto, que sólo los deseos de cada hombre,
formulados desde la ilustración y la im parcialidad, pueden
ser el m etro, la m edida, en cuestiones morales. Mill llega a
afirm ar al respecto que un supuesto dictador benévolo, justo
e ilustrado, sería una peste, que es el hombre individual el
que tiene que hacerse «hum ano», desarrollarse moralm ente,
autogobernándose, aunque ello le lleve al error, y coseche
algún tipo de infortunio. Pues el infortunio mayor que le
cabe soportar a un hombre es carecer de elem entos y posibi-
lidades para juzgar y autolegislar. No sólo es preferible, co-
m o se dice en El utilitarism o, «Ser un Sócrates insatisfecho
que un necio insatisfecho», sino que tam bién, com o se perfi-
la en Sobre la libertad, es igualm ente preferible ser «un
hombre libre insatisfecho, que un hombre som etido satisfe-
cho».
Libertad y felicidad son una y la m ism a cosa, o cuando
m enos compañeros de cam ino durante largos tram os. Pero
la libertad no sería m ás que una palabra vacía si significase
m eram ente «hacer lo que uno quiere», o para decirlo m ás
exactam ente «hacer lo que uno cree querer», que no suele
ser sino precisam ente lo que «a uno le han hecho querer».
Es preciso, para que la libertad com ience, que los dogm as
religiosos y políticos se acaben, y que su lugar sea ocupado
por la observación de los hom bres, la vida, las necesidades
propias y ajenas, y el discernim iento racional. Anarquismo
sin etiquetas, libertad sin dogm as, resum en la filosofía m o-
ral y política de Ricardo Mella. Ni Dios ni am o, ni siquiera
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«am os» plurales constituidos «dem ocráticam ente». El diá-
logo entre hom bres iguales basta, el pacto libertario asum i-
do librem ente entre individuos, renovable y cuestionable, es
suficiente. Cada uno se asocia com o quiere y con quien quie-
re y no se precisa ningún tipo de reglam entación para llevar
a cabo nuestras transacciones. Ni cám ara alta, ni delegacio-
nes ni representantes. El hom bre se presenta, no se repre-
senta.
La libertad im plica, positivam ente, no sólo que nos libe-
ren de las cadenas, rejas y m ordazas, sino que nos permitan
elaborar nuestro plan de vida, elaborar nuestras norm as
conform e a nuestras actitudes, deseos y ensueños. Que nos
dejen creer en nuestras propias posibilidades, que nos per-
m itan hacernos de tal modo que podam os disfrutar los goces
inefables de la autoestima.
Hay supuestos optim istas en Mella que tal vez no se acer-
can dem asiado a la realidad. En su «Nueva Utopía» existe la
abundancia de bienes que perm ite la cordialidad y la solida-
ridad sin lím ites. Frente a Platón, son áureas todas las al-
m as, todos los hom bres som os oro, todos filósofos-reyes,
autores de nuestras norm as, defensores y paladines de nues-
tra libertad y dignidad. Sólo la podredum bre que em anara
de la m iseria, la pobreza, la injusta apropiación de bienes, el
privilegio, la escasez de bienes m ateriales, culturales y m ora-
les, han impedido hasta ahora que la «nueva Utopía» sea
realidad. Sólo la insolidaridad, el dogm atism o y la ignoran-
cia obstruyen el libre desarrollo de todos los hombres.
Positivam ente considerada, la libertad im plica una esen-
cial igualdad natural, que ha de ser respetada distribuyendo
riquezas y bienes de m odo que todos puedan resultar benefi-
ciados. Subyace también en Mella el presupuesto optim ista
de una sy m patheia natural prácticam ente ilim itada, que se
alarga y se potencia m ediante un proceso adecuado de edu-
cación moral, de tal m odo que se haga perfectam ente posible
reconciliar lo que desde otras perspectivas resulta im pensa-
ble: igualdad y libertad, autonom ía y solidaridad. Por su-
puesto que igualdad, libertad, autonom ía y solidaridad son
cuatro nombres difíciles, cuatro palabras un tanto am biguas,
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un m ucho vagas, si bien en el contexto de la obra de Mella
tiene contornos definidos y una m eta concreta y com ún:
acrecentar la espontaneidad de nuestras relaciones m utuas,
hacernos dueños de nuestros propios destinos, señores de
nuestras tierras, nuestras vidas, nuestros pensamientos.
«Prefiero soñar», nos había dicho Mella, como com enté.
Muchos de nosotros repitiendo su consigna «preferimos
soñar», aun cuando nuestro tiempo y nuestra circunstancia
nos hagan m ás conscientes de que el sueño es un sueño, de
lo que Ricardo Mella era, o quería ser. Com o se cita en R I-
CARDO M ELLA O EL ANARQUISMO HUMANISTA, tanto
Pi como Mella habían insistido en que «la utopía de hoy es la
verdad del m añana». Nosotros m ás desfallecidam ente, en
los lím ites casi de la postm odernidad, tendríamos que decir
únicam ente que la utopía de hoy pueda ay udarnos a contar
con una utopía m añana. No nos importa dem asiado cuándo
y cóm o la utopía se torna en realidad. Es un bien en sí m is-
m a, porque cuando es un acicate, un m otor de creatividad e
inconform ismo genera cam bios, por pequeños y tím idos,
lentos y espaciosos que sean.
Contar con ilusiones, tener la m oral alta, son bienes de-
m asiado preciosos, que no guardan relación con expectati-
vas reales respecto al futuro. «Obra com o si la máxim a de tu
conducta hubiera de convertirse en ley universal» es una
versión plausible del im perativo categórico kantiano, que
podríamos todavía modificar de modo conveniente para que
llegase a rezar: «Vive com o si tu utopía fuese a convertirse
en norm a universal, no porque vay a a serlo» de m odo que
recogiese en clave post-postmoderna el ideario anarquista
hum anista del libertario vigués al que Antón Fernández ha
dado voz y prestancia en una obra tan clara, elaborada y
lúcida com o el propio Mella hubiera podido desear.
ESPERANZA GUISÁN
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CAPÍTULO I
PEQUEÑA CRONOLOGÍA
DEL ANARCO-SINDICALISMO ESPAÑOL:
1861-1916
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m odo, supeditado y en función del recorrido y de la trayec-
toria del pensam iento del autor que nos ocupa.
Antes de em pezar con el m eollo de este capítulo quisiera
decir dos palabras sobre el porqué de las fechas en las que
em pezam os y finalizam os el capítulo que nos va a ocupar,
1861 y 1916, respectivamente. Por lo que a la fecha de 1861
se refiere, digam os que fue en tal año en el que nace Ricardo
Mella y, dentro del decurso histórico del obrerism o español,
es el año en el que se funda el Ateneo Catalán de la Clase
Obrera, asociación que tendrá una singular im portancia en
la trayectoria del m ovimiento obrero catalán hasta la funda-
ción de la Federación Regional Española (FRE), de la Aso-
ciación Internacional de los Trabajadores (AIT). Otro acon-
tecim iento acaecido en tal fecha y de singular im portancia
para el m ovimiento obrero español, fue el llam ado Levanta-
m iento de Loja, del que volverem os a hablar m ás adelante.
Por lo que a la fecha de 1916 se refiere, digamos que nos
llevó escogerla el hecho de que, después de la polém ica en-
tablada, con motivo de la prim era guerra m undial, entre
«aliadófilos» y «neutralistas» y con el triunfo de los últim os,
Ricardo Mella entra en un período de silencio y alejam iento
de la actividad de divulgación del anarquism o, silencio que
ya no tendría fin.
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1861. Nace en Vigo, el día 23 de abril, Ricardo Mella Cea,
hijo de un som brerero de profesión y «federalista» en idea-
les políticos.
Del día 27 de junio al día 7 de julio tiene lugar el Levan-
tam iento de Loja, movim iento revolucionario dirigido por el
veterinario Rafael Pérez del Álam o. 1 Los insurrectos, en cuyo
program a apelaban por el reparto de tierras, dom inaros la
zona durante los días señalados, sin que se les pueda atribuir
hechos violentos. Por el contrario la represión que le siguió
produjo varios fusilam ientos y m ás de 60 0 personas fueron
som etidas a consejo de guerra.
En este m ism o año, se funda el Ateneo Catalán de la Clase
Obrera.
1 Con relación a la fecha del Levantam iento de Loja, direm os que J uan
7 Podem os ver cóm o este pun to se orien ta directam ente contra la tesis
m arxista del establecim iento de la «dictadura del proletariado», aun
de form a provisional, para llegar a la sociedad com unista.
8 Texto recogido por J . Term es: ob. cit., pp. 167-168. Tam bién en J .
9 Digam os que el núcleo por el que em pieza a entrar, de form a tím ida,
el m arxism o en España es el del sem anario m adrileño La Em ancipa-
ción (1871-1873). Este sem anario fue, en su corta vida, la prim era
tribuna difusora del pensam iento m arxista en España. Así, en el m es
de noviem bre y diciem bre de 1872 publicó la prim era versión castella-
na de El m anifiesto com unista. Un año m ás tarde, en el m es de m ar-
zo, traduce partes de El Capital, de C. Marx. Para una m ayor inform a-
ción sobre la introducción del m arxism o en España, véase Pedro
Ribas: La introducción del m arxism o en España (1869-1939). Ensay o
bibliográfico, De la Torre, Madrid, 1981, pp. 13-28.
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por los partidarios de Carlos Marx y del autoritarismo co-
m unista.
La ideología anarquista ganaba a la m ayor parte de la
m asa obrera, y los líderes bakuninistas consiguieron expul-
sar de la Federación Local de Madrid al grupo marxista. Así,
la Nueva Federación Madrileña (de la que hablam os antes),
después de este Congreso de Córdoba, constituyó en Valen-
cia su Consejo Federal o, m ejor dicho, su Com isión Federal.
Desaparecido su portavoz, el diario La Em ancipación, y se-
parada de las m asas, la Nueva Federación Madrileña desa-
pareció rápidam ente. Por su parte, la FRE siguió luchando
algunos años m ás. No debem os olvidar que, después de la
crisis sufrida por la AIT entre los años 1871 y 1872 como
consecuencia de la escisión entre autoritarios y libertarios, la
única federación regional que consiguió aum entar num éri-
cam ente y desarrollar una m ayor actividad política y social
fue la Federación Regional Española.
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bre nosotros desde la proclam ación de la república burguesa
que durante la m onarquía del saboyano.
Víctim as som os ahora com o antes del desenfreno y de la ex-
plotación de los que viven del fruto de nuestro trabajo, de los
privilegiados que nadan en la abundancia sin trabajar, m ientras
nosotros, trabajando, m orim os en la m ás espantosa m iseria.
Para que esta injusticia desaparezca, es n ecesario que cese
la explotación del hom bre, es necesario que hagam os la LI-
QUIDACIÓN SOCIAL, para que todos trabajen y pueda cada
uno recibir el producto íntegro de su trabajo.
Nosotros, en nom bre de 3.0 0 0 internacionalistas, os lla-
m am os a cooperar a la obra com ún, a la em ancipación de los
trabajadores.
[…]
Nosotros esperam os que pediréis com o nosotros rebajas en
las horas de trabajo y aum ento de salario, porque nos m orim os
de m iseria y ham bre; que protestaréis, com o nosotros protes-
tam os, contra la explotación del hom bre por el hom bre... 10
12Para m ayor inform ación, ver Clara E. Lida: ob. cit., pp. 416 ss. (do-
cum entos H5 y 6). Tam bién J . Term es: ob. cit., pp. 276-285.
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Por otra parte, conviene que apuntemos aquí que si bien
es cierto que —en la m edida de lo posible, dadas las circuns-
tancias— durante el período de clandestinidad el m ovim ien-
to anarquista siguió de un m odo activo, también lo es —por
el contrario— que se produjo un desarrollo desigual del m o-
vim iento según las distintas regiones, diferenciación que
incidirá de form a definitiva en su desarrollo posterior.
Dado que en cada una de las regiones se da un desarrollo
desigual, económica y socialm ente hablando, el anarquismo
presentará caracteres distintos y distintas actitudes en su
m ilitancia en cada una de estas regiones. Así por ejemplo,
los grupos de la zona de Madrid, form ados por m ultitud de
oficios varios y, en general, poco unidos, se fueron inclinan-
do hacia actitudes m ás políticas. Surge así, en 1879, el inten-
to de crear un partido político obrero, intento que no cuajó
hasta el año 1888. 13
Por su parte y en lo que a Catalunya respecta, debem os
señalar que siguió, durante estos años, bajo el signo de una
creciente industrialización y m odernización económ ica, cir-
cunstancia que iría forjando una clara conciencia de clase en
su proletariado. Será, pues, aquí donde em pezará a desarro-
llarse un cierto m ovim iento sindicalista para hacer para ha-
cer frente al poderoso capitalismo catalán, y que culm inará
—com o luego verem os— con la fundación de una fuerte or-
ganización anarco-sindicalista a principios de 190 0 . Esta
tendencia anarco-sindicalista, aunque con poca fuerza y en
germ en aún, dirigida por Farga Pellicer, Llunas y Pujals,
será la que, en 1881, conseguirá destituir a la Com isión Fe-
deral de la FRE y reconstruir un nuevo movim iento obrero
de m asas, público y de clara ideología anarco-sindicalista.
Por el contrario, en lo que al sur se refiere, diremos que el
anarquism o seguirá m anteniendo tendencias favorables a la
«acción revolucionaria»: terrorismo, sabotaje y represalias.
Fue en el sur donde la situación m aterial del trabajador del
cam po siguió estancada durante m uchos años y, debido a las
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tar lo ya dicho, nos ayudarán a entender m ejor los cambios
que se van a producir en el anarquism o del nuevo siglo.
En lo referente a la últim a década del siglo XIX, es preci-
so decir que fueron estos años los que, de form a decisiva,
contribuyeron a fom entar la im agen distorsionada del anar-
quism o, haciéndolo equivalente al terrorism o y a la acción
violenta e irracional. La im agen del anarquista como la de
una persona desenraizada socialm ente, solitaria y, en cual-
quier m om ento, dispuesta a poner una bom ba o a asesinar a
alguien, se im puso a partir de entonces. 32
Adem ás de las acciones individuales que se extienden por
todos los lugares, en estos diez últimos años del XIX apenas
existe vida organizativa, aunque, en contraposición con lo
dicho, destaca una cierta vida intelectual dentro del m ovi-
m iento libertario español. Sin embargo, y aunque algunos de
los componentes característicos del anarquismo de fines de
siglo (en especial, los atentados) siguen durante algún tiem -
po y se recrudecen en los prim eros años del siglo XX, ya
desde 190 0 , la situación irá cambiando poco a poco; empie-
za a sentirse la necesidad de una organización, de volver a
contar con la base obrera.
Por otra parte, conviene aclarar que, durante estos años,
hubo una honda renovación de la m ilitancia. La m ayor parte
de los líderes de la I Internacional fueron desapareciendo o
apartándose del movim iento; así, Farga Pellicer m uere en
1890 ; J osé Llunas, en 1893; Anselm o Lorenzo, después de
su depuración en 1881, se vio apartado de la actuación direc-
ta en el m ovim iento y centró su actividad en la propaganda y
en las tareas editoriales. El propio Ricardo Mella, que había
intervenido ya en la FTRE, por sus diferencias con los anar-
co-com unistas y, sobre todo, con los partidarios de la violen-
cia indiscrim inada, tuvo que lim itarse a las publicaciones y a
la propaganda teórica del ideario anarquista. Y, en algún
m om ento de principios de siglo, como verem os, llegó a un
33 Apuntem os que fue Ricardo Mella quien con m ás insisten cia y dure-
37 Tal y com o nos dice M. Bookchin, en tre 190 2 y 190 9, el núm ero de
39 Digam os que entre los grupos que Lerroux controlaba estaban los
llam ados Jóv enes Bárbaros, que era el grupo form ado por la juventud
m enos estable de Barcelona, y que pronto se incorporó a la J uventud
Republicana Radical.
40 Aunque luego hablem os otra vez de su prim er período de silencio,
digam os que fue esta nueva oleada de terrorism o la que llevó a Mella a
alejarse de su trabajo en pro del anarquism o en estos prim eros años
del siglo XX.
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banda de pistoleros y por agentes provocadores, pagados por
la propia policía.
Pero, en el año 190 7, el m ovim iento obrero de Barcelona
ya se había recuperado como para celebrar un congreso lo-
cal, y así, en el m es de junio, una com isión de metalúrgicos,
tipógrafos, panaderos, pintores y dependientes, se juntaron
en la secretaría general del sindicato para establecer las ba-
ses de una federación m unicipal, federación que recibe el
nom bre de Solidaridad Obrera y que publica un periódico
con su mismo nombre (Solidaridad Obrera, agosto de
190 7). Solidaridad Obrera em pezó a desarrollarse poco a
poco y fue atrayendo a los obreros de las afueras de la Ciu-
dad Condal. Un año después de su fundación, en septiem bre
de 190 8, se transform ó en federación regional, abarcando
112 sindicatos de toda Cataluña y con un núm ero de 25.0 0 0
afiliados.
No tardó m ucho Solidaridad Obrera en estar bajo el con-
trol de los anarco-sindicalistas. Así, el 13 de junio de 190 9, el
congreso de la federación obrera votó, por unanim idad, la
táctica de huelga general, dependiendo de las circunstancias.
Advirtamos, sin embargo, que esta tendencia anarco-
sindicalista era vista con desconfianza por los anarco-
com unistas de Tierra y Libertad. Este pequeño grupo era lo
que quedaba de aquel extenso m ovim iento de la década de
los noventa. Los anarco-comunistas consideraban a los
anarco-sindicalistas com o desertores de las doctrinas que
habían ayudado a form ar la vieja organización anarquista de
la región española. Para este grupo, los anarco-sindicalistas
eran sim plem ente reform istas.
La nueva experiencia anarco-sindicalista pronto se vería
enredada en los dram áticos hechos de la Sem ana Trágica de
Barcelona. Para aum entar la intervención m ilitar española
en Marruecos, el Gobierno de Maura llam ó a los reservistas.
Tanto los socialistas com o los anarquistas empezaron una
protesta generalizada. En Barcelona, el em barque de las tro-
pas reservistas em pezó el día 11 de julio de 190 9 y anarquis-
tas y socialistas convocaron una huelga general para el 26 de
julio. Ese día, la huelga fue general y pacífica; pero, a partir
53
de aquí y tras la intervención del ejército y la proclam ación
del estado de sitio, la huelga se convirtió en una insurrección
popular, que afectó también a la com arca barcelonesa. La
insurrección no fue dom inada hasta los prim eros días del
m es de agosto. 41 Com o consecuencia de esta huelga general,
y durante los m eses de agosto, septiembre y octubre, el Go-
bierno de Maura desató una fuerte represión: se detuvo a
m il personas; hubo 175 desterrados, cinco condenados a
m uerte y ejecutados, y 59 cadenas perpetuas. Entre los eje-
cutados destacarem os a Francisco Ferrer i Guàrdia, al que se
acusaba de ser el jefe de la rebelión. Las repercusiones de la
Sem ana Trágica fueron de gran im portancia para el m ovi-
m iento obrero catalán, ya que m uchos de sus m ilitantes y
dirigentes tuvieron que exiliarse. Por otra parte, la dirección
del PSOE hizo fuerza para que los socialistas catalanes
abandonasen Solidaridad Obrera.
Por su parte, Solidaridad Obrera celebró un congreso en
octubre y noviembre de 1910 en el que se acordó la creación
de la llam ada Confederación Nacional del Trabajo (CNT). En
este congreso constitutivo de la CNT, celebrado en Barcelo-
na en el Palacio de Bellas Artes, estuvieron representadas
114 sociedades (de las cuales sólo 35 no eran catalanas). 42
Entre los acuerdos tom ados en tal congreso destacarem os la
propuesta de que el sindicalism o revolucionario había de ser
un m edio de lucha para hacer posible un cam bio revolucio-
nario y, com o consecuencia, lograr la dirección de la produc-
ción por los sindicatos. Se propuso, también, que la huelga
general no debía ser declarada para lograr un poco m ás de
jornal o una dism inución de las horas de trabajo. Tal huelga
debería ser revolucionaria y sólo tendría que integrarse
cuando se asegurase la paralización total de la producción de
41 Para ahondar en los acontecim ientos de la llam ada Sem ana Trágica
se puede consultar cualquier Historia de España que trate los años
que estam os com entando.
42 Para una inform ación m ás detallada del Congreso Fundacional de la
da por el sufrim iento que le produjo la división del m ovim iento anar-
quista español entre aliadófilos y neutralistas. Entre estos autores
citarem os a J . Góm ez Casas y a M. Bookchin.
57
CAPÍTULO II
DE LA PALABRA AL SILENCIO
Tenga siem pre en cuenta el obrero que todo lo que sea separar-
se de este cam ino es buscar su propia m uerte, es correr con insen-
satez y precipitación incom prensible hacia el suicidio.
……………………………………………………………………………………………….
Querem os que el obrero sea político, llevando en lo m ás sagra-
do de su conciencia estas palabra que, no por desconocer el nom -
bre de su autor, dejan de ser una profunda verdad:
«La política es la ciencia
de hacer felices a los pueblos.»
7 En Vladim iro Muñoz: Antología ácrata española, Barcelona, 1974,
p. 91.
8 Recogido por Federico Urales: ob. cit., pp. 114-115.
63
ésta, son las circunstancias que provocan tal viraje ideológi-
co en Mella. Hay que afirm ar, en este sentido, la clara in-
fluencia ejercida por diversos acontecim ientos biográficos,
aunque el autor no lo com ente.
Uno de estos acontecimientos tiene relación con la Revis-
ta Social. Un obrero responde a los puntos de vista del ar-
tículo de Mella sobre si debe o no ser político el obrero y lo
hace desde las páginas de la publicación m adrileña. Mella le
contesta pero, en opinión de J .A. Durán, lo hace sin verda-
dera convicción. Nuestro autor no deja de reconocer los ar-
gum entos contrarios: la política, ciertam ente, corrompe.
Mella parece verlo claro y, poco a poco, siguiendo la trayec-
toria del m ovim iento obrero español, se va apartando cada
vez m ás del m undo de la política, desencantado de sus m é-
todos.
Por otra parte, y en esto puede estar otra de las posibles
claves de su salto ideológico, su proceso por el caso Eldua-
yen seguía su curso. Y así, en el m es de abril de 1882, la Au-
diencia Territorial de La Coruña dicta sentencia contra nues-
tro personaje, una de las sentencias m ás duras dictadas
contra periodista o escritor e Galicia en los años que van de
la Restauración; sentencia, por otra parte, decididam ente
política en el sentido puro de la palabra. Interpuesta apela-
ción ante el Tribunal Supremo, Mella fue condenado defini-
tivam ente a tres años y siete m eses de destierro y a 20 0 pe-
setas de m ulta, condena que se hizo pública en el m es de
noviembre de 1882, 9 poco tiempo después de que Mella re-
1977, p. 149.
11 Anselm o Lorenzo: El proletariado m ilitante, Alianza, Madrid, 1974,
pp. 431-435.
12 Digam os que el verdadero fundador de la teoría del «Com unism o
67
organiza un certam en literario que conocem os con el nom -
bre de I Certam en Socialista. Este certam en había de cele-
brarse en el año 1883, pero había sido aplazado. Mella pre-
sentó, entre otras, la m em oria rechazada en Vigo y, esta vez,
el jurado le concedió un prem io. Adem ás de ser prem iado su
trabajo «El problem a de la em igración en Galicia», tam bién
lo fue el que lleva el título «Diferencias entre el com unismo
y el colectivism o». Sobre este segundo trabajo suyo escribe
Max Nettlau:
Discute el com un ism o puro y sim ple que, para él, es al co-
lectivism o com o el absoluto al progreso. El ideal es siem pre en
últim o lugar un lím ite extrem o que no se alcanzará jam ás; y así
la igualdad absoluta no puede ser nunca un principio aplicado
al presente; representa un fin, una aspiración , un ideal […]. 17
17 Ibíd., p. 30 2.
18 Ibíd., p. 30 5.
68
Sevilla, en opinión de Max Nettlau, donde se familiarizó con
las ideas de Tucker, a través de la lectura del Liberty , de
Boston,
En el año 1889, Mella participa en el II Certam en Socia-
lista, que los libertarios del grupo Once de Noviem bre de
Barcelona organizan en esta ciudad. Todos los trabajos de
Ricardo Mella fueron prem iados y aceptados para su poste-
rior publicación. Por estos años, adem ás de las publicaciones
que él m ism o funda, Mella tiene a su disposición toda la
prensa libertaria de importancia: La Anarquía y La Idea
Libre, de Madrid; El Corsario, de La Coruña; El Despertar,
de Brooklyn (Nueva York); Ciencia Social, de Buenos Aires;
L’Hum anité N ouvelle, de Bruselas; Acracia, de Barcelona,
etc.
En el año 1891, La Anarquía (Madrid) publica un artículo
de Mella titulado «Entre anarquistas (diálogos)». 19 En Sevi-
lla aparece tam bién otro trabajo de Mella que lleva el título
de «Sinopsis social: la anarquía, la federación y el colecti-
vismo».
Por este tiem po sabem os que Mella volvió a Vigo, por po-
co tiempo, en donde pronuncia una conferencia titulada
«Evolución y revolución». De ella nos dice su discípulo Pe-
dro Sierra que «se publicó en un sem anario republicano
federal, en Vigo, y, según com entarios, produjo adm iración y
vivo interés entre los elem entos liberales de aquella ciu-
dad». 20
268.
70
Madrid se edita, en 1894, el libro de César Lom broso Los
anarquistas, lleno de abundante desinform ación sobre el
anarquism o. Mella lo lee pronto y, en 1896, le replicará con
su trabajo titulado «Lombroso y los anarquistas». 23
Desde 1895 hasta 190 1, Mella fija su residencia en Gali-
cia, m ás concretam ente en Pontevedra y Vigo. Durante esta
estancia en Galicia le nacerán tres hijos (Raúl, Esperanza y
Urania). Es por estas fechas cuando se datan algunos de sus
trabajos m ás conocidos: adem ás del m encionado «Lombro-
so y los anarquistas», «La ley del núm ero. Contra el Parla-
m ento burgués» y «Del am or: m odo de acción y finalidad
social».
Cuando Ricardo Mella llega a Vigo, ya en plena m adurez,
es un propagandista m uy conocido y respetado en el m undo
obrero y anarquista. Nuestro personaje llega a Galicia en un
m om ento de fuerte tensión: en plena organización del m o-
vim iento obrero, con grandes tumultos agrarios (este es el
caso de los tum ultos pontevedreses del verano) y con las
prim eras huelgas. No obstante, llega tarde para variar el
signo de las cosas: Vigo contaba ya con un elem ento obrero,
de claro signo socialista, que em pezaba a ser activo.
Como recordarem os de lo dicho en el prim er capítulo, son
estos unos años duros para el m ovim iento anarquista espa-
ñol. Durante esta década es cuando m ás patente se hace la
llam ada acción violenta o propaganda por el hecho; m ues-
tra de ello son los continuos atentados que llevaron hasta los
sucesos de Barcelona y que provocaron los conocidos proce-
sos de Montjuich. El propio J osé Prat, am igo personal de
Mella, llega por entonces a su casa, huyendo de la represión
que siguió al atentado de la procesión del Corpus. Mella le
recibe en su casa y le prepara el em barque hacia Am érica.
23Por lo que a su libro Lom broso y los anarquistas se refiere hay que
decir que fue publicado, en un principio, por Ciencia Social Editores
(1896). En la actualidad hay una nueva edición en la que aparece con-
juntam ente con el libro de Lom broso. Véase Cesare Lom broso y Ri-
cardo Mella: Los anarquistas, J úcar, Madrid, 1977.
71
Desde 1897 hasta 1899 Ricardo Mella, que sigue ejercien-
do su profesión de topógrafo, vive en Pontevedra, en donde
trabaja en la construcción del ferrocarril. En esta ciudad le
encontramos ligado a los nuevos redactores de La Unión
Republicana, diario anim ado por jóvenes que jugarán pape-
les de importancia en la política lerrouxista. El propio Mella
colabora entonces —según J osé A. Durán—24 en El Progre-
so, publicación de Madrid adicta al fam oso «em perador del
Paralelo». En Pontevedra, vuelve al activismo con la iz-
quierda obrera, republicano-socialista. Con ellos participa
en la protesta por los procesam ientos de Montjuich, y escri-
be en su contra en El Corsario de La Coruña. Y sobre todo,
tom a interés por la lucha a favor de la organización agraria
que se m antiene en aquellos tiempos por toda Galicia. 25 Esta
nueva experiencia com o propagandista societario en el cam -
po la encontramos reflejada en el folleto titulado «A los
cam pesinos». 26
Los anarquistas coruñeses, 27 quienes conocían el activis-
m o de Mella, pidieron que fuese él quien representase al
73
Oviedo, le encarga a Ricardo Mella que dé una conferencia
en Gijón, en el Instituto J ovellanos; conferencia que lleva el
título de «Las grandes obras de la civilización».
Durante este tiem po y hasta su desaparición, Mella cola-
bora en la revista N atura, fundada en Barcelona por su am i-
go J osé Prat. Es en estos prim eros tiempos de su residencia
en Asturias cuando Mella escribe con m ás fuerza en contra
de los nuevos cam inos que tom aba el anarquism o español.
Como recordarem os, la represión y las ejecuciones de
Montjuich llevaron al anarquism o español, hasta entonces
de línea progresista y pacífica, hacia la violencia y el «jaco-
binismo» desenfrenado. Mella se enfrenta con los nuevos
derroteros que el anarquism o tom a por estos días y escribe,
pues, oponiéndose a esta ola de violencia. Frente al anar-
quism o «intransigente y de rebaño» (según sus propias pa-
labras) propondrá la form ación callada de un nuevo anar-
quism o que pone m ás el acento en la independencia
personal y está abierto a los m ás nobles ideales de justicia,
bienestar y amor. Oponiéndose a la violencia del anarquis-
m o de finales del siglo XIX y de principios del XX, escribe,
pues, su artículo «La bancarrota de las creencias» y, como
continuación del m ismo aparece, en Valencia (190 3), «El
anarquism o naciente». En esta m ism a línea publica en N a-
tura su trabajo titulado «En defensa de la anarquía» y tam -
bién «Las grandes obras de la civilización» y «Por la anar-
quía».
Así pues, crítico constante de toda política basada en el
atentado, descontento —como vimos ya— con el rumbo que
tom aba el sindicalismo revolucionario, Mella ensaya su pri-
m er período de silencio. Es en el año 190 5, coincidiendo con
la desaparición de Natura, cuando Mella corta toda su acti-
vidad literaria en favor del anarquism o. En opinión de Pedro
Sierra, este corte en su actividad obedece a que «decidió
recluirse en el silencio, estudiar m ás y m editar». 31 Como ya
dijimos, verdaderam ente la causa fundam ental era su dis-
conform idad con el «jacobinismo» del anarquism o español,
31 Ibíd., p. 312. Tam bién en Vladim iro Muñoz: ob. cit., p. 110 .
74
y con la desaparición de N atura, Ricardo Mella no encuen-
tra prensa literaria adecuada para sus escritos, pues la pren-
sa del tiem po casi toda era de tendencia «jacobinista». Di-
gam os, por otra parte, que, si bien no conocem os a otros
personajes del m ovim iento anarquista del tiem po que tom a-
sen tal actitud de silencio, la m ayoría de los m ilitantes de
peso dentro del anarquism o desautorizaban todas estas m a-
nifestaciones violentas del anarquism o de estos años; el
propio Kropotkin censuraba el terrorismo preconizado por
algunos exaltados del m ovim iento libertario.
En el año 190 9 tiene lugar la vuelta a la actividad literaria
de nuestro autor. 32 Mella tom a de nuevo la defensa de los
ideales anarquistas m ás puros y radicalm ente antiautorita-
rios. Enem igo —como vim os— de la violencia irracional, de
todo «jacobinism o» político, Mella se m uestra cada vez m ás
convencido partidario de la revolución integral, interna y
personal; esto es, de la autorrevolución. Para Mella va a te-
ner m ucha im portancia el ejem plo personal y la coherencia
en la conducta, en oposición a la «educación de rebaño».
Mella, en definitiva, vuelve con la esperanza de renovar el
anarquism o español por m edio de una promoción nueva de
anarquistas ajenos por com pleto al «jacobinismo». Fruto de
esta nueva actividad del autor son las publicaciones Tribuna
Libre y Solidaridad Obrera, en Gijón.
En el año 1910 nace, tam bién por idea suya, el periódico
Acción Libertaria, primero en Gijón y luego en Vigo. Al ser
prohibido por orden gubernam ental, reaparece en Gijón
78
que leer la prensa del día 8 para caer en la cuenta de la
grandeza, nunca vista, de aquellos acontecim ientos…».
Los actos en su m em oria duraron varios días; los periódi-
cos de la ciudad, fuesen de la tendencia que fuesen, anim a-
ban a participar en ellos. El propio ayuntamiento de Vigo le
dio el nom bre de Avenida de Ricardo Mella a la que hoy se
llam a La Florida. Sus am igos organizaron una velada en su
honor, que se celebró en el Teatro Tam berlik. 38 Por otra par-
te, Asorey, el m ás importante escultor gallego del tiem po,
labró el m ausoleo que guarda sus restos en el cem enterio
civil de Pereiró. Y, finalmente, sus am igos decidieron, ante la
propuesta de J osé Villaverde, editar sus obras com pletas, de
las cuales sólo vieron la luz dos volúm enes. El prim ero apa-
rece en Gijón, en el año 1926, con el título de Ideario y con
prólogo de su am igo J osé Prat. 39 Por su parte el segundo fue
publicado también en Gijón en el año 1934, y lleva el título
de Ensay os y conferencias, con prólogo de su discípulo y
am igo, Eleuterio Quintanilla.
recogido tam bién en B. Can o Ruiz: ob. cit., pp. 15-25, y lleva el título
de «Sem blanza de Mella».
40 Salvador Giner: H istoria del pensam iento social, Ariel, Barcelona,
80
bien es cierto que su discípulo Eleuterio Quintanilla, en el
«Prólogo» a Ensay os y conferencias escribe: «Procedente el
pensam iento de Mella de fuentes proudhonianas, parece
seguir toda la vida en el curso de su caudal fecundo y es fiel a
su com pañía hasta el final»; 43 es necesario decir (aun con-
tradiciendo en cierto sentido a su discípulo), que la prim era
influencia que cabe destacar, por lo m enos en lo que se refie-
re al orden cronológico, es la que recibe del federalista espa-
ñol Francisco Pi y Margall, tal y com o el propio Mella señala:
Fui su discípulo, niño aún, en el agitado período del
73, m i buen padre, federal enragé, m e daba a leer todos
los periódicos, revistas y libros que entonces prodigaba el
triunfante federalism o. 44
46 Ibíd., íd.
47 J osé Prat: «Prólogo a…», en Ricardo Mella: Ideario, ob. cit., pp. 15-
25.
48 Rafael Pérez de la Dehesa: «Estudio prelim inar» a Federico Urales:
82
libertad, para educar el presente y para actuar en el futuro.
Quiere al hom bre dueño de su vida; no le ata el futuro. Bus-
ca la perfección individual que vaya despojándose de errores
y egoísm os, cuyo cam ino no es otro que el de la libertad, esa
libertad razonada y sentida.
El individualismo de Mella lo desm iente el propio autor
sin tener que rebuscar m ucho en su obra. Veam os en este
sentido la consideración que de las ideas de Stirner y del
individualismo en general hace el propio Mella: «La única
realidad de los Stirner y Nietzsche es pura quim era. No hay
realidad fuera de la vida social. Somos porque coexisti-
m os…». 50
Para Mella, que en algún m om ento afirm a que el indivi-
duo es la raíz de todo («Borrad al individuo y no quedará
nada»), 51 no es posible pensar en esta realidad aislada.
Por nuestra parte digamos que, y una vez rechazado ese
pretendido individualism o de Mella, nos parecen innecesa-
rios esos viajes a la influencia del anarquism o individualista
(si se le puede llam ar anarquism o) de un Tucker o de un
Stirner, cuando en el propio pensam iento de Pi y Margall
tiene y se encuentra con concepciones abundantes que lo
pueden llevar a esa defensa del individuo y de la libertad. He
aquí donde se nos antojan los orígenes de esta parte del pen-
sam iento de Mella; he aquí, para nosotros, las raíces de su
defensa del hombre y de su libertad. En el propio pensa-
m iento de Pi y Margall vem os sobradas expresiones que,
tom adas aisladam ente y fuera de contexto, nos llevarían a
calificarle de individualista. Señalem os algunas:
Cada uno es todo para sí, pero es algo para los dem ás. En
vez de lim itarse cada uno de nosotros, ensancha su esfera de
acción m ediante las relaciones de igual a igual. La libertad no
tiene un lím ite en las otras libertades, tiene una am pliación .
Cada individualidad es ella m ism a y un poco tam bién cada una
de las dem ás, […]. 55
[…] sin independencia personal se anula al individuo y sin la
asociación de individuos la vida es im posible. Salir de este ca-
53 Ibíd., p. 247.
54 Ibíd., íd.
55 Ricardo Mella: «Por la anarquía» (folleto sin datar).
84
llejón som etiéndose al grupo o negándolo es cortar el nudo. Y
lo que se n ecesita es desatarlo.
Desatarlo es perm anecer autónom o y voluntariam ente
cooperar, solidarizarse para una obra com ún. 56
247.
58 Eleuterio Quin tanilla: «Prólogo a…», en Ensay os y conferencias,
ob. cit. Recogido por Vladim iro Muñoz: ob. cit., pp. 136-137.
85
im plica la delegación de nuestra responsabilidad y de nues-
tra soberanía. Es m ala porque impide que los hom bres po-
dam os ejercer nuestra responsabilidad. En definitiva, es
m ala porque lleva implícita la autoridad y ésta es intrínse-
cam ente negativa.
Siguiendo con la influencia que de Proudhon recibe nues-
tro autor, nos dice Eleuterio Quintanilla que del francés re-
cibe: «la noción de federalism o económ ico libre…; de
Proudhon su desdén por el cientifismo académ ico y de la
sabiduría oficial y burocratizada; de Proudhon, en fin, la
dialéctica cerrada, el vigor polém ico, el gusto por la antino-
m ia como m étodo de elaboración del juicio, la arquitectura,
el estilo». 59
A esta influencia de Proudhon se le añade m ás tarde la
del pensam iento del filósofo positivista inglés Herbert Spen-
cer. Sin embargo, esta influencia no podem os afirm arla sin
antes hacer ciertas aclaraciones; creem os necesario m arcar
las diferencias entre uno y otro. Esta influencia de Spencer
la vem os claram ente afirm ada en la preferencia que Mella
siente por el m étodo hipotético-deductivo de las ciencias
m odernas. Tal influencia nos la señala Félix García Moriyón
en su introducción a La ley del núm ero. Contra el Parla-
m ento burgués (Ed. Zero/ ZYX): «al igual que el resto de los
anarquistas, Mella no se sintió atraído por la dialéctica hege-
liana, com o el m arxism o, sino por el m étodo hipotético de-
ductivo de las ciencias m odernas, por la experim entación y
la verificación». 60
Sin em bargo es necesario advertir, como ya señalam os,
que el pensam iento de Ricardo Mella está m uy lejos de se-
guir las conclusiones de Spencer. Cierto es que nuestro autor
tom a muchas citas del propio Spencer, pero no es m enos
cierto que Mella rechaza m uchas de las conclusiones del
positivista y le critica su, de alguna m anera, darwinismo
social, en el que Mella ve una interpretación conservadora
59Ibíd., íd.
60Félix García: «Introducción a…», en Ricardo Mella: La ley del nú-
m ero. Contra el Parlam ento burgués, Zero/ ZYX, Madrid, 1976, p. 6.
86
que justifica la «natural» desigualdad social. Digam os, pues,
que si bien Mella acoge, en un prim er m om ento, el positi-
vismo científico de Spencer, en oposición a las explicaciones
dogm áticas, pronto acusa al positivismo de caer en el dog-
m atismo. Para Mella el positivismo m oderno es un buen
ejem plo de cómo se cae en el dogm atism o, aun y cuando se
trate de sistem atizaciones científicas y así nos lo dice:
87
ideas viven y se desarrollan. Gracias a la idea de progreso,
las ideas de libertad, igualdad, etc., dejan de ser anhelos pa-
ra convertirse en objetivos que los hombres han de alcanzar
aquí en la tierra. Es más, estos objetivos acabaron apare-
ciendo com o necesarios e históricam ente inevitables. Tur-
got, Condorcet, Saint-Sim on, Com te, Hegel, Marx y Spencer
dem ostraron que toda la historia podía ser interpretada co-
m o un lento, gradual ascenso necesario e ininterrum pido del
hombre hacia cierto fin»; 63 fin que en el caso de los anar-
quistas y en el de Mella tam poco podría ser otro que el de la
futura sociedad libertaria. No obstante lo dicho, es necesario
apuntar que para Mella, a diferencia de lo dicho por Nisbet,
y com o luego veremos, la historia, el proceso evolutivo, está
lejos de poder ser interpretada sin m ás como un ascenso
ininterrumpido. Mella nos dará una visión no tan lineal, en
lo que a la evolución se refiere; sino que en este proceso ha-
brá cortes, parones y aun retrocesos, pero de esto ya habla-
rem os al referirnos a su concepción de la evolución y de la
revolución.
En este contexto del pensam iento del siglo XIX, m arcado
por la fe en el progreso, podem os señalar que en el pensa-
m iento de Mella hay también una total confianza en la vida y
en las costumbres naturales de los pueblos, y hay, al m ism o
tiem po y com o consecuencia, una desconfianza hacia las
leyes «artificiales», de las que nos dice, retom ando a Demo-
nax, que «son inútiles para los buenos, porque los hombres
de bien no las necesitan; y tam bién para los m alos, dado que
éstos no son m ejores con ellas». 64 En el pensam iento de Ri-
cardo Mella hay, pues, una confianza ciega en la arm onía
social; armonía que ha sido rota por la entrada de la propie-
dad privada y del Estado.
1980 . P. 243.
64 Ricardo Mella: «Breves apuntes sobre las pasiones hum anas», en
90
Para finalizar con la relación entre el pensam iento de es-
tos dos autores anarquistas, digamos que otro de los puntos
en los que Mella sigue a Bakunin es aquél que se refiere al
rechazo de la autoridad. Tal rechazo, es necesario señalar, lo
es exclusivam ente de toda autoridad artificial, de cualquier
tipo de autoridad que busque im ponerse por la fuerza o por
cualquier form a de coacción externa. No se refiere, por lo
tanto, a aquellas form as de autoridad «naturales», que se
im ponen sin recurrir a la fuerza y que encajan dentro del
respeto a la libertad. Es esta autoridad, pues, una autoridad
librem ente aceptada: la autoridad de la ciencia de la virtud;
ya que, com o Mella dice, «no tratam os de destruir lo indes-
tructible en la Naturaleza, sino todo aquello que el hom bre
creó, atándose de pies y m anos». 70 Vem os, pues, cóm o el
pensam iento de Mella sigue, en este punto, fiel a Bakunin,
quien, después de rechazar todo principio de autoridad ex-
terna, declara:
Tal es, pues, la deuda que con Bakunin tiene Mella quien,
en lo que a este punto se refiere, en algunos de sus trabajos
recoge sin m ás los textos e aquél y los transcribe directa-
m ente. Véase com o ejem plo el final de su folleto La ley del
núm ero. Contra el Parlam ento burgués.
Finalm ente, es necesario no olvidar, para m ejor com -
prender el pensam iento de nuestro autor, la influencia que
sobre él dejó la obra de P. Kropotkin, de quien Mella fu pro-
loguista y aun traductor. Cierto es que Mella se opone a
Kropotkin en lo que a la defensa y difusión del «com unism o
70 Ricardo Mella: La ley del núm ero…, p. 70 .
71 M. Bakunin: ob. cit., pp. 94-95.
91
libertario» se refiere; sin em bargo, hay que señalar que Me-
lla se siente atraído por la concepción del anarquism o cientí-
fico y antidogm ático de Kropotkin. Otro de los puntos en los
que sus cam inos van paralelos es aquel que se refiere a su
oposición al «darwinismo social» y a la «lucha por la vida»,
entendida tal y como la entiende el «darwinism o social».
Tanto Kropotkin com o Mella defienden la solidaridad entre
los hombres y el «apoyo m utuo», y se enfrentan así a la ley
de la «lucha por la vida» («the struggle for life») como úni-
co motor de desarrollo social, afirm ando, contrariam ente,
que —si bien es cierto que existe la lucha por la vida— la
cooperación constituye un principio aún m ás general que la
lucha.
Todo lo que hasta ahora llevam os dicho, referente a las
principales influencias que el pensam iento de Mella recibe,
parece que pueda llevarnos a pensar en la falta de originali-
dad de ideas de nuestro autor; sin em bargo, debem os seña-
lar que nada m ás lejos de nuestro pensam iento y de la pro-
pia realidad. Ricardo Mella, tal com o dice J .A. Lobo, «es un
hombre abierto hacia el futuro y nunca se podría conform ar
con repetir lo que otros dijeron». 72
En este sentido, diremos que todas las influencias que
Mella recibió y que acabam os de señalar, no llevan a m en-
guar la originalidad de su pensam iento, sino que, sencilla-
m ente, le ayudan a crecer y a m adurar. Son como las raíces
que le dan seguridad y a partir de las que se va desarrollando
y afianzando. En sus escritos, contrariam ente a lo que se
pueda creer, y tal como afirm an otros autores que se refieren
a su pensam iento, encontram os la aportación más brillante
del anarquism o español del tiem po a las teorías libertarias.
Mella fue traducido al italiano, holandés, portugués y fran-
cés. Hay ediciones de sus escritos fechadas en Brooklyn,
Am sterdam , Orleans, Prato, Oporto, Buenos Aires, Montevi-
deo, así como en los puntos m ás variados de la geografía
española. Alguna de sus polém icas —com o la que sostuvo
con Lombroso— dio la vuelta al m undo. Su curiosidad no
123.
74 Ibíd., p. 185.
75 Ram ón Liarte: «Com entam os a Mella» (Toulouse, 1978), en Ideario,
ob. cit., pp. 4-5. Tam bién recogido parcialm ente en B. Cano Ruiz: ob.
cit., p. 9.
93
Quien le viese recorrer las calles de Vigo desde su oficina en
la Com pañ ía de Tranvías hasta su casa, no sospecharía que se
trataba de uno de los, sin duda, m ejores escritores libertarios
españoles y de los países de habla castellana, de uno de los per-
sonajes m ás sutiles y proféticos, de un educador y ensayista de
excepción, dueño de un estilo libertario perfecto, m odelo de un
pensam iento m uy elaborado y de una sensibilidad m uy fina…76
94
nunca les puso precio, ni en oro ni en gloria». 78 Mella fue el
hombre que supo cantar la libertad com o pocos lo hicieron;
el hombre que soñó y am ó la anarquía. Mella se hizo anar-
quista de una pieza: sus soluciones son anarquistas, ya sean
en m oral, en pedagogía, en cultura, en política. Fue el hom -
bre que quiso m ejorar al hombre para m ejorar la sociedad, y
a la inversa. Que quiso cam biar de abajo arriba este m undo
de despersonalización y artificios. Ricardo Mella fue, pues, el
hombre que, en palabras de J .A. Durán, «puso su esfuerzo
intelectual en no som eterse a ninguna im posición, en luchar
contra todas las corrientes y coyunturalism os que hacían
naufragar la Idea, la Libertad, donde se concentraban todas
sus ilusiones y afanes de una vida de lucha». 79
Mella fue, en definitiva, el hombre que —uso sus propias
palabras— creía en la vida fluida y variada y que, por eso
precisam ente, estaba siem pre dispuesto a acudir, con el pico
dem oledor de su pensamiento, «allí donde se alzare un nue-
vo andam iaje, donde se abrieren nuevos surcos y se edifica-
ren nuevos m uros, […] para no dejar piedra sobre piedra»; 8 0
porque para él la vida, la libertad no puede tener barreras
que im pidan su desarrollo.
95
CAPÍTULO III
Para una m ayor inform ación sobre el asunto, véase Daniel Guerin:
El anarquism o, Proyección, Buenos Aires, 1968, pp. 13-16.
2 Gian Mario Bravo: «Anarquism o», en N. Bobbio y otros: Diccionario
532. Tam bién en Noam Chom sky: «Notas sobre el anarquism o», en
VV.AA.: El m ov im iento libertario español, Cuadernos de Ruedo Ibé-
rico, París, 1974, p. 81.
98
autogestión. Pero, en la opinión popular, el vocablo se ha
identificado siem pre con la idea de desorden, de caos y de
terrorism o. Nada m ás lejos de la realidad ni nada m ás inco-
rrecto que esto. Como sabem os, la palabra anarquía procede
del griego, y no quiere decir otra cosa que «ausencia de do-
m inación». En palabras de Errico Malatesta, «la palabra
anarquía significa “sin gobierno”; y quiere decir, el estado
de un pueblo que se rige sin autoridad constituida, sin go-
bierno». 4
En la época m oderna, los térm inos anarquism o y anár-
quico se em plean en un sentido político para caracterizar
peyorativam ente la estructura (la falta de estructura) de una
com unidad. Ha sido muy com ún, 5 y llegó hasta nuestros
días, el sentido peyorativo del térm ino anarquía y de la doc-
trina que defiende la anarquía. Ésta fue considerada como
una doctrina que predica un estado de disolución de la so-
ciedad y de las costumbres. Anarquía fue, com únm ente,
comparado con confusión, disolución y destrucción. Como
recogemos de Malatesta, «la palabra anarquía era conside-
rada, por regla general, com o sinónimo de desorden, de con-
fusión, y aún hoy se emplea en este sentido por las m asas
ignorantes y por los adversarios interesados en ocultar o en
desfigurar la verdad». 6
En esta interpretación deform adora de la realidad, se su-
pone que la sociedad no puede existir, o durar, sin un Esta-
do, y que el Estado es la autoridad. Pensadores políticos co-
4 E. Malatesta: «La anarquía», en B. Cano Ruiz: El pensam iento de E.
99
m o Hobbes o Bodin (por dar algún ejemplo), pensaron que
los hom bres no pueden regirse por sí m ismos directam ente,
que sin un soberano absoluto, sin un «leviathan», la socie-
dad vuelve a un estado originario de una lucha de todos con-
tra todos. Hobbes tenía claro que, por m uy penoso que fue-
se, la coerción era irrem ediable y, para él, la anarquía era
peor que la tiranía. Como dice Malatesta, «el sentido vulgar
de la palabra [anarquía] no desconoce su verdadero signifi-
cado, desde el punto de vista etim ológico, sino que es un
derivado o consecuencia del prejuicio consistente en consi-
derar al Gobierno como un órgano indispensable para la
vida social, y que, por lo tanto, una sociedad sin Gobierno
debe ser presa y víctim a del desorden». 7
Quizás nunca, tanto como en estos tiem pos, el sentido de
las palabras se nos presente tan desfigurado y roto. Tal y
como afirm a Murray Bookchin, en el sentido de lo que ve-
nim os diciendo, «el térm ino libertario, inventado por los
anarquistas franceses para tratar m ejor con la dura legisla-
ción antianarquista de fines del siglo XIX, perdió, implíci-
tam ente, todo su significado revolucionario. La m ism a pala-
bra anarquía se vuelve sin sentido cuando es em pleada como
una definición personal por los político superficiales […] El
capitalism o contemporáneo […] trastornó no sólo los ideales
[…], sino tam bién el lenguaje y la nom enclatura para expre-
sarlos». 8 En esta sociedad, m aestra en desfigurarlo todo, 9
pocos son —com o vem os— los térm inos que se encuentren
tan desfigurados como los vocablos anarquía y anarquism o.
Para nosotros está claro que, en su verdadero sentido, nada
está m ás lejos de la realidad que la identificación de anar-
quía con la idea de desorden, de caos y de bombas terroris-
tas. La violencia y el terror, como veremos, no son rasgos
intrínsecos del anarquism o.
7 Ibíd., p. 72.
8 Murray Bookchin: Los an arquistas españoles. Los años heroicos
1868-1936, Grijalbo, Barcelona, 1980 , p. 27.
9 Carlos Díaz: Contra Prom eteo (una contraposición entre ética auto-
12Por lo que se refiere a lo que en este cuarto punto nos dice el autor,
aludiendo a los sindicatos y m ovim ientos organizados, creem os nece-
sario advertir que no estam os de acuerdo con él, si lo que preten de
decir es que el anarquism o es un m ovim iento en el que no se adm ite
ninguna clase de organización. Por lo que a los sindicatos se refiere
debem os señalar la im portancia que el anarco-sindicalism o tuvo den-
tro del m ovim iento anarquista español, lo que contradice lo dicho por
el autor referido. Por otra parte, digam os que, si An drew Hacker lo
que pretende es caracterizar sin m ás al anarquism o com o un m ovi-
m iento sin organización, de ningún tipo, le respondem os con las si-
guientes palabras de Volin: «Una interpretación errada […] afirm a
que la organización libertaria descarta toda form a de organización.
Nada m ás falso. No se trata de organización o de no-organización,
sino de dos principios de organización diferentes. Naturalm ente, la
sociedad debe estar organizada, pero la nueva organización tiene que
hacerse librem ente, con vista a lo social, y, sobre todo, desde abajo»
(recogido en Daniel Guerin: ob. cit., p. 51).
10 3
una estructura industrial está abocada a pervertir las
m otivaciones e impulsos de aquéllos que viven en
ella. 13
18 Ibíd., p. 14.
19 M. Bakunin: La reacción en Alem ania, texto recogido en C. Díaz:
Teorías anarquistas, Zero/ ZYX, Madrid, 1977, p. 13.
20 C. Díaz: ob. cit., p. 13.
10 6
anarquistas clásicos com parten una concepción del anar-
quism o com o «m odo de vida». Com o dice Carlos Díaz, en el
sentido de lo que acabam os de señalar, «el anarquismo le
parecía [a Malatesta] un m odo de vida individual y social, a
realizar por el m ayor bien de todos, y no un sistem a, una
ciencia, ni una filosofía». 21 El anarquism o tiene, ante todo, el
carácter de un ideal, de una m eta. El anarquism o no es,
pues, una receta política, ni un program a económico perfec-
to. El anarquism o es, en prim er lugar, «una aspiración hu-
m ana que se podrá realizar o no conform e a la voluntad hu-
m ana» (por em plear palabras de Malatesta). 22
10 7
do tajante: «la idea anarquista es la negación term inante de
toda sistem atización dogm ática». 24
Sin embargo, y a pesar de la dificultad que presenta una
definición precisa de anarquism o, intentarem os una com -
prensión (lo m ás completa posible y en un prim er m om ento)
de lo que significa el anarquism o para Mella y su pensa-
m iento. En tal sentido direm os que para él no significa el
descubrim iento o el fruto de pensadores m ás o menos genia-
les, sino un m ovimiento espontáneo (m ás bien) de los opri-
m idos y explotados que alcanzan a com prender la problem á-
tica hum ana, la m aldad del privilegio y la inutilidad del
Estado, y quieren luchar por un orden social que asegure, a
los hom bres, un campo de desenvolvim iento libre. Es, m ás
que nada, un anhelo ideal de liberación.
Para Mella, la anarquía se identifica siempre con una so-
ciedad libre de todo dom inio político autoritario, en la cual
el hom bre podrá afirm arse solam ente en virtud de la propia
acción ejercida librem ente en un contexto sociopolítico en el
que todos deben ser igualm ente libres:
24Ibíd., p. 19.
25 R. Mella: «La anarquía», recogido por V. Muñoz: Forjando un
m undo libre, La Piqueta, Madrid, 1978, pp. 34-35.
10 8
aceptando simplem ente los obstáculos que opone la natura-
leza, la voluntad de toda la com unidad, a los que el indivi-
duo, sin tener que som eterse (y, por tanto, sin constriccio-
nes), se acom oda en virtud de un acto de libre voluntad.
Visto lo dicho, de algún m odo podríamos sintetizar y re-
sum ir la concepción que de la anarquía tiene Mella con las
palabras que Sebastián Faure escribe por los años veinte de
nuestro siglo: «La doctrina anarquista se resume con una
sola palabra: libertad», 26 y que el propio Mella afirm a pro-
clam ando la anarquía com o teoría de la libertad en toda su
pureza:
10 9
sido constantem ente la m ism a: m erm ar la autoridad, discu-
tirla, lim itarla y, en conclusión, suprim irla». 29
Nuestro combate no puede ser otro, pues, que el combate
por liberarnos de todo atadero físico y m oral. El socialism o
anarquista no entraña sino la conquista de «toda la libertad
de sentim iento, de pensam iento y de acción indispensables
para el desenvolvim iento integral de todas las individualida-
des. Esta libertad real y efectiva, no la soñada y estrafalaria
de los neoindividualistas». 30 Como anarquista, Mella pro-
clam a la libertad total del individuo, y porque la libertad
sea un hecho para todos, proclam a también la igualdad de
condiciones. Claro está que se trata, desde luego, de que ca-
da quien tenga a su libre disposición todos los m edios de
desarrollo físico, m oral e intelectual. La anarquía no es otra
cosa que:
110
hablan aquéllos que de la anarquía pretenden una «ontolo-
gía individualista». 33
Para el anarquista gallego está claro que, cuando afirm a
«que los hombres pueden satisfacer librem ente la necesidad
de integral desenvolvim iento», se hace necesario añadir in-
m ediatam ente (o sobreentender): «por m edio de la coopera-
ción o comunidad voluntaria», 34 lo que para él es una peti-
ción de principios, dado que:
33 Ibíd.
34 R. Mella: «El socialism o anarquista», en Ideario, p. 26.
35 Ibíd., p. 27.
36 M. Rubel: «Reflexiones sobre utopía y revolución», en E. From m :
236.
38 Ibíd., íd.
39 H.H. Gerth y C. Wright Mills (eds.): From Max W eber: Essay s in
Hay m uchas señales de hom bres prim itivos todo bon dad y
m ansedum bre. Hoy m ism o hay pueblos en estado salvaje que
viven apaciblem ente, sin odios ni rencores, sin luchas, sin bár-
baras crueldades. El sociólogo Tarde, entre otros, afirm a la
bondad originaria del hom bre.
……………………………………………………………………………….
El anim al-hom bre, sin duda, ha sido em peorado por la civi-
lización, […]. 44
114
necesario apuntar que esa creencia en la bondad natural del
hombre (junto con la creencia en la arm onía natural), cons-
tituye para Mella —y para todos los anarquistas teóricos— la
clave que les perm ite poder construir todo su ideal social de
liberación. En cierta m edida relacionado con el prim ero de
los puntos analizados, nos encontram os con el segundo de
los aspectos tratados por Hacker; aquél que se refiere al
hombre como ser social. Para Mella, el hom bre es ante todo
un ser social y únicam ente encontrará su verdadera realiza-
ción m ediante la cooperación voluntaria y espontánea con
los dem ás hombres. La sociabilidad es algo natural e inhe-
rente al hom bre. Com o podrem os analizar m ás detenida-
m ente, para Mella, el hom bre no sólo es el ser m ás indivi-
dual de la tierra, sino tam bién el m ás social.
Para nuestro autor, quien sostiene en algún m om ento que
el individuo es la única realidad, no tiene sentido —sin em -
bargo— pensar en tal realidad aislada. La sociedad, realidad
ineludible, existe para bien de nuestra libertad, en ella, y
gracias a ella, el individuo ejerce su libertad y alcanza la ex-
pansión de su personalidad; com o el propio autor escribe:
115
vigentes com o instrum entos artificiales por m edio de los
cuales unos hom bres explotan y corrom pen a otros, es nece-
sario apuntar que si hay algo verdaderam ente claro y paten-
te en el pensam iento de Ricardo Mella, es su radical oposi-
ción, y su ataque sin tregua, a todo tipo de autoridad y a las
instituciones sociales com o la propiedad privada y el Estado.
Para Mella (y volverem os sobre ello), el anarquism o aparece
como una defensa radical de la libertad hum ana. Afirm a que
el hom bre, cada hombre, tiene un valor único, insustituible,
cuya expansión no debe ser lim itada por ninguna frontera
exterior.
No hay por encim a del individuo ningún tipo de cons-
trucción, ideal o social, que justifique decisiones lim itadoras
de la libertad del hombre. Como luego veremos, de alguna
form a, Mella —en este punto— no hace sino continuar y
ahondar en la corriente de pensam iento que surge de la Ilus-
tración en defensa del individuo frente a cualquier im posi-
ción exterior al m ism o. Esta radical defensa del individuo,
am enazado constantem ente, se convierte en Mella en cierto,
no m enos radical, antiautoritarism o que le lleva a hacer una
de las críticas m ás duras del anarquism o español en contra
del Estado y de la democracia parlam entaria burguesa, que
para él no representa otra cosa que una nueva form a de so-
m eter a los individuos en beneficio de una m inoría.
El punto núm ero cuatro de los señalados por Hacker es
aquél en el que afirm a que, para los anarquistas, el cam bio
social debe ser espontáneo, directo y basado en las m asas,
debe expresar los sentim ientos naturales de una m asa de
individuos autónomos y que actúan sin una dirección exter-
na. El anarquismo, en general, asegura que el cam bio social,
la revolución —en definitiva— debe ser antiautoritaria y es-
pontánea. Por em plear palabras de Gian Mario Bravo, 50 di-
rem os que la revolución sólo tiene razón de ser cuando «na-
ce de exigencias sociales […], sin necesidad de una
estructura que determ ine sus objetivos o una dirección que
guíe su cam ino».
117
parece afirm ar una tendencia en el anarquism o a m antener
cierto luddism o; 54 sin embargo creem os que tal afirm ación
no tiene sentido (por lo m enos de form a generalizada) con
relación al anarquism o durante el período al que nuestro
estudio se lim ita.
En el pensam iento de Mella nos encontramos con una fe
ilim itada en el progreso hum ano; fe heredada del optim ismo
del racionalism o del siglo XVIII y que se hace patente en
todo el anarquism o español en general. 55 Sin embargo, no
debem os entender ese progreso en un sentido exclusivam en-
te «m aquinista». Para Mella y los anarquistas españoles el
progreso es entendido com o un perfeccionam iento moral.
En sus escritos no es difícil encontrarnos con «cantos» al
espectacular avance de las ciencias físiconaturales y a su
influencia en la transform ación de las condiciones de la vida
hum ana; sin em bargo, debem os aclarar que esta defensa de
los adelantos técnicos sólo es válida si éstos contribuyen a
liberar al hombre de la brutalidad e inhum anidad del trabajo
físico y ayudan a una m ás justa organización del trabajo y de
las relaciones sociales. En este sentido nos encontram os, en
el caso de Mella, con que, por una parte, canta «las grandes
obras de la civilización» para luego, por otra, añadir que «los
beneficios de la civilización son privilegio de unos pocos
hombres». 56
De todas form as, y para term inar este punto, digam os
que esa fe en el progreso es lo que precisam ente llevó a
nuestro personaje (y a los anarquistas españoles en general)
a no dejar en sus escritos ataques claros al m aquinism o; 57 y,
por el contrario, nos encontramos con «salves» a la m áqui-
na, «brazo poderoso que em puja a la hum anidad a su reden-
ción», y que, puesta en m anos de los obreros, «será el gran
instrum ento de liberación hum ana».
54 Luddism o: corriente que propugnaba la destrucción de las m áqui-
parte 1ª ).
56 Texto recogido por J . Álvarez J unco: ob. cit., p. 78 .
57 Ibíd., p. 179.
118
Hechas estas pequeñas incursiones generales a través de
la teoría del anarquism o en general, y de Mella en algunos
de sus aspectos, intentarem os ahora adentrarnos, de form a
m ás positiva y clarificadora, en el pensam iento del anarquis-
ta vigués. En tal sentido, pretendem os ahora una exposición
de su pensam iento en la que ahondemos en aquellos pensa-
m ientos m ás sobresalientes de su teoría del anarquism o,
em pezando por aquellos puntos de su concepción m ás para-
lelos y coincidentes con la prim era parte de la fórm ula com -
binada de Proudhon-Bakunin representada en la frase «Des-
truam et aedificabo», en el sentido que de destrucción tiene
toda crítica. Intentarem os, pues, una reconstrucción del
pensam iento de Mella atendiendo, en un prim er m om ento, a
los aspectos que de crítica de la sociedad de su tiem po tiene
y hace. Em pezaremos, de este m odo, por aquella parte de su
ideario en la que intenta derrum bar el mundo de artificios
que le im piden al hombre ser un hombre integral y liberado,
para luego poder construir el nuevo ideal donde pueda al-
canzar su pleno desarrollo.
119
CAPÍTULO IV
122
les e intelectuales, estén satisfechas, podrem os hablar de
hombre libre. Y es en este sentido en el que establece como
principio del socialismo anarquista aquél que afirm a «la
necesidad de que todos los hombres puedan desenvolverse
am pliam ente» 7 e, inm ediatam ente, los siguientes principios
como los fundam entales del anarquism o:
1982, p. 246.
12 R. Mella: La ley del núm ero…, ob. cit., p. 35.
124
anarquista que es ni para él querría el poder, ya que un
anarquista dentro del poder no haría sino lo que hacen todos
los gobernantes:
Como podemos ver, esta últim a parte del texto citado está
en la m ism a esfera de aquella afirm ación de Proudhon que
dice, «poned a san Vicente de Paúl en el poder y se converti-
rá en un Guizot y en un Talleyrand». 14
Pero volvamos al tem a de este apartado y digam os que
para Mella —com o para Bakunin—, el individuo es la única
realidad, la sociedad no existe com o un ente independiente
y, por tanto, no puede tener una voluntad. El individuo es la
raíz de todo, de él surge toda la vida social, y en este sentido
proclam a Mella: «Borrad al individuo y no quedará nada». 15
Mella sostendrá, por lo m ismo, que el llam ado derecho so-
cial no es sino el sacrificio del individuo en aras de la socie-
dad. Hay, pues, en el pensam iento de nuestro personaje, una
clara idea o definición de libertad entendida com o afirm a-
ción individualista frente a la autoridad. Para Mella está
claro que la idea anarquista no es m ás que la negación ter-
m inante de toda sistem atización dogm ática y, por tanto,
presupone la libertad sin reglas, la espontaneidad sin trabas:
125
Libertad política o de acción, libertad económ ica y libertad
religiosa, que cada uno pueda gobernarse a sí m ism o. […] No
m ás poderes ni m ás privilegios, no m ás autoridad con stituida,
no m ás m onopolio de la riqueza, no m ás poder religioso. Que la
libertad, en toda su extensión, sea nuestro constante ideal. 16
95.
126
fórmula que consiste no sólo en una libertad positiva, sino
real: no sólo el derecho, sino también la capacidad, los m e-
dios para obrar.
De alguna form a, pues, si algo aparece claram ente en el
pensam iento de Mella, com o algo que no plantea dudas, es
la afirm ación del individuo, la exaltación de la libertad indi-
vidual, personal y, por lo tanto, de la dignidad del hom bre.
Como revolucionario que es, no afirm a otra cosa que: «el
hombre sea su Dios, su ley, su legislador, su todo…». 19 Seña-
lem os aquí que afirm aciones como ésta (y que fueron las que
llevaron a algunos autores a calificar a Mella de individualis-
ta: «el m ejor representante del individualismo español») 20
no pueden ser entendidas, sin m ás, com o afirm aciones indi-
vidualistas en el sentido de una declaración antisocial. Antes
bien, es necesario que se explique el verdadero sentido y
alcance de este (para nosotros) «pretendido individualis-
m o». Su individualism o —por así decir—, y a pesar de las
afirm aciones de Agustí Segarra, 21 está lejos de coincidir con
el individualismo de Stirner. Nuestro autor declara, cierta-
m ente, el valor del individuo de form a firm e, pero no de un
m odo egoísta «sino como m edio para, al valorarse a sí m is-
m o, llegar a apreciar en la m ism a m edida la personalidad de
los dem ás». 22 La autonom ía individual viene entendida, en
el pensam iento de Mella, como la m ejor garantía y el m edio
m ás adecuado para alcanzar una convivencia social digna y
justa.
La afirm ación del individuo, por parte de Mella, su indi-
vidualism o (si así le querem os llam ar) no es una declaración
lém ica», Cuadern os de Ruedo Ibérico, núm . 55-57, París, 1977, p. 17.
129
ello a la vida de relación entre los hombres, esto es, a la so-
ciedad.
Sin independencia personal el individuo queda anulado,
pero, sin asociación de individuos, sin la sociedad, la vida es
im posible. En la solución de esta antinomia (indivi-
duo/ sociedad), dirá Mella, se im pone un contrato; contrato
que no es sino la m ism a expresión de la libertad del indivi-
duo, ya que quien no es libre —com o escribe Mella— no
puede asociarse, sino som eterse. En este sentido asegura el
autor:
131
por otra, el establecim iento de la igualdad, que constituye el
m edio y la condición indispensable para la construcción del
nuevo ideal.
Esta libertad que Mella afirm a de form a tajante no es un
fin en sí m ism o, sino que se traduce en condición necesaria
para llegar a alcanzar la solidaridad, la sociedad futura y
solidaria. Mella no le da la libertad al hom bre para que de
ella haga un capricho, ni para que la emplee contra los de-
m ás, sino para que los hombres se puedan unir librem ente
en el esfuerzo por un mundo m ejor y por una sociedad m ás
justa a partir de individuos autónomos, dueños de sí, por
m edio de los vínculos de la solidaridad. En sus propias pala-
bras:
cit., p. 149.
34 R. Mella: «Por la anarquía» (folleto sin fechar).
132
rrollo, y la sociedad com o conjunto de reglas escritas o no,
definidas por las instituciones dotadas de poder, de coac-
ción, lim itadoras de la libertad individual. Mella, sin em -
bargo, tiene claram ente presente esta diferenciación, esta
dualidad reductible a los polos contrapuestos que nosotros
conocem os com o sociedad y Estado y, por eso precisam ente,
afirm a al individuo frente a ese conjunto de reglas avasalla-
doras de la hum anidad y de la libertad del ser hum ano; y lo
afirm a con todas las consecuencias, como con todas las con-
secuencias afirm a la sociedad com o elem ento indispensable
del desarrollo del ser hum ano.
Defender al hombre como él lo hace no es «regresión a la
anim alidad», sino todo lo contrario: «es avance a la hum ani-
zación». 35 Y esa hum anización, ese convertirse en hombre,
«no es posible —como dice Bakunin— m ás que en la socie-
dad y sólo por la acción colectiva de la sociedad entera».
Defender al hom bre, por lo tanto, es afirm ar la sociedad, la
solidaridad entre los hom bres, que es condición de su liber-
tad y resultante de la m ism a. Por tanto, la libertad que Mella
proclam a, no es la libertad —em pleando palabras de Mala-
testa— «absoluta, abstracta, m etafísica, que se traduce fa-
talm ente en la opresión de los débiles, sino la libertad real,
la libertad posible que es la comunidad consciente de los
intereses, la solidaridad voluntaria». 36
Para nosotros, pues, nada m ás apartado de la realidad
que ese individualismo con que se califica a Mella, pues,
paralela a la defensa que éste hace del individuo, va siempre
una defensa de la sociedad, de la solidaridad. En Mella hay
un claro rechazo del individualism o burgués. Com o vim os,
para nuestro personaje, la libertad es autonomía, autogo-
bierno; es pleno desarrollo de las potencialidades hum anas,
y ante todo es igualdad de condiciones; en definitiva, liber-
tad solidaria. No es posible la libertad si todos no tenem os
los m edios para poder desarrollar en su m ás alta posibilidad
todas nuestras potencialidades; y, de aquí, la falacia de la
134
des; hay que rebelarse contra el triple despotism o de la auto-
ridad, la propiedad y la religión». 40
Ricardo Mella, anarquista enam orado de la libertad, hace
de su pensam iento un claro exponente de teorización de la
lucha para abolir toda autoridad que nos venga im puesta sin
nuestro consentim iento, es decir, toda autoridad heteróno-
m a, para sustituirla por la libertad del individuo, o m ejor
aún, para hacer posible la libertad. Está claro, pues, que para
salvaguardar la libertad hum ana, es necesario reducir al
m ínim o la autoridad, y en este sentido es en el que afirm a
Mella:
33.
42 R. Mella: Lom broso y los an arquistas, ob. cit., p. 114.
135
«m ata todo sentim iento de igualdad, anula toda indepen-
dencia, deprim e y aniquila al individuo». 43
En el pensam iento de Ricardo Mella, como en el anar-
quism o en general, hay una clara profesión de antiautorita-
rismo, de lucha contra cualquier tipo de imposición externa
al hombre m ism o; una profesión de antiautoritarism o que es
al m ism o tiem po una defensa radical del hom bre. Mella nie-
ga la autoridad (cuya característica definitoria viene dada
por el hecho de ser heterónom a), en cuanto que en ella indi-
vidualiza la fuente de todos los m ales del hombre. Mella —
siguiendo los pasos de Bakunin— no niega todo tipo de auto-
ridad sin m ás, sino que, por el contrario, no rechaza ni niega
la existencia de una autoridad librem ente aceptada, com o la
del zapatero o la del arquitecto en sus respectivas m aterias,
por em plear algunos de sus m ism os ejem plos. Quede claro
que, para Ricardo Mella, es m ala aquella autoridad que nos
viene dada desde fuera, que se nos im pone sin nuestro con-
sentim iento y que (con palabras de Mella) «nos une a todos
los hombres en el carro de la esclavitud». 44
Mella quiere al hom bre libre, apartado de los ataderos de
la autoridad, cuya tendencia es, cada día, a una m ayor anu-
lación del ser hum ano. El anarquista vigués quiere la posibi-
lidad de la libertad, anhela toda la libertad posible y, por eso,
lucha por la «rebelión del individuo hum ano contra toda
autoridad divina y hum ana, colectiva e individual». 45 En su
pensam iento está presente una clara y fuerte lucha contra
todas esas form as de autoridad; hay una nítida crítica a todo
tipo de im posición sobre el hombre y su libertad, porque
para Mella es evidente que «m ientras quede en el m undo un
puñado de hombres celosos de su personalidad, m ientras
quede un solo grupo de rebeldes a la hum illación y al servi-
136
lism o, m ientras quede una sola voz para gritar con fuerza
por la libertad, la libertad no m orirá». 46
137
una am plia tarea de desacralización», fundam entará su ata-
que a la divinidad en lo que considera una base filosófico-
m aterialista procedente de Feuerbach. Este autor fue quien,
a través de Bakunin, le proporcionó la línea argum ental, en
lo que a la crítica de la autoridad divina se refiere. Dios es
una creación del hom bre en su intento de buscar un super-
hombre, pero en este intento se encontró sólo con un reflejo
de sí m ismo; fuera de aquí todo es ficción.
Esta ilusión o ficción de Dios, creada por la m ente hum a-
na, es negada —por Mella y el anarquism o en general— no
tanto como consecuencia de un razonam iento filosófico sino
porque es un poder, y com o tal, condicionante del hombre
en sus elecciones y en sus acciones voluntarias. Dios, la au-
toridad divina, no sólo es fruto del pensam iento del hom bre,
no sólo es fruto de una sim ple ilusión, sino que se convierte
en una losa que im pide la liberación del ser hum ano real. No
sólo es una simple ilusión, sino que trae com o consecuencia
la sum isión de los hombres en la pasividad, les hace esperar
de la acción de un Salvador exterior aquello que únicam ente
los m ismos hombres deben procurar. Como el propio Mella
escribe:
[…] todas, sin excepción , situando fuera del hom bre la exis-
tencia del Bien, trasunto de la justicia, nos acostum braron a la
creencia de que sólo de lo alto podrá sernos dado. 52
cit., p. 32.
54 M. Bakunin: Dios y …, ob. cit., p. 87.
55 Ibíd., p. 89.
139
Queda claro que para salvaguardar al hom bre, para hacer
posible al hombre real, conviene em pezar por apartar de
nuestro pensam iento la idea de Dios y por luchar contra la
religión y sus instituciones. Y, precisam ente, porque los
anarquistas com o Mella creen firm em ente en el hom bre y en
la posibilidad de su libertad y de su pleno desarrollo, por eso
se oponen a tal idea avasalladora. Como Bakunin, escribe,
negando la frase de Voltaire, «si Dios existiese realm ente,
habría que hacerlo desaparecer». 56
56 Ibíd., p. 90 .
140
Hacer esto nos llevaría, en definitiva, a privarnos de las m u-
chas facetas que el anarquism o —y en este caso, el pensa-
m iento del autor que nos ocupa—, tiene; pues, si es cierto
que el anarquism o es, en algún sentido, crítica y destrucción,
no es m enos cierto que éste es un prim er mom ento de todo
el proceso. Paralelo a esto, el anarquism o es, ante todo y m ás
que nada, un fuerte anhelo de construcción. La crítica, la
destrucción «prim igenia» (por así decirlo) únicam ente tiene
sentido en cuanto función y posibilidad de la construcción
de un hombre nuevo en un nuevo m undo, lo que constituye
su verdadero objetivo.
Una vez dicho esto, pasem os a adentrarnos en el pensa-
m iento de Mella, en lo que a este apartado se refiere. Mella
rechaza claram ente al Estado, pues con toda su organización
piram idal burocrática, es el órgano represivo por excelencia,
que priva al individuo de toda libertad. Y, contrariam ente a
esto, recordemos que Mella quiere al hom bre libre. Será,
pues, este respeto por el hombre lo que le lleve a hacer, den-
tro del anarquism o español, una de las críticas m ás fuertes
en contra del Estado. El Estado representa para nuestro per-
sonaje (siguiendo la tradición anarquista) un principio inútil
y negador de la libertad del hom bre, de la humanidad. Re-
presenta un principio artificial, contrariam ente a lo que re-
presenta la sociedad. 57 «El Estado, el gobierno, son un aña-
dido, un andam iaje, superestructura innecesaria.» 58 El
Estado, pues, es para Mella un principio inútil, y así lo prue-
ba el hecho de que la gente sea capaz de unirse para un tra-
bajo común, de organizarse para asuntos sin la necesidad del
Estado:
142
dan m anifestar hay que llegar obligatoriam ente a la liquida-
ción revolucionaria y total del Estado.
Es en este punto donde el anarquism o (sobre todo a par-
tir de Bakunin) le pone el dedo en la llaga al socialism o auto-
ritario, y pone de m anifiesto lo que podem os llam ar la con-
tradicción de la teoría m arxista del Estado, al criticar el
concepto de revolución por etapas y la noción de transición
al socialism o. Para Mella y para el anarquismo en general la
distinción de una etapa de «dictadura del proletariado» es
totalm ente contradictoria con el carácter total y radical de la
revolución proletaria y libertaria (en definitiva); ya que —y
digám oslo con las palabras de Bakunin— «la ley suprem a del
Estado [aun proletario, añadim os] es su propia conservación
y aum ento de poder». 62
Es en contra de este nuevo peligro autoritario, represen-
tado por la «transitoria» dictadura del proletariado, contra
el que, de form a casi profética, grita Ricardo Mella:
20 1.
68 J . Álvarez J unco: ob. cit., p. 229.
144
hum anidad un m onstruo. No se preocupó de hacernos her-
m anos por la igualdad;… nos convirtió en mom ias vivien-
tes». 69
El Estado, pues, es el creador de la violencia ya que, como
negación que es de la igualdad entre los hombres, yergue
entre ellos la barrera insalvable del odio, les hace enem igos y
borra en ellos todo rastro de hum anidad. El Estado es un
instrum ento de dom inación de clase, es una superestructura
política de la clase dominante cuya función primordial es la
de m antener la explotación y la desigualdad social.
El Estado, lejos de ser, pues, garante de un orden de pro-
vecho para todos, no es m ás que la apariencia de un orden
im puesto por una minoría que supo apoderarse de la direc-
ción de los asuntos de todos, y que se vale de ello para explo-
tar y dom inar al m áximo. Para Ricardo Mella es cierto que
«Estado y capital son com o una sola personalidad de la que
el Estado fuera el esquem a, y el capital la carne y los huesos
del esquem a. El Estado es la form a artificial y artificiosa, el
andam iaje del Capitalism o, cuyo brazo ejecutor es la fuerza
organizada». 70
Claram ente, pues, Mella ensam bla autoridad y propiedad,
establece una asim ilación —al igual que todos los anarquis-
tas— entre el capital y el poder político. A sus ojos, capital y
Gobierno no son sino dos aspectos complem entarios de la
m ism a opresión:
20 1.
70 R. Mella: «Del am or…», en V. Muñoz: ob. cit., p. 117.
71 R. Mella: Lom broso y los an arquistas, ob. cit., p. 114.
145
El principio de autoridad —causa del m al universal, se-
gún nuestro autor—, no está encarnado únicamente en el
Estado; está presente del m ism o modo en la propiedad. Co-
m o Mella afirm a: «la causa del m al universal es, pues, la
propiedad privada en digno m aridaje con todas las form as
posibles de autoridad constituida». 72 En este perfecto m a-
trimonio, es el Estado quien está al servicio del capital, de la
clase dom inante. Él será quien m antenga el orden económ i-
co: «Es, por otra parte, incuestionable que la gobernación de
todos los países llam ados civilizados está som etida a los in-
tereses y a los fines de las grandes entidades financieras…
En sus m anos son los políticos ridículas m arionetas…». 73
No obstante lo dicho, creem os necesario señalar que, y así
lo hace Ángel J . Cappelletti, 74 el anarquism o y el m arxismo
coinciden en relación con la tesis de que el Estado supone
una división perm anente y rígida entre gobernantes y go-
bernados. Esta división se relaciona directam ente con la
división de clases y, en tal sentido, implica el nacim iento de
la propiedad privada. Hasta aquí la coincidencia es clara.
Pero un grave problem a se plantea a este propósito y la solu-
ción del m ism o vuelve a dividir a m arxistas y anarquistas.
Para los m arxistas, la propiedad y la aparición de las cla-
ses sociales dan origen al poder político y al Estado. Éste no
es sino el órgano o instrum ento con que la clase dom inante
asegura sus privilegios y salvaguarda su propiedad. El poder
político resulta así una consecuencia del poder económ ico.
Éste surge prim ero y engendra a aquél. Hay, por tanto, una
relación lineal y unidireccional entre am bos:
17.
146
Para los anarquistas, por el contrario, es cierto que el Es-
tado es el órgano de la clase dom inante y que el poder eco-
nóm ico genera el poder político, pero éste no es m ás que un
m om ento del proceso genético: tam bién es verdad que la
clase dom inante es el órgano del Estado y que el poder polí-
tico genera el poder económ ico. Por lo tanto, la relación es
aquí circular:
148
La prom esa dem ocrática…, todo sirve para m antener en pie
la torre blindada de la explotación de las m ultitudes. Y sirve na-
turalm ente para acaudillar m asas, para gobernar rebaños y es-
quilm arlos librem ente. 79
149
hombre tendría toda la razón a rebelarse y reclamar su liber-
tad.
Digam os, pues, que para Mella no se trata simplem ente
de criticar al Estado en cualquiera de sus form as. De lo que
se trata es de negar toda actividad política, toda autoridad
política. Se debe negar toda actividad política, todo poder
político organizado, institucional o voluntario, porque la
actividad política es m ala en su totalidad y en ella no son
posibles los parches. Es m ala porque «im plica delegación de
nuestra responsabilidad y soberanía en unos hom bres que
una vez m etidos en la vida política se acordarán de cualquier
cosa m enos de los intereses de sus representados». 8 4
Según Mella, pues, la política im plica un alienam iento en
el hombre de sus propios intereses, y está claro que «cada
uno ha de hacer su propia obra, ha de acom eter su propia
redención», 8 5 o como él m ism o escribe en otro mom ento:
150
cuerpo, del sólido modelable. Es en ella todo aparato, exte-
riorización, espejismo. Los graves problem as, los profundos
m ales que a la sociedad agitan, pertenecen a la vida real,
efectiva, íntim a…». 8 7
La razón últim a de esta oposición entre la política y la vi-
da es que, m ientras la vida real es fluida, variada, la política
es la m uerte, pues en cualquiera de sus form as se m antiene
el principio de autoridad, y éste es intrínsecam ente negativo,
m ata todo sentim iento:
151
tura, consejo, o lo que fuese. De arriba viene todo, aunque
parezca y aunque debiese ser lo contrario». 90
Finalicem os, pues, diciendo que la negación, la crítica
anarquista que hace Mella se le aplica (com o fuimos viendo),
al m ism o tiempo, al Estado, al capital y a la religión; pero,
m ás que ser discutidos en sus principios teóricos, son refu-
tados com o poder que son, como autoridad y, por lo m ismo,
como negación de la libertad del hombre. Mella, pues —
recogiendo nosotros palabras de Ansart— «opera una totali-
zación de las autoridades y las im pugna en un m ovim iento
único». 91 Resum amos, pues, y digamos que en Mella la ne-
gación de los tres sistem as tiene caracteres sem ejantes: los
denuncia como tres poderes y los asim ila en una relación de
analogía.
155
to, y lo afirm am os todos, es claro que querem os los m edios de
que tal autonom ía sea practicable.
Y porque lo querem os som os, sin duda, socialistas, esto es,
afirm am os la justicia y la n ecesidad de la posesión com ún de la
riqueza, porque sin la com unidad, que sign ifica la igualdad de
m edios, la autonom ía seria im practicable. 10 2
Y también:
156
Es fácil comprobar la falta de precisión de los teóricos
anarquistas —y, en este caso, de Mella— a la hora de plan-
tear el funcionam iento de la sociedad libertaria. Sus pro-
puestas son m ás que nada, deseos basados en presupuestos
m orales, sacados de la crítica de la sociedad capitalista. Sus
propuestas socioeconómicas se dirigen m ás hacia una des-
cripción de la realidad que a un análisis de la m ism a, ya que
sus aportaciones van m ás hacia destacar los aspectos negati-
vos de la sociedad capitalista. Su crítica del capitalism o no
está hecha desde el análisis económ ico necesario; antes bien,
se atiende sólo a valoraciones m orales y al rechazo de situa-
ciones consideradas injustas. El tipo de análisis em pleado
está, por lo general, caracterizado por la inconcreción de las
m edidas a adoptar en el plano económico en la sociedad
anarquista.
En general, podem os decir —tom ando de J . Álvarez J un-
co—10 6 que los anarquistas, y Mella con ellos, com parten con
las dem ás escuelas socialistas la creencia en la necesidad de
poner la econom ía al servicio de fines socio-m orales, y, en
vez de rendirle culto al crecim iento económ ico indiscrim i-
nado, intentan edificar un sistem a de producción atendien-
do a la finalidad de las necesidades hum anas globales que tal
sistem a debe satisfacer. Las diferencias entre unos y otros
proceden del hecho de que el socialism o m arxista espera
alcanzar esto por m edio de una economía dirigida, m ientras
que el anarquism o confiaba en la espontaneidad de las rela-
ciones económ icas.
Esta confianza en la espontaneidad de las relaciones eco-
nóm icas viene apoyada por una creencia (de origen, o, por lo
m enos, fuertem ente ligada a los planteam ientos del liberta-
rismo prim itivo) en la arm onía de las relaciones económ icas.
Armonía íntim am ente unida a la posibilidad de una abun-
dancia m aterial ilim itada. Y, dentro de esta abundancia se
incluye no sólo la producción de gran cantidad de bienes de
consum o, sino también la dism inución de las enferm edades,
la elevación de la seguridad física contra los accidentes y la
se im puso rápidam ente com o ideal económ ico, el llam ado colectivis-
m o, de inspiración bakuninista. Después del triunfo de la revolución,
según esta tendencia económ ica, la organización de la producción
debería hacerse sobre la federación de colectividades autónom as, en la
que la propiedad de los instrum entos de producción seria com ún,
pero el producto habría de ser repartido según el trabajo integro he-
cho por cada m iem bro. De esta form a, el colectivism o se presentaba
com o una form ula conciliadora de los principios com unistas e indivi-
dualistas.
Com o ya vim os en el Capítulo I del presente trabajo, los años de
1876 hasta 1881, caracterizados por la represión en contra del anar-
quism o y por la clandestinidad, fueron años poco adecuados para las
disquisiciones teóricas y, en ellos, el colectivism o se afirm ó com o doc-
trina indiscutible. Con la reaparición de la FTRE (1881), el Congreso
de Barcelona consagró el colectivism o com o principio oficial. Entre
1881 y 1884 cam peaba en todos sus docum entos el lem a: «Anarquía,
Federación y Colectivism o». En los años que siguen, el colectivism o
alcanza su m ás ortodoxo desarrollo teórico en las personas de J .A.
Llunas, Serrano Oteiza y, sobre todo, R. Mella.
158
cluye la necesidad de declarar la propiedad común no solo
de los m edios de producción, sino del producto del trabajo
colectivo. El criterio de distribución viene dado por las ne-
cesidades reales de cada m iem bro de la sociedad.
En resum en, podemos decir que el com unism o libertario
proclam a com o principio la fórm ula: «de cada uno según su
capacidad; a cada uno según sus necesidades», en un in-
tento de suprim ir totalm ente cualquier form a de salario (que
de algún m odo se m antiene en el colectivism o) y para su-
primir absolutam ente la competitividad y la propiedad, y así
alcanzar la igualdad y la solidaridad perfectas. Por su parte,
el colectivism o libertario, que rechaza el com unism o por
considerarlo unido y dependiente de un autoritarismo «ja-
cobino» (piénsese sobre todo en los seguidores de Babeuf,
en Cabet y en Blanqui), m antiene el principio: «de cada uno
según su capacidad; a cada uno según sus m éritos». En un
principio, pues, el colectivismo m antiene este principio fren-
te al com unismo, ya que le parece que, para evitar el caos, el
com unismo ha de ser necesariam ente autoritario y, por lo
m ismo, su triunfo significaría la desaparición de los dere-
chos individuales y la m uerte de la propia libertad. 10 9
De todos los m odos, esta discusión entre colectivistas y
com unistas, que dom inaría las últim as dos décadas del siglo
pasado, dio com o resultado algunas posiciones m enos rígi-
das. Así, Malatesta, sin dejar de considerar al com unismo
como la form a m ás ideal de organización económica de una
sociedad sin estado, adopta una actitud m ás abierta por la
experim entación en este terreno. Por su parte, Tarrida del
Márm ol, seguido por Max Nettlau y, sobre todo, por Ricardo
117 Dice R. Mella, en este sen tido: «las señales exteriores m ás vivas de
la evolución son las revoluciones» (ibíd., p. 124).
118 J .A. Lobo: ob. cit., p. 10 0 (32).
119 R. Mella: «La anarquía», en V. Muñoz: ob. cit., p. 28 .
120 Ibíd., p. 29.
121 Mella se m antiene dentro de una filosofía del progreso, en la m edi-
rom pe con ciertas concepciones —de alguna form a sim plista— del
progreso. Al m antener la posibilidad de retrocesos, m archas lentas y
aceleraciones, hace posible la introducción del papel de la acción hu-
m ana en ese proceso evolutivo. De esta form a, introduce la acción
voluntaria y responsable de los hom bres, les hace responsables de que
la sociedad avance, retroceda o se pare, y elim ina así la posibilidad
determ inista de un proceso lineal. Cierto es, sin em bargo, que el pro-
ceso evolutivo sigue siendo necesario e inevitable, pero solam ente si lo
consideram os en am plios períodos de tiem po, en lo dem ás son los
hom bres directam ente los responsables de su m archa.
122 R. Mella: «La anarquía», en V. Muñoz: ob. cit., p. 24.
123 R. Mella: Lom broso y los an arquistas, ob. cit., pp. 122-123.
164
Pero ¿qué significado tiene esta «revolución anarquis-
ta»?, ¿cuáles son sus características fundam entales y dife-
renciadoras de otros tipos de revolución? La revolución
anarquista propuesta por Ricardo Mella ha de ser una revo-
lución hecha por los propios interesados; en ella no hay po-
sibilidad de delegaciones. En esta tarea de liberación, «na-
die, absolutam ente nadie [recogemos de Félix García] 124
puede sustituir a otro; no podem os conseguir que nadie nos
libere [nadie libera a nadie dirá Paulo Freire, los hombres se
liberan en com unidad], sino que tenem os que alcanzarlo
m ediante nuestro propio esfuerzo, por la lucha diaria en
solidaridad con los dem ás hombres contra todo lo que supo-
ne un obstáculo en el cam ino sin fin de la libertad. Si el pue-
blo espera su libertad de unos delegados, de unos represen-
tantes o interm ediarios, volverá a tener unos opresores que
aplazaran indefinidam ente la llegada de la sociedad libre. La
revolución, pues, ha de ser hecha por el pueblo mism o».
En la concepción de Mella de esta lucha por la liberación
total de la hum anidad, de esta lucha por la anarquía —en
definitiva—, no son los obreros los únicos protagonistas.
Para Mella y para la concepción anarquista en general, la
lucha se plantea m ás allá de la lucha de clases; es obra de
todos los oprim idos. Pues, el anarquism o, aunque surge, se
desarrolla y alcanza su m ayor fuerza dentro de la clase obre-
ra, es una ideología que abarca a todas las clases oprim idas y
explotadas en cuanto tales, m ientras sean capaces de libe-
rarse sin oprim ir o explotar a otras clases. El anarquismo, si
bien tiene a la clase obrera como su protagonista, se extien-
de asim ismo a otras clases som etidas.
En el proceso de liberación de la hum anidad están intere-
sadas m uchas m ás personas que sólo los proletarios. Com o
Ricardo Mella escribe, «no se puede sostener con razón en
nuestros días que la lucha social se encierre en los térm inos
de la lucha de clases […] estam os lejos de las m urallas chinas
125 R. Mella: «La lucha de las clases», en Ideario, ob. cit., p. 194.
126 R. Mella: «Labor fecunda», en ibíd, pp. 93-94.
127 R. Mella: «La lucha de clases», en Ibíd, p.196.
128 Recogido de A. Lehning: «El catecism o m arxista. Una utopía dis-
167
no se hace, no se puede hacer por decretos, aunque em anen
de un gobierno socialista, por perfecto que sea. El socialism o
tiene que ser hecho por las m asas, por cada proletario». 132
Para cam biar la vieja sociedad, para hacer posible la
anarquía, debem os cambiar al hombre en sí mism o. Para
alcanzar la solidaridad y la libertad de la nueva sociedad
necesitam os cambiar al hom bre; crear un hombre nuevo; «el
hombre bueno, honrado, capaz de am ar y hacerse am ar,
abnegado y generoso; apto para form ar la sociedad de her-
m anos en donde la vida individual se identifique estrecha-
m ente con la vida de la com unidad», 133 pues, la revolución —
en definitiva— ha de ser m oral. «La revolución [decía Péquy
y repetía Mounier], será m oral o no será, será tam bién eco-
nóm ica o no será. Sin moral, la economía es dictadura, tec-
nifaxia». 134
Intentando resum ir lo hasta aquí dicho, podemos subra-
yar que la revolución es un lento cam ino, pero un cam ino
perm anente. Com o dice Félix García, 135 la revolución no fi-
naliza con la destrucción del Estado y de la propiedad, sino
que después de este m om ento queda aún una larga tarea de
educación, de progreso y profundización en lo que significa
el socialism o libertario. La revolución, pues, ha de ser per-
m anente, dirigida hacia ese fin que es el pleno desarrollo de
las capacidades del hombre y hacia la plena satisfacción de
sus necesidades; pero, en definitiva, un fin que no se puede
prefijar y que, en cierta m edida, parece que se aleja siem pre
de nosotros, dándonos fuerza para ir m ás allá:
Digam os, pues, y con ello term inam os, que esta revolu-
ción preconizada por Mella debe llevar consigo una em anci-
pación integral de los hom bres; integral en el sentido de que
abarca tanto los aspectos económ icos como intelectuales,
artísticos y m orales, pero, sobre todo, porque anhela la libe-
ración de todos los hom bres. Nada m ás im posible ni m ás
falso que una em ancipación en la que sigue habiendo hom -
bres que son esclavos, «porque la em ancipación, para ser
real y efectiva, ha de ser universal, que en m edio de un reba-
ño de hombres nadie se podrá gloriar de gozar de libertad,
bienestar y paz». 141
La tarea de em ancipación y liberación tiene que llegar a
todos los hombres y a todas las dim ensiones del hombre. La
em ancipación, la liberación ha de ser, pues, integral. Para
Ricardo Mella no tienen cabida las capillas, los m uros divi-
sorios en este proceso de em ancipación que es la anarquía,
pues:
171
CONCLUSIONES
173
Por lo que a la prim era de estas etapas se refiere, y que
recorre las dos últim as décadas del siglo XIX, creem os nece-
sario decir que su pensam iento es m ucho m ás dependiente
de las influencias recibidas y las circunstancias de la m archa
del m ovim iento libertario español. Hay, pues, en esta etapa,
una clara dependencia e influencia de los ideales liberales,
procedentes de su estancia en el cam po liberal (republicano-
federal) y, sobre todo, de Bakunin. Dependencia que fácil-
m ente podem os señalar —y de alguna form a será lo que la
explique— en la defensa y adhesión al colectivism o, como
fórmulas socioeconóm icas para la sociedad futura.
Digam os aquí, una vez m ás, que esta tom a de posición,
que esta defensa del colectivism o, es muy problem ática a la
hora de com paginar el colectivismo con una sociedad justa e
igualitaria, pues, en esta fórmula se m antiene el salario, cosa
que debem os criticar. Pero, y tal como ya señalam os, este
colectivism o nace como oposición al com unismo libertario
de raíces «jacobinas» de los seguidores de Babeuf: Cabet y
Blanqui, sobre todo.
A partir de este hecho podem os entender m ás fácilm ente
su defensa del colectivism o. Pero, sobre todo, la explicación
m ás clara de esta defensa nos parece a nosotros procedente
de su anhelo de salvaguardar la libertad para el hombre y
para la sociedad; pues, para Mella, el com unismo supone el
condicionam iento de esta libertad. Para él, el «uno para to-
dos, todos para uno» significa claram ente la subordinación
del uno al todo, por una parte, y del todo al uno, por la otra;
o lo que llam a la «reciprocidad de la esclavitud económ ica»
(Ricardo Mella: «El colectivismo. Sus fundam entos científi-
cos», en V. Muñoz [ed.]: Forjando un m undo libre, La Pi-
queta, Madrid, 1978, p.90 ).
La segunda etapa com ienza por el año 190 9 con la ruptu-
ra de su período de silencio, y llega hasta el final de su lucha
a favor del ideario anarquista, con su silencio final a partir
de 1916. Sin em bargo, mejor que esta división cronológica es
la delim itación del com ienzo de esta etapa con el abandono,
a finales del siglo XIX, del colectivismo para pasar a una
defensa del llam ado anarquism o sin adjetivos que niega la
174
im posición desde ahora del régim en económ ico de la socie-
dad futura.
En este período, su pensam iento parece irse agudizando y
perfeccionando. El anarquismo colectivista de los años de su
juventud, va dejándole terreno al anarquismo sin adjetivos;
en definitiva, por em plear palabras de J osé Prat, «al anar-
quista enam orado, convencido de lo que es fundam ental de
esta filosofía: la libertad» (J . Prat, «Sem blanza de Ricardo
Mella», en ob. cit., p. 21).
A partir de estas aclaraciones, en lo que a la diferencia-
ción de dos m om entos o etapas de su pensam iento se refie-
re, podemos intentar hacer un análisis-resum en de ideas,
destacando y subrayando los puntos m ás im portantes que
en nuestro recorrido fuim os encontrando.
En un prim er acercamiento, podemos subrayar su rela-
ción (y aun, dependencia) de ciertos principios liberales.
Largo sería el intentar analizar com pletam ente tal relación
(cosa que a partir de aquí nos proponemos para un futuro
trabajo). Por ahora, señalem os cuáles son aquellos puntos
en los que tal dependencia es m ás clara: soberanía indivi-
dual, antiteísmo y anticlericalismo, su fe en el progreso y,
sobre todo, su creencia en la arm onía natural, punto sobre el
que se apoyan m uchos de los principios de su pensam iento,
como el espontaneísm o, cuyas consideraciones alcanzan el
cam po moral, el sistem a político y económ ico de la sociedad
futura y, aun, la organización y tácticas revolucionarias.
En este m ism o sentido, podem os destacar su fe en el pro-
greso y en la ciencia. Mella, al igual que el anarquism o en
general, tuvo una fe ciega en el progreso técnico. Cierto es
que, en ninguno de sus escritos, encontram os una idealiza-
ción del pasado en el sentido de volver a él; el propio autor
advierte, «el paraíso está delante, no detrás de nosotros»
(«La anarquía», en V. Muñoz [ed.]; Forjando un m undo
libre, ob. cit., p. 40 ). En este m ismo sentido de su fe en el
progreso, en su pensam iento no hay nada que se parezca al
llam ado luddism o, a la destrucción de las m áquinas o a
prescindir de ellas. Antes bien, se cuenta con las m áquinas
175
como elem entos esenciales para una m ejor calidad de vida, y
por lo tanto, como elem entos liberadores.
De carácter m ás netam ente anarquista o libertario es su
crítica al poder y al Estado y, por lo m ismo, su antiautorita-
rismo y aun antipoliticism o, verdadera colum na vertebral de
su anarquismo. Digamos, sin em bargo, que si bien es cierto
que la negación de toda autoridad es uno de los principales
leitm otiv de la concepción libertaria de Mella, no significa
que su anarquism o sea sinónimo de desorden o desorgani-
zación. Mella, en la m ejor tradición anarquista, opone el
orden inm anente que nace de la vida mism a de la sociedad,
de la actividad hum ana, al orden externo, im puesto desde
fuera por la fuerza física, económ ico o de cualquier tipo. El
prim er tipo de orden, que es el único verdadero y duradero,
supone la supresión del segundo.
Como se desprende de lo dicho, el anarquismo para Mella
no supone la negación de todo poder y de toda autoridad,
sino sim plem ente la negación del poder perm anente y de la
autoridad instituida, o lo que es lo m ism o, la negación del
Estado; Estado que no es sino una institución artificial, na-
cida de del deseo de poder y que impide el desarrollo de la
sociedad libertaria basada en la arm onía y el apoyo m utuo.
La autoridad, pues, causa y efecto del Estado, representa
para Mella la antítesis de la bondad innata del hom bre y, por
lo m ismo, es considerada antinatural; de ahí la necesidad de
su negación, la necesidad de una lucha contra el poder, lo
que nos lleva a su declarado antipoliticism o, que no apoliti-
cismo o inhibicionismo, sino contrario a la política entendi-
da com o m ediación o intervención en los órganos de poder,
aunque sea con fines revolucionarios. Com o escribe Carlos
Díaz (véase «Diecisiete tesis sobre el anarquism o», Sistem a,
núm . 13 [1976]), el antipoliticismo anarquista no es una in-
diferencia hacia la política, es una política dirigida a la aboli-
ción de toda form a de poder, por un lado, y a la organización
del proletariado y su em ancipación, por otro.
Como ya señalam os en su m om ento, Mella diferencia
claram ente entre la sociedad y el Estado. La sociedad es,
para él, una realidad natural, no fruto de un pacto o contrato
176
(com o dice Bakunin: con el contrato social no surge la socie-
dad, sino el Estado, o sea la lim itación de la libertad). El
Estado, por el contrario, representa una degradación de esa
realidad natural y originaria. Se puede definir com o la orga-
nización jerárquica y coactiva de la sociedad. Supone siem -
pre una división rígida entre gobernantes y gobernados. El
Estado, pues, no es m ás que la encarnación de la autoridad;
es algo artificial e inútil que im pide la posibilidad de la ver-
dadera sociedad: la antiautoritaria.
Mella —al igual que todo el anarquismo en general— no
niega toda autoridad; sólo niega la autoridad instituida,
perm anente y que se traduce en poder. Él adm ite perfecta-
m ente la autoridad (que él llam a) natural. Adm ite la intrín-
seca autoridad del m édico en lo que se refiere a la enferm e-
dad, la del zapatero en lo que se refiere a zapatos, pero niega
aquella autoridad que decida perm anentem ente sobre cual-
quier cosa y sustituya la voluntad de cada uno, que determ i-
ne la vida de todos. Él quiere una sociedad sin poder perm a-
nente e instituido, una sociedad en la que no exista la
división entre gobernantes y gobernados, una sociedad sin
autoridad fija y predeterm inada.
Quizás su punto m ás débil, en este sentido, procede del
hecho de su optim ista esperanza de la posible extinción total
del principio de autoridad, tal y com o ya señala J osé A. Lobo
(«El anarquismo hum anista de Ricardo Mella», Estudios
Filosóficos, núm . 77 [1979], p. 145 [11]), aunque cierto es que
hoy, m ás que nunca, es preciso negar y lim itar el poder de
los Estados, y abrirle cam inos a la libertad, frente a la, pode-
rosa red que el poder nos tiende día a día. El fallo de Mella
está, a nuestro entender, en que no señala de form a clara la
necesidad y la viabilidad de lo que Carlos Díaz señala com o
«el único poder real»: «el único poder real, el único poder
que puede, es el poder com partido». Se hace necesario de-
volverle el poder a la com unidad, hacer posible y real el po-
der horizontal y solidario necesario para alcanzar la destruc-
ción del poder del Estado. Pero, lo que Mella no señala de
form a clara es la existencia de una «venturosa dialéctica del
poder [por em plear palabras de Carlos Díaz], que es necesa-
177
rio recuperar, trasvasando el poder del Estado a la sociedad
civil».
Es cierto que Ricardo Mella, en su deseo de dem ostrarnos
la inutilidad del Estado, de dem ostrarnos la posibilidad de
que la sociedad viva sin gobernantes y sin legislación insti-
tuida, trae ejemplos de sociedades prim itivas en las que tales
instituciones de poder no existen. Sin em bargo, en su viaje
por los ejem plos de la antropología, no sabe ver que en estas
com unidades sin Estado existe un poder. Es cierto que (y
esto Mella lo señala claram ente) en estas sociedades prim iti-
vas no existe un órgano de poder separado de la propia so-
ciedad, no existe un Estado; pero esto no quiere decir que no
exista poder. En estas sociedades existe poder, pero éste no
está separado de la sociedad; en ellas, por emplear palabras
de P. Clastres, «no se puede aislar una esfera política distin-
ta de la esfera social» (Investigaciones en antropología polí-
tica, Gedisa, Barcelona, 1981, p. 212).
Otra de las ideas fundam entales en el pensam iento de
Ricardo Mella, es la idea de Libertad, entendida como afir-
m ación del individuo frente a la autoridad. Esta idea de li-
bertad no constituye un fin en sí m ism a, sino que es el único
cam ino para poder llegar al trastocam iento de todas las rela-
ciones en las que el hombre se encuentra alienado. En Mella,
la idea de la Libertad, o lo que es lo m ism o, la idea la de au-
tonom ía individual, aparece entendida como la mejor garan-
tía y el m edio m ás adecuado para llegar a una sociedad justa,
a una sociedad armónica. La libertad y la autonom ía del
hombre son las condiciones esenciales para alcanzar la so-
ciedad libertaria. La libertad es el m edio para el estableci-
m iento de la sociedad futura: «la igualdad, es su principio;
la libertad su instrum ento, la solidaridad su fin» (R. Mella:
Lom broso y los anarquistas, J úcar, Madrid, 1978, p. 121).
En relación con lo que señalam os, diremos que en el pen-
sam iento de Mella hay una clara valoración del individuo. Es
partiendo del individuo libre como intenta construir una
sociedad libre. El individuo no es, para él, un m edio, sino el
objetivo final de la futura sociedad. Mella quiere la posibili-
dad del pleno desarrollo del individuo y de todas sus poten-
178
cialidades, y así, la sociedad alcanzará tanto provecho como
el individuo, pues ésta no estará nunca m ás, form ada por
seres pasivos. Tal y como señala J . A. Lobo, de este postula-
do de la libertad y de la autonom ía del individuo nace y se
desprende el hum anism o del pensam iento de nuestro autor,
pues su objetivo consiste en el pleno desarrollo de las poten-
ciales del hombre, del hom bre con sus propiedades físicas y
psíquicas; su objetivo es el hombre verdadero, el hom bre
íntegro que no vive aislado, sino en un contexto social, y por
eso intenta construir una nueva sociedad que posibilite el
pleno desarrollo del hombre.
Finalm ente, unida a esta radical defensa de la libertad,
podem os señalar como característica esencial de su pensa-
m iento, su antidogm atism o. En este sentido, digam os que
Mella dedicará folletos y artículos enteros a combatir todos
los «resabios autoritarios» que hay en la organización social
y en los m ism os hom bres. Ejemplo claro son «La coacción
m oral», en el que contrapone las leyes negativas a la in-
fluencia m utua y benéfica entre los hom bres; o La ley del
núm ero, en donde analiza las contradicciones de una socie-
dad basada en la coacción y señala la necesidad de una
cooperación libre. Y, finalm ente, com o en «La bancarrota de
las creencias», uno de sus folletos m ás claros en contra del
Dogm atism o, aún contra el que procede del propio anar-
quism o.
Finalicem os, pues, diciendo que Mella nos parece el
hombre cuya característica fundam ental sería la de un pen-
sam iento abierto, un pensam iento en el que no intenta atar
cabos sin m ás. Retom ando las palabras de J osé Prat, diga-
m os que Mella «no quiere m ás que la libertad. No quiere
este futuro atado ya desde hoy a las concepciones socialistas
—com unistas o colectivistas— […]. Quiere al hombre libre y
dueño de sus destinos… No le ata el porvenir. No les dice a
los hombres de hoy: por la libertad al com unismo o al colec-
tivism o, sino: por la libertad los hom bres de m añana irán a
aquella m odalidad de socialismo que m utuam ente acuer-
den».
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Creem os que —y con esto term inamos definitivam ente—
el m ejor resum en y expresión de su pensam iento nos lo da el
m ismo Ricardo Mella al escribir:
180
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