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TARZUS

Autor: J.R. Miralles


Capítulo 1: La caída
El sol brillaba sobre el cielo y la brisa soplaba suave en la ciudad de Voal, acariciando,
tiernamente, el rostro de los transeú ntes esa mañ ana de abril. En ese momento, desde
el segundo piso de una casa en los suburbios, una adolescente corría de un lado para
otro, buscando su bolso.
-¿Ya está s lista?- preguntó la madre de la joven desde el marco de la puerta de la
habitació n.
- Un segundo, ma’. Estoy segura que lo dejé por aquí-, respondió Azul. A sus 17 añ os,
era considerada una de las chicas má s lindas del instituto, con ojos color café con
pequeñ os motes verdosos y una cabellera negra que caía por debajo de sus hombros
en unas de delicadas ondas.
- Argg. Juro que lo dejé por aquí- gruñ ó , con medio cuerpo debajo de su cama. Ya había
buscado por todos lados, ¿dó nde había dejado su bolso favorito?
-¿No es este de allí?-Desde la entrada del cuarto, su madre señ alaba el bolso de tela
gris que colgaba en el pomo de la puerta. De un salto se puso de pie y tomó el objeto
algo avergonzada..
- Juro que esta cosa se mueve sola-, refunfuñ ó Azul.
- Si, claro. Igual que la peineta, tu libro, el labial…
- Ya te entendí- la cortó Azul. Sabía que era algo despistada, pero no tenían que
señ alá rselo cada dos segundos.
Revisó si tenía todo lo necesario mientras ignoraba la miradas de molestia y
resignació n que lanzaba su madre a su bolso. Sabía que estaba desgastado y tenía
muchas costuras, pero no podía tirarlo. Era, después de todo, uno de los pocos regalos
que tenía de su nana.
Bajaron a la cocina y procedieron a preparar el desayuno. Tenían que apresurarse si
querían recoger a su padre en la estació n y divertirse en su salida familiar: cada
primer sá bado de cada mes coordinaban para salir de casa y pasar todo el día fuera.
No importaba el lugar.
-¿Có mo vamos de tiempo?-, preguntó Azul.
- Si descontamos tu larga excursió n en tu cuarto y la lucha por tu bolso, nos quedan
exactamente….-Miró su celular para estar segura-cinco minutos para llegar a tiempo a
la estació n.
-Rayos-.
En la televisió n de la cocina pasaban nuevamente reportajes sobre una lluvia de
meteoritos que se acercaba a la Tierra. Los científicos aseguraban que no
representaba un riesgo, sin embargo, la incertidumbre había reinado en los ú ltimos
días.
-Mamá , ya vá monos. Yo me encargo del servicio. No te olvides del regalo de papá -
-Cierto-. Terminó de guardar las cosas del estante y se colgó el bolso; el celular en una
mano y la billetera con sus documentos en la otra.
-Alerta de último minuto. El Departamento de Seguridad del Estado acaba de informar
que hubo errores en la medición. Los meteoritos de la estrella Eris pasarán cerca a la
Tierra en cualquier momento.
-Auch, mamá . Casi me caigo- señ aló Azul tras toparse de lleno en la entrada con la
espalda de su mamá .
Sobá ndose la nariz, levantó la mirada para ver qué era lo que había pasado, y se
quedó sin aliento.
La bó veda azul claro que minutos atrá s había iluminado el cielo de Maine ahora era
una masa rojiza incandescente desde donde caían rocas y hasta satélites que habían
sido arrastrados por la lluvia de meteoritos.
. -No puede ser-,dijo en un tono ahogado..
El tiempo se detuvo.
Y luego el infierno cayó sobre la tierra y empezaron los gritos.
Las alertas retumbaron en la calle, urgiendo a la gente a ponerse a buen recaudo. Era
demasiado tarde, todos lo sabían. Casi podía contar cuantos segundos faltaban para el
impacto.
20, 19, 18, 17...
- No, no, no ¡Vamos a morir! ¡Mamá , vamos a morir aquí!-chilló Azul dejá ndose llevar
por la histeria y el terror.
Un fuerte dolor en la mejilla la sacó de su estupor. Su madre le había propinado una
cachetada.
- ¡Vas a vivir, maldita sea! ¡ Vas a vivir! Somos unas Raverfiel y nosotras no nos
rendimos sin luchar. No sin luchar ¿entendido?- Mi limito a asentir- Ahora corre y haz
lo que te diga sin rechistar-. Asentí de nuevo.
Corrimos al interior de la casa.
Mi madre sacó su celular y empezó a timbrar a mi padre mientras cruzá bamos la sala
y la cocina, hasta llegar a la parte trasera de la casa. -Responde, Richard. Por favor
responde… Mierda-
Nos detuvimos en el jardín, al lado del taller de papá , un pequeñ o ambiente separado
de la casa donde guardaba sus herramientas y algunas cosas viejas que no queríamos
botar a la basura, como mi primer coche de bebé, muñ ecas, y má s.
9, 8, 7.
Estaba buscando una vía de escape cuando fui empujada al interior del taller- ¿Pero,
qué...?-,protesté. -¿Te acuerdas del cuarto de las tuberías donde solías esconderte de
pequeñ a para jugar?-, me interrumpió mi madre.
La miré sin comprender, y luego lo supe: mi pequeñ o mundo. El falso cuarto debajo
del taller que utilizaba de niñ a para jugar. Le había puesto ese nombre porque lo veía
como un má gico mundo subterrá neo, y lo adoraba.
Movió una gran caja de madera que tapaba la puerta y luego se volteó a mirarme. Me
sujetó el brazo al segundo siguiente. Sus ojos tenían una determinació n que no me
gustaba
- Espera un segundo. Espera ¡Mamá !-. Pero no me oyó . Abrió la puerta y me empujó
adentro. No tuve tiempo de agarrarme de las escaleras de metal y aterricé
fuertemente sobre mi costado. La caída me robó el aliento. Levante la mirada para ver
si mi madre me seguía, pero no era así, la puerta estaba cerrada y no había rastro de
ella.
-¿Mamá ? ¡Mamá , dó nde está s! ¡MAMÁ !-. Desesperada me puse de pie y corrí hasta el
otro extremo del cuarto, donde había una pequeñ a ventana desde donde se veía la
casa. Escuche pisadas y la vi correr de nuevo hacia nuestra casa .
3,2,1.
¡BOOM!
Los meteoritos empezaron a caer, remecieron la tierra y todo en ella. Los gritos se
hicieron má s fuertes y el caos mayor. Edificios, viviendas y condominios terminaban
arrasados por las rocas incandescentes. Parecía de nunca acabar.
Como en cá mara lenta, Azul vio como uno de los asteroides se estrelló contra su
vivienda y siguió de largo, destruyendo parte del vecindario, provocando un fuerte
remezó n y dejando una estela de humo a su paso.
La fuerza del primer impacto provocó que los vidrios reventaran y generó una onda
expansiva que la llevó a estrellarse contra la parte trasera del só tano. Todo se volvió
oscuro y perdió la conciencia.

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